25
 Relatos encadenados, de Ray Loriga - Capitulo I: El final, por ahora Se despertó tendido sobre la nieve. Lo cual no le pareció en absoluto extraordinario. Ni triste, ni desolador, ni peligroso, ni nada. Para despertar sobre la nieve, sólo es necesario haberse quedado dormido en la nieve. Despertar no requiere de ningún valor, y es algo que se hace, por as decirlo, naturalmente, y antes de que se presenten las circustancias, como se presentan los !antasmas en las noches de insomnio, se est" a salvo, tranquilo, elegantemente tendido en el  puente que separa las noch es de los das, los m uertos de los vivos. #l lugar en el que se despierta ya no le pertenece al sue$o, de igual manera que esta orilla del ro ignora la naturale%a de la otra. Ni siquiera la nieve resulta entonces extra$a, ni siquiera el !ro que ha construido un esqueleto de hielo en su i nterior, levanta sospechas. #l sol de invierno le quema los p"rpados cerrados y el bosque que aún no ve, se agita alrededor. Si tan sólo pudiera concederse un segundo m"s de pa%, pero sabe que ya ha amanecido. &omo si !uese l a cosa m"s normal del mundo, se palpa la chaqueta, da con el bolsillo en el que est"n guardadas sus ga!as oscuras, y con un gesto mil veces repetido, que en cambio carece en ese instante de recuerdo, al menos de recuerdo consciente, se planta las ga!as en la cara. ' sólo despu(s, abre los o)os y al segundo, se levanta. Sobre la gran explanada cubierta de nieve, no hay m"s rastro que el que acaba de de)ar su cuerpo. Sus huellas, si las hubo, se han borrado, y alrededor, como haba intuido, se extiende el bosque. No haba imaginado, sin embargo, ni por supuesto recordado, la carretera, pero entre los "rboles ve ahora claramente pasar los coches y hasta escucha sus motores, algo que hace un instante no estaba all. Sucede a veces, que sólo percibimos la conversación de alguien sentado muy le)os de nosotros cuando vemos como se mueven sus labios. #l mismo principio rige l os micró!onos direccionales, que han de ser apuntados, con los o)os, hacia su verdadero ob)etivo,  para poder as escuchar e l sonido de las cosas que po r !in vemos. Sin dudar lo, camina hacia la carretera, lo cual le dice algo de su condición. *n hombre que camina hacia el interior del  bosque, est" huy endo, y sin embargo, un ho mbre que camina hacia la carretera, seg uramente sólo piensa en volver. + su pesar , ya ha empe%ado a reconstruir su historia. Sabe tambi(n, y de eso es consciente mientras camina por la nieve, que no es el suyo uno de esos casos de amnesia que animan de cuando en cuando l as p"ginas de los periódicos y que a menudo construyen las tramas de las novelas de misterio con un mecanismo in!antil y enga$oso. No basta con esconder la receta para convertir un guiso vulgar en una comida memorable. +s que, por lo pronto, se alegra al comprobar que sólo est" ligeramente aturdido, y que recuerda bien qui(n es, por m"s que aún no est( dispuesto a ponerse un nombre. Si pudiera tomar un ca!( antes de empe%ar con esto, se dice, sabiendo que es lo primero que se dice esta ma$ana, mientras sus pasos sobre la nieve le acercan a la carretera. + trav(s de los últimos "rboles ve por !in el coche, aunque saba que iba a estar all, como supo antes dónde estaban sus ga!as de sol, porque recuerda el accidente, y se recuerda a s mismo con tanta claridad, como recuerda qu( esconde cada uno de los bolsillos de su chaqueta. #l coche est" embarrancado en la nieve y la mu)er que esperaba encontrar est" aún dentro. +ntes de mirarla no sabe no porque no lo recuerde, sino porque no lo sabe si est" viva o muerta. S sabe, en cambio, que es preciosa. #l coche es negro, elegante, como lo son los coches de los de m"s. *no de esos coches que se conducen desde el asiento de atr"s, dando i nstrucciones. *n coche que no es conducido por uno mismo, sino por un deseo, y un poder, adquiridos con anterioridad. *n coche que de alguna manera anda solo, y de cuyo accidente nadie es del todo responsable. &omo el coche de Lady Diana, que avan%aba por un camino a)eno, conducido por un extra$o, llevando dentro una desgracia que ya no era sino la proyección de una ambición previa, condenada a entrar en con!licto con las m"s retorcidas circunstancias. Lo que m"s le extra$a cuando se asoma a su interior no es encontrarla a ella viva, durmiendo  pl"cidamente, sino la ausencia del ch ó!er. -a l ve% haya muerto, se dice, o tal ve% haya ido a

Relatos Encadenados -Ray Loriga

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Gran cuento entregado por partes a la revista Man

Citation preview

Relatos encadenados, de Ray Loriga - Capitulo I: El final, por ahora

Relatos encadenados, de Ray Loriga - Capitulo I: El final, por ahora

Se despert tendido sobre la nieve. Lo cual no le pareci en absoluto extraordinario. Ni triste, ni desolador, ni peligroso, ni nada. Para despertar sobre la nieve, slo es necesario haberse quedado dormido en la nieve. Despertar no requiere de ningn valor, y es algo que se hace, por as decirlo, naturalmente, y antes de que se presenten las circustancias, como se presentan los fantasmas en las noches de insomnio, se est a salvo, tranquilo, elegantemente tendido en el puente que separa las noches de los das, los muertos de los vivos. El lugar en el que se despierta ya no le pertenece al sueo, de igual manera que esta orilla del ro ignora la naturaleza de la otra. Ni siquiera la nieve resulta entonces extraa, ni siquiera el fro que ha construido un esqueleto de hielo en su interior, levanta sospechas. El sol de invierno le quema los prpados cerrados y el bosque que an no ve, se agita alrededor. Si tan slo pudiera concederse un segundo ms de paz, pero sabe que ya ha amanecido. Como si fuese la cosa ms normal del mundo, se palpa la chaqueta, da con el bolsillo en el que estn guardadas sus gafas oscuras, y con un gesto mil veces repetido, que en cambio carece en ese instante de recuerdo, al menos de recuerdo consciente, se planta las gafas en la cara. Y slo despus, abre los ojos y al segundo, se levanta. Sobre la gran explanada cubierta de nieve, no hay ms rastro que el que acaba de dejar su cuerpo. Sus huellas, si las hubo, se han borrado, y alrededor, como haba intuido, se extiende el bosque. No haba imaginado, sin embargo, ni por supuesto recordado, la carretera, pero entre los rboles ve ahora claramente pasar los coches y hasta escucha sus motores, algo que hace un instante no estaba all. Sucede a veces, que slo percibimos la conversacin de alguien sentado muy lejos de nosotros cuando vemos como se mueven sus labios. El mismo principio rige los micrfonos direccionales, que han de ser apuntados, con los ojos, hacia su verdadero objetivo, para poder as escuchar el sonido de las cosas que por fin vemos. Sin dudarlo, camina hacia la carretera, lo cual le dice algo de su condicin. Un hombre que camina hacia el interior del bosque, est huyendo, y sin embargo, un hombre que camina hacia la carretera, seguramente slo piensa en volver. A su pesar, ya ha empezado a reconstruir su historia. Sabe tambin, y de eso es consciente mientras camina por la nieve, que no es el suyo uno de esos casos de amnesia que animan de cuando en cuando las pginas de los peridicos y que a menudo construyen las tramas de las novelas de misterio con un mecanismo infantil y engaoso. No basta con esconder la receta para convertir un guiso vulgar en una comida memorable. As que, por lo pronto, se alegra al comprobar que slo est ligeramente aturdido, y que recuerda bien quin es, por ms que an no est dispuesto a ponerse un nombre. Si pudiera tomar un caf antes de empezar con esto, se dice, sabiendo que es lo primero que se dice esta maana, mientras sus pasos sobre la nieve le acercan a la carretera. A travs de los ltimos rboles ve por fin el coche, aunque saba que iba a estar all, como supo antes dnde estaban sus gafas de sol, porque recuerda el accidente, y se recuerda a s mismo con tanta claridad, como recuerda qu esconde cada uno de los bolsillos de su chaqueta.

El coche est embarrancado en la nieve y la mujer que esperaba encontrar est an dentro. Antes de mirarla no sabe no porque no lo recuerde, sino porque no lo sabe si est viva o muerta. S sabe, en cambio, que es preciosa.

El coche es negro, elegante, como lo son los coches de los dems. Uno de esos coches que se conducen desde el asiento de atrs, dando instrucciones. Un coche que no es conducido por uno mismo, sino por un deseo, y un poder, adquiridos con anterioridad. Un coche que de alguna manera anda solo, y de cuyo accidente nadie es del todo responsable. Como el coche de Lady Diana, que avanzaba por un camino ajeno, conducido por un extrao, llevando dentro una desgracia que ya no era sino la proyeccin de una ambicin previa, condenada a entrar en conflicto con las ms retorcidas circunstancias.

Lo que ms le extraa cuando se asoma a su interior no es encontrarla a ella viva, durmiendo plcidamente, sino la ausencia del chfer. Tal vez haya muerto, se dice, o tal vez haya ido a pedir ayuda, o tal vez, el chfer s ha perdido la memoria tras el golpe, y camina por el bosque sin rumbo. Aunque tambin puede ser que el chfer no sea del todo inocente, que estuviera bebido y que no tenga la menor intencin de aparecer nunca ms.

Ella, es ms hermosa an de lo que recordaba y su vestido de nia tmidamente escotado, ligeramente marinero, sus largas piernas, su boca entreabierta, su pelo rubio desparramado en exquisito desorden sobre el asiento trasero, le reafirman en algo que ya intuy al despertar sobre la nieve. Algo de lo que ahora est convencido; un segundo antes de este lamentable accidente, l era un hombre feliz, y afortunado.

Ella, y esto lo recuerda muy bien, le dijo al menos una vez, te quiero. Pero ahora, ella tiene los ojos cerrados y est an dormida, as que no sabe qu pensar. No puede asegurar que vuelva a decirlo.

Durante largo rato contempla el accidente, y a la mujer que duerme, como quien se detiene en un cruce y contempla su sombra caer, dividindolo todo en dos opciones exactas, entre el desastre y la oportunidad. Finalmente abandona la carretera, y se adentra en el bosque.

Y sus pasos sobre la nieve ahogan tambin un te quiero, que en su caso, y de eso al menos s est convencido, no ser el ltimo.

Capitulo II: Podra morir de fro

Cuando dej atrs el coche semienterrado entre la nieve, no se par a pensar en ello, pero al adentrarse en el bosque se dio cuenta de que el fro podra matarla. Crey que pensaba en voz alta cuando la nia lo dijo.

Va a dejarla en el coche? Se va a morir de fro. Al principio no vio a la nia, slo escuch su voz. Pero saba que las voces en el bosque pertenecen a la gente, y no crea en duendes ni en fantasmas. La nia no estaba escondida, ni mucho menos, estaba sentada en una piedra grande a la sombra de un rbol. La vio cuando se gir, tras escuchar su voz, y al principio no quiso contestar.

La nia se levant y se sacudi la nieve del abrigo. Llevaba botas altas, y el pelo recogido con una flor de plstico.

Hace muchsimo fro.

Dijo la nia, juntando las manos antes de guardarlas en los bolsillos.

Lo he visto todo, pareca que lo haca a propsito. Si hubiese querido estrellarse no lo hubiera hecho mejor.

Qu haces aqu? Pregunt l.

Voy al colegio, siempre voy al colegio por el bosque porque mi madre no me deja cruzar la carretera. Lo he visto todo. Lo ha hecho a propsito? No lo s. Sabes qu ha pasado con el chfer? No est en el coche.

La nia se ri y l se sinti mal, porque no haba dicho nada gracioso. El chfer es usted. Dijo entonces la nia, sealndole con el dedo. Usted conduca el coche y usted se sali de la carretera y se empotr contra ese montn de nieve y luego sali andando y se tumb all. La nia seal el prado cubierto de nieve que separaba la carretera del bosque.

Y estuvo tumbado un buen rato y luego se levant y fue hacia el coche, y pens que iba a ayudarla, pero no lo hizo. Y hace muchsimo fro y si la deja ah se va a morir de una pulmona o algo.

l se qued pensando un segundo. No saba que l fuera el chofer. Saba que iba en el coche pero se imaginaba a s mismo en el asiento de atrs, junto a ella. Se imaginaba, como sucede a menudo, ms importante de lo que era. Ms enamorado, ms feliz, ms alto, ms fuerte, ms afortunado. Se imaginaba, como sucede a veces al despertar de un sueo hermoso, dueo de una vida mejor. Una vida en la que l era un hombre mejor. Se puede soar con cosas que no son nuestras y perderlas al despertar. Igual que nos consuela el da de nuestras pesadillas, a veces nos condena el mundo real a obligarnos a admitir la enorme diferencia entre nosotros y nuestros mejores sueos.

La nia se dio cuenta de que estaba confundido.

A lo mejor tiene usted amnesia.

No, lo recuerdo todo perfectamente. Bueno, todo no. Pens que iba en el asiento de atrs y pens que ella me quera.

Tambin se puede querer a un chfer. Respondi ella.

Supongo que s. Dijo l.

Podra morir de fro. Y aqu la nia repiti su gesto de antes, frotndose las manitas juntas.

Nadie muere congelado, no con este sol. De hecho hace calor y me gustara tomarme una cerveza.

La verdad es que la nieve no durara mucho bajo ese sol de invierno, o al menos eso es lo que l pensaba. Y la mujer que dorma, tranquilamente, dentro del coche despertara tarde o temprano y estara bien. Nadie muere de fro bajo un sol como ste, pens de nuevo, como quien se da dos razones idnticas para una misma conclusin, y no le qued la menor duda.

Bebe usted por la maana?. Y la nia subray sus palabras con un gesto de sensata reprobacin. Algunas maanas, no todas.

Hay una cafetera en la gasolinera. No est muy lejos. Si quiere le acompao.

T no ibas al colegio?. Pregunto l, que empezaba a estar tan cansado de hablar, que hubiese preferido que esta dichosa nia no hubiera nacido nunca, o al menos que no estuviera en este bosque, sino en otro.

A veces no voy, el cole colegio en realidad no me gusta nada. A veces, camino del colegio, me entretengo con cualquier cosa.

A m tambin me pasaba. No es que no quiera aprender, es que me aburro muchsimo.

Dijo la nia, alargando el muchsimo hasta hacerlo francamente aburrido. Si hubiera podido elegir, l no hubiera estado tampoco en ese bosque, ni entre la nieve, ni cerca de ese coche que al parecer conduca.

Si hubiese podido elegir, y esto tambin sucede a menudo, tendra otra vida, e incluso sera otra persona.

En ese momento la nia seal el coche alarmada, como si hubiera visto un fuego.

Se levanta!. Se gir, y vio que, en efecto, la mujer del coche se levantaba.

Qu alta es!. Dijo la nia.

l la miro detenidamente, tena las piernas largas y delgadas, y era ms hermosa de lo que recordaba. Puede pasar, aunque no es comn, que una mujer se haga ms guapa cada vez que cierras los ojos, o cuando le das la espalda, o en definitiva, entre dos miradas.

S que es alta. Dijo l.

Mientras ella se desperezaba, an aturdida, junto al coche casi enterrado en la nieve, en la cuneta, l se dio cuenta de que la quera, y de que si hubiese podido elegir, hubiese preferido no ser su chfer

DENTRO DEL BOSQUE (III)

Al verla salir del coche, sin darse ni cuenta dio un paso atrs, y luego otro escondindose cada vez ms dentro del bosque. La nia le segua.

Andando tambin hacia atrs, poniendo, divertida, sus pasos sobre las huellas que l dejaba. Como si todo esto, el accidente, el hombre tumbado sobre la nieve, la mujer dormida en el coche y ahora despierta junto a la carretera, no fuera ms que un juego.

Desde donde estaban an podan ver la carretera, el coche entre la nieve, y a la mujer que merodeaba alrededor del coche mirando en todas direcciones.

Es muy guapa, dijo la nia... y lleva un abrigo muy caro. Parece que no sabe dnde ir... Tal vez le est buscando.

l se ocult detrs de un rbol.

La nia esta vez no se movi pues no quera perder de vista a la mujer.

Son el mvil, y l se llev de inmediato la mano al pecho para ahogar el sonido del telfono. Mantuvo la mano as, sobre el corazn, hasta que el telfono, guardado en el bolsillo interior de su chaqueta, dej de sonar.

Por qu no ha contestado?, dijo la nia. Era ella... y se ha enfadado...

Se asom un poco para verla. Ms que enfadada pareca triste pero desde esa distancia le era imposible precisarlo.

La vio apoyarse en el coche y guardar el telfono en el bolsillo de su abrigo de piel.

Era desde luego una mujer muy hermosa y la distancia no tena nada que ver en eso. La recordaba perfectamente. Recordaba tambin su manera de sonrer, que le pareci franca en un principio pero que despus le llen de desconfianza. Una sonrisa dulce que pareca capaz de repetirse en cualquier circunstancia para defenderse de cualquier dao. Una sonrisa que no era un puente, sino un seto exquisitamente cuidado, alrededor de un precioso jardn.

No llama a nadie ms, dijo la nia. A lo mejor no conoce a nadie, a lo mejor es extranjera, a lo mejor slo tiene su nmero porque usted es su chfer, al fin y al cabo. A lo mejor no sabe conducir y por eso lo necesita, porque si no podra irse en el coche ella solita, y tan contenta. El coche no parece roto. No est roto, verdad?

No, no creo, contesto l.

A lo mejor hay algo ms, algo de amor...

Por qu tendra que haberlo?

No lo s, dijo ella, pero me gustara que lo hubiera... No me importa perderme el colegio por una historia de amor, pero si no es ms que un accidente... sera todo ms aburrido. A mi hermano le gustan las pliculas de violencia, pero a m me gustan ms de amor. Es normal No? Siendo una nia y eso...

Dijiste que haba un bar por aqu?, pregunt l.

Es ms bien una cafetera, junto a la gasolinera. Pero tienen bebidas. Mi padre bebe mucho ah.

Se gir por fin, dndole la espalda a la mujer, pero la mujer no pudo verlo. Despus empez a caminar. No supo porqu lo haca. Por qu alejarse de ella si la quera?

Por qu abandonar su coche en la cuneta?

Por qu cargar con esta nia tan rara?

Por qu no vamos por ella?, dijo la nia. A lo mejor quiere desayunar.

l no contest, sigui caminando sobre la nieve, y la nia otra vez se fue tras l. Colocando con cuidado sus zapatitos dentro de cada una de sus huellas.

No era un bosque muy grande, pero se haca cada vez ms denso. Los rboles cada vez ms juntos, la nieve cada vez ms oscura, pues el sol apenas cruzaba las espesas ramas de los abetos. Se sinti de pronto muy cansado, mir hacia atrs y la nia le sonri. Pens que haba algo extrao en esa sonrisa, pero enseguida otras preocupaciones le distrajeron. Pens en la mujer abandonada en la carretera y en cunto le gustara pasear con ella de la mano, por este bosque o por cualquier otro sitio. Pens en si deba pedir un whisky una vez llegara a la dichosa gasolinera, pero le dio vergenza hacerlo delante de la nia. Seguramente con una cerveza sera suficiente para entonarse un poco y alejar el miedo. Tena miedo de muchas cosas, pero sobre todo tena miedo de no volver a verla. Si era su chfer, por qu la haba besado? Record claramente ese beso y se guard la certeza de no haberlo imaginado, como quien se guarda la llave de una casa que no es la suya pero a la que podra volver si quisiera.

Y as caminaba viendo ya el final del bosque y pensando en sus cosas cuando se top de bruces con un hombre grande vestido con un abrigo largo, que llevaba un gorro de lana calado hasta las cejas y una estaca de madera en la mano.

Escuch a la nia decir: no le hagas dao.

Antes de recibir el primer golpe.

No sinti dolor alguno, pero al llevarse la mano a la frente not claramente la humedad de la sangre.

El segundo golpe le dio en la mejilla y quem su piel como si le hubieran golpeado con un atizador de chimenea incandescente.

El tercer golpe lo recibi en la nuca.

Cay al suelo.

Pens un segundo si l ltimo golpe se lo habra dado la nia, pero no le pareci que tuviera altura ni fuerza suficientes, y adems a la nia le gustaban las historias de amor...

Para cuando le patearon el estomago ya haba perdido el sentido.

CAPERUCITA LOCA (IV)

Por segunda vez en la misma maana, se despert tumbado sobre la nieve. El fro en la cara y la humedad le resultaron familiares. Las desgracias repetidas producen a menudo ese efecto. Abri los ojos y vio a la nia, sentada con las piernecitas juntas sobre una gruesa rama.

Todava quiere una cerveza?, dijo la nia.

Le dola demasiado la cabeza para contestar, pero lo cierto es que le apeteca una cerveza, le apeteca tanto que hubiese sido capaz de matar a un ngel por una cerveza bien fra. Se incorpor despacio y se palp la ropa. Ni gafas, ni cartera, ni telfono. Su reloj de oro tampoco estaba ya en su mueca. Era un regalo de su padre y lo echara de menos.

Podran haberle pegado ms, son muy brutos, pero les ped que no le hicieran mucho dao... dijo la nia. Gracias, dijo l. De nada, contest la nia, moviendo los piececitos para sacudirse la nieve de las botas.

Me cae usted muy bien. Siento que mi padre y mi hermano le hayan robado. A veces roban a la gente que se pierde en el bosque. Yo les ayudo y tambin intento que no maten a nadie, porque son un poco brutos. La gasolinera no est lejos, si todava quiere una cerveza...

No tengo dinero...

Yo s, me han dado mi parte. No me importa invitarle. Al fin y al cabo, hasta hace nada era su dinero...

Qu clase de caperucita loca eres tu?

No se enfade, dijo la nia. Son mi padre y mi hermano... Que quiere que haga? Y adems prefiero que peguen a otro, porque cuando no encuentran a nadie a quien pegar, me pegan a m.

Lo entiendo..., dijo l, peinndose el pelo hacia atrs con las manos, tratando de recobrar la compostura.

Luego se levant. La nia tambin se puso en pie y le sonri.

Ve? No le han pegado muy fuerte. Venga conmigo, le invito a lo que quiera.

La nia se puso a andar y l la sigui. No tena nada mejor que hacer y quera salir de ese bosque de una vez por todas.

Cuando llegaron a la gasolinera, su dolor de cabeza comenz a disiparse, le dolan an las costillas, pero no le pareci que tuviera nada roto. Tena razn la nia, podra haber sido peor.

Entraron en el pequeo bar, a pocos pasos de los surtidores donde slo haba un camin enorme que cargaba con lo que pareca una hlice gigante.

Es para los molinos de viento, dijo la nia. Estn poniendo muchos en el monte. Son muy bonitos.

Al entrar en el bar, la nia se fue derecha a la mquina de cigarrillos. Qu marca fuma usted? Pregunt mientras echaba las monedas.

Camel, respondi l.

Como mi padre...

La nia le dio el paquete.

Ral, dale fuego a este seor y una cerveza bien fra. Y para m un colacao muy caliente.

La nia se sent en una mesa junto a la ventana. l camarero le encendi el cigarrillo y le regal el mechero. As son las cosas a veces, primero te roban y luego te invitan. Nada que objetar en cualquier caso.

Cogi el mechero y fue sentarse frente a la nia. Me cae usted muy bien, dijo la nia, no me extraa que ella le quiera tanto.

l no supo que contestar.

Llegaron la cerveza y el colacao. l bebi un trago muy largo directamente de la botella. La nia empez a disolver el sobrecito de chocolate con muchsima paciencia.

Cuando sea mayor, dijo la nia, dndole vueltas y vueltas a su cucharita, encontrar a alguien que me quiera mucho. Y a ese no le robarn en el bosque. Le cuidar tanto que no tendr ms remedio que cuidarme mucho a m y tendremos muchos muchos hijos. Cien a lo mejor.

Cien, son muchos, dijo l.

Tiene usted hijos?, pregunt la nia.

Dos, respondi l.

Y cmo son?

Mejores que yo...

En ese momento pens en sus hijos, y en lo poco que quedaba ya para las navidades y se dio cuenta de que an no haba empezado a comprar regalos. A veces un hombre quiere de veras hacer muchas de las cosas que no hace, y eso le convierte en un hombre muy triste.

Tena la ropa manchada de nieve sucia. Trat de limpiarse un poco con las manos. Le hubiese gustado tanto estar enamorado, slo as se entienden algunas cosas. Slo as se soporta casi todo, por extrao que sea. Bebi un poco ms de cerveza y encendi otro cigarrillo. Al mirar por la ventana vio cmo el camin que cargaba la hlice se marchaba. Tambin vio cmo la mujer a la que haba abandonado en la carretera se acercaba. No era un hombre miedoso, pero sinti un escalofro.

Saba que vendra, dijo la nia, con un cmico bigote de chocolate en los labios.

Pues sabas mucho ms que yo, respondi l, mientras la mujer cruzaba ya la puerta del bar.

FUE UNA NOCHE MUY EXTRAA (V)

Parece cansada, dijo la nia, mientras la mujer se acercaba a la barra. La cafetera de la gasolinera estaba vaca. No hay muchos conductores que madruguen para conducir entre la nieve un da de fiesta. La mujer apoy los codos sobre el mostrador, y sujet la cabeza entre las manos. Por un segundo su cabeza desapareci dentro de su abrigo de piel.

La nia la miraba atentamente. Nunca haba visto a una mujer as, fuera de las pginas de una revista.

La mujer pidi un vaso de agua.

Dale una botella, Ral, le dijo la nia al camarero.

La mujer se gir y mir hacia la mesa en la que estaban la nia y su tazn de chocolate y el hombre y su cerveza. El agua aqu no sabe muy bien, dijo la nia, como si quisiese excusarse por haberse entrometido.

No llevo dinero encima, dijo la mujer.

No pasa nada, dijo la nia, yo invito.

La mujer cogi su botella de agua y se acerc a la mesa.

Puedo sentarme?, pregunt.

Claro, respondi la nia. Y despus se ech a un lado, para que la mujer preciosa pudiera sentarse junto a ella.

La mujer estaba por fin sentada junto a una nia que no conoca y enfrente del hombre que no era ms que el conductor de su coche pero al que seguramente haba besado.

l, por su parte, saba ahora que no lo haba imaginado todo. Al verla tan de cerca recordaba claramente que la haba tenido entre sus brazos, y recordaba tambin que ella temblaba.

Temblaba de miedo, dijo ella entonces, como si le hubiera ledo el pensamiento.

A lo mejor era de fro, dijo la nia.

No, era de miedo, dijo l.

Gracias por sacarme de all, aadi ella , mientras extenda la mano para alcanzar el paquete de cigarrillos.

l sac un cigarrillo del paquete y se lo dio. Luego encendi el mechero y la mujer se inclin sobre la mesa para prender el cigarrillo. l se encontr de pronto a muy poca distancia de sus labios y no pudo evitar sentirse incmodo, como alguien que vuelve a un lugar que no es el suyo, as que apart la mirada y no supo si ella le miraba o no a los ojos, ni cmo le miraba, ni por qu.

Haba sangre debajo de la nevera, dijo ella.

Y el record la sangre que goteaba desde el interior de la nevera entreabierta hasta encharcar el suelo de la cocina.

Lo vi, dijo l.

Y haba uno de esos cuchillos elctricos manchado de sangre, sobre la mesa, dijo ella.

Eso tambin lo vi, respondi l.

No s que clase de fiesta macabra era sa. Haba docenas de rosas de plstico clavadas sobre la nieve. Y un hombre disfrazado de Pap Noel, sentado junto a un saco vaco.

La mujer cerr entonces los ojos, la nia tena razn, pareca muy cansada.

Ni siquiera s por qu estaba all. Mi agente cree que es importante. Mi agente piensa que no puedes decir no a ciertas personas, a ciertas cosas, a ciertas fiestas....

La nia mir un segundo a la mujer, y despus mir al hombre y luego mir por la ventana de la cafetera. Un enorme camin cargado de cerdos aparc casi frente a la puerta, y un camionero baj de un salto desde la cabina del camin y entr.

El camionero pidi un caf en la barra y corri hacia el bao.

Pobres cerdos, dijo la nia, imagino que no les gusta nada viajar as.

La mujer abri los ojos.

Entr en la casa al or sus gritos, dijo l, y de pronto se extra de no ser capaz de tutearla. Seguramente no lo haba hecho nunca, al fin y al cabo, y por mucho que la hubiese besado, no era ms que su conductor.

Yo no fui la primera en gritar, dijo ella, la otra chica empez a gritar antes que yo.

La otra chica estaba desnuda, dijo l.

Yo tambin, dijo ella. Me puse el vestido poco antes de que entraras, cuando todo el mundo empez a correr.

Por qu estabas desnuda?, pregunt la nia.

Estbamos los tres en una de las habitaciones, respondi ella. Esa chica, y yo, y ese to que creo que era francs.

Era guapo?, pregunt la nia.

Muy guapo, dijo ella. Estbamos los tres besndonos en la cama cuando la otra chica empez a gritar. Haba alguien ms en la habitacin... despus golpearon la puerta y omos gritos en el jardn, y carreras por los pasillos.

Quin ms haba en la habitacin?, pregunto l.

No lo s. Estaba escondido detrs de las cortinas. Un hombre muy alto. Slo vi sus enormes zapatillas asomando y su sombra tras las cortinas. Cuando sal al pasillo, un hombre me sujet por el brazo y me dijo que haban cortado a ms de uno en trozos muy pequeos...

A que se refera?, pregunt la nia.

No lo s, respondi ella. No dijo nada ms, han cortado a ms de uno en trozos muy pequeos...

Todo el mundo corra. Al bajar por la escalera alguin me empuj y ca. Me rasp las mejillas contra la moqueta.

La mujer se llev la mano a la mejilla. La nia vio que an estaba enrojecida.

T me recogiste del suelo y me sacaste por la puerta de la cocina. Entonces vi la sangre debajo de la nevera. Estaba temblando de miedo.

Y entonces, l la bes?, pregunt la nia.

No, eso fue luego, dijo l.

La mujer sonri por primera vez. Cuando entr en la casa, vi algo ms, aadi l.

Qu?, pregunt la nia.

Haba algo escrito en la pared, algo escrito con sangre o tinta roja.

Qu?, repiti la nia con la cara semiescondida dentro de su tazn de chocolate.

Nada.

Nada...?, pregunt la nia. Nada. Escrito en grandes letras rojas. NADA.

El camionero sali del bao. Y apenas haba dado un sorbito a su caf cuando al mirar haca la puerta se dio cuenta de que su camin ya no estaba.

ME HAN ROBADO EL CAMIN! El camarero dej por un segundo de limpiar el mostrador con un trapo empapado en ginebra barata.

La nia no pudo evitar rerse.

Mi padre est loco, dijo.No s qu vamos a hacer con tantos cerdos...NADA MALO (VI)

No ms noches sin dormir, no ms dolores de espalda, no ms deudas, no ms llamadas sin respuesta. Este da era el nico, y despus no habra otro. Se sinti viejo mientras la miraba. Ech de menos su coche. Debera caminar de vuelta, atravesar el bosque y recuperarlo. Debera llevar a esa mujer a su casa, o al aeropuerto, o a dondequiera que fuera. Debera cumplir con su trabajo, y regresar l tambin a su casa. Terminar con esta extraa aventura que se iba extendiendo como la mancha de sangre bajo la nevera. La mujer estaba ahora en silencio, mirando hacia la ventana. En el parking de la cafetera, junto a la gasolinera, el camionero gesticulaba, iba y vena, gritaba.

Qu ha pasado?, pregunt ella.

La nia no poda contener la risa.

Mi padre le ha robado el camin.

No he visto ni odo nada, dijo l, nunca vi a nadie robar cerdos con tanta delicadeza.

Mi padre no es un bruto, dijo la nia, orgullosa. Bueno, a veces s. Pero no matara a nadie y esas cosas... y si puede, prefiere robar por las buenas.

Tendra que llamar a la polica, dijo ella. Anoche pas algo muy raro en esa casa y esta maana no ha empezado mejor.

La nia se puso de pronto muy seria.

Mi padre no tiene nada que ver con la casa. Mi padre no mata, ni corta a la gente en pedacitos, mi padre slo roba. Y a veces pega para robar, y a veces pega porque s, pero no es un asesino. Mi padre roba a la gente que pasa por aqu y nada ms.

Si se pasa el da robando en la misma zona, terminaran pillndole, dijo l.

No, no... aqu todos le cubren. A cambio l reparte lo que roba. Es muy generoso con eso.

Robin Hood..., no te jode, he ido a caer en los bosques de Sherwood..., dijo ella.Ser mejor que nos larguemos pronto.

Al decir esto le miraba a l, y l volvi a sentirse como lo que en realidad era, su chfer. La fantasa de que esa mujer fuese algo ms que un cliente se esfum y no pudo evitar sentir vergenza. Apart la cerveza y se levant de la mesa.

Voy a arreglarme un poco, dijo. Y despus debera ir a recuperar el coche si es que el padre de sta no lo ha robado ya...

Se fue hacia el bao. La cabeza aun le dola, su traje estaba manchado de barro, las cosas se haban torcido demasiado y lo peor de todo es que por un buen rato, desde que haba besado a esa mujer, se haba sentido bien dentro del desorden. Como un preso en sus primeros diez pasos fuera de la crcel. Haba olvidado su verdadera naturaleza, su familia, su nombre. Ahora tena que peinarse y adecentarse un poco y recuperar su coche y su oficio y librarse de esa mujer, y de la nia, y sobre todo, de sus absurdos sueos, lo antes posible. Mientras se mojaba la cara y se peinaba con los dedos hacia atrs sinti que recuperaba poco a poco al hombre que en realidad era. Al regresar a la mesa con paso firme, todas sus fantasas se haban esfumado. Mirando a la nia y a la mujer sentadas junto a la cristalera, se propuso empezar a hacer las cosas bien a partir de ahora.

Si me deja un segundo su telfono, llamar a la polica. Despus ir por el coche y la recoger.

No..., dijo ella. Nada de policas. No puedo dejar que me enreden en esto. No s lo que pas en esa casa, ni quiero saberlo. Pero haba cosas que s s, en esa casa, que preferira no tener que explicar. Vaya por el coche y squeme de aqu, por favor.

Sinti que aquello no era una peticin, sino una orden.

La nia se limpi el bigote de chocolate con la manga.

Yo tambin prefiero que no llame a la polica. No me gustara que cogiesen a mi padre porque entonces cogeran tambin a mi hermano, y a mi hermano le quiero muchsimo y adems no me gustara quedarme sola.

Estis todos locos, dijo l.

La nia y la mujer sonrieron. Le pareci que las dos eran muy bonitas y que tampoco tena l por qu entrometerse en sus asuntos.

Voy por el coche, dijo, y sali de la cafetera.

Camin por la carretera junto al bosque. Pasaban algunos coches, no haca fro, la nieve an resista bajo un esplndido sol de invierno. Pens que por fin estaba haciendo lo correcto. Cumplir con su trabajo y no meterse en los. Las ltimas horas haban sido muy extraas pero todo poda volver a ser normal. Slo tena que sentarse en su coche y conducir, que era lo que haba hecho casi toda su vida, y no preguntar nada y no esperar nada y no besar a mujeres muy guapas que no eran suyas. En eso iba pensando cuando vio un bulto en la cuneta. De lejos le pareci un perro atropellado. Pero al acercarse se dio cuenta de que era en realidad un cerdo. Un cerdo degollado tendido en la nieve. Supo enseguida que lo mejor sera pasar de largo, pero sin embargo se acerc. Se qued mirando el cerdo muerto sobre la nieve y sinti cmo de nuevo el da se torca. Al levantar la vista se encontr una vez ms frente al bosque. En el bosque vio, a lo lejos, la cabaa. Una pequea cabaa, con una chimenea de la que sala humo. Mir al cerdo una vez ms e imagin que aquella era la casa de la nia. Entonces record su reloj. El reloj de oro de su padre que esos ladrones del bosque le haban robado. No le importaban nada el dinero, o el telfono, pero quera recuperar su reloj.

Hay cosas que uno puede permitir en esta vida y hay cosas que no. Hay cosas que se pierden y jams se echan de menos. El reloj de su padre no era una de ellas.

Busc entre las ramas un palo lo suficientemente grueso. Cuando lo encontr se sinti inmediatamente ms seguro de sus fuerzas. Armado con un tronco, dej la carretera y camin hacia la cabaa en el interior del bosque...Ray Loriga. Relatos encadenados Cap VII

No tuvo que llamar a la puerta porque la encontr entreabierta. Todo el mundo sabe que no se debe entrar en las casas extraas cuando la puerta est entreabierta, l tambin lo saba, pero necesitaba recuperar su reloj. Hubiese entrado descalzo en el infierno para recuperar el reloj de oro de su padre. No tena mucho ms en esta vida. La Cabaa estaba vaca, lo supo nada ms entrar, porque era tan pequea que no haba donde esconderse. Pareca ms un refugio de montaa que una casa. Trat de imaginar qu clase de vida tendra la pobre nia, compartiendo aquella habitacin con esos dos brutos. Haba tres camas viejas, un sof, frente a un televisor encendido, con el volumen quitado. Al fondo una cocina, la pila llena de platos sucios, y una nevera abierta, y un charco de sangre bajo la nevera. Tendra que haberse marchado al ver la sangre, pero no lo hizo. Se acerc a la nevera. Estaba llena de paquetes hechos con papel de peridico, ensangrentados. En la rejilla superior haba dos paquetes grandes, redondos, que podran haber sido dos hermosas sandas pero que seguramente no lo eran. Busc con calma entre los paquetes, tantendolos con los dedos, como un nio que busca bajo el rbol su regalo de reyes. Abri uno, y se encontr con el brazo de un hombre cortado a la altura del codo, desgraciadamente era el brazo derecho. Abri un par ms hasta dar con lo que buscaba. El brazo izquierdo de un hombre mayor con su reloj de oro en la mueca. Cogi su reloj, le limpi la sangre lo mejor que pudo con su abrigo, y volvi a dejar el brazo en la nevera.

Si hubiese sido ms listo no habra hecho nada de esto y lo saba, pero saba tambin que si hubiese sido ms listo toda su vida hubiese sido muy distinta, y ya era demasiado tarde para cambiar las cosas. A veces un hombre tiene que empezar a caminar por su vida sin pensar en lo que podra haber sido. Si algo tiene mal remedio, es la propia naturaleza. Sali de la cabaa y se encendi un cigarrillo. No estaba muy seguro de lo que deba hacer a continuacin.

No le gustaba nada tomar decisiones, por eso se haba hecho conductor. Era un trabajo sencillo. Recoger gente, llevarla a donde quiere ir, recibir rdenes y no hacer preguntas. Era una vida tranquila, hasta ahora. No le importaba lo que pudiese pasarle a ninguno de sus clientes una vez que abandonaban el coche, o un segundo antes de subirse en l. Tampoco era asunto suyo lo que dijesen o hiciesen dentro. No prestaba atencin a sus conversaciones, a sus enfados, a sus lgrimas. Nada era asunto suyo. Slo la carretera.

Haba quebrantado sus propias reglas la noche anterior al entrar en aquella fiesta para rescatar a una mujer hermosa en peligro y todo haba sido un desastre desde entonces. Si alguna vez sala de sta, no volvera a hacerlo. Si consegua recuperar su coche ya nunca saldra de l. Se hizo a s mismo esta solemne promesa. Se sinti ms tranquilo por un instante, pero saba que esa decisin en nada arreglaba sus problemas inmediatos.

Descart ir a la polica, no tena ganas de pasarse el da dando explicaciones, y tema que acabara siendo sospechoso de algo. Pens en recuperar su coche y largarse de all y no volver a pensar nunca en ello. Era lo ms sensato y sin embargo no le gustaba la idea de que la nia volviese a su casa y se encontrase con su padre y su hermano descuartizados dentro de la nevera. Adems estaba la mujer. Era su cliente y an no la haba llevado a su destino. Saba que esto ltimo no era ms que una excusa. En realidad no soportaba la idea de no volver a verla. Tambin un hombre como l tena derecho a enamorarse.

Decidi por lo pronto alejarse de la cabaa y regresar a la carretera. Estaba harto de bosques encantados, la carretera era su lugar natural y no tendra que haberla abandonado nunca.

El sol haba fundido ya casi toda la nieve. Empezaba a tener calor. Se sonroj al pensar que se haba reconocido a s mismo enamorado de aquella mujer preciosa a la que no conoca de nada. Se sinti estpido y extraamente alegre al mismo tiempo.

Dos coches de polica le sacaron por un segundo de sus peregrinas preocupaciones romnticas. Iban en sentido contrario a su camino, en direccin a la gasolinera.

Sigui andando y al pasar una curva, vio por fin su coche a lo lejos. Junto al coche haba dos motos de la guardia civil y dos agentes inspeccionaban el interior del vehculo. Le molest enormemente ver a dos desconocidos dentro de su coche. Dio media vuelta, sin saber muy bien qu hacer.

Dio cinco pasos y se detuvo. A menudo un hombre que no sabe a dnde va no tiene prisa. Y en cualquier caso ya haba caminado demasiado esa maana. Encendi otro cigarrillo y trat de no pensar en nada. Cerr los ojos, nada de lo que le haba sucedido era culpa suya, todo haba pasado por accidente, sin que nadie contase con l. No tena por qu sentirse responsable de nada y sin embargo estaba nervioso. No como alguien que ha cometido un crimen, sino como alguien que sabe que los dems no saben que no lo ha cometido. No abri los ojos hasta que escuch el motor de un coche detenindose a su lado.

Era una vieja furgoneta, conducida por un hombre grande y grueso.

Le llevo a alguna parte? pregunt el hombre.

Sin saber por qu contest que s y subi al coche. Estaba harto de andar. Al entrar vio una gran pila de peridicos viejos en la trasera de la furgoneta...

Relatos encadenados, de Ray Loriga - Capitulo VIII: Zig Zag

Ha matado a alguien ltimamente?

El hombre que conduca la furgoneta no levant los ojos de la carretera al or la pregunta.

Dos esta misma maana, contest, y tres ms la noche anterior.

Piensa matar a alguien ms?

No, hoy desde luego, estoy cansado. Es un trabajo enorme despedazar los cuerpos y hacer los paquetes del tamao justo para que encajen bien en las bandejas de la nevera.

Por alguna razn crey en lo que el hombre le deca y no sinti miedo. Se puede ser un asesino y no ser un mentiroso, son cosas que no tienen nada que ver, y aquel hombre deca la verdad. En cualquier caso pens que sera buena idea pasar de largo la gasolinera, bajarse de la furgoneta, y volver luego a por la mujer y la nia. Le pareci que estaran ms tranquilas si este asesino concienzudo pasase de largo y siguiera su camino, donde fuera que fuese.

Es de por aqu?, pregunt entonces el asesino, como si lo que acabase de contarle a un desconocido no tuviera la menor importancia.

No, estoy de paso.

Yo tambin. Es un pueblo bonito, con el bosque y la nieve y todo eso, pero ya he matado demasiado por aqu. No me importa que me cojan, pero no quiero que me cojan todava. Acabo de empezar, sabe? He dejado los gatos hace nada.

Los gatos? , pregunt l.

S, se empieza siempre con gatos, supongo que es porque los perros muerden. Hay quien empieza con pjaros, pero para mi gusto son demasiado pequeos, es casi como matar insectos, no merece la pena. El tamao es importante. Nadie siente nada especial por matar una cucaracha o una araa, pero a la gente se le muda la cara si pilla un perro en la carretera. Tiene que ser lo suficientemente grande para que uno sienta que ha matado algo. As que los gatos suelen ser la primera opcin. Yo he dejado los gatos hace apenas nada. Antes de la fiesta de la pasada noche, slo haba probado con dos viejos vagabundos. Los viejos borrachos sin casa, esos que duermen bajo cartones, son lo ms fcil, despus de los gatos. Es el camino ms comn, no me he inventado nada nuevo. Hay que ir cogiendo confianza. Los tres de la fiesta eran mujeres. Primero iba a matar a dos que estaban dormidas en una cama, pero despus entr otra en la habitacin, tambalendose, y como haba visto que la nevera era lo suficientemente grande... En fin, estaban las tres muy borrachas y creo que no se enteraron de nada. Los dos de la cabaa tienen mucho ms mrito, eran dos hombres fuertes. Creo que he avanzado mucho en poco tiempo. Los hay que no pasan nunca de los gatos y los que no se atreven a ir nunca ms all de las mujeres, pero creo que no es justo matar solamente a quien no es capaz de defenderse. Una de las razones de meterse en esto es precisamente alterar las leyes de la naturaleza, no me parece bien dedicarse luego a respetarlas con sumisa cobarda. Yo me veo ms como un cazador que como un asesino. Y un buen cazador cada vez busca una presa ms grande.

Llegados a este punto, l se alegr sinceramente de no ser una pieza ms grande y pens que segn ese estricto razonamiento tampoco la mujer y la nia lo seran. An as, no pensaba arriesgarse.

Tal vez este cazador tarado deca la verdad, pero tal vez slo deca esas cosas para darse importancia. A la gente le gusta mucho orse hablar y decir cosas muy serias que en absoluto tienen que ver con su conducta. Lo haba escuchado mil veces. Mientras llevaba a sus clientes de un sitio a otro haba escuchado una y otra vez las posiciones de importancia y rectitud que la gente se otorgaba gratuitamente. Pero si algo saba a estas alturas de su vida es que la mayora de las personas, l mismo incluido, no caminan en lnea recta sino en zigzag.

Se estar preguntando por qu los dejo en paquetes perfectos dentro de la nevera, dijo el hombre.

Lo cierto es que no se estaba preguntando nada, y menos eso. No poda importarle menos lo que hiciese aquel hombre con sus cuerpos. Pero se haba dado cuenta de que se lo iba a contar igualmente porque a este asesino en particular le gustaba tanto presumir como al resto de sus clientes.

Por lo menos ahora l no conduca. Ya no era el chfer de nadie, as que tampoco le importaba escucharlo.

Ver, es una cuestin de limpieza. No se puede dejar un cuerpo en descomposicin Dios sabe cuntos das y adems la tarea, y le puedo asegurar que es una tarea dura, de cortar los trozos y empaquetarlos le distrae a uno enormemente. Es, por as decirlo, relajante. Despus del pnico que se siente al matar a alguien. Hay quien dice que no siente nada al matar, pero no lo crea, los asesinos son muy presuntuosos. Siempre se tiene miedo al matar. Y supongo que al morir...

l pens entonces que ste no era precisamente el menos presuntuoso de los asesinos, pero no dijo nada.

Supongo que yo tambin le estoy pareciendo un poco presumido, dijo entonces el hombre, y esta vez acertaba.

Es imposible no crecerse un poco despus de matar, no porque sea gran cosa, no soy tan idiota, sino porque durante mucho tiempo pens que no sera capaz de hacerlo, que no era ms que una loca fantasa. Hay mucha gente que suea con matar pero no hay tanta gente que lo haga. Y hay muchos que no van ms all de los gatos. Casi todo el mundo ha mirado alguna vez hacia abajo desde un lugar muy alto y ha pensado en saltar, pero no hay mucha gente que salte.

Quedaba poco para llegar a la gasolinera.

Si no le importa me bajar en el siguiente pueblo, dijo l. Tengo que recoger all a alguien.

No hay problema, respondi el hombre, pero antes tengo que poner gasolina y tal vez tomar un caf.

La furgoneta tom el desvo de la gasolinera y al llegar a los surtidores, pudo ver junto a la ventana de la cafetera a la nia y a la mujer de la que seguramente y estpidamente se haba enamorado.

Podramos saltarnos el caf? Tengo un poco de prisa, dijo l.

No, no, respondi el hombre. El caf es importante...

UN SEGUNDOA veces, a la polica le cuesta horas de trabajo, y no poca imaginacin, reconstruir algo que ha sucedido en un segundo y que, como otras muchas cosas, podra perfectamente no haber sucedido nunca. No todo encaja y l lo saba. Muchas cosas slo suceden, sin responsabilidad ninguna para con el orden, o el sentido. Los ladrones de cerdos haban muerto sin saber por qu, como haban muerto esas pobres chicas despedazadas y cuidadosamente guardadas en el frigorfico, como poda morir l, si no haca algo por impedirlo.

Volvi a sentir nuseas. sta haba sido la peor maana de su vida. Le haban golpeado, le haban robado, se haba enamorado de una mujer a la que no conoca, haba visto cuerpos descuartizados en una nevera, no tena ms remedio que cuidar de una nia que an no saba que era hurfana y se dispona a tomar caf con un asesino. Adems haba perdido su coche, y l no era ms que un conductor, y sin su coche ya no era nada. A veces, en un segundo, se pierde pie y todo se tuerce. Record haberse sentido muy bien cuando recogi a la mujer, en la ciudad, hace ya un da. Su trabajo era conducir a gente, de un lugar a otro, sin hacer preguntas, ni pensar demasiado. A gente que por lo general no le interesaba demasiado. Hombres de negocios, turistas, ancianas millonarias. Haba estado conduciendo a los dems toda su vida, sin importarle mucho a dnde fueran. Tal vez por eso se haba enamorado de ella nada ms verla. Estaba harto de llevar a cualquiera a cualquier sitio. O tal vez simplemente estaba deslumbrado por su belleza, porque era una mujer que un hombre como l jams habra conocido en otras circunstancias.

No era la primera vez que llevaba a una mujer hermosa en su coche, claro est, pero s era la primera vez que ella le prestaba un poco de atencin y adems, no todas la mujeres hermosas son iguales, y l se haba enamorado de sta y no de otra, aunque saba y lo saba porque le dola, que no tena la ms mnima oportunidad con una mujer as.

Y sin embargo, soaba, porque todo el mundo tiene derecho a imaginarse una vida mejor que la suya, una mujer preciosa entre los brazos, un nombre distinto. Pero el tiempo de los sueos se haba terminado. La carretera en la que estaba atrapado no era la carretera que querra haber tomado. La vida distinta, con la que soaba, no era sta. Se sinti culpable de un modo impreciso, como se siente culpable un hombre en mitad de sus propias pesadillas. Si existe algn tipo de responsabilidad sobre nuestros sueos, tambin entre nuestras pesadillas, no se es nunca del todo inocente. Soar no es gratis.

Baj de la furgoneta y esper a que bajara el asesino. Al otro lado del cristal, en la cafetera, la nia levant la mano para saludarle, pero l no respondi al saludo. La mujer, junto a la nia, intuy que algo iba mal. El hombre se demor cogiendo algo de la trasera de la furgoneta. Cuando por fin sali, llevaba un peridico doblado bajo el brazo con algo dentro. Al cruzar la puerta de la cafetera pudo ver la punta de un cuchillo de cocina grande mal escondido entre las pginas del diario.

Caminaron juntos hasta la barra. El asesino apenas mir a la mujer y a la nia y l las ignor por completo. La nia trat de levantarse pero la mujer la sujet por la mueca.El camarero no fue tan listo.

Otra cerveza?

Gracias, dijo l.

Yo tomar un caf, dijo el asesino, depositando suavemente el peridico con el cuchillo dentro, sobre la barra.

As que ha estado aqu antes, tal vez por eso quera pasar de largo.

S, he estado aqu antes. Tuve un accidente y llevo toda la maana tratando de salir de aqu.

Yo tambin quisiera estar ya muy lejos, respondi el asesino.

El camarero sirvi la cerveza y se gir hacia la mquina de caf, dndoles la espalda.

No tendr usted un arma?, pregunt l.

El camarero se gir de nuevo.

Tengo una escopeta de dos caones bajo la barra, respondi. Por qu lo pregunta?

Porque este hombre slo tiene un cuchillo de cocina, dijo l, dando dos pasos hacia atrs. El asesino abri el peridico y cogi el cuchillo.

La mujer se levant, y tom la mano de la nia. Estaban muy cerca de la puerta, pero no les dio tiempo a llegar. El asesino corri hacia ellas con el cuchillo en la mano. A pesar de ser un hombre grueso, era rpido como un demonio. Para cuando el camarero sac su escopeta, el asesino ya sujetaba a la cra por el cuello mientras acercaba el filo del cuchillo a su ojo derecho.

Ahora tendremos que pensarnos esto con calma, dijo el asesino, para empezar deje usted esa escopeta sobre el mostrador, si no le importa.

El camarero sujet la escopeta a la altura del pecho, apuntando al asesino y a la nia, sin saber qu hacer.X. EL CORAZN ENVENENADOY un segundo despus todo haba terminado. El hombre del cuchillo yaca en el suelo sobre su propia sangre. La mujer hermosa consolaba a la nia valiente. El camarero volva a poner la escopeta bajo la barra de la cafetera y el conductor sin coche se fumaba un cigarrillo. A veces, en la vida, todo se encadena, todo encaja a la perfeccin en el entramado de la desgracia. Sucede igual con los milagros. Una sucesin de pequeas fortunas sincronizadas casi por azar pueden resolver el ms oscuro de los problemas, como quien camina silbando por un laberinto que, por una vez, conduce a la puerta de salida. A veces la vida se esmera en salvarnos con el mismo tesn que puso y pondr, en otras muchas ocasiones, con el nico fin de destruirnos. O eso, o la buena puntera.

Qu tal tira?, le haba preguntado el conductor al camarero, mientras el asesino sujetaba el filo de su cuchillo junto a la pupila de la nia.

Bastante bien, haba contestado el camarero, sin presuncin alguna.

Les doy a los conejos entre la maleza.

Los conejos son pequeos y muy rpidos, haba contestado el conductor.

Y sin embargo el camarero tena miedo, porque era un hombre prudente.

Y la cra?, haba preguntado mientras se llevaba el arma a la cara para apuntar.

La cra es valiente. Sabe lo que tiene que hacer.

Y as fue. Un segundo antes de que sonase el disparo, la nia se agach, el cuchillo se gir sobre el ojo de nadie, sin hacer sangre, y el asesino estaba muerto antes de saber qu demonios estaba pasando.

La mujer hermosa corri a abrazar a la nia valiente. El conductor se acerc para asegurarse de que estaba bien. Apart con cuidado el pelo del rostro de la nia y le mir a los ojos. Ni un rasguo.

No siempre salen bien las cosas, pero cuando salen bien, da gusto. El conductor encendi un cigarrillo y pate un poco al muerto con la punta del zapato para asegurarse de que estaba muerto y de que no se levantara como esos asesinos de las pelculas malas.

El horror, cuando termina, se convierte en cualquier cosa. Se recuerdan para siempre las desgracias que suceden, y se recuerdan con amargura, pero las que no terminan de suceder se las lleva el viento. Haba muerto mucha gente durante los dos ltimos das, pero nadie que el conductor conociera o tuviera por qu llorar. No eran sus muertos. La mujer estaba viva, la nia tambin, el camarero era, efectivamente, un cazador de primera.

No debe de ser nada fcil acertarle a un conejo al amanecer entre las ramas. Dispararle a un asesino en la cara tampoco, pero es de imaginar que quien mata lo pequeo y veloz, puede tambin con lo grande y lento.

Quin era se?, nunca lo haba visto por aqu,pregunt el camarero.

Creo que estaba de paso, contest el conductor.

La mujer mir los zapatos del muerto. Eran los zapatos que haba visto en la fiesta tras la cortina.

Es el monstruo que se col en la fiesta, dijo.

S, respondi el conductor.

Tal vez me segua, dijo ella.

Seguramente no, respondi l, hay gente que mata porque s, sin tener que perseguir a nadie en concreto. Supongo que se creen la ira de Dios o algo parecido. Los asesinos suelen tener unas ideas muy raras sobre s mismos. Cualquier idiota con un cuchillo se cree que es parte de una misin, o una leyenda, los asesinos le dan muchas vueltas a esas cosas. Imagino que pasan demasiado tiempo solos.

Yo tambin paso mucho tiempo sola, dijo la nia, y nunca he matado a nadie.

Es cuestin de corazn, dijo l, hay gente que lo tiene envenenado.

De pronto se dio cuenta de que por fin ya no le dola la cabeza. No hay como el rugido de un disparo para terminar de despertar de una vez. Sinti que las cosas se ordenaban con cierta placidez. Pens que no tena ms que llevar a esa mujer finalmente a su destino, y tal vez cuidar de esa nia, para que todo tuviera de nuevo un orden aceptable.

Le gust imaginarse algo ordenado.

Tal vez deberamos limpiar todo esto, dijo el conductor.

El camarero dej la escopeta bajo la barra y se fue a buscar un cubo y una fregona.

XI. ROSAS DE PLSTICO

El conductor palp las ropas del muerto buscando las llaves del coche. Cuando dio con ellas, le pregunt al camarero qu pensaba hacer con el cadver.

Yo me encargo, dijo el camarero, como si fuese la cosa ms normal del mundo, como si hiciese desaparecer muertos todos los das.

Vyanse... aadi, y hagan como que esto no ha pasado.

Gracias, dijo la nia.

Salieron de la cafetera como una familia, pero apenas se conocan. El conductor, la mujer y la nia no tenan en comn ms que una serie de crmenes cometidos por un hombre que ya haba muerto. Y sin embargo el conductor se senta bien en su compaa A veces sucede que entre desconocidos se crea por un momento la ilusin de una cercana y un consuelo que en realidad no existen. O tal vez es al contrario, tal vez la realidad, el territorio de lo normal y conocido nos cuenta cosas de nosotros mismos que no son del todo ciertas.

Abri la furgoneta, la nia se sent detrs y la mujer y l delante. Se alegr de tener de nuevo un coche aunque fuese el coche de un asesino en serie. Al fin y al cabo era un conductor y eso es todo lo que era, y sin un coche y nadie a quien llevar, no era nada.

La nia encontr en el suelo un ramo de rosas.

Son de plstico, dijo con cierto fastidio. Nunca haba visto un ramo de rosas de plstico. En realidad nunca haba visto un ramo de rosas. Puedo quedrmelas?

Supongo que s, dijo la mujer.

Antes de arrancar, el conductor pens a dnde ir. No poda llevar a la nia a su casa porque all slo quedaban los cuerpos despedazados de su padre y su hermano. Tendr que cuidar de ella para siempre, pens. Y la idea no le pareci del todo mal. En cuanto a la mujer, volvera a dejarla en la ciudad, en el lugar exacto donde la haba recogido. Eso era lo que le gustaba de su trabajo, dejar a la gente sana y salva en algn sitio y no verlos nunca ms. Ojal se pudiera dejar todo en algn sitio para no volver a verlo. Ojal se pudiese no pensar de nuevo en lo que ya se ha pensado. Ojal se pudiese enterrar a los muertos y olvidar sus nombres. Ojal se pudiesen olvidar los besos, las miradas, todo lo que se ha hecho y las razones que nos movieron a hacerlo. Ojal se pudiera seguir viviendo sin el recuerdo de lo vivido.

El conductor se dio cuenta de que no tena nada que valiese la pena guardar y se dio cuenta tambin de que su trabajo era conducir a los dems y abandonarlos. Se pregunt si sera capaz de cuidar de esa nia y si no sera mejor buscarle un lugar seguro muy lejos de l. Se pregunt qu clase de hombre era y por qu demonios no consegua albergar ninguna de las emociones que consideraba normales. Ni miedo, ni angustia, ni rencor, ni esperanza, ni nostalgia, ni cario, ni siquiera un inters por pequeo que fuera por su pasado o su futuro. Se pregunt finalmente si estaba vivo y concluy que s, pero de una manera muy rara.

Mientras abandonaba la gasolinera y tomaba la autopista, pens cmo sera para los dems este oficio de vivir. De dnde sacaban las fuerzas y el entusiasmo.

La mujer dijo algo que no escuch. La nia enton una cancioncilla, los rboles proyectaron una sombra corta, de medioda. La vida, su vida, se haba terminado hace tanto tiempo que no era capaz de sealar cundo. De nio haba soado con algo, algo que quera hacer o alguien que quera ser de mayor, pero ya era mayor y no era nada.

Se distrajo conduciendo, mirando las lneas de la carretera y trat de no pensar en nada ms.Por qu le haba besado esa mujer?Volvera a besarlo de nuevo? Seguramente no. Le cost aceptar esa idea. Mir a la mujer sin que ella se diera cuenta y dese que todo fuera muy distinto. Que hubiera an otro beso. Que a este da absurdo le siguiera otro mejor, pero tampoco crey merecerlo.

Rosas de plstico para un hombre muerto.

La carretera se alargaba mientras conduca. Jams llegara a ningn sitio.

XII. LA NIA MANDA

Mi abuela vive a menos de cincuenta kilmetros de aqu, puedes dejarme en su casa, ella me cuidar bien.

l se haba imaginado capaz de cuidar de la nia pero tambin se haba imaginado otras muchas cosas que nunca sucederan.

No quieres volver a tu casa?, pregunt la mujer.

En mi casa ya no hay nada, dijo la cra. Mi padre y mi hermano ya estn muertos.

Cmo lo sabes?, pregunto l.

Porque yo le ped que los matara, respondi la nia. Y despus se puso a mirar, distrada, por la ventanilla, como hacen los nios cuando han dado por zanjado un tema del que no tienen nada ms que decir.

El conductor lo acept con tranquilidad, se haba acostumbrado a aceptarlo todo por extrao que fuera. La mujer guapa, sin embargo, no estaba dispuesta a olvidar el miedo que haba pasado en las ltimas horas. No le gustaba pasar miedo y no le gustaba que no le dieran explicaciones. Era la clase de mujer que exige explicaciones sin sentirse obligada a darlas. Algunas mujeres muy guapas son as.

Qu pas en la casa, en aquella fiesta? Por qu mat a esa gente? Tambin fue idea tuya?

S y no, dijo la nia. Me encontr a ese hombre en el bosque y me dijo que era un asesino y yo me re y le dije que no me lo crea y l dijo que me lo demostrara y yo le dije que en esa casa fuera del bosque hacan fiestas con modelos y actrices y ricos y gente que no me gustaba y que si poda matar all y clavar doce rosas en la nieve, sabra que era un asesino de verdad y que lo haba hecho por m y que entonces le dejara matar a mi padre y mi hermano y me ira con l.

La nia hizo una pausa, un poco aburrida de su propia historia, antes de continuar.

Aunque esa parte no era verdad. No pensaba irme con l, slo quera que matase a mi padre y a mi hermano porque me pegaban y me hacan otras cosas y yo tena muchas ganas de irme con mi abuela, que me quiere mucho y me cuida bien.

Estis todos locos, dijo la mujer, enfadada.

El conductor no se atreva a decir quin estaba loco y quin no, ni le pareca que fuese cosa de locos salirte con la tuya cuando todo est en tu contra y eres mucho ms pequeo que el tamao de tus problemas. Le pareci, por el contrario, que la nia estaba muy cuerda y era la mar de lista. l nunca haba sido capaz de lograr que los dems hiciesen lo que quera. A decir verdad, ni siquiera haba conseguido nunca saber qu demonios quera.

Dnde vive tu abuela?, pregunt.

Cincuenta kilmetros en lnea recta, dijo la cra. Yo te aviso cuando llegue el desvo.

Perfecto, pens l, por fin alguien le deca a dnde ir. se era su trabajo. Ya no tendra que pensar en nada ms.

La mujer cerr los ojos. Quera quedarse dormida y despertar en la ciudad, cuando todo hubiese pasado y, seguramente, quera tambin no volver a recordar nada de esto, puede que incluso tuviese otras cosas que olvidar.

Algunas mujeres guapas se olvidan fcilmente de lo que no sale del todo bien y no se las puede culpar por ello.

El conductor, en cambio, estaba condenado a recordarlo todo. Su vida no estaba llena de episodios memorables, y adems era absolutamente incapaz de olvidar un crimen, o un beso.

FIN