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Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso Reporte Número 10 • Junio de 2015

Reporte SP N°10 - JUNIO 2015

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Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto PisoReporte spNúmero 10 • Junio de 2015

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45 AÑOS

Es una creencia común entre algunos pueblos africanos que el verdadero nacimiento de un ser humano ocurre durante la con-

cepción (creencia, por cierto, que comparten con pueblos indígenas como los aztecas). Si nos adscribimos a esta forma de mirar el mun-do, las circunstancias en las que uno es concebido tienen un peso definitivo en nuestra vida. El premio Nobel de Literatura J.M.G. Le Clézio fue concebido en el cenit de un idilio amoroso en los vastos territorios de lo que hoy es Camerún. Hijo de madre francesa y padre inglés (el padre nació en la isla Mauricio cuando ésta aún era una colonia británica), pasó su infancia en Niza, donde aprendió a convivir con una violencia «secreta, hipócrita, aterradora como la que conocían los niños nacidos en medio de una guerra». La guerra a la que se refiere es la Se-gunda Guerra Mundial. Su madre se encargó de peregrinar por Francia tratando de ponerlo a él y a sus padres a salvo. Durante esos años el padre funge como médico apostado en en-claves coloniales africanos donde tenía que cubrir un radio tan grande que «en el mapa que él mismo hizo anotó las distancias , no en kilómetros sino en horas y días de marcha». Ahí tenía que hacerse cargo desde los partos hasta las autopsias, pasando por todos los pa-decimientos que hay en medio.

Cuando Le Clézio tenía ocho años él y su madre se reúnen con el padre en Ogaja, Ni-geria. Ahí comienza uno de los periodos más felices de su vida. Se topa con un territorio palpitante en donde «las hormigas eran rojas, feroces, tenían ojos y mandíbulas y eran capaces de segregar veneno y atacar a quien se encontrara en su camino». Ahí también cono-ció otro tipo de violencia. Una más «abierta, real, que hacía vibrar

todo mi cuerpo». Sumergido en una cultura en donde los cuerpos son más importantes que los rostros y la colectividad más importan-te que los individuos, pronto se vio contagiado por una naturaleza que no da tregua. Le Clézio afirma que fue ahí donde aprendió «a percibir, a sentir». Se unió a una cultura en la que «los chicos del pueblo habían aprendido a hablar con los seres vivos» y se sometió al embrujo de un territorio que lo cautivó para siempre: «Recordaba

el estallido de la tierra roja, el sol que agrie-taba los caminos, la carrera descalzo por la sabana hasta las fortalezas de los termiteros, la subida de la tormenta a la tarde, las noches ruidosas, chillonas, nuestra gata que hacía el amor con los tigrillos en el techo de chapa, el torpor que seguía a la fiebre, al alba, en el frío que entraba por debajo de la cortina del mosquitero. Todo ese calor, ese ardor, ese estremecimiento».

Si bien el libro se inscribe dentro del gé-nero de la novela autobiográfica y tiene co-mo centro de la narración esa búsqueda del autor por ir al origen de su vida, y a pesar de que el territorio africano es el escenario en el que discurre esta etapa iniciática, no es Le Clézio el verdadero protagonista, ni es Áfri-ca el territorio principal. El título mismo, El africano, supone una carta de intenciones. Es su padre, el médico que a golpe de realidad aprendió a odiar la herencia colonial que los

países europeos legaron en el continente negro, el verdadero protago-nista de la historia. Ese padre que pronto escapó de la «mediocridad de la sociedad inglesa», llena de espejos que tapiaban las ventanas. Una sociedad que vivía dándole la espalda a un mundo del que se habían servido para construir con idolatría ciega su hegemonía cul-

Cuando Le Clézio tenía ocho años él y su madre se reúnen con el padre en Ogaja, Ni-geria. Ahí comienza uno de los periodos más felices de su vida. Se topa con un territo-rio palpitante en donde «las hormigas eran rojas, feroces, tenían ojos y mandíbulas y eran capaces de segregar veneno y atacar a quien se encontrara en su camino».

Diego Rabasa

Reporte SP • Año 2 • Número 10 • junio de 2015 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.sextopiso.mxImpresión: Offset Rebosán • Editores: Diana Gutiérrez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete • Diseño y formación: donDaniPortada: Ilustración de Jorge Tanamachi para Convertir la paja en oro de Morris Berman (Sexto Piso, 2015).

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Misterio y salvajismo

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tural. El padre huyó de las comodidades de Occidente porque era un hombre capaz de soportar mucha verdad. Del tipo de verdad que puedes encontrar en la Guyana salvaje a donde fue a realizar sus primeras residencias médicas. O del tipo de verdad que se experimenta cuando eres el único médico disponible en vastas porciones de terreno del África profunda en donde tienes que lidiar con «una mujer vieja a la que la uremia había vuelto demente y debían atarla a su cama, un hombre al que quitó una tenia tan larga que debió enroscarla en un palo, una joven a la que debió amputar por la gangrena, otra que le lle-varon moribunda por la viruela con la cara hinchada y cubierta de heridas».

El espacio donde acontece el relato del escritor francés es la memoria: un territorio en constante metamorfosis. Cuando a finales de los años cuarenta el narrador del libro debe reen-contrarse con su padre, se topa con un hombre duro, recio y amargo; invadido por un resentimiento profundo. Atrás ha quedado el pasado africano, atrás ha quedado la guerra. Lo que queda son imágenes, unas bellas, otras terribles. Obsedi-do por darle voz a los fantasmas del pasado, por escuchar los reclamos vigentes de un tiempo caduco, Le Clézio mira hacia atrás para poder seguir hacia delante. Cuando su padre regresó a Francia para jubilarse, el autor tuvo que conciliar el recuer- do de un territorio al que quiere «volver sin cesar, a mi memo-ria de niño», con la amargura de un hombre que ha mirado la desolación y la devastación causada por los países colonialis-tas —como en el que ahora viven—, una herencia que había ayudado a instalar a déspotas como Bokassa o Idi Amin Dada, personajes que lograron construir sus tiranías con armas y sub-sidios de Francia y Gran Bretaña: «Él que había recorrido los ríos salvajes de Guyana —nos dice Le Clézio—, que había ven-dado, cosido, curado a los buscadores de diamantes y a los in-dios subalimentados; ese hombre no podía sino sentir náuseas por el mundo colonial y su injusticia presuntuosa, sus cocktail parties y sus golfistas de traje, su domesticidad, sus amantes de ébano, prostitutas de quince años que entraban por la puerta de servicio, y sus esposas oficiales muertas de calor que por unos guantes, el polvo o la vajilla rota descargaban su rencor en la servidumbre».

El africano es un libro de una belleza salvaje que captura con una prosa poética y poderosa amplios registros de la ex-periencia humana. El horror del «progreso» occidental que arrasa con lo que percibe como un obstáculo, la memoria que se manifiesta como un termómetro permanente que interpela nuestro presente, la necesidad de conocer los relatos que dan cuerpo y forma a nuestro origen, y la siempre tirante y enig-mática relación del hombre con la naturaleza, desfilan en una secuencia de imágenes que nos acercan a un mundo ajeno que en su fuerza cautivadora nos transporta lejos y muy hondo al interior de nosotros mismos. •

El africanoJ.M.G. Le Clézio

Traducción de Juana Bignozzi

Adriana Hidalgo editora

2014 • 144 páginas

Mira una entrevista con Le Clézio

en la Feria del Libro de Bogotá:

El Señor Cerdo es inagotable en su determinación de expandir sus experiencias como miembro de la casta privilegiada de seres es-

peciales que pueblan el mundo y arrojan un poco de luz sobre las exis-tencias de la inmensa mayoría de seres comunes y no talentosos. Por eso, incluso a costa de grandes sacrificios personales, el Señor Cerdo busca a menudo codearse con seres provenientes de estratos inferiores, para comprender cómo piensan, cómo viven y qué los motiva a seguir adelante. En esta ocasión, como tantas otras celebridades, el Señor Cerdo aceptó un reto consistente en sobrevivir una semana con un presupuesto para comida que normalmente —todo hay que decirlo— no cubriría ni una de las cenas en los exclusivos restaurantes en los que el Señor Cerdo suele departir con la Gente Como Uno. Para maximi-zar la experiencia, el Señor Cerdo contrató los servicios de un Health and Food Advisor que lo asesorara sobre el tipo y la cantidad de comi-da que debía adquirir con su raquítico presupuesto. Por supuesto que alguien como el Señor Cerdo es capaz de hacer eso y más por sí solo, pero el Señor Cerdo también tiene la suficiente humildad como para dejarse guiar por espíritus expertos en determinado ramo del conoci-miento, y además el Señor Cerdo prefería no aventurarse solo a uno de los mercados en los que la little people compra sus víveres, pues nunca se sabe lo que pueda llegar a pasar con la envidia y el furor que puede desatar en un entorno como esos alguien de la talla del Señor Cerdo. Tanto el Señor Cerdo como el Health and Food Advisor se sorpren-dieron al darse cuenta de la ínfima cantidad de alimentos que podía comprar el presupuesto asignado por el reto en cuestión. Con el op-timismo que lo caracteriza, el Señor Cerdo había llevado dos bolsas grandes para transportar la comida, y constató con el corazón enco-gido ante la dificultad de lo que se avecinaba que apenas se llenaba un poco más de la mitad de una de las bolsas. Además, aunque el Señor Cerdo es consciente de la importancia de una dieta balanceada, la proporción entre arroz, verduras y legumbres contra la carne y los em-butidos que tanto disfruta habitualmente el Señor Cerdo era tan des-proporcionada que el Señor Cerdo sintió un poco de lástima por toda esa gente a la que no le queda más remedio que alimentarse así. Después de que el Health and Food Advisor dejara instrucciones para lo que debía cocinar a diario la sirvienta que asiste al Señor Cer-do en su vida cotidiana, el Señor Cerdo respiró hondo y se dispuso a cumplir con aplomo el reto por el que tantas celebridades han pasado. Sin embargo, cuando iba a la mitad de las primeras verduras al vapor el Señor Cerdo tuvo una repentina revelación: lo crucial de todo es-te asunto consistía en la posibilidad de situarse en el lugar de los más desfavorecidos, con el consecuente aprendizaje del alma que eso con-lleva para la gente sensible como el Señor Cerdo. Quizá otros seres menos dotados necesitaran pasar por la semana entera del reto para conseguir estos objetivos, pero no el Señor Cerdo, pues incluso desde que concibió la posibilidad de emprender el reto, el Señor Cerdo ya había efectuado el movimiento de espíritu necesario para sumar otro grado más en su proceso infinito de aprendizaje y autoconocimiento. Al darse cuenta de esto, el Señor Cerdo se recompensó a sí mismo con una cubeta de alitas de pollo y una orden de costillas, pues no hay na-da más gratificante que consentirse después de haber pasado por una ardua tarea más en su proceso de perfeccionamiento. Cuando comió hasta saciarse, el Señor Cerdo dejó escapar un ligero eructo de satisfac-ción, en donde pudo apreciar todavía un ligero rastro de las verduras al vapor, como recordatorio infalible de esos submundos visitados por el Señor Cerdo como parte de su reto, a los que por fortuna no tendrá que volver nunca jamás. •

El Señor Cerdo

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Hay dos pasiones que, con la misma fuerza, parecen desgarrar la historia humana, transformarla, modelarla, darle paz, man-

tenerla en guerra: la fe y la incredulidad. La política, los campos de batalla, la economía, son los escenarios donde esa antigua oposición toma cuerpo. Pero también la literatura, también la lengua —y quizá con mayor violencia que en otras partes. La historia del escepticismo la conocemos muy bien: seguimos inmersos en ella. Prefiero hacer una pausa, una mínima pausa, y hablar de la fe.

En el mundo hay quien tiene la certeza de que la poesía no es un género literario, sino una experiencia total. Una experiencia verbal y espiritual al mismo tiempo; una experien-cia que transforma al mundo, lo moldea, le da fundamento, pero que también transforma y da fundamento al alma humana. El poema se vuelve la brújula y el mapa de nuestro oscuro interior, y la brújula y el mapa del mundo ilu-minado. La constelación de nuestros sueños, y la constelación de nuestros actos. Un vínculo entre lo visible y lo invisible. La palabra ya no nos separa del mundo, sino que nos reconcilia con los otros hombres y con el universo. No es nuestra condena, sino nuestra salvación.

Es necesario tener tanta confianza en las palabras como una ma-dre en las canciones con las que arrulla a su hijo, aun si el niño no las comprende, respondió Inger Christensen cuando le preguntaron por qué, en medio de un siglo de devastación y de nihilismo, seguía cre-yendo en el poder de las palabras. El poeta es como una madre que, en medio de la oscuridad, de las pesadillas y de los terrores nocturnos, cuida de nosotros y nos consuela con canciones que no llegamos aún a comprender. No es distinto de la forma en que Kafka concebía el trabajo de los escritores: centinelas u ocultos guardianes que perma-necen despiertos para cuidar el sueño de los otros. El consuelo de los nombres, repetía Christensen, sólo tenemos el consuelo de los nom-bres. Que la nada tenga un nombre, que la destrucción también lo tenga. Porque no son sólo un consuelo, los nombres son también la salvación. La salvación de lo que hemos perdido para siempre, la sal-vación de lo que irremediablemente no es posible salvar. Ese consuelo, esa salvación, está en Eso, el libro más ambicioso de Christensen y, sin duda, uno de los libros más importantes del siglo xx.

A quien tenga en sus manos Eso, a quien se atreva a leerlo, me gus-taría decirle que se adentre en ese poema con la inocencia del niño que busca las caricias de su madre; o con la seguridad de aquel que sabe que algo más grande y poderoso que nosotros nos envuelve, nos cuida y nos protege. Pero no sé si esto significa algo para alguien. A menudo me pregunto si somos todavía capaces de leer poesía como los Antiguos la leyeron. Como una visión, como una epifanía. O si la incredulidad y el cinismo han cubierto nuestra memoria de un ve-lo áspero y oscuro. Eso es un poema antiguo, y si queremos leerlo, si

Balbucear como el viento y la lluvia

queremos comprenderlo, necesitamos hacerlo con la lúcida sumisión que nos exigen las palabras.

Porque el libro de Christensen sólo puede ser comparado con dos poemas de la tradición occidental: la Teogonía de Hesíodo, y la Odi-sea de Homero. Eso, en realidad, es la suma de ambos. Hesíodo, en la Teogonía, cuenta el origen de todo lo que puebla el cosmos: titanes,

dioses, guerras, hombres, atributos humanos y divinos, todo lo que la mente podía, en ese en-tonces, imaginar. Homero, en la Odisea, narra la aventura desdichada y gloriosa de cada uno de nosotros, durante el tiempo que nos ha sido permitido vivir. Christensen no hace otra cosa.

Eso. Eso fue. Así empezó. Eso es. Continúa. Se mueve. Más allá. Nace. Así comienza el poe-ma. Y presiento que, ante esos versos, sentimos lo mismo que un griego del siglo viii a.C. al escuchar a Hesíodo recitar el origen del uni-verso. El repentino nacimiento de un mundo dentro del mundo; en la insignificancia y el des-encanto de los días, el misterio que vuelve, la magia que resurge. La vida es sagrada, dice Inger, porque existen las palabras.

Quizá no es posible entender todo esto sin sa-ber que Christensen concibe la lengua como un

ser con vida propia, como células vivas, como una estructura bioló-gica. No cree –a diferencia de la mayor parte de filósofos y escritores de los últimos cuatro siglos– que la lengua sea una barrera entre el hombre y la vida, o entre el hombre y la Naturaleza. Por el contrario, es la forma más sencilla y poderosa que tenemos de participar en ella, de unirnos a ella. Todos sus poemas, y especialmente Eso, son un tejido donde inseparablemente se anudan la escritura y la vida.

Prologos, Logos y Epilogos son las tres partes que componen el libro. Logos, en griego, significa «palabra, enunciado, historia, explicación, razón». En un artículo publicado en 1970, poco después de la pu-blicación de su poema, Inger explicaba así la composición y el tema de Prologos: «Al inicio actué como si no estuviese ahí, como si eso (“yo”) fuese sólo un protoplasma hablando, como si yo fuese sólo algo que adviniera mientras una lengua, una palabra, se desplegaba. Por eso llamé Prologos a la primera parte: porque es la parte que, aun si es ficción, está antes de la palabra, antes de la conciencia. El cimiento, el punto de partida, el panorama. Prólogo, en el teatro». Enseguida es sencillo deducir el resto. Logos es el argumento, la obra que escenificamos, la historia que la humanidad ha acometido y re-petirá por siempre. Si alguien quiere conocer el argumento de la vida, en Logos encontrará su resumen. Epilogos es lo que está después de la lengua y de toda palabra. Algo difícil de conocer, pero no imposible. Christensen lo nombra «el idioma paralelo», un lugar donde las células son palabras y el cuerpo está fuera de sí mismo y dentro de otro, iluminado; un lugar donde las caricias pueden despertar a los muertos; un lugar donde se colma el abismo entre nosotros, y que

Ernesto Kavi

En el mundo hay quien tiene la certeza de que la poesía no es un género literario, sino una experiencia total. Una experiencia verbal y espiritual al mismo tiempo; una experiencia que trans-forma al mundo, lo moldea, le da fundamento, pero que también transforma y da fun-damento al alma humana.

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Experimentan con la libertad mutua y se ponen a hablar de la liber-tad mutua hasta que, a título experimental, hacen como si existiese.

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Experimentan con la no-vida mutua como si no fuese muerte y existiesen, por ejemplo, como seres humanos, como si no fuesen seres humanos.

[ … ]

Hacen como si esperasen para vivir, para hacerle posible la vida a alguien, fingen a título experimental como en el sueño como si viviesen.

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El completo silencio del idioma sobre todo lo que no ocurre.

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Sobrevivimos sólo porque usamos palabras.

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Todo lo que poseemos nos lo hemos robado mutuamente.

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La locura es la capacidad de hacer lo imposible. La magia es la vo-luntad de hacerlo.

Eso

Fragmentos tomados del libro:

EsoInger Christensen

Traducción de Francisco J. Uriz

Poesía Sexto Piso • 2015 • 498 páginas

Se quema. Es el sol que se quema. Todo el tiempo que tarda en que-marse un sol. Mucho tiempo antes y mucho después de los tiem-pos que se miden en vida o muerte. El sol se quema a sí mismo. Se consume. Una vez. Una vez. Intervalos para cuya duración no hay ninguna sensibilidad. Ni siquiera ternura. Cuando el sol se apague, la vida o la muerte llevarán mucho tiempo siendo lo que siempre han sido. Eso.

[ … ]

Fingen porque es una libertad lo que fingen, porque están obliga-dos a creerse libres y porque ellos, cuando se creen libres, olvidan lo que es la libertad y olvidan su propia muerte aleatoria.

[ … ]

Esperan en lugares donde viven mientras esperan. Esperan para vivir mientras esperan. Viven para vivir. Mientras esperan. Viven para vivir. Mientras viven. Mientras esperan. Mientras viven. Espe-ran. Viven.

[ … ]

Entretanto, a veces mientras aún tienen abundancia bastante como para repartir la muerte tan despacio que parezca vida, tratan de amar el odio mutuo.

[ … ]

Llevan las máscaras unos de otros para jugar su juego hasta el final, su doble juego, y al fin matarse entre ellos simplemente.

[ … ]

Después de haberse perseguido y encontrado mutuamente, res-pondido mutuamente, por ejemplo del mutuo asesinato, se reproducen.

Inger Christensen

surge de bocas y de labios paralelos que hablan como nunca nadie ha hablado: la poesía.

Semejante a la reproducción de las células de un cuerpo, Eso es-tá fundado en la exactitud y en la repetición de ciertas estructuras gramaticales. Pero es una repetición que se vuelve creación, y que Christensen llama «la valiente bondad de las cosas». ¿Por qué la exactitud? En danés, cada línea de Prologos tiene exactamente 66 caracteres.

¿Por qué la bondad? Porque la bondad es un vínculo y no un abis-mo. ¿Y cuál es el vínculo más sencillo y evidente en la lengua? —se preguntó Christensen al momento de componer su poema: las prepo- siciones. Por eso el argumento de su libro, el Logos, no es sino la repe-tición de las diferentes funciones que cumple una preposición, pues son también, finalmente, las funciones que cumplen las células para crear un cuerpo, una historia, una vida: simetría, transitividad, conti-nuidad, conexidad, variabilidad, extensión, integridad, universalidad.

¿Por qué la bondad? Porque la bondad es prestar oído a lo que siempre hemos ignorado, a lo más pequeño, a lo más humilde, a lo que no parece tener nombre ni palabra. Por eso Christensen busca

una lengua paralela capaz de «balbucear soberanamente como el viento y la lluvia». Quiere que dejemos de creer por un instante en la maldad, en la mentira, en el olvido, y que hagamos resonar la lengua misma de las cosas: Veo las ingrávidas nubes / Veo el ingrávido sol / Veo lo fácilmente que dibujan / Un interminable proceso / Como si tuviesen confianza / En mí que estoy en la tierra / Como si supiesen que yo / Soy sus palabras.

«Perdemos el coraje —dice Christensen en un ensayo publicado en 1977— cuando miramos la naturaleza destruida. Pero la naturaleza tendrá todavía el tiempo de curar nuestros sueños, nos dará imágenes e inspiración, nos dará prestado nuestro amor y nuestro trabajo, nues-tro entusiasmo y nuestro estilo». Tal vez sea eso la fe en las palabras. Perder el coraje cuando vemos la lengua destruida. Pero saber que aun en sus ruinas nos seguirá dando imágenes, entusiasmo, amor y estilo.

Eso, un poema que cuenta la historia del cosmos a través de la historia de las palabras: lo que fuimos antes de ellas, lo que somos, lo que llegaremos a ser. Un idioma paralelo como una caricia que des-pierta a los muertos; una lengua nueva en cuyas palabras existe —en su forma, en su ritmo— una promesa de salvación. •

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Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo

En un mundo líquido en el que todo fluye y todo se mueve, los patrones deben renovarse o morir, de manera periódica, in-

cluso diaria. Un patrón estático equivale a un patrón arruinado, y buena parte de tu éxito como patrón de avanzada consistirá en transmitirles a esas criaturas un tanto desorientadas y necesitadas de protección y guía, tus empleados, que lo precario y lo incierto han llegado para quedarse. Una de tus principales tareas como patrón será encontrar formas novedosas de comunicarles que más les vale a su vez a ellos adaptarse al cambio y flujo perpetuos, pues los tiem-pos en los que eran tan fijos como el mobiliario que ocupa la oficina son —por fortuna— un recuerdo remoto que no habrá de volver.

Una manera sutil de hacerlo ha sido adoptada de manera cre-ciente por un número de patrones de vanguardia, y consiste en comenzar por el principio de no permitir a tus empleados que ten-gan un sitio de trabajo fijo en la oficina, sino que cada día deban de guardar sus (escasas) pertenencias en unos casilleros especialmente habilitados para la ocasión. Así, cada día al llegar deberán buscar un espacio disponible en las estaciones de trabajo homogéneas dis-puestas a lo largo del espacio de trabajo. Es conveniente que nom-bres en cada piso o sector a un gendarme escogido aleatoriamente entre los propios empleados, para que se asegure de que algún empleado mañoso no se las ingenie para ocupar a diario el mismo

sitio, de manera que pudiera empezar a sentirse có-modo y habituado, con algún sentido de la propiedad, en ese espacio. De manera adicional, deberás recurrir a otras estrategias para reforzar el mensaje de que los empleados sólo tienen asegurada su permanencia mientras le sean útiles y provechosos a la empresa, co-mo por ejemplo cambiar por las noches la cerradura de algunos de los casilleros, para que al día siguiente los empleados no puedan sacar su material de trabajo y los sorprendas sin hacer nada, robando el valioso tiempo de la empresa. Otra táctica recomendable es encomendarle al gendarme que por la noche rompa con cuidado las patas de algunas sillas en la oficina, para que cuando al día siguiente se sienten en ellas, algunos empleados incautos se caigan de espaldas al suelo. Este simple incidente te dará suficientes razones como para darles una reprimenda pública por descui-dar el mobiliario de la empresa, al mismo tiempo que funciona como metáfora de lo que habrá de suceder-les como bajen la guardia un solo instante. Si el em-pleado caído es lo suficientemente voluminoso como para ocasionar un daño irreparable a la silla rota, lo recomendable es encomendar a algún empleado con aspiraciones artísticas que realice una pieza artística a partir de los desechos, misma que deberás exhibir con orgullo en algún sitio prominente de la oficina. De esa manera, no sólo aparecerás frente a los empleados como un patrón preocupado por estimular su vertien-te creativa, sino que a nivel subliminal la pieza funcio-nará como recordatorio explícito de que la empresa no se detiene ante los desechos que su propia marcha va creando, sino que se trata de una entidad versátil que incluso de la desgracia y de la caída de algunos de sus miembros, es capaz de sacar provecho para satisfa-cer sus inescrutables intenciones. •

El voto libre • dD&Ed

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Querida prima Ignacia,La verdad nunca pensé en escribir una carta así, puesto que soy

una chica tímida y reservada, pero últimamente no sé que me

pasa que siento que cada vez me atrae más el lado oscuro.

Yo no salgo mucho, y no suelo ir nunca de antros. De peque-

ña iba a un colegio de monjas y creo que algo de sus enseñan-

zas conservadoras se me quedó en la mente, porque nunca me

gustó mucho el trago ni socializar con gente. Y mucho menos

con hombres. Una vez que me subí al metro en Balderas y es-

taba muy lleno (supongo que tú no viajas en metro, pero por si

acaso te recomiendo evites esa estación a toda costa), un chavi-

to joven de aspecto inocente que subió detrás de mi acabó –por

culpa del traqueteo del Metro y de la presión de la muchedum-

bre– con la mano en mi pecho... ¡durante tres estaciones! Yo sé

que el pobre muchacho no lo hizo a propósito, pero me sentí

sucia durante semanas.

La cosa es que debido a esto que te relato, me he mantenido

alejada de las tentaciones carnales hasta mis tiernos 33 años

recién cumplidos. Pero hace unas semanas fui a Mérida a visitar

a mi prima «la Lagarta», porque nuestros padres pensaron que

yo podría ser buena influencia para ella, a dos pasos de con-

vertirse en una cualquiera. Como no podíamos salir de fiesta

porque la idea era hacerla recapacitar, pensé que la Feria del

Libro sería un buen escenario de reeducación.

Lamentablemente, la prima se encontró a unos amigos y se

escapó de mi vista. Me topé con un muchacho bien parecido al

que paré para preguntar si había visto a una güera despampa-

nante de grandes pechos, pero no la había visto. Para que me

calmara —ya imaginaba a la prima embarazada de un editor

cualquiera—, me invitó a una tila…

Pero de tanto hablar de la prima, el ambiente se caldeó. me

confesó que su apodo era «El príncipe del faje» y que por ello

era mucho mejor que pasara el resto de mi estancia en Mérida

con él y me olvidara de mi prima. Gracias al cielo, cuando ya es-

taba a punto de caer en los infiernos y aceptar, apareció la pri-

ma del brazo de un dibujante chileno barbudo, y me tuve que

enfocar en evitar la desgracia inminente. El picarón del Príncipe

logró esconder una de sus tarjetas de visita en el bolsillo de mis

jeans, cosa que acabo de ver ahora que los iba a echar a lavar.

Este descubrimiento me tiene toda revolucionada.

Prima, de todo corazón, ¿qué hago? ¿Le llamo? ¿Me dejo

seducir por esas manos expertas en faje?

Te saluda atentamente una fiel seguidora,

María Auxiliadora

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: [email protected] (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

El buzón de la prima Ignacia

Hazle una pregunta a la prima Ignacia.

Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione

como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de

tu preferencia de Sexto Piso.

Ay María, ¡pero si esto sí que no te lo puedo creer! ¡¡Fuiste abordada por el mismísimo Príncipe del Faje en persona!! O sea, estoy requete-verde-morada-y azul de la envidia: a una niñita mojigata se le presenta el Príncipe, y tú que dejas pasar la oportunidad. (Aunque ni creas que no me di cuenta de que el Príncipe ya te metió mano porque si no, a ver ex-plícame, ¿cómo le hizo para meter su tarjeta en el bolsillo de tus jeans? Y además, seguro que eres de esas santurronas histéricas que se hacen las que no les gusta y no sé qué, pero se ponen unos pantalones bien apretadotes y de esos escotes que no dejan nada a la imaginación. Ay, si mi pobre tía Aparicio hubiera vivido para ver estos tiempos de locas y perdidas que andan por ahí, seguro que la volvía a atropellar el microbús que la mandó con los angelitos…). Yo siempre he creído en la importancia de ser bien sincerota, así que te lo voy a decir sin pelos en la lengua: cuenta la leyenda que el Príncipe sólo te da una oportunidad, y pus si tú ya te la perdiste, ora sí que ni mo-do. Pero pues mira, de algo te tienes que agarrar para seguir viviendo, ¿no?, entonces pues hazle la luchita y llámale al Príncipe, quien quita y lo agarras entre un faje y otro, y pues te da chance de recapacitar. La ver-dad, espero que no, porque habemos muchos mujerones como yo que valemos más la pena que otras a las que ni quiero nombrar, you know what I mean?, ¿verdad?, y pues por más que el Príncipe sea capaz de grandes proezas, pues también tiene sus límites. Lo bueno es I don’t give a shit, porque —no estás tú para saberlo— ya tengo gallo que me cante, así que tú y tu Príncipe de pacotilla me tienen absolutamente sin cuida-do. Te lo digo con todo cariño y respeto: Go to hell, darling!

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Esta temporada Reporte SP te recomienda

47 ronin: La historia de los leales samuráis de AkoTamenaga Shunsui • Satori Ediciones

Esta es la crónica magistral de la gesta más cé-lebre de la historia japonesa, un episodio que ha conformado la peculiar identidad del País del Sol Naciente, generación tras generación. Un relato épico apasionante, emotivo e inolvidable donde la lealtad, el honor y la muerte dan vida al espíritu del samurái.

Comprensión de España Alfonso Reyes • Casimiro

«Exiliado durante diez años en Madrid, el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959) protago-nizó, entre 1914 y 1924, el acercamiento más profundo que un intelectual hispanoamericano haya hecho a la realidad española».

Sebastián Pineda

El expreso de TokioSeicho Matsumoto • Libros del Asteroide

«A Matsumoto lo denominaron el “Simenon” japonés, pero leído hoy, bien podría decirse que Si-menon es el “Matsumoto” belga. El autor japonés no sólo traza un argumento de espeluznante pre-cisión, sino que incorpora elementos propios de la crítica política y social. (…) Perfecta en su arquitec-tura narrativa, (…) un grato descubrimiento».

Fernando R. La fuente, ABC

El jugadorFiódor Dostoievksi y Efealcuadrado • Sexto Piso

«Esta magistral y brillante narración de Dos- toievski es mucho más que un retrato de la pasión por el juego, como pretendía explícita-mente el escritor. La obra arroja una penetrante mirada sobre las interioridades del carácter ruso».

Pedro G. Cuartango, El Mundo

El molino de HamletGiorgio de Santillana y Hertha von Dechend • Sexto Piso

«Un libro maravilloso y sorprendente. Si esta teo-ría es correcta, tanto la historia de la ciencia como la reinterpretación de mitos se han enriquecido inmensamente».

The Washington Post

Escrito en negro (Una tarde con la canalla) Martín Olmos • Pepitas de calabaza

«Martín Olmos posee su propio olfato, lo que en es-te tipo de relatos es esencial, y convendría destacar algo que descuidan los novelistas de los thrillers actuales: el detalle prolijo, algo que le acerca a las deliciosas crónicas de la novela policial clásica».

Juan Ángel Juristo, ABC

Giles, el niño-cabraJohn Barth • Sexto Piso

«Como Mefistófeles, o incluso Batman, Giles, el niño-cabra es una fantasía gótica de teología, sociología y sexo».

Time

La canción de la bolsa para el mareoNick Cave • Sexto Piso

«Ahí llega el cuervo. Elegante, fibroso, enigmático. Los años han convertido a Nick Cave en un dandi, en músico de prestigio e incluso alguien con amor por el cine, en el que ya ha realizado sus incursiones como actor, guionista y compositor de bandas sonoras».

Gregorio Belinchón, El País

Las aventuras del barón MünchausenRudolf Erich Raspe • Nórdica Libros

Un maravilloso libro para lectores de todas las edades ilustrado por Javier Zabala. Premio Nacio-nal de Ilustración y finalista del Premio Andersen 2012.

Matemos al tíoRohan O’ Grady • Impedimenta

«Una novela alegremente siniestra»

The Washington Post

Precariado. Una carta de derechos.Guy Standing • Capitán Swing

«Un programa valiente para salvarnos de la des-tructividad del capitalismo neoliberal».

Michael Burawoy

Un paseo invernalHenry David Thoreau • Errata Naturae

Se reunieron en este libro dos de los textos más bellos y menos conocidos del autor de Walden: «Un paseo invernal» relata una caminata inolvi-dable por el corazón de los Grandes Fríos hacia la primavera de la existencia; y «Caminar» es un ensayo magistral sobre el arte del paseo y una defensa cerrada de la vida salvaje y libre, tanto de los animales como de los seres humanos.

Giorgio de SantillanaHertha von Dechend

El molino de Hamlet

Los orígenes del conocimiento humanoy su transmisión a través del mito

traducción de Damià Alou