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Sánchez V., A. (1996). Rol Del Psicólogo En La Intervención Comunitaria: Condiciones Y Contenidos. En Sánchez V., A. y Musitu O., G. Intervención Comunitaria: Aspectos Científico, Técnicos Y Valorativos. Ed. EUB, S. L.. Barcelona. pp 91-103 ROL DEL PSICÓLOGO EN LA INTERVENCIÓN COMUNITARIA: CONDICIONES Y CONTENIDOS Alipio Sánchez Vidal Departamento de Psicología Social Universidad de Barcelona El rol del psicólogo en la intervención comunitaria es tema clave, apremiante –y, sin embargo, pendiente-, que tiende un puente privilegiado entre la teoría y la praxis. Clave, por plantear al psicólogo, no solos su identidad profesional específica en el campo comunitario, sino también y des de ella, su papel en la acción social en general. Apremiante para el interventor, necesitado en el día a día de directrices operativas que no pueden esperar a que la investigación y ciencia hayan hallado las soluciones finales y los principios acabados. Pendiente: los contenidos funcionales del rol y las competencias profesionales del psicólogo comunitario están en lo esencial por concretar. Y, sin embargo y pese a ello, el tema del rol es tangencial, casi ausente en la literatura científica y profesional que apenas lo ha abordado y explícitamente. El rol no importa sólo como identidad profesional y social, sino, a partir de ahí, como referente valorativo y como fuente para derivar autoestima. En efecto, al establecer “quien es” el psicólogo comunitario y qué sabe hacer (cuáles son sus competencias profesionales), el rol sirve a otros (“la sociedad”, otras profesiones y los eventuales contratadores) para reconocer la profesión y tenerla en cuenta en sus valoraciones (positivas y negativas) y decisiones, Por ejemplo, al contratar determinados servicios. Al propio psicólogo, le sirve para derivar sentimientos de pertenencia al reconocerse como miembro de un grupo profesional de psicólogos comunitarios y, sobre todo, autoestima profesional al comparar su 161

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Sánchez V., A. (1996). Rol Del Psicólogo En La Intervención Comunitaria: Condiciones Y Contenidos. En Sánchez V., A. y Musitu O., G. Intervención Comunitaria: Aspectos Científico, Técnicos Y Valorativos. Ed. EUB, S. L.. Barcelona. pp 91-103

ROL DEL PSICÓLOGO EN LA INTERVENCIÓN COMUNITARIA: CONDICIONES Y CONTENIDOS

Alipio Sánchez VidalDepartamento de Psicología SocialUniversidad de Barcelona

El rol del psicólogo en la intervención comunitaria es tema clave, apremiante –y, sin embargo, pendiente-, que tiende un puente privilegiado entre la teoría y la praxis. Clave, por plantear al psicólogo, no solos su identidad profesional específica en el campo comunitario, sino también y des de ella, su papel en la acción social en general. Apremiante para el interventor, necesitado en el día a día de directrices operativas que no pueden esperar a que la investigación y ciencia hayan hallado las soluciones finales y los principios acabados. Pendiente: los contenidos funcionales del rol y las competencias profesionales del psicólogo comunitario están en lo esencial por concretar. Y, sin embargo y pese a ello, el tema del rol es tangencial, casi ausente en la literatura científica y profesional que apenas lo ha abordado y explícitamente.

El rol no importa sólo como identidad profesional y social, sino, a partir de ahí, como referente valorativo y como fuente para derivar autoestima. En efecto, al establecer “quien es” el psicólogo comunitario y qué sabe hacer (cuáles son sus competencias profesionales), el rol sirve a otros (“la sociedad”, otras profesiones y los eventuales contratadores) para reconocer la profesión y tenerla en cuenta en sus valoraciones (positivas y negativas) y decisiones, Por ejemplo, al contratar determinados servicios. Al propio psicólogo, le sirve para derivar sentimientos de pertenencia al reconocerse como miembro de un grupo profesional de psicólogos comunitarios y, sobre todo, autoestima profesional al comparar su desempeño real con estándares objetivos de excelencia profesional (dados por un perfil funcional definido: el rol) que determinan lo que es correcto y deseable –e incorrecto e indeseable- como conducta profesional. En este sentido, a un rol social difuso (o por construir) le suele corresponder una falta de reconocimiento social, una baja autoestima profesional (compensada a veces por la lucha por el ideal perseguido o el interés por al creatividad y novedad de la tarea de “construir” el rol).

El rol constituye, también, un puente privilegiado en la intervención comunitaria (IC) entre teoría y praxis, por un lado, y entre aspectos valorativos y técnicos, por otro. Esta última conexión ha sido mostrada en la imbricación descrita entre contenidos técnicos del rol, por una parte, e identidad social, referentes valorativos y autoestima, por otra. Como puente entre teoría y praxis, el rol sintetiza los aspectos teóricos que tienen aplicación práctica (y sólo esos), y a la vez que las acciones interventivas reales que precisan fundamentos científicos (y valorativos). Así, puede decirse que en el momento ideal en que podamos precisar el rol del psicólogo comunitario, estará construida la Psicología Comunitaria, cuya noción y presupuesto teóricos y valorativos han de clarificase para, a su vez, poder definir el rol que la encarna operativamente. Y es que ciencia y rol son campos complementarios que se construyen

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interdependientemente. Como área de paso, el rol permite el tránsito fluido entre teoría (lo que se define normativamente “sobre el papel”) y praxis (lo que realmente se hace). La discrepancia entre ambos planos ha de ser explicada desde los factores y dificultades prácticas (situación social, formación de los interventores, disponibilidad de medios, estado y motivación social, etc.), uno de los aspectos que –junto a los de existencia y contenidos- vertebran el campo del rol psicológico-comunitario (apartado 4).

La situación evolutiva del rol psicológico-comunitario tiene, frente a otros roles ya cristalizados, ventajas y desventajas. Ventajas: la ductibilidad y capacidad de adaptación a las cambiantes demandas funcionales (roles) del mundo actual. Desventajas: la relativa incertidumbre y anomia operativa en que sume al interventor. O el riesgo de que la IC sea usada como terreno de experimentación ideológica y proyección de fantasías personales, de forma que el rol propuesto acabe respondiendo más a los grandilocuentes intereses de algunos iluminados que a las necesidades reales de las situaciones y grupos sociales más perjudicados a quienes se supone dirigida la IC.

Situación De partida. Aunque estamos en los comienzos del la construcción del rol del psicológico-comunitario, contamos con una masa razonable, pero poco explorada, de materiales y experiencias. Como corresponde a ese estado preliminar, los planteamientos del teme son, en conjunto implícitos, genéricos y simplistas, subjetivistas y universalistas. Implícitos: del rol se habla casi siempre desde otros temas (los considerados importantes) sin un tratamiento propio. Existe muy poca literatura o investigación explícita y monográfica sobre él, casi siempre resulta de reuniones profesionales, como el informe de la conferencia de Austin (Iscoe, Bloom y Spielberger, 1977) o los números monográficos de las revistas especializadas: Journal of Community Psychology ( Morris, 1987) y American Journal of Community Psychology (Lorion, 1984). No siendo este espacio de recensión histórica, remitimos al lector interesado a nuestro propio libro (Sánchez Vidal, 1991; cap. 15) en que se revisan los desarrollos básicos del mundo anglosajón. Los del mundo europeo o latinoamericano parecen aún menos tratados (ver por ejemplo, Serrano y Vargas, 1992).

También abundan las definiciones del rol en globalidad y simplismo proponiendo una función genérica y única –fruto casi siempre de la generalización universalista de la experiencia o línea de trabajo particular del autor-, supuestamente válido para cualquier momento y situación que, en realidad, suele ser sólo uno de los varios componentes del rol real (apartado 3); mediador, agente de cambio, evaluador…No es frecuente que se intenten separar las valoraciones (políticas, éticas, sobre todo) de quien formula el rol de las demandas reales de la situación y de la pluralidad de posturas de rol más politizadas o “comprometidas”, un claro riesgo de arbitrismo o imposición de valores personales o grupales del inventor.

Frente a las tendencias descritas, los planteamientos del rol psicológico-comunitario habrán de contemplar la complejidad y variabilidad (social, histórica y transcultural) de las situaciones y temáticas confrontadas, evitando el etnocentrismo y la generalización simplista y unilateral. El rol resultante ha de ser, por tanto, flexible, multidimensional en sus componentes y con un carácter más indirecto – y quizá difuso- de facilitador o catalizador de la acción de otros que de actuador directo, como estamos acostumbrados. Al mismo tiempo, habrá de poseer suficiente estabilidad situacional, cultural y temporal (o un núcleo mínimamente estable) como para poder designar un rol

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unitario (no varios roles más o menos diferentes) que como tal pueda ser asumido duraderamente por un profesional con unas cualidades y preparación definibles.

El estado emergente del tema hace particularmente conveniente (necesaria, más bien) la tarea de avanzar –dentro de lo que la plasticidad evolutiva del campo permite- propuestas globales válidas sobre el rol profesional que orienten al análisis y actuación comunitaria del psicólogo en la dirección apropiada. Eso en lo que intenta, a partir de la sistematización existente, en este artículo en particular, y en el conjunto del simposio acompañante en general.

2.CONDICIONES DEL ROL PSICOLÓGICO DE LA IC

De cara a clarificar la profusión, y relativa confusión, de proposiciones existentes, habrá que imponer unas condiciones a reunir por el rol psicológico-comunitario. Las siguientes:

Ser específicamente psicológico, de manera que exista algo en las funciones propuestas propia –aunque no exclusivamente- psicológico. Es decir, el rol no debería poder ser asumido ni por otro profesional que el psicólogo, ni por una persona sin cualificación profesional. Veámos primero, respecto a otras profesiones y como ejemplo negativo, la función panificadora. La planificación no tiene, en principio, un carácter esencialmente psicológico (aunque sí, como casi todo, componentes psicológicos), pudiendo ser realizada por varios profesionales formados en planificación, no en Psicología. No podría pues, ser incluida como parte del rol psicológico-comunitario. El psicólogo que –en su función de cualidades personales, no profesionales, o en la situación histórica o política- planifica, está actuando como planificador, no como psicólogo. La cuestión de fondo es aquí, hasta qué punto deben integrarse en un rol funciones adquiridas por razón de costumbre (o de personas) y no de la lógica específica de sus contenidos. Una cuestión asociada a los temas del liderazgo y los modelos de rol, aspectos tan fundamentales, o más, como los contenidos lógicos en el desarrollo real de una profesión.

Segunda parte: el antiprofesionalismo: No pocos cuestionan el rol profesional clásico como marco global de trabajo y relación la IC. En la posición extrema de rechazo del modelo, las funciones comunitarias podrían ser asumidas, no necesariamente por profesionales, sino por personas con especiales cualidades: voluntarios y paraprofesionales. Sin entrar en el fondo de la cuestión, parece evidente que distintas funciones (o un segmento determinado de cada función) de rol precisan conocimientos científicos y técnicos del comportamiento humano y la estructura social adquiribles solo a través de la formación especializada que conduce a una profesión (o interprofesión). También, que ambos aspectos –cualidades personales y conocimientos profesionales –son complementarios, no excluyentes, resultando igualmente necesarios para un desempeño laboral eficaz, aunque sólo los conocimientos sean habitualmente considerados en la formación y selección de profesionales.

1. Ser específica –no exclusivamente- comunitario. Con frecuencia se usa el término “comunitario” como comodín conceptual para meter dentro lo que a cada uno le interesa o proyectar las creencias o deseos personales de cambio. Por ejemplo, substituyendo “comunitario” por “social” o “político” y dejando el rol comunitario reducido a cambio político o social. El fondo del asunto es la relativa imprecisión

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conceptual en la delimitación de lo comunitario respecto de lo social (y lo político), sobre todo el actuar. También, y más fácilmente evitable, el injustificable desconocimiento de la literatura comunitaria básica por parte de muchos interventores que se creen con libertad de hacer especulaciones personales a costa del significado, relativamente claro de la literatura social, de los conceptos de “comunidad”, “comunitario” e “intervención comunitaria” (Bernard, 1973; Rappaport, 1977; Sánchez Vidal, 1991; Sanders, 1966; Warren, 1965 y 1972).

Ciñéndonos al tema del rol, podemos afirmar que la meta de la intervención comunitaria es el cambio social. Esto es, la acción comunitaria persigue cambios de carácter social, no individual como la acción clínica. Pero, y estas son las preguntas clave, cambios ¿de qué tipo? ¿en qué dirección? Lógicamente, del tipo –o en la dirección- específicamente marcados por los rasgos básicos del enfoque comunitario (algunos claramente divergentes de otros enfoques de cambios político y social) como:

— La referencia a la comunidad local, interacciones y elementos compartidos de arraigo territorial.

— El sentimiento de pertenencia y arraigo socio-cultural.— El enfoque positivo, de recursos y potencialidades.— El tratamiento de las personas como sujetos activos –no pasivos- y la

promoción de la iniciativa y participación.— La contextualización del análisis y actuación y el uso de marcos de

referencia culturales y relacionales de la comunidad, no los exclusivamente profesionales.

— La acción integral, proactiva e integradora, no sectorial, retroactiva y segmentadora.

Es claro, por tanto, que, aunque todos los cambios comunitarios son sociales (o psicosociales), no todos los cambios sociales son, ni mucho menos comunitarios. Se pueden hacer cambios sociales, políticos dirigistas, tecnocráticos, cambios económicos, legislativos o arbitrar prestaciones poblacionales desde arriba. Ninguno de ellos será, sin embargo e independientemente de sus propios méritos y efectos, cambio comunitarios.

2. Ser factible, pudiendo ser asumido por personas normales y comunes, no por héroes. La literatura comunitaria trasmite con frecuencia la impresión de que la tarea del interventor comunitario es de tal envergadura y dificultad que sólo alguien fuera de lo común podría asumirla. Esta definición demasiado idealista y autoexigente del rol es fruto del excesivo utopismo depositado en el campo comunitario y del desequilibrio entre un reducido contenido técnico (métodos disponibles) frente al intencional (objetivos perseguidos), mucho más ambicioso. Aunque un cierto idealismo ético es consustancial a la labor comunitaria, no debe caerse en el error de confundir la tarea del interventor con la del predicador (Sánchez Vidal, 1993) de forma que, aunque existan ideales desiderativos o normativos (lo que se quiere o debe hacer), estos han de ser reconocidos como tales ideales, distinguiéndolos de las conducta descriptiva (lo que se hace por que puede hacerse). En otras palabras no debe confundirse la conducta (y el rol) normativa o desiderativa del psicólogo comunitario con la conducta real o descriptiva ni juzgar ambos desde estándares de deseabilidad extremos, que cargarían al psicólogo de responsabilidades cuasiheroicas.

Parece también evidente que la reducción del comportamiento ético –y de la consiguiente responsabilidad del interventor- precisa, como paso previo, desarrollar el

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contenido técnico de la IC. Solo cuando ese desarrollo se haya producido, se podrá exigir (y autoexigir) más al interventor. Todo lo cual implica que el rol ha de poder ser transmitido (en sus contenidos funcionales y condiciones de realización) mediante formación científico-técnica y valorativa. En otras palabras, que el rol ha de ser “formable” o trasmisible.

3. Los contenidos del rol (las funciones, lo que se hace) deben corresponder – a nivel general de la IC y al específico de cada caso –a las demandas funcionales de la situación que indica los efectos interventivos a conseguir. El contenido general del rol psicológico-comunitario vendrá, por tanto, dado por las demandas psicológicas recurrentes del conjunto de situaciones que se definen como destinatarias de la IC. La conducta del interventor en cada caso, por las demandas de la situación y momentos concretos. Por ejemplo, una situación cuyo rasgo central es la apatía y desilusión, precisará funciones básicas de animación y dinamización. Una de enfrentamiento grupal con diferencias reductibles de intereses, puede reclamar mediación o negociación. Una de explotación o desigual distribución de recursos, demandará organización comunitaria o abogacía social a favor de los más débiles.

Tan erróneo sería usar –por que uno “es” marxista– tácticas de confrontación o conflicto en una situación que demanda negociación y conciliación, como a sumir –porque uno “es” humanista o pacifista- una función conciliadora o mediadora en una situación de explotación extrema que requiera organizar al grupo más débil para confrontar al explotador y poder tratar con él en condiciones mínimamente igualitarias. Es la evaluación específica de cada caso, no el marco teórico o la postura genérica adoptados por el interventor, lo que debe determinar las demandas funcionales y, en consecuencia, el contenido del rol a adoptar. ¿Qué papel tienen, pues, el marco teórico y la postura del interventor en la acción social? Simplificando mucho, podría apuntarse que los marcos teóricos e ideológicos (en plural, pues ninguno de ellos cubre por sí solo la diversidad de fenómenos básicos del ámbito social) darán pautas generales –como hipótesis de trabajo verificables, no como dogmas- para efectuar la evaluación concreta, recogiendo también elaboradamente en forma de principios (tanto generales como condicionados por parámetros situacionales definibles) los resultados empíricos de las intervenciones realizadas.

Las posturas o elementos “proyectivos”(preferencias, deseos, creencias) del interventor corresponden al ámbito personal no al técnico o social con el que no deberían –intencionalmente o no- interferir. Las creencias o posturas éticas, doctrinales o políticas (ser marxista, humanista, psicoanalista, ecologista...)ha de ser, por tanto, parte de la identidad personal, no de la profesional, del interventor: no pueden definir el rol a adoptar, sólo delimitar las condiciones en que ese rol es asumido en función de dilemas concretos (como la incompatibilidad básica de posturas entre interventores y grupos comunitarios) que entran de pleno en la rica y compleja casuística ética de la IC. Eso, en lo referente a los intereses y posturas del interventor. Asumimos que los intereses y posturas de los grupos comunitarios sí son incluidos –como elementos “objetivos” (objetivables) del contexto social- en la evaluación del caso.

La postulada correspondencia funcional entre rol y demandas de la situación implica, volviendo al comienzo, que las funciones del rol: 1) pueden (¡deben!) cambiar con las situaciones y evolución del tema tratado, por lo que el psicólogo ha de estar preparado para sumir distintas funciones para confrontar posibles transiciones del rol a

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lo largo de una misma intervención, 2) es erróneo postular un rol único o uniforme para la intervención comunitaria en general. Se abre así la puerta a la cuestión teórica ya suscitada de la unicidad o variabilidad del rol a través de las culturas, situaciones sociales y sectores de actuación.

4. El rol ha de ser técnicamente acreditable, correspondiendo al contenido metodológico o técnico del campo, no (sólo) al intencional o normativo. Más exactamente, deberá haber un equilibrio entre contenido intencional y desarrollo metodológico del campo, de forma que el rol definido ser realizable. Esta condición traslada al plano técnico-objetivo lo indicado en el punto 3 para el plano personal, saliendo el paso de la tendencia común en el campo comunitario a definir el rol en función de lo que vocacionalmente de desea (por ejemplo, agente de cambio social) en vez de lo que se puede hacer técnicamente.

5. Tener en cuenta la ecología profesional interna (psicológica) y externa del rol. Dentro de la Psicología, habrá de tenerse en cuenta las resistencias a aceptar un desempeño funcional que se aleja de las tareas clásicamente reconocidas a la profesión psicológica (análisis mental y psicodiagnóstico, metodología e investigación, psicoterapia…) y de los supuesto de la ciencia y profesión psicológica (objetividad, neutralidad valorativa, relación clientelar, base profesional colegial, etc.

Fuera, habrá de contarse con los roles y profesiones implicadas en la IC entre las que el psicólogo portador de un nuevo rol –que no corresponde con el que tradicionalmente asignado- se va a insertar como una cuña. Dado que esas profesiones pueden ayudar o resistir tenazmente la introducción de nuevo rol, será útil contar con una estrategia de inserción que permita no ser visto como enemigo que ocupa territorio ajeno, sino colaborador que ayuda a resolver problemas. Eso, sin renunciar a largo plazo a las funciones de carácter psicológico que puedan realmente corresponder al psicólogo comunitario, quien no debe ignorar que, aparte del criterio lógico, hay otros (como poder, estatus profesional, residualidad de las tareas e historia) que juegan un papel importante en la asignación del rol. Debe, pues, estar preparado para explicar y practicar sus funciones con el grado de validez y convicción que permita el desarrollo del campo comunitario, capitalizando al mismo tiempo las fortalezas teóricas y metodológicas tradicionales de la Psicología.

6. Asumir el carácter de facilitador o catalizador indirecto más que “actuador” directo que, a diferencia de los roles clásicos, corresponde al desempeño comunitario, en el cual el interventor anima el cambio pero no lo protagoniza, ya que esa función corresponde a la comunidad. Dado que se aspira a la autosuficiencia de esa. El interventor ha de aceptar también la transitoriedad de su cometido, animando la asunción de liderazgo y responsabilidad por parte de los grupos comunitarios y responsabilidad por parte de grupos comunitarios, de forma que acabe siendo prescindible, no permanentemente necesario. Estas condiciones de realización difieren de los roles clásicos del psicólogo minando parcialmente la normalidad antiheróica antes reinvindicada. La esperanza es, de todas formas, que habrá suficientes situaciones que demanden la intervención del psicólogo comunitario como para que su función general sea duradera, aunque no siempre sea ejercida con el mismo grupo o situación social. Tampoco será infrecuente que se dé el suficiente grado de resistencia y dependencia comunitaria como para que las actuaciones duren más de lo que debieran si

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las condiciones motivacionales fueran las deseables según el modelo de acción comunitaria.

3. CONTENIDOS GENERALES DEL ROL PSICOLÓGICO-COMUNITARIO

A partir del examen de la literatura pertinente, hemos propuesto (Sánchez Vidal, 1991; capítulo 15) 7 funciones o contenidos básicos del desempeño comunitario. Las de análisis de sistemas sociales y evaluación de problemas y necesidades; diseño, planificación y organización de programas de intervención; consulta y educación; negociación, mediación y relaciones humanas; abogacía social; organización y dinamización comunitaria o desarrollo de recursos humanos. Mientras algunas de estas funciones (como dinamización comunitaria o desarrollo de recursos humanos) aparecen como plena –aunque no exclusivamente- psicológicas, otras (como negociación, evaluación, análisis de sistemas sociales, educación o diseño de programas), rebasan ampliamente lo psicológico –y psicosocial-, o son interdisciplinares pudiendo ser asumidas por varias profesiones diferentes. Habría que dar, pues, un paso más, tratando de perfilar las funciones específica central –aunque no exclusivamente-psicológicas del desempeño comunitario: las funciones básicas del psicólogo comunitario. Al nivel de generalidad que corresponde al estado actual del campo, ofrecemos a continuación un catálogo provisional de dichas funciones, teniendo en cuenta lo apuntado en los apartados anteriores. Se trata de 4 funciones básicas, desde el punto de vista comunitario, y 6 complementarias:

Las básicas serían:

1. Dinamización, activación y movilización social, a nivel sobre todo de grupos. Esta función motivacional, central en el trabajo comunitario para materializar en las personas la cualidad deseable de sujetos activos, entra dentro del campo de la motivación psicológica, si bien han de introducirse importantes cambios que tengan en cuenta las raíces relacionales, grupales y socio-culturales de los estados de apatía y desmotivación de que se parte. Las técnicas de cambio y dinamización grupal o el amplísimo campo de la participación e implicación de personas en programas sociales son dos ejemplos a nivel micro y macro en que el psicólogo puede hacer aportaciones teóricas y aplicadas importantes.

2. Desarrollo humano, como meta central del quehacer comunitario y conceptos-meta relacionados (bienestar social, calidad de vida, etc.). Evidentemente, los determinantes y contribuyentes del desarrollo humano son múltiples, complejos y en gran medida supra-psicológicos. La función específica del psicólogo de daría, sin embargo, a los dos niveles:

a) Global. Estableciendo las condiciones y determinantes del desarrollo humano que es, en su integralidad final, un fenómeno psicológico del que son titulares las personas, individual, relacional o socialmente consideradas.

b) Específico. Haciendo aportaciones puntuales al desarrollo de capacidades personales, relacionales y grupales en campos como: desarrollo de la creatividad y experiencia interior, vivencia y expresión emocional, interacción afectiva y sexual, asimilación de valores y toma de decisiones, desarrollo de empatía social y tolerancia, resolución de conflictos, formación de las propias necesidades y deseos, etc. Campos concretos en que ya se ha trabajado en esa dirección incluyen el desarrollo de

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capacidades: terapéuticas o de ayuda, de crianza y socialización en padres, de mediación entre personas o grupos en situaciones de conflictos vecinales o en planes de intervención (con gitanos, por ejemplo).

3. El trabajo analítico e interventivo en “problemas psicosociales” (droga, estrés, fracaso escolar, delincuencia juvenil, violencia familiar, etc.) tan característicos de nuestros días. Dentro del abordaje multidisciplinar indicado, al psicólogo corresponde la determinación de las características personales y psicosociales de estos problemas y la intervención sobre sus determinantes, mantenedores y secuelas psicológicas.

4. Inducción/facilitación de la conciencia de posibilidad del cambio social. Indicado en grupos sociales marginales que a causa de su extremada alienación y marginación viven su situación como inmodificable careciendo de conciencia de la existencia de formas de vida alternativas y de posibilidades de cambio a mejor. Se trataría de adaptar (con las modificaciones precisas) a la psicología ideas marxistas –u otras- sobre la “conciencia alienada” que, al fin y al cabo, se ocupan de funciones psicológicas fundamentales (la conciencia aquí) desde una perspectiva social y que enlazan razonablemente con el constructivismo y cognocitivismo actualmente prevalerte en Psicología.

Habitualmente se trabajaría en dos direcciones: a) creación de conciencia de la indeseabilidad de la situación actual, de lo mal que están las cosas ahora; b) generación de posibilidades realistas de cambio, desarrollando los métodos y condiciones perceptivas (grupales, colectivas u otras) adecuadas para inducir en esos grupos la idea de cambio posible. Esta modificación de la percepción social es tarea compleja que exige un delicado equilibrio entre realismo e imaginación. Las expectativas a crear no pueden ser una fantasía o diseño “de libro” sino anticipo razonable de algo (realidad deseada) que puede ser conseguido. Consciente de ello el interventor no debe “pasarse” en ninguna de las dos direcciones. Ni hacia el derrotismo e inhibición que lleve a no ofrecer horizonte de cambio alguno con lo que ni la conciencia social ni la situación material cambiarán. Ni, guiado por las buenas intenciones o l ardor revolucionario, hacia la generación de expectativas irreales o espejismos sociales que fácilmente pueden desembocar, al frustrar las enormes expectativas inducidas, en un retroceso, en vez de un progreso, dificultando, además, futuros intentos de cambio.

5. Inducción o desarrollo de la conciencia de poder personal para alcanzar un grado razonable de control sobre el entorno personal vital y social inmediato o comunitario (empowerment; Rappaport, 1981 y 1987), segundo paso en la creación de la conciencia de cambio posible. Expertos de a acción social (Alinski, 1946 y 1971) han recalcado el papel decisivo de este cometido para romper el ciclo fatalismo-pasividad-autoderrota: aunque la gente tenga conciencia de lo mal que están las cosas y de cómo podrían cambiar a mejor, no se va a movilizar ni actuar hasta que crea que ellos (con o sin ayuda externa) pueden hacerlo, pueden cambiar las cosas. Una parte de la tarea es esencialmente psicológica: la modificación del entorno vital y adquisición de poder pequeño grupal. La otra –el desarrollo del poder colectivo- es supra-psicológica requiriendo actuaciones multidisciplinarias a escala meso (barrio) y macrosocial (una sociedad). Así al disponer de escuelas, trabajo o alimentación adecuada o la urbanización del barrio, son, como otras muchas cosas que condicionan el desarrollo humano desde el entorno comunitario, tareas supra-psicológicas. Mejor dicho, parcialmente psicológicas en la medida en que una parte de la solución dependerá de la

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actuación de individuos aunque no como sujetos, sino como miembros de colectivos entramados sociales que serían los verdaderos sujetos –y destinatarios- del cambio.

Tareas complementarias, menos centralmente psicológico-comunitarias o de rango más concreto y limitado que las previas (en las que, a veces, pueden subsumirse), serían:

6. Creación de climas relacionales y sociales posibilitadotes del cambio o desarrollo humano (muy relacionada con el punto 1) o a la prevención de procesos patológicos. Ejemplos: la comunidad terapéutica como espacio convivencial o la dinamización de una residencia de mayores a partir de propuestas de cambios relacionales o de proyectos colectivos ilusionantes para los residentes.

7. Modificación y racionalización de los procesos de socialización en relación a la prevención de problemáticas y el crecimiento de los miembros de los sistemas socializadores. Función amplia e importante en que las tareas psicólogico-sociales pueden resultar decisivas, particularmente en sistemas como la familia, el grupo de iguales o la escuela. Naturalmente que los elementos socializadores (personas, agentes o aportes inmateriales: normas, relaciones, valores...) son muchos y rebasan ampliamente lo psicológico (desde lo educativo, por ejemplo), pero el psicólogo debería tener mucho que decir en: a) el diseño y racionalización global del proceso socializador, sobre todo en lo tocante a como va afectar —positiva o negativamente— a las personas, b) la implementación (generalmente multidisciplinar) de determinadas intervenciones concretas (como la socialización afectiva relacional o la transmisión de valores y pautas de conducta).

8. Regulación instrumental de valores (como, participación, salud, dinero o trabajo) de forma que promuevan comportamientos encaminados al crecimiento personal y minimicen los problemas psicosociales. Como en el punto anterior (del que sería un apartado), sólo una parte substancial de las tareas específicas son psicológicas, teniendo ese carácter el diseño global desde la perspectiva instrumental señalada (hay otra perspectiva, social o sociológica: la que relaciona las metas de una sociedad con los valores que en ella se promueven). La regulación es instrumental en el sentido de que los valores son, entre otras cosas, un medio para conseguir los objetivos que la sociedad se ha marcado o como nos interesa a nosotros, el bienestar de las personas mayor que ya no trabaje, se van a sentir psicológicamente mal. Para que las personas se responsabilicen de su salud — y actúen en consecuencia—convendrá promover ese valor entre ellas. En esta función habría dos tareas. Una, actitunal, de regular para el grupo diana el valor elegido modificando el significado personal y social del valor y la actitud del grupo ante él. La segunda, técnica, desarrollar los métodos para lograr que el comportamiento de las personas se oriente en la dirección del valor promovido. La educación para la salud es un ejemplo adecuado del cambio actitudinal y la vehiculación técnica consiguiente para lograr el cambio conductual. La aportación de valores a grupos en situación anómica o ambigua, o el aprendizaje para identificar e identificar valores implícitos, podrían ser ejemplos adicionales—perfectamente psicológicos y comunitarios y perfectamente realizables—ligados al desarrollo valorativo de las personas.

9. Creación y manejo de modelos de comportamiento de cara, sobre todo, a grupos que se encuentran en situaciones de ambigüedad, anomia o transición respecto a

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su identidad o comportamiento relacional y social. Por ejemplo, adolescentes, colectivos marginados o grupos sumidos en cambios profundos, Los desarrollos teóricos sobre modelado social, los por desarrollar, sobre socialización implícita, o la experiencia sobre liderazgo y funcionamiento de grupos juveniles pueden ser de utilidad en este campo de gran potencial dad la extensión actual de la anomia y problemáticas ligadas. El uso de destacados deportistas (muy valorados por adolescentes y jóvenes) en campañas antidroga o al papel pautador de los monitores en entornos sociales construidos (pisos asistidos, comunidades terapéuticas, hogares de grupo. Etc.) son ejemplos de aplicación potencial de esta función.

10. Diseño y ejecución de programas institucionales u organizativos de finalidad preventiva o desarrollista, como un correccional juvenil o un hogar de acogida de niños maltratados. Función relevante debido a la gran desintegración social de nuestros días. Tiene un alto contenido psicológico y psiosocial—sobre todo a nivel micro y mesosocial— consistente en la determinación de las actividades— y forma de su realización — en función de los efectos que tendrán sobre el desarrollo afectivo y normativo y sobre la prevención de efectos indeseables. Se trata, en el fondo, de sustituir o compensar en todo o en parte los defectos de socialización familiar—escolar o del grupo de iguales—, sea porque esas agencias socializadoras no existen (o no cumplen su función), sea por que resultan psicológica o socialmente perjudiciales para sus miembros.

4 CUESTIONES FUTURAS Y CONTENIDOS.

A partir de la exposición previa— y del resto de las que componen este volumen — pueden formularse una serie de cuestiones que estructuren y dirijan la investigación futura del rol del psicólogo en la IC. A ese efecto, podemos distinguir dos vertientes en el tema: técnica, centrada en el contenido del rol —funciones a desempeñar—; práctica y socio-valorativa, centrada en la realización de esas funciones y aspectos más específicamente profesionales, incluidas las valoraciones del contexto social. No deja de ser curioso que la mayoría de reflexiones verbales o escritas sobre el rol se centran en el segundo aspecto (sobre todo en las dificultades prácticas), como dando a entender que la primera o ya está resuelta o no merece la pena, cuando es, en nuestra opinión, la cuestión fundamental para delimitar la identidad profesional. También es verdad que buena parte de los criterios teóricos consisten en una vaga argamasa a medio camino entre la filosofía y la moral, relacionada de alguna forma con el tema y las preocupaciones que suscita, pero con escasa información sobre qué es o qué se supone hacer el psicólogo comunitario. Las cuestiones básicas, ya sembradas en parte a lo largo de las páginas anteriores serían:

1. ¿Existe un rol diferenciado dentro de la Psicología y razonablemente unitario a través de situaciones, sociedades, culturas y sectores de actuación que podamos llamar comunitario? Se han subrayado las palabras y atributos clave del rol: su carácter diferenciado, psicológico y comunitario y el interrogante de si, a pesar de la variabilidad citada, habrá un núcleo común y relativamente estable de funciones que podamos llamar con propiedad psicológico-comunitarias. De lo contrario, deberíamos hablar no, en singular, del rol del psicólogo en la IC, sino, en plural, de los roles psicológico-—comunitarios o de roles en el desarrollo comunitario, la promoción de la salud, etc. Esta es, por tanto, una cuestión a la vez preliminar — a plantearse de entrada— y final: sólo se podrá responder al final, con el tiempo.

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Si, como se ha dicho, el rol debe responder a las demandas de la situación, habrá de reflejar en su contenido las diferencias sociales, culturales o temáticas de esas situaciones. De hecho se observa una diferencia de énfasis en las propuestas desde distintos países (latino-americanos, por ejemplo, y estadounidenses) y ámbitos sociales. Hasta qué punto esas diferencias conservan ese núcleo común a que se aludía es una cuestión abierta. El porqué de esas diferencias y hasta que punto esas diferencias conservan ese núcleo común a que se aludía es una cuestión abierta. El porqué de esas diferencias y hasta qué punto pueden desaparecer si se da una convergencia social o histórica entre los distintos países (por el "progreso" de algunos de ellos) es otro interrogante interesante que podría decirnos mucho sobre la ubicación ecológica del rol comunitario: el "rol" del rol dentro de cada contexto social. Por ejemplo:

—¿Hasta qué punto un psicólogo asumirá roles del predicador, sociólogo o agitador político en un contexto menos diferenciado (o políticamente condicionado) en que esos roles aún no existen como tales y retornará a su rol psicológico cuando esos roles emerjan por evolución social o democratización política?

—¿Es similar la problemática confrontada por el psicólogo en distintos países? Parecen diferentes los "problemas psicosociales" de las sociedades post-industriales (droga, paro, desintegración social...) que los de los países por desarrollar (hambre, miseria opresión, etc) ¿Y su normatividad?: en los países industrializados los problemas afectan a minorías (diversas minorías, es verdad, pero minorías); en los "subdesarrollados" a grandes mayorías.

—El marco político y social puede ser muy diferente, lo cual marcará directrices de rol distintas. En una democracia, por ejemplo, el "el cambio social" puede consistir en reformas relativamente menores en la vida de las personas, contando con el espíritu de iniciativa y participación de la gente. En una dictadura (en sus postrimerías) al no existir el marco democrático preciso para la práctica comunitaria, puede ser más adecuado —y preciso—un rol mucho más político que permita la futura práctica comunitaria que cuente con la participación social amplia.

—El momento social y político puede ser distinto: hay épocas y situaciones en que mucha gente cree en cosas (democracia, participación, economía de mercado, crecimiento económico, progreso...) porque son todavía ilusión y deseo, no han sido vividas. Cuando ya se han experimentado y se comprueba su funcionamiento real, se suele producir un ajuste de expectativas y redistribución de ilusiones o motivación que en general incluye un cierto desencanto o desinterés con aquellos ideales y sus porta-estandartes. Así, será distinta la visión e interés por la Psicología Comunitaria en un contexto en que — por casi desconocida—es aún proyecto, que otro en que es realidad practicada y con resultados visibles.

2. ¿Cuál es el contenido (funciones básicas) del rol psicológico-comunitario y, en su caso, de que parámetros depende la variación de esas funciones? Es decir, en que condiciones habríamos de modificar una u otra función si algunas de ellas son

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situacionalmente variables. Para nosotros esta es la pregunta clave de entrada, aunque, como se ve no puede desligarse del resto.

Podría aquí distinguirse un plano descriptivo (qué hace el psicólogo comunitario) y uno normativo: qué debería hacer en función de lo que se ha definido como Psicología Comunitaria (lo cual identificaría las situaciones diana de la intervención del psicólogo comunitario). Ambos planos habrían de ser relacionados para ver sus coincidencias y diferencias y a qué se deben estas: porqué los psicólogos comunitarios hacen (o no ) cosas no propias de la Psicología Comunitaria (tal y como se la define) y como lo justifican. Esto nos remitiría a la tercera cuestión.

3. ¿Cuáles son las potencialidades y límites prácticos del rol? Aquí entran cuestiones sobre las condiciones y dificultades materiales, sociales y profesionales de realización del rol, tales como:

—Potencialidades: hasta dónde se puede llegar (qué temas y objetivos se pueden cubrir) con la acción comunitaria desde la Psicología y en qué condiciones.—Dificultades generales de la realización del rol en vista de las condiciones internas (la dificultad del desempeño comunitario) y externas (dificultades políticas, de financiación, de motivación social, etc.).—Problemas de integración personal del rol ante la variedad de temáticas, poblaciones y situaciones confrontadas por el interventor.—Problemas de transición de rol — de paso de unas funciones a otras— y forma de realizarlas adecuada y productivamente desde el punto de vista personal y de desempeño externo.—interdisciplinariedad y afrontamiento de la ambigüedad de rol en el trabajo en equipo y ante situaciones nuevas.—Problemas relacionales y de abordaje de los grupos comunitarios.—Cansancio y burn-out profesional; vías de prevención y manejo.

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