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Relaciones. Estudios de historia y sociedad ISSN: 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México Ullán de la Rosa, Francisco Javier Análisis del crecimiento pentecostal entre las clases populares e indígenas de Latinoamérica: Aplicación del modelo a una comunidad Ticuna de la Alta Amazonia Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 96, otoño, 2003, pp. 229-265 El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709607 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

ISSN: 0185-3929

[email protected]

El Colegio de Michoacán, A.C

México

Ullán de la Rosa, Francisco Javier

Análisis del crecimiento pentecostal entre las clases populares e indígenas de Latinoamérica:

Aplicación del modelo a una comunidad Ticuna de la Alta Amazonia

Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 96, otoño, 2003, pp. 229-265

El Colegio de Michoacán, A.C

Zamora, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709607

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En las últimas tres décadas A

mérica Latina ha experim

entado unespectacular aum

ento de las Iglesias y cultos evangélicos en gene-ral, con especial protagonism

o en este sentido de las Iglesias pen-tecostales y neopentecostales. Este crecim

iento supone una de lastransform

aciones culturales más rápidas y profundas que haya

experimentado la m

acroárea cultural latinoamericana desde los

tiempos de la colonización y la evangelización. A

pesar de que laconversión se ha producido en todos los sectores sociales, el fenó-m

eno evangélico en general y pentecostal en particular es funda-m

entalmente un fenóm

eno popular, cuya incidencia principal seobserva en las clases desfavorecidas del continente. El artículoelabora un m

arco general de análisis a partir de la revisión de bue-na parte de la literatura especializada sobre el fenóm

eno para pos-teriorm

ente aplicarlo a un estudio de caso concreto: la comunidad

pentecostal de Boyahuasú, Colom

bia, compuesta por indígenas ti-

cuna. Consideram

os el pentecostalismo com

o una ideología adop-tada consciente y estratégicam

ente por la gente, a través de la cuallas clases e individuos m

arginados se empoderan, construyéndo-

se o reconstruyéndose como sujetos históricos y sociales para im

-pulsar procesos de cam

bio que implican una m

ejoría de su situa-ción m

aterial y psicológica.

(Iglesias evangélicas, pentecostalismo, neopentecostalism

o, reli-giosidad popular latinoam

ericana, indios ticuna)

LISISD

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RECIM

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Francisco Javier Ullán de la Rosa*

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A* javierullan@hotm

ail.com

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llamente una experiencia enriquecedora. Por lo dem

ás, las iglesias pen-tecostales no presentan diferencia sustancial significativa con otras deltronco protestante calvinista en lo que a doctrina se refiere. Estas igle-sias se denom

inan a sí mism

as “evangélicas” o “cristianas”, queriendocon ello denotar su pretensión de regresar al genuino m

ensaje del Evan-gelio frente a las distorsiones que este habría sufrido a m

anos de la Igle-sia católica, la luterana o la anglicana.

Algunos autores consideran que el pentecostalism

o más que un m

o-vim

iento es una actitud o una mentalidad que puede encontrarse a lo

largo y ancho de la historia del cristianismo. Es lo que Roger Bastide ha

denominado lo “sagrado salvaje”, la com

unicación con la divinidad através de la experiencia sensual, afectiva, no racional ni sistem

atizada,sin interm

ediarios, sin institucionalización, que surge en contraposiciónde lo “sagrado dom

esticado”, la comunicación con la divinidad a través

de la razón y el intelecto, de la Palabra de Dios o la oración, y no de D

iosm

ismo (Bastide 1975). En este sentido, el pentecostalism

o no sería más

que la última m

anifestación de una corriente antiintelectualista que ca-racteriza fuertem

ente a todos los movim

ientos religiosos populares.Bastian en V

ázquez Buenfil (1994) llega a afirmar en esa línea que, en

Am

érica Latina, el pentecostalismo no es otra cosa que una transfigura-

ción del catolicismo popular de las m

asas.Todas estas consideraciones son im

portantes. Dado que el pentecos-

talismo no puede considerarse una denom

inación ni una secta, no tieneunas características doctrinales particulares frente a otras iglesias calvi-nistas y su sello de identidad tam

poco le es privativo, y dado que tam-

bién otras iglesias calvinistas han experimentado un gran crecim

ientoen A

mérica Latina, podem

os suponer, a grandes rasgos, que las causasque explican el crecim

iento de una pueden explicar el crecimiento de to-

das. Ello no nos permite olvidar que el pentecostalism

o tiene una ciertacaracterística particular (aquella “m

entalidad” o “actitud” que citába-m

os arriba) que exige ser tenida en cuenta. Entre otras cosas porque elpentecostalism

o constituye el grueso de esa transformación religiosa. El

crecimiento se presenta principalm

ente entre las clases desfavorecidasy, sin m

enospreciar las diferencias idiosincráticas que puedan existir en-tre contextos étnicos y sociales, opera por m

edio de mecanism

os psico-sociales que presentan, grosso m

odo, las mism

as características generales1Cam

piche 1987; Casaus 1992; Martínez y Sam

andú 1991; Recio 1993; Rojo 1991;Valderrey 1986; Valverde 1990;Villam

án 1991.

INTRO

DU

CCIÓN

Desde los sesenta, el crecim

iento del pentecostalismo es el fenóm

enom

ás significativo en la historia religiosa reciente de Am

érica Latina ypresenta algunos problem

as de caracterización. No puede definirse

como una organización religiosa centralizada, que en el cam

po protes-tante se conoce com

o una denominación. Se trata de un m

ovimiento

amplio de revitalización espiritual que nació en los Estados U

nidos aprincipios del siglo XX

en el seno del calvinismo reform

ado, herederotardío de una larga corriente de renovación del m

ismo que tiene su ori-

gen a finales del XVIII. Se presenta en una enorm

e cantidad de varieda-des institucionales com

o consecuencia de la formación continua de la

propia doctrina del “sacerdocio universal” de Calvino, que va en contrade la interm

ediación de una clase sacerdotal burocratizada, centraliza-da y elitista y fom

enta la autoorganización de las comunidades de fieles.

Mientras otros m

ovimientos surgidos del calvinism

o acabaron por de-sarrollar estructuras relativam

ente centralizadas, el pentecostalismo ha

mantenido el espíritu de autonom

ía y descentralización original. Aun-

que algunas iglesias pentecostales forman federaciones nacionales o

internacionales no existe una institución que reúna a todas las iglesiasque existen. Es una de las razones que utilizan los autores que calificanal pentecostalism

o de secta. Nosotros rechazam

os el uso de este térmi-

no que ha sido empleado peyorativa y propagandísticam

ente por auto-res católicos en su lucha ideológica contra este m

ovimiento

1

Un segundo problem

a es que su principal rasgo definitorio, la expe-riencia m

ística de comunión del creyente con el Espíritu Santo, es un fe-

nómeno que encontram

os en todas las denominaciones protestantes y

en otros movim

ientos cristianos. Campos (2002) cita a la Iglesia Católica

Ortodoxa Brasileña, por ejem

plo, incluso en determinadas corrientes

del catolicismo (los m

ovimientos de renovación carism

ática). La dife-rencia sustancial del pentecostalism

o a este respecto es cuantitativa y nocualitativa. El fiel pentecostal debe pasar obligatoriam

ente por esa expe-riencia para poder vivir su fe m

ientras en otros movim

ientos es senci-

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sin embargo, diferencias sustanciales en torno al énfasis concedido a al-

gunas de ellas.

Cosmovisión dualista de fuerte carácter m

aniqueo

El cosmos es una batalla eterna entre D

ios y el Diablo, que dividen el

mundo en dos cam

pos irreductibles. El sistema de valores es así una

estructura de oposiciones excluyentes y antitéticas: Dios/dem

onio, lodivino/lo hum

ano (“el mundo”); pureza/pecado; salvación/conde-

nación; cuerpo/alma; salud/enferm

edad; verdad/mentira; los creyen-

tes/el resto. De acuerdo con M

artínez y Samandú (1991) este es el m

apacognitivo de todo fundam

entalismo, que em

ana del convencimiento en

el carácter absoluto de las creencias y no deja espacio para categorías in-term

edias o neutrales. Polom

a (1989) y Stronstad (1990) discuten esta caracterización defundam

entalismo para el m

ovimiento pentecostal. El problem

a radica,a nuestro juicio, en la definición del concepto. El calificativo fundam

en-talista es am

biguo porque se usa como etiqueta-com

odín para referirsea m

uy diferentes tipos de ideologías en muy distintos contextos. Si por

fundamentalism

o entendemos, com

o parecen hacerlo, entre otros, Mar-

tínez y Samandú, una visión del hom

bre y del mundo sustentada en

ciertas verdades absolutas e inmutables (hayan sido estas pasadas o no

por el tamiz de la razón) entonces no cabe duda que el pentecostalism

oes un tipo de fundam

entalismo (pero tam

bién lo son la mayoría de las

religiones). Si, en cambio, adoptam

os una definición más restringida del

concepto, empiezan a surgir las dudas. M

arty y Appleby (1991) o Cas-

tells (1998) definen fundamentalism

o como la ideología que pretende

convertir un determinado texto sagrado, considerado com

o la ley deD

ios, en el código regulador único de la conducta y de las institucionessociales o políticas. Es el “fundam

ento” de toda actividad humana, un

conjunto ordenado, sistematizado y jerarquizado de instrucciones divi-

nas que son mandam

ientos absolutos contra los que no cabe interpreta-ción contextual posible, ni crítica, ni enm

ienda, ni añadidos posteriores.Es la aplicación de este concepto restringido, cuasijurídico, de funda-m

entalismo al m

ovimiento pentecostal lo que es discutido.

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tanto en nichos urbanos como rurales, entre poblaciones m

estizas, mu-

latas, blancas, negras o indias. Una gran proporción de estudiosos con-

templan al evangelism

o y pentecostalismo com

o una manifestación de

la cultura popular latinoamericana (Cam

pos 2002; Lalive 1965; Sepúlve-da 1981; D

ussel 1986, Droogers y K

amsteeg 1991; Sam

andú 1991; Palma

y Villela 1991; Bastian 1994; Mariz 1996). Todos estos estudios parten del

supuesto de que, por debajo de la infinita diversidad cultural y con-textual de los pueblos latinoam

ericanos existe una situación social com-

partida que permite la construcción de un m

arco teórico único: el evan-gelism

o es una respuesta a la pobreza y a la marginación y a sus

consecuencias culturales y psicosociales. Contra esta postura se han al-zado ciertas voces que señalan que éste ha abierto tam

bién un nicho en-tre las clases m

edias y altas. Hacen m

ención al llamado neopentecosta-

lismo, variante surgida en los setenta que enfatiza la riqueza m

aterialcom

o objetivo de realización del hombre y signo externo de la condición

de los fieles como elegidos para la salvación, cuyo auge, argum

entan, seexplicaría por su legitim

ación del poder económico de las clases dom

i-nantes. Esa argum

entación, sin embargo, olvida o esconde el hecho de

que la abrumadora m

ayoría de las iglesias neopentecostales son iglesiaspopulares y que la llam

ada “teología de la prosperidad”, como verem

osm

ás adelante, no invalida la explicación de que sea una respuesta a lapobreza sino que m

ás bien la refuerza.El artículo pretende, por un lado, ofrecer ese análisis teórico general

del fenómeno evangélico y pentecostal en A

mérica Latina y por el otro

mostrar cóm

o esas características y procesos generales se proyectan ym

aterializan o no, en el caso de una comunidad concreta, la de los in-

dios ticuna de Boyahuazú, en el trapecio amazónico colom

biano.

LA

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OCTRIN

ALES

BÁSICA

SD

ELPEN

TECOSTA

LISMO

Iniciemos por analizar las características del pentecostalism

o que soncruciales para explicar su crecim

iento. Aunque com

unes en buena partea todas las iglesias evangélicas, el análisis considerará que tanto entreéstas en general com

o entre las pentecostales en particular, puede haber,

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final hasta el todo (el corpusdoctrinal). En ese sentido es lo opuesto delfundam

entalismo tal com

o lo hemos definido para el que el todo es el

único punto de partida posible que preexiste a las partes y es indepen-diente y autosuficiente con respecto a las m

ismas (las leyes de D

ios de-ben de bastar por sí m

ismas sin necesidad de ser ilustradas con ejem

-plos reales).

Moltm

ann (1992) define esta teología de la experiencia como “teolo-

gía laica”, y la considera característica de movim

ientos que surgen de lareligiosidad popular, con su pensam

iento orientado a resolver proble-m

as de la vida cotidiana y no a construir grandes sistemas abstractos de

pensamiento. Y, en ese sentido, nos dicen Stronstad (1990), Polom

a(1989) o Cox (2001), es una “teología pragm

ática”, en la que lo esencialno es el fundam

ento racional de la doctrina sino si esa doctrina funcio-na, resuelve problem

as concretos en la vida de las personas, en la pra-xis social. Los m

encionados autores señalan las conexiones históricasque parecen haber existido entre el pensam

iento de William

James (fun-

dador de la filosofía del pragmatism

o) y el movim

iento pentecostal pri-m

igenio en los Estados Unidos. Jam

es (1961[1902]), defendía la expe-riencia frente a la filosofía com

o fundamento de la vida religiosa y

afirmaba que la verdad de una idea no es jam

ás absoluta sino relativa alos frutos que sea capaz de dar. A

unque los pentecostales nunca asumie-

ron conscientemente el relativism

o de James, Stronstad (1990) sostiene

que desde el principio el pentecostalismo adoptó una posición herm

e-neútica pragm

ática en la interpretación y aplicación de las Escriturasque le aleja del fundam

entalismo.

Rechazo del ecumenism

o cristiano

En lo que a las iglesias evangélicas en general y pentecostales en parti-cular se refiere existe una gran diversidad a este respecto. Existen igle-sias que niegan la posibilidad de salvación a otras corrientes cristianasy otras que aceptan la relación ecum

énica en distintos grados. La hostilidad m

ás radical se desata contra la Iglesia católica, tantopor su doctrina com

o por las actitudes que ha tomado históricam

ente:su apertura hacia el liberalism

o, su implicación con el poder. Pero en

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¿Interpretación fundamentalista de la Biblia?

Este texto sería la Biblia, fuente no sólo de la doctrina sino ley, privaday pública, por la que se rige la com

unidad. El recurso a referencias bíbli-cas para guiar actos de conducta o em

itir opiniones propias es continuo.Pero m

uchos autores creen que esto no es suficiente para considerar alpentecostalism

o como fundam

entalista. Según ellos el verdadero fun-dam

entalismo es un tipo de racionalism

o (si bien no con base, obvia-m

ente, en una racionalidad científica) surgido de una práctica intelec-tual y el pentecostalism

o no. El fundamentalism

o sistematiza los textos

sagrados (llenos de narraciones concretas, tropos literarios, etcétera)hasta reducirlos a un desnudo código de leyes, un esqueleto conceptu-al form

ado por proposiciones abstractas, descontextualizadas, que pre-cisam

ente por ese motivo evidencian su valor absoluto y autom

áticopara cualquier época y lugar. Son los “fundam

entos” ortodoxos de la fe,de la conducta y de la explicación del m

undo, a los que se ha llegadopor un proceso de abstracción racional (la sharia

no es la simple sum

adel Corán y los hadiths

sino una síntesis abstraída de los mism

os). Elfundam

entalismo buscará argum

entar por qué es esa síntesis concretala que representa el corazón incuestionable de la ortodoxia.

En el pentecostalismo, sin em

bargo, la razón es sustituida por la ex-periencia em

pírica. La teología pentecostal es narrativa. La Palabra deD

ios se capta a partir de las historias concretas de la Biblia de las que,m

ás que extraer principios doctrinales abstractos, se obtienen ejemplos

de vida a imitar. Es una teología del testim

onio: en los discursos y ser-m

ones de los predicadores no encontramos grandes y sofisticadas elabo-

raciones exegéticas sino el relato personal de la conversión del orador,de su fe, de su vida cotidiana, apoyado por relatos bíblicos sim

ilares. LaBiblia no es tanto el fin en sí m

isma com

o un trampolín para m

ostrar alpúblico que el m

ensaje tiene sus raíces en la Palabra de Dios que es in-

falible, sí, pero contextualizada en la experiencia concreta en la que lagente puede ver reflejada su propia vida o el ideal de vida que le gusta-ría alcanzar. Rara vez se leen pasajes no narrativos de la Biblia. La éticapentecostal es una ética em

pírica que parte de los hechos, de las partes(el ejem

plo de personas éticamente rectas) para, en todo caso elevarse al

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donde viene la expresión milenarism

o), la ulterior resurrección de todoslos hom

bres y el Juicio Final, tal y como está escrito en el A

pocalipsis.A

hora bien, existen diferencias sustanciales entre ellas. Algunas afirm

ande que ese m

omento será vivido por los fieles en el tiem

po de sus actua-les vidas, dando lugar a com

unidades con una intensa expectación mi-

lenarista en la que se enfatiza la agencia externa de Dios com

o principalcam

ino para la transformación del m

undo presente. Otras se lim

itan arecordar que esto ocurrirá en algún m

omento lejano de la historia, pre-

dicando más bien un prem

ilenarismo que anim

a a construir ese Reinode D

ios en la tierra del presente, por medio de la acción hum

ana. El evangelism

o marcadam

ente milenarista es m

inoritario. No obs-

tante, en algunas ocasiones (es el caso de los pentecostales ticuna de Bo-yahuasú) m

ilenarismo y prem

ilenarismo coexisten en el discurso y en la

cosmovisión de los creyentes de una form

a ambigua.

¿Negación de una ética social?

Se prioriza una ética de corto alcance, centrada en la aplicación de uncódigo de norm

as puritano, caracterizado por la sobriedad y el ascetis-m

o, que regule la vida del individuo y de la comunidad de creyentes en

los aspectos cotidianos. Se ha comentado que esto los aleja de la ética de

acción social que caracteriza a otros movim

ientos cristianos como las

denominaciones protestantes históricas actuales o la Iglesia católica (en

cuya corriente de la Teología de la Liberación es central la aplicación deun “Evangelio social”). Se observa una cierta renuncia a la transform

a-ción del m

undo para concentrarse en la del individuo y de la comuni-

dad de creyentes por medio de ese código puritano. El m

undo se in-cluye en el cam

po de la condenación, y la vida terrestre es mero tránsito

hacia la eterna. Adem

ás, más tarde o m

ás temprano ese m

undo serádestruido. La transform

ación sólo tiene sentido en el seno de la comuni-

dad de los elegidos, como preparación para el m

ilenio.Si la teología de las iglesias evangélicas populares es de carácter

pragmático, em

pírico, no menos lo es su ética. N

o encontraremos gran-

des disquisiciones acerca del pecado como concepto abstracto sino una

postura clara con respecto a determinadas actitudes pecam

inosas sóli-dam

ente delimitadas por la experiencia cotidiana: relaciones extram

a-

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muchos casos tam

bién, como entre los pentecostales de Boyahuazú, es-

tos movim

ientos se niegan unos a otros la posibilidad de representar ca-m

inos alternativos de salvación, a pesar de sus semejanzas básicas.

Determ

inismo providencialista

Se retoma la Teoría de la Predestinación en su m

ás puro determinism

ocalvinista: Todos los hom

bres son por nacimiento pecadores y nada

pueden hacer para salir de ese pecado por sí mism

os. Sólo la fe en Cristoredim

e del pecado, pero esa fe no se obtiene por medio de un acto de

voluntad sino como un regalo arbitrario de D

ios. Para que la salvacióntenga sentido debe existir gente que se condene. Tanto unos com

o otrosestán escogidos de antem

ano. En este clima ideológico cualquier suceso

de la vida puede ser reinterpretado como un signo de la Providencia D

i-vina com

o una prueba de la condición de escogidos. Se diría que queda bloqueada cualquier tipo de ética o de acción hu-

mana. Pero, aunque la identidad de los escogidos sólo sea conocida por

Dios es básico el sentim

iento de los fieles de que se forma parte de ese

número. Esa convicción se infiere de su creencia en que sólo ellos profe-

san la ortodoxia evangélica: si ninguna otra Iglesia es fiel al mensaje

sólo nosotros somos los escogidos para el paraíso. Este sentim

iento depertenencia a la “com

unidad de los puros” es una de las piezas clavespara entender el rigorism

o moral de estas congregaciones: la observan-

cia moral puritana se convierte en term

ómetro por el que se m

ide sucondición o no de escogidos. A

sí, aunque las obras son consecuencia yno causa de la salvación, el em

parejamiento inseparable salvación-con-

ductarecta

esenelfondo,a

efectosprácticos,elmism

oque

enotrasIglesias

cristianas.

¿Obsesión por lo escatológico? M

ilenarismo y predicación del fin

de los tiempos

Los evangélicos profesan una creencia muy fuerte en el nacim

iento delA

nticristo, preludio de la inminente Segunda Venida de Cristo, del A

r-m

agedón (batalla entre las fuerzas de Cristo y del Anticristo), el Reino

de Mil años en la tierra de Jesucristo con los justos de su tiem

po (de

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Las iglesias más fuertem

ente milenaristas tienden, en efecto, a opo-

nerse a cualquier forma de im

plicación con la sociedad, porque es inútilactuar sobre un m

undo agonizante, pero las iglesias empeñadas en ac-

tividades sociales y políticas son innumerables. A

lgunas desarrollanproyectos de desarrollo, están involucradas en la defensa de los dere-chos hum

anos o, como en Colom

bia y Brasil, en actividades políticas enel nivel nacional, a través de partidos políticos confesionales con repre-sentación parlam

entaria.

Expresión ritual simple

El culto es sencillo, espontáneo, participativo y repleto de expresionesde em

otividad. Se centra en la palabra como testim

onio y narración devidas posibles: lectura y com

entarios de fragmentos bíblicos y prédica

sobre algún aspecto de la fe. Aunque es conducido por el pastor, perso-

naje carismático de notables habilidades oratorias, se trata de una vi-

vencia colectiva en la que todos pueden participar, tomando la palabra

cuando lo deseen. Se huye de la estructura ritual rígida e intelectualiza-da porque distorsiona la relación directa y espontánea con lo sagrado yla participación com

unitaria y porque se la relaciona con las iglesias his-tóricas altam

ente jerarquizadas. El rechazo del culto a los santos y a lavirgen es una form

a más de elim

inar intermediarios entre el fiel y la di-

vinidad. Las canciones y la música, el dram

atismo teatral de la predica-

ción, hacen del culto un evento atractivo, una forma de diversión, y con-

tribuyen a elevar la carga emocional.La función catártica de esta carga

es evidente y el sentimiento de colectividad se refuerza con la frecuen-

cia, que puede llegar a ser diaria.

Lo verdaderamente pentecostal: la relación con el Espíritu Santo

En el transcurso del culto ocurren manifestaciones de posesión divina

(kratofanías). Aunque en otras iglesias tam

bién pueden aparecer fenó-m

enos de este tipo, entre los pentecostales es una experiencia obligato-ria pues es esta posesión (o bautism

o del Espíritu Santo) la que marca

verdaderamente, m

ucho más que la fe en el sentido estrictam

ente calvi-nista, la condición de elegidos de los individuos. El verdadero pentecos-

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trimoniales, violencia y abandono fam

iliar, divorcio, alcohol, drogas, ta-baco, peleas, crítica, blasfem

ia, música y baile profanos (que incitan a la

pelea y al sexo), vestimentas y adornos sensuales o de lujo, ostentación

de riquezas, despilfarro, etcétera. Como contrapartida positiva, el

esfuerzo individual, el apoyo a los miem

bros de la comunidad, la adm

i-nistración correcta del dinero, la hum

ildad, la reciprocidad, el igualita-rism

o, los valores familiares.... N

o es necesaria una definición concep-tual de pecado: pecado es lo que se incluye en la lista de conductasconsideradas pecam

inosas, y nada más. Pero si en el caso de la teología

esa ausencia de grandes constructos racionalizados permitía contex-

tualizar la doctrina evangélica alejándola del fundamentalism

o strictusensu, la ética es fundam

entalista, porque se aplica rígidamente sin dejar

espacio a la contextualización. Una racionalización conceptual del peca-

do nos permitirá discernir en qué contexto y en qué grado el alcohol o

el divorcio pueden ser un pecado. Para la ética puritana una sola gotade alcohol es igual de pecam

inosa que una borrachera: el reglamento

puritano, y no la Biblia, es el verdadero “texto absoluto”. Los testimo-

nios y pasajes narrativos bíblicos, más que verdades eternas que “sus-

tentan” el código, ilustran conductas que se atienen al código. A

utores marxistas y católicos (Lalive 1975; Cartaxo 1992), señalan

por esta razón que estos movim

ientos muestran una cuasi absoluta in-

diferencia con respecto a la posibilidad de transformar la sociedad civil

y los acusan de ideología alienante que le hace el juego al poder. Car-taxo afirm

a que la relación es de superación absoluta del hecho social.Todos los m

ales de la sociedad son vistos como señales de la inm

inen-cia del Fin de los Tiem

pos que serán solucionados mediante la ingenie-

ría social divina y cuya causa es el pecado de los individuos y no la es-tructura social. Sin em

bargo, esa interpretación es muy discutible.

La presunción de que el cambio social sólo es posible o se opera en

la dimensión m

acro de la política y no en la micro de lo individual o lo

cultural (Freston 1993) es falsa.La idea de que la vida de los individuossólo puede cam

biar si cambia la estructura social en su conjunto es tan

dañina y estéril como la de que todos los problem

as de los individuosson fruto del pecado (M

ariz 1996). ParaPiedra Solano (1990) el m

ilena-rism

o indica una implícita protesta social: el esperado final de los tiem

-pos es sustituto de la deseada revolución.

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en forma de posesión dem

oníaca. Su origen es espiritual y sólo puedecurarse con el poder de D

ios. El Diablo tam

bién puede introducirse enel cuerpo de seres inocentes, niños por ejem

plo, sin mediación de peca-

do, como recordatorio para el creyente de la realidad ontológica del m

aly, por tanto, com

o refuerzo de la necesidad de la ascesis continua.La curación se produce de acuerdo a un ritual (practicado durante el

culto o no) en etapas de intensidad emocional creciente que conducen

al clímax extático de la expulsión del dem

onio. La curación divina esotro elem

ento que coadyuva a la caracterización del pentecostalismo

como religión del cuerpo y de la experiencia sensible: la sanación física

es identificada por el creyente como el puente experiencial hacia la sa-

nación del alma en la otra vida pero tam

bién en ocasiones se convierteen un fin en sí m

ismo. M

uchos se acercan al pentecostalismo buscando

la sanación a la enfermedad física y dentro del heterogéneo m

undo delpentecostalism

o hay iglesias que ponen el énfasis de su discurso y supraxis en estos rituales de sanación haciendo de la curación una expe-riencia coextensa con la conversión (D

ayton 1991). De acuerdo con és-

tas, la expiación del pecado sólo puede venir después de un intenso su-frim

iento físico a causa de la enfermedad. Cam

pos (2002) denomina a

esta corriente isopentecostalismo.

La organización eclesiástica

La unidad organizativa base es la eclesiola, la comunidad local de cre-

yentes, que es una auténtica institución sociopolítica autónoma, gober-

nada por instituciones colegiadas (pastor, diáconos, ancianos), se rigepor la ley puritana. Estas eclesiolas pueden estar ligadas a otras en unafederación flexible y relativam

ente jerarquizada o pueden ser completa-

mente independientes. A

grandes rasgos, puede distinguirse entreaquellas con un m

odelo “democratico”, en el que prim

a el consenso ytodos los fieles tienen posibilidades sem

ejantes de ocupar un cargo y lasde liderazgo carism

ático, donde el pastor posee una autoridad y presti-gio m

arcadamente superior a la del cuerpo colegiado y los fieles, cuan-

do no decididamente despótica.

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tal no lo es hasta que no haya sido “bautizado” de esta manera por el

Espíritu Santo (Sepúlveda 1992). El bautism

o del Espíritu Santo caracteriza definitivamente al pente-

costalismo com

o una religión de la experiencia y de los sentidos, conuna m

arcada tendencia hacia el irracionalismo. La vía fundam

ental ha-cia la fe y el contacto con la divinidad no es la razón ni la palabra (elconcepto abstracto) sino la em

oción y el cuerpo (Lalive d’Epinay 1975),que parte de este para trascenderlo por m

edio del trance (Campos

2002). La experiencia extática, cargada de intensas emociones y percep-

ciones psíquico-físicas (llanto, risa, alegría exaltada, alucinaciones audi-tivas y visuales, baile, convulsiones) es el culm

en del anhelo de contactodirecto con la divinidad: el contacto convertido en experiencia físicatangible que transform

a completam

ente al individuo, lo convierte en unnuevo ser y lo em

podera. Un contacto directo que se relaciona con la

teología de la experiencia: antes de la recepción del Espíritu Santo, la Bi-blia era m

uy difícil de entender, después se vuelve muy fácil (porque ya

no hace falta ir al texto escrito, basta con las revelaciones hechas por elEspíritu Santo durante los trances)

De entre las m

anifestaciones más im

portantes de la posesión del Es-píritu Santo destacan tres:

a) Glosolalia o “don de lenguas”: durante el trance el individuo far-

fulla frases ininteligibles como señal de que ha adquirido, igual que los

apóstoles en el pasaje evangélico de Pentecostés, la capacidad de hablarvarias lenguas.

b) Las profecías o visiones: nada tienen que ver con un conocimien-

to derivado de cierta técnica mágica m

ediante la cual se manipula a lo

sagrado, como en el caso del cham

anismo, sino que es D

ios quien siem-

pre tiene la iniciativa (Martínez 1990, 85).

c) Las curaciones milagrosas, o “sanidad divina”: realizadas por el

Espíritu Santo a través de un medium

, normalm

ente el líder. Este tipode curación tiene gran sim

ilitud conceptual con el exorcismo. Todo lo

que se sitúa en uno de los dos polos de oposición del mapa cognitivo di-

mana de la m

isma esencia y es, por tanto, la m

isma cosa. Enferm

edades identificable con pecado y pecado con diablo. Traducido a relacionesde causa-efecto, la causa de la enferm

edad es el pecado y se manifiesta

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beración futura en clave milenarista. 2Esta posición enlaza con la postu-

ra de cierto sector de la Iglesia católica y de la opinión pública, paraquien los nuevos fieles evangélicos no serían m

ás que un rebaño pasivode pobres ignorantes “engañados” o “seducidos” por pastores y perso-najes carism

áticos. Es una posición reduccionista que desconoce eviden-cias em

píricas como la participación política de m

uchas Iglesias.b) Para la visión funcionalista y psicosociológica, que se im

pone enlos ochenta, el pentecostalism

o, por sus propias características, se cons-tituye en una ideología polifuncional, constructora de sujetos históricos,que satisface diferentes necesidades (desde las de tipo sim

bólico-cultu-ral hasta las sociales y m

ateriales) en diferentes contextos y para dife-rentes agentes sociales.. Esta postura am

plia permite explicar no solo su

éxito entre los grupos desfavorecidos sino también su relativa penetra-

ción en las clases sociales medias o altas en las cuales habría venido a

satisfacer necesidades de carácter fundamentalm

ente simbólico-religio-

so en un mom

ento de crisis de las prácticas y valores religiosos tradicio-nales (católicos).

Con todo, el pentecostalismo debe entenderse fundam

entalmente

como una form

a de expresión de la “cultura de la pobreza” en el senti-do en que la define Lew

is (1969), una cultura que se caracteriza sólo porla “ausencia de” sino tam

bién por la construcción activa de formas de

relación social y universos simbólicos propios en un intento de resolver

autónomam

ente los problemas que no solucionan las instituciones. N

osería un refugio frente al m

undo sino un intento de construir un mundo

nuevo, una estrategia adoptada por los individuos en muchos casos

como resultado de un cálculo racional y consciente. 3

Este intento comienza, desde el punto de vista sim

bólico-religioso,con la salida del m

undo del catolicismo del que provienen casi todos los

conversos. En ese sentido debemos rem

itirnos a una primera causa de

origen histórico para explicar el crecimiento evangélico: la erosión sobre

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BU

SCAN

DO

UN

AEXPLICA

CIÓN

AL

CRECIMIEN

TO

Los autores coinciden en que el éxito de estas iglesias en Am

érica Latinase explica por su capacidad para paliar algunos de los problem

as causa-dos por el tránsito a la m

odernidad. Existe una relación entre el despe-gue evangélico/pentecostal a principios de los sesenta y los procesos dem

utación económica, social y cultural experim

entados en el continentea partir de ese m

omento: industrialización y urbanización aceleradas

pero incompletas y disfuncionales, m

igración campo-ciudad, desinte-

gración de las sociedades rurales tradicionales y aculturación de lospueblos indígenas (por la extensión de las com

unicaciones y la implan-

tación del Estado). Sin embargo, los análisis sobre el fenóm

eno revelandos posturas diferentes:

a) Para el análisis marxista, im

perante en los sesenta y setenta, eléxito está ligado directa y proporcionalm

ente a un supuesto incremen-

to de la explotación de clases. La doctrina evangélica no es un agente decam

bio sino una ideología alienante que contribuye, indirectamente, a

mantener el status quo

y fomentar ciertos valores capitalistas com

o elahorro o el trabajo (Valverde 1990). A

partir de esta lógica encuentranuna causa de su crecim

iento en el interés de Estados Unidos y del capi-

tal latinoamericano, durante la G

uerra Fría, de favorecer este tipo deprácticas para contrarrestar los m

ovimientos m

arxistas a través de cam-

pañas masivas de evangelización. Rechazam

os las explicaciones que ex-tienden a la generalidad de las Iglesias evangélicas latinoam

ericanas laacusación de agentes de Estados U

nidos o del capital o que ponen el én-fasis en dichos factores geopolíticos. Los factores exógenos no sólo noson suficientes sino que adem

ás tampoco son los m

ás importantes

(Schäffer 1992). El crecimiento es independiente de la G

uerra Fría (hacontinuado im

parable desde su fin) y del signo político de los gobiernoslocales y sus causas hay que buscarlas fundam

entalmente en factores

endógenos. Una causa endógena m

uy querida a los marxistas es la de

que la ideología evangélico/pentecostal proporciona un consuelo paralas clases oprim

idas, una comunidad de refugio frente al m

undo cruel yopresor, dando una explicación aceptable al sufrim

iento en los términos

de su propio universo simbólico y proporcionando una esperanza de li-

2Dicha posición se expresa en los propios títulos de algunas obras, com

o El refugiode las m

asas,de Lalive.3Cam

pos lo define como el “intelecto orgánico de las organizaciones populares en

el proceso de cambio social” (2002, 1).

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de las clases populares. El pentecostalismo se ha beneficiado del hecho

de que en Am

érica Latina la cultura letrada nunca estableció raíces pro-fundas y ha sido rápidam

ente reemplazada, gracias a los m

edios de co-m

unicación, por una “civilización post-alfabeta” centrada en lo audio-visual.

La Iglesia católica, a pesar de sus intentos de renovación, sigue sien-do aún dem

asiado rígida e intelectual 4y su inercia autoritaria y elitistaes grande en A

mérica Latina y tiene dificultad para conectar con la ne-

cesidades populares. 5Una parte de las iglesias evangélicas ha rentabili-

zado esta situación realizando campañas proselitistas m

uy agresivashacia la Iglesia católica, llevadas hasta el extrem

o de cargarla con lossignos del A

nticristo.La m

isma naturaleza altam

ente proselitista de estos movim

ientos esen sí una explicación de su crecim

iento. Adiferencia de la Iglesia católi-

ca y las grandes denominaciones protestantes en las cuales el proselitis-

mo es una actividad exclusiva de sus m

isioneros, cada nuevo conversoes un agente de proselitism

o(Valderrey 1986). La nueva fe se extiende a

través de las redes de parentesco y de amistad y de la solidaridad local

o étnica.U

na segunda necesidad que son capaces de satisfacer mejor que en

el catolicismo es la posibilidad de ofrecer una utopía social a través de

su mensaje m

ilenarista (aunque éste no es un rasgo enfatizado por todaslas Iglesias). Los m

ilenarismos son ideologías revolucionarias en clave

religiosa, que plantean el cambio en térm

inos simbólico-m

íticos en lu-gar de en térm

inos sociopolíticos y económicos. Son productos típicos

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los controles sociales e ideológicos que la Iglesia católica mantenía en

las sociedades premodernas latinoam

ericanas, fundamentalm

ente rura-les y caciquiles. Los estados laicos fueron cum

pliendo su obligación degarantizar las actividades proselitistas de otras confesiones; en la socie-dad de m

asas urbana las relaciones cara a cara se disuelven y la opiniónpública (de la que se servían los párrocos para im

poner la voluntad dela Iglesia) ve erosionada su capacidad de uniform

ar las conductas cul-turales. En dicho contexto la Iglesia católica se vio im

pelida a competir

en un “mercado religioso” abierto (Berger 1985). Su histórica asociación

con el poder, el carácter erudito del personal religioso (que crea distan-cia con los feligreses) y la form

alidad y rigidez de las estructuras, dog-m

as y ritos, eran tres déficits con respecto a las necesidades de la religio-sidad popular (Palm

a y Villela 1990) que la llevaron a perder clientes. El pentecostalism

o presenta características idóneas que enganchancon la sensibilidad popular. En él los sectores populares buscan una reli-giosidad m

ás espontánea, emotiva, sencilla, sustituir la m

ediación eru-dita, racional e im

puesta (sacerdote) por una no erudita, irracional (ba-sada en el contacto físico directo con la divinidad), autónom

a y más

participativa. El contacto con lo sagrado a través del cuerpo enlaza conprácticas religiosas preexistentes en los ritos afrobrasileños, en el cha-m

anismo, en la creencia en las posesiones dem

oníacas o las experienciasm

ísticas. La naturaleza proteica del pentecostalismo le perm

ite echarm

ano de símbolos tom

ados del catolicismo popular o incluso de las reli-

giones afrobrasileñas (Campos 2002). Esta capacidad de adaptación es

clave para entender su éxito. Tam

bién ha sabido vender su producto el “mercado religioso”, ha-

ciéndose apetecible no sólo por la naturaleza y contenido de su doctri-na sino por su “estética”: los pastores son actores/com

unicadores quepresentan los servicios com

o espectáculos dramáticos m

ediante el re-curso a una oratoria encendida, a los cantos y bailes inspirados en lam

úsica popular local (otro elemento de continuidad cultural) y utilizan

los medios de com

unicación de masas (radio y televisión). La cantidad

de Iglesias semejantes en com

petencia conduce a campañas proselitistas

cada vez más refinadas. El m

ensaje debe entrar por la vista y el oído. Elénfasis en el “proselitism

o audiovisual” está en sintonía con el antinte-lectualism

o de estos movim

ientos pero también con la propia realidad

4Stoll (1990) menciona que ni siquiera su ram

a más populista, la Teología de la

Liberación, ha sabido conectar con las necesidades del pueblo, porque es una creación dela cultura de oposición de la universidad y el clero a la oligarquía que se plantea com

ouna ideología de cam

bio social universal, con sus correspondientes complejidades inte-

lectuales (para transformar la sociedad en su conjunto hay que com

prender sus comple-

jos mecanism

os y eso requiere de una formación intelectual profunda).

5El testimonio del pastor de Boyahuazú es ilustrativo:“ Porque el cura es conside-

rado en todo el mundo com

o hombre sabio y m

ucho más en estas com

unidades. Lotem

en. [...] Yo no soy como los curas, que no trabajan [...] Vino a verm

e una vez un cura:“¿Q

ué hay, párroco?” –le dije. ”Yo soy padre” –me contestó. ”Si es padre, ¿dónde están

sus hijos? Aquí todos som

os hermanos y sólo D

ios es nuestro Padre”.

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1988; Bastian 1994). Através del evangelism

o los grupos étnicos margi-

nados o en situación de colonialismo interno pueden constituir lideraz-

gos religiosos propios que asumen dim

ensiones parapolíticas como la

del control social e ideológico, librándose así de la tutela paternalista delsacerdote católico y, en parte, del sistem

a de dominación al que este de

algún modo estaba ligado. A

unque eliminan m

uchas de las tradicionesculturales en las que se basaba la identidad de las m

inorías por conside-rarlas prácticas “paganas” (vestido tradicional, prácticas religiosas sin-créticas o anim

istas, valores culturales y estructuras de parentesco), losvalores y la organización introducidos por la nueva religión, al ser dis-tintos a los de la sociedad dom

inante, operan a guisa de nuevos “mar-

cadores” étnicos. La nueva organización religiosa acaba subsumiendo a

la política en cada comunidad y sirve para reconstruir la cohesión de la

mism

a; la animadversión hacia la Iglesia católica refuerza las fronteras

de la comunidad, pues la sociedad m

ayor es identificada con el catoli-cism

o; y en su afán por reducir las mediaciones entre los fieles y la di-

vinidad, fomenta el uso de las lenguas vernáculas en los cultos y en la

lectura de las Escrituras y ha contribuido así a evitar su desapariciónante las políticas de nacionalización em

prendidas por los Estados desdela escuela y los m

ass media.

Autores com

o Lalive D’Epinay (1975), han señalado, sin em

bargo,com

o en algunos casos la función política de las Iglesias evangélicaspuede operar en el sentido contrario: no para rom

per con el pasadoneofeudal sino para recuperarlo, ofreciendo a los m

igrantes rurales encontextos urbanos una continuidad con el m

odelo de la hacienda, unacom

unidad nueva en la que cada uno tiene definido su rol y su respon-sabilidad bajo el liderazgo carism

ático y paternalista del pastor, quesustituye al del antiguo patrón.

Pero más que la identidad étnica, el factor clave para entender la

conversión es la pobreza y la marginalidad en sí, los resultados positi-

vos que ésta obtiene frente a las manifestaciones psicosociales de la m

is-m

a: sentimiento de im

potencia para cambiar, baja autoestim

a, inseguri-dad, m

iedo, y, sobre todo, la anomia. Para D

urkheim (1983), acuñador

del término, el estado anóm

ico surge de una falta de regulación que dejaal individuo sin pautas de conducta definidas, sin objetivos para el de-sarrollo de su vida en sociedad, lo cual puede conducir a la percepción

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de contextos sociales que provocan, por un lado, infelicidad e insatisfac-ción en determ

inados grupos y, por otro, bloquean o dificultan la posi-bilidad para dichos grupos de cam

biar su situación por los canalessocioeconóm

icos. Aunque esa “insatisfacción” pueda ser a veces, com

oapunta Cohn (1957), de carácter puram

ente simbólico, la m

ayor partede las veces está relacionada con las condiciones m

ateriales de la exis-tencia y aunque el cam

bio social se plantee en términos sim

bólico-míti-

cos, es fundamentalm

ente un cambio en las condiciones m

ateriales dela existencia, no en un m

ás allá etéreo y abstracto, sino sobre la propiatierra y sobre la propia sociedad de hom

bres de carne y hueso (Cohn1957). El paso histórico de una sociedad preindustrial y rural a una so-ciedad industrial y urbana es un buen caldo de cultivo para el m

ilena-rism

o. Es una situación en la que se experimenta un proceso de cam

biotan acelerado que no da tiem

po a los subsistemas económ

ico, social, po-lítico y cultural a reconfigurarse equilibradam

ente, y se erosiona lacapacidad del sistem

a de procurar satisfacción y felicidad a un gran nú-m

ero de individuos. La estrecha relación entre milenarism

o y muta-

ciones de este tipo ha sido establecida en el caso de la oleada milenarista

en la Europa bajomedieval protocapitalista (Cohn 1957) o la renovación

evangélica en la Inglaterra y los Estados Unidos de la prim

era revolu-ción industrial (Fukuyam

a 1999). El caso latinoamericano contem

porá-neo sería sim

plemente otro m

ás. Con todo, la razón m

ás importante que im

pulsa a los sectores popu-lares latinoam

ericanos a ingresar en estas Iglesias parece encontrarse enla elevada eficacia que han m

ostrado para resolver problemas reales

en ecosistemas sociales de m

arginalidad y de pobreza. La gente se con-vierte porque obtiene resultados útiles para sus vidas.

En poblaciones sometidas a subordinación socioeconóm

ica y políti-ca com

o consecuencia de su adscripción étnica (como es el caso de los

indígenas, de los gitanos, de las comunidades negras y otras m

inoríasm

arginadas socioculturalmente por las sociedades m

ayoritarias lati-noam

ericanas) la conversión a una Iglesia evangélica o paraprotestante(Testigos de Jehová, m

ormones) es una estrategia consciente y calcula-

da por parte de las comunidades para reconstituir su autonom

ía socio-política y reforzar su alteridad cultural frente a la sociedad dom

inante,uno de cuyos elem

entos de identidad es el catolicismo (G

arma 1987 y

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randi, con un mínim

o de institucionalización y especialización del oficioreligioso, les concede una gran flexibilidad adaptativa a diferentes con-textos y una gran capacidad de m

ultiplicación de sus agentes. Sucontacto cotidiano con lo sagrado a través del culto diario y la natura-leza participativa del m

ismo genera un intenso sentim

iento colectivoque refuerza la solidaridad e identidad social. La extrem

a simplicidad

de su ética desempeña una función de reordenam

iento de la existenciaa partir de sus aspectos cotidianos, a m

enudo los más problem

áticos.Com

o señala Sepúlveda (1992), aunque generadas por procesos socia-les, las conductas desviadas son un fenóm

eno que se manifiesta en

forma de problem

as individuales, de degradación personal y así es per-cibido por las clases populares. La razón de esta percepción no seencuentra necesariam

ente en la influencia de una “ideología” que ocul-te la naturaleza real de los problem

as sociales (el pentecostalismo es

subsecuente que no antecedente a esta falta de conciencia) sino a la defi-ciente educación, que obstaculiza la com

prensión holística de la socie-dad, y al carácter urgentem

ente doloroso de las manifestaciones perso-

nales del problema, que son la prim

era preocupación de la gente.El discurso pentecostal pone el acento en la resolución de estas si-

tuaciones individuales a través de un tratamiento conductista, de cho-

que. Situaciones extremas requieren soluciones extrem

as, y una desre-gulación profunda de la vida de los individuos requiere com

o antídotouna reglam

entación radical y estricta de la mism

a. Loreto Mariz (1994)

considera el alcoholismo un factor m

uy importante de conversión entre

las clases populares de Brasil y piensa que el principal factor del éxitopentecostal no se encuentra en el terreno de las creencias sino en la ar-ticulación de ese plano sobrenatural con el plano ético. La terapia pare-ce tener un aceptable grado de efectividad. “Los convertidos superan elproblem

a personal que les aquejaba, se percibe un alivio en la situacióneconóm

ica al vivir más sobriam

ente, y las relaciones entre los miem

brosde la fam

ilia se hacen más respetuosas y m

enos agresivas”(Sam

andú yM

artínez 1991, 60). La conversión conduce al creyente a pensar que elcam

bio es posible, a recuperar la capacidad de decisión, la dignidadperdida, la autoestim

a, “la posibilidad de ser persona” (Piedra Solano1990, 87). Los individuos sienten de nuevo que son im

portantes para al-guien (para sus herm

anos de fe y para Dios) y que su vida tiene un sen-

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de que la vida no tiene sentido y a conductas deletéreas y/o escapistas(alcoholism

o, drogadicción, desintegración familiar, abandono de las

responsabilidades sociales, apatía, violencia ciega, rebeldía contra la au-toridad o desviada hacia blancos fáciles com

o mujeres, niños, colectivos

más m

arginados, etcétera). Este estado se produce como consecuencia

de transformaciones socioeconóm

icas y culturales muy bruscas y puede

presentarse básicamente en dos form

as :a) Los grupos hum

anos pierden sus reglas de conducta, sus valoresentran en crisis, pero no hay claros sustitutos para los m

ismos, produ-

ciéndose un vacío o empobrecim

iento cultural. En Am

érica Latina seríael caso de algunos grupos indígenas que después de siglos de aisla-m

iento habrían sufrido un brusco proceso de contacto.b) El cam

bio introduce un conjunto de nuevos valores que no sepueden poner en práctica y expectativas vitales que no se pueden satis-facer. Y

ello principalmente por dos razones: b.1) porque el “tejado” cul-

tural de los valores y expectativas ha cambiado m

ás rápido que los “ci-m

ientos” socioeconómicos, que actúan dificultando estructuralm

ente laim

plantación de aquellos; b.2) o porque la estructura social dominante

esté construida para que la realización plena de esos valores sea sólo po-sible “de facto” para unos pocos.

El continente latinoamericano vive de form

a masiva desde los se-

senta un proceso del tipo mencionado en el apartado b). Los indígenas

aún atrapados en sus formas de organización precapitalistas se encon-

trarían en la situación b.1, y los pobres no étnicos, explotados por lasclases dom

inantes, estarían en el caso b.2.Las doctrinas evangélicas se han m

ostrado muy eficaces para rom

-per con esa anom

ia porque reconstruyen un mínim

o tejido social y cul-tural allí donde no lo había o estaba m

uy deteriorado, dotando a estaspoblaciones de un nom

osalternativo, un conjunto de valores de substi-tución y alternativos fines a su alcance. A

través de este nomos los m

argi-nados firm

an, en palabras de Fry y How

e (1975) un nuevo “contrato so-cial” que les perm

ite reconstruir la sociedad en el nivel micro.

Su discurso directo, simple y que ordena la realidad de acuerdo a

grandes categorías dicotómicas, resulta ser una m

anera muy económ

icade dar explicación a las contradicciones de la vida real. El sufrim

ientose hace coherente porque tiene sentido (M

artínez 1987). Su modus ope-

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convertirse sino para permanecer en la religión. Lo m

ismo podem

os de-cir con respecto a las enferm

edades psicosomáticas creadas por brujería

(de sobras es conocido que en contextos de crisis social y depauperaciónen culturas con im

aginarios todavía animistas, aum

entan las manifesta-

ciones de este tipo porque aumentan las envidias y los conflictos entre

los individuos, que compiten con todos los m

edios a su alcance, inclui-dos los espirituales, por unos recursos insuficientes, y porque la gentesiente la necesidad de buscar culpables a sus desgracias). La sanidad di-vina, que es gratis, viene así a sustituir a la sanidad m

édica (no es quela gente pobre no crea en ella sino que no tiene acceso a la m

isma) y a la

chamánica (cuya práctica se ha ido perdiendo o haciendo inalcanzable,

porque los chamanes, com

o los médicos, tam

bién cobran). De nuevo

una estrategia de sustitución de necesidades que no pueden satisfacersepor otros canales y, en ese sentido, el pentecostalism

o se consolida ple-nam

ente como una “religión del cuerpo”.

Los sufrimientos de los pobres pueden hacerse m

ás llevaderos ha-ciendo que esos sufrim

ientos tengan sentido. Esta es la teodicea clásicadel cristianism

o y la que predomina en la m

ayor parte de las Iglesiasevangélicas. Sin em

bargo, es importante analizar el caso de los neopen-

tecostales, porque ellos rechazan esa teodicea. La ética neopentecostalalaba la riqueza m

aterial como un signo de salvación. Pero m

ientras sedocum

entan casos de pastores con lujosos coches, fruto del diezmo

obligatorio, para la mayoría de los fieles la riqueza es sólo un horizonte

vital utópico que nunca alcanzarán. Esta posición representa la incorpo-ración de los valores capitalistas por parte de las clases desfavorecidaspor ese propio capitalism

o y parece así cumplir la función de una ver-

dadera alienación cultural en términos m

arxistas. Sin embargo, es nece-

sario hacer una serie de puntualizaciones: Butler Flora (1976) o Hoffna-

gel (1978) señalan que la mayor parte de las Iglesias neopentecostales no

entiende la prosperidad como un m

ayor consumo sino com

o un mayor

ahorro y Freston (1993) muestra en sus estudios que la gente da m

enosde lo que se le pide y no acepta el discurso de algunos pastores que exi-gen donaciones constantes y desm

edidas. Pero el punto significativo loaporta O

ro (1992), que afirma que los diezm

os y donaciones de los fielesneopentecostales, lejos de em

pobrecerlos aún más para alim

entar las ar-cas de pastores-vividores, tienen un efecto sim

bólico y psicológico im-

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tido y un objetivo (cumplir la m

isión que Dios le ha encom

endado). Elcódigo conductual tan estricto puede parecer ridículo para un observa-dor externo pero para quienes vienen de una experiencia de anom

ia esteapego exagerado a norm

as que regulan el aspecto más nim

io de la vidacotidiana es parte del proceso de reorganización vital y tiene efectosm

uy prácticos muy poderosos: la fuerza de la fe es m

ás eficaz que lassesiones de A

lcohólicos Anónim

os, 6el código puritano con respecto alvestir ayuda a construir una nueva identidad reconfigurando la auto-percepción de los individuos, que se sienten externa y no solam

ente in-ternam

ente especiales, y combate los estereotipos sociales que la socie-

dad dominante les im

pone, impidiendo que sean confundidos con

vagabundos, ladrones o prostitutas. El nuevo código también cum

ple lafunción de rechazar los cánones estéticos de la sociedad dom

inante, quehan sido interiorizados por las clases populares pero que son m

uy difí-ciles o im

posibles de alcanzar (como cuando se basan en rasgos racia-

les). En ese sentido el discurso de las Iglesias evangélicas es todo lo con-trario de una ideología alienante: es una defensa frente a m

odelosgenerados por las clases dom

inantes y cuyo intento de imitación provo-

ca insatisfacción en la gente. Esta fe es tam

bién un sentimiento que coadyuva a com

batir el miedo

de una existencia cotidiana que está llena de peligros reales en muchos

contextos de pobreza en Latinoamérica. El converso siente que D

ios leprotege esto puede hacerle m

ás llevadera una vida en medio de narco-

traficantes, delincuentes y abusos policiales arbitrarios, de violencia ca-ciquil, racism

o, guerrilla y campañas m

ilitares. Dentro de esos m

iedoses prioritario el tem

or a la enfermedad física o espiritual, que m

uchasveces desencadena la conversión: para colectivos que viven en condicio-nes de salubridad deficientes y con pocas posibilidades de acceso a lam

edicina científica, la “sanidad divina” es un argumento no sólo para

6Es por ello que una de las cosas que más se reprocha a la Iglesia católica es su posi-

ción flexible a este respecto, porque alegan que no funciona en contextos sociales anómi-

cos como éstos: “Vienen los curas y dicen: Pueden tom

ar un poquito no más, y bailar. Y

no, porque eso da lugar a la fornicación y al diablo” (Max Brander Ram

írez, pastor pente-costal de Boyahuazú)

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tica nacional resulta una buena escuela para alejarse de mentalida-

des y prácticas características de la premodernidad latinoam

ericana.A

lgunos autores (Brusco 1994; Mariz y M

achado 1997; Hallum

2003), por último, señalan que el pentecostalism

o está mejorando

sensiblemente la situación de la m

ujer. Por un lado la ética puritanaayuda a elim

inar conductas como los m

alos tratos, el abandono o eladulterio, por m

edio de un cambio en los hom

bres en su actitudhacia el alcohol y los valores y roles fam

iliares. Por otro, la doctrinaayuda a las m

ujeres a encontrar una explicación al comportam

ientode sus m

aridos que les permite soportar m

ejor la situación y afron-tarla con m

ás fuerza. Los hombres no son vistos ya com

o los victimi-

zadores que no pueden controlar unos instintos agresivos y domi-

nadores que estarían en su naturaleza, sino como víctim

as ellostam

bién, marionetas m

ovidas por el demonio. El pentecostalism

ojugaría un papel de “dom

esticación” del sexo masculino, una refor-

ma del m

achismo latinoam

ericano, reconduciéndolo hacia un rol depatriarca responsable. Pero en el cam

ino hacia esa recuperación delos hom

bres, muchas veces larga, son las m

ujeres (menos afectadas

por plagas como el alcoholism

o, la drogadicción o la violencia delin-cuencial) las que con m

ucha frecuencia están tomando las riendas de

los movim

ientos evangélicos. 7Yaunque sus aspiraciones son bas-

tante limitadas con respecto a las que se incluiría en la agenda de un

movim

iento feminista realm

ente moderno, no puede negarse que

este activismo social del sector fem

enino popular latinoamericano es

un rasgo nuevo y señal incipiente de modernidad.

LO

STICU

NA

PENTECO

STALES

DE

BO

YAH

UA

Los ticuna son una etnia indígena que habita en las riberas del Am

azo-nas, a caballo entre los estados de Brasil, Colom

bia y Perú. Entre el finaldel siglo XIX

y el principio del XXfueron som

etidos totalmente al poder

de los hacendados caucheros, y sus estructuras sociopolíticas, basadas

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portantísimo com

o estrategia de rechazo de la pobreza. Através de esa

donación los fieles hacen un pacto con la divinidad que redefine su po-sición. D

e acuerdo con las teorías clásicas del don y con el imaginario

neofeudal tan arraigado aún en las clases populares latinoamericanas,

aquel que da tiene poder, aquel que recibe carece de él. La debilidad yla sum

isión, que en su imaginario se asocian a la pobreza, se refuerzan

simbólicam

ente cuando uno recibe, porque recibir es ser dependiente.D

e esta manera, la donación reinvierte sim

bólicamente los térm

inos: losfieles se convierten en acreedores de D

ios y de esa manera obtienen au-

toridad para pedirle cosas. Adem

ás, el acto de dar (y siempre suelen ser

cantidades que no comprom

eten el presupuesto familiar), es una m

íme-

sis de comportam

ientos sociales tradicionalmente lim

itados a las clasespudientes, que eleva la autoestim

a. Es una especie de movilidad social

simbólica. Esta doctrina juega un papel im

portante en la posibilidad detransform

ación activa y real de las clases populares porque rechaza lateodicea alienante centrada en la redención de los pobres a través delsufrim

iento.O

tra causa importante del éxito evangélico podría ser su capacidad

de ayudar a las clases populares a adaptarse mejor a la sociedad m

oder-na, a pesar de su doctrina reaccionaria en m

uchos aspectos:

Al enfatizar la predicación y la lectura de la Biblia, fom

entan la me-

jora de la competencia lingüística, tanto oral com

o escrita, dos capa-cidades necesarias para adaptarse a la sociedad m

oderna y a sus exi-gencias laborales.

La conversión refuerza la iniciativa personal y racional sobre latradición cultural y eso es un rasgo de m

odernidad. La conversiónes una acción individual y una estrategia fruto, m

uchas veces, delcálculo. En las sociedades tradicionales no hay conversión, la reli-gión viene dada e im

puesta.El concepto m

ás participativo de poder habilita a los individuosen la experiencia de la dem

ocracia, que también es un rasgo de la

modernidad. A

pesar de que la autoridad del pastor es en algunoscasos autoritaria, hay en todo caso una despersonalización del po-der (el énfasis se pone en la ley no en la persona, el pastor tiene quesom

eterse a la ley). Si eso lo extrapolamos a la dim

ensión de la polí-7Sepúlveda (1992) nos señala para el caso de Chile que el m

ovimiento pentecostal

está constituido fundamentalm

ente por mujeres.

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observan también al m

ismo tiem

po entre otros grupos de la región tam-

bién sujetos a las haciendas, como los yaguas. La convergencia de fam

i-lias de diferentes orígenes étnicos en el m

ismo sitio dio lugar a la form

a-ción de algunas com

unidades pluriétnicas. Boyahazú, en la parte delterritorio ticuna bajo soberanía colom

biana, fue una de estas comunida-

des y se formó con una com

posición mixta de ticunas (m

ayoritarios),yaguas (m

inoritarios) y mestizos (unos pocos individuos). En ese proce-

so de formación tuvieron un papel protagonista los m

ovimientos reli-

giosos bautistas y pentecostales y la Iglesia crucista, un movim

iento deorigen local con un corte doctrinal sem

ejante a los evangélicos aunquecon un m

arcadísimo acento m

esiánico y milenarista (creencia en la na-

turaleza mesiánica de José Francisco da Cruz, el brasileño fundador del

movim

iento, y expectación del fin del mundo para una fecha m

uy cer-cana). A

proximadam

ente 70% de las nuevas com

unidades ticuna fue-ron fundadas en torno a una Iglesia de este tipo o adoptaron la religiónm

uy poco tiempo después de la fundación (Pacheco 1988).

La formación de estos poblados ribereños condujo a la convivencia

de diversas familias nucleares o extensas venidas de lugares diferentes,

e incluso de etnias diferentes, muchas veces totalm

ente desconocidasentre sí y, con ello, la necesidad de crear un nuevo m

ecanismo de auto-

ridad que asegurase el mantenim

iento del control social y la representa-tividad colectiva de cara al exterior ante la constatación de que los m

e-canism

os del sistema de parentesco, hasta entonces suficientes puesto

que estaban encuadrados en la unidad política jerárquicamente supe-

rior de la hacienda, no iban a bastar para garantizar la funcionalidad yla integración social en las nuevas com

unidades. Dicha reestructuración

no se presentaba como una tarea fácil, pues reducidas sus estructuras

sociales al nivel de la familia nuclear o la fam

ilia extensa matrilocal

(Ullán 1994), los ticuna se encontraban en una situación de “anom

ia po-lítica y social”. D

ada la carencia de instituciones de autoridad propia,los Estados introdujeron en las nuevas aldeas m

odelos organizativosexógenos, pero esta ingeniería política indigenista ha encontrado m

u-chas dificultades para reconstruir el tejido social y la autoridad en lascom

unidades. Por un lado, las nuevas autoridades políticas, impuestas

desde el exterior, carecían de toda legitimidad interna. Por otro lado, a

la “anomia política y social” se le sum

aba una “anomia cultural” que

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en el clan patrilineal, fueron brutalmente violentadas. Para m

aximizar

la explotación del caucho se reasentó a los ticuna en pequeños grupospor toda la selva, fragm

entando los clanes, que desaparecieron como

grupos corporativos con funcionalidad política (Ullán 1994). Las hacien-

das caucheras, cuyo funcionamiento era en m

uchos aspectos similar al

de los señoríos feudales medievales, se convirtieron, hasta principios de

los setenta, en las nuevas unidades sociopolíticas de encuadramiento.

Los indios vivían en sus habitaciones al interior de la selva trabajandoel caucho m

ientras el patrón establecía su residencia a la orilla del Am

a-zonas (N

imuendajú 1952). Este régim

en neofeudal sobrevivió al fin delboom

del caucho amazónico y sostuvo un largo pulso con los Estados,

que trataron desde mediados del XX

de acabar con el control de los oli-garcas en las instituciones locales y de proteger a los indios. Su durezadesencadenó desde principios del siglo XX

hasta los cincuenta una seriede m

ovimientos m

ilenaristas, primero de carácter nativista y m

ás tardedel tipo “cargo”, con los que los ticuna trataban de recuperar un ordensocial libre del dom

inio y la injerencia de los occidentales (Vinhas deQ

ueiroz 1968; Ullán 2000).

En los sesenta se instalaron por primera vez algunas m

isiones católi-cas, bautistas y pentecostales, que se erigieron en refugio para los sier-vos rebeldes. La conversión era una estrategia de liberación de la opre-sión neofeudal, pero la hostilidad de los hacendados im

pidió que estasm

isiones prosperaran demasiado. N

o obstante, estaba sembrado el ca-

mino para el posterior crecim

iento del evangelismo en la región.

En la década de los setenta acontece la desaparición del poder de loshacendados y la recuperación de la autonom

ía por los ticuna. El factorfundam

ental fueron los cambios socioeconóm

icos acaecidos en la re-gión: el crecim

iento de los núcleos urbanos y la emigración desde otras

partes del continente fue haciendo cada vez más difícil para los patro-

nes mantener la relación com

ercial de exclusividad con los indios, en laque se basaba su poder. Libres del yugo neofeudal, los dispersos gruposfam

iliares ticuna comienzan a reagruparse en aldeas de nueva form

a-ción en las orillas del A

mazonas. Com

o consecuencia del proceso deaculturación, que se acelera en esos años, sienten el deseo de integrarsea las sociedades nacionales para satisfacer necesidades nuevas com

o eldesarrollo económ

ico, la educación y la salud. Procesos similares se

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a una comunidad que ni siquiera estaba conectada a la red eléctrica. En

Boyahuasú los ticuna parecían estar viviendo la utopía que habían tra-tado de alcanzar durante los cincuenta, por la vía sim

bólica, con los cul-tos cargo: el estatus de consum

o material de sus expatrones blancos

(Vinhas de Queiroz 1968). La inm

ersión en la economía de la coca fue

tan total que los ticuna de Boyahuazú dejaron casi de cultivar la tierra ode pescar y adoptaron un estilo de vida y patrones de conducta que im

i-taban a los de sus nuevos jefes: ostentación, agresividad, sentim

iento desuperioridad con respecto a los indígenas de otras com

unidades... Sinem

bargo, cuando el gobierno de Virgilio Barco lanzó una campaña con-

tra el narco a finales de los ochenta toda esa prosperidad se esfumó en

unos pocos meses: la pista de aterrizaje fue bom

bardeada y los trafican-tes se trasladaron a otro lugar. Cuando el dinero se acabó, las lanchas,los televisores y los frigoríficos dejaron de funcionar. Los ticuna no pu-dieron continuar m

anteniendo su tren de vida y eso provocó una ano-m

ia aún más extrem

a que la que existía antes del narco: algunos habíanem

pezado a consumir coca y ahora no había de dónde obtenerla: se vol-

vieron al alcohol; el abandono de los campos por m

uchos llegó a provo-car ham

bre y robos a los campos de los vecinos que sí tenían cosecha;

los ticuna volvieron a las actividades de subsistencia o a alquilarse como

braceros pero el golpe para su orgullo de “gángsters” fue muy fuerte; la

existencia de armas entre la población hizo m

ás peligrosos los conflictosy la frustración del m

acho narcotraficante se desvió hacia los más débi-

les: las mujeres y los niños. A

finales de los ochenta los ticuna de Boya-huazú estaban pidiendo a gritos una terapia de choque que pusiera or-den en una sociedad en la que la convivencia se había hecho im

posible.En lo que se refiere al papel político jugado por el pentecostalism

o,en Boyahazú parece observarse el m

odelo de continuidad con las es-tructuras neofeudales propuesto por Lalive D

’Epinay (1975). Después

de la liberación de los patrones explotadores, y ante las dificultades en-contradas para ejercer el autogobierno, algunas com

unidades ticunacom

o la de Boyahuazú parecen haber ido en busca de un modelo políti-

co de dependencia sustitutivo, basado en el paternalismo hum

anista del“buen patrón”. Prim

eramente el buen patrón-narco que les satisfacía las

necesidades materiales de consum

o adquiridas con la aculturación.D

espués, el buen patrón-pastor, que sustituyó aquellas necesidades, im-

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generaba apatía, alcoholismo (que ya había sido introducido histórica-

mente por los hacendados com

o un mecanism

o para hacerlos depen-dientes), desintegración fam

iliar, y conflictos violentos al interior de lascom

unidades, haciendo éstas aún más ingobernables. Esta últim

a era elresultado de la clásica y perversa conjugación de factores: incorporaciónde valores y expectativas de la sociedad capitalista m

oderna e imposi-

bilidad de satisfacerlos desde la prisión de estructuras económicas de

agricultura de subsistencia, bajísimos niveles de educación y de

conocimiento del español o el portugués, y la discrim

inación étnica dela sociedad nacional.

Mientras en otros m

omentos de la historia ticuna factores com

o laopresión política y la explotación económ

ica son los más relevantes

para entender los movim

ientos religiosos en los que se embarcaron, en

la actualidad, marcada por un descenso en picada de los niveles de ex-

plotación y opresión, el factor clave para la conversión a los nuevos mo-

vimientos cristianos es esta anom

ia política, social y cultural. En ausen-cia de otros m

ateriales con los que construir las estructuras de gobiernoo las relaciones sociales y, ante la im

posibilidad de poder satisfacer lasexpectativas vitales generadas por los nuevos valores occidentales, esasfunciones las cum

ple el pentecostalismo.

En el caso concreto de Boyahuazú la conversión al pentecostalismo

se produjo en un contexto de extremo desorden social y frustración cul-

tural. El poblado se formó a m

ediados de los setenta en torno a una pis-ta de aterrizaje de los narcos colom

bianos a donde llegaba pasta base decocaína de Perú para su procesam

iento en laboratorios clandestinos enla selva. Los indígenas se fueron congregando atraídos por las ocupa-ciones que dem

andaba esta industria: guías para conducirles hasta loslaboratorios, cargadores, lancheros e incluso guardaespaldas. Com

para-do con lo que un ticuna podía percibir en las haciendas de los antiguospatronos, los narcos pagaban cantidades desproporcionadas de dinero.Y

por un trabajo relativamente fácil. El narco se convirtió así en la antíte-

sis del antiguo patrón: el buen patrón que realmente sí proveía a sus

empleados de las m

aravillas de la civilización occidental. Durante la dé-

cada de los ochenta el dinero entraba a espuertas en Boyahuasú y losticuna se lanzaron al desenfreno del consum

ismo. Frigoríficos, televi-

sores, lanchas fuera de borda y otras muchas cosas, em

pezaron a llegar

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ber conllevado una observancia cuasifanática, de los preceptos, con eltiem

po este fervor se ha ido debilitando y dando lugar a la aparición deuna “población flotante” que sigue a distancia, con una m

ayor relaja-ción, las exigencias de la fe. Esto ha conducido a una ruptura de la co-m

unidad entre este tipo de mem

bresía y un núcleo duro, rigorista, mi-

noritario. Max Brander Ram

írez se quejaba de que “El setenta y cincopor ciento de la com

unidad no son creyentes, aunque son convertidos”,y daba datos: 50%

de las parejas no están casadas y viven, por tanto, enpecado, algunos jóvenes se em

borrachan... Ala dificultad natural de

mantener el rigorism

o moral se añade la m

inoría no-evangélica de la co-m

unidad, que representa una fuente de tentación constante, sobre todoen lo referente al alcohol y la m

úsica.Eso nos lleva a la necesidad de buscar otras posibles funciones del

credo pentecostal en Boyahuazú, al margen de la cuestión de la anom

ia.U

na de ellas es la de refuerzo de la identidad étnica. Boyahuazú es unacom

unidad étnicamente m

ixta en la que conviven ticunas, yaguas y al-gunos m

estizos. En una situación de pérdida de los elementos construc-

tores de la identidad diferencial como consecuencia de los procesos in-

tensos de aculturación (los ticuna han perdido casi totalmente la lengua,

la estructura social, la religión propia, el folklore, etcétera) la adscrip-ción pentecostal viene a redibujar la frontera étnica que se estaba ha-ciendo borrosa y evitar así la desconexión con el pasado. N

inguno delos yaguas o m

estizos de Boyahuazú es pentecostal: Los yaguas estánm

enos aculturados y siguen practicando el chamanism

o, los mestizos

son católicos. Esto da pie a que los ticuna construyan su alteridad porun doble proceso de rechazo etnocéntrico: frente a los que no son pente-costales porque viven en el m

undo del pecado y frente a los que no sonticunas (los yaguas paganos y prim

itivos, los mestizos corruptos por el

catolicismo) porque ser ticuna equivale, en Boyahuazú, a ser elegido

por Dios. La identidad étnica queda así ungida etnocéntricam

ente (me-

canismo m

uy común de refuerzo de la autoestim

a de los colectivos) porel establecim

iento de una relación intrínseca y privilegiada entre etnia ydivinidad. Y

al haber subsumido la organización eclesiástica a la políti-

ca, los grupos no pentecostales de Boyahuazú viven en una condiciónde apartheid no declarado, com

pletamente excluidos de representativi-

dad y decisión política en la comunidad.

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posibles de alcanzar, con otras de orden espiritual. Este es, en efecto, elrol político que ejercía el pastor de Boyahuazú en la prim

era mitad de

los noventa donde la estructura de gobierno de la eclesiola pentecostal(que depende de una jerarquía nacional que nom

bra a los pastores) hasubsum

ido la débil institución civil transformando la com

unidad enuna teocracia en m

iniatura en la que el pastor, un mestizo de Florencia

(Putumayo), gobierna con autoridad carism

ática y despótica. Este pastor, con m

ano de hierro, fue el encargado de hacer cumplir

el estricto código puritano que dio un nuevo sentido a la vida de los ti-cuna de Boyahuazú. En los prim

eros años de vida de las nuevas comu-

nidades los borrachos eran insultados, apaleados públicamente y expul-

sados de las aldeas. Posteriormente, los castigos físicos fueron dando

paso a otro tipo de medidas de coerción, no por ello m

enos severas, yaque aún los aspectos m

ás íntimos de la vida privada eran som

etidos aestricta vigilancia y control, por m

edio de mecanism

os como el patrulla-

je de las casas, la indoctrinación en el templo, los juicios por infracciones

o la enfermedad (que es siem

pre castigo por la ruptura de las normas).

Los propios individuos son conscientes de la centralidad del códigopuritano en su nueva creencia. N

o es casual que cuando a muchos de

los ticunas de Boyahuazú se les pregunta qué diferencias existen entrelos evangélicos y los católicos no sepan m

ás que contestar: “Nosotros no

tomam

os trago, ni fornicamos, ni tenem

os fiesta”.Muchos testim

oniosrecogidos en la región nos m

uestran la desesperación generada por ladegradación social y la necesidad de encontrar una solución a través dela entrada en uno de estos m

ovimientos puritanos, sin im

portar a prioriel que sea. Los testim

onios muestran cóm

o la adhesión es fundamental-

mente pragm

ática y no está demasiado m

otivada o sustentada por uncorpus de creencias asim

ilado. Pareciera que para la mayoría de los indi-

viduos la religión se redujera a este código puritano refrendado por ladivinidad y todo lo dem

ás fuera secundario e incluso superfluo. Pero, cuando descendem

os al análisis empírico, la eficacia del pente-

costalismo com

o reordenador de la conducta social no parece tan gran-de com

o nos muestran los testim

onios aislados o las extrapolacionesteóricas. A

l menos en el caso de Boyahuazú ese alto nivel de com

pro-m

iso no parece que pueda ser mantenido por todo el m

undo, o durantetodo el tiem

po. Si los primeros m

omentos de efervescencia parecen ha-

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que van en los productos, cuando los pasan por el computador dan el

número 666. Los hom

bres que lo hacen no lo saben pero están marcan-

do el mundo con el núm

ero de la Bestia”. Este mito de la naturaleza m

a-ligna de los códigos de barras o de ciertas m

arcas comerciales, percibi-

das como criptogram

as del “sello de la Bestia”, parece estar muy

extendido en la mentalidad de las clases populares. Puede interpretarse

como un discurso de rechazo a los valores m

aterialistas y consumistas

del capitalismo, com

o parte de esa estrategia consciente para construirun m

undo con materiales al alcance de la gente, esa “cultura de la

pobreza” que no necesariamente alaba la “pobreza” en sí pero predica

la limitación de las aspiraciones para contrarrestar los efectos deletére-

os que implica la fijación de m

etas de difícil alcance. Los pentecostales de Boyahuazú adoptan una posición un tanto am

-bigua frente a la cuestión del desarrollo económ

ico pues, si por un ladolo desprecian ante la inm

inencia del milenio, por otro lado no se oponen

a él e incluso lo fomentan activam

ente, despreciando las mentalidades

no progresistas y acercándose más a una posición prem

ilenarista. Elpastor de Boyahuazú m

e confesaba sus prejuicios hacia los yaguas y ti-cunas que no habían superado la m

entalidad cazadora-recolectora desubsistencia. Por otro lado, existía un gran interés de las autoridadesreligiosas de Boyahuazú en negociar con los organism

os estatales la in-versión en planes de desarrollo en la aldea y, de hecho, Boyahuazú fueescogida por el Plan N

acional de Rehabilitación para la construcción deunos estanques piscícolas que proveyeran a la com

unidad de una fuen-te de recursos fija y renovable.

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Sin embargo, el argum

ento identitario, que encaja para el caso localde Boyahuazú, no funciona al aplicarse al grupo étnico ticuna en gene-ral. A

l no haberse convertido los ticuna en bloque a ninguna religión, lafragm

entación confesional, al contrario, tiene efectos desintegradoressobre la identidad étnica global. El profundo antiecum

enismo de m

ovi-m

ientos como el pentecostalism

o o el crucismo provoca incom

unicaciónentre las distintas confesiones. Los pentecostales acusan, por ejem

plo, alos crucistas, de idolatría, por la “fetichización” a que som

eten el símbo-

lo de la cruz. Ydada la estrecha relación entre organización religiosa y

política, la división obstaculiza la cohesión social: algunas comunidades

grandes, de más de m

il habitantes, están fragmentadas internam

ente enfacciones políticas antagónicas que siguen líneas de adscripción confe-sional (Pacheco 1988).

Siguiendo en esta línea de la identidad, es necesario señalar como

factor significativo del arraigo pentecostal la continuidad que implica

respecto a prácticas tradicionales como el cham

anismo. El com

plejo dela enferm

edad-pecado pentecostal tiene la mism

a estructura lógica queel de la brujería en la cultura ticuna tradicional. La posesión por el Es-píritu Santo y las visiones o la glosolalia que este puede producir du-rante el trance no han sido m

uy difíciles de adoptar en un imaginario

acostumbrado a contem

plar trances en los que el chamán era poseído

por diversas fuerzas espirituales que igualmente le provocaban visiones

o le hacían hablar con diversas voces (Ullán 1999).

Ypor otro lado está la cuestión del m

ilenarismo. El pentecostalism

oen Boyahuazú, a diferencia de la corriente m

ayoritaria, tiene una fuertecarga m

ilenarista. Lo mism

o podemos decir de la Iglesia crucista. Ésta

enlaza con la historia contemporánea de los ticuna y con su propia cos-

movisión, de ascendencia tupí-guaraní, m

arcada por movim

ientos deeste tipo. Para ganarse a la clientela ticuna los pentecostales tuvieronprobablem

ente que exacerbar el aspecto milenarista. A

sí, para el pente-costal de Boyahuazú la vida cotidiana está llena de señales que anun-cian que el A

nticristo ya ha nacido. Todo aquello que se rechaza se cargacon el núm

ero de la Bestia: la Iglesia católica, las innovaciones tecno-lógicas.

Aeste respecto quiero traer aquí las palabras del pastor de Boyahua-

zú: “Esos códigos de barras que han sacado ahora para controlarlo todo,

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