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22 April 2009 Su Majestad la Reina Rania Al Abdullah de Jordania es una defensora internacional de la educación universal. Convencida de que la educación es esencial para romper el ciclo de la pobreza, hace campaña para que se realice una mayor inversión en la educación de las niñas. Gran parte de su trabajo está dedicado a crear oportunidades y promover asociaciones innovadoras públicas/privadas, con el objetivo de incrementar el acceso a la educación y su calidad. En marzo de 2008, la Reina Rania presentó la iniciativa “Madrasati” (“Mi escuela” en árabe), destinada a renovar al menos 500 de las escuelas públicas en peores condiciones de Jordania y conseguir que los jóvenes jordanos tengan acceso a aulas luminosas, seguras y bien equipadas, y a patios de juegos. Reina Rania de Jordania Maha de las Montañas Su Majestad la Reina Rania Al Abdullah F (Este relato se sitúa en Oriente Medio) Los niños le lanzaban piedras, mientras gritaban y se burlaban de ella. “¡Ya a’lylet al a’dab! ¡No tienes vergüenza!” Maha trataba de contener las lágrimas ante los insultos que le herían más que las piedras. ¡Por fin! Había llegado a la casita de adobe donde vivía su familia. Sintiéndose a salvo, cerró la puerta, mientras en la calle los niños seguían lanzando sus insultos. “¡Maha, ha ha! ¡Las niñas no van a la escuela!” Maha suspiró. Ni siquiera era el primer día de clase; no se imaginaba lo que sería cuando tuviese sus libros; no se imaginaba lo que sucedería cuando saliese de casa y caminase a la escuela por primera vez. "Estarán esperándome, me lanzarán piedras y Alá sabe qué más, pero estoy decidida a ir a la escuela. No dejaré que me atemoricen.” Los últimos meses habían sido agotadores, entre las discusiones con su padre y las burlas de sus hermanos. Ahora, se había sumado el resto de los niños del pueblo. Parecía que todo el mundo estaba en contra suya. A excepción de su madre. Daba gracias a Dios por tener a su madre que le apoyaba en todo momento. Ella nunca había ido a la escuela pero animaba a Maha, repitiendo a

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22 April 2009

Su Majestad la Reina Rania Al Abdullah de Jordania es una defensora internacional de la educación universal. Convencida de que la educación es esencial para romper el ciclo de la pobreza, hace campaña para que se realice una mayor inversión en la educación de las niñas. Gran parte de su trabajo está dedicado a crear oportunidades y promover asociaciones innovadoras públicas/privadas, con el objetivo de incrementar el acceso a la educación y su calidad. En marzo de 2008, la Reina Rania presentó la iniciativa “Madrasati” (“Mi escuela” en árabe), destinada a renovar al menos 500 de las escuelas públicas en peores condiciones de Jordania y conseguir que los jóvenes jordanos tengan acceso a aulas luminosas, seguras y bien equipadas, y a patios de juegos.

Reina Rania de Jordania

Maha de las MontañasSu Majestad la Reina Rania Al Abdullah

F (Este relato se sitúa en Oriente Medio)

Los niños le lanzaban piedras, mientras gritaban y se burlaban de ella. “¡Ya a’lylet al a’dab! ¡No tienes vergüenza!”

Maha trataba de contener las lágrimas ante los insultos que le herían más que las piedras. ¡Por fin! Había llegado a la casita de adobe donde vivía su familia. Sintiéndose a salvo, cerró la puerta, mientras en la calle los niños seguían lanzando sus insultos. “¡Maha, ha ha! ¡Las niñas no van a la escuela!” Maha suspiró. Ni siquiera era el primer día de clase; no se imaginaba lo que sería cuando tuviese sus libros; no se imaginaba lo que sucedería cuando saliese de casa y caminase a la escuela por primera vez.

"Estarán esperándome, me lanzarán piedras y Alá sabe qué más, pero estoy decidida a ir a la escuela. No dejaré que me atemoricen.” Los últimos meses habían sido agotadores, entre las discusiones con su padre y las burlas de sus hermanos. Ahora, se había sumado el resto de los niños del pueblo.

Parecía que todo el mundo estaba en contra suya. A excepción de su madre. Daba gracias a Dios por tener a su madre que le apoyaba en todo momento. Ella nunca había ido a la escuela pero animaba a Maha, repitiendo a

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su padre que las hijas también se merecían la oportunidad de aprender.“Maha, ¿por qué sigues insistiendo?”, su padre le había gritado unas semanas

antes durante la cena. “¿A qué viene esa tontería de ir a la escuela? Sabes que no podemos permitírnoslo.”

“Sí, pero papá…”“Entonces, ¿por qué sigues insistiendo? Hemos malgastado mucho dinero

en tus hermanos. Sólo uno de los siete sigue en la escuela. ¡Uno! Podríamos haber comprado más carne, o un arado mejor, o haber arreglado el grifo.”

“Pero, papá,” le había suplicado, “Puedo trabajar de noche y vender mis labores de bordado. ¡Piensa lo que podremos ganar cuando aprenda a leer! Ayudaré en el sustento de la familia. Por favor, papá, te lo prometo, te lo prometo.”

“De acuerdo, Maha,” había terminado por responder su padre con un suspiro. “Pero tendrás que hacerte cargo de los gastos, no puedo darte dinero para los libros…”

Maha se había abalanzado sobre la mesa para abrazarle. “Gracias, papá.” Mientras le abrazaba, Maha había añadido, “Muchas gracias, te prometo que te sentirás orgulloso de mí.”

La noticia de que Maha iba a ir la a escuela se extendió rápidamente por el pueblo. Enseguida empezaron los cuchicheos a sus espaldas. La gente la señalaba, se le quedaba mirando y se burlaba. La tarde anterior al primer día del curso escolar, mientras ayudaba a su madre a cortar “okra” para la cena, le dijo con tristeza, “Mamá, no lo entiendo, ¿qué tiene de malo ir a la escuela?”

Su madre le respondió, mientras tomaba su mano entre las suyas, “La gente piensa que las muchachas deberían ayudar en casa y no preocuparse de ir a la escuela. Como sabes, nunca tuve la oportunidad de aprender a leer, ni tampoco la tuvieron tus tías ni tus abuelas. La gente piensa también … que es una deshonra que una muchacha vaya sola por la calle. Es peligroso, ya lo sabes. ¿Quién sabe lo que puede pasar? La escuela está a una hora de camino.” La cara de su madre reflejaba preocupación.

“Pero, mamá, tendré cuidado, sabes que lo tendré. No me importa lo que digan. Me muero de impaciencia por ir a la escuela, quiero aprender a leer y escribir, quiero ser profesora y, algún día, ¡te enseñaré también a leer!”

,X.

Desde entonces, había pasado un año y las estaciones se habían sucedido una tras otra. En el verano, la tierra se resecó; con las lluvias, desaparecieron los surcos; y finalmente volvieron las tardes frías a las tierras altas. En unos días, comenzaría un nuevo curso escolar.

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,X.

Maha se había esforzado por aprender. Escribía un diario, leía los titulares del periódico a su padre y había enseñado a su hermana pequeña a contarse los dedos de las manos y los pies. Con frecuencia, le dolían los ojos después de pasar tantas horas en la escuela, aparte de hacer los deberes y coser. Sin embargo, cuanto más trabajaba, más fuerte se sentía; cuanto más aprendía, más quería aprender.

Aún así, no era fácil. Le asustaba el camino, que emprendía a la 6 de la mañana y que tardaba más de una hora en recorrer. Ningún tramo de la desierta carretera estaba pavimentado y, cuando llegaba a la escuela, tenía los pies doloridos y cubiertos de polvo... Y esto no era lo peor.

En el primer día de clase, ninguna persona con la que se había cruzado le había dirigido la palabra. En los siguientes, los insultos habían aumentado y parecía que todos los habitantes del pueblo quisieran avergonzarla. “¿Cómo puedes hacerle esto a tu familia? ¡La escuela no es lugar para una muchacha! “¡Maha, ha ha! ¡Las niñas no van a la escuela!”.

Maha se sentó en la cama, se puso una manta alrededor de los hombros y trató de concentrarse en el libro. De repente, la puerta se abrió de golpe. Era su padre y estaba visiblemente enfadado.

“No puedo andar ni diez pasos en este pueblo sin que alguien haga algún comentario de mal gusto sobre mi hija y la desgracia que está trayendo a esta familia. Las mujeres hablan. Los hombres hablan. Los ancianos del pueblo hablan. Hoy me han venido a decir que no aprueban que Maha vaya sola a la escuela. Todo el mundo ha dejado de trabajar conmigo. Parece que somos parias en nuestra propia comunidad.”

Bajando la voz, añadió. “Maha, sé que permití que fueras a la escuela, pero tienes que dejar de ir.”

“¡Pero, papá!”“¡No, Maha!” Los ojos oscuros de su padre la miraban fijamente. “Las niñas

no van a la escuela. Es mi última palabra.” Con la mano, dio un golpe sobre la mesa. “Bueno, ¿dónde está mi cena?”

,X.

La vida de Maha volvió a ser como antes. Los niños seguían señalándole y se reían a sus espaldas.. Maha fingía que no les oía.

,X.

“Salaam aleikum.”“Wa aleikumu salaam.”“¿Podrían decirme si vive aquí Maha?”Ni Maha, que había salido para ver quién era, ni su padre, que había

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abierto la puerta, tenían idea de quién podría ser aquella mujer alta que se había presentado por sorpresa. Como era costumbre, su padre le invitó a pasar y a tomar asiento en los desgastados cojines del suelo mientras su madre le ofrecía una taza de té dulce.

“Vengo de la capital. He venido para ver a Maha.”“¿Verme a mí?” Maha se acercó a la mujer. “¿Por qué quiere verme?

¿De qué me conoce?”“Es un placer poder conocerte, Maha. He oído hablar mucho de ti. Me

han dicho que eres una de las alumnas más brillantes que ha tenido nunca la escuela Al Isra.” La mujer le ofreció una pequeña bolsa de tela. “Te he traído esto.” Puso la bolsa en las manos de Maha, que se quedó mirándola con cara de sorpresa. No estaba acostumbrada a que se le prestara tanto interés. Despacio, metió la mano en la bolsa. En el fondo, había un objeto sólido y liso. Con los dedos, intentó adivinar qué era. Era un bolígrafo. Su primer bolígrafo.

“Il hamdallah.” Maha lo tomó en sus manos, miró a su padre y después, tímidamente, a la señora. “¿De verdad que es para mí?”

“Sí, vas a necesitarlo,” le respondió la mujer sonriendo. “Pero, ¿por qué?”“¡He estado buscándote durante meses, Maha de las Montañas! Después

de todo, no es tan extraño. ¡Una niña de un pueblo pequeño de las tierras altas andando sola a la escuela! Sí, Maha, mucha gente conoce tu nombre, ¡incluso en la capital!” El rostro de Maha enrojeció.

“No, no tengas vergüenza. Tu nombre es conocido por buenas razones. Maha de las Montañas, ¡tu nombre representa valor, determinación y éxito! Hemos sabido que caminabas varios kilómetros todos los días, soportando la desaprobación de la gente y cómo te las arreglabas para trabajar de noche y aún así ser la mejor de la clase. Tu profesora estaba muy orgullosa de tus progresos, pensaba que tenías un gran potencial y, cuando dejaste ir a clase, preguntó a todo el mundo dónde estabas y te buscó por todas partes. Su búsqueda y tu historia llegaron hasta la capital.”

“¿De verdad?”, respondió Maha.“Sí. Llegó incluso hasta nuestra organización. Nosotros trabajamos con

madres y niñas. Les damos pequeños créditos, les ayudamos a abrir un negocio… lo que necesiten y, Maha, pensamos que lo que necesitas es ayuda para ir a la escuela.”

“¿Cómo van a ayudarle?”, preguntó la madre de Maha, poniendo una mano en el hombro de su hija.

“Bueno, si ustedes están de acuerdo, todas las mañanas, habrá alguien esperando en su puerta para acompañar a Maha a la escuela. Y todas las tardes, habrá alguien a la puerta de la escuela para acompañarle de vuelta a

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casa.” La mujer se volvió hacia Maha. “¿Qué te parece?”Maha no podía creer lo que estaba oyendo. “¿Lo dice de verdad? ¿De

verdad? ¿Todos los días?”“¡Claro que lo digo de verdad! Las niñas tienen tanto derecho a recibir

educación como cualquier persona. ¿Por qué van a ser los niños los únicos que vayan a la escuela? Aprender es algo bueno para todo el mundo. Una vez que acabes los estudios, podrás ayudar a tu familia y podrás ayudar a tu pueblo. Además, ¡estudiar te dará también una voz! Una opinión que la gente escuchará.”

Maha levantó los ojos hacia a su padre, que miraba fijamente por la ventana en silencio. “Mi padre es quien debe decidir. Si me da su permiso, iré.” El padre se quedó callado. Después, con una expresión pensativa, se dio la vuelta.

“Nadie puede decirme que no quiero a mi hija tanto como a mis hijos. Sí, mi Maha puede volver a la escuela. Si va a estar protegida, entonces puede ir.”

Se oyeron unos golpes en la puerta. El padre de Maha se levantó y la abrió, encontrándose que, en la entrada, se habían reunido todas las niñas del pueblo.

“¿De verdad? ¿Va a ir a la escuela?”, preguntó una niña con gran interés. Una niña más mayor dio un paso adelante. “Lo sentimos. No pretendíamos escuchar, pero vimos que la señora llegaba al pueblo”. Con el dedo del pie, removió un poco la tierra del suelo. “¿Es verdad? ¿Va a ir Maha a la escuela?” Levantando una ceja, el padre contestó, “Sí, irá.”

Las niñas dieron un grito de alegría mientras los niños observaban sorprendidos. Después de felicitar a Maha a gritos desde la puerta, corrieron a sus casas a contar a sus padres y madres lo que pasaba.

Al día siguiente, Maha salió de su casa con su bolsa y su nuevo bolígrafo, llevándose la sorpresa de que se habían multiplicado sus compañeras de clase. No sólo estaba la señora amable y generosa de la ciudad. Otras niñas habían convencido a sus padres para que les dejaran también ir a la escuela. La cara de Maha se iluminó de alegría.

Un año antes, mientras que los niños le sacaban la lengua, las niñas habían mirado con envidia cómo Maha se había dirigido a la escuela su primer día de clase. Desde aquel momento, habían deseado en secreto poder ir también.

Tres días más tarde, mientras se tomaba apresuradamente el desayuno antes de ir a la escuela, Maha escuchó un gran estruendo en el exterior. Abrió la puerta y se encontró con una multitud de personas que estaba esperando

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afuera. Había coches, luces, cables, cámaras y muchas personas a las que no conocía. De pronto, todos giraron las cabezas y las cámaras ¡hacia Maha!

De la sorpresa, se quedó inmovilizada, mientras la señora amable de la ciudad se acercaba a ella. “Maha, Maha, no vas a creértelo. ¡Tu historia ha llegado a oídos de personas muy importantes! Primero, se enteró el ministro de Educación y, ahora, ¡el Presidente ha venido a verte!”

Maha se ruborizó mientras las cámaras le enfocaban y se disparaban los flashes. Antes de que pudiera comprender lo que la señora le acababa de decir, se encontró con un hombre que le tendía la mano.

“Así que tú eres Maha de las Montañas, la niña que luchó hasta conseguir ir a la escuela, la que animó a todo el pueblo. Maha, tu valor y determinación me han impresionado enormemente y quiero que me ayudes a conseguir que vayan más niñas a la escuela.” El hombre se inclinó hasta ponerse a su altura.

“¿Me ayudarás?”Maha miró a las niñas que se agolpaban en torno a ella y que habían

escuchado la pregunta. Tenían los ojos abiertos como platos y afirmaban entusiastas con la cabeza. Con un hilo de voz, respondió, “Por supuesto que sí.” Las niñas gritaron de alegría.

“No quiero que se te haga tarde para ir a clase, Maha. ¿Qué te parece si te llevo a ti y a tus amigas a la escuela en mi coche? Podemos hablar por el camino.”

Maha no podía ser más feliz. Cargó con la mochila y su madre le dio un beso en la frente de despedida. El Presidente saludó a todas las personas mientras las cámaras enfocaban a las niñas subiendo a los coches. A medida que se alejaban, en las colinas se podía escuchar, “Maha, ¡hurra! ¡Las niñas van a la escuela!”

Fin,X.

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