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  32 alerta para el amor de cada día, indemne como el Fénix de la desmesura? Aposté mi destino en cada encrucijada del azar al misterio mayor, a esa carta secreta que rozaba los pies de las altas aventuras en el portal de la l eyenda. Para llegar allí había que pasar por el fondo del alma; había que internarse por pantanos en los que chapotean la muerte y la locura, por espejismos ávidos como catacumbas y túneles abiertos a l a cerrazón; había que trasponer fisuras como heridas que a veces comunican con la eternidad. No preservé mi casa ni mis ropas ni mi piel ni mis ojos. Los expuse a la sanción feroz de los guardianes en los lindes del mundo, a cambio de aquel paso más allá en los abismos del amor, de un eco de palabras sólo reconocibles en el abecedario de los sueños de una inmersión a medias en las aguas heladas que roen el umbral de la otra orilla. Si ahora miro hacia atrás, veo que mis pisadas no dejaron huellas fosforescentes en la arena. Mi recorrido es una ráfaga gris en los desvanes de la niebla, apenas un reguero de sal bajo la lluvia, un vuelo entre bandadas extranjeras. Pero aún estoy aquí, sosteniendo mi apuesta, siempre a todo o a nada, siempre como si fuera el penúltimo día de los siglos. Tal vez haya ganado por la medida de la luz que te alumbra, por la fuerza voraz con que me absorbe a veces un reino nunca visto y ya vivido, por la señal de gracia incomparable que transforma en milagro cada posible pérdida. Rara sustancia Mi especie no es del agua ni del fuego, ni del ai re o la tierra, solamente, sino cuando me fijan a los muestrarios que yo sé con herrumbrados alfileres. Pero desde mi lado y a deshoras y en esos días en que se levanta la tapa del momento y se distingue el fondo, si me arrancan mi capa de espesor y me dejan a oscuras sin el -Selección de poesía-  Blanca Varela Olga Orozco Alejandra Pizarnik 

Recopilacion de poesía: Blanca Varela - Olga Orozco - Alejandra Pizarnik

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libro recopilatorio, selección de poesía.

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    alerta para el amor de cada da, indemne como el Fnix de la desmesura? Apost mi destino en cada encrucijada del azar al misterio mayor, a esa carta secreta que rozaba los pies de las altas aventuras en el portal de la leyenda. Para llegar all haba que pasar por el fondo del alma; haba que internarse por pantanos en los que chapotean la muerte y la locura, por espejismos vidos como catacumbas y tneles abiertos a la cerrazn; haba que trasponer fisuras como heridas que a veces comunican con la eternidad. No preserv mi casa ni mis ropas ni mi piel ni mis ojos. Los expuse a la sancin feroz de los guardianes en los lindes del mundo, a cambio de aquel paso ms all en los abismos del amor, de un eco de palabras slo reconocibles en el abecedario de los sueos de una inmersin a medias en las aguas heladas que roen el umbral de la otra orilla. Si ahora miro hacia atrs, veo que mis pisadas no dejaron huellas fosforescentes en la arena. Mi recorrido es una rfaga gris en los desvanes de la niebla, apenas un reguero de sal bajo la lluvia, un vuelo entre bandadas extranjeras. Pero an estoy aqu, sosteniendo mi apuesta, siempre a todo o a nada, siempre como si fuera el penltimo da de los siglos. Tal vez haya ganado por la medida de la luz que te alumbra, por la fuerza voraz con que me absorbe a veces un reino nunca visto y ya vivido, por la seal de gracia incomparable que transforma en milagro cada posible prdida.

    Rara sustancia

    Mi especie no es del agua ni del fuego, ni del aire o la tierra, solamente, sino cuando me fijan a los muestrarios que yo s con herrumbrados alfileres. Pero desde mi lado y a deshoras y en esos das en que se levanta la tapa del momento y se distingue el fondo, si me arrancan mi capa de espesor y me dejan a oscuras sin el

    -Seleccin de poesa-

    Blanca Varela

    Olga Orozco

    Alejandra Pizarnik

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    Esta herramienta de comunicacin entre espritus, que es el libro de poesa, fue elaborada con la predisposicin de una araa; a modo de recopilacin. Tres poetas, cuyo silencio persiste. Invito a compartir este librito con quienes gusten o desprecien.

    Impreso en la invisibilidad subterrnea torcida, 2015

    Contacto: [email protected]

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    y sin embargo urda pasadizos secretos hacia las torres de la salvacin. La volv del revs, la puse a evaporar al sol de la inclemencia, hasta que se fundi en la menuda sal de la memoria que es apenas la borra del olvido. Pero cada regin en blanco era un oleaje ms hacia las tierras prometidas. La arranqu de la luz slo para sumirla en extravo en las trampas del tiempo, slo para probarle las formas de la noche y el pensamiento de la disolucin como un cido ambiguo que preservara intacta la agona. Ha triunfado otra vez contra hierros y piedras, derrumbes y vacos. Y acaso no he probado, bajo ruedas y ruedas de visiones en llamas que avasallan sin tregua mi lugar, que aun con el infierno se acrecen los dominios de esta exigua cabeza? Jugu mi corazn a la tormenta, a un remolino de alas insaciables que llegaban ms lejos que todas las fronteras. Contra la dicha de ojos estancados donde se ahoga el sueo, contra desmayos y capitulaciones, lo jugu hasta el final de la intemperie a continuo esplendor, a continuo pual, a pura prdida. Lo estrujaron entre dos trapos negros, entre cristales rotos, igual que a una reliquia cuyo culto exaltara slo la transgresin y el sacrilegio; lo desgarr el arcngel de cada paraso prometido, con su corte de perros; la noche del verdugo lo clav lado a lado en el cadalso de los desencuentros; lo escarbaron despus con agujas de hielo, con cucharas hambrientas, y hallaron en el fondo un pequeo amuleto: una gota de azogue que libra a quien se mira de la expiacin y de la muerte. He convertido as rostros oscuros en estrellas fijas, depsitos de polvo en sitios encandilados como joyas en medio del desierto. Pueden testimoniar aquellos a los que am y me amaron hacia el fin del mundo -un mundo que no termina ni aun bajo los tajos de los adioses a mansalva-. Y dnde estar entonces la derrota de un corazn en ascuas,

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    acaso est juzgando solamente mi costado visible, ese que se abre paso entre bloques de oscuridad y avanza sin sber lo mismo que la proa encandilada de un navo fantasma. Tambin t, da cruel, tan fatuo como yo, como la mscara de lo nunca visto, eres el turbio vaho, apenas la emanacin de un yacimiento sumergido, el sol inacabado que al asomarse oculta los otros soles de la lejana. hemos llegado aqu sin memoria que corra hacia despus, sin contrasea alguna que nos justifique hasta el final del juego. Tu color es igual al de cualquier annima y oscura traficante de tiempos. Pero no hablemos por eso de no estar, ni tampoco siquiera de ser otros, fatales, necesarios, previstos en las mareas de la historia y el vuelo de las aves, porque tal vez seamos tambin ineludibles, ambos incluidos en la turbulencia de la primera ola, en el hervor del verbo, ambos golpeando juntos sobre la misma playa en los vaivenes del retorno, hasta el ltimo da, hasta el ltimo nufrago. Porque tal vez quin, cundo y dnde sean las variaciones de una sola sustancia, estados en suspensin hasta el fin del recuento. No me apartes entonces con esta sacudida de trapo huracanado contra el rostro. No me arrojes de ti lo mismo que si fuera una lapa insidiosa, tu adherencia superflua, un fantico error de cada hora incrustado en la roca. No logrars excluirme aunque me lleves en vilo entre el pulgar y el ndice, aunque me balancees y me dejes caer sobre mi mismo. A oscuras, contra la loza, desasida. Para un balance

    Puse a prueba mil veces mi cabeza forzndola hasta el cuello en las junturas donde se acaba el universo o echndola a rodar hasta el vrtigo azul por el interminable baldo de los cielos. Impensables los lmites; impensable tambin la ilimitada inmensidad. Mi cabeza era entonces un naufragio dentro de la burbuja de la fiebre, un trofeo de Dios sobre la empalizada del destierro, un hirviente Arcimboldo en la pica erigida entre mis propios huesos;

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    Blanca Varela

    (Lima, 1926 - 2009) Poetisa peruana considerada la ms importante voz potica femenina de su pas, en buena medida por la difusin internacional que alcanz su obra. La poesa de Blanca Varela, reflexiva y desencantada, ajena al confesionalismo lrico, asume el dolor y la frustracin de toda realizacin humana (la vida ntima, la poesa misma) como ejes centrales de su discurso. La crtica ha enfatizado su extrema lucidez frente a una realidad que no la satisface, su constante bsqueda de la verdad sin concesiones, su irona, su irreverencia, su expresividad "corta en palabras" y la tendencia mstica presente en sus ltimos poemas, entre otros rasgos de su potica. En el interior de ese espectro temtico, se advierten las influencias del surrealismo y tambin del pensamiento existencialista. En la autora se conjugan la exploracin de los laberintos del subconsciente, la cotidianidad signada por el tedio y la amargura, y la expresin dolorosa de la vida condenada a no alcanzar la plenitud. Acaso por eso su poesa es un intento de desmitificacin del discurso, y todo en ella se opone a las imgenes de lo sublime y lo perfecto.

    El escritor mexicano Octavio Paz, insisti a la autora a publicar su primer poemario Ese puerto existe y elabor su prlogo, en el que define tempranamente a Varela como "un poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesa no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y tambin una exploracin de la propia conciencia". En esa obra concisa y austera, a veces descarnada y siempre inconforme, se intuye en efecto una reflexin sobre la soledad, la incomunicacin y la condicin maternal, entre otros temas.

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    (tell me the truth)

    dime durar este asombro? esta letra carnal loco crculo de dolor atado al labio esta diaria catstrofe esta maloliente dorada callejuela sin comienzo ni fin este mercado donde la muerte enjoya las esquinas con plata corrompida y estriles estrellas?

    Morir cada da un poco ms

    morir cada da un poco ms recortarse las uas el pelo los deseos aprender a pensar en lo pequeo y en lo inmenso en las estrellas ms lejanas e inmviles en el cielo manchado como un animal que huye en el cielo espantado por mi

    Conversacin con Simone Weil

    - Los nios, el ocano, la vida silvestre, Bach. - el hombre es un extrao animal.

    En la mayor parte del mundo la mitad de los nios se van a la cama hambrientos.

    Renuncia el ngel a sus plumas, al iris,

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    un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido en la garganta rota de la dicha, o trata de borrar con un trozo de esperanza rada ese adis que escribiste con sangre de mis sueos en todos los cristales para que hiera todo cuanto miro.

    Mi soledad es todo cuanto tengo de ti. Alla con tu voz en todos los rincones. Cuando la nombro con tu nombre crece como una llaga en las tinieblas.

    Y un atardecer levant frente a m esa copa del cielo que tena un color de lamos mojados y en la que [hemos bebido el vino de eternidad de cada da, y la rompi sin saber, para abrirse las venas, para que t nacieras como un dios de su esplndido duelo. Y no pudo morir y su mirada era la de una loca.

    Entonces se abri un muro y entraste en este cuarto con una habitacin que no tiene salidas y en la que ests sentado, contemplndome, en otra soledad semejante a mi vida.

    Tan solo por estar .

    Inmenso el da zumba contra mis orejas; atruena como un dios atrapado de pronto por un ala en la jaula del mundo. Dorado su desvaro hasta raspar, vertiginoso hasta romper los bordes. Y ahora qu reclama con esta furia de abejorro descomunal que arrastra el cielo? Es slo contra m tanto escndalo en alto, tanto esplendor en guerra? Qu mas debo acatar aparte del pedregal en la cabeza, la soga en los tobillos y el agujero a travs de cada mano? Acaso me reproche mi racin en el reparto de las permanencias,

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    No hay puertas

    Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo, con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera, con el vrtigo de mirar hacia arriba, con tu amor que se enciende de pronto como una lmpara en medio de la noche, con pequeos fragmentos de un mundo consagrado para la idolatra, con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriendo el costado del miedo, a la sombra del ocio que abra tiernamente un abanico de praderas celestes, hiciste da a da la soledad que tengo.

    Mi soledad est hecha de ti. Lleva tu nombre en su versin de piedra, en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodas del infierno; camina junto a m con tu paso vaco, y tiene, como t, esa mirada de mirar que me voy ms lejos cada vez, hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lgrimas, en nunca.

    La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera de un [reino del que nadie sale y al que jams se vuelve. Y creci por s sola, alimentndose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos, escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras. La he visto as poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan el amor -personajes de un mrmol invencible, ciego y absorto como la distancia-, o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar, lejos, en otra parte, donde estars llenando el cuenco de unos aos con un agua de olvido. Algunas veces sopla sobre m con el viento del sur

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    a la gravedad y la gracia?

    Se acab para nosotros la esperanza de ser mejores ahora?

    La vida es de otros. Ilusiones y yerros. La palabra fatigada. Ya ni te atreves a comerte un durazno.

    Para algo cerr la puerta, di la espalda y entre la rabia y el sueo olvid muchas cosas.

    La mitad de los nios se van a la cama hambrientos.

    - los nios, el ocano, la vida silvestre, Bach. - el hombre es un extrao animal.

    Los sabios, en quienes depositamos nuestra confianza, nos traicionan.

    - los nios se van a la cama hambrientos. - los viejos se van a la muerte hambrientos.

    El verbo no alimenta. Las cifras no sacian.

    Me acuerdo. Me acuerdo? Me acuerdo mal, reconozco a tientas. Me equivoco. Viene una nia de lejos. Doy la espalda. Me olvido de la razn y el tiempo.

    Y todo debe ser mentira porque no estoy en el sitio de mi alma. No me quejo de la buena manera.

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    La poesa me harta.

    Cierro la puerta. Orino tristemente sobre el mezquino fuego de la gracia.

    - los nios se van a la cama hambrientos. - los viejos se van a la muerte hambrientos.

    El verbo no alimenta. Las cifras no sacian.

    - el hombre es un extrao animal.

    Justicia

    vino el pjaro y devor al gusano vino el hombre y devor al pjaro vino el gusano y devor al hombre

    Concierto animal

    SI me escucharas t muerto y yo muerta de ti si me escucharas

    hlito de la rueda cencerro de la tempestad burbujeo del cieno

    viva insepulta de ti con tu odo postrero

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    y el resto sumergido no s dnde, a tientas y a temblor, espero desde tu sombra en blanco una seal. He odo el confuso parloteo de bocas invisibles en el bosque nocturno, y hay alguien que me sigue paso a paso y es puro resplandor y es slo rfaga cuando yo lo persigo; a veces una lgrima cae sobre mi mano, helada, desde nadie, lo mismo que la llama del aliento que de repente corre por mi cara. Pero sas no son pruebas. Ni siquiera evidencias de que los muertos vuelvan. No son ms bien los vnculos que fragua la nostalgia, as como la oscuridad convoca siempre un campo de amapolas detrs de la pared y cada luna llena busca por los canales los espejos trizados del amor? Y ahora por qu vienen estas frases arrancadas de cuajo y todos estos cielos desfondados y rotos? Yo no te reclamaba emanaciones de las dichas perdidas, fantasmas que se rehacen a partir de un perfume, a partir de un sollozo, y que son los fantasmas de mi negacin. Pero desde el costado que se desprende y huye con su bolsa de huesos hasta el otro, el oculto, el increble, el que acaso aletea contra la semejanza en medio de la mayor oscuridad, yo te pido un milagro, tan leve, tan fugaz como el humo que un sueo deposita debajo de la almohada. No, yo no necesito un testimonio de tu exacta, entreabierta existencia, sino una prueba apenas de la ma. Ah, Seor, tu silencio me aturde igual que la corneta del cazador perdido entre las nubes. O estar en el castigo, en el Jordn amargo que pasa por mi boca, tu respuesta, la voz con que me nombras?

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    La abandonada

    An no hace mucho tiempo, cuando el mundo era un vidrio del color de la dicha, no un puado de arena, te mirabas en alguien igual que en un espejo que te embelleca. Era como asomarte a las veloces aguas de las ilimitadas indulgencias donde se corregan con un nuevo bautismo los errores, se llenaban los huecos con una lluvia de oro, se bruan las faltas, y alcanzabas la esplndida radiacin que adquieren hasta en la noche los milagros. Imantabas las piedras con pisarlas. Hubieras apagado con tu desnudez el plumaje de un ngel. Y algo rompi el reflejo. Se rebelaron desde adentro las imgenes. Quin enturbi el azogue?, quin deshizo el embrujo de la transparencia? Ahora ests a solas frente a unos ojos de tribunal helado que trizan los cristales, y es como si en un da la intemperie te hubiera desteido y el cuchillo del viento hecho jirones y la sombra del sol desheredado. No puedes ocultar tu pelambre maltrecha, tu mirada de animal en derrota, ni esas deformaciones que producen las luces violentas en las amantes repudiadas. Ests ah, de pie, sin indulto posible, bajo el azote de la fatalidad, prisionera del mismo desenlace igual que una herona en el carro del mito. Otro cielo sin dioses, otro mundo al que nadie ms vendr sumergen en las aguas implacables tu imperfeccin y tu vergenza.

    La prueba es el silencio?

    Con un costado vuelto hacia este mundo, solamente un costado, expuesto da y noche a la depredacin y a las mareas,

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    si me escucharas

    A rose is a rose

    inmvil devora luz se abre obscenamente roja es la detestable perfeccin de lo efmero infesta la poesa con su arcaico perfume

    [Aquella torturada nube]

    Aquella torturada nube pareca tan firme, ambulando, desgarrando, chocando con masas de ngeles.

    Cncava, valva de nieve y soledad, de trajn y msica constante, de arena, de resplandor y fuga, desierto etiope en un tutti de gemidos y sorpresa.

    Tan exacta sobre el laberinto de la pupila, color perdido de vieja misiva, terrible silencio de quien ha sacudido el aire y conoce el vado de los sollozos. Continuaba, migradora,

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    llave del torbellino como una gota pura preada de su propia existencia.

    Auvers-sur oise

    Nadie te va a abrir la puerta. Sigue golpeando. Insiste. Al otro lado se oye msica. No. Es la campanilla del telfono. Te equivocas. Es un ruido de mquinas, un jadeo elctrico, chirridos, latigazos. No. Es msica. No. Alguien llora muy despacio. No. Es un alarido agudo, una enorme, altsima lengua que lame el cielo plido y vaco. No. Es un incendio.

    Todas las riquezas, todas las miserias, todos los hombres, todas las cosas desaparecen en esa meloda ardiente. T ests solo, al otro lado. No te quieren dejar entrar. Busca, rebusca, trepa, chilla. Es intil. Si el gusanito transparente, enroscado, insignificante. Con tus ojillos mortales dale la vuelta a la manzana, mide con tu vientre turbio y caliente su inexpugnable redondez. T, gusanito, gusaboca, gusaodo, dueo de la muerte y de la vida. No puedes entrar. Dicen.

    Canto villano

    y de pronto la vida en mi plato de pobre

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    Entre perro y lobo

    Me clausuran en m. Me dividen en dos. Me engendran cada da en la paciencia y en un negro organismo que ruge como el mar. Me recortan despus con las tijeras de la pesadilla y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado: una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la furia a solas, y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas. No consigo saber quin es el amo aqu. Cambio bajo mi piel de perro ax lobo. Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas las planicies del porvenir [y del pasado; yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueos muertos entre celestes pastizales. Mi reino est en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya, o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la invasin del enemigo. Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceido al corazn, y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo. Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi mscara, y sin embargo slo bebo en el abrevadero de los hombres un [aterciopelado veneno de piedad que raspa las entraas. He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicera: he ganado mi cetro de bestia en la intemperie, y he otorgado tambin jirones de mansedumbre por trofeo. Pero quin vence en m? Quin defiende mi bastin solitario en el desierto, la sbana del sueo? Y quin roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

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    Detrs de aquella puerta

    En algn lugar del gran muro inconcluso est la puerta, aquella que no abriste y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revs de todo tu destino. Es tan slo una puerta clausurada en nombre del azar, pero tiene el color de la inclemencia y semeja una lpida donde se inscribe a cada paso lo imposible. Acaso ahora cruja con una meloda incomparable contra el odo de tu ayer, acaso resplandezca como un dolo de oro bruido por las cenizas del adis, acaso cada noche est a punto de abrirse en la pared final del mismo sueo y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises. Es tan slo un engao, una fabulacin del viento entre los intersticios de una historia balda refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia. Esa puerta no se abre hacia ningn retorno; no guarda ningn molde intacto bajo el plido rayo de la ausencia. No regreses entonces como quien al final de un viaje errneo -cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo- descubriera el lugar donde perdi la llave y troc por un nombre confuso la consigna. Acaso cada paso que diste no cambi, como en un ajedrez, la relacin secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida? No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas, con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiacin; no transformes tus otros precarios parasos en pramos y exilios, porque tambin, tambin sern un da el muro y la aoranza. Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta. Si consigues pasar, encontrars detrs, una tras otra, las puertas que elegiste.

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    un magro trozo de celeste cerdo aqu en mi plato

    observarme observarte o matar una mosca sin malicia aniquilar la luz o hacerla

    hacerla como quien abre los ojos y elige un cielo rebosante en el plato vaco

    rubens cebollas lgrimas ms rubens ms cebollas ms lgrimas

    tantas historias negros indigeribles milagros y la estrella de oriente

    emparedada y el hueso del amor tan rodo y tan duro brillando en otro plato

    este hambre propio existe es la gana del alma que es el cuerpo

    es la rosa de grasa que envejece en su cielo de carne

    mea culpa ojo turbio mea culpa negro bocado

  • 10

    mea culpa divina nusea

    no hay otro aqu en este plato vaco sino yo devorando mis ojos y los tuyos

    Dama de blanco

    el poema es mi cuerpo esto la poesa la carne fatigada el sueo el sol atravesando desiertos los extremos del alma se tocan y te recuerdo Dickinson precioso suave fantasma errando tiempo y distancia en la boca del otro habitas caes al aire eres el aire que golpea con invisible sal mi frente los extremos del alma se tocan se cierran se oye girar la tierra ese ruido sin luz arena ciega golpendonos as ser ojos que fueron boca que deca manos que se abren y se cierran vacas distante en tu ventana ves al viento pasar te ves pasar el rostro en llamas pstuma estrella de verano y caes hecha pjaro hecha nieve en la fuente en la tierra en el olvido

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    siempre a tientas, a punto de caerme, pero indemne y eterna, tomada de tu mano. Ya casi te vea, lo mismo que al destello de un farol en la niebla, una seal de auxilio en la tormenta. S, t, mi sombra blanca, transparencia guardiana, mi esfinge azul hecha con el insomnio y el ntimo temblor de cada instante, igual que una respuesta que se adelanta siempre a la pregunta. Sin duda en algn sitio an estarn marcados tus dos pies delante de mis pasos porque te interponas de pronto entre mi noche y el abismo. Sospecho que convertas en refugios dorados mis peores pesadillas, que apartabas las setas venenosas y las piedras sangrientas y venciste acechanzas y castigos. Tal vez hasta me contagiaras la sonrisa y lloraras despus un largusimo tiempo con mis lgrimas, vestido con mi duelo. Despus, mucho despus, en esos aos en que cre perderte en algn laberinto o en una encrucijada, fue cuando me dejaste a solas, tan mortal, en el destierro. Quizs te convocaron de lo alto para un duro relevo, y acudiste como un viga alerta sin mirar hacia atrs, aunque a veces descubr tu perfume de nube y de jazmn en una rfaga y hasta palp la suavidad que deja la huida de una pluma debajo de la almohada. Ahora, ya replegada toda lejana con un golpe ritual, como en un abanico que se cierra, frente al fuego donde arde de una vez el lujoso inventario de todo lor imposible, contemplamos los dos el muro que no cesa, no aquel contra el que lloraramos como estatuas de sal a la inocencia, su mirada de hurfana perdida, sino el otro, el incierto, el del principio y el final, donde comienza tu oculto territorio impredecible, donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi ceguera.

  • 22

    o acaso ests aqu slo para testimoniar con tu insistente opacidad la culpa y la cada. Compaa fatal o delatora, yo s que agazapada en un rincn cualquiera de los sueos permites que la muerte se pruebe mi propio cuerpo cuando duermo. Y no ignoro tampoco que llegas desde el fondo de un abismo con alas de ladrona y escondes en tu vuelo soles negros, humaredas de infiernos nunca vistos y recuerdos que zumban como enjambres. Tu cosecha de ayer; tu amenaza y promesa para hoy y maana. Sospecho que tambin me has contagiado paredones rodos, templos rotos, fisuras dolorosas y escondrijos que dan al otro lado. Pero tambin multiplicaste a ciegas las visiones del amor que no muere, nos vestiste con noche encandilada, con fugitivos resplandores, y hasta te vi saliendo de ti misma y te vi propagarnos como a un eco, como a un temblor de luces hacia la eternidad, al paso de las aguas. Sombra perversa y sombra protectora, mi doble de dos caras. Nunca tuve otra hija ms que t, y has hecho lo imposible por parecerte a m, en mi versin confusa, aunque siempre aparezcas embozada en annima y ajena, peregrina envoltura. Yo te confieso ahora, mientras estoy aqu, mientras an me anuncias o me sigues, no s si como emisaria o como espa, que quienquiera que seas no querra perderte entre otras sombras. No me dejes entonces nunca a solas con mi desconocida: no me dejes conmigo.

    Conversacin con el ngel

    Contigo en aquel tiempo yo andaba siempre absorta,

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    y vuelves con falso nombre de mujer con tu ropa de invierno con tu blanca ropa de invierno enlutado

    En lo ms negro del verano

    El agua de tu rostro en un rincn del jardn, el ms oscuro del verano, canta como la luna.

    Fantasma. Terrible a medioda. A la altura de los lirios la muerte sonre. Sobre una pequesima charca, ojo de dios, un insecto flota bocarriba. La miel silba en su vientre abierto al dedo del esto.

    Todo canta a la altura de tu rostro suspendido como una luz eterna entre la noche y la noche.

    Canta el pantano, arden los rboles, no hay distancia, no hay tiempo.

    El verano trae lo perdido, el mundo es esta calle de fuego donde todas las rosas caen y vuelven a nacer, donde los cuerpos se consumen enlazados para siempre

  • 12

    en lo ms negro del verano.

    En un rincn del jardn bajo una piedra canta el verano. En lo ms negro, en lo ms ciego y blanco, donde todas las rosas caen, all flota tu rostro, fantasma, terrible a medioda.

    Escena final

    he dejado la puerta entreabierta soy un animal que no se resigna a morir

    la eternidad es la oscura bisagra que cede un pequeo ruido en la noche de la carne

    soy la isla que avanza sostenida por la muerte o una ciudad ferozmente cercada por la vida

    o tal vez no soy nada slo el insomnio y la brillante indiferencia de los astros

    desierto destino inexorable el sol de los vivos se levanta reconozco esa puerta no hay otra

    hielo primaveral y una espina de sangre en el ojo de la rosa.

    Destiempo

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    Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se ahoga el tiempo. Tu cuerpo es una rgida armadura sin nadie, sin ms peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lgrimas. Tus uas desasidas de la inasible salvacin recorren desgarradoramente el reverso impensable, el cordaje de un xodo infinito en su acorde final. Tu piel es una mancha de carbn sofocado que atraviesa la estera de los das. Tu muerte fue tan slo un pequeo rumor de mata que se arranca y despus ya no estabas. Te desert la tarde; te arroj como escoria a la otra orilla, debajo de una mesa innominada, muda, extraamente impenetrable, all, junto a los desamparados desperdicios, los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente, que oscila, que se cae, que se convierte en nube.

    Balance de la sombra

    Muchas veces, en los desvanes de la noche, cuando la soledad se llena de ratones que vuelan o escarban bajo el piso para roer, tal vez, los pocos nudos que me atan a este asilo, busco a tientas la tabla donde asirme o el lazo que todava me retenga. Entonces te adelantas, aunque no s quin eres, sombra fugaz y sombra de m misma, mi sombra ensimismada, s, t, la ms cercana pero la ms extraa, y siento que aun con tu inasible custodia me confirmas un lugar en el mundo. Pero quin eres t?, quin eres? Quizs seas apenas como un jirn de niebla que copia dcilmente cada pacto de mi sustancia con el tiempo, como cree la luz;

  • 20

    (Cantos a Berenice II)

    No estabas en mi umbral ni yo sal a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia y que presagian nios o animales hechos con la sustancia de la frustracin. Viniste paso a paso por los aires, pequea equilibrista en el tabln flotante sobre un foso de lobos enmascarado por los andrajos radiantes de febrero. Venas condensndote desde la encandilada transparencia, probndote otros cuerpos como fantasmas al revs, como anticipaciones de tu elctrica envoltura -el erizo de niebla, el globo de lustrosos vilanos encendidos, la piedra imn que absorbe su fatal alimento, la rfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un ascua, en torno de un temblor-. Y ya habas aparecido en este mundo, intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola, ms prodigiosa an que el gato de Cheshire, con tu porcin de vida como una perla roja brillando entre los dientes.

    (Cantos a Berenice XIII)

    Se descolg el silencio, sus atroces membranas desplegadas como las de un murcilago anterior al diluvio, su canto como el cuervo de la negacin. Tu boca ya no acierta su alimento. Se te desencajaron las mandbulas igual que las mitades de una cpsula inepta para encerrar la almendra del destino. Tu lengua es el Sahara retrado en penumbra. Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros. Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces modelos de este mundo.

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    I Se fue el da, las escamas del sueo giran. Todo desciende, la noche es el tedio. En el desierto, a oscuras, temerosa del amor la ostra llora a solas.

    Caen las lvidas hojas de tu frente, Te alejas, negra burbuja sin destino. Se abren sbitamente mil calles, arrecifes en llamas retienen tu cuerpo helado como una lgrima, nada te hiere, el coral clava su garra en tu sombra, tu sangre se desliza, inunda praderas, salta de las ventanas como un rojo sonido y todo esto no es sino el otoo.

    II El rayo ha perfumado ferozmente nuestra casa. Tenemos sed, tenemos prisa por golpear con el hueso de una flor en la tiniebla. Hay un rbol talado en esta historia. Contemplamos el cielo. No hay seales. Es de da Es de noche Muri la araa que media el tiempo, Slo hay un viejo muro y una nueva familia De sombras.

  • 14

    Toda la palidez inexplicable es el recuerdo. Travesa de muralla a muralla, El abismo es el prpado, All naufraga el mundo Arrasado por una lgrima.

    Despierto. Primera isla de la conciencia: un rbol. El temor inventa el vuelo. El desierto familiar me acoge.

    Casa de cuervos

    porque te aliment con esta realidad mal cocida por tantas y tan pobres flores del mal por este absurdo vuelo a ras de pantano ego te absolvo de m laberinto hijo mo

    no es tuya la culpa ni ma pobre pequeo mo del que hice este impecable retrato forzando la oscuridad del da prpados de miel y la mejilla constelada cerrada a cualquier roce y la hermossima distancia de tu cuerpo tu nusea es ma la heredaste como heredan los peces la asfixia y el color de tus ojos es tambin el color de mi ceguera

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    Olga Orozco

    (Santa Rosa de Toay, 1920 - Buenos Aires, 1999) Poeta y cuentista argentina que perteneci a la Generacin del 40.

    Toda su obra gira en torno del tema de la muerte y la soledad, que ha sabido expresar con una gran intensidad dramtica. Lo ms importante de su produccin se encuentra en los poemarios. En general, el uso del versculo le permite desplegar una imaginacin visionaria, suntuosa de figuras, al servicio de una serie de temas constantes: la evocacin idealizada del paisaje nativo (la llanura pampeana), la infancia en tanto paraso perdido, la adolescencia como edad de los descubrimientos, la memoria como tesoro potico donde el tiempo puede recuperarse y solventar las asechanzas de la muerte. La poesa francesa posterior al surrealismo y la poesa narrativa norteamericana le valen para organizar un lenguaje muy personal y un mundo cerrado, melanclico, sofocante y voluptuoso a la vez.

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    ms amado.

    Fuera, fuera ojos, nariz y boca. Y en polvo te conviertes y, a veces, en imprudente y oscuro recuerdo.

    Dulce animal, tiernsima bestia que te repliegas en el olvido para asaltarme siempre. Eres la esfinge que finge, que suea en voz alta, que me despierta

    Hoguera de silencios

    hoguera de silencios crepitar de lamentos por el camino de la carne sangre en vilo se llega al mundo

    as alumbra su blanco la tiniebla as nace la interminable coda as la mosca desova en el hilo de luz

    la tierra gira el ojo de dios no se detiene qu haramos pregunto sin esta enorme oscuridad

    Reja

    cul es la luz cul la sombra

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    bajo el que sombras tejen sombras y tentaciones y es ma tambin la huella de tu taln estrecho de arcngel apenas pasado en la entreabierta ventana y nuestra para siempre la msica extranjera de los cielos batientes ahora leoncillo encarnacin de mi amor juegas con mis huesos y te ocultas entre tu belleza ciego sordo irredento casi saciado y libre con tu sangre que ya no deja lugar para nada ni nadie

    aqu me tienes como siempre dispuesta a la sorpresa de tus pasos a todas las primaveras que inventas y destruyes a tenderme -nada infinita- sobre el mundo hierba ceniza peste fuego a lo que quieras por una mirada tuya que ilumine mis restos porque as es este amor que nada comprende y nada puede bebes el filtro y te duermes en ese abismo lleno de ti msica que no ves colores dichos largamente explicados al silencio mezclados como se mezclan los sueos

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    hasta ese torpe gris que es despertar en la gran palma de dios calva vaca sin extremos y all te encuentras sola y perdida en tu alma sin ms obstculo que tu cuerpo sin ms puerta que tu cuerpo as este amor uno solo y el mismo con tantos nombres que a ninguno responde y t mirndome como si no me conocieras marchndote como se va la luz del mundo sin promesas y otra vez este prado este prado de negro fuego abandonado otra vez esta casa vaca que es mi cuerpo a donde no has de volver

    ltimo poema de junio

    Pienso en esa flor que se enciende en mi cuerpo. La hermosa, la violenta flor del ridculo. Ptalo de carne y hueso.[Ptalos? Flores?Preciosismobienvestido, [muertodehambre, vaderretro.

    Se trata simplemente de heridas congnitas y felizmente mortales

    Luz alta. Bermelln sbito bajo el que despiertas de pie, caminando a ninguna parte. Pies, absurdas criaturas sin ojos. No se parecen sino a otros pies. Y adems estas manos y estos dientes, para mostrarlos

    17

    estpidamente sin haber aprendido nada de ellos.

    Y encima de todo y todas las cosas, sobre tu propia cabeza, la aterciopelada corona del escarnio: un sombrero de fiesta, ingls y alto, listo para saludar lo invisible.

    Rojos, divinos, celestes rojos de mi sangre y de mi corazn. Siena, cadmio, magenta, prpuras, carmines, cinabrios. Peligrosos, envenenados crculos de fuego irreconciliable

    Adnde te conducen? A la vida o a la muerte? Al nico sueo? La flor de sangre sobre el sombrero de fiesta (ingls y alto) es una falsa noticia.

    Revelacin. Soy tu hija, tu agnica nia, flamante y negra como una aguja que atraviesa un collar de ojos recin abiertos. Todos mos, todos ciegos, todos creados en un abrir y cerrar de ojos.

    El dolor es una maravillosa cerradura.

    Arte negra: mirar sin ser visto a quien nos mira mirar.

    Arte blanca: cerrar los ojos y vernos.

    Ver: cerrar los ojos.

    Abrir los ojos: dormir.

    Facilidades de la noche y de la palabra. Obscenidades de la luz y del tiempo.

    Y as, la flor que fue grande y violenta se deshoja y el otoo es una torpe caricia que mutila el rostro

  • 60

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    amparo de mi nombre, vern que pertenezco a esa extraa familia de las metamorfosis transparentes, a ese orden inconcluso que se fija a un color como a la sal del mundo o que toma la forma de aquello que contiene, as sea una llave, as sea una ausencia. Basta que una palabra me atraviese de pronto lado a lado, sobre todo si es siempre, sobre todo si es nunca, o acaso, o demasiado, para que quede impresa como una quemadura hasta el subsuelo de mi anatoma. Porque as es mi sustancia: un animal oculto en la espesura, incorporando huellas, humaredas y soles a la hierba que pasa entre sus dientes. Yo devoro el paisaje, cada trozo de eternidad instantnea, con mi propio alimento. He copiado visiones que me son ms cercanas que mis ojos, imgenes ardientes como incrustaciones de vidrio en una llaga. Y no es por atesorar oscuros esplendores de mendiga tras avaros recuentos. Es por las comuniones del contagio, por vocacin de apego y de caricia aun frente a un adis, a un adis imposible, que me dejo invadir por cosas tan remotas como un pas en el que nunca estuve, que segn se me mire soy un tatuaje al rojo, un farol oscilando en un andn donde se queda envuelto por la niebla mi destino, una puerta entreabierta por la que se cuela una rfaga fra que me convierte en soplo, casi en nadie. Pero jams consigo estar completa; no logro aparecer de cuerpo entero. Y en qu consistir esta naturaleza inacabada que vira sin cesar hacia otros brillos, otras fronteras y otras permanencias? Cul podr ser mi reino en esta mezcla, bajo esta propensin inagotable que abarca mucho ms que las malezas, los plumajes cambiantes y las piedras?

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    Tal vez el reino de la unidad perdida entre unas sombras, el reino que me absorbe desde la nostalgia primera y el ltimo suspiro.

    Con el humo que no vuelve ,

    Yo te barr con una escoba negra, di vuelta tus pisadas para que cada paso te alejara de m, hice una sola hoguera con todas las maraas donde anid tu sombra y te tapi la casa con una piedra viva calentada en mi mano.

    No med tu poder contra estas inconsistentes envolturas tejidas solamente por la complicidad del resplandor y el aire. No calcul tu alcance de rata que abre un tnel desde un cubil de invierno hasta el rostro del da, que fue un creciente agujero en todas las ventanas.

    Acampaste a lo lejos con tu arsenal de tenebrosas ollas, fetiches de tierras muertas y tijeras, y esa tribu invisible alimentada con rata del infierno, y comenz el asedio, apenas como un pie que roza las fronteras de la espuma, casi como un perfume que avanza o como un canto; despus cerraste el cerco, y por qu no hasta trocar los sitios, hasta dejarme fuera? T eras la invasora cuyos ojos atraviesan los vidrios de la noche lo mismo que un diamante; yo, la guardiana ciega en su vigilia de ensimismada porcelana.

    Acorralaste mi alma, moldendome tres veces en la cera funesta: una con los estigmas de la separacin que traspasan las vendas desde el porvenir hasta el pasado; la segunda, con la nube interior que perpeta el desasimiento y la cada; la tercera, con esas incrustaciones de azabache que convocan las obsesiones y el pavor y que no se disuelven ni bajo el cido de la costumbre ni bajo el blsamo de ninguna fe.

    59

    Voy a regalarte digo. Nunca tendrs a quin regalar un pjaro dice el pjaro.

    Devocin

    Debajo de un rbol, frente a la casa, vease una mesa y sentadas a ella, la muerte y la nia tomaban el t. Una mueca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la nia la miraban ms que al crepsculo, a la vez que hablaban por encima de ella. Toma un poco de vino dijo la muerte. La nia dirigi una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que t. No veo que haya vino dijo. Es que no hay contest la muerte. Y por qu me dijo usted que haba? dijo. Nunca dije que hubiera sino que tomes dijo la muerte. Pues entonces ha cometido usted una incorreccin al ofrecrmelo respondi la nia muy enojada. Soy hurfana. Nadie se ocup de darme una educacin esmerada se disculp la muerte. La mueca abri los ojos.

  • 58

    ngeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazn de los cascos contra las arenas.

    (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

    (Es un hombre o una piedra o un rbol el que va a comenzar el canto...)

    Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravi en m su musicalidad y trepida con ms disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un pas extranjero).

    Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Cre que me haba muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

    No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. Tambin este poema es posible que sea una trampa, un escenario ms.

    Cuando el barco altern su ritmo y vacil en el agua violenta, me ergu como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para m que me llamo con tu voz. En dnde estoy? Estoy en un jardn.

    Hay un jardn.

    Nia en jardn

    Un claro en un jardn oscuro o un pequeo espacio de luz entre hojas negras. All estoy yo, duea de mis cuatro aos, seora de los pjaros celestes y de los pjaros rojos. Al ms hermoso le digo: Te voy a regalar a no s quin. Cmo sabes que le gustar ? dice.

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    Es como balancearse en el vaco, teida por tres veces con el color de la otra orilla. Confundiste mis pasos anudando la soga del destino a una catedral que se deshizo en polvo contra el acantilado, a una barca que hua encandilada por el sol de las vertiginosas islas, a una torre que anduvo entre tembladerales y que cay partida por el rayo. Y siempre, en todas partes, tus aliadas, esas merodeadoras de los muelles esperando el naufragio, las hijas de la serpiente derribando mi silla desde el rbol de la tentacin, la mujer con corona de lata profanando las ruinas.

    Y ahora dnde est la casa blanca con la franja ultramar que bebera el cielo inagotable en una copa del Mediterrneo? Molida con cal devoradora en tus morteros. Dnde los nios, cada uno con su clave secreta, deslizndose como una misteriosa constelacin sobre la hierba? Fundidos con las semillas de mi raza en tu crisol de hierro. Dnde, dnde la hora bienaventurada que rueda hasta el regazo ms indemne que un prisma capaz de recomponer toda la luz del inocente paraso? Fue la que hirvi mejor en tus negras marmitas.

    Trabaste con agujas de hielo mis palabras, mi nico talismn en las tinieblas, y extrajiste con hondas incisiones su forma y su color vaciando sus almendras y evaporando su sentido; a veces las dejaste entre puertas cerradas en laberintos insolubles que siempre desembocan en una cmara circular de aguas estancadas donde se disputaron sus despojos los extintos fulgores, los ecos y los vientos. En algn lado hiciste castillos de papel con mis fracasos.

    Me soltaste tus perros junto con la jaura innominada que hizo una madriguera de mis noches. Engendros de aquelarres incubados en las cocinas subterrneas,

  • 36

    alimaas surgidas del sueo de la razn en insomnes bestiarios, sabandijas fraguadas en el reverso de todas las tentaciones de los santos, probaron mis resortes hasta las ltimas alertas del acosado yo, hasta el chirrido de los engranajes que fijan las protectoras apariencias solamente hasta aqu, solamente hasta ahora, en esta incomprensible maquinaria del mundo.

    Se quebr el maleficio. Se rompi como un huevo, como una rama seca, como un anillo intil. Acaso sea poco lo que queda: la inquebrantable fe, el insistente amor, las ataduras con todo lo imposible y esta desesperada y prolija costumbre de probarme las almas, los vocablos y la muerte.

    Ahora planeas, lejos, con el humo que no vuelve. Visto desde tu lado ese pjaro negro es la victoria y vuela con tus alas.

    Con esta boca, en este mundo

    No te pronunciar jams, verbo sagrado, aunque me tia las encas de color azul, aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro, aunque derrame sobre mi corazn un caldero de estrellas y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ros. Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma, ese al que no es posible llegar desde ninguna lmpara, y no hay sombra que gue mi vuelo en el umbral, ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve donde slo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento. Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras. Hemos hablado demasiado del silencio, lo hemos condecorado lo mismo que a un viga en el arco final,

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    algo en m no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de m con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

    En el silencio mismo (no el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

    No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa intil de transcribir relaciones ardientes.

    A dnde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estril, a lo fragmentado.

    Las muecas desventuradas por mis antiguas manos de mueca, la desilusin al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el ro. Pero t, por qu te dejaste asesinar escuchando cuentos de lamos nevados?

    Yo quera que mis dedos de mueca penetraran en las teclas. Yo no quera rozar, como una araa, el teclado. Yo quera hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quera entrar en el teclado para entrar adentro de la msica para tener una patria. Pero la msica se mova, se apresuraba. Slo cuando un refrn reincida, alentaba en m la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estacin de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unin y fusin con el lugar. Pero el refrn era demasiado breve, de modo que yo no poda fundar una estacin pues no contaba ms que con un tren salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandon la msica y sus traiciones porque la msica estaba ms arriba o ms abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusin y del encuentro. (T que fuiste mi nica patria en dnde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

    Una noche en el circo recobr un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueos de dicha existir un coro de

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    jardn o tiempo donde su mirada silencio, silencio

    Naufragio inconcluso

    Este temporal a destiempo, estas rejas en las nias de mis ojos, esta pequea historia de amor que se cierra como un abanico que abierto mostraba a la bella alucinada: la ms desnuda del bosque en el silencio musical de los abrazos.

    Piedra fundamental

    No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

    Sus ojos eran la entrada del templo, para m, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo

    Un canto que atravieso como un tnel.

    Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinan terrores insolubles

    Una vibracin de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dnde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesin de m y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde m, conspira, toma posesin de mi terreno baldo, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada,

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    como si en l yaciera el esplendor despus de la cada, el triunfo del vocablo con la lengua cortada. Ah, no se trata de la cancin, tampoco del sollozo! He dicho ya lo amado y lo perdido, trab con cada slaba los bienes que ms tem perder. A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz meloda, retumban, se propagan como el trueno unas pocas monedas cadas de visiones o arrebatadas a la oscuridad. Nuestro largo combate fue tambin un combate a muerte con la muerte, poesa. Hemos ganado. Hemos perdido, porque cmo nombrar con esa boca, cmo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

    Cantata sombra

    Me encojo en mi guarida; me atrinchero en mis precarios bienes. Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena juventud por un huracn de fuego antes de convertirme en un bostezo en la boca del tiempo, me resisto a morir. S que ya no podr ser nunca la herona de un rapto fulminante, la bella protagonista de una fbula inmvil en torno de la columna milenaria labrada en un instante y hecha polvo por el azote del relmpago, la vctima invencible Ifigenia, Julieta o Margarita, la que no deja rastros para las embestidas de las capitulaciones y el fracaso, sino el recuerdo de una piel tirante como rfaga y un perfume de persistente despedida. Se acabaron tambin los aos que se medan por la rotacin de los encantamientos, esos que se acuaban con la imagen del futuro esplendor y en los que contemplbamos la muerte desde afuera, igual que a una invasora

  • 38

    prxima pero ajena, familiar pero extraa, puntual pero increble, la niebla que flua de otro reino borrndonos los ojos, las manos y los labios. Se agot tu prestigio junto con el error de la distancia. Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la mordedura de los aos. Ahora soy tu sede. Ests entronizada en alta silla entre mis propios huesos, ms desnuda que mi alma, que cualquier intemperie, y oficias el misterio separando las fibras de la perduracin y de la carne, como si me impartieran una mitad de ausencia por apremiante sacramento en nombre del largusimo reencuentro del final. Y no habr nada en este costado que me fuerce a quedarme? Nadie que se adelante a reclamar por m en nombre de otra historia inacabada? No digamos los pjaros, esos sobrevivientes que agraviarn hasta las ltimas migajas de mi silencio con su escndalo; no digamos el viento, que ser precipitar jadeando en los lugares que abandono como aspirado por la profanacin, si no por la nostalgia; pero al menos que me retenga el hombre a quien le faltar la mitad de su abrazo, ese que habr de interrogar a oscuras al sol que no me alumbre tropezando con los reticentes rincones a punto de mirarlo. Que proteste con l la hierba desvelada, que se rajen las piedras. O nada cambiar como si nunca hubiera estado? Las mismas ecuaciones sin resolver detrs de los colores, el mismo ardor helado en las estrellas, iguales frases de Babel y de arena? Y ni siquiera un claro entre la muchedumbre, ni una sombra de mi espesor por un instante, ni mi larga caricia sobre el polvo? Y bien, aunque no deje rastros, ni agujeros, ni pruebas, aun menos que un centavo de luna arrojado hasta el fondo de las aguas

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    Recuerdos de la pequea casa del canto

    Era azul como su mano en el instante de la muerte. Era su mano crispada, era el ltimo orgasmo. Era su pija parada como un pjaro que est por llover, parada para recibirla a ella, la muerte, la amante (o no) Ya no s hablar. Con quin? Nunca encontr un alma gemela. Nadie fue un sueo. Me dejaron con los sueos abiertos, con mi herida central abierta, con mi desgarradura. Me lamento; tengo derecho a hacerlo. Asimismo, desprecio a los que no se interesan por m. Mi slo deseo ha sido No lo dir. Hasta yo, o sobre todo yo, me traiciono. Como un nio de pecho he acallado mi alma. Ya no s hablar. Ya no puedo hablar. He desbaratado lo que me dieron, que era todo lo que tena. Y es otra vez la muerte. Se cierne sobre m, es mi nico horizonte. Nadie se parece a mi sueo. He sentido amor y lo maltrataron, s, a m que nunca haba querido. El amor ms profundo desaparecer para siempre. Qu podemos amar que no sea una sombra? Murieron ya los sueos sagrados de la infancia y la naturaleza tambin, la que amaba.

    Jardn o tiempo

    Es una muerta estacin cuando los lobos viven slo de viento y la vista de todos los grises es lo nico que rompe el silencio en el que yo vi mi sol oscurecerse

    Voces mas que, unas con silencios y otras con colores, me atormentan: diremos su nombre y no vendr; de cerca, de lejos, no responder

    Sers desolada y tu voz ser la fantasma que se arrastra por lo oscuro,

  • 54

    al alba luminosa. XVIII Flores amarillas constelan un crculo de tela azul. El agua tiembla llena de viento. XIX Deslumbramiento del da, pjaros amarillos en la maana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz

    El infierno musical

    Golpean con soles Nada se acopla con nada aqu Y de tanto animal muerto en el cementerio de huesos filosos de mi memoria Y de tantas monjas como cuervos que se precipitan a hurgar entre mis piernas La cantidad de fragmentos me desgarra Impuro dilogo Un proyectarse desesperado de la materia verbal Liberada de s misma Naufragando en s misma.

    Lazo mortal

    Palabras emitidas por un pensamiento a modo de tabla del nufrago. Hacer el amor adentro de nuestro abrazo signific una luz negra: la oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente apagada pero de algn modo ms viva que mil soles. El color del mausoleo infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos se abri en la salvaje habitacin. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El ritmo de los cuerpos cavaba un espacio de luz adentro de la luz

    39

    me resisto a morir. Me refugio en mis reducidas posesiones, me retraigo desde mis uas y mi piel. T escarbas mientras tanto en mis entraas tu cueva de raposa, me desplazas y ocupas mi lugar en este vertiginoso laberinto en que habito por cada deslizamiento tuyo un retroceso y por cada zarpazo algn soborno, como si cada reducto hubiera sido levantado en tu honor, como si yo no fuera ms que un desvaro de los ms bajos cielos o un dcil instrumento de la desobediencia que al final se castiga. Y habr estatuas de sal del otro lado?

  • 40

    Alejandra Pizarnik

    (Buenos Aires, 1939 - 1972) Poetisa argentina que escribi desde el inconsciente. Los ltimos aos de su vida estuvieron marcados por serias crisis depresivas que la llevaron a intentar suicidarse en varias ocasiones. Pas sus ltimos meses internada en un centro psiquitrico bonaerense; el 25 de septiembre de 1972 termin con su vida en una sobredosis de Seconal sdico.

    La obra de Alejandra Pizarnik se ubica entre las ms intensas y originales de la literatura argentina. Obra que no se reduce solo a un poemario de calidad excepcional, sino que abarca tambin la crtica literaria y una vasta correspondencia. El inters por el lenguaje, las palabras y su imposibilidad de definir la realidad son los ejes principales de su poesa.

    Alejandra encarn a fondo y hasta el final una poca de gran vitalidad, la de los aos sesenta, que fue rica en debates culturales, polticos y poticos de gran calibre. Es raro en nuestros tiempos encontrar una conciencia como la suya, tan persuadida del contacto de la belleza con lo tenebroso, no como una moda literaria sino como una propiedad de la vida misma. Tanto en cartas como en poesa, Alejandra realiza una operacin muy extraa en el espaol, lengua slida, sonora y solar en su sustancia prima, que con ella se vuelve un idioma vacilante y nocturno, frgil y misterioso, lleno de acechanzas y vislumbres, mucho ms sutil y profundo de lo que suele ser; tanteos y resistencias que ceden al paso de una voz nica e irrepetible. Es por esto que, an cuando mucho se la ha plagiado, lo que no puede plagirsele es la voz potica, que la seala como una poeta mayor de nuestro siglo. Ivonne Bordelois.

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    Cubre la memoria de tu cara con la mscara de la que sers y asusta a la nia que fuiste. VII La noche de los dos se dispers con la niebla. Es la estacin de los alimentos fros. VIII Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo beba, yo recuerdo. IX Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones. X Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Prpados cosidos. Me olvid. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro XI Al negro sol del silencio las palabras se doraban. XII Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aqu que tiembla. XIII An si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. Y qu deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo. XIV La noche tiene la forma de un grito de lobo. XV Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levant de mi cadver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de m, he ido hacia la que duerme en un pas al viento. XVI Mi cada sin fin a mi cada sin fin en donde nadie me aguard pues al mirar quien me aguardaba no vi otra cosa que a m misma. XVII Algo caa en el silencio. Mi ltima palabra fue yo pero me refera

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    No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcsimo canto florecer mi silencio gris.

    III La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no dir mi poema y yo he de decirlo. An si el poema (aqu, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.

    Las promesas de la msica

    Detrs de un muro blanco la variedad del arco iris. La mueca en su jaula est haciendo el otoo. Es el despertar de las ofrendas. Un jardn recin creado, un llanto detrs de la msica. Y que suene siempre, as nadie asistir al movimiento del nacimiento, a la mmica de las ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a esta silenciosa que tambin soy. Y que de m no quede ms que la alegra de quien pidi entrar y le fue concedido. Es la msica, es la muerte, lo que yo quise decir en noches variadas como los colores del bosque.

    I Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto. II Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pjaro del borde filoso de la noche. III Como una nia de tiza rosada en un muro muy vieja sbitamente borrada por la lluvia. IV Como cuando se abre una flor y revela el corazn que no tiene. V Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de m la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral. VI

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    El deseo de la palabra

    La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el clido roce de la muerte, un instante de xtasis para m, heredera de todo jardn prohibido.

    Pasos y voces del lado sombro del jardn. Risas en el interior de las paredes. No vayas a creer que estn vivos. No vayas a creer que no estn vivos. En cualquier momento la fisura en la pared y el sbito desbandarse de las nias que fui. Caen nias de papel de variados colores. Hablan los colores? Hablan las imgenes de papel? Solamente hablan las doradas y de esas no hay ninguna por aqu.

    Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba: Si no vino es porque no vino. Pregunto. A quin? Dice que pregunta, quiere saber a quin pregunta. Tu ya no hablas con nadie. Extranjera a muerte est murindose. Otro es el lenguaje de los agonizantes.

    He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi da, mi va. Pero contempla absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor crece ni crecer del milagro. A pan y agua toda la vida.

    En la cima de la alegra he declarado acerca de una msica jams oda. Y qu? Ojala pudiera vivir solamente en xtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis das y mis semanas, infundindole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.

    La palabra del deseo

    Esta espectral textura de la oscuridad, esta meloda en los huesos, este soplo de silencios diversos, este ir abajo por abajo, esta galera

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    oscura, oscura, este hundirse sin hundirse.

    Qu estoy haciendo? Est oscuro y quiero entrar. No s que ms decir. (Yo no quiero decir, yo quiero entrar.) El dolor en los huesos, el lenguaje roto a paladas, poco a poco reconstituir el diagrama de la irrealidad.

    Posesiones no tengo (esto es seguro; al fin algo seguro). Luego una meloda. Es una meloda plaidera, una luz lila, una inminencia sin destinatario. Veo la meloda. Presencia de una luz anaranjada. Sin tu mirada no voy a saber vivir, tambin esto es seguro. Te suscito, te resucito. Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa en casa preguntando si estaba.

    Paso desnuda con un cirio en la mano, castillo fro, jardn de las delicias. La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinnimo de un paisaje. La soledad sera esta meloda rota de mis frases.

    Salvacin

    Se fuga la isla Y la muchacha vuelve a escalar el viento y a descubrir la muerte del pjaro profeta Ahora es el fuego sometido Ahora es la carne la hoja la piedra perdidos en la fuente del tormento como el navegante en el horros de la civilizacin que purifica la cada de la noche Ahora La muchacha halla la mscara del infinito

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    esta ausencia que te bebe.

    Sombra de los das a venir

    Maana me vestirn con cenizas al alba, me llenarn la boca de flores. Aprender a dormir en la memoria de un muro, en la respiracin de un animal que suea.

    Figuras y silencios

    Manos crispadas me confinan al exilio. Aydame a no pedir ayuda. Me quieren anochecer, me van a morir. Aydame a no pedir ayuda.

    Fragmentos para dominar el silencio

    I Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a travs de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una nia densa de msica ancestral. Dnde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en m con su mscara de loba. La que no pudo ms e implor llamas y ardimos.

    II Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

    Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus mscaras aunque regresaran para sollozar entre flores.

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    y apacigua a las bestias del olvido.

    *

    los nufragos detrs de la sombra abrazaron a la que se suicid con el silencio de su sangre lo noche bebi vino y bail desnuda entre los huesos de la niebla

    Reconocimiento

    T haces el silencio de las lilas que aletean en mi tragedia del viento del corazn. T hiciste de mi vida un cuento para nios en donde naufragios y muertes son pretextos de ceremonias adorables

    Antes

    bosque musical

    los pjaros dibujaban en mis ojos pequeas jaulas

    Cuarto solo

    Si te atreves a sorprender la verdad de esta vieja pared; y sus fisuras, desgarraduras, formando rostros, esfinges, manos, clepsidras, seguramente vendr una presencia para tu sed, probablemente partir

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    y rompe el muro de la poesa.

    La de los ojos abiertos

    la vida juega en la plaza con el ser que nunca fui y aqu estoy baila pensamiento en la cuerda de mi sonrisa

    y todos dicen que esto pas y es va pasando va pasando mi corazn abre la ventana vida aqu estoy mi vida mi sola y aterida sangre percute en el mundo pero quiero saberme viva pero no quiero hablar de la muerte ni de sus extraas manos.

    Origen

    Hay que salvar al viento los pjaros queman el viento en los cabellos de la mujer solitaria que regresa de la naturaleza y teje tormentos Hay que salvar al viento

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    Cenizas

    La noche se astill en estrellas mirndome alucinada el aire arroja odio embellecido su rostro con msica. Pronto nos iremos Arcano sueo antepasado de mi sonrisa el mundo est demacrado y hay candado pero no llaves y hay pavor pero no lgrimas. Qu har conmigo? Porque a Ti te debo lo que soy Pero no tengo maana

    Porque a Ti te... La noche sufre.

    A la espera de la oscuridad

    Ese instante que no se olvida Tan vaco devuelto por las sombras Tan vaco rechazado por los relojes Ese pobre instante adoptado por mi ternura Desnudo desnudo de sangre de alas Sin ojos para recordar angustias de antao Sin labios para recoger el zumo de las violencias perdidas en el canto de los helados campanarios.

    Ampralo nia ciega de alma Ponle tus cabellos escarchados por el fuego Abrzalo pequea estatua de terror. Selale el mundo convulsionado a tus pies A tus pies donde mueren las golondrinas Tiritantes de pavor frente al futuro

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    12 no ms las dulces metamorfosis de una nia de seda sonmbula ahora en la cornisa de niebla su despertar de mano respirando de flor que se abre al viento

    13 explicar con palabras de este mundo que parti de m un barco llevndome.

    20 dice que no sabe del miedo de la muerte del amor dice que tiene miedo de la muerte del amor dice que el amor es muerte es miedo dice que la muerte es miedo es amor dice que no sabe

    22 en la noche un espejo para la pequea muerta un espejo de cenizas

    23 una mirada desde la alcantarilla puede ser una visin del mundo la rebelin consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos

    Caroline de Gunderode

    La mano de la enamorada del viento acaricia la cara del ausente. La alucinada con su huye de s misma con un cuchillo en la memoria. La que fue devorada por el espejo entra en un cofre de cenizas

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    o simplemente fue

    Cmo no me suicido frente a un espejo y desaparezco para reaparecer en el mar donde un gran barco esperara con las luces encendidas?

    Cmo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche?

    El principio ha dado a luz el final Todo continuar igual.

    Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque an no les ensearon que ya es demasiado tarde

    Seor Arroja los fretros de mi sangre

    Recuerdo mi niez cuando yo era una anciana Las flores moran en mis manos porque la danza salvaje de la alegra les destrua el corazn.

    Recuerdo las negras maanas de sol cuando era nia es decir ayer es decir hace siglos

    Seor La jaula se ha vuelto pjaro Qu har con el miedo.

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    Dile que los suspiros del mar Humedecen las nicas palabras Por las que vale vivir.

    Pero ese instante sudoroso de nada Acurrucado en la cueva del destino Sin manos para decir nunca Sin manos para regalar mariposas A los nios muertos.

    La danza inmvil

    Mensajeros en la noche anunciaron lo que no omos. Se busc debajo del aullido de la luz. Se quiso detener el avance de las manos enguantadas que estrangulaban a la inocencia. Y si se escondieron en la casa de mi sangre, cmo no me arrastro hasta el amado que muere detrs de mi ternura? Por qu no huyo y me persigo con cuchillos y me deliro? De muerte se ha tejido cada instante. Yo devoro la furia como un ngel idiota invadido de malezas que le impiden recordar el color del cielo. Pero ellos y yo sabemos que el cielo tiene el color de la infancia muerta.

    Exilio

    Esta mana de saberme ngel, sin edad, sin muerte en que vivirme, sin piedad por mi nombre ni por mis huesos que lloran vagando.

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    Y quin no tiene un amor? Y quin no goza entre amapolas? Y quin no posee un fuego, una muerte, un miedo, algo horrible, aunque fuere con plumas, aunque fuere con sonrisas? Siniestro delirio amar a una sombra. La sombra no muere. Y mi amor slo abraza a lo que fluye como lava del infierno: una logia callada, fantasmas en dulce ereccin, sacerdotes de espuma, y sobre todo ngeles, ngeles bellos como cuchillos que se elevan en la noche y devastan la esperanza.

    El miedo

    En el eco de mis muertes an hay miedo. Sabes t del miedo? S del miedo cuando digo mi nombre. Es el miedo, el miedo con sombrero negro escondiendo ratas en mi sangre, o el miedo con labio muertos bebiendo mis deseos. S. En el eco de mis muertes an hay miedo.

    El despertar

    Seor

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    La jaula se ha vuelto pjaro y se ha volado y mi corazn est loco porque alla a la muerte y sonre detrs del viento a mis delirios

    Que har con el miedo Que har con el miedo

    Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones quemasen palomas en mis ideas Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte ensea a vivir a los muertos

    Seor El aire me castiga el ser Detrs del aire hay monstruos que beben de mi sangre

    Es el desastre Es la hora del vaco no vaco Es el instante de poner cerrojo a los labios or a los condenados gritar contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada

    Seor tengo veinte aos

    Tambin mis ojos tienen veinte aos y sin embargo no dicen nada Seor He consumado mi vida en un instante La ltima inocencia estall Ahora es nunca o jams