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Recuerdos y poemas de Juan Ramón Mi último recuerdo ele Juan Ramón elata ele muchos años atrás, ele 1935, en un intermedio ele concierto en el teatro ele la Comedia ele .Maclricl, hablándome ele lo s poetas jóvenes ele la hora. Quince años antes había ido a visitarle por vez primera . Eran los días ele la primavera ele 1920. Y un flamante catedrá- tico por recientísima oposición, en víspera ele tomar posesión ele su cátedra en Soria y ele entablar desde allí misteriosa y fatal relación con otro gran poeta ele España, se presentó en casa ele Juan Ramón ele la mano ele un amigo intermedio, el poeta León Felipe. Cuatro horas duró aquella inolvidable audiencia. Hoy veo a Juan Ramón Jiménez como al poeta alto y sim- bólico. Alto en todos los sentidos ele la palabra por la ambición y pureza ele su designio poético y por el nivel excelso que ha conseguido para su obra. Simbólico también, que no es lo mismo que simbolista. De poeta simbo li sta algo tiene, al menos en una etapa de su obra, pero en el fondo y rigurosamente no lo es. Tampoco es simbólico en el sentido de poetizar por medio ele símbolos, como puede serlo, por ejemplo, Dante. O Goethe. Le llamo simbólico en su persona, en su posición frente al destino y al ejercicio poético. Juan Ramón Jiménez, que no es un poeta romántico, quiero decir un poeta ele la época y del movimiento románticos del siglo xrx , coincide con la fe ele los románticos en el destino, el deber y la significación del poeta. Su Obra, a la que él gustaba aludir escribiéndola en colectivo absoluto con

Recuerdos y poemas de Juan Ramón

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Recuerdos y poemas de Juan Ramón

Mi último recuerdo ele Juan Ramón elata ele muchos años atrás, ele 1935, en un intermedio ele concierto en el teatro ele la Comedia ele .Maclricl, hablándome ele los poetas jóvenes ele la hora. Quince años antes había ido a visitarle por vez primera. Eran los días ele la primavera ele 1920. Y un flamante catedrá­tico por recientísima oposición, en víspera ele tomar posesión ele

su cátedra en Soria y ele entablar desde allí misteriosa y fatal relación con otro gran poeta ele España, se presentó en casa ele Juan Ramón ele la mano ele un amigo intermedio, el poeta León Felipe. Cuatro horas duró aquella inolvidable audiencia .

Hoy veo a Juan Ramón Jiménez como al poeta alto y sim­bólico. Alto en todos los sentidos ele la palabra por la ambición y pureza ele su designio poético y por el nivel excelso que ha conseguido para su obra. Simbólico también, que no es lo mismo que simbolista. De poeta simbolista algo tiene, al menos en una etapa de su obra, pero en el fondo y rigurosamente no lo es. Tampoco es simbólico en el sentido de poetizar por medio ele símbolos, como puede serlo, por ejemplo, Dante. O Goethe. Le llamo simbólico en su persona, en su posición frente al destino y al ejercicio poético. Juan Ramón Jiménez, que no es un poeta romántico, quiero decir un poeta ele la época y del movimiento románticos del siglo xrx, coincide con la fe ele los románticos en el destino, el deber y la significación del poeta. Su Obra, a la que él gustaba aludir escribiéndola en colectivo absoluto con

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mayúscula, y no precisamente y sólo por orgullo de creador que se recrea en su creatura, sino por respeto a la dignidad de la obra poética universal; su obra, digo, viene a asumir en su con­cepto la totalidad ele la significación, de la esencia perdurable ele lo mejor humano. Obra poética y hombre vienen a coincidir como dos caras ele una moneda, y cuidar, mimar y pulir la pri­mera equivale a hacerse mejor a sí mismo en cuanto hombre y el hombre en cuanto poeta y a conseguir paralelamente el mis­mo proceso de enriquecimiento y espiritualización perfectiva en el lector innumerable y fiel, poeta tambjén él por boca ele su in­térprete el poeta profesional. Esto me parece lo más importante, y para que esto pudiese llegar a ser así, tuvo que mediar toda una vida ele consagración a la poesía del modo más exigente, sacrificado e implacable, arrostrando desde su ideal castillo o morada ele perfección, por él visto así, inviolable y justo, las acusaciones inevitables de egoísmo.

· Claro está que para lograr esta consideración de sus contem­poráneos no bastaba proponérselo sin fundamento suficiente, con lo cual sólo habría cosechado el ridículo, sino ser ele verdad poeta, y poeta ele la más alta y exigente calidad .

Verdad es que si hay algún ejemplo ele artista difícil ele ca­racterizar y de comprender en su extrema complejidad y que­bradiza delicadeza es el del poeta ele Eternidades y ele Be­lleza, dos títulos justos y ambiciosos de libros capitales suy.os. E l camino recorrido por el poeta es inmenso y sobre todo en sus r 5 primeros años las jornadas se suceden aceleradamente y cam­biantes con todos los colores del iris. Al mismo tiempo el hom­bre iba también transformándose, retrayéndose y haciéndose más susceptible y exigente consigo mismo y con los demás. Llegó a ser su palabra terrible y el epigrama ele sus labios atroz. Al lado de este despiadado talante, prodigaba la delicadeza de su trato y la· cortesía más finamente andaluza con la persona que fuese de su agrado, sobre todo con los nuevos llamados a la poesía y

con las mujeres, los niños y los hombres del pueblo. Pero con el tiempo, Juan Ramón fue dándose cuenta ele que

no sólo ele pan ni tampoco sólo de poesía vive el hombre, ni si­quiera el hombre poeta. Su poesía, que definí en una ocasión como una isla, o antiisla, como poesía ele palabras rodeada ele

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poesía de seres y cosas por todas partes, sin istmo umbilical que la atase a una referencia concreta de humanidad o realidad ele contraste, manantial o referencia, habría ele matizarse al correr de los años con apoyos, trazos de sombra, supuestos o manifies­tos de prosa corrosiva, caricatura, epístola, epigrama, andanada polémica y tambi én entrega súbita voluntariamente no evitada, a la ingenuidad del puro sentimiento.

Llegaría así - y lo vamos a ver comentando l)oemas suyos­a crear umi. poesía cargada de caridad y ele temblor humano, una poesía compatible con el ejercicio vital vario y no necesariamen­te poético. Tal evolución es normal eí1 el hombre y en el poeta. La apreciamos igualmente en don Miguel de Unamuno, que par­tió ele supuestos casi contrarios. Y ambos graneles poetas termi­nan entregándose en plena esfera ele sentimiento, en una poesía vuelta a la niñez. A nada se parecen más, no en la lengua ni ·en el sistenia expres ivo. sino en la disposición ele ánimo, en la luz sobrenatural que del alnia del hombre trasciende a la caridad del verso -fíjense bien que digo caridad, no calidad aunque también se sobreentiende la calidad- a nada se parecen más las poesías del nostálgico ele Moguer y ele su niñez, del hombre que ve re­vÍvir dentro de sí a su niño díos que fue un día y vuelve a ser en la fe, a nada se parecen más, me recuerdan más las poesías de Ji.wn Ramón, que a las poesías del abuelo Miguel. Lo que al poeta del romancero del destierro y del inmenso cancionero fue el descubrimi ento de la niñez eterna en sus nietos, eso mismo fue para el poeta sin hijos ni nietos y por lo mismo siempre en búsqueda de los niños, la reviviscencia ele su propia niñez.

Otro tarlto cabe decir ele su poesía amorosa. N o canta a la amada lo mismo el novio enamorado ele la novia y a través ele ella del amor y ele su misterio, que el homore que siente la ple­nitud del amor realizado y definitivamente encontrado y consa­gni.clo. Ni este último cantó en su día como va a cantar al sentir próxima la hora ele la despedida. con todo el amor y toda la vida fundidos en una última llamárada ele fuego casto y blanco.

No os extrañará ahora qÚe viendo yo así a Juan Ramón, ál Juan Ramón a quien yo he continuado siendo fiel toda mi vida, pues el á li smo hechizo que atesoraban para mí sus libros juve­niles en mi j uventucl . siguen guarclánclorne y enamorándome

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ahora aquéllos y sus maduros y sus últimos, no dudase en acep-- tar la invitación que en unión ele otros poetas ele toda España

recibí del alcalde de Moguer para rendir homenaje al moguere­ño universal con motivo del premio Nobel. Allá fuimos y pasa­mos tres días inolvidables ele maravilloso otoño andaluz y nos alegramos y entristecimos con las penas y esperanzas, duelos y triunfos, nostalgias y recuerdos del poeta ele "Platero" . Pues en el acto celebrado en el teatro ele H uelva yo hablé, como habla­ron otros queridos poetas españoles y poetas y ensayistas hispa­noamericanos, tales el colombiano Eduardo Carranza, pieclrace­lista, y el noble Jorge Mañach que recordó a Juan Ramón en su isla de Cuba.

Y ante la estupefacción ele mi s oyentes, a quienes me vi obli­gado a dar enseguida una explicación, yo empecé sobre poco más o menos diciendo que los poetas españoles más jóvenes que Juan Ramón confesábamos o debíamos confesar la siguiente ge­nealogía. Hemos tenido un abuelo, Miguel ele Unamuno. Un padre, Antonio Machado. Y una madre, Juan Ramón Jiménez. Y aclaré enseguida que si lo del abuelo no parecía necesitar ex­plicación, lo del padre se justificaba porque del padre debemos heredar conciencia, mentalidad, ejemplo ele conducta y equilibrio humano completo, y tal ha sido, en efecto, el legado que Antonio Machado nos deja. Mientras que ele la madre heredamos, reci­bimos, bebemos la lengua y con ella el sentimiento, la ilusión y la fe. Y esto es justamente lo que debemos a Juan Ramón. La lengua, porque él ha creado para nosotros, para todos los es­pañoles e hi spánicos, una nueva lengua en el seno ele la popular y culta colectiva recibida. N ingún otro poeta ni prosista ele nues­tro siglo ha inventado y refrescado y recreado hermosamente lengua como Juan Ramón. Y si el e la madre aprendemos a ha­blar, ele él hemos aprendido a hablar el hermoso castellano ac­tual. Y a sentir, a ensoñar, a creer, a tener fe en la poesía sobre todas las cosas. Cuando alguna vez flaquea nuestra fe, volvemos a leer a Juan Ramón como remedio infalib le para volver a sen­tir el contagio ele su fe y ele su ilusión creadora.

Mi propósito hoy era el ele comentar unos cuantos poemas ele las sucesivas épocas creadoras en la vida fecunda del altísimo poeta. Perdonaclme si me he demorado en exceso con estas me-

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dio confidencias personales, medio apreciaciones sintéticas ob­jetivas. Pero creo que entre tantas posibles repeticiones de lo que otros han dicho sobre todo en este año, siempre cabe un matiz personal, una vibración legítima cuando el que expone éstá también tocado de la fiebre poética a su manera. Y eso, en definitiva, es lo que importa. El estremecimiento individual den­tro de la vibración colectiva ante la onda poética excelsa.

Voy a empezar leyendo y comentando un soneto, desconocido hasta que la revista madrileña "Punta Europa", en el número dedicado a Juan Ramón con el triste motivo de su muerte, lo dio a conocer en unión ele otros poemas igualmente y más o menos totalmente inéditos. Es así :

OTRA ORACióN A LA VIRJEN MARíA

(En Lourcles, pensando en mi Virjen ele Montemayor.)

(e 011i0 yo qwiero más a mi madre que a mi padre, pienso a veces, sintiéndon·re 1nedieval, que la Virjen Jv!aría puede ser mi Diosa más que Jesús 1ni Dios. La Virjen mi Diosa y Jesús 1ni H en1wno.)

Mi alma quiso embriagarse del olor que tu flor de salud da al peregrino, y me inundaste el alma con el fino aliento delicioso ele tu flor.

Yo me lleg-ué hasta tí muerto ele amor, a que tú iluminaras mi camino, y ele tu corazón brotó un divino manatía! ele suavísimo fulgor.

Yo quisiera fundir mi pobre vida con tu mirar y en él siempre flotar . .. Al beso de esta clara despedida,

regada con el agua del llorar, ha entreabierto tu flor sobre mi herida para siempre tu gracia respirar.

La revista afiaclía esta nota: "Pocos días antes de su muerte, el poeta Juan Ramón Jiménez remitió a Moguer algunos ori­ginales inéditos. Próximamente la Casa Zenobia y Juan Ramón

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Jiménez y la Dirección General de Archivos y .Bibliotecas edi­tarán un libro titulado «Moguer», en el que se recogen estos originales." Pues bien, es indudable que esta "Otra oración" fue escrita en Francia. Por lo tanto, en IC)OI, fecha ele compo­sición ele "Rimas" , o todo lo más en 1902, cuando escribe las poesías francesas ele "Arias tristes". Es cuando Juan Ramón por motivos ele salud reside algún tiempo en el suroeste ele Fran­

cia. Y me parece indudable que no quiso entonces incluirlo en libro porque le parecía inferior, demasiado provinciano, ingenuo y católico, dentro del ambiente dominante ele su poesía. Sin em­bargo, lo llama "Otra oración a la Virj en María". Y, en efecto, aparte de alguna más posible inédita, ·en "Rimas" tenemos el romance "Solo" , que es una oración, al sentirse enfermo, a su Virgen pobre y bonita. la patrona de la aldea que se parece a mi niña. Esta devoción así, de la Virgen tal, la patrona, en este

caso la de Montemayor es muy española y sobre todo muy an­daluza. Pero lo que nos interesa en extremo no es que escribiese ese poema en su juventud, sino que lo conservase y quisiese pu­blicarlo, seguramente con muy leves retoques, nada menos que en ese año de 1958.

En cuanto a la explicación en prosa que sigue al título, tan íntima y en el mejor sentido de la palabra, tan graciosa con su heterodoxia tan popularmente católica, vale un perú. En esto de la tolerancia en cuestión de fe, suelen ser más exigentes los no creyentes que los católicos. El disparate teológico de Juan Ra­món está, sin embargo, sentido dentro ele la conformación es­piritual del católico y no tendría sentido ni posibilidad alguna en una confesión protestante ni, por supuesto, racionalista. Si

no fuera tema demasiado hondo y delicado para despacharlo en un minuto de digresión, confrontaríamos esta actitud ele nuestro poeta con la de Unamuno y· la de Antonio Machado. Siempre habría que volver a la niñez de. cada uno para explicarlo. Niñez devota y educación jesuítica en Juan Ramón, ambiente laico al menos del lado paterno en Machado, gran lector, . ya adulto, del Evangelio y ele la Biblia entera. Recordemos aquel estupendo poema en que se le olvidan las gafas cuando ya ha salido al cam­po con su Biblia. Niñez · fuertemente católica de U namuno.

Que el soneto está respetado en lo esencial, en el aron'la y

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en la dicción casi total, salta a la vista y es muy interesante subrayarlo como contraste con otras poesías de adolescencia en que ocurre todo lo contrario. A Juan Ramón le hubiera sido !'nuy fácil revivido a fondo, desmontarlo o, como él aseguraba. recordarlo ele memoria aunque hondamente cambiado. Pero no. El juego ele rimas atestigua la autenticidad del verso antiguo, primerizo. Y no hay que decir la entrega clevotísima del conte­nido. Probablemente en los tercetos hay novedades expresivas, el "fundir mi pobre vida con tu mirar" , el valor intransitivo del "ha entreabierto tu flor " y otros aún, pero el milagro de con­servar y aun de intensificar la humedad pirenaica y la emoción mariana, está respetado y logrado por completo.

Comentemos ahora otro poema ele "Jardines lejanos".

-No era nadie. El agua. - ¿Nadie? ¿Que no es nadie el agua? -No hay nadie. Es la flor. --¿No hay nadie? Pero ¿no es nadie la flor?

-No hay nadie. Era el viento. -¿ Nadie? ¿No es el viento nadie? -No hay nadie. Ilusión. -¿ No hay nadie?

¿Y no es nadie la ilusión?

Pero- ¿ele verdad es de "Jardines lejanos" y ele 1903-1904? En el libro impreso en 1904 no figura, ni siquiera bajo forma completamente cambiada, nada que pueda parecerse a estos ocho versos divinos. Más bien se puede creer que está escrito mucho después sobre un breve fragmento o borrador de aquel año. Tar­daremos en saberlo si es que llegamos a saberlo algún día. No obstante, conviene advertir que Juan Ramón cuando publica en sus antologías a partir de la de Nueva York poemas núevos, desconocidos, como pertenecientes a libros ya publicados sin ellos, no suele engañar al lector. Es verdad que en aquellos vo­lúmenes no están. Pero también lo es que existían ya entonces. Tengo prueba ele algún caso. He podido disfrutar un autógrafo con "Elegías" ele Juan Ramón, unas publicadas, otra inédita, y el autógrafo es anterior a la publicación de los tres tomos.

Sin embargo, en este caso nos resistimos a creer que el Juan Ramón tan juvenil de los "Jardines" haya sido capaz ele una

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síntesis tan rápida, con una técnica tan maravillosa, ele grada­ción de la idea y ele realización rítmica sencillamente genial, con

su constante síncopa, con sus "no, no" al final ele los versos, que casi nadie sabe recitar como hay que hacerlo, no cortando ni tampoco empalmando sin más, sino arrastrando levísimamente, clelicaclísimamente la vocal. Y tenemos otra vez la defensa del

sueño contra la realiclacl, único tema permanente, esencial de la poesía juanramoniana.

Música pura la ele este incomparable poema. Lástima que no tengamos ahora músicos como Schubert, Rugo Wolff, Mous­sorgsky, Debussy. Sólo ellos podrían comentar dignamente la música y la poesía honclísimas ele estos ocho octosílabos. En

ellos se demuestra que el lirismo más mágico se puede alcanzar con la máx ima desnudez. Por eso es tan poco probable que en

esta su forma - forma que es todo el poema- date ele r903. Y queda todavía la interpretación ele las voces. El diálogo puede suponer que habla una madre que quiere tranquilizar al niño. O una mujer a su amante. Pero también nos lo imaginamos en­

tre el hombre, escindido del poeta. E l poeta habla consigo mis­mo en cuanto simple hombre. Lo maravilloso es que se trata ele una canción ascensional y con todo no es más que un romance absolutamente en contra ele lo narrativo, romance dramático y

romántico como una evasión anhelante y entrecortada ele Schu­mann.

Presento ahora un ejemplo ele poema ele arte mayor. Ale­jandrino. Se encuentra en un libro, "Poemas mágicos y dolien­

tes", que representa bien ese momento de fastuosidad sensual y magistral en la poesía juanramoniana, ese momento ele que lue­go él abominaría más que ele ningún otro ele su hi storia. Y, sin embargo, con cuánta injusticia. Porque desdeñar la producción ele esos años sería empobrecer el tesoro con una merma a la que ni el mismo autor tiene derecho. Sobre todo, como cuando es el

caso que vamos a examinar, el acierto es total y la inspiración, no por objetiva y plástica y cromática, menos auténtica.

Es una ele las "Marinas ele ensueño" que constituyen una ele las más bellas secciones del libro. Lleva como lema la indicación

"Recuerdo ele Cervantes (La española inglesa)".

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RECUERDOS Y POEMAS DE JUAN RAMÓN

El puerto estaba lleno de gentes. Y el navío, como una aparición de nuevas primaveras, subía lentamente por el cristal del río, alegre y triste de canciones y banderas.

Regocijados y altos clarines ele fortuna, roncas trompetas, daban guerreras aureolas a un estandarte azul que plateaba la luna y a un pendón largo y negro que besaba las olas.

Lejos, entre la niebla, mecíanse en bonanza las perlas y diamantes del mágico tesoro, mientras entraba, abierto ele orgullo y ele esperanza, Marte galán, vestido de hierro, sangre y oro.

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Es una invención poética, recreando un recuerdo ele Cervan­tes, un pasaje ele la deliciosa novela ejemplar. El arribo ele un navío por el Támesis. El recuerdo no novelesco, sino poético, podría derivar ele Heredia el ele los "Trofeos", pero la vibrante sensibilidad y el refinamiento de gran pintor del siglo xx que

es ya el poeta pintor Juan Ramón Jiménez, evita todo parnasia­nismo ele museo. Es interesante ver hasta qué punto el poeta se ha hecho maestro objetivo y cómo domina la amplia nobleza del alejandrino, elástico, solemne y nada envarado en sus dedos. Con esta poesía y muchas otras de estos años, de 1903 a 1913, de­muestra Juan Ramón lo que hubiera podido hacer de haber sen­tido la vocación ele la poesía clásica e impresionista como ca­mino único o preferente, una poesía que se propone únicamen­te el cuadro suntuoso y perfecto ele elegante dibujo y colorido cálido. Notemos el desmayo y paradoja felicísima del verso cuar­to con su falsa cesura en la caída verleniana ele la preposición d e. Luego la sonoridad ele orquestales cobres con los adjetivos que acompañan a los clarines y el "daban guerreras aureolas" , en sinestesias boclelerianas y rubendarianas, pero con mayor del­gadez en Juan Ramón. Y ese estandarte y ese pendón ¿no re­cuerdan el soneto de Lope a la "Venida del inglés a Cádiz " , aquel que termina con el estupendo verso "sembrando las ban­deras por las olas"? Todavía hay otras sugestiones deliberadas o subconscientes que contribuyen a enriquecer los destellos poé­ticos ele las tres estrofas. Las palabras bonanza y n-iebla, em­pleadas lógicamente en su recto sentido ele nombres comunes,

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pero dichas por un poeta del suroeste andaluz ¿no evocan para cualquiera familiarizado con aquella tierra la Bonanza y la Nie­bla de la geografía? Sutiles reflejos inevitables. Es admirable la estampa del galán. Compárese con poemas de Manuel Machado en su "l\l[useo" y sobre todo el "hierro, sangre y oro" del final con "polvo, sudor y hierro el Cid cabalga". ¿Se acordaría o no Juan Ramón? Es lo mismo. Porque es no sólo de Manuel Ma­chado, sino muy de época ese ensartar los tres sustantivos o cuando menos dos. Como en la novela "Sangre y arena" de Blasco Ibáñez o en el libro toledano de Barrés.

Y ahora demos la fuente cervantina que el poeta confiesa y que es, más que un recuerdo, una presencia del texto delante. Juan Ramón · apenas hace más que glosar la admirable prosa, pero la disposición rítmica y las nuevas relaciones entre las pa­labras convierten la "marina" en algo totalmente nuevo.

"No quiso Ricareclo entrar en el puerto con muestras de alegría, por la muerte ele su general, y así mezcló las señales alegres con las tristes; unas veces sonaban clarines regocijados; otras, trompetas roncas; unas tocaban los atambores alegres y sobresaltadas armas, a quien con señas tristes y lamentables res­pondían los pífanos; de una en otra se veía un luengo estandarte de tafetán negro, cuyas puntas besaban el agua." Una larga lección de poética nos da Juan Ramón y desentrañarla nos lle­varía mucho tiempo, aunque sería, de cierto, utilísima para pe­netrar en el misterio del auténtico lenguaje ele la poesía.

* ·Al pasar el ecuador de su "Estío", Juan Ramón empieza a

descubrir el nuevo hemisfúio ele su poesía, · ya totalmente libre ele esquemas estróficos y ele ataduras ·realistas. Es un momento, unos años. riquísimos ele actividad y ele vida. El poeta se ena­mora y se casa. Y nuevos libros se le acumulan en número ver­daderamente impresionante por la fecundidad que suporie en labor ele tan ambiciosa altura. Varios ele estos ·libros no tiene tiempo de publicarlos entonces y sólo poco después nos da al­gunas n'luestras ele sus "Antolojías". Tal sucede con el libro "Pureza", que el poeta atribuye a 1912 . Elegimos para comen­tarla brevemeilte, una poesía.

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RECUERDOS Y POEMAS DE JUAN RAMÓN

LEVEDAD

(Ciudad e S)

El visillo, en la quietud augusta y el silencio de la tranquila madrugada, se mueve, dulce, al aire vago ...

¡ Instante hermoso que hermanas a los vivos con los muertos, que los confundes - no se sabe quién está muerto, ni quién vivo-en una misma inmensidad ele aliento ! ... Todo el mundo está muerto, o todo

vivo.-

y el aire vago ele la madrugada mueve el visillo blanco ele mi ventana abierta ...

- Parece este moverse del visillo la vida universal, todo el -aliento de la tierra, la fuerza que resta, sola, del ímpetu del astro, su ruido por su órbita celeste.-

y se mueve el visillo, al aire vago de la madrugada, blanco ...

-¡Plenitud ele lo mínimo, que llena el mundo, y fija el pensamiento inmenso en su vaguedad = hoja que cae, gota que brilla, olor que pasa ... -

y el visillo, azul ya ~u blancura - que ha pasado la noche mirando yo su vaguedad movida- , se mueve, dulce aún al aire vago.

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Comienza en Juan Ramón el verso libre. Hay el precedente ele Unamuno, pero es distinto . La flexibilidad , la unión resba-

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lada de verso a verso, la segura libertad ele nuestro poeta no se parece a la marcha abrupta del verso unamuniano. Sobre todo, ahora el ritmo obedece a la idea. Y por eso abundan los versos muy cortos, que no son mero capricho ele innovador, sino ex­presiones naturales ele una ansiedad secreta que medita, que tantea el vuelo del verso y el vuelo del visillo.

* * * Un poema ele "Piedra y Cielo".

Sí - dice el día-. N o -dice la noche-.

-¿Quién deshoja esta inmensa margarita ele oro, blanca y negra ?

¿Y cuándo, di, Señor ele lo increado, creerás que te queremos ?

Nada más. Seis versos que tal vez podrían ser cinco. Porque veamos el principio. Empieza por un verso ele siete sí labas, es decir, ele seis con acento en la sexta aguda, en el no. Queda así cortado a pico el verso, voluntariamente, para acentuar la opo­sición ele balanza con el sí inicial. E l sí y el no a los dos extre­mos y la negación rotunda más angustiosa y tremenda. Y explica el siguiente versillo "-dice la noche-". Pentasílabo que hay que recitar en voz baja en contraste con la vibrante fuerza del primero. Las consonantes interclental y africacla, la ce y la che, suavizan indeciblemente la emoción oscura, íntima que el poeta busca. Bien. Pero, si escuchamos recitar el poema sin tener de­lante el texto y si el recitante no advierte la intención rítmico­expresiva del poeta, se le adherirán los dos versos, y al dar pre­ferencia, como en buena lógica prosaica se impone, a la pausa después ele día, marcada por el punto, el no pasa a iniciar el se­gundo miembro después del acento en sexta, esto es, se funde todo en un hermoso endecasílabo italiano: "Sí -dice el día-. No -dice la noche-". Juan Ramón con su corte brusco ha querido acentuar la oposición y evitar el endecasílabo, pero en definitiva la eufonía ele los dos versos estriba en su posible in­tegración o separación a voluntad del recitador.

Sigue el ritmo del breve poema con la misma felicidad de

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adhesión a la más íntima intención del contenido. Y tenemos un grandioso endecasílabo -éste ya indubitable- en el "¿ Quién deshoja esta inmensa margarita ?" con la hondura dilatada del acento en la sílaba central ele la inmensa palabra "inmensa", para empalmar con un heptasí labo "de oro, blanca y negra ?", que es, por el contrario, apretado e íntimo en su brevedad. Y luego la conclusión en los dos versos finales, igualmente afortu­nados en su abierta e insistente fonética.

Pero, claro está, estas excelencias no se notarían si no fuera porque ele modo tan eficaz acompañan a la grandeza ele la idea y de las imágenes. Lo p rimero que se nos ocurre al ll egar al deshoje de la inmensa margarita es el recuerdo ele la deliciosa superstición ele enamorados que consulta al número ele los pé­talos, ya el sí y el no del amado, ya más complicadamente todo un abanico de matices intermedios entre ambos extremos. Pero luego vemos que Juan Ramón no alude a una margarita espa­cial, a una flor ele pétalos simultáneos, sino a una flor sucesiva en el ti empo, la margarita sublime de los días y las noches que el Señor va deshojando a lo largo del tiempo. Y de pronto el poema adquiere una emoción infi nita, verdaderamente cósmica. Porque se nos superponen las dos categorías, el espacio y el tiempo, y ya no sabemos cómo interpretar la imagen. No po­demos evitar el ver la margarita auténtica y tampoco el sentir la margarita metafórica en el sucederse ele días y noches. Y que el poeta lo ha sentido del mismo modo ambiguo nos lo va a ele­mostrar en otro poema que figura en su libro "Pureza":

NOCTURNO

¡Ancla, cielo, dime que sí ! E l cielo como una adolescente enamorada, dejándome su mano entre las mías, dice que sí y que no con sus estrellas.

-Y se sonríe y llora, mostrándome la espléndida hermosura ele la inseguridad.-

¿ Oh, qué duela, qué afán, qué insomnio, este no abandonar mi ilusión bella, este no querer más que esperar. loco.

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este no saber nada ele las rosas de la futura primavera; de este presente casi cierto!

¡ Y pasan noches, noches, noches, sin dormir yo, saliendo yo, desvelado, a ver el cielo verde de madrugada ; estático esperando el sí suyo a mi alma !

Muy beilo es también este poema, y nos s1rve para la recta interpretación del otro. Pero en el de "Piedra y cielo" la emo­ción culmina con una confesión ele fe, verdaderamente trascen­dente porque va unida a la caridad y a la esperanza. E l poeta es el que pregunta por su fe al "Señor de lo increado". Es él, el Señor, no el poeta, quien deshoja la inmensa margarita de sus días y de sus noches para consultarle si le queremos, si el Hom­bre le quiere. Maraviilosa, infantil humanización de Dios a quien se le atribuye un candor de enamorado. Y por supuesto profun­da esencialidad cristiana, de un alcance teológico incalculable en su ceñidísima brevedad y senciilez, desde el momento que im­plica los misterios de la Creación y ele la Redención expresados en una angelical síntesis poética.

* * * Un poema completamente opuesto al que acabamos de ana­

li zar, opuesto desde un punto de vista poético, sería el poema "Espacio", el con mucho más dilatado de cuantos escribió Juan Ramón. En v\Tashington, el 6 de agosto de 1943, escribe el poe­ta a Enrique Díez-Canedo una extensa carta, y en eila este pá­rrafo : "En la F lorida empecé a escribir otra vez en verso. An­tes, por Puerto Rico y Cuba, había escrito casi exclusivamente crítica y conferencias. U na madrugada, me encontré escribiendo unos romances y unas canciones que eran un retorno a mi pri­mera juventud, una inocencia última, un final lójico de mi últi­ma escritura sucesiva en España. La Florida es, como usted sabe, un arrecife absolutamente llano y, por lo tanto, su espacio at­mosférico es y se siente inmensamente inmenso. Pues en r 941, saliendo yo, casi nuevo, resucitado casi, del hospital ele la Uni­versidad ele Miami (adonde me llevó un médico de éstos de aquí,

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para quienes el enfermo es un número y lo consideran por vís­ceras aisladas). una embriaguez rapsódica, una fuga incontenible empezó a dictarme un poema ele espacio, en una sola intermina­ble estrofa ele verso libre mayor. Y al lado ele este poema y pa­ralelo a él, como me ocurre siempre, vino a mi lápiz un inter­minable párrafo en prosa, dictado por la estensión li sa ele la

Florida, y que es una escri tura ele t iempo, fusión memorial ele icleolojía y anécdota. sin orden cronolójico; como una t ira sin fin desliada hacia atrás en mi vida. Estos libros se titulan, el primero, «Espacio», el segundo «Tiempm>. y se subtitulan «E s­trofa» y «Párrafo»."

Aunque la composición inicial date ele aquella época, el poe­ma "Espacio" no quedó concluido hasta I954· L uego lo envió, ya unificado, ya completo, a la revista de Madrid "Poesía Es­pañola" con una dedicatoria "A Gerarclo Diego, que fue justo al situar , como críti co, el «Fragmento primero» ele este espacio

cuando se publicó, hace años, en Méjico. Con agradecimiento lírico por la constante honradez ele sus reacciones". Tal inespe­rada dedicación me conmovió y es natural que considere al in­menso poema, al libro (o libros) -ya vemos que así lo ll ama el propio poeta-- con un particular cariño.

Pero ello no creo que invalide ahora mi crítica, como tampoco cuando comenté la aparición ele aquel fragmento al querer llevar al poeta lejano un saludo y un deseo ele que se hiciese realidad la nostalgia en el destierro ele la patria íntima de su Moguer evocado tan intensamente, como uno ele los motivos principales del poema. Presenta en la última di sposición. la ele "Poesía E s­

l)añola", repetida en la "Tercera Antolo j ía", un asustante as­pecto ele mazacote en prosa sin puntos y aparte. Capricho poco

explicable del poeta, como no sea por ahuyentar al fi li steo y quedarse sólo con sus fieles. Q ui zá se le haya contagiado tam­bién algo del coetáneo "Párrafo" en prosa, pues en parte el "Espacio" es también " una fusión memorial ele icleolojía y anéc­dota", si bien elevada a alturas espectaculares por el vuelo ele una inspiración arrebatadora que nunca como en este poema ha­bía empujado tan huracanac\amente el verso de Juan Ramón. E n los casi dos mil versos del total poema - un poema sin asun­to; m1 auténtico poema lírico absoluto- tienen que notarse a lo

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largo de las transiciones bruscas o solapadas por las que se pasa de un color a otro y de una temperatura a otra fiebre, desmayos, ahogos y vértigos en que el lector se pierde, la brújula falla y ya no sabernos de momento dónde estamos. Pero esto puede ser una objeción para una mente lógica, no para un alma poética. Poéticamente, el poema se mantiene siempre con altanera ins­piración a través ele toda vici situd y navega siempre a incalcula­ble altura aunque ele cuando en cuando un bache nos sobresalte.

Y qué increíble riqueza de acentos, pasiones, misterios y ma­tices. Todo Juan Ramón, el sensual y el espiritual, están impli­cados, desenvueltos más bien, en la larga peripecia del poema. Y hasta la anécdota autobiográfica adquiere un relieve, que la acerada prosa del poeta no podía conseguir, contagiado también este aspecto reali sta del ambiente general ele ímpetu y ele libe­ración maravillosa en el clima dominante poético y exaltado.

El poema "Espacio" es el más vasto, el más extenso que jamás escribiera y con él JR parece desdecir su poética ele hacia r 920 en que sostenía que las únicas formas posibles ele la lírica y de la filosofía eran la canción breve y el aforismo y nos decía en conversación que El Quijote valdría exactamente lo mismo reducido a la octava parte ele sus dimensiones. Pues bien, en contacto, como él mismo confiesa luego, con la naturaleza y con la vida americana, siente como una embriaguez ele espacio y se lanza como a una especie ele diario intuitivo ele confesión ele errancia, como él diría, sin guía ninguna ; se lanza a un esplén­cliclo, maravilloso desahogo lírico que es el intento más grandioso que se ha hecho en la lírica española ele un poema sin asunto, ele un poema puramente lírico ele tan extrañas dimensiones que se acerca, como elij e, a los dos mil versos de arte mayor.

Por un capricho ele tantos como los que él abrazaba en un momento u otro ele sus proyectos y ele sus publicaciones termi­nó por publicar este poema como en prosa, en forma amazaco­tada, en apretados rectángulos ele letra no grande, tal como apa­reció completo en la revista "Poesía Española" ele Madrid .

E l que este poema me lo haya cleciicaclo a mí. no creo que me quite independencia para juzgarle como una ele las obras más importantes y como aquel poema ele JR en el cual gracias a este vuelo, gracias a este extraordinario vuelo alcanza cumbres ele

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ilusión, de entusiasmo lírico, ele pasión verdaderamente furiosa, en la que todo lo humano parece implicado y complicado. Y no solamente lo puramente lírico, el éxtasis último por la belleza que es el tema dominante ele toda la poesía ele JR, sino también la sátira, el epigrama certero, la parábola o sueño, como, por ejemplo, en el terrible episodio del cangrejo o del crítico. Todo ello exigiría un comentario que no es- ele este momento y sería muy interesante estudiar el ritmo que casi siempre, sin ninguna duela, se puede restablecer aislando los versos con su pausa final a través ele la prosa. Sobre todo el problema profundo que ahí plantea JR es el ele la existencia ele su conciencia como único dios posible, problema que después ha ele llegar a tratar ele ma­nera más sistemática, más concreta, más reposada en su libro "Dios deseado y desean te".

De este libro, voy a leer un poema, "Con la cruz del sur", que es uno ele los más bellos que ha escrito JR en los últi­mos años.

La cruz del sur se echa en una nube y me mira con ojos diamantinos mis ojos más profundos que el amor, con un amor de siempre conocida.

Estuvo, estuvo, estuvo en todo el cielo azul ele mi inmanencia ; eran sus cuatro ojos la conciencia limpia, la sucesiva solución ele una hermosura que me esperaba en la cometa, ya, que yo remontaba cuando niño.

Y yo he llegado, ya he llegado, en mi penúltima jornada ele ilusión del dios consciente ele mí y mío, a besarle los ojos, sus estrellas, con cuatro besos solos ele amor vivo; el primero, en los ojos ele su frente; el segundo, el tercero en los ojos ele sus manos, y el cuarto, en ese ojo de su pie ele alta sirena.

La cruz del sur me está velando en mi inocencia última, en mi volver al niñocliós que yo fui un día en mi Moguer ele España.

Y abajo, muy debajo ele mí, en tierra subiclísima, que llega a mi exactísirno ahondar,

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una madre callada ele boca me sustenta, como me sustentó en su falda vi va, cuando yo remontaba mis cometas blancas ; y siei1te ya conmigo todas las estrellas ele la recloncla, plena eternidad nocturna.

· De todos los poemas del libro, es éste quizá el más tierno, el rnás creyente porqtle está atado a la infancia. Pertenece ya a esa serie, última gloria y última dicha ele la poesía juanramo­niana, del niñocliós. ¿Por qué surgía en él esta creación del ni ­ñocliós? ¿ Porque él nació en vísperas ele Nochebuena se consi­deraba como un símbolo repetido del Niño ele Belén? Lo cierto es· que la Nochebuena le inspiró ·siempre; adolescente, joven, maduro; siempre hay poemas centrales· o alusivos a la N ochebue­na en sus libros en verso y prosa. Aquí el tema, el tema esencial es la· fe que se . consetva en el arca ele la niñez o en el regazo ma:ten1o, el motivo es la cruz del sur ·con su equivalencia en su forma ele cometa, que es su doble exactísimamente vistÓ ·en el cielo. Muchos años antes, un poeta de .quien JR no gustaba en­tonces aunque después pareció cambiar ele opinión respecto a él, Vicente Huiclobro, en su poema "Ecuatorial" se inspira tam­bién en la cruz del sur, llamándola "avión ele Cristo". Los cua­tro ojos de las cuatro estrellas ele la cruz del sur, sugieren a Juan Ramón clelicaclísimamente, aunque no lo cite, · las llagas ele Cristo. Los besos ele que habla, le recuerdan las tres cruces del persignarse ele sus devociones de niño. La . primera cruz en la frente, para que nos libre Dios ele los malos pensamientos; la segunda en la boca, porque nos libre Dios ele las malas palabras ; la tercera en el pecho, porque nos libre Dios ele los malos deseos.

E l ritmo es dulce, sinuoso, perfecto, con escapatorias a versos más largos como en el ele " limpia, la sucesiva solución ele una hermosura ... ". Se siente el poeta en esa su penúltima jornada ele ilusión del Dios consciente ele mí y mío. Y en cuanto al ojo cuarto, ese pie ele alta si rena que aparece como una inesperada evocación pagana. en realiclacl puede cristianizarse muy bien, pri ­mero porque el pez es símbolo ele Cristo y segundo porque los dos pies están clavados con el mismo clavo. Conmovedora es esta estrofa penúltima. No se puede decir nada más íntimo, más entregado, más puro. Pero lo más bello del P?ema no es esto

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Queda la última con expresiones tan solamente suyas, '-'en tierra subiclísima", "que llega a mi exaétísimo ahondar''. Flores y raí­ces, contrastes tan explotados en su poesía y, sin embargo, aquí tan inesperados y nuevos. Y después el recuerdo de su madre y ele su madre muerta y ele la tierra en que está enterrada, con su madre callada ele boca que le sustenta en su regazo materno, lo mi smo que le sustentaba: cuando jugaba á alzár las coinetas por el cielo. Inmelisidacl del cielo, certidumbre y promesa.

Muy distinto a este po-ema, es otro de carácter ontológico y horrible, apasionadamente humano y al mismo tiempo inhumano por su crueldad; un poema de un libro cuyo título es "Una co­lina meridiana", dd que' ha dado en la Tercera Antolojía algu­nas i'nue.Stras. El poema se llama Del fondo de la vida_ y está compuesto ·entre 1942 y Sb: ·

DEL FONDO DE LA ·viDA

En el pech·al, un sol sobre un espino, mío. Y mirándolo ¿yo?

Oasis de sequera vejeta! del mineral, en medio ele los ott:os (naturales y artificiales, todas las especies) · de üna especie diversa, y de oti·a especie que tú , muj er, y que yo, hombre; y que va a vivir menos, mucho menos que tú, m.ujer, si no lo mi ro.

Déjame que lo. mire yo, este espino (y lo oiga) de gri tan te sol fú l jido, fuego sofocant :: silencioso, - · que ha sacado del fondo ele la tierra · ese ser natural (tronco, hoja, espina) el e seca condición aguda: sin más anhelo ni cuidado que su color, su olor, su forma; y su sustancia, y su esencia (que es su vida y su conciencia). Una es¡misión di stinta, que en el" sol grita en silencio lo que yo oigo, oigo.

Déjame que lo mire y considere. Porque yo he sacado, diverso también. del fondo de la tierra ... mi forma. mi color. mi olor : v mi sustancia y mi esencia (que es mi. vida y t;li conciencia) '

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carne y hueso (con ojos indudables) sin más cuidado ni ansia que una palabra iluminada, que una palabra fuljiclente, que una palabra fogueante, una espresión distinta, que en el sol está gritando silenciosa ; que quizás algo o alguien oiga, oiga.

Y, hombre frente a espino, aquí estoy, con el sol (que no sé ele qué especie puedo ser, si un sol desierto me traspasa) un sol, un igual sol, sobre dos sueños.

Déjanos a los dos que nos miremos.

Este es uno ele los más impresionantes poemas ele JR, en que plantea el problema ontológico ele la existencia frente a fren­te del ser inocente, vegetal o mineral, frente al ser consciente humano que él trata ele igualar en una ·ósmosis mutua, en un doble trastueque ele sustancias y ele esencias "y que va a vivir mucho menos que tú , mujer, si no lo miro". Desafío entre el hombre y el ser ajeno -cruel en su inocencia- con alma irre­ductible. El poeta está en América, en un paisaje tórrido, seco, desolado. Orgullo del hombre. Entonces ¿el mundo se borra, desaparece, si el poeta no lo mira, si el hombre no lo mira? Todo el problema ele la objetividad ele la existencia aparece aquí plan­teado. Pero lo interesante no es la resonancia filosófica que pue­da tener respecto a la cliscuticla, por algunos negada, posición o idea fundamental ele pensamiento ele JRJ; lo interesante aquí es la tremenda, la que podríamos llamar paracló j icamente a la vez, humana e inhumana pasión que pone. El poema para mayor ani­mación está en monólogo acompañado ele, propuesto a la mujer. La técnica se ha complicado - ya desde el "Diario" cada vez más- con los paréntesis, incisos, viceversas rítmicos, síncopas, correspondencias próximas y lejanas. El poeta "oye" al espino, delirante en su frenesí ele vida. Tan pronto habla como hombre, tan pronto habla como espino, con todo lo hiriente del espino, ele la sequera vegetal terrible ele lo que tiene ele agresiva esta planta en el desierto bajo el ardiente sol meridiano. Y esto le lleva a un frenesí formidable que luego se repite también en al­gunos pasajes ele los más cálidos del poema Espacio, a un frene-

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sí formidable en lo fonético. Sonoridad furiosa, efes, fúljiclo, fue­go, sofocante, fondo. El poeta se confronta y considera con vo­luntaria calma el objeto. También él ha sacado -como el es­pino- del fondo de la tierra cuerpo, color, sustancia, esencia, conciencia, sólo con procurar la palabra. Y viene la progresión encarnizada con los neologismos j uanramonianos -fui j idente, fogueante-, a los que él acude espontáneamente, no por afán de llamar la atención del lector y ele presumir ele inventor, sino por una necesidad urgente, expresiva, que le lleva a desesperar del idioma y a inventárselo para sí mismo. última afirmación ele la dualidad del Ser. "Déjanos a los dos que nos miremos." Todo el poema es una exaltación del ser, un ensayo ele creación del ser por la palabra poética, al contraste de la conciencia propia con la evidencia material ajena.

Sería interesante comparar este poema con la poesía profun­damente ontológica ele Jorge Guillén. Jorge Guillén se ha plan­teado ele manera mucho más sistemática en buena parte ele sus poemas la misma tesis ele la existencia y ele la afirmación del ser inanimado frente al ser humano. Pero lo que en Guillén se re­suelve ele manera armoniosa, en forma ele cántico, con seguridad y triunfo , a JR le lleva a un esfuerzo verdaderamente titánico, obsesivo, desesperado, que es lo que da a este poema su tremen­da grandeza y su furia pasional.

Quiero terminar comentando dos últimos poemas ele JR. Uno ele ellos es del libro Ríos que se van, escrito en los últimos años, y es una cancioncilla ele las más bellas. Dice nada más que esto :

¿Sólo tú, más que Venus puedes ser estrella mía ele la tarde, estrella mía del amanecer?

Como los mejores poemas breves del tiempo ele Eternidades, este poema concentrado, bellísimo, elástico en su ritmo desnudo, luminoso, es una ele las más altas luces ele la poesía total ele JR. En él se resume toda la técnica y todo el espíritu ele una vida consagrada a la poesía y compartida con su estrella, Zenobia, con ese su "doble lucero vespertino y matutino". Venus, claro, es siempre la misma, no hay dos luceros. Así ella también, si fue lumbre en la juventud, lo es en la ancianidad, y si acarició atar-

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deceres, ahora, cuando ya se vislumbra el alba de una nueva y definitiva luz, ha de ser- también infalible, puntual, estt:ella mía del amanecer. Partiendo de una intuición elemental, común al pastor, al niño que estudia cosmografía, al hombre distraído o al poetá soñador se alcanza esa expresión felicísima que resume cielo, amor, vida efímera y vida eterna en cué(tro versillos in­mortales.

Y toma al niiio consigo -romance revivido del tiempo de Moguer:

Arbol, la madre. ele dios, con ramas ele cielo vivo, que un viento · ele eternidad mece con ritmo infinito.

El niño se echó a llorar y ·la madre lo ha cojiclo con ternura y lo ha entrañado, arrullándolo, en su sitio.

La madre toda, que siempre da un niñocliós con su niño, le acompaña ele cantar en su misterio divino. Es cielo lo que le mana, es una gloria ele limbo ele entraña lo que le echa encima a su niño chico.

Abre sus alas la madre y el niño ya está .mecido y rosado y aireado y sonríe al paraíso.

Y pues dios está en sus· ramas y ella canta con dios mismo, poco a poco sale dios y toma al. niño consigo.

Este romance lo envió ·él a la · r·evi sta malagueña C m-aco la, y

es un romance revivido -según él__:_ pero no sabemos ele ·nin­guna forma primitiva, no aparece nada en sus libros primeros que tei1ga la más remota semejanza con este romance. ¿N o será todo inventado, como el del Generalife? ¿Y simplemente revi­viendo no versos escritos. sino emociones ? En todo caso pode­mos ásegurar ·que el poema, con toda su ·belleza tan viva y' tan

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tierna, nace ahora totalmente. "La madre, árbol, árbol con alas, con ramas de cielo vivo." Se parte de un instante: el llanto del niño y su dormirse en el seno materno. El proceso lleva otro paralelo y milagroso que es una transposición al Paraíso y del niño humano al niñocliós. "La madre toda que siempre da un un niñocliós con su niño." He aquí una intuición universal y sobre todo cristiana, pero nunca expresada con tanta aventurada y divina sencillez. Es admirable ele sublimidad toda esta primera estrofa. M u y j uanramoniana. Después vienen, en contraste, dos versos humildes: "El niño se echó a llorar y la madre lo ha co­jiclo '', pero ele repente viene el tercero y el cuarto, muestras ele la difícil -y tan suya- retórica expresiva, esos participios y esos sustantivos que solamente se le ocurren a un JR en trance ele inspiración: "Y la madre lo ha cojiclo con ternura y lo ha entrañado arruilánclolo en su sitio". Más bella es todavía la si­guiente estrofilla: "La madre toda que siempre da un niñocliós con su niño, le acompaña ele cantar - una forma un poco arcaica llena ele encanto- le acompaña ele cantar en su misterio divino". Todo está resuelto en giro antiguo y nuevo a la vez. Pero aún el milagro más asombroso es el que logra JR e.n los cuatro ver­sos siguientes; no se ·puede decir de la maternidad y ele la crian­za más con procedimientos tan desnudos, tan sencillos:

Es cielo lo que le mana, es una gloria ele limbo ele entraña lo que le echa encima a su niño chico.

Todo aquí es oro puro, todo es emoción de idioma castellano, de ocho siglos· de castellano, desde este adjetivo "chico" insus­tituible que nos transporta a la Edad Media, tan tierno y tan sério, tan sin posible cursilería o sensibleda, todo es aquí una verdadera delicia ele la más tierna y pura emoción. La peligro­sidad del tema está esquivada a fuerza ele ternura honda y · de maestría increíble. A esta concentración sigue ele repente la ines­perada ampliación grandiosa ele la quinta cuarteta: que diviniza definitivamente el motivo :

"Abre sus alas la madre

- recordemos qlie al principio la había llamado "árbol de Dios"-

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"Abre sus alas la madre y el niño ya está mecido y rosado y aireado y sonr íe al Paraíso."

Una reunión, una academia ele sutiles poetas puestos a en­contrar una solución al tercer y cuarto verso, después de los dos primeros, ni por casualidad uno sólo hubiera acertado con estos participios, celestes ya : "y rosado y aireado y sonríe al Paraíso" .

Y finalmente queda todavía lo mejor : "Y pues Dios está en sus ramas y ella canta con dios mismo, poco a poco sale dios y toma al niño consigo". Superposición lograda de esta vida y la eterna, ele la madre y niño temporal y ele la Madre y Niño celestial. Todos estos dioses están escritos, según su costumbre ortográfica, con minúscula, pero es evidente que en el sentimien­to del poeta, el tercero, este que sale poco a poco es ya el Dios, el Dios definitivo, ya no hay ninguna ambigüedad con el niño­diós. ni con el d1:os d eseante y deseado. Es ya la afirmación final de la fe del poeta. por fidelidad poética a la niñez. Es ya el Dios corpóreo. cri stiano. Este poco a poco es Jo que le da propiamen­te toda la emoción del sueño, de la ternura,. de la infancia eterna y divina.

¿A qué nos recuerda este poema? A mí me recuerda a dos de los más grandes poetas españoles. Uno, que lo hubiera podi­do escribir y firmar , si en vez ele vivir en el siglo xvn hubiera vivido en el siglo xx, el angelical Lope de los versos divinos. Hay como un remoto recuerdo, como una emoción lopesca en todo el romance. Un Lope que viviera en nuestro siglo y nece­sitara la adjetivación. la elipsis, la libre ima~inación de la poesía nuestra, escribiría así. El otro es Miguel de Unamuno. Miguel de Unamuno escribió sobre todo en sus últimos años, del año 19~0 en adelante, admirables poesías también de niñez y de Na­vidad, y lo que le faltaba es haber sido tan exquisito artista, te­ner un oído tan delicado, tan fonéticamente primoroso como Juan Ramón Jiménez, para poder llegar a esta suprema transparencia y desnudez. Por lo demás la emoción' es también muy digna de él, pero en JR se alcanza con la más difícil sencillez la mayor belleza musical

GERARDO DIEGO.