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Decima Feria Internacional del Libro en el Zócalo LAURA GARCIA GERMAN ORTEGA Cuando un medico se equivoca es mejor echarle tierra al asunto Los hombres mentiríamos muchas menos si las mujeres hicieran menores preguntas Nicolas Alvarado Ustedes saben que es un travesti un hombre que se quiere superar EDUARDO CASAR Cesar Fernández Todo el tiempo que me hagas esperar pensare en otra mujer PREMIOS NOBEL OCTAVIO PAZ -PABLO BULLUOSA: Palabra bufón ____ el rey a muerto viva el rey Hace tiempo la institución de la monarquía (socia) En el neolítico a los reyes se les sacrificaba cada 7,9 y 12 años Se tomaba a un sustituto y este se aseniba la tierra era una diosa Cada vez que se mataba se preparaba para un nuevo rey Rey sustituto era el bufón un rey al revés, rey de burlas hacia chistes Rey x un dio Víctor Hugo POBRE PATRIA MIA cuando estaba en Europa Preguntas para el público

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Cuentos cortos Poe

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Decima Feria Internacional del Libro en el ZcaloLAURA GARCIA GERMAN ORTEGACuando un medico se equivoca es mejor echarle tierra al asuntoLos hombres mentiramos muchas menos si las mujeres hicieran menores preguntas Nicolas Alvarado Ustedes saben que es un travesti un hombre que se quiere superarEDUARDO CASARCesar FernndezTodo el tiempo que me hagas esperar pensare en otra mujerPREMIOS NOBEL OCTAVIO PAZ -PABLO BULLUOSA: Palabra bufn ____ el rey a muerto viva el rey Hace tiempo la institucin de la monarqua (socia)En el neoltico a los reyes se les sacrificaba cada 7,9 y 12 aosSe tomaba a un sustituto y este se aseniba la tierra era una diosaCada vez que se mataba se preparaba para un nuevo reyRey sustituto era el bufn un rey al revs, rey de burlas hacia chistesRey x un dio Vctor HugoPOBRE PATRIA MIA cuando estaba en EuropaPreguntas para el pblico Arquelogos Templo Mayor Nombre de los dioses Huitzlopoctli y Tlaloc 6 NOBELES LATINOAMERICANOSOCTAVIO PAZ VARGAS LLUOSA

Dichosa Frase: CONTRACCION DE UN GRAN FRAGMENTO DE La odisea: Mi DESTINO es cruel como iba resuelto A PERDERME LAS SIRENAS NO CANTARON PARA MI

Dichosa palabra: Savia de maguey, materia prima del pulque Sustantivo compuesto femenino: AGUAMIEL;:;:;:;:;:;:;:;:;:;:;No te peines en la cama por que se retrasan los navegantesCrnica de una muerte anunciadaRama dorada: la magia por semejanza de no hacer algo calmado en la cama

Edgar Allan Poe(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

el cuervoUna vez, alfilo de una lgubre media noche,mientras dbil y cansado, en tristes reflexiones embebido,inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,cabeceando, casi dormido,oyse de sbito un leve golpe,como si suavemente tocaran,tocaran a la puerta de mi cuarto.Es dije musitando un visitantetocando quedo a la puerta de mi cuarto.Eso es todo, y nada ms.

Ah! aquel lcido recuerdode un glido diciembre;espectros de brasas moribundasreflejadas en el suelo;angustia del deseo del nuevo da;en vano encareciendo a mis librosdieran tregua a mi dolor.Dolor por la prdida de Leonora, la nica,virgen radiante, Leonora por los ngeles llamada.Aqu ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriantede la seda de las cortinas rojasllenbame de fantsticos terroresjams antes sentidos. Y ahora aqu, en pie,acallando el latido de mi corazn,vuelvo a repetir:Es un visitante a la puerta de mi cuartoqueriendo entrar. Algn visitanteque a deshora a mi cuarto quiere entrar.Eso es todo, y nada ms.

Ahora, mi nimo cobraba bros,y ya sin titubeos:Seor dije o seora, en verdad vuestro perdnimploro,mas el caso es que, adormiladocuando vinisteis a tocar quedamente,tan quedo vinisteis a llamar,a llamar a la puerta de mi cuarto,que apenas pude creer que os oa.Y entonces abr de par en par la puerta:Oscuridad, y nada ms.

Escrutando hondo en aquella negrurapermanec largo rato, atnito, temeroso,dudando, soando sueos que ningn mortalse haya atrevido jams a soar.Mas en el silencio insondable la quietud callaba,y la nica palabra ah proferidaera el balbuceo de un nombre: Leonora?Lo pronunci en un susurro, y el ecolo devolvi en un murmullo: Leonora!Apenas esto fue, y nada ms.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,toda mi alma abrasndose dentro de m,no tard en or de nuevo tocar con mayor fuerza.Ciertamente me dije, ciertamentealgo sucede en la reja de mi ventana.Dejad, pues, que vea lo que sucede all,y as penetrar pueda en el misterio.Dejad que a mi corazn llegue un momento el silencio,y as penetrar pueda en el misterio.Es el viento, y nada ms!

De un golpe abr la puerta,y con suave batir de alas, entrun majestuoso cuervode los santos das idos.Sin asomos de reverencia,ni un instante quedo;y con aires de gran seor o de gran damafue a posarse en el busto de Palas,sobre el dintel de mi puerta.Posado, inmvil, y nada ms.

Entonces, este pjaro de banocambi mis tristes fantasas en una sonrisacon el grave y severo decorodel aspecto de que se revesta.Aun con tu cresta cercenada y mocha le dije,no sers un cobarde,hrrido cuervo vetusto y amenazador.Evadido de la ribera nocturna.Dime cul es tu nombre en la ribera de la Noche Plutnica!Y el Cuervo dijo: Nunca ms.

Cunto me asombr que pjaro tan desgarbadopudiera hablar tan claramente;aunque poco significaba su respuesta.Poco pertinente era. Pues no podemossino concordar en que ningn ser humanoha sido antes bendecido con la visin de un pjaroposado sobre el dintel de su puerta,pjaro o bestia, posado en el busto esculpidode Palas en el dintel de su puertacon semejante nombre: Nunca ms.

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.las palabras pronunci, como virtiendosu alma slo en esas palabras.Nada ms dijo entonces;no movi ni una pluma.Y entonces yo me dije, apenas murmurando:Otros amigos se han ido antes;maana l tambin me dejar,como me abandonaron mis esperanzas.Y entonces dijo el pjaro: Nunca ms.

Sobrecogido al romper el silenciotan idneas palabras,sin duda pens, sin duda lo que dicees todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendidode un amo infortunado a quien desastre impopersigui, acos sin dar treguahasta que su cantinela slo tuvo un sentido,hasta que las endechas de su esperanzallevaron slo esa carga melanclicade Nunca, nunca ms.

Mas el Cuervo arranc todavade mis tristes fantasas una sonrisa;acerqu un mullido asientofrente al pjaro, el busto y la puerta;y entonces, hundindome en el terciopelo,empec a enlazar una fantasa con otra,pensando en lo que este ominoso pjaro de antao,lo que este torvo, desgarbado, hrrido,flaco y ominoso pjaro de antaoquera decir granzando: Nunca ms.

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,quemaban hasta el fondo de mi pecho.Esto y ms, sentado, adivinaba,con la cabeza reclinadaen el aterciopelado forro del cojnacariciado por la luz de la lmpara;en el forro de terciopelo violetaacariciado por la luz de la lmparaque ella no oprimira, ay!, nunca ms!

Entonces me pareci que el airese tornaba ms denso, perfumadopor invisible incensario mecido por serafinescuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.Miserable dije, tu Dios te ha concedido,por estos ngeles te ha otorgado una tregua,tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!Apura, oh, apura este dulce nepentey olvida a tu ausente Leonora!Y el Cuervo dijo: Nunca ms.

Profeta! exclam, cosa diabolica!Profeta, s, seas pjaro o demonioenviado por el Tentador, o arrojadopor la tempestad a este refugio desolado e impvido,a esta desrtica tierra encantada,a este hogar hechizado por el horror!Profeta, dime, en verdad te lo imploro,hay, dime, hay blsamo en Galaad?Dime, dime, te imploro!Y el cuervo dijo: Nunca ms.

Profeta! exclam, cosa diablica!Profeta, s, seas pjaro o demonio!Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,ese Dios que adoramos t y yo,dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edntendr en sus brazos a una santa doncellallamada por los ngeles Leonora,tendr en sus brazos a una rara y radiante virgenllamada por los ngeles Leonora!Y el cuervo dijo: Nunca ms.

Sea esa palabra nuestra seal de partidapjaro o espritu maligno! le grit presuntuoso.Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutnica.No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentiraque profiri tu espritu!Deja mi soledad intacta.Abandona el busto del dintel de mi puerta.Aparta tu pico de mi corazny tu figura del dintel de mi puerta.Y el Cuervo dijo: Nunca ms.

Y el Cuervo nunca emprendi el vuelo.An sigue posado, an sigue posadoen el plido busto de Palas.en el dintel de la puerta de mi cuarto.Y sus ojos tienen la aparienciade los de un demonio que est soando.Y la luz de la lmpara que sobre l se derramatiende en el suelo su sombra. Y mi alma,del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,no podr liberarse. Nunca ms!

Descenso al Maelstrn[Cuento. Texto completo]Edgar Allan Poe

Los caminos de Dios en la naturaleza y en la providencia no son como nuestros caminos; y nuestras obras no pueden compararse en modo alguno con la vastedad, la profundidad y la inescrutabilidad de Sus obras, que contienen en s mismas una profundidad mayor que la del pozo de Demcrito.Joseph Glanvill

Habamos alcanzado la cumbre del despeadero ms elevado. Durante algunos minutos, el anciano pareci demasiado fatigado para hablar.-Hasta no hace mucho tiempo -dijo, por fin- podra haberlo guiado en este ascenso tan bien como el ms joven de mis hijos. Pero, hace unos tres aos, me ocurri algo que jams le ha ocurrido a otro mortal... o, por lo menos, a alguien que haya alcanzado a sobrevivir para contarlo; y las seis horas de terror mortal que soport me han destrozado el cuerpo y el alma. Usted ha de creerme muy viejo, pero no lo soy. Bast algo menos de un da para que estos cabellos, negros como el azabache, se volvieran blancos; debilitronse mis miembros, y tan frgiles quedaron mis nervios, que tiemblo al menor esfuerzo y me asusto de una sombra. Creer usted que apenas puedo mirar desde este pequeo acantilado sin sentir vrtigo?El pequeo acantilado, a cuyo borde se haba tendido a descansar con tanta negligencia que la parte ms pesada de su cuerpo sobresala del mismo, mientras se cuidaba de una cada apoyando el codo en la resbalosa arista del borde; el pequeo acantilado, digo, alzbase formando un precipicio de negra roca reluciente, de mil quinientos o mil seiscientos pies, sobre la multitud de despeaderos situados ms abajo. Nada hubiera podido inducirme a tomar posicin a menos de seis yardas de aquel borde. A decir verdad, tanto me impresion la peligrosa postura de mi compaero que ca en tierra cuan largo era, me aferr a los arbustos que me rodeaban y no me atrev siquiera a mirar hacia el cielo, mientras luchaba por rechazar la idea de que la furia de los vientos amenazaba sacudir los cimientos de aquella montaa. Pas largo rato antes de que pudiera reunir coraje suficiente para sentarme y mirar a la distancia.-Debe usted curarse de esas fantasas -dijo el gua-, ya que lo he trado para que tenga desde aqu la mejor vista del lugar donde ocurri el episodio que mencion antes... y para contarle toda la historia con su escenario presente.Nos hallamos -agreg, con la manera minuciosa que lo distingua-, nos hallamos muy cerca de la costa de Noruega, a los sesenta y ocho grados de latitud, en la gran provincia de Nordland, y en el distrito de Lodofen. La montaa cuya cima acabamos de escalar es Helseggen, la Nebulosa. Endercese usted un poco... sujetndose a matas si se siente mareado... As! Mire ahora, ms all de la cintura de vapor que hay debajo de nosotros, hacia el mar.Mir, lleno de vrtigo, y descubr una vasta extensin ocenica, cuyas aguas tenan un color tan parecido a la tinta que me recordaron la descripcin que hace el gegrafo nubio delMare Tenebrarum. Ninguna imaginacin humana podra concebir panorama ms lamentablemente desolado. A derecha e izquierda, y hasta donde poda alcanzar la mirada, se tendan, como murallas del mundo, cadenas de acantilados horriblemente negros y colgantes, cuyo lgubre aspecto vease reforzado por la resaca, que rompa contra ellos su blanca y lvida cresta, aullando y rugiendo eternamente. Opuesta al promontorio sobre cuya cima nos hallbamos, y a unas cinco o seis millas dentro del mar, advertase una pequea isla de aspecto desrtico; quiz sea ms adecuado decir que su posicin se adivinaba gracias a las salvajes rompientes que la envolvan. Unas dos millas ms cerca alzbase otra isla ms pequea, horriblemente escarpada y estril, rodeada en varias partes por amontonamientos de oscuras rocas.En el espacio comprendido entre la mayor de las islas y la costa, el ocano presentaba un aspecto completamente fuera de lo comn. En aquel momento soplaba un viento tan fuerte en direccin a tierra, que un bergantn que navegaba mar afuera se mantena a la capa con dos rizos, en la vela mayor, mientras la quilla se hunda a cada momento hasta perderse de vista; no obstante, el espacio a que he aludido no mostraba nada que semejara un oleaje embravecido, sino tan slo un breve, rpido y furioso embate del agua en todas direcciones, tanto frente al viento como hacia otros lados. Tampoco se adverta espuma, salvo en la proximidad inmediata de las rocas.-La isla ms alejada -continu el anciano- es la que los noruegos llaman Vurrgh. La que se halla a mitad de camino es Moskoe. A una milla al norte ver la de Ambaaren. Ms all se encuentran Islesen, Hotholm, Keildhelm, Suarven y Buckholm. An ms all -entre Moskoe y Vurrgh- estn Otterholm, Flimen, Sandflesen y Stockholm. Tales son los verdaderos nombres de estos sitios; pero... qu necesidad haba de darles nombres? No lo s, y supongo que usted tampoco... Oye alguna cosa? Nota algn cambio en el agua?Llevbamos ya unos diez minutos en lo alto del Helseggen, al cual habamos ascendido viniendo desde el interior de Lofoden, de modo que no habamos visto ni una sola vez el mar hasta que se present de golpe al arribar a la cima. Mientras el anciano me hablaba, percib un sonido potente y que creca por momentos, algo como el mugir de un enorme rebao de bfalos en una pradera norteamericana; y en el mismo momento repar en que el estado del ocano a nuestros pies, que corresponda a lo que los marinos llaman picado, se estaba transformando rpidamente en una corriente orientada haca el este. Mientras la segua mirando, aquella corriente adquiri una velocidad monstruosa. A cada instante su rapidez y su desatada impetuosidad iban en aumento. Cinco minutos despus, todo el mar hasta Vurrgh herva de clera incontrolable, pero donde esa rabia alcanzaba su pice era entre Moskoe y la costa. All, la vasta superficie del agua se abra y trazaba en mil canales antagnicos, reventaba bruscamente en una convulsin frentica -encrespndose, hirviendo, silbando- y giraba en gigantescos e innumerables vrtices, y todo aquello se atorbellinaba y corra hacia el este con una rapidez que el agua no adquiere en ninguna otra parte, como no sea el caer en un precipicio.En pocos minutos ms, una nueva y radical alteracin apareci en escena. La superficie del agua se fue nivelando un tanto y los remolinos desaparecieron uno tras otro, mientras prodigiosas fajas de espuma surgan all donde antes no haba nada. A la larga, y luego de dispersarse a una gran distancia, aquellas fajas se combinaron unas con otras y adquirieron el movimiento giratorio de los desaparecidos remolinos, como si constituyeran el germen de otro ms vasto. De pronto, instantneamente, todo asumi una realidad clara y definida, formando un crculo cuyo dimetro pasaba de una milla. El borde del remolino estaba representado por una ancha faja de resplandeciente espuma; pero ni la menor partcula de sta resbalaba al interior del espantoso embudo, cuyo tubo, hasta donde la mirada alcanzaba a medirlo, era una pulida, brillante y tenebrosa pared de agua, inclinada en un ngulo de cuarenta y cinco grados con relacin al horizonte, y que giraba y giraba vertiginosamente, con un movimiento oscilante y tumultuoso, produciendo un fragor horrible, entre rugido y clamoreo, que ni siquiera la enorme catarata del Nigara lanza al espacio en su tremenda cada.La montaa temblaba desde sus cimientos y oscilaban las rocas. Me dej caer boca abajo, aferrndome a los ralos matorrales en el paroxismo de mi agitacin nerviosa. Por fin, pude decir a mi compaero:-Esto no puede ser ms que el enorme remolino del Maelstrn!-As suelen llamarlo -repuso el viejo-. Nosotros los noruegos le llamamos el Moskoe-strm, a causa de la isla Moskoe.Las descripciones ordinarias de aquel vrtice no me haban preparado en absoluto para lo que acababa de ver. La de Jonas Ramus, quiz la ms detallada, no puede dar la menor nocin de la magnificencia o el horror de aquella escena, ni tampoco la perturbadora sensacin de novedad que confunde al espectador. No s bien en qu punto de vista estuvo situado el escritor aludido, ni en qu momento; pero no pudo ser en la cima del Helseggen, ni durante una tormenta. He aqu algunos pasajes de su descripcin que merecen, sin embargo, citarse por los detalles que contienen, aunque resulten sumamente dbiles para comunicar una impresin de aquel espectculo:Entre Lofoden y Moskoe -dice-, la profundidad del agua vara entre treinta y seis y cuarenta brazas; pero del otro lado, en direccin a Ver (Vurrgh), la profundidad disminuye al punto de no permitir el paso de un navo sin el riesgo de que encalle en las rocas, cosa posible aun en plena bonanza. Durante la pleamar, las corrientes se mueven entre Lofoden y Moskoe con turbulenta rapidez, al punto de que el rugido de su impetuoso reflujo hacia el mar apenas podra ser igualado por el de las ms sonoras y espantosas cataratas. El sonido se escucha a muchas leguas, y los vrtices o abismos son de tal tamao y profundidad que si un navo es atrado por ellos se ve tragado irremisiblemente y arrastrado a la profundidad, donde se hace pedazos contra las rocas; cuando el agua se sosiega, los pedazos del buque asoman a la superficie. Pero los intervalos de tranquilidad se producen solamente en los momentos del cambio de la marea y con buen tiempo; apenas duran un cuarto de hora antes de que recomience gradualmente su violencia. Cuando la corriente es ms turbulenta y una tempestad acrecienta su furia resulta peligroso acercarse a menos de una milla noruega. Botes, yates y navos han sido tragados por no tomar esa precaucin contra su fuerza atractiva. Ocurre asimismo con frecuencia que las ballenas se aproximan demasiado a la corriente y son dominadas por su violencia; imposible resulta entonces describir sus clamores y mugidos mientras luchan intilmente por escapar. Cierta vez, un oso que trataba de nadar de Lofoden a Moskoe fue atrapado por la corriente y arrastrado a la profundidad, mientras ruga tan terriblemente que se le escuchaba desde la costa. Grandes cantidades de troncos de abetos y pinos, absorbidos por la corriente, vuelven a la superficie rotos y retorcidos a un punto tal que no pasan de ser un montn de astillas. Esto muestra claramente que el fondo consiste en rocas aguzadas contra las cuales son arrastrados y frotados los troncos. Dicha corriente se regula por el flujo y reflujo marino, que se suceden constantemente cada seis horas. En el ao 1645, en la maana del domingo de sexagsima, la furia de la corriente fue tan espantosa que las piedras de las casas de la costa se desplomaban.Por lo que se refiere a la profundidad del agua, no me explico cmo pudo ser verificada en la vecindad inmediata del vrtice. Las cuarenta brazas tienen que referirse, indudablemente, a las porciones del canal linderas con la costa, sea de Moskoe o de Lofoden. La profundidad en el centro del Moskoe-strm debe ser inconmensurablemente grande, y la mejor prueba de ello la da la ms ligera mirada que se proyecte al abismo del remolino desde la cima del Helseggen. Mientras encaramado en esta cumbre contemplaba el rugiente Flegetn all abajo, no pude impedirme sonrer de la simplicidad con que el honrado Jonas Ramus consigna -como algo difcil de creer- las ancdotas sobre ballenas y osos, cuando resulta evidente que los ms grandes buques actuales, sometidos a la influencia de aquella mortal atraccin, seran el equivalente de una pluma frente al huracn y desapareceran instantneamente.Las tentativas de explicar el fenmeno -que, en parte, segn recuerda, me haban parecido suficientemente plausibles a la lectura- presentaban ahora un carcter muy distinto e insatisfactorio. La idea predominante consista en que el vrtice, al igual que otros tres ms pequeos situados entre las islas Ferroe, no tiene otra causa que la colisin de las olas, que se alzan y rompen, en el flujo y reflujo, contra un arrecife de rocas y bancos de arena, el cual encierra las aguas al punto que stas se precipitan como una catarata; as, cuanto ms alta sea la marea, ms profunda ser la cada, y el resultado es un remolino o vrtice, cuyo prodigioso poder de succin es suficientemente conocido por experimentos hechos en menor escala. Tales son los trminos con que se expresa la Encyclopedia Britannica. Kircher y otros imaginan que en el centro del canal del Maelstrn hay un abismo que penetra en el globo terrestre y que vuelve a salir en alguna regin remota (una de las hiptesis nombra concretamente el golfo de Botnial). Esta opinin, bastante gratuita en s misma, fue la que mi imaginacin acept con mayor prontitud una vez que hube contemplado la escena. Pero al mencionarla a mi gua me sorprendi orle decir que, si bien casi todos los noruegos compartan ese punto de vista, l no lo aceptaba. En cuanto a la hiptesis precedente, confes su incapacidad para comprenderla, y yo le di la razn, pues, aunque sobre el papel pareciera concluyente, resultaba por completo ininteligible e incluso absurda frente al tronar de aquel abismo.-Ya ha podido ver muy bien el remolino -dijo el anciano-, y si nos colocamos ahora detrs de esa roca al socaire, para que no nos moleste el ruido del agua, le contar un relato que lo convencer de que conozco alguna cosa sobre el Moskoe-strm.Me ubiqu como lo deseaba y comenz:-Mis dos hermanos y yo ramos dueos de un queche aparejado como una goleta, de unas setenta toneladas, con el cual pescbamos entre las islas situadas ms all de Moskoe y casi hasta Vurrgh. Aprovechando las oportunidades, siempre hay buena pesca en el mar durante las mareas bravas, si se tiene el coraje de enfrentarlas; de todos los habitantes de la costa de Lofoden, nosotros tres ramos los nicos que navegbamos regularmente en la regin de las islas. Las zonas usuales de pesca se hallan mucho ms al sur. All se puede pescar a cualquier hora, sin demasiado riesgo, y por eso son lugares preferidos. Pero los sitios escogidos que pueden encontrarse aqu, entre las rocas no slo ofrecen la variedad ms grande, sino una abundancia mucho mayor, de modo que con frecuencia pescbamos en un solo da lo que otros ms tmidos conseguan apenas en una semana. La verdad es que hacamos de esto un lance temerario, cambiando el exceso de trabajo por el riesgo de la vida, y sustituyendo capital por coraje.Fondebamos el queche en una caleta, a unas cinco millas al norte de esta costa, y cuando el tiempo estaba bueno, acostumbrbamos aprovechar los quince minutos de tranquilidad de las aguas para atravesar el canal principal de Moskoe-strm, mucho ms arriba del remolino, y anclar luego en cualquier parte cerca de Otterham o Sandflesen, donde las mareas no son tan violentas. Nos quedbamos all hasta que faltaba poco para un nuevo intervalo de calma, en que ponamos proa en direccin a nuestro puerto. Jams inicibamos una expedicin de este gnero sin tener un buen viento de lado tanto para la ida como para el retorno -un viento del que estuviramos seguros que no nos abandonara a la vuelta-, y era raro que nuestros clculos erraran. Dos veces, en seis aos, nos vimos precisados a pasar la noche al ancla a causa de una calma chicha, lo cual es cosa muy rara en estos parajes; y una vez tuvimos que quedarnos cerca de una semana donde estbamos, murindonos de inanicin, por culpa de una borrasca que se desat poco despus de nuestro arribo, y que embraveci el canal en tal forma que era imposible pensar en cruzarlo. En esta ocasin hubiramos podido ser llevados mar afuera a pesar de nuestros esfuerzos (pues los remolinos nos hacan girar tan violentamente que, al final, largamos el ancla y la dejamos que arrastrara), si no hubiera sido que terminamos entrando en una de esas innumerables corrientes antagnicas que hoy estn all y maana desaparecen, la cual nos arrastr hasta el refugio de Flimen, donde, por suerte, pudimos detenernos.No podra contarle ni la vigsima parte de las dificultades que encontrbamos en nuestro campo de pesca -que es mal sitio para navegar aun con buen tiempo-, pero siempre nos arreglamos para burlar el desafo del Moskoe-strm sin accidentes, aunque muchas veces tuve el corazn en la boca cuando nos atrasbamos o nos adelantbamos en un minuto al momento de calma. En ocasiones, el viento no era tan fuerte como habamos pensado al zarpar y el queche recorra una distancia menor de lo que desebamos, sin que pudiramos gobernarlo a causa de la correntada. Mi hermano mayor tena un hijo de dieciocho aos y yo dos robustos mozalbetes. Todos ellos nos hubieran sido de gran ayuda en esas ocasiones, ya fuera apoyando la marcha con los remos, o pescando; pero, aunque estbamos personalmente dispuestos a correr el riesgo, no nos sentamos con nimo de exponer a los jvenes, pues verdaderamente haba un peligro horrible, sa es la pura verdad.Pronto se cumplirn tres aos desde que ocurri lo que voy a contarle. Era el 10 de julio de 18..., da que las gentes de esta regin no olvidarn jams, porque en l se levant uno de los huracanes ms terribles que hayan cado jams del cielo. Y, sin embargo, durante toda la maana, y hasta bien entrada la tarde, haba soplado una suave brisa del sudoeste, mientras brillaba el sol, y los ms avezados marinos no hubieran podido prever lo que iba a pasar.Los tres mis dos hermanos y yo- cruzamos hacia las islas a las dos de la tarde y no tardamos en llenar el queche con una excelente pesca que, como pudimos observar, era ms abundante ese da que en ninguna ocasin anterior. A las siete -por mi reloj- levamos anclas y zarpamos, a fin de atravesar lo peor del Strm en el momento de la calma, que segn sabamos iba a producirse a las ocho.Partimos con una buena brisa de estribor y al principio navegamos velozmente y sin pensar en el peligro, pues no tenamos el menor motivo para sospechar que existiera. Pero, de pronto, sentimos que se nos opona un viento procedente de Helseggen. Esto era muy inslito; jams nos haba ocurrido antes, y yo empec a sentirme intranquilo, sin saber exactamente por qu. Enfilamos la barca contra el viento, pero los remansos no nos dejaban avanzar, e iba a proponer que volviramos al punto donde habamos estado anclados cuando, al mirar hacia popa vimos que todo el horizonte estaba cubierto por una extraa nube del color del cobre que se levantaba con la ms asombrosa rapidez.Entretanto, la brisa que nos haba impulsado acababa de amainar por completo y estbamos en una calma total, derivando hacia todos los rumbos. Pero esto no dur bastante como para darnos tiempo a reflexionar. En menos de un minuto nos cay encima la tormenta, y en menos de dos el cielo qued cubierto por completo; con esto, y con la espuma de las olas que nos envolva, todo se puso tan oscuro que no podamos vernos unos a otros en la cubierta.Sera una locura tratar de describir el huracn que sigui. Los ms viejos marinos de Noruega jams conocieron nada parecido. Habamos soltado todo el trapo antes de que el viento nos alcanzara; pero, a su primer embate, los dos mstiles volaron por la borda como si los hubiesen aserrado..., y uno de los palos se llev consigo a mi hermano mayor, que se haba atado para mayor seguridad.Nuestra embarcacin se convirti en la ms liviana pluma que jams flot en el agua. El queche tena un puente totalmente cerrado, con slo una pequea escotilla cerca de proa, que acostumbrbamos cerrar y asegurar cuando bamos a cruzar el Strm, por precaucin contra el mar picado. De no haber sido por esta circunstancia, hubiramos zozobrado instantneamente, pues durante un momento quedamos sumergidos por completo. Cmo escap a la muerte mi hermano mayor no puedo decirlo, pues jams se me present la oportunidad de averiguarlo. Por mi parte, tan pronto hube soltado el trinquete, me tir boca abajo en el puente, con los pies contra la estrecha borda de proa y las manos aferrando una armella prxima al pie del palo mayor. El instinto me indujo a obrar as, y fue, indudablemente, lo mejor que poda haber hecho; la verdad es que estaba demasiado aturdido para pensar.Durante algunos momentos, como he dicho, quedamos completamente inundados, mientras yo contena la respiracin y me aferraba a la armella. Cuando no pude resistir ms, me enderec sobre las rodillas, sostenindome siempre con las manos, y pude as asomar la cabeza. Pronto nuestra pequea embarcacin dio una sacudida, como hace un perro al salir del agua, y con eso se libr en cierta medida de las olas que la tapaban. Por entonces estaba tratando yo de sobreponerme al aturdimiento que me dominaba, recobrar los sentidos para decidir lo que tena que hacer, cuando sent que alguien me aferraba del brazo. Era mi hermano mayor, y mi corazn salt de jbilo, pues estaba seguro de que el mar lo haba arrebatado. Mas esa alegra no tard en transformarse en horror, pues mi hermano acerc la boca a mi oreja, mientras gritaba: Moskoe-strm!Nadie puede imaginar mis sentimientos en aquel instante. Me estremec de la cabeza a los pies, como si sufriera un violento ataque de calentura. Demasiado bien saba lo que mi hermano me estaba diciendo con esa simple palabra y lo que quera darme a entender: Con el viento que nos arrastraba, nuestra proa apuntaba hacia el remolino del Strm... y nada poda salvarnos!Se imaginar usted que, al cruzar el canal del Strm, lo hacamos siempre mucho ms arriba del remolino, incluso con tiempo bonancible, y debamos esperar y observar cuidadosamente el momento de calma. Pero ahora estbamos navegando directamente hacia el vrtice, envueltos en el ms terrible huracn. 'Probablemente -pens- llegaremos all en un momento de la calma... y eso nos da una esperanza.' Pero, un segundo despus, me maldije por ser tan loco como para pensar en esperanza alguna. Saba muy bien que estbamos condenados y que lo estaramos igual aunque nos hallramos en un navo cien veces ms grande.A esta altura la primera furia de la tempestad se haba agotado, o quiz no la sentamos tanto por estar corriendo delante de ella. Pero el mar, que el viento haba mantenido aplacado y espumoso al comienzo, se alzaba ahora en gigantescas montaas. Un extrao cambio se haba producido en el cielo. Alrededor de nosotros, y en todas direcciones, segua tan negro como la pez, pero en lo alto, casi encima de donde estbamos, se abri repentinamente un crculo de cielo despejado -tan despejado como jams he vuelto a ver-, brillantemente azul, y a travs del cual resplandeca la luna llena con un brillo que no le haba conocido antes. Iluminaba con sus rayos todo lo que nos rodeaba, con la ms grande claridad; pero... Dios mo, qu escena nos mostraba!Hice una o dos tentativas para hacerme or de mi hermano, pero, por razones que no pude comprender, el estruendo haba aumentado de manera tal que no alcanc a hacerle entender una sola palabra, pese a que gritaba con todas mis fuerzas en su oreja. Pronto sacudi la cabeza, mortalmente plido, y levant un dedo como para decirme: 'Escucha!'Al principio no me di cuenta de lo que quera significar, pero un horrible pensamiento cruz por mi mente. Extraje mi reloj de la faltriquera. Estaba detenido. Contempl el cuadrante a la luz de la luna y me ech a llorar, mientras lanzaba el reloj al ocano. Se haba detenido a las siete! Ya haba pasado el momento de calma y el remolino del Strm estaba en plena furia!Cuando un barco es de buena construccin, est bien equipado y no lleva mucha carga, al correr con el viento durante una borrasca las olas dan la impresin de resbalar por debajo del casco, lo cual siempre resulta extrao para un hombre de tierra firme; a eso se le llama cabalgar en lenguaje marino.Hasta ese momento habamos cabalgado sin dificultad sobre las olas; pero de pronto una gigantesca masa de agua nos alcanz por la bovedilla y nos alz con ella... arriba... ms arriba... como si ascendiramos al cielo. Jams hubiera credo que una ola poda alcanzar semejante altura. Y entonces empezamos a caer, con una carrera, un deslizamiento y una zambullida que me produjeron nuseas y mareo, como si estuviera desplomndome en sueos desde lo alto de una montaa. Pero en el momento en que alcanzamos la cresta, pude lanzar una ojeada alrededor, y lo que vi fue ms que suficiente. En un instante comprob nuestra exacta posicin. El vrtice de Moskoe-strm se hallaba a un cuarto de milla adelante; pero ese vrtice se pareca tanto al de todos los das como el que est viendo usted a un remolino en una charca. Si no hubiera sabido dnde estbamos y lo que tenamos que esperar, no hubiese reconocido en absoluto aquel sitio. Tal como lo vi, me oblig a cerrar involuntariamente los ojos de espanto. Mis prpados se apretaron como en un espasmo.Apenas habran pasado otros dos minutos, cuando sentimos que las olas decrecan y nos vimos envueltos por la espuma. La embarcacin dio una brusca media vuelta a babor y se precipit en su nueva direccin como una centella. A1 mismo tiempo, el rugido del agua qued completamente apagado por algo as como un estridente alarido... un sonido que podra usted imaginar formado por miles de barcos de vapor que dejaran escapar al mismo tiempo la presin de sus calderas. Nos hallbamos ahora en el cinturn de la resaca que rodea siempre el remolino, y pens que un segundo ms tarde nos precipitaramos al abismo, cuyo interior veamos borrosamente a causa de la asombrosa velocidad con la cual nos movamos. El queche no daba la impresin de flotar en el agua, sino de flotar como una burbuja sobre la superficie de la resaca. Su banda de estribor daba al remolino, y por babor surga la inmensidad ocenica de la que acabbamos de salir, y que se alzaba como una enorme pared oscilando entre nosotros y el horizonte.Puede parecer extrao, pero ahora, cuando estbamos sumidos en las fauces del abismo, me sent ms tranquilo que cuando venamos acercndonos a l. Decidido a no abrigar ya ninguna esperanza, me libr de una buena parte del terror que al principio me haba privado de mis fuerzas. Creo que fue la desesperacin lo que templ mis nervios.Tal vez piense usted que me jacto, pero lo que le digo es la verdad: Empec a reflexionar sobre lo magnfico que era morir de esa manera y lo insensato de preocuparme por algo tan insignificante como mi propia vida frente a una manifestacin tan maravillosa del poder de Dios. Creo que enrojec de vergenza cuando la idea cruz por mi mente. Y al cabo de un momento se apoder de m la ms viva curiosidad acerca del remolino. Sent el deseo de explorar sus profundidades, aun al precio del sacrificio que iba a costarme, y la pena ms grande que sent fue que nunca podra contar a mis viejos camaradas de la costa todos los misterios que vera. No hay duda que eran stas extraas fantasas en un hombre colocado en semejante situacin, y con frecuencia he pensado que la rotacin del barco alrededor del vrtice pudo trastornarme un tanto la cabeza.Otra circunstancia contribuy a devolverme la calma, y fue la cesacin del viento, que ya no poda llegar hasta nosotros en el lugar donde estbamos, puesto que, como usted mismo ha visto, el cinturn de resaca est sensiblemente ms bajo que el nivel general del ocano, al que veamos descollar sobre nosotros como un alto borde montaoso y negro. Si nunca le ha tocado pasar una borrasca en plena mar, no puede hacerse una idea de la confusin mental que produce la combinacin del viento y la espuma de las olas. Ambos ciegan, ensordecen y ahogan, suprimiendo toda posibilidad de accin o de reflexin. Pero ahora nos veamos en gran medida libres de aquellas molestias... as como los criminales condenados a muerte se ven favorecidos con ciertas liberalidades que se les negaban antes de que se pronunciara la sentencia.Imposible es decir cuntas veces dimos la vuelta al circuito. Corrimos y corrimos, una hora quiz, volando ms que flotando, y entrando cada vez ms hacia el centro de la resaca, lo que nos acercaba progresivamente a su horrible borde interior. Durante todo este tiempo no haba soltado la armella que me sostena. Mi hermano estaba en la popa, sujetndose a un pequeo barril vaco, slidamente atado bajo el compartimiento de la bovedilla, y que era la nica cosa a bordo que la borrasca no haba precipitado al mar. Cuando ya nos acercbamos al borde del pozo, solt su asidero y se precipit hacia la armella de la cual, en la agona de su terror, trat de desprender mis manos, ya que no era bastante grande para proporcionar a ambos un sostn seguro. Jams he sentido pena ms grande que cuando lo vi hacer eso, aunque comprend que su proceder era el de un insano, a quien el terror ha vuelto loco furioso. De todos modos, no hice ningn esfuerzo para oponerme. Saba que ya no importaba quin de los dos se aferrara de la armella, de modo que se la ced y pas a popa, donde estaba el barril. No me cost mucho hacerlo, porque el queche corra en crculo con bastante estabilidad, slo balancendose bajo las inmensas oscilaciones y conmociones del remolino. Apenas me haba afirmado en mi nueva posicin, cuando dimos un brusco bandazo a estribor y nos precipitamos de proa en el abismo. Murmur presurosamente una plegaria a Dios y pens que todo haba terminado.Mientras senta la nusea del vertiginoso descenso, instintivamente me aferr con ms fuerza al barril y cerr los ojos. Durante algunos segundos no me atrev a abrirlos, esperando mi aniquilacin inmediata y me maravill de no estar sufriendo ya las agonas de la lucha final con el agua. Pero el tiempo segua pasando. Y yo estaba vivo. La sensacin de cada haba cesado y el movimiento de la embarcacin se pareca al de antes, cuando estbamos en el cinturn de espuma, salvo que ahora se hallaba ms inclinada. Junt coraje y otra vez mir lo que me rodeaba.Nunca olvidar la sensacin de pavor, espanto y admiracin que sent al contemplar aquella escena. El queche pareca estar colgando, como por arte de magia, a mitad de camino en el interior de un embudo de vasta circunferencia y prodigiosa profundidad, cuyas paredes, perfectamente lisas, hubieran podido creerse de bano, a no ser por la asombrosa velocidad con que giraban, y el lvido resplandor que despedan bajo los rayos de la luna, que, en el centro de aquella abertura circular entre las nubes a que he aludido antes, se derramaban en un diluvio gloriosamente ureo a lo largo de las negras paredes y se perdan en las remotas profundidades del abismo.Al principio me sent demasiado confundido para poder observar nada con precisin. Todo lo que alcanzaba era ese estallido general de espantosa grandeza. Pero, al recobrarme un tanto, mis ojos miraron instintivamente haca abajo. Tena una vista completa en esa direccin, dada la forma en que el queche colgaba de la superficie inclinada del vrtice. Su quilla estaba perfectamente nivelada, vale decir que el puente se hallaba en un plano paralelo al del agua, pero esta ltima se tenda formando un ngulo de ms de cuarenta y cinco grados, de modo que pareca como si estuvisemos ladeados. No pude dejar de observar, sin embargo, que, a pesar de esta situacin, no me era mucho ms difcil mantenerme aferrado a mi puesto que si el barco hubiese estado a nivel; presumo que se deba a la velocidad con que girbamos.Los rayos de la luna parecan querer alcanzar el fondo mismo del profundo abismo, pero an as no pude ver nada con suficiente claridad a causa de la espesa niebla que lo envolva todo y sobre la cual se cerna un magnfico arco iris semejante al angosto y bamboleante puente que, segn los musulmanes, es el solo paso entre el Tiempo y la Eternidad. Aquella niebla, o roco, se produca sin duda por el choque de las enormes paredes del embudo cuando se encontraba en el fondo; pero no tratar de describir el aullido que brotaba del abismo para subir hasta el cielo.Nuestro primer deslizamiento en el pozo, a partir del cinturn de espumas de la parte superior, nos haba hecho descender a gran distancia por la pendiente; sin embargo, la continuacin del descenso no guardaba relacin con el anterior. Una y otra vez dimos la vuelta, no con un movimiento uniforme sino entre vertiginosos balanceos y sacudidas, que nos lanzaban a veces a unos cuantos centenares de yardas, mientras otras nos hacan completar casi el circuito del remolino. A cada vuelta, y aunque lento, nuestro descenso resultaba perceptible.Mirando en torno a la inmensa extensin de bano lquido sobre la cual ramos as llevados, advert que nuestra embarcacin no era el nico objeto comprendido en el abrazo del remolino. Tanto por encima como por debajo de nosotros se vean fragmentos de embarcaciones, grandes pedazos de maderamen de construccin y troncos de rboles, as como otras cosas ms pequeas, tales como muebles, cajones rotos, barriles y duelas. He aludido ya a la curiosidad anormal que haba reemplazado en m el terror del comienzo. A medida que me iba acercando a mi horrible destino pareca como si esa curiosidad fuera en aumento. Comenc a observar con extrao inters los numerosos objetos que flotaban cerca de nosotros. Debo de haber estado bajo los efectos del delirio, porque hasta busqu diversin en el hecho de calcular sus respectivas velocidades en el descenso hacia la espuma del fondo. 'Ese abeto -me o decir en un momento dado- ser el que ahora se precipite hacia abajo y desaparezca'; y un momento despus me qued decepcionado al ver que los restos de un navo mercante holands se le adelantaban y caan antes. Al final, despus de haber hecho numerosas conjeturas de esta naturaleza, y haber errado todas, ocurri que el hecho mismo de equivocarme invariablemente me indujo a una nueva reflexin, y entonces me ech a temblar como antes, y una vez ms lati pesadamente mi corazn.No era el espanto el que as me afectaba, sino el nacimiento de una nueva y emocionante esperanza. Surga en parte de la memoria y, en parte, de las observaciones que acababa de hacer. Record la gran cantidad de restos flotantes que aparecan en la costa de Lofoden y que haban sido tragados y devueltos luego por el Moskoe-strm. La gran mayora de estos restos apareca destrozada de la manera ms extraordinaria; estaban como frotados, desgarrados, al punto que daban la impresin de un montn de astillas y esquirlas. Pero al mismo tiempo record que algunos de esos objetos no estaban desfigurados en absoluto. Me era imposible explicar la razn de esa diferencia, salvo que supusiera que los objetos destrozados eran los que haban sido completamente absorbidos, mientras que los otros haban penetrado en el remolino en un perodo ms adelantado de la marea, o bien, por alguna razn, haban descendido tan lentamente luego de ser absorbidos, que no haban alcanzado a tocar el fondo del vrtice antes del cambio del flujo o del reflujo, segn fuera el momento. Me pareci posible, en ambos casos, que dichos restos hubieran sido devueltos otra vez al nivel del ocano, sin correr el destino de los que haban penetrado antes en el remolino o haban sido tragados ms rpidamente.Al mismo tiempo hice tres observaciones importantes. La primera fue que, por regla general, los objetos de mayor tamao descendan ms rpidamente. La segunda, que entre dos masas de igual tamao, una esfrica y otra de cualquier forma, la mayor velocidad de descenso corresponda a la esfera. La tercera, que entre dos masas de igual tamao, una de ellas cilndrica y la otra de cualquier forma, la primera era absorbida con mayor lentitud. Desde que escap de mi destino he podido hablar muchas veces sobre estos temas con un viejo preceptor del distrito, y gracias a l conozco el uso de las palabras `cilindro' y `esfera'. Me explic -aunque me he olvidado de la explicacin- que lo que yo haba observado entonces era la consecuencia natural de las formas de los objetos flotantes, y me mostr cmo un cilindro, flotando en un remolino, ofreca mayor resistencia a su succin y era arrastrado con mucha mayor dificultad que cualquier otro objeto del mismo tamao, cualquiera fuese su forma1.Haba adems un detalle sorprendente, que contribua en gran medida a reformar estas observaciones y me llenaba de deseos de verificarlas: a cada revolucin de nuestra barca sobrepasbamos algn objeto, como seran un barril, una verga o un mstil. Ahora bien, muchos de aquellos restos, que al abrir yo por primera vez los ojos para contemplar la maravilla del remolino se encontraban a nuestro nivel, estaban ahora mucho ms arriba y daban la impresin de haberse movido muy poco de su posicin inicial.No vacil entonces en lo que deba hacer: resolv asegurarme fuertemente al barril del cual me tena, soltarlo de la bovedilla y precipitarme con l al agua. Llam la atencin de mi hermano mediante signos, mostrndole los barriles flotantes que pasaban cerca de nosotros, e hice todo lo que estaba en mi poder para que comprendiera lo que me dispona a hacer. Me pareci que al fin entenda mis intenciones, pero fuera as o no, sacudi la cabeza con desesperacin, negndose a abandonar su asidero en la armella. Me era imposible llegar hasta l y la situacin no admita prdida de tiempo. As fue como, lleno de amargura, lo abandon a su destino, me at al barril mediante las cuerdas que lo haban sujetado a la bovedilla y me lanc con l al mar sin un segundo de vacilacin.El resultado fue exactamente el que esperaba. Puesto que yo mismo le estoy haciendo este relato, por lo cual ya sabe usted que escap sano y salvo, y adems est enterado de cmo me las arregl para escapar, abreviar el fin de la historia. Habra transcurrido una hora o cosa as desde que hiciera abandono del queche, cuando lo vi, a gran profundidad, girar terriblemente tres o cuatro veces en rpida sucesin y precipitarse en lnea recta en el caos de espuma del abismo, llevndose consigo a mi querido hermano. El barril al cual me haba atado descendi apenas algo ms de la mitad de la distancia entre el fondo del remolino y el lugar desde donde me haba tirado al agua, y entonces empez a producirse un gran cambio en el aspecto del vrtice. La pendiente de los lados del enorme embudo se fue haciendo menos y menos escarpada. Las revoluciones del vrtice disminuyeron gradualmente su violencia. Poco a poco fue desapareciendo la espuma y el arco iris, y pareci como si el fondo del abismo empezara a levantarse suavemente. El cielo estaba despejado, no haba viento y la luna llena resplandeca en el oeste, cuando me encontr en la superficie del ocano, a plena vista de las costas de Lofoden y en el lugar donde haba estado el remolino de Moskoe-strm. Era la hora de la calma, pero el mar se encrespaba todava en gigantescas olas por efectos del huracn. Fui impulsado violentamente al canal del Strm, y pocos minutos ms tarde llegaba a la costa, en la zona de los pescadores. Un bote me recogi, exhausto de fatiga, y, ahora que el peligro haba pasado, incapaz de hablar a causa del recuerdo de aquellos horrores. Quienes me subieron a bordo eran mis viejos camaradas y compaeros cotidianos, pero no me reconocieron, como si yo fuese un viajero que retornaba del mundo de los espritus. Mi cabello, negro como ala de cuervo la vspera, estaba tan blanco como lo ve usted ahora. Tambin se dice que la expresin de mi rostro ha cambiado. Les cont mi historia... y no me creyeron. Se la cuento ahora a usted, sin mayor esperanza de que le d ms crdito del que le concedieron los alegres pescadores de Lofoden.

Nunca Apuestes tu Cabeza al DiabloCuento con moralejaPor Edgar Allan Poe"Cuentos de Humor y Stira"Traduccin: Raquel AlbornozEdgar Allan Poe, Claridad, 2004

"Con tal que las costumbres de un autor sean puras y castas -dice don Toms de las Torres en el prefacio de sus Poemas amatorios- importa muy poco que no sean igualmente severas sus obras." Presumimos que don Toms est ahora en el Purgatorio por dicha afirmacin. Sera conveniente tenerlo all, desde el punto de vista de la justicia potica, hasta que sus Poemas amatorios se agotaran o quedaran eternamente en los estantes por falta de lectores. Toda obra de ficcin debera tener una moraleja, ms an, los crticos han descubierto que toda ficcin la tiene. Tiempo atrs, Philip Melancthon escribi un comentario de la Batracomiomaquia, y demostr que el objetivo del poeta era estimular el desagrado por la sedicin. Pierre La Seine fue un paso ms all, y mostr que la intencin era recomendar a los jvenes temperancia en la comida y la bebida. Por su parte, Jacobus Hugo se convenci de que en Euenis, Homero insinuaba a Calvino, que Antonio era Martn Lutero, que los lotfagos eran los protestantes en general, y las arpas, los holandeses. Nuestros escoliastas, ms modernos, son igualmente agudos. Estos individuos encuentran un sentido oculto en Los antediluvianos, de una parbola en Powhatan, de nueve ideas en Arrorr mi nio y del trascendentalismo en Pulgarcito. En resumidas cuentas, se ha demostrado que nadie puede sentarse a escribir sin contar con un profundo designio. As, los autores se ahorran muchos problemas. Un novelista, por ejemplo, no tiene que preocuparse por la moraleja pues est all -es decir, en alguna parte de su obra-, y tanto ella como los crticos pueden arreglrselas solos. Cuando llegue el momento adecuado, todo lo que el caballero quera decir, y todo lo que no quera, saldr a la luz en el Dial o en el Down-Easter, juntamente con todo lo que debera haber querido decir y aquello que claramente intent decir, de modo que al final todo saldr muy bien.Por lo tanto, no hay motivo para la acusacin que ciertos ignorantes me han hecho: que jams escrib un cuento moral, o ms precisamente un cuento con moraleja. No son ellos los crticos predestinados a hacerme salir a la luz y a desarrollar mis moralejas, se es el secreto. Tarde o temprano el North American Quarterly Humdrum los har avergonzar de su estupidez. Entretanto, para aplazar el ajusticiamiento y mitigar las acusaciones contra m, ofrezco el siguiente y penoso relato, una historia cuya moraleja no puede ser cuestionada en absoluto ya que uno puede leerla en las letras maysculas que forman el ttulo del cuento.Debera reconocerme un mrito por usar este recurso, mucho ms sensato que el de La Fontaine y otros, que reservan hasta ltimo momento la impresin que desean transmitir y la incluyen al final de sus fbulas.Defuncti injuria en officiantur, deca una ley de la doce tablas, y De mortuis nil nisi bonum es un excelente mandamiento, aun si los muertos en cuestin no valen nada. Por lo tanto, no es mi intencin vituperar a mi difunto amigo Toby Dammit. Era un pobre peno, en verdad, y tuvo una muerte de perros, pero no hay que echarle en cara sus vicios. Estos se deban a un defecto personal de su madre. Esa mujer que se esforz lo ms posible en cuanto a proporcionarle azotes cuando Toby era pequeo pues, para su ordenada mente, los deberes eran siempre placeres, y los bebs, al igual que la carne dura o los olivos griegos, mejoran si uno los golpea. Pero pobre mujer! Tena la desgracia de ser zurda, y es preferible no azotar a un nio antes que azotarlo con la mano izquierda. El mundo gira de derecha a izquierda. No sirve azotar a un beb de izquierda a derecha. Si cada golpe asestado en la direccin adecuada extirpa una propensin al mal, de ah se desprende que cada golpe en sentido contrario profundiza an ms la maldad. Yo sola estar presente cuando castigaba a Toby, y hasta por la forma en que el nio pateaba me daba cuenta de que cada da que pasaba se estaba poniendo ms malo. Por ltimo vi, con lgrimas en los ojos, que ya no quedaban esperanzas para el sinvergenza, y un da en que lo haban golpeado tanto hasta dejarle la cara tan negra que bien poda habrselo tomado por un nio africano, sin obtener otro efecto que el de hacerlo retroceder en un ataque de furia, ya no pude soportarlo ms y, cayendo de rodillas, alc mi voz y profetic su ruina.Lo cierto es que la precocidad de Toby para el vicio era terrible. A los cinco meses le daban unos ataques tan virulentos, que no poda articular palabra. A los seis meses lo pesqu mordisqueando un mazo de naipes. A los siete se haba acostumbrado a abrazar y besar las bebidas. A los ocho se neg perentoriamente a firmar un documento en pro de la temperancia. As, mes a mes fue creciendo en l la iniquidad hasta que, al cumplir su primer ao de vida, no slo usaba bigotes sino que haba adquirido cierta propensin a lanzar juramentos y malas palabras, y a respaldar sus afirmaciones con apuestas.Esta ltima y poco caballeresca prctica fue la que caus por fin la ruina que yo haba vaticinado para Toby Dammit. El hbito "fue creciendo con l y fortalecindose con su fuerza" de modo que, cuando Toby ya fue un hombre, apenas si poda pronunciar una frase sin adornarla con una propuesta de juego.No apostaba en serio, no. Debo ser justo con mi amigo, y decir que antes hubiera preferido hacer cualquier otra cosa. Para l, el hbito era una simple frmula, nada ms. No daba ningn sentido especial a sus expresiones; stas eran simples imprecaciones -aunque no del todo inocentes-, frases ocurrentes con las cuales redondeaba sus ideas. Cuando deca: "Le apuesto a aquello", a nadie se le cruzaba por la mente tomarle la palabra, pero yo no poda dejar de considerar que mi deber era reprenderlo. Ese hbito era inmoral, y as se lo deca. Era vulgar, y le imploraba que me creyera. Era desaprobado por la sociedad, cosa que no era ms que la verdad. Estaba prohibido por una ley del Congreso, y al decir esto no me animaba ni la menor intencin de mentir. Le haca objeciones, pero en vano. Lo instaba, y l sonrea. Le suplicaba, y se rea. Si lo sermoneaba, me miraba con desdn. Si lo amenazaba, me lanzaba una palabrota. Si lo pateaba, llamaba a la polica. Si le daba un tirn de nariz, se la sonaba y apostaba su cabeza al diablo a que no me atrevera a repetir el experimento.La pobreza era otro vicio que la peculiar deficiencia fsica de la madre de Dammit haba legado al hijo. Era detestablemente pobre, y por una razn, sin duda, sus exclamaciones relacionadas con las apuestas rara vez tomaban un giro pecuniario. Nadie podr decir que le oy alguna vez usar formas de expresin tales como: "Le apuesto un dlar". Por lo general deca: "Le apuesto lo que usted quiera", "Le apuesto lo que usted se atreva", "Le apuesto cualquier cosa" o, ms significativamente an: "Le apuesto mi cabeza al diablo".Esta ltima forma es la que pareca complacerlo ms, tal vez porque implicaba el menor riesgo, pues Dammit se haba vuelto parsimonioso en exceso. Si alguien le hubiera tomado la palabra, habra perdido poco puesto que tena una cabeza pequea. Pero stas son reflexiones personales que me hago, y en modo alguno puedo atriburselas a l. De todas formas, la frase en cuestin se volva cada vez ms habitual, pese a lo impropio de que un hombre apostara a su cerebro como si fuera billetes de Banco, pero la perversa naturaleza de mi amigo no le permita entenderlo. Con el tiempo lleg a abandonar toda otra frmula, y se entreg por entero a "Le apuesto mi cabeza al diablo" con una pertinencia y exclusividad que desagradaban y sorprendan. Siempre me desagradan las circunstancias que no logro explicarme. Los misterios obligan al hombre a pensar, y as se resiente su salud. A decir verdad, haba algo en el aire con que el seor Dammit pronunciaba aquella ofensiva expresin, algo en su manera de enunciarla, que primero me interes y luego me puso muy nervioso, algo que, a falta de trmino ms preciso, debo calificar de extrao, pero que Coleridge habra denominado mstico, Kant pantestico, Carlyle retorcido y Emerson hiperexcntrico. Aquello empez a desagradarme sobremanera. El alma del seor Dammit corra grave peligro. Decid entonces usar toda mi elocuencia para salvarla. Jur consagrarme a l tal como dice la crnica irlandesa que San Patricio se consagr al sapo, es decir, "despertndolo para que tomara conciencia de su situacin". De inmediato me aboqu a la tarea. Una vez ms me propuse reconvenir a mi amigo. Una vez ms junt todas mis energas para un intento final de recriminacin.Cuando hube concluido con mi discurso, el seor Dammit se permiti una conducta sumamente equvoca. Durante unos instantes permaneci en silencio, limitndose a mirarme inquisidoramente a la cara, pero luego inclin la cabeza hacia un lado y arque mucho las cejas. Acto seguido tendi las palmas de las manos y se encogi de hombros. Gui el ojo derecho y repiti la operacin con el izquierdo. Despus cerr fuertemente los dos, y al instante los abri tanto, que me preocup seriamente por las consecuencias. Aplicndose el pulgar a la nariz, juzg oportuno realizar movimientos indescriptibles con el resto de los dedos. Por ltimo, poniendo los brazos en jarra, se avino a responder.Me vienen a la mente slo los titulares de su discurso. Me estara muy agradecido si me callara la boca. No quera que le dieran consejos. Despreciaba todas mis insinuaciones. Ya era bastante grande como para cuidarse solo. Todava lo consideraba un beb? Me atreva a criticar su naturaleza? Me propona insultarlo? Era tonto yo? En una palabra, saba mi madre que yo me haba ausentado de mi casa? Esta ltima pregunta me la haca considerndome un hombre veraz, y estaba dispuesto a creer en mi respuesta. Una vez ms me preguntaba explicativamente si mi madre saba que yo haba salido. Mi confusin, segn dijo, me traicionaba, y por ende estaba dispuesto a apostarle su cabeza al diablo a que no saba nada.El seor Dammit no se detuvo a la espera de mi respuesta. Gir sobre sus talones y me abandon con indigna precipitacin. Y de lo bien que hizo. Me haba herido en mis sentimientos y hasta haba provocado mi indignacin. Por una vez en la vida habra querido aceptarle su insultante apuesta. Habra ganado para el Archienemigo la pequea cabeza del seor Dammit, porque lo cierto es que mi madre estaba perfectamente enterada de mi ausencia temporal del hogar.Pero Coda shefa midhed -el cielo brinda un alivio-, como dicen los musulmanes si uno les pisa los dedos de los pies. Haba sido ofendido mientras cumpla con mi deber, y soport el insulto como un hombre. Sin embargo, ahora me pareca que haba hecho todo lo que se me poda pedir por aquel miserable individuo, y decid no molestarlo ms con mis consejos, dejndolo librado a su propia conciencia y a s mismo. Sin embargo, aunque desist de darle ms consejos, no pude renunciar del todo a su compaa. Hasta llegu a soportar algunas de sus inclinaciones menos cuestionables, y en ciertas oportunidades hasta elogi sus desagradables chistes tal como elogian los epicreos la mostaza: con lgrimas en los ojos; tan profundamente me hera or su maligno lenguaje.Un hermoso da en que habamos salido a pasear juntos, tomados del brazo, el camino nos llev en direccin a un ro. Haba un puente y decidimos cruzarlo. Era un puente techado que serva para proteger del mal tiempo, y como tena pocas ventanas, adentro resultaba incmodamente oscuro. Cuando ingresamos, el contraste entre el resplandor externo y la penumbra interior me produjo un gran desnimo. No as al desdichado Dammit, quien enseguida apost su cabeza al diablo a que yo me senta deprimido. l, por su parte, estaba de muy buen humor. Tal vez un poco animado por de ms, lo cual me haba sentir cierta suspicacia. No es imposible que lo haya afectado algn tipo de trascendentalismo. Pero no soy muy versado en el diagnstico de esta enfermedad como para expedirme sobre nada, y lamentablemente no estaba presente ninguno de mis amigos del Dial. No obstante, sugiero la idea debido a cierto espritu payasesco que pareca aquejar a mi pobre amigo hacindolo comportarse como un tonto. Nada le agradaba ms que deslizarse y saltar por debajo o por encima de cualquier cosa que se le pusiera por delante, y lo haca gritando o susurrando todo tipo de palabras o palabrotas, aunque manteniendo siempre el rostro serio. Yo sinceramente no saba si compadecerlo o patearlo. Por ltimo, cuando ya habamos cruzado casi todo el puente y nos acercbamos al final, un molinete de cierta altura nos impidi seguir. Calladamente lo sorte como suele hacerse, es decir, hacindolo girar. Pero esto no convena al seor Dammit, quien insisti en saltarlo por arriba y afirm que era capaz de realizar tambin una pirueta en el aire. Ahora bien, en conciencia no me pareca que pudiera hacerlo. El que mejor piruetas haca era mi amigo Carlyle, y como yo saba que l no poda hacerlo, tampoco crea que lo pudiera hacer Toby Dammit. Por consiguiente se lo dije con todas las letras, agregando que lo consideraba un fanfarrn que no poda cumplir con lo que deca. Esto que dije lo lament posteriormente, pues en el acto l apost su cabeza al diablo a que lo haca.Estaba yo a punto de responderle, pese a mi anterior resolucin, reprochndole su impiedad, cuando o muy cerca una tos muy parecida a la exclamacin "Ejem!". Me sobresalt y mir asombrado en derredor. Mis ojos cayeron por fin en un nicho que haba en la estructura del puente, y repararon en la figura de un diminuto y anciano caballero cojo, de venerable aspecto. Nada poda ser ms excelso que su apariencia, pues no sloiba vestido todo de negro, sino que llevaba una camisa muy limpia, con cuello que se doblaba prolijamente sobre una corbata blanca, y usaba el pelo con raya al medio como una muchacha. Tena las manos entrelazadas en gesto pensativo sobre el vientre, y haba puesto los ojos en blanco.Observndolo ms atentamente not que, por encima, de su ropa, llevaba puesto un guardapolvo de seda negra, lo cual me result muy raro. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de hacer un comentario sobre tan singular circunstancia, me interrumpi con un segundo "Ejem!".No me sent preparado para responder de inmediato tal observacin. Lo cierto es que los comentarios tan lacnicos son prcticamente imposibles de responder. Conozco una revista trimestral que qued desconectada ante la palabra "Tonteras!". Por lo tanto, no me avergenza decir que me volv al seor Dammit en busca de ayuda.-Dammit, qu haces? -le pregunt-. No oyes? Este caballero dice "Ejem!".Lo mir con aire serio mientras le hablaba, porque a decir verdad me senta particularmente desconcertado, y cuando un hombre se siente particularmente desconcertado, debe fruncir las cejas y poner expresin salvaje, porque de lo contrario es seguro que parecer un tonto.-Dammit -continu, aunque la palabra pareci una maldicin, cosa que estaba muy lejos de mi pensamiento-, Dammit', este caballero dice "Ejem!".No tratar de defender mis palabras afirmando que eran profundas pues a m tampoco me lo parecieron, pero he notado que el efecto de nuestras palabras no siempre es proporcional a la importancia que tiene ante nuestros ojos. Y si hubiera arrojado una bomba al seor Dammit, o si lo hubiera golpeado en la cabeza con un ejemplar de Poetas y Poesas de Norteamrica, no lo habra visto tan molesto como cuando le dirig aquellas simples palabras:-"Dammit, qu haces? Acaso no oyes? El caballero dice Ejem!"-Ah, s? -musit al fin, y por su rostro pasaron ms colores que los que despliega, uno tras otro, un barco pirata cuando lo persigue una nave de guerra-. Ests seguro de que eso dijo? Bueno, de todos modos ya estoy listo, y mejor que enfrente el tema con decisin. Aqu voy: Ejem!Al or esto el hombrecito pareci complacido, slo Dios sabe por qu. Sali del nicho donde se hallaba, se adelant rengueando con un aire gentil y estrech cordialmente la mano de Dammit, mirndolo con la ms pura expresin de bondad que pueda imaginar un ser humano.-Estoy convencido de que usted ganar, Dammit -dijo, con una sonrisa franca-, pero por fuerza debemos tener una prueba, por una mera formalidad.-Ejem! -repuso mi amigo quitndose la chaqueta con un profundo suspiro, atndose un pauelo de bolsillo a la cintura y modificando inexplicablemente sus facciones, para lo cual revolvi los ojos y baj la comisura de sus labios-. Ejem! Ejem! -repiti tras una pausa, y a partir de all no le o decir otra cosa que el mismo "Ejem!"."Aj -me dije, aunque no lo expres en voz alta-, ste es un silencio notable por parte de Toby Dammit, sin duda consecuencia de su anterior verbosidad. Un extremo induce al otro. Me pregunto si se ha olvidado de todas esas preguntas imposibles de responder que con tanta fluidez me formul el da en que le di mi ltimo sermn. De todos modos, parece curado de los trascendentalismos."-Ejem! -respondi Toby como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, y con cara de carnero viejo en un sueo.El anciano caballero lo tom del brazo y lo llev ms hacia el interior del puente, hasta unos pasos antes del molinete.-Estimado amigo -dijo-, en conciencia tengo que concederle todo este tramo para que pueda correr y tomar impulso. Espere aqu hasta que yo me ubique junto al molinete, as puedo ver si lo salta en forma elegante y trascendental, sin omitir ninguno de los movimientos de la pirueta. Pura formalidad, como usted sabe. Dir "Uno, dos, tres, ya". No arranque hasta or el "Ya!". -Se ubic junto al molinete, hizo una pausa como sumido en profunda reflexin, mir hacia arriba y me pareci que esbozaba una sonrisita; luego se ajust las tiras del delantal, mir largamente a Dammit y pronunci las palabras convenidas:Uno, dos, tres... Ya!Al or el "Ya!", mi pobre amigo sali a la carrera. Su estilo no era tan notable como el del seor Lord, ni tan malo como el de los crticos del seor Lord, pero me dio la impresin de que lograra superar obstculos. Y si no pudiera? Ah, sa era la cuestin. Y si no pudiera? Qu derecho tena un anciano caballero -dije- de obligar a otro a saltar? Y quin es este tipo? Si me pide a m que salte, no lo har, lisa y llanamente no lo har, y no me importa quin diablos sea.Como he dicho, el puente estaba cubierto de una manera muy ridcula, y en todo momento haba dentro de l un eco muy incmodo, eco que nunca haba notado tan ntidamente como cuando pronunci las tres ltimas palabras.Pero lo que dije, lo que pens o lo que o ocup apenas un instante. Menos de cinco segundos despus de haber tomado impulso, mi pobre Toby daba el salto. Lo vi correr gilmente, dar un grandioso salto y efectuar notables movimientos con las piernas al elevarse. Lo vi en lo alto, realizando una admirable pirueta sobre el molinete, y desde luego, me pareci inslito que no completara el movimiento del salto. Pero todo eso dur un momento, y antes que tuviera tiempo de hacer una reflexin profunda, vi que el seor Dammit caa de espaldas, del mismo lado del molinete de donde haba partido. Y en ese mismo instante, vi tambin que el anciano caballero sala corriendo y rengueando a toda velocidad, luego de recoger y envolver en su delantal algo que caa pesadamente desde la penumbra del techo en arco, justo sobre el molinete.Todo eso me dej atnito, pero no tuve demasiado tiempo para pensar, pues el seor Dammit se hallaba particularmente quieto, por lo cual deduje que se senta ofendido y necesitaba mi ayuda. Rpidamente me acerqu a l y comprob que haba recibido lo que podra denominarse una herida grave. A decir verdad, haba sido privado de la cabeza, que no pude encontrar por ninguna parte. Decid entonces llevarlo a casa y mandar a llamar a los homepatas. Entretanto, se me ocurri algo, y luego de abrir una ventana en el puente, descubr la triste verdad. A una altura de un metro y medio del molinete, cruzando la arcada del techo a modo de soporte, se extenda una barra plana de hierro puesta con el filo horizontalmente, uno de varios soportes similares que contribuan a reforzar la estructura del puente. Al parecer, el cuello de mi infortunado amigo haba entrado precisamente en contacto con dicho filo.Mi amigo no sobrevivi a su terrible prdida. Los homepatas le suministraron bastante poco remedio, y el poco que le dieron l no lo pudo tomar. A la larga empeor y muri, dando as una leccin a todas las personas de vida licenciosa. Regu su tumba con mis lgrimas, agregu una barra siniestra al escudo de armas de su familia y, para cubrir los gastos generales de su entierro, envi una cuenta muy mdica a los transcendentalistas. Como los sinvergenzas se negaron a pagar, en el acto hice exhumar al seor Dammit y lo vend como alimento para perros

Qui n'a plus qu'un moment vivreN'a plus rien dissimuler.Quien no tiene mas que un momento que vivirNo tiene ya nada que disimular.

Auinault - Atys

Sobre mi pas y mi familia tengo poco que decir. Un trato injusto y el paso de los aos me han alejado de uno y malquistado con la otra. Mi patrimonio me permiti recibir una educacin poco comn y una inclinacin contemplativa permiti que convirtiera en metdicos los conocimientos diligentemente adquiridos en tempranos estudios. Pero por sobre todas las cosas me proporcionaba gran placer el estudio de los moralistas alemanes; no por una desatinada admiracin a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis rgidos hbitos mentales me permitan detectar sus falsedades. A menudo se me ha reprochado la aridez de mi talento; la falta de imaginacin se me ha imputado como un crimen; y el escepticismo de mis opiniones me ha hecho notorio en todo momento. En realidad, temo que una fuerte inclinacin por la filosofa fsica haya teido mi mente con un error muy comn en esta poca: hablo de la costumbre de referir sucesos, aun los menos susceptibles de dicha referencia, a los principios de esa disciplina. En definitiva, no creo que nadie haya menos propenso que yo a alejarse de los severos lmites de la verdad, dejndose llevar por el ignes fatui de la supersticin. Me ha parecido conveniente sentar esta premisa, para que la historia increble que debo narrar no sea considerada el desvaro de una imaginacin desbocada, sino la experiencia autntica de una mente para quien los ensueos de la fantasa han sido letra muerta y nulidad.

Despus de muchos aos de viajar por el extranjero, en el ao 18... me embarqu en el puerto de Batavia, en la prspera y populosa isla de Java, en un crucero por el archipilago de las islas Sonda. iba en calidad de pasajero, slo inducido por una especie de nerviosa inquietud que me acosaba como un espritu malvolo.

Nuestro hermoso navo, de unas cuatrocientas toneladas, haba sido construido en Bombay en madera de teca de Malabar con remaches de cobre. Transportaba una carga de algodn en rama y aceite, de las islas Laquevidas. Tambin llevbamos a bordo fibra de corteza de coco, azcar morena de las Islas Orientales, manteca clarificada de leche de bfalo, granos de cacao y algunos cajones de opio. La carga haba sido mal estibada y el barco escoraba.

Zarpamos apenas impulsados por una leve brisa, y durante muchos das permanecimos cerca de la costa oriental de Java, sin otro incidente que quebrara la monotona de nuestro curso que el ocasional encuentro con los pequeos barquitos de dos mstiles del archipilago al que nos dirigamos.

Una tarde, apoyado sobre el pasamanos de la borda de popa, vi hacia el noroeste una nube muy singular y aislada. Era notable, no slo por su color, sino por ser la primera que veamos desde nuestra partida de Batavia. La observ con atencin hasta la puesta del sol, cuando de repente se extendi hacia este y oeste, ciendo el horizonte con una angosta franja de vapor y adquiriendo la forma de una larga lnea de playa. Pronto atrajo mi atencin la coloracin de un tono rojo oscuro de la luna, y la extraa apariencia del mar. ste sufra una rpida transformacin y el agua pareca ms transparente que de costumbre. Pese a que alcanzaba a ver claramente el fondo, al echar la sonda comprob que el barco navegaba a quince brazas de profundidad. Entonces el aire se paso intolerablemente caluroso y cargado de exhalaciones en espiral, similares a las que surgen del hierro al rojo. A medida que fue cayendo la noche, desapareci todo vestigio de brisa y resultaba imposible concebir una calma mayor. Sobre la toldilla arda la llama de una vela sin el ms imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos, colgaba sin que se advirtiera la menor vibracin. Sin embargo, el capitn dijo que no perciba indicacin alguna de peligro, pero como navegbamos a la deriva en direccin a la costa, orden arriar las velas y echar el ancla. No apost vigas y la tripulacin, compuesta en su mayora por malayos, se tendi deliberadamente sobre cubierta. Yo baj... sobrecogido por un mal presentimiento. En verdad, todas las apariencias me advertan la inminencia de un simn. Transmit mis temores al capitn, pero l no prest atencin a mis palabras y se alej sin dignarse a responderme. Sin embargo, mi inquietud me impeda dormir y alrededor de medianoche sub a cubierta. Al apoyar el pie sobre el ltimo peldao de la escalera de cmara me sobresalt un ruido fuerte e intenso, semejante al producido por el giro veloz de la rueda de un molino, y antes de que pudiera averiguar su significado, percib una vibracin en el centro del barco. Instantes despus se desplom sobre nosotros un furioso mar de espuma que, pasando por sobre el puente, barri la cubierta de proa a popa.La extrema violencia de la rfaga fue, en gran medida, la salvacin del barco. Aunque totalmente cubierto por el agua, como sus mstiles haban volado por la borda, despus de un minuto se enderez pesadamente, sali a la superficie, y luego de vacilar algunos instantes bajo la presin de la tempestad, se enderez por fin.

Me resultara imposible explicar qu milagro me salv de la destruccin. Aturdido por el choque del agua, al volver en m, me encontr estrujado entre el mstil de popa y el timn. Me puse de pie con gran dificultad y, al mirar, mareado, a mi alrededor, mi primera impresin fue que nos encontrbamos entre arrecifes, tan tremendo e inimaginable era el remolino de olas enormes y llenas de espuma en que estbamos sumidos. Instantes despus o la voz de un anciano sueco que haba embarcado poco antes de que el barco zarpara. Lo llam con todas mis fuerzas y al rato se me acerc tambaleante. No tardamos en descubrir que ramos los nicos sobrevivientes. Con excepcin de nosotros, las olas acababan de barrer con todo lo que se hallaba en cubierta; el capitn ,y los oficiales deban haber muerto mientras dorman, porque los camarotes estaban totalmente anegados. Sin ayuda era poco lo que podamos hacer por la seguridad del barco y nos paraliz la conviccin de que no tardaramos en zozobrar. Por cierto que el primer embate del huracn destroz el cable del ancla, porque de no ser as nos habramos hundido instantneamente. Navegbamos a una velocidad tremenda, y las olas rompan sobre nosotros. El maderamen de popa estaba hecho aicos y todo el barco haba sufrido gravsimas averas; pero comprobamos con jbilo que las bombas no estaban atascadas y que el lastre no pareca haberse descentrado. La primera rfaga haba amainado, y la violencia del viento ya no entraaba gran peligro; pero la posibilidad de que cesara por completo nos aterrorizaba, convencidos de que, en medio del oleaje siguiente, sin duda, moriramos. Pero no pareca probable que el justificado temor se convirtiera en una pronta realidad. Durante cinco das y noches completos -en los cuales nuestro nico alimento consisti en una pequea cantidad de melaza que trabajosamente logramos procuramos en el castillo de proa- la carcasa del barco avanz a una velocidad imposible de calcular, impulsada por sucesivas rfagas que, sin igualar la violencia del primitivo Simn, eran ms aterrorizantes que cualquier otra tempestad vivida por m en el pasado. Con pequeas variantes, durante los primeros cuatro das, nuestro curso fue sudeste, y debimos haber costeado Nueva Holanda. Al quinto da el fro era intenso, pese a que el viento haba girado un punto hacia el norte. El sol naca con una enfermiza coloracin amarillenta y trepaba apenas unos grados sobre el horizonte, sin irradiar una decidida luminosidad. No haba nubes a la vista, y sin embargo el viento arreciaba y soplaba con furia despareja e irregular. Alrededor de medioda -aproximadamente, porque slo podamos adivinar la hora- volvi a llamarnos la atencin la apariencia del sol. No irradiaba lo que con propiedad podramos llamar luz, sino un resplandor opaco y lgubre, sin reflejos, como si todos sus rayos estuvieran polarizados. Justo antes de hundirse en el mar turgente su fuego central se apag de modo abrupto, como por obra de un poder inexplicable. Qued slo reducido a un aro plateado y plido que se sumerga de prisa en el mar insondable.

Esperamos en vano la llegada del sexto da -ese da que para m no ha llegado y que para el sueco no lleg nunca. A partir de aquel momento quedamos sumidos en una profunda oscuridad, a tal punto que no hubiramos podido ver un objeto a veinte pasos del barco. La noche eterna continu envolvindonos, ni siquiera atenuada por la fosforescencia brillante del mar a la que nos habamos acostumbrado en los trpicos. Tambin observamos que, aunque la tempestad continuaba rugiendo con interminable violencia, ya no conservaba su apariencia habitual de olas ni de espuma con las que antes nos envolva. A nuestro alrededor todo era espanto, profunda oscuridad y un negro y sofocante desierto de bano. Un terror supersticioso fue creciendo en el espritu del viejo sueco, y mi propia alma estaba envuelta en un silencioso asombro. Abandonarnos todo intento de atender el barco, por considerarlo intil, y nos aseguramos lo mejor posible a la base del palo de mesana, clavando con amargura la mirada en el ocano inmenso. No habra manera de calcular el tiempo ni de prever nuestra posicin. Sin embargo tenamos plena conciencia de haber avanzado ms hacia el sur que cualquier otro navegante anterior y nos asombr no encontrar los habituales impedimentos de hielo. Mientras tanto, cada instante amenazaba con ser el ltimo de nuestras vidas... olas enormes, como montaas se precipitaban para abatirnos. El oleaje sobrepasaba todo lo que yo hubiera imaginado, y fue un milagro que no zozobrramos instantneamente. Mi acompaante hablaba de la liviandad de nuestro cargamento y me recordaba las excelentes cualidades de nuestro barco; pero yo no poda menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melanclicamente para una muerte que, en mi opinin nada poda demorar ya ms de una hora, porque con cada nudo que el barco recorra, el mar negro y tenebroso adquira ms violencia. Por momentos jadebamos para respirar, elevados a una altura superior a la del albatros... y otras veces nos mareaba la velocidad de nuestro descenso a un infierno acuoso donde el aire se estancaba y ningn sonido turbaba el sopor del "kraken".Nos encontrbamos en el fondo de uno de esos abismos, cuando un repentino grito de mi compaero reson horriblemente en la noche. "Mire, mire!" exclam, chillando junto a mi odo, "Dios Todopoderoso! Mire! Mire!". Mientras hablaba percib el resplandor de una luz mortecina y rojiza que recorra los costados del inmenso abismo en que nos encontrbamos, arrojando cierto brillo sobre nuestra cubierta. Al levantar la mirada, contempl un espectculo que me hel la sangre. A una altura tremenda, directamente encima de nosotros y al borde mismo del precipicio lquido, flotaba un gigantesco navo, de quizs cuatro mil toneladas. Pese a estar en la cresta de una ola que lo sobrepasaba ms de cien veces en altura, su tamao exceda el de cualquier barco de lnea o de la compaa de Islas Orientales. Su enorme casco era de un negro profundo y sucio y no lo adornaban los acostumbrados mascarones de los navos. Una sola hilera de caones de bronce asomaba por los portaolas abiertas, y sus relucientes superficies reflejaban las luces de innumerables linternas de combate que se balanceaban de un lado al otro en las jarcias. Pero lo que ms asombro y estupefaccin nos provoc fue que en medio de ese mar sobrenatural y de ese huracn ingobernable, navegara con todas las velas desplegadas. Al verlo por primera vez slo distinguimos su proa y poco a poco fue alzndose sobre el sombro y horrible torbellino. Durante un momento de intenso terror se detuvo sobre el vertiginoso pinculo, como si contemplara su propia sublimidad despus se estremeci, vacil y... se precipit sobre nosotros.

En ese instante, no s qu repentino dominio de m mismo surgi de mi espritu. A los tropezones, retroced todo lo que pude hacia popa y all esper sin temor la catstrofe. Nuestro propio barco haba abandonado por fin la lucha y se hunda de proa en el mar. En consecuencia, recibi el impacto de la masa descendente en la parte ya sumergida de su estructura y el resultado inevitable fue que me vi lanzado con violencia irresistible contra los obenques del barco desconocido.

En el momento en que ca, la nave vir y se escor, y supuse que la consiguiente confusin haba impedido que la tripulacin reparara en mi presencia. Me dirig sin dificultad y sin ser visto hasta la escotilla principal, que se encontraba parcialmente abierta, y pronto encontr la oportunidad de ocultarme en la bodega. No podra explicar por qu lo hice. Tal vez el principal motivo haya sido la indefinible sensacin de temor que, desde el primer instante, me provocaron los tripulantes de ese navo. No estaba dispuesto a confiarme a personas que, a primera vista me producan una vaga extraeza, duda y aprensin. Por lo tanto consider conveniente encontrar un escondite en la bodega. Lo logr moviendo una pequea porcin de la armazn, y as me asegur un refugio conveniente entre las enormes cuadernas del buque.

Apenas haba completado mi trabajo cuando el sonido de pasos en la bodega me oblig a hacer uso de l. Junto a m escondite pas un hombre que avanzaba con pasos dbiles y andar inseguro. No alcanc a verle el rostro, pero tuve oportunidad de observar su apariencia general. Todo en l denotaba poca firmeza y una avanzada edad. Bajo el peso de los aos le temblaban las rodillas, y su cuerpo pareca agobiado por una gran carga. Murmuraba en voz baja, como hablando consigo mismo, pronunciaba palabras entrecortadas en un idioma que yo no comprenda y empez a tantear una pila de instrumentos de aspecto singular y de viejas cartas de navegacin que haba en un rincn. Su actitud era una extraa mezcla de la terquedad de la segunda infancia y la solemne dignidad de un Dios. Por fin subi nuevamente a cubierta y no lo volv a ver.

* * *Un sentimiento que no puedo definir se ha posesionado de mi alma; es una sensacin que no admite anlisis, frente a la cual las experiencias de pocas pasadas resultan inadecuadas y cuya clave, me temo, no me ser ofrecida por el futuro. Para una mente como la ma, esta ltima consideracin es una tortura. S que nunca, nunca, me dar por satisfecho con respecto a la naturaleza de mis conceptos. Y sin embargo no debe asombrarme que esos conceptos sean indefinidos, puesto que tienen su origen en fuentes totalmente nuevas. Un nuevo sentido... una nueva entidad se incorpora a mi alma.* * *

Hace ya mucho tiempo que recorr la cubierta de este barco terrible, y creo que los rayos de mi destino se estn concentrando en un foco. Qu hombres incomprensibles! Envueltos en meditaciones cuya especie no alcanzo a adivinar, pasan a mi lado sin percibir mi presencia. Ocultarme sera una locura, porque esta gente no quiere ver. Hace pocos minutos pas directamente frente a los ojos del segundo oficial; no hace mucho que me aventur a entrar a la cabina privada del capitn, donde tom los elementos con que ahora escribo y he escrito lo anterior. De vez en cuando continuar escribiendo este diario. Es posible que no pueda encontrar la oportunidad de darlo a conocer al mundo, pero tratar de lograrlo. A ltimo momento, introducir el mensaje en una botella y la arrojar al mar.* * *

Ha ocurrido un incidente que me proporciona nuevos motivos de meditacin. Ocurren estas cosas por fuerza de un azar sin gobierno? Me haba aventurado a cubierta donde estaba tendido, sin llamar la atencin, entre una pila de flechaduras y viejas velas, en el fondo de una balandra. Mientras meditaba en lo singular de mi destino, inadvertidamente tom un pincel mojado en brea y pint los bordes de una vela arrastradera cuidadosamente doblada sobre un barril, a mi lado. La vela ha sido izada y las marcas irreflexivas que hice con el pincel se despliegan formando la palabra descubrimiento.ltimamente he hecho muchas observaciones sobre la estructura del navo. Aunque bien armado, no creo que sea un barco de guerra. Sus jarcias, construccin y equipo en general, contradicen una suposicin semejante. Alcanzo a percibir con facilidad lo que el navo no es, pero me temo no poder afirmar lo que es. Ignoro por qu, pero al observar su extrao modelo y la forma singular de sus mstiles, su enorme tamao y su excesivo velamen, su proa severamente sencilla y su popa anticuada, de repente cruza por mi mente una sensacin de cosas familiares y con esas sombras imprecisas del recuerdo siempre se mezcla la memoria de viejas crnicas extranjeras y de pocas remotas.

He estado estudiando el maderamen de la nave. Ha sido construida con un material que me resulta desconocido. Las caractersticas peculiares de la madera me dan la impresin de que no es apropiada para el propsito al que se la aplicara. Me refiero a su extrema porosidad, independientemente considerada de los daos ocasionados por los gusanos, que son una consecuencia de navegar por estos mares, y de la podredumbre provocada por los aos. Tal vez la ma parezca una observacin excesivamente inslita, pero esta madera posee todas las caractersticas del roble espaol, en el caso de que el roble espaol fuera dilatado por medios artificiales.

Al leer la frase anterior, viene a mi memoria el apotegma que un viejo lobo de mar holands repeta siempre que alguien pona en duda su veracidad. Tan seguro es, como que hay un mar donde el barco mismo crece en tamafio, como el cuerpo viviente del marino."

Hace una hora tuve la osada de mezclarme con un grupo de tripulantes. No me prestaron la menor atencin y, aunque estaba parado en medio de todos ellos, parecan absolutamente ignorantes de mi presencia. Lo mismo que el primero que vi en la bodega, todos daban seales de tener una edad avanzada. Les temblaban las rodillas achacosas; la decrepitud les inclinaba los hombros; el viento estremeca sus pieles arrugadas; sus voces eran bajas, trmulas y quebradas; en sus ojos brillaba el lagrimeo de la vejez y la tempestad agitaba terriblemente sus cabellos grises. Alrededor de ellos, por toda la cubierta, yacan desparramados instrumentos matemticos de la ms pintoresca y anticuada construccin.

Hace un tiempo mencion que haba sido izada un ala del trinquete. Desde entonces, desbocado por el viento, el barco ha continuado su aterradora carrera hacia el sur, con todas las velas desplegadas desde la punta de los mstiles hasta los botalones inferiores, hundiendo a cada instante sus penoles en el ms espantoso infierno de agua que pueda concebir la mente de un hombre. Acabo de abandonar la cubierta, donde me resulta imposible mantenerme en pie, pese a que la tripulacin parece experimentar pocos inconvenientes. Se me antoja un milagro de milagros que nuestra enorme masa no sea definitivamente devorada por el mar. Sin duda estamos condenados a flotar indefinidamente al borde de la eternidad sin precipitamos por fin en el abismo. Remontamos olas mil veces ms gigantescas que las que he visto en mi vida, por las que nos deslizamos con la facilidad de una gaviota; y las aguas colosales alzan su cabeza por sobre nosotros como demonios de las profundidades, pero como demonios limitados a la simple amenaza y a quienes les est prohibido destruir. Todo me lleva a atribuir esta continua huida del desastre a la nica causa natural que puede producir ese efecto. Debo suponer que el barco navega dentro de la influencia de una corriente poderosa, o de un impetuoso mar de fondo.

He visto al capitn cara a cara, en su propia cabina, pero, tal como esperaba, no me prest la menor atencin. Aunque para un observador casual no haya en su apariencia nada que puede diferenciarlo, en ms o en menos, de un hombre comn, al asombro con que lo contempl se mezcl un sentimiento de incontenible reverencia y de respeto. Tiene aproximadamente mi estatura, es decir cinco pies y ocho pulgadas. Su cuerpo es slido y bien proporcionado, ni robusto ni particularmente notable en ningn sentido. Pero es la singularidad de la expresin que reina en su rostro... es la intensa, la maravillosa, la emocionada evidencia de una vejez tan absoluta, tan extrema, lo que excita en mi espritu una sensacin... un sentimiento inefable. Su frente, aunque poco arrugada, parece soportar el sello de una mirada de aos. Sus cabellos grises son una historia del pasado, y sus ojos, an ms grises, son sibilas del futuro. El piso de la cabina estaba cubierto de extraos pliegos de papel unidos entre s por broches de hierro, y de arruinados instrumentos cientficos y obsoletas cartas de navegacin en desuso. Con la cabeza apoyada en las manos, el capitn contemplaba con mirada inquieta un papel que supuse sera una concesin y que, en todo caso, llevaba la firma de un monarca. Murmuraba para s, igual que el primer tripulante a quien vi en la bodega, slabas obstinadas de un idioma extranjero, y aunque se encontraba muy cerca de m, su voz pareca llegar a mis odos desde una milla de distancia.

El barco y todo su contenido est impregnado por el espritu de la Vejez. Los tripulantes se deslizan de aqu para all como fantasmas de siglos ya enterrados; sus miradas reflejan inquietud y ansiedad, y cuando el extrao resplandor de las linternas de combate ilumina sus dedos, siento lo que no he sentido nunca, pese a haber comerciado la vida entera en antigedades y absorbido las sombras de columnas cadas en Baalbek, en Tadmor y en Perspolis, hasta que mi propia alma se convirti en una ruina.

Al mirar a mi alrededor, me avergenzan mis anteriores aprensiones. Si tembl ante la rfaga que nos ha perseguido hasta ahora, cmo no horrorizarme ante un asalto de viento y mar para definir los cuales las palabras tomado y simn resultan triviales e ineficaces? En la vecindad inmediata del navo reina la negrura de la noche eterna y un caos de agua sin espuma; pero aproximadamente a una legua a cada lado de nosotros alcanzan a verse, oscuramente y a intervalos, imponentes murallas de hielo que se alzan hacia el cielo desolado y que parecen las paredes del universo.

Como imaginaba, el barco sin duda est en una corriente; si as se puede llamar con propiedad a una marea que aullando y chillando entre las blancas paredes de hielo se precipita hacia el sur con la velocidad con que cae una catarata.

Presumo que es absolutamente imposible concebir el horror de mis sensaciones; sin embargo la curiosidad por penetrar en los misterios de estas regiones horribles predomina sobre mi desesperacin y me reconciliar con las ms odiosa apariencia de la muerte. Es evidente que nos precipitamos hacia algn conocimiento apasionante, un secreto imposible de compartir, cuyo descubrimiento lleva en s la destruccin. Tal vez esta corriente nos conduzca hacia el mismo polo sur. Debo confesar que una suposicin en apariencia tan extrav