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REVISTA LABORAL ICAL José Cademartori - Ricardo Antunes Claudia Echeverría Turres - Dasten Julián Vejar Edición Katia Molina Mauricio Muñoz Nº 15 - Año 5

Revistalaboral nº15

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Las grandes transformaciones que se han realizado en el trabajo, ha dado como resultado una nueva morfología, en virtud de la búsqueda de más ganancias por los capitales que han hecho que las tendencias de precarización, flexibilidad, falta de poder de los trabajadores sean parte de las características estructurales del modelo. Por ello, es para el área laboral de ICAL de suma importancia debatir para comprender lo que ocurre en el mundo del trabajo. De esta forma, ponemos a su disposición el presente texto de La Revista Laboral

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Revista laboralICAL

Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz Ical.www.ical.cl

REVISTA LABORALICAL

José Cademartori - Ricardo AntunesClaudia Echeverría Turres - Dasten Julián Vejar

Edición

Katia MolinaMauricio Muñoz

Nº 15 - Año 5

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ÍNDICE

LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO Y SUS CONSECUENCIAS EN EL EMPLEO José Cademartori ...................................................................7

LA NUEVA MORFOLOGÍA DEL TRABAJO Y SUS PRINCIPALES TENDENCIAS: Informalidad, infoproletariado, (In)materialidad y valorRicardo Antunes .................................................................35

¿EL GÉNERO NOS UNE, LA CLASE NOS DIVIDE?:Claudia Echeverría Turres ...................................................68

EL PRESENTE DEL SINDICALISMO EN CHILE Un Panorama general de sus tendencias y divergenciasDasten Julián Vejar .............................................................87

Revista Laboral Ical© Nº15- Año 5

Ediciones: Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz Ical.www.ical.cl

Edición General : Katia Molina- Mauricio MuñozDiseño y Diagramación : Manuel Olate

Fotografía portada: CUT CopiapóInscripción ISBN : 0719-1715

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Editorial

El mundo del trabajo recobra centralidad a la luz de la comprensión de los mecanismos que operan en su interior, esa es una tarea que hoy nos compete, porque las grandes transformaciones que se han realizado en el trabajo, ha dado como resultado una nueva forma, como señala Antunes una nueva morfología, en virtud de la búsqueda de más ganancias por los capitales que han hecho que las tendencias de precarización, flexibilidad, falta de poder de los trabajadores sean parte de las características estructurales del modelo.

Es para el área laboral de ICAL de suma importancia debatir para comprender lo que ocurre en el mundo del trabajo. De esta forma, ponemos a su disposición el presente texto de La Revista Laboral que cuenta con aportes significativos en este sentido.

El primer documento, es un aporte del economista José Cademartori, quien comparte un texto de su próximo libro a publicar, centrado en el análisis de los cuarenta años tras el golpe militar de 1973, el artículo que reproducimos en la Revista Laboral devela las características del desempleo en la consolidación del modelo neoliberal en el Chile post-dictadura, señalando la relación entre la participación en la fuerza de trabajo y el desempleo, además de las diferentes mediciones que se utilizan en el país, finalizando con una mirada de la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo y su comportamiento como “ejército de reserva”

El segundo texto, es un regalo de Ricardo Antunes, sociólogo brasileño, que participó en el seminario la Morfología del Trabajo en Chile, realizado en ICAL el

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segundo semestre del año 2012. El autor, de amplio desarrollo teórico, nos permite adentrarnos en las transformaciones profundas que ocurren en el trabajo y sus tendencias a nivel mundial. El debate teórico propuesto, señala la centralidad del trabajo versus la invisibilidad que se pretende de este, desde la mirada posmoderma o “para posmoderna”.

El Tercer texto, es un aporte de Claudia Echeverría, socióloga quien se aproxima a los debates entre género y clase, conceptos que nos permiten una comprensión mayor de la realidad actual, la cual debemos explorar desde la complejidad teórica que se presenta.

El último Texto, es una contribución de Dasten Julián, sociólogo, quien problematiza el mundo del trabajo desde la perspectiva de las organizaciones de los trabajadores. Desde una mirada crítica señala las tendencias del sindicalismo chileno, en el periodo post- dictadura, realiza una revisión a los principales indicadores estadísticos mostrando su actual estado.

LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO Y SUS CONSECUENCIAS EN EL EMPLEO

José Cademartori1

Introducción2 Para entender el desempleo y sus fuentes es

necesario mirar la historia, es ahí donde encontramos sus componentes, su estructura y las variantes que lo determinan, que en la mayor parte de las veces están ocultas, dejando que observemos el desempleo sólo como un fenómeno aislado, como un mero hecho fortuito de relaciones comerciales, basados en valoraciones subjetivas, sin considerar que siempre existen componentes políticos detrás.

En tiempos de la dictadura, específicamente en el primer semestre de 1983, existían 800 mil personas totalmente desocupadas, además de los adscritos a los programas de subsidios ocupacionales donde se encontraban 530 mil personas más, es en este periodo en que se llega a tener una tasa de desempleo del 32 % (Meller & Solimano, 1983). Si bien, el desempleo desde muchas perspectivas es algo indeseable, la composición de una economía con un componente estructural de desempleo es beneficiosa y funcional para los sectores capitalistas, si bien los gobernantes en la dictadura no pudieron manejar dichas tasas excesivamente elevadas, 1 Economista 2 Introducción escrita por Ignacio Silva. Economista

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fue precisamente en la década de los 90, cuando se consolidó el modelo, cuando el desempleo estructural se logró estabilizar.

De esta manera, encontramos factores políticos y económicos determinados por la estructura dominante que determinan a su conveniencia la configuración de este “desempleo estructural”, que en algún momento Carlos Marx denomino “el ejército industrial de reserva”:

“Si la existencia de una superpoblación obrera es producto necesario de la acumulación o desarrollo de la riqueza sobre base capitalista, esta superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación capitalista, más aún, en una de las condiciones de vida del modo capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y se mantuviese a sus expensas”3

Sin embargo, esta definición no solo es tomada por Marx en el siglo XIX, sino que también son los neoclásicos que explican el efecto del desempleo en los salarios, encontrando que el mayor desempleo provoca una mayor tendencia a la baja de los salarios, explicada por un mayor poder de negociación de los capitalistas, lo cual, volviendo a términos marxistas, nos hace mantener y aumentar los niveles de explotación y la plusvalía relativa en la economía.

A continuación el economista José Cademartori nos presentará el desarrollo del desempleo y sus características desde principio de los 90, periodo en que se logra hacerlo menos volátil a fluctuaciones y crisis extranjeras, pero siempre manteniéndose funcional al capital.

3 Marx, Karl. El Capítal, sección 3, capítulo 23.

Panorama general4

El término del Gobierno Militar y el paso a las elecciones democráticas hacían vislumbrar, a fines de los 80 y con fundada razón, un futuro mejor en términos del empleo. La economía venía hace un par de años remontando el paso, y la crisis del 82 con sus miles de desempleados había quedado atrás, abriendo las puertas al crecimiento y el comercio internacional. Ya no existiría la muralla que impedía la sindicalización libre de los trabajadores, los niveles de desempleo mejoraban al tiempo que la economía crecía, la pobreza presentaba una tendencia decreciente según las estadísticas oficiales (Agacino, 1995) y el empleo presentaba novedosas formas de trabajo y de contrato, acorde a las nuevas eras de globalización.

El esperanzador panorama no demoró en diluirse. Las condiciones de trabajo cambiaron bruscamente hacia la flexibilización laboral, que en el marco de un nulo sistema de seguridad social, representó una creciente inestabilidad para los asalariados. Las reformas al Código del Trabajo implementaron formas legales que hacían más fácil el despido, el seguro de cesantía se mantuvo inexistente por muchos años y aún bajo durante todo el decenio del 2000, y las tasas de desempleo disminuían a un ritmo demasiado lento, comparado al ritmo en que se disparaba el desempleo en épocas de crisis.

4 Este artículo es parte del libro que José Cademartori publicará próximamente y que quiso compartir con ICAL

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Fuente: Banco Central de Chile, con datos del INE.

Según las estadísticas del INE, la tasa de desempleo en todo el periodo 1990-2009 promedió un 8,2%, lejos de los niveles de pleno empleo, los que han sido alcanzado y mantenidos por otros países antes revisados en este mismo periodo. Lejos también nos encontramos de los anteriores niveles históricos en Chile de 2% alcanzados en 1972 y 1973. Del mismo modo, en todo este periodo la tasa de desempleo no ha descendido nunca por debajo del nivel de 5%. Más aún, un desempleo mínimo de 5% implica que existe en Chile un desempleo “estructural”, más allá del llamado friccional, que en otros países puede alcanzar niveles máximos de 3%.

Viendo a simple vista el gráfico IV.3.1, vemos que la tasa de desempleo mejora entre 1990 y 1998, con algunas subidas atribuibles a los “ajustes de corto

plazo” orientados, en 1990 y 1994 a reducir la inflación persistente. Un informe de la OIT argumenta que, “en ausencia de empujes de política antiinflacionaria, la economía chilena tiende a situarse en una tasa de desempleo del orden del 6%” (OIT, 1998). Los bajos niveles de desocupación de estos años no han podido ser alcanzados a pesar de los esfuerzos.

La llegada de la crisis asiática en 1998, con una cada vez mayor integración al comercio internacional y a los flujos de capitales, sumado a factores internos como el reajuste trianual del salario mínimo, se combinan para disparan el desempleo a un máximo de 11,9% en el invierno de 1999, subiendo casi un 5% en solamente un año. Los niveles se mantienen hasta el año 2005, aun cuando la economía ya se venía recuperando, lo que hace pensar a los investigadores la presencia de un desempleo estructural causado por cambios en el nivel de empleos que las empresas demandan para producir (Cowan, Micco, Mizala, Pagés, & Romaguera, 2004).

Después de recuperarse entre el 2005 y el 2007, el desempleo vuelve a subir con el impacto de la crisis sub-prime en Chile, llegando nuevamente a los dos dígitos durante el 2009, según la Nueva Encuesta Nacional de Empleo, para bajar lentamente situándose cerca del 6,4% en verano del 2012.

El comportamiento de la fuerza de trabajoPor otro lado, es un error analizar sólo la tasa de

desempleo, debido a que existen cambios importantes en la población económicamente activa. Como muestran los datos en otros países, puede suceder que la tasa de desempleo descienda, pero que a su vez baje el nivel de empleo en la economía, pues los que ofrecen su fuerza de trabajo en el mercado son también menos.

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Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.

Desde 1986 se evidencia un aumento sostenido en la tasa de participación, llegando a un máximo de 56,5% en enero de 1994. Según la OIT, esto debiera vincularse, en parte, a una reducción del “desempleo oculto” generado en la década de los ’80. El efecto de la entrada de las mujeres al mercado del trabajo también es importante, debido al proceso de ajuste estructural de la economía. Un ejemplo es la aparición de los “packing” de frutas que emplean predominante mujeres (OIT, 1998).

Como se ve en el Gráfico IV.3.2, la tasa de participación presenta una correlación negativa con la tasa de desempleo, aunque esta relación no sea estable en todos los periodos. Es decir, que cuando baja la tasa de desempleo, la participación en la fuerza de trabajo tiende a aumentar. Y cuando el ciclo repercute de forma negativa en el empleo, hay trabajadores que salen de la fuerza de trabajo, sea por el hecho de no encontrar

trabajo (los llamados “desalentados”) o por dedicarse a otras labores, como las domésticas, o la capacitación. Cuando la economía se recupera, y existen posibilidades reales de encontrar un empleo, este “ejército de reserva” vuelve a formar parte de la fuerza de trabajo, ya sea como empleado o como desempleado.

En la práctica, los movimientos en la tasa de participación contribuyen a suavizar los incrementos y descensos en la tasa de desempleo. Cowan y otros (2004) argumentan que el brusco incremento en la tasa de desempleo a partir de 1998 se produce por una caída del empleo no compensada por otra de similar magnitud en la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo. Según los autores, es importante destacar que “la caída en la tasa de empleo fue de gran magnitud, pero su efecto en el desempleo fue suavizado por los cambios en la participación. Si la tasa de participación no hubiese caído entre 1998 y 2002, la tasa de desempleo en 2002 habría sido casi cuatro puntos mayor, es decir, alrededor de un 12% de la fuerza de trabajo” (Cowan, Micco, Mizala, Pagés, & Romaguera, 2004).

Con todo, Chile sigue presentando una proporción de población económicamente activa considerablemente menor que los países pertenecientes a la OCDE. En efecto, la tasa promedio de participación de la OCDE alcanzó el año 2006 un 70,5%, mientras que a igual medición, Chile presentó una tasa de participación de 62,6% (Jélvez & Alvarado, 2009).

El detalle de las medicionesEs interesante analizar además las divergencias

entre las distintas mediciones sobre el desempleo. En particular, las diferencias son importantes si comparamos las mediciones oficiales del INE, con

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las que realiza la Universidad de Chile a través de su Encuesta de Ocupación y Desocupación, que se realiza desde 1957.

Fuente: Serie empalmada del Instituto Nacional de Estadísticas para la Región Metropolitana, con 2002 como referencia poblacional. Datos de la Universidad de Chile para el Gran Santiago, considerando sólo mayores de 14 años.

El comportamiento de las diferencias en las mediciones del INE para la región metropolitana, y de la Universidad de Chile para el Gran Santiago, presentan dos patrones diferentes dependiendo de la época: antes y después de 1998. Más allá de la volatilidad de cada medición5, constatamos que antes de la crisis asiática, 5 La mayor volatilidad de las mediciones del INE puede deberse a que este levantamiento

se hace en trimestres móviles (por ejemplo, la medición de marzo de 2000 corresponde a una medición del desempleo en el trimestre febrero-marzo-abril de 2000), mientras que el desempleo registrado por la U. de Chile corresponde a datos mensuales que se recogen 4

ambas mediciones seguían un patrón relativamente similar. En particular, en este periodo las diferencias entre ambas encuestas no superan el 2,1% registrado en enero de 1990.

La segunda fase identificable es a partir de 1998, es decir, desde que estalla la crisis asiática. En este periodo la cifra obtenida por el INE es claramente inferior a la obtenida por la U. de Chile. La diferencia máxima entre ambas se alcanza en junio de 2001. Mientras la U. de Chile reportaba una tasa de desempleo de 17,7%, el INE lo hacía en un 8,9%, teniendo una discrepancia por tanto de un 8,1%. Esto no es dato menor, ya que las diferencias son importantes para efectos del análisis. Por mucho, este periodo de crisis y post-crisis es el de mayor discrepancia entre ambas encuestas.

Este fenómeno descrito sucede a pesar de una contra-tendencia importante en la definición del desempleado y por tanto de la incorporación a la población económicamente activa. Mientras que la encuesta de la Universidad de Chile utiliza una semana como periodo de referencia de búsqueda, para el INE este es de dos meses. En términos explicativos, si una persona buscó empleo durante los últimos dos meses pero no durante la última semana, figuraría en la medición del INE como desempleado, mientras en la encuesta de la U. de Chile sería clasificada como inactiva, y por lo tanto fuera de la fuerza de trabajo. Esto determinaría por tanto que el INE consideraría como desempleadas a algunas personas que en la encuesta de la U. de Chile aparecerían como fuera de la fuerza de trabajo, haciendo elevar la tasa de desempleo del INE por sobre la de la U. de Chile. Paradójicamente, el efecto es por amplio margen contrario.

veces al año, y por lo tanto pueden presentar menor variación por estar las muestras más distribuidas en el tiempo.

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Cabe destacar que tanto la metodología del INE como de la Universidad de Chile son utilizadas internacionalmente, teniendo ambas sus pro y sus contras. Bravo, Ramos y Urzúa (2003) evalúan esta diferencia y tratan de dar explicaciones frente a la disparidad de resultados entre ambas encuestas, tanto en la tasa de desempleo donde la diferencia es de más de 4 puntos, así como en la evolución del desempleo. Sin embargo, aun considerando los periodos de referencia para clasificarse como desempleado, los datos de la U. de Chile registran tasas significativamente superiores al INE, sobre todo en periodos post crisis económica. Además de las diferencias en la forma en que es levantada la encuesta, Bravo y otros encuentran que la principal diferencia está en el cuestionario utilizado. Mientras que el INE desarrolla una encuesta más “objetiva” al incluir más preguntas, la de la U. de Chile es más “subjetiva”, en cuanto deja más al arbitrio del encuestado su clasificación ocupacional.

Un asunto que surge es la real medición del problema social que es y genera el desempleo. Por ejemplo, alguien que lleva 4 meses buscando trabajo podría considerarse a sí mismo como cesante, pese a que la última semana en particular se encontró haciendo algo, aunque pasajero. Esta persona contestaría que estuvo cesante buscando trabajo en la Encuesta de la U. de Chile, pero en el INE sería reclasificado como ocupado. Como sostienen los autores, en periodos de turbulencia, “gran cantidad de gente ha terminado trabajando en lo que se les presente, con tal de sobrevivir, mientras encuentran un empleo (…) La verdad es que están altamente subocupados”. De esta forma, el costo de la mayor “objetividad” es que “tiende a minimizar el problema social real (desempleo o subempleo grave) y de suavizar periodos de inflexión económica, lo que resta utilidad

para el análisis de los ciclos y de la determinación de la política macroeconómica”. Cabe destacar que si se hacen comparaciones con las encuestas CASEN y el Censo de población, las cercanías de la encuesta de la Universidad de Chile son mucho mayores que las del INE, como lo muestra la Tabla III.3.1.

Tabla III.3.1.Comparación de Desempleo con Censo 2002

(Región Metropolitana)

Encuesta Tasa de DesempleoU. de Chile, marzo 2002 13,3%INE. Febrero-abril 2002 9,0%Censo 2002 (marzo) 12,4%

Fuente:(Bravo, Ramos, & Urzúa, Las diferencias en desempleo INE-Universidad de Chile, 2003).

Si a la Encuesta de la Universidad de Chile se le aplicara, en vez de un periodo de referencia de una semana para la búsqueda de empleo, un periodo de referencia de dos meses, como lo hace la metodología del INE, lo más probable es que en la primera encuesta los inactivos disminuyen, y pasen a engrosar las filas de los cesantes en busca de empleo, elevando de esta manera la tasa de desempleo reconocida. Por su parte, la OIT no proporciona un criterio uniforme para la medición del desempleo, dejando a discreción de cada país la definición del periodo de referencia para la búsqueda de empleo.

Primeros pasos legislativosCon la llegada de la democracia, se dio también inicio

a una serie de reformas en materia de institucionalidad

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laboral. El Plan Laboral6 había sido ampliamente cuestionado por diversos sectores sociales, en razón de las inequidades que había producido en los distintos niveles de las relaciones laborales. De esta manera, el Programa de Gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia proponía en 1989 “introducir cambios profundos en la institucionalidad laboral, de modo que esta cautele los derechos fundamentales de los trabajadores y permita el fortalecimiento de las organizaciones sindicales para que estas se vayan transformando en una herramienta eficaz para la defensa de los instrumentos de los asalariados y en un factor de influencia sustantiva en la vida social del país”.

En materia de contratación, en 1990 se establece la presunción de duración indefinida cuando un trabajador ha prestado servicios discontinuos en virtud de 2 o más contratos a plazo, durante 12 meses o más en un período de 15 contados de la primera contratación. Esto se hace con el fin de evitar que el trabajador sea contratado por un plazo, para cesar el vínculo por un tiempo y posteriormente ser recontratado, evitando de este modo la situación de inestabilidad en el trabajo.

En materia de terminación de la relación laboral, en noviembre de 1990 se hicieron una serie de modificaciones, cambios que pueden ser entendidos como una readecuación del proceso de flexibilización iniciado en Dictadura, en la medida que “tenían como objetivo otorgar a los trabajadores condiciones adecuadas de estabilidad en sus empleos y preservar la flexibilidad que requieren las empresas para elevar los niveles de inversión y modernización tecnológica” (Rojas, 1991). Se eliminó el desahucio como causa para poner término al contrato de trabajo, por tratarse

6 José Piñera, 1979

de una causal en la que el trabajador desconocía los motivos del despido. Se restablece el despido por causas económicas (necesidades de la empresa) derivadas de: la racionalización, modernización o bajas en la productividad de la empresa, cambios en las condiciones del mercado y de la economía, y de falta de adecuación laboral o técnica del trabajador. Si el empleador pone término a la relación laboral invocando la causal de necesidades de la empresa, y el contrato hubiera estado vigente por más de un año, el empleador deberá pagar una indemnización por cada año de servicio. Estas disposiciones incidieron en la estructura ocupacional, retrotrayendo a un año la duración del plazo para los casos generales, como lo señala Urmeneta (1999).

Los efectos económicos de las legislaciones laborales y las regulaciones es uno de los temas más discutidos en la literatura económica. Uno de los temas recientemente más estudiados es la hipótesis de que “la destrucción creativa de empleo es central para el crecimiento económico”. Una de las implicancias principales de esta hipótesis es que para incentivar el crecimiento económico, se requiere una reasignación continua de trabajadores desde los sectores menos productivos a los más productivos. Sin embargo, esta reasignación de trabajadores y empleos tiene un costo significativamente alto en términos de bienestar para los trabajadores (Cowan & Micco, 2005). En este sentido, como señala Agacino (1995), “el marco institucional que sanciona la desregulación, tanto del acto mismo de compra y venta de fuerza de trabajo como de aquél que permite realizar su valor de uso, aparece como condición del crecimiento en el contexto de apertura de la economía chilena”.

Si bien este paso obtuvo resultados en términos macroeconómicos, fue producto también de un proceso

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llevado a cabo a espaldas de la clase trabajadora, y en ese sentido, trajo efectos negativos para una serie de industrias que se vieron perjudicadas denotando el modelo de desarrollo instaurado y que en este periodo se consolida, vemos que con estas aperturas comerciales provocan cierres de industrias, como lo fue la industria textil y que detrás de las cifras de crecimiento económico que intentan explicar los beneficios para el conjunto de la sociedad de la apertura comercial, este aumento en los beneficios de la sociedad estuvo lejos de ser equitativo, la clase trabajadora percibió menos de lo que creció la economía en dicho periodo e incluso menos de lo que percibía antes, en contraste con los capitalistas, que gracias a dicha apertura comercial obtienen mayores ganancias que las percibidas antes.

La situación y el rol de la mujerEl entender el desempleo como un fenómeno

estructural y agregado dentro de cierto contexto no implica visualizarlo omitiendo las importantes diferencias que se dan dentro de ciertos sub-grupos de la sociedad. Es un hecho común en el mundo, que no da lo mismo el cómo analizar el fenómeno de la desocupación, si se hace en términos agregados, o tomando en un caso la dimensión de género. El problema del empleo en Chile desde el punto de vista de la mujer tiene importantes particularidades que no se observan al compararlo con la situación del hombre, y que se repiten en la gran mayoría de los países analizados.

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.

En primer lugar, es necesario descomponer la situación que se da al descomponer la tasa de desempleo nacional por género. Como se observa en el gráfico IV.3.4, las mujeres presentan sistemáticamente una mayor tasa de desempleo dentro del total de mujeres que componen la fuerza de trabajo, relativo a los hombres. El panorama era especialmente negativo durante toda la década del ’90. La mayor diferencia se produce en enero de 1994, donde mientras la tasa de desempleo en los hombres era de un 5,4%, la de las mujeres era de un 10,5%, es decir casi el doble. En el periodo post-crisis la situación tiende a equilibrarse para ambos sexos, tendiendo a la separación nuevamente cuando el empleo comienza a reactivarse. Por otro lado, además de tener una mayor tasa de desempleo, las mujeres presentan periodo de búsqueda de empleo más largos (OIT, 1998). A esto se suma la desigualdad de trato entre hombres y mujeres. Es un hecho que las mujeres

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necesitan “credenciales educativas” significativamente superiores a las de los hombres para que se les abran las mismas oportunidades de empleo (Abramo, 2003).

Sin embargo, no nos podemos quedar sólo con este panorama, a riesgo de sacar conclusiones erróneas. En el análisis de género ocurren otros fenómenos de igual o mayor relevancia que la disparidad de situación en torno a la tasa de desempleo y la igualdad de oportunidades.

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.

Las variaciones en empleo y desempleo pueden eventualmente ser explicadas en alguna medida por los cambios en la composición de la población económicamente activa, tanto de hombres como de mujeres. El gráfico IV.3.5 muestra la proporción de la fuerza de trabajo femenina, en comparación a la fuerza de trabajo masculina. En abril de 1991, la fuerza de trabajo femenina era equivalente a un 41% de la fuerza de trabajo masculina, es decir, el número de mujeres

dentro de la PEA representaban menos de la mitad del número de hombres en la PEA. Este escenario ha tenido una evolución radical en los últimos decenios, llegando en diciembre de 2009 a representar un 62,1% de la fuerza de trabajo masculina.

Esta tendencia es un proceso continuo que se espera continúe en el tiempo hasta alcanzar la igualdad de situación con el género masculino, equiparando a su vez la tasa de participación femenina a los niveles de países desarrollados. La tasa de participación femenina sobre el total de la población femenina en edad de trabajar se sitúa levemente sobre el 40% desde el 2008 en adelante, mientras este mismo indicador en países como Suiza o Dinamarca representa cerca de un 78%. Vemos que aún queda mucho por recorrer en esta dirección, considerando el incentivo que formulan las políticas públicas para que la mujer ingrese a la fuerza de trabajo.

La idea es entonces dejar atrás la producción de valores de uso, que implicaban las labores domésticas no remuneradas, ingresando de lleno al flujo de valores que implica integrarse al mercado en el actual modo de producción. De este modo, este fenómeno representa un proceso de acumulación originaria moderno, condición necesaria para el desarrollo del sistema económico. Una creación de valor en aumento, en la economía clásica, puede provenir de tres fuentes: una mayor productividad con la misma cantidad de horas trabajadas, una mayor complejidad del trabajo (educación, capacitación, habilidades, etc.), o mayor tiempo dedicado al trabajo. El ingreso de la mujer al mercado implica un aumento de las horas totales trabajadas en el total de la economía, contribuyendo de este modo a le creación de valor nuevo.

Otro aspecto de relevancia en el análisis de género,

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es la comparación en la variación del crecimiento de la población económicamente activa, o en otras palabras, la fluctuación en el proceso de ingreso y salida de la fuerza de trabajo.

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas. Variación porcentual de la fuerza de trabajo por género respecto al mismo mes del año anterior, ocupando como base el periodo previo.

Para los hombres, el promedio de la tasa de crecimiento anual de la fuerza de trabajo en este periodo fue de 1,6%, mientras que para las mujeres fue de 3,5%. Esto explica que las mujeres hayan crecido en representación relativo a los hombres en la población económicamente activa. El gráfico IV.3.6 nos muestra cómo fluctúa el crecimiento anual de la fuerza de trabajo, por género. En el caso de los hombres, el crecimiento de la fuerza de trabajo se encuentra en torno al promedio de 1,6% de crecimiento, con desviaciones no muy acentuadas desde el promedio de crecimiento. En cambio, si vemos

cómo se comporta la variación en la fuerza de trabajo femenina, podemos ver que las fluctuaciones son mucho más marcadas en todos los periodos, desviándose en un rango mucho mayor de su promedio de crecimiento de 3,5%.

Si en vez de tomar las variaciones anuales, vemos las variaciones trimestrales, los resultados son aun más elocuentes.

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.Variación porcentual de la fuerza de trabajo por género respecto al trimestre anterior, ocupando como base el periodo previo.

Las variaciones trimestrales del gráfico IV.3.7 son aun más pronunciadas que las anuales, teniendo los hombres un crecimiento promedio en torno al 5% trimestral, y las mujeres uno en torno al 1,1% trimestral. Un aspecto relevante, además de la disparidad de volatilidad entre

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ambos sub grupos, es el análisis de la disminución de la fuerza de trabajo. A la vez que la composición de la fuerza laboral femenina responde de forma mucha más marcada al ciclo económico (variación anual), presenta niveles de estacionalidad también mucho más marcados (variaciones trimestrales). Es concluyente el hecho de que los hombres disminuyeron su fuerza de trabajo trimestral en 59 de estos 239 meses, mientras que en el mismo periodo las mujeres la disminuyeron en 92 meses. A esto se suma que las variaciones negativas y positivas son mucho mayores en magnitud en las mujeres.

A modo de conclusión, podemos decir que ante los ciclos económicos de ambas naturalezas, las mujeres responden entrando y saliendo de la fuerza de trabajo de forma mucho más marcada que los hombres, constituyendo la parte principal de lo que se denominaría un stock de fuerza de trabajo, o un “ejército de reserva”, listo para entrar o salir de la población económicamente activa, según lo requieran las fluctuaciones del mercado.

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LA NUEVA MORFOLOGÍA DEL TRABAJO Y SUS PRINCIPALES TENDENCIAS: INFORMALIDAD, INFOPROLETARIADO, (IN)MATERIALIDAD Y

VALOR** Ricardo Antunes*

1. Introducción El mundo productivo contemporáneo, sobre todo

desde el vasto proce so de reestructuración del capital que se desencadenó a escala global a comienzos de la década de 1970, ha ido adoptando un claro sentido multiforme, mostrando, por un lado, tendencias a la informalización de la fuerza del trabajo a escala global y al aumento de los niveles de pre carización de los trabajadores y las trabajadoras.

En el extremo contrario, las tendencias que se vienen desarrollando en las últimas décadas estarían haciendo visibles elementos que cabría entender más «positivos» y que apuntarían hacia una mayor intelectualiza ción del trabajo, particularmente en los ramos dotados de mayor impacto tecnológico-informacional-digital.

Las consecuencias analíticas de estas tendencias dispares no son pocas. En el primer caso, se acentúan

* Ricardo Antunes es Professor Titular de Sociología en el Instituto de Filosofia e Ciências Humanas de la UNICAMP. Es investigador del CNPq (Conselho Nacional da Pesquisa) [email protected]

** Publicada en Sociología del Trabajo, nueva época, núm. 74, invierno de 2011, pp. 47-66.Madrid.

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los aspectos destructivos del trabajo, su brayando el hecho de que las nuevas formas vigentes de valorización del valor, al tiempo que incorporan nuevos mecanismos generadores de trabajo excedente, precarizan, informalizan y expulsan de la producción a infinidad de trabajadores que pasan a ser sobrantes, descartables y desempleados.

En el segundo caso, el acento se coloca en demostrar los «avances» que, en último término, conducirían al trabajo informatizado, dotado de un mayor carácter cognitivo y, por eso, diferenciado del trabajo mecánico, parcial y fetichizado que, de raíz tayloriano-fordista, estuvo presente a lo largo de todo el siglo xx.

Ésta es la compleja problemática que pretendemos examinar en el pre sente artículo. Para ilustrar y concretar estas formulaciones, en un primer momento, indicaremos las principales manifestaciones o modos de ser de la informalidad (es decir, el denominado trabajo informal) y sus conexiones con la creación de valor; a continuación, exploraremos los

sentidos y significados que subyacen en el advenimiento del infoproletariado y sus conexiones con el trabajo material; finalmente, ofreceremos nuestra visión de estas problemáticas presentes en el actual universo laboral.

Mediante el análisis de estos aspectos y tomando el ejemplo brasileño como base empírica (sin dejar, con todo, de dialogar con tendencias y for mulaciones presentes en un escenario global), podremos indicar algunas de las principales tendencias que presenta en nuestros días el universo del trabajo.

Nuestra principal hipótesis es que, en lugar de una retracción o des-compensación de la ley del valor, el mundo contemporáneo viene asistien do a

una significativa ampliación de sus mecanismos de funcionamiento, en los que el papel desempeñado por el trabajo –o lo que he dado en llamar la nueva morfología del trabajo– resulta emblemático.

Un análisis del capitalismo contemporáneo nos conduce a entender que las actuales formas de valorización del valor conllevan nuevos me canismos generadores de trabajo excedente, al tiempo que expulsan de la producción a multitud de trabajadores que pasan así a ser elementos sobrantes, descartables, desempleados. Este proceso tiene una funciona lidad clara para el capital, pues le permite ampliar a gran escala la bolsa de parados, lo que globalmente reduce aún más la remuneración de la fuerza de trabajo, mediante la retracción salarial de aquellos asalariados y asalariadas que tienen empleo.

En plena eclosión de la más reciente crisis global, que afecta fundamen talmente a los países del norte, este panorama parece agudizarse, hacién donos asistir a un enorme «desperdicio» de fuerza humana de trabajo, a una corrosión aún mayor del trabajo contratado y regulado, de matriz tayloriano fordista, que había venido siendo dominante a lo largo del siglo xx.

Tratándose de un proceso multitendencial, al tiempo que aumentan esos grandes contingentes que se precarizan de forma intensa o que pier den su empleo, se asiste igualmente a la expansión de nuevos modos de extracción del plustrabajo, capaces de articular una maquinaria altamente avanzada, como es el caso de las tecnologías de la comunicación y de la información, que ha invadido el universo de los bienes de consumo. Sus actividades están dotadas de mayores «cualificaciones» y «competencias» y suministran un mayor potencial intelectual (aquí entendido en el sentido restringido

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que le atribuye el mercado), integrándose en el trabajo social, complejo y combinado que añade efectivamente valor.

Es como si todos los espacios existentes de trabajo se convirtiesen potencialmente en generadores de plusvalía, tanto los que aún mantienen lazos de formalidad y contractualidad como los que, en la franja integra da en el sistema, se rigen por la informalidad abierta, al margen de que las actividades realizadas sean predominantemente manuales o marcada mente «intelectualizadas», «dotadas de conocimiento».

En este universo caracterizado por la sumisión del trabajo al mundo mecánico (tanto por la vigencia de la máquina-herramienta autómata del siglo xx como por la máquina-informacional-digital de los tiempos actuales), el trabajo estable, heredero de la fase tayloriano-fordista y, en parte, modelado por la contratación y la regulación, está siendo sustituido por los más variados y diversificados modos de informalidad, de los que son ejemplo el trabajo atípico, los trabajos terceriarizados (con su amplia gama y variedad), el «cooperativismo», el «emprendedurismo», el «trabajo voluntario», etcétera.

Esta nueva morfología del trabajo, además de incluir los más distin tos modos de ser de la informalidad, ha ido ampliando el universo del trabajo invisibilizado, al tiempo que ha potenciado nuevos mecanismos generadores del valor (aunque bajo la apariencia del no-valor) haciendo uso de nuevos y viejos mecanismos de intensificación –cuando no de auto-explotación– del trabajo71

.

Como el capital sólo puede reproducirse acentuando

7 En el libro Riqueza e Miséria do Trabalho no Brasil, vol. I (Boitempo, 2009, 2.ª reimpre sión) y vol. II (Boitempo, en prensa), bajo nuestra coordinación, se ofrece vasto material empírico sobre el escenario brasileño y se defienden las caracterizaciones que se exponen a continuación.

su fuerte sentido de desperdicio, es importante subrayar que es la propia «centralidad del trabajo abstracto que produce la no centralidad del trabajo, presente en la masa de los excluidos del trabajo vivo», los cuales, una vez (des)socializa dos y (des)individualizados por su expulsión del trabajo, «procuran deses peradamente encontrar formas de individualización y de socialización en las esferas aisladas del no-trabajo (actividad de formación, de asistencia y de servicios)» (TOSEL, 1995, p. 210).

Todo ello nos permite plantear otra hipótesis, que desarrollaremos en las próximas páginas: en vez de la propalada pérdida de validez de la teoría del valor, que, entre otros, han defendido Habermas (1989, 1991 y 1992) y Gorz (2003, 2005, 2005a), nuestra idea es que la aparente invisi bilidad del trabajo es la expresión fenoménica que encubre la auténtica generación de plusvalía en prácticamente todas las esferas del mundo laboral donde pueda realizarse.

Comencemos por la cuestión de la informalidad.

2. Esbozo para una fenomenología de la informalidad Un primer análisis fenomenológico sobre los modos

de ser de la informa lidad en el Brasil reciente pone de manifiesto el acentuado aumento del número de trabajadores sometidos a sucesivos contratos temporales, sin estabilidad y sin registro, que trabajan dentro y fuera del espacio produc tivo de las empresas, tanto en actividades inestables o temporales como bajo la amenaza directa del desempleo.

Pasemos, pues, a esbozar algunas de sus principales manifestaciones.

Un primer modo de ser de la informalidad está presente en la figura de los trabajadores informales

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tradicionales, insertos en actividades que requieren baja capitalización, orientadas a la obtención de una renta para consumo individual y familiar. En esta actividad, viven de su fuerza de trabajo, pudiendo servir de auxilio en el trabajo familiar o de ayudantes temporales (ALVES y TAVARES, 2006, apud ANTUNES, p. 431).

Dentro de este universo, encontramos a los trabajadores «menos ines tables, que poseen un mínimo conocimiento profesional y los medios de trabajo. En la mayoría de los casos, desarrollan sus actividades en el sec tor de los servicios. Es el caso de las costureras, los albañiles, los jardine ros, los vendedores ambulantes de artículos de consumo más inmediato (alimentos, vestuario, calzados) y de artículos de consumo personal, los camelôs (vendedores informales de la calle), los empleados domésticos, los zapateros y los talleres de reparación» (ibid., p. 431).

Están también los trabajadores informales más «inestables», reclutados temporalmente y, con frecuencia, remunerados por pieza o por servicio realizado. Hacen trabajos eventuales y contingentes, caracterizados por el uso de la fuerza física y por la realización de actividades que requieren de baja cualificación, como cargadores, transportistas y trabajadores calle jeros y de servicios en general. Estos trabajadores más «inestables» pueden llegar incluso a estar subempleados por trabajadores informales más «es tables» (ibid.; véanse asimismo LIMA, 2002 y 1999; CACCIAMALI, 2000).

Entre los trabajadores informales tradicionales podemos incluir los «ocasionales» o «temporales» que desarrollan actividades informales cuan do se encuentran desempleados, mientras esperan una oportunidad para retornar al trabajo asalariado.

«Son trabajadores que tanto pueden estar parados

como son absorbi dos por formas de trabajo precario, viviendo una situación que, inicial mente, era provisional y que acabó haciéndose permanente. Hay casos en que se combina el trabajo regular y el ocasional, haciendo trabajillos y chapuzas. En estos casos, el rendimiento que se obtiene por las acti vidades desarrolladas es bajo». Se trata de «vendedores de diversos pro ductos (limpieza, cosméticos, ropas), de digitalizadores, de saladoras, de afanadores y de sujetos que producen artesanía en horas libres» (ibid.).

Dentro aún de este espectro de actividades informales tradicionales, se encuentran los pequeños talleres de reparación, estructurados y man tenidos por la clientela del barrio o por medio de relaciones personales. Integrados en la división social del trabajo capitalista, este género de trabajadores informales contribuye:

[…] a que se haga efectiva la circulación y el consumo de mercancías produci das por las empresas capitalistas. La forma de inserción en el trabajo informal es extremamente precaria y se caracteriza por una renta muy baja, además de no garantizar el acceso a los derechos sociales y laborales básicos, como jubilación, FGTS [Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio], baja médica, licencia de maternidad. Si caen enfermos se ven obligados a parar de trabajar, perdiendo integralmente su fuente de rendimiento (ibid., p. 432).

No hay horario fijo de trabajo y las jornadas laborales obligan con frecuencia a tener que emplear las horas libres en aumentar la renta pro cedente del trabajo. Cabe añadir que, en el caso del trabajador autónomo, además de recurrir al propio trabajo, éste puede llegar a emplear la fuerza de trabajo de otros miembros de la familia, con o sin remuneración.

Un segundo modo de ser de la informalidad se

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corresponde con los trabajadores informales asalariados y no declarados, que trabajan al margen de la legislación laboral, tras perder el estatuto de contratados y pasar de tener una condición de asalariados con «carteira assinada»8, a la de asalariados sin «carteira». Se ven así excluidos del acceso a las resoluciones presentes en los acuerdos colectivos de su categoría pro fesional, quedando desprovistos de los derechos vigentes para quienes tienen un contrato formal de trabajo. Esta tendencia, por ejemplo, se ha venido acentuando, entre otras, en la industria textil, de confecciones y calzados (ibid.).

Esto sucede porque la racionalidad instrumental del capital lleva a las empresas a flexibilizar el trabajo, la jornada, la remuneración, aumentan do el grado de responsabilidad y de competencias, y creando una y otra vez nuevas relaciones y formas de trabajo que con frecuencia asumen un carácter informal.

En este ámbito podemos encontrar:

[…] el caso de los trabajos a domicilio que se especializan por áreas de ocu pación y que prestan servicios a las grandes empresas. Éstas también recurren a la subcontratación para el montaje de bienes, la producción de servicios, la distribución de bienes mediante el comercio callejero o ambulante (ibid., p. 432. Véase asimismo CACCIAMALI, 2000).

Muchas veces, este modo de trabajo se realiza también en galpones o naves –como en la industria del calzado– donde la informalidad es la norma (ibid.).

Un tercer modo de ser de la informalidad lo encontramos en los traba jadores informales autónomos, que se pueden definir como una variante de los pequeños productores de mercancías y que cuentan con su propia

8 Documento legal que formaliza la relación de trabajo en Brasil.

fuerza de trabajo o con la de familiares, pudiendo llegar incluso a sub contratar fuerza de trabajo asalariada.

Conviene, sin embargo, señalar que estas

[…] formas de inserción del trabajador autónomo en la economía informal no son prácticas nuevas. Se trata, por el contrario, de fórmulas reinventadas por las empresas capitalistas, como forma de obtener la plusvalía relativa con la plusvalía absoluta. Recordemos que hay diferentes formas de inserción del trabajo informal en el modo de producción capitalista y, para analizarlas, de-bemos considerar esa enorme heterogeneidad existente, tratando de desvelar cuáles son los vínculos que se producen entre esos trabajadores y la acumula ción de capital (ibid., p. 433. Véase asimismo CACCIAMALI, 1997).

Sobre esta base, es posible entender que:

Proliferen los pequeños negocios vinculados a las grandes corporaciones, que incluyen áreas de la producción, del comercio y de la prestación de ser-vicios. Los pequeños propietarios informales actúan en ámbitos que no atraen inversiones capitalistas de peso, atendiendo así a la demanda de determinados bienes y servicios. Esos trabajadores adoptan este tipo de estrategias porque sus pequeños negocios informales no tienen condiciones de competir con las empresas capitalistas, siendo éstas las que definen su modo de inserción en el mercado (ibid.).

Si consideramos que la informalidad se produce cuando hay ruptura con los lazos formales de contratación y de regulación de la fuerza de trabajo, cabe señalar que, a pesar de que la informalidad no es sinónimo de condición de precariedad, su vigencia se traduce a menudo y de un modo intenso en formas de trabajo desprovistas de derechos, que presen tan, por tanto,

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rasgos evidentes de precarización. La informalización de la fuerza de trabajo viene así constituyéndose como un mecanismo central en manos de la ingeniería del capital, que lo utiliza para aumentar la intensificación de los ritmos y movimientos del trabajo e incrementar su proceso de valorización. Al hacerlo, además, impulsa un importante ele mento de precarización estructural del trabajo.

Estos diversos modos de ser de la informalidad en Brasil, que sin duda encierran trazos y características similares en varias partes del mundo del trabajo a escala global, son emblemáticos de lo que aquí estamos formu lando como hipótesis: la ampliación de los más distintos y diversos mo dos de ser de la informalidad parece asumir, frente a los deconstructores de la teoría del valor, un importante elemento de ampliación, potenciali zación e, incluso, realización de la plusvalía.

¿Por qué si no, en pleno siglo xxI y en el centro de la ciudad de São Paulo, la más importante región industrial del Brasil, hay jornadas de tra bajo que llegan a las diecisiete horas al día en la industria de la confección, mediante la contratación informal de trabajadores inmigrantes bolivianos o peruanos (o de otros países latinoamericanos), controlados por patrones a menudo coreanos o chinos?

Podemos citar también el caso de los trabajadores africanos que par ticipan en el empaquetamiento y embalaje de los productos textiles y de confección, en los barrios de Bom Retiro y Bras, en el mismo centro de la ciudad de São Paulo, cuyos productos, exportados al mercado afri cano, se basan en un trabajo extenuante y claramente manual, «braçal», como los propios trabajadores lo denominan.

Otro ejemplo lo encontramos en el agro-negocio del

azúcar. Aunque a menudo establece lazos formales, es igualmente constante la burla de los derechos laborales de los llamados «bóias frias», los trabajadores rurales que cortan más de diez toneladas de caña al día (media en São Paulo), pudiendo llegar ese número a dieciocho toneladas al día en el nordeste del país. El objetivo es la producción de combustible de etanol, extraído de la caña de azúcar.

Este diseño, sin embargo, no es exclusivo de la sociedad brasileña, sino que encuentra similitudes en varios países. En Japón, se da el caso reciente del ciber-refugiado, trabajador joven de la periferia de Tokio que no tiene recursos para alquilar cuartos en pensiones, habitaciones o apartamentos y que, por consiguiente, utiliza los cibercafés para, de madrugada, descansar, dormir un poco, usar internet y buscar trabajo. Estos ciber-espacios cobran precios bajos a los trabajadores pobres, sin lugar fijo donde dormir, para que puedan pasar sus noches entre el uso de internet, un breve descanso y la búsqueda virtual de nuevos trabajos contingentes, siendo por ello designados como ciber-refugiados.

Podemos añadir otro ejemplo más conocido, el de los jóvenes oriun dos de varias partes del país y del exterior que migran en búsqueda de trabajos en las ciudades –los llamados dekasseguis– y que, sin casa o residencia fija, viven en cápsulas de vidrio, configurando lo que he deno minado como obreros encapsulados (ANTUNES, 2010).

El ejemplo de los inmigrantes quizás sea aquel en el que esa ten dencia a la precarización del trabajo es más exacerbada. Con el enorme incremento del nuevo proletariado informal, del subproletariado fabril y de servicios, surgen nuevos puestos de trabajo que son

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ocupados por inmigrantes. Es el caso del gastarbeiter en Alemania, el lavoro nero en Italia, el chicano en los Estados Unidos, el inmigrante del Este europeo (polacos, húngaros, rumanos, albaneses, etc.) en Europa occidental, el dekassegui en Japón, el boliviano (entre otros latinoamericanos) y el afri cano en Brasil, etcétera.

Así, además de las distinciones y transversalidades existentes hoy (en tre trabajadores estables y precarios; hombres y mujeres; jóvenes y adul tos; blancos, negros e indios; cualificados y no cualificados; empleados y parados; estables y precarios), entre los muchos ejemplos que configuran la nueva morfología del trabajo, el caso de los inmigrantes es asimismo ilustrativo de ese panorama tendente a la precarización estructural del trabajo a escala global.

Señalaremos brevemente algunas de las expresiones de ese fenómeno.

3. La punta del iceberg: la explosión de los trabajadores inmigrantes

Un análisis de la situación de los inmigrantes puede ayudarnos a entender que no es sino la punta más visible del iceberg que supone la precariza ción de las condiciones de trabajo en el capitalismo actual.

Pietro Basso, un estudioso del fenómeno en Europa, nos ofrece un panorama de esta realidad social. En palabra suyas:

De un continente de emigrantes y de colonos, como lo fue durante siglos, Europa occidental se ha transformado en una tierra de aumento continuo de la inmigración proveniente de todo el globo. Hoy viven en su territorio cerca de 30 millones de inmigrantes.

Y si a los inmigrantes sin ciudadanía se añadie sen los que han obtenido la ciudadanía de alguno de los países europeos, se alcanza un total de 50 millones, es decir, cerca del 15 por ciento del conjunto de la población de la «Europa de los quince. (BASSO, 2010, p. 1).

De ese contingente, el 22 por ciento de los actuales inmigrantes pro viene de África, el 16 por ciento de Asia –siendo la mitad procedente de extremo Oriente, de China principalmente, y la otra mitad, del sub continente de la India– y el 15 por ciento viene de América central y de Sudamérica. El restante 45-47 por ciento está compuesto por los inmi grantes con ciudadanía de países de la «Europa de los veintisiete» y por los procedentes de países europeos en sentido lato (turcos, balcánicos, ucranianos, rusos) (ibid., p. 1).

El trabajador inmigrante encuentra así en industrias, constructoras, supermercados, distribuidoras hortofrutícolas, agricultura, hoteles, restau rantes, hospitales, empresas de limpieza, etc., sus espacios principales de trabajo, percibiendo salarios cada vez más exiguos. El autor recuerda que, en una distribuidora hortofrutícola de Milán (Italia), los trabajadores ne-gros descargan cajas de frutas al precio de 2,5 euros la hora, equivalente al coste de un quilo de pan de pésima calidad. Y en la zona rural del sur de España y de Italia,

[…] los salarios son aún inferiores y, muchas veces, no se pagan. A menudo, estos trabajadores perciben menos de lo que deberían realmente percibir por contrato, incluso porque la cualificación que se les atribuye, casi nunca co rresponde con sus competencias reales. Esto sucede bastante en el caso de las pequeñas empresas que, al final, son las que más recurren a los inmigrantes. A ellos, en general, les tocan las tareas más duras, peligrosas e insalubres. En Italia, por ejemplo, según

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los datos oficiales, hay el doble de accidentes labo rales de inmigrantes en comparación con los nativos (ibid., p. 4).

Los trabajadores inmigrantes tienen, en general, los horarios más in cómodos, como jornadas nocturnas y en fin de semana. Añade que, sin embargo, no se trata

[…] «solamente» de la sobreexplotación. En Europa, la entera existencia de los inmigrantes y de sus hijos está marcada por discriminaciones. Discrimi naciones en el trabajo, en el acceso al trabajo, en el seguro de desempleo, en la jubilación. Discriminados en el acceso a la vivienda, con alquileres más caros para casas más deterioradas y en zonas más degradadas. Discriminados, de hecho, en las escuelas (en Alemania son pocos, poquísimos, los hijos de inmigrantes que llegan a la Universidad; en Italia, 42,5 por ciento de los es tudiantes hijos de inmigrantes están atrasados en sus estudios). Discriminados en la posibilidad de mantener unida la propia familia, sobre todo si son de origen islámico, discriminados para profesar libremente su propia fe religiosa (existiendo la sospecha, en la actualidad, de que puedan ser potenciales «te rroristas») (ibid., p. 4).

Esta clase, por consiguiente, es al mismo tiempo la «más desfavorecida y la más global», formando, por esa misma razón, la parte de la clase tra bajadora que es «objetivamente, más que otras, portadora de aspiraciones igualitarias y antirracistas, aunque lo sea en medio de mil contradicciones, oportunismos e individualismos» (ibid., p. 6).

Por más que pueda parecer paradójico, Basso indica que estos/as tra bajadores/as manuales constituyen uno

[…] de los factores de transformación más potentes de

la sociedad euro-pea a la hora de superar las decadentes jerarquías y las fronteras entre naciones y pueblos […]. [Son] un sujeto colectivo, portador de una necesidad de emanci pación social, porque ya con la «aventura», cada vez más peligrosa y costosa, de emigrar del propio país, están rechazando el «destino» de una existencia limitada a la mera supervivencia; y porque, una vez aquí, no pueden aceptar pasivamente la condición de inferioridad jurídica, material, social, cultural que los aguarda (ibid., p. 6)

Recuerda el autor, tomando como referencia el caso italiano, que hay incluso avances en la acción sindical de los inmigrantes. Si al inicio éstos buscaban a los sindicatos para cuestiones de tipo asistencial, con el pasar del tiempo y con la consolidación de sus presencias en los lugares de trabajo se ha experimentado un incremento en el número de trabajado res inmigrantes que participa en las acciones sindicales, expresando las «necesidades propias de los inmigrantes como obreros y trabajadores», y que comienza «a desarrollar también un papel de representación de los trabajadores italianos (hoy en día hay varios miles de inmigrantes que son representantes sindicales)» (ibid., p. 8. Véase asimismo BASSO, 2008; BASSO y PEROCCO, 2010a).

Las diversas manifestaciones que, en Europa, han expresado recien temente el descontento de los inmigrantes-trabajadores y de los jóvenes en paro son emblemáticas. Por su sentido simbólico, cabe señalar la eclosión, en Portugal, de varios movimientos de trabajadores en precario, uno de los cuales se denomina Precári@s Inflexíveis. En su manifiesto, este movimiento afirma:

Somos precari@s en el empleo y en la vida. Trabajamos sin contrato o con contratos temporales

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de corta duración. Trabajo temporal, incierto y sin ga-rantías. Somos operadores de call-centers, trabajadores en prácticas, parados, autónomos, inmigrantes, trabajadores intermitentes, estudiantes-trabajadores…

No entramos en las estadísticas. A pesar de que somos cada vez más y más precarios, los gobiernos esconden ese mundo. Vivimos de chapuzas y trabajos temporales. Difícilmente podemos pagar el alquiler de una casa. No tenemos vacaciones, no podemos quedarnos embarazadas, ni enfermar. Derecho a la huelga, ni por asomo. ¿Flexiseguridad? Lo «flexi» es lo que nos toca a nosotros, la «seguridad», sólo para los patrones. Esta «modernización» mentirosa está pensada y construida de común acuerdo por empresarios y gobierno. Estamos en la sombra, pero no callados.

No dejaremos de luchar al lado de quien trabaja en Portugal o lejos de aquí por los derechos fundamentales. Esa lucha no es sólo de números, entre sindi catos y gobiernos. Es la lucha de trabajadores y personas como nosotros. Cosas que los «números» ignoran siempre. Nosotros no cabemos en esos números.

No dejaremos que se olviden las condiciones a las que nos quieren redu cir. Y con esa misma fuerza con la que los patrones nos atacan, respondemos y reinventamos la lucha. Al final, somos muchos más que ellos. Precari@s sí, pero inflexibles9.

Discriminados, pero no resignados, ellos son parte integrante de la clase que vive del trabajo y que expresa su voluntad de mejorar sus pro pias condiciones de vida a través del trabajo. Y ese análisis de la situación de los trabajadores inmigrantes en Europa occidental nos ayuda a pensar que, quizás, la suya no sea sino la parte

9 Disponible en http://www.precariosinflexiveis.org/p/manifesto-do-pi.html. consultado el 16 de agosto de 2010.

más evidente del iceberg en lo que a las condiciones de trabajo y a su precarización se refiere.

4. La doble degradación: del trabajo tayloriano-fordista al de la empresa flexible

Los indicadores que venimos apuntando nos permiten afirmar que esta mos adentrándonos en una nueva era de precarización estructural del trabajo, de cuyas expresiones destacamos:

1) la erosión del trabajo contratado y regulado, dominante en el siglo xx, y su sustitución por distintas formas de trabajo atípico, precari zado y «voluntario»;

2) la creación de «falsas» cooperativas que buscan dilapidar aún más las condiciones remuneratorias de los trabajadores, erosionando sus derechos y aumentando los niveles de explotación de su fuerza de trabajo;

3) el «emprendedurismo», que se configura, cada vez más, como forma oculta de trabajo asalariado, haciendo proliferar las distintas formas de flexibilización salarial, de horarios, funcional u organizativa;

4) la degradación aún mayor del trabajo inmigrante a escala global.

Dentro de este marco, los capitales globales están exigiendo el des mantelamiento de la legislación social protectora del trabajo en varias partes del mundo, aumentando la destrucción de los derechos sociales que habían sido arduamente conquistados por la clase trabajadora desde los inicios de la Revolución industrial y, en particular, cuando se mira al ejemplo brasileño, desde 1930.

Como el tiempo y el espacio están en constante cambio, en esta fase de mundialización del capital, la reducción del proletariado taylorizado, especialmente

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en los núcleos más avanzados de la industria, y la paralela ampliación del trabajo intelectual, están claramente interrelacionados con la expansión de los nuevos proletarios. Y ese proceso se está dando tan to en la industria como en la agricultura y los servicios (y en sus áreas de intersección, como la agroindustria, la industria de los servicios y los servicios industriales).

Del trabajo intensificado del Japón al trabajo contingente presente en los Estados Unidos; de los inmigrantes que llegan al Occidente avanzado al submundo del trabajo en el polo asiático; de las maquiladoras de Mé xico a los/las empleado/as precarizados/as de Europa occidental; de los trabajadores y trabajadoras de Nike, Wal-Mart y MacDonalds a los call centers y el telemarketing, este amplio y creciente contingente de trabaja dores y trabajadoras parece expresar distintas modalidades de trabajo vivo, que hoy son cada vez más necesarias para la creación de valor y para valorizar el sistema de capital.

Si durante del siglo xx hemos asistido a la era de la degradación del trabajo, en la últimas décadas de ese siglo y los inicios del xxI estamos viviendo otras modalidades y modos de ser de la precarización, propias de la fase de flexibilidad toyotizada, con sus elementos de continuidad y de discontinuidad con respecto a las formas tayloriano-fordistas.

La degradación típica del taylorismo y del fordismo, que estuvieron en vigor a lo largo de prácticamente todo el siglo xx, ha tenido (y aun tiene) un diseño acentuadamente despótico, aunque más regulado y con tractualista. El trabajo tenía una conformación más cosificada y reificada, más maquinal, pero, en contrapartida, estaba provisto de derechos y de regulación, al menos para sus elementos más cualificados.

La segunda forma de degradación de trabajo, típica de la empresa de flexibilidad toyotizada, es aparentemente más «participativa», aunque sus elementos de reificación están aún más interiorizados (con sus me canismos de «implicaciones», «cooperaciones», «colaboraciones» e «indivi dualizaciones», «metas» y «competencias»), siendo así responsable de la monumental deconstrucción de los derechos sociales del trabajo a la que hacíamos referencia.

En este sentido, el movimiento pendular en el que se encuentra la fuerza del trabajo viene oscilando cada vez más entre la perennidad de un trabajo cada vez más reducido, intensificado en sus ritmos y despro visto de derechos, y una superfluidad creciente, generadora de trabajos más precarios e informales.

En otras palabras, trabajos más cualificados para un contingente re ducido –es el caso de los trabajadores de las industrias de software y de tecnologías de la información y la comunicación– y, en el polo opuesto, modalidades de trabajo cada vez más inestables para un universo crecien te de trabajadores y trabajadoras.

En la cúspide de la pirámide social del mundo del trabajo, en su nueva morfología, encontramos así los trabajos ultracualificados que actúan en el ámbito de la información y el conocimiento.

En la base, aumentan la informalidad, la precarización y el desempleo, como elementos todos ellos estructurales. Y en medio, encontramos la hibridez, el trabajo cualificado que puede desaparecer o verse erosiona-do, como consecuencia de las alteraciones temporales y espaciales que afectan a las plantas productivas o de servicios en todas las partes del mundo.

La informalización del trabajo, por tanto, con su diseño polimórfico, parece ir poco a poco convirtiéndose

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en un rasgo constitutivo de la acu mulación de capital que se produce en la actualidad, una vez que resulta cada vez más presente en la fase de liofilización organizativa, por usar la denominación de Juan J. Castillo (CASTILLO, 1996 y 1996a), o de flexibili zación liofilizada, como hemos llamado a esa modalidad de organización y control del proceso de trabajo.

Entender sus modos de expresión y sus significados resulta así vital en nuestros días para alcanzar una mejor comprensión de los mecanismos y engranajes que impulsan el mundo del trabajo hacia la informalidad, así como el papel que desempeñan estas modalidades de trabajo en relación con la ley del valor y con su valorización.

No obstante, en este proceso multitendencial, hay un nuevo contin gente de asalariados en franca expansión, del que son testimonio los trabajos en el campo de las tecnologías de la comunicación y la infor mación (TCI), que abarcan desde actividades en empresas de software, a los asalariados y asalariadas que crecen a diario en las empresas de call center, telemarketing, etc., y que cada vez más son parte integrante de la nueva morfología del trabajo.

Ursula Huws, de un modo sugerente, ha denominado este nuevo con tingente como cybertariado, al que Ruy Braga y yo mismo hemos llamado infoproletariado. Su estudio es central para comprender las interacciones que se producen entre los trabajos materiales e inmateriales, así como sus conexiones con las nuevas modalidades del valor.

Así, tras haber mostrado algunos elementos sobre los nuevos modos de ser de la informalidad, a continuación analizaremos cuáles son los rasgos generales del infoproletariado o del cybertariado.

5. El advenimiento del infoproletariado Las diversas tesis y formulaciones que han defendido

la descentralización del trabajo y su pérdida de relevancia como elemento social estructurante –idea lanzada por Gorz (1982), desarrollada por Offe (1989), Méda (1987) y Habermas (1991 y 1992), y reforzada por el contexto de cambios en el mundo de la producción del último cuarto del siglo xx– han sostenido que el trabajo vivo habría de ser algo cada vez más residual como fuente creadora de valor, pues se estaría ante la emergencia de nuevos estratos sociales oriundos de las actividades comunicativas, surgidas del avance técnico-científico y del advenimiento de la «sociedad de la información» (véase ANTUNES y BRAGA, 2009).

Posteriormente, Castells (2007) ha procurado «actualizar» los términos del debate, anclado en estadísticas existentes especialmente (aunque no sólo) en las sociedades capitalistas avanzadas, como Estados Unidos y Europa, que apuntarían la superación del trabajo degradado, por medio tanto del avance tecnocientífico como por la difusión de empleos cualifi-cados con mayor «autonomía del trabajo».

En cierto modo, estas formulaciones recuperaban el argumento, en línea con las sociedades postindustriales (BELL, 1977), que proclamaba la supe ración del trabajo degradado, típico de la fábrica taylorista y fordista, por la «creatividad» propia de las actividades de servicios asociadas a las tareas de concepción y planeamiento de procesos productivos, presentes en los trabajos de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación.

Estas tesis, sin embargo, no han tenido demasiado recorrido. Después de algunas décadas, muchas de las

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investigaciones recientes han cuestio nado seriamente tales presupuestos, poniendo de manifiesto que el info-proletariado (o cyberproletariado), frente al esquema que se acaba de esbozar, parece apuntar mucho más hacia una nueva condición de asa lariado en el sector de los servicios, hacia un nuevo segmento del prole tariado no industrial, sujeto a la explotación de su trabajo, desprovisto del control y de la gestión de su labor y que viene creciendo de manera exponencial desde que el capitalismo avanzó con la llamada era de los cambios tecno-informacional-digitales.

En Brasil, por ejemplo, tras el inicio del ciclo de las privatizaciones por el que pasó el sector de la telecomunicaciones, en la segunda mitad de la década de 1990, se estimaba que, en 2005, el número de teleoperadores que actuaban dentro y fuera de los call centers, las Centrales de Teleac tividades (CTAs), sería aproximadamente de 675.00010 (véase, asimismo, NOGUEIRA, 2006).

En 2011, ese contingente se aproxima a la cifra del millón de traba-jadores/as (con fuerte predominancia del trabajo femenino), de manera que los/las teleoperadores/as representan una de la principales categorías de asalariados, en franco proceso de crecimiento también a escala global.

Como sabemos, la privatización de las telecomunicaciones ha supuesto un proceso de intensificación de la tercerización del trabajo, comportando múltiples formas de precarización y de intensificación de los tiempos y movimientos del acto laboral. Se ha producido así una clara confluencia entre la tercerización del trabajo y su precarización, dentro de

10 Véanse los datos referidos en el informe brasileño del Global Call Center Industry Project (2005).

una lógica de mercadurización de los servicios que han sido privatizados.

Castillo (2007) ha estudiado la evolución del trabajo en fábricas de software y ha ofrecido algunas pistas empíricas y analíticas de interés. Refiriéndose al trabajo de Michael Cusumano, ha afirmado que:

[…] la producción de software no es como cualquier otra empresa, como la fabricación de muchos otros bienes o servicios. Una vez creado, cuesta lo mis mo hacer una copia que un millón. Es un tipo de empresa cuyo lucro sobre las ventas puede llegar al 99 por ciento, pues se trata de un negocio que puede pa sar, sin más, de fabricar productos a fabricar servicios (CASTILLO, 2007, p. 37).

Y añade:

Muchos investigadores han llamado la atención sobre esta riqueza de figuras productivas y de vivencias y expectativas de trabajo, e incluso han puesto el acento en las repercusiones sobre la vida privada y la organización del tiempo. Se ha puesto particular énfasis, precisamente, en los trabajadores de software, cuyos puestos de trabajo se mueven entre la «rutina y los puestos de mayor nivel» (ibid.).

Por consiguiente, frente a lo propugnado por las tesis de que la «so ciedad postindustrial» y del «trabajo creativo informativo», la labor en el sector de telemarketing ha estado pautada por procesos contradictorios, toda vez que:

1) articula tecnologías del siglo xxI (tecnologías de la información y de la comunicación) con condiciones de trabajo herederas del siglo xx;

2) combina estrategias de emulación intensa de los/las teleoperado res/as, al modo de la flexibilidad

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toyotizada, con técnicas tayloris tas de control sobre un trabajo predominantemente prescrito;

3) asocia el trabajo en grupo con la individualización de las relaciones de trabajo, estimulando tanto la cooperación como la competencia entre los trabajadores, entre otros elementos que conforman su actividad (ANTUNES y BRAGA, 2009a).

Con todo, más allá de las limitaciones de esas tesis que no han sido capaces de comprender las condiciones específicas que rigen el trabajo de telemarketing, de los call centers y de las industrias de tecnologías de comunicación y de información, otra cuestión que resulta igualmente central es saber si estas actividades que se consideran predominantemente inmateriales, tienen o no conexiones con los complejos mecanismos de la ley del valor hoy operantes en su proceso de valorización.

Tratar de esta cuestión nos obliga a un análisis crítico de quienes han defendido la desmedida del valor-trabajo. A ello dedicaremos el último punto del presente artículo.

6. Trabajo, materialidad, inmaterialidad y valor André Gorz, autor responsable de una vasta y conocida

obra, se ha ali neado con los autores que defienden la «intangibilidad del valor». Según él, el trabajo de carácter predominantemente inmaterial ya no se podría medir con los patrones y normas preestablecidas y vigentes en fases anteriores (GORZ, 2005, p. 18). A diferencia del autómata –modalidad de trabajo propio de la era de la máquina de matriz tayloriano-fordista–, Gorz afirma que los

[…] trabajadores posfordistas deben entrar en el proceso de producción con todo el bagaje cultural que

han adquirido en los juegos, los deportes de equipo, en las luchas y disputas, en las actividades musicales, teatrales, etc. En esas actividades fuera del trabajo, desarrollan su vivacidad, su capacidad de improvisación, de cooperación. Es su saber vernáculo el que la empresa posfordista pone a trabajar y explota (ibid., p. 19).

Según este autor, por tanto, el saber se habría convertido en la más importante fuente de creación de valor, pues está en la base de la innova ción, de la comunicación y de la auto-organización creativa y continua mente renovada. Así, el «trabajo del saber vivo no produce nada mate rialmente palpable. Es –sobre todo, en la economía de la red– el trabajo del sujeto cuya actividad consiste en producirse a sí mismo» (ibid., p. 20; la cursiva es mía). Surge así la tesis de la intangibilidad del valor-trabajo:

El conocimiento, a diferencia del trabajo social general, no se puede tradu cir ni medir en simples unidades abstractas. No cabe reducirlo a una cantidad de trabajo abstracto de la que sea equivalente el resultado o el producto. Cu bre y designa una gran diversidad de capacidades heterogéneas, es decir, sin medida común, entre las cuales el juicio, la intuición, el sentido estético, el nivel de formación y de información, la facultad de aprender o de adaptarse a situaciones imprevistas; capacidades ellas mismas operadas por actividades heterogéneas, que van del cálculo matemático a la retórica y al arte de con vencer al interlocutor, de la investigación técnico-científica a la invención de normas estéticas (ibid., p. 29).

Su defensa de esta tesis queda así clarificada:

La heterogeneidad de las actividades del trabajo denominadas «cognitivas», de los productos inmateriales que crean y de las capacidades y saberes que implican,

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hace inmensurables tanto el valor de las fuerzas del trabajo como el de sus productos. Las escalas de evaluación del trabajo se vuelven contra dictorias. La imposibilidad de establecer un patrón estándar para todos los parámetros de las prestaciones demandadas se traduce en vanos intentos por cuantificar su dimensión cualitativa y en la definición de normas de rendi miento calculadas casi al segundo, que no expresan la calidad «comunicacio nal» del servicio exigido por otros (ibid.).

Termina así concluyendo en la misma dirección de quienes defienden la pérdida de referencia de la teoría del valor:

La crisis de medición del tiempo de trabajo engendra inevitablemente la crisis de medición del valor. Cuando el tiempo socialmente necesario para una producción se hace incierto, esa incertidumbre no puede dejar de re percutir sobre el valor de cambio de lo que se produce. El carácter cada vez más cualitativo, cada vez menos mensurable del trabajo, acaba cuestionando la pertinencia de las nociones de «plustrabajo» y de «plusvalía». La crisis de la medición del valor cuestiona la definición de la propia esencia del valor. Cues tiona, en definitiva, el sistema de equivalencias que regula los intercambios comerciales (ibid., pp. 29-30).

La desmedida del valor resulta así dominante y conduce al debili tamiento y al agotamiento de la teoría del valor. Cabe afirmar que esta tesis muestra claras coincidencias con la formulación habermasiana, pues sostiene que, con el avance de la ciencia, se produce una inevitable des-compensación del valor, que hace superfluo el trabajo vivo. El siguiente párrafo lo deja meridianamente claro:

Con la informatización y la automatización, el trabajo ha dejado de ser la principal fuerza productiva

y los salarios han dejado de ser el principal coste de producción. La composición orgánica del capital (es decir, la relación entre el capital fijo y el capital móvil) ha aumentado rápidamente. El capital se ha convertido en el factor de producción preponderante. La remuneración, la re producción, la innovación técnica continua del capital fijo material, requieren medios financieros muy superiores al coste del trabajo. El equilibrio entre ca pital y trabajo del «valor» producido por las empresas tiende a inclinarse de un modo cada vez más acentuado a favor del primero […] Los asalariados debían ser constreñidos a escoger entre el deterioro de sus condiciones de trabajo y el desempleo (GORZ, 2005a, pp. 27-28; la cursiva es mía).

Si ya no hay posibilidad de medir el valor y la ciencia informacional acaba sustituyendo al trabajo vivo, parece inevitable la desmedida del valor, reforzada ahora por la idea de la inmaterialidad del trabajo. No son pocos, sin embargo, los problemas presentes en estas formu laciones, si bien en este artículo no cabe más que indicarlos11.

Frente a la propuesta de André Gorz, nuestra postura es que su análisis, al convertir el trabajo inmaterial en factor dominante e, incluso, determi nante en el capitalismo actual, desvinculado de la generación de valor, ha terminado obstaculizando la posibilidad de comprender las nuevas moda lidades y formas de vigencia de esa ley; modalidades esas presentes en el nuevo proletariado de servicios (o cyberproletariado o infoproletariado), que conllevan actividades de perfil acentuadamente inmaterial, pero que son parte constitutiva de la creación de valor y están más o menos imbri cadas en los trabajos materiales. 11 En Antunes, 2010, 2010a y 2011, hemos tratado de ofrecer varios de los elementos críticos

que aquí señalamos a los lectores

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Nuestra hipótesis es que la tendencia creciente (aunque no dominante) al trabajo inmaterial expresa, dentro de la complejidad de la producción contemporánea, distintas modalidades de trabajo vivo y, como tales, par tícipes en mayor o menor medida del proceso de valorización del valor.

No está de más recordar que las posturas que hiperdimensionan el trabajo inmaterial y lo convierten en elemento dominante raramente consi deran las tendencia empíricas presentes en el mundo del trabajo en el sur del planeta, donde se encuentran países como China, India, Brasil, México, Sudáfrica, etc., dotados de un enorme contingente de fuerza de trabajo.

En el universo más analítico es necesario añadir que, dado que ciencia y trabajo se mezclan de un modo aún más directo en el mundo de la pro ducción, la potencia creadora del trabajo vivo asume tanto la forma aún dominante del trabajo material como la modalidad tendencial del trabajo inmaterial, una vez que la propia creación de la maquinaria informacio nal-digital avanzada es resultado de la interacción activa entre el saber intelectual y cognitivo del trabajo que actúa con la máquina informatizada.

En este movimiento relacional, el trabajo humano transfiere parte de sus atributos subjetivos al nuevo equipamiento que resulta de este proceso, objetivando actividades subjetivas (LOJKINE, 1995 y 1995a). En la síntesis de Marx, son «órganos del cerebro humano logrado por las manos humanas» (MARX, 1974a), lo que acaba por conferir, en el marco del capitalismo actual, nuevas dimensiones y configuraciones a la teo-ría del valor, toda vez que las respuestas cognitivas del trabajo, cuando las suscita la producción, son partes constitutivas del trabajo social, complejo y combinado

que crea valor.

Recurriendo a una conceptualización de J. M. Vincent (1993), la in materialidad se ha convertido así en expresión del trabajo intelectual abstracto, que no lleva a la extinción del tiempo socialmente medio de trabajo para la configuración del valor, pero que, sin embargo, sitúa los crecientes coágulos del trabajo inmaterial en la lógica de la acumulación, insertándolos en el tiempo social medio de un trabajo cada vez más com plejo, asimilándolos a la nueva fase de producción del valor.

7. A guisa de conclusión Por consiguiente, en vez de la propalada

descompensación o pérdida de validez de la ley del valor, la ampliación de las actividades dotadas de ma-yor dimensión intelectual, tanto en la actividades industriales más infor matizadas como en las esferas comprendidas en el sector de servicios y/o de las comunicaciones, configuran un elemento nuevo e importante para una comprensión efectiva de los nuevos mecanismos del valor12.

Más que una pérdida de relevancia de la teoría del valor, estaríamos así asistiendo a una ampliación de sus formas, configurando nuevos me canismos de extracción del plustrabajo, como muestran los varios ejem plos que hemos presentado al inicio del presente artículo.

La ampliación de la producción inmaterial o «producción no material» (MARX, 1994) en el mundo actual, por consiguiente, acaba por definirse de un modo más preciso como expresión de la esfera informacional de la forma-mercancía (VINCENT, 1993, 1995), en vez

12 Cabe recordar que Toyota, en su unidad de Takaoka, publicaba mensajes de este tipo en la entrada de la fábrica: «Yoi kangae, yoi shina» (buenos pensamientos significan buenos productos). Business Week, 18, nov. 2003.

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de ser entendida como intangible y, por tanto, como no generadora de valor137

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Cuando Gorz afirma que el deterioro de las condiciones de trabajo y el desempleo serían elementos conformadores de la tesis del debilitamiento del trabajo, quizás quepa recordar que dicha tendencia está presente en los propios orígenes del capitalismo. En el volumen III del Capital, entre otras partes en las que abordó esta cuestión, Marx indica de modo premo nitorio esa tendencia al tratar de la economía en el empleo y la utilización de los residuos de la producción:

El capital tiende a reducir a lo necesario el trabajo vivo directamente empleado, a acortar siempre el trabajo requerido para fabricar un producto –explotando las fuerzas productivas sociales del trabajo– y, por tanto, a eco nomizar lo más posible el trabajo vivo directamente aplicado. Si observamos de cerca la producción capitalista […] comprobamos que procede con extrema cuidado con respecto al trabajo efectuado, materializado en mercancías. Entre tanto, más que cualquier otro modo de producción, malgasta seres humanos, desperdicia carne y sangre, dilapida nervios y cerebros […] Todos los cuidados de que hablamos son fruto del carácter social del trabajo y, de hecho, ese carácter directamente social del trabajo es la causa que genera ese desperdicio de vida y de salud de los trabajadores (MARX, 1974, pp. 97 y 99).

Por tanto, si la «economía del empleo» es algo presente en la propia lógica del sistema de metabolismo social del

13 Véase asimismo Tosel, 1995. El enorme avance productivo de China e India, especialmente en la última década, basado en la enorme fuerza sobrante de trabajo y en la incorporación de las tecnologías de la información, es un argumento más a la hora de rechazar la tesis de la pérdida de relieve del trabajo vivo en el mundo de la producción de valor, lo que debilita asimismo los argumentos de quienes defienden la inmaterialidad del trabajo como forma de superación, inadecuación o descompensación de la ley del valor.

capital (MÉSZÁROS, 1995), la reducción del trabajo vivo no significa pérdida de centralidad del trabajo abstracto en la creación del valor, que hace mucho dejó de ser resulta do de una agregación individual de trabajo, para convertirse en trabajo social, complejo y combinado y que, con el avance tecno-informacional digital, no deja de hacerse más complejo y potenciarse.

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¿EL GÉNERO NOS UNE, LA CLASE NOS DIVIDE?: 14

Claudia Echeverría Turres

1.- IntroducciónEl siguiente artículo es un intento de poner en

discusión el marxismo y el feminismo, para avanzar en la articulación de las categorías de género y clase. Más que cerrar la discusión, se intenta abrir el debate, buscar entradas diversas con el objeto de construir lo que hemos llamado “la síntesis”, en contraposición a la sumatoria de conceptos a la necesidad de realizar una síntesis teórico/conceptual entre clase y género. Una relación que ha sido muchas veces compleja y otras tantas ha caído en la simplificación excesiva.

Se desarrollan tres entradas: La mirada de Marx y Engels respecto de las mujeres; los guiños del marxismo hacia las mujeres; los esfuerzos de las feministas/marxistas por establecer los encuentros entre ambas teorías. Desde ahí, nos instalamos en la discusión, en la crítica y en la búsqueda más que en el cierre de la reflexión.

2.- La mirada de Marx y Engels respecto de las mujeres

A modo de introducción, me parece de justicia hacer

14 Socióloga. Licencia en Sociología, Universidad Arturo Prat; estudiante de Doctorado en Procesos Sociales y Políticos Latinoamericanos, Universidad ARCIS

referencia a lo que sostiene Hobsbawm15, quien “libera” a Marx de las distintas experiencias que en su nombre se levantaron (socialismos reales) y desde allí señala la posibilidad de recuperarlo en su plenitud teórica de una dialéctica permanente.

“La era de los regímenes comunistas y partidos comunistas de masa tocó a su fin con la caída de la URSS, y allí donde aún sobreviven, (…), en la práctica han abandonado el viejo proyecto del marxismo leninista. Cuando esto ocurrió, Karl Marx volvió a encontrarse en tierra de nadie. El comunismo se había jactado de ser su verdadero y único heredero, y sus ideas se habían identificado ampliamente con él. (…). Por consiguiente, durante gran parte de los primeros veinte años después de su muerte, se convirtió estrictamente en un hombre del pasado del que no valía la pena ocuparse. (…). Sin embargo, hoy en día Marx es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI (…) el fin del marxismo oficial de la URSS liberó a Marx de la identificación pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas en la práctica [y] (…) el mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era en aspectos cruciales asombrosamente parecido al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto Comunista” (Hobsbawm, 2011:14-15)

Puesto que Marx es la fuente principal para adentrarse en el marxismo, es necesario señalar que en gran parte de los textos escritos por Marx, junto a Engels, aparecen mencionadas las mujeres. Mención que no remite necesariamente a las relaciones de género sino a las relaciones sociales de de producción de las que son parte las mujeres en una formación social concreta.

Como señala Nicholson “(…) Marx ha eliminado de

15 Erick Hobsbawm: “Cómo cambiar el mundo”, 2011

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su enfoque teórico todas las actividades básicas para la supervivencia humana que quedan fuera de una ‘economía’ capitalista” (1990: 31).

Para efectos de nuestro trabajo, básicamente trabajamos con los textos El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado16 y El Manifiesto del Partido Comunista17.

En El Manifiesto del Partido Comunista (2004), Marx y Engels establecen, en relación al trabajo productivo, la supremacía de la clase por sobre el género y el ciclo vital: No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo (Marx y Engels, 2004:12)

Para los autores, las mujeres se incorporan a la producción en la medida que el trabajo requiere menos fuerza de trabajo invertida. Las mujeres, al igual que los niños, son considerados como agentes productivos con menor capacidad física y por lo tanto son destinados a trabajos que requieren un menor esfuerzo. Dicho de otra forma, el capitalismo industrial, con toda la incorporación tecnológica que permite la revolución industrial, se transforma en un modo de producción que requiere menos fuerza física para su desarrollo, abriendo la puerta a que sean incorporadas mujeres y niños en dichos trabajos. Aunque no explicito, hay un supuesto detrás de esta afirmación, que sostiene la menor fuerza física de mujeres y niños y, por lo tanto, se transforman fácilmente en mano de obra barata.

“Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las

16 Federerico Engels, 2004 (La primera edición apareció en 1884 y la cuarta, en 1891)17 Karl Marx y Federico Engels, 2004 (publicado por primera vez en 1848)

mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social.” (Marx y Engels, 2004:12)

Por otro lado, encontramos una crítica a la concepción de familia “industrial”, en tanto construcción de un sistema económico capitalista. De alguna manera establece la historicidad y especialidad que la institución familiar tiene. Es decir, las formas de familia tienen una profunda relación con el contexto en donde surgen, puesto que están expresando formas de relaciones sociales.

La familia proletaria en un modo de producción capitalista es desintegrada por la forma que adquiere el trabajo:

“(…) las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.” (Marx y Engels, 2004:21)

En la misma línea, los autores sostienen que las mujeres casadas son consideradas por el burgués exclusivamente como “instrumento de producción” (Marx y Engels, 2004:21). En este sentido, los burgueses ven amenazada la propiedad que tienen sobre sus mujeres puesto que temen que corran la misma suerte de socialización que todos los otros instrumentos de producción (Marx y Engels, 2004:21). Sin embargo, los autores agregan, que justamente se trata de los contrario, es decir, “(…) acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción” (Marx y Engels, 2004:22).

Desde aquí, los autores ven que la forma de liberación

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de las mujeres está en directa relación con el nuevo modo de producción que superará las relaciones capitalistas y que remite a la emancipación en un sentido marxista:

“Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente las esposas. El matrimonio burgués es, (…), la comunidad de las esposas. (…), con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial.”(Marx y Engels, 2004:21-22)

En El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado (2004), Engels, siguiendo a Morgan, plantea una lógica evolutiva de la familia. Un momento previo a la familia monogámica, lo constituye la llamada familia sindiásmica. Esta forma de familia se organiza en torno a una división del trabajo, donde el hombre tenía como principal tarea:

“(…) procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello; consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos.” (Engels, 2004:27)

Sin embargo, la herencia no se producía por línea paterna sino materna:

“(…) los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a la de la madre; al principio heredaban de la madre, con los demás consanguíneos de ésta; luego, probablemente fueran sus primeros herederos, pero no podían serlo de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debían quedar sus bienes.”(Engels, 2004:27)

En este sentido, para Engels, las mujeres tenían poder al interior de sus familias, sin embargo, la pérdida del derecho materno:

“(…) fue la gran derrota histórica del sexo femenino (…). El hombre empuñó (…) las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, (…), ha sido gradualmente retocada, disimulada y (…), hasta revestida de formas más suaves, pero no, (…), abolida. (2004:28).

Más tarde, la consolidación de la familia monogámica, que nace de la sindiásmica, es para Engels, “(…) uno de los síntomas de la civilización naciente” (2004:30), caracterizada por:

“(…) el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos lazos y repudiar a su mujer.”(Engels, 2004:30)

De esta forma, la monogamia coloca a las mujeres en una posición compleja al interior de la familia puesto que sus hijos deberán solo ser de su esposo ya que a través de él se produce la herencia. Aquí, la sexualidad y el cuerpo de las mujeres queda confinado al dominio de su esposo ante el cual se debe asegurar que los hijos de su mujer son también sus hijos.

Más adelante establece la desigualdad de las mujeres

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como una de las primeras formas de dominación de clase que surge en la historia:

“En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos’. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. (…).La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad.” (Engels, 2004:32-33)

La frase que refiere a tal manuscrito muestra una enorme claridad en relación a la construcción de desigualdades sobre las diferencias y la naturalización del trabajo en torno a cuerpos sexuados.

Siguiendo a Nicholson, diremos que para Marx la oposición de clase está en relación a los medios de producción (para producir objetos y alimentos). Así, la primera división de clases surge por la apropiación de la primera plusvalía: la de alimentos y objetos (Nicholson, 1990:39 y 40). De esto se desprenden dos consecuencias:

“(…) se elimina la consideración de conflictos históricos referentes a otras actividades socialmente necesarias como el parto y la crianza de los hijos. Una segunda (…) es que se elimina la consideración de los cambios en la organización de tales actividades en tanto que componentes del cambio histórico.” (Nicholson, 1990: 39 y 40)

3.- Los guiños del marxismo hacia las mujeres En apartado estableceremos los intentos derivados

de teóricos y teóricas marxistas por desarrollar una síntesis entre el marxismo y el feminismo y en un plano más socio-histórico, entre clase y género. Esto ha sido ordenado bajo lo que hemos llamado esfuerzos mecanicistas y esfuerzos de síntesis18. Sin duda, alguien podría discutir este ordenamiento pero trataré de argumentarlo para sostener sus deficiencias y aportes.

Los esfuerzos mecanicistasEn este esfuerzo ubicamos los aportes que han hecho

fundamentalmente algunas teóricas marxistas que han visto en la teoría de Marx y Engels, un tratamiento específico al tema de la mujer. Lo anterior, por su incorporación al trabajo remunerado o por la existencia de mujeres que son parte de la familia obrera. Desde aquí, las mujeres son despojadas de la mirada de sujetos en su propio conflicto y son puestas como sujetos de un conflicto de clases. A partir de ahí entonces, se observan las luchas de las mujeres trabajadoras y en otros casos se habla incluso de lo femenino. En este escenario la “contradicción principal”, la de clases, se vuelve hegemónica, subsumiendo a las otras contradicciones construidas sobre la base de la diferenciación como es la de género.

Desde nuestro punto de vista, las mujeres son vistas más que como un actor social y político, como una variable a incorporar en el análisis marxista. En este esfuerzo visualizamos a José Carlos Mariátegui19 (citado en Adrianzen, 1974:1). Desde este esfuerzo, se considera como una cuestión ética más que teórica, la

18 Al estilo de Marx, dónde los conceptos se contraponen para dar paso a un nivel cualitativo y cuantitativo superior

19 Cabe señalar que la referencia es a partir de la lectura que hace del autor, Catlina Adrianzen

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necesaria visibilización de la “cuestión femenina”. En palabras de Adrianzen:

“Así, para nosotros hoy, en nuestra patria, resuenan perentorias las tesis de José Carlos Mariátegui ‘No se estudia, en nuestro tiempo, la vida de una sociedad sin averiguar y analizar su base: la organización de la familia, la situación de la mujer’ y avizorando el porvenir del movimiento femenino: ‘A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana” (Adrianzen, 1974:1)20

Continúa Adrianzen (1974:2) preguntándose por el tipo de movimiento femenino que se requiere “impulsar y apoyar”. Esto, planteado desde la crítica a lo que ella denomina feminismo burgués, que se levanta desde una posición desmarcada de un modo de producción específico y plantea la liberación de las mujeres, pero no su emancipación.

“(…) un movimiento femenino popular verdadero no puede construirse y desarrollarse sino desde la posición de la clase obrera, desde el marxismo, y como partes del movimiento popular de cuya liberación depende la emancipación de la mujer. Un movimiento femenino popular sólo puede surgir, por tanto, sustentado en el marxismo-leninismo (…).” (Adrianzen, 1974:2)

Pero un movimiento femenino es por lo tanto un movimiento que recoge una idea de cierta “naturaleza” de las mujeres. Es decir, existe algo a-histórico, a-cultural que podemos nombrar como “lo femenino”. Esta posición vuelve invisible una mirada teórica crítica, con entrada desde el conflicto, parada sobre una construcción social específica. En otras palabras, 20 La cursiva es mía

esta posición invisibiliza la contradicción que instala el feminismo. Además, el concepto de emancipación de la mujer resulta insuficiente para lograr la síntesis entre clase y género que permita un análisis más fino y complejizado del capitalismo en su fase neoliberal

La preocupación de Adrianzen tiene que ver con la necesaria unidad de la clase obrera y la apuesta por sostener como la contradicción principal (entiéndase más bien como exclusiva), la de clases. Sin embargo, se mueve entre pensar en “lo femenino” y la materialidad que otorga el marxismo a las relaciones sociales en general. La autora transita entre la liberación enmarcada en la división sexual del trabajo y la mirada de las luchas femeninas como luchas posibles de articular con las luchas del proletariado:

“Para el marxismo, así como el hombre, la mujer no es sino un conjunto de relaciones sociales históricamente conformadas y cambiante en función de las variaciones de la sociedad en su proceso de desarrollo; la mujer es pues, un producto social y su transformación exige la transformación de la sociedad. (…) Cuando el marxismo enfoca el problema femenino lo hace, por tanto, desde una posición materialista y dialéctica, desde una concepción científica que sí permite una cabal comprensión. En el estudio, investigación y comprensión de la mujer y su condición, el marxismo trata el problema femenino en relación con la propiedad, la familia y el Estado, ya que en el proceso histórico la condición de la mujer y su ubicación histórica está íntimamente ligada a estas tres cuestiones.” (1974:7)

En su artículo ella cita a Mariátegui, quien señala que “la clase diferencia a los individuos más que el sexo” (1974:3). Adrianzen es enfática en desmarcarse de una posible mirada que “manche” el marxismo o las

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luchas del proletariado con conflictos “artificiales” que pudieran impedir la emancipación de la clase obrera. Ninguna revolución de carácter burgués21 avanzó en la plenitud de la emancipación de la mujer, a lo más en la adquisición de algunos derechos y de un aumento de ciertas libertades.

“(…) el capitalismo mediante la incorporación económica de la mujer sienta bases para su movilización reivindicativa; pero el capitalismo sólo es capaz de dar una igualdad jurídica formal a las mujeres, en modo alguno puede emanciparlas.” (Adrianzen, 1974:6)

Ella señala que con la construcción de un “movimiento femenino popular”:

“(…) estaremos preservados de feminismo burgués, de divisionismos que contraponiendo mujeres a hombres quiebran las organizaciones y escinden a las masas. Así, pues, sólo adhiriéndose a la política de Mariátegui sobre la emancipación de la mujer en particular, será posible crear organizaciones femeninas y secciones femeninas en los organismos de masas, como indicara el Amauta para los sindicatos, que fortalezcan y desarrollen las organizaciones de las masas y sirvan a la unidad combatiente del pueblo.” (1974:2)

La autora sostiene que el enfoque del capitalismo sobre lo femenino permite perpetuar su posición de clase:

“A lo largo de los siglos las clases explotadoras han sostenido e impuesto la pseudo teoría de la “naturaleza femenina deficitaria”, que ha servido para justificar la opresión que hasta hoy experimentan las mujeres en las sociedades en que la explotación, sigue imperando.” (1974:3)

21 Refiere específicamente a la Revolución Francesa

Adrianzen, alberga la esperanza, desde mi punto de vista algo mecanicista, cuando señala que “(…) con la incorporación al proceso productivo las mujeres tendrán la posibilidad de unirse más directamente a la lucha de clases y a la acción combatiente” (1974:4).

Los esfuerzos por una síntesis entre clase y género

“La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos”

(Engels, 2004:32-33)

En este segundo esfuerzo situaremos a Ricardo Antunes quien con claridad construye su reflexión sobre la morfología del trabajo hoy, desde una frase que a mi parecer, permite una entrada a la articulación clase/género menos forzada y mecanicista. En una de las primeras partes de su trabajo señala que “Es a través del acto laboral, que Marx denominó actividad vital, que los individuos, hombres y mujeres, se distinguen de los animales” (s/i:4).

En su caracterización del trabajo en el capitalismo actual, evidencia la incorporación de mujeres y hombres a las formas que adquiere el trabajo hoy22.

“Más de mil millones de hombres y mujeres padecen las vicisitudes de la precarización del trabajo, de los cuales centenas de millones tienen su cotidianidad modelada por el desempleo estructural.” (Antunes, s/i:3)

De manera explícita observa que la morfología del

22 La tercerizados, subcontratados, part-time, trabajos temporarios, entre tantas otras formas semejantes de informalización del trabajo, que proliferan en todas partes.

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trabajo contiene una división sexual del trabajo que termina profundizando las desigualdades de género:

“En relación con la división del trabajo por sexos, se observó, a medida que se desarrollaban los procesos de automatización y flexibilización del trabajo, un movimiento de feminización que, no obstante, no fue seguido por una ecuanimidad en la carrera y el salario entre hombres y mujeres. Una serie de mecanismos sociales de discriminación -reproducidos e intensificados en los ambientes de trabajo- estructuró relaciones de dominio y explotación más duras sobre el trabajo femenino, que se tradujeron en desigualdades y segmentaciones entre géneros.” (Antunes, 2011:8)

La feminización del mundo del trabajo ha resignificado la reflexión sobre el tema de las relaciones de género. El contexto del mundo del trabajo abre preguntas y reflexiones que muestran la apropiación por el capitalismo de un trabajo específico: el de las mujeres. Estas, desarrollando trabajos en determinados segmentos y sectores que refuerzan la doble explotación: género y clase.

En esta línea también podemos incluir lo que se ha denominado como “el debate sobre el trabajo doméstico” que desarrolla una lectura desde la teoría marxista. En términos puramente teóricos se señala que “la opresión femenina tiene una base material” (Pérez, s/i:5), haciendo referencia al trabajo doméstico. Lo anterior implica “discutir su naturaleza conceptual y sus relaciones con el sistema capitalista para aclarar si el beneficiario último de dicho trabajo es el capital o el hombre” (Pérez, s/i:5). En términos políticos las implicancias tienen que ver con que “la base material de opresión debía derivarse una estrategia de liberación” (Pérez, s/i:5). De ahí se abrieron dos conclusiones: la

primera, sostuvo que el trabajo doméstico era un modo de producción en sí mismo; la segunda, lo situaba dentro del modo de producción capitalista. Sin embargo ambas concluían que el enemigo central era el modo de producción capitalista, desde donde se derivaron críticas que mantuvieron abierto el debate.23

4.- Esfuerzos feministas- marxistas por establecer encuentros entre ambas teorías24

“El feminismo no implica necesariamente una posición anticapitalista,

del mismo modo que el marxismo ha estado

y está aun atravesado por elementos patriarcales, ligados no sólo a la subsunción de la contradicción del asunto de las mujeres en la lucha de clases, sino a las

tradiciones revolucionarias mismas, a las prácticas organizativas y partidarias, a las subalternidades que

inconscientemente nos sujetan a un orden que clava en la carne sus anclajes”25

En términos generales, podemos señalar que el hilo conductor entre ambas teorías ha tenido que ver con tratar de establecer la correcta relación entre género y clase. De esta forma, son esos dos conceptos los que han organizado la discusión entre el feminismo y el marxismo. Cuál categoría está por sobre la otra, cuál

23 Para una profundización mayor de esto, resulta interesante revisar en detalle el texto Amaia Pérez Orozco: ¿Hacia una Economía Feminista de la sospecha?

24 Aquí sería necesario profundizar más adelante en los esfuerzos teóricos de Nancy Fraser y Joan Wallach Scott, Judith Butler que discuten de mejor manera este “encuentro” entre clase y género

25 Ciriza, 2000:11

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prima por sobre la otra, cómo se da su articulación, son preguntas que han sostenido el debate.

Según Briones, es necesario establecer una distinción entre en el pensamiento feminista llamado marxista y el socialista. El llamado socialista, está expresado en diversos escritos teóricos “(…) unidos más por su agenda teórica que por sus conclusiones teóricas sustantivas26”. Específicamente, las metas del feminismo socialista han sido: síntesis teórica, combinación de extensión y precisión teórica, método explícito y adecuado para el análisis social y el cambio social (Briones, 2002:227-228). Las feministas socialistas se proponen unir dos tradiciones feministas: feminismo marxista y feminismo radical (Briones, 2002:227-228).

Del intento de síntesis del feminismo socialista, surgen dos vertientes. La primera, pone el acento en la opresión de las mujeres y en el entendimiento de esta situación a través de establecer las diversas experiencias de subordinación de las mujeres con los conceptos “(…) opresión de clase (del marxismo) y (…) opresión de género (del feminismo radical)” (Briones, 2002:228). El concepto central es el de patriarcado capitalista. La segunda, se concentra en todas las formas de la opresión social usando no sólo los conceptos de clase y el género, sino otros como raza, etnia, generación, opción sexual y otros. El concepto central es dominación. Ambas aproximaciones tienen en común en el enfoque analítico que entrega el materialismo histórico.

“Al vincular el materialismo histórico con su enfoque sobre la dominación, las feministas socialistas intentan alcanzar el objetivo de desarrollar una teoría que interprete la más extendida de las instituciones sociales,

26 Einstein, 1979; Hartman, 1979; Hartsock, 1983; MacKinnon, 1982, 1989; Ruddick, 1980; Smith, 1974, 1975, 1978, 1979, 1987, 1989, 1990, en Briones, 2002:227-228

la dominación, y que aun así se comprometa firmemente con los análisis precisos e históricamente concretos de las disposiciones sociales y materiales que dan forma a las situaciones particulares de dominación.” (Briones, 2002:229)

Como señala Briones, respecto del uso del materialismo histórico, las feministas socialistas han profundizado, a diferencia de las marxistas, tres cuestiones: redefinición de las condiciones materiales, reevaluación del significado de la ideología, enfoque de la dominación. Sobre las condiciones materiales, han ampliado el concepto, a diferencia de las marxistas, hacia otras condiciones que crean y mantienen la vida humana: el cuerpo humano, su sexualidad e implicación en la procreación y la crianza de los hijos; el mantenimiento del hogar, con sus tareas domésticas no reconocidas e impagadas; el apoyo emocional; y la producción de conocimiento (Briones, 2002:230).

Sobre la ideología, señalan que analizar “(…) los procesos que estructuran la subjetividad humana es de suma importancia para una teoría de la dominación (Briones, 2002:230). Finalmente, para las socialistas, “(…) el objeto de análisis no es la desigualdad entre las clases, sino una amplia serie de desigualdades sociales interrelacionadas” (Briones, 2002:231).

Por su parte D’Atri, sostiene que para las marxistas,

“(…) si la emancipación de las mujeres no puede realizarse sin la destrucción del sistema capitalista, (…), el sujeto revolucionario será el proletariado (…). en esta lucha específica, las mujeres obreras encabezarán el combate por su propia emancipación y por conseguir que los varones de su propia clase incorporen la lucha contra la opresión en el programa revolucionario de las filas proletarias, como uno de los aspectos integrados a la lucha de clases más amplia” (D’Atri, 2004:8)

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Conclusiones:

A modo de conclusiones, podemos señalar:

1. Como planteamos en el título del trabajo, el género nos une, la clase nos divide, implica el desafío de articular diversos conceptos en el análisis de las relaciones de género. Es decir, un análisis que sólo incorpore la dimensión de género dejaría subsumidas a un conjunto de elementos de “habitación” de las sujetos y los sujetos

2. La pregunta de cuál de las categorías: género o clase, es la primera de las desigualdades, resulta un tanto estéril apuesto que en última instancias nos remite a una mirada dicotómica de la realidad. En ambos casos, género y clase, existe como hilo conductor la desigualdad. En el caso del género, es la diferencia primera y “natural”, vuelta desigualdad; en el segundo caso es la diferencia de clases, según el lugar que ocupamos en la producción, lo que determinaría la opresión de clases.

3. El acercamiento entre el marxismo y el feminismo debe ir por el lado teórico y el lado político. Respecto del lado político, desafía no sólo a los movimientos sociales a articular diferentes desigualdades, sino a los partidos políticos a incorporar en sus programas, en sus análisis y en sus prácticas la mirada sobre las relaciones sociales de género.

4. El esfuerzo principal debe tener un lado teórico y un lado empírico que logren conversar de modo permanente. En otras palabras, hacer síntesis teórica y conceptual para salirnos del pensamiento que reduce una a otra o que considera el sexo como una variable.

5. Respecto de lo anterior, nos ponemos desde

el desafío de pensar el sexo/género como una relación social basada en la diferencia y el conflicto y que es necesaria de hacer converger con la clase en lo analítico, lo político y lo empírico.

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EL PRESENTE DEL SINDICALISMO EN CHILE Un Panorama general de sus tendencias y

divergencias27

Dasten Julián Vejar28

1. Introducción. Considerando que los sindicatos y asociaciones juegan

un papel significativo, como expresión institucionalizada de la representación de los intereses de los trabajadores en la sociedad, en el marco de lo que se entiende por las relaciones laborales (Hyman, 1989), es que éste se vuelve un actor que es necesario estudiar con el fin de generar mayor entendimiento sobre el desarrollo y dinámica de las llamadas “sociedades inequitativas” (Atria, 2004). El sindicalismo juega un rol clave en la mediación del conflicto social y la relación salarial capital/trabajo (Antunes, 2005), en su incidencia creciente como sujeto/actor de políticas públicas en materia laborales en distintos contextos (González, 2006; Ermida, 2007; Dixon, 2010; Rojas, 2010), y como agente en la redistribución del ingreso y de superación de la pobreza (Caputo y Galarce 2007; Pizarro, 2005; Ramos, 2010). 27 Este artículo es parte de las reflexiones y resultados obtenidos parcialmente de mi proyecto

de tesis de Doctorado (2010-2014) “Restrukturierung der Arbeitswelt in Chile 1975-2010. Analyse der Arbeitskraftnutzung in strategischen Industriesektoren”. Bajo la supervisión del Profesor Klaus Dörre. Universidad Friedrich Schiller. Jena, Alemania.

28 Sociólogo. Estudiante del Doctorado en Sociología del Trabajo, Industria y Sociología económica. Lehrstuhl für arbeits-industrie- und Wirtschaftssoziologie. Institut für Soziologie. Friedrich Schiller Universität. Jena. Alemania. [email protected]

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El rol del sindicalismo en Chile, ha estado marcado en las últimas décadas por “la instalación del régimen democrático”, la cual “estuvo dada por la estabilización de los marcos institucionales prefijados por el autoritarismo y por el modelo económico neoliberal” (Garrido y Retamozo, 2010: 103), siendo parte de la política de subordinar el proceso de democratización a las exigencias y los ritmos de los esquemas económicos que iban en desgaste en términos de legitimidad (tanto en el espacio de la opinión pública nacional como en la internacional), imponiéndole un discurso político, por sobre las expectativas populares, como forma de consolidar el poder y un proyecto político, ante la amenaza “fantasmagórica” de los elementos militares golpistas en el escenario político en curso29.

La “transición democrática” (1990-2010) involucró un cambio en las estrategias y métodos del sindicalismo, hacia un giro corporativo (Guzmán, 2004; Frías, 2008), dejando de lado la tradición y experiencia política que había sido obtenida de las fases anteriores del proceso de “lucha por la democracia” (Zapata, 2004), en la década de los 80’, principalmente. Así se sellaban las raíces de la lucha contra el Plan laboral de 1979, las demandas de democratización del régimen político; el fortalecimiento de la negociación colectiva; el paro y la huelga nacional como métodos de protesta y lucha

29 No acordamos totalmente con la posición de Garrido y Retamozo (2010) en señalar a este proceso como una “obligación” que debió asumir el nuevo gobierno, sino que creemos que más bien fue parte del proyecto político de las nuevas elites dominantes, las cuales se desafectaron de sus bases sociales, incluyendo, claro está, el movimiento sindical, y por ello renunciando a sus bases política y deformando en un nuevo proyecto que veló por los intereses macro-económicos, la desigualdad social, etc. que hacían de la democracia poseer un carácter híbrido (Zapata, 2004), en cuanto descansa en la presencia simultánea de dos tipos distintos de instituciones, unas, las democráticas, como son los procesos electorales para designar a aquellos ciudadanos que ocuparan los puestos de representación popular, las otras, las autoritarias, heredadas de la dictadura militar (contenidas en la Constitución de 1980).

sindical; las demandas referidas a la libertad sindical, etc.; y recanalizando sus fuerzas hacia una orientación dialógica tripartita con el empresariado y el gobierno, a través de la mediación de los partidos políticos, lo cual resultó funesto para 20 años de afiliación sindical (Frías, 2008).

La consolidación de éste modelo sindical neo-corporativo (Guzmán, 2004), se produce en un contexto de flexibilización laboral del mercado de trabajo (Arrieta, 2003), la consecuente fragilidad de los derechos de los/as trabajadores/as (Soto, et al., 2008), la mundialización de la producción (Campero, 2000), y la acelerada descomposición del actor sindical en el mundo del trabajo (Zapata, 2004; De la Garza, 2005). La multidimensional de éste fenómeno configura la consolidación de la asimétrica estructura de la relaciones laborales (Hyman, 1989), la cual fortalece una herramienta de control en la sindicalización y de disciplinamiento en la acción sindical, ya que no permite constituir un libre ejercicio de la afiliación, la libertad sindical, la acción y la negociación colectiva, limitando ésta última su margen de acción a términos estrictamente relacionados con las remuneraciones salariales, bonos y beneficios empresariales (Julián, 2012).

A comienzos de la década de los 90’ y en medio del proceso de estabilización de los marcos de la reestructuración productiva neoliberal, muchos trabajadores transitaron entre puestos y condiciones de trabajo precarias y flexibles (Leiva, 2000; 2009; Sisto, 2009), una base de desprotección, inseguridad e informalidad en el empleo (Portes y Hoffmann, 2003; De la Garza, 2011) la fragmentación y la mecanización productiva (Drake, 2003), y el acrecentamiento de los niveles de vulnerabilidad social (Hoenh, 2009).

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Estos fenómenos parecían acoplarse al proceso de configuración de un sindicalismo neo-corporativo (Guzmán, 2004), que debía comenzar a integrar la contingencia de las medidas y políticas neoliberales como parte de su programa de acción, de forma de no debilitarse aún más ante la amenaza de erosión de las bases estructurales de su columna medular: los grandes sectores productivos exportadores y el sector público (Díaz, 1995; Leiva, 2009).

Si bien el proceso de privatizaciones del año 1981 había conseguido desarmar muchos de los núcleos de la clase trabajadora y de un sindicalismo de corte más clasista (Díaz, 1995; Trafilaf y Montero, 2001), será en los años 90’ luego del crecimiento de la tasa de afiliación, las huelgas legales, de las negociaciones y contratos colectivos, que comenzará un proceso de declinación y fragilidad de la actividad sindical. Ésta situación de fragilidad se caracterizaba y retroalimentaba con/de la configuración de pequeños sindicatos, con pocos afiliados, reducidos al ámbito de la gran empresa, y parte de un proceso de fragmentación de las endebles organizaciones sindicales; la existencia del paralelismo, la atomización y la falta de unidad; la existencia de gran número de sindicatos en situación de receso, etc., lo cual demuestra objetivamente, que el sindicalismo ha perdido fuerza en este contexto social (Espinoza y Yanes, 1998), pero aún así no clarifica ni las causas específicas del proceso, ni las responsabilidades de la acción propia del sindicalismo como actor de su propia crisis (Julián, 2012).

En este artículo, pretendemos dar cuenta de una descripción general del panorama del sindicalismo en los años de la transición a la democracia (1990-2010), haciendo una revisión a los principales indicadores estadísticos que muestran el estado del sindicalismo

en Chile. Para ello definimos cinco tendencias que marcan el proceso de constitución sindical en la actualidad, referidas a su precariedad, fragmentación y heterogeneidad. Por último planteamos algunas conclusiones con respecto este debate de forma de generar lineamientos y perspectivas del sindicalismo, re-organizando una propuesta de investigación empírica y de estrecha colaboración con los actores sindicales.

Cabe mencionar que éste artículo ésta generado desde el enfoque de la Investigación Participativa, la cual está relacionada con una experiencia de investigación permanente, de participación en distintas instancias sindicales (encuentros, reuniones, talleres y escuelas sindicales), como en espacios comunitarios, y en entrevistas en profundidad realizadas en los meses de Febrero-Marzo de 2011 y Junio-Julio de 2012 en distintas ciudades de Chile, a diferentes dirigentes sindicales, pero que se inicia como proceso el año 2006, en los primeros acercamientos a huelgas y procesos de negociación colectiva de distintos sindicatos, especialmente en la ciudad de Temuco (Región de la Araucanía). Desde ahí a la fecha, se ha constituido una relación de colaboración y retroalimentación entre organizaciones sindicales y ésta línea de investigación, lo cual ha dado forma al presente texto a través de sus diversas contribuciones y fuentes, y se ha cristalizado en el proyecto de investigación de Doctorado que desarrollo desde el año 2010 en el Institut für Soziologie de la Universidad Friedrich Schiller de la ciudad de Jena, Alemania.

2. Un sindicalismo heterogéneo, precario y fragmentado. Cinco tendencias.

La llamada “crisis del sindicalismo en América

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Latina” (Zapata, 2004), tuvo su correlato en Chile. Ésta crisis se extendió por dos décadas (1990-2010) hasta la actualidad (2012), caracterizada principalmente por bajas tasas de afiliación sindical, la tendencia a la inactividad de los sindicatos, el escaso crecimiento de la tasa de negociación colectiva, la fragmentación del mundo del trabajo e individualización de las relaciones laborales, con una respectiva heterogeneización y complejización de las formas de trabajo y composición de la clase trabajadora (Antunes, 2003)30 a partir de los cambios en el mundo del trabajo. A ello se suma un debilitamiento de la base social real de los sindicatos; una reducción de la conflictividad laboral; y la disminución de su influencia social en el plano de los debates de política pública. Todo esto pareció sentar las bases del agotamiento del discurso y la práctica sindical, y sus dificultades para dar respuestas satisfactorias a los retos planteados por el capitalismo global, con una profunda erosión y acelerada descomposición de los elementos y relaciones que permitían hablar de un actor colectivo, de un sujeto social (Díaz, 1995).

Si bien reconocemos que la “crisis del sindicalismo” más bien es un fenómeno propio de la heterogeneidad estructural latinoamericana y que está atravesada por diferentes tensiones temporales, con dinamizadores culturales, sociales, políticos, etc., en/para cada formación social, nos adentraremos a continuación en cada una de las dimensiones que hemos señalado como características estructurales que dan forma y

30 Aquí podemos señalar algunos fenómenos como a) la aprobación de la ley de subcontratación (No. 20.123) el año 2007, como práctica institucionalizada del proceso de precarización de las condiciones de trabajo; b) las políticas-planes pro-empleo de gobierno y la instalación de la hegemonía de la forma-empleo precaria y flexible en estos programas; c) las lógicas de intensificación del trabajo por medio de un sistema de remuneraciones basado en la productividad del trabajador/a; d) la feminización de la fuerza de trabajo y la desigualdad(es) de genero presentes en la actualidad; entre otros.

representan el fenómeno concreto e histórico de la crisis del sindicalismo en Chile.

Tendencia I. Las bajas tasas de afiliación sindicalSegún las cifras del 2011 (31) existían alrededor de

10.310 sindicatos activos, con una población total de afiliados/as de 892.365 trabajadores/as, lo cual representaba un 11,8% de la fuerza total ocupada y un 14,1%, si se considera tan sólo a los asalariados del sector privado, la población de servicios y trabajadores/as por cuenta propia (con potencial de sindicalización), que se encuentran en sindicatos activos. Esta tendencia contrasta con la realidad de países de la región latinoamericana, como Argentina, Brasil, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay, en donde el crecimiento de las tasas ha sido más alto y ha existido un proceso de fortalecimiento, en contraste con países como Costa Rica, Colombia, Chile, Ecuador, Guatemala y México, los cuales presentan un estancamiento o debilitamiento en el poder de sus sindicatos32.

La evolución de la tasa de sindicalización en la década de los 90’ muestra que en sus primeros años (1990, 1991 y 1992), los saltos en materia de afiliación fueron considerables. En 1990 un 13,4% del total de la población ocupada se encontraba afiliada, lo cual llegó a un histórico 15,1% en 1991 (el porcentaje más alto en las últimas dos décadas), y alcanzando un 14,8% en 1992 que inaugura el decrecimiento de la tasa de afiliación sindical hasta un 10,7% en 1999.

Éste fenómeno va de la mano de las expectativas que se generaron el conjunto de los actores sociales sobre 31 Fuente: Compendio estadístico de la Dirección del Trabajo (1990-2011).32 Aún así las tasas de sindicalización siguen siendo bajas en la región, con excepción de

Argentina con un 37%, seguida por Uruguay con un 25% y Brasil con 19,1%. (Almeyra y Suárez, 2009).

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el proceso “transición democrática”, y especialmente de parte del mundo sindical (Zapata, 1992; Trafilaf y Montero, 2001), ya que en los primeros años se esperaban se realizaren mejoras en las condiciones de trabajo, fortalecimiento de la negociación colectiva y consolidación de la libertad sindical, lo cual alimentó un sentimiento de movilización y de identificación con las organizaciones laborales, con crecimientos en las tasas de un 2% en relación a 1989. En definitiva no fue realizado por ninguno de los gobiernos de la Concertación (1990-1994, y 1994-2000), sino que al contrario, consolidó las condiciones de flexibilización y precariedad laboral, además del debilitamiento de las organizaciones de trabajadores, lo cual a su vez impactó en las tasas de sindicalización de forma negativa, ya que detuvo el motor dinamizador del proceso de afiliación: un respaldo político orgánico a las demandas de los trabajadores y la promoción de una política de fortalecimiento del actor sindical.

Si bien Salinero (2006) señala que “las variaciones de la afiliación sindical se muestran sensibles a los cambios en la composición de la fuerza de trabajo ocupada, especialmente por la mayor importancia relativa de los trabajadores por cuenta propia y de las mujeres en la fuerza de trabajo asalariada”, ésta variación no llega a ser significativa para explicar los cambios producidos en la tasa de afiliación desde los primeros 3 años de 1990 hacia la actualidad, ya que la estabilización de las tasas de afiliación, entre 1993-2010, con una tasas entre el 12,9% (1994) y el 11,4% (2010), con una tasa promedio del 11,7%, no muestran significativos cambios, sino que se refieren más bien a fenómenos macroeconómicos, como la crisis asiática en la década de los 90’, como a las disposiciones en materia de política laboral. Además éste fenómenos

se replica en la medición de la tasa de sindicalización tan sólo para los trabajadores dependientes, con una variación decreciente en la primera década, de 19,2% en 1990 a un 14,5% en 1999, y su estabilización entre el 14,8% en 2000 y un 15,8% en 201033. Ésta última medición descarta considerablemente la tesis acerca de la centralidad de los cambios productivos ocupacionales como el factor central de la explicación del fenómeno de la baja afiliación sindical.

Creemos que la escasez de un aumento en las tasas de sindicalización constituye uno de los síntomas de la faltas en el imaginario de los/as trabajadores/as, en cuanto a concebir al sindicalismo como una herramienta colectiva de acción, organización y representación eficiente de sus intereses en el mundo del trabajo, lo cual es un fenómeno que comporta una multidimensionalidad de características, que detonan algunos de los núcleos problemáticos del sindicalismo en la actualidad.

Tendencia II. El decrecimiento de la negociación colectiva

La tendencia que se observa en la afiliación sindical, con un alto crecimiento en los primeros años de la década de los 90’ y su decreciente tendencia y estancamiento, pueden ser observadas en correlación con el fenómeno de la negociación colectiva en Chile.

Es claro que en Chile la legislación laboral desactiva la necesidad de los contratos colectivos, con el enfoque de impulsar las negociaciones individuales, o de obtener los mismos beneficios a partir de un proceso 33 Sólo es posible observar dos puntos que rompen ésta tendencia. La primera en el año

2008, con una tasa del 16,1%, y la segunda en el año 2009 con una tasa de 17,5%. Si bien esto permitiría hablar del un proceso ascendente en la afiliación sindical, contrasta con estabilización de la tasa en 2010 en un 15,8%, y en el 2011 con un 15,7%.

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de negociación colectiva para los/as trabajadores/as sindicalizados como no sindicalizados (Julián, 2012). Además, las formas de contratos colectivos permiten que se pueda negociar un convenio con el empleador, sin la necesidad de que los/as trabajadores/as posean sindicato (Salinero, 2004).

Además se debe agregar que el mayor porcentaje de instrumentos colectivos en Chile es realizado por sindicatos (78%) en contraste con grupos negociadores de trabajadores no sindicalizados (22%), lo cual representa un ensanchamiento de las diferencias entre ambas, en relación al año 2001, donde los primeros alcanzaban un 56,2% del total de los instrumentos colectivos obtenidos por grupos negociadores. En ésta serie de datos también es posible observar la caída del número total de instrumentos colectivos entre los años 1993 hasta el 2001. En el caso de los sindicatos pasaron de 1.803 instrumentos colectivos obtenidos en 1993, a 1.285 en el año 2001. Mientras que los grupos negociadores de trabajadores no-sindicalizados que alcanzaban entre contratos y convenios instrumentos colectivos un promedio de 1.139 instrumentos colectivos entre los años 1990-1995, sufrieron un decrecimiento hasta los 1.000 en 2002, y desde allí un proceso de estabilización entre los 465 en 2003 y un 565 en 2010, y un considerable crecimiento en 2011 a los 659 instrumentos colectivos, de los cuales 440 son convenios colectivos, mostrando la emergencia de un núcleo negociador e interlocutor importante en las relaciones industriales, como intensión del empresariado de desincentivar la formación de sindicatos y el conflicto laboral.

Aún así el crecimiento de los instrumentos colectivos celebrados por sindicatos, ha estado marcado por un

crecimiento sostenido desde el año 2005 a la fecha. Se pasó de 1.595 instrumentos colectivos en 2005 a 2.349 en 2011, con un crecimiento del 32% en 7 años. Queda entre paréntesis el año 2009, en el cual las tasas de sindicalización crecieron significativamente, pero en términos de negociación colectiva e instrumentos colectivos por parte de los sindicatos, significó una baja de un 7,3%, y un 7,9% en los instrumentos obtenidos por los grupos negociadores no-sindicalizados. Esto claramente tuvo su relación con las tácticas empleadas por el sindicalismo en relación a la crisis capitalista de 2009, las cuales implicaron un retroceso y una adaptación a los imperativos empresariales de ajustes productivos.

Por otra parte, éste crecimiento en el número de instrumentos no se ha reflejado de forma significativa en el número de trabajadores bajo la cobertura de un instrumento colectivo. La negociación colectiva en Chile involucra, a través de la vigencia de instrumentos colectivos (convenios y contratos de trabajo), a tan sólo 311.196 trabajadores/as para el año 2011. De este total, 275.240 están sindicalizados, es decir el 88,4%, lo que significa que los instrumentos colectivos tan solo cubren al 30,8% de los/as trabajadores/as en sindicatos activos en Chile. Esto se asemeja al 30% de 1993 con un total de 205.762 trabajadores bajo un instrumento colectivo de un total de 684.361 trabajadores en sindicatos activos. Si consideramos el total de la fuerza ocupada en Chile al último trimestre de 201134, es decir 4,560 millones de personas, podemos concluir que tan sólo un 6,8% de los trabajadores en Chile se encuentra involucrado en un instrumento colectivo, lo cual exhibe el nivel de desprotección e individualización de las 34 Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas. Series 1990-2011. División del Trabajo. Santiago,

Chile.

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relaciones laborales en el país, y el contexto asimétrico que el sindicalismo debe afrontar con el fin de asegurar mejores condiciones de trabajo.

Tendencia III. Fragmentados y atomizadosEs posible identificar diferencias significativas en

términos de concentración y fragmentación, a partir de los tamaños y características de los sectores productivos en donde la sindicalización se hace efectiva. Por ejemplo, el sector que comprende el mayor número de sindicatos activos (1991) es el sector de Transporte, almacenamiento y telecomunicaciones. El total de su población afiliada es de 144.644, lo que significa un promedio de 72 trabajadores por sindicato. Mientras que en el sector de Intermediación financiera son 191 sindicatos y 38.042 sindicalizados, lo cual significa un promedio de 199 trabajadores por sindicato. Por otra parte es posible identificar la concentración de un núcleo importante en el sector del Comercio por Mayor (Retail), donde se encuentra el mayor número de población afiliada con 183.104 afiliados/as, y un total de 1714 sindicatos, con un promedio de 106 trabajadores/as por sindicatos. Esto muestra cómo se desarrollan tendencias diversas por los sectores de la producción referentes a la concentración, dispersión y fragmentación de los afiliados, lo cual está imbricado con las actuales condiciones de trabajo y la legislación laboral. En términos totales de trabajadores sindicalizados, en relación al número total de sindicatos activos, obtenemos un promedio de 86 trabajadores por sindicato en Chile para el año 2011.

En comparación a años anteriores podemos observar como en los distintos sectores se produce un fenómeno de las mismas características. El sector transporte para el año 1991 poseía 1.168 sindicatos activos, con un total

de 101.636, lo que daba como promedio 87 trabajadores/as por sindicato. En el caso de intermediación financiera se da una tendencia distinta, ya que en 1991 existían 223 sindicatos activos, con un total de 32.429 trabajadores/as afiliados, lo cual implica un promedio de 145 trabajadores/as por sindicato. Es claro que la tendencia ha sido desigual en términos de sectores, y ha avanzado por distintas características en distintas direcciones. Mientras que en cifras totales vemos que las variaciones por año en términos de afiliación y número de sindicatos activos, encontramos una correlación hasta el año 1999 manifestada en el decrecimiento de los trabajadores sindicalizados y el decrecimiento correspondiente del número de sindicatos35.

Lo que nos señalan en términos generales los datos es que el crecimiento del número de sindicatos no está relacionado con el crecimiento de la tasa de afiliación sindical, sino que habla de una tendencia de la fragmentación y atomización de la población sindicalizada en sindicatos cada vez de menor tamaño, lo cual representa un limitante para el poder colectivo de los trabajadores organizados. Las tendencias al crecimiento y decrecimiento del número de la población afiliada, es proporcional con la tendencia en el número de sindicatos activos, y además se observa una tendencia a la creación de mayor número de sindicatos en relación al crecimiento de la población afiliada. El año 2000 marca un hito en éste sentido ya que a contra-tendencia de los años anteriores, se observa un crecimiento de la población afiliada, el cual no se experimentaba desde el año 1995, con una consecuente caída en el número de sindicatos. Podría decirse que ésta situación se restituye en los años 2007-2008, hacia la concentración, donde 35 Fuente: Series Estadísticas de la Dirección del Trabajo. 1990-2011. División del Trabajo.

Santiago, Chile.

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existe un mayor número de sindicatos y de población sindicalizada.

Con respecto a las particularidades sectoriales, a fines de 2011, el total del empleo en el sector de Comercio al por mayor y menor, representaba 1.547.290 del total de la población ocupada36. Si consideramos que el número total de afiliados es de 183.104, obtenemos que su tasa de afiliación es de un 11,8%, es decir, un 3% bajo la tasa promedio. Mientras que sectores que poseen menos trabajadores, como Suministro de Electricidad, gas y agua, con 57.940 trabajadores, presentan una afiliación de 11.478, es decir un 19,8%, que se encuentra 5,7% sobre la tasa promedio de afiliación sindical. Este ejemplo muestra como las tasas de afiliación y de concentración varían de acuerdo a la estructura de los sectores productivos.

Tendencia IV. La “conflictividad laboral” y el consenso

Entre los años 1990-1993 se realizan en total de 886 huelgas legales. El año 1991 vuelve a ser icónico, no tan sólo por el número de huelgas realizadas, 219, sino por el número de trabajadores involucrados en ella, el cual asciende a 45.910 trabajadores, la cual no vuelve a superarse, pese al crecimiento de un 27,2% de la población total sindicalizada (191.010 de trabajadores/as) al año 2011. También en estos primeros destaca el año 1990 con el mayor promedio de duración de las huelgas (15 días), justo el referente establecido en el marco de la legislación laboral como la duración de la huelga legal, sin que en ningún año siguiente vuelva a repetirse o elevarse tal número promedio. Mientras

36 Fuente: Series Estadísticas de la Dirección del Trabajo. 1990-2011. División del Trabajo. Santiago, Chile.

que el año 1992 se registra el máximo de duración de días de huelga con 2.975 días totales, cifra que no se volverá a repetir ni a sobrepasar en los siguientes 20 años. Esta tendencia de los primeros cuatro años de transición democrática (1990-1993) muestra las bases de un sindicalismo distinto al que se articulará en las décadas siguientes, y que constituye parte de un periodo caracterizado por “las posibilidades de expresión del contexto democrático, así como también un alto crecimiento económico del país. Ambos factores plantean el momento propicio para que los trabajadores impulsen una demanda que retribuya su participación en dicho crecimiento.” (Espinoza, 2007: 4).

Los finales de la década del 90’ consolidaban un modelo sindical que ya no se basaba en la herramienta de la huelga, y estaba marcado por las consecuencias producidas para el empleo por la crisis asiática37. En el año 1999 era posible identificar un decrecimiento del 51,7% en relación al número de huelgas efectuadas en 1993; una baja del 57,4% en los trabajadores involucrados; una reducción de un 50,3% en la duración de los días totales de la huelga; y con una baja de un 66,9% en los costos días personas.

Entre el año 2000-2006 destaca un total de 1345 huelgas legales e ilegales (Espinoza, 2007), las cuales incorporan al sector público, para el cual las huelgas son ilegales. En ciclo de huelgas del año 1998-2006 se encuentran como principales causas de la huelga

37 En ésta dirección nuestra tesis es contraria a la de Espinoza quien señala que éste tercer período del conflicto sindical se extendería desde 1990 a 1997, lo cual para nosotros parece incomprensible, ya que observando los mismos datos que ella analiza en su texto (Espinoza, 2007) da cuenta de un cambio en el período 1993 al 1997, con una baja sostenida de todos los indicadores del conflicto laboral. Por ello creemos aquí se prepara o modela una caída de la actividad sindical, en un breve margen que instala una etapa de inactividad, que será parte importante para entender el fenómeno de la reacción del sindicalismo ante la crisis asiática de 1997 al 2000, y sus residuos el 2001.

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(Amstrong y Aguila, 2006) motivos estrictamente económicos con un 70,4%, siguiéndola con un 7,4% las protestas por cambio de dependencia o propiedad de la empresa, y con la misma cifra el reclamo por las condiciones generales de trabajo (Espinoza, 2007). Así los motivos principales de huelga se van consolidando a un modelo corporativo sindical (Ross, 2007), tanto en el sector privado, como en el sector público.

Por otra parte, el dinamismo del conflicto laboral durante el proceso de “transición democrática” (1990-1997) tuvo como principales ejes sectores de la producción como la Industria (41,7%), la Minería (25%), y Trasporte y comunicaciones (20,8%). Ésta estructura concentrada del conflicto laboral procedió a una mayor diversificación en el período entre 1998-2006, con una presencia de sectores como el comercio (con un 3,7%), gobierno y sector público (14,8%), construcción (7,4%) y servicios financieros (7,4%). A ello debemos agregar en éste período, una crisis de los núcleos anteriores del conflicto laboral, con una baja en Minería (-13,9%), Industria (-19,5%) y Transporte y comunicaciones (-12,5%). Esto se graficará en el número de huelgas que se realizarán en estos últimos tres sectores entre los años 2006-2011, las cuales ascenderán a 51 huelgas en Minería, 101 en Transporte y Comunicaciones, y 262 en Industria.

Según López (2009: 7):

“es probable que en vez del predominio de la acción política –centrada en los intentos de influir en las decisiones gubernamentales y legislativas-, estemos presenciando un nuevo protagonismo de la acción directa sobre las empresas en la agenda sindical, sobre todo protagonizada por colectivos que hasta ahora no habían logrado un reconocimiento cabal de sus propios

intereses en las habituales instancias de representación sindical”.

Creemos que éste diagnóstico acompaña la tensión entre el proyecto corporativo, dominante en el sindicalismo chileno de las dos últimas décadas, y un proyecto sociopolítico con rasgos movimientistas (Moody, 2001; Julián, 2013), que define lo político “más allá” de las relaciones partidarias e institucionales, encuentra su soporte ético en “lo comunitario”, “lo ciudadano” y en la acción de los actores sociales, reordenando simbólicamente el carácter del trabajador y el trabajo (Julián, 2012).

A nuestro parecer esto genera un nuevo núcleo de conflicto en el seno del sindicalismo nacional, lo cual contrasta con, primero, a) el marco de un nuevo contexto político en 2011: con el segundo año de un nuevo gobierno de coalición de partidos de derecha, donde se registraron en el plano de los espacios laborales 183 huelgas efectuadas38, las cuales involucraron a 22.698 trabajadores con un total de 2.227 días, y un promedio de duración de 12,2 días. Contrasta con el 2010, donde pese a haber menos huelgas (174), involucró la participación 31.799 en total, mientras que la duración promedio fue similar (12,5 días)39. La mayoría de las huelgas se produjo en el sector Servicios, el cual recordemos se encuentra altamente feminizado, con 51 huelgas efectuadas, lo cual implicó a 5.055 trabajadores/as. Luego le sigue el sector de la Industria con 37 huelgas y 3.340 involucrados en las huelgas. 38 Las huelgas aprobadas, por lo tanto legales, resultaron ser 735, pero tan solo se efectuaron

de ellas 183. además se deben agregar las huelgas votadas, que no se efectuaron por el requerimiento de los buenos oficios, de acuerdo al Art.374 bis. En el año 2011 alcanzó a 613 casos

39 Este fenómeno es significativo al considerar que va en contra tendencia de los hechos que caracterización el año 2011 en Chile: la movilización social, la emergencia de actores sociales, y la organización ciudadana.

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Resulta curioso que sector con alta sindicalización como Suministro de Electricidad, gas y agua con un 19,8%, solo hayan efectuado una huelga en 2011 con 103 trabajadores/as involucrados. Y segundo, b) las tendencias a la legalización del conflicto laboral, esto por medio de los requerimientos de oficios, una disposición introducida al código del trabajo el año 2001, los cuales han conseguido direccionar las huelgas aprobadas hacia procesos de negociación y diálogo con el empleador antes de hacer efectiva la huelga. Esto se grafica en que de las 6.860 huelgas aprobadas entre 1997-2011, tan sólo se han efectuado 2.026, es decir un 29,5% del total.

Cabe resaltar que en Chile está permitido el remplazo de trabajadores/as en huelga legal, luego de 15 días de haberse hecho efectiva la misma40. Esto a la vez reduce el poder de presión que pueden generar los/as trabajadores/as de forma de obtener los beneficios propuestos y de acelerar el proceso de negociación (Julián, 2012).

Tendencia V. Flexibilidad y PrecariedadA la vez, la diversificación de las tipologías de

empleos y trabajos precarios ha generado un nivel de desprotección e inseguridad de un conjunto de la población ocupada en Chile. Aquí podemos señalar algunos fenómenos importantes como a) la aprobación de la ley de subcontratación (N° 20.123) el año 2007 (Caamaño, 2007), como práctica institucionalizada del proceso de precarización de las condiciones de trabajo (Silva, 2007); b) las políticas-planes pro-empleo de

40 Además sucede, al igual que en el caso de las prácticas antisindicales, que la sanción de parte de los organismos del estado por la contratación de trabajadores/as en los primeros 15 días de huelga, se traduce en multas que no resultan significativas y nuevamente son dispositivos disciplinares utilizados por las clases empresariales en Chile para debilitar el sindicalismo y su acción.

gobierno y la instalación de la hegemonía de la forma-empleo precaria y flexible en estos programas; c) las lógicas de intensificación del trabajo por medio de un sistema de remuneraciones basado en la productividad del trabajador/a; d) la feminización de la fuerza de trabajo y la desigualdad(es) de género presentes en la actualidad; entre otros.

La flexibilidad laboral manifiesta la existencia de una heterogénea variedad de relaciones laborales, las que van desde aquéllas que externalizan al máximo la relación con el trabajador y debilitan el compromiso ligado a la relación laboral clásica, hasta otras que, conservando las obligaciones entre empleador y asalariado, introducen cambios en el contrato que afectan el desempeños laboral y la calidad del empleo asalariado de manera significativa (Henríquez y Riquelme, 2006). Esto va sumado a condiciones “atípicas” de trabajo, en un contexto de flexibilización laboral y de trabajo indecente (Henríquez y Riquelme, 2006) que potencian la incertidumbre, la vulnerabilidad y el miedo como factores subjetivos estructurales en el proceso de sujeción en el trabajo41, apuntando a un compromiso moral, en un contexto de flexibilidad de las relaciones laborales.

El sindicalismo, en la actualidad, encuentra una heterogeneidad de formas, ha diversificado de cierta manera su capacidad de representación y direcciones políticas, desbordando las posibilidades institucionales

41 Entre estas nuevas formas que escapan al estatuto clásico de asalariado en el que se basa el sistema de protección laboral y social, se encuentran los Trabajadores periféricos, que corresponde a trabajadores que conforman claramente la periferia de la empresa, con relaciones en el límite de lo laboral-comercial; los Trabajadores/as con vínculo laboral débil e inestable, que incluye las modalidades de trabajo flexible en varios aspectos, con vínculos laborales debilitados; y los Asalariados/as en condiciones flexibles, que incluye asalariados cuyos contratos tienen flexibilidad horaria, salarial y/o polifuncional (Henríquez y Riquelme, 2006). .

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de organización. Es un fenómeno contradictorio en donde su estructura se ha fragmentado, por una parte, en una serie de centrales sindicales, federaciones y confederaciones, mientras que por otra, ha organizado y nucleado a “nuevos/as” trabajadores/as, con distintas expectativas sociales, que dan paso a una reconfiguración del mapa sindical en Chile (Arbazúa, 2008; Calderón, 2008; Nuñez, 2008; Aravena, 2009). Por otra parte, las dinámicas de institucionalización de la acción del sindicalismo, se reflejan en la instalación de los tribunales y defensores laborales, y el rol de las inspecciones del trabajo, que parecen ser el reflejo de la externalización de un sindicalismo frágil, al cual no se le han dado las herramientas para fortalecer los procesos de negociación y fortalecer la acción sindical en la asimetría de la relación capital/trabajo42.

También es posible identificar, que si bien a nivel nacional la diferencia entre tasas de afiliación sindical de hombres (15,3%) es mayor a la de mujeres (12,1%), existen sectores donde existe un fenómeno de feminización de la afiliación sindical, es decir, la población femenina afiliada está sobre el 50% la población total. Tal es el caso de Hoteles y Restaurantes, (54,4%), Administración pública y defensa (53,1%), Enseñanza (59,2%), Servicios Sociales y de Salud (79,3%), y Comercio al por mayor y menor (50,2%). Por otra parte existe una clara diferencia en las tasas regionales de sindicalización. Mientras existen regiones como Antofagasta que alcanzan un 23,1% y Atacama con un 19,1%, existen otras regiones como el Maule con un 6,1%, la Araucanía con 7,3% y Coquimbo con un 8,7% , resultados que se encuentran

42 Creemos que la inefectividad de los tribunales y defensores laborales, no puede solo ser buscada en los resultados de los juicios y los casos per se, sobre demandas y resoluciones, etc., sino que en el éxito de individualizar las problemáticas laborales y “externalizarlas” hacia otra área de la empresa: el estado.

profundamente bajo la media, y que están relacionados a las características socio productivas de cada región43.

En este fenómeno es posible distinguir dinámicas de continuidad y dinámicas de irrupción (Julián, 2013). Las nuevas formas que ha asumido la organización de los/as trabajadores/as en cuanto a buscar figuras de colectivos, coordinadoras, etc., que escapan a las figuras legales de sindicatos, federaciones y confederaciones, muestra nuevas expresiones de parte del mundo del trabajo, tratando de desafiar los niveles de, por una parte, la vigilancia y castigo de parte de los/as empleadores/as (en la constitución del sindicato), como por la desafiliación entendida como una limitante normativa-legal para los/as trabajadores/as más precarizados/as y explotados/as del sistema productivo. Esto a la vez constituye la irrupción de una nueva subjetividad al interior de la multiforme fuerza que es llamada hoy movimiento sindical (Leiva 2009; Julián, 2013).

Dentro de las diferentes tipologías que asumen las organizaciones sindicales, es claro evidenciar una evolución significativa desde 1990 a 2011 en la formación de los sindicatos interempresas. La problemática surgida referente a la figura de empresa y Rut de la empresa (Calderón, 2008; Durán y Kremerman, 2008) es la que representa problemas para efectuar la acción colectiva de los trabajadores en la actualidad. Los sindicatos interempresas, que surgen como parte del conflicto de las empresas con multirut y la subcontratación (Silva, 2007), en 1991 alcanzaban los 571, decayó a 452 sindicatos activos en 2000, mientras que en 2011 alcanzaron los 1.152. Esto

43 Por ejemplo en el caso de la Región de Antofagasta, en el sector Minas y canteras, existen 66 sindicatos, los cuales representan 16.894 trabajadores afiliados. El total de la población ocupada en el sector son 59.490 personas en la región. Esto implica una tasa de afiliación sindical de un 28,3%.

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significa un crecimiento en 20 años de más de un 100%. Lo cual queda de manifiesto en los 580 sindicatos que de una u otra forma se han estructurado en relación al periodo de transición. Cabe también resaltar el caso de los sindicatos transitorios, los cuales en el año 1991 representaban 248 sindicatos, llegando a caer hasta los 176 en 1997, para comenzar a recomponerse en el año 2001 con 238 y un crecimiento del 27,7% en 2002. En 2011 alcanzan los 305 sindicatos, aunque con un claro síntoma de estancamiento en relación a los últimos 3 años, y lejos de los 394 del año 2004. Similar es el caso de los sindicatos independientes que deben reconocer en 2004 un año histórico con 2.873 sindicatos, lo cual se encuentra lejano a los 2.502 actualmente. La particularidad de los sindicatos independientes es que no sufrieron la baja en su número en el período 1994-2000, como si lo hicieron los sindicatos de trabajadores de empresa, y más bien ha tenido un impacto en los años 2007-2008, con una baja del 18%. Lo que es claro es que el crecimiento de 2010 a 2011 de 490 sindicatos, ha significado el crecimiento de todos los tipos de sindicatos, excepto del transitorios (-1). Este último caso debe estar relacionado de la desafiliación de 2.652 trabajadores/as desde 2010 a 2011 en sindicatos de éste tipo44.

Esto puede hablar de la consolidación de una lógica de diálogo de los actores en el sector en torno al proceso de negociación colectiva, o de un debilitamiento de las organizaciones en el plano de convocar a la realización de la huelga legal para la obtención de un contrato 44 No es imposible determinar si este hecho está relacionado directamente con la desaparición

del sindicato en cuestión, o con un fenómeno transversal de desafiliación de acuerdo a las características de los sindicatos transitorios, ya que el promedio de los trabajadores afiliados a un sindicato transitorio es de 105 por sindicato, lo cual destacaría la presencia de una desafiliación tendencial en los sindicatos transitorios, más la explicación de la desaparición de más de 2.000 trabajadores por la desaparición de las actividades de un sindicato en particular.

colectivo, lo cual se encuentra relacionado directamente con las sanciones que están relacionadas a la actividad sindical en la legislación chilena45.

III. Conclusiones. Como hemos visto, el sindicalismo en Chile, sigue

siendo atravesado por fenómenos de debilitamiento interno, fracturas y divisiones, los cuales son fenómenos propios de las organizaciones que se descomponen al reproducirse en un contexto de fragilidad y vulnerabilidad estructural, y con la dificultad de no allanarse a procesos de democratización que posibiliten la apertura de los canales de participación y la acción de sus (no) miembros.

Por otra parte, el objetivo de la cultura empresarial laboral de dificultar la afiliación sindical, y en otros casos simplemente prohibirla, hace que un clima de diálogo social y de participación simétrica en las relaciones laborales se vuelva extremadamente difícil y marcado por el sello de las instituciones autoritarias en materia laboral en el país. La continuidad del protagonismo del actor empresarial en la presente matriz de relaciones laborales, vuelve el problema en un eje de la economía política de las relaciones industriales en Chile (Hyman, 1989).

Como desafío histórico para el sindicalismo está planteada el cambio del modelo de relaciones laborales instaurado durante la dictadura militar (1973-1989), la que genera aún un límite objetivo con el cual los/as trabajadores/as cuentan para su organización 45 El año 2008, la Encuesta Laboral consultó a dirigentes sindicales de todo el país acerca de su

percepción de cuáles serían las causas de la no participación sindical, siendo la respuesta más recurrente (47%) que los trabajadores no lo harían por temor a consecuencias negativas en el trabajo, lo cual está asociado a las prácticas antisindicales y desleales en el trabajo de parte de los empleadores.

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y defensa de sus intereses a través de la figura del sindicato, la negociación colectiva y la huelga legal, y que en definitiva involucrará, a mediano plazo, una reformulación táctica de la relación entre partidos políticos y movimiento sindical en búsqueda de una reforma política en materia laboral.

Al parecer, 22 años de dirigencias sindicales de militantes de los partidos de la Concertación en la principal central sindical del país (la Central Unitaria de Trabajadores), estuvieron caracterizados tanto por altas dosis de oportunismo, corporativismo y lobby político de sus dirigentes, como por la frágil adaptabilidad en los escenarios político-complejos de la transformación de las relaciones laborales a nivel internacional, lo que queda de manifiesto en sus formas de resignación y sumisión disciplinada a los cambios introducidos en materia de flexibilización laboral. Aún así, se promovieron con gran éxito los procesos de educación en materia sindical, la preparación de nuevos liderazgos, el conocimiento de la legislación laboral y las herramientas institucionalizadas para la protección del trabajador, produciendo una generación de sindicalistas con un gran manejo oratorio y con conocimiento avanzado de las restricciones legales y los derechos laborales (Baltera y Dussert, 2010). Esta es una constante que podemos constatar en nuestras entrevistas con trabajadores de distintos sectores productivos, edades y género: un vasto conocimiento del código del trabajo y del funcionamiento de las instituciones estatales ligadas a la fiscalización y mediación de los conflictos laborales46.

46 En la actualidad trabajamos en el análisis de 25 entrevistas a dirigentes sindicales chilenos, lo cual a la fecha nos ha ayudado parcialmente a dar con algunas coordenadas para entender las motivaciones, expectativas, etc., que movilizan a la dirigencia sindical, y cuáles son los perfiles de los/as trabajadores/as que asumen éstas labores. Éste trabajo se enmarca dentro de mi proyecto de tesis Doctoral.

A la vez, es probable que las experiencias de crítica y resistencia a los poderes anidados en la “nueva” estructural sindical (Julián 2013), que han sido tomados instrumentalmente por muchos discursos y actores en el espacio político ante la permeabilidad de la estructura sindical, sean de cierta forma sintetizados en nuevas corrientes sindicales, para comenzar a cuestionar y reconstruir la actual organización sindical en el país. Éste fenómeno es sincrónico con las nuevas perspectivas y orientaciones para las nuevas subjetividades que afloran en el mundo de la (des) organización de la clase trabajadora, y como parte de una praxis crítica, destructora y propositiva que constituye en la actualidad la emergencia de movimientos y actores sociales contra-hegemónicos (Mira, 2011; Segovia y Gamboa 2012).

En esta misma dirección, y dado el contexto político-social en Chile en los últimos dos años, la interpelación al sindicalismo de parte de los actores sociales, constituye un desafío para nueva dirigencia, de forma de generar un diálogo horizontal y convertirse en interlocutor válido en la movilización social (Mira, 2011; Segovia y Gamboa, 2012). Seguro esta constituye una de las demandas que los movimientos sociales le harán al sindicalismo, y del cual seguramente habrá una permeabilidad a reconocer en ellos un campo de experiencias de los cuales sacar un aprendizaje, en cuanto a revitalizar las formas de identificación y proceder en acciones colectivas hacia demandas que se articulen desde el mundo del trabajo.

Por otra parte, nos encontramos ante la tensión objetiva, en cuanto a generar lazos directos con/entre los/as trabajadores/as más precarios que adolecen procesos de aislamiento, sobreexplotación, desprotección y vulnerabilidad en sus puestos de trabajo, y el imaginario fordista del trabajo que aún moviliza la

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praxis del sindicalismo tradicional. En ésta materia, el constituir y apoyar la formación de organizaciones y colectividades que aglutinen y reúnan a estos sectores de trabajadores/as precarios de forma de promover su coordinación y formación en derechos laborales parece ser una de las necesidades que se instalan como desafíos en el seno de la clase trabajadora apuntando a su reconstrucción como sujeto político-social.

Seguro lo que hemos señalado hasta acá serán algunas de las formas que de seguro encontrará el sindicalismo de manera de fortalecer su unidad sindical en éste contexto heterogéneo del trabajo (Antunes, 2003), y trabajadores/as (De la Garza, 2005), con el fin potenciar un proyecto democrático y participativo en su seno. Recordamos que en esa dirección se interponen las tensiones con respecto a una visión de género que no sea tan solo fetichista y discursiva, y por otro una visión internacional en referencia a los procesos de transnacionalización y mundialización de la economía que integre la complejidad que asume el sindicalismo y la clase trabajadora al constatar los fenómenos de migración e inmigración que atraviesan los cambios económicos, políticos, sociales y culturales en la actualidad.

A ésta altura, y dado el nivel de dinámicas antes comentadas y los núcleos de tensión antes expuestos, ¿No será necesario proyectar una refundación y redefinición del sindicalismo en Chile? Aunque sabemos que esto, más que ser un problema teórico, constituye un problema propiamente práctico, el cual creemos cobra vida en la dialéctica actual de reordenamiento y reexploración del mundo sindical desde sus actores, constamos que una refundación no apelaría a la destrucción, a la eliminación y el tachado de las formas

existentes, sino que más bien en su transformación (de su forma), adecuación (dialécticamente) de sus contenidos, y la reactivación en una nueva dirección, proyecto, objetivo, etc., a partir de la resolución de los núcleos en tensión, con la idea de reconfigurar un imaginario de la clase trabajadora como un espectro más amplio, heterogéneo, diverso, simétrico en su composición y relación de poder(es), que implique un desarrollo armónico y democrático (directo) al interior de las estructuras y métodos organizativos de los/as trabajadores/as.

La refundación va a acompañada de un aprendizaje colectivo (saber) y un ejercicio de las actuales condiciones de asociatividad (hacer), que se manifiestan en el fortalecimiento de los lazos de identidad y colectividad por la promoción de una cultura, de un referente simbólico que agrupe y llame a la re-creatividad, al ocio y a la conciencia social.

Aquí se encuentran algunas bases para sentar los pilares de un nuevo proceso de organización e identidad de/por la clase trabajadora en Chile, y a la vez una promoción intelectual crítica y cooperativa en la generación de espacios, articulación de redes y nuevas prácticas de investigación de la compleja y heterogeneidad estructural de la realidad laboral en el país.

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