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OCTUBRE 1990 i¿ Vi r.j-: , ' ' r.;-A H Wf'.Ki.j £/ m/to de/ automóvil M 1205 -9010 15,00 F

Revista - El Correo de La Unesco. 1990.10

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Revista - El Correo de La Unesco. 1990.10

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  • OCTUBRE 1990

    i Vi r.j-: , ' '

    r.;-A

    H Wf'.Ki.j

    / m/tode/ automvil

    M 1205 -9010 15,00 F

  • _lconfluencias Amigos lector, para esta SKcin "Confluencias", envennos una

    fotografa o una reproduccin de una pintura, una escultura o unconjunto arquitectnico que representen a sus ojos un cruzamientoo mestizaje creador entre varias culturas, o bien dos obras dedistinto origen cultural en las que perciban un parecido o unarelacin sorprendente. Remtannoslas junto con un comentario dedos o tres lneas firmado. Cada m publicaremos en una pginaentera una de esas contribuciones enviadas por los lectores.

    A PIE JUNTILLAS

    1990, grabado de la artistafrancesa Denise Fernandez

    Grundman.

    Con esta imagen la

    artista ha queridosimbolizar la entrada

    en la modernidad de

    una joven africana quedeja tras de s suscostumbres ancestrales.

    r

  • OCTUBRE 1990ESTE NUMERO

    Amigos lectores.

    La aventura ya no tiene unhorizonte geogrfico.

    Ya no hay continentesvrgenes, ni ocanosdesconocidos, ni islas

    misteriosas. Y, sin embargo,en muchos sentidos los

    pueblos son aun extraos losunos a los otros, y lascostumbres, las esperanzassecretas y las conviccionesntimas de cada uno de ellos

    siguen siendo ignoradas engran medida por los dems...

    Ulises ya no tiene pues unespacio fsico que recorrer.Pero hay una nueva odiseapor iniciar con urgencia: laexploracin de los mil y unpaisajes culturales, de lainfinita variedad de

    pensamientos y de sabidurasvivientes, en suma el

    descubrimiento de la

    multiplicidad del hombre.Esta es la odisea que les

    propone El Correo de laUnesco al ofrecerles cada

    mes un tema de inters

    universal, tratado porautores de nacionalidades,

    competencias y sensibilidadesdiferentes. Una travesa de la

    diversidad cultural del

    mundo cuya brjula sea ladignidad del Hombre detodas las latitudes.

    9EL MITO DEL AUTOMVIL

    UNA PASIN EXTRAVIADA

    por Jean-Francis Held 10

    LA VELOCIDAD, UN VERTIGO EMBRIAGADORpor Franoise Sagan 1 5

    NOSTALGIA

    por Mahmoud Hussein 16

    EL PRIMER FORD

    por John Steinbeck 20

    CONDUCIENDO EL DRAGON

    por Julio Cortzar 20

    LA REVOLUCIN DEL AUTOMVIL

    por Robert Braunschweig 22

    4Entrevista a

    CLAUDE

    LVI-STRAUSS

    41NOTICIAS

    BREVES 41

    UNA NUEVA SECCIN:

    LA MEMORIA

    DEL MUNDO

    La Convencin del

    Patrimonio Mundial:

    un instrumento originalpara una idea nueva 44

    Un patrimonio indivisiblepor Azedine Bexhaouch 45

    La (empaa internacionalde salvaguardiadel patrimonio mundialpor AbdelkaderBrahim Errahmam 46

    322 lugares del patrimoniomundial 48

    EL NUEVO CITROENpor Roland Barthes 24

    ANIVERSARIO

    La gran bibliotecadel rey Matas 49

    UN FLAGELO INDISPENSABLE27por Nicolas Langlois LOS LECTORES

    NOS ESCRIBEN 50SEX DRIVE

    por Stephen Bayley 30

    ARTE SOBRE RUEDAS

    por Mona F. Harris 31

    ESTADOS UNIDOS : UN SUEO

    HECHO REALIDAD, LOS "KUSTOM CARS" 32 Nuestra portada: Hispano(1986), escultura de broncepulido del artista suizoEmmanuel Zurini.

    Portada postErior: Cruces adistinto nivel en una autopistade California.

    EL AUTO ENTRA EN LA HISTORIA

    por Alvaro Casal Tatlock 36

    EL MUSEO RODANTE DEL URUGUAY 38

  • E N T Ei^^^H

    Claude Lvi-Strauss

    Usted es autor de una obra considerable por la que se interesa actualmente el mundo entero. A causa de su celebri

    dad, los que conocen su nombre son mucho ms numerososque los que conocen su obra. Por ello, pensando en el granpblico internacional que lee nuestra revista, es tentadorpara nosotros formularle algunas preguntas primordialesy simples sobre los momentos esenciales de su reflexin. Pero,en primer lugar, algunas palabras sobre su itinerario personal, sobre sus comienzos...

    A decir verdad, no empec a escribir muy temprano. Mitrayectoria ha sido un poco incierta. Despus de haber iniciado estudios de derecho, los abandon por la filosofa, dela que me apart para dedicarme primero a la sociologacomo profesor de sociologa fui a ensear a la Universidadde Sao Paulo, en Brasil y, por fin, a la etnografa. Fue slodurante la guerra, en circunstancias que estaba refugiado enlos Estados Unidos, cuando comenc a escribir. Doble

    trabajo. Por un lado, aprovech una parte de mis materialesde terreno sobre los nambicuaras, y, por otro, comenc mireflexin terica escribiendo Las estructuras elementales del

    parentesco.

    Esas primeras investigaciones tericas no estaban sin dudaexentas de inquietudes...

    Ms que de inquietudes, preferira hablar de incerti-'dumbres. Sera ms exacto. Mi pensamiento terico se orientaba entonces en una cierta direccin que slo poda entrever.Luego conoc en Estados Unidos, en 1942, al lingistaRoman Jakobson y descubr que esas ideas vagas existan,como un acervo doctrinario ya constituido, en lingsticaestructural. Ello me infundi confianza.

    Ensebamos los dos en aquella poca en la Escuela Librede Altos Estudios de Nueva York especie de universidad en el exilio fundada por sabios refugiados, franceseso de lengua francesa. Seguamos nuestros respectivos cursos. En la enseanza de Jakobson encontr los grandes principios de investigacin que necesitaba. Por su lado, l mealent e incluso me incit a explotar mejor mis cursos sobreel parentesco.

  • testro indiscutible de la antropoiogu

    mtempornea, a la que ha dado una nuevametodologa, el anlisis estructural,

    Claude Lvi-Strauss recuerda aqu su itinerariointelectual y se refiere a algunos

    Esos cursos que dieron lugar a un libro...S, a mi primer libro, que fue tambin mi tesis de docto

    rado de Estado, Las estructuras elementales del parentesco.

    Qu coincidencias encontr usted entre la lingstica deJakobson y los trabajos etnogrficos que usted realizaba enesa poca? Eran dos disciplinas muy diferentes...

    Las diferencias son enormes. Yo no procuraba de ningunamanera trasponer mecnicamente a la etnologa lo que hacala lingstica. Era ms bien una misma inspiracin de conjunto. Con una impresin muy clara, desde la partida, deque evidentemente no hablbamos de las mismas cosas y deque no podamos hablar de manera semejante de cosas diferentes. Pero la lingstica confirm dos puntos que, hastaentonces, no haban estado claros en mi espritu.

    El primero es que, para comprender fenmenos muycomplicados, es ms importante considerar las relacionesexistentes entre ellos que estudiar aisladamente cada uno deesos fenmenos. El segundo es la nocin de fonema, tal comola desarroll Jakobson. Los fonemas son sonidos diferen-ciables por ejemplo, e, t, q, a, b, c que no significan nada en s mismos. Pero la manera como se los combina

    para crear palabras es la que permite diferenciar los significados crio quieren decir nada pero sirven para diferenciar paso de caso.

    Esta idea me pareci sumamente fecunda. Una vez ms,no se trataba de comparar los hechos etnolgicos con fone

    mas realidades absolutamente diferentes. Pero cuando

    intentaba, por ejemplo, comprender la extraordinaria diversidad, aparentemente arbitraria, de las reglas relativas almatrimonio vigentes en una determinada sociedad, ya nome planteaba la pregunta que se haba formulado hastaentonces: qu quiere decir esta regla, aisladamente, dentrode esta sociedad? Consideraba, por el contrario, que la reglaen s no significaba nada, pero que la forma en que el conjunto de las reglas se combinan unas con otras, oponindoseo, a la inversa, yuxtaponindose, era un medio de expresarciertas significaciones. Dichas reglas servan, por ejemplo,para formular o para poner en vigor ciclos de intercambiosdentro del grupo social. Ciclos sociales que son significantesy que varan de una sociedad a otra.

    Para resumir este nuevo mtodo...

    Digamos que en toda sociedad humana hay conjuntos deprimer orden lenguaje, el parentesco, la religin, elderecho, y menciono solamente algunos. En una primerafase de la investigacin es tal vez bueno y prudente considerarlos como unidades separadas. Pero, en una segunda fase,hay que preguntarse qu relaciones pueden existir entre esasunidades de primer orden y las unidades, ms complejas, desegundo orden, que constituyen gracias a sus combinaciones.Se llega as progresivamente a la nocin de "hecho socialtotal" de que hablaba Marcel Mauss. Intervienen all diversasinterpretaciones, a la vez lingsticas, jurdicas, religiosas yde otro tipo.

    Pero eso ocurre dentro de una determinada sociedad tomada

    como totalidad...

    En una primera etapa, s. Pero se trata despus de entenderlos vnculos de correlacin y de oposicin que pueden existirentre sociedades vecinas o alejadas.

    Usted ha hablado de sociedades "calientes" y de sociedades"fras"para diferenciar las sociedades con voluntad histrica de las sociedades con vocacin esttica...

    Se trata de polos tericos. Todas las sociedades, en realidad,

  • se sitan en escalones intermedios. Las llamadas sociedades

    "primitivas" no lo son en absoluto. Su ideal es no cambiar,permanecer en el estado en que los dioses, en tiemposremotos, las crearon. Ahora bien, no lo logran: tambin ellasestn en la historia. Pero tienen una tendencia a neutralizar

    los cambios, a mantener un estado ideal que representan los mitos. Por el contrario, en las sociedades que he llamado "calientes", tratamos de definirnos oponindonos anuestros antepasados. Por consiguiente, el cambio es muchoms rpido. No slo conocemos la existencia de la historia,sino que quisiramos, con el conocimiento que tenemos denuestro pasado, reorientar el porvenir, legitimar o criticarla evolucin de nuestra sociedad. La historia, para nosotros,es un elemento de nuestra conciencia moral.

    Quiere usted precisar la nocin de mito, tal como ustedla presenta en su obra monumental Mitolgicas?

    Al principio, el mito es una nocin muy flexible. Paraun indio americano, el mito es una historia del tiempo enque los hombres y los animales no se diferenciaban. Esadefinicin me parece de una gran sabidura. Pues, pese a losesfuerzos realizados por la tradicin judeocristiana, ningunasituacin resulta ms trgica, para el corazn y el espritu,que la de un gnero humano que coexiste con otras especiesvivas, en una tierra cuyo disfrute comparten, sin podercomunicarse con ellas. Los mitos se niegan a considerar comooriginal esta tara de la creacin; ven en su aparicin el advenimiento inaugural de la condicin humana. El mito, a lainversa del mtodo cartesiano frente a un problema, se niegaa dividir la dificultad, no acepta jams una respuesta parcial, aspira a explicaciones que abarquen la totalidad de losfenmenos.

    He procurado, por mi parte, ver el papel que el mitodesempea en el pensamiento de los miembros de unasociedad. He tratado de captar su lgica interna antes deinterrogarme, en una segunda etapa, sobre su funcin social.En todas las ciencias se plantea un problema que podradefinirse, en trminos biolgicos, como la relacin entre laanatoma y la fisiologa, entre la manera en que un organismoest constituido y la manera en que funciona. Es cierto quelos mitos funcionan dentro de las sociedades

    Algunas obras de Claude Lvi-Strausstraducidas al espaol

    Estructuras elementales del parentesco;

    Tristes trpicos;

    Antropologa estructural;

    Polmica sobre el origen y la universalidad de la familia;La identidad;

    Mito y significado;La mirada distante;

    Alfarera celosa;

    Mitolgicas (4vols.).

    un papel. Pero antes de preguntarse cmo funcionan, es preciso saber cmo estn hechos, hay que conocer su anatoma. No habramos podido tener a Darwin si Cuvier no lohubiera precedido. Mis Mitolgicas correspondan a la etapade Cuvier: se trataba de hacer la anatoma de los mitos.

    Usted dio dos conferencias en la Unesco, con veinte aosde intervalo, la primera titulada "Raza e historia", lasegunda "Raza y cultura". Puede afirmarse que, de la unaa la otra, su principalpreocupacin ha sido reconciliarlanocin de progreso con elprincipio de relativismo cultural?

    La nocin de progreso implica la idea de que ciertas culturas son superiores a otras, en tiempos o en lugares determinados, y que unas han producido obras que las otrashabran sido incapaces de producir. De acuerdo con el rela-

    Un Indio dando la seal

    de ataque (hacia 1827)de J. B. Debret, reproducidoen el cartel de la exposicin

    "Las Americas de Lvl-

    Strauss" (Pars, octubre1989-abrll 1990).

    tivismo cultural, que es una de las bases de mi reflexinetnolgica, ningn criterio me permite decretar, de maneraabsoluta, que una cultura es superior a otra. Si hay culturasque "se mueven", en tanto que otras "no se mueven", noes en razn de la superioridad de las primeras sobre lassegundas. Es porque ciertas circunstancias histricas suscitan una colaboracin entre sociedades, no desiguales, sinodiferentes. Esas culturas se ponen entonces en movimientoimitndose u oponindose las unas a las otras; se fecundany se estimulan mutuamente. En otros periodos u otroslugares ocurre que algunas culturas permanecen aisladascomo mundos cerrados y que su vida es estacionaria.

  • Lafuncin del arte no es tambin diferente de una culturaa otra? En las sociedades que usted llama "fras" es mscolectiva.

    Ello se debe, creo, al hecho de que en ellas el arte estntimamente ligado a las creencias colectivas. El arte, en esassociedades, no persigue el disfrute particular de determinadosindividuos o de un grupo. Tiene una funcin, que es lograrla comunicacin entre la sociedad y un mundo sobrenaturalen el que creen todos sus miembros. El arte cumple all unafuncin indispensable para el grupo.

    Una funcin social...Social y religiosa. En la medida en que la religin y las

    creencias las comparten la totalidad del grupo, no es posibledisociar los dos aspectos.

    Esta funcin no existe en las sociedades "modernas".Creo que ello est esencialmente ligado a la desaparicin

    de una gran fe comn. Nuestras sociedades han perdido esacapacidad de tener una gran creencia colectiva, un granimpulso comn.

    No es sa una de las formas que adopta la ruptura entreel individuo y el mundo instaurada por la cultura occidental a travs de su propia historia?

    Al aislarlo del resto de la creacin, el individualismo

    occidental ha privado al hombre de proteccin. En cuantoel hombre cree que su poder es ilimitado, llega a destruirsea s mismo. En una forma ms insidiosa pero con consecuencias trgicas, esta vez, para toda la humanidad; piense en losproblemas del medio ambiente.

    Cmo juzga usted hoy el resultado de sus investigacionesen relacin con sus comienzos? Cmo ve usted el caminorecorrido?

    Tengo la impresin de haber hecho siempre lo mismo,procurando estudiar aspectos diferentes con el mismo enfoque. Haba empezado dedicndome a los problemas deorganizacin familiar y social. Luego, por un azar de circunstancias, pas a ocupar una ctedra de religin de lospueblos sin escritura en la Escuela Prctica de Altos Estudios. Me interes entonces por los hechos religiosos, en particular por la mitologa. Los problemas por resolver erantodava ms arduos que los del parentesco en elque ya se haba trabajado mucho, aunque no fuese, a mijuicio, de manera satisfactoria. Al margen de las viejasteoras extremadamente confusas, que todo el mundo reconoca como pasadas de moda, los mitos eran un campo deestudio todava casi virgen. Por cierto que la obra precursorade Georges Dumzil constituye una excepcin, pero slose ocupaba de la mitologa indoeuropea.

    Los problemas planteados por este nuevo trabajo eransimilares a los del precedente. As como las reglas para elmatrimonio en las distintas sociedades que haba estudiadoparecan arbitrarias, los mitos tambin resultaban incomprensibles, incluso absurdos. Ahora bien, cuando se comparanmitos de poblaciones diferentes, a veces muy alejadas, seadvierte que tienen rasgos en comn. Se trataba en mi caso,despus de haber intentado poner orden en el caos de lasreglas de parentesco y de matrimonio, de hacer otro tantocon el caos de la mitologa. E, inspirndome en principiosque haba definido desde la partida, de entender lo que losmitos queran decir.

    Este trabajo de vasto alcance me ocup durante veinticinco aos, a causa del enorme volumen de materiales quetuve que asimilar. La literatura etnogrfica contena uncmulo de mitos que los etnlogos, desde haca un siglo,haban recogido con una dedicacin admirable, transcribindolos posteriormente en un conjunto de publicaciones quenadie aprovechaba. Tena la impresin de encontrar all unmaterial aun ms rico que aquel de que disponamos respectode la antigua Grecia y la antigua Roma. "Hace dos mil aos,me deca, que los comentaristas estudian las creencias de losgriegos y los romanos, sin haber agotado el tema y encontrando sin cesar nuevas interpretaciones."

    Trat entonces de explotar el continente inexplorado delos documentos sobre las Americas del Norte y del Sur.Espero haber logrado mostrar cmo se construye el discursomitolgico de los indios americanos.

    Entrevista realizada por Manuel Osorlo, periodista peruano.

  • 4ff* lyt'^v

    .HEB

    TBO

  • KCadena de montaje en 1968.

    O es una casualidad que el automvil sea hoy en da el primero

    de los smbolos de la sociedad moderna. Se encuentra, a la vez, en el

    centro de su imaginacin y en el principio de su dinamismo industrial.

    Jalona en gran medida los ritmos de su vida econmica y determina

    tambin un vasto campo de normas, de prcticas y de comportamientos

    individuales y colectivos que han pasado a ser, para bien o para mal, rasgos

    caractersticos del siglo XX.

    Los grandes fabricantes de coches son tambin los faros del capitalismo.

    Daimler y Benz en Alemania, Citroen en Francia, Ford en Estados

    Unidos. La estandarizacin y la fabricacin en cadena, introducidas por

    este ltimo, iban a reducir su costo, permitiendo ofrecer este producto,

    que en un principio era un objeto de lujo, al consumo de las masas.

    Pero si la demanda ha respondido a la oferta y el automvil se ha

    convertido, en algunos decenios, en el motor de la economa de mercado,

    es porque satisface un conjunto de necesidades y de deseos, de exigencias

    y de fantasas, que definen muy bien el proyecto del individuo moderno:

    bsqueda de una libertad de movimientos personal, multiplicada por la

    potencia de un motor perfectamente controlado. El caballo ha quedado

    muy lejos...

    Una libertad dominada... Pero, puede ser perfecta la unin entre la

    industria y el sueo? No es una ilusin creer que el hombre puede

    vincular su libertad a la posesin de una mquina sin ser un da a su vez

    posedo por ella?

  • 10

    El automvil

    es un objetoanhelado quehace soar,

    pero el sueo,desvirtuado,se convierte

    en pesadilla...

    JEAN-FRANCIS HELD,

    periodista francs, es director

    de la redaccin de

    L Evnement du Jeudi

    desde su fundacin en 1984.

    Es autor de numerosas obras

    de ficcin y de ensayos,de ios cuales varios

    consagrados al fenmeno delautomvil en la sociedad.

    Una pasin extraviadaPOR JEAN-FRANCIS HELD

    J_N Enrique V de Shakespeare, el Delfn deFrancia, un imbcil vanidoso, profiere, la vsperade la batalla de Azincourt, una sarta de desvariossobre su corcel: "Salta sobre la tierra... Cuando

    lo monto me remonto, soy un halcn." Y agrega:"Mi caballo es mi amada..."

    A primera vista puede parecer sorprendenteesta alusin a un caballo para iniciar un artculosobre los caballos de vapor y que nos remitamosa la Guerra de los Cien Aos para analizar lamodernidad, pero nada ms normal si se tiene encuenta que la velocidad ha sido siempre una delas obsesiones del hombre, sobre todo del machoansioso de prolongar sus piernecillas gracias a lasbotas de siete leguas. Devorar el espacio terrestre,desde los carros de Faran hasta La diligencia deJohn Ford, es una pretensin inmemorial. Laletana shakespeariana del delfn loco por sucaballo se sigue salmodiando hoy, casi palabra porpalabra, en los bares de Roma, Pars o KansasCity, con la diferencia de que ahora se trata dePorsches o Ferraris.

    El automvil ha exacerbado esa obsesin, leha dado carcter universal. Una carretera, cuatroruedas, un volante y bajo el cap, una fuerzasobrehumana que se puede liberar con la sola presin del pie derecho: es mucho ms que unrecorrido de un punto a otro, es una sensacinmuy intensa, un ideal de evasin lejos de todoslos engorros materiales y colectivos. Se dominael espacio. Se somete el tiempo. El caballo era undon de la naturaleza. El automvil, por elcontrario, es un producto ntegramente humano,una voluntad manufacturada. Nunca objeto

    alguno estuvo tan cargado de sentido. La literatura, el cine e incluso el arte moderno hacen del su caballo de batalla. El auto caracteriza al

    hombre y a la inversa. Si el da de maana, despus de un cataclismo nuclear, algn avispadoarquelogo descubre una coleccin de automviles preservados en el fondo de un garaje-mausoleo, podr conjeturar todo lo que fuimos.

    Un ejemplo reciente de la representatividaddel automvil es el Trabant, erigido en smbolode la reunificacin de las dos Alemanias. Este

    armatoste asmtico se ha ganado un lugar en losmuseos. Resume el fracaso del totalitarismo y lasfrustraciones que lo han caracterizado, al mismotiempo que los Mercedes y BMW son el paradigma del xito de la "libre empresa" capitalista,

  • El auto del hijo es una rplicaexacta del de su padre.

    con su orgullo seorial y tan a menudo implacable. Antes de la Primera Guerra Mundial,Woodrow Wilson, Presidente de Estados Unidos,fue clarividente: "Nada ha favorecido tanto como

    el automvil la propagacin de las ideas socialistas;simboliza la arrogancia de la riqueza." El Trabant,por su parte, encarna la humillacin de la miseria.

    Un smbolo estndar

    Antes ya de que se produjera esta paradjicasituacin, el coche se haba convertido en elfetiche de Occidente. El Tercer Mundo y las excolonias han quedado intoxicadas hasta la mdula:el Mercedes en los pases dominados por los alemanes, el Peugeot donde estuvieron los franceses,el Land Rover por donde pasaron los ingleses. Etiempo transcurrido ha modificado poco o nadalas cosas. Por ms que los japoneses conquistenlos mercados, en el fondo, culturalmente, la huellapermanece indeleble, despus del fusil, el automvil ha sido una especie de arma blanca paraser fuerte, rico y veloz como los blancos, algo ascomo un vehculo neocolonialista...

    La expresin automovilstica vara segn lasculturas y los pases. Sin embargo, el paso de laartesana a la racionalidad industrial ha nivelado

    las personalidades. No existe ya prcticamente el"espritu" mecnico germnico, britnico olatino. Antao era imposible confundir el estiloBugatti o Alfa-Romeo con el estilo Bentley o Mercedes. El propio Ettore Bugatti se burlaba de losBentley que, en el circuito de Le Mans, aplastabansus ligeros blidos azules: "Pchs, son los camionesms rpidos que he visto en mi vida..." Hoy enda, todos los blidos de carreras se parecen y

    responden a idnticos parmetros. Lo mismo cabedecir de los automviles de propiedad de cualquier hijo de vecino. Se ajustan a imperativos econmicos, tcnicos y comerciales dictados por unacomputadora apatrida. Ya no sabe uno muy biensi se ha subido a un Fiat, un Opel, un Renaulto un Austin. La poesa es la que sale perdiendo.Los japoneses, por su parte, no se dejan abrumarpor sus tradiciones y se limitan simplemente afabricar buenos coches. Estados Unidos es el

    nico pas que sigue produciendo algunos automviles con un sello tpicamente norteamericano,pero hasta cundo?

    La libido toma el volante

    El auto-objeto se va igualando en todas partes.Pero no la manera de usarlo. Dime cmo con

    duces y te dir quin eres. Se observan al volantediferencias individuales imputables al temperamento, y tambin al sexo: las mujeres, ms indiferentes al poder, son menos temibles en carreteraque los hombres, ansiosos de mostrar su supremaca. Pero la conduccin es, ante todo, unaprueba de civilizacin. Los italianos, alemanes,franceses e ingleses tienen sus estilos respectivos,que son la expresin de sus costumbres. Lasnaciones en las que el automvil se ha impuestohace menos tiempo adquieren poco a poco unadoctrina. Por el contrario, los norteamericanos,ms experimentados, aparte de algunos accesos dedelirio a lo James Dean o estilo gangster, quemanpoca libido en la autopista. Sin embargo, de unextremo a otro de la Tierra, los fantasmas, domesticados o no, estn presentes y siempre prximos.

    Un hombre suea que conduce un potente 11

  • ( LlftiO)

    12

    deportivo rojo con un largo cap. Surge unacuesta que se eleva hasta el horizonte, y el motorempieza a hacer ruidos inquietantes que anuncianuna avera inminente. El durmiente se despiertaangustiado y empapado en sudor: No hace faltahaber ledo a Freud para descubrir la clave libidinal del sueo. Los psicoanalistas no ignoran lafuncin que cumple el automvil en nuestroinconsciente. El hombre se identifica con este ins

    trumento de poder prolongando en l el espaciode su persona. Tocar su cuerpo metlico equivalea una agresin; oponerse a su trayectoria es unaarremetida castradora contra la omnipotencia desu ego.

    Que el coche se haya erotizado hasta talpunto es, al fin y al cabo, admisible. En todas lascivilizaciones que han copiado el modelo occidental es objeto de seduccin, al igual que lo sonen otras las astas de ciervo, la melena del len olas plumas del pavo real. Los automviles lujososfascinan a las mujeres, aunque no forzosamentea las de juicio ms sutil. No hace tanto tiempoque los tenorios franceses hablaban, con un guiochocarrero, de sus "aspiradoras de hembras"...

    La complicidad entre el automvil y el deseocarnal es palpable, y la publicidad recurre a ella.De modo ms espontneo, la progresiva reduccin de las gigantescas limusinas norteamericanasa dimensiones ms moderadas, a unas normas, poras decirlo, (casi) europeas, coincidi hace veinteaos con el desinflamiento de los enormes pechosque hasta entonces lucan las modelos de Play-Boy,fenmeno que los socilogos, atentos a los ava-tares del automvil, no consideraron fruto delmero azar.

    Pregntese el lector, si no se siente convencido, por qu los conductores europeos rechazanpor abrumadora mayora la caja de cambios automtica, mientras que los norteamericanos la hanadoptado en masa. Unos y otros no sitan en elmismo lugar su susceptibilidad viril. A cada cualsu palanca; es una cuestin de gusto personal conla que no se perjudica a nadie.

    El juguete desvirtuado

    Pero las cosas empiezan a ponerse feas y las mielesa convertirse en hieles cuando las frustraciones

    reales o imaginarias del hombre invaden lamquina para hacer de ella un subterfugio, unacompensacin o un arma. Sucede con frecuencia.El automvil ocupa tanto espacio en los sueosde cada cual que no era difcil prever que pudieradegenerar en pesadilla. A veces, un conductorexasperado por la provocacin de su enemigo, el

    Cadillac sedn (1960).

    conductor de otro vehculo, pasa de los insultosa los actos, o ejecuta para vengarse maniobraspeligrosas, agresiones mortales que ni siquiera sele pasaran por la cabeza cuando vuelve a serpeatn y civilizado. Qu los nios gritan deterror y aulla la sirena de las ambulancias? Meimporta un bledo, piso el acelerador a fondo, adelanto, yo paso cueste lo que cueste y que revientenlos dems.

    Es lcito sentir pasin por el automvil, considerar que es el juguete ms maravilloso decuantos ha inventado el hombre, y no por esodejar de plantearse, hoy en da sobre todo, algunaspreguntas. Lo que empez siendo un inventobenfico tiende a convertirse en un trasto

    engorroso, un arma mortfera, una invencin satnica. Las razones de esta horrible metamorfosis

    estn bastante claras, pese a que los remedios seanproblemticos.

    Cuando un sueo se realiza rara vez cumplesus promesas. En la poca de los Bugatti, entrelas dos guerras mundiales, el auto era un ideal inalcanzable para el comn de los mortales. Hasta losaos cincuenta, cuando los europeos vean pelculas norteamericanas como Las uvas de la ira,no lograban comprender que la gente pudieraestar en la miseria y tener coche. El automvilnos estaba prometido para el da de maana, erauna deuda que, cuando se saldara, aportara lalibertad, el estatuto individual reservado hastaentonces a la burguesa, la dicha. Y al fin, conveinte aos de retraso sobre el Nuevo Mundo,los pases de Occidente enriquecidos consiguierontener "sus" coches. Mas, oh infortunio!, cuandotodo el mundo es privilegiado, se acab el privilegio. Los individuos del volante son legin y lescuesta aceptarlo. La decepcin, amargo fruto delexceso, engendra pavorosas neurosis colectivasque han pasado a formar parte de nuestros usosy costumbres. La aberracin es tan cotidiana quequien denuncia esta patologa clama en el desierto.

    La existencia de esta decepcin no deja lugara dudas. Dnde est el exclusivo y maravillosoregalo antao prometido? En diez aos, el parqueautomovilstico ha aumentado en 30%. Dejandoal margen los pases que, en el mejor de los casos,se encuentran todava en una fase de fantasa

    mecnica, la situacin es espeluznante: 70% decrecimiento en Espaa o 51% en Japn, por no

  • citar ms que dos ejemplos. En las nacionesindustriales de Europa, que alcanzan ya el umbralde saturacin, la marea no es tan avasalladora. EnFrancia se registra un 5% de aumento del trficoy 2,5% del parque automovilstico, cifras que nodejan de ser enormes.

    La pesadilla mecanizada

    Si todo el mundo, o casi, puede ser propietariode un coche, es matemticamente imposiblelanzar a la vez al espacio pblico esos cientos demillones de vehculos, que se amontonaran enun caos inimaginable. De modo que el individualismo libertario se acab, sobre todo en lasciudades. Se impone, pues, un tratamiento socialdel automvil, que por fuerza ha de ser restrictivo, y que los usuarios, aferrados al "derecho"de circular cueste lo que cueste, ven con muymalos ojos.

    Y sin embargo, insidiosamente, poquito apoco, el liberalismo motorizado se ha ido recortando. Las dos crisis del petrleo sirvieron de pretexto para abolir unos cuantos privilegios. No sinesfuerzo, se ha logrado limitar la velocidad,imponer el cinturn de seguridad obligatorio y

    cobrar por el estacionamiento urbano. El automvil, cuando se pone coto a las fantasas quedesencadena, pierde su carcter sagrado. Enprincipio...

    Una gran empresa petrolera, Shell, ha llegadoa hacer una breve campaa para que el sacrosantoautomvil "baje de su pedestal", anttesis de laestremecedora incitacin publicitaria al crimen deEsso, "ponga un tigre en su motor". Por primeravez se ha osado hablar ms de seguridad que derendimiento, aunque ese mensaje de sensatez hayacado ms bien en saco roto. Los industriales, dispuestos a todo con tal de vender, siguen fabricando blidos totalmente inadaptados al trficocotidiano y sucumben a la tentacin de la publicidad agresiva, sabedores de que nadie compra unamquina capaz de superar los 200 km por horapara conducir prudentemente a 130 sin despegarsedel rebao que, mohno, circula por las autopistas.

    Hay que decir una vez ms que existen tantascivilizaciones automovilsticas como civiliza

    ciones a secas. En Estados Unidos la gente hacomprendido que haba que respetar las normasdel juego y, salvo algunos paranoicos que son laexcepcin que confirma la regla, sigue comportndose como ciudadanos incluso al volante. No 13

  • La limusina ms largadel mundo encargada porel actor norteamericano

    Sylvester Stallone.

    puede decirse lo mismo de Francia, por ejemplo,pas muy civilizado en otros aspectos, donde seregistran ms de 10.000 muertes en carretera alao, cifra que le hace acreedor al sangriento cinturn rojo de la criminalidad maquinal.

    Con todo, esta hecatombe no es, atrevmonosa decirlo, el sntoma ms deplorable del usoaberrante que se hace del automvil. Slo semuere una vez. Pero cuando las neurosis cunden

    por doquier y el individualismo vejado se aferraa su omnipotencia, la vida diaria se convierte enun autntico infierno: embotellamientos mons

    truosos, prdidas de tiempo, de dinero, de nervios, fines de semana transformados en agobiosde impaciencia... El civismo de la gente no salebien parado de la exasperacin. Los ciudadanosburlan la ley, se cuelan, se agreden, y el poderpoltico, que hace concesiones demaggicas, ve surespetabilidad en entredicho. Mala cosa para la

    14

    democracia. Qu virtudes cabe esperar del ciudadano que, vido de desenfreno individual, se sienteda tras da hormiga entre las hormigas de un hormiguero enloquecido?

    El automvil tena que cambiar la vida y, efectivamente, la ha cambiado, pero no siempre amejor. Lejos quedan los tiempos de la libre aventura... Ha habido que construir ciudades para elautomvil. Ojal no se hubiera hecho. No sepuede decir que Los Angeles sea precisamente unxito. Las grandes ciudades del mundo, antiguaso modernas, han sido desnaturalizadas y contaminadas por la invasin prioritaria de coches.Roma, Pars, Mxico, todas.

    Una larga psicoterapia

    Hemos, pues, de maldecir al automvil, por elque tanto hemos suspirado y que tanto hemosquerido? Renegar de l para siempre? No necesariamente. Pero, para curarnos, vamos a precisara la vez remedios de caballo y una larga y profunda psicoterapia. En una palabra, valentapoltica.

    Limitar, sin duda. Educar a los frustrados paramejorar la calidad de vida de todos. Poner cotoa la inundacin de motores individuales para dejarva libre a los transportes (palabra horrsona)colectivos, a miradas de taxis cmodos, a todoslos medios que la obsesin automovilstica harebajado a la categora de mal menor para pobre-tones. Demostrar que existen otros caminos distintos de aqullos, saturados, en los que causanestragos la resignacin o los berrinches. Devolver,en definitiva, al automvil su carcter de vehculodel bienestar.

    Una vez ms es en Estados Unidos donde se

    vislumbran signos de esperanza. Los norteamericanos han entendido o, mejor dicho, hanintegrado las reglas de la locomocin de masas.Prudencia al volante, como ya se ha dicho, perotambin, y es lo mismo, el inicio de una cesuraentre el coche como instrumento y el coche comoesparcimiento. Los car-pools, por ejemplo, esos

    w

  • automviles compartidos por varios vecinos parair a trabajar al centro de la ciudad, son una ideagenial y con futuro, a no ser que espeluzne a losretrasados mentales que preferiran compartir asu mujer antes que su personalsimo vehculo.Tambin es plausible la vieja idea de NikitaJruschov (s, s), que propona crear enormesparques automovilsticos de alquiler en vez deproporcionar a cada sovitico un talismnnarcisista. Qu lejos ha quedado todo esto!

    Habr que aprender a pasar buenos ratos alvolante fuera e las carreteras destinadas al

    transporte, a jugar con joyas del pasado, heredadasde la poca en que el automvil era algomaravilloso, a hacer carreras en lugaresexpresamente designados para ello, con blidos,segadoras de cspea o apisonadoras, a pasearse porel desierto sin molestar al prjimo. Para lo dems,para lo til, los viajes, ser preferible optar porlos salones de msica mviles, ltimos lugares enlos que se cultiva la charla, y dejar de lanzarferoces carros de asalto por carreteras y bulevares.

    Una triste perspectiva? Muy al contrario.La salvacin del automvil. Y, sobre todo, lanuestra.

    La velocidad, un vrtigo embriagador

    Wontrariamente a lo que podra creerse, los

    tiempos de la velocidad no son los de la msica.

    En una sinfona no es el allegro, el vivace o el

    furioso el que corresponde a los doscientos kil

    metros por hora, sino el andante, movimiento lento

    y majestuoso, suerte de playa a la que se llega ms

    all de cierta velocidad y donde el auto ya no

    resiste ni acelera sino que por el contrario se aban

    dona, al mismo tiempo que el cuerpo, a una

    especie de vrtigo lcido y atento, que se suele

    calificar de "embriagador". Sucede de noche en

    un camino perdido y a veces de da en regiones

    desiertas. Sucede en momentos en los que las

    expresiones "prohibicin", "uso obligatorio",

    "seguros sociales", "hospital", "muerte" no signi

    fican nada, anuladas por una palabra simple que

    los hombres de todas las pocas han empleado

    para hablar de un blido plateado o de un caballo

    alazn: la palabra "velocidad". Esa velocidad en

    la que algo de uno supera algo exterior a uno, ese

    instante en que las violencias incontrolables se

    escapan de un vehculo o de un animal que vuelve

    a ser salvaje y que la inteligencia y la sensibilidad,

    la pericia sensualidad tambin apenas

    pueden controlar o en todo caso controlan de

    manera insuficiente para que no llegue a ser un

    placer, para no dejarle la posibilidad de ser un

    placer mortal. poca odiosa la nuestra en la que

    el riesgo, lo imprevisible, la insensatez son conti

    nuamente rechazados, confrontados con cifras,

    dficits y clculos; poca miserable en la que se

    prohibe a la gente que se mate no por el valor incal

    culable de su alma sino por el precio ya estable

    cido de su osamenta.

    Por ltimo, el auto, su auto, va a dar a su

    domador y esclavo la sensacin paradjica de ser

    al fin libre, de haber regresado al seno materno,

    a la soledad original, lejos, muy lejos de cualquier

    mirada extraa. Ni los peatones, ni los agentes de

    polica, ni los automovilistas en torno, ni la mujer

    que lo espera, ni toda la vida que no espera,

    pueden desalojarlo de su coche, el nico de sus

    bienes que despus de todo le permite durante

    una hora diaria volver a ser fsicamente el solitario

    que es de nacimiento. Y si, adems, las oleadas

    de la circulacin dejan paso a su auto como las

    del mar Rojo a los hebreos, si adems las seales

    de trfico se distancian unas de otras, empiezan

    a ralear, desaparecen, y si el camino comienza a

    oscilar, a murmurar en funcin de la presin del

    pie sobre el acelerador, si el viento se convierte

    en un raudal que penetra por la ventanilla, si cada

    curva es una amenaza y una sorpresa, y si cada

    kilmetro es una pequea victoria, no es sorpren

    dente entonces que pacficos burcratas con un

    brillante futuro en sus empresas, no es sorpren

    dente que esas apacibles personas terminen eje

    cutando una formidable pirueta de hierro, de grava

    y de sangre en un ltimo impulso hacia la tierra

    y un ltimo rechazo de su porvenir. Se califica a

    esos sobresaltos de accidentales, se atribuyen a

    la distraccin, al descuido, se menciona todo salvo

    lo principal que es precisamente todo lo contrario:

    ese sbito, imprevisible e irresistible encuentro de

    un cuerpo con su alma, la adhesin de una exis

    tencia a la idea bruscamente fulgurante de esa

    misma existencia: "Cmo, quin soy? Soy yo,

    estoy vivo, y vivo esto, y voy a 90 kilmetros por

    POR FRANOISE SAGANPasaje tomado de Avec mon meilleur souvenir ("La vitesse")

    ; Franoise Sagan, Paris, Gallimard, 1984. Publicado en espaolcon el ttulo Con mi mejor recuerdo

    por Plaza y Janes Editores, Barcelona, 1985.

    hora en las ciudades, a 1 10 en las carreteras

    nacionales, a 130 en las autopistas y a 600 kil

    metros por hora dentro de mi cabeza, a 3 por hora

    en mi piel, segn todas las leyes de la gendarmera,

    la sociedad y la desesperacin. Cules son esos

    velocmetros descompuestos que me rodean

    desde la infancia? Cul es esa velocidad impuesta

    a mi vida, mi nica vida?"

    Pero nos estamos alejando del placer, es decir

    de la velocidad considerada como un placer, que

    es finalmente la mejor definicin. Digmoslo sin

    ms rodeos como Morand, como Proust, como

    Dumas, no es un placer turbio, difuso o vergon

    zoso. Ir demasiado rpido, haciendo caso omiso

    de la seguridad del auto y del camino que se

    recorre, de la adherencia al pavimento y tal vez

    hasta de los propios reflejos, es un placer preciso,

    exultante y casi sereno. Y digamos tambin que

    no se trata justamente de una especie de apuesta

    consigo mismo, ni de un desafo imbcil a su

    propio talento, no es un campeonato de uno contra

    s mismo, no es una victoria sobre un handicap

    personal, es ms bien una especie de jugada

    alegre entre uno y la pura suerte. Cuando se va

    rpido llega un momento en que todo comienza

    a flotar en esa piragua de hierro en la que se

    alcanza la cresta de la ola y se espera caer del buen

    lado gracias a la corriente ms que a la destreza

    personal. El gusto por la velocidad no tiene nada

    que ver con el deporte. Del mismo modo que se

    emparenta con el juego y el azar, la velocidad est

    ligada tambin a la alegra de vivir y, por tanto, a

    la confusa esperanza de morir que se desliza

    siempre en aquella alegra. He aqu, finalmente,

    todo lo que considero verdadero: la velocidad no

    es un signo, ni una prueba, ni una provocacin,

    ni un desafo, es un impulso hacia la felicidad.

    FRANOISE SAGAN, escritora francesa (1935). Sus principalesobras traducidas al espaol: Buenos das.tristeza (1954); Una

    cierta sonrisa (1956); La carne deshecha (1971); La mujer

    pintarrajeada (1981): Con mi mejor recuerdo (1984). 15

  • 16

    "As, elautomvil

    encendi paranosotros,

    uno por uno,

    todos los fuegosde ese mundo

    moderno:

    el deseo de

    evasin y deafirmacin

    personal,el gusto por laeficacia tcnica,

    la emancipacinde la mujer,

    la libertad de

    los cuerpos..."

    MAHMOUD HUSSEIN

    es el seudnimo de dos

    escritores egipcios, autores

    de varios libros de sociologa

    poltica. Recientemente han

    publicado una obra tituladaVersant sud de la libert. Essai

    sur l'mergence de l'individu

    dans le Tiers Monde (La ladera

    sur de la libertad.

    Ensayo sobre la aparicindel individuo en

    ei Tercer Mundo, 1989).

    NostalgiaPOR MAHMOUD HUSSEIN

    XjRA el comienzo de los aos cuarenta, en plenaguerra. Nuestra aldea, situada en el extremo nortede Egipto, al este del delta del Nilo, se encontrabasin embargo lejos del campo de operaciones. Nonos imaginbamos que all, en pleno desiertolbico, entre los ejrcitos aliados y los de lasfuerzas del Eje, se jugaba entonces uno de losmomentos decisivos del conflicto.

    Tenamos entre seis y diez aos. Se nos permita jugar libremente, una vez terminadas laslargas horas de clases. Tenamos que permaneceren el permetro de la aldea o en sus alrededoresinmediatos. A veces nos alejbamos hasta llegara la gran carretera que una Damieta a Izbet ElBorg...

    Apenas a unos cientos de metros del cruce deesa carretera con el sendero que llevaba a nuestraaldea, se levantaba una base britnica de la queemerga una estacin de radar. En torno a ella circulaban soldados de nacionalidades diversas.

    Para quitarnos todo deseo de acercarnos y demirarla ms de cerca, se nos deca que los soldadosestaban al acecho de cualquier oportunidad parasecuestrar a los nios solitarios. Algunos loscoman. Otros los violaban. No vivan hacameses, aos tal vez, lejos de toda mujer? El terrorque nos inspiraban esas amenazas cobraba unadimensin de apocalipsis cuando el ruido deexplosiones sordas desgarraba de repente la nochey nos despertaba sobresaltados. Se nos deca quese trataba de torpedos alemanes, que acababan deestrellarse en el mar contra los navios aliados.

    Nuestros primeros recuerdos de automvilesdatan de esa poca. Convoyes de camiones y dejeeps militares color arena dirigindose haciala base o alejndose interminablemente de ella.Vehculos extraos, erizados de armas, repletosde rostros extraterrestres, cada uno de los cuales

    representaba un peligro para cada uno de nosotros.De tarde en tarde, sin embargo, surga un

    vehculo diferente. Pasaba fugazmente por la ruta,y a veces incluso se detena unos instantes en elcruce, junto a nosotros, para dejar a un adultoque regresaba de Damieta. Se trataba de automviles privados, cuyos ocupantes eran egipcios.

    No tenamos ninguna razn de temerles ypodamos dar rienda suelta a nuestro embeleso.Con todos nuestros sentidos experimentbamos lanovedad radical de esos vehculos, comparados conlos objetos de nuestro universo familiar. Por suslneas puras, por las superficies lisas de su carrocera, por sus colores homogneos y brillantes,

    Si "'

  • Oasis de Bahrlya, Egipto.

    por el ronroneo de su poder oculto, por el olorde la gasolina y de los gases que nos hacanacudir, lo antes posible, para poder respirarlos atodo pulmn y que nos embriagaban como el msdelicioso perfume.

    Luego la maravilla desapareca dirigindosea la ciudad, de la que resuma todos los atractivosdesconocidos, todos esos atractivos que nosparecan, entonces, prohibidos para siempre.

    No sabamos que, pronto, aqullos denosotros que hubiesen terminado el ciclo de laescuela obligatoria, tendran la posibilidad de serllamados a proseguir su escolaridad.. .en la ciudad,en la propia Damieta. Por lo menos las familiasacomodadas, o instruidas, iban a aprovechar estaposibilidad para sus hijos.

    El primer viaje

    La distancia que nos separaba de Damieta erademasiado larga para recorrerla a pie, o inclusoa lomo de burro. Y es as como un buen da, sin

    ninguna preparacin, fuimos llevados hasta elfamoso cruce y se nos dijo que esperramos. Nosabamos lo que esperbamos. Estbamos muyexcitados: era la primera vez que en lugar de llegarsolos a ese cruce, sin que lo supieran los adultos,lo hacamos acompaados por uno de ellos, queactuaba en nombre de nuestros padres. Unvehculo se acerc a nosotros, disminuy lavelocidad, se detuvo. El conductor nos sonri con

    amabilidad. Luego ocurri algo sorprendente.Nos dijeron que subiramos...

    El temor luchaba con el arrobamiento en el

    primer viaje. Pero muy pronto el temordesapareci. Cuando no haca demasiado calor,algunos de nosotros permanecamos de pie sobreel estribo, aferrados al borde de una ventana,

    dejando los asientos a los pasajeros adultos.Cmo expresar la embriaguez de una velocidadque nos azotaba de lleno, de esa carrera ganadaal viento, de ese tiempo diferente que nosarrancaba, de una vez por todas, al peso de nuestrainfancia? Los campesinos dejaban a menudo detrabajar para mirarnos pasar como un blido. Notenamos tiempo de dirigirles los saludoshabituales. Apenas alcanzbamos a verlos y ya loshabamos dejado atrs.

    Dos o tres aos ms tarde, al trmino de la

    guerra, algunas familias decidieron establecerse enDamieta enviar a sus hijos mayores a casasde familias ya instaladas all. Fue entonces cuandopudimos explorar una ciudad que hasta ese 17

  • momento nicamente habamos entrevisto, a

    todo escape, en el taxi colectivo que nos llevabahacia la escuela o nos traa de vuelta a la aldea.

    Explorar es la palabra. Damieta nos parecainmensa, con plazas vacas, tan vastas que cadauna de ellas habra podido contener toda unaaldea, con calles asfaltadas, recorridas en dos sen

    tidos por los autobuses, los camiones, los cochesparticulares, los taxis... y atravesadas en cualquierlugar por burros indolentes. El pequeo cruce,a la entrada de nuestra aldea, que durante aoshaba sido para nosotros el punto por dondepasaba todo el trfico del mundo, no era ms queun recuerdo irrisorio.

    Unos seres tan diferentes

    Pero slo era el comienzo de nuestros descubri

    mientos. En Damieta nos esperaba una nuevamaravilla, el cine. Magia de las imgenes de luz.Y de las historias que desfilaban, con un principioy un fin, con hroes cuyo amor, cuyo valor ycuya bondad terminaban por triunfar frente a lafatalidad. Y para quienes el presente, por fin,dejaba de ser una repeticin del pasado.

    Las ms de las veces las pelculas eran egipcias. Pero tambin solan ser extranjeraso norteamericanas. Y en ese caso, la desorienta

    cin era aun ms perturbadora. Esos hombres yesas mujeres eran indefiniblemente diferentes denosotros: ramos sensibles a sus sufrimientos, sus

    alegras. Pero de dnde vena esa impresin deque pertenecan, a pesar de todo, a un planeta distinto del nuestro? De su manera de decir yo sincomplejos? De su forma de mirar la vida defrente, de llevar a cabo una aventura hasta el final,

    de decidir y de actuar segn su propio juicio ysus propios deseos, sin preocuparse de lo que pensara la familia, de lo que diran los vecinos?

    Esos hombres y esas mujeres... Esas mujeressobre todo, tan increblemente libres en sus

    palabras y en sus movimientos. Su imagen permanece grabada en nuestras memorias. Bellas,rubias, elegantes volante de coches descapotables. Por qu nos perturb tanto esa imagensi en torno a nosotros haba tambin hermosas

    muchachas y mujeres que veamos en las calles?Llevaban a veces la cabeza descubierta. Podan

    vestirse con cierta coquetera, con trajes o faldasque destacaran discretamente las curvas delcuerpo. Pero deban ir acompaadas por unpadre, un hermano, un to o un marido. Inclusopara un asunto rpido, a lomo de burro, unamujer deba ser conducida por un hombre. Y heaqu esas soberbias actrices norteamericanas quesalan solas y conducan solas, manejando ellasmismas un vehculo misterioso, tan complicado,que pensbamos que representaba, por excelencia,un privilegio masculino.

    En el umbral de la adolescencia, el coche yla -mujer nos reservaban otras emocionesencontradas. Algunos muchachos de ms edadiban a llevarnos fuera de la ciudad, ya de noche,a lugares aislados donde se distinguan, entre losrboles o contra una empalizada, coches detenidos. Fueron ellos mismos los que nos impulsaron a acercarnos, con una astucia extraordinaria,

    para sorprender, a travs de la ventanilla, lo queocurra en el interior. Un hombre y una mujerse besaban apasionadamente. Una o dos veces nospareci, en la oscuridad, que la pareja iba mslejos. Los mirbamos, divididos entre la vergenza

    18

    Al volante la actriz

    estadounidense Grace Kellyen la pelculade Alfred Hitchcock

    Atrapa a un ladrn (1955).

    En una carretera egipcia,cuando viajar es una hazaafsica...

  • de vulnerar su intimidad y el temor de sersorprendidos sorprendindolos. Huamos velozmente cuando la mirada del hombre descubra la

    nuestra. O cuando bruscamente, en los ojos dela mujer que nos vea se pintaba el terror.

    As, el automvil encendi para nosotros,uno por uno, todos los fuegos de ese mundomoderno, tan ajeno a nuestras costumbres, y quesin embargo los irradiaba ya en todas partes: eldeseo de evasin y de afirmacin personal, elgusto por la eficacia tcnica, la emancipacin dela mujer,' la libertad de los cuerpos...

    Un privilegio inaccesible

    Pero durante mucho tiempo la posesin de unautomvil seguira siendo, para la mayora denosotros, un sueo inaccesible. Habamos abandonado Damieta por El Cairo, donde podamosproseguir estudios superiores. En la universidad,algunos alumnos llegaban a veces en el coche desus padres. Otros, mucho ms escasos, conducanuno. Eran los privilegiados entre los privilegiados.

    Los otros, si venan de lejos, deban tomar elautobs. Eran los aos cincuenta y el transportecolectivo era calamitoso. Vehculos que ya nodaban ms, aplastados bajo el peso de demasiadospasajeros. Imposible entrar por las puertas atestadas, a menos de provocar cada vez una pelea.Como ramos jvenes tenamos la posibilidad deentrar por las ventanillas. A veces recibamosmiradas de envidia, cuando no las injurias deaquellos que por su gordura o su situacin socialno podan imitarnos...

    Las importaciones de artculos de lujo estabansometidas a medidas cada vez ms restrictivas. Y

    esas medidas se aplicaban muy en especial a losautomviles individuales. Pero el nmero de

    stos, misteriosamente, aumentaba sin cesar. Las

    calles de las ciudades, que no se haban concebidopara una concentracin semejante, se vean cadaao ms congestionadas.

    La capital, pese a ser mucho ms grande queDamieta, sufra una invasin todava mayor.Barrios, suburbios, ciudades-satlite, se edificabana su alrededor. Y a medida que aumentaban las 19

  • / primer Fordw,f ill tir de la palanca de freno, dio vuelta a lallave de contacto y se recost en el asiento de

    cuero. A pesar de haber quitado el contacto, el

    tubo de escape solt varias detonaciones porqueel motor estaba recalentado.

    esta aqu! Will con falso entusiasmo.

    Senta un odio mortal hacia los Ford, perogracias a ellos amasaba da a da su fortuna.

    Adam y Lee se asomaron para observar las

    entraas del auto mientras que Will, jadeante a

    causa de su reciente gordura, explicaba el fun

    cionamiento de un mecanismo que ni siquiera lentenda.

    Hoy resulta difcil imaginar lo que costaba

    entonces aprender a poner en marcha, conducir

    y conservar un automvil. No slo era mucho ms

    complicado sino que haba que aprender toda la

    teora desde el principio. Hoy hasta los nios estn

    empapados desde la cuna de los misterios e

    idiosincrasias de los motores de combustin

    interna, pero entonces uno empezaba con el des

    corazonado convencimiento, a menudo con razn,

    de que aquello no marchara de ningn modo.

    Actualmente para poner en marcha el motor deun automvil bastan dos movimientos: dar vuelta

    a una llave y tirar del botn de arranque. El resto

    funciona automticamente. En otros tiempos el

    proceso era ms complicado y requera no slo

    buena memoria, msculos de atleta, un carcter

    angelical y una fe ciega, sino tambin una cierta

    dosis de magia. No era raro ver a un hombre que

    se dispona a dar vuelta a la manivela de un modelo

    T escupir en el suelo y murmurar una maldicin.

    Will Hamilton explic el funcionamiento del

    coche, se detuvo y recomenz por segunda vez.

    Su auditorio lo escuchaba con los ojos abiertos,

    tan atento como un perro de caza, con la mejor

    4/ este del Edn (1955), pelcula de Ella Kazan adaptadade la novela de Steinbeck.

    voluntad y sin interrumpirlo. Pero cuando tuvo que

    recomenzar por tercera vez, Will comprendi que

    estaba perdiendo el tiempo.

    que decirles algo! Tienen

    que comprender que esto no es lo mo. Quera que

    lo vieran y lo escucharan antes de entregrselo

    definitivamente. Ahora voy a regresar al pueblo,

    y maana lo envo con un experto, que en pocos

    minutos les dir lo que a m me tomara una

    semana. Lo nico que quera era que lo vieran.

    Will haba olvidado ya algunas de sus propias

    instrucciones. Despus de darle varias vueltas a

    la manivela, termin por pedir prestados a Adam

    una calesa y un caballo para poder regresar a la

    ciudad, pero prometiendo que al da siguienteenviara un mecnico.

    Al da siguiente ni se intent enviar a losmellizos a la escuela. De todos modos se hubieran

    negado a ir. El Ford se alzaba gallardo y distante

    bajo la encina donde Will lo haba dejado. Sus

    nuevos propietarios daban vueltas a su alrededor

    y lo tocaban de vez en cuando, como se palmea

    a un caballo peligroso para amansarlo.

    POR JOHN STEINBECKPasaje tomado de East of Eden de John Steinbeck.Publicado en espaol con el ttulo Al este del Edn

    por Luis de Caralt Editor S.A.. Barcelona. 4a ed.. 1984.

    Lee dijo:

    No s si me acostumbrar a l alguna vez.Claro que s respondi Adam sin convic

    cin. Antes de que te des cuenta andars con l

    por todas partes.

    Tratar de comprender cmo funciona

    dijo Lee. Pero conducirlo, eso s que no.

    Los chicos suban y bajaban continuamente

    del coche, tocando alguna pieza para retirar ense

    guida la mano.

    Qu es esto, pap?

    No toques nada!

    Para qu sirve?

    No lo s, pero es mejor que no toques nada

    porque nunca se sabe qu podra suceder.

    El seor no te lo dijo?

    No recuerdo lo que me dijo. Dejen el coche

    tranquilo o los mando a la escuela. Me oyes, Cal?No abras eso.

    Se haban levantado y alistado ms tempranoque de costumbre. Hacia las once de la maana,

    un nerviosismo histrico reinaba en toda la granja.El mecnico lleg en la calesa a la hora del

    almuerzo. Llevaba zapatos con incrustaciones

    blancas, pantalones duquesa y su chaqueta con

    hombreras le llegaba a las rodillas. A su lado, en

    la calesa, haba un maletn con herramientas y sus

    ropas de trabajo. Tena diecinueve aos, masticaba

    tabaco y desde que haba pasado tres meses en

    una escuela de mecnica senta un profundo

    desdn por el resto de la humanidad.

    JOHN STEINBECK, escritor estadounidense (1902-1968),Premio Nobel de literatura en 1962. Algunas de sus obras ms

    conocidas publicadas en espaol: De ratones y hombres(1937); Las uvas de la ira (1939); La perla (1948); Al este del

    Edn (1952); Dulce jueves (1954).

    Conduciendo el Dragn POR JULIO CORTZARPasaje tomado de Los autonautas de la cosmopistao un viaje atemporal Pars-Marsella

    de Carol Dunlop y Julio Cortzar,Buenos Aires, Muchnik Editores S.A., 1983. Muchnik Editores

    20

    I as, cada tanto dejo de trabajar y me voy porlas calles, entro en un bar, miro lo que ocurre en

    la ciudad, dialogo con el viejo que me vende

    salchichas para el almuerzo porque el dragn, ya

    es tiempo de presentarlo, es una especie de casa

    rodante o caracol que mis obstinadas predilec

    ciones wagnerianas han definido como dragn, un

    Volkswagen rojo en el que hay un tanque de agua,

    un asiento que se convierte en cama, y al que he

    sumado la radio, la mquina de escribir, libros, vino

    tinto, latas de sopa, y vasos de papel, pantaln de

    bao por si se da, una lmpara de butano y un

    calentador gracias al cual una lata de conservasse convierte en almuerzo o cena mientras se

    escucha a Vivaldi o se escriben estas carillas.

    Lo del dragn viene de una antigua necesidad:

    casi nunca he aceptado el nombre-etiqueta de las

    cosas y creo que eso se refleja en mis libros, no

    veo por qu hay que tolerar invariablemente lo que

    nos viene de antes y de fuera, y as a los seres

    que am y que amo les fui poniendo nombres quenacan de un encuentro, de un contacto entre

    claves secretas, y entonces mujeres fueron flores,

    fueron pjaros, fueron animalitos del bosque, y

    hubo amigos con nombres que incluso cambiaban

    despus de cumplido el ciclo, el oso poda volverse

    mono, como alguien de ojos claros fue una nube

    y despus una gacela y una noche se volvi

    mandragora, pero para volver al dragn dir que

    hace dos aos lo vi llegar por primera vez subiendo

    la rue Cambronne en Pars, lo traan fresquito de

    un garage y cuando me enfrent le vi la gran cara

    roja, los ojos bajos y encendidos, un aire entre reto

    bado y entrador, fue un simple click mental y ya

    era el dragn y no solamente un dragn cualquiera

    sino Fafner, el guardin del tesoro de los Nibe-

    lungos, que segn la leyenda y Wagner habr sidotonto y perverso, pero que siempre me inspir una

    simpata secreta aunque ms no fuera por estar

    Fafner el Dragn.

    condenado a morir a manos de Sigfrido y esas

    cosas yo no se las perdono a los hroes, como

    hace treinta aos no le perdon a Teseo quematara al Minotauro. Slo ahora ligo las dos cosas,

    aquella tarde estaba demasiado preocupado con

    los problemas que iba a plantearme el dragn en

    materia de palanca de velocidades, alto y ancho

    muy superiores a mi ex Renault, pero me parece

    claro que obedec al mismo impulso de defender a

    los que el orden estatuido define como monstruos

    y extermina apenas puede. En dos o tres horas me

    hice amigo del dragn, le dije claramente que para

    m cesaba de llamarse Volkswagen, y la poesacomo siempre se mostr puntual porque cuando

    fui al garage donde tenan que instalar la placa defi

    nitiva y adems la inicial del pas en que vivo, me

    bast ver al mecnico pegndole una gran F en lacola para confirmar la verdad; desde luego que a

    un mecnico francs no se le puede decir que esa

    letra no significa Francia sino Fafner, pero el dragn

    lo supo y de vuelta me demostr su alegra subin

    dose parcialmente a la acera con particular espanto

    de una seora cargada de hortalizas. H

    JULIO CORTZAR, escritor argentino (1914-1984). Algunas desus obras ms conocidas: Las armas secretas (1959); Los

    premios (1960): Rayuela (1963): La vuelta al da en ochentamundos (1967); Libro de Manuel (1973).

  • distancias, se construan nuevas carreteras, que losautomviles, siempre ms numerosos, sumerganinmediatamente. Salvo una pequea minora, queviva y trabajaba en el mismo barrio, se haca cadavez ms difcil prescindir de un medio mecnicode locomocin. Cmo recorrer a pie las decenasde kilmetros que separaban el domicilio de laoficina o de la fbrica, de los cines del centro de

    la ciudad, de los lugares donde vivan los amigosy parientes, diseminados ahora por todas partes?

    Viajar en el transporte colectivo, cuya dotacin aumentaba siempre menos rpido que lapoblacin activa, se converta en una verdaderahazaa fsica y nerviosa. Los taxis, demasiado onerosos, slo podan utilizarse de vez en cuando.El coche individual pasaba a ser una necesidad,al mismo tiempo que un smbolo social. Secompraban a crdito o de ocasin viejos modelosimportados que era posible reparar hasta el infinito. Para todos los que haban tenido xito enlos negocios o economizado trabajando en un paspetrolero era una cuestin de honor comprarseun hermoso coche alemn flamante.

    Mil y un contratiempos

    El automvil haba dejado de ser una fantasa. Selo posea o, en caso contrario, se lo deseaba, peropara todos haba perdido su misterio. Estaba entodas partes y era posible . verlo y tocarlo. Seencontraban en todas las calles, parachoque contraparachoque, los vehculos ms nuevos y loscacharros ms vetustos. El coche no iba unido yaa la eterna juventud de los sueos. Todos los dasse cruzaban muestras en todas las etapas de deterioro fsico. Y se producan embotellamientos,accidentes, averas sbitas, que revelaban las mily una complicaciones que ocasionaba a sususuarios as como a los millones de transentes.

    Y unos y otros despotricaban contra lo indispensable que era y la frustracin que les causaba...

    Todo ocurre como si, curiosamente, el auto

    mvil creara tantos problemas como los queresuelve. Gigantesco juego en que ni se gana nise pierde y en el que cada cual se sentira un pocoms libre y todos un poco ms atrapados. Se produce ms, se consume ms. Se circula ms. A costade ciudades despanzurradas, de carreteras rpidassuspendidas entre los edificios, que oscurecen elcielo de barrios enteros, de espacios verdes sacrificados para construir aparcamientos, de un nivelde contaminacin que termina por filtrar la luzdel da... *

    Quiz, a pesar de todo, el automvil destilatodava una fantasa. La de una mquina maravillosa que nos obedecera dcilmente, en carreteras que respetan la belleza del paisaje y el sueode la becerras. Pero ya no es una fantasa futura.Es la nostalgia de una infancia perdida, hacia el

    ' fin de la guerra, en el cruce de dos caminosdesiertos.

    Aspecto habitual de una granavenida de El Cairo.

  • Aunque siemprey en todas

    partes necesario,el automvil

    debe afrontar

    los desafos

    ecolgicos quesu mismo xito

    ha provocado.

    B

    22

    ROBERT BRAUNSCHWEIG

    ingeniero suizo, desde 1932

    se dedica al periodismo

    automovilstico.

    De 1943 a 1980 fue redactor

    tcnico y jefe de redaccinde la Revue

    Automobile/Automobil Revue.

    Es autor de numerosos

    Eayos tcnicosm el automvil.

    POR ROBERT

    BRAUNSCHWEIG

    La revolucindel automvil

    ELace menos de un siglo podan verse en lascalles de nuestras ciudades, entre el enjambre depeatones, de ciclistas y de carricoches queentonces invadan la calzada, unos pocos automviles de motor ruidosos y asmticos, curiososarmatostes que por sus formas aun recordaban elcoche de caballos. Quienes con ellos se cruzabanlos miraban con aire suspicaz y poco satisfecho.De todos modos, con ellos se haba iniciado unarevolucin. El hombre acababa de encontrar el

    medio de convertir en realidad su viejo sueo demoverse rpida e individualmente.

    En nuestros das son ms de quinientosmillones los vehculos automviles que circulanpor el mundo: unos 400 millones de coches particulares y 100 millones de vehculos utilitarios.No quiere ello decir que el automvil se haya convertido en un medio de transporte accesible atodos. Una quinta parte de la humanidad, que sesita en Amrica del Norte, Europa occidental,Japn y Australia, posee por s sola las cuatroquintas partes de todos los vehculos de motordel planeta. Lo que quiere decir que para lamayora de los seres humanos el automvil es algoreservado a los dems. Este moderno invento

    viene pues a ensanchar aun ms el foso que separala abundancia de la miseria.

    Antes y despus

    Hoy es difcil imaginar lo que poda ser la vidacotidiana hacia 1890, en una poca en que elhombre no conoca aun ni el coche, ni el telefono,ni el televisor, ni los electrodomsticos y en unasociedad donde no exista ni igualdad de derechosentre hombres y mujeres ni vacaciones pagadas.

    Salvo unos cuantos privilegiados, la gente notena otra solucin que vivir lo ms cerca posibledel lugar de trabajo si quera evitarse diariamenteuna larga caminata. Hoy, muchedumbres de asalariados salen temprano de su oficina o de sufbrica para volver a su casa, situada a menudomuy lejos, en el cinturn verde de las ciudades.En otra poca las compras para satisfacer lasmodestas necesidades diarias se hacan en las

    tiendas del barrio; actualmente, la gente se llevaen su coche a casa, para guardarlos a veces durantesemanas, gran variedad de productos refinadosque va a comprar en lejanos centros comerciales.Y en las tierras donde en otros tiempos los animales de tiro labraban con paso lento y dondelos campesinos cargaban en sus carretas con ayuda

    de la horca el heno que ellos mismos habansegado a mano, los potentes tractores y mquinasmodernos realizan un trabajo mucho mayor enmucho menos tiempo.

    Tanto en el campo como en las ciudades, lagente dispone de su propio coche. Las vacaciones,palabra que antao slo tena sentido para unoscuantos privilegiados, estn hoy al alcance de grannmero de personas. Y para pasarlas son muchoslo que se trasladan en su coche personal hastapases lejanos, o bien alquilan all un automvildespus de atravesar los ocanos en avin. Handesaparecido los criados, que antes eran signo distintivo de una situacin social privilegiada. Y elhombre de la ciudad que aun puede pagar sus servicios tiene que proporcionarles adems una plazade aparcamiento. A sus lugares de reunin vanlos adolescentes con sus coches o sus motos queles sirven para pasearse por doquier. Y para los

  • Arriba, concepcin de unprototipo mediantecomputadora (1989).A la izquierda, cadena demontaje de automviles Forden 1923.

    deportistas, los aficionados a la pesca o los quegustan de acampar, las distancias ya no cuentan.

    Pero no se crea que esta universal movilidades sinnimo de plena libertad de movimientos.Porque, cuando los coches pululan como moscas,terminan por estorbarse unos a otros e inclusopor paralizarse mutuamente. Al iniciarse y al terminar las vacaciones, los enjambres de vehculosoriginan interminables atascos hasta en las autopistas, sin que les sirva de nada a los ms potentessu cilindrada. En 1990, el habitante de las ciudadestiene que dedicarse cotidianamente a la tarea de"cazar" un sitio donde aparcar. Carreteras ycoches son hoy ms seguros y los conductoressaben utilizarlas mejor. Con todo, segn revelanlas estadsticas de las Naciones Unidas, el tributoen vidas humanas pagado al automvil es sobremanera gravoso: ms de 200.000 muertos anualesy un nmero aun mucho mayor de heridos, amenudo graves.

    Un instrumento o un arma?

    Es el automvil algo bueno o malo? En s no esni una cosa ni otra; todo depende del uso que del se haga. El coche sirve al mdico de urgenciasy al invlido de la misma manera que al atracadorde bancos, al camionero al igual que a quien raptaa un nio. Porque, en definitiva, como dice elescritor suizo Friedrich Drrenmatt, es sobretodo "una prtesis de la pierna", y en extremosegura.

    23

  • B nuevo Citron POR ROLAND BARTHESPasaje tomado de Mythologies ("La nouvelle Citron) de Roland Barthes, Pars, Editions du Seuil. 1957.

    Publicado en espaol con el ttulo Mitologas por Siglo XXI, Mxico. 5a ed., 1985.

    24

    E me ocurre que el automvil es en nuestros

    das el equivalente bastante exacto de las grandescatedrales gticas. Quiero decir que constituyeuna gran creacin de la poca, concebido apasionadamente por artistas desconocidos y consu

    mido a travs de su imagen, si no de su uso, por

    un pueblo entero que se apropia, en l, de un

    objeto absolutamente mgico.El nuevo Citroen cae manifiestamente del

    cielo por el hecho de que se presenta, antes que

    Inada, como un objeto superlativo. No hay que

    olvidar que el objeto es el mejor mensajero de losobrenatural, ya que en l se encuentra fcilmente,a la vez, perfeccin y ausencia de origen, conclu

    sin y brillantez, transformacin de la vida enmateria (la materia es mucho ms mgica que lavida), y, para decirlo en una palabra, un silencio

    que pertenece al orden de lo maravilloso. El D.S.

    (el dios)* posee todos los caracteres (al menos elpblico se los otorga unnimemente) de uno deesos objetos descendidos de otro universo, que

    alimentaron la neomana del siglo XVIII y dsnuestra ciencia ficcin: el D.S. es ante todo un

    nuevo Nautilus.

    Por esta razn la gente se interesa ms porsus lneas que por su sustancia. Como se sabe,lo liso es un atributo permanente de la perfeccin,

    porque lo contrario revela una operacin tcnica

    y profundamente humana de ajuste: la tnica deCristo no tena costura, as como las aeronaves

    de la ciencia ficcin son de un metal sin junturas.El D.S. 19 no aspira a ser pura envoltura aunque

    su forma general sea muy envolvente. Con todo,lo que ms interesa al pblico son sus ajustes: se

    palpa con furia la juntura de los vidrios, se pasa

    la mano por las anchas canaletas de caucho que

    ajustan el vidrio trasero a los bordes niquelados.

    Existe en el D.S. la insinuacin de una nueva feno

    menologa del ajuste, como si se pasara de unmundo de elementos soldados a un mundo de ele

    mentos yuxtapuestos que se sostienen en virtud

    de su forma maravillosa, lo que, por supuesto,introduce la idea de una naturaleza ms sencilla.

    (...) Es posible que el D.S. marque un cambio

    en la mitologa automovilstica. Hasta ahora elcoche superlativo se vinculaba ms bien con el

    bestiario de la potencia. Con el D.S. se vuelve a

    la vez ms espiritual y ms objetivo; y pese aalgunas concesiones neomanacas (como elvolante hueco) se nos muestra ms familiar, msacorde con la sublimacin de los utensilios quese encuentran en las artes domsticas contem

    porneas. El tablero de mandos se parece ms a

    la mesa de trabajo de una cocina moderna que a

    la central de una fbrica, las delgadas aletas dechapa opaca, ondulada, las palancas pequeas con

    bolas blancas, los indicadores luminosos tan sen

    cillos, incluso la discrecin del niquelado, todo

    revela una especie de control que se ejerce sobre

    el movimiento, concebido ahora en funcin de la

    comodidad ms que de los resultados. Pasamos

    a todas luces de la alquimia de la velocidad aldeleite de la conduccin.

    Da la impresin de que el pblico hubiera adivinado de manera admirable la novedad de los

    temas que se le proponen: en primer lugar, sen

    sible al neologismo (una adecuada campaa de

    prensa lo mantena alerta desde hace aos), seesfuerza rpidamente por incorporar una conducta

    de adaptacin y utilitarismo ("Hay que habituarsea la novedad"). En las salas de exposicin, se visitael coche con aplicacin intensa y amorosa: es laimportante fase del descubrimiento tctil, el

    momento en que la maravilla visual va a sufrir el

    asalto razonador del tacto (porque el tacto es elms desmitificador de los sentidos, al contrario

    de la vista, que es el ms mgico). Se tocan las

    chapas y las junturas, se palpan los tapizados, se

    prueban los asientos, se acarician las puertas, se

    manosean los almohadones; frente al volante, se

    simula conducir con todo el cuerpo. Ahora el

    objeto ha quedado totalmente prostituido, apropiado: venido del cielo de Metrpolis, en un cuarto

    de hora el D.S. ha sido mediatizado y cumple, en

    este exorcismo, el gesto especfico de la promocin pequeo burguesa. H

    * Et modelo de Citron D.S. es designado por la unin fontica de las dos letras que. en francs, coincide con la palabradiosa ("desse"). El juego de palabras resulta posible si se tieneen cuenta que en ia lengua original automvil es femenino.

    ROLAND BARTHES, critico y ensayista francs (1915-1980).

    Sus principales obras publicadas en espaol: El grado cero de

    la escritura (1953); Mitologas (1957); Crtica y verdad ( 1 966):

    El placer del texto (1973).

  • Transportando gasolinaen Luxor, Egipto.

    A la derecha,embotellamiento en

    la carretera Pars-Auteull

    en 1923.

    Pero hay quienes persisten en considerar alcoche como el instrumento ideal para "hacerdeporte"; y todava hay locos de la velocidad quesuean con lanzarse por las carreteras a ms de200 kilmetros por hora. El automvil no hacambiado ni a los hombres ni a las mujeres;digamos en honor de estas ltimas que suelenceder menos a sus "encantos" que aqullos. Entrelos conductores hay de todo: los tmidos y lostemerarios, los prudentes y los colricos, losdiscretos y los que quieren distinguirse de la masaconduciendo un blido de lneas aerodinmicas

    o un modelo rarsimo.

    All donde el coche es rey, se ha convertidoen un devorador de energa no renovable y enuna primersima causa de molestias y de contaminacin del medio ambiente. Para ponerremedio a semejante estado de cosas, la solucinno est en un retorno nostlgico a un pasado queno volver, sino en adoptar una serie de decisionesde orden tcnico y en otorgar preferencia a lacomunidad en vez de al individuo. Pero se ser

    un camino largo de recorrer.

    All donde

    el automvil escasea

    En las zonas menos motorizadas del planetafrica, Amrica Latina, algunas regiones de Oceania y Asia con excepcin de Japn hay aproximadamente cuarenta veces menos coches por milhabitantes que en Amrica del Norte y Europaoccidental.

    Existen metrpolis del "Sur" con un crecimiento muy rpido, como Ro de Janeiro y HonkKong, Mxico y Telaviv, El Cairo y Singapur, quetienen un intenso trfico automovilstico. Pero

    en la mayora de los pases a los que pertenecenposeer un coche sigue siendo cosa de unos pocosprivilegiados, bien sean particulares ricos o beneficiarios de un automvil de funcin. (Porejemplo, China tena en 1980 280.000 automviles, es decir apenas el doble que Luxemburgo.)El nmero de vehculos utilitarios supera conmucho el de coches particulares, consideradoscomo producto de lujo. Como la red de carreteras suele estar poco desarrollada, es indispensable disponer de camiones "todo terreno" parael transporte de mercancas y de autobuses parael de personas.

    El largo caminohacia el coche popular

    La idea de un automvil "popular" apareci yaa principios de siglo en la forma de una versinsimplificada de los grandes modelos clsicos. Perohubo que esperar ms de cincuenta aos para quese convirtiera en realidad. Durante ese periodola historia de la produccin tuvo tres etapas principales: el paso del trabajo a destajo a la estandarizacin, la introduccin de la cadena de montajegracias a la cual fue posible producir ms de diezmil vehculos anuales, y la automatizacin. En laactualidad la mayora de las operaciones lasrealizan robots perfeccionados y todos losprogramas de fabricacin estn informatizados.

    Estos programas revolucionarios no se han

    implantado en todas partes al mismo tiempo. FueHenry Ford I quien introdujo en los EstadosUnidos la cadena de montaje. El objetivo de esteautntico pionero del automvil era motorizaral pas entero fabricando un coche robusto ybarato. En 1909 comercializaba su modelo T, elclebre "Tin Lizzie". Su xito fue enorme: hasta

    1927 se fabricaron ms de quince millones deejemplares. La industria automovilstica, en plenoflorecimiento, iba a seguir el ejemplo de Ford contal eficacia que en pocos aos los Estados Unidosse convirtieron en el nico pas en que poseer unautomvil era ms bien la regla que la excepcin.

    Aunque nacido en Europa, el automvil tardams en el viejo continente en dejar de ser un bienescaso. Las dos guerras mundiales vienen ainterrumpir su expansin. La produccin encadena alcanza su mximo desarrollo en Francia

    gracias a tres conocidos industriales: AndrCitron, Louis Renault y Robert Peugeot. EnItalia Giovanni Agnelli, fundador de la Fiat yabuelo de su actual patrn, construy dos fbricascuya produccin tuvo fcil salida gracias a laactitud favorable del rgimen fascista para con elautomvil. Por su parte, Alemania, agotada porla derrota de 1918, no pudo seguir inmediatamente el movimiento general, pese a que Fordse hizo cargo de la produccin automovilsticanacional en su filial de Colonia; poco despusseguira su ejemplo la General Motors, quecompr las fbricas Opel. Hubo que esperar alrgimen nazi para que se abrieran de par en parlas puertas las carreteras a la industria delautomvil. Por una cruel irona de la historia la

  • Vehculo con energasolar en el rallye anual

    de Suiza (1986).

    26

    marca hoy mundialmente clebre Volkswagen(que en alemn significa "coche popular") debesu existencia a Adolfo Hitler.

    Un salto cualitativo

    As pues, la industria del automvil revolucionen unos cuantos decenios sus mtodos de trabajo.Gracias a esa revolucin, que aun no est en modoalguno terminada, el automvil como objeto haexperimentado un extraordinario salto cualitativo. Aun conservando su morfologa fsica, elcoche que hoy se fabrica se ha transformado considerablemente y, sobre todo, se ha automatizado.La electrnica y la microinformtica gobiernantanto el motor, la transmisin y la suspensincomo el funcionamiento de los asientos, de loscristales y de las puertas.

    Hoy el "coche popular" es una realidad. Asu implantacin ha contribuido en gran medidala industria automovilstica japonesa, que, aunqueapareci con retraso respecto de las otras, es hoyla primera productora mundial. Ese "cochepopular", lejos de constituir esa versin truncada,ese enano poco confortable que fue durante largotiempo, posee todos los perfeccionamientosmodernos. Gracias a su tamao reducido, se

    mueve como pez en el agua en medio del barullode la circulacin urbana. Su nico rival autntico

    es el coche de ocasin, que ofrece todas las comodidades de antes a bajo precio.

    Qu decir a guisa de conclusin? En laactualidad veinte empresas automovilsticasnorteamericanas, europeas y asiticas producenel 99 por ciento de todos los coches del mundo.Herederas de las empresas que en nmero aproximado de 6.000 jalonan la historia del automvil,esos mastodontes industriales se han implantadoen todo el planeta. Aun rivalizando entre s, trabajan de todos modos en cooperacin cada vezms estrecha. Hoy estn concibiendo planes parasustituir a las industrias en crisis de Europaoriental y constituyen el ncleo de un gigantescosector de actividades diversas al que nuestra pocadebe una parte de su opulencia.

    Pero y maana? l automvil, que siguesiendo necesario en todas partes, tiene que hacerfrente a unos retos tecnolgicos que son consecuencia misma de su xito. Mientras en una mitad

    del mundo la opinin pblica, alarmada, piensaque es inevitable el fin del automvil y la otramitad sufre cruelmente de su ausencia, en lasombra se trabaja para transformar el omnipresente instrumento. La segunda revolucin delautomvil ha comenzado.

  • Un flagelo indispensable

    El vehculo

    maravilloso,smbolo

    embriagador delibertad y

    velocidad, se haconvertido en una

    mquina molestae invasora...

    NICOLAS LANGLOIS,

    francs, fue periodista de

    Le Monde (1972) y de

    L'Express (1973-1978).En 1979 cre la revista

    quincenal Le Journal de

    l'automobile, de la que

    es jefe de redaccin.

    Jl Este ha cambiado. Y por la primera brechaabierta en la cortina de hierro se ha introducido

    el automvil. El Occidente del automvil, queextiende sus ramificaciones hasta el Sudeste

    asitico, ha encontrado all un nuevo terreno. En

    la URSS perestroka rima ahora con automvil.Todos los constructores del planeta han hecho elviaje a Mosc.

    Entonces, el automvil es la libertad? S, sise habla de economa liberal. S, si se piensa enla verdadera fiesta que constituye siempre laadquisicin de un coche. S, cuando se evoca alos automovilistas, privilegiados de pases que nolo son, o los grandes espacios por descubrir.

    Pero, no estaremos sufriendo una alienacincausada por un mito? El de la libertad de desplazarse, a todas partes, sin cansancio y a una velocidad que nuestro cuerpo no permite. Despus dehabernos seducido, la idea, al hacerse realidad,

    entraa el riesgo de provocar su propia destruccin. Demasiados autos no frenan al auto hastainmovilizarlo?

    POR NICOLAS LANGLOIS

    Si, a escala planetaria, nueve de cada diez personas suean con l, en Europa occidental unade cada diez personas vive de l. Y en ese mismocontinente, como en Norteamrica o en el Japn,es a la vez un objeto maravilloso, un productomercantil y un imperativo social. Su fantsticomagnetismo permite todos los abusos.

    Encarnacin de un sueo

    de libertad

    Pero, dejemos de lado la nostalgia. El llamadomundo desarrollado no tiene ms que resolver susincoherencias y quemar sus artificios. Los privilegiados han desvirtuado el objeto, apartndolode su misin. El vehculo maravilloso se ha con

    vertido en una mquina invasora cromo, arti-lugio, smbolo social. Mientras los nuevos juegosde circo, retransmitidos en mundiovisin, hacen

    el elogio de la velocidad, el auto, en algunos pases,mata, agrede, contamina. Pero no adoptemostampoco una actitud de rechazo. Los verdaderos 27

  • 28

    nios mimados siguen siendo menos numerososque los olvidados y los excluidos del crecimientoeconmico. Ms del 85% de los coches producidosen 1989 se vendieron en Norteamrica, en Europaoccidental y en el Japn.

    No se trata de -privarse de esa fabulosa prtesis mecnica, que ha sabido diversificarse: elvehculo automvil es tambin el camin, la

    camioneta y el autobs. Otros tantos actoresmecnicos para vincular a los hombres. Comunicacin, comercio, encuentros auto es el quesabe romper ciertos aislamientos y materializaralgunas esperanzas de desarrollo.

    Y luego, encarnacin de un sueo de libertad,el auto es la igualdad. Un brazo industrial de lademocracia. El instrumento de una formidable

    nivelacin social, apenas suplantado por la televisin. Cualquiera que sea su resultado, los embotellamientos de la circulacin ponen a sus usuariosen pie de igualdad. Pero cuando todas las poblaciones del globo tienen tendencia a concentrarseen las zonas urbanas, su uso se transforma en una

    ventaja exorbitante. Envenenar el planeta por unacierta comodidad de desplazamiento...

    Todo se espera del auto

    El ensueo y la negligencia lo han convertido enuno de los nuevos flagelos. Pero un flagelo indispensable, reclamado y alentado la vez muletade un desarrollo no controlado y pilar de una aceleracin enloquecida. De elemento de agrado, seha convertido en una necesidadpara sobrellevar las dificultades de los nuevosestilos de vida. Y su reinado prefigura tanto laanarqua como la superpoblacin. El auge es, alparecer, incontrolable; las fbricas funcionan paraproporcionar un trabajo que se ha tornado escaso,y producen, y sus productos encuentran compradores. Cada cual quiere su auto...

    Ahora bien, aqu o all, aparecen algunosproblemas. Se han codificado algunas de sus utilizaciones. Muchos lo convierten en un chivo

    expiatorio ideal: estara contaminando el planeta.Seguramente, tiene alguna culpa, pero es antetodo el blanco ms evidente. Se piensa en lacalidad del aire, pero, al mismo tiempo, se siguencavando, cortando y construyendo carreteras,subterrneos y autopistas para absorber la circulacin en constante crecimiento...

    Pues al auto se le pide todo. "Desdichados"norteamericanos condenados, desde la edad de

    quince aos, a tomar el volante para podermoverse. Y todos esos individuos encerrados yestacionados durante horas sobre el asfalto, prisioneros de las barreras de acero? Van de vaca

    ciones o al trabajo; da lo mismo. No hay otrosistema de desplazamiento para entrar en la ciudado abandonarla. Para los particulares, el cochesigue siendo el menos oneroso de los medios detransporte modernos.

    Por qu, en este fin de siglo, en un pas llamado desarrollado, un homo sapiens de la clasemedia dedica una parte ms importante de sus

    ingresos a su automvil que a su casa? Porque alautomvil se le puede pedir todo: adems de losimpuestos de propiedad y de uso, que se encarguedel desarrollo de una economa y que se ocupedel empleo. Es en aras del empleo que el automvil debe hoy en da velar por la renovacindel Este europeo, as como deba, ayer, socorreral sur de Italia o al norte de Francia, y como debetodava apoyar al liberalismo britnico.

    Un juego estpido:el trayecto domicilio-trabajo

    Cuando los grandes equilibrios tradicionalesceden, cuando la siderurgia vacila, cuando la construccin tiene dificultades, siempre un mismo salvador: el coche y sus fbricas. Qu importa elaumento de las cargas que pesan sobre l, el automovilista necesita su coche seguir necesitndolo a cualquier precio. Por suerte, pues amenudo no tiene otra escapatoria.

    En los aos cincuenta se invent un juegoestpido: el trayecto domicilio-trabajo. En lasciudades se supriman los rieles de los tranvas,mientras se construan ciudades-dormitorio y sepeda a los autobuses y a los camiones quereemplazaran a los trenes. No se tena muy encuenta a las vctimas...

    Hoy da, en las aglomeraciones, las rayas depintura blanca sustituyen los rieles de antao. Sonlas grandes obras de una poca que no sabe reflexionar sobre la complementariedad de sus capacidades. Aunque permita todo, el auto no se hacreado para competir con el avin, el tren, ni tampoco con la bicicleta. Pero el hombre sigue siendola mercanca ms fcil de transportaresperar, se mueve solo, no se deteriora...

    El negocio frentea la imaginacin

    Entonces, se ha decidido no pensar demasiado.Se extiende el asfalto para dar una salida a todasesas mquinas que las fbricas producen a unritmo de 150.000 por da. Y se deja hacer. Es muysencillo: el automovilista tolera, y conduce.

    Un participante en el rallyede Kenya de 1984 y,

    al fondo, el Kilimanjaro.

    Casa callfornlana

    en forma de Cadillac.

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  • No hay que destruir el motor de la economa.Cuando los japoneses cuentan con sus autos paraafianzar definitivamente su supremaca econmica a escala planetaria, cada cual, a su ritmo,intenta replicar. Para evitar la invasin, las prdidas de beneficios y de empleo, los pases fortalecen aun ms su propia industria de automviles.Pero sin imaginarse, probablemente, que seequivocan de terreno de juego. Se conoce perfectamente el radio de accin ideal de un avin. Se

    sabe tambin que, hasta una distancia de 700 km,el tren lo supera ampliamente. Se sabe, por tanto,que el auto no debera ser el vehculo que hayque seguir produciendo. Sin embargo...

    El presupuesto de un pas como Franciaequivala, hace todava algunos aos, a la cifra denegocios del primer constructor de automvilesdel mundo. Hoy en da, en los siete pases msricos son, todava y siempre, las firmas productoras de automviles las que ocupan los primeroslugares en lo tocante a la cifra de negocios y alos beneficios. Les siguen los petroleros...

    Un sueo convertido en artificio

    La cuerda todava es resistente. El afn de tener

    auto no disminuye. Entonces es posible aprovecharlo para mantener el negocio, los grandesconvenios, los intercambios internacionales

    verdaderos proyectos quimricos. Y los colonizadores ya ni siquiera tienen necesidad de evocarotras culturas a fabricar y a vendersueos. El automvil no ha cumplido ya su papelde religin en los llamados pases desarrollados?

    Entonces, todo est claro. Sobre todo, nodestruir nada. Y tanto peor si el automvil se convierte en