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Historia y Grafía ISSN: 1405-0927 [email protected] Universidad Iberoamericana, Ciudad de México México Nava Murcia, Ricardo Deconstruyendo la historiografía: Edmundo O'Gorman y La invención de América Historia y Grafía, núm. 25, 2005, pp. 153-184 Universidad Iberoamericana, Ciudad de México Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922832006 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Historia y Grafía

ISSN: 1405-0927

[email protected]

Universidad Iberoamericana, Ciudad de

México

México

Nava Murcia, Ricardo

Deconstruyendo la historiografía: Edmundo O'Gorman y La invención de América

Historia y Grafía, núm. 25, 2005, pp. 153-184

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922832006

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Deconstruyendo la historiografía. Edmundo O’Gorman y... / 153 Historia y Grafía, UIA, núm. 25, 2005

ResumenEste trabajo pretende acercarse a la obra historiográfica La invención de América, del mexicano Edmundo O’Gorman, a partir de una estrategia de lectura particular: la deconstrucción, activada por el filósofo francés Jacques Derrida. Por tanto, el propósito aquí es doble: en primer lugar, emprender una discusión sobre la problemática de la lectura de los li-bros de historia, esto es, el análisis historiográfico; en segunda instancia, efectuar el examen de una obra historiográfica particular, La invención de América. El planteamiento teórico desarrollado en este ensayo postula lo siguiente: la deconstrucción, como diferir crítico de la hermenéutica, permite operar la lectura del texto bordeando el espacio de la escritura. En otras palabras, crea la posibilidad de leer la obra como una huella, una traza que sigue su propio juego de lecturas posibles, siempre marcadas por lo indecidible, en una diseminación de eso que se llama sentido. Al aplicar tal estrategia de lectura, La invención de América surge como un texto que contribuye, de manera crítica, a producir nuevos modos de comprender la historia, pues se trata de una historiografía cuya propuesta teórica resultó inédita en la segunda mitad del siglo xx y puso en cuestionamiento el interior mismo del sistema historiográfico moderno.

Deconstruyendo la historiografía: Edmundo O’Gorman y La invención de AméricaRicaRdo Nava MuRcia

Departamento de Historia/uia

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Deconstructing HistoriograpHy: eDmunDo o’gorman anD The Invention of AmericaThe purpose of this paper is to establish an approach to the historiographic work The Invention of America, written by Mexican historian Edmundo O´Gorman, starting from a strategy of particular reading: the deconstruction, activated by the French philosopher Jacques Derrida. Therefore the purpose of this paper is a double purpose. First, it proposes a discussion around the problem of the reading of History books, that is, of historiographic analysis. Secondly, it is addressed to the analysis of a special historiographic work, The Invention of America. The theoretical problem proposed postulates the fol-lowing: The deconstruction as a critical deferment of hermeneutics allows the operation of the reading of the text by traveling around the edges of the space of the writing. That is, it opens the possibility of reading the work as a footprint, a trace which follows its own game of possible readings, always marked by the unspeakable, in a dissemination of that which is called sense. From this strategy of reading, The Invention of America emerges as a textbook which contributes, critically, to the production of new modes of historical understand-ing. It is a historiography whose theoretical proposal had lain unpublished during the second half of the XX century, and which set into questioning the interior itself of the modern historiographic system.

Para Adriana, Ismene y Salvador

Lo que quiero subrayar es solamente que el paso más allá de la filosofía [y también de la historiografía] no consiste en volver la página de la filosofía (lo que equivale la mayoría de las veces a un mal filosofar), sino en continuar leyendo a los filósofos [a los historiadores] de un cierto modo.

Jacques Derrida

envío

l propósito de este artículo es doble. Su primera orientación se dirige a la problemática de la lectura de los libros de historia,

esto es, al análisis historiográfico. La segunda se encamina al análisis de una obra historiográfica particular, La invención de América, de

E

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Edmundo O’Gorman. ¿Por qué plantear como problema la lectura de los libros de historia, esto es, del análisis historiográfico? Porque la práctica del historiador tiene como resultado una escritura y, en tanto escritura, funciona como marca: es inestable, indeterminable y con grados de ilegibilidad. En tanto marca sin origen pleno, su sentido está a la deriva derivando. La invención de América es una historiografía que ejemplifica muy bien esta inestabilidad de la escritura de la historia.

En la primera orientación, demostraré que esta historiografía puede aparecer como una huella dentro de un sistema de diferen-cias, lo que hace evidentes sus contribuciones teóricas de mayor alcance, así como sus límites e inestabilidades, siempre abiertos a infinidad de lecturas. Se trata de señalar cómo también la escritura de la historia, al ser leída, se coloca como texto en juego con otros textos, resaltando las diferencias que permiten una diseminación de interpretaciones.

En la segunda orientación, La invención de América, al menos como la he leído, es un texto que contribuye, de manera crítica, a producir nuevos modos historiográficos de comprensión, del proyecto moderno y su futura realización, en donde la historia es aquello que tiene que ver con la vida misma. Es una historiografía cuya propuesta teórica resultó inédita en la segunda mitad del siglo xx, al poner en cuestionamiento y denunciar las fallas en el interior del sistema historiográfico moderno, y el carácter seguro y certero de la historia de América.

Preámbulo: Historia e Historiografía, un juego de espejos

Considero que la historia tiene un lugar en la sociedad moder-na, que estudia la cultura y que se pregunta por las condiciones de posibilidad de sus propios enunciados, produciendo un tipo de conocimiento específico.1 Por tanto, le corresponde a la historio-

1 Aquí sigo las observaciones de Guillermo Zermeño respecto a la elucidación del

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grafía validar esta función de la historia en la sociedad moderna de manera crítica. La deconstrucción permite esta operación como estrategia de lectura posible para los libros de historia. Para ello, la historiografía debe tomar las producciones historiográficas modernas como su objeto de estudio. Las producciones historio-gráficas contemporáneas son analizables como fragmentos de la cultura actual.

¿Cómo leer un libro de historia en un análisis historiográfico? Esta pregunta envía la cuestión hacia el ámbito de la interpre-tación, en donde surgen dos posibilidades: la hermenéutica y la deconstrucción.

Primera posibilidad. La comprensión hermenéutica de la historiografía radica principalmente en que la historiografía debe reconstruir cómo se escribió la historia en una época determinada, a partir de qué criterios de verdad y de validez. La validez se verifica en la reconstrucción del contexto socio-histórico y en las formas de escritura de la historia en una época determinada. La pregunta por la validez del conocimiento histórico en un contexto específico es la pregunta por su sentido y cómo éste puede ser actualizado. Es la cuestión del sentido lo que atraviesa a la hermenéutica como eje en la interpretación. La historiografía vista en términos hermenéuticos implica la decisión por el o los sentidos de un libro de historia. Una decisión a partir de la actualización de un texto. Se trataría de un sentido determinado, de un contexto saturado y total.

Segunda posibilidad. En este trabajo quiero oponer, a una lectura hermenéutica, una lectura deconstructiva, que permite el desvío, que posibilita un diferir crítico respecto de la hermenéuti-ca, lo que implica establecer una relación entre deconstrucción e historiografía. Se trata de un desplazamiento, de la historiografía

lugar de la historia en la modernidad: la historia y su relación con el presente. Guillermo Zermeño, “En busca del lugar de la historia en la modernidad”, Jorge A. González y Jesús Galindo Cáceres (comps.), Metodología y cultura, México, cnca,1994, p. 162.

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como operación hermenéutica de contextualización de una “obra” hacia el análisis deconstructivo de la escritura de una historia.2

Para explicar lo que hace la deconstrucción, considero pertinen-te recurrir a una distinción: la deconstrucción de la hermenéutica en general3 y particularmente algunos puntos de la de Hans-George Gadamer. ¿Qué estrategias de lectura puede poner en juego el his-toriador en el momento de realizar un análisis historiográfico? ¿Qué nos ofrece la deconstrucción para comprender textos de historia?

Diferir4 de la hermenéutica: deconstruyendo la historiografía

La deconstrucción anuncia la posibilidad de franquear el límite de la hermenéutica, que subordinó el texto y la escritura, en tanto marcas y materialidad, al sentido. La deconstrucción establece esos

2 Es una contradicción definir la deconstrucción, pues supondría estabilizar su sentido. Por lo mismo, se trata más bien de una estrategia. “Cuando he utilizado la palabra ‘deconstrucción’, rara vez, al principio muy rara vez, una o dos veces –y es aquí donde la paradoja de los destinatarios, que viene a transformar el mensaje, juega a fondo–, tenía la impresión de que era una palabra entre otras muchas, una palabra secundaria del texto, que iba a borrarse o a ocupar un lugar en el régimen en que no regiría nada. Para mí era una palabra en una cadena con muchas otras palabras como: huella, différance, y además en todo un trabajo que no se limita simplemente al léxico, si se quiere”. Jacques Derrida, L’oreille de l’autre. Textes et débats avec Jacques Derrida, pp. 117-9, cit. por Cristina de Peretti, Jacques Derrida. Texto y deconstrucción, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 166.3 Entendida, por supuesto, como una tradición filosófica que ha cambiado en su constitución histórica. Sólo tomaré algunos de los aspectos generales y relevantes de sus distintos momentos para elaborar la distinción con la deconstrucción.4 Diferir lo utilizo aquí tal como Derrida lo articula a partir de su precedente en Freud: diferir como discernibilidad, distinción, distancia, diastema, espacia-miento, y diferir como desvío, demora, reserva, temporización. No se trata en ningún momento de indicar que la deconstrucción supere a la hermenéutica, o de señalar que tal distinción legitime a la deconstrucción, ni de argumentar una imposibilidad de la tradición hermenéutica. La deconstrucción se traza sólo como un desvío, una demora, una puesta en reserva respecto a la hermenéutica. Para profundizar en esta noción puede verse el ensayo de Jacques Derrida, “La différance”, Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 39-62.

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límites trayendo al cuerpo y a la escritura a un primer plano. La deconstrucción radicaliza la experiencia y materialidad en la escri-tura y la lectura trayéndola al ámbito de la vivencia, desplazando la experiencia privilegiada del sentido, quebrándolo, diseminándolo. Ahora es necesario hacer algunas distinciones generales, y poste-riormente particulares.

Generales. En primer lugar, para Derrida, la hermenéutica se ha venido entendiendo como el desciframiento de un sentido res-guardado de un texto.5 Pretende la búsqueda de un hacer presente, en la inmediatez, la presencia de la voz, como un querer-decir, esto es como intención del hablante, como una verdad. Considera que éste es un concepto de verdad, unido al logos, al concepto de signo.6 En cambio, la deconstrucción comienza con una crítica al pensamiento metafísico del discurso occidental.

Para Derrida, la noción de escritura se entiende de otro modo. Partiendo de la lectura de Fedro de Platón,7 la escritura es un phármakon. Con esta palabra, Derrida deconstruye la noción

5 “Por hermenéutica he designado el desciframiento de un sentido o de una ver-dad resguardados en un texto. La he opuesto a la actividad transformadora de la interpretación.” Jacques Derrida, “La question du style”, varios autores, Nietzsche aujourd’hui, p. 291, cit. por Peretti, Jacques Derrida. Texto y..., op. cit., p. 151.6 Cabe señalar desde este momento que, si bien la hermenéutica de Gadamer adopta las problemáticas abiertas por el giro lingüístico, sigue conservando presu-puestos metafísicos en torno al problema de la comprensión de los textos, como lo son las nociones de presencia, desciframiento de un texto y legibilidad plena. “Para la óptica hermenéutica, en cambio, la comprensión de lo que dice el texto es lo único que interesa. El funcionamiento del lenguaje es una mera condición previa. [Aquí asume consecuencias del giro lingüístico]. El primer presupuesto consiste en que una manifestación sea audible o en que una fijación escrita pueda descifrarse, con el objeto de que sea posible la comprensión de lo dicho o escri-to. El texto ha de ser legible. [Aquí regresa a cierta metafísica de la presencia y develamiento de algo oculto].” Hans-Georg Gadamer, “Texto e interpretación”, Antonio Gómez Ramos (ed.), Diálogo y deconstrucción. Los límites del encuentro entre Gadamer y Derrida, Madrid, Cuaderno Gris, 1998, p. 26.7 Jacques Derrida, “La farmacia de Platón”, La diseminación, Madrid, Espiral-Fundamentos, 1997, p. 95.

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de escritura. El phármakon griego es ambiguo, significa cura y veneno al mismo tiempo.8 La escritura es desdeñada por Platón, ya que ayuda a recordar, pero no posibilita la auténtica memoria; la escritura es valorada sólo en cuanto inscripción en el alma o ley escrita en el corazón. En esta ambigüedad, la noción de escritura carga con valores binarios, como bueno-malo, debido a lo cual la voz es lo bueno y la escritura lo malo, un mal auxiliar, necesario, del habla. La escritura puede ser vida o muerte.9 Y si la escritura es el phármakon de la filosofía, del logos occidental, entonces no se puede decidir si es cura o veneno. La escritura es inestable. El punto clave radica en que la voz remite a la presencia y la escritura a la ausencia, de ahí que la hermenéutica en general, aun en sus intentos de ruptura con la noción de conciencia, regrese por un acto de fuerza a esa búsqueda del sentido, de la presencia plena; en una palabra, a la conciencia.10 Para la deconstrucción, al ser la escritura ausencia, entonces se deconstruye a sí misma, pues no se necesita la presencia del escritor ni del lector. La escritura es una marca, una huella, cuyos efectos van más allá del autor y del presente de su inscripción y sentido.

En segundo lugar, la deconstrucción es la posibilidad, en cuanto estrategia de lectura, de un diferir crítico de la hermenéutica, que acepta tanto una deuda como un duelo. La deconstrucción bordea siempre el espacio de la escritura. Como estrategia ha consistido en

8 Ibid., pp. 107, 144.9 Ibid., p. 156.10 Y esto a pesar de la insistencia de Gadamer en que la interpretación es más una posición de sentido que un hallazgo de sentido. (Y, como se verá más adelante, la noción de presencia es inherente a la noción de sentido). “¿Significa esto que la interpretación es una posición de sentido y no un hallazgo de sentido? [...] Sólo al plantearse el concepto de ‘interpretación’ se presenta el de ‘texto’ como algo central en la estructura de la lingüisticidad; lo propio del texto consiste en que sólo se presenta a la comprensión en el contexto de la interpretación, apareciendo a su luz como una realidad dada”. Gadamer, “Texto e interpreta-ción”, op. cit., p. 24.

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ser una palabra en cadena con otras más, como huella,11 différance,12

diseminación,13 y en la combinación de dos tácticas de desmontaje vinculadas con el trabajo sobre los bordes y los márgenes de la escritura. Esta primera táctica consiste en partir de la repetición de lo implícito en los conceptos fundadores o problemáticas origi-nales de un discurso, como, en el caso de Derrida, del filosófico; la segunda táctica estriba en salir fuera del texto y afirmar la ruptura y diferencias absolutas mediante su inserción en otros contextos o cadenas textuales.14 Una combinación de ambas tácticas trata de llevar los discursos hasta su propio límite, de tal forma que se observen sus desajustes, contradicciones o aporías mediante el desmontaje de las oposiciones de conceptos jerárquicos, pero no para privilegiar uno sobre otro, sino para hacer manifiesta su différance. Mientras tanto, por su parte, la hermenéutica, en su pretensión de universalidad, busca reducir las oposiciones, eliminar las parado-jas en busca de un sentido estable sujeto a su contexto histórico delimitable.

11 La noción habitual de la huella supone la idea de un original al que se refiere, del que es huella y que es hallado en la percepción. Su rasgo singular es la im-posibilidad de encontrar originales en su presencia inmediata. Cada huella es la huella de una huella hasta el infinito, por lo que no hay una huella originaria. Al tachar la idea misma de inicio, rompe con la concepción lineal de la tempo-ralidad, acaba con la lógica de la identidad, con la metafísica como un discurso teórico que privilegia el centro: la presencia. La huella no puede definirse, por tanto, ni en términos de presencia ni de ausencia. Peretti, Jacques Derrida. Texto y..., op. cit., p. 72.12 Todo signo como producto de la différance difiere, diferencia constantemente su sentido, su encuentro con el significado. Todo significado está en posición de significante al pertenecer a la cadena que forma el sistema de significación. Se logra liberar al concepto de significante del logos, como concepto de verdad o de significado primero y último. Ibid., pp. 76-7; Derrida, “La différance”, op. cit., pp. 48-53. 13 La característica de iterabilidad de todo signo (más abajo explico esto) implica la independencia de todo signo tanto de su contexto de producción como de su contexto semiótico, lo mismo que para el habla. Peretti, Jacques Derrida. Texto y..., op. cit., pp. 119-21.14 Ibid., p. 127.

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Tercero, la hermenéutica, al buscar un sentido perdido del texto para hacerlo presente como la presencia de la conciencia de quien habla, trata la escritura como representación de la voz y, por tanto, como una escritura limitada y subordinada. La hermenéutica tra-baja sobre el privilegio ontológico y semántico del texto. Es decir que todo signo debe remitirse a un contexto, ya que éste es el que esclarecerá su sentido como lo que alguien quiso decir, o como aquello que alguien comprendió desde su propio contexto en una actualización del mismo. Busca rescatar la estructura dialógica que se manifiesta en la comunicación entre presentes como comunica-ción de las conciencias.15 La hermenéutica subordina la escritura tratándola como mero vehículo de la comunicación del sentido y de la conciencia. Se trata de la comprensión como lectura que escucha a la voz, mediación en la que un sujeto se deja interpelar por el texto, cuya presencia está ahí para hacerse manifiesta.

La deconstrucción, desde la noción misma de escritura como différance, se presenta como iterable, esto es, que se repite en la

15 Respecto de esta estructura dialógica, puede verse el concepto de comprensión gadameriana a partir de una de las explicaciones que da precisamente del círculo hermenéutico y la historia efectual, en donde la comprensión se realiza en una tradición desde la cual se busca comprender la opinión del otro como tal, estable-ciendo una conversación. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método I, Salamanca, Sígueme, 1993, pp. 363-77. En otra parte, Gadamer señala que “En el diálogo escrito, por tanto, se requiere en el fondo la misma condición básica que rige el intercambio oral. Los dos interlocutores desean sinceramente entenderse. Siempre que se busca entendimiento hay buena voluntad”. Gadamer, “Texto e interpreta-ción”, op. cit., p. 27. Derrida lo objeta diciendo que, al apelar a la buena voluntad, se apela al deseo de consenso. Y pregunta: “¿No presupone, sin embargo, este axioma incondicional que la voluntad es la forma de dicha incondicionalidad, el recurso absoluto, la determinación última? ¿Qué es la voluntad si, como dice Kant, nada es absolutamente bueno salvo la buena voluntad? ¿No pertenecería dicha determinación última a lo que Heidegger llama, precisamente, la determinación del ser del ente como voluntad o como subjetividad voluntaria? ¿No pertenece ese discurso, en su propia necesidad, a una época, a la de la metafísica de la voluntad?” Jacques Derrida, “Las buenas voluntades de poder (Una respuesta a Hans-Georg Gadamer)”, Diálogo y deconstrucción. Los…, op. cit., p. 43.

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alteridad.16 La escritura para Derrida es reiterable más allá de la muerte del destinatario. Manifiesta la posibilidad de repetirse. Esta posibilidad es, a su vez, la de identificar las marcas implícitas en todo código, haciéndose una clave comunicable, transmisible, descifrable, repetible.

Para la deconstrucción, la escritura debe ser considerada por sí misma y no como sustituto que reproduce algo real y presente que está más allá de ella, o como mera transcripción del habla. Es una ruptura con la noción clásica de representación que implica la ausencia de una presencia originaria, que fractura así la autoridad del código como sistema finito de reglas (un signo escrito no se agota en el presente de su inscripción) y produce la destrucción radical de todo contexto (el conjunto de presencias que organizan el momento de su inscripción, el contexto denominado “real”, el ambiente y el horizonte de experiencia, la intención y, también, el contexto semiótico e interno,17 ya que la iterabilidad del signo permite que éste pueda sacarse de su cadena original e injertarse en otras), volviéndose éste algo indeterminado.18 Mientras la her-menéutica afirma una polisemia como explotación del contenido temático o semántico de las palabras, la diseminación no explota el horizonte semántico de las palabras, sino que lo hace estallar.19

16 Derrida, “Firma, acontecimiento, contexto”, Márgenes de la filosofía..., op. cit., pp. 356-7.17 “Ningún contexto es absolutamente saturable o saturante. Ningún contexto de-termina el sentido hasta la exhaustividad. No produce ni garantiza, pues, fronteras infranqueables, umbrales que ningún paso podría pasar”. Jacques Derrida, Aporías. Morir –esperarse (en) “los límites de la verdad”, Barcelona, Paidós, 1996, p. 26.18 “Todo signo lingüístico o no lingüístico, hablado o escrito en una unidad pequeña o grande, puede ser citado, puesto entre comillas; por ello puede rom-per con todo contexto dado, engendrar al infinito nuevos contextos, de manera absolutamente no saturable. Esto no supone que la marca valga fuera de contexto, sino al contrario, que no hay más que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto”. Ibid, pp. 361-2. 19 Lo hace estallar en tanto que se trata de producir infinidad de efectos semánticos, mientras que la polisemia implica la multiplicidad de sentidos ligados a un horizonte o contexto determinado, sea lingüístico, semiótico o de horizonte de comprensión.

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Ahora precisaré las distinciones particulares que corresponden a la especificidad tanto de la hermenéutica como de la deconstruc-ción. Pero conviene antes mencionar algunas de las objeciones formuladas a la deconstrucción.

Se le ha objetado a la deconstrucción su carácter intuitivo y asistemático, un tanto anarquista, como hija pródiga y descarriada del estructuralismo; su índole textualista, desentendida por com-pleto de los aspectos situacionales, contextuales e históricos del discurso; su excesiva fe en la escritura que, al afirmar la permanente indeterminación del sentido, termina por negar todo referente del texto. Se le juzga heredera del romanticismo, y se afirma que es una hermenéutica negativa o de la sospecha.20

Sin embargo, tanto la hermenéutica como la deconstrucción enfatizan en principio la diferencia entre pasado y presente, es decir la distancia histórica que media entre la lectura originaria, el sentido, y la lectura actual; la primera llega al sentido poniendo el énfasis en la contemporaneidad del texto en el momento de su actualización, mientras que la deconstrucción hace estallar la polisemia mante-niendo la radical diferencia entre pasado y presente, y presentando todo texto en su grado de ilegibilidad como indecidible. 21

Esto resulta más claro si se considera aquí la cuestión del con-texto. Derrida no se desentiende de éste. Según Manuel Asensi, la

20 Para más detalles puede verse el texto de César Nicolás, “Entre la deconstruc-ción”, Manuel Asensi (comp.), Teoría literaria y deconstrucción, Madrid, Arco Libros, 1990, pp. 307-38.21 Indecidibles porque apuntan a sentidos múltiples y contradictorios. En un texto reciente, Derrida afirma que la palabra indecidible se ha interpretado frecuente-mente como parálisis, duda, o neutralización de manera negativa, pero no es así: “Para mí, lo indecidible es la condición de la decisión, del acontecimiento, es evi-dente que si yo supiese y pudiese decidir de antemano que el otro es efectivamente el otro identificable, accesible al movimiento de mi deseo, si no hubiese siempre el riesgo de que el otro no estuviese ahí, de que yo me confunda de dirección, de que mi deseo no llegue a su destino, de que el movimiento amoroso que destino al otro se extravíe o no encuentre respuesta, si no hubiese ese riesgo marcado por la indecidibilidad, no habría deseo”. Jacques Derrida, ¡Palabra! Instantáneas filosóficas, Madrid, Trotta, 2001, p. 42.

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acusación hacia la hermenéutica de mantenerse en la metafísica, debido a la determinabilidad del contexto, no implica la negación de éste, sino tan sólo el reconocimiento de la imposibilidad de re-cuperarlo, objetivarlo y ponerlo plenamente sujeto a un análisis.22 Se trata de un mayor radicalismo en la interpretación respecto a la idea de situación, que en la hermenéutica de Gadamer. Y si bien, como señala Asensi, en esto es similar a la tesis de Gadamer, según la cual se hace historia desde la historia y no fuera de ella, éste termina planteando la continuidad entre el pasado y el presente. La deconstrucción al enfatizar la discontinuidad provoca una re- contextualización infinita. Con esto se podrá entender mejor ahora por qué el contexto, para la deconstrucción, no es saturable y sí indeterminado.

Otra distinción particular tiene que ver con la cuestión del sentido. Como se ha visto hasta aquí, al anclarlo a un referente externo, saturado y total, la hermenéutica quiere hacer de éste algo unívoco. Si bien la hermenéutica de Gadamer asume la im-posibilidad de una interpretación definitiva o transparente total, la noción de wirkungsgeschichte (historia efectual), siguiendo la sucesión de una serie de interpretaciones diferenciadas, continúa partiendo de las determinaciones históricas de los intérpretes, es decir del contexto.23 Se le confiere privilegio a la continuidad entre presente y pasado al hacer de la tradición algo estable y eludir las diferencias que actúan en ella. A mi juicio, confía demasiado en la relación de la obra con su autor y su contexto.24

22 Manuel Asensi, “Crítica límite/límite de la crítica”, Asensi (comp.), Teoría literaria y deconstrucción , op. cit., p. 72.23 Mauricio Ferraris, “Jacques Derrida. Deconstrucción y ciencias del espíritu”, Asensi (comp.), Teoría literaria y deconstrucción, op. cit., p. 350.24 Gadamer insiste: “Se impone, en este punto, una conclusión fundamental que es decisiva para la hermenéutica. El hecho de que la fijación escrita posea siempre esta característica [se refiere a la estructura dialógica, “situación dialogal”, como él afirma] tendrá consecuencias para la propia intención de la escritura. [...] Del mismo modo que el diálogo vivo persigue el entendimiento mediante la afirma-ción y la réplica, [...] la escritura, que no permite comunicar al lector la búsqueda

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De esta manera, para la deconstrucción los textos son in-conmensurables, ilegibles, no transparentes, diferenciados. Una sensación de extrañeza respecto a ellos atraviesa a esta estrategia de lectura. “No hay afuera del texto”, insiste Derrida: no hay lectura unívoca o fiel, o definitiva, ni lectura por actualizar; sólo hay différance.

¿Qué aporta la deconstrucción para leer libros de historia?¿Qué ofrece la deconstrucción para la comprensión de textos de historia? La deconstrucción permite observar el texto como una textura. En tanto tal, opera en un sistema de todas las diferencias, red de significaciones que remite a otros textos y se entrecruza con ellos, ininterrumpida e infinitamente, y no como un corpus finito de escritura, enmarcada en un libro o en sus márgenes. Quiebra, desde esta perspectiva, la noción de intertextualidad. Un laberinto textual que acaba con la autonomía del texto, con su supuesta ver-dad y su orden lineal, anulando también la garantía del autor.

A partir de esta noción de texto y escritura, la historiografía puede ser leída como interpretación de interpretaciones que pone atención a las fisuras del texto, que busca leer entre líneas y en los márgenes. Una lectura deconstructiva toma al texto y lo pone en juego con esta red de significación, donde los textos y sus cadenas diferenciales son leídos en sus discursos no centrales. Una nota al pie de página, un comentario de pasada; la identificación de contradic-ciones de términos que permiten que, en el discurso historiográfico,

y el hallazgo de las palabras, ha de abrir, de algún modo, en el propio texto un horizonte de interpretación y de comprensión que el lector debe llenar de con-tenido”. Gadamer, “Texto e interpretación”, op. cit., p. 28. Por su parte, Derrida objeta lo problemático que es apelar a un contexto de vivencia “en el diálogo vivo, en la experiencia viva del diálogo vivo”. Y plantea a Gadamer las siguientes preguntas: “¿Qué es un contexto, en este sentido, y qué es, en rigor, la ampliación de un contexto? [Y, si el diálogo y la comprensión han de darse determinada y absolutamente,] ¿Consiste en una ampliación continua o en una reestructuración discontinua?” Derrida, “Las buenas voluntades de...”, op. cit., p. 44.

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los nudos y límites del propio se topen, vía sus enunciados, con su indecidibilidad de hallar una verdad o un sentido.

La deconstrucción anuncia que el conocimiento histórico no tiene fundamento ni base en una conciencia, que es un juego infinito de espejos que ilustran la imposibilidad de hacer presente la presencia y la verdad de ser pensada como un concepto, consti-tuyéndose, ésta, en un indecidible.

Puntos de fuga: deconstruyendo La invención De américa

Contribución teórica ofrecida por La invención de AméricaComienzo por una cita: “Así fue como llegué a sospechar que la clave para resolver el problema de la aparición histórica de América estaba en considerar ese suceso como el resultado de una invención del pensamiento occidental y no ya como el de un descubrimiento meramente físico, realizado, además, por casualidad”.25

Una sospecha previa y un resultado interpretativo des-cubierto culminan con el planteamiento de una teoría. Con La invención de América, Edmundo O’Gorman ofrece una teoría historiográfica. La invención de América vislumbra en su trazo y en su observación del pasado un modo de tratar la historia inédita en la década de los años cincuenta en México. Es uno de los primeros trabajos históricos que plantean una perspectiva historiográfica como investigación del pasado para el tema de la historia de América y, en general, que acotan los límites de la historiografía mexica- na al enfrentarla con la posibilidad de ser reflexiva y de aceptar la implicación del historiador en lo que investiga. Sus planteamientos bordean perspectivas y modos de tratamiento críticos de la com-prensión histórica moderna.

En contraste, la historiografía sobre América por lo común había venido escribiendo que ésta apareció a los europeos como el resultado de un descubrimiento, realizado como producto de

25 Edmundo O’Gorman, La invención de América, México, fce, 1977, p. 9.

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una intención, o bien como producto de una casualidad; a partir del supuesto providencialista o, bien, a partir de un idealismo histórico y un positivismo, como a menudo lo señala O’Gorman. Así se había venido definiendo la historiografia sobre América. Se construía un espacio historiográfico, un espacio legible, seguro, una narrativa estandarizada universalmente aceptada. Esta narrativa historiográfica a la cual se opone la propuesta teórica de O’Gorman se fue colocando en lo que podría llamar aquí una narrativa de los grandes descubrimientos, construida principalmente por el siglo xix.26 Esta narrativa forma parte del gran relato historiográfico moderno mexicano y americano. De esta manera, la narrativa de los grandes descubrimientos, en el interior del discurso histórico, contribuye a consolidar relaciones de identidad, a fundarse en un origen pleno y a proyectar a la nación hacia su modernidad y progreso.

O’Gorman abre un debate historiográfico en la crítica que realiza y, al mismo tiempo, se inscribe dentro de la misma his-toriografía que cuestiona; va, en cierto modo, contra sí mismo: también construye una narrativa historiográfica moderna que conforma identidad, ciudadanía y nación, en función del progre-so y el futuro abierto como horizonte de llegada; inéditamente,

26 Por narrativa de los grandes descubrimientos entiendo un singular colectivo propio del régimen moderno de historicidad que busca dar cuenta de todo logro humano encaminado a producir civilización y progreso. Esta narrativa puede insertar-se en el interior de la misma historiografía moderna, la cual, particularmente en el siglo xix, busca marcar la diferencia con ese pasado rechazado (medieval o colonial). El futuro, en tanto que progreso, es el fin, y a éste se llega a partir de los grandes descubrimientos. Concretamente, esta narrativa es un tema propio de la historiografía moderna en general. Como ejemplo se puede evocar aquí el título México a través de los siglos, como testimonio de la Gran Marcha hacia el progreso, como ruptura con la tradición, con lo viejo, y como puesta en relieve de los grandes descubrimientos. Otro elemento que considero importante para definir esta narrativa en el interior de la historiografía en general es el de que está ligada a la constitución de los Estados-nación modernos, que son los más interesados en construir relatos de civilización, progreso y grandes logros como fundamentos de la identidad, el orden y la libertad.

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y con perspectiva crítica, por supuesto. Situado y condicionado este discurso histórico, La invención de América es también una construcción narrativa de la Nación, de una nación que no encaja en las interpretaciones historiográficas tradicionales, de un proyecto de nación sustentado en una historia auténtica como posibilidad de un verdadero ser.

Con todo esto, O’Gorman pone énfasis en la realización de un posible gesto por parte de la historiografía mexicana: reflexionar sobre su propio quehacer frente a una crisis generalizada, esta-bleciendo los límites de aquello de que da cuenta: la historia de América.

Disección, deconstrucción, sentidoEsta amplia obra constituida por una cadena de signos diferen-ciados, en su interior y su exterior (es decir todos los textos de O’Gorman anteriores y las críticas y comentarios sobre ellos), que abarca cientos de páginas,27 culmina con la historización del horizonte cultural propio del siglo xvi, tomado como contexto y asumido como total, para hacer depender de él la argumentación posterior: el proceso de la invención y las afirmaciones de la úl-tima parte, que constituyen el sentido estable de esta historia de América.

Se observará que todo el sentido del proyecto que culmina con La invención de América se funda en un capítulo de menos de 20 pá-ginas cuyos significantes teóricos se irán desarrollando por tejidos. Se observará que este capítulo tan corto presupone una cierta lectura de un cierto Heidegger. Esta obra se propone como posibilidad estable de pensar el sentido del ser de América y la universaliza-ción de la cultura de Occidente. Al ver que la reconstrucción de contexto y presupuesto teórico implica una serie de construccio-

27 Tomo como resultado lo que O’Gorman decidió establecer como cierre, co-mo versión definitiva del sentido de su interpretación de la historia de América: la versión de La invención de América de 1977.

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nes problemáticas como horizonte cultural y ser de América como cosa en sí, y al considerar que la idea de representación implícita recorre también toda la obra, llego a algunos planteamientos de lectura: ¿qué lectura de Heidegger pudo hacer O’Gorman? ¿Pensar América como una invención de la cultura occidental se relacio-na con la totalidad histórica construida por O’Gorman? ¿Queda determinado el sentido estable del ser de América? ¿Se agota esta significación en su historicidad, es decir, se agota el sentido del ser de América a partir de ese contexto, y lo que O’Gorman propone como representación del mundo occidental?

En Crisis y porvenir de la ciencia histórica,28 Edmundo O’Gorman comienza el proyecto de su historia sobre la historiografía de Amé-rica. Leído desde este tiempo presente, se podría pensar como la referencia originaria de La invención de América. Eso sería como creer que este libro es el antecedente teórico o la causa misma de un efecto discursivo posterior. Aquí, no consideraré este texto como el presupuesto teórico originario, sino, antes bien, sólo como uno de los hilos de un amplio tejido que compone la producción historiográfica de O’Gorman. Siendo sólo hilo, me permite leer sesgadamente la propuesta teórica historiográfica de este historia-dor. El sesgo consistirá, entonces, en leer La invención de América de una cierta manera, esto es, haciéndola depender de uno de sus presupuestos. Así, dicho texto correría como uno de los ejes que atraviesa la obra posterior de O’Gorman para hacerle decir sólo algunas cosas, para hacerle ver sólo algunos desajustes en una de las cadenas de signos en las que se puede leer. Ello significa que, en adelante, dichos desajustes sólo pueden comprenderse en relación con la obra anterior, aunque puede haber otros, según la cadena que se siga, pues no habría en ningún modo texto originario.

Crisis y porvenir de la ciencia histórica. Leído como un título, enuncia un síntoma de la ciencia histórica y ofrece un diagnóstico

28 Edmundo O’Gorman, Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, Imprenta Universitaria, 1947.

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para cerrar con el tratamiento propuesto. Leído como el enunciado de una tesis principal del libro, parece ser la conclusión y posibilidad de un futuro no acontecido. Si hubiera que leer como sustantivos por lo menos las dos primeras palabras, designarían, más que un síntoma y un tratamiento, dos objetos en los cuales reflexionar.

La noción de crisis (krisiõ) en la ciencia histórica, es decir, en el interior de una práctica, una disciplina y una escritura, podría connotar una separación. La pregunta sería: ¿de qué está separada? Si uno se remite a krisiõ como distinción, podría significar que esta situación de la ciencia histórica está en la posibilidad de observarse a sí misma. krisiõ puede significar un disentimiento, y por supuesto que si algo deja ver este texto es precisamente el desacuerdo de este historiador respecto a la situación que guarda la ciencia histórica en México en la primera mitad del siglo xx. krisiõ también remite a una disputa. En tal sentido, este texto es precisamente lo que abre, lo que marca, lo que despliega en el interior de la propia disciplina. Se disputa por la ciencia histórica, por lo que ella padece, sufre, en fin, por su propia situación. Como juicio o resolución, krisiõ remite al desenlace, resultado, lo cual implicará que este título ya ofrezca un veredicto sobre aquello que trata, cerrando el sentido y la discusión de lo que habrá de ser leído. krisiõ también lleva el tono de una sentencia o condenación. Sumada al juicio, al veredicto, la condena es enunciada desde el comienzo y la purga puede consistir en aquello que está por venir. Incluso, la misma noción de krisiõ puede remitir a la interpretación de un sueño, lo que haría que este libro fuese la profecía formulada como sentencia a la ciencia histórica. La jurídica podría insistir en más significantes: acusación, proceso, derecho, justicia, castigo, tribunal de justicia. En fin, la cadena de significantes puede hacerse tan grande como múltiples sean los manuales o diccionarios disponibles para indagar sobre esa palabra. Me quedaré sólo con este significante: krisiõ también remi-te a una elección, a una decisión. En lenguaje médico, al momento de decir cómo actuar ante una enfermedad. Y este significante se encadena a la siguiente palabra: porvenir.

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Porvenir, por-venir, por venir de la ciencia histórica. Remite a una espera, la espera que es segura según el trazo de un proyecto. Por-venir, aquello que viene, que se hace presente en la espera. Leído de una cierta manera, podría decir que la ciencia histórica, la auténtica o la verdadera, está por venir.

La invención de América es precedida, pues, por una situación: el momento de una decisión por el por-venir, por venir o por el porvenir de la ciencia histórica, lo que viene o es ya futuro no acontecido hecho presente. El momento constituye el instante que debiera mantenerse indecidible y que, sin embargo, decide por el verdadero por-venir. La seguridad del sentido del verdadero ser americano, del sentido de una auténtica historia de América. La krisiõ de la ciencia histórica acusada por O’Gorman permite que convoque a Martin Heidegger.

Ser y Tiempo aparece como constitutivo de un procedimiento y de ese por-venir de la historia. Como procedimiento tiene en cuenta que cuando se pone en cuestión el ser exige un modo particular de ser mostrado, que se distingue esencialmente del descubrimiento del ente.29 Se trata del giro fenomenológico tomado de Husserl, que consiste en ir a las cosas mismas, proporcionado por las investiga-ciones lógicas. Ser y Tiempo constituye el primer momento de una ontología fenomenológica: lo que se muestra tal como se muestra desde sí mismo, que se deja ver desde sí mismo.30 Para Heidegger, el ente se comprende como aparición que se manifiesta en el logos, lo que hace patente ese ir a las cosas mismas. Para O’Gorman, se trata de la pregunta por el ser de la historia y, posteriormente, por el ser de América, en donde lo interrogado es el ente mismo.

Esta hermenéutica del Dasein puede leerse de varias formas según el planteamiento de Waldenfels. Una primera, como una transformación-distorsión de la fenomenología de la conciencia,

29 Martin Heidegger, Ser y Tiempo, trad. de Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Universitaria, 2001, p. 29.30 Bernhard Waldenfels, De Husserl a Derrida. Introducción a la fenomenología, Barcelona, Paidós, 1996, p. 59.

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es decir como fenomenología trascendental. Una segunda, como interpretación temporal de la existencia, a partir del estado yecto31 y caída. Una tercera, para el discurso como revelación de un sentido.32 La revelación de un sentido es la lectura que realiza O’Gorman.

José Gaos ha traducido la palabra Dasein como “ser-ahí”, impo-niéndole, a mi juicio, una antropologización de la cual Heidegger, en su Carta sobre el humanismo, intenta distanciarse. Como indica Rivera, Dasein literalmente es existencia;33 Heidegger usa el término para indicar al ser humano, en tanto que está abierto a sí mismo, al mundo y a los demás. Esta traducción permite una des-antro-pologización del pensamiento del Heidegger de Ser y Tiempo, lo que lleva a leer Dasein como un estar-en-el-mundo y no como un ser-en-el mundo. Sin embargo, en la línea de Gaos, es en la revelación de un sentido como, para O’Gorman, el Dasein resulta capaz de dejar que las cosas mismas se muestren por sí mismas.

Para Edmundo O’Gorman, el por-venir de la historia no sería posible sin la pregunta por su ser mismo. Conforme al mismo procedimiento de Heidegger ante la pregunta por el ser, se funda en la necesidad de responder a partir de una destrucción de la ciencia histórica:

Alcanzar la tradición endurecida, y deshacerse de los encubrimien-tos producidos por ella. Esta tarea es lo que comprendemos como la destrucción hecha al hilo de la pregunta por el ser, del contenido tradicional de la ontología antigua, en busca de las experiencias originarias en las que se alcanzaron las primeras determinaciones del ser, que serán en adelante las decisivas.34

31 En el sentido de arrojado, según Heidegger.32 Ibid., p. 61.33 Jorge Eduardo Rivera, “Notas a la traducción”, Heidegger, Ser y Tiempo, op. cit., p. 30.34 Ibid., p. 46.

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Edmundo O’Gorman aclara, desde las primeras páginas de Crisis y porvenir de la ciencia histórica, la manera en que se debe comenzar a discutir la pregunta respecto al acontecer del ser americano.35 Hay que empezar, dice, por “desfundarla, exhibiendo sus bases y presupuestos, [...] examinar los orígenes, los prejuicios y las verdades recibidas. En una palabra, hacer cuestión expresa de la historia de la historia”.36 O’Gorman escribe y enuncia, en su pro-pia traducción, dicha operación como un desfundar. Heidegger busca la transparencia histórica del ser; O’Gorman, la exhibición de las bases y presupuestos de la historia de la historia. Se trata de la búsqueda de un origen pleno. Heidegger habla de sacar a la luz los encubrimientos producidos en el fondo de la capa de la tradición recibida. O’Gorman, de descubrir las bases de las verdades recibi-das. La densa, amplia y compleja escritura filosófica de Heidegger no es considerada por O’Gorman, como es obvio, debido a cierta contemporaneidad con éste. Ser y Tiempo constituye el vínculo más estrecho de La invención de América. De ahí que, así como Heidegger desarrolla su pensamiento para revelar los fundamentos del ser, O’Gorman busca descubrir los fundamentos de la historia de la historia para llegar a los fundamentos, a la esencia misma del ser de América.

En el hilo de este pensamiento, la historia constituye la vía de acceso al mundo vivo de los muertos, porque se trata de un pasado que implica al ser humano, que lo constituye y que lo afecta. Si el título de krisiõ se lee como la posibilidad de la ciencia histórica de observarse a sí misma, se puede entender cómo, para este historia-dor, todo enunciado histórico es una interpretación que no exige una explicación sino una comprensión. De ahí que la propuesta de este historiador pueda enunciarse, quizá, como la operación de historizar los mismos enunciados históricos tal como se entregan. Si la historiografía es la mediación con la realidad del pasado, sólo

35 O’Gorman, Crisis y porvenir de la…, op. cit., p. vii.36 Ibid., p. 9.

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se puede llegar a él a partir del conocimiento histórico. El cono-cimiento histórico implica al sujeto que lo produce y los métodos de aquél están ligados a los propósitos de éste.

O’Gorman hace de su krisiõ, su juicio, el instante de una deci-sión. Se ubica como krithJõ (juez). Es el papel del crítikoJõ (crítico). Debido a Ranke, la historia se codificó en términos de sustancia y naturaleza, de tal modo que el pasado dejó de tener influencia sobre la vida y se abrió así la posibilidad de que la imparcialidad fuera pensada. Podría leerse también como una sustitución de la historia maestra de vida, debido a la cual el ser humano está implicado por su pasado, por un pasado que lo afecta, no moral, sino existencialmente. Para O’Gorman, la imparcialidad supuesta que ha dejado a la historia en crisis se funda en un a priori: en la historia se preferirá lo abstracto sobre lo concreto, lo cuantitativo sobre lo cualitativo, lo congruente sobre lo contradictorio, y la creencia de que el pasado no puede tener ninguna influencia sobre la vida.37 O’Gorman comprende la krisiõ a partir de oposiciones jerárquicas, lo que evidencia cómo se inscribe en una ontología y en una metafísica de la presencia. Si el título krisiõ se lee como un desenlace, entonces O’Gorman decide esta krisiõ como la di-solución de la relación sujeto-objeto y como la liquidación de la historiografía tradicional. El por-venir viene como la superación. “Interesarnos por el ser de la realidad, tal como la descubrimos desde nuestra existencia, fundando así la verdad”.38

Este por-venir que funda la verdad constituye la inserción del discurso de este historiador en la historiografía moderna a plenitud. Es la introducción del proyecto histórico auténtico como proyecto humanista. “El porvenir, no el futuro de las humanidades, está donde debe estar: en el hombre. [...] En lo ontológico está la aven-tura humanista del porvenir”.39 Y, si el ser es ser para la muerte,

37 Ibid., pp. 57-73.38 Ibid., p. 86.39 Ibid., p. 88.

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el límite de la historiografía, su caducidad está implicada por ser parte ya del hombre y, en consecuencia, constituirse como una interpretación. De este modo, O’Gorman construye el porvenir por la única vía congruente y posible con la pregunta heideggeriana respecto al ser: el historicismo.

La comprensión historicista de la historia es una manera del ser humano. O’Gorman no la considera una doctrina. Se trata de una comprensión necesaria, y por ello mismo conlleva una pre-suposición de universalidad. Es un modo del existir humano. Por tanto, la historia como modo de existir del ser humano encarna los anhelos de verdad.40

Ese anhelo de verdad no es para este historiador un anhelo de verdad absoluta, pues ello implicaría la aporía racionalista que condujo a los supuestos de la historiografía cientificista. Se trata, por el contrario, de una verdad que, más que relativista, se desplaza del pensamiento que ha cosificado al pasado hacia el terreno del ser en sí del pasado.

Como consecuencia de esta perspectiva historicista, el pasado resulta algo que ya no es extraño, sino homogéneo y propio del ser nuestro. La comprensión del pasado se vuelve, así, un acto de entendimiento de lo homogéneo, y no de lo heterogéneo. El historicismo, por tanto, es el abandono del uso del pasado para poder, en cambio, comprenderlo como parte constitutiva de la estructura de la vida humana.

La destrucción de los fundamentos de la historiografía tradi-cional no implica para O’Gorman, que se la haga morir. Traza sus límites en tanto ciencia y modo del conocimiento del pasado. La historia constituye sólo la posibilidad de no ser ya lo que es.41 El hombre no es su ciencia, sino la posibilidad de ser. Lo por-venir se vuelve a insinuar en este pensamiento de la historia como exis-tencia humana. El porvenir se ha vuelto la posibilidad por venir

40 Ibid., p. 105.41 Ibid., p. 112.

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auténtica del ser y del ser auténtico de América. Para O’Gorman, nuestra época deja de ser una etapa cualquiera para convertirse en la propia, única y auténtica, pues no cabe ninguna comparación. El por-venir es, pues, la posibilidad abierta a la existencia humana, en donde el pasado existe en la vida misma.

La invención de América, en tanto atribución de sentido, podría ser sólo un intersticio entre lo que permanece de una filosofía de la conciencia y lo que se asoma de una filosofía del lenguaje; entre lo que queda de una metafísica de la presencia y lo que asoma, al igual que en Heidegger, de su destrucción. La oposición que O’Gorman establece como resultado es una krisiõ, el instante de la decisión por venir. El hombre, ser histórico, está frente a una decisión: la de elegir una historiografía inauténtica, naturalista –modo de ocultamiento de la posibilidad de llegar a conocer es-peculativamente la historia, que encubre a la existencia humana su historia y la priva así de su conciencia histórica–, o una historiogra-fía auténtica, en adelante nombrada por O’Gorman historiología, que, como una ciencia histórica por-venir, es un modo de descubrir el pasado, creando su propia inteligibilidad o su ser. La auténtica verdad histórica.

Dejaré ahora al Heidegger de Ser y Tiempo, para tomar la madeja por otro hilo, que permitirá abordar esas 20 páginas de La invención de América donde descansa toda la construcción del sentido y la argumentación posteriores de su recorrido.

Cuando el epígrafe se dislocaUn epígrafe anuncia todo el argumento, juega a inferir el sentido total de un futuro: la lectura por realizar ya está condicionada. Un epígrafe funciona como una cita, sentencia o intertexto que antecede a un capítulo, obra o texto. Resume los presupuestos del texto, anticipa su orientación general. Pero hace aun más, pues resulta del todo inestable al poder ser un otro texto; de ahí que sea mejor decir que juega. Juega a hacer leer la obra, proponiendo una manera correcta de leerla, juega a ser la lente y, como en todo

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juego, poco se percata el lector de la argucia o ardid que desplie-ga. El epígrafe juega con el lector porque le produce el efecto de un sentido estable, un sentido total. Juega a ser determinación de un por-venir del sentido.

Un epígrafe que podría leerse como la síntesis de todo lo que O’Gorman construyó como presupuesto años antes con sus trabajos previos. También podría leerse como el motivo inaugural de toda la empresa y argumentación correspondiente a la obra. De hecho, puede leerse como el fundamento y condición de posibilidad enunciado como autoridad y fuente que determina todo el desarrollo posterior. Se trata del epígrafe referido a Heidegger, aunque a un Heidegger posterior a los desarrollos de Crisis y porvenir de la ciencia histórica. Referencia a una obra que no se había traducido y que sirve como marco conceptual para la propuesta de La invención. Epígrafe que aparece en ambas ediciones: en la primera, precede a la parte inicial, “La invención geográfica”; en la segunda, antecede a la tercera parte, “El proceso de la invención de América”. Helo aquí: “Sólo lo que se idea es lo que se ve; mas lo que se idea es lo que se inventa” (Martin Heidegger, Aus der Erfahrung des Denkens, 1954).42

Cita atribuida a Heidegger,43 referida a un conjunto de poemas-aforismos intitulados De la experiencia del pensar, o bien Desde la experiencia del pensar. Poemas-aforismos que dan cuenta de una de las tareas principales del Dasein: el pensar.

42 Edmundo O’Gorman, La invención de América. El universalismo de la cultura de Occidente, México, fce, 1957, p. 19.43 Insistiré, por el momento, en que se trata de una atribución, pues en el texto original alemán, Aus der Erfahrung des Denkens (GA 13, Klosterman, Frankfurt), dicha cita no aparece. Se dispone de una traducción al español realizada por Ramón Barce (versión de la cual me serviré en adelante para todas las referencias a este texto), cuyo sentido está decidido como aforismos, escritos numérica y lineal-mente, esto es, sin seguir el formato poético que tiene el original, y que no incluye la traducción de 13 de los poemas. (“Desde la experiencia del pensar”, en Palos de la crítica, s.f.) En esta traducción, tampoco aparece la cita referida por O’Gorman. Debo la observación de que se trata de poemas y el acceso a la traducción a, Ángel Xolocotzi, quien amablemente hizo el favor de proporcionármela.

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Una lectura hermenéutica implicaría situar el epígrafe en el in-terior de su texto, para elaborar la pregunta sobre el sentido. “Sólo lo que se idea” implica que lo que se piensa es lo que se ve, pues, en otro poema-aforismo, Heidegger señala que “el ánimo para pensar proviene de la exigencia del ser”.44 El lenguaje produce la realidad, es decir lo que se ve. De ahí que lo que se piensa es lo que se inventa. “Todo el valor del ánimo es la resonancia de la exigencia del ser, que reúne nuestro pensar en el espejo del mundo.” 45 De esta manera, se podría decir que una invención no es más que el resultado de un reflejo de espejo. Una lectura así produce el efecto de que O’Gorman se mantuvo “fiel” al contexto de referencia del epígrafe.

Pero, ¿qué sucede en el momento en que cita este epígrafe en la primera edición como motivo inaugural de todo su trabajo? ¿Por qué en la segunda edición el epígrafe se cita hasta la tercera parte, y después de haber reconstruido el horizonte cultural? En la primera edición juega a atribuir el sentido general de la obra, a fundamentarla en su totalidad. El lector estará en suspenso para saber qué es lo que se ha ideado como América, para, posterior-mente, comprender el proceso de invención de América como una atribución de sentido. En la segunda edición, el efecto es aún más fuerte; ya no buscará determinar toda la obra, pues, luego de haber reconstruido el horizonte cultural, al lector le quedará claro que este horizonte es lo que se ha ideado para ver, y por lo tanto lo que produce la invención de América. Enunciados como el siguiente producen este efecto de sentido: “ni las cosas, ni los sucesos son algo en sí mismos, sino que su ser depende del sentido que se les conceda dentro del marco de referencia de la imagen que se tenga acerca de la realidad en ese momento”.46 Sin explicar lo que entiende por imagen de la realidad, la ofrece como campo de significación donde sucede el proceso de invención. Para él

44 Idem.45 Idem.46 O’Gorman, La invención de América, op. cit., p. 57.

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esta imagen no es resultado de un acto arbitrario o erróneo, sino del esfuerzo que el hombre de Occidente había desplegado para comprenderse en el mundo y entender su lugar en el cosmos.

El reconstructor de contextos ha operado una descontextuali-zación de la cita para hacerla jugar como fundamento. El epígrafe juega a ser el fundamento del título de un libro (La invención de América), de un capítulo (1ª ed., “La invención geográfica”), de una prueba y de una argumentación (2ª ed., “El proceso de la in-vención de América”). Juega a decir que lo que se llama América es el resultado de una idea, de un pensamiento de lo que, desde esa experiencia del pensar, será visto: Occidente.

Si consideramos la segunda edición, gracias a la reconstruc-ción del contexto realizada en 20 páginas, base argumentativa y empírica de la obra, el epígrafe juega como un sentido de carácter históricamente constructivo, lo cual implica todavía la lectura de un Heidegger temprano referido a Ser y Tiempo. De esta manera, todas las elaboraciones de carácter crítico destructivo de la meta-física en la ontología de Heidegger se borran, con lo cual la obra La invención de América se adhiere a una filosofía de la historia de tipo humanista sustancialista. El mismo Heidegger tardío, que O’Gorman usa como referencia, esto es el de 1954, es leído como el Heidegger temprano.

El epígrafe se ha dislocado, no puede sólo fundamentar la aseve-ración de que el contexto históricamente reconstruible determine toda la idea previa que Occidente tuvo para inventar América como una imagen en el espejo. Toda idea previa a lo que se ve está determinada por una familiarización con la totalidad de significa-ciones, pero la atribución de sentido no puede depender sólo de ello como un a priori trascendental, pues se mueve en un juego de espejos, en una apropiación-expropiación que actúa en una red de referencias y diferencias diferidas. La experiencia previa del mundo es ya un juego, una repetición y una diferencia. De ahí que una invención, únicamente vertical, de Occidente, en cuanto a una masa de tierras no sumergidas que cobrarán el sentido de un ser

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americano, sólo puede ser pensada como una mutua reinvención constante, en donde tanto Europa como América, a partir de este mismo epígrafe, pueden ser pensadas como descentradas, producto de invenciones y de reinvenciones.

O’Gorman enmarca la interpretación de la historia de Améri-ca como una interpretación estable y genera el efecto de verdad, permanencia, inmovilidad, fijeza, quietud, firmeza y seguridad. A través de todo el libro se liga sentido (invención de América) con contexto (horizonte cultural). De esta forma, O’Gorman escribe, indaga la historia de un sentido. Hacer la historia de un sentido es el acto de saturar un contexto, sin el cual el sentido no tiene sentido. Sentido y contexto vuelven a la pregunta: ¿América, como una invención de la cultura occidental, se relaciona con la totalidad histórica construida por O’Gorman?

Sobre el horizonte cultural: clausuras problemáticasLa denominación horizonte cultural, presupone otra de origen fenomenológico: mundo de vida (Husserl). Se enuncia para en-globar lo mismo que otro nombre de cuño francés: mentalidad. Los capítulos de esta segunda parte de La invención, “El universo”, “El globo terráqueo”, “El orbis terrarum o Isla de la tierra”, “La ecumene o mundo”, ¿son la historia de dicha invención? ¿Agotan el contexto, de tal manera que se pueda hacer depender una idea de un lugar, un sentido de un contexto, en su totalidad? Si, como ya he señalado, de lo que también trata este libro es de la historia de la historia de América, ¿la reconstrucción del horizonte cultural funciona como historia? ¿De la cosmovisión del mundo?, ¿de las mentalidades?, ¿del inconsciente colectivo?, ¿de la conciencia de sí? Éstos son los problemas que plantea la cuestión de la universa-lidad de la hermenéutica y de la imposibilidad de decir al Otro, al pasado en su totalidad.

Una noción como horizonte cultural o mentalidad implica un rango de universalidad sustancialista, pues presupone implí-citamente la noción metafísica de un origen pleno y recuperable.

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Hace posibles enunciados tales como “La imagen que se tenía del universo en tiempos de Colón es la de que había sido creado ex-nihilo por Dios”.47 Un enunciado así implica que todo hombre europeo del siglo xvi, por lo menos, tiene esa imagen del mundo, y que no considera la singularidad, la heterogeneidad y los diversos grados de alteridad que una misma cultura resguarda en su interior para poder funcionar. No supone que el pasado es la diferencia. Al conjunto de estos enunciados que dan cuenta con seguridad de lo que es un pasado histórico puede hacerse referencia así: “Esta manera de concebir la realidad universal se tradujo en una imagen que, en tiempos de Colón, no es sino la correspondiente al antiguo sistema geocéntrico”.48 La perspectiva historicista de que la historia es lo propio, lo homogéneo, cancela la posibilidad de la diferencia.

Si se considera el enunciado “Desde que los griegos conocieron que la tierra afectaba la forma de una esfera, surgió la preocupa-ción constante de determinar su tamaño”,49 encadenado a este otro: “Pero a lo largo de los siglos posteriores estos resultados sufrieron muchas revisiones y alteraciones, de suerte que a fines del siglo xv existían suficientes autoridades para dar apoyo”,50 y ligado a este últi-mo: “No nos sorprenderá, pues, que Colón se haya atrevido a reducir enormemente el tamaño de la circunferencia del globo para presentar como factible la realización de su proyecto”,51 se verá encuadrado el sentido del ser de América en generalizaciones sustentadas en el mantenimiento de una visión de la historia continua que guarda un lastre metafísico, como refiere Derrida, respecto a la Historia, que privilegia el ahora-presente como conciencia fundadora del sentido de la historia, como realidad última y fuente de verdad.52

47 Ibid., p. 58.48 Idem. (Cursivas mías).49 Ibid., p. 60.50 Idem.51 Idem.52 Jacques Derrida, De la gramatología, cit. por Peretti, Jacques Derrida. Texto y..., op. cit., p. 86.

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A toda reconstrucción de contexto que hace O’Gorman la voy a llamar, como hace Derrida, enunciados que, situados “histórica-mente” de esta manera, constituyen clausuras problemáticas, pues clausuran el sentido, aunque dejan abierto el problema, ya que como pretenden ser significados estables no se cae en la cuenta de que se convierten en significantes, nuevamente signos que remiten inestablemente a otros diferenciándose, y que están dislocados por dentro, esperando ser abiertos.

PostscriptumNo es la necesidad, sino la casualidad la que provoca, mueve y posibilita cierta escritura. Si la escritura ha de producir efectos de sentido y efectos de tangibilidad, las casualidades deben marcarla de manera azarosa. Al estar escribiendo originalmente estas líneas a modo de conclusión, la casualidad las embargó. Se han tenido que transformar desplazándose de una conclusión a un postscriptum: Jacques Derrida falleció de un cáncer el 9 de octubre del 2004.

El 4 de octubre de 1991, Edmundo O’Gorman recibió el doctorado Honoris Causa en Humanidades en la Universidad Iberoamericana. La alocución que presentó en esa oportunidad se intituló Fantasmas en la narrativa historiográfica.53 Y es con el título de ese texto con lo que me quiero quedar para desplazarlo y ponerlo en juego en otro contexto, elaborado conforme a la noción de espectros,54 que remite a la cuestión de la herencia.

Fantasmas en la narrativa historiográfica. Título relativo a una pluralidad que atraviesa un singular. Pluralidad que recorre la narra-tiva, implica ser la parte de un todo, una metonimia, que es asediada por fantasmas. Este título indica que los fantasmas están ahí, que se ciernen como sombras. ¿A qué fantasmas se refiere O’Gorman? A

53 Edmundo O’Gorman, “Fantasmas en la narrativa historiográfica”, Historia y Grafía, núm. 5, 1995, pp. 267-73.54 Noción tomada de Jacques Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional, Madrid, Trotta, 2003, pp. 11-4.

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los vinculados con lo más puro de la tradición ilustrada: episodios o conceptos propios de estadios primitivos de un mito, cuyo papel consiste en crear confusión y desconcierto. Hay fantasmas que, en el interior del discurso histórico, deben exorcizarse: el esencialismo, la noción de causalidad y la desconfianza en la imaginación.

Por-venir que implica la pregunta sobre cuál es el porvenir de la ciencia histórica, y que recorrió constantemente el pensamiento de O’Gorman. Quizá ya es tiempo de conjurar alguno o varios de los espectros de O’gorman, de volverlo fantasma. “Hay que hablar del fantasma, incluso al fantasma y con él”.55

Pero, ¿qué es un fantasma? ¿Por qué pensar su carácter espectral en función de un mañana? Derrida plantea el asunto del fantasma con estos cuestionamientos, y de hecho pregunta también: “¿Qué es la efectividad o la presencia de un espectro, es decir, de lo que parece permanecer tan inefectivo, virtual, inconsistente como un simulacro?”56 Se trata pues de una repetición: “Un espectro es siempre un (re)aparecido. No se pueden controlar sus idas y venidas porque empieza por regresar”.57 El espectro introduce el duelo, dice Derrida, intenta ontologizar restos, hacerlos presentes. Implica identificar los despojos y localizar a los muertos.58

Si algún mañana hay para la historiografía mexicana, éste tendría que pasar por leer y releer a O’Gorman más allá de sus trabajos heurísticos, de traducción y de análisis de las fuentes históricas. La huella de su carácter espectral reconduce a sus planteamientos teóricos, cuya riqueza es fecunda, a partir de los códigos de lectura en que estamos inmersos actualmente. Es tiempo de dejar venir a O’Gorman en otras claves de lectura. Tiempo de pensar lo espectral como visitación sorpresiva, a veces, como dice Derrida a propósito de los espectros, intempestivamente.

55 Ibid., p. 12. 56 Ibid., p. 26.57 Ibid., p. 27.58 Ibid., p. 20.

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Es con las herencias como una deconstrucción se mueve aguda-mente. Hacer hablar los textos en el interior de sí mismos. Bordear sus márgenes, desdibujar sus blancos, pescar sus contradicciones, introducirse en sus fisuras, aunque sin destruirlas, como afirmó Derrida de modo constante en sus obras. La mejor manera de ser fiel a una tradición, a un pensamiento, a una obra, al espectro que se allega, es serle infiel:

Una lectura deconstructiva de La invención de América no ha tenido como propósito aniquilar la obra. Desplazarse de la herme-néutica, fincarle límites, diferir de ella, tampoco ha sido un intento de superar o anular su efectividad en la interpretación de los textos, sino de reafirmar la herencia para, como insistió Derrida, evitar su ejecución. O’Gorman sólo0 ha sido reinterpretado, desplazado, sometido a crítica en una de sus cadenas de signos; se ha tratado de “intervenir activamente para que tenga lugar una transformación digna de tal nombre: para que algo ocurra, un acontecimiento, la historia, el imprevisible por-venir”.59 Y lo mismo hay que revertir para Derrida.

Cierro de manera abrupta, ante este por-venir del porvenir semántico de la memoria, de tal manera que se pueda sentir el efecto de que hay un momento en que es tiempo de dejar de jugar. Y es éste el momento.

59 Ibid., p. 13.