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Introducción Hacer un somero repaso de las catástrofes naturales ocurridas en el último año resulta estremecedor. Todavía no recuperados del desastre, de proporciones desconocidas, provocado por el tsunami del océano Índico, que se saldó con decenas de miles –algunas fuentes las elevan a trescientas mil– de víctimas mor- tales (junto con medio millón de heridos y cinco millones de desplazados) en la costa asiática (Indonesia, Tailandia, SriLanka, la India...) y en otros puntos de la costa oriental afri- cana, acontecido a finales del año 2004, el año 2005, por des- gracia, ha estado plagado de nuevos desastres naturales: la tem- porada de huracanes en el Caribe-Golfo de México ha sido espe- cialmente larga y dramática (se han registrado unos 25 –agotán- dose los nombres habitualmente asignados–) destacando, por razones diversas, el Katrina (más de mil muertos en el sur de EE.UU) o el Stan (más de dos mil quinientos muertos en varios países centroamericanos); en octubre se produjo un terremoto en Pakistán con cerca de noventa mil víctimas inmediatas (a las que habrá que sumar las que se produzcan entre los miles de damni- ficados durante el invierno, por falta de infraestructuras y recur- sos adecuados); las lluvias torrenciales e inundaciones se han sucedido durante todo el año (en primavera en Etiopía, en vera- no en el centro y este europeos...), destacando, por sus dimen- siones, las producidas en China y la India (con alrededor de tres 2-39 Retos éticos de las catástrofes naturales Para una justicia ecológica equitativa Galo Bilbao Alberdi __________ Galo Bilbao es miembro del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao y del Aula de Ética de la Universidad de Deusto. TEMA CENTRAL FRONTERA, nº 38, abr-jun 2006 www..atrio.org/FRONTERA/frontera.htm

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Introducción

Hacer un somero repaso de las catástrofes naturales ocurridasen el último año resulta estremecedor. Todavía no recuperadosdel desastre, de proporciones desconocidas, provocado por eltsunami del océano Índico, que se saldó con decenas de miles–algunas fuentes las elevan a trescientas mil– de víctimas mor-tales (junto con medio millón de heridos y cinco millones dedesplazados) en la costa asiática (Indonesia, Tailandia,SriLanka, la India...) y en otros puntos de la costa oriental afri-cana, acontecido a finales del año 2004, el año 2005, por des-gracia, ha estado plagado de nuevos desastres naturales: la tem-porada de huracanes en el Caribe-Golfo de México ha sido espe-cialmente larga y dramática (se han registrado unos 25 –agotán-dose los nombres habitualmente asignados–) destacando, porrazones diversas, el Katrina (más de mil muertos en el sur deEE.UU) o el Stan (más de dos mil quinientos muertos en variospaíses centroamericanos); en octubre se produjo un terremoto enPakistán con cerca de noventa mil víctimas inmediatas (a las quehabrá que sumar las que se produzcan entre los miles de damni-ficados durante el invierno, por falta de infraestructuras y recur-sos adecuados); las lluvias torrenciales e inundaciones se hansucedido durante todo el año (en primavera en Etiopía, en vera-no en el centro y este europeos...), destacando, por sus dimen-siones, las producidas en China y la India (con alrededor de tres

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Retos éticos de las catástrofes naturalesPara una justicia ecológica equitativa

Galo Bilbao Alberdi

__________Galo Bilbao es miembro del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao y del Aula de Ética de la Universidad de Deusto.

TEMA CENTRAL

FRONTERA, nº 38, abr-jun 2006www..atrio.org/FRONTERA/frontera.htm

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mil víctimas). A todo esto, hay que sumar los nueve millones depersonas que en el Sahel se encuentran en situación de emer-gencia por hambre durante este año, debido a la sequía y a lasplagas de langostas que viene sufriendo esta zona del territorioafricano1.

El panorama es, como se puede comprobar, desolador.Curiosamente, hace ahora doscientos cincuenta años, el 1 denoviembre de 1755, se produjo un temblor de tierra –el llamado“terremoto de Lisboa”– que causó varios miles de muertos enPortugal, España y Norte de África. Los efectos del mismo en laciudad de Lisboa provocaron una gran consternación en elmundo intelectual de la época, de la que la polémica entreRousseau y Voltaire es la expresión más significativa. Si enaquel tiempo –la Ilustración– los desastres naturales provocaronreflexiones acerca de la teodicea, del progreso, del mal en elmundo, etcétera, ¿a qué desafíos intelectuales nos deben provo-car hoy los desastres naturales? Estamos convencidos de que,junto con otros planteamientos (de ingeniería, ecología, meteo-rología, logística...), uno de los grandes retos con el que nosenfrentamos y que, por corresponder a la llamada filosofía prác-tica, sirve de puente entre la reflexión teórica y la aplicaciónconcreta, es el que da título a estas páginas: los retos de carácterético que plantea. Y esperamos también poder mostrar que laperspectiva adecuada sea la del subtítulo: para una justiciaecológica equitativa.

Para ello, intentaremos hacer, en primer lugar, una caracteri-zación, al menos intuitiva, de lo que significa por un lado, elconcepto de sociedad del riesgo y, por otro, el de justicia ecoló-gica. Hecho este primer acercamiento de carácter teórico, a con-tinuación plantearemos algunos de los retos éticos concretos quegeneran las situaciones de catástrofe natural, desglosados en lasdistintas fases de generación, prevención y reparación. A modo

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__________1 Refiriéndonos a datos de carácter económico, podemos decir que, según la compañía de reaseguros

Swiss Re las catástrofes naturales y las provocadas por la actividad humana a lo largo de 2005 han cau-sado daños económicos por valor de 225.000 millones de dólares, de los cuales solamente el huracánKatrina genera más de la mitad de las pérdidas, con una factura de 135.000 millones de dólares.

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de conclusiones, recogeremos tres conceptos o categorías éticasque se derivan y engloban las reflexiones previas: responsabili-dad, justicia y solidaridad.

Por último, queremos advertir que las siguientes páginas tie-nen en su núcleo de exposición (el apartado tercero) un carácterpretendidamente descriptivo y analítico, en el que sobresalen lasintuiciones y los ejemplos por encima de las reflexiones y justi-ficaciones. Estas últimas, dadas por supuestas en nuestra expo-sición (y presentes parcialmente en los dos primeros apartados),pueden encontrarse con facilidad en la bibliografía empleada2

para redactar este artículo y que se facilita al final del mismo. Eltono de esta colaboración es el de un ciudadano interesado enpensar (auto)críticamente sobre los acontecimientos que le ro-dean, siendo conscientes de que los conocimientos que sedemandan para un análisis más ajustado corresponden a exper-tos o peritos en materias tan diversas como la ética, la ecología,la economía o la ingeniería, tarea para la que honestamente noestamos capacitados. Hecha esta advertencia, comencemosnuestro recorrido.

1. La “sociedad del riesgo” como contexto ineludible

El hecho de que lleguemos a conocer (y que lo hagamos coninmediatez y detalle) los desastres naturales que acontecen ennuestro mundo junto con la proliferación de los mismos (bastarepasar la lista de los ofrecidos en esta misma introducción) yuna cierta ideología milenarista o catastrofista que va ganandoterreno en nuestra cultura, hacen que tengamos una sensaciónpermanente de peligro, de inminencia de sucesos naturalesdevastadores. Además, quisiéramos hacer notar que la perspec-tiva de la justicia ecológica aplicada a las catástrofes naturalesque vamos a asumir en estas páginas se puede ver enriquecida siintegra en sus planteamientos la propuesta, adaptada a las pecu-

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__________2 Para una lectura más ágil del texto hemos renunciado a referenciar puntualmente el origen de todas y

cada una de las ideas de las que este texto se compone. El reconocimiento de esta deuda intelectual conautores y obras concretas aparece explicitado en la bibliografía citada al final.

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liares circunstancias que le han de acompañar, de los análisissociológicos centrados en el concepto de “sociedad del riesgo”.Por todo ello creemos que, como aspecto inicial a tratar, merecela pena abordar la cuestión de la sociedad del riesgo como con-texto adecuado para acercarnos a nuestro objeto de estudio, quees el de las catástrofes naturales.

Según algunos analistas de la modernidad (Giddens, Beck,Luhmann...), uno de los rasgos más característicos de las socie-dades contemporáneas es el riesgo. Éste puede definirse comouna situación en la que nos encontramos en permanente relacióncon amenazas y peligrosprovocados por el mismoproceso de modernización.El riesgo no es una novedadde la sociedad moderna, loauténticamente novedoso esel modo como se manifies-ta: por un lado, se ha con-vertido en un contexto ine-vitable con el que hay que aprender a convivir diariamente; porotro, los daños previsibles adquieren dimensiones planetarias altiempo que presentan consecuencias catastróficas; por último,los mecanismos utilizados tradicionalmente para superar elmiedo que generaban los peligros naturales y sociales, es decir,el desarrollo de la ciencia y la organización del estado respecti-vamente, no parecen adecuados en las actuales circunstancias.

El riesgo tal y como ha quedado configurado en la sociedadcontemporánea, presenta las siguientes características: – Igualación globalizadora. La nueva situación en la que se en-

cuentra el mundo tiene un carácter radicalmente igualador,tanto entre clases como entre países. Desde la perspectivainternacional, las sociedades no occidentales comparten conoccidente los mismos retos. Los grandes problemas medio-ambientales con los que nos encontramos no conocen fronte-ras y la importante interrelación (ecológica, económica, polí-tica, cultural...) tejida en el mundo posibilita la constatación

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Uno de los rasgosmás característicos

de la sociedadactual es el riesgo

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progresiva del llamado “efecto mariposa”. Esta igualacióninternacional de las situaciones de riesgo no puede hacernosolvidar las nuevas desigualdades que se producen dentro de lasociedad del riesgo global: la miseria extrema tiene una irre-mediable fuerza de atracción sobre el riesgo extremo. Perotodo ello tiene como consecuencia posterior, mediante unefecto bumerán, la extensión de dichos riesgos también a lospaíses ricos, sin posibilidad de defenderse de ellos.

– Dimensión de futuro. En las sociedades del riesgo adquierengran importancia las situaciones de elección entre posibilida-des no previamente experimentadas, que remiten a un futuroabierto, no predeterminado. En estas circunstancias, es muydifícil, por no decir imposible, hacer del riesgo un conceptomanejable, un elemento estadístico propio del cálculo de pro-babilidades. El futuro no se encuentra bajo control, la vidacontemporánea es un gran experimento, pero no en condicio-nes de laboratorio, pues no se puede delimitar a unos pará-metros prefijados; tal vez hay que decir que no es ni siquierapropiamente un experimento, sino más bien una aventura queno nos queda más remedio que correr. Consecuentemente conesto también es necesario señalar la creciente relevancia delcriterio de las generaciones futuras en las valoraciones corres-pondientes a las tecnologías. Como diversos autores han des-tacado, existe una responsabilidad unilateral de las actualesgeneraciones hacia las futuras que implica no tomar decisio-nes que puedan resultar dañinas a las mismas por distintosmotivos: efectos irreversibles, pérdida de recursos, conse-cuencias no manifestadas en la temporalidad inmediata perosí en el largo plazo, etcétera.

– Inseguridad y falta de control. La situación planteada niegano solamente la posibilidad de la seguridad total sino nisiquiera la de una seguridad razonable o asumible. La expre-sión más manifiesta de ello es que las compañías asegurado-ras privadas no cubren muchas de las tecnologías más pro-blemáticas y controvertidas. De esta manera, mostrando loque podría denominarse un “pesimismo tecnológico” contra-

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dicen a los responsables tecnocientíficos y a las autoridadespolíticas que emiten mensajes tranquilizadores. La existenciade los llamados megapeligros (nuclear, químico, genético...)invalida los pilares del cálculo del riesgo. Por otro lado, exis-te todo un universo de riesgos mínimos, muchos de ellosimperceptibles sensorialmente, aparentemente asumibles, queparadójicamente se vuelven absolutamente inaceptables paralos afectados. La legislación que regula y prohíbe emisionescontaminantes, precisamente consiente de forma precisadeterminados niveles de las mismas. No se impide el veneno,sino que se fija el nivel de tolerancia al mismo que se consi-dera soportable. Esto lleva en muchos casos a que ante laausencia de monocausas, ante la probable pero casi imposibledemostración de la confluencia de diversas concausas quetomadas individualmente resultan inofensivas (riesgos resi-duales), actuando en conjunto se convierten en peligrosísi-mas. En la sociedad del riesgo global, todos los protagonistasy regulaciones pueden desarrollar su papel, todos los acuer-dos cumplirse sin que por ello se alcance ningún nivel deseguridad.

– Autoalimentación. Una característica esencial de nuestra so-ciedad del riesgo es que el mismo crece permanente y nece-sariamente, de un modo paradójico. En la medida en quetenemos un conocimiento mayor de la realidad (y de las ame-nazas que se ciernen sobre ella) aumenta también nuestraignorancia al respecto. Cuanto más hacemos precisamentepara controlar dichas amenazas, mayores son los riesgos quegeneramos en otra parte del sistema. El progreso tecnocientí-fico, creado para eliminar los peligros de la naturaleza, hagenerado sus propios riesgos y parece que él mismo, en sucarrera por hacerlos desaparecer, no consigue sino aumentar-los. El acercamiento al concepto de riesgo se puede hacer desde

diversas perspectivas, pudiendo destacarse tres grandes líneas:– En primer lugar, está el enfoque técnico. Sostiene una pers-

pectiva realista, desde la que se considera que el riesgo es una

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característica objetiva de las distintas actividades, susceptiblede ser calculado probabilísticamente de manera aproximada,mediante la aplicación de una fórmula (el riesgo es igual alproducto de la probabilidad multiplicada por la magnitud deldaño). Con ello se pretende obtener criterios de aceptabilidadde riesgos, al establecer comparaciones entre ellos. Este plan-teamiento, a pesar de resultar el más relevante en la actuali-dad, no carece de dificultades importantes: la determinacióntanto de la probabilidad como de la magnitud del daño es muyproblemática. Por otro lado, este enfoque resulta en últimainstancia muy simplista, pretendiendo solventar toda la pro-blemática del riesgo a una tarea de información objetiva ycientífica que contrarresta los miedos irracionales de lapoblación.

– En segundo lugar, está el enfoque psicológico, que trata desubsanar la insuficiencia del planteamiento anterior, al cualcomplementa. Hay que partir precisamente de la discrepanciaexistente entre lo definido técnicamente como riesgo acepta-ble y lo que las personas están dispuestas a aceptar en reali-dad. Se trataría por tanto de descubrir las variables que influ-yen en la percepción subjetiva del riesgo, que, repetimos, noconcuerda habitualmente con la objetiva. Los resultados deestas investigaciones permiten establecer, por ejemplo, quelos riesgos se aceptan mejor si son voluntariamente asumidos,si están sometidos al control del propio sujeto, si están vincu-lados a tecnologías tradicionales, si su daño posible se alejatanto en el tiempo como en el espacio, si el daño consecuen-te es reversible, reparable o compensable, etcétera.

– En tercer lugar, está el enfoque sociológico. Desde él, el ries-go no es concebido como una característica objetiva de la rea-lidad ni como una propiedad subjetivamente adscrita por elindividuo, sino como una construcción de carácter social, quedepende de determinadas condiciones socioculturales y queejercen a su vez una función dentro de la estructura de lasociedad. La noción de riesgo se elabora culturalmente, locual hace que cada contexto social considere la gravedad de

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determinadas situaciones e ignore otras. Es aquí donde apare-ce con toda su fuerza el papel de la llamada opinión públicay la necesaria dimensión moral y política que tiene la cuestióndel riesgo en nuestra sociedad: se trata, en el fondo, de deter-minar los niveles de vida aceptables, deseables y justos paraque una comunidad política decida. Desde esta última perspectiva, no es posible distinguir real-

mente entre riesgos y percepciones de riesgos. No hay una res-puesta técnica definitiva sobre el riesgo, pues el experto sóloaporta información fáctica o cálculo matemático, pero no podrádeterminar qué riesgo es socialmente asumible. No es cierto quefrente a la determinación racional y científica del riesgo seencuentra la percepción irracional y social del mismo. La pers-pectiva sociológica dispone también de su propia consistencia,contrapuesta en ocasiones a la científica. Es necesario, en con-secuencia, articular ambas.

Aunque por todo lo dicho resulte en la práctica muy compli-cada, analíticamente podemos establecer una diferencia entre,por un lado, análisis o evaluación (es decir, identificación yvaloración) de riesgos y, por otro, la gestión de los mismos. Yadesde el primer momento, y teniendo en cuenta lo constatadohasta ahora –es decir, que el riesgo es inevitable en nuestro con-texto social y que su reconocimiento, estimación y aceptabilidades una construcción social–, hay que afirmar que el reto funda-mental que se plantea es el de la participación pública en la tomade decisiones entre las distintas posibilidades de riesgo, en lacuestión del intercambio de riesgos (mediante desplazamiento,sustitución, transferencia y transformación de los mismos), algoa lo que estamos muy acostumbrados en todos los órdenes de lavida (tomar un medicamento para superar una dolencia suponeasumir sus efectos secundarios; optar por la energía nuclear paracumplir con los acuerdos de Kioto significa arrostrar el riesgo deaccidentes nucleares o la convivencia con residuos radioactivosdurante muchas generaciones).

También es importante constatar que, dado que resulta ilusopensar en su supresión total, la distribución de riesgos de un

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modo justo y equitativo se nos aparece como uno de los grandesretos de la gestión de los mismos. Si hasta ahora la reflexiónética de carácter social se centraba en el cómo se distribuían lasriquezas, ahora hay que completar esa reflexión con la del cómose reparten los riesgos e incluso los males y, consecuentemente,las compensaciones que han de acompañarlos.

De esta constatación de la necesidad de la gestión pública delriesgo se derivan al menos tres claras consecuencias: participa-ción, prudencia y control.– Por un lado, si no hay fundamento para la actitud tecnocráti-

ca, si nadie tiene conocimientos adecuados para diseñar elfuturo, hace falta una participación intensa por parte de todoslos ciudadanos en la toma de decisiones, es necesaria una pro-fundización en la democracia.

– Por otro lado, si el futuro es imprevisible, si el riesgo es undato particularmente relevante de nuestra realidad, se hacemás necesaria todavía la virtud de la prudencia, la sabiduríapráctica que nos ayude a tomar las decisiones más adecuadas.

– Pero, en tercer lugar, es necesario ejercer un control efectivosobre las decisiones al menos en tres niveles: el autocontrolde la comunidad tecnocientífica, el control político que ha deresponder cada vez más al reto de la globalización con legis-lación de ámbito internacional y, finalmente, el control socialde los dos niveles anteriores a cargo de los ciudadanos.

2. La “justicia ecológica” como concepto básico

La justicia ecológica o ecojusticia es un término que –juntocon otros, como ecologismo de los pobres, justicia ambiental,etcétera– pretende, en el amplio espectro de las corrientes con-temporáneas de las éticas ecológicas, destacar las vinculacionesentre los problemas ecológicos y la justicia social.

Esta tendencia parte de la crítica a otros planteamientos eco-logistas, a los que se achaca por un lado, su olvido de la justiciasocial y, por otro, su consideración estrictamente técnica, y nomoral, de los problemas prácticos y políticos vinculados con la

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naturaleza. Desde perspectivas basadas en conceptos diversoscomo la clase social (ecosocialismo), el militarismo (ecopacifis-mo), el género (ecofeminismo), la etnia (justicia ambiental) o ladesigualdad económica del tercer mundo (ecologismo de lospobres) se elaboran nuevos modos de entender la relación entrelos seres humanos y la naturaleza. Ningún proyecto de éticaecológica puede pasar por alto el hecho de la injusticia y lasdesigualdades sociales. Este dato es una premisa de todo acer-

camiento a la realidadnatural. La ampliacióndel concepto de justicia almedio ambiente no puederealizarse obviando lajusticia social.

Las cuestiones referen-tes a los derechos huma-nos se nos aparecen asícomo indefectiblemente

vinculadas a las medioambientales. Todos los seres humanoshan de tener semejantes y equitativos derechos a la protecciónfrente a la contaminación, al acceso a los recursos naturales o,en el caso que nos ocupa, a la seguridad ante los riesgos decatástrofes naturales. Por un lado, el medio ambiente sano posi-bilita derechos humanos básicos como el de la vida, la salud o eldesarrollo. Por otro, las medidas de protección medioambientaltienen en última instancia su garantía de realización en la corre-lativa protección de los derechos humanos básicos, especial-mente de los más débiles y vulnerables. Por último, todo esto es,a su vez, posiblemente el mejor modo de proteger el derecho delas generaciones futuras a recibir en herencia un planeta habita-ble.

Aplicado a nuestro caso, el concepto de justicia ecológica esespecialmente relevante y adecuado por varias razones: – Porque parte de una constatación difícilmente rebatible: las

catástrofes naturales afectan de manera muy distinta a los paí-ses ricos y a los empobrecidos y, dentro de ellos, a las clases

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Ningún proyecto de ética puede pasarpor alto el hecho de la injusticia

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más acomodadas y poderosas, por un lado y a las más popu-lares y débiles, por otro3.

– Porque subraya una idea sobre la que volveremos más tarde:las así llamadas catástrofes naturales han de ser progresiva-mente dejadas de considerarse como tales, ya que están con-dicionadas seriamente por actuaciones y comportamientoshumanos4 en distintos momentos: en su generación, en su pre-vención y, lógica y evidentemente, en la respuesta hacia losmales provocados.

– Porque abre la perspectiva de unas relaciones humanas justas:propugna una justicia distributiva más equitativa, que signifi-ca que los efectos de las catástrofes naturales deben ser mejorrepartidos. Esto, en concreto, quiere decir, por un lado, quehan de ser quienes las provocan los sujetos que han de asumirfundamentalmente sus consecuencias (cosa que no ocurre enla actualidad) y, por otro, que han de estar más igualitaria-mente distribuidos entre todos los habitantes del planeta y nomayoritariamente soportados por los más pobres (como es elcaso en las catástrofes contemporáneas). Y también, conse-cuentemente y en la medida en que lo anterior no es posible,apunta a una justicia reparadora: si los daños no pueden sermejor repartidos, han de serlo al menos los costos generadospor los mismos, siguiendo homólogos criterios a los apunta-dos en la dimensión distributiva: han de ser asumidos porquienes los provocan (aunque no los padezcan) y con unaaportación mayor por parte de quienes más tienen, rompien-do las espirales de empobrecimiento de los grupos socialesmás vulnerables.

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__________3 Los países ricos sufren más en términos económicos absolutos (pierden más porque tienen más) pero

no en relativos (menos proporción de su riqueza global) y mucho menos en vidas humanas: albergan el15% de la población expuesta a riesgos naturales y sólo sufren el 1,8 % de la mortandad por dichacausa. Por otro lado, en la comparación entre grupos sociales dentro de un mismo país, en la catástrofedel Katrina se ha comprobado meridianamente que las clases más pobres y débiles han sido manifies-tamente más damnificadas.

4 Evidentemente, cuando nos referimos a las vinculaciones entre las acciones humanas y los desastresnaturales excluimos esa vinculación establecida por un peligroso pensamiento mágico, pseudoteológi-co, que afirma que las catástrofes son castigos divinos que merecemos por nuestros pecados.

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3. Las catástrofes naturales como provocaciones éticas

Normalmente, la aparición de un desastre natural provoca, enquienes tenemos conocimiento del mismo, un natural sentimien-to de compasión y dolor por quienes sufren sus efectos y, enalgunas ocasiones, ciertas actitudes altruistas que conllevan ladonación de alguna cantidad económica o de ciertos bienes dis-ponibles para colaborar a paliar los peores efectos del mismo.En sí misma, por tanto, la catástrofe natural es, para muchos denosotros, una provocación ética, un estímulo al que responde-mos con determinados comportamientos morales.

Sin embargo, ahora pretendemos profundizar un poco más enel significado ético de los desastres naturales y en los retos queconsecuentemente nos plantean como seres humanos. Para ello,distinguiremos tres momentos distintos, analíticamente almenos diferenciables, aunque entremezclados en varias ocasio-nes en la realidad: el momento de causación, el momento de pre-vención y el momento de reparación. En cada uno de ellos nosfijaremos en algunas circunstancias o condiciones especialmen-te significativas desde el punto de vista ético, aunque en sí mis-mas puedan ser de origen diverso (económico, social, político...).

a) Los retos de la generación

Nos encontramos, en este punto, ante un par de cuestionespolémicas y controvertidas, que han de ser consideradas yadesde el principio:– La primera es que cada vez va tomando más cuerpo entre los

expertos una idea en principio novedosa e incluso paradójica:las catástrofes naturales lo son cada vez menos, pues se venprovocadas –directa o indirectamente– por la actuación de losseres humanos5. Este “cada vez menos” significa básicamen-

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__________5 El informe del PNUD citado en la bibliografía afirma, por ejemplo, que los desastres naturales se

encuentran íntimamente ligados a los procesos de desarrollo no solamente en el sentido evidente de quelos desastres ponen en peligro el desarrollo sino también que las decisiones en materia de desarrollopueden llegar a generar dichas catástrofes.

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te dos cosas: por un lado, que progresivamente, se va tenien-do la convicción de que hay pocos fenómenos propia o exclu-sivamente “naturales” que provocan catástrofes: sí parece quelo son las erupciones volcánicas o los seísmos, pues aconte-cen sin influencia humana6, pero no determinadas sequías oinundaciones vinculadas al calentamiento del planeta o alcambio climático, en los que la intervención humana es prác-ticamente una evidencia. Por otro lado, “cada vez menos”quiere también decir que los daños que se provocan en las lla-madas catástrofes naturales dependen progresivamentemenos del fenómeno natural causante inmediato y correlati-vamente cada vez más de la actuación humana precedente,simultánea o consecuente al mismo. Las catástrofes naturalesson, a la vez, catástrofes históricas (artificiales, humanas). Noes correcto hablar tanto de desastres naturales, cuando en rea-lidad los males proceden más de gestiones desastrosas porparte de los humanos.

– La segunda, directamente vinculada a la anterior es la cues-tión de que el mismo concepto de “catástrofe o desastre natu-ral” es todo, precisamente, menos natural u objetivo. Laexplicación es evidente, pero no por ello ingenua o pocovaliosa, sino todo lo contrario. Somos los humanos los quedamos a un determinado acontecimiento la consideración de“catástrofe natural” y lo hacemos desde unos determinadoscriterios que no son –como ya hemos visto al hablar de la“sociedad del riesgo”– ni exclusivamente objetivos ni, com-plementariamente, subjetivos sino “culturales”: las catástro-fes naturales son, paradójica pero realmente, construccionessociales. De hecho, siendo objetivamente lo mismo dos fenó-

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__________6 Incluso en este punto surgen entre los vulcanólogos y los geólogos hipótesis que vinculan actividad

humana con movimientos telúricos. Así, por ejemplo, se apunta que las lluvias monzónicas del sudes-te asiático provocan, por efecto de la tala abusiva de los bosques, una erosión de tierras tan importanteque, a largo plazo, el este asiático tiende a subir, a flotar más, la península anatólica a bajar, a hundirseun poco más y el subsuelo se desplaza hacia el mediterráneo, donde, consecuentemente, los volcanescobran mayor actividad. Frente a estas hipótesis hay que mantener una actitud crítica, para evitar caeren milenarismos de supuesta base científica.

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menos naturales (sean éstos sequías, inundaciones, tifones oterremotos) curiosamente solamente uno de ellos recibirá elcalificativo de “catástrofe o desastre natural”: aquél que hayaprovocado efectos graves o devastadores en los humanos, enel desarrollo normal de sus vidas y en lo que ellos valorancomo importante.Teniendo lo anterior en cuenta, ¿qué retos éticos nos provoca

la generación de las catástrofes naturales?– El reto del consumismo desbocado: aunque los ciudadanos de

Occidente, del Norte enriquecido, nos resistamos a ello contodas nuestras fuerzas, no podemos menos que rendirnos antela evidencia de que nuestro consumo desenfrenado y nuestrodespilfarro exagerado de recursos naturales básicos y limita-dos (energía, alimentos, minerales...) es, si bien no en exclu-sividad, una causa o factor importante de la generación dedesastres naturales. Hay una sólida lógica que une consumocon deterioro ambiental y, posteriormente, con catástrofe na-tural. Cuando utilizamos nuestro vehículo particular de mane-ra exagerada (y lo es casi siempre) su motor emite gases decombustión perjudiciales para el medio ambiente, causantesde calentamiento de la atmósfera que, a su vez, provoca fenó-menos atmosféricos que originan desastres naturales. Lomismo podemos decir de los procesos industriales que elabo-ran la ingente cantidad y variedad de productos que consumi-mos vorazmente. Los ejemplos podrían extenderse casi inter-minablemente.

– El reto de las relaciones económico-comerciales desequili-bradas: hay diversas circunstancias en las actuales relacionescomerciales a nivel mundial que inciden en el empobreci-miento de los llamados países del Sur y en el deterioro de sumedio ambiente, que consecuentemente se nos presenta comocausante de catástrofes naturales. Nos referimos, por ejemplo,al diferencial existente entre el precio de compra de las mate-rias primas extraídas en los países del Sur y el precio de ventaa los mismos de los productos manufacturados elaborados enlos países del Norte, o a las políticas extractivas y productivas

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de las corporaciones transnacionales en los países llamados“emergentes” o, también, a la existencia de la deuda externa7.Si tomamos esta última como ilustración, podemos compro-bar que la obligación de pago de la misma lleva a muchos paí-ses a la sobreexplotación de sus recursos naturales, por ejem-plo a la desaparición de bosques, bien para la extracción demadera, bien para su conversión en tierras de labranza o pas-tizales para ex-p l o t a c i o n e sintensivas; todoello hace másvulnerable latierra a laacción erosivade lluvias yvientos, provo-cando la desaparición del terreno fértil y llegando a efectosevidentes de desertificación, que están en el origen (si no loson ya por sí mismos) de varias posibles catástrofes naturales.

– El reto del belicismo: aunque nos olvidamos de ello con fre-cuencia, las guerras son también causa de graves deteriorosmedioambientales, que están a su vez en la base de algunosfenómenos naturales provocadores de desastres naturales.Los conflictos armados, además, son muchas veces generadoso están íntimamente ligados a problemas o cuestiones am-bientales (control de recursos básicos escasos, como el agua,por ejemplo) con lo que el círculo infernal acaba cerrándosey retroalimentándose. Por otro lado, y vinculado con lo vistoen el reto anterior, la necesidad de pertrecharse adecuada-mente mediante la adquisición de armamento lleva a muchos

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__________7 En el caso del tsunami del Índico quedó evidenciado otro tipo de relación inadecuada entre el Norte y

el Sur: la industria del turismo. Los países pobres no solamente ayudan a vivir bien a los ricos ofre-ciéndoles sus materias primas, sino también lugares de turismo paradisíaco a precios asequibles. Porotro lado, la injusticia se manifiesta claramente también en los medios de comunicación; por seguir conel ejemplo, ¿habría tenido la repercusión mediática que alcanzó el desastre del tsunami de no habersevisto afectados decenas de miles de ciudadanos occidentales?

La deuda externa lleva a muchos países

a la sobreexplotación de sus recursos naturales

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países a sobreexplotar sus recursos, al tiempo que desvía unaingente cantidad de dinero a una actividad socialmente tanpoco productiva frente a otras como la educación, la sanidado la conservación del propio medio ambiente8. En definitiva, detrás de los desastres naturales podemos com-

probar como una evidencia la presencia de actuaciones humanasinadecuadas que provocan, posibilitan o amplían su propia exis-tencia hasta el punto de dejar de ser considerados naturales (almenos en su acepción de ajenos a la intervención humana).

b) Los retos de la prevención

Este apartado convendría iniciarlo recordando lo que se hadicho en el inmediatamente precedente, pues impedir o al menosreducir al máximo posible el que se produzcan desastres naturalesmediante la desaparición de las causas (o al menos concausas) quelos generan es la primera y más importante tarea de la prevención.

Dicho esto en primer lugar, sin embargo hay todavía bastanteterreno que recorrer en el ámbito de la prevención de catástrofesnaturales. Como respuesta inmediata y completa estaría la de lanecesidad de disponer de planes integrales de prevención decatástrofes naturales, que englobarían todas las medidas, dediversa índole (técnica, educativa, administrativa, social, sanita-ria, etcétera) que contribuyen a evitar o aminorar estos dramáti-cos sucesos. Sin entrar en detalle, nos vamos a fijar solamenteen cuatro aspectos especialmente significativos:– El reto de evitar determinadas prácticas que coadyuvan a que

se produzca una catástrofe natural (precisamente porque,como ya hemos repetido, no son tan exclusivamente “natura-les” como indica su nombre) o que amplían significativamen-

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__________8 Especialmente llamativo resulta el caso de USA, superpotencia militar, donde las prioridades bélicas de

la Administración Bush (Guerra de Irak y seguridad interior antiterrorista) provocaron el recorte presu-puestario que impidió el reforzamiento de los diques de Nueva Orleans, a pesar de que la AgenciaFederal para la Coordinación de Emergencias (FEMA) había considerado ya en 2001 que la inundaciónde la ciudad de Luisiana como consecuencia de un ciclón era una de las tres megacatástrofes más pro-bables en el futuro cercano en USA, junto a un seísmo en California (el temido Big One) y un ataqueterrorista en Manhattan.

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te sus resultados desgraciados: por ejemplo, asentamientoshumanos en lugares inadecuados9 como laderas inestables,cauces naturales de agua, orillas del mar, etcétera.

– El reto de ejecutar determinadas prácticas de ingeniería queevitan o aminoran los efectos de un fenómeno natural, lle-gando a desarrollarse éste sin que adquiera la condición decatástrofe: diques de contención, estructuras sismorresisten-tes en los edificios...

– El reto de disponer de sistemas técnicos adecuados: de pre-dicción de posibles fenómenos naturales susceptibles de con-vertirse en catástrofes, de detección inmediata en el momen-to en que efectivamente se produzcan, de seguimiento de suevolución permanente y progresivamente, de alarma para laspoblaciones afectadas10.

– Por último, el reto de disponer (y ejecutar, llegado el caso)planes de emergencia, con medidas de diverso tipo, incluyen-do, por supuesto, la evacuación de las personas.Como se puede comprobar, esta pequeña relación de desafíos

en la prevención, a pesar de su carácter propiamente técnico,puede ser entendida como un desglose ilustrativo de un reto sub-yacente que emerge recurrente y poderosamente a lo largo deestas páginas: el reto, en principio económico, pero evidentemen-te ético de la pobreza y de la gestión y asignación de recursos11.

No queremos terminar este apartado sin referirnos a un hechosignificativo, en la medida en que responde a una constataciónreal: hay desastres naturales que son instintivamente presentidoso detectados por los animales, lo que hace que, en la medida en

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__________9 Cuarenta de la cincuenta ciudades del mundo con mayor crecimiento poblacional están asentadas en

zonas sísmicas inseguras. 10 En el pasado tsunami del Índico, los países afectados carecían de un sistema de este tipo, existente

como red compartida por otros países más desarrollados del entorno. Curiosamente disponían de infra-estructuras turísticas de lujo para los extranjeros y carecían de sistemas de prevención de catástrofespara toda la población.

11 En estos momentos, el Primer Mundo dispone de recursos suficientes para minimizar de manera sig-nificativa las consecuencias de las catástrofes (por ejemplo, se dice que un terremoto como el de ElSalvador, en el 2001, que produjo más de mil víctimas, no habría provocado una decena en un paíscomo Suiza). ¿No es una obligación ética transferir estas posibilidades técnicas a los países pobres?

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que estén en condiciones de responder adecuadamente según suinstinto, les lleva a ponerse a salvo. Los humanos hemos perdi-do, al parecer, esa capacidad y tampoco nos movemos por ins-tinto. Todo ello lo hemos sustituido por unas capacidades racio-nales que nos permiten rodearnos de instrumentos que cubrannuestra necesidades (esto es lo que, globalmente llamamos “cul-tura”). ¿Somos tan “racionales” o “cultos” como pensamos, fren-te a los animales, si no llegamos a desarrollar todos estos meca-nismos (sociales, técnicos, etc.) y, consecuentemente , nos volve-mos más vulnerables que ellos a los posibles desastres naturales?

c) Los retos de la reparación

Llegamos al último de los momentos, el de la reparación, elmás importante y al que prestamos habitualmente más atención.Incluso podríamos decir que es todavía el único que se tiene encuenta, olvidando los dos anteriores (causación y prevención),que, de haber sido adecuadamente considerados, no demanda-rían una intervención tan significativa en este tercer momento.

Son nuevamente varios los retos éticos que se nos plantean enesta ocasión. Vamos a fijarnos solamente en algunos, especial-mente significativos:– El reto de la intervención urgente: cuando ocurre una desgra-

cia de grandes dimensiones, aún más que en los accidentes demenor consideración, la rapidez en la respuesta es inversa-mente proporcional al volumen definitivo de la tragedia.Cuanto con mayor celeridad se interviene en los distintos fren-tes de actuación, el número de víctimas se ve sensiblementereducido. Las víctimas aumentan exponencialmente en lamedida en que se retrasan las actuaciones: a la lista de los ini-cialmente muertos por la catástrofe hay que añadir a continua-ción los heridos no atendidos o rescatados, los enfermados porcólera o tifus por la falta de condiciones higiénicas (putrefac-ción de cadáveres, consumo de agua no potable...), los afec-tados por el hambre y la falta de abrigo o cobijo, etcétera.

– El reto de la atención equitativa: cuando acontece una catás-trofe natural es difícil –pero de justicia– sustraerse a los

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mecanismos de desigualdad instalados en nuestras sociedades.Los más poderosos reciben antes y mejor la atención necesa-ria: los ricos frente a los pobres, los hombres frente a las muje-res, los adultos frente a los niños, la mayoría dominante fren-te a la minoría marginal. En pocas ocasiones como en éstaspodemos comprobar lo lejos que estamos de los criterios dejusticia como equidad planteados por la ética contemporánea.

– El reto de la injerencia respetuosa: la, en principio, deseable ynecesaria intervención de la comunidad internacional en ayudadel país afectado por un desastre natural no está exenta deambigüedades y problemas que pueden llegar a hacerla inclu-so contraproducente o indeseable. La intervención difícilmen-te puede hacerse sin la solicitud y permiso expreso de las auto-ridades locales y mucho menos contra su voluntad. Tampoco,por supuesto, ha de servir para generar dependencias sinopara restituir la autonomía de la población afectada. Por últi-mo ha de ser proporcionada, eficaz y no autocomplaciente12.

– El reto de la rectitud: en momentos especialmente dramáticos,como una catástrofe natural, es cuando determinados com-portamientos y actitudes humanas inmorales resultan espe-cialmente intolerables, pero por desgracia, son excesivamen-te frecuentes. Así, suele ser habitual aprovechar el caos querodea un desastre de gran magnitud para realizar actos delic-tivos (robos, saqueos, ajustes de cuentas...), para castigarindirecta pero eficazmente al enemigo (político o militar)13;para enriquecerse privadamente mediante la gestión de laayuda, la venta de artículos necesarios a precios abusivos o la

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__________12 En el caso del tsunami, las ayudas prometidas resultaron ridículas respecto a las necesidades, lo que

intentó corregirse posteriormente en la reunión de Yakarta (con las consecuentes dudas de si no setransferirán allí cantidades asignadas inicialmente a otras emergencias). Además, este tipo de ayudascomportan a veces un mensaje subliminal paradójico: Occidente, responsable al menos parcial de lasituación de pobreza de los países afectados, aparece como el salvador de los mismos, con su inter-vención tras las catástrofes.

13 Por suerte, se han producido también comportamientos en sentido contrario, de carácter positivo (aun-que no carentes también de ambigüedad). Por ejemplo, el acuerdo entre la guerrilla independentistade Aceh y el gobierno indonesio, tras el tsunami que asoló la zona.

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adquisición de bienes (tierras, viviendas...) a bajo costo a per-sonas necesitadas; para firmar rentabilísimos contratos dereconstrucción; para camuflar operaciones económicasinconfesables bajo el inocente epígrafe de “ayuda humanita-ria de emergencia”, etcétera. Comportarse con integridad,honestidad y rectitud en medio de un desastre natural puedeser difícil pero también especialmente necesario.

– El reto de la perseverancia: cuando ocurre una catástrofe natu-ral nuestra conciencia se ve inmediatamente sacudida y tende-mos a responder con cierta rapidez y generosidad a las solici-tudes de ayuda. Sin embargo, tanto personal como colectiva-mente, los ciudadanos y los estados tenemos una memoriamuy débil y pronto olvidamos lo acontecido, por muy gravesque sean las dimensiones del suceso. Los medios de comuni-cación contribuyen a esta amnesia inmediata al perder actuali-dad la noticia, absorbida por la novedad de otros aconteci-mientos que reclaman la atención del público. Sin embargo, apesar de desaparecer de los noticiarios y de la prensa, los efec-tos devastadores de las catástrofes naturales duran muchosmeses, incluso años, demandando una intervención continua-da, perseverante y adaptada a las nuevas circunstancias.

4. A modo de conclusiones

Nos hemos acercado, acompañados por los conceptos de“sociedad del riesgo” y “justicia ecológica”, al fenómeno de lascatástrofes naturales desde una perspectiva peculiar: la quebusca las vinculaciones entre las actuaciones humanas y dichosfenómenos, sobre todo en lo que tienen de generadores de efec-tos que convierten a los propios humanos en afectados principa-les. Una aproximación así formulada no podía menos que estarmarcada por un interés eminentemente ético: ¿qué desafíos mo-rales nos provocan estos desastres que periódicamente azotan ala población de distintos lugares de nuestro planeta? Sin quererser exhaustivos hemos llegado a identificar una docena de ellosque, por debajo de su plural y diversa apariencia externa (de

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carácter económico, técnico, político, cultural, etcétera) tiene encomún la demanda de un criterio de equidad. Por ello hemosplanteado como adecuado el enmarque de los fenómenos natura-les y las problemáticas que les acompañan bajo el epígrafe de jus-ticia ecológica. Hemos comprobado someramente la necesidadde una mayor justicia en nuestros comportamientos (generado-res, preventivos o paliativos) ante los desastres naturales, entreotras cosas porque los seres humanos somos escandalosamentediferentes entre nosotros con respecto a ellos en diversos as-

pectos: algunos cola-boramos en su pro-ducción y otros lospadecen; mientrasalgunos disponen derecursos económicos,técnicos y de gestiónadecuados para suprevención otros ca-

recen absolutamente de ellos; incluso quienes los sufren (seanpersonas concretas, grupos sociales o países) no lo hacen delmismo modo, mostrándose llamativas divergencias. En definiti-va, los desastres naturales se nos presentan como momentos pri-vilegiados para conocer la realidad, son una reveladora radio-grafía de nuestro mundo, en la que a través del dramatismo y lamagnitud de los acontecimientos se desvelan las tremendas injus-ticias que preceden, acompañan y sobreviven a las catástrofes.

Para superar este panorama, cabe concluir que debemos afron-tar, tanto individual como colectivamente, en cuanto ciudadanosparticulares, organizaciones del tejido social o como estados enel (des-)concierto internacional, tres retos éticos sintetizadores yenglobantes de los aparecidos en las páginas precedentes:– En primer lugar, el reto de la responsabilidad: cuando se pro-

duce una catástrofe natural nos vemos inmediatamente inter-pelados por las víctimas de la misma que, desde su debilidad,su desvalimiento, su vida precaria –si no definitivamenteausente–, demandan de nosotros que asumamos nuestra res-

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Los desastres naturalesson una reveladoraradiografía del mundoen que vivimos

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ponsabilidad. ¿Qué tengo yo (rico, satisfecho, seguro) que vercon ellos (pobres, necesitados, en peligro)? ¿Por qué soy res-ponsable de su suerte si ni siquiera –pensamos erróneamente–he hecho nada para que se encuentren en esa situación? Laética de la alteridad, formulada principalmente por Levinas,nos indica que esta revelación del rostro del Otro interpela alYo (me interpela), cuestionando su autosuficiencia y recla-mando su responsabilidad. La fragilidad, la necesidad delotro, me pregunta, toma la iniciativa y yo me siento obligadoa responder a su requerimiento, instaurándose de ese modo lalibertad de hacerlo en un sentido u otro. Soy así responsabledel otro antes de haber elegido serlo. La responsabilidad levi-nasiana no es la de la ética tradicional europea –la de la libreasunción por mi parte y ante los otros de las consecuencias demis acciones– sino su radicalización: precede a mi iniciativa,soy responsable del otro sin haber hecho todavía nada, antesde hacerlo, incluso soy responsable de lo hecho por los queme han precedido. Soy responsable del otro sin haber pedidoserlo y antes de todo compromiso libre por mi parte. Esta res-ponsabilidad no puede ser eludida porque, primero, no es ini-ciativa mía, sino del otro y, segundo, porque es ella la que meconstituye en mi singularidad de sujeto libre para responder.Decididamente, la responsabilidad precede a la libertad. Laresponsabilidad es una pasividad radical, que llama a respon-der en la acción. Para nuestro autor, es el otro el que hace sur-gir en el yo la conciencia, que es ya de entrada moral, pues serasignado a la responsabilidad significa ser asignado a la bon-dad, ya que existe algo así como un fondo de humanidad, defraternidad universal, un acuerdo con el Bien anterior a laelección concreta entre el bien y el mal. Consecuentementecon lo dicho, la exigencia ética puede ser caracterizada comoradicalmente heterónoma. No surge originalmente del yo sinodel otro que me interpela y obliga. Hay una obediencia que seimpone, previa a todo mandato concreto, previa incluso a laobligación universal kantiana del cumplimiento de la ley. Esla obligación ante el otro, el servicio gratuito a él. Ésta es la

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universalidad primera: que cada ser humano es asignado a laresponsabilidad para con el otro.

– En segundo lugar, el reto de la justicia: los desastres natura-les están vinculados a injusticias de carácter estructural que esnecesario abordar. Incluso si rechazamos el radicalismo deLevinas, no podemos menos que reconocer que sí hemoshecho algo previamente a que acontezcan algunos desastresnaturales y que tiene una relación con ellos. Los ciudadanosdel llamado Primer Mundo llevamos un estilo de vida insos-tenible, generador de gravísimos problemas ambientales quese encuentran en la base de varias modalidades de catástrofenatural. Además, precisamente por su insostenibilidad, es unestilo de vida no universalizable. No es viable un mundocomo el nuestro, de más de seis mil millones de habitantes, enel que todos consumieran lo mismo que nosotros o accedie-ran a nuestros mismos niveles de bienestar (que no “bien-ser”), pues el planeta no lo soportaría. Y como decía IgnacioEllacuría, un estilo de vida no universalizable, no es justo. Sino todos pueden hacerlo –y no podrían aunque quisiéramos,no es una cuestión de voluntad, sino de imposibilidad física–¿por qué nosotros vivimos así y además lo consideramos legí-timo? Además, esta supuesta inocencia que acompaña nues-tro modo de vida aparece fácilmente culpable cuando se com-prueba que éste se sostiene no sólo sobre una sobreexplota-ción de la naturaleza, sino sobre unas relaciones internacio-nales de carácter político, económico y cultural radicalmenteinjustas y desiguales. Por otro lado, estas reflexiones realiza-das en el marco de las desigualdades entre países, podríanextenderse del mismo modo a las que se puede comprobardentro de cada país, especialmente si es uno de esos queeufemísticamente llamamos en vías de desarrollo, cuando lecorresponde más propiamente el término de empobrecido.Como ya hemos repetido a lo largo de este texto en varias oca-siones, es necesaria una auténtica justicia entre humanos siqueremos enfrentarnos adecuadamente al riesgo de los desas-tres naturales. La gran pregunta ética es, posiblemente, cómo

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vamos a ser capaces de remodelar precisamente nuestro ethos,nuestros más arraigados hábitos y costumbres, tanto persona-les como sociales, para hacerlos verdaderamente justos.

– En tercer lugar, el reto de la solidaridad: ciertamente no seríapoco que los seres humanos mantuviéramos unas relacionesjustas entre nosotros, pero esto no sería suficiente para res-ponder adecuadamente a las catástrofes naturales. Cuandoéstas se producen, no basta con la ayuda que ofrecemos, queprocede de lo que nos sobra y de la que nos desprendemos sinapenas notarlo. Es necesario disponer de una actitud solidaria,que empatiza con las víctimas en su dolor y sufrimiento, quese hace una con ellas, que no da algo (mucho o poco, habi-tualmente más esto último) sino que se da a sí misma.Sintéticamente, pode-mos decir que la solida-ridad es un reconoci-miento práctico de laobligación que comoindividuos y sociedadestenemos hacia los queconsideramos nuestrossemejantes, especial-mente hacia los queentre ellos se encuentran en estado de necesidad. La solidari-dad no ha de ser entendida como algo voluntario, producto deun sentimiento moral elevado, pero no exigible universal-mente. La solidaridad es una exigencia ética con una dobleperspectiva personal y estructural: es una virtud personal y unprincipio ético de la vida social, que transforma tanto la vidade los individuos como la organización de la vida colectiva.Es precisamente la insistencia en alguna de las dos dimensio-nes de la solidaridad la que ha llevado bien a confundirla obien a oponerla a otras categorías éticas significativas. Por unlado, al destacar la dimensión objetiva, estructural, se ha iden-tificado a la solidaridad con la justicia y, por otro, al subrayarla dimensión personal, subjetiva, se la ha confundido con la

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La solidaridad es elmedio para realizar

la misericordia; y la justicia el fin

pretendido con ella

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misericordia y la caridad. Sin embargo, se ha destacado conclaridad que la solidaridad sale perdiendo en estas identifica-ciones, pero puede enriquecerse manteniendo una relación“mediadora” con la justicia y la misericordia. Por un lado, lasolidaridad se relaciona “por abajo” con la justicia, la presu-pone y la plenifica. Mientras que la justicia subraya la igual-dad simétrica, la solidaridad destaca el reconocimiento de ladiferencia, de la asimetría. Por otro, la solidaridad se relacio-na “por arriba” con la misericordia, es su presupuesto y sucomplemento. De forma sintética, podemos concluir que lamisericordia hacia el otro es el motivo de la actuación moral,la solidaridad, el medio empleado para realizarla y la justicia,el fin que se pretende con ella. Este dinamismo, siempreactuante y nunca plenamente realizado, expresaría al mismotiempo, por un lado, la diferencia y no identificación entre lostres conceptos y por otro, la íntima relación entre ellos, queposibilita su enriquecimiento progresivo14. Frente a la solida-ridad cerrada, excluyente, que es la gran tentación de las soli-daridades “sociológicas”, parece razonable pensar en la nece-sidad de una solidaridad abierta, inclusiva, no reductiva, queacoja a todo el ser humano (en sus diversos aspectos y dimen-siones constitutivas) y a todos y cada uno de los seres huma-nos. Es consecuentemente, una solidaridad justa, pues consi-dera a todos los seres humanos por igual, como portadores dela común dignidad, sin que ninguna diferencia (de raza, sexo,credo, ideología o condición) resulte negativamente discrimi-nadora. Pero, completando a la solidaridad descendente con-temporánea, ha de ser una solidaridad que tiene significativa-mente en cuenta las asimetrías realmente existentes y respon-de a ellas de manera compasiva, iniciando una praxis conse-cuente también asimétrica, pero en sentido inverso: los menos

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__________14 Desde esta propuesta es posible explicar cómo la justicia, por efecto de la solidaridad, va progresiva-

mente ampliando su terreno de actuación –basta con comprobar cuántos aspectos concretos de nues-tra vida social actual han sido hasta hace no mucho específicos de la misericordia individual o insti-tucional (las obras de beneficencia)–, sin que por ello llegue nunca efectivamente a hacerla innecesa-ria, pues siempre habrá ocasión de desbordar los límites de la justicia, cuya perfección es imposible.

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favorecidos por el sistema son los más favorecidos por lapráctica solidaria, en el camino hacia una realidad social enigualdad de condiciones para todos.Terminamos nuestro recorrido con el deseo de que gracias a

la responsabilidad, la justicia y la solidaridad haya menos desas-tres naturales en nuestro mundo y los que acontezcan puedan serconvenientemente gestionados. Sin lugar a dudas, esto sería unindicador certero del progreso moral de la humanidad.

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