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1 SANIN CANO – VIAJERO DEL ESPIRITU N E S T O R V I L L E G A S D U Q U E Homenaje en el centenario de su natalicio Néstor Villegas Duque constituye una vital colina de la inteligencia, claramente visible en el panorama cultural de Caldas. Vinculado a dos ciudades caldenses: Salamina, donde está la progenie de su apellido materno y Manzanares, de donde es oriundo. Nació en l895 y fueron sus Padres: Jesús Antonio Villegas Arango y Ana María Duque Salazar. En su vida se perfilan tres facetas: el estudiante, el profesional y el erudito escritor. Su niñez y juventud fueron de amplia lucha. La falta de un respaldo económico lo llevó a complementar este vacío y se inicia como portero escribiente en el juzgado de su pueblo natal. Luego, una beca en el Instituto Universitario para hacer su bachillerato y en estas aulas se encuentra con ilustres profesores que aquilataron su temperamento y en este medio tuvo como condiscípulos a lo más granado de las gentes de Caldas. Allí sobresalió por su consagración e inteligencia. El Dr. Valerio Antonio Hoyos lo nombró sucesor suyo en la cátedra de castellano superior, cargo que desempeñó con gran propiedad y acierto. Este estudio profundo del idioma lo modeló para más tarde ser escritor castizo y con gran precisión de léxico. Terminados sus estudios de secundaria quiso ser un discípulo de Esculapio, comprendiendo que su profesión era “vivir del dolor de los demás y participar hondamente en él”.

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Terminados sus estudios de secundaria quiso ser un discípulo de Esculapio, comprendiendo que su profesión era “vivir del dolor de los demás y participar hondamente en él”. Allí sobresalió por su consagración e inteligencia. El Dr. Valerio Antonio Hoyos lo nombró sucesor suyo en la cátedra de castellano superior, cargo que desempeñó con gran propiedad y acierto. Este estudio profundo del idioma lo modeló para más tarde ser escritor castizo y con gran precisión de léxico. 1

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SANIN CANO – VIAJERO DEL ESPIRITU

N E S T O R V I L L E G A S D U Q U E

Homenaje en el centenario de su natalicio Néstor Villegas Duque constituye una vital colina de la inteligencia, claramente visible en el panorama cultural de Caldas. Vinculado a dos ciudades caldenses: Salamina, donde está la progenie de su apellido materno y Manzanares, de donde es oriundo. Nació en l895 y fueron sus Padres: Jesús Antonio Villegas Arango y Ana María Duque Salazar. En su vida se perfilan tres facetas: el estudiante, el profesional y el erudito escritor. Su niñez y juventud fueron de amplia lucha. La falta de un respaldo económico lo llevó a complementar este vacío y se inicia como portero escribiente en el juzgado de su pueblo natal. Luego, una beca en el Instituto Universitario para hacer su bachillerato y en estas aulas se encuentra con ilustres profesores que aquilataron su temperamento y en este medio tuvo como condiscípulos a lo más granado de las gentes de Caldas. Allí sobresalió por su consagración e inteligencia. El Dr. Valerio Antonio Hoyos lo nombró sucesor suyo en la cátedra de castellano superior, cargo que desempeñó con gran propiedad y acierto. Este estudio profundo del idioma lo modeló para más tarde ser escritor castizo y con gran precisión de léxico. Terminados sus estudios de secundaria quiso ser un discípulo de Esculapio, comprendiendo que su profesión era “vivir del dolor de los demás y participar hondamente en él”.

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Viaja a la capital para iniciar la carrera de sus anhelos y tiene contacto con los más connotados profesores de Bogotá y se familiariza con el ambiente, siempre venciendo dificultades económicas hasta terminar su carrera de médico en l924. Concluída esta primera faceta , inicia la siguiente como profesional. Viaja a su patria heredad para ser el segundo galeno que llega al poblado. Lo antecedió José Alzate Betancourt, a quien el pueblo le depositó toda su confianza ; había ejercido con gran éxito frenando los desaciertos de los teguas que dominaban la región. Ya Villegas Duque en su ejercicio le toca afrontar las duras realidades. No tiene el profesor que lo oriente, ni el colega que lo acompañe en sus decisiones, ni el laboratorio, que lo ayude. Es el verdadero médico rural y aquí aparece el sexto sentido que Villegas Duque con gran acierto describe. “Es un sentido que a veces es intuición poderosa y finísima observación. Hay que ver lo que dicen al galeno el aspecto de una piel, la vaguedad de una mirada, el color de una conjuntiva, la anormalidad de una respiración, la alteración de un pulso, el timbre de una voz, la frialdad de unas extremidades, el tono de unos músculos”. Todos estos signos y síntomas los sabe interpretar para hacer el diagnóstico exacto y prescribir el tratamiento acertado. Siempre estaba dispuesto a viajar a la vereda distante y no le detenían ni la oscuridad de la noche, ni lo fangoso de los caminos, ni la tempestad amenazante. Una fuerza interior lo impulsaba al cumplimiento del deber. Era un apóstol de su profesión, el consuelo personificado para los seres que sentían la enfermedad o presentían el trance de la muerte. Un día aspira a mayores conocimientos y viaja a París en l929, para completar su saber y su dura experiencia. Se especializa en pediatría y regresa a Manizales para ejercer la medicina y lo hace con éxito indescriptible. Su entusiasmo de luchador incansable lo lleva a fundar en l938, en compañía de don Manuel Piedrahita el Hospital Infantil, institución a la cual consagró sus mejores horas de trabajo. En l967, en la administración de Guillermo Isaza Mejía fue secretario de Educación.

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Los dos atributos iniciales de su existencia: el estudiante y el profesional, los describe magistralmente en su obra “Estampas Interiores” libro que es el preludio del futuro escritor porque recibió el fallo favorable de la crítica y el aplauso sincero de sus conciudadanos. “Estampas Interiores” no es otra cosa que el espejo luminoso de su existencia y el claro itinerario de una vida llena de duras realizaciones y bien ganados triunfos. En el contenido de esta publicación, de alto valor humano, encontramos diversos aspectos hábilmente entrelazados por la experta capacidad del autor, siendo la manifestación más relevante la mística por una idea cuya meta final era el triunfo, no obstante las múltiples dificultades, las angustias sin cuento, los numerosos momentos negativos que en una larga ruta suelen presentarse, pero siempre impulsado por una fuerza mental interior, superior a todas las adversidades. Sobre este telón de fondo las magistrales descripciones de la campiña nativa, parajes recorridos en su medicina campesina, unas veces captados al paso lento de la mula y otras en momentos de contemplación solitaria. No menos vitales los cuadros analíticos de la vida interior en que se presentan, con realidad apasionante, los instantes de ansiedad o incertidumbre, brillantemente descritos con pericia extraordinaria . Las semblanzas de profesores y condiscípulos están diseñadas con la finura de un artista: exactitud en la palabra, riqueza de vocablos, agilidad en los giros, gran poder de penetración en la esencia misma de la personalidad, son atributos manifiestos en el estupendo estudio de cada uno de los personajes dibujados. Nombres sepultados en las tierras del olvido quedaron para siempre eternizados. En las meditaciones sobre la ancianidad se descubre el pensador que divaga ampliamente y con propiedad sobre la edad provecta y penetra con frialdad desconcertante sobre el futuro destino que vemos llegar inexorablemente. “Estampas Interiores” son las memorias de la existencia del ilustre galeno, en las cuales vertió todas las modalidades de su vida hasta

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llegar a relatar los amaneceres de su serena senectud. Aquí se inicia la tercera faceta: la de atinado escritor. Una vez radicado en Bogotá se aleja del servicio médico y va surgiendo el humanista y en el pleno recogimiento de su hogar, investiga, ordena y corrige sus valiosos trabajos para iniciar sus publicaciones. Su espíritu de consagrado investigador lo lleva al estudio del médico de cabecera del virrey Messía de la Cerda y escribe su trascendental biografía intitulada “Mutis una obra y un espíritu”. He conocido varias historias sobre la vida y la obra del sabio español y muchos de ellos profundizan más algunos aspectos de don José Celestino Mutis. Así tenemos al Mutis médico, o bien al Mutis botánico, o al Mutis astrónomo o cualquiera otra de sus múltiples facetas, pero ningún ensayo tiene la dimensión global que presenta el análisis de Villegas Duque, porque este escrito ubica al gaditano en todos los ambientes en los cuales tuvo que actuar su prodigiosa inteligencia y la influencia que sobre su espíritu tuvieron las diversas corrientes filosóficas y culturales del momento, hasta llegar a la cumbre de sus éxitos con la célebre Expedición Botánica. Todo el polifacetismo de don José Celestino está considerado en la obra de Villegas: el sacerdote, el médico, el botánico, el experto en minas, el matemático, el astrónomo, el poeta latino y el maestro de juventudes. En síntesis, como bellamente lo expresa el autor “Todo lo que pertenece a los tres reinos de la naturaleza pertenece al reino de su espíritu”. Este aspecto luminoso de la personalidad de Mutis es entregado a los lectores con un cúmulo de erudición sorprendente y en un lenguaje de admirable pureza. Mediante la publicación de Villegas pudimos recordar apartes del magistral discurso de Mutis en el Colegio del Rosario donde se declaró partidario del sistema copernicano que se opuso a la teoría geocéntrica

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del griego Claudio Ptolomeo. Y no hay que olvidar que este paso del sabio Mutis era trascendental en esa época, porque la publicación de Copérnico “De revolutionibus orbium Celestium” había sido condenada por la Iglesia medieval y hasta el año de l822 figuró en el índice de libros prohibidos. No obstante ser Mutis sacerdote y sin que la Iglesia hubiese aún repudiado abiertamente el sistema ptolomeico que había sido expuesto por el gran Aristóteles como la concepción dominante del cosmos, el gaditano desde alta cumbre de científico se declaraba en Santa Fe de Bogotá adicto a la tesis de Copérnico, comprendiendo que esto ocasionaría agitación en la incipiente urbe, como en realidad sucedió con los padres del convento de Predicadores. Tal era el perfil intelectual de Mutis, que sin contradecir su misión sacerdotal, abría sin reticencias, el camino a la verdad científica. Seguramente el Dr. Néstor Villegas, en sus intimas meditaciones o en una de sus serias lecturas descubre toda la magnitud de don Celestino Mutis, la honda huella que dejaron sus estudios en la Nueva Granada y queda subyugado por este personaje de selección que después de siglo y medio de su muerte, continúa despertando inquietudes en publicaciones que siguen apareciendo periódicamente. Hecho tan visible lo lleva a comprometerse en tan denso y completo estudio. Empero, para poder llevar a la culminación tan grande empresa, era indispensable de múltiples lecturas, de abnegada investigación sobre documentos dispersos, de una paciencia benedictina, para recopilar tantos y complejos datos y así poder entregar a la cultura colombiana un libro que es guía de consulta obligada para quienes entren a estudiar la figura intelectual de la Colonia en el territorio del dominio ibérico. Ese obrero intelectual de tan asidua constancia no podía ser otro que el Dr. Néstor Villegas, quien debía entregar a la posteridad una estupenda obra llena de excelsitud y profundidad y quien sin pensarlo dilató aún más el panorama cultural de Caldas en el territorio nacional y dejó su nombre vinculado a la historia de su patria.

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Las anteriores obras, tan cuidadosamente elaboradas serían suficientes para consagrar su nombre, mas para su mente en continua ebullición, no podía tener reposo y escribe un panegírico de intimo y fervoroso reconocimiento. “Un hombre y un camino” que es el relato de la accidentada existencia de un colega y un amigo: Heriberto Arbeláez. Con la sagacidad de hábil escritor toma al distinguido personaje para hacer acertadas disertaciones sobre el ejercicio profesional y concluir sus divagaciones con la frase de otro célebre escritor: “El acto médico es un encuentro entre una confianza y una conciencia”. Hace una extraordinaria apología de la Escuela de Medicina de principios del siglo y por su pluma de maestro desfilan las más altas figuras de sus profesores a quienes evoca con cariño y rinde justo homenaje de reconocimiento. Como gesto de hidalguía, propio de su estirpe, dedica capítulos a quienes en una época de su carrera profesional sirvieron con desprendimiento y gran acierto la medicina rural. Ellos fueron el Dr. Jaime Mejía y el Dr. José Alzate Betancourt. Este último galeno íntimamente vinculado a la ciudad de Manzanares en donde ejerció su profesión y precedió cronológicamente al Dr. Néstor Villegas quien hizo sus primeras armas médicas en su ciudad natal. El Dr. Alzate Betancourt allí inicia su brillante carrera de cirujano al lado del profesor Zoilo Cuéllar Durán, quien vajó a intervenir al conocido ciudadano don Alberto De la Calle y dos pacientes más llamados Juan Bravo y Eliseo Jaramillo. Estos enfermos de la población de Manzanares fueron operados en las más difíciles condiciones quirúrgicas porque no había sala de cirugía en el incipiente hospital y tuvieron que improvisar los quirófanos en las casas de los pacientes. Aquí está el alto valor de estos médicos que como Duque Villegas, Alzate Betancourt y Jaime Mejía tuvieron la iniciativa suficiente para salvar moribundos improvisando recursos y enfrentándose con bizarría a las más adversas circunstancias.

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El profesor Villegas en su obra “Estampas Interiores” y en su libro “Un hombre y un camino” deja relatados episodios extraordinarios que constituyen un gran acervo de documentos para la historia de la medicina caldense.

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Alejado voluntariamente de sus tareas ordinarias, sin esa permanente distracción profesional, surgen con caracteres más claros los perfiles del humanista que afloraban con fuerza vital en su ser y así concreta uno de sus anhelos: hacer un ensayo profundo, erudito y de justicia sobre don Baldomero Sanín Cano, egregia figura de la América Latina y para quien no fue vedado ninguno de los territorios del conocimiento humano. Y lo hace con excepcional maestría. Explora todos los centros culturales donde ha vivido el maestro y analiza con gran propiedad todas las escuelas literarias con las cuales se compenetró don Baldomero. Estudia con detenimiento las claras influencias del danés Brandes y las inquietudes que despertó en su espíritu la naciente filosofía de Nietzsche, la cual fue el primero que divulgó en Colombia. Todas estas fuentes nutricias que alimentaron la inteligencia de don Baldomero hacen pensar a Villegas Duque, como también a otros analíticos que Sanín Cano pertenecía más a la cultura europea. Si en las otras obras que escribió el Dr., Néstor es manifiesta su capacidad investigativa, en este libro “Sanín Cano viajero del espíritu” reveló sus profundos conocimientos en los vastos terrenos de la literatura universal. Con este denso y rico ensayo sobre nuestro humanista fue aceptado en la Academia Nacional de Historia. Desafortunadamente tan valioso estudio no fue lo suficientemente difundido para llegar a los grandes estudiosos del país. Como obra de póstuma publicación se entregan a la posteridad cuatro volúmenes con el título: “Apuntaciones sobre el habla Antioqueña en Carrasquilla”. Este trabajo mereció en l970 el premio Félix Restrepo, otorgado por la Academia de la Lengua. “Es un diccionario monumental de la lengua paisa” rico en vocabulario y gran ayuda para el estudio del folclor. Es una obra de semántica digna de un gran investigador. Esta admirable síntesis lo llevaba de la mano a ocupar un sillón en la Academia de la Lengua, mas al apagarse su existencia se frustró este justo reconocimiento.

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A su patria cuna, que siempre estuvo en su mente, le dedicó un opúsculo con el título “Manzanares” de poca divulgación y que no alcanzó a traspasar los límites municipales. No obstante puede considerarse como la primera creación con la cual se inició en el campo de las letras y en la cual se reveló como excepcional estilista de marcado aticismo, y cuyas obras posteriores así lo confirmaron. Manzanares en el primer centenario de su fundación, haciendo justicia a su hijo epónimo, entrega a la posteridad el nombre de Néstor Villegas Duque crismando con sus apelativos la Casa de la Cultura de la noble ciudad y rindiéndole el más acertado homenaje a quien ha hecho honor a su raza, a su pueblo y a su profesión. El 12 de mayo de l974 muere en Bogotá. Meses antes había presentido su final y a su queridísimo amigo Alberto Londoño Alvarez le escribe lo siguiente: “Andando estos caminos polares de mis años -que no son pocos- se me ha venido la vejez en forma tan aguda, que sólo a una enfermedad poderosamente mortal e implacable se asemeja. Con velocidad alarmante voy perdiendo los dones discretos que me dio el Altísimo y mi vida toda se va deteriorando en forma irremisible” y parodiando la frase del gran médico Trousseau dice: “Estoy entrando poco a poco, en los dominios de la muerte, con paso firme, y, al dar el último adiós, en postrera manifestación de afecto, anota cómo su maestro Trousseau “tomó la mano de su hija y le dijo: No puedo más, no puedo más y sus labios se sellaron para siempre. Yo estoy pronunciando casi iguales palabras del clínico francés” y agregó: “Contra los designios de la naturaleza no hay poder humano que se oponga. Entro yo en la zona del definitivo olvido, lo que no me entristece, porque lo he deseado, naturalmente quiero seguir viviendo en la memoria de los míos, entre los cuales está usted”. La brillantez de su último testimonio escrito, muestra cómo hasta el final de su existencia conservó la lucidez de su inteligencia que sólo se extinguió poco antes de su trance definitivo. Mas su deseo de seguir viviendo entre los suyos continúa vigente a través de las excelentes

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obras que su pluma de avezado escritor entregó al eterno dominio de la cultura nacional. Manizales, noviembre 23, l994. HERNANDO ALZATE LOPEZ PALABRAS PRIMERAS Al iniciar su cometido, estas páginas sencillas tienen el privilegio de nombrar a Rionegro en especial circunstancia, de ponerse en su presencia, y con ello les llega el recuerdo de las palabras con que Barrès titula el capitulo primero de su Colina Inspirada: "Hay lugares donde sopla el espíritu”. Por un momento la pluma que las escribe se detiene en respetuosa pausa, porque esta ciudad suscita la emoción de lo sagrado: por su ámbito pasa nuestra historia. Y es que ella también es de esos términos predestinados por una voluntad superior para un alto sentido de su ser, para que en su perímetro signifique más el hombre. "Hay en su población mayor número de gente distinguida y de caudal", dijo el Gobernador Silvestre cuando, aún naciente, le dio el título de Santiago de Arma y de Rionegro. Colombia posee otros sitios de este destino sobresaliente, entre los que se destacan Popayán y Cartagena. Nombrarlos a todos es evocar lo predilecto, entrañable y religioso. Al modo de estas dos ciudades preclaras, agrega Rionegro a su existencia de afirmación nobilísima el prestigio de sus contornos bellos. De eglógica califica su planicie el Maestro López de Mesa y la considera como simetría o pequeña compañera de la sabana cundinamarquesa. Y de su río, ese "Nare Caribe", de sosegado curso y fondo de misterio, expresa que, antes del local adelantamiento, era una "ensoñación estética"1. Pero sin duda quien pinta mejor ese dulce paraje es don Baldomero Sanín Cano, el varón ilustre motivo de este

1 V. Luis López de Mesa, La carta de Rionegro, exaltación del individualismo. Lecturas Dominicales, El Tiempo, mayo 26 de 1.963.

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ensayo, cuya vida se abrió bajo aquel cielo. Quizás en ninguna otra ocasión la grave diestra escritora de éste se tornó paisajista para pintar con filial delectación las vueltas de su río, las florentinas colinas familiares, el verdor de los huertos, las lejanías azules y la perspectiva toda de la armoniosa y amada campiña de la infancia. Se destaca Rionegro en el panorama nacional con una peculiaridad y elevación indiscutiblemente propias, derivadas de su historia y de su valor por el espíritu. Dentro de los hechos de la historia estuvo siempre adelante en el empeño de dar libertad a los esclavos, principalmente con Doña Javiera Londoño, quien los manumitió antes que nadie, a mediados del siglo XVIII, y con la primera ley de las cinco repúblicas bolivarianas consagratoria de ese derecho y beneficio, cuando entrábamos a la lucha de los pueblos libres. Los levantamientos de la Mosca en su territorio coincidieron con los de los Comuneros y con el de Tupac Amaru en el Virreinato del Perú y abrieron el camino para que el Serenísimo Colegio Constituyente y Electoral expidiese la primera Constitución libre de Antioquia y para que muy poco después fuera la ciudad de avanzada de este Departamento en proclamar la independencia absoluta de España. Y ya en la gran lucha emancipadora y en años después, ¿quien fue aquel guerrero homérico que celebró sus bodas con la aventura insigne, autor de la más genial y corta proclama que oyeron los siglos? ¿Y quienes los otros del nativo y fecundo solar que han servido a la cultura nuestra con tesón sin rotura? Porque "ora se nombre al aquileano mozalbete, más ímpetu que mesura, pero, en su mismo desbordamiento, idealista, y en su valor, inimitable; ora contemplemos la elección democrática y el alta norma jurídica del protoprócer Morales, en Quito; ora admiremos la senequiana serenidad del ilustre presidente Aranzazu; o la del valeroso y mártir Liborio Mejía; o bien la primicial vocación lírica de José María Salazar, polígloto y diplomático; o la genial pericia industrial y mercantil, héroe, además,

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de la honradez, de don Francisco Montoya, o nos lleguemos, reverentes, en fin, a la virtud incólume de Vicente Arbeláez, perseguido de los unos, calumniado de los otros, y por sobre unos y otros apóstol egregio... no cabe duda en que fue mucho prez y gran cosecha para un pueblecillo que sólo por calidad llamamos urbe"1. No parece, además, que sea necesario en esta evocación hablar otra vez de Córdoba cuando, proclamada la dictadura de Bolívar, empuñó la bandera de la revolución con unos pocos de su comarca; ni de la dirección del movimiento contra Urdaneta; ni de los mártires en el escaño de Cartago; ni de quienes decidieron la rebelión conservadora en favor de José Hilario López; ni de la romántica, extraordinaria y radical Carta del 63; ni de los que siguieron en pos de Pascual Bravo a Cascajo, y en sublevación contra Núñez, hasta la derrota en Jericó; como tampoco de los mil bizarros y bravos que sobresalieron en la guerra de los tres años, ni de sus varios hijos ilustres de este siglo. Porque es de consentimiento general que Rionegro es uno de los pueblos más gallardos de Colombia.

1 V. Luis López de Mesa, artículo citado, Lecturas Dominicales, El Tiempo, mayo 26 de 1.963.

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CAPITULO I

EL MEDIO ESPIRITUAL

Pensamos que fue una suerte para don Baldomero haber entrado formalmente en la vida del espíritu precisamente en el último cuarto del siglo pasado, cuando culminaban descubrimientos y estudios científicos que despejaron mucho de la naturaleza del mundo y del hombre y cuando en la literatura obraban grandes inteligencias, algunas de las cuales venían desde la mitad de la centuria. Que esos años tuvieron la prerrogativa de encarnar una espléndida selección y variedad del alma humana no se puede discutir. La pléyade francesa fue de las más extraordinarias de esa nación, como lo fueron también la inglesa, la alemana, la española y la americana, con inclusión de la nuestra. Vale la pena descubrir, aunque sea de paso, esta espaciosa y elevada perspectiva de figuras célebres, porque es de excepción, porque explica las nobles inquietudes de nuestros letrados y hombres de ciencia, así como de los de la América Latina toda durante ese

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período, y porque ilustra bastante la conformación espiritual del Maestro, pues de la influencia sobre él hablan su pensamiento y el número de los autores que nombra con notable frecuencia. Es de imprescindible oportunidad este reparo, para estimar cabalmente su tarea tan larga de escritor. Para una mente cualquiera ávida de saber es no solo propicio y afortunado un tiempo como éste, sino hasta decisivo, por lo que él tiene de ejemplo, de invitación y de enseñanza, deponiendo verdades tenidas por inmutables y proporcionando otras luces e ideas, pues éstas no en las más de veces se producen originales en nosotros, sino que por el libro y por otros medios diversos nos llegan o se nos suscitan del exterior. Correspondióle a don Baldomero, interesado, a más de las letras y de los temas políticos y sociales, por los avances científicos, participar de la indecible sensación que causaron en la cultura universal, entre otros progresos, los estudios de Darwin sobre la evolución orgánica, la publicación de sus libros El origen de las especies y El origen del hombre, el descubrimiento del mundo de lo pequeño por Pasteur, el encuentro de los gérmenes causantes de las enfermedades infecciosas, la producción del suero antidiftérico y de la vacuna antirrábica, y, ya en los primeros años de este siglo, el hallazgo de las vitaminas y las hormonas en los cuerpos de animales y vegetales y el advenimiento del psicoanálisis. Y no fue esto únicamente. Compartió también el deslumbramiento que experimentó la humanidad con el maravilloso y revolucionario adelanto de la física en los fines del pasado siglo, cuando, realizando cambios profundos en las tesis admitidas sobre la electricidad, la luz y la energía, aparecieron los rayos X, el uranio, el radio, las desconcertantes y nuevas teorías del átomo y, un poco más adelante, la concepción einsteiniana de la relatividad, los estudios que precedieron a los quanta y la mecánica ondulatoria, con cambio incontestable del viejo universo euclidiano.

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Una ola de escepticismo cubrió la mente del hombre con el derrumbe de tantas nociones tenidas por estables, y en mucho ya no quiso ella adherirse como una lapa a la verdad, que se presentaba tan esquiva, mudable y relativa. Hondamente impresionada la filosofía por El origen de las especies y El origen del hombre de Darwin, se lanzó al evolucionismo como ley universal, con Spencer, Huxley, Haeckel y hasta con el mismo Nietzsche; igualmente se lanzó al determinismo, con Alfredo Fouillée; a la nueva filosofía de la contingencia, con Boutroux, Bergson y William James; al desarrollo de las ciencias sociales, especialmente la sociología, la antropología y la psicología; y se encaminó por otras nuevas doctrinas, cuales el idealismo de Benedetto Croce, el realismo de Bertrand Russell y el esteticismo de Walter Pater y George Santayana. Todo esto fue de gran entusiasmo, rectificación e ilustración para el Maestro, pero su mayor consideración y miramiento lo recibió la fulgurante espiritualidad de los escritores de la época. Y no era para menos. Escritores Franceses Cuando la juventud de don Baldomero empieza a preocuparse resueltamente por la dirección de su vida, atraído con fuerza por el pensamiento de Francia, casi puede decirse que habían pasado Balzac, Hugo, Lamartine, Gautier, Musset, Merimée, Vigny. Saint-Beuve, a quien admiró tanto, ya había muerto, pero continuaba el renombre y la autoridad de su obra con tal potencia que, muy avanzado este siglo, Henri Massis ha podido escribir: " La obra de Saint -Beuve es el Arca de Noé. En cuanto a mí, si se me obligase a vivir en una isla desierta, y

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si sólo se me permitiese acompañarme de un único libro, yo elegiría los Lunes para llevar en el equipaje." 1. En materia de poesía dominaban la vigorosa atracción de Hugo y Baudelaire, la de los "poetas malditos" Verlaine y Mallarmé y la de los parnasianos Copée y Sully-Prudhome. En la crítica, como sucesores de Saint-Beuve, poseían el campo principalmente Taine, Renan, Bourget y Brunetière, tratándose de las ideas; de la historia, Fustel de Coulanges; del teatro, Sarcey; de la literatura general, Weise, Faguet y Lemaitre. En la filosofía se destacaban Renouvière, fundador del "Criticismo" y representante de la Escuela Politécnica, como los anteriores lo eran de la Escuela Normal, y, además, Feuillée Guyeau, Boutroux y Bergson, también normalista este último. En la ciencia y con relación a sus causas esenciales y efectos, particularmente, se distinguían Claudio Bernard y Berthelot. Y en la novela resaltaban las figuras de Zola, Daudet, Flaubert, los Goncourt, Maupassant, Loti, Bourget, France, Barrès, Gide y muchos más. Le correspondió a don Baldomero vivir sus años mozos entre libros y publicaciones nuevas, en una atmósfera de realismo que había sucedido al muerto clasicismo y al que no presentaba resistencia el romanticismo ya debilitado, del cual se decía que era " mixtura de esmalte español, de nieblas escocesas y de sonsonete italiano". Las tendencias de este realismo oponían a lo sensible y emocional el análisis y el enjuiciamiento más o menos tranquilo y hondo de la mente del hombre, de sus costumbres y de su medio, con el auxilio natural de los principios filosóficos dominantes. Siguiendo la ruta ya abierta por Balzac en décadas anteriores, entraron a interpretar y exprimir aquel realismo algunos novelistas, cuyo exponente tal vez más destacado fue Flaubert; mas este carácter, que se vio en toda Europa, fue transformándose con tonalidad más definida y distinta en el Naturalismo de Zola, France y sus seguidores, quienes

1 V. Henri Massis, Au Longue d’une Vie. Plon, París, 1.967, pág. 258.

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mostraron los problemas, los absurdos y los sufrimientos sociales, unos con franqueza amarga, otros, con la fina ironía de vindicativa y suave burla. Un humanismo probado daba altura y solidez a esta avanzada espiritual del tiempo que contemplamos y que se llegaba a las puertas del siglo XX para pasar por ellas y asentar en esta centuria sus ideas, principios e ideales; y el sitio de donde partía esa fuerza tan imponderable era la Escuela Normal, que en todo tiempo le mantiene a Francia el prestigio de su inteligencia. Cuatro libros, dice Thibaudet en su Historia de la Literatura Francesa, se impusieron en este fin de siglo: El Porvenir de la Ciencia, escrito por Renan en 1.848 y sólo publicado en 1.890, que son páginas llenas de fe en la ciencia, en sus favores, en su poder y por las cuales pasa el espíritu de Berthelot, el gran amigo de tan relevante y discutida figura; el Ensayo sobre los datos inmediatos de la Conciencia., de Bergson, con su doctrina indeterminista, con su concepto de que una misma causa puede producir diferentes efectos y con la bella tesis de que nuestra duración, es decir, nuestra vida, es una creación continua; El Discípulo, de Paul Bourget, acontecimiento literario de esos dìas y ejemplo de densidad para la novela psicológica, en cuyo cuerpo se advierte la armadura metálica de la técnica: y Los Filósofos Franceses, de sostenido renombre, escrito por Taine en 1.817, que creó un vacío impresionante dentro de su ambiente, llenado por él mismo más tarde con La Inteligencia, obra plena de interés y conocimientos universales y humanos. Innecesario es decir que el Maestro se internó profundamente en estos libros con la fascinación que despertaban en su espíritu, no sólo por el contenido cuanto por sus autores, a quienes cita reiteradamente con verdadero respeto, honra y estima, cual lo dicen estas palabras sobre Taine, escritas con motivo de su óbito: " Con la noticia de su muerte ha debido propagarse entre los pensadores contemporáneos la tristeza evidente del que se considera abandonado. Se mirarán los unos a los otros, confusos y melancólicos, bajo la impresión del desamparo, a ver si encuentran un filósofo que siga la tarea comenzada o un artista que

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revele la existencia de mundos nuevos, parecido a esos que descubrió Taine. No lo hallarán de seguro por el momento" 1. Habiendo sido Taine tan devotamente apreciado por el Maestro y habiéndolo sido Renan igualmente, extraña uno que él no hubiera producido un ensayo de los de su huerto sobre éste, considerado como la inteligencia más culta de Europa, según palabras de Brandes. Renan fué luz primera y seductora para el pensamiento, sobre todo en el último cuarto del pasado siglo y de influencia visible y avasalladora en todo joven escritor por aquellos años. La ciencia irreligiosa de este gran racionalista debió atraerlo, y un poco más la libertad de espíritu de que fué apóstol, lo transitorio de la verdad que surgía de su obra, la inconformidad con las virtudes y dogmas tradicionales imperantes en la cultura, su concepto benévolo de Alemania antes del 70, sus notables trabajos filológicos y, mayormente, su prosa sin par, de perfección "que desasosiega". También admiró don Baldomero particularmente a Remy de Gourmont, entre los intelectuales franceses. Cuando la muerte de éste en 1.915, aquél se hallaba en Londres y sobre su desaparición y personalidad escribió un artículo notable que publicó la Nación de Buenos Aires y que fué reproducido, al menos en parte, por publicistas parisienses. Más tarde, en 1.922, estando en París, se trasladó a Coutances para asistir al descubrimiento de un busto que al esclarecido escritor se le levantó en el parque de este su pueblo natal y sobre ello dejó una sentida página en uno de sus libros. La admiración de don Baldomero por Gourmont quizás obedeció a algunas similitudes entre ambos, Como éste, crítico del grupo simbolista en el Mercure de France, lo fue aquél principalmente de La Nación, y como éste, también fue prolífico escritor, amante de la naturaleza, erudito sin medida, enamorado febril de las ideas, razonador de inteligencia fina y certera, desinteresado e independiente,

1 V Sanín Cano, El Humanismo y el Progreso del Hombre. Edit. Losada, Buenos Aires, 1.955, pág. 46.

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observante fiel de la consigna "renovarse o morir" y orientador optimista de la sociedad, aunque un tanto escéptico en el fondo. Escritores Ingleses No seguramente en su casa y tal vez muy poco en la de los padres de Antonio José Restrepo en Titiribí, donde "se le quiso como a un hijo y donde comenzó a brillar y a sorberse los idiomas extranjeros" 1, conocería el Maestro en su lengua original a los autores ingleses contemporáneos de su juventud o anteriores a ella. Tal vez le fué más fácil en su mismo Rionegro, pero en la biblioteca de Don Pedro Sáenz, que, por aquel entónces, estaba en manos de su hijo Don Francisco, “hombre cultísimo, educado en Inglaterra" 2. A juzgar por las mismas informaciones que se van desprendiendo de las páginas de sus artículos y libros, todos los grandes autores ingleses los tuvo con su aleccionamiento entre sus manos. John Keats, por ejemplo, fue muy de su admiración y alabanza, especialmente por su " Oda a una urna griega", la bellísima poesía que condensa en pocas palabras el ideal estético del poeta: “Belleza es Verdad y Verdad es Belleza. Eso es todo cuanto el hombre sabe, cuanto el hombre saber necesita". Ese encarecimiento lo ratificó con el curso de los años, cuando en su conferencia "Una gran aventura del arte" dijo estas palabras: " La expresión de nuestras emociones por medio de la línea, del color, de la piedra tallada, del sonido musical y de la palabra hablada y escrita cifra en su magnífica evolución lo mejor del alma humana y es el argumento supremo que tiene el hombre para justificar su paso por el planeta, entre pozos de lágrimas y

1 V. Benigno A. Gutiérrez, Ají pique, compil, de cartas de Antonio José Restrepo. Edit. “El Colombiano” de Medellín, 1.942, pág. 74. 2 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas, Ed. “Revista de América”, Bogotá, pág. 69

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charcas de sangre” 1; y lo confirmó también cuando, ya conocedor profundo del idioma inglés, dialogaba con Don Guillermo Valencia sobre la insuperable traducción que él hizo de esta Oda. Igualmente le fueron familiares los otros tres grandes paradigmas de la lírica romántica inglesa Shelley, Walter Scott y Byron. Por entre la diversidad de imágenes y de formas del primero experimentó saludables emociones y deslumbramientos; la prosa y la poesía del segundo lo llevaron por las leyendas y crónicas de la vieja Escocia y con el tercero conoció la gran agitación de un lirismo apasionado. No queda duda de que su curiosidad temprana en este sector de las letras británicas debió concretarse más a los escritores de la Era Victoriana, sobre todo a Ruskin, Huxley, Kipling, Walter Pater, Meredith, Stevenson, Thackeray y Dickens, con especialidad a este último. Se lo imagina uno como un verdadero old dickensians , como se llamaban los londinenses que cada semana aguardaban anhelosos un capítulo más de las novelas llenas de emoción humana , que a paso lento le iban editando al gran realista de esa segunda mitad del ochocientos. Ciertamente no fueron Meredith, con sus claridades y brumas filosóficas , ni Thackeray con sus incursiones por los salones suntuosos y sus atisbos en las inmoralidades aristocráticas , los victorianos de su mayor preferencia. Lo fue Dickens , autor leído en su casa y por sus contemporáneos y pintor de la vida miserable de los humildes, porque él sufrió los ataques y reciuras de la política de esos años , y porque él no conoció los refinamientos de ninguna realeza, sino la sencillez , las penas y las dificultades de las buenas gentes de Antioquia, esas que pasan por las novelas de Carrasquilla , como "San Antoñito", " El Padre Casafús " , " El Zarco " ,"Frutos de mi tierra " .

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, Librería Nueva, Editorial Bogotá, 1932, pág. 231.

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De esta época victoriana no puede callarse a Thomas Hardy . Rara vez lo cita don Baldomero, pero sí que debió encontrar en este último realista de tal época consonancias con su espíritu , pues, habiendo sufrido infortunios en sus mocedades, sin embargo se sobrepuso a ellos con valor y decisión de triunfo. De tarde en tarde se encuentra en sus escritos un rezumo amargo de la vida y en toda su obra bulle levemente una tristeza escondida pero entrañable , mas como Hardy , partía de la " positividad de lo negativo ", según la expresión de Charles du Bos 1 . “Mirando a lo peor, hacía su camino hacia lo mejor " , y si hubiera sido poeta habría escrito , al igual de Hardy, otro poema a la Vida , proponiéndole , como éste , que, vestida de fingido traje fastuoso, hiciera creer que la Tierra es un Paraíso a fin de incorporarse en su mascarada hasta la noche, en calidad de convencido . ¿ Y Bernard Shaw y Chesterton y Wilde ?. Aunque estos grandes hombres empezaron a destacarse cuando don Baldomero iba abandonando sus mocedades , con todo hubieran podido influír sobre él , porque aún su complicada formación espiritual no había concluído , pues fue ella de largo tiempo y de muchas exigencias . Pero no se advierte en el Maestro huella alguna de ellos, fuera de las citaciones que les hace. No obstante, andando el tiempo, Shaw sí lo atrajo con curiosidad visible, como lo veremos en páginas de adelante . El humor británico , que fue el distintivo del alto dramaturgo, en nada se asemeja al que hace en don Baldomero algunos atisbos, porque no le vino como don especial de nacimiento en atmósfera interior de gracia sutil y finamente sonreída y porque independientemente pudo desarrollar el muy moderado que le dio la suerte , durante los años de su vida en Londres. El sentido común , que comenta brillantemente en su libro Critica y Arte como uno de los visibles bienes de la inteligencia de Shaw, tampoco lo tuvo en forma llamativa, y lo que son los conocimientos generales, el dominio de la palabra, el poder de observación y el pensar por cuenta propia, las otras características de

1 V. Charles Du Bos, Aproximaciones, 4° y 5°, Ediciones Correa, 1.948, pág. 145.

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aquella personalidad, según su análisis, esas sí le fueron propias, pero independientemente de todo valimiento exterior.

Escritores Norteamericanos Con la pasión del conocimiento, que le fue tan constante, penetró don Baldomero en la literatura norteamericana, que, a pesar de la misma lengua, no es la inglesa, por diferencia muy grande de los dos pueblos que las representan y por la naturaleza física tan distinta que les dio el destino. Con su aguda capacidad de examen debió obtener noticias e ideas nada comunes de aquella literatura, que nació de las dos colonias de Virginia y Massachusetts, en tierras todavía en lo primitivo, de inmensas extensiones invioladas, de vida social en cierne, donde se presentaban cosas tan opuestas como la exclamación del Gobernador Berkeley de la primera, para dar gracias a Dios porque no había escuelas gratuitas ni imprenta, y la decisión de la segunda, que, por oposición a "Satanas, padre de la ignorancia", obligaba a cada núcleo de cincuenta familias a sostener una escuela, con miras al colegio de Harvard1 . Por las páginas de sus libros y de los artículos publicados en periódicos pasan muchos nombres que dicen de la atención que le merecieron aquellos escritores, voceros de un pueblo enérgico, poderoso, de gran confianza en sí mismo y de disciplina, abnegación y resistencia extraordinarias. De todos estos autores le atrajeron principalmente algunos, tales un Irving, primero de su orden; un Franklin, que con sus proverbios y sus memorias, su ciencia y su política, llenó tanto de la historia de su

1 V. Fred Lewis, Historia de la Literatura de los Estados Unidos, págs. 13 y 23.

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patria; un Emerson, "el sabio de Concordia”, formador del espíritu de sus conciudadanos; un Nataniel Hawthorne, " el genio más insigne que América ha dado a la literatura", según Fields; un Whitman el demócrata poeta de la fraternidad universal; o un Poe, voz del Viejo Mundo en el Mundo Nuevo. La sola short story, empleada desde lo antiguo, como se ve en la Biblia, en escritores de la Edad Media y del Renacimiento, en Boccaccio, Cervantes, Chaucer, Wieland, debió ser para el Maestro materia de especial estudio, pues ha sido expresión muy de los Estados Unidos, no solo como tipo de relato estético, sino como medio literario más ajustado a las condiciones de la nueva República, que le dió nacional desarrollo, y como expediente económico mejor para la difusión de las letras patrias , por lo cual recibió gran perfeccionamiento en lo estricto, lo mesurado y lo accesible, quizás más que en Francia, donde la nouvelle ha tenido cultivadores de la talla de Gautier, France, Maupassant, Flaubert, Balzac. Don Baldomero, ensayista por vocación debió detenerse particularmente ante los portavoces de este género, Irving, Poe, Hawthorne, Emerson, Holland, Warner y otros antiguos y modernos más. De todos sus reconocimientos en las letras norteamericanas nos ha dejado don Baldomero un corto pero estupendo aparte sobre Mark Twain, en el que discurre ágil y divertidamente acerca de la mentira. Ningún personaje mejor escogido por el maestro para tocar este tema que Langhorne Clemens, por la circunstancia que él anota de haber sido éste mellizo muy dificil de individualizar con su hermano, porque la despreocupación y la exageración fueron los fundamentos de su humorismo y porque, según uno de sus críticos, "ensartaba mentiras con apariencia de verdades" , en una obra extensa, de observación y muy amena. Escritores Alemanes

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Seguramente no han sido muchos los Colombianos que hayan sabido de la literatura alemana de su tiempo lo que alcanzó a saber don Baldomero por poderosa inclinación de su espíritu y hasta por la circunstancia de haber aprendido el alemán, no en la conversación familiar o con el pueblo, sino en revistas y libros de las letras tudescas, lo que lo llevaba a una concentrada y seria información de esa cultura y a un más completo conocimiento de ella. Ese estudio, doblado de perseverante consulta, abarcó la mayor parte de la vida del Maestro, porque lo inició en la primera juventud y porque sólo tuvo una relativa interrupción de doce años, cuando permaneció en Inglaterra, durante los cuales - lo dice él mismo - "trabajos filológicos apremiantes, las exigencias del periodismo cotidiano y la guerra mundial le cerraron el camino hacia las revistas y la producción literaria que iba apareciendo en Alemania". "La obligación de seguir atentamente la actividad de los periódicos y de los publicistas británicos, así como los de habla española, "le habían dificultado el trato con los autores alemanes contemporáneos". Su consagración a esta literatura durante tantos lustros fue realmente útil para la intelectualidad americana y más para la nuestra, pero el lapso que precedió a la guerra del 14 fue de cuenta mucho más apreciable, porque los finales del siglo XIX tuvieron como suceso nada menos que el nacimiento del Modernismo en Colombia. Hasta el fin de los abriles del Maestro y por mayor tiempo aún eran órganos de la mentalidad alemana, de sus publicaciones, el diario "Berliner Togeblatt " y varias revistas, algunas de las cuales le fueron muy conocidas. Entre las de mayor prestigio y ya citadas por la historia figuraban “Zucunft", "Simplissmus", “Hochland", "Jugend" y "Deutsche Rundschau", que también difundía literatura italiana. Por ellas y por algunas obras que pedía a las librerías europeas pudo estimar y sentir el realismo de Max Halbe en sus dramas; el vigor de Liliencron; el naturalismo de Hollz, Hauptmann y Bierban en sus novelas; y la elevación del pensamiento y la pureza de la forma en la obra literaria de Sudermann, Dehmal y Teodoro Fontane. Pero de

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todos, después de Goethe y Heine, quizás le fue más conocido, por sus estudios filológicos y de bellas letras, el sabio y erudito Mommsen, a quien cita reiterada y elogiosamente, como en sus páginas sobre Carducci. Fue de particular interés para don Baldomero que cuando él intensificaba más su ilustración en la cultura alemana ésta se encontrase fuertemente influída por Rusia y Escandinavia. Dice Veit Valentin en su Historia que aún se advertía en esa cultura el espíritu francés, visible primero con Flaubert, luego con Maupassant y finalmente con Zola, pero que comenzaba a desaparecer, porque el capitalismo dominante y poderoso ya sufría la acción de las ideas socialistas servidas de los medios artísticos que venían de las estepas orientales en las alas de los periódicos y obras literarias, como las de Dostoievski, Turgueniev, Tolstói y Gorki 1. Y dice también Valentin que por muy largo tiempo el maestro de escuela, el boticario y el ingeniero alemán prestaron sus servicios a los rusos y que ahora éstos, con sus publicistas, retribuían tales servicios. Coincidía este movimiento ideológico con otro muy importante también llegado del Norte, en los libros de los noruegos Ibsen, Björson y Hamsun; de los suecos Strinberg y Selma Lagerlöff; y de los daneses Jens Peter Jacobsen, por muchos motivos ilustre, Hpeffding, filósofo , pensador y novelista, y el de gran valía Jorge Brandes, que desde Berlín lanzaba al mundo muchos de sus escritos. Todos estos autores contribuyeron a darle mayor valor a la intelectualidad humana, sobre todo Ibsen, quien con la energía de su espíritu y con sus ideas políticas y morales debilitó en parte el predominio burgués de ese gran pueblo. Por los caminos que entraban a Alemania pudo el Maestro trasladarse a Rusia para familiarizarse con sus famosos escritores, especialmente con Dostoievski, en quien penetró más profundamente; llegarse también a Austria y conocer, entre los de allá, a Rilke, el místico de lo misterioso y sobrenatural , y a Bartsch, el de sentimiento y pasiones hondas; y preferentemente irse hasta Dinamarca para encontrarse con

1 V. Veit Valentin, Historia de Alemania, pág. 571.

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Brandes, sin duda, como lo repetiremos posteriormente, el hombre de más influencia en su tarea de crítico y escritor. Mas ningún autor alemán fue para don Baldomero de significación semejante a la de Nietzsche, apenas medianamente conocido entonces en España, mediante el libro de Lichtemberg, según palabras de Azorin1. El Maestro mismo lo da a entender en Crítica y Arte, en las páginas dedicadas a Coudenhove Kalergi. Después de afirmar que la lectura de las primeras estrofas de un libro de versos en castellano bastaba para saber si había sido escrito antes o después de Darío, por el influjo que éste había ejercido sobre la lírica española, estampa estas palabras sobre Nietzche, a quien llama "meteoro" y "fuerza luminosa de la naturaleza": "En todos los aspectos de la vida, en todas las funciones espirituales, en la filosofía, en el arte, en la enseñanza palpita manifiesta o latente la influencia de ese renovador de las corrientes vitales a quien D'Annunzio cantara bajo el título imponente de 'Un destructor' . La huella de su paso por la vida y las letras alemanas se advierte en las obras que nacieron en la tierra desnuda y labrada por su arado milagroso ". No hubo institución ni civil, ni eclesiástica, ni cultural que no sufriera la acometida de esta voluntad nueva, inspirada e inclemente, bellamente vestida y seductora de la juventud del orbe. La crónica de los días registró esta conmoción espiritual como un sismo del pensamiento. El mundo del superhombre brillaba en una aurora fascinante. De nuestros hombres colombianos, los de arrojo, de mentalidad intrépida e ilustrada, con ideas sin fuerte vinculación a principios de firmeza eterna, entraron en esta ola temeraria e impetuosa, que carecía de propósito definido y práctico. Quienes los leyeron y, más que todo, quienes hablaron con ellos, pudieron darse cuenta del cambio que sufrían el sentimiento de la piedad, el concepto benigno de las masas,

1 V. Azorín, Obras Selectas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1952, pág. 25.

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el militarismo, la medianía popular, la caridad generosa e igualitaria del Cristianismo. Como don Baldomero traía desde su infancia ideas morales y políticas muy definidas no participó mayormente del sustrato filosófico de este reformador. No era, como este adalid del yo trascendente, un espíritu arrebatado, sino un espíritu paciente; no un visionario, sino una persona templada y circunspecta, de actividad en armonía con los movimientos primordiales de la existencia. De los dos animales de la gruta de Zaratustra, no se quedó con el águila, símbolo del júbilo y de la embriaguez del yo, apartada de la multitud en cumbre solitaria; se quedó con la serpiente sagaz, serena y enemiga de la resonancia y el estrépito. Pudo haber tomado del filósofo y poeta el impulso de poner en marcha las ideas, la atención por los valores morales, una mejor idea de la civilización, el criterio de oposición a su época, el rechazo de los prejuicios existentes, la necesidad de una nueva estética y el empeño de darle fisonomía propia a nuestro carácter. Quizás en todo esto se encuentre parte de la génesis de nuestro Modernismo. No se puede finalizar este apuntamiento sin hacer figurar los nombres de Max Nordau y Enrique Heine, otros dos autores muy conocidos del Maestro. Nordau le llamó la atención, como se ve en la página que sobre él escribió en el libro El humanismo y el progreso del hombre, por sus afirmaciones y conclusiones acerca de las "mentiras convencionales" de la civilización, pero, especialmente sobre los accidentes neuropáticos de las literaturas, con excepción de la alemana, pues el tema se entró sin duda, como extraño personaje, en el huerto de don Baldomero. Mas la atención mayor fue para las obras de Heine. Su poesía tan densa, plástica, espiritual y alegórica, tan cercana por la altura a la de Goethe, seguramente que participó en la formación del discernimiento crítico del Maestro, cuyas frases calurosas sobre el poeta, a quien consideró casi como su contemporáneo, le hacen creer a uno que, en las orillas del Rin, en las aldeas o en los hogares de Alemania, hubiera

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oído cantar la composición más difundida de éste, el lied de la Loreley. Escritores Italianos Todas las literaturas fueron de instancia cuidadosa en el Maestro y entre ellas la italiana, para cuyo estudio dominó su lengua. Seguramente, como elementos de información pasaron por sus manos los Studies of the eighteenth century in Italy de Vernon Lee y la obra general sobre Italia de Mariotti. Los conocimientos filológicos que tuvo le permitieron desentrañar la trascendencia de aquella literatura desde los orígenes, desde que el toscano, "el suave bastardo latín", empezó a ser idioma literario con los primeros escritores, tales Guido Guinicelli , Guittone di Arezzo y aun el mismo San Francisco de Asís con su "Canto de las Criaturas". En efecto, este toscano era nueva modalidad del latín vulgar, que ganaba singularidad y categoría, como lo fueron haciendo el provenzal y las demás lenguas romances. Lo demostraba Petrarca, quien se expresaba en ambas lenguas, como si fuera cada una la propia. Pero el Maestro no escribió nada de consideración sobre las figuras sobresalientes del pasado de aquella lengua ya con los caracteres del italiano, como Dante, Tasso, Petrarca, Silvio Pellico, sino que, según sus libros, dedicó el mayor interés a las de su tiempo o a las muy próximas a él, v.gr., Manzoni, Leopardi, Carducci y D'Annunzio. De Manzoni dice que su obra I Promessi sposi le proporcionó la primera emoción de belleza literaria y de viva realidad humana. Hasta antes de la muerte de Silva el nombre de D´Annunzio sólo era conocido en Bogotá y probablemente en Colombia, de aquel gran poeta nuestro, de Sanín Cano y de muy pocos intelectuales más . Después de aquel doloroso acontecimiento ese nombre se difundió en el país con el de El triunfo de la muerte, la novela encontrada a la

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cabecera de tan ilustre desaparecido, y, como lo recuerda Guzmán Esponda en la "Página Literaria" de "El Tiempo" de 10 de Marzo de 1963, la generación del fin del siglo leyó la obra danunziana con especial gusto y atención en las magníficas traducciones francesas de G. Herelle. Silva y el Maestro no solo comentaron la elevada concepción de la belleza en D'Annunzio y su exuberancia lírica, que contrasta con el arte refinado y contenido de Carducci, sino que estudiaban sus formas métricas, especialmente su rima nona, afortunada conjunción de la octava italiana y de la estancia inglesa spenseriana, según los críticos. Y esos comentarios del Maestro con sus amigos ilustres se intensificaron más tarde cuando don Guillermo Valencia entró en escena, a su llegada primera al Congreso de la República. Entre éste y aquél se estableció una de las más fecundas y entrañables amistades que se hayan visto en Colombia, y, como comentaremos más adelante, no parece errónea la suposición de que, andando el tiempo, hubo más de un diálogo entre el vate caucano y el crítico antioqueño sobre las traducciones de las poesías de D'Annunzio que se ven en Ritos, “Pánfila", "Mujeres", "Un sueño", "Animal triste" y “Las manos” y aun sobre las posteriores "Exhortación", "A Dante" y "En la muerte de una obra maestra". Ambos dominaban el italiano y debieron cambiar ideas acerca del traje de Castilla que tomaban los sonetos y los romances-baladas de aquel escritor y poeta que conmovía a sus lectores con sus versos y con sus novelas, como El Fuego, Las Vírgenes de las Rocas y la citada El triunfo de la muerte. No celebrarían poco los aciertos de esas traducciones tan felices, cuales los logrados en " Pánfila", "Las manos" y "Mujeres", donde el castellano suaviza, adelgaza, afina y acrece sus sonoridades, sus ritmos y su expresión en la genial e inspirada lira payanesa. Mas, de su tiempo, el poeta preferido por don Baldomero fue Carducci. Nadie lo conocía. Encontró su nombre -lo dice- en el prólogo de Núñez de Arce a los "Gritos del combate" en 1880, por el delicado espíritu y desventurado escritor Adriano Páez, de patriótica memoria"

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301. Y sin vacilar pidió al exterior las Rime Nouve en la edición de Zanicheli. Sus páginas sobre él declaran la preferencia que hemos apuntado. En ellas se lee lo que dijo Brandes sobre el modo como se revela el autor en sus escritos: "Cuando el hombre deja a la posteridad, como Shakespeare, treinta y seis obras dramáticas, una serie de sonetos y dos o tres poemas de cierta longitud, es culpa de la posteridad y de los críticos si de esas obras no se logra destilar el alma y descubrir los hechos principales en la vida de quien los hizo". Muy posiblemente un espíritu sagaz y sutil podría hacer un análisis semejante en toda la obra del Maestro. Y lo que expresó sobre Carducci sería de utilidad, porque cuánto se guardó él de sí mismo. Aunque sea una reiteración, volveremos a tocar este punto en páginas que vienen. Estas líneas apenas saben nada de los días de don Baldomero Sanín Vera, pero hay en los apuntes sobre la vida hostigada del padre del poeta italiano un matiz sentimental tan perceptible que uno puede sacar la conclusión de que este don Baldomero padre sufría también la persecución oficial de usanza en muchos lustros de nuestra historia. La verdad de ella se advierte en la injusta negativa de una beca para su joven hijo, menor de quince años, vencedor en los exámenes de prueba para ella, porque el agravio no se ejercía propiamente sobre el niño solicitante del beneficio, sino sobre el autor de sus días, persona ejemplar, cuya única tacha era estar en desacuerdo con las ideas políticas dominantes en el Gobierno. Ese mismo matiz sentimental que hay en las páginas sobre Carducci y cierto resentimiento que se vislumbra en ellas le permite a uno pensar que, al igual de éste, también, por sentirse deprimido, era rebelde el Maestro, como en efecto él lo declara; en que las hostilidades contra su padre y contra él mismo lo hicieron valeroso y le indicaron el derrotero de su espíritu; en que las privaciones le obligaron a buscar la subsistencia en el magisterio, le acercaron a la naturaleza y le acentuaron la vida de estudio en un retiro social obligado, pero admitido y aprovechado con inteligencia; en que, debido a la intervención del clero en las luchas de los partidos nació en él un

1 V. Baldomero Sanín Cano, Tipos, hombres e ideas, pág. 75.

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rechazo a esa conducta y al fanatismo religioso; en que todas estas circunstancias le estimularon y acendraron su oposición a cuanto contrariase los fueros de la ciencia, de las ideas, de la libertad y de la vida. Hay cierto gusto en la expresión del juicio de don Baldomero sobre Carducci y es en cierto modo explicable por perfiles de semejanza en sus existencias: los tropiezos juveniles de ambos, su afecto a las letras, su interés en la posesión de otras lenguas, su inclinación hacia los estudios filológicos, la erudición, el sentido histórico y la conciencia literaria que los hizo críticos de cualidades excelentes. Gran complacencia manifiesta el Maestro en anotar que el eximio poeta llevó a la literatura de su patria elementos nuevos en remplazo del romanticismo, con revivificaciones de lo clásico, creando un estilo lleno de viveza, moderación y claridad, en el que se une lo moderno con lo helénico. "El poeta máximo en lenguas modernas - le llama-, cantor de sus iras y miserias en la forma seguramente más elevada y más profunda de que hay noticia en la era cristiana". Muy atento lector fue también don Baldomero de los otros autores de su tiempo. A juzgar por sus obras, Leopardi, aunque muy anterior, pero siempre presente, le atrajo notoriamente. Y ello es muy razonable por su doble valor de poeta y filólogo, por el esmero de su corta obra escrita, por sus precoces y extraordinarias facultades, por su índole rebelde y por la inmensa amargura y pesimismo de su espíritu. Creía con "el genio moderno más grande de Italia ", como él lo proclama, que una prosa perfecta es más hermosa y difícil de alcanzar que la poesía de igual condición 1. Fogazzaro, con su esperanza y su fe; Ada Negri, con los ecos de los desheradados; Matilde Serao, con el sacudimiento popular de sus novelas; De Amicis, con su pensamiento puro y delicado y sus descripciones bellas; Lombroso, con sus estudios de psicología criminal; Ferrero con sus trabajos de sociología e

1 V. Ricardo Garnett, Historia de la Literatura Italiana. “La España Moderna”, Madrid, pág. 391.

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historia; Benedetto Croce, con su estética honda; y muchos más, son nombrados en sus libros. La generación del 98 No es posible dejar de lado en la contemplación de este gran espectáculo espiritual lo que se ha llamado la Generación del 98 en la Península. Pocas veces se presentará en España un conjunto de hombres tan salientes en las letras como los que figuraron en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX. Ha habido la costumbre de no incluír en esta Generación sino a Don Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja, Azorín y Antonio Machado. Pero no son pocos otros nombres ilustres en alto grado que concurren como pertenecientes a ese tiempo, entre ellos Ganivet, Peréz Galdós, Valera, Menéndez Pelayo, Ramón y Cajal, Altamira, Benavente, Rodríguez Marín, Maeztu, Pereda, Ortega y Gasset, Linares Rivas, Gabriel Miró, Emilia Pardo Bazán, Manuel Bueno. En el último lustro del siglo XIX sólo aparecieron de los cinco grandes representantes de esta Generación del 98 unos ensayos de Don Miguel de Unamuno y Femeninas y Adega de Don Ramón del Valle Inclán. Entre tanto se abrían camino las obras de Galdós, Doña Emilia Pardo Bazán, Palacio Valdés, Núñez de Arce, Ferrán, Bartrina, Emilio Ferrari, Alarcón, Pereda, Menendez y Pelayo, Valera, Clarin, Bobadilla, y , en lo científico, la llamada Textura del Sistema Nervioso, de Don Santiago Ramón y Cajal 1. Al lado de todas éstas y cortejadas por el éxito circulaban las foráneas Así hablaba Zarathustra, de Nietzsche; los Siete Tratados, de Don Juan Montalvo; Quo Vadis ?, de Sienkievicz; Las Ciudades Tentaculares, de Verhaeren; Teatro en Verso, de Hofmannsthal.

1 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas , págs. 38 y 39.

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Todos estos libros debieron ser regocijo del Maestro, especialmente los de Nietzsche, Montalvo y Hofmannsthal. Ya en las primeras décadas de esta centuria se publicaron producciones de todos los escritores del 98, así como numerosas de autores extranjeros, cuales las inglesas de Tagore y T. S. Elliot; las francesas de Peguy, Claudel, Romain Rolland, Paul Valéry; las alemanas de Rilke y Thomas Mann; la italiana de Croce; y las rusas de Tolstoi, Chéjov, Gorki, Lenin y Stalin. Como sólo sí lo hizo acerca de Fray Luis de León en vista del lirismo judaico, no escribió Don Baldomero ensayo conocido sobre ninguno de los grandes españoles de la Generación del 98, que fueron todos o casi todos señalados periodistas. En cambio sí se ocupó de los escritores de otros países, mostrando cierta preferencia por ellos, sin duda con el ánimo de extender los conocimientos sobre literaturas extrañas, así en Colombia como en toda la América Latina. Mas no quiere decir esto que fuera poca su curiosidad por las letras españolas, con las que estuvo muy en contacto cuando residió en Madrid en los años 22 y 23, unido amistosamente a los hombres de mayor valía. Es de suponerse, por ejemplo, que tuvo ocasión de conversar varias veces con don Miguel de Unamuno, tal vez en el Ateneo de Madrid o, más fácilmente, en la plaza Mayor de su Salamanca, sitio preferido de sus diálogos personales e ingeniosos. Aunque en la obra de don Miguel se advierte el ascendiente de Nietzsche y Ganivet, dos de los autores más predilectos de don Baldomero, y que tenía un terrado espiritual muy suyo para observar y considerar las ideas y las cosas, punto que éste estimaba en alto grado, con todo, probablemente, le atrajeron más en él su formación espiritual influída por lo inglés, lo alemán, lo danés y lo italiano, su muy saliente modernismo y su faz abierta de ensayista. También le atrajo visiblemente Ganivet por su Idearium; por su Granada la Bella; por sus Cartas finlandesas de tanto valor periodístico; por sus estudios críticos sobre literatos rusos, daneses y suecos; por el brío y la intrepidez de su pensamiento; por su humorismo; por su ingenio; y por su prosa sencilla , concisa, enérgica, brillante y vulgarizadora de enseñanzas.

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Otros que también recibieron del Maestro miradas de cierta fijeza fueron Antonio Machado y José Ortega y Gasset. La poesía transparente de Machado le atraía, así como su vida, quizá a causa de algunos sufrimientos de ambos, por lo que él también hubiera podido decir: “Converso con el hombre que siempre va conmigo”. Su simpatía por Ortega y Gasset parece natural, porque uno y otro fueron periodistas, porque coincidieron sus dos inteligencias en el poder de comunicación, en el estilo noble y depurado, en el discernimiento de los valores de la vida y en la indagación de ideas modernas por extrañas latitudes, rechazando la sumisión a principios añosos en sus respectivos países, para dilucidarlas y desenvolverlas en las mentes mozas y en las polvorientas de muchos americanos y españoles. En el interés del Maestro por la Generación del 98 no debe menospreciarse la circunstancia de lo que fue el Modernismo en ella. Numerosos escritores hispanoamericanos y españoles se han ocupado de este tema, con la natural diferencia de sus posiciones culturales y geográficas. El Modernismo fue una renovación hispanoamericana, estimulada por las ideas filosóficas nuevas de la experimentación y el naturalismo y determinada por el ansia de manifestaciones estéticas distintas de las agotadas existentes, que buscó y encontró formas inéditas y de mayor actualidad en la expresión de las letras castellanas. Y con algunas reservas admiten los españoles que este movimiento, a cuyo nacimiento y desarrollo prestó América suelo y hora propicios, se haya extendido a España, donde -como lo apunta don Baldomero- “fue causa de un renacimiento de la poesía lírica y fecundó inteligencias y temperamentos poéticos de singular fecundidad y relieve” 1. Sostienen ellos que en la Península existía un descontento ideológico en las postrimerías del pasado siglo, pero que ese descontento era de la situación del ser mismo de España, del estado de su verdad profunda y no propiamente de lo relacionado con lo Bello. Primeros voceros de

1 V. Sanín Cano, Letras Colombianas, pág. 181.

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este descontento fueron el gran maestro y panenteísta Giner de los Ríos, el impetuoso polígrafo Joaquín Costa y Ganivet, el intelectual insigne 1. Esto es verdad, pero fue necesario que la onda espiritual y jubilosa originada en el Nuevo Mundo llegara hasta la sobriedad fértil de Castilla para que el cambio deseado se cumpliera. Y fue la Generación del 98 la que lo hizo, pese a su explicable cautela o desvío. Unamuno, uno de los menos deferentes con el recién llegado suceso, de varios modos reconoció la influencia americana, como en su sonado artículo “¡Hay que ser justo y bueno, Rubén!”. Contra lo que han sostenido algunos, sí hubo en América un motivo propio y terrígeno para ese cambio, como lo expresó Martí con el vigor de su palabra: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”. El significó para este lado del Atlántico la plena independencia literaria, la originalidad propia y la conciencia de su realidad, como también su expresión moderna y ecuménica. Claro está que el Modernismo utilizó para surgir fuentes exóticas, pero a este respecto Rafael Ferreres, en un estudio sobre el particular, escribe estos párrafos: “Según Don Pio Borja, en Divagaciones apasionadas (1.924) Benavente se inspiraba en Shakespeare, en Musset y en los dramaturgos franceses de su tiempo; Valle-Inclán en Barbey d’Aurevilly, D’Annunzio y el caballero Casanova; Unamuno, en Carlyle y Kierkegaard; Maeztu, en Nietzsche y luego en los sociólogos ingleses; Azorín, en Taine, Flaubert, y después en Francis James". "Yo dividía mi entusiasmo entre Dickens y Dostoyevski ...". Hablando de sí mismo escribe Baroja en Familia, infancia, juventud, cómo a través de los años se apasiona por Julio Verne, Dumas, Eugenio Sue, Balzac, Jorge Sand, Baudelaire, Stendhal.

1 1 V. Homero Castillo, ob. cit., págs. 23 y siguientes

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A su vez, Azorín, en Clásicos y Modernos, añade a Baroja la influencia de Poe y de Teófilo Gautier. Sobre los demás escritores de su tiempo, está casi de acuerdo con lo expresado por don Pío. "Sobre el afrancesamiento de Azorín , sobre su considerable empleo de galicismos, existe el extenso estudio que le dedicó Don Julio Casares en Crítica profana, en donde hay párrafos como éste: "La admiración desmedida por los escritores franceses, especialmente por Flaubert, le lleva a reservar más de dos páginas, de las ocho escasas que dedica a Fray Candil, para emplearlas de citas en francés" 1. ¿No era esto de suma importancia para el Maestro? Escritores Latinoamericanos Incluyendo a Colombia, cuyo comentario ligero haremos más adelante, grandes debieron ser la admiración y el contento de don Baldomero ante el panorama espiritual de América por los días de su juventud y de la edad madura. Como si su ser físico no hubiera desaparecido hacía poco en Santiago, transmudándose en la gloria, Don Andrés Bello, mayor en edad que sus compatriotas de fin de siglo, confundía su nombre en Venezuela con los de Cecilio Acosta, Aristides Rojas, Rafael María Baralt, Manuel Díaz Rodríguez, Blanco Fombona, Julio Calcaño, Andrés Mata, Picón Fabres, José Rafael Pocaterra. En esos años y en México sobresalían las figuras de Justo Sierra, Alfonso Reyes, Manuel Acuña, Amado Nervo, De Icaza, Urbina, Peza, González Martínez, José Juan Tablada, Gutiérrez Nájera; en Cuba, la voz encendida y creadora de Martí presidía las de Hernández Catá, Aramburo y Machado, José de Armas, Del Casal, Emilio Bobadilla; y, yendo en rápido vuelo al Ecuador, junto a la sombra histórica del ilustre Olmedo, se erguía el prestigio de otros, cuales Montalvo, Mera y Gonzalo Zaldumbide.

1 V. Homero Castillo, ob. cit. , págs 50 y 51.

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Estando todavía en el Norte, se percibían los nombres más septentrionales de Arévalo Martínez, Gómez Carrillo, Martínez Sobrat, en Guatemala; de Juan Ramón Molina, en Honduras; de Eugenio María de Hostos, en Puerto Rico; de Tulio Manuel Cestero y Pedro y Max Henríquez Ureña, en Santo Domingo; y de García Monge y Brenes Mesén, en Costa Rica. En el Perú los servidores de las Letras eran muchos y en ellos podía uno distinguir a don Ricardo Palma, Chocano, Manuel González Prada, Mariátegui; a los más jóvenes José Gálvez, Ventura y Francisco García Calderón y casi que al mismo Luis Alberto Sánchez. Descendiendo un poco al Sur, en Bolivia detenía la atención del observador un grupo valioso de escritores y poetas, como Nataniel Aguirre, Alcides Arguedas, Tamayo Franz, Gregorio Reynalds, Jaime Freire, Díez de Medina. Y ya más al Mediodía, en las apartadas latitudes del Continente, sorprendían al viajero curioso las recíprocas influencias culturales entre Chile, el Uruguay y la Argentina. En efecto, hay que seguir de cerca en la historia la dictadura de Rosas desde 1835 hasta 1852 para asistir a la evasión de Alberdi, Mármol, Mitre, Tejador, Cantilo, Frías, Echeverría, Domínguez, Rivera Indarte, Juan María Gutiérrez, los hombres del espíritu y la libertad en la Argentina, hacia la vecina y acogedora Montevideo, para convertirla, con su concurso, en nueva, sagrada y transitoria sede de la cultura de su patria. No era de muy elevada significación la categoría espiritual de Montevideo por esos días, pero con la llegada de estos escritores cobró altura, de modo que pasada la primera década, ya era importante centro intelectual del Continente 1.

1 V . Rodó, El Mirador de Próspero, Edic. Cervantes, Barcelona, 1928, págs. 341,344, 345, 372, y 373 ( 3° edición)

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Sobrevino luego la posición amenazante de las fuerzas de Rosas contra el Uruguay, y entonces los desterrados bonaerenses tuvieron que asilarse, transmontando la Cordillera, en la capital de Chile y en Valparaíso. Les precedió Sarmiento, cuyo Facundo publicaría por primera vez "El Progreso", periódico de esa tierra hospitalaria. Del mismo modo que en el Uruguay, la cultura chilena recibió estímulo e impulso con los notables refugiados argentinos, que publicaron libros, poesías, ensayos numerosos e incontables artículos sobre temas científicos, históricos y literarios y que aun llegaron a la dirección de los periódicos, como Faustino Sarmiento de "El Mercurio". Y con la asistencia de ellos empezó a desarrollarse en este país, tan definidamente intelectual, el romanticismo apenas en comienzo, una mayor independencia del juicio público e individual y el sentido y la conciencia de lo americano en su naturaleza y en su historia, considerado por Bello y ya iniciado por Humboldt y Chateaubriand. De manera, pues, que Chile, el Uruguay y la Argentina vinieron a formar hacia mediados del siglo XIX un bloque austral del pensamiento, que fue haciéndose menos aparente con el cambio de las circunstancias políticas y sociales, pero sin que desaparecieran completamente sus influencias recíprocas. Así, dentro de esas relaciones, sobresalieron a fines de esa centuria y principios de la actual personalidades literarias tan conocidas como Herrera y Reissig, Zorrilla de San Martín, Carlos Reyles, Manuel Bernárdez , Horacio Quiroga, Frugoni, en el Uruguay; Lastarria, Amunátegui, Errázuri, Carlos Pezoa Véliz, Pedro Prado, Gabriela Mistral, Mariano Latorres, en Chile; y Alberto Ghiraldo, José Hernández, José Ingenieros, Ricardo Güiraldes, Rodríguez Larreta, Rafael Obligado, Calixto Oyuela, Roberto José Payró, Leopoldo Lugones, en la Argentina. Tan destacadas personalidades y en número tan crecido fueron el espectáculo espiritual del Maestro en el escenario inmenso de América, cuando su mente podía recibir mayor asistencia ajena. ¿ Y cuál fue ella? Imposible señalarla. Una inteligencia así de trabajada y

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de enriquecida y una prosa así de consistente, pura, sencilla y clara, como las de él, no se consiguen sino merced a una acción acertada y profunda de lecturas, estudios y adiestramiento prolijos y esmerados. Estas influencias las recibió don Baldomero principalmente en los años de su vida en Rionegro y Medellín, en los primeros de estancia en Bogotá y en los de su permanencia siguiente en Londres y Buenos Aires, siendo todavía receptor y contemplativo. Por supuesto, la información literaria acerca de todos estos países debió ser mucho mayor respecto de la Argentina, por su oficio de periodista en “La Nación”, por su posición intelectual reconocida allá y, principalmente, por la valía y mérito de los hombres que siguieron a la generación libertadora de esta República. No debieron ser de poca atracción para él el clasicismo fiel de Florencio Varela, el romanticismo y poesía abierta y libre de Esteban Echeverría, la espontaneidad de Félix Frías, la frase segura y ágil de Carlos Tejedor , la vida ciudadana y múltiple del ensayista del Facundo, el lirismo imaginativo de Mármol y, por encima de todo, la equilibrada y vibrante figura de Juan María Gutiérrez, el de los ensayos sobre Rivadavia, San Martín y Echeverría, que con actividad creadora elevó la cultura de su tierra natal. Mas siendo hombre de vigilada y completa información literaria, no podía el Maestro desconocer los valores espirituales del Brasil. Desde los primeros tiempos de su juventud los vio destacados como sus contemporáneos en aquel país inmenso, con mayor razón desde Europa y más aún desde la cercanía de la República del Plata. Muchos debieron serle familiares, tales Olavo Bilac, Alberto de Oliveira, Raymundo Correa, Bernardino Lopes, Joao de Cruz e Sousa, Ruy Barbosa, Joaquín Nabuco, Machado de Assis, Manuel Antonio Almeida, Mario de Andrade, Aloisio Azevedo, Castelo Branco, Euclides Da Cunha, Graça Arana, Ingles de Souza. A algunos de ellos los nombra en sus escritos. Al llegar aquí hay que apuntar que la mayor atención y miramiento para el Maestro en las letras americanas que contemplamos y en relación con el Modernismo en Colombia, que él presidió, fue el

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advenimiento de la poesía de Rubén Darío y del pensamiento y del mensaje de José Enrique Rodó. El surgimiento de Darío fue para don Baldomero sensacional y aplaudido acontecimiento, y así tenía que ser, porque pocos de nuestros jóvenes escritores de la época estaban como él, adalid de una nueva estética y revolucionario además, en capacidad mejor para apreciar la obra reformadora del insigne vate que descubrió una presentida y deslumbrante faz de la belleza y que convirtió las palabras en finos instrumentos musicales, con los que, mediante originales métodos, instrumentaba la sonatina de un madrigal u orquestaba la sinfonía de una oda en gran riqueza de ritmos, dándole al castellano una poesía moderna y una presencia más actual a la cultura hispánica. Cuando se abre y esplende la aurora del siglo XX en América‚asoma Ariel, entre sus luces. El precioso libro de Rodó trae un mensaje de generosidad, de nobleza y de optimismo, que llama a la exaltación de la inteligencia y de sus altos valores; al culto de la Belleza, de la gracia, de la armonía, de la libertad, de la justicia, de la tolerancia; a la práctica de los principios clásicos y humanos griego y cristiano; a la lucha por el predominio de los intereses del espíritu sobre el utilitarismo arrollador de Norteamérica. Acompañaron a Rodó en este mensaje Darío, con sus Cantos de vida y esperanza, y Lugones, con sus Odas seculares 1. Como todo intelectual de principios de este siglo, don Baldomero vio en Rodó a un gran maestro que se imponía como director espiritual de la juventud de América, propulsor de una filosofía fervorosa, de un idealismo extendido a muchos campos de los intereses humanos, y asistió a la entusiasta acogida que las bellas páginas de Ariel tuvieron entre nosotros , reforzada por el sentimiento que nos produjo el atropello norteamericano de 1903, cuando se nos arrebató el Istmo de Panamá . Tal acogida se manifestó en una efusión general y en numerosos artículos elogiosos, procedentes de los escritores que

1 V Estudios críticos sobre el Modernismo, pág. 266.

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brillaban ya o de los que apenas se percibían como pertenecientes a lo que más tarde se llamó la Generación del Centenario, que asimiló esas páginas y les dio vida de lucimiento en Colombia. Y con todo esto, fuera de algunas cortas alusiones de encarecimiento, nada de importante escribió el Maestro sobre tan señalado suceso cultural, no obstante haber sido Rodó apóstol de lo bello, de lo espiritual y de lo bueno, liberal doctrinario y partidario del positivismo científico y del escepticismo filosófico. ¿Acaso sería que el Maestro, con anticipación, ya pensaba en un humanismo social, dinámico, biológico si puede decirse, en una organización comunal práctica, en una realidad tangible alejada del estetismo puro ? En su excelente conferencia titulada "Una gran aventura: el Arte", sin nombrar a Ariel, expresa algunas ideas enteramente acordes con este libro y hasta hace una radiografía de Henry Ford, tan legible en sus claridades y sombras, que quien la ponga frente a su inteligencia encontrará exactas, dentro de aquel carácter, estas dos afirmaciones de esas páginas: "poseemos una sociedad en la que lo esencial es el dinero " y " vivimos una época de industriales y hacendistas ". Pero, como si el aliento de Rodó moviera su pluma, escribe este párrafo de esperanza: " La civilización he dicho, no la cultura, porque no quiero hacer insinuaciones pérfidas sobre una época digna de conmiseración por lo mismo que en ella se distinguen apenas los relámpagos fugitivos de una lámpara espiritual que parece como si fuera a extinguirse. No se extinguirá sin duda, porque el género humano desacreditado en la más horrible y más ignominiosa de las empresas suicidas, parece conservar todavía en hogares aislados el concepto de la verdadera cultura. Hay todavía un Brandes que, representando el fulgor de una época de florecimiento en todas las nobles actividades del espíritu, echa sin descanso en la trémula hoguera de la cultura contemporánea algunos haces de leña del pensamiento; hay todavía un Bertrand Russell capaz de denunciar ante una nación de sordos el abismo a donde se precipita el alma sórdida de un mundo sin honor; hay en Alemania, en Francia, en Italia, en España, espíritus de segundo orden no menos valerosos y convencidos que aquellos de quienes el mundo espera una

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obra de apostolado fervoroso para torcer el rumbo de un hado adverso " 1. Mas las delicadas y cautivantes ideas de Ariel, como es natural y pese al beneficio, nobleza y sinceridad de ellas, han ido cediendo paulatinamente al empuje dominador del pragmatismo utilitarista de Willian James y de las corrientes políticas y sociológicas que prosperan en el mundo, y hoy, en todo el Continente nuestro predomina la medianía democrática, el reino de la cantidad, del número, y ya es un hecho el sometimiento de muchos núcleos de población al yanqui poderoso y admirable, de grandeza dominadora, bien en sus costumbres, bien en su religión, bien en su lengua y bien en su pensamiento, con una lastimosa declinación de la propia dignidad, altivez y libertad. Quedan aún, es verdad, gentes que todavía se acogen al mensaje del uruguayo eximio, aunque no lo encuentren del todo procedente en estos días del homo cupiens, como dice el Maestro, y del tiempo, del espacio, de la física, de las finanzas y de las dificultades económicas. Escritores colombianos Pero si es destacada la posición de los hombres de letras de fines del siglo XIX y principios del XX, que hemos considerado, pertenecientes a diversos países, no lo es menos la de los de Colombia en el mismo tiempo, actores y espectadores de una gran transformación literaria y aún cultural, amigos casi todos del Maestro y primeros en ejercer sobre él un influjo de orientación y adelantamiento. En un estudio muy inteligente de Abel Naranjo Villegas sobre el aspecto de las generaciones en la historia de nuestro país califica de

1 Sanín Cano, Crítica y Arte, págs. 250 y 251.

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"Generación clásica" a la que figuró entre 1880 y 1905 y de "Republicana" a la de igual carácter entre 1905 y 1920 1. Ciento cincuenta y dos nombres recoge Naranjo Villegas, con muy buena apreciación, como representantes de estas dos generaciones, ochenta y cuatro de la primera y sesenta y ocho de la segunda. No hay que dudar de que don Baldomero se acercó al espíritu de todos, pero con mayor provecho solamente a algunos. Señalarlos con precisión seria muy difícil. No obstante se pueden citar, evocados por el Maestro aun repetidamente en lo extenso de su obra, los nombres de Andrés Posada Arango, Isaacs, Caro, Cuervo, Marroquín , Gómez Restrepo, Suárez , Fidel Cano, Antonio José Restrepo, Joaquín Antonio Uribe, Pérez Triana, el Indio Uribe, Silva, García Ortiz, Carlos E. Restrepo, Uribe Uribe , Valencia, Max Grillo, Víctor M. Londoño, Manuel Uribe Angel, Tomás Carrasquilla. ¿Quién no deriva provechos inestimables de una comunicación con inteligencias semejantes? El señor Caro, por ejemplo, debió prestarle al Maestro preciados bienes en su preparación filológica, con todo lo que él produjo sobre estos temas, tales la parte sintáctica de la Gramática Latina escrita en asocio de Cuervo, y particularmente el Tratado del Participio y el ensayo Del uso en sus relaciones con el lenguaje 2. El Tratado del Participio, tildado por el señor Cuervo de "científico, filosófico y eruditísimo" y usado por él como auxiliar cuando sobre este tema disertaba, es de una extensión, profundidad y lucidez como no hay ningún otro en el idioma. Puede uno estar seguro de que don Baldomero ilustró en estas páginas su perfecto empleo de aquel elemento del lenguaje y de que con el concurso de ellas se remontó al participio activo latino, al gerundio ablativo y a otras fuentes del mismo asunto en la lengua madre.

1 V. Abel Naranjo Villegas, “Universidad de Antioquia”, No. 156, enero, febrero y marzo de 1.964. 2 V Caro, Tratado del Participio, Librería Amerc., Bogotá, 1910, y “Del uso en sus relaciones con el lenguaje”, Biblioteca Aldeana de Colombia, Editorial Minerva, Bogotá, 1935.

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Del ensayo sobre el Uso, ya nombrado en renglones de atrás, también debió tomar útiles enseñanzas, pues él, tan decididamente inclinado al dictamen idiomático popular en su juventud, con mucha razón , pero con un poco de fatalismo, acabó rindiéndoles los honores a las gentes de letras, como se ve en su aparte titulado "El castellano en la Argentina" 1. ¿ Y qué pensar de los ensayos "Virgilio en España", "Virgilio estudiado en relación con las bellas artes", "José Eusebio Caro", "El Quijote", "Americanismo en el lenguaje" y de muchos otros? . Indiscutiblemente ellos fueron aleccionadores para el Maestro por el saber vasto y la estética esmerada de don Miguel y porque precisamente ésta era una de las formas preferidas de aquel en su actividad de publicista. Claro es que en este muy seguro acercamiento filológico de don Baldomero al señor Caro no obró perjuicio alguno la honda diferencia ideológica que existió entre ellos - la existente entre un padre de la Iglesia y un agnóstico- y que dio origen a un episodio muy sonado en su tiempo. En 1888 publicó don Baldomero un folleto titulado "Nuñez poeta", en el que les hacía una fuerte crítica idiomática y de estética a las poesías del cartagenero ilustre. Don Miguel salió inmediatamente a la defensa de éste con " Seis cartas abiertas a Brake", ásperas e irónicas 2. Por demás estará decir lo que obró el factor político en estas publicaciones. No causó este incidente ningún resentimiento visible en el Maestro, pues posteriormente siguió refiriéndose a la persona de su eminente contradictor en términos respetuosos y atentos. Mas hay motivos para pensar que la mayor influencia sobre la orientación de su juventud la recibió don Baldomero de don Fidel

1 V. Sanín cano, Divag. filológ. y Apolog. liter. Editor Arturo Zapata, Manizales, 1934, pág 45 2 V Gustavo Otero Muñoz, La vida azarosa de Rafael Núñez. Biblioteca de Historia Natural, Vol. LXXXIII, Edit. ABC, Bogotá, 1951, pág.40.

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Cano en los solos cuatro años de su permanencia en Medellín. En su libro De mi vida y otras vidas escribe: " Frecuentaba por entonces la redacción de ‘La Consigna’, periódico semanal dirigido y escrito en su mayor parte por Fidel Cano, a quien había conocido ocho o diez años antes, en Rionegro, donde su padre, don Joaquín , tío de mi madre, dirigía un negocio industrial. Fidel, poseído de una poderosa inclinación literaria, tenía su pequeña imprenta y en ella publicaba una revista titulada ‘La Idea’, en cuya preparación trabajaba como cajista, impresor, corrector y escritor. Nos acogía con inteligente condescendencia a los estudiantes de la Normal y aun llegó a permitirnos publicar en su imprenta un periodiquín que a falta de nombre más volátil intitulamos ‘El Eter’ . En él dimos a conocer, con audaces tendencias reformadoras, nuestras fallas en asuntos gramaticales y nuestro poco respeto por la lógica y la ortografía. Fidel sonreía con esa bondad serena y acogedora de que dio muestras en todas las épocas de su vida. En ‘La Consigna’ se reunían las gentes de preocupaciones literarias y nexos con la política un tanto agitada de la época . A mí me llevaban mi amistad con Fidel, mi deseo de enterarme y mi gran capacidad admirativa" 1. Hemos dicho que cuatro años duró el callado magisterio de don Fidel, pero, incógnitas del espíritu, ellos solo fueron suficientes para dejar, fuera de sus hijos y de otros como Horacio Franco, un sucesor, en este caso de un periodismo internacional, menos dedicado a la información de los sucesos y más al ensayo y la crítica de la obra literaria de su tiempo. Hizo de un maestro de escuela un apóstol de las rotativas. Y no podía ser sino grande y digno periodista un discípulo de aquel que fue uno de los más rectos orientadores de sus contemporáneos y uno de los sembradores más tesoneros de justicia, libertad y decoro que haya tenido la República. Destacadas personalidades de la mentalidad antioqueña eran los doctores Manuel Uribe Angel, Francisco Uribe Mejía, Andrés Posada Arango y Joaquín Antonio Uribe, quienes en Medellín, de un grupo grande, servían de modelos a la juventud de su tiempo por sus virtudes acrisoladas y por sus trabajos científicos.

1 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas , pág. 22.

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Don Baldomero tenía ocasión de ver con frecuencia relativa a los tres primeros en la imprenta de don Fidel, de la que era visitante asiduo por ser codirector del pequeño periódico "El Eter", y como tenía manifiesta inclinación por las ciencias naturales en su sed de sabiduría, se informó con vivo interés, según lo expresa varias veces, de la calificada Geografía de Antioquia del doctor Uribe Angel, en la que la sección zoológica fue en parte obra del doctor Francisco Uribe, el muy noble don Pachito, médico eminente y amante, además, de la literatura francesa, muchos de cuyos libros introducía . Los Estudios científicos del doctor Posada Arango debieron atraer bastante a don Baldomero, lo mismo que sus trabajos "Veneno de rana de los indios del Choco" y "Ensayo etnológico sobre los aborígenes de Antioquia", fuera de otros, muy seguramente, entre los trescientos que había dado a la luz pública. Estas páginas fueron tan merecedoras de seguimiento como la distinción ética y social de su autor. Era un personaje digno de figurar en la lista Honoris Causa de una universidad de Oxford, Heidelberg o Harvard. Con estos nombres no es posible hacer caso omiso del de don Joaquín Antonio Uribe, personaje muy de la ilustración y seriedad de los anteriores. Desde que él empezó a escribir en el "Repertorio Municipal" y en "Capiro", hojas periódicas de Sonsón, cortas descripciones de los reinos vegetal, animal y mineral, las gentes jóvenes principiaron a cobrar atención por esos temas, atención que fue creciendo más tarde en todas las comarcas antioqueñas con la aparición del Curso compendiado de historia natural, de El niño naturalista y, sobre todo, de Cuadros de la naturaleza, que, en concepto del doctor Emilio Robledo, es lo mejor de su género en Colombia. Puede uno estar seguro de que la afición de don Baldomero por estos estudios recibió de don Joaquín Antonio benéficos estímulos, porque, con tanta avidez de conocimientos, no podía él escapar ni al bondadoso espíritu mentor, ni a la mano suave y conductora del discreto maestro para penetrar en el maravilloso mundo organizado.

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Otro de los personajes que solía verse en " La Consigna” era Antonio José Restrepo, quien debía cautivar a los mozos de esos años por su vivaz inteligencia y por su ingenio picante y regocijado. Lo delinea así el indio Uribe: "Antonio José Restrepo es de los gladiadores. Su cerebro ha logrado la completa independencia que se requiere para consultar los problemas de la vida sin miedo por lo desconocido de que surge la quimera religiosa. Pertenece al número de los que no se sacian de la verdad y el bien, y esperan algo nuevo para el progreso en cada instante con que nos visita el tiempo. No retrocede porque la humanidad en su desarrollo adquiere formas ásperas, ni porque se lamenten de su andar de adulta los favorecidos del oro, del poder y del altar. Se calienta en la hoguera como todos los hijos de la revolución. Es del tiempo que viene; ayuda a prepararlo sin sacrificar la dicha presente, ni lamentarse por el pasado que se queda, ni ocultar la cara a la claridad del Oriente, porque semeja luz de incendio. Su mano empuña la lira, que apenas disimula la espada. No es poeta cortesano, ni ocioso, ni relamido, ni ensimismado, ni vacuo. Canta en la acostumbrada forma poética, que sirve como de atmósfera a la lengua castellana y en la cual pueden volar los más atrevidos pensamientos. Su musa es una aldeana que no ha perdido el vigor del campo en los refinamientos de las ciudades. No sufre achaques de mujeres. Sus cóleras son legítimas, su dolor sentido, su alegría verdadera y su risa franca . Es un talento sincero. El hombre sirve de garantía al poeta" 1. Por demás está decir que una estampa de estas condiciones irradiaba mucha simpatía sobre la gente moza afín de sus ideas en aquella época de política tan exaltada. Desde luego que el Maestro debía sentirse estimulado con las excelencias espirituales de Restrepo, con el nombre que éste ya había conseguido y con el porvenir halagüeño que le esperaba, pero debía

1 V. Prosas del Indio Uribe , compildas por Benigno A. Gutierrez, Tipografía Industrial de Medellín. 1939, pág. 189.

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sentirse a mucha distancia del ingenio travieso y agudo que le caracterizaba y que contrastaba con su naturaleza ecuánime y seria, incapaz de caer en los excesos espinosos y mordientes de aquél, como los calificó don Miguel de Unamuno, cuando se le enviaron sus poesías completas con el prólogo famosos del Indio: " Y sabía del desarrollo que las letras alcanzan en Antioquia por lo que don Juan de Dios Uribe nos dice en el interesantísimo y largo prólogo -de 137 páginas-, que precede a las poesías de D. Antonio José Restrepo, prólogo que encierra todo un cuadro de la cultura literaria en Colombia y que es, sin duda, muy superior a las poesías que prologa, las cuales tienen mucho más de soflamas político-religiosas y de desahogos volterianos que de poesía" 1. Uno más de los paradigmas que tuvo el Maestro en "La Consigna" fue el General Uribe Uribe, quien esparcía en los que le conocían ideas de elevación por las cualidades tan acentuadas de su ser. Difícilmente se encontrará en otro igual severidad en las costumbres, igual firmeza de carácter, igual honradez de los propósitos, igual nobleza en el ideal, igual organización interior. Los más edificantes efluvios humanos emanaban de su persona. *********** Ya don Baldomero en Bogotá, en 1.886, residían en esta ciudad la mayor parte de los escritores citados por Naranjo Villegas como pertenecientes al último cuarto del siglo XIX y además, en grupo encabezado por Silva y alrededor del "Papel Periódico Ilustrado" y presentados a luz pública en el folleto "La Lira Nueva" de Rivas Groot, encontrábanse también Diógenes Arrieta, José Manuel Marroquín, Ismael Enrique Arciniegas, José Joaquín Casas, Julio Flórez, Carlos Martínez Silva, Diego Uribe, Joaquín González Camargo, Adolfo León Goméz, Roberto Mac Douall, Belisario Peña, Sergio Arboleda, Federico Rivas Frade y Carlos Arturo Torres. Pero para todos y particularmente para don Baldomero, Caro y Silva eran los personajes centrales. Silva acababa de llegar de Europa, donde había permanecido cerca de dos años, y en las novedades literarias

1 V. Prosas del Indio Uribe, ya citadas, p. 29.

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introducidas por él estaban las últimas noticias de Verlaine, Baudelaire, Mallarmé , D'Annunzio, Musset, Barrès, Nietzsche y France, aparte de ideas perdurables de Taine, Renan, Ribot, Faguet y Tennyson . Como se dirá en páginas ulteriores, Silva y don Baldomero, con sus nuevas maneras de sentir el arte y la poesía, promovieron la renovación modernista y, muerto aquél, continuó éste como animador principal de ese movimiento. Aproximadamente diez años duró la amistad de Silva con el Maestro, iniciada cuando el poeta regresó de París, cuyas diversas manifestaciones culturales en lo literario, lo científico y lo social habían transformado su ser, tanto en la sensibilidad como en el pensamiento. Durante esos años pudo el Maestro ser admirador de uno de los espíritus más privilegiados de Colombia y espectador de uno de los procesos psicológicos más impresionantes nuestros, porque la tragedia de la vida de Silva no arrancó, como lo dice don Baldomero, de que " sus negocios trepidaron sin que en ello hubiera tenido culpa ninguna " 1. Esa tragedia, cual lo dice Edmundo Rico en un capítulo de su ensayo " La Depresión melancólica en la vida, en la obra y en la muerte de José Asunción Silva" 2 fue efecto de un trastorno cenestésico visceral que ensombrecía permanentemente la zona psicológica de su determinismo afectivo. Vivió éste siempre en un recóndito y desolado medio interior, donde la depresión melancólica sufría los agravantes hondos de disgustos, contratiempos y dolores morales que la exacerbaban hasta lo indecible. Fue un ser superior que, por rompimiento de su autoconducción mental, un día "se murió de sentir". Y al Maestro le tocó por dos lustros oír la tormenta de ese misterio que traía a sus playas la espuma de unos versos divinos y

1 V. Sanín Cano, Letras Colombianas . Fondo de Cultura Económica -Colección “Tierra Firme”. México, 1944, pág. 181. 2 V. Magazine dominical de “El Espectador”, de 6 de Septiembre de 1.964.

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amargos, y asistir, casi como testigo presencial , al trágico y súbito final de esa tormenta. No puede desestimarse la recíproca influencia que debieron ejercer Silva y don Baldomero el uno sobre el otro. Eran dos personas illustradas, de anhelos de perfección extremamente encendidos y de una amistad estrecha que los llevaba a la correspondencia mutua y al acercamiento de sus espíritus. Apagada la vida de Silva y en el mismo año de ello apareció a remplazar esa amistad en la misma forma, pero con más intensidad y por tiempo muchísimo mayor, don Guillermo Valencia, quien llegó a la capital como miembro del Congreso. Con vigoroso entusiasmo se incorporó Valencia en el movimiento modernista y él y don Baldomero fueron ya sus impulsores vehementes, en lo cual los acompañaron como primeros, entrando a la vanguardia, Víctor M. Londoño y Abel Farina. La compenetración no total pero sí muy grande de Valencia y don Baldomero es uno de los sucesos del pensamiento y del afecto más sobresalientes en Colombia. En virtud de esa afinidad -ya lo comentaremos- hubo en la obra poética de aquel una asistencia de parte de éste, no de inspiración ni de técnica, sino solamente de amistad, pero muy útil como contribución de estímulo. Ahora: ¿qué aprendería Valencia de Don Baldomero y qué don Baldomero de Valencia? Es de suponer que fue mucho, porque una amistad así de noble, cordial y dilatada como la de ellos, es fuente mutua de innumerables conocimientos e influjos que se transmiten por los inescrutables medios de las almas. Léanse si no estas palabras de Don Guillermo: "Pero quien me enseño realmente mucho de lo que no sabía y me abrió los horizontes intelectuales; quien 'me inició' en el gran movimiento literario del siglo XIX, en toda la amplitud del radio

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brandesiano, fue mi queridísimo maestro, mi óptimo amigo y doctor sapientísimo Baldomero Sanín Cano" 1. Había, pues, en Bogotá una diligente e importante agrupación intelectual que, por su obra, habría de descollar en la historia nuestra. Dice don Baldomero en su libro Letras Colombianas que en conjunto tan numeroso predominó el empeño por las actividades idiomáticas, quizás por las contingencias a que estaba sometido el castellano en todo el Continente, y que en esos fines del XIX "la medicina era un oficio, la ingeniería valioso adorno, la jurisprudencia a lo sumo una preciosa necesidad" y el idioma "un problema vital" 2. Eran en mucho gran verdad las palabras del Maestro. Lo demuestran principalmente don Rufino Cuervo, don Miguel Antonio Caro y don Marco Fidel Suárez. Sobre el señor Caro ya hicimos alguna apuntación. El Señor Cuervo, filólogo y humanista insuperable, fue asombro y modelo de trabajador científico y casi solo esto, en tanto que también trascendieron con valía social e intrínseca entre sus contemporáneos, solicitados preferentemente por lo filosófico y lo bello, el Señor Caro y el Señor Suárez pues se distinguieron más como hombres de letras, en el sentido de ser mayormente escritores o polígrafos. Del mismo modo que Caro, se eleva Suárez como uno de los grandes del idioma, así por el dominio que tenía de su estructura, como por su prosa fluída. rica e impecable. Sus Sueños son monumento de estilo y erudición en la literatura americana y sus Estudios gramaticales son obra profunda sobre las teorías gramaticales de don Andrés Bello, sobre doctrinas filológicas y sobre normas del correcto uso de la lengua.

1 V. Benigno Acosta Polo, La Poesía de Guillermo Valencia, Barranquilla, Colombia, 1965, pág. 28. 2 V. Sanín cano, Letras Colombianas. Fondo de Cultura Económica, México, 1944, págs. 158 y 159.

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No incurrirían estas líneas en el disparate de afirmar que don Marco se entró de atrayente y llamativo en el espíritu de don Baldomero, así por la oposición de pensamiento tan profunda que los separaba, como porque fueron contemporáneos y no medió entre ellos la distancia del tiempo, que engrandece. Pero sí llama la atención cierto carácter común de algunas miras y cierta similitud existente en la prosa de ambos, no propiamente en la pureza, que una y otra la tenían, aunque más la del primero, sino en la propiedad de los conceptos, labrados con el buril de un grabador diestro de medallas, muy distinta de la imprecisión tan corriente en otros. Escribieron ambos una prosa clásica, a la que contenidamente gustaban salpicar de giros eruditos y de vocablos de rigurosa filiación latina, no registrados en el diccionario mayor, como el nartecio del uno y el hodierno del otro. Todos los nombres que hemos señalado constituían el contorno intelectual del Maestro durante la primera época de su permanencia en Bogotá. En él respiraba propios, frescos y abundantes aires, aunque prefería los extranjeros. Pero todo no eran versos, ni temas costumbristas, y filológicos, pese a las pretericiones de él mismo. Muy a su lado y pasando por sobre actividades líricas y de periodismo, que también las ejercía, caminaba como pensador Carlos Arturo Torres, con un libro bello que comenta los fanatismos religioso y antireligioso, los extremismos de la fe y la razón , la contraposición entre lo científico estratificado y lo científico en innovación, entre lo caduco y lo naciente, entre el odio implacable de capuletos y monteses. Y frente a este nombre insigne no puede uno menos que preguntarse, sin respuesta fácil, por qué el Maestro no produjo un ensayo sobre su mérito y su obra. Siendo Idola Fori un libro de valor continental, como lo rubricó José Enrique Rodó, tan aparte del abundoso costumbrismo de la época, y habiendo sido Carlos Arturo Torres un ensayista, periodista y aun poeta, de personalidad compleja y equilibrada, idealista y realista juntamente, no acierta uno a comprender ese silencio casi completo de

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don Baldomero respecto de él, pues quizás solo una vez o tal vez unas pocas más lo nombra en sus páginas, según la información de quien esto escribe. ¿ No eran uno y otro enemigos de las supersticiones mentales, así fuesen científicas, religiosas o políticas? Ambos entendían de manera igual o casi igual la democracia, ambos miraban las corrientes filosóficas con gran independencia de su razón y ambos sostenían abiertamente la relatividad de las ideas. Que Sanín Cano hubiera callado ante uno de los libros colombianos de más entidad publicados en su tiempo, así como sobre otros, exponentes de nuestra cultura, nos hace ver cierta la observación de Maya de que en el Maestro había "un escritor más europeo que colombiano" . Y, separándose mucho más de las bellas letras, estos tiempos se iluminaban con otros nombres, como -entre bastantes- el del sabio Julio Garavito Armero, en matemáticas; el de Antonio José Cadavid, en la ciencia del Derecho Civil; los de Acevedo Bernal y Tobón Quintero, en pintura y escultura; los de Emilio Murillo, Luis A. Calvo y Valencia, en música; los de don Tulio Ospina y Juan de la Cruz Posada, en mineralogía y geología; los de Eduardo Lleras y Francisco Montoya, en ciencias físico-químicas; los de Juan Evangelista Manrique, Lombana Barreneche y Juan David Herrera, en medicina, y los de José Triana, Evaristo García y el Hermano Apolinar María, en ciencias naturales. Bien manifiesta fue la categoría de la inteligencia en esa época y la intensificación de los estudios. Hubo laboriosidad, optimismo y curiosidad ardiente por los altos temas. En el arte, apartándose de lo romántico y lo clásico, aparecieron nuevas formas y nuevos designios, que ennoblecieron la poesía, la música, la escultura y la pintura; en lo filosófico hubo otras apreciaciones de las causas y relaciones del ser; y en lo científico se presentaron otros descubrimientos y sistemas que despejaron un poco más el misterio del universo y de la vida del hombre. Naturalmente en ese movimiento quedaron enfrente unos de otros el clasicismo y el romanticismo, junto con la tradición y el tomismo, de un lado, y el modernismo, el racionalismo y el

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evolucionismo, del otro. Fue una hora de grandes antagonismos en nuestra vida cultural y política. Lo que existía antes de estos cambios lo expresa el Maestro con estas líneas: " Hasta entonces persistían las costumbres de base colonial, suavemente matizadas por ráfagas de cultura francesa, discernibles en las cumbres más elevadas de la inteligencia y la fortuna. En lo moral predominaba la antigua concepción de lo bueno y lo malo, con leves escapadas a lo picaresco, siempre dentro de los límites señalados por la elegancia. En política, sobre todo en el uso de la hacienda pública, los directores de la opinión predicaban una moral austera e intransigente cuyos principios se habían aplicado con el mayor rigor hasta hacía pocos años. En literatura las gentes todavía no habían empezado a recapacitar sobre el mérito de los valores antiguos . La ola del naturalismo en la novela y del impresionismo en las artes plásticas había llegado a las costas de la inteligencia y se estrellaba en vano contra los peñascos. La religión trataba de cerrarles el paso a las doctrinas nuevas que un profesor suizo vastamente informado y profundamente ingenuo explicaba en la Universidad Nacional . Era el principio de una era nueva, encabezada por hombres que carecían en su mayor parte del sentido moral. "Era el fin de un mundo político, social, literario, condenado a muerte por la rigurosa sucesión de los tiempos y por la necesaria transformación de las ideas . El fenómeno tenia lugar por todas partes. Moría un estado de alma general y debía ser reemplazado por otro. Sin embargo no era necesario que en Colombia esa muerte fuera ignominiosa y completa. Nuestra mala fortuna le dio ese carácter. Para que se verificara esa transformación necesaria, la patria colombiana hubo de sufrir pruebas ignominiosas de las cuales no ha salido todavía para nuestra desdicha. El país se dividió en castas y el concepto de

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patria se ahoga entre conatos de barbarie y vastos proyectos de explotación del hombre por su hermano" 1. Ello era así, pero esta hora, por lo intensa y agitada, fue, sin discusión posible, una de las de mayor estructura y acicate espiritual que haya vivido Colombia. ***** Por todos estos apuntes anteriores se ve muy claramente la esplendidez extraordinaria de que disfrutó don Baldomero en su contacto con los grandes países de Europa y con todos los de América. Considerando sólo los de más sólidos y definidos caracteres, encuentra uno con qué superfluencia le dio Francia su razón, su orden, su finura, su gusto, en una prosa sabia, radiante, lógica y diáfana, sólo igualada por la mejor de la Grecia antigua; cómo Alemania, liberal, acogedora y profunda, maestra de la especulación y la meditación , le ofreció, especialmente en filología, arte y filosofía, el esplendor de los más altos signos del espíritu humano; cómo Inglaterra lo puso en el camino de su penetración, de su inspiración poética, de su sociología y literatura política de lo que Emerson llamó su mental materialismo, de su sentido práctico y recto, amigo de los hechos; de qué manera España le hizo gustar su lirismo y fantasía y su genio religioso, original y heroico; de qué modo Rusia y los países escandinavos le brindaron en obras insuperables su poder de receptividad, de flexibilidad, de imaginación, de rodeo de la historia, así como su revelación de lo universal en la naturaleza del hombre; y así mismo, con cuánto acogimiento América le participó su vida intensa, su afán de libertad, su individualismo práctico, su idealismo, la riqueza considerable de su territorio y las costumbres buenas y sencillas de sus gentes.

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, obra citada, págs. 117 y 118

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CAPITULO II

DON BALDOMERO Y EL MODERNISMO

Sobre pocos movimientos culturales se ha hecho un examen tan numeroso y atento como sobre el Modernismo, especialmente en Hispanoamérica. De ello dan cuenta las muchísimas publicaciones que al respecto han aparecido. Por ejemplo, la obra Estudios críticos sobre el Modernismo, de Homero Castillo, publicada en 1.968, trae ventiún ensayos de notables autores acerca del tema, como son Luis Monguió, Pedro Salinas, Rafael Ferreres, Bernardo Gicovate, Manuel Pedro González, Ricardo Gullón, y, además, una bibliografía general seleccionada sobre el mismo,que abarca ciento ochenta y ocho trabajos, entre libros, ensayos y artículos de periódicos y revistas. De

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este movimiento entre nosotros hizo al maestro Rafel Maya un estudio excelente en su ensayo Los orígenes del Modernismo en Colombia. Leyendo uno al menos una parte de lo que se ha escrito y, con especialidad, lo recopilado por Homero Castillo, se da cuenta de las muchas tesis, unas coincidentes y otras distintas, discordantes y aun contradictorias, existentes en los juicios emitidos. De la amplitud ideológica , artística y cosmopolita de este movimiento y de sus interpretaciones diversas se pueden sacar, sin embargo, algunas conclusiones más o menos satisfactorias. A no dudarlo, el gran José Martí, como lo dice don Federico de Onís, fue, hacia 1.881 y 1.882, "el creador y sembrador máximo" de las ideas, formas y tendencias del Modernismo, todas ellas innovadoras, pero en él decididamente americanas y cimentadas en la tradición hispánica. Como uno de los acompañantes primeros del cubano insigne en este movimiento se destacó Manuel Gutiérrez Nájera, en cuanto a la renovación de las formas literarias anticuadas, con la diferencia de que aquél continuaba vinculado al clasicismo y éste se entregaba más a la influencia de los escritores franceses Gautier, Flaubert, Coppée, Baudelaire, Renan, Daudet, y los Goncourt. El argentino Miguel Cané también debe citarse entre estos iniciadores. Cuando Martí vino al mundo iba tocando a su fin el romanticismo y tomaba particular desarrollo el realismo de Flaubert, el positivismo de Augusto Comte, la escuela parnasiana, el socialismo, el cientificismo de Renan, Claudio Bernard, Berthelot y Taine. Y cuando entraba a la vida del espíritu surgían en el orden literario -dice Mauel Pedro González- el parnasianismo, el realismo, el naturalismo, el impresionismo y el simbolismo. Es decir, había en aquella época una seria crisis universal de las letras y del pensamiento, que comprendía el arte, la ciencia, la religión y la política.

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Aunque Martí puso los cimientos del Modernismo en el verso, el cambio más claro, definido y primero de su obra se reveló en su prosa,visible ya en las publicaciones que hacía en la prensa de Caracas de 1.881, una de cuyas revistas lanzó a los vientos lo que el mismo Manuel Pedro González ha llamado la "Carta magna del Modernismo” 1, suscrita por aquel insumiso ilustre que proclamaba la "concepción plástica parnasiana del estilo". Esta prosa de Martí, de opulenta y épica, tornóse dúctil, musical, cromática, cortada e incisiva, semejante a la francesa de esos días. Fue esta prosa el principio de la artística del Modernismo, que, aunque amanerada a veces, transformó y perfeccionó el estilo de la novela, el cuento, el ensayo, el drama y el juicio crítico y que en Rodó, después de Martí, alcanzó su expresión más alta. No simultáneamente sino un poco después hízose presente la renovación de la poesía en cuanto al abandono de la rutina y de la ampulosidad trivial y en cuanto a la técnica y enriquecimiento de los ritmos, con imitación de los modelos franceses románticos, parnasianos y simbolistas, y naturalmente con el aporte del propio ritmo interior de cada poeta, cambios todos estos que culminaron en Darío, quien los asentó sobre la base de la vieja tradición española. Culminaron también ellos en Silva, Casal, Lugones, Nervo, Valencia, Freyre. Todos ansiaban un ambiente poético distinto del creado por Núñez de Arce y Campoamor, ya con las resonancias nobles, delicadas y nuevas de Gustavo Adolfo Bécquer . A través de sus numerosas lecturas y de los copiosos y tempranos conocimientos adquiridos vió don Baldomero anticipada y claramente, por los finales del siglo XIX, el despuntar del Modernismo en la concurrencia del cientificismo, el positivismo filosófico, el marxismo naciente, el capitalismo, el anarquismo ideológico y práctico, la industrialización y la politización crecientes. Y con mirada penetrante

1 V. Homero Castillo, Estudios Críticos sobre el Modernismo. Biblioteca Románica Hispánica Editorial Gredos, Madrid , 1968, , pág 230.

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lo descubrió literariamente en la prosa renovada de Martí y Gutiérrez Nájera y en la poesía que apuntaba por el mismo tiempo. Sobra decir que el Maestro ya estaba informado del Modernismo estrictamente filosófico y también del teológico, que subordinaba la fe a la ciencia por los cauces de la evolución, incluyendo también la historia, los dogmas, el culto y aun el gobierno eclesiástico. Y sabía también que el centro de esta nueva literatura iba siendo Buenos Aires y que allí empezaba a librar la batalla de su predominio. Poseído de estas ideas nuevas y del fervor por ellas, llegóse a Bogotá en 1896. Concebía el Maestro el nuevo movimiento, según sus propias palabras, como una renovación fundamental, como el fin de un período en la historia de las letras castellanas, atraído y animado por las tesis filosóficas dominantes de la época, basadas en un dominio más extenso y más profundo de las ciencias naturales. Percibió como causas de estos cambios extraordinarios la mengua de la representación humana en la poesía española hacia el termino de la pasada centuria, en contraste con la presencia lujosa de altos valores en la de los principales países del Viejo Continente, y la progresiva disminución de la fecundidad romántica en escritores y poetas, cuales los hispanoamericanos "Andrade, Pombo, Zenea, Obligado". En general el descontento de americanos y españoles, principalmente de aquellos, con las expresiones literarias existentes, que envejecían y perduraban con sus exageraciones verbales, pomposas, naturalistas y de poca consistencia. De acuerdo con lo que dijo más tarde Blanco Fombona, el Maestro consideró el Modernismo como un movimiento de emancipación, como una revolución libertadora, de manifestaciones, modo y poder imaginativo americanos, influída en un principio por románticos , parnasianos y simbolistas franceses, pero con posterior estilo propio, gracias al genio de Darío, Silva y demás hombres de letras del

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Continente. Y lo contempló también a la manera como lo consideró años más tarde Arturo Torres Rioseco, es decir, como el resultado de nuestra actividad frente a la vida y deslumbramiento del paisaje, de la herencia de lujo y de pereza que recibieron de la Colonia nuetras clases altas, de la devoción por la cultura helena y neolatina, de la imitación de los modelos franceses contemporáneos y de cierta predisposición al ritmo, al color, a lo fantástico , a lo exótico, a la ternura y al símbolo 1. Como hombre de libros, fue don Baldomero en toda su vida, pero particularmente en esta nueva época literaria, un decidido partidario del cosmopolitismo intelectual, del aprovechamiento de lo exótico, del estudio y utilización de las ideas universales. Con ese motivo escribió él: "Las gentes nuevas del Nuevo Mundo tienen derecho a toda la vida del pensamiento. No hay falta de patriotismo ni apostasía de raza en tratar de comprender lo ruso, verbigracia, y de asimilarse uno lo escandinavo. Vivificar regiones estériles o alertagadas de su cerebro debe ser la grande ocupación, la preocupación trascendental del hombre de letras. Para este fin sirven a las mil maravillas las literaturas distintas de la literatura patria... Los ambientes diversos, los heredamientos acumulados en razas vigorosas les van dando a las letras savia rica, que algunos no se atreven a llamar sana. Sería injusticia no explotar una forma de arte nuevo solamente porque salió de una alma eslava. 'Ensanchemos nuestros gustos'dijo Lemaitre para poder gozar de la belleza primitiva que halló su criterio tan benévolo y tan fino en la obra de Zola. Ensanchémoslos en el tiempo, en el espacio; no los limitemos a una raza, aunque sea la nuestra, ni a una época histórica, ni a una tradición literaria. Pongámonos en aquel estado de alma tan inteligente que nos sugiere Bourget cuando dice que se sentiría avergonzado si cayera en la cuenta de que hay una

1 V. Arturo Torres Rioseco, Precursores del Modernismo. Calpe, Madrid, 1925

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forma de arte o una manifestación de la vida que le fueran indiferentes o desconocidas " 1. Dice don Federico de Onís al rechazar la tesis de que el Modernismo es sólo el afrancesamiento de la literatura española, que "él es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico cuyo proceso continúa hoy". Estas palabras de don Federico las cita Fernando Charry Lara en escrito titulado " El poeta y el crítico frente a un estilo", donde está su opinión de que "la fase religiosa del Modernismo llegó a entenderse como una especie de liberalismo teológico, en su aspiración a la posibilidad de armonizar los dogmas de la Iglesia Católica con las demostraciones, avances y verdades de la ciencia ". "La base del Modernismo teológico es racionalista". En el mismo escrito Charry Lara cita esta frase de Juan Ramón Jiménez: "Es muy importante también señalar que el Modernismo tiene un origen teológico y que la poesía llamada modernista, es decir, la parnasiana y la simbolista, pretendia, y Rubén Darío lo dice, unir la tradición española en este caso (léase, el dogma) a las innovaciones formales ( léase, descubrimientos cientificos modernos) ". Y cita esta otra, también de Juan Ramón : "El Modernismo no fue solo asunto literario, sino, en su magnitud verdadera, orientación general. Además : es toda una época del proceso espiritual que, en la pasada centuria, vivían Hispanoamérica y España" 2. Según lo anota Iván A. Schulman, el poeta Juan Ramón Jiménez consideró el Modernismo en sus orígenes como un movimiento

1 V. Sanín cano, Tipos, Obras Ideas, págs. 168 y 169. 2 V. Fernando Charry Lara. “El poeta y el crítico frente a un estilo”, El Tiempo”, “Lecturas Dominicales”, enero 26 de 1.964.

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heterodoxo, que luego contagió otras esferas de la vida social y artística del mundo hispanoamericano 1. Habiendo sido, pues, el Modernismo un movimiento no solo literario sino también teológico y filosófico, como lo anotan sus comentadores, tales A. Huertas Medina y Ricardo Gullón y entre los cuales debemos exaltar también los nombre de Rafael Maya y Javier Arango Ferrer, es muy del caso acompañarnos, apenas a la ligera, de Aníbal Sánchez Renlet en su ensayo "Panorama filosófico de Hispanoamérica" 2, para escribir las líneas siguientes, que tocan con esa escuela, y pasar a vuelo sobre la superficialidad de la filosofía nuestra. Hacia 1830, junto a la doctrina aristotélica, al escolasticismo firmemente establecido, empezaron a manifestarse en esta América la literatura y la filosofía románticas; de otro lado, nuestro liberalismo, el ideológico y no el partido con ese nombre, fecundado por estas ideas, recibía, al igual del de todo el Continente, influjo e ilustración del que imperaba en Francia, pero más dentro del marco de las palabras de Stuart Mill : "El interés social es dejar al individuo la más amplia libertad posible " . "Las libertades desarrollan por sí solas las facultades del individuo; además las desarrollan en diversos sentidos, favorece la originalidad y con ello el progreso; suscita el genio, encuentra en sí su propio reglamento y tiende naturalmente a establecer su equilibrio con las demás libertades; finalmente, del juego de las voluntades individuales se desprende una voluntad general que, sin ser infalible, corrige sus propios errores " 3. Por otra parte, en el país se había abierto paso el sensualismo de Condillac, Cabanis y Destut de Tracy, así como la doctrina utilitaria de Bentham.

1 V. Homero Castillo, op.cit., pág. 343. 2 V. Aníbal Sánchez Renlet, “Panorama Filosófico de América”, “Presente” , revista de Santiago, No. 8, 1936. 3 V. Alfredo Feuillée, Historia General de la Filosofía. Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1943, pág 527.

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A poco andar, frente al tomismo estimulado por Balmes y otros corifeos católicos , y frente al persistente utilitarismo de Bentham, la concepción racionalista del progreso fue sustituída por la panteísta de la evolución , nacida en Alemania. Vino así el historicismo romántico, que se encaminó hacia el socialismo, y entonces se desplegó el interés por los asuntos económicos y por la solidaridad humana. En la corriente de las diferentes realizaciones y tesis que se sucedían, el liberalismo se encontró más clara y definitavemente orientado hacia la democracia. Por la mitad del siglo, el romanticismo filosófico quiso tornarse realista o pragmático , con lo que se acercaba al positivismo europeo empeñado en la investigación científica, en una orientación hacia lo sociológico, hacia la importancia de las relaciones espacio y tiempo, hacia el gran valor de los hechos y la experiencia, con un método experimental, analítico e inductivo. Le interesaba del mundo lo que es y nada más que lo que es. Hostos, el viajero por la América Española, fue el adalid de esta orientación. Y el positivismo entró entre nosotros. Pero las cosas cambiaron . En el curso de algunos años esta estructura filosófica de América fue sacudida por la fuerza de los postulados de Darwin, Spencer y Haeckel, y entonces el positivismo cobró señalado carácter mecanicista y materialista y se enseñoreó el dogma cientificista como peligrosa ortodoxia. No en vano ya habían hecho camino los descubrimientos de Claudio Bernard y se sucedían los estudios de sabios como Berthelot. Así, pues, al finalizar el siglo XIX se agító visiblemente el pensamiento europeo, lo mismo que el americano; en Francia , de esa agitación surgieron conversiones como las de Maritain , Brunetière, Claudel, Peguy; hubo desorden en las ideas; y en la literatura germinaron nuevos derroteros y formas. Las ideas de Nietzsche , Ibsen, Le Bon, Wagner, Zola, France, Kropotkin, Tolstoi, Ferri, Renan, Fouillée , entre varios, soplaban sobre todos los espíritus. Pero indudablemente el portaestandarte de estas nuevas tesis ideológicas,

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especialmente del punto de vista filosófico , fue el Solitario de Sils María, el místico del orgullo, discípulo de Schopenhauer y Renan, con su principio cardinal de la "Voluntad de Potencia", con el amor a la vida y con el análisis de la génesis y valor de las nociones morales. En Bogotá, por ese entonces y principios de este siglo, existía, como posiblemente también en otras pocas ciudades del país , una avanzada intelectual que se mantenía bien informada del curso ideológico del mundo. Se conocía la proposición el Kierkegaard , el danés , de que el hombre debía convertirse en individuo para ser cristiano práctico, para realizar el presente eterno, y se sabía de las tres concepciones del hombre en esa época, fuera de la católica tradicional: el de Rousseau que, para vencer el sometimiento a la clase aristocrática, clamaba por la naturaleza; el de Goethe, que era propiamente el del segundo Fausto; y el de Schopenhauer, basado en el querer fundamental y primitivo, que era el héroe capaz de todo por decir la verdad. No ignoraban tampoco la acentuación que había tomado el criterio de la voluntad libre, ni las ideas de Boutroux y Bergson contra el dogma cientificista de Taine y de Renan y contra la psicología fisiológica y la moral utilitaria y sociológica, exaltadas, junto con la primacía de la razón práctica y de un superior pragmatismo, por escritores salidos del positivismo -auxiliados indirectamente por Ortega y Gasset- tales el argentino Alejandro Korn, el mexicano Antonio Casso y el cubano Enrique José Varona, grandes inteligencias de nuestra América. Y cuánto contribuyó también en toda esta agitación de ideas y en la implantación del Modernismo la voz de Rodó con los principios de Taine, Renan y Guyot sobre el establecimiento de lo ideal en el seno de la realidad y con las apreciaciones de este último sobre la moral, la religión y el arte del punto de vista sociológico. Y fue precisamente en esas horas cuando surgió en la minoría ilustrada de Bogotá la figura de don Baldomero. Fue él el abanderado del nuevo "credo estético" y tal vez hasta de la filosofia del Modernismo. Las ideas de Nietzsche ejercieron de inspiradoras en este movimiento, como también las de Bourget, contenidas en sus Essais de psychologie contemporaine.

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Cuando don Baldomero entraba a la Sabana hacía muy poco que Silva había llegado de Europa a esta capital y entre sus libros estaba el pensamiento de Nietzsche, particularmente en Así hablaba Zaratustra . Muy pronto, en casa de Antonio José Restrepo, se hicieron especialmente amigos estos dos hombres eminentes, y esa amistad dio origen a que primero que en Inglaterra, España y otras naciones se conociera aquí en la altiplanicie la avasallodora figura espiritual del gran innovador, así como también la poesía de Stephan George, Hofmannsthal, Carducci, D'Annunzio y algunos otros. Nietzsche desencadenó visibles y notables resistencias en el Viejo Continente. Alemania lo desconoció demasiado, porque sólo se interesaba por Schopenhauer y Hartmann. Inglaterra, en el goce de su expansión económica e industrial, como lo apunta el Maestro, estaba viviendo la doctrina transformita de Darwin y la mecánica evolutiva de Spencer, que va de los hechos fisico-cósmicos a los biológicos y a los psico-sociales. El espíritu frances se hallaba casi privativamente solicitado por la obra de Renan y por la vigorosa y activa inteligencia de Paul Bourget, que con su dilatada labor de moralista y de psicólogo influía sobre los problemas sociales, políticos y religiosos, exaltaba el catolicismo y aun las ideas monarquistas de la "Acción Francesa", a las cuales cortejaba también Jules Lemaitre, el de indiscutible ascendiente por la delicadeza de los sentimientos y por el lenguaje puro de su producción literaria. No ocurrió lo mismo entre nosotros.La flor de nuestros espíritus, apartados del tomismo y de lo clásico, cobraron novedad y prestigio con los resplandores del germano ilustre . Atraídos por el persuasivo estilo y por la "sabiduría ligera y alegre" de aquel Zaratustra solitario en la Cumbre, bajo el firmamento azul y luminoso , estos colombianos aceptaban la liberación quimérica y el porvenir engañoso que descendían de esa eminencia, sin parar muchas mientes en sus

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creencias religiosas, porque, como Valencia 1, fueron nietzscheanos, sin renegar de su cristianismo los que profesaban esa doctrina. Algunas de las ideas de Nietzsche fueron recibidas con entusiasmo y otras tuvieron al menos complaciente aceptación. El disfrute, el gozo y la gloria de la vida satisfacía a los espíritus y encontraban admisible que el papel principal de la humanidad era producir grandes individuos, tesis compartida por Renan y Flaubert, autores estos también de cabecera para muchos de nuestra élite estudiosa. La humanidad debía considerarse como una suma amorfa de elementos y circunstancias llamada a expresarse y definirse en unos pocos grandes hombres, para quienes la civilización ofrecería los medios de alcanzar una naturaleza perfecta y una absoluta capacidad de decisión y mando. El lema primordial era "ir contra la corriente", contra la educación existente, contra las normas tradicionales, en impulso ahistórico, que relega la historia a solo, simple y artístico telón de fondo, favorable al realce de los grandes. Había que alcanzar esta nueva cultura, aunque se tornase trágica, aunque en sus procedimientos hubiera severidad, intransigencia, arresto, rigor y dureza. Naturalmente en la urdimbre de estas intrépidas y excluyentes reflexiones no podía caber la piedad de Schopenhauer. Coexistiendo con el ideario de Nietzsche llegó también a esta altiplanicie en el equipaje de Silva y en el correo de don Baldomero la afirmación lanzada por Barrès de que el siglo XIX moría "con todo ya dicho" y que eran precisas para la humanidad palabras nuevas y un designio nuevo, mediante exaltación de un arrogante egocentrismo, expresado en frases suyas como "lo importante es el yo" y "todo es vano, todo fútil, a excepción de lo que toca con nuestro yo". En este ondeo de las ideas y con el estímulo de don Baldomero fue apareciendo y configurándose el Modernismo en su doble carácter

1 V. Rafael Maya, Escritos literarios. Ediciones de la revista “Ximenez de quesada”. Bogotá, 1968, pág. 132.

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filosófico y literario . Entre el Modernismo radical y la sana ortodoxia hubo un espacio indulgente, en el cual se movieron los que en un grado mayor o menor rechazaban el agnosticismo integral y la inmanencia religiosa, las dos características de aquél. En Colombia hubo agnósticos - se ha dicho - pero propiamente en el sentido de que afirmaban los límites y la relativad del conocimiento, descartando lo absoluto e infinito.Y lo que fue la inmanencia religiosa, ésta no pasó por la mente de nadie.Las hondas cuestiones de Dios y la naturaleza, pertinentes a ella, no se contemplaron, como tampoco, filosófica ni apologéticamente, el estado del alma, de sus aspiraciones y de sus necesidades. Tal modo de pensar estaba a distancia respetuosa del “conjunto de herejías” señalado por León XIII, pero no de la alarma de Pío X en su encíclica Pascendi Dominici Gratia. Y como complemento ideológico de esos días y quizás con procedencia cartesiana y enciclopedista y dentro del cientificismo que había prevalecido, se acentuó el racionalismo nacido un tanto atrás y se hizo ostensible en los medios profesional y universitario, donde resaltaba en no pocos un manifiesto predominio de la razón sobre la fe y la revelación , con la indiferencia religiosa consiguiente. Las conclusiones de la ciencia experimental, que habían recibido especial apoyo del neovitalismo, tan escudriñador de los fenómenos físico-químicos en seguimiento de las investigaciones de Claudio Bernad y Berthelot, y apoyo también de grandes espíritus como Taine, Renan y Paul Bourget, eran objeto de meditaciones, reparos y asentimientos por parte de muchos de nuestros hombres más inquietos e ilustres, muy particularmente de algunos de nuestro cuerpo médico, tales un "Cabezón" Vargas, un Juan Evangelista Manrique, un Juan David Herrera. Un relativismo filosófico pasaba por esas mentes, relativismo que se relacionaba en el pasado con el racionalismo enciclopedista, y ahora, en estas postrimerías del siglo XIX, con el pensamiento de Paul Bourget, discípulo de Spencer y de Taine y maestro de Jorge Brandes, la inteligencia de mayor privanza en don Baldomero, al favor de su ferviente admiración.

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Fue, pues, don Baldomoro el que empezó a dilatar el ámbito tradicional de nuestra cultura, el que encaminó a Colombia por buena parte de la literatura modernista y simbolista del siglo pasado, como lo afirma el Maestro Maya 1, y el que le dio proceridad en este aspecto. Acompañaron a Sanín Cano en este movimiento , tan vinculado con la ciencia experimental, Silva, primero, y en seguida, Valencia, quien llegó a Bogotá en el mismo año de la muerte del primero. Muy poco después despuntaron al lado de éstos y dentro del mismo círculo del prestigioso e ilustrado magisterio baldomeriano que se imponía en el antiplanicie -ya los hemos citado- el gran poeta Victor M. Londoño y también Abel Farina, de quien escribe Javier Arango Ferrer: "Si Valencia viene de la raíz parnasiana y Silva de la Romántica, Farina es el tallo simbolista del Modernismo que floreciera en Colombia con auras mallarmesianas" 2. Días más tarde fueron asomando dentro del nuevo movimiento muchos otros poetas, como Maximiliano Grillo y Cornelio Hispano. Puesto que siempre hay un enlace patente o profundo e invisible entre las etapas y acontecimientos de la cultura,. claro es que nuestro modernismo tuvo, como lo registra el mismo Arango Ferrer, el anuncio más significativo en Gónzalez Camargo y precedencia reconocible en Fallon e Isaacs, precedencia que también señala Pedro Henríquez Ureña para otros países de América en González Prada, Manuel José Othón, Almafuerte, Gastón Fernando Deligne, Francisco Asís de Icaza. Como en seguimiento y derivación del romanticismo fue dibujándose esta nueva modalidad estética, que luego y a los resplandores del parnasianismo se definiría en nuestro medio con los poetas que hemos señalado, y, en la extensión del Continente, con Darío, Julián del Casal, Gutiérrez Nájera, Martí, Nervo, Urbina, Tablada, Lugones,

1 V. Rafael Maya, Consideraciones críticas sobre la Literatura Colombiana . Edit. Librería Voluntad, Bogotá, 1944, pág. 71. 2 V. Javier Arango Ferrero, “Abel Farina, el olvidado” , “El Tiempo”. “Lecturas Dominicales”, abril 1º de 1962

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Herrera y Reissig, Freyre, Chocano, Pezos Véliz. Como fenómeno enteramente lógico, ya había entrado la prosa en esta modalidad, así la de Martí y la de algunos de los vates anteriores, como también entró seguidamente la de Rodó Horacio Quiroga , Manuel Díaz Rodríguez, entre los más notables, caracterizándose ella por una mayor brevedad y soltura, por un rechazo de las demasías del naturalismo y de la oratoria y de la exageración romántica 1. No ejerció don Baldomero este apostolado de cualquiera manera, sino mediante una ilustración que ya era vasta, un dominio de cinco o seis lenguas cultas de Europa, una autoridad personal subyugadora y una excepcional penetración en los espíritus que le rodeaban. Sus traducciones de los poetas extranjeros, en prosa, eran reales revelaciones, tales Hofmannsthal, el de la fidelidad estricta a su intimidad, según Charles Du Bos, el revelador de bellezas profundas y desconocidas del universo, y aquel Stephan George, el de la soberana música en la soledad del misterio, señor de las sugerencias, al decir también de Du Bos , que preconizaba "divinizar el cuerpo e incorporar al dios ". Era el Maestro el descubridor entre nosotros de un mundo humano y fastuoso distinto, el corifeo de una naciente expresión estética en franco divorcio con lo dominante y establecido, y esforzado por una rebeldía, sin violencia, que buscaba ideas diferentes e imágenes originales. Luchaba por otro instante poético, por otra síntesis del sueño y de la vigilia, con predominio de la intuición , en el campo literario. Abría las ventanas de nuestras letras para que entrara otra mañana de lo bello, ya esplendente en los cielos de Europa. Sobrará decir que este cenáculo literario del Maestro y de todos los que comulgaban con sus manifestaciones simbolistas, parnasianas, decadentes, fue combatido por quienes permanecieron fieles a la

1 V. Pedro Henriquez Ureña, Historia de la Cultura en la América Hispánica. Fondo de Cultura Económica, México-Buenos aires, 1966, pág. 118.

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ortodoxia religiosa y literaria , principalmente por Caro, Carrasquilla, Luis María Mora y Manuel Antonio Bonilla. Del segundo han quedado sus Homilías, y del tercero el escrito titulado "De la decadencia y el simbolismo". Aun en provincia se oyeron estas voces de desacuerdo, como lo dice este soneto escrito en Manizales por el Padre Nazario Restrepo:

" El que por musa delincuente cuente la del pintor de pincelada helada

y, por ser loca rematada atada, diga que debe estar durmiente, miente?

No, ni es poeta el decadente ente, de cuya voz alambicada, cada

forma, de puro avinagrada, agrada, mas no fascina a inteligente gente.

Haz que te inspire tu guardiana Diana;

tus versos huelan a olorosa rosa; que sea tu lira castellana llana.

No sea tu numen la insidiosa diosa

de la moderna caravana vana, que el verso convirtió en leprosa prosa".

CAPITULO III

EL FILOLOGO

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Tanta predilección manisfestó don Baldomero por el lenguaje, que escribió su muy inteligente, doctrinal y erudito libro Divagaciones filológicas y Apólogos litetarios. Por donde se ve que se detuvo a considerar los primeros estudios sobre estos temas, cuando Protágoras en Atenas , hacia el siglo V antes de Jesucristo, estudiaba el verbo y el nombre, y, más precisamente, cuando en la época helenística o alejandrina Zenodoto y Aristarco, dos siglos después , analizaban los textos de Homero y daban fundamento al epítome de gramática que creó Dionisio el Tracio y que luego pasó a Roma como principio de la llamada gramática tradicional. Y en el trayecto de esta curiosidad naturalmente se encontraría en el Gran Imperio con Marciano Capella, quien colocaba a la Filología junto a Júpiter, por encima de los demás dioses, como dispensadora de divinas enseñanzas a los hombres. Ya en la Edad Media posiblemente profundizó algo en las obras de Casiodoro, San Isidoro de Sevilla y San Benito, así como en las relaciones de esos motivos con el Renacimiento. Pero mayor debió ser su información sobre los más importantes filológos y humanistas de los siglos XVI y XVII, que aparecieron en toda Europa, especialmente en Francia y Holanda, como también en Alemania e Inglaterra. Y esa información seguramente la acrecentó más aún al pasar por el siglo XVIII y familiarizarse con Leibniz y Vico, a quienes cita en algunos de sus escritos. Particular atracción tuvo para don Baldomero a lo largo de esta ruta el romanticismo alemán en la amplísima extensión de su pensamiento. El nombrar frecuentemente a Schlegel, Friedrich Christian Diez, Schelling y Lessing y mostrar su estimación fervorosa por esos valores lo prueba. Naturalmente que la ilustración filológica del Maestro estuvo más en contacto con los grandes especialistas del siglo XIX y sus estudios de la antigüedad. Conoció a fondo las Lecciones sobre la Ciencia del Lenguaje de Max Müller, que circularon mucho en Colombia, y

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conoció profundamente así mismo los trabajos de Bopp y Grimm, también muy sonados entre nosotros. Del mismo modo le fueron familiares las obras de sabios más modernos, tales las del francés Miguel Breál; las de los daneses Otto Jespersen, Kristoffer y Nyrop; las del rumano Tiktin; las del prusiano Mommsen; y las filólogo-literarias de Nietzsche, Carducci, don Miguel de Unamuno, don Marcelino Menéndez y Pelayo, Cejador, Correas, Hervas y Panduro. Desde luego, pasaron por sus manos Cuervo, Caro, Uricoechea y González Manrique. Fue, pues, don Baldomero un hombre de estas disciplinas y si se admite, además, con Schlegel que el arte de traducir es arte filológico, más aún se destaca su posición de filológo, porque en su vida ejerció amplísimamente esta actividad. Ninguno como él puso al servicio de ella tantos conocimientos, tanta perspicacia de la inteligencia, tanta ilustración histórica , lo mismo que el dominio de lenguas extrañas, y no de cualquier manera, sino con seriedad, con devoción, con plenitud y con honradez. Llama un poco la atención, en lo referente a su criterio de filológo, cierta semejanza que tuvo con Chrystian Heyne, el profesor de Gotinga, por su interés en las pasadas culturas, por la importancia que les concedió a los conocimientos tradicionales como base insustituíble de los nuevos, por el moderno concepto de la ciencia en cuanto a factor de la solidaridad colectiva y por su noción de la libertad como propiedad sagrada, imprescindible y necesaria para la percepción de la belleza, del cabal sentido de la vida y de las funciones todas del espíritu. Corrobora finalmente el señalamiento de don Baldomero como filólogo pensar que se entregó cuanto pudo a los Studia humanitatis, en busca de la perfección y riqueza de sus luces, es decir, que fue un humanista, pues poseyó cultura clásica, hizo muy diversos estudios, amó y usó varias lenguas y atendió a los valores individuales del alma y a los públicos y comunes del conjunto social.

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Desde hace muchos siglos los filólogos siempre han estimado que el lenguaje es una de las preocupaciones de la filosofia. Así, por ejemplo, Platón en su Cratilo, exponiendo el concepto de Heráclito de que los nombres son determinados, con potencia sobrehumana, por la naturaleza de las cosas, y el de Sócrates, de que los nombres son signos de convención, avanzó a sostener que de ellos existen algunos como efecto de la casualidad para designar las cosas perecederas y que existen otros enteramante naturales que se aplican a las cosas eternas, es decir, llevó su pensamiento y consideración al dominio de las ideas. Los tiempos siguientes continuaron analizando el lenguaje en sus manifestaciones sensibles y suprasensibles, y las escuelas, hasta la positivista, han dado sus exégesis diversas. De todos estos puntos de vista ha predominado el que considera al lenguaje como "un trabajo del espíritu", segun Wilhelm von Humboldt, con desarrollo social, y por este camino se ha llegado hasta afirmar que el lenguaje no es resultado de la sola actividad humana, sino algo muy complejo y encubierto, que está en la esencia misteriosa del ser. Es un fenómeno del entendimiento, pero también biológico y social. Alfonso Reyes admite que en los remotos orígenes del lenguaje hubo "un protolenguaje producto de los puros impulsos afectivos y musicales de cada alma solitaria, especie de protoplegaria y protopoesía", y que ese estado antropológico primitivo se orientó hacia la comunicación para adquirir especialización oral en el trato de los hombres y presentarse como expresión del sentimiento individual nacido de la intimidad psicológica de la persona, como resultado social colectivo y como factor que influye en las demás manifestaciones sociales para contribuir a su estructura 1. El maestro mexicano se acogió a las ideas sobre lingüistica de Saussure, Vosler y Croce 2.

1 V. Alfonso reyes, Obras completas. “El Tiempo”, “Lecturas Dominicales”, Marzo 17 de 1963. 2 V. Karl Vossler, Filosofía del lenguaje. Edit. Losada, Buenos Aires, 1957, págs. 14 y siguientes.

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Es decir, el lenguaje recoge los valores de la vida y los de la inteligencia, así estéticos como morales , lógicos, científicos y filosóficos, y es la exteriorización completa y prodigiosa del espíritu . Ahora: ¿cómo concebía don Baldomero el Logos?. Su interesante libro, que acabamos de citar , Divagaciones filológicas y apólogos literarios, reponde a esta pregunta, muy particularmente las bellas páginas de su apólogo "Otra vez el hombre alalo". En este aparte admirable, que seguimos en los párrafos siguientes, presenta el Maestro al Logos primeramente como algo divino, mas no exactamente como el Verbo del Evangelio de San Juan, sino dentro de la noción griega, o, tal vez mejor, como la culminación de la palabra humana, Señor de la Inmensidad, en la magnificencia de su poder, en la plenitud de su propia posesión y en la de su absoluta complacencia y gozo. Luego, con la creación del hombre, lo considera instalado en otro mundo, nuevo éste, de extensión y términos ya cortos, que fue la razón humana, donde quedó encerrado, limitado, cohibido y esclavizado. ¡Y qué pérdida la sufrida! De la independencia absoluta pasó a la sujeción; de la facultad de estar libre, sonoro y presente en todo el universo, se mudó a susurrar o a gemir al servicio de bajos y humildes menesteres en islotes sumergidos dentro de silencios dilatados e interminables; y de la alta riqueza de su poder, "en que se contienen la vida, la muerte, la razón , la fuerza, los objetos, las ideas, la actividad suma y el reposo perfecto ", descendió a una pobreza en que aparecieron degradados todos sus atributos. Y dice el Maestro que el Logos "se arrepentía de haber escogido la morada de la mente humana", pero que no podía abandonarla, porque "la razón es tiránica y se adhiere a los instrumentos de que se vale con una sorda tenacidad, imaginando que los instrumentos son su propia creación ". Creyó el hombre que el Logos era fruto de su inteligencia y se engañó, porque él solo inventó las palabra, "con las cuales limitó el

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poder del pensamiento, y las letras, a las cuales se debe la degeneración de la idea". El Logos no es cosa de la sola razón, sino también de la vida de su función, del ejercicio y obra del espíritu, como lo demuestran quienes saben de él. Las primeras palabras que emitió el homo sapiens se encuentran entre la densa niebla de la prehistoria, posterior a la época calígena de los símbolos , de las figuras pintadas, pero lo que sí se sabe es que esas primeras palabras se multiplicaron, y que, por lo mismo, se multiplicaron así mismo los receptáculos del pensamiento, donde brilla éste, pero no en la libertad e infinitud del Logos de San Juan. Se sabe también y lo asevera la historia cómo nació el alfabeto en la mente negociante de los fenicios, con el que éstos aminoraron la dádiva divina, puesto que fraccionaron las palabras en letras y completaron la obra esclavizante del hombre sobre su razón, cuando apedazó y aun atomizó los pensamientos en palabras. ¡Y con qué alegría utilitaria extendieron aquellos mercaderes los signos fonéticos por el mundo, desde Sidón, Tiro y Acca en sus naves traficantes ! Pero llegó el momento en que la palabra, ante la imposibilidad de independizarse del arbitrio del hombre, optó en su lucha contra el adverso dominio por la realización de actos mezquinos e indignos, que echaron por tierra lo que ella misma había creado, tal la civilización griega , segun la tesís de Burkhard. No alcanzó a mantenerla en plano levantado su naturaleza musical porque el hombre, ciertamente tasado de talento auditivo, en su lenguaje de imaginación sentencioso o metafórico, prefirió encomendar su sentido a los valores y representaciones visuales. Vino, pues, -dice el Maestro- la necesidad de quitarle al hombre su precioso instrumento manejado con tanta insensatez y negligencia y por voluntad superior y con el concurso de la inteligencia humana misma, en la marcha del tiempo fueron apareciendo sucesivamente el telégrafo y demás telecomunicaciones, elementos éstos que le permiten a su mente, libre para pensar, manifestarse por medio de símbolos de

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categoría mediocre ante el Verbo excelso, pero "superiores a la miseria en que en sus labios se redujo el omnipotente Logos" . Y concluye el Maestro: "Y cuando su corazón no alcanza a sondear ciertos abismos de la vida, el Verbo inmaterial acude a iluminarlo", en la transformación estupenda de que no se ha dado cuenta o sea la del hombre alalo 1.

************** . . . No deja de tener interés el primer capítulo de las Divagaciones filológicas, referente a la carta de Don Juan Valera para don Guillermo R. Calderón, en la que el gran escritor y crítico español, malhumorado, trató de "arrendajos sarviles" a los escritores americanos que se atrevían a introducir modificaciones en el castellano clásico. El Maestro defiende a estos escritores, sostiene que las Academias se creen depositarias de la lengua en su función inerte, semejante a la del ázoe en el aire atmosférico, y explica cómo las lenguas aun sucediéndose unas a otras, sin que propiamente puedan llamarse totalmente distintas de las que les precedieron. El pueblo arya -dice- hablaba una lengua que probablemente dió origen al sánscrito, al latín, al griego, así como el francés, el rumano, el válaco, el portugués y demás idiomas romances fueron nuevos modos de hablar la lengua del Lacio. Se extiende el Maestro sobre las modificaciones sufridas por los idiomas con los cambios de la civilización y la cultura y con las diferencias de los varios países que los hablan, y anota que esas modificaciones se hacen principalmente por medio de la simplificación, cual ocurre en el francés contemporáneo, que relega ya ciertas formas cojuntivas, y con el portugués que abandona manifiestamente su riqueza de inflexiones del infinitivo. En el

1 V. Baldomero Sanín Cano, Divagaciones filológicas y Apólogos lit. Arturo Zapata, Editor, Manizales, 1934, págs. 187 y 196.

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castellano nuestro -observamos nosotros- ha desaparecido mucho la forma en se del pretérito de subjuntivo y entre muchos ejemplos de expresiones comunes podríamos decir que desde hace bastante tiempo no se dice "poco más o menos" sino "más o menos" ; tampoco, "por medio de", sino "a través de "; igualmente, "a nivel de" y no "a la altura de "; como así mismo, "toca ”y no "es del caso" o "es mi deber". Cabe aquí recordar otra polémica de fines del pasado siglo, no citada por Don Baldomero, entre el mismo don Juan Valera y don Rufino J. Cuervo, originada en una carta que éste remitió a don Francisco Soto y Calvo para agradecerle el envío de un ejemplar de su poema "Nastasio" en el que canta la Pampa argentina y sus particularidades y hechos. Como este poema presenta palabras y giros claramente regionales, don Rufino, en el comentario de lo vernáculo, expresó su temor de que este caudal idiomático nativo de las naciones iberoamericanas pudiera poner en peligro la unidad de la lengua de Castilla, temor que ya había expresado don Andrés Bello en el prólogo de su Gramática insuperable y motivo de otra polémica histórica de él con don Domingo Faustino Sarmiento. Al igual que con don Guillermo R. Calderón, don Juan también se salió de las casillas de la finura y la moderación en el desacuerdo con don Rufino. En estos casos surgió el mismo contendor de la controversia con Doña Emilia Pardo Bazán muy mencionada en su tiempo, sobre todo porque él, en venganza, le cerró la entrada a la Academia de la Lengua Española a escritora tan eximia 1. En un buen número de los capítulos siguiente de los Diálogos filológicos considera el Maestro el lenguaje como un fenómeno social y del espíritu, sujeto a dos tendencias o fuerzas: la de los puristas, que lo estorban en su desarrollo y lo estancan; y la del pueblo, que lo deja en completa libertad, sin lindes o fronteras en su expansión.

1 V. José Vicente Sola, “La Polémica de R.J. Cuervo con Juan Valera”, “Lecturas Dominicales”, septiembre 7 de 1958.

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Con mucha claridad y buenos argumentos demuestra lo que los filólogos han repetido siempre, o sea que las lenguas son obra del común de las gentes que las hablan, las que les van fijando caracteres espontáneamente, sin propósito deliberado, que luego son señalados como leyes por los expertos en Lingüística. El castellano, dice, sufrió en sus principios el empuje arrollador de los visigodos, sin que en su estructura gramatical ni en todo su vocabulario sufriera más alteración que el aporte de algunos nombres de lugar alusivos al reparto de tierras; de algunos otros de persona, como Alfonso, Elvira, Ramiro y Raimundo; y de no muchos comunes, tales ganso, espuela, atavío y tregua. De la indemnidad de ese castellano demasiado niño, latín ya romance más bien, es ejemplo este párrafo del canto de San Isidoro a España, comentado y actualizado por Menéndez Pidal; "De todas las tierras, cuantas hay desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, !oh sacra España!, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias...; tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de tierra, en quien la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en frutos,henchida de vides, alegre en mieses; tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol, ni arrecida por glaciales inclemencias" 1. Tampoco la dominación árabe, con haber durado siete siglos, modificó el castellano. Lo único que hizo fue darle un grupo de palabras para designar sitios geográficos, plantas, utensilios y oficios, y, sobre todo, la bella interjección ¡ojalá! (y Alá lo quiera), tan socorrida, y la preposición hasta, torpemente cambiada por el erróneo incluso, entre españoles y americanos en frases como ésta: "Llamó a todas los parientes, hasta los más lejanos", “incluso los más lejanos". Utilísima dádiva que los franceses y los italianos, por no haberla recibido, tienen que reemplazar con las expresiones "jusqu'a" y "fino a" .

1 V. C. Pérez Bustamante, Compendio de Historia de España. Ediciones “Atlas”, Madrid, 1946, pág. 112.

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Lo que vale decir que es al menos un despropósito el temor a que las masas alteren las lenguas que hablan, porque ellas son las que determinan sus cambios, así sean ilógicos y caprichosos. El Maestro cita, por ejemplo, la frase ya impuesta "no abren la escuela hasta que no venga el director ", en la que la negación segunda es absurda por el significado de término que encierra la preposición hasta. Y otros ejemplos: hoy en Colombia se ha impuesto el numeral cardinal ciento en forma apocopada para todos los casos de su empleo, y ya se ha ido extendiendo la costumbre del uso disparatado, malsonante y superfluo de la preposición de en casos como éste : "nosotros consideramos de que es mejor llamarle la atención" . También existe en la prensa periódica el uso del pospretérito en lugar del futuro, como en la noticia siguiente: "En la semana próxima habría huelga de obreros en los Talleres Centrales". Así mismo se ha generalizado el uso del verbo superar, en el sentido de mejorar, corregir, perfeccionar y no propiamente con el significado de exceder, vencer. En la defensa del uso, bien del vulgar o bien del erudito, se han hecho entre nosotros varios estudios, de los cuales tal vez el más saliente es el discurso de Don Miguel Antonio Caro, llamado "Del uso en sus relaciones con el lenguaje", pronunciado ante la Academia Colombiana en 1881, precisamente cuando don Baldomero tenía veinte años. Seguramente, siguiendo a don Miguel Antonio, debió empaparse de las muchas razones desplegadas por inteligencia tan ilustre en favor del uso erudito y debió tropezar con la preferencia hacia el mismo, manifestada por Quintiliano en sus enseñanzas y por Cervantes en varias partes del Quijote, como cuando, por sus disparates, llamaba a Sancho "prevaricador del lenguaje", llamamiento recordado por el señor Caro. De la misma manera no debió pasar por alto en la lectura de esas páginas las opiniones, siempre en favor del uso autorizado, emitidas por Fenelón, en la Academia francesa; por Littré, en su gran

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Diccionario; Por Horacio, en su Arte poética; y por Virgilio, quien amaba el decir correcto y noble, como lo anota el mismo señor Caro, con estas palabras; "Virgilio practicaba este sistema (que se usasen arcaísmos, voces vulgares y vocablos nuevos), al par arcaico y neológico; tradicional no menos que progresivo; sacaba a relucir en su Eneida joyas que andaban como perdidas en las obras de Ennio, de Pacuvio y otros poetas rancios; en las Geórgicas, habiendo de tratar asuntos pedestres y rústicos, ennoblecía voces plebeyas, engastándolas en ingeniosas frases y en versos peregrinos; y en materia de voces nuevas, desechando las que otros novadores habían pergeñado, cacofónicas, desgarbadas y contrarias a la índole latina, formábalas tan primorosas y elegantes, que luego se acreditaron, y formaron parte integrante del dialecto poético" ¿Y no le llamarían también la atención Spencer, cuando se sorprendía de que el Instituto de Richelieu no hubiera proscrito de la lengua la doble negación, y Renan, cuando a la pregunta ¿qué ha hecho la Academia? respondió : "Poca cosa. Ha hecho la lengua francesa!"? Igualmente debieron detenerse sus ojos ante muchos más conceptos, cuales los de Macaulay, Fernando de Herrera, Góngora y Fray Luis de León, de quien son estos renglones : "De estos son los que dicen que no hablo en romance, porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar. Porque piensan que hablar romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conocen que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de las palabras que todos hablan, elige las que convienen, y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura". Según lo que se desprende de sus páginas, escritas en Buenos Aires, al Maestro le atraía la omnipotencia del vulgo, aunque son de él estas palabras : "La lengua común de las personas ilustradas es, en su parte principal, el resultado del trato de estas personas con los buenos

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escritores de la lengua antiguos y modernos.. Juan Manuel Gutiérrez, Bartolomé Mitre, Miguel Cané, Olegario Andrade, Roberto Payró, Emilio Becher leían, a no dudarlo, muchos escritores franceses, italianos e ingleses, pero las formas de su manera individual de decir las sacaron de los escritores españoles. La gente que, sin escribir para el público, se expresa con fluidez, con claridad y precisión ha aprendido estas cualidades tal vez en maestros extranjeros, pero la almendra de su decir la ha sacado de los autores españoles o de los americanos que se forman leyendo a los autores clásicos 1. Don Baldomero se pronuncia contra las Academias, contra la Gramática y contra el purismo. Por supuesto, esta actitud es muy explicable, porque él escribía sobre este tema en tiempos de gran rigidez purista y académica, que trajo como consecuencia un estancamiento del Diccionario mayor y una parálisis de la Gramática manifiestos. De todos modos otra hubiera sido la manera de expresarse en los tiempos de hoy, cuando las Academias se muestran razonablemente flexibles y cuando se encuentran maestros del idioma poseedores de autoridad tan condescendientes como nuestro Presidente de la Academia Colombiana don Eduardo Guzmán Esponda y como el notable lingüista Don Luis Florez. Lo que sí hubiera rechazado con énfasis es el cambio hecho por el Ministerio de Educación de la Gramática de Bello por la de la Academia Española de la Lengua, porque ésta es, con algunas adiciones y variaciones, la misma de Lebrija publicada en 1942, y la misma de Dionisio el Tracio, llamada por el Maestro Sanín Cano "infausta gramática griega" "al alcance de los romanos". Con esta gramática tradicional se ha dado al traste con la nuestra, la de nuestra América, la amada por don Baldomero, eminentemente clara, propia y científica, y con los trabajos de nuestros grandes sabios en la materia, precedidos por don Miguel Antonio Caro, don Marco Fidel Suárez y el inigualable don Rufino Cuervo.

1 V. Sanín cano, Divagaciones filológicas y Apólogos lit. , ya citado, pág. 35.

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Se nos ha vuelto a la "venerable rutina" de que hablaba el mismo Bello, a "la servidumbre en que vivía nuestra disciplina gramatical respecto de la latina" antes de aparecer tan famoso texto, según opinión de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y se han hecho a un lado las tesis originales y sapientísimas de él, concernientes al que relativo; a la clasificación de los verbos irregulares, con base en grupos de formas afines; al significado fundamental, secundario y metafórico de los tiempos; a la sintaxis; a las oraciones condicionales con sus hipótesis y apódosis.

********** Hay entre estos capítulos de las Divagaciones filológicas uno titulado "El Cristianismo, la lengua y el sentido de posesión". Es por sí solo todo un ensayo. Prendado de la filología, atribuye a ésta, con bellas palabras, el prestigio de la prosa de Renan, el hechizo de la de Remy de Gourmont y el brillo y el enaltecimiento que le dio Nietzsche a la lengua alemana, porque el dominio del vocablo en su valor etimológico y en sus cambios fonéticos y de sentido es lo que permite señorear el arte de escribir. La palabra es fuente de muchas informaciones : no solamente le hace a uno la confidencia de su más hondo propio y secreto significado y de otros accidentales, sino que le revela los caracteres, el alma y la emoción de los que la usan. La riqueza y variedad de la lengua italiana en aumentativos y diminutivos -dice don Baldomero- procede de la fina sensibilidad de quienes pueblan la Península que encierran el Meditarráneo, los Alpes y el Adriático. No sucede lo mismo con el castellano, menos abundoso en estas terminaciones, porque los españoles y americanos tienen una emotividad no tan viva, y el idioma francés es pobre en ellas, a causa de la efusión más contenida de quienes son sus dueños. Basado en una conferencia de Meyer-Luebke, anota don Baldomero que las formas verbales del futuro señalan condiciones o naturaleza distinta de los pueblos. El español tiene completas y sencillas esas

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formas verbales, porque confía más en el mañana, porque tiene mayor fogosidad o presteza espiritual, en tanto que los ingleses, alemanes, escandinavos y rusos necesitan, para determinada significación, de más de una palabra en la expresión de ese tiempo. Y agrega que para indicar esta relación temporal los pueblos atrasados se valen de circunloquios. En párrafos muy interesantes y de valor filológico claro se detiene el Maestro a considerar las palabras eruditas y particularmente varias de ellas, entre las que sobresale cuyo, apenas existente en el castellano y el portugués entre las lenguas románicas. Y dice, con grandísima razón, que por ser erudita en alto grado no la usa el común de las gentes, a pesar de haber transcurrido quince o dieciséis siglos de valerse del habla de Castilla muchos millones de hombres. Y es tan erudita, agrega él, que en Doña Bárbara, la novela de Gallegos, no se la encuentra más de seis o siete veces y que la gente de mayor posición social la ignora en sus escritos y conversaciones. Y téngase en cuenta que esta palabra es un auxiliar inapreciable de la lengua cuando uno tiene necesidad de referirse a una persona antecedente, con enlace de posesión, porque ella es a un tiempo relativo y posesivo. El señor Suárez tuvo la fortuna de encontrar en Diana de Montemayor el ejemplo más corto y más claro que demuestra esta doble función : "Mostrad, señora, esos ojos, cuyo par no hay en el mundo" equivale a "Mostrad, señora, esos ojos, que en el mundo no hay su par". Saltan a la vista los dos elementos, relativo y posesivo, que el cuyo incorpora 1. Ahora : el carácter posesivo de tal palabra le sirvió al Maestro de pretexto para hacer consideraciones muy acertadas sobre los adjetivos de esta especie en relación con las lenguas.

1 V. Marco Fidel Suárez , Estudios gramaticales. Impr. de A. Pérez Dubrull, Madrid, 1885, pág. 330.

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La noción del derecho a la vida y a la propiedad sobre los bienes materiales externos ha venido con el hombre desde el principio de su existencia y él ha procurado cada día establecerla de modo más claro, más determinado, más estable. En el Decálogo, como lo dice don Baldomero, hay cuatro mandamientos, si no cinco, para proteger la propiedad y ésta fue consagrada por la legislación romana con proyecciones de siglos. El derecho natural a la propiedad, sobre todo el individual, ha sido uno de los más discutidos y aun combatidos, pero, con todo, subsiste aún , a pesar de sus limitaciones. La Iglesia Católica, de tanta influencia en el mundo, lo ha defendido a lo largo de todos los tiempos hasta hoy. "El poseer algo como propio y con exclusión de los demás es un derecho que dió a todos la naturaleza" dice, por ejemplo, la encíclica Rerum Novarum. Sin embargo, los últimos Pontífices, especialmente de León XIII en adelante, le señalan a este derecho restricciones emanadas de la justicia. El caso genitivo y pronombres especiales fueron en el lenguaje los destinados a significar la posesión; pero al surgir las lenguas románicas el genitivo fue abandonado, así como los demás casos en el nombre y el adjetivo, con la excepción del castellano, en el que, como huella de la desinencia con sentido de propiedad, quedó el relativo cuyo. Explica el Maestro las vicisitudes del genitivo y su desaparición en los idiomas derivados del latín como un efecto de la doctrina cristiana, que exhorta al desprendimiento y a compartir los bienes con el necesitado. No sucede lo mismo con las otras lenguas, tales las teutónicas y escandinavas. Mientras que en el castellano solo se tienen los pronombres mio, tuyo y suyo con idea de pertenencia, aquellas poseen mayor número. En los pueblos nórdicos y eslavos persistió muy vivo el sentido de la propiedad y por ello no solamente conservan el genitivo algunos de ellos, sino que se ven casos cual el del sajón, que dispone hoy de cinco palabras para decir su, sus y cual el de "el escandinavo, que se ha procurado ocho" También, para expresar la posesión de la tercera persona, el frances tiene cinco formas; el italiano, seis; el rumano, cinco.

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************* . . .

En otros capítulos analiza don Baldomero temas filológicos acerca de la enseñanza del latín y el griego, de la enseñanza del idioma y la gramática, de las correcciones del lenguaje, de las hablas populares y francas, fuera de particularidades como el género en las lenguas escandinavas, el porvenir de la novela, el origen de la palabra lazareto,la invención del esperanto y otras tentativas idiomáticas similares, y en cinco capítulos restantes, separándose del sentido lingüístico central, se detiene ante lo exótico, ante la importancia de la forma y ante tres estudiosos del romance de Castilla y su literatura. El concerniente a la forma lo titula "De la tregedia del estilo" Es un relato al parecer histórico, con intención de apólogo. Figura en él un joven irlandés, que después de ser mozo de hacienda en Australia, se va a Buenos Aires en busca de mayor fortuna. Allí se encuentra con una asturiana sencilla y de humilde oficio y luego se casa con ella. El irlandés empieza a progresar rápida y brillantemente hasta figurar en la política y a medida de ello su cambio interior va contrastando cada día más con la sola mudanza exterior, creciente, de su mujer. Llega entonces un momento en que, por el estilo y maneras , la discrepancia entre ambos se hace profunda, con la consecuencia de la total separación de sus almas y sus vidas. El capítulo relativo a lo exótico es indudablemente, haciendo a un lado las consideraciones esenciales del tema, una defensa del Maestro contra quienes lo censuraron por haber hecho su obra literaria con mayor preferencia por lo extranjero, defensa a la que nos referiremos más adelante. Por último, el Maestro dedica sendos apartes a tres estudiosos del castellano y su literatura, James Fitzmaurice-Kelly, Emilio Gigas y Luis Eduardo Villegas.

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Justo y encendido es el elogio que le hace a don Jaime, especialmente por lo que vale su obra Historia de la Literatura Española, por haber hecho figurar en sus páginas las letras americanas y por haber señalado la influencia que "en determinado momento" ejerció este Continente sobre los escritores de la Península, con no mucha satisfacción de don Juan Valera y no mayor entusiasmo de Menéndez y Pelayo. Noble, generoso y eminente pasa Fitzmaurice por los párrafos de don Baldomero, con su destacada figura de gran señor y de aventajado erudito de los valores literarios de España y de los países de este lado del Atlántico. Con un directo conocimiento de lo que significó la obra del gran hispanista Doctor Gigas, comenta don Baldomero la traducción que en verso danés empezó éste a realizar en Copenhague de un copioso número de comedias de Lope de Vega, así como su historia sobre la literatura española, la curiosa terminología del tresillo y su importante trabajo acerca de la vida en España por los años de 1.879. Este comentario es particularmente valioso por la información que le da a quien lo lee sobre el interés que a fines del siglo XVIII despertaba España entre las gentes letradas de Dinamarca, tanto por su literatura como por sus monumentos históricos y sus obras de arte. Del doctor Luis Eduardo Villegas, jurista, político y gramático, hace el Maestro una pequeña estampa agradecida y cordial, con el especial relieve del amante del castellano, del defensor de sus principios, medios y normas y del devoto por sus temas, como lo demuestran sus trabajos ligüísticos, tales el del uso del plural en los adjetivos y un libro muy bien logrado que él denominó Analectas del Quijote.

******* Y el Maestro amó la palabra y sobre ella tuvo señalado fuero. Como hombre de importante información científica la analizó extensamente. La palabra -pensaba él- es la transmutación simultánea del pensamiento o del sentimiento que brota súbito de la mente en las interioridades del cerebro. Es espiritual, como el motivo que la crea, pero de la cuna celular nobilísima y portentosa que ella conmueve e ilumina, con la velocidad del rayo, y ya dentro de un movimiento

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reflejo, parte por el camino de las fibras nerviosas hacia la laringe, donde, a la orden cerebral que trae, toma forma sensible y se revela por medio de la vibración sonora de las cuerdas vocales, perfeccionada sincrónica y ortológicamente en la boca, y luego, ahora sí libre y conformada, se lanza al espacio y a la luz o a la sombra en las alas asistentes del aire. Y ya en la torrencial agitación del exterior, la estudió en el servicio individual, pero preferentemente en el social, que es su fín primero y determinado. Leve e incorpórea,como más de la familia de los dioses que del hombre, la siguió en el enriquecimiento cultural del mundo, principalmente en el diálogo, en la poesía, en la prosa, en la oratoria, en el canto, en el empeño interminable por valerle a la verdad. El análisis que hizo don Baldomero de la palabra fue completo, porque atendió intensamente a sus dos formas esenciales, la hablada y la escrita, pues difieren notablemente la una de la otra: la palabra hablada salta desnuda al ámbito de su dominio tal como fue concebida con su designio primario y con la entonación expresiva y la mímica, que son su glosa significativa e inicial, sin cautela ni reservas en las más de las veces ; en tanto que la palabra escrita viste por lo menos prudencia, exámen y exactitud, sin el comentario del tiempo de la dicción, ni del tono y del acento. La palabra hablada recibió de él cuidado singular. Y algo más: para sí prefirió la palabra escrita, pero su mayor entusiasmo de ciudadano y de filólogo fue el de la palabra hablada. Y es que para él, como ya lo hemos visto, el lenguaje popular es el predominante y más valioso; el que se recrea constantemente, cual lo dicen las metáforas; el de la real riqueza en vocablos, giros nuevos y elementos afectivos; el que renueva los sistemas de la gramática; el de las leyes fonéticas; en una palabra, el de la más viva y extensa expresión original, variada y espontánea, sin ideal lógico y sin intención estética ni literaria. Semejante a nube viajera es este lenguaje, en cuanto se mueve constantemente y en cuanto de forma y color cambia a cada golpe del viento que pasa. Es que , siendo el lenguaje de la vida ordinaria, busca

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de todos modos expresarse cada vez en forma más gráfica y diciente, regida no propiamente por la razón, sino por la intuición y el instinto. Pero el Maestro no solo contempló la palabra hablada como elemento constitutivo y enlazado del lenguaje, sino también aisladamente, como ser autónomo, depositario de una idea. Espigando en este último campo, gustaba de examinar la conciencia etimológica de los vocablos, como lo hizo largamente en su estudio "Origen de una palabra internacional", relativo a la voz lazareto, que ya hemos nombrado. Por otra parte, sabiendo que todo hecho nuevo puede exigir una palabra nueva, o un nuevo acento, o un nuevo juego fonético, o una nueva sílaba, o una nueva pausa, su inteligente comprensión lo llevaba a admitir cualquiera creación o cambio y a pedir su incorporación en nuestro léxico. Por motivo de su vocación la palabra escrita fue su diario menester. Qué no hizo él por ella, si de ella era un místico. Le dedicó toda la vida una atención por demás diligente y esmerada para conocerla profundamente y de ella se sirvió con un dominio que pudiera llamarse perfecto. Siempre tomando como base el lenguaje espontáneo y natural del pueblo, especialmente en su sencillez, alcanzó en sus escritos las formas superiores de la vida y del pensamiento y consiguió fácil comunicación y difusión de ellos, hasta el punto de que hubiera podido decir con Voltaire: "Yo me parezco a los arroyos. Soy claro, porque no soy profundo". Sin que esto quiera decir que la palabra escrita del Maestro no haya alcanzado la altura y la presencia de las mejores de España y América. No son muchos los escritores como él. Es verdad, sí, que la lengua literaria de don Baldomero, como la de todos los escritores, tiene mucho de tradicional, porque, al fín y al cabo, han concurrido a formar esa lengua todos los que han escrito y escriben y que se observa en ella un sello de cosa pasada y hasta antigua, como lo dicen los arcaísmos que la puntean o ilustran con frecuencia. Y por eso mismo, por tener mucho de herencia espiritual,

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de doctrina conservada, de costumbre, resalta en ella el caráter jerárquico de clase. Pero por esto no puede negarse que su palabra escrita le es, en cierto modo muy personal, porque lleva el distintivo de su personalidad y estado de espíritu. Y es de señalar que en más de setenta años no se ven en ella todas las variaciones manifiestas que ha presentado en el mismo tiempo la palabra hablada del Continente y, con especialidad, de Colombia. Por lo que se prueba muy claramente el estancamiento que sufre el lenguaje literario por espacios más o menos largos, en contraste con la sucesiva novedad febril del lenguaje común de las gentes. Más en lo que se advierte mayormente su amor por la palabra es en la manera de procurar el acierto etimológico y semántico de ella, en la escogencia de sus construcciones y enlaces y en la de los verbos y adjetivos. Le da a uno la impresión de que tomaba los vocablos para buscarles, primero que todo, su valor exacto, pues persiguió la precisión porfiadamente, y luego el garbo, la dignidad y los juegos fonéticos, porque a la nobleza de la frase - sin decorativismo ni labrada perfección- le agregaba la combinación de los acentos y de las pausas, a fín de que lo escrito se moviera con cadencia y ritmos suaves y agradables. Eso sí, el examen mayor lo ejercía en la conciencia etimológica de la palabra, en su intención fundamental y aun en su segunda intención, aquella ya personal que imposibilita toda sinonimia, y muchas veces también hasta en una tercera intención, que es el brillo casi escondido de un íntimo propósito sentimental. Porque hay palabras que pretenden explicar cosas tan tenues y sutiles, en mucho inexplicables, y tan quedo, que confinan con el silencio y que con él casi, casi que se confunden y se desvanecen.

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CAPITULO IV

EL PERIODISTA Es verdad incontestable que don Baldomero fue un ensayista y, aún más, un crítico literario, pero, sin embargo, la afirmación de mayor alcance y evidencia que se puede hacer sobre él es que fue todo un periodista. Y fue periodista por vocación. Sedujo siempre a su espíritu el hic et nunc, es decir la actualidad y el estar dentro de ella; casi exclusivamente vivió registrando el suceso importante diario, analizándolo y comentándolo. Por eso su inteligencia se sosegaba en la verdad presente, con visible predilección sobre la antigua, y por eso no lo atrajeron las investigaciones históricas, cuyos datos utilizaba en sus observaciones y razonamientos, ni tampoco escribir libros fundamentales de ficción o de temas esencialmente filosóficos o sociales. Eso mismo explica también por qué no dejó obra orgánica ninguna, a excepción de la llamada Letras Colombianas, que es más bien una agrupación de excelentes, pero muy compendiosas estampas literarias. Su mente tuvo la pasión del vuelo y el ansia de la rama de un día nuevo para posarse en ella por tiempo en general breve. Si hubiera nacido a fines del siglo XV habría colaborado en las hojas italianas volantes - foglia avoisi- que la imprenta ponía en circulación con motivo de acontecimientos sensacionales, o en los gazetins franceses del XVII, primero clandestinos, que divulgaban los hechos de la Corte, con notas sobre ellos. Era grande su inclinación por registrar explicativamente los movimientos de la cultura y por hacer conocer nombres y obras dignos de interés y miramiento.

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Y piensa uno que si don Baldomero, con esa propensión natural al periodismo, se hubiera encontrado en las mismas condiciones del dominicano joven Arturo J. Peyerano, fundador del primer diario de Santo Domingo, hubiera procedido como él. ¿Y cuáles fueron esas circunstancias y esa conducta de éste? Vale la pena escribir unos renglones sobre ellas. Algún viajero por París hace cuarenta años le oyó relatar a este meritísimo personaje, ya anciano, en un café del Boulevard La Madelein que, apenas entrando en la juventud y muy pobre y sin trabajo, una buena mañana se le ocurrió la idea de trasladarse a los muelles de la ciudad con un lápiz y una libreta para ver de cambiar su precaria suerte. ¿No eran éstas las armas nobles de un Quijote redivivo? Y allá llegó. Encontró un barco que acababa de arribar y sin perder tiempo y con habilidad y diligencia logró informarse no solo de las mercancías que la tripulación empezaba a descargar; de su cantidad, procedencia y destino, sino también de los productos dominicanos que el dicho barco llevaría al Exterior cuando zarpara, tales como café, cacao y azúcar. No se retiró de los muelles el mozo indagador solícito, sino que aguardó horas la llegada de un nuevo barco, en el que realizó averiguaciones iguales. Del mismo modo procedió al siguiente día con las naves que atracaron, después de haber pasado una ardiente y negra noche de angustia, con solo tachones escasos de esperanza, como fugaces estrellas. Ya dueño de estas informaciones entróse en la ciudad y fuese a los más importantes almacenes. -Señor comerciante : ¿le interesarían a usted estos datos?- les fue diciendo a uno y otro dueño, con la libreta en la mano. A la pregunta seguía luego un ligero diálogo de complemento. Ante las respuestas afirmativas, dulcificadas de encarecimiento, nuestro imberbe perquisidor llameó en entusiasmo y continuó haciendo esa obra diaria, consignándola en pequeñas hojas manuscritas que repartía en los establecimientos de negocio, pero ahora con el aditamento de la noticia de los personajes que llegaban y, días más tarde, con algún corto apunte sobre el movimiento de importación de géneros, sobre el objeto de la visita de los extranjeros y también sobre los acaecimientos notables de la pequeña urbe. Era exactamente uno de esos corresponsales vistos hacia el siglo XII, llamados por los italianos menantes, que en Roma y Venecia ponían a la venta las noticias,

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copiadas a mano en docenas de ejemplares, poco antes de la aparición de la Gazeta. "Listín" intituló Peyerano esa hoja que editaban sus manos desveladas y prontas y que le traían como recompensa para el pan, para el mendrugo más bien algunas monedas fraccionarias. Meses después "Listín", el diminutivo del vocablo lista en la República dominicana, esa palabra pequeñita, mas llena y apretada, recibía la honra de nombrar a un periódico que ya surgía de modesta imprenta con dos páginas apenas, pero que con el correr del tiempo saldría de una poderosa rotativa perteneciente a millonaria empresa, con el volumen y el ascendiente de uno de los mayores diarios de esta América Hispana, y con la gloria para el anciano sencillo y bueno que hacía estas revelaciones satisfactorias y extraordinarias en un café de París. No parece que haya un vocatus, un llamamiento más claro que el de esta lacónica historia, que es la del impulso de un sino. En otro lugar de estas páginas se ha visto que el primer roce formal de don Baldomero con la prensa lo tuvo en "La consigna", el semanario que don Fidel Cano poseía en Medellín hacia los años cercanos a 1888, donde publicó, en asocio de algunos de sus condiscípulos de la Normal, un periódico mínimo que denominaron "El Eter". Pero antes había tenido ocasión en su casa de tomar en las manos, tras de las novelas de Julio Verne, el "Diario de Cundimarca", redactado por Nicolás Esguerra y Florentino Vesga, que sus piadosos familiares no estimaban conveniente para él, según lo expresa en el libro De mi vida y otras vidas1. Ya en Bogotá, don Baldomero encontró en circulación varios periódicos, pues basta decir que en la penúltima década del siglo pasado surgieron en el país no menos de cuarenta, naturalmente unos más importantes que otros2. Pueden citarse de la capital en el segundo lustro de esa década "La Nación", el "Diario de Cundimarca", "La Palabra", "El Semanario", "El Liberal", "El Orden", "El Comercio".

1 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas , pág.219 2 V. Ricardo Ortiz Mc. Cormick, “De Don Manuel del Socorro Rodriguez a El Tiempo”, Lecturas Dominicales, de marzo 8 de 1956

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Dice el Maestro que el primer diario que tuvo en Bogotá el servicio de noticias extranjeras fue "El Telegrama" y que en ese diario y en 1893 publicó un artículo sobre la muerte de Taine. También publicó en "La Nación" crónicas de teatro y artículos de crítica literaria. Por los días de la llegada de don Baldomero a la altiplanicie, cuando ya había meditado sobre su razón de ser, recibió de don Rafael María Merchán, director que había sido de "La Luz", la solicitud de que le hiciera el catálogo de su biblioteca, una de las más ricas de la capital, aun en obras modernas. Hay que recordar quién fue el señor Merchán, cubano hijo de compatriota nuestro, para deducir la confirmación que de él recibió el Maestro en la vocación periodística que le descubrió y estimuló don Fidel Cano. En Manzanillo, puerto oriental de la isla de Martí, publicaba "El Eco" Francisco Murtra, a principios de la segunda mitad del siglo pasado, en imprenta propia. Muy niño todavía empezó Merchán a trabajar en este taller, donde se hizo hábil operario y donde a su mente se le abrió el mundo de las ideas. Después que en Bayano fue cajista en la imprenta de "La Regeneración", pasó como estudiante al seminario de Santiago de Cuba, en el que alcanzó la primera tonsura y el ofrecimiento de una cátedra de lengua latina, mas tuvo que renunciar a todo y retirarse de esos claustros por carecer de vocación religiosa. Entonces entregóse al profesorado y a la redacción de la "La Antorcha" y "El Comercio", periódicos al servicio social y político de su país . Posteriormente en la Habana empezó a colaborar en el gran periódico "El Siglo", con gran éxito, y más tarde, en "La Opinión", "El País", "La Verdad"y "El Tribuno" . Su labor patriótica y revolucionaria en esas hojas periódicas le trajeron fama de escritor y polemista, pero también la necesidad de huir a los Estados Unidos para evitar primero la prisión y luégo la pena capital impuesta por las autoridades españolas.

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De Estados Unidos , donde dirigió "La Revolución" y el "Diario Cubano", órganos de los luchadores por la independencia de su patria, pasó a Europa y en París aparecieron artículos suyos en La Liberté y la "Revista Latino- Americana"; de allí se trasladó a Colombia en 1874, con el cargo de secretario de Cisneros, su compatriota constructor del ferrocarril de Antioquia. Colombia acogió a Merchán con atenciones especiales. Ya establecido en Bogotá fue secretario particular del Presidente Núñez , miembro de la Academia de la Lengua y personaje prestigioso de la vida literaria por sus condiciones de humanista, crítico y filólogo y por la intensa actividad de su espíritu. Una de sus publicaciones fue el folleto titulado "Colombia y Cuba", acerca de los auxilios enviados de aquí para los enfermos y heridos del Ejército Libertador Cubano, que concluye con la invocación siguiente : "¡Oh Colombia, patria de héroes, tierra indómita de valientes y libres, que eras ya hermana nuestra por la cuna y por el pasado sombrío, y que vuelves a serlo por tu compasión, tu benevolencia y tu angustia, en esta hora cruel de tribulaciones en que la familia cubana parece destrozada por el plomo enemigo, por la mano ensangrentada del verdugo, por la bayoneta del asesino y hasta por el hambre decretada oficialmente! Los hijos de aquel suelo que en ti disfrutamos cariñosa hospitalidad, te damos gracias con emoción, en nuestro nombre, en el de los soldados que reciben en el lecho de agonía los socorros de tu munificencia, en el de los que han caído combatiendo por la más dulce de las esperanzas, en el de las legiones que sobreviven y siguen luchando con fe y heroísmo , imitando tus virtudes y tus ejemplos, y contestando con orgullo a todas las torpes seducciones del aterrado explotador : ¡Libertad, Libertad, Libertad! ". Merchán regresó a Cuba en 1902. ¿No se puede concluír que intelectual tan eminente, periodista tan auténtico y tan decidido amigo de don Baldomero, hubiera ejercido sobre éste innegable orientación en su carrera de periodista ?.

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Por ese mismo tiempo de tal acogida y relaciones con Mérchan debieron servirle de guiones del periodismo las figuras españolas más notables de la Generación del 98, Azorín, Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Ganivet y su posterior amigo Ramiro de Maeztu, que predominaban tanto en nuestro medio. Todos estos escritores pusieron a menudo su inteligencia al servicio de la prensa en el curso de los años y todos aleccionaron en ello a quienes por las puertas de los diarios entraban a la vida del espíritu. ¿No le sugeriría Azorín a don Baldomero que los artículos para los periódicos debían ser de aquellos que por su tema y carácter pudieran más tarde agruparse como contenido de uno o varios libros? Por de contado debe tenerse presente el incentivo que sin duda significó en tal época, para las mentes jóvenes, la actividad periodística de los mismos compañeros del Maestro en el Movimiento Modernista y de hombres como don Miguel Antonio Caro, don Carlos E. Restrepo, don José Vicente Concha y don Marco Fidel Suárez, quienes ocasional o habitualmente la ejercieron en estilo tan excelente y en calidad tan alta, como para formar los doce volúmenes de los Sueños de Luciano Pulgar, que le concedieron a "El Nuevo Tiempo" del poeta Ismael Enrique Arciniegas, cuando los publicaba en artículos, una consideración no vista otra vez en Colombia. Pero donde don Baldomero se incorporó realmente al periodismo fue en Londres, cuando allá se fue a vivir en febrero de 1909 y cuando seguidamente entró en la redacción de la revista "Hispania", que dirigía en aquella ciudad el ilustre colombiano Santiago Pérez Triana, y cuando desempeñó el oficio de corresponsal de "La Nación" de Buenos Aires, que en Estados Unidos y en alguna ocasión también enalteció José Martí. De las varias solicitudes en relación con otras publicaciones periódicas dan una idea cabal los siguientes párrafos tomados de su obra De mi vida y otras vidas :

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"Como corresponsal de ese diario ("La Nación") estaba entre mis obligaciones - un trabajo de Sísifo- la de leer diariamente en su parte editorial, de noticias y de información literaria, el mayor número posible de los diarios londinenses. De rigor tenía que enterarme de cuanto decían sobre estas materias The Times, The Daily Telegraph, Daily News, Daily Mail, Daily Express y Morning Post. (Estaba incluído también entre éstos el Blackword's Magazine de Edimburgo). "La prensa europea de los años anteriores a la primera guerra mundial pasará en la historia como uno de los adornos más severos y característicos de una civilización declinante, sin saberlo. En Londres, en un rincón de "Picadilly Circus", no lejos del "Café Royal", había una humilde tienda donde se ofrecían diariamente a la venta los diarios todos de Europa acabados de llegar. Los había en todas las lenguas y dialectos, de esa por entonces supercivilizada parte del mundo. Allí acudían los rusos en busca de Golos, los checos a comprar el Narodny Listy, los suecos a enriquecer sus conocimientos con el Dagens Nyhetter, los catalanes iban a comprar la Esquela de la Torraxa, y todo el mundo salía contento. . . En la venta de diarios extranjeros solíamos encontrarnos los latinoamericanos con los españoles que iban allí en busca de los diarios de su tierra. Por allí pasaban Luis Araquistain, voluminoso, de anteojos, siempre de aspecto risueño, mesurado en el andar y en el decir; Eugenio Xammar, apresurado en su marcha y en su hablar; a veces José Pla, con algún chiste nuevo. Pedro César Dominici, ministro a la sazón de Venezuela, era un seguro cliente que aparecía sin falta a las seis de la tarde en busca de los diarios de París. Allí solía acercarse a grandes trancos Saturnino Restrepo, abstraído y silencioso, no tanto por comprar diarios, pues él como diplomático ya los habría leído todos en casa, sino para ponerse en contacto con el mundo cosmopolita. "El autor de este libro también concurría habitualmente a aquel despacho de la prensa extranjera en busca de tres diarios de su devoción, el Corriere della Sera, de Milán; Politiken, de Copenhague; y Berliner Tageblatt, de Berlín. Leía también regularmente el Manchester Guardian; pero éste se lo procuraba en la mañana con los

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diarios de Londres, en un quiosco vecino a su habitación. Los tres primeros nombrados eran un autorizado y lisonjero testimonio de la civilización. El Corriere, llamado así lacónica y cariñosamente por los sudamericanos que lo leíamos en Londres, era una publicación independiente, cuyo dueño, el senador Albertini, le había dado una envidiable reputación por sus cualidades de respeto a la verdad en la presentación de los hechos, por su valor frente a la necesidad pretenciosa y sobre todo por la calidad literaria de sus escritos. Lo mismo la parte editorial que las noticias, la crítica literaria, las correspondencias del exterior, eran la obra de experimentados y concienzudos poseedores de la lengua italiana. Entre los firmantes de la crítica literaria había verdaderos maestros del estilo. Politiken, diario de ideas avanzadas y de amplitud y tolerancia filsófica excepcionales, tenía por entonces gran reputación en Europa y era vastamente leído, no solo en Dinamarca sino en todos los países escandinavos ... Politiken era también cuidadosísimo en cuanto al buen decir. Allí escribían los hermanos Brandes sobre literatura y política internacional. Allí aparecían como folletín diariamente trabajos importantísimos de sabios, de investigadores en todos los ramos de la ciencia. Tuvo este diario primordial influencia en la transformación política acaecida a fines del pasado y principios del presente siglo en el gobierno de Dinamarca, en favor de la igualdad social y los principios de equidad y tolerancia. Berliner Tageblatt fue hasta 1934 una hoja política de tendencias progresistas muy avanzadas. Lo dirigía en esa fecha Teodor Wolff, novelista y fino observador de las costumbres políticas de su país. Tenía la frase fácil, elegante y sonora, el pensamiento claro y la conciencia libre. Era un privilegio leer sus artículos del sábado, sobre literatura, política, asuntos sociales, en que era una autoridad". De reputación fue para don Baldomero que su nombre figurara en la nómina de los colaboradores de "Hispania", cuyo círculo comprendía a escritores como Ramón Pérez de Ayala, Ambrosio González Blanco, Diego Mendoza Pérez, Santiago Restrepo, Miguel de Unamuno, Diego Carbonell, Francisco García Calderón, B. Cunninghame Graham, Pompeyo Gener, Luis Araquistain, José A. Silos, Ludia Bolena, Marco

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Fidel Suárez, Luis Bonafoux, Azorín, Leopoldo Lugones, Samuel Velásquez, Blanco Fombona, Pedro Nel Ospina, José Ingenieros. Para el servicio de esta revista poseía el Maestro una sección llamada "Libros castellanos", en la que comentaba toda obra que llegaba a la Redacción. Acerca de la de Unamuno Del sentimiento trágico de la vida, escribió un comentario al que pertenecen estos renglones que tomamos en un apunte: "Si el señor Unamuno no les tuviera a las frases el odio puritano de que nos ha dado ejemplo, habría podido resumir muchos capítulos de su libro en una sentencia como ésta : La filosofía en presencia de la vida es el sentimiento y la obsesión de lo individual; y en presencia de la muerte, la rebeldía' ". Pero contemplaba y analizaba muchos otros temas, tales la política europea antigua y moderna; la guerra; la personalidad de científicos, pensadores, artistas y publicistas; los sucesos de la cultura ; casos curiosos de historia natural; estudios filosóficos, de física y matemáticas; ambientes de provincias lejanas; hechos de teatro; rutas de la nueva poesía. Sobre la guerra del 14 al 18 y sobre sus consecuencias internacionales produjo, por ejemplo numerosos escritos, y más tarde, entre lo mucho, comentó las organizaciones creadas por la Liga de Ginebra, como la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual, la Oficina del Trabajo, las comisiones de higiene y especialmente la UNESCO, de aparición posterior, quizás por sus miras tocantes con el progreso de los pueblos y sus posibilidades de cultura. Este Instituto le atrajo casi tanto como a Torres Bodet, el gran poeta mexicano, que llegó a ser uno de sus dirigentes, y dejó páginas sobre su afán de que escritores, investigadores, filósofos y artistas consideraran estas actividades como las suyas propias. De exquisita sorpresa fue que en pleno Londres y en una de las mejores revistas en castellano se encontrara, con la firma del Maestro,

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un artículo llamado "El criterio espectacular", para pintar un día de feria en un pueblo antioqueño, con personajes como el de un hombre que escamoteaba a la gente mediante una especie de lotería en figuras de animales, y como el de otro que presentaba el espectáculo de dos pavos danzantes, al son de una música de violín, por calentamiento de la mesa metálica donde se les exhibía, artículo del que es el párrafo siguiente : "La pequeña ciudad de provincia era un hormiguero. Allí habían acudido del centro y de los confines del Estado cuantas almas sentían el anhelo de esparcimiento. Entre la turba abigarrada distinguía mi rudimentaria inclinación a las clasificaciones el hablar fatigado de nuestros compatriotas del Norte, el acento rudo y cascado de los que venían del Oriente, las inflexiones zalameras y presurosas de los occidentales, nacidos a orillas del Cauca. Labriegos en traje de fiesta, mozos de cordel limpios e inconocibles, cargadores de bíblicas monteras vistosas, arrieros a medio vestir, petimetres de la capital estrepitosos, de andar afectado y de rumbo inequívoco hacia la taberna de lujo, se disputaban el pequeño espacio comprendido entre la plaza cercada para la corrida de toros y la acera occidental, por donde iba con mi padre a ver la feria". Acerca de Jean Henri Fabre, el "Virgilio de los insectos" y con motivo de su muerte, hizo un sentido y bello comentario no solamente sobre sus obras referentes a puntos de física y botánica, a los diversos animales y al mundo vasto de los insectos, sino sobre su muy larga vida de científico, comenzada a los siete años, sobre su amor a la investigación y a la observación, sobre el abnegado sufrimiento de incomodidades, privaciones, enfermedades, ausencias de la patria y especialmente sobre la filosófica contemplación del fin lento y progresivo de sus días . Advierte uno en la lectura de esta página una honda simpatía de don Baldomero por el eminente entomólogo, originada quizás en que él también prodigaba enseñanzas, en que escribía más con el ánimo de conversar con sus lectores, en que tenía el afán diario de descubrir inteligencias y en que, cual aquel sabio en

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sus afirmaciones científicas, él también, para sus conceptos, extremaba el cuidado de sus fuentes. Al registrar el deceso de Rubén Darío en un articulo titulado "Declina el Véspero", emitió estas opiniones, que vale la pena transcribir : "José Asunción Silva ya hacía versos en que se revelaba un talento primordial con vivos anhelos de renovación (agognante di rinnovare) antes de haber puesto sus ojos en la obra de Rubén Dario. Y al paso que el nicaragüense cincelaba, bruñía, amartillaba sonoramente sobre el oro y la plata, o tallaba facetas deslumbradoramente graciosas en las nobles piedras que caían bajo su mano, Silva penetraba en la composición de los metales, tanteaba su peso, les aplicaba el microscopio a los rubíes o diamantes y declaraba su experiencia en rimas nuevas de una claridad, de una amargura graciosa, lejos de toda solemnidad y de todo esfuerzo por atraerse los sufragios del gran público. Rubén Darío se auscultó a sí mismo, desde los primeros momentos de su carrera, y descubrió, no sin agrado, que era el poeta americano moderno. Se atuvo con firmeza a este descubrimiento, organizó su vida dentro de los auspicios de esa carrera y quiso desentenderse de cuanto pugnara con ella o le fuera extraño. En esto estriba lo mejor y más sustancial de su fuerza. El dedicó todas sus energías al arte para cuyo cultivo se creía, y en efecto estaba predestinado. Silva tuvo siempre la poesía por un género de pasatiempo frívolo. Su talento formidable tenía uno de los estigmas característicos de esa dádiva celestial, que era la falta de fe en sí mismo. Medía, pesaba su obra, la contemplaba de cerca y de lejos, la colocaba en planos diferentes y muy a menudo se declaraba insatisfecho.No buscó la aprobación del público. Se negó a asomarse a las ventanas de la prensa, cuando pasaba el desfile de las multitudes holgazanas hacia una meta incierta e inexistente. Sin esta actitud escéptica y perfectamente justificada de Silva ante el aplauso de las masas, su influjo sobre la poesía contemporánea de Hispanoamérica, habría sido tan grande como el ejercido por Rubén Darío y se habría encauzado en álveos más profundos. Amaba la emoción y tenía por las formas un respeto supersticioso, pero su preocupación mayor y más

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insistente era el pensamiento". - "La fuerza de Rubén Darío está principalmente en la emoción y en la habilidad que tuvo para hacerla plegarse a las exigencias de una forma renovada”1. Estas incursiones por la poesía, el arte y las ciencias fueron las que dieron a su prosa periodística un interés innegable. Pero tal vez el tiempo de consagración al periodismo con mayor intensidad fue para el Maestro el de su permanencia en Buenos Aires, entre 1925 y 1936, cuando también atendía a otros oficios y empeños. Quien escribe estas líneas tuvo la oportunidad de conocer la colección de números de "La Nación" correspondientes a los once años nombrados, que posee nuestra Biblioteca Nacional, y pudo darse cuenta de la gran variedad de puntos que trataba Don Baldomero en aquellas páginas. Ciertamente, por ser este periódico de exclusivo afán informativo, a diferencia de "Hispania", que perseguía fines más propiamente literarios, los artículos del Maestro eran notas, magistrales sí, mas de esas que se escriben al correr de la máquina en horas altas de la noche y que constituyen uno de los géneros literarios más esquivos, influyentes y solicitados. De lo significativo para don Baldomero en su cargo de redactor de "La Nación" no fue solamente la altura de esa categoría , sino el vivir a la sombra de Alberdi, Sarmiento y Mitre, y el privilegio de adquirir amistades con los más ilustres hombres bonaerenses. Los solos nombres de Leopoldo Lugones, Enrique Larreta, Atonio Aita, Samuel Glusbeeg y Alberto Gerchunoff bastan para demostrarlo. La ciudad del Plata impresionó fuertemente al Maestro, pero no por la vida social cómoda y magnífica, ni por la frivolidad porteña de los tangos y de los fáciles amores, mas por el ambiente de libertad y de cultura, y por el gaucho fuerte, nacionalista e independiente, que sobre su caballo, con su cuchillo y su guitarra, representa lo más auténtico del pueblo y de las pampas.

1 V. Hispania, No. 51 de marzo 1o. de 1916.

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En su inmensa labor de periodista, en su milicia dura, fue don Baldomero apartado y digno continuador de don Manuel del Socorro Rodríguez , con el "Papel Periódico de Santafé de Bogotá", y de Caldas, con el "Semanario del Nuevo Reino de Granada", durante el Virreinato; de Nariño, con "La Bagatela", y de Jorge Tadeo Lozano, con el "Anteojo de larga vista", en la Independencia; sellada ésta, de Bolívar, con la ya existente "Gaceta de Santafé"; en plena Independencia, de Zea, con "El Correo del Orinoco" y de Francisco Soto, con "El Correo de la Ciudad de Bogotá", de Florentino González y Lorenzo María Lleras, con "El Cachaco Bogotano"; de José Eusebio Caro, con la "La Estrella Nacional", y del General Santander, con la "La Bandera Nacional"; ya bien definidos los partidos colombianos, de Don Mariano Ospina y de Torres Caicedo, con "El Día"; posteriormente y cuando nacieron los grandes diarios, de José Joaquín Ortiz, con "El Conservador", y de Murillo Toro y Manuel Ancízar, con "El Neogranadino"; de Santiago Pérez y Felipe Zapata, con "El Mensajero"; en la Regeneración, de Caro y Martínez Silva, con "El Tradicionalista"; de Núñez, con "El Porvenir", de Cartagena; de Fidel Cano y el General Uribe, con "La Consigna"; y en el siglo XX, de Carlos Arturo Torres, Camacho Carrizosa e Ismael Enrique Arciniegas, con "El Nuevo Tiempo"; de Olaya Herrera, con la "Gaceta Republicana"; de Eduardo Santos con "El Tiempo"; de Laureano Gómez, con "El Siglo"1 y de don Luis Cano, con "El Espectador" . Siendo el periodismo elemento asaz valioso en la estructura de la historia y habiendo sido actores de él nuestros hombres más conspicuos, cuánto lamenta uno que don Baldomero, de una actividad tan entregada a este menester y a causa de su extrañamiento, no hubiera puesto su probidad e inteligencia al servicio de nuestros anales, con la exposición y examen de las ideas y con el relato e interpretación de los hechos sucedidos en la patria durante su retiro.

1 V. “Ricardo Ortiz Mc Cormick, “ De Don Manuel del Socorro Rodríguez , Lecturas Dominicales “El Tiempo”, Marzo 8 de 1956.

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Desde que Edmundo Burke, el escritor, el filósofo, el periodista vibrante y violento, de paradojas desconcertantes, dijo a fines del siglo XVIII en uno de sus grandes discursos en el Parlamento inglés, a donde lo elevaron, desde las barras, el empeño, la energía y la claridad de la mente, que el periodismo es el cuarto poder, empezó esta potestad de las galeras y los rotativos a cobrar desarrollo, pero fue propiamente en el curso del pasado siglo cuando alcanzó su significación definitiva. Antes, aparte de un servicio limitado de noticias y comentarios, la prensa se ocupaba principalmente de generalidades y temas abstractos. Versaban los editoriales, por ejemplo, sobre el deber, la honradez, la constancia, la virtud, el trabajo, con finalidades de predicación y observación, sin profundizar en la corriente de los hechos. Pero hoy su personaje no es solamente el gobernante u hombre superior ni su solo objeto el suceso de cuenta; no, su mira técnica lo abarca todo : la burguesía, el pueblo, la masa, y no hay sitio de la vida pública o privada que ella no escudriñe. Le correspondió, pues, a don Baldomero en Inglaterra y Argentina ser actor y espectador de este proceso cultural que surgía de la revolución industrial, del capitalismo, del nacionalismo, de las guerras, de la aparición de las masas y de las organizaciones campesinas y obreras, con los cambios que ha traído lo comunitario, el mayor valer del trabajo y de las aspiraciones populares. La prestancia , la capacidad y el decoro que consideraba necesarios don Baldomero en el periodismo explican las páginas rigurosas que, respecto a la biografía de Lord Northcliffe, obra de Hamilton Fyfe, escribió, a modo de juicio, con el título "Un enigma de la inteligencia". En estas líneas aparece de relieve ese fenómeno humano del medio intelectual británico, que, a fuerza de tenacidad habilidosa, se vio dueño del Daily Mail, The Times y el Evening Post para dominar toda la prensa inglesa y la opinión pública, durante treinta años, y que inventó un sistema de globos aerostáticos para enviarlos en la guerra del 14 al interior de Alemania, con el fin de desmoralizar a los

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ejércitos del Kaiser. En ellas se exhibe al desnudo a este audaz ignorante, que tuvo influencia en el Gobierno, que se le enfrentó a Lloyd George, con el resultado de que éste lo precipitara con una sola frase. Su ignorancia, su vida mísera, su ética lamentable quedan al descubierto, y sobre su triste memoria resaltan estas palabras concluyentes del Maestro : Fue "un hombre sin ideas, incapaz de comprenderlas, enemigo de los hombres encargados de difundirlas". El Maestro fue periodista por vocación, dijimos al principio. Amó y se entregó a esta comunión y nunca sosegó en servirla. Fue hombre de esa especie de orden sacramental que pudiera llamarse sacerdocio civil, tambien in aeternum, algo así como el sacerdus musarum de la expresión artística, porque el periodista jamás dejará de serlo. Alberto Lleras Camargo sería su ejemplo vivo. Si uno reflexiona sobre la excelencia moral que debe distinguir al periodista y sobre su naturaleza particular que le exige ser informador, divulgador, comentador, orientador, maestro, historiador, jefe de opinión y aun administrador de justicia, entonces ve más a las claras que don Baldomero fue grande y acabado profesional de la prensa. La rectitud de su criterio es cosa que ilumina las mil y mil páginas salidas de su pluma y en ninguna de ellas se encuentra ni vilipendio, ni calumnia, ni arbitrariedad alguna que puedan mancillarlas. Sus conceptos sobre hombres -muy pocos- con quienes tuvo impugnaciones y de quienes recibió zaherimientos y demasías, no se resienten de torna y menos de represalia. Expresó sin ambages sus ideas, procuró no mortificar a nadie en su persona y sólo una vez fue crítico implacable de las poesías de Núñez, como lo fue el señor Suárez de Pax, la erizada novela de don Lorenzo Marroquín. De todos los cuidados propios del periodista que anotamos, prefirió la orientación, el comentario y el magisterio, sin que hubiera hecho caso omiso de los otros. Sus informaciones de la guerra del 14 lo hacen ver, y el extenso registro de su viaje intelectual ya es, como más lo será posteriormente, fuente de la historia. Pero su mayor atracción era el

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comentario, que él abría delante del lector como vasto pliego de conocimientos eruditos, de ideas muchas y pertinentes, de razonamientos sensatos y de glosas de certera inteligencia. Y enseñaba cuanto podía. Casi no hay trozo de sus exposiciones y pareceres que no traiga alguna enseñanza científica, literaria o artística. Finalmente no debe callarse en este aparte el recuerdo de la vigorosa y estupenda página periodística que escribió el Maestro, cuando en Mayo de 1947 el gran escritor italiano Giovanni Papini le hizo a la América Latina la agria e injusta reconvención que tituló "Lo que la América no ha dado", con la afirmación de que en este Continente no ha sobresalido ni persona ni cosa de valor en la cultura. Por enjuiciamiento tan peregrino de Papini surgieron en todos los países al sur del Río Grande numerosas y razonadas protestas, cuales las de Enrique Santos, Luis de Zuleta, Hernando Téllez y Abel Naranjo Villegas, en Colombia; las de José Clemente Orozco, Carlos Obregón Santacilia y Vasconcelos, en México; la de Raúl Andrade,en el Ecuador; la de Cardoza y Aragón, en Guatemala; las de Vicente Gerbasi y Mario Picón Salas, en Venezuela; la de Alejo Carpentier, en Cuba; y no pocas más en otros de estos países1 Como periodista, don Baldomero fue uno de los obreros más creadores y retributivos del espíritu. Se mantuvo en ese plano de serenidad y crítica humanística que en Francia destacaron Taine, Scherer, Montegut, Faguet, Lamaitre, que tenía perspectivas hacia las literaturas extranjeras y que hoy ha descendido a los juicios rápidos, a la información que exige una actualidad en movimiento de precipitación y arrebato.

1 V. los artículos de Papini y Sanín Cano en la “Revista de América” de junio y julio de 1947.

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CAPITULO V

EL ENSAYISTA

Tiene el ensayo la ventajosa particularidad de su aplicación en los diversos campos del pensamiento: puede vérsele en las letras, en las artes, en la ciencia, en la historia, en la filosofía, en la teología misma. El ensayo es antiquísimo, pero en sus orígenes es nubloso y se le encuentra en la Biblia y en la obra escrita en China, la India, Grecia y demás pueblos de la cultura antigua. Su manifestación clara y destacada se inicia con el Renacimiento, y en los principios de esta nueva salida no se le tuvo generalmente por mucho: se le asimiló a sencilla nota periodística, deficiente e incompleta. Esta apreciación fue desapareciendo a medida que alcanzaba perfección, y, cuando la obtuvo, se afirmó que era ocupación de viva y cultivada inteligencia. El ensayo es una forma del trabajo intelectual, y, como vulgarizador desembarazado y ágil, es de gran servicio y recibo. Es un camino del razonamiento; mejor, y las más de las veces, una vía de penetración en la espesura de un lugar o territorio de la cultura. Tiene cierta semejanza con la teoría en su original significado etimológico de contemplación. Es instrumento ideológico moderno. La obra completa del tratado es más bien obra de autores capaces de estabilidad y permanencia para los estudios acabados y profundos, en tanto que el ensayo es tarea de espíritus en movimiento a veces ambulativos o nómades, que no soportan el asiento prolongado en las labores de la mente. En aquellos el ánimo y los propósitos son largos,

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constantes y firmes, mientras que en éstos son de menos fuerza y de duración corta. Los unos son residentes en demarcaciones intelectuales definidas, y los otros, viajeros emocionados y fervorosos por las distintas latitudes y comarcas de las ideas. En el tratado, cabal y entero, se procura comprender en grado máximo. La mente ejerce en totalidad el inteligere. Y el que comprende une lo diverso y armoniza y simplifica lo vario, haciendo lo mejor en la vida del espíritu. En el ensayo también hay el afán de comprender, que es lo fundamental, pero como no hay dominio apurado del tema en estudio, su finalidad, con frecuencia, es más propiamente la de entrever o intuír. Lo que vale decir que el tratado es la realización más o menos cumplida de un pensar, de un entender, en tanto que el ensayo es el análisis deliberadamente breve de un asunto, o bien el intento de interpretar o dilucidar un problema abstruso, es decir, el conjunto de reflexiones y meditaciones sobre un sector oscuro del conocimiento. No entra en toda la integridad de lo propuesto, ni tiene la pretensión de tratarlo a fondo. Como el tratado, aunque en menor escala, el ensayo es también obra de sindéresis, de síntesis y de análisis, por lo que es hermosa flor de la inteligencia. Como forma de la crítica contemporánea, dice de él el maestro Rafael Maya: "El Ensayo es fruto típico de la edad contemporánea. En este género, la literatura actual ha producido sus páginas más significativas y hermosas. El Ensayo ha venido a ser conjuntamente la novela, el poema, la filosofía, la historia, todo en un mismo y vasto plan de intenciones estéticas. Es una verdadera suma de conocimientos,estéticos, y el campo más apropiado para la exhibición erudita, para las incursiones de la imaginación creadora, para las arrogancias del estilo, para todas las exquisiteces de la sensibilidad, para todos los atisbos de la inteligencia. La misma emoción dramática suele prestarle su intensidad humana y la historia ofrecerle ambiente de amplitud insospechada. Nada creó la inteligencia de los

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siglos anteriores comparable al ensayo de hoy, no obstante que ya en las teorías científicas de la crítica francesa del siglo pasado, estaba virtualmente contenida la sustancia de este género de crítica. Pero todavía en los grandes estudios de ese tiempo prevalecen los métodos y las concepciones sistemáticas, dándole a la crítica rigor dialéctico, cosa que desapareció después para dejar el sitio al libre juego de las ideas y al influjo predominante de la belleza literaria. Tales son los casos de un Rodó, de un Carlos Arturo Torres, de un Díaz Rodríguez, de un García Calderón, entre los ensayistas más conocidos de América. "Establecido todo esto, ¿que significó el ensayo, desde el punto de vista crítico? Su preocupación esencialmente estilística lo condujo a buscar en la obra ajena únicamente la expresión estética, con perjuicio de valores más fundamentales; y su forma ecléctica, graciosa y refinada, producto del preciosismo literario, por una parte, y por otra, del escepticismo filosófico, lo arrastró a la sibarítica delectación ante todas las ideas, y a la voluptuosidad del juicio por sí mismo, como sport de la inteligencia, o como experimentación de la sensibilidad, sin jurisdicción ninguna sobre la moral del pensamiento”1. Hemos transcrito estos dos párrafos del Maestro Maya por lo ciertas de sus apreciaciones y para que se vea a las claras que los ensayos de don Baldomero escapan a este enjuiciamiento, porque ellos son muy ricos en ideas, porque tienen densidad de valores fundamentales y porque están escritos en una prosa austera, clara y noble, sin el preciosismo de un Gabriel Miró , por ejemplo, tan de estilo por su época. ¿ No son sus ensayos el desarrollo amplio de un punto fundamental y aun en veces original, por medio de razonamientos numerosos? Divagaciones filológicas, Letras colombianas, La civilización manual, Del origen del Arte, entre todos, bastan para demostrarlo.

1 V. Rafael Maya, Consideraciones Críticas sobre la Literatura Colombiana. Editorial de la Librería Voluntad, 1944. pág. 89.

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El ensayo, que propiamente y como lo dice Arango Ferrer1 nació entre nosotros con la Expedición Botánica y El Semanario de Caldas-recuérdese El Arcano de la Quina. de Mutis- fue uno de los medios más sobresalientes de la labor literaria de Sanín Cano. Parece que se inició en ellos muy joven, cuando llegó por primera vez a Bogotá y cuando publicó sus artículos sobre Carducci y Taine, pero fué en Inglaterra, que los vio prosperar en el siglo XVII con Abraham Cowley y John Dryden, donde fijó su preferencia por ellos, siguiendo las huellas de Steele y Addison en sus periódicos Babillard y Spectateur, así como las de Locke y David Hume y, sobre todo, las de Emerson -aunque americano- en sus Siete Ensayos, las de William Hazlitt en sus Esayos críticos y literarios y las de Mateo Arnold y Macaulay en sus estampas de escritores y hombres de Estado, publicadas en la Revista de Edimburgo, entre 1.825 y 1.844. Don Baldomero los hizo instrumento de su trabajo, con la razón paciente de los sajones, quienes le dieron su cultura, su humor y su medida. Claro es que así mismo debieron servirle de ejemplos y modelos los norteamericanos Henry David Thoreau, Poe, Washington Irving, Russel Lowel y aun Santayana en este siglo, como quizás principalmente Montaigne, Bacon, Montesquieu, Voltaire y otros varios franceses, con inclusión de La Mennais mismo, y también algunos alemanes, encabezados por Leibniz en sus Ensayos sobre el entendimiento humano. Sobre todo, Montaigne, quien en el siglo XVI recreó el género, si así puede decirse, quien lo llevo a una altura tal vez no superada hasta los días actuales y quien contribuyó a que los ingleses pudieran afirmar que “ el ensayo es gloria de la literatura inglesa”2 Don Miguel de Unamuno, colaborador también de la revista Hispania, como se ha dicho, debió también estimularle a Don Baldomero el entusiasmo por este modo literario con sus discutidos y vigorosos

1 V. Javier Arango Ferrer, La Literatura de Colombia. Imprenta y Casa Editorial “Coni”, Buenos Aires, 1940, pág.39. 2 V. Enciclopedia Británica.

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libros, tales Vida de Don Quijote y Sancho, Agonía del Cristianismo y El Sentimiento trágico de la vida. De igual manera y con alguna posteridad pudieron obrar también los magistrales ensayos de Ortega y Gasset, mensajeros del brillo y la agudeza de sus razonamientos. Uno de los ensayos más logrados del Maestro es el de La civilización manual, tanto por lo que tiene de examen, como por la calidad literaria que muestra. Comienza sus observaciones sobre la mano "espiritual y fecunda" en el antropoide humano y de consideración en consideración llega al mismo aserto alcanzado por la fisiología de que propiamente hay un solo sentido, el tacto. Sus apartes sobre la asimetría de la mano y sobre el valor de esta asimetría en el concepto de belleza son áticos y enjundiosos, aunque un poco exageradas las conclusiones sobre lo que pierde la cultura con el desarrollo de la locomoción manual. Leyendo este ensayo evoca uno el camino recorrido por la mano desde el principio de los tiempos hasta la actualidad y ve cómo ella ha venido perfeccionándose en su sensibilidad, espiritualidad y sentimiento.El milagro de su sensibilidad ha sido tal que en el clínico y el cirujano de hoy parece dotada de sutileza, finura y penetración teúrgicas; el poder de su sentimiento lo proclaman la arquitectura, la pintura, la escultura y los efectos emocionales del violín, el órgano, el piano, la flauta y demás instrumentos de la música en los últimos tiempos; y de las maravillas de su inteligencia hablan elocuentemente los nuevos prodigios de los aparatos calculadores y de vuelo que han llevado los hombres a la luna. Mas, sin disputa, los mejores ensayos del Maestro son sus libros Divagaciones filológicas, sobre el que hicimos algunas observaciones en páginas anteriores, y Letras colombianas, insuperable síntesis de nuestra literatura, expuesta en esquemas individuales de los autores de significación, elaborados con brevedad, exactitud y fidelidad excelentes. Los señalamientos que hace sobre cada escritor son en número corto, pero absolutamente suficientes para caracterizarlo en totalidad, sin que haga falta ninguno de sus atributos.

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La claridad latina es un ensayo que suministra una explicación y varias enseñanzas sobre el hermoso tema. Con sus declinaciones y con el constante uso del hipérbaton, el latín, lengua sintética, no fue de sencillez transparente y por esta razón no pudo transmitirles esta cualidad a las lenguas románicas, lenguas analíticas, sus sucesoras. Estas, con el influjo de los Bárbaros, por ejemplo el francés bajo el reinado de Clovis y el Castellano bajo el de Recaredo, no solo abandonaron notablemente el hipérbaton y la casi totalidad de los casos con sus declinaciones, sino que adquirieron las preposiciones, con lo que obtuvieron al mismo tiempo que la llamada claridad latina, innegable y real gracia y elegancia, no alcanzada en tan alto grado por la lengua madre. Indiscutiblemente es este ensayo una página filológica inteligente y erudita. Entre los escritos de este género no debe callarse el relativo a Jorge Brandes. Como dos capítulos de él pueden considerarse las páginas llamadas con este nombre ilustre en el libro Tipos, Obras, ideas y las tituladas Jorge Brandes o el reinado de la inteligencia, contenidas en el volumen Ensayos, de la Biblioteca Poular de Cultura Colombiana. Así como Brandes cambió sus estudios de jurisprudencia por los de filosofía y de estética, así también don Baldomero cambió su escuela urbana y sus discípulos por el periodismo elevado y por la crítica literaria y de las ideas. Conoció él a Brandes por medio de la revista Deutsche Rundschau, cuando publicó en ella el estudio sobre Emilio Zola, y desde entonces su espíritu entró definitivamente en la órbita del danés eximio. Pocos ensayos escribió don Baldomero con tanta devoción como éste que comentamos y como el dedicado a Valencia, que hace de prólogo en Anarkos, y completado por GuillermoValencia y el espíritu, artículo que se encuentra en el volumen Ensayos. Tal vez es explicable esta devoción a Brandes por los parecidos sufrimientos que les causó el fanatismo de su medio juvenil; por la poliglotía de ambos, pues si el uno dominaba las lenguas cultas modernas y algunas de las antiguas, el

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otro poseía " la estirpe filológica de la lengua latina y algunas teutónicas, inclusive la escandinava"; por la tendencia similar de sus inteligencias; por su encendido amor a las ideas; por su pasión de la libertad; por su rechazo de lo grotesco y de lo simulado; por su propensión a las monografías de intención psicológica y de forma esmerada sobre hombres célebres; y por su decidida inclinación a la crítica internacional en toda la gama de sus valores. Surge Brandes de este ensayo en la plenitud de la grandeza, tanto en lo que tiene su obra de personal y estético, como en lo que ella representa de lo social e histórico en el tiempo. Este propósito del ensayo abarcó toda la obra del Maestro, cuya preeminencia entre los mejores ensayistas de América es innegable.

CAPITULO VI

EL CRITICO

Acercarse uno a don Baldomero para considerarlo por su aspecto de crítico es acercarse a una capacidad de las mayores de América. Fue muy grande su cultura, vasta su obra y de renombre su categoría, como lo han reconocido en este Continente quienes han sabido de labores literarias y como lo han reconocido también los europeos, según las citas que se encuentran en los libros de sus escritores.

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Latchman, el gran chileno, por ejemplo, se complace en exaltarlo, como lo hace también el autor de la obra Remy de Gourmet, quien autoriza algunos de sus conceptos con palabras escritas por el Maestro en la Nación de Buenos Aires, cuando falleció aquel destacado hombre de las letras francesas. En estas disciplinas pocos pares tiene entre nosotros don Baldomero, debido a la universalidad de su obra, lo que le fue permitido por el dominio de varias literaturas extranjeras. En lo que hace al estudio de autores colombianos le superan en la extensión y el número de sus juicios Don Antonio Goméz Restrepo y Rafael Maya. Repetimos y complementamos lo que, sin ánimo de adelgazarlo, escribe este último: "Con Baldomero Sanín Cano nos encontramos frente a un escritor más europeo que colombiano. Su cultura, en cierto modo cosmopolita, y su prolongada permanencia en países distintos de su tierra natal, le han dado a su inteligencia un sello exótico, entendiendo el término como contraposición de lo autóctono. Solo en estos últimos años se ha preocupado Sanín Cano de los hombres y de los problemas colombianos; pero sus mejores páginas críticas no nos pertenecen, por desgracia. Son estudios sobre escritores alemanes o ingleses, o ensayos acerca de cuestiones generales de la cultura humana, que valdrían lo mismo escritos en cualquier idioma de la tierra”1 Dándose cuenta por lo hablado y por lo escrito de esta situación suya delante de la opinión colombiana, como lo estuvo Mariátegui delante de la opinión peruana, y mortificado por ello, cuando se publicó en 1.932 su bello libro Crítica y Arte lo hizo preceder de un proemio que tituló A modo de excusa y del cual son estos tres párrafos: "Creo fácil tarea la de explicar al público mi aparente predilección por los autores extranjeros. De un lado mi capacidad juzgadora es tardía. Otros críticos leen por la mañana un libro y a la noche tienen listo el artículo de análisis para ilustrar al público al día siguiente. En mi caso

1 V. Rafael Maya, Consideraciones Críticas sobre la Literatura Colombiana. Editorial de la Librería Voluntad, 1944. pág. 74.

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la formación de un concepto preciso acerca de la obra exige una maduración de muchos días auxiliada por la comparación del libro recién aparecido con otros de más antigua data debidos a la misma persona, y auxiliada dicha maduración sobre todo con datos relativos a la vida del autor. Estudiando un libro me interesa menos el producto que la persona del autor y si en las páginas de esa obra no puedo hallar todo el individuo mental que busco, he de rastrear en otra parte los rasgos de su persona moral. Con las obras de autores vivos me ocurre que cuando he logrado formarme acerca de ellos una opinión sólida y documentada ya esa opinión ha sido difundida con gran claridad y elegancia por censores de mucha autoridad. "Acontece además que en materia de juicio sobre trabajos de la inteligencia ajena la mía adolece de una enfermedad que en los ojos del cuerpo lleva el nombre de presbicia. Veo de lejos menos mal que de cerca. Me parece mas clara la imagen de Alfred Polgar colocado en Viena o Berlín que la de algunos escritores de su clase y cuya actividad se ejerce en Colombia. El caso es más frecuente de lo que parece. Se necesita de la perspectiva histórica y de alguna distancia en los paralelos geográficos para juzgar las obras literarias . Emile Faguet desmenuzaba con gran propiedad y dando ejemplo de penetración luminosa y juicio firmísimo la obra de Balzac, de Stendhal, de José de Maistre. Para llegar al fondo de esos espíritus la perspectiva histórica elevaba al cuadrado las excelentes cualidades del crítico. Faguet, metido en la tarea diaria de informar al público sobre las obras teatrales de la noche anterior, perdía con el sentido de la dirección el de las proporciones y anunciaba el orto de un genio del drama al aparecer la débil creación de Cyrano a las manos de Edmond Rostand. La señora Pardo Bazán, juzgando a medio siglo de distancia a Balzac y a Flaubert, escribió páginas dignas de atención. Puesta súbitamente en contacto con las Pequeñeces de Coloma exclamó: "mal año para Balzac", y nunca volvió a escribir su pluma concepto más irreverente. "Se goza además de libertad completa y de absoluta independencia de criterio hablando de autores extranjeros. Cuando a Fitz Maurice Kelly

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le argüían que no siendo español carecía de competencia para juzgar las obras de escritores castellanos respondía : "conozco la lengua, he vivido seis años en España, he leído varias veces los clásicos; no soy español, no tengo compromisos de camaradería ni de cenáculo con los españoles. Mis juicios tienen por lo menos la posible garantía de independencia y de imparcialidad”1. En presencia de esta censura tan general al proceder del Maestro, ¿no valdría la pena tratar de explicarla , al menos en parte, por la prolongada ausencia suya en países extranjeros, como dice Maya; por haber hecho suyo el pensamiento del Modernismo, uno de cuyos fines fue el aprovechamiento de lo exótico y cosmopolita en la cultura; y también por el abuso de la literatura costumbrista a fines del pasado siglo y principios del actual, que fatigaba a críticos y lectores? Dice el mismo Maya que por entonces "no había en Colombia quien no escribiese "cuadros de costumbres" con la circunstancia de que la propia fecundidad del género fue causa de su ruina”2. Innecesario parece advertir que Don Eugenio Díaz y Carrasquilla sobresalieron en este género y que algunos autores no lo emplearon, como don Jorge Isaacs. ¿ No podría pensarse, además, que en aquel mismo tiempo, debido al aprendizaje de lenguas extranjeras, el Maestro se puso muy en contacto con obras extrañas, que le atrajeron más que las nacionales nuestras? En estas estimaciones vienen muy al propósito los conceptos siguientes de Javier Arango Ferrer, que tomamos de su excelente libro La Literatura de Colombia : "Antonio Gómez Restrepo y Baldomero Sanín Cano representan dos tendencias. Algo que participa del sibaritismo intelectual es lo que puede llevar a Sanín Cano a los estados superiores de la crítica. Para ampliar su visión del mundo aprendió lenguas nórdicas y buscó en sus

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, Librería Nueva, Casa Editorial Bogotá, 1932, pág. 10. 2 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, pág. 91.

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literaturas, ya en estado de saturación hispánica, la manera de complacer su poderosa capacidad crítica. Sanín Cano cifra su mayor deleite en hablar del último y más raro libro de Europa, pero el estupendo Moratín no tuvo en cuenta, al desahogar sus rencores, que la misión del periodista es justamente la de sorprender a sus contemporáneos. Un libro y una noticia pierden para Sanín Cano actualidad como sensación, en cuanto dejan de pertenecerle exclusivamente: he aquí la clave y la diferencia esencial : Sanín Cano capta el momento presente porque es periodista: Gómez Restrepo, sistematiza los esquemas del pasado, porque es hombre de gabinete. "La obra de Sanín Cano, brotaba del linotipo, es una constelación de instantes, nacidos en el agitado ritmo periodístico, sin la unidad de su inteligencia; la de Gómez Restrepo una reposada decantación en cuyas aguas la imagen de su hidalga generosidad es como la luz que en las grutas mágicas torna luminosas las cosa más opacas. “Cuando Sanín Cano explica su poco apego a la crítica de cosas americanas, calla la verdad que lo justifica: países recientes, que han vivido de ideas prestadas, son muchedumbres sin unidad racial y cultural y por ende sin literatura en madurez. El tema criollista hubiera sido de su lealtad, ante el dilema de claudicar intelectualmente como crítico, o socialmente como hombre de mundo. Sanín Cano prefiere comentar los libros extranjeros y conservar los amigos americanos. Si se acepta como función del crítico orientar la cultura, Sanín Cano ha sido en Colombia la definición vital del conductor, desde José Asunción Silva y Guillermo Valencia hasta nuestros días; su característica consiste en comprender mejor que nadie el contenido y rumbo de las ideas. "El estilo sencillo, rápido, espirituoso, de Sanín Cano supone un proceso de eliminación sólo posible en el crítico que ha llegado a desconfiar de la retórica. Ajeno a la vanidad y a la amargura, las ideas nuevas lo encuentran, a los 79 años, con el amable humorismo dispuesto a desenredar las trampas de la civilización. Pero el escepticismo le estorba para la creación y le falta pasión y candor para

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mover humanidad en dramas y novelas, e impavidez para soportar la incomodidad de sentirse inspirado. Sanin Cano es la menor distancia entre la gravedad y el humorismo: de ahí la simpatía que irradia su persona lavada en un aura sana y pulcra. Es el decano, de los periodistas y quizás el de mayor prestancia en América. Lo que escudriña se le convierte rápidamente en pasado: tal vez las páginas de su inefable pluma se convertirán en légamo oscuro por no haber escrito, a la manera de Carlos Arturo Torres, Florentino Vezga, Rufino J. Cuervo o López de Mesa, la obra global que corresponde a su versación y a su inteligencia. Ya desde 1907, en Preparación al olvido, él mismo se burlaba de la gloria con el filosófico y risueño escepticismo que tampoco le ha dado vanidad ni complacencia para compilar sus numerosos ensayos de crítica dispersos por las más famosas publicaciones de América y de España”1. Si uno arroja una mirada retrospectiva sobre nuestra crítica literaria, principiando desde la primitiva Colombia, y si , empezando con Don Juan García del Río, el del Bosquejo político y literario del Doctor José Fernández Madrid y del juicio sobre La Colombiada, poema de Barlow, y pasando luego por don José María Torres Caicedo, autor de los Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales poetas y literatos hispanoamericanos, llega hasta los más actuales y renombrados Hernando Téllez, Rafel Maya, Javier Arango Ferrer, no hay ninguno que se haya entregado tan decididamente a este noble y alto cuidado en el doble campo del periodismo y del ensayo, como el Maestro Sanín Cano. A cualquiera se le ocurre preguntarse en cuál de las divisiones del casillero de la crítica puede situarse al Maestro. Mas la respuesta no es posible, porque al decir de él, vivió desengañado, cada día más, "de las escuelas, de los sistemas, de los nuevos procedimientos" Los conoció todos. El mismo habla de que, siendo adolescente, oyó ensalzar los preceptos de Hermosilla; exponer el dogmatismo clásico

1 V. Javier Arango Ferrer, ob.citada, pág. 15

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de Nisard, su rigor de principios y su exigencia del buen gusto; y que, ya joven, presenció la gran revolución contra la retórica. Amaneció su mente en pleno romanticismo y en el auge de la crítica literaria, cuando, como siempre, surgían en España trabajos laudables y serios sobre ella y sobre estética, de autores tan considerados como doña Emilia Pardo Bazán, Valera, Leopoldo Alas, Icaza, Ganivet y principalmente Menéndez y Pelayo, y cuando en Francia la crítica absolutista ya cedía a la oposición de Saint-Beuve y se imponía el estudio del alma sobre lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello en los célebres Retratos literarios, a juzgar por sus citas. Más que el movimiento de la Península, prefirió, así como Hernando Téllez últimamente, el movimiento francés, tan vigoroso en ese entonces, fecundado por los estudios científicos de Claudio Bernard, así como por el determinismo de Taine, con la "Facultad dominante" y la acción del "momento", la "raza" y el "medio", por la agitación filosófica de la Escuela Normal; que suministraba a la cultura europea inteligencias del valor y brillo del mismo Taine, de Faguet, de Péguy, de Lemaitre, y libros cuales Racine y los Contemporáneos de este último. Sobre todo le fueron de mucho interés los comentarios que escribió Brunetière sobre ideas, costumbres y leyes en la Revue des Deux Mondes, y particularmente los famosos estudios críticos de Bourguet, tales los de su obra Ensayos de Psicología Contemporánea, por donde desfilan Baudelaire, Renan, Taine, Flaubert, Stendhal, Turgheniev, Amiel, Dumas, los Goncourt, Leconte de Lisle, todos tan nombrados por el Maestro. Una de las cosas más importantes que tuvo ante sus ojos, de influencia innegable para su espíritu, fue lo que se llamó el ensayismo de origen claro en los Ensayos de Montaigne, y que dio a la crítica mayor amplitud y consideración por lo más universal, la historia, el pensamiento, los factores diferentes de la vida y lo humano en el análisis de los autores. Cabe aquí recordar que Remy de Gourmont fue, en opinión de Thibaudet1, el representante más alto de esta modalidad

1 Thibaudet, Historia de la Literatura Francesa. Edit. Losada, Buenos Aires, 1939, pág. 409

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literaria y que él fue una de las mayores admiraciones de don Baldomero. De ahí -es esta una de las razones- que Jorge Brandes, tan inclinado a lo social y a aquel crítico cimero, fuera el mayor de sus espejos. Realmente le tocó vivir al Maestro la agitación llamada de querellas de muy numerosas tendencias de crítica literaria, que tenían origen en cualquier rango, o carácter, o atributo tomado de lo científico, de lo psicológico, de lo social, de lo filosófico, del sentimiento, del medio, de la familia, de la tradición, de la estética, del lector mismo, para formar una escuela distinta sobre esta labor del examen del libro y de su explicación y calificación. Criterios objetivos y subjetivos se barajaron, y se disputaron el campo, la razón, el sentimiento y hasta el afecto. Tuvo, pues, el Maestro delante de sí todas estas agrupaciones, con el incentivo de sus manifiestos halagüeños para la aceptación y el ingreso a ellas y con el no menos poderoso de los nombres ilustres que las presidían, así del lado de Francia, como de la Península y aun de esta América Española. Mas no se encerró él en ninguna de estas escuelas. Era muy celoso de la libertad de su espíritu y prefería una posición ecléctica, por lo que, con gran expresión humana, decía : "Para el crítico la verdad no existe : su oficio es comprender, y, en un caso de arrogancia, explicar. Aunque sabe cómo la verdad no existe, la busca como aspiración, sin esperanza de encontrarla. Si llegase a dar con ella, padecería un desengaño. Decía Lessing: "si me ofrecieran la verdad en una mano y el trabajo de buscarla en otra, me quedaría sin vacilar con el trabajo”1. Nada de raro que se hiciera como Renan esta pregunta : "¿Quién sabe si la verdad no es triste?". De todos modos para él el objeto de la

1 V. Sanín Cano, Tipos, hombres e ideas. Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1944, pág. 88.

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crítica no estaba en descubrir verdades, sino en señalar las condiciones y maneras múltiples de presentarlas. De las dos vertientes de la crítica, el tema y el artista, tal vez, como él mismo lo anota, se inclinaba más por la segunda, pero, con todo, se ocupaba de ambas, pues así lo comprueban todos sus estudios, en los que abundan, de un lado, análisis de caracteres ambientales, hereditarios, psicológicos, y de otro, comentarios filosóficos, históricos, literarios y estéticos. En este Continente suramericano se ha utilizado, especialmente en el Brasil y Chile, una clasificación de los críticos por linaje espiritual, con aplicación al parecer sencilla. Nació ella, según el Libro de John P. Dyson La evolución de la crítica literaria en Chile y del cual nos servimos para esta anotación, de un estudio acerca de la crítica mundial hecho por Stanley Edgar Hyman, siguiendo pensamiento de Saint-Beuve sobre la famille d'esprits1. Wilson Martins, en su obra A crítica literaria no Brasil se vale de aquella clasificación y la presenta en seis grupos : Linaje gramatical, Linaje humanístico, Linaje histórico, Linaje sociológico, Linaje impresionista y Linaje estético . El solo nombre de cada uno revela muy claramente su peculiaridad. Tampoco es posible encasillar a don Baldomero en estos grupos, porque él pertenece a todos, pues su grande ilustración le da sitio en el espacio o suma de aquellos caracteres. No ejerció él su actividad de crítico literario solamente como ensayista, sino también como periodista, particularmente en La Nación de Buenos Aires, donde tenía como propia la columna Libros nuevos y también en Hispania, la revista londinense de don Santiago Pérez Triana, en la que casi siempre ocupaba el espacio señalado a los

1 John P. Dyson, La evolución de la crítica literaria en Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 1912.

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Libros castellanos. Quien curiosee estas hojas periódicas tropezará con notas de las usadas por los franceses Suares, Alain, Pierre Livre y Denis Saurat, y con artículos breves y ensayos cortos, de los preferidos por Nietzsche y Leopardi, sobre numerosos libros, como los tocantes a La clínica del Dr. Mefistófeles, de Alberto Gerchunoff; o a El humor a orillas del Danubio, de Alfred Polgar; o a El centenario de un grave humorista, de Samuel Butler, o a Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez . Fue en el primer tercio de este siglo cuando el Maestro hizo esta crítica periodística, ligera y efímera como los editoriales, tan distante de lo académico de análisis y de ideas, que le fue tan suyo, pero que también necesita humanismo, erudición e inteligencia ágil. Apareció el Maestro entre nosotros en esta altiplanicie precisamente a fines del siglo XIX, agitando las ideas más nuevas surgidas en el Viejo Continente, particularmente las del Modernismo. Y el crítico se impuso desde las primeras salidas, como guía de la agitación fervorosa por el avance de nuestra cultura. Atrás quedaron, valiendo considerablemente, el romanticismo y el viejo clasicismo. Sobre tres pilares fundamentales se yergue la crítica de don Baldomero : la libertad, la comprensión y la universalidad. Como para todo en su vida, fue libre, independiente y hasta voluntarioso en el campo de las letras. El mismo dijo que, a excepción de lo moral, carecía de convicciones que le limitaran. Además se le podían aplicar las palabras de Alain : "El pedante tiene el espíritu servido de cuñas y apoyos y un cuerpo que titubea; el hombre libre, el cuerpo firme y el espíritu incrédulo o desconfiado". Fue un anárquico prudente, sensato y honesto, que no se dejó inmovilizar en ningún predio literario. Puesto que fue singularidad suya la perspicacia y la templanza interior, ejerció la crítica con profundidad, con ánimo permanente de comprenderlo todo, rechazando la "actitud negativa de la incomprensión", como él decía, es decir, con recta conciencia, sin que se lo impidiera ninguna pasión o deferencia dominante. No cometió lo

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que Du Bos llamaba "pecados de admiración" y tuvo siempre una imparcialidad incorruptible. Hay algunos ensayos -tal vez tres-, los relativos a Brandes, Carducci y Germán Arciniegas, en los que el Maestro descubre su corazón y su embeleso, pero sin que hubiera faltado a la probidad literaria. Por esa comprensión siempre se presentó humano, buscando en el autor más al hombre que al artista, más los valores espirituales y vitales que los técnicos. Le seducían la interioridad, la identidad, la unidad, la responsabilidad de la obra y de sus personajes para el análisis. Por eso jamás se detuvo ante minucias y defectos y no fue nunca su intención de disminuír a nadie. Pero sobre todo le interesaban las almas y ello le permitió encontrar , hasta donde le fue posible, el misterio interior de los escritores y lo que Baudelaire llamaba las correspondencias, es decir, las relaciones espirituales que presiden el nacimiento de la obra de arte y las biológicas y físicas que influyen sobre ella. Diligente fue su comprensión, porque examinaba cuidadosamente la obra objeto de su crítica en lo estético , en lo especulativo y en lo histórico, dándole a ella autoridad en lo posible e infundiéndole su amor y entusiasmo por lo espiritual, con lo cual le daba vida de permanencia y no la ligera y fugaz de lo artificial y diletante. Eso sí, no disecaba como en mesa anatómica ni libros ni autores, para no destruir su integridad y conservarles su forma o su presencia, con beneplácito de todos. Buscó siempre lo esencial y lo profundo y no lo pintoresco o accidental de las circunstancias. Auxiliaba fructuosamente la comprensión del Maestro su especial y poderosa receptividad. Por ella, no se le escapaba ningún matiz psicológico de la persona estudiada, que tuviera valor alguno, y percibía las más leves vibraciones espirituales encerradas en las páginas de un libro. Profundizaba en las ideas que constituyen la vida inteligente de un autor y en el ambiente humano que le tocaba en suerte. Destacaba con claridad lo estético absolutamente personal y lo histórico social en la obra tomada entre sus manos. Sobre su concepto de la comprensión bien vale la pena transcribir estas palabras suyas en el ensayo sobre Jorge Brandes :

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"Durante muchos siglos el oficio de la crítica literaria se limitaba a clasificar con los epítetos de malo, detestable, mediocre, excelente o bueno una producción literaria. Esta labor se ha dejado en nuestros días a los que redactan el catálogo de los libreros de viejo. La preocupación elemental del crítico literario, en estos días de prueba para el espíritu, es hallar las concordancias o diferencias entre el autor y su obra, y entre los dos y su tiempo. Detrás de todo libro hay un espíritu que importa descubrir. Ese espíritu puede ser el símbolo de una época. Taine deducía las cualidades del autor estudiando su siglo. Brandes explica la época por medio del autor. La vida de un hombre desconocido puede surgir de las obras que su imaginación nos ha dejado. Tal es la obra del crítico: comprender, comprenderlo todo, iluminar períodos literarios, darle a cada obra su posición en la historia de las ideas y de las formas artísticas, todo ello en un estilo de absoluta claridad y hasta donde sea posible, digno, proporcionado, capaz de reflejar la vida. De esta manera entendida, la crítica literaria es una obra de arte y tiene derecho a ocupar puesto de honor entre sus camaradas de la estética”1. Otra cosa que auxilió grandemente al Maestro para la comprensión fue su temperamento objetivo, que, al impulso de cualquier solicitud de su vocación artística, le llevaba hacia el exterior, hacia afuera, para aprovechar todo lo que podía en la interpretación de un espíritu. Era un viajero en su tarea, que traía de lo cercano y hasta de lo remoto, todas las informaciones necesarias o convenientes para iluminar el fondo de una obra literaria, en aventuras espirituales tras de la copia artística existente de las actuales o fenecidas culturas. La universalidad fue el otro atributo fundamental de su labor y con el que don Baldomero alcanzó la plenitud de su estatura. Su conocimiento le dio un poder dilatado a su pensamiento, que le permitió disfrutar de riquezas intelectuales y artísticas preciosas, descubrir valores literarios ignorados o nacientes y obtener noticias,

1 V. Sanín Cano, Tipos, obras, ideas, ob.cit., pág. 46 y 47.

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enseñanzas e informes de utilidad en su trabajo. Tuvo visión simultánea y panorámica de toda la cultura y para ello le sirvieron su preparación en ciencias naturales, políticas y sociales y su ilustración conseguida merced a estudios y lecturas innumerables en décadas de años, a la visita de bibliotecas y museos numerosos, a las mil experiencias adquiridas en diversas latitudes y al intercambio de ideas con incontables figuras de la ciencia, las letras y las artes. Por eso pudo ser explorador con éxito del misterio espiritual del mundo y del pensar y del sentir ajenos. Por falta de una formación filosófica profunda y esencial no hizo crítica de este orden, como Jacques Riviere, Gabriel Marcel, Ramón Fernández. Jean Prévost y Jean Paulhan, por ejemplo, pero tampoco cayó en la modalidad demasiado superficial de la nota sin hondura, sino que se mantuvo dentro de la corriente literaria más seria de Europa y de este Continente, en solidaridad con los críticos más representativos de su tiempo en habla castellana, tales Valera, Clarín, Palacio Valdés, doña Emilia Pardo Bazán, en España; Manuel Ugarte y Alfredo Roggia, en la Argentina; Andrés Iduarte, en Mexico; Blanco Fombona, en Venezuela; Rodó, en el Uruguay; José de Armas, en Cuba; los Garcías Calderón, en el Perú; Alcides Arguedas, en Bolivia; Eduardo Chesca, en Guatemala; Raúl Silva Castro, Ricardo A. Latchman, Mariano Latorre, Arturo Torres Rioseco, en Chile, para no citar sino unos pocos. Mas cuán distante se encuentra la crítica de don Baldomero en relación con la de estos días, no obstante haber alargado él su vida casi hasta nosotros. De los dos derroteros actuales de la Crítica el único que admite semejanzas con la del Maestro es la llamada universitaria, académica en gran parte, que se basa principalmente en los hechos biográficos y literarios, con análisis minuciosos de todas las circunstancias. No así el otro derrotero, tal vez más de uso, que está determinado por las ideologías dominantes, la fenomenología, el existencialismo, el marxismo, el psicoanálisis, a cuyas luces se contempla y califica la obra de arte.

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CAPITULO VII

EL ESCRITOR Aunque el autor del prólogo que comienza el tomo X de los Sueños del señor Suárez, doctor Manuel Antonio Bonilla, en su generosidad, es un poco ditirámbico, con todo, no consideramos muy sobrado su concepto de que don Baldomero estaba a la altura de Bello, Caro y Gómez Restrepo en sabiduría de las letras españolas. Por esto comprendemos mejor su perfección cierta en el manejo de la lengua castellana. En realidad, escritor muy experto en su idioma fue don Baldomero. Desde muy joven empezó a estudiarlo cuidadosamente, como lo demuestran no sólo su casticidad, sino sus escritos filológicos y sus apuntaciones críticas. Compartió esa preocupación con sus coterráneos José Ignacio Escobar, Emiliano Isaza, Emilio Robledo, Francisco Marulanda Mejía, Martín Restrepo Mejía, Tomás O. Eastman, Alejandro Vásquez, Tomás Cadavid Restrepo, Luis Eduardo Villegas, Valerio Antonio Hoyos y el grande don Marco Fidel Suárez, quienes, junto con otros estudiosos del país, crearon a fines del siglo pasado y comienzos del presente un ambiente gramatical verdaderamente valioso y manifiesto. Dueño ya de su propio instrumento para el trabajo intelectual, principió don Baldomero a escribir precisamente en los tiempos en que Darío, como lo anota el Maestro Maya, "desvió la prosa castellana de sus orígenes y de su cauce natural para meterla por tierras de Francia". "El castellano - continúa el Maestro- se enriqueció notablemente de voces y de temas, tuvo color y música para volver insinuante la frase,

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lo mismo que plasticidad y sutileza para expresar algunas vaguedades del alma contemporánea”1. Mas, a pesar de esta circunstancia y de haber sido don Baldomero el abanderado del Modernismo en Colombia, su prosa se ha caracterizado, desde que surgió, por un amoldamiento a lo clásico . Resistió las influencias de parnasianos y simbolistas, de los prerrafaelistas ingleses, de los estilistas franceses, como Flaubert, de la forma seductora de D'Annunzio. Tuvo la severa elegancia espiritual del saber escribir con medida. Tedioso del romanticismo, que había reinado hasta sus días, y al modo de Azorín, quien no quiso escribir de la manera pulida y esmerada de un don Ramón del Valle-Inclán, sino de la suya propia, limpia y llanamente, don Baldomero también se separó de Rodó, Ingenieros, Rodríguez Larreta, Ventura García Calderón, Ricardo Rojas, Carlos Arturo Torres y otros contemporáneos suyos, prosistas atildados, para emprender una obra literaria de sencillez marcada. En desacuerdo se mostró con la innovación formalista y decorativa que introdujo Darío en el estilo y que, pasando por la Generación del Centenario, llegó hasta Los Nuevos. De suerte que, como la del señor Suárez, su prosa grave y mesurada, al deslizarse por entre el dominio y el hechizo esplendoroso de las palabras, llenas de afinidades hondas, dentro del modernismo, estableció un contraste de sorpresa para quienes eran partidarios del aliento sentimental y lírico en la estructura de párrafos y frases. Obtuvo para su tiempo una armonía entre el estilo corriente y el estilo cuidado de quien respeta y ama su lengua. En efecto, es clásico porque hay una consonancia entre su ser y su obra; porque viste su pensamiento con traje idiomático preciso, sin estrecheces, ni demasías, ni adornos que afecten su mesura; por la llaneza y lucidez de sus cláusulas; por el enlace natural y lógico de las

1 V. Rafael Maya, Consideraciones Críticas sobre la Literatura Colombiana. pág.54.

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ideas; por la afinidad de su estilo con el de los maestros de la lengua, que le facilitaron adquirir un espíritu castizo. Conformó su pluma a lo que dice en las cortas páginas que llamó "Versos y prosas" : "La prosa es principalmente un medio de comunicación. El hombre, movido por el deseo de hacer conocer de otros sus conocimientos o su experiencia personal o ajena, se comunica con ellos por medio de la prosa. La prosa es naturalmente didáctica... La prosa es comunicativa y social... La prosa es el medio educativo por excelencia... No toda prosa es razonamiento, pero aunque no lo sea está vigilada en todo momento por la razón". Todavía más : encaminó su manera de escribir por lo que expresó en frases de más actualidad: "Con el tiempo la prosa tiende a hacerse más razonada, más escueta, más precisa, en una palabra. Las grandes frases onduladas y cadenciosas, recargadas de adjetivos e indiferentes a la colocación de sus elementos, son ya cosa del pasado. Las expansiones oratorias de Menéndez y Pelayo, lánguidamente enlazadas con gerundios, como solo recurso de combinación retórica, no tocan el sistema nervioso del hombre moderno”1. Quizás esta norma ha dado lugar a que la prosa de don Baldomero sea tenida por algo así como tostada, quemada, seca. El Maestro Maya habla de "la elegante frialdad de que hace gala en sus escritos, frialdad que es ventajosa para la exactitud del juicio, pues equivale a la firmeza del pulso en el cirujano, pero que le quita al estilo cierto calor de humanidad indispensable para que la tarea del análisis resulte operación viva”2. Admisible es esta opinión del Maestro pero pudiera expresarse tal vez en forma menos categórica. Tenemos nosotros la impresión de que lo que hay en la prosa de don Baldomero es una templanza y ponderación evidentes, que la hacen seria, severamente intelectual, mas, penetrándola, se alcanza a sentir un encendimiento,

1 V. Sanín Cano, Tipos, obras, ideas, págs. 241 y 242 2 V. Rafael Maya, Consideraciones Críticas sobre la Literatura Colombiana. pág.73.

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una emoción que en ella trasciende profundamente, no del orden del sentimiento, sino de la inteligencia, del pensar, del discurrir. No obstante, sí se encuentran en él páginas por las que pasa un sutil efluvio sentimental que se difunde naturalmente, sin intensificación alguna, entrelazando lo humano clásico y humanístico con el sentir moderno. Los siguientes párrafos de "Otra vez el hombre alalo" y de "La civilización manual" pueden servirnos de muestra: "Me hallé si saber cómo, un hermoso día de primavera, en una comarca desconocida, colocada en la vecindad del trópico de Cáncer, donde la naturaleza perecía haberse complacido en señalar el límite hasta donde podía llegar su fastuosa prodigalidad. El aire, de una transparencia y limpieza absoluta, parecía acercar los objetos y avivar los colores. Había en las hojas una verdura que bañaba la vista como en una honda de placidez y de trecho en trecho surgían flores de tonos rojos, como una explosión, o de motivos purpurinos, como el recuerdo de un beso después de la muerte”1 "La mano es tan bella como el rostro, tiene mayores recursos de expresión y, sobre todo, es un órgano silencioso. Contiene en sus líneas armoniosas, de una movilidad inagotable, todos los elementos espirituales de la belleza. Encierra la fuerza en nobles símbolos de aceptación universal; contiene en sí la gracia, la dulzura, perfectas e inviolables. Es flexible, elástica, inagotable en el arte de sugerir. En reposo simboliza la paz eterna. Una leve contracción despierta anhelos indecisos o apacigua dolores inefables. Son, en la palabra de D'Annunzio, traducida por Guillermo Valencia,

"Frías, muy frías algunas como cosas muertas"

"Otras llevan en sí la fuerza misteriosa de esas armas antiguas con que se adornan las panoplias. Y de las manos de mujer dijo el mismo poeta:

1 V. Sanín Cano, Divagaciones filológicas, pág. 187

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"Y comprendemos que sus liliales palmas podrían encerrar un mundo inmenso, con sus Bienes y sus Males”1

Y que decir de su prólogo en la Obra Poética de Eduardo Castillo?2 Por supuesto, no se encuentra en él ninguna efusión lírica, como, de no pocas, aquella del señor Suárez cuando describió un atardecer en la provincia de Tequendama, contenida en "El Sueño de Blas Gil y el Moro", calificada por Maya de sublime, en el sexto tomo de ellos. Pero sí se puede afirmar que en sus libros aroman las esencias del espíritu, porque ellos son la expresión de una vida interior muy poblada y de una intensidad ideológica sobresaliente. Tenía "escasa sensibilidad poética y muy precaria imaginación, era hombre de ideas", escribe el Maestro Maya3. Hemos dicho que la prosa del Maestro es más bien clásica y muy castiza, mas no deja de presentar unos pocos distintivos americanistas, de los visibles en los diversos países del Continente, y algunos aspectos nuevos, con algo de compenetración entre el espíritu del finalizar del siglo pasado y el correr del presente. No es cualidad apreciable en la prosa de Don Baldomero la cadencia de ella o grata distribución de los acentos y pausas en los párrafos, muy frecuentemente largos, como los socorridos de don Angel Ganivet, quien fue estupendo ejemplo del ritmo en los cortes u oraciones y cláusulas, pues poseyó una de las prosas más medidas y agradables de las anteriores letras españolas. Y es de lamentar que don Angel no hubiera ejercido influencia sobre el Maestro en este particular, como quizás sí la ejerció, de igual modo que sobre

1 V. Sanín Cano, Tipos, Obras, Ideas, pág. 182. 2 V. Eduardo Castillo, Obra Poética, Ediciones del Ministerio de Educación. Bogotá, Septiembre de 1965. 3 V. Rafael Maya, Los Orígenes del Modernismo en Colombia. Imprenta Nacional, Bogotá, 1961, pág. 29.

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Unamuno, en el razonamiento claro, el realismo, el humor, la casticidad, la conformidad de lo humano y lo humanístico con la condición moderna y en ese guardado soplo nietzscheano que se advierte en su obra. Distinción perceptible también en la prosa de Don Baldomero es cierta sonrisa sutil y discreta que aflora frecuentemente en ella, como así mismo una gracia, que, aunque encubierta, corre por sus líneas y se hace sentir con innegable primor y tacto. ¿ Y que decir de sus poderes ocultos para expresarse a veces en maneras inesperadas y nuevas y para vestirse sistemáticamente con elegancia y decoro, sin llamar la atención, huyendo siempre de los pecados estéticos? Leyendo de Roland Barthes, en sus Essais Critiques, el llamado Le Monde-objet, se encuentra su observación de que en la pintura holandesa clásica predomina el imperio de las cosas. Los botes que circulan por los canales vistos en ella están repletos de hombres y de objetos que se aprietan, que se luden y que casi los hacen zozobrar. Dice él que no halla en Francia, con el poder enumerativo de estos canales, sino el Código Civil, en cuya lista de bienes muebles e inmuebles se juntan palomas, conejos, colmenas, peces, prensas, calderas, alambiques, paja, abonos, tapicerías, espejos, libros, medallas, ropa, armas, vinos, heno y mucho más. Y se pregunta si todo esto no es el universo del cuadro holandés. En las mismas "naturalezas muertas", las que ellos llaman "cuadros de vida silenciosa", el motivo primordial, el que debe sobresalir, pierde este privilegio confundido con baldosas, muros, mesas, ollas, vasos antiguos invertidos, cestos, animales de caza, legumbres, ostras y otros objetos, que aumentan la suma de los volúmenes y superficies figurados1 Verdadera semejanza encuentra cualquiera entre esta disposición clásica holandesa y la prosa común de hoy. Va caracterizándose ésta por las frases desdobladas, por la minusiocidad desesperante, por el

1 V. Roland Barthes, Essais Critiques. Editions du Seuil, París, 1924.

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relleno de puntos, ideas y palabras inventadas o adventicias en cada página o párrafo, que oscurecen el sentido y alargan el desarrollo. Ya adolece de esta tacha aún la prosa francesa, que ha gozado del prestigio de la diafanidad. El ordinario escritor actual divide, subdivide y enreda el tema de su disertación en tal forma que el lector pasa por sus páginas del mismo modo que el viajero en nave aérea sobre el paisaje velozmente fugitivo y con súbito acopio de detalles. Cómo sobresale ante esta observación la claridad de la prosa de don Baldomero. Ella es holgada como un lienzo de Millet, en el que el sentido de su mensaje y la potencia de la vida resaltan sin vecindades invasoras; o como una "naturaleza muerta" de Cézanne, en la que la plenitud de la forma principal se muestar sin contigüidades que la restrinjan. Es una claridad que luce vívidamente. En esto fue, como los franceses, cartesiano total, pues de Descartes fue lema el siguiente: clare ac distincte. Sin duda esto fue consecuencia del despejo de su mente, en donde las ideas se mostraban nítidas, independientes en sí, sin oscuridades y con presición y soltura en sus relaciones recíprocas. Narrador ameno fue el Maestro en lo anecdótico de su obra, y este carácter fue en él circunstancial, porque su espíritu se dedicó más a la interpretación de los hechos, de las personas y de sus trabajos, con el resultado de una gran riqueza acumulativa y de cultura que ofreció al sinnumero de sus lectores. Como escritor dominó en él el periodista de amplia visión del mundo. Y en tal virtud su inteligencia anduvo siempre por el saber y el arte universales, descubriendo los medios del espíritu y los valores del pensamiento, cual su maestro Brandes, labor que consagraba preferentemente en notas cortas sobre acontecimientos, libros, autores, al modo de Suárez -ya lo hemos dicho-, el de la "emoción creadora". Por eso no escribió nunca los hondos y extensos ensayos del danés ilustre sobre France, Heine, Nietzsche, Renan, Ibsen, Lord Byron y muchos más. Indudablemente y en análisis severo su obra literaria fue más de superficie que de profundidad.

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Quien se detiene ante un escritor se detiene ante un estilo y si cavila sobre esta palabra tan corta, pero que compendia tanto, ve cuán cierta es la sentencia popular de que "el estilo es el hombre". Un carácter inexplicable, una presencia esencial íntima lo define y lo diferencia. El estilo habla. Su voz se oye respuesta tras de las páginas escritas o tras de la superficie de la obra artística, fuerte o débil, entre el significado fundamental de la creación logarada. Y, para quien sabe interpretarla, posee resonancias vigorosas. No es fácil desdoblar el estilo de don Baldomero para un tal examen. Es mucha la complejidad de su espíritu. Pero uno sí observa que tiene el pulimiento de la civilización, la dignidad de la cultura, la profundidad de la ilustración e interiormente y soterrada la índole antioqueña. De ésta muestra cierta reciura inexpresable y cierta fecundidad o suficiencia. Además presenta una modalidad acumulativa, que es muy de aquella región, acopiadora de medios por temperamento. Se puede decir que el maestro estilizó la mente antioqueña en ancho límite. Fue moderado quizás por efecto de la cultura, porque, como lo decía Bossuet de Le Tellier, la moderación es el fruto de la sabiduría. No se puede negar que la prosa de don Baldomero posee un no se sabe qué de las breñas de la Montaña, como lo tiene en grado finísimo la del señor Suárez. Tampoco se puede decir que sea una prosa superior o inferior a las más admiradas de esa comarca, porque es admisible colocarla al lado de la de mayores sufragios, forzando muy poco su posición. Y es que con la prosa antioqueña sucede lo que con las personas englobadas en este nombre. Antioquia es un clan, una tribu, una familia, cuyos hombres superiores son reperesentativos de ella, sin que ninguno sobresalga en modo más grande como figura solitaria. Recuerda uno que Michelet decía: "Inglaterra es un imperio, Alemania un país; Francia, una persona" ¿Cuál es el más importante de los antioqueños? No hay respuesta, como no la hay para los franceses sobre su patria, donde no ha surgido ningún Shakespeare, ni nigún Goethe, ni ningún Cervantes, según palabras de Du Bos al comentar

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este punto. A la manera de Francia, en la que todos los naturales de ella configuran su personalidad, en Antioquia todos sus hijos forman su persona.

CAPITULO VIII

LOS AMIGOS

Leyendo uno el "Dialogo de la Amistad" de Cicerón piensa que don Baldomero, amigo tan noble y alto como Escipión el Africano y poseedor de gran sabiduría y experiencia, también hubiera podido hablar, al modo de Lelio, en cuya boca, por medio de Catón, puso el tribuno la hermosura de su plática. Y ello, porque don Baldomero encarnó ese afecto excelso de los hombres, a juzgar por las incontables personas que le concedieron aquella hija de la Naturaleza y mejor regalo de la Fortuna, según las palabras del mismo Cayo Lelio. Con expresión de éste, asi mismo, puede decirse que comió junto con numerosos amigos muchos celemines de sal. Todo hombre encuentra tesoros en sus amigos, pero pocos, tantos como el Maestro. Para éste, como para Lelio, la amistad era constante bien en todas las vicisitudes y elemento sumo, propio y lógico del concierto espiritual, por lo que no la suponía verdadera y pura, sino labarada por la sinceridad y excelencia de las almas. La estimaba como una

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manifestación del amor y como un don, al lado de los mejores, solamente superado por el de sabiduría No concebía la vida sino asistida por este vínculo superior a los bienes naturales, que une a todas las gentes de la tierra y les da existencia más o menos indefinida. Su Padre Con excepción de los libros, que poseen especial miramiento y que obsequiosa y efectivamente le rodearon toda la vida, el primero y mejor amigo del Maestro fue su padre. Don Baldomero Sanín Vera, hombre recto y pundonoroso" en relevante grado y "de virtud y severidad invariables" en la educación de los hijos, según sus propios conceptos. De él recibió, a más de formativo ejemplo, con amorosa consagración, sus primeras enseñanzas científicas y morales. Don Fidel Cano Su segundo amigo de importancia, ya en los comienzos de la juventud, fue su pariente don Fidel Cano, a quien nos hemos referido en páginas anteriores, y quien le hizo beneficios imponderables. Practicó siempre don Fidel diaria y copiosa siembra del espíritu. Don Rafael María Merchán Cuando llegó a Bogotá, en 1.986, después de días sin cuento de penurias y apremios en busca de traducciones y otros oficios literarios, de discípulos ocasionales en asignaturas del plan académico de estudio, le vino la suerte de la amistad que le ofreció don Rafael María Merchán, director de "La Luz", el gran diario de ese entónces, y persona de quien ya hemos hablado. José Asunción Silva En ese mismo año del 86 empezó don Baldomero una de sus relaciones cordiales de mayor aprecio y trascendencia, al mismo tiempo que

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estrecha y comprensiva, la de José Asunción Silva, quien por esos días publicaba, con orientación de Becquer y Núñez de Arce, algunas traducciones en "La Lira Nueva", colección de poesías de jóvenes ilustres, que ya hemos nombrado. Como lo dijimos atrás, dice el Maestro que lo conoció en la casa de Antonio José Restrepo, a poco de su llegada de Europa, y que él le satisfizo al poeta "la necesidad que tenía de hallar una persona extraña al medio social de que formaba parte, para hablarle de sus anhelos, de su experiencia de la vida, de sus viajes, de sus lecturas". Fue el curioso y fecundo acercamiento del divino y ansioso encendimiento de un lírico y de la razón fría, contenida e ilustrada de un esteta. Declara el Maestro que por esta circunstancia conoció la literatura francesa del momento, de la cual el poeta se había informado extensamente en París y cuyos libros había conseguido allá personalmente o después le eran remitidos por casas editoras amigas. En la estupenda obra Prosas y Versos, de José Asunción Silva, Carlos García Prada, su prologuista, en la página XIX, escribe estos dos párrafos: "Al volver de Europa, y a pesar de las agitaciones políticas y económicas que hcían casi imposible la vida, Silva reorganizó en su casa la tertulia de antes. Concurrían unos diez jóvenes inconformes, brillantes y estudiosos que más tarde habían de ocupar posiciones muy altas, como críticos y poetas unos, otros como diplomáticos, abogados y médicos. Se reunían los contertulios en la biblioteca de José Asunción, cómoda, acogedora y lujosamente amueblada y decorada. Se charlaba, se bebía, se fumaba. Silva prefería los cigarrillos turcos, que despachaba uno tras otro, nerviosamente. Sanín Cano les llevaba la contraria a los demás, por estimularlos en las discusiones, y Silva los desconcertaba con sus paradojas, y los distraía con sus lecturas y recitaciones, o con sus admirables imitaciones del habla y los modales de las grandes figuras de la política, de la banca y de la sociedad bogotanas.

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"Los contertulios leían, alla por los años de 1.880 a 1.896, a todos los más brillantes autores franceses, italianos, ingleses, daneses, escandinavos y rusos de fines del siglo. Sanín Cano les traducía los libros alemanes y daneses no disponibles en versiones francesas o castellanas. Y así se asomaban todos a las más notables lejanías del pensamiento europeo. El modernismo iberoamericano daba sus primeros pasos firmes en la tertulia de esos jóvenes santafereños. De ella salieron su poeta más intenso, José Asunción Silva, y su crítico más penetrante y autorizado, Baldomero Sanín Cano: dos maestros, uno del verso castellano, y otro del análisis documentado, desprevenido e inteligente. Por los dos la poesía y la crítica colombianas entraron una vez más en el campo de las letras universales”1. Por sus diálogos en estas tertulias, en encuentros accidentales o convenidos en las propias oficinas, en el restaurante habitual de la calle 14 o en caminatas de las tardes o de la noche, pasaron Flaubert, Barrès,Guyau, Faguet, Lemaitre, Maurras, Bergson, Bourget, Loti, Maupassant, Huysmans, Maeterlinck, María Bashkirtseff y demás notables figuras de ese tiempo en pleno dominio intelectual de Taine y Renan, cuyo cientificismo tocaba a su fín, según ya lo afirmaba Brunetière. Barrès fue uno de los más comentados en esas entrevistas, concluye uno de algunas alusiones del Maestro y del mismo Silva, para quien era un orientador y quien lo llamaba "el ideólogo"2. Era natural: este diletante lorenés, tan discutido, principalmente durante su primera época, por el empuje apasionado y el extremo individualismo de su juventud, se les impuso como uno de los más inquietos y brillantes espíritus de la época, enaltecedor del yo y dueño de la diginidad suntuosa de un estilo.

1 V. J.A. Silva, Prosa y Versos, Ediciones del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Editorial Cultura México, 1942 2 V. S. A. Silva, De sobremesa. Biblioteca Schering Corporation U.S.A. de Cultura Colombiana. 1965, pág 45.

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Un torneo de la inteligencia debió ser para ellos en esos encuentros el confrontar, contraponer y rastrear, con mayor interés y en examen apretado, por ejemplo, el registro minucioso del hombre moderno, atormentado de idealismo, fruto de la mente acalorada y exéntrica de Huysmans, y la labor grave, refinada y compleja en cuestiones estéticas y sociales, de Bourget; o también la crítica aguda de las interioridades literarias y humanas de Gourmont, y la obra poética y filosófica, audaz y honda de Guyau; o así mismo, la música inefable del verso de Verlaine, y la expresión dolorida y saturada de belleza que dejó en su Diario y en Meeting María Bashkirtseff, quien conturbó a Silva, como lo dicen algunas de sus lineas: "Feliz tú que encerraste en los límites de un cuadro la obra de arte soñada y diste en un libro la esencia de tu alma, si se te compara con el fanático tuyo que a los veintiseis años, al escribir estas lineas, siente dentro de sí bullir y hervir millares de contradictorios impulsos encaminados a un solo fín, el mismo tuyo: poseerlo todo; feliz tú, admirable Nuestra Señora del Perpetuo Deseo”1. Notoriamente estas confrontaciones y análisis fueron muy numerosos, pero lo que ocurrió como objeto de sorpresa y plática fascinante, según lo apunta don Baldomero, fue la figura de Flaubert. Y no fue cosa de una ocasión, sino de varias, porque el repaso de lo que fue e hizo este autor pedía tiempo largo. El Maestro no lo conocía y se imponía la indagación del romántico interior existente, pero velado, y del antirromántico exterior, pronto y manifiesto, lo mismo que de las observaciones realistas, visiones de la historia y meditaciones teológicas y filosóficas en su labor literaria, y -asunto muy importante de la hora- de su espíritu parnasiano y de su bella prosa, cincelada con tesón probado y paciente. ¿ Y Mallarmé, Verlaine y los otros de los Cinco? Qué de consideraciones y reconocimientos hicieron ambos sobre ellos en su porfía del modenismo, ya con la presencia de Darío y con los ecos de

1 V. J. A. Silva, De sobremesa, ob.cit., pág. 45

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Poe, para darle a la palabra un nuevo mensaje, exaltándola, purificándola y dándole soberanía, mediante el desvanecimiento de sujeciones ordinarias al fondo poético, que, además, en la capilla simbolista se sublimaba en pebeteros de misterio. "Sanín Cano" -escribe el Maestro Maya- introdujo a Colombia buena parte de la literatura moderna y simbolista del siglo pasado. Impuso modas intelectuales, despertó fervor casi religioso en torno de ciertos autores, difundió ampliamente las bases de la nueva estética europea, comentó libros y poetas considerados como raros entonces, y divulgó la creencia de que existía radical desigualdad entre el artista, especie de señor feudal de la inteligencia, con fueros especialísimos, y el pobre burgués, casero contribuyente y católico. Fue el célebre personaje de Gourmont, Mosieur, celui qui ne comprend pas. Toda esta ideología de que fueron exponentes Silva, y, en cierto modo, Valencia, se nutría del individualismo radical de Nietzsche, de la crítica racionalista de Renan, del aristocrático desdén de Mauricio Barrès y del subjetivismo incoercible de poetas como Hofmannsthal y Stephan George”1. Pero en el empeño de esta novedad literaria hay diferencia entre el poeta y el crítico:éste obra con la claridad de su razón, y aquel con la intuición insondable de su sentimiento. Dice el Maestro Maya que Silva " para el nuevo evangelio que va a predicar, él mismo ha redactado algunos episodios maravillosos" y cuenta que alrededor de una taza de té, en compañia de don Baldomero y Emilio Cuervo Márquez, les leyó sus poesías "Vejeces", "La ventana nupcial" y "Luz de luna", y que ante el caráter enteramente nuevo de ellas en lo amortiguado, sugestivo y musical, don Baldomero, como explicación, aludió a la teoría de Guyau acerca de lo bello y lo poético, que no son lo mismo, según el crítico francés, pues lo bello hace relación a la forma, y lo poético a lo que esta forma sugiere. Lo bello está en lo que se ve, lo poético en lo que sólo se deja vislumbrar”2.

1 V. Rafael Maya, Escritos Literarios. Ediciones de la Revista Jiménez de Quesada, Editorial Kelly, Bogotá,1.968, pág.150 2 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, ob.cit., págs. 150 y 151

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Si uno recuerda a Plotino se ve fácilmente la relación existente entre el pensar de Guyau y el de este filósofo de la Escuela de Alejandría, cuando dijo: "La belleza está en la forma, es la forma misma". Y si tiene uno en cuenta también estas otras palabras del mismo Plotino, "la inteligencia posee dos potencias: por la una, que es la potencia propia del pensar, ve lo que existe en ella; por la otra, percibe lo que existe por encima de ella, con ayuda de una especie de intuición y de percepción, puede concluir que el espíritu de Silva, como se ha dicho del de Hofmannsthal, presenta cierto matiz neoplatónico, en cuanto tenía el privilegio de intuír las cosas superiores y originales recónditas y presentarlas en sus versos como si hubieran sido vistas y sentidas por primera vez, es decir, en una verdadera recreación. Pero tanto como estas conversaciones sobre ideas y arte, fueron de gran importancia las que tuvieron acerca de Nietzsche. Dice don Baldomero en sus notas autobiográficas: " Un día vino Silva a verme con un número de la Revista Azul (Revue Bleue) de París para hacerme leer un artículo de Teodor de Wizewa, escritor francés de origen polaco, cronista literario durante muchos años de la mencionada revista, acerca de un filósofo alemán de nombre Federico Nietzsche. Comentamos la noticia con grande interés. Había citas curiosas de aforismos del atrevido pensador y nos dimos a buscar la manera de procurarnos sus obras. Silva tenía relaciones con casas editoras francesas, de quienes recibió la información de no haber sido traducidas en francés las obras del inmisericorde. Las pedí a los libreros alemanes y me llegaron oportunamente". Y más adelante agrega: "En noches tranquilas, lejos de los penosos oficios a que los dos estábamos uncidos por un burlón determinismo, solíamos comentar lecturas,sucesos; asesinar esperanzas; analizar hombres y tiempos con la libertad que dan el silencio y la confianza. Nietzsche nos ayudaba en estas funciones. El espíritu libérrimo y audaz del que se llamó a sí mismo "el crucificado" y el transvaluador de todos los valores, suministraba contenido y base para nuestras inocuas especulaciones de rebeldía, Me sorprendió que en adelante, sin conocer de Nietzsche más que esas lecturas fragmentarias, Silva

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hiciera sobre la obra general del solitario pensador observaciones profundas y sobre todo acertadísimas”1. Como se ve, estos dos amigos percibieron con innegable anticipación la voz poderosa que empezaba a resonar en Alemania y a extenderse por el mundo y que ya había descubierto Jorge Brandes con su gran facultad de adivinación. Y esa voz se les entró en su pensamiento, con dominio orientador en cierto modo, como les sucedió a otros hombres ilustres de su tiempo, pero por vía un poco distinta. El Maestro Maya escribe: "La rebeldía de Silva contra el medio social en que lucha, su aristocrático desdén por lo que el mismo filósofo llamaba "la canallería moderna" y su cesárea ambición de predominio, todo ello le hace amar al hombre que cercó de frases relampagueantes la montaña de su aislamiento”2. Sanín y Silva -éste taciturno lector del filósofo de Danzig, Bartrina y Leopardi- en sus primeros pasos por los caminos de Montaigne, Renan y Schopenhauer, siguieron a Nietzsche, ya lo hemos expresado, y razonaron con él sobre el valor del arte como encaramiento al pesimismo, en visión de la estética del universo y en nueva concepción del mundo como voluntad y representación y como expresión apolínea y dionisíaca. Y siguiendo aún más a este mago de la inteligencia y del estilo en su impugnación del pesimismo, meditaron sobre el valor del esfuerzo heroico de la voluntad y de la imaginación; discutieron al superhombre con sus proyecciones de la voluntad de potencia, de la lucha con grandeza de sacrificio, de la voluptuosidad, del egoísmo, del espíritu de dominación y del rechazo de lo piadoso y humilde; consideraron el lema "libertarse aun del libertador" ; y cavilaron ante la setencia "nada es verdad, todo esta permitido". Muy valiosa, como dijimos antes, y casi que hasta formadora si se puede decir, fue para don Baldomero esta amistad, pero además, proficua y fértil, por la juventud en que se encontraba él, por ser la

1 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas, ob. cit. pág. 46 2 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, ob. cit. pág. 147

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primera vez que estrechaba relaciones con un personaje tan refinado y escaso como Silva, completamente distinto del punto de vista de su posición espiritual. Don Baldomero era hombre de regla, ajustado a lo normal, de gravedad y circunspección verticales, de una mente fría y reposada para el examen, en tanto que el poeta, de gran inteligencia y emotividad ardiente, vivía sacudido y dominado por una franca hiperestesia mental, por todas sus experiencias sentimentales y sensitivas. El caudal incalculable de sus impresiones era tributario fatal y dominante de su entendimiento. Este "hombre del deseo" como él mismo se llamó, hermanándose con María Bashkirtseff, y para quien importaba más el deseo que la posesión, al modo del interlocutor de Gide, este hombre de tantas solicitudes y matices espirituales y sensoriales, de tan variadas y dulces y dolorosas emociones, no podía ver las cosas de ventana igual a la del Maestro. Este, al lado de aquella prodigiosa capacidad sentimental y estética, debió aprender a encontrar en la obra literaria significaciones y ritmos sutiles y repuestos, sólo de percepción, aprecio y medida por la fina intuición y penetración de una capacidad semejante. El mismo dijo: "Se ha dicho que mi amistad con Silva ejerció sobre él determinadas influencias. No puedo lisonjearme de tanto: es la recíproca la que resulta evidente"1. Para confirmar o aclarar las consideraciones anteriores sí que han hecho falta las cartas que don Baldomero escribió a Silva cuando éste residió en Caracas como secretario de nuestra Legación, y que desaparecíeron a su regreso en el naufragio de L'Amerique, con gran parte de la obra literaria del poeta. "Las mías, por fortuna, buscaron en el fondo del mar el archivo más adecuado”, escribió sobre ellas el Maestro, con esceptico desdén.

1 V. Alberto Miramón, José Asunción Silva. Imprenta Nacional, 1.937, pág.52.

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Don Santiago Pérez Triana Y surge enseguida, en 1.893, como tercero y especial amigo don Santiago Pérez Triana. Sin réplica puede sentarse que fue el de mayor consideración después de su padre. "Aventurero intelectual" lo llamó don Guillermo Valencia, y en verdad que lo fue, porque, poseedor por lo menos de cinco idiomas cultos hizo vida de acalenturado e inquieto del espíritu en Berlín, Londres, París, Roma, Madrid, La Haya, México, La Habana y otras ciudades importantes. Después de cumplir estudios secundarios en Estados Unidos, pasó don santiago a Alemania, con el fín de hacer una carrera universitaria de química, que concluyó satisfactoriamente, pero cuyo título no le fue otorgado, por no haber hecho cursos de latín es sus colegios. De estos estudios en Leipzig y Heidelberg escribió un libro bello llamado Reminiscencias tudescas, prologado por don Juan Valera. Se trasladó luego a Nueva York para trabajar en el comercio y posteriormente en una empresa de comisiones que él mismo fundó y que por una depresión económica general y de la época hubo de fracasar. Por este motivo se dirigió a la Habana y a México, con intenciones de establecerse en la América del Sur. Así, llegó a Medellín, donde a la sazón el gobierno del Departamento tomaba la dirección del Ferrocarril de Antioquia, porque no consideraba satisfactorios los procedimeintos y realizaciones de la Sociedad inglesa Junchard, Mac Faggart y Compañía, en cuyas manos había puesto la construcción. Esta sociedad se declaró perjudicada injustamente y encomendó a don Santiago el reclamo de sus derechos y de la compensación consiguiente. Para esas gestiones vino a Bogotá en los momentos en que había una gran agitación en las esferas oficiales y su diligencia desató una fuerte censura y alboroto, con intervención de la justicia, lo que terminó en enojado rechazo de la conducta de don Santiago, en su

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abominación y en la posibilidad de un aprisionamiento. En estas circunstancias y renunciando a su cargo y a la idea de publicar una revista literaria, que inició su amistad con don Baldomero, nuestro don Santiago tuvo que salir huyendo por la vía del Magdalena. Al llegar a Honda fue apresado y recluído en la Ciega, prisión terrible por lo insalubre y lóbrega y porque allí morían la mayor parte de los presos de fiebre amarilla. Enterado el Maestro de esta detención, le rogó a su hermano Francisco, por esos días residente en aquel puerto, prestara sus servicios de abogado a tan alto y perseguido amigo, los que tuvieron éxito del modo siguiente, relatado por el mismo Maestro: "Sin esperanza de mover la conciencia de los eminentes, mi hermano sugirió: ‘habiendo usted vivido tantos años en Norteamérica, ¿ no sería posible alegar, aunque sea mero subterfugio, que es usted ciudadano americano? Aunque después se pruebe que eso no es verdad, la significación del invento puede tener por consecuencia que lo trasladen a Bogotá, lo que importa por el momento’. A Pérez Triana le pareció aceptable el recurso y explicó: ‘Para poder ejercer el comercio de comisiones en Nueva York es necesario firmar una declaración de respeto y obediencia a las leyes del país, con otras formalidades. Podemos aducir eso como un principio de prueba si fuere necesario. El abogado se drigió sin demora al ministro americano en Bogotá, por medio de un telegrama en que decía que un eminente ciudadano americano estaba detenido en Honda, en una prisión infecta, con peligro de su vida, sin que se hubiera proferido contra él cargo alguno. "Era representante en Bogotá del Gobierno de Washington un propietario rural de Kentucky, llamado Mac Kenney. Por entonces no se había establecido aún en Washington la carrera en el servicio diplomático. No sin gran complacencia, el ministro, deseoso de tener ocasión propicia para ejercer sus altas funciones, pidió audiencia, la obtuvo inmediata, y puso el caso ante la autoridad competente. ‘Un ciudadano americano, dijo, está en peligro de perder la vida en una prisión malsana, sin conocer la razón de su arresto. Se llama Pérez Triana’ El alto funcionario creyó propio de su autoridad preguntar al diplomático de ocasión si tenía prueba de que la persona por quien

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mostraba tan agudo interés era en realidad ciudadano de aquella república. ‘A un Mac Kenney, no se le piden pruebas de la verdad de sus palabras’, La frase resonó en los muros de la sala con fuerza conminativa. Probablemente la autoridad colombiana pensó un tanto tarde que, fuera el detenido compatriota de Mac Kenney, o ciudadano de Colombia, la justicia y un claro sentimiento de conmiseración le imponían al mandatario la obligación de proceder con rapidez para salvar una preciosa vida. Sin adelantar ivestigaciones sobre la nacionalidad de la víctima se dispuso que la enviaran a Bogotá”1. Escapando de la autoridad y aun del peligro de muerte, salió don Santiago de la Capital, tan pronto como pudo, y fue a refugiarse en una hacienda cercana a Chocontá, pero sólo por tiempo corto, pues rápidamente emprendió viaje a Inglaterra, tomando el camino de los Llanos Orientales. De esta aventura por tierras tan fabulosas trata su libro De Bogotá al Atlántico. " El Estilo en que se halla escrito este libro -dice Hernando Téllez en el prólogo de la edición que hizo la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana- acusa en el señor Pérez Triana un tranquilo dominio de la forma y una facilidad incuestionable para matizar con trazos líricos el relato. No es esta prosa un modelo de sobriedad. No podía ser si reparamos en la prodigiosa capacidad expresiva y en la peligrosa y envidiable soltura de que es dueño el señor Pérez Triana para verter al papel sus ideas y sentimientos". Se casó en París con una señora saxoamericana, hija de potentados, pero, distanciado de éstos, viviendo estrechamente en Londres, resolvió don Santiago irse a Madrid y allí fundó un semanario ilustrado, cuyo precario resultado económico hubo que completar con el producto de una casa de té, que atendía personalmente su mujer. Cuando mejoró la situación, sin duda con dineros familiares de su esposa, regresó a la capital inglesa, en donde lo encontró don Baldomero el año de 1.909, llevando ya vida de holgura y cambiadas también sus circunstancias personales con Colombia, pues

1 V. Sanín Cano, "Hombres que he conocido". Revista de América, No 2, febrero de 1.945

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precedentemente había sido su delegado en la Conferencia de la Haya, por los años de 1.906 y 1.907, cargo que desempeñó con grandes lucimientos oratorios. Y aquí es donde principia lo más interesante de esta amistad de don Baldomero. Llegó éste a Londres en enero de 1.909 a desempeñar la representación de nuestro gobierno en la junta directiva de la compañía inglesa contratada para la explotación de las minas de esmeraldas. Un año después fue elegido Pérez Triana, por el presidente Carlos E. Restrepo, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República ante el Reino Unido, como también un poco más tarde y por el gobierno de El Salvador, su encargado de negocios. Casi simultáneamente, en 1.911, el maestro recibió a su vez la designación de cónsul de Colombia en la capital británica. Desde el principio de la vida londinense de Don Baldomero la amistad con don Santiago, sostenida por correspondencia desde su conocimiento en Bogotá, empezó a estrecharse y se intensificó más aún cuando éste separado prontamente de la diplomacia, lanzó a la calle su espléndida revista "Hispania". El Maestro, tan poderosamente inclinado a estos menesteres y ya prosista y crítico de nombre, le fue excelente auxiliar y colaborador, como lo llegó a ser también, con publicaciones literarias y filológicas, de varios diarios ingleses y de la Modern English Review de Londres. No hay palabras para expresar lo que significaron Pérez y Triana y su revista para don Baldomero. La sala de dirección de "Hispania" fue el sitio donde se reunía el conclave literario de hispanoamericanos en Londres, en compañia de algunos letrados amigos ingleses, y donde Sanín Cano empezó a ser conocido en las letras castellanas y a cimentar y enaltecer su figura de escritor. De otro lado, allí adquirió las estrechas, cordiales y útiles relaciones que le brindaron Saturnino Restrepo, Tomás O. Eastman; José María Núñez Uricochea, Araquistain, Faustino Ballvé, Gabriel Zéndegui, Emilio Bobadilla,

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Ramiro de Maeztu, Darío Nicodemi, Emilio Gigas, Cunninghame Graham, Fitzmaurice-Kelly y, en la distancia, Unamuno, Sánchez Rojas, Pérez de Ayala, Pérez Bonalde, Blanco Fombona, Ventura y Francisco García Calderón. Pero, más importante que todo, fue el conocimiento que hizo de él "La Nación" de Buenos Aires, con la consecuencia de haberlo llamado más tarde a su mesa de redacción. Las notas biográficas de don Santiago que acabamos de incorporar en estas páginas y que son un resumen incompleto del artículo sobre él existente en la "Revista de América" antes mencionada, han tenido por objeto reforzar el sentido y el valor de la amistad que comentamos y que, aparte de lo dicho, le proporcionó al Maestro facilidades para estudiar en las bibliotecas y museos y para "consultar a las personas de cuyo consejo podía servirse en sus estudios e investigaciones". Esto, sin contar lo de la consideración mayor que fué el haber podido atesorar mucho de la riqueza espiritual de un escritor que poseyó grande ilustración, amplios conocimientos musicales y artísticos, dotes oratorias, experiencia de economista e internacionalista, extraordinaria abunadancia de lo original y anecdótico, un don de gentes cautivante y que aportó a nuestro patrimonio cultural los libros que hemos citado, también los llamados Aspectos de la Guerra y Cuentos de Sonia y gran número de ensayos publicados en varias revistas y periódicos. En este vistazo a Peréz Triana no pueden pasarse por alto otros dos de los amigos que en su casa conoció el Maestro. Son los siguientes: James Fitzmaurice-Kelly Quizás el de mayor significación fue James Fitzmaurice-Kelly, sobre quien hizo una estampa cariñosa en su obra De mi vida y Otras vidas. Fue, como se dice en estos párrafos, un hombre muy eminente, profesor por largo tiempo de lengua y literatura española en la Universidad de Liverpool, en donde impuso el nombre de don Baldomero para sucederle en el Consejo Directivo de esa Universidad, cargo que éste no pudo desempeñar por graves compromisos.

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Se distinguió como un "escritor excepcional -escribe el Maestro-. Tenía dotes de estilo en que la gracia, la precisión y la dignidad se aliaban en proporciones cautivadoras". La amistad que hubo entre estos dos amigos, aun antes de verse personalmente, no fue sólo muy estrecha y cordial, sino de gran valía y logro, pues don Baldomero, hombre de devociones cervantinas, tradujo de don Jaime su libro Miguel de Cervantes Saavedra, biografía literaria e histórica, con una bibliografía de 1.595 a 1.892, así como también su grande obra Manual de la Literatura Española y corrigió los originales de la llamada Oxford Book of Spanish Verse, notables contribuciones al mejor haber de las letras castellanas. Y en llegando aquí y recordando que don Baldomero, profesor por años de su idioma en la Universidad de Edimburgo, escribió An Elementary Spanish Grammar y un diccionario bilingüe, cabe preguntarse uno -por de contado sin respuesta fácil- si su ilustre y entrañable amigo don Jaime participaría en el pensamiento de esos libros, pues el Maestro sabía más gramática y castellano, pero más inglés Fitzmaurice. Don Roberto Cunninghame Graham Como siguiente en el orden del afecto debe señalarse a don Roberto Cunninghame Graham, persona de simpatía avasalladora, a quien don Baldomero dedicó cordialísimo recuerdo en sus libros De mi vida y otras vidas y El humanismo y el progreso del hombre. Sobre este Don Quijote británico, llamado así en mención del escritor Conrad, por su presencia y por su idealismo y generosidad, dice Norman Tett en un artículo titulado "Autores ingleses en la América Latina" y traducido por Saturnino Restrepo : "Venido al mundo en 1852, salió de Harrow, la aristocrática escuela, a los diez y seis años y se dirigió a la Argentina, en donde tenía parentela. Por espacio de 15 años vivió íntimamente la vida de aquel país y las del Brasil, Uruguay y Paraguay y se casó con una poetisa chilena de mística inspiración, Gabriela de la Belmondière. Juntos se dirigieron a México, en donde Graham dió lecciones de esgrima. A la muerte de su padre, en 1884, regresó a la Gran Bretaña y se dedicó

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durante diez años a redimir de deudas sus posesiones señoriales. Se creó así una nueva carrera, y aunque de cepa aristocrática territorial, figuró entre los primeros miembros del laborismo en el Parlamento. En 1897 su índole aventurera lo llevó a Marruecos en busca de una ciudad prohibida y allí fue reducido a prisión por el cabecilla local. Durante la primera guerra mundial volvió a la Argentina en misión oficial, a comprar caballos de remonta para el ejército británico y murió en Buenos Aires a los ochenta y cuatro años de edad. Apasionado toda su vida por los viajes, las aventuras y los caballos, fue amigo íntimo de hombres tan diversos como W. H. Hudson, J. Conrad y Bernard Shaw; se distinguió en tres o cuatro carreras diferentes y dejó páginas fervorosas sobre cada uno de los temas u objetos de su devoción. En literatura, su ramo por excelencia, fue la descripción briosa de hombres y géneros de vida y de conducta peculiares y pintorescos y el ardor que les imparte a los objetos en que recae su pasión”1. Don Roberto se hizo admirar en la Gran Bretaña, Africa, Asia y Suramérica tanto como un gran señor, hidalgo supercivilizado y de gran cultura, cuanto por su vida y por los libros que escribió sobre México, Marruecos, la conquista de la Nueva Granada, Cartagena y las riberas del Sinú, historia de los jesuítas en el Paraguay, el Brasil, la leyenda de Candelario Obeso, sin contar la cantidad grande de artículos que les consagró a los diversos países del Mundo, porque "no es posible decir en qué metro cuadrado del planeta dejó de posarse su planta o el callo de sus corceles ". Más de treinta obras entregó su pluma a la cultura. Una de ellas fue la traducción al inglés del libro de Pérez Triana De Bogotá al Atlántico. Y con la información de que don Roberto, hombre por demás acaudalado, espiritual y amable, vivió larga e intesamente la vida de Buenos Aires, donde su círculo de amigos fue muy grande y el mejor, ¿no sería razón pensar en alguna influencia suya para que don Baldomero fuera llamado al diario "La Nación" de aquella ciudad?

1 V. "Revista Universidad de Antioquia", N. 93, Agosto y Septiembre de 1949.

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**** Muy poco escribió el Maestro sobre sus amigos de la Argentina, que fueron muchos. En su libro De mi vida y otras vidas, y sólo en éste, figuran cuatro apartes cortos sobre Lugones, Darío Nicodemi, Alberto Gerchunoff y Enrique Larreta. Raro es en realidad que hubiera guardado silencio sobre quien debió ser grande amigo suyo, el director del diario "La Nación " . Tampoco dice el Maestro nada de las posibles amistades que debió conseguir durante su corta permanencia en Ginebra, cuando fue allá en 1931, nombrado por la Sociedad de las Naciones, como miembro de la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual. Don Guillermo Valencia Tal vez no se ha calificado suficientemente la significación que tuvo la amistad de Don Guillermo Valencia con don Baldomero. Si hubiera existido un vínculo semejante entre Menéndez y Pelayo y Unamuno, por ejemplo, qué no se hubiera dicho sobre él ... Y hay que tener presente el valor continental de aquellas personalidades nuestras. Esa fue una amistad histórica. Nacieron estas relaciones en 1896, un poco después de la muerte de Silva, cuando don Guillermo llegó por vez primera a la Cámara de Representantes, y fueron cada día más cordiales y entrañables, sin el menor eclipse, hasta la muerte de don Baldomero, último en desaparecer, quien, ya en avanzada senectud, escribía sobre su finado amigo estas palabras : "Nos separó la muerte, pero esa modificación de la materia no ha interrumpido nuestra intimidad espiritual. Dejó su obra, dejó su familia. Su recuerdo es más tenaz que la inconstante rotación de las cosas y los hombres y superior al tiempo mismo”1. Y qué oportuno parece citar las últimas frases de Lelio sobre Escipión, en el Diálogo que nombramos al iniciar este aparte: "Y de nuestro

1 V. Sanín Cano, De mi vida y otras vidas, pág. 59.

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amor al estudio y de aquel afán de saber, ¿qué diré? Alejados de las miradas de las gentes juntos consumimos nuestras horas de holganza, aplicados en nuestra afición. Si el recuerdo y la memoria de todo esto hubiese muerto con él, no creo me fuera posible resistir la añoranza del amigo amantísimo y fiel. Mas no se ha extinguido su memoria, sino que se acrecienta y enardece en mi pensamiento y recuerdo. Pero si de éstos me viera privado, me cabría el consuelo de mis años, pues nuestra ausencia no puede ser muy larga; y no deja de ser gran consuelo para el que sufre, aunque el mal sea grave, pensar que éste toca a su fin". No fueron horas de ocio las que unieron a estas dos inteligencias: fueron largas horas de su vida, horas de trabajo, de investigación, de compenetración de sus espíritus, andando por muchos sectores de la cultura. Un caso feliz para las letras colombianas fue la hermandad de estos dos personajes separados por profundas diferencias, que ellos respetaban, y unidos por semejanzas poderosas, que los ligaban y confundían en un ambiente de recíproco aprecio y admiración. El uno tenía la entonación y la arrogancia que dan los favores de las Musas y era un refinado aristócrata del pensamiento, que no conoció ni "la fealdad en la acción, ni la deslealtad en los afectos, ni la infidelidad consigo mismo y con sus principios"; el otro, en cambio, más que modesto, era discreto a fuer de sabio, supercivilizado, fiel a su autenticidad y muy sencillo, porque -quién sabe si se preocupó de ello - en esto fue siempre cantarrana. Coincidió el principio de este acercamiento con los primeros hechos del modernismo entre nosotros, a cuyo desarrollo contribuyeron ambos en forma fervorosa y eficiente, como lo acababa de hacer Silva, y se alejaron el uno del otro años después y por tiempo largo, aunque escribiéndose siempre y viéndose por meses cortos, hasta el año de 1931 más o menos, que marcó e inició hasta su muerte un período de trato muy cercano y por espacios permanentes.

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Desde los primeros días en Bogotá, a raíz de la tragedia de Silva, empezó el diálogo de estos dos letrados sobre el movimiento científico, literario y artístico del mundo, pero principalmente sobre los creadores del modernismo en Europa. Les eran familiares los precursores del Parnaso, Gautier, Leconte de Lisle, Banville, lo mismo que Mallarmé, Verlaine y los demás iniciadores de esta escuela decadente. Este diálogo no se interrumpió nunca verbal o epistolarmente en el correr de los días, mas fue más continuo y empeñoso en los dos últimos lustros de la vida del poeta, cuyos finales cuatro años vivieron juntos, según este párrafo de don Baldomero en carta a un amigo desde la capital del Cauca: "Recluído en esta ciudad por la edad y por el clima ideal no menos que por el recuerdo de un amigo incomparable, a cuyo lado pasé los cuatro últimos años de su vida, vivo de recuerdos". Amaba al poeta con un amor más hondo que el que tuvo por Flaubert León Daudet, quien se anegaba en llanto por la muerte de éste. Se realizaban los encuentros de estos dos amigos en Bogotá, aunque más y por intervalos más largos, en Belalcázar, el sitio de la residencia del poeta, a inmediaciones de Popayán. En esa casa, de claustro amplio, de varias salas y alcobas, su dueño había reunido autógrafos; pergaminos; condecoraciones; joyas y armas históricas; lienzos valiosos; porcelanas; bronces; retratos, como el de Uribe Uribe y Miguel Antonio Caro; estampas, cuales las de Renan, Anatole France, D'Annunzio, Unamuno y otros; y efigies de Bolívar, Goethe, Napoleón, Darío, Voltaire, Mefistófeles y algunos más. Pero lo que sobrepujaba en importancia era la gran biblioteca de miles de volúmenes en latín, castellano, francés, inglés, italiano, portugués, alemán, sabiamente escogida, leída y consultada. Un sitio de la casa le era dedicado a don Baldomero, quien recibía generosisadades y delicadezas sinnúmero de Valencia y su familia hidalga. Desde los corredores de la casa se veía el prado contiguo y más adelante el esplendor dilatado del paisaje. Don Baldomero pinta así la ciudad y su perspectiva:

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"Los españoles que entraron por el Sur a tierras de Nueva Granada toparon en la primera parte del curso del río Cauca con un verdadero paraíso. Habían pasado por la montaña helada, celosa y abrupta, en viaje de miserias y desesperación. Cayeron de repente en un clima benigno, una tierra levemente ondulada, fácil a los cultivos, surcada de varias corrientes, cubierta de flores y de hermosos árboles. Allí fundaron un pueblo, cuyas agitaciones posteriores labran hondo surco en la historia de la comarca. Ha sido un almácigo de grandes hombres. De allí han salido varones a regir la Iglesia colombiana, a llevar el peso del gobierno civil, a dirigir campañas de fama horripilante, a sacudir el candor de las multitudes cuando el fuego de la oratoria era elemento de dominio, a difundir enseñanzas vitales por todo el haz de la patria. Una atmósfera tibia, una temperatura constante, sensibilizan exquisitamente los nervios. La vecindad de los altos montes y volcanes, la dirección de los vientos, tienen de continuo la atmósfera en máxima tensión eléctrica, que se descarga periódica y frecuentemente sobre el poblado en sonoras y luminosas tempestades. Los cerebros parece que se resintieran de la presencia del fluido : son vivaces, explosivos, luminosos. La ciudad tiene vínculos de hierro con el pasado, a tiempo que carece casi de medio de comunicación con el resto del mundo. Vista de las colinas cercanas al ponerse el sol evoca la belleza espiritual de Florencia, contemplada desde las alturas de Fiésole, recorriendo sus calles apacibles en las horas antemeridianas surge el recuerdo de las ciudades nacidas en la edad media; en sus templos circula, entre altares dorados y maravillosas obras de talla, el espíritu devocional y listo a la defensa del hogar y la fe que caracterizaron a siglos medio extinguidos. Su situación, la mentalidad de sus hijos, la riqueza ubérrima de la comarca, la han convencido de que se basta a sí misma. Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”1. La biblioteca de don Guillermo era sitio de la vida profunda. Entrando en ella venían al recuerdo las frases de Shelly: "Hay una potencia que

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, ob. cit., págs. 143, 144, 145.

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nos rodea, semejante a la atmósfera, en el seno de la cual una lira inmóvil se encuentra suspendida, y cuando le place hace vibrar con su soplo esas cuerdas silenciosas nuestras". Allí permanecía él lo más de su tiempo y tambien cuando don Baldomero le acompañaba. Esa vida de ebriedad, de exaltación del pensamiento y de los sentidos, la llevaban igualmente en sus paseos por la ciudad y el campo, porque tenían la facultad de maravillarse delante de la naturaleza con penetración de su sentido y con emoción contemplativa de sus bellezas y misterios. El uno tendía más al descubrimiento de las esencias, el otro a cantarlas, y ambos buscaban ardorosamente la verdad de las cosas y los valores eternos del universo poético. En Bogotá y en ese apartado templo de la sabiduría y de fiesta del intelecto rescataban su ser interior de gentes y sucesos y gozaban de la pureza y copia sorprendente de la soledad. Como Rilke, a quien admiraban, querían vivir en sí y con vehemencia su ámbito personal. Sabían ambos que la vida espiritual sólo comineza ahí donde la conciencia, con noble disciplina, se liberta de las presiones de los hombres. Y así se recogían y hablaban y meditaban. Tomaban el espacio, el paisaje de fuera, o el de dentro propio, o el de sus libros en visión nueva, con los sentidos y la inteligencia; y de los dos, don Guillermo lo entregaba, fielmente convertido en obra artística, a la duración del tiempo, es decir, realizaba una verdad estética, a la cual convergían en su particular vocación las dos sendas de la ilustración y del amor a la Belleza, como si fuera el suceso de un mundo de excelencia y maravilla. Vivían, no en la realidad fundamental y primera de todos los mortales, en la lucha por la vida, sino en su realidad segunda, para algunos accesoria, que es el arte, incomprendido y desdeñado por los caídos en lo vulgar y codicioso. No había ideario ni manifestación de la cultura que no examinaran ellos con la necesaria aplicación. "Había una intensa fiebre -escribe el Maestro Maya- que aquejaba a los hombres de esa generación. Fueron apasionados por las ideas, idólatras de la cultura, fanáticos por cualquier aspecto nuevo del mundo, por toda interpretación

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desconocida del universo”1. Por sus mentes desfilaban los filósofos heterodoxos tan tenidos en cuenta por ambos, como Nietzsche, así como los ortodoxos, cual Pascal, tal vez la mayor admiración de Valencia y de convocatoria más socorrida, por su alma tan requerida de lo infinito y por su estilo de exactitud inimitable, según lo sugiere don Viotor Andrés Belaúnde2. Pero lo más comentado por ellos fueron Goethe, Keats y los poetas modernistas, entre otros, Hofmannsthal, Stephan George, D'Annunzio, Peter Altemberg, Eugenio de Castro, Mallarmé, Baudelaire, Rilke. En el afán de colocar en la literatura castellana los nombres de unos cuantos grandes poetas extranjeros de su época y aun de tiempos anteriores, emprendió don Guillermo el trabajo de traducir algunas de las más hermosas obras poéticas de ellos a nuestro idioma, haciendo el milagro de la fidelidad al autor, de la conservación del acento y de la emoción original, del respeto al secreto primigenio, de la consideración a la marcha o movimiento inicial, del miramiento a lo eterno de la belleza lírica. Y era una tarea difícil, de ensayo o prueba repetida, porque ella es, en opinión ajena, labor de refracción a través de un medio intelectual, y el cristal, muy puro por cierto de la mente traductora, debía poseer un índice diferente del de la creadora, tanto en lo artístico, como en lo filosófico y lo sentimental. Pero al fin el éxito llegaba y la culminante recreación surgía de la capacidad insigne, donde se mezclaban lo propio y lo ajeno, lo simple y lo complejo, lo rígido y lo flexibe, lo particular y lo universal, lo distante y lo cercano, lo objetivo y lo subjetivo, lo melodioso y lo prosaico. Mantenían Valencia y Sanín Cano una unidad amistosa tan entrañable, que si éste hubiera sido poeta y hubiera podido acompañar a aquel en la factura del verso, quizás le hubiera sido posible decir lo de Goethe a Eckermann, a propósito de ciertos dísticos en las obras de Schiller y del Genio, sobre

1 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, Edit. Kelly, Bogotá, 1968, pág. 134. 2 V. "El Tiempo" de Julio 13 de 1943.

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cuya paternidad del primero o del segundo disputaban los alemanes : "Amigos como lo éramos Schiller y yo, ligados por muchos años, con los mismos intereses, en contanto diario y con cambio de ideas constante, vivíamos tan íntimamente el uno en el otro que, en tesis general, no era posible saber a cuál correspondían estos o aquellos pensamientos. Hemos compuesto numerosos dísticos en común. A menudo era mía la idea y de Schiller los versos; a menudo sucedía lo contrario; a menudo también Schiller hacía un verso y yo el otro. ¿Cómo podría ser esto asunto de lo mío y de lo tuyo? Cae en un bajo filisteismo quien pretenda atribuír la menor importancia a la solución de semejante duda”1. Tal vez los dos poetas más discutidos y analizados en estas proezas de la nueva juventud del verso fueron Hofmannsthal y Stephan George. Y aquí caben, en recuerdo pertinente, estos renglones del Maestro Maya : "Pero hay en Ritos una vasta zona dominada por los simbolistas alemanes de los últimos años del siglo XIX, hecho de mucha significación para la época en que Valencia surgía a las letras y a la cual corresponde esa influencia. Más que influencia fue asimilación de este tipo de poesía que Valencia tradujo con arte tal y con amor tan entrañable, que algunos de los poemas, como los titulados "Sueño vivido" de Hugo Hoffmannsthal, "La balada de la vida exterior" del mismo; el "Mozo de la aldea", "Las guacamayas" y "El Señor de la Isla", de Stephan George, forman parte esencial de Ritos, por lo menos de la edición príncipe de 1899, y son inseparables del espíritu de Valencia. Lo curioso es que, según afirman críticos de la época, estos poetas eran poco conocidos en Europa cuando ya aquí se les traducía con tanta fidelidad. Semejante circunstancia debióse, según esos mismos cronistas, al espíritu vigilante y siempre alerta de Sanín Cano, que era el orientador de ese grupo juvenil de espíritus precozmente europeos y quien hacía en prosa las traducciones para que el poeta de Popayán les diera esa insuperable forma rítmica de que quedaron revestidos”2.

1 V. Charles Du Bos, Goethe. Editions Correa, París, 1949, pág. 25 2 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, ob. cit, pág. 120.

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Para estos operarios de las letras las traducciones hechas por don Guillermo de Stephan George fueron sin duda motivo de muy finas observaciones y especiales puntos de vista, por ser este poeta particularmente autónomo, concentrado y denso. Debió ser laboriosa para Valencia la tarea de perforar filológicamente su verso apretado, de entrañas hondas y duras, y del "cuerpo divinizado" y de su "intimidad monumental", rescatar "el dios incorporado". Iguales circunstancias debieron presentársele a don Guillermo con la poesía de Hofmannsthal. No podía ser fácil percibir el subfondo de imágenes y símbolos de su obra órfica, lo preexistencial de ella, sus tensiones interiores y secretas correspondencias, porque en ella se traduce una vocación universal, una ambulación infinita, con intermedios sentimentales entre el romanticismo y el simbolismo y con una sustracción clara del alma del poeta a la confidencia directa. Valencia hizo - es de consecuencia afirmarlo- una labor escudriñadora de sutileza y sensibilidad profundas, para interpretar la belleza huidiza, fina y evanescente del aristócrata poeta hebreo. En cuanto a la soberbia y decorada obra poética de Valencia, muy seguramente le aplaudía don Baldomero su linaje parnasiano, porque, aunque él era de sencillez muy firme para lo suyo, animaba e ilustraba las nuevas transformaciones y atavíos del verso. Veía bien que don Guillermo, como un renacentista, intelectualizara lo espiritual, lo profundo, lo ingenuo y lo espontáneo del alma, con angustia estética y arte sumo e inefable, que le arrancó al Maestro Maya el concepto de que el payanés eximio fue "el artista de la forma y el mago de las imágenes”1, y a don Víctor Andrés Belaúnde la frase de que "fue el poeta de las emociones refinadas y de los versos exquisitos”2. Leopoldo Lugones

1 V. Rafael Maya, Escritos Literarios, ob. cit, pág. 120. 2 V. "El Tiempo" Julio 13 de 1943.

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Larga fue la amistad que tuvo don Baldomero con Leopoldo Lugones y de ella cuenta en su libro De mi vida y otras vidas. Supo de él en los albores de este siglo, cuando el poeta escribió en Buenos Aires un discurso con motivo de la muerte de Zola. Puede decirse que desde entonces empezaron a cruzarse cartas, lo que se prolongó por mucho tiempo, como fue prolongado también su trato personal en la ciudad del Plata. Don Baldomero conoció a muchos poetas personalmente o por sus obras y de los importantes de nuestra tierra escribió sobre unos pocos algo de fondo, y sobre los demás, apuntes que figuran en su ensayo Letras colombianas. Pero de todos aquellos cuya producción pasó delante de sus ojos, le interesaron especialmente Carducci, Hofmannsthal, Keats, D'Annunzio y algunos otros europeos, y, de los americanos y los nuestros, Darío, Lugones, Silva, Valencia, Maya, Victor M. Londoño. Es lógico pensar que para el Maestro era motivo de consideración el contenido ideológico de la poesía, tan preferido por Schiller, pero su interés mayor no era éste, sino la arquitectura intelectual, la forma , que para Hebbel era "el gran problema del arte". El insigne poeta dramático alemán hizo mucho hincapié entre la forma interior y la exterior, atribuyendo a la primera lo esencial en la realización del arte y señalando a la segunda como mero accidente de métrica y prosodia. Se inquietó don Baldomero con este modo de pensar, cuando en su apólogo "La tragedia del estilo" dijo : "La forma es connatural con el alma del hombre y con el sentido del universo. Es posible y aun fácil cambiar el contenido. En el ánfora se puede cambiar el agua por vino. Cambiar la forma es casi imposible, porque ella viene invariable y tenaz de siglos de herencia, en tanto que el contenido es una acreción variable, según pasan los años, a merced de nuestras lecturas, con la experiencia adquirida y el azar de nuestras mudanzas. La forma es la marca inequívoca de la distinción . El contenido cualquiera persona inteligente puede apropiárselo. Es fácil explicar una doctrina. Es

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imposible imitar los ademanes de su primer creador. Cristo había muerto. A dos discípulos suyos, en viaje a Emaús, se les acercó un extraño con quien hablaron de los recientes sucesos de Jerusalén. Llegando a un mesón los tres viajeros pidieron pan y vino. Sirvió el extraño y los discípulos al verle cortar el pan reconocieron en la forma, en el estilo, al Maestro". Hebbel también escribio : "Lo mismo que no se pide a las flores y a los árboles otro modo de lo que son, lo mismo es preciso que sienta uno que el poeta no ha podido dar otra forma a su obra... La sangre que corre por las venas de un hombre no es el hombre. Igualmente, las ideas distribuídas en sentencias y tiradas de versos no constituyen la poesía”1. Si el tudesco pensó hondamente sobre la forma, tan hermana del movimiento, no menos don Baldomero lo hizo, con preocupación constante y esparcida en sus libros. Encontraba el fondo encarnado en la forma. Concordaba también con Goethe respecto a este interés morfológico en la representación del mundo sensible, como "apologista de la apariencia" y de la transformación, según concepto de Paul Valéry. Insistencia es agregar que seguramente sabía don Baldomero de las palabras de Mistral. "No hay sino la forma, sólo la forma conserva las obras del espíritu", sobre las cuales escribe el mismo Valéry lo que no podemos menos de transcribir en seguida, como corroboración del pensamiento del Maestro : "Para hecer evidente esta sentencia tan simple y tan profunda basta observar que la literatura primitiva, la que no esta escrita, la que no se guarda y transmite sino por actos del ser viviente por un sistema de cambio entre la voz articulada, el oído y la memoria, es una literatura necesariamente rítmica, a veces rimada y provista de todos los medios que puede ofrecer la palabra para crear el recuerdo de sí misma , por conservarse e imprimirse en el espíritu. A todo lo bello juzgado digno de guardarse se le da forma de poema en las épocas que carecen

1 V. Prólogo de Ric. Baeza en "Judith", de Friedrich Hebbel. Emecé Editores, Buenos Aires, 1944.

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todavía de signos materiales . En forma de poema, es decir, en la que se encuentran ritmo, rimas, número, simetría de las figuras, antítesis , todos los medios que claramente son los caracteres esenciales de la forma. La forma de una obra es, pues, el conjunto de los caracteres sensibles, cuya acción física se impone y tiende a resistir a todas las diversas causas de disolución que amenazan las expresiones del pensamiento, así se trate de desatención, de olvido y aun de objeciones surgidas contra ella en el espíritu. Del modo como la pesantez y la intemperie deterioran permanentemente el edificio del arquitecto, así el tiempo trabaja contra la obra escrita. Pero el tiempo no es sino una abstración. Es la sucesión de los hombres, de los acontecimientos, de los gustos, de las modas, de las ideas, lo que actúa sobre esta obra, tendiendo a hacerla indiferente, oscura, fastidiosa o ridícula. Pero la experiencia demuestra que todas estas causas de abandono no pueden abolir una forma verdaderamente asegurada. Ella sola puede defender indefinidamente una obra contra las variaciones del gusto y de la cultura, contra la novedad y la seducción de las obras posteriores. "Existirá una confusión de valores en la obra artística tanto tiempo cuanto tarde en aparecer el juicio último sobre la calidad de su forma. ¿Se sabe siempre quién durará ? Un escritor puede en su tiempo alcanzar la mejor atención, el más vivo interés, la mayor influencia; mas su destino, por este feliz éxito, no queda definitivamente sellado. Esta gloria pierde toda razón de existencia, por legítima que sea, cuando solo se basa en el espíritu de una época. Lo nuevo se vuelve viejo; lo extraño se imita y se aventaja; la pasión cambia de expresión; las ideas se fugan y las maneras se alteran. La obra que no es sino nueva, apasionada, significativa de ideas de un tiempo, puede y debe perecer. Al contrario, si su autor ha sabido darle una forma eficaz, le habrá dado permanencia en la naturaleza del hombre, en la estructura y funcionamiento del organismo humano, en el ser mismo. Defenderá así su obra de la diversidad de impresiones, de la inconstancia de las

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ideas, de la movilidad esencial del espíritu". La "belleza es la soberanía de la apariencia”1. Quizás esta convicción, de tanta solidez estética, marcó la preferencia de don Baldomero por los poetas que enunciamos, poseedores de la forma, quienes compendiaron en tono propio, en visión particular, la armonía y la belleza de lo creado. Por eso se detuvo con clara elección ante Silva y Valencia, a quienes nos hemos referido; por eso se detuvo ante Víctor M. Londoño y mucho ante Maya, quien es menos poeta cósmico que Neruda, pero más poeta de sentimiento, de forma más bella, y de quien, para confirmación de su criterio, tomó estos versos de su poesía "Bajo la noche" : " El deseo premioso de vivir en la forma pasajera, de perpetuar la gracia en solo un gesto y aprisionar la fuga del instante" Y por eso se detuvo también ante Lugones, porque no examinaba los versos como para obtener una información propia y necesaria de su oficio solamente, sino que procuraba así mismo sentirlos en toda su posible intesidad. Así, pues, el poeta argentino, por el camino cálido de la amistad, lo llevó hasta el sitio más repuesto de su música interior. El Maestro, como otros comentadores, encontró desigual la obra artística de Lugones, pero sí lo colocó entre los más altos cantores del Continente, casi también a la diestra de Rubén Darío, en donde lo ha visto nuestro gran lírico Eduardo Carranza. Con toda razón el libro Los crepúsculos del jardín fue el que más le impresionó por ser de los del poeta "la prueba más genuina de su honda sensibilidad y de su

1 V Paul Valéry, Vues. Le Choix La Table Ronde, París, 1948, págs 173, 4, 5.

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personal concepto del amor y de la poesía". Del contenido del libro prefería esta perla de sencillez y emoción : "Encanto No turba la tarde un vuelo. Un noble zafiro oscuro es el mar; y de tan puro, luz azul se ha vuelto el cielo. Así es también la duna. . . Y en esa uniforme tela, no hay más que una blanca vela que sale como la luna. Tan honda es nuestra ventura, que algo en ella va a llorar y lento solloza el mar su constancia y su amargura". Pero no solo admiró don Baldomero al bardo modernista, sino también al hombre muy ilustrado, aún en matemáticas, al historiador, al periodista, al novelista, al escritor de "prosa estética", como la de D'Annunzio, la de Ventura García Galderón, la de Guillermo Valencia, en la que llegó al refinamiento del prólogo en la traducción de Belkis, de Eugenio de Castro, por Luis Berisso, que es todo una pedreria. Y no admiró menos al argentino sincero, al bonaerense, que amó a los porteños y guapos del tango y la milonga en los barrios bravos capitalinos y, por encima de todo, al gaucho recio y legendario. que "sabe llorar de gloria". Para el Maestro fue dolor callado el que Lugones se hubiera sumado a Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Enrique Loncán y Méndez Calzada, los fugitivos trágicos de "La Nación", el diario de sus afectos.

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CAPITULO IX

HENRIK IBSEN Y BERNARD SHAW Ante la evidente fascinación y apego de don Baldomero por Ibsen, que se guarda en sus libros y artículos publicados en periódicos y revistas, se pregunta uno, como lector, cuál sería la causa de esta inclinación y concluye que ella pudo obedecer a la calidad de la obra de éste, a sus ideas y a alguna conformidad de sus vidas. Era imposible que el Maestro, resentido discretísimo, mirara indiferente la biografía de este hombre tan superior, más sufrido sí que él, pero también expatriado por decisión propia y vinculado familiarmente con Alemania y Dinamarca y, naturalmente con Suecia por nacimiento, países estos que le fueron tan caros en su vida, como lo fueron también bastante de nuestro escritor. No vio Ibsen la luz primera en una urbe, sino en Skien, una pequeña ciudad, asiento de fábricas de celulosa y de papel. Era pobre la habitación donde gimió y sonrió de niño y la miseria fría y despiadada fue el personaje permanente de aquel recinto. En su niñez y adolescencia el hambre y el desabrigo le acompañaron en las blancas noches boreales y ellos y otros sufrimientos velaron las mañanas doradas y oscurecieron el azul de los crepúsculos difundido por el valle. Y así, dentro de su alma abatida por los quebrantos se fueron condensando, en solitaria existencia, la rebeldía, el resentimiento, la aversión a la tiranía social y el menosprecio de todo caudal, linaje o privilegio.

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La razón, la exigente razón del niño bien dotado, la de éste que con Nietzsche formó la pareja más inteligente de sus días, pidió conocimientos y claridades a primera hora, pero la educación e instrucción en ese entonces no andaba ni podía andar sobre su revuelta cabecita, ni entre las paredes grises y desconchadas de su vivienda, como sí por las casas cómodas y enlucidas y por las mentes de párvulos afortunados. Entonces no hubo más remedio para el ansioso mozalbete que el esfuerzo heroico de una lectura intensa, implacable y varia, no solo por días, pero aun por años, por muchos años, hasta alcanzar la mayoría de edad, sin que fueran motivo de interrumpirla sus varios oficios, como el de ayudante de farmacia de Grimstad. Asi, las tesis filosóficas de Kierkegaard se le empozaron, no precisamente las religiosas, sino las éticas y más profundamente las estéticas, y le inspiraron ideas nuevas de reforma social contra la burguesía y de esforzada innovación del drama. Con estas ideas y con las muchas de otros autores fueron formándose en él el dramaturgo y el hombre de arte individualista, romántico, satírico, de ciertos matices plebeyos, que con algunos encendimientos líricos había de pasar del realismo de las primeras obras al simbolismo de la"Dama del Mar". Apenas cumplida la mayoría de edad presentó con suficiencia el examen de admisión para los estudios universitarios. Un año después, empezando a ser conocido como escritor y dramaturgo, fue nombrado director artístico del teatro de Bergen, y prontamente se le asignó el mismo cargo, por algo más de un lustro, en el teatro Noruego de Cristianía, ocupación que interrumpió temporalmente para viajar en afanes de estudio por Alemania y Dinamarca. Mas, como todo inconforme inteligente, se decidió a dejar el Teatro de Cristianía, en busca de otros horizontes anhelados, de otros cielos más propicios para el avance de su espíritu. De esta suerte se trasladó a Italia y a Alemania, países donde residió, especialmente en el último, la mayor parte de su vida.

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Por aquella época el capitalismo avanzaba por mar y tierra y en Alemania cobraba gran desarrollo. Todo lo de significación social sufría cambios esenciales y un pragmatismo avasallador ahogaba los más nobles propósitos de la cultura. Mas, a oponerse a esto, aparecieron en la literatura germana la influencia francesa, con Flaubert, Maupassant y Zola, y la influencia escandinava, de validez mayor, representada por Ibsen, quien realzaba el arte, perfeccionaba la representación y descubría los convencionalismos, ahincos y sentimientos engañosos de la sociedad burguesa. Durante su permanencia fuera de la patria, domiciliado en Munich, produjo Ibsen casi toda su obra dramática y, ya viejo, regresó a Cristianía, donde alcanzó a vivir quince años, pues allí murió casi octogenario. Don Baldomero nombró por primera vez a Ibsen entre nosotros, cuando en 1.883 escribió un artículo para un semanario en Medellín, y más tarde, cuando en 1.888, dictaba una conferencia en Bogotá ante Industriales y obreros, y de él dejó un corto y bello ensayo en su libro Crítica y Arte. La obra artística del escandinavo sedujo al Maestro, como lo comprueba su disertación y especialmente su comentario de la "Dama del Mar", que él vio representar en Londres con la participación saliente de la espiritual y finísima mujer de las manos bellas, Eleonora Duse, pero él hace la especial observación de que en la época de Ibsen y por el influjo de él alcanzó valor más eminente el hombre de carácter, cuyas cualidades resumidas en pocos renglones suyos, son éstas: "el sentimiento de la responsabilidad, la tenacidad del propósito, el respeto a la palabra empeñada, la fe del individuo en sí mismo, el desdén por las convenciones sociales en pugna con el sentimiento individual" que se miden "por la fortaleza y la sinceridad de los resortes vitales en el individuo" ¿ Ibsen no seduciría también al Maestro como precursor ideológico del Modernismo? * * *

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Bernard Shaw fue otro autor que estuvo afirmado en la mente del Maestro. En su estudio sobre él -leyó todas sus cuarenta obras y vio representar muchas de ellas- nada faltó, desde su modesto nacimiento en Dublín, por allá, en 1.856, hasta los detalles de su infancia y primera juventud, como fueron la pobreza; el tiempo del colegio, que le fue de prisión odiosa; la pasión por la lectura; el interés por la física y las teorías de Darwin; la embarazosa timidez, contra la cual lucho fructuosamente; la embriaguez consuetudinaria de su padre; la sencilla posición social de su familia. Pero de esta niñez y primera juventud encontró don Baldomero más sobresaliente, por encima de todo, el tiempo que corría cuando ellas, que era el del comienzo de un nuevo giro del realismo literario y de las ideas y de la estructura social predominante en las Islas. Luego lo siguió aplicadamente desde que a los veinte años se trasladó a Londres, donde, en busca de trabajo, empezó a ganarse la vida como periodista y crítico dramático y de espectáculos, y donde a poco, fuertemente influído por Ibsen, Nietzsche y Marx, ingresó en el socialismo y alcanzó muy pronto uno de los puestos directivos de la Sociedad Fabiana, que estimulaba, los avances del marxismo revolucionario. En estas actuaciones, con mayor razón, no lo perdió de vista cuando, con devoción por la filosofía materialista, predicó su tesis, durante doce años, en las esquinas, en los parques, en los mercados, en los muelles, en donde hubiera un banco para hacerlo. Naturalmente estos arrestos eran reforzados con la exposición de los beneficios de la ciencia y con las acometidas a la sociedad burguesa. Sin embargo, lo que importó mucho más a don Baldomero de las actividades de Shaw fue que hacia 1.900 se incorporó firmemente en la literatura inglesa, en calidad de dramaturgo, después de haber sido novelista frustrado y cajero y agente colocador de postes telefónicos.

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Y en ese carácter fue cuando don Baldomero lo conoció personalmente y admiró su obra de temas tan diferentes, como la descomposición social, la situación tasada de la mujer, el Ejército de Salvación, las teorías evolucionistas y otros de principal actualidad. En 1.924 lo encontró -dícelo él mismo- en un Teatro de Londres, asistiendo a la representación de uno de los dramas de Ibsen, y allí pudo observarle la alta estatura, el cuerpo delgado y ágil, el cabello rubio, los ojos grises y de mirada viva, el rostro alargado y enjuto, la barba rojiza, las manos aristocráticas y el vestir incurioso. Ahora: aunque sí le atrajeron a don Baldomero, de las condiciones espirituales de Shaw, lo irónico y paradojal, su lógica dura, su pesimismo despiadado y su repulsión a toda confesión religiosa, así como el estilo dilusivo en la caracterización de sus personajes y la forma apropiada y clásica de su prosa, que nombra con elogios, lo que encontró más digno de distinguir en él, de modo llamativo, fueron sus negaciones, su protesta permanente, su desacuerdo con la verdad social y el sentido común, que sobresalen en su vida y en su obra. Con este motivo escribió el Maestro uno de sus mejores ensayos cortos acerca del humor, que se encuentra en su libro Crítica y Arte. Para iniciar el desarrollo de su tema cita la tesis de Hoefdding, el profesor de la Universidad de Copenhague , quien divide el humor en grande y pequeño, estimando que el primero proviene de un estado total de sentimiento; de un deseo intenso, permanente, exclusivo; de una pasión estática y dinámica, según las circunstancias, que ve la vida con piedad y gusto y "como una obra de arte"; en tanto que el segundo es el resultado de las emociones, es decir, de los estados afectivos o del ánimo, agradables o desagradables, con reacciones orgánicas. Mediante estas bases desenvuelve don Baldomero un completo y denso comento sobre tal estado de conciencia, que es totalmente diferente de la ironía, del sarcasmo, del esprit francés, del chiste español, del witz de los alemanes, con apreciaciones en el pueblo judío, en el griego, en el romano, en el hombre actual, y lo señala

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representado singularmente por Sócrates, por Shakespeare, por Cervantes, por Shaw, y un poco, reduciéndose a nuestra lengua, por Galdós y Ganivet. Y , tocando esto último, hace la muy certera observación de que Shakespeare dejó en su pueblo el germen de su ingenio, lo que no logró Cervantes, aunque sí se ven asomos de él en Larra y quizás en algunos otros escritores más. "El humor de Bernard Shaw -dice el Maestro- está en su concepción interior de la vida. Al representarla, no solamente su frase, sino también las palabras escogidas y la manera de describir las situaciones, producen la complicada emoción humorística, sin que sea posible determinar los elementos de que se compone. El humor hace en Bernard Shaw parte sustancial de la vida psíquica. En su misma figura hay algo de mefistofélico e impenetrable. Cuando habla en presencia de auditorios capaces de comprenderle crea desde el principio una atmósfera propicia al comercio de las ideas y a la leve sonrisa casi imperceptible: la atmósfera en que escribieron sus libros, sin el auxilio de auditorios inteligentes, Shakespeare y Cervantes; la atmósfera en que se hubiera asfixiado Victor Hugo y que habría sido enteramente contraria al genio de Balzac”1. En relación con el sentido común no fueron menos importantes sus páginas acerca de él. Ante todo rechaza la afirmación paradójica de que el sentido común es el más escaso, porque él es "la atmósfera respirable de la inteligencia". Eso sí, el sentido no va unido siempre al talento, afirma y lo demuestra con observaciones sobre Alejandro el Grande , Napoleón y Victor Hugo. En tratándose de Shaw, declara que sí lo tenía y que él era su mejor instrumento para vencer resistencias individuales y sociales, fortalecido por sus otras dotes. "Estas dos cualidades -escribe en Crítica y Arte- el sentido común firme apoyado sobre una amplia base de conocimientos generales, y la capacidad de hacer venir a su conjuro mágico la palabra más apropiada en el momento preciso, sin la extraordinaria y abrumadora faena,

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, pág. 43.

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enervante y destructiva, de un Flaubert o de un León Tolstöi, hacen de Bernard Shaw el escritor universal por excelencia. Leyendo a Bernard Shaw en su idioma -subraya también en Crítica y Arte- se siente fluír la frase con la naturalidad y riqueza del río caudaloso por un plano levemente inclinado. La oración no se precipita ni se arremolina. Con aquella habilidad de que solo hay ejemplos en los grandes maestros como Shakespeare y Cervantes, él recoge sin estudio los dichos, las frases plebeyas, los términos gruesos del arroyo y al arrojarlos a la vena líquida de su estilo les influye nueva vida, los hace nobles y elegantes, sin haberles quitado ni su valor pintoresco ni su fuerza expresiva”1. De su sentido común dio Shaw la mejor prueba práctica con el capital que acumuló, porque el sentido común es fundamental en los éxitos económicos, y la dio asímismo en su libro Guía de la mujer inteligente en el socialismo y el capitalismo, que trata de la moneda, de los bancos, de las transacciones, de los préstamos. Fué positiva la admiración de don Baldomero por Bernard Shaw y aun cierta simpatía también, determinada, claro es, por el genio del dramaturgo, por su humor, por su excelsitud literaria, por su pensar por cuenta propia, y muy posiblemente también como en el caso de Ibsen, por sus ideas socialistas, revolucionarias y de libre pensamiento. Pero al hablar de su fortuna -millon y medio de dólares-, que contrastaba con sus veleidades marxistas, no apuntó la codicia que le dominaba, en hermandad con el egoísmo y la vanagloria. Mariano Picón Salas apunta sobre esto: "Cuando en una de sus andanzas por el mundo llegó a México alla por 1.920 ( México, lo más exótico para un viajero inglés) y un grupo de escritores jóvenes, pensando honrarle, publican en su revista de vanguardia una página del gran dramaturgo y acuden, papel en mano, a saludarle en el hotel, Shaw les desconcierta, cobrándoles de inmediato los derechos de autor. "-¿Saben, cuántas libras esterlinas les cuesta lo

1 V. Sanín Cano, Crítica y Arte, págs. 40 y 41.

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que ustedes llaman un homenaje?"- fue el agradecimiento del maestro a la juventud mexicana. -Parecía -me dijo Castro Leal, testigo del episodio- uno de esos viejos empresarios británicos que en la época del porfirismo venían a vigilar sus lejanas inversiones en minas o ferrocarriles. Luego inquirió, con reiterada impertinencia, si había otra revista que hubiera publicado otras páginas, para entregarla a la sanción de sus agentes cobradores”1. Es demasiado claro que esto no había sucedido cuando el Maestro escribió sus bellas páginas sobre Shaw, pero indudablemente sí sabía mucho de estos lunares en la personalidad eximia del irlandés. Lo que le ocurría a don Baldomero era que su nobleza lo llevaba a callar los pecados que deslustraban a cualquier figura social, literaria o científica y porque sabía, como en el caso de Barba Jacob, que las excelencias del espíritu borran los desarreglos humanos, aun los más vituperables. O, tal vez también, porque al que surge se le ven las cualidades y al que no, sus defectos. Así, pues, no es de censurarle al Maestro la admiración y simpatía por Shaw, tan cabales e indemnes, porque es indiscutible que éste llenó un tiempo largo de la vida inglesa, que representó la última época de la civilización liberal europea, finalizada en 1.914, que agitó las ideas de grandes hombres como Darwin, Marx, Wagner, Nietzsche y Freud, y que fue a fines del pasado siglo y en la mitad del presente uno de los más grandes valores de la inteligencia humana.

1 V. Mariano Picón Salas, Rev. de América, Nos.68 y 69, Septiembre y Octubre de 1950.

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CAPITULO X

POR LOS ALREDEDORES DE SU ESPIRITU

SU IMAGEN. Rasgos característicos en la imagen de don Baldomero fueron su cuerpo recio y bien proporcionado; su respetable presencia; su aire grave de ecuanimidad y equilibrio; su cabeza expresiva; su frente visiblemente pensadora, por la fuerza mental; sus ojos de mirada brillante, en señal y efecto de la viva llama interior; cierto gesto de esceptisismo, obra quizás de las lecturas innumerables; y un aspecto o impresión entera, como de plenitud y satisfacción de la propia voluntad. Parece que era un tanto tímido, aunque resuelto; atrayente cuando uno se llegaba hasta él; reservado; tranquilo de expresión; sumamente curioso, aun queriendo pasar inadvertido; de conversación amenísima y de frases exactas, brillantes y hasta ingeniosas.

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A poco de entrar en su comunicación, tras del rostro austero, comenzaban a aparecer sus dones, entre los que sobresalían la fervorosa inteligencia, la perspicacia fina, el carácter franco, la rectitud sin doblez, la llaneza desembarazada, la pasión por la cultura y una capacidad de compromiso por la Vida y la Belleza de alcance tal que hubiera barrido también cada mañana el solado del templo del Arte, cual lo hacía con el suyo Ion, aquel joven personaje de una de las célebres obras de Eurípides, citado por Charles Du Bos a propósito de Mario el Epicúreo de Walter Pater. Puesto que Antioquia es una sola familia y los rostros antioqueños, dentro de las diferencias, son en cierto modo isomorfos, el Maestro poseía en grado máximo la consonancia con sus gentes, ellas de rasgos propios, como los de un marino teutón, un gaucho argentino, un mercader de El Cairo, o un gitano andaluz. No se puede negar que hay una fuerza biológica que les da a los hijos de la Montaña un sello especial exterior de familia, bastante perceptible para un buen observador. Por una compulsión genética lo individual se tipifica, difundiéndose, en lo familiar. Hay cierta identidad de sangre y de costumbres que singulariza a los oriundos de esta comarca patria. Resalta en ellos una especie de verdad de tribu o estirpe, que se concreta en un aire fisonómico y social. Así, pues, se presenta don Baldomero al parecer de uno como hombre de caracteres trabados, enteros, macizos, nunca equívocos ni débiles. * * * Tratar de internarse en lo que fue su intimidad es intento por demás difícil, pues una modestia natural y firme fue velo permanente de su vida interior en la totalidad de sus escritos. Parecía que hubiera hecho suyas las palabras de Nietzsche: "Ya no valemos nada a nuestros propios ojos, cuando hemos participado a otros lo que tenemos adentro" Sin embargo, indagando cuidadosamente en sus obras, con

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criterio inspirado en Brandes, se logra obtener informaciones, escasas sí, sobre personalidad tan rica, sobre caminante de tan largo viaje. Como primeros puntos en esta intención debe uno considerar lo que fueron su infancia y primera juventud, su propensión de viajero y su organización intelectual. PARTICULARIDADES COMARCANAS. Varias particularidades comarcanas rodearon la infancia, la adolescencia y la juventud del Maestro hasta los veinticinco años, particularidades que vivieron también todos sus contemporáneos, tales Suárez, Carrasquilla, Carlos E. y Antonio José Restrepo, Francisco de Paula Rendón, Rafael y Juan de Dios Uribe. En materia religiosa, por ejemplo, recibió enseñanzas en la escuela y el colegio, pero con especialidad en el hogar, donde muy probablemente, por obra de sus tías institutoras Enriqueta, Mercedes e Isabel, "las oraciones eran confiadas sistemáticamente a la memoria”1. El Catón Cristiano y el Libro del Estudiante, de don José Joaquín Ortiz, las afianzaba diariamente. Sobre niños y mozos se ejercía especial vigilancia moral y espiritual, sin descuidar las lecturas, de lo que él da cuenta con respecto al Diario de Cundinamarca. " Como expansión del espíritu -escribe en los apuntes autobiográficos- me era permitido leer novelas de Julio Verne, cuya intención combinaba la ciencia con la literatura”2 En asunto de lenguaje, su habla, principalmente en la primera parte de su vida, fue la castiza, sobrada, reiterativa, graciosa e hiperbólica, de un acento prosódico y fonético típicos, que dominaba en la Montaña en tiempos pasados más que hoy. ¿ Y que decir de lo que fue cimiento y mundo de su existencia hasta casi alcanzar la cima de sus años, o sea la vida y las labores de las

1 V. Sanín cano, De mi vida y otras vidas, pág.12. 2 V. Sanín cano, De mi vida y otras vidas, pág. 38.

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minas, que pinta Carrasquilla en Hace Tiempos, y las que cantan Gregorio Gutiérrez González y Tobías Jiménez en la Memoria del cultivo del maíz y en Los arrieros de Antioquia, de uno y otro? Su fascinación, por la naturaleza, a la que alude también en De mi vida y otras vidas, le llevaba a contemplar " el paisaje, el árbol, las flores, la innumerable cantidad de insectos, las bestias de cuatro pies, las aves y los peces en la variedad infinita de sus formas”1. Pero lo más interesante de esa naturaleza era lo humano que se veía y se oía en las calles cantarranas y en las de los otros pueblos de la comarca, si no todos los días, sí con alguna frecuencia o al menos en las grandes fiestas religiosas y de la patria, al lado de los zapateros del lugar : los orfebres de Guarne y Girardota; los chirimeros de la misma Girardota; los alpargateros de Marinilla; los carrieleros de Envigado; los chalanes buhoneros; las negras bailarinas de Yolombó; los troveros de Remedios; las piezas musicales de La cachumbona, La Pisa, La castañera, La guariconga, El mirto y La corina; los cantos de cañas, bundes, tonadillas y estribillos negreros; los bailes de los fandangos, el torbellino, el toro, el mapalé, el perillero, el currulao, la contradanza, las vueltas, el gallinazo, la guabina, las polkas, los valses, las varsovianas, el capitusé; las distintas supersticiones, cuales los duendes, los familiares o monicongos, el agua de amor seguro, el agua de los cuatro metales, el atuendo del niño que moría, la revocación, el consuelo de ausencia; la medicina popular, como los saquitos pectorales de alcanfor, los untos de enjundia de gallina con manzanilla y ceniza de tabaco, los lamedores de borraja y malvavisco, las bebidas de cidrón, espadilla y botón de naranjo. De estos modos transitorios y de los constantes que pintan los escritores antioqueños era su pueblo, en cuyos amaneceres vestía su espíritu de entusiasmo, celo y apercibimiento para emprender las faenas intelectuales, al toque madrugador de su campana interior fundida en abolengo. Y todo participaba en esta tarea devota: la casa, el patio, el templo, la escuela, el campo, la roza, la quebrada, el río y

1 V. Sanín cano, De mi vida y otras vidas, pág. 67.

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hasta el monte no lejano. No había nada de esa tierra materna que no se le entrara en el alma, bajo el cielo propicio y en el ambiente de su pobreza benigna y blanda. Hemos escrito las líneas anteriores como uno de los puntos primeros en la estimación de la personalidad del Maestro con el solo fin del siguiente reparo: estas circunstancias regionales y muchas otras que pudieran enumerarse, sin nombrar las nacionales y las superiores de cultura comunes a los otros Departamentos, debieron dejar alguna traza bien aparente y visible en la estructura espiritual de don Baldomero, pero lo curioso es que, aparte de lo que bulle en lo hondo de su prosa, no mucho reflejó de ellas en su inmensa obra literaria. En cambio, en la obra de don Marco se siente más al hijo de la Montaña; ¿y que decir de la de Antonio José Restrepo, Carrasquilla, Rendón, el Indio, el Tuerto, Efe Gómez y tantos hombres de letras más? Es probablemente el menos antioqueño de los escritores de aquella región, en cuanto no la exteriorizó. No sabe uno cómo logró encubrir tanta vida, tanta realidad profunda de su ser. Al igual de Valencia, también desoyó el grito "!Adelante!" que en su tiempo lanzó don Miguel de Unamuno, como invitación a expresar lo propio interior y lo propio del suelo nativo. Casi puede afirmarse que el Maestro anduvo por muchos países, pero que, por haberla perdido, no llevó en la suela, como dice Thibaudet de Giraudoux, tierra de su origen. Ya dijimos que no por uno sino por todos los colombianos se le ha repujado a don Baldomero el "sello exótico" de su obra, señalado hidalgamente por el Maestro Maya. Pero él pudo decir con Mariátegui: "No faltan quienes me suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme contra esta barata e injustificada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no haya salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento, que es todavía uno de los creadores de la argentinidad, fue en su época un europeizante. No encontró mejor modo de ser

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argentino”1. Además no es exceso recordar lo que expresó en su breve ensayo De lo exótico, como tampoco el prólogo que, para vindicarse, escribió en su libro Crítica y Arte, al cual hacemos referencia en otras páginas de éstas. EL CAMINANTE. En lo que sí fue don Baldomero un auténtico antioqueño fue en lo que pudiéramos llamar su vida del camino. Este fue como pieza heráldica en su escudo. La vocación a la vida del mar, a la de navegante, surge con frecuencia mucho mayor en los litorales, en los puertos. De igual manera la vocación a ir por los caminos nace en las montañas. El valle invita más al goce de él, a su contemplación, a permanecer en su holgura y ensueño, mientras que las serranías, las cordilleras, incitan a subir hacia ellas y transformarlas, para ver, gozar y poseer los horizontes nuevos. El cuadro Horizontes del Maestro Cano pinta y confirma este ánimo o impulso. Es del antioqueño ser un andariego. Como dice el Indio Uribe de Antonio José Restrepo en Concordia, quizás don Baldomero también debió asolear su infancia por los caminos y campos de Rionegro en cacerías y pescas, en lidia de ganados, en cosechas y siembras de maíz y frisoles, tal vez hasta en el aliño del tabaco, actividades estas antioqueñas. Muy posiblemente, a la manera de muchos de su tierra, don Baldomero también se alargaría por los caminos que llevaban a Marinilla, Santuario, El Carmen, El Retiro, Nare, y andaría por no pocos seguramente, cuando en el 79 salió a campaña en persecución de las guerrillas. Más tarde los recorrió en sus viajes a Titiribí, Medellín y Bogotá. Dice Claudel que en un cuadro del pintor holandés Hobbema le evocaba uno de los caminos que recorría en su infancia, lo que le

1 V.Sanin cano, Tipos, Hombres, Ideas, pág.122

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arrancaba expresiones dulces y sentidas. Cuánto lamenta uno que el Maestro, en uno siquiera de sus recuerdos, como lienzo vivo, no hubiera evocado también sus caminos de adolescente en expresión emocionada de su prosa. Pero el camino más bien fue para don Baldomero, no la cinta ocre que se desenvuelve por alturas y hondonadas, sino su vida misma por pueblos diferentes y por entre los millares de sus libros de lectura, que son el más deslumbrante y fascinador de los caminos. No sería disparate suponerlo entre ellos con el bordón del peregrino. Siempre estuvo en el camino, porque fue de los que supieron verlo y escucharlo, porque le fue a todas horas salida, expansión, movimiento del ser hacia el espacio y el tiempo. Su camino fue el perpetuo cambio de su yo, una liberación continua, una sucesiva sorpresa de la verdad y del misterio. Tuvo la seducción permanente del futuro que conlleva el camino y el interrogante de sus confines con lo último del cielo. Leer al Maestro es como sentarse en deliciosa velada familiar a oír de los labios del allegado instruído e inteligente que ha regresado de una larga excursión por países lejanos, el comentario desenvuelto y erudito, no propiamente de tierras y ciudades, sino de varones ilustres y de manifestaciones de la civilización y la cultura. Y precisamente por ser él un camino, fue una de las mentes más ventiladas de nuestros grandes hombres. De espacial puede calificarse su inteligencia. En efecto, en su larga trayectoria por distintos meridianos ideológicos del mundo abrió todas las ventanas de su espíritu para que le entraran, sin excepción alguna, los principios y las tesis principales que han surgido del estudio de los hombres. Como el mismo gran poeta francés de los poemas y las odas de este siglo, que hemos nombrado, quien en Villeneuve-sur-Fere y en sus tiempos de niño se subía a la cima de un árbol para dilatar la visión de las cosas, del mismo modo el Maestro, por todos sus años, ascendía a las alturas de su indagación y curiosidad

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para ampliar hasta lo posible las fronteras de su saber. Y no tuvo miedo ni de la fuerza de los vientos ideológicos, ni de la poca o excesiva luz de las ideas, porque sintió capaz y libre su conciencia para el examen. Como si hubiera sido jónico de origen, tenía el sentido socrático de la discusión en el conocimiento. * * * SU FILOSOFIA. Hacia 1.930, para la publicación de su libro Introducción a la historia de la cultura en Colombia y para completar su contenido, el doctor Luis López de Mesa solicitó de varios compatriotas y americanos eminentes una respuesta a esta pregunta: "¿Cuál es el principio filosófico que mayor influencia ejerce en su espíritu?". Don Baldomero la contestó del modo siguiente: "Todas las filosofías me parecen plausibles del punto de vista de sus autores. Aprendí en Renan la tolerancia, en Amiel la necesidad de buscarle un objeto serio a la existencia, en Nietzsche la manera de educar la voluntad y en todos el culto de la belleza en la formas y en las normas de la vida. La fealdad, en mi concepto, es contraria a todo principio moral. En ningún sistema filosófico he podido hallar satisfactoria explicación de dos enigmas torturantes que rodean la existencia: el absurdo de la muerte y el predominio de la injusticia en las relaciones de hombre a hombre y de pueblo a pueblo. La civilización contemporánea oscila entre dos conceptos vitales diametralmente opuestos: proclama insinceramente el principio cristiano de la renunciación y acepta en la práctica la solución formulada por Nietzsche con su teoría sobre la voluntad de poder. Cualquiera de estas dos maneras de ver el mundo aplicada sola y lealmente, en toda la extensión de su significado moral, resolvería en mi sentir el enigma de la vida y tendería a crear un estado de equilibrio instable en que se cumpliese nuestro destino sin las agudas zozobras espirituales en que va pereciendo la misma esperanza. Debo advertir que en el concepto de Nietzsche la voluntad de poder no excluye la eficacia y las prerrogativas de la inteligencia. El superhombre es ante todo la suprema inteligencia. Un mundo moral basado en la aplicación

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alternativa acomodaticia y complaciente de uno de estos dos principios contradictorios, no es otra cosa que la práctica incesante de la hipocresía y rueda necesariamente al abismo. Los síntomas no dejan duda. La guerra mundial ha debido ser una enseñanza y apenas ha servido para hacer más resistente la obsecación"1. Se ve en esta respuesta que don Baldomero se declara, al parecer, ecléctico; que su vida no debe comprenderse en función de una filosofía, sino de una estética; pero sí puede decirse que propiamente su filosofía fue el positivismo spenceriano, expuesto aquí, hacia 1.882, por Juan Manuel Rudas, Salvador Camacho Roldán, Rafel Núñez, y que predominaba en los contemporáneos afines de sus ideas, de los cuales pueden citarse a Tomás O. Eastman, Nicolás Pinzín Warlosten, José Herrera Olarte, José Camacho Carrizosa, Carlos Arturo Torres, Juan David Herrera, Lucas Caballero, Francisco Nanneti 2. Con razón dijo de él Fernando de La Vega que era un agnóstico, porque esto es precisamente el positivismo spenceriano y porque el agnosticismo contempla la limitación y la relatividad del conocimiento3. Con Claudio Bernard podía decir que la duda filosófica es la que le da al espíritu tanto la iniciativa como la libertad. El positivismo encontró campo fácil en toda la América durante largos años del siglo pasado, y, en tratándose de la Argentina, por ejemplo, en ella se extendió visiblemente, favorecido por el filósofo Amedée Jacques, nombrado por el presidente Mitre director del primer Colegio Nacional de Buenos Aires. El psicólogo y sociólogo José Ingenieros fue uno de sus representantes. Como cosa muy natural de estas situaciones, allí surgieron impugnadores de tal doctrina, notables por demás, cuales Alejandro Korn y Cornelio Alberini.

1 V. Luis López de Mesa, Introducción a la cultura en Colombia. Publicado en Bogotá en 1.930, sin pie de imprenta, pág.152. 2 V. Luis López de Mesa, Introducción a la Historia de la Cultura en Colombia, págs. 67 y 68 3 V. Fernando de La Vega, Entre dos siglos. Edit. Zapata, Manizales, 1.935, pág.150.

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Don Baldomero conoció seguramente este movimiento durante su permanencia en aquel país. El idealismo de Korn debió interesarle especialmente por su tesis de que la autodeterminación proviene del fondo de nosotros mismos, sin sujeción a ninguna ley, en total despejo de nuestra libertad. Pero quien debió causarle mayor atención fue Francisco Romero, al que admiró mucho por el fulgor de su pensamiento y por su posición un poco intermedia entre lo cultural y lo social. Y no solamente estos filósofos serían objeto de su entusiasmo, sino también otro muy valioso en la agitación espiritual del Plata, Angel Vasallo, el inteligente comentador de los pensadores de la época. De este movimiento positivista americano no debemos olvidar los nombres de Gabino Berreda, uno de sus apóstoles en México, donde tal doctrina fue poco menos que oficial de 1.890 a 1.910; de Benjamín Constand Botelho de Magalhaes, Tobías Barreto y Luis Pereira Barreto, en el Brasil, país que "aún conserva capillas consagradas a la Religión de la Humanidad", inventadas por Augusto Comte; de Rafael Villavicencio y Adolfo Ernst, en Venezuela; de Eugenio María Hostos, en Puerto Rico; de Enrique José Varona, en Cuba; de Juan Enrique Lagarrigue, en Chile 1. * * * SU LIBERALISMO. Políticamente fue un liberal y aunque no dijo lo del doctor José Ignacio Escobar, otro de los más ilustres preguntados por López de Mesa, "Mi liberalismo tiene que ser cristiano... Con Cristo, pues, soy un liberal"2, no obstante debemos anotar que él también fue un liberal con Cristo a la hora de su muerte.

1 V. Pedro Henríquez Ureña, Historia de la Cultura en la América Hispánica, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1.966, pág.92. 2 V. López de Mesa, Introducción a la Historia de la Cultura en Colombia, ob.cit., pág. 150.

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Sin que don Baldomero hubiera escrito algo formal contra ninguna religión ni contra ningún miembro de la Iglesia, es decir, sin que se hubiese manifestado anticlerical, con todo, otro factor que no debe menospreciarse en su formación mental es el anticlericalismo que, estimulado por el nacionalismo alrededor de 1.830, se desarrolló en Europa durante los años siguientes y se acentuó a fines de este siglo XIX y comienzos del XX en Francia, Alemania e Italia, con repercusiones fuertes en México y España. Entre nosotros la política lo llevó a extremos deplorables, como es del dominio público. Acabamos de decir que el Maestro no escribió nada formal contra ninguna religión y menos contra la nuestra. Eso es así. Fue él un liberal de Rionegro, el que destacó Laureano García Ortiz con estas palabras pertenecientes a su discurso de octubre de 1.935 en la Academia Colombiana, precisamente cuando se recibía a don Baldomero como miembro de número: "Así pues, han sabido los rionegreros ser liberales". "Con sonrisa de befa, en labios imbéciles, gentes que se llaman liberales, que jamás supieron qué cosa es ser liberal, ni nunca hicieron sacrificio alguno por tan generosos principios, hablan de los liberales de Rionegro, que encarnaron un concepto civilizado de alta cultura". "Se comprende bien por lo relatado, que la gran mayoría de los rionegreros sean liberales y católicos, como lo son, fuera de Rionegro, innumerables liberales, y como lo fueron Santander, López y Obando, Santiago Pérez, Nicolás Esguerra y David Peña, por no citar sino media docena de ejemplares del más diverso temperamento, de las más diversas facultades, pero todos del más puro y definido y consciente liberalismo. Pero Rionegro ha dado y da, como todo el resto del país, liberales de todo matiz y de toda doctrina". "Mas hay cosas que un liberal de Rionegro no haría, no podría hacer nunca, porque la hombría y la caballerosidad de su naturaleza original

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se oponen a ello. Un liberal de Rionegro, caudillo en una guerra civil, no convertiría jamás una iglesia cristiana en pesebrera de sus caballerías, porque con ello creería ofender la memoria de sus antepasados. Un liberal de Rionegro, profesor de niños, cualquiera que sea su creencia, no hará befa nunca, ni ofenderá con la mente ni con el labio, a la Madre de Jesucristo, porque creería ofender con ello a su propia madre, que puso en ese culto toda su alma. Un liberal de Rionegro, miembro de una asamblea política, no buscaría jamás voluntaria y gratuitamente, crear conflictos de conciencia entre sus compatriotas, porque respeta la conciencia ajena, como exige que se le respete la suya. Un liberal de Rionegro, miembro de gobierno, no desconocerá nunca el hecho histórico y sociológico de que el país que gobierna tiene una enorme mayoría de cristianos católicos, y gobernará en consecuencia; pero exigiendo el absoluto respeto por parte de las mayorías, de la libertad de conciencia de las minorías; y evitando que otros partidos políticos, para asegurar su predominio, pongan a su servicio, no la religión, que por esencia es extraña a ello, pero sí las organizaciones eclesiásticas y los ministros del culto”. “Un liberal de Rionegro, por el mero hecho de serlo, será incapaz de llevar a la política, que de suyo desune y separa, el fermento del odio, la campaña de iniquidad, de calumnia, de injuria, de emboscada y de deslealtad, que descalifican y desautorizan a los hombres públicos”. “Y un liberal de Rionegro tiene la convicción arraigada e irrevocable de que los partidos políticos son meros instrumentos al servicio de la nación integral, y que, de consiguiente, la patria está por encima de los partidos”1. Defendió siempre don Baldomero su autonomía ideológica y sostuvo firmemente los fueros de la razón, del razonamiento libre, aun a costa de padecimientos, que suelen ser el precio de ello. Estuvo siempre al servicio de la libertad, como Brandes, como Dostoievski, como Ibsen,

1 V. Laureano García Ortiz, Momentos históricos de Rionegro. El Tiempo, Lecturas Dominicales, agosto 15 de 1965.

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a quienes admiró a toda hora, y llegó a tanto en su pensamiento el criterio de la relatividad y del respeto de las ideas que, casi renunciando a su identidad, escribió estas palabras, ya citadas en estas líneas: “ Para el crítico la verdad no existe”1. Por todas estas consideraciones nos podemos dar cuenta de cómo fue la época del final del siglo XIX y de principios del siglo XX, época de transición, en la que se contrapusieron espíritus fuertemente asidos a lo tradicional y religioso con otros, curiosos de lo nuevo y fogosos luchadores por la libertad del pensamiento, lo que fue notorio hasta la Generación del Centenario. La vida de un hombre célebre y de acción explica las características de su tiempo.

* * * CLARIDAD MENTAL. Una de las cosas que más resaltan en el Maestro es la claridad de su mente. A las dotes naturales de ella les fue agregando, en el curso de los años y merced a tenaz observación y estudio, una potencialidad tan óptima que las convirtió en un campo de fuerzas de gran intensidad en luz y penetración, capaces de esa expedición y lucidez que sorprenden en sus análisis y conceptos. No de otra manera tampoco puede explicarse uno el acierto que tenía para descubrir antes que nadie los valores culturales que en su tiempo empezaban a mostrarse en Europa, aun aquellos recatados por la selección y la delicadeza, como los de inspiración y éxtasis inefable que es la poesía de Hugo von Hofmannsthal, en la que percibía hasta lo doloroso de sus colores desvanecidos en la armonía humana del universo. Repetidamente hemos afirmado y más aún lo afirmaremos que Nietzsche ejerció influencia innegable sobre el pensar de don Baldomero. Basta recordar que aquel dijo en su afán por una dimensión nueva: "Soy de ayer y de pasado mañana, mas nunca de hoy". Y basta recordar también esta otra de sus frases: "Toda gran

1 V. Sanín Cano, Tipos, Obras, Ideas. Ob. cit., pág 88.

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personalidad no se forja sino obrando hacia el medio y contra el medio". El Maestro se encuentra entre medias de estos dos conceptos. Y ya que hablamos de esto, recalcamos y recalcaremos así mismo sobre el valimiento de autoridad que tuvo Brandes sobre él, con su radicalismo y su cosmopolitismo, así como también, por medio de éste y directamente. Taine, con su método experimental, y Stuart Mill, con su concepción tan eficiente de la libertad.

* * *

UNIVERSALIDAD. En alguno de estos capítulos hemos hecho anotar la universalidad como una de las características del pensamiento del Maestro. Tuvo una indiscutible ubicuidad espiritual. Su extensa ilustración y el dominio de varias literaturas le permitieron recorrer los principales campos del conocimiento. En la anchurosa vastedad de sus páginas se siente el lector llevado por los más variados sitios de la inteligencia humana y por todas partes va cosechando frutos de enseñanza. Quizás por esta universalidad no se afilió don Baldomero a ninguna doctrina, a ningún ordenamiento de postulados o normas. Reposó sí su razón en la certeza de algunos principios fundamentales, porque el entendimiento no puede descansar sino en la verdad, que le es absolutamente necesaria para su vida y apoyo, aunque sea ello en límites escasos. Fue un viajero de las ideas, un nómade de los sistemas ideológicos, en cuyos campos levantaba su tienda indagadora y transeúnte, pasando, dirigido por la razón y la sensatez, de uno en otro cada día. Le devoraba la sed de lo desconocido y nuevo.

* * * INDIVIDUALISMO. El individualismo, que se desarrolló en el Renaciemiento, alcanzó a don Baldomero antes de aparecer dominante el criterio de comunidad de hoy, que ya empieza a deshacer lo singular de la persona humana en una nueva mudanza y orientación del mundo, concebida sí en los comienzos de esta era, y que le va dando a la historia un sentido humano procedente, extraordinario, justo. Del activo análisis del conocimiento del individuo, que había tomado auge

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sin precedentes, participó don Baldomero, auxiliado por los valores de la facultad dominante, de la acción del momento, de la raza, y del medio, pertenecientes al determinismo de Taine, como así mismo por los estudios de Freud y de los más modernos investigadores de los misterios de la mente. Y fue el hombre el motivo primordial de su inteligencia ideológica. Por eso fue gran descubridor y estudioso de individualidades, tanto en su obra crítica como de periodista.

* * * NIÑEZ Y JUVENTUD. Con relación a las particularidades personales, en apartes anteriores hemos mencionado algunos hechos dolorosos y aun lancinantes que afectaron la niñez y la primera juventud del Maestro, pero conviene volver sobre ellos y considerar algunos otros, pues todos tuvieron positiva influencia sobre la disposición espiritual de él. El primero y más significativo fue la pérdida de su madre a los cinco años de edad. Este acontecimiento, como el de la desaparición de algunos otros seres queridos, tuvo necesaria repercusión sobre el desarrollo afectivo y sentimental de este niño, que, andando un poco más el tiempo, se enteraba de la persecución política -tan de nuestros dos partidos, especialmente en el pasado siglo- que sufrían su padre y su familia, y vivía el comentario, aún ardoroso, de la revolucionaria Constitución del 63, con las consecuencias que tuvo sobre lo individual y lo social. Tal vez pudiera decirse de él lo que algunos comentadores de la inteligencia y del carácter de Horacio, que fue más agudo que sensible y más apercibido y cortés que afectuoso "por falta del dulce influjo materno"1. Vino luego la adolescencia, que transcurría, así como la última parte de la niñez, en una relativa soledad afectiva, agravada con las vicisitudes familiares; y como compensación a esa realidad penosa,

1 V. Virgilio - Horacio - Obras Completas. M. Aguilar Editor, Madrid, 1.941, pág. 586.

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apareció en ella lo que los psiquiatras conceptúan una reacción de abandono a ensueños o fantasías novelescas. Entonces el adolescente, soñador e imaginativo, se retiraba al río de la comarca, como él mismo lo cuenta, a contemplar los peces de su fondo o la acuarela del valle ondulado con límite de lejanas cordilleras, a lo cual lo llevaba también, al igual de Carducci, la carencia de posibilidades recreativas. En la mente de este niño se encendía al alba de empresas futuras, indistintas aún, dentro de un estado de resentimiento y rebeldía. Pero no fue esto solo. Ya entrando en la pubertad, el psiquismo del aplicado mozo sufrió el choque, para él muy duro, de habérsele negado, por motivos políticos, como lo dijimos antes, una beca en la Escuela Normal de la ciudad, ganada con brillo en un concurso, y el haber resuelto el Gobierno del Departamento, a exigencias de un partido y de los intereses de Medellín, que el ferrocarril de Antioquia, mediante el primer contrato de 1.874, se construyera por la vía de Puerto Berrío y no por la del río Nare, con perjuicio tremendo para la cuna de su infancia. Todo esto determinó que el joven, ya maestro titulado gracias a los ingentes esfuerzos de su padre, y ahora con alguna ilustración obtenida, quizás en las bibliotecas del doctor José María Montoya, de don Sinforoso García y de don Estanislao Ortiz, pero con seguridad en la de don Pedro Sáenz, donde amontonó nociones, destruyó prejuicios y analizó ideas y enseñanzas en autores diversos, se fuera a la población de Titiribí a regentar una escuela superior. De allí pasó a Medellín, en cuyo cuerpo docente, después de dirigir por un año una escuela de primeras letras, alcanzó la subdirección de un instituto privado y un puesto en el profesorado de la Escuela Normal de Señoritas, posición que se le arrebató de las manos con el cierre del instituto y la mala aceptación de su cátedra, todo por la violencia política de la hora. Sucedió entonces su traslado a Bogotá, a tiempo de un gran desorden partidista e indisposición de los ánimos y de la cesantía de muchos

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maestros, lo que lo obligó a ocuparse de la enseñanza privada, que apenas le suministraba los recursos de una pobre y escasa subsistencia. El conjunto de estas circunstancias despeja la manera como se fue templando el carácter de don Baldomero en el yunque de lo adverso y el modo como su espíritu se fue fortificando en el rechazo de las ideas impuestas y de todo rígido sistema de principios, en la incompatibilidad con todo lo dogmático, con las convicciones tercas y con las actitudes obstinadas.

* * *

EL AUTODIDACTO. En la estima que se haga sobre la formación intelectual de don Baldomero, debe tenerse en cuenta que fue en gran parte un autodidacto, como Bello, Baralt y don Juan Montalvo y como lo fueron el señor Caro, Manuel María Mallarino y muchos más. Esto aclara bastante su situación muy personal del espíritu, pues no tuvo maestros ni profesores de decisivas influencias, que es lo ordinario para los que cumplen el ciclo de la instrucción universitaria. Quienes obraron sobre su inteligencia lo hicieron a su elección y hasta su edad madura. Y lo que más llama la atención es que en el Maestro no se advierten las lagunas de la ignorancia o zonas mudas que los autodidactos presentan en importantes ramos del saber, por las carencias y el desorden o anomalía de sus estudios. Se ve a través de su extensa obra que, además de riquísima información literaria, tenía notables conocimientos sobre matemáticas, ciencias naturales, filosofía y arte, fuera de la posesión , como hemos visto, de varias lenguas europeas. Es uno de los esfuerzos de más éxito y brillo en la propia cultura que lleva a cabo un individuo solo.

* * * ECUANIMIDAD. Sobresale mucho en el espíritu de don Baldomero la ecuanimidad y la probidad constante de sus juicios. En sus primeras salidas por los términos de la crítica el ardor juvenil lo llevó sin duda a algún exceso o acometida determinada por la política, pero ello fue

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accidental y pasajero. La imparcialidad serena de su criterio domina por toda su obra, en la que alumbra la perpetuidad de una conciencia recta y bondadosa. Logró el Maestro no solo sujetar las pasiones sino contener el zaherimiento o la mofa en el sitio alto y severo de su labor de crítico y periodista. No fue suya la crítica de humor, tan preferida por algunos, aunque de cuando en cuando se encuentra en sus página la aromática y gustosa semilla del pimentero humorístico; fue a todas horas su intento de hablar sensata y medidamente de los sucesos y entrar en los escritores de su estudio con el afán religioso de comprenderlos.

* * * DISCRECION. Otra cosa muy sobresaliente de don Baldomero es que procuró siempre encontrar la posición discreta. No pretendió, como otros, despedir sus luces propias al lado del asunto o personaje en estudio o comento, para su personal realce, para atraer hacia sí el interés de quienes los leen . No: quiso en todo tiempo ser la voz invisible y llana que hablaba tras la cortina de respeto y recato del honesto concepto de sí mismo. Sin que lo moviera la vanagloria, el muy esclarecido López de Mesa tenía tal propensión, como Rafael Maya y Javier Arango Ferrer, la que señalamos en el Maestro. Pero lo que demuestra más su carácter templado, sencillo y modesto, es haber dedicado su vida no a profundizar en él mismo, sino al trabajo de superficie en informar, ilustrar, y divertir a los demás y en difundir innumerables nombres y libros ajenos, como tarea benefactora de progreso. Hubiera podido escribir una obra honda, creación de su propio pensamiento. Más no: la fuerza de su vocación, de su destino, le llevó por el mundo como insólito, ilustrado y erudito organillero del espíritu que en cada esquina del pensamiento movía el cilindro de su sonoro y prodigioso piano para enseñar y esparcir ideas de lejanos países y también del nuestro, en marcha sin reposo de cultura. Hubiera podido decir, en cierto modo, como Schiller: "No conozco vocación más elevada y grave que aquella que tiene por objeto regocijar a las gentes" No fue un hombre de una doctrina que crea prosélitos, sino

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uno de temas diversos, aun contradictorios, tomados como casos o acontecimientos espirituales que elevan o hacen pensar.

* * * ALEJANDRINISMO. En el famoso prólogo de Ritos dijo el Maestro que Valencia fue un poeta alejandrino. Este encasillamiento lo señaló dentro de las ideas de Susemihl, el filólogo alemán que él conoció y cita, y que se encuentran en su libro Historia de la Literatura griega en la época del alejandrinismo. Claramente tal concepto hace relación a la poesía griega que floreció en Alejandría bajo los Ptolomeos y que duró hasta la dominación romana, distinguida por el cuidado y perfección de la forma y por la sutileza del pensamiento, como puede verse en los elegíacos Philetas de Cos y sus discípulos Hermisianas, Aratos y Theócrito. Pero también debe referirse este concepto a la Escuela filosófica de Alejandría, ecléctica y mística, que concilió el platonismo, el peripatetismo y el estoicismo, pues en Valencia, como lo afirma Maya, se advierte la relatividad de las ideas, sin que renunciara -con gran verdad lo observa también el mismo Maya -a los principios fundamentales de su catolicismo. Al establecer esta distinción, sin duda también se sentiría don Baldomero alinderado por el alejandrinismo, con la diferencia de que Valencia lo estaba por un motivo principalmente artístico, mientras que él lo estaba por uno particularmente filosófico, con exclusión de Dios, como es obvio. No es descabellada esta suposición, pues, ateniéndonos a la definición de Faguet de que el alejandrinismo es "un estado del espíritu", estado que el Maestro Maya explica como la transacción o avenencia de las diversas opiniones y la "relatividad filosófica de todas las teorías", que Bourget, nombrado por el mismo Maestro, considera como la "cumbre donde se legitiman todas las doctrinas, para excluír todos los fanatismos", vemos que don Baldomero encontró incierto y transitorio todo sistema ideológico, por lo que se independizó de cuanto credo o sistematización de la verdad existe e hizo de la tolerancia uno de sus más sólidos propósitos. De otro lado, Valencia hizo una obra literaria de impregnación helenística

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y romana, refinada y selecta, propia de una época de transición. El uno amparó su mente en un eclecticismo, desde donde miraba todas las ideas condicionadas, cambiantes y efímeras; el otro iluminó sus poemas con luces parnasianas, simbolistas, románticas y aun clásicas, y quiso “sentirlo, verlo y adivinarlo todo", como Silva, quien había escrito antes en De sobremesa: "Yo -artista enamorado de lo griego- querría verlo, conocerlo, y aprenderlo todo junto". ¿Y acaso no pertenecieron ambos a la Generación del Centenario que nació y prosperó en una especie de alejandrinismo, anotado alguna vez por López de Mesa1, un poco contemporáneo del de los salones literarios judíos de fines del siglo XIX? No debe olvidarse que el alejadrinismo hace relación a cierta esterilidad ideológica por agotamiento de principios y normas con anterioridad predominantes.

* * * HUMANISMO. Si pensamos, de acuerdo con lo que concluyen quienes han cavilado sobre el tema, que el humanismo es la realización del hombre total, o bien, dentro de la idea renacentista persistente, que él hace relación a una cultura general de trato con la filología, con los valores intelectuales del mundo antiguo, con el mejor tiempo del propio idioma y con el latín y el griego, podemos sentar que don Baldomero fue un humanista -ya lo dijimos en páginas anteriores- aunque no hubiera hecho completamente suyos aquellos idiomas. Lo importante para este señalamiento es que él prosperó sus valores humanos. Satisfacen sus méritos contemplados de este punto de vista, porque fue hombre de letras y en servicio de ellas ardió sin apagarse nunca la totalidad de su vigilia larga. Por otra parte fue hombre de múltiples conocimientos en muy variados campos del saber humano, así de lo antiguo como de lo moderno.

1 V. López de Mesa, "El Tiempo", "Lecturas Dominicales", Octubre 11 de 1.964.

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Decía Alfonso Reyes, a cuyo lado puede nombrarse don Baldomero como crítico y humanista, según la opinión del ilustre chileno Latchman, que México y Colombia tienen el privilegio de su fidelidad a los estudios académicos y humanísticos, lo que confirma y explica un poco el contorno espiritual de nuestro compatriota, en el que hay un equilibrio clásico e innegable tradición de la cultura. En verdad, por los tiempos de la juventud de don Baldomero y aun de su edad madura eran notables humanistas en México Alejandro Arango y Escandón, José Sebastián Segura, José María Vigil, Ignacio Montes de Oca, Francisco de Paula Guzmán, Joaquín Diego Casasús y Federico Escobedo, quienes representaban en aquel país la cultura humanística de América, como lo hacían también Carlos Guido Spano en la Argentina y Manoel Odorico Mendes. Juan Gualberto Ferreira dos Santos, Manuel Ignacio Suares Lisboa y Juan Nunes de Andrade, en el Brasil 1. Del humanismo del Maestro llama poderosamente la atención su sentido de la medida. Practicó religiosamente el ne quid nimis horaciano y se asemejó al Maestro Pedro de Rivadeneyra, de quien son esta palabras: "Que sabrosas me quedan las manos cuando tacho algo en mis escritos".

* * * INFLUENCIA DE BRANDES. En distintos lugares de atrás hemos dicho que la mayor influencia en el espíritu del Maestro para su trabajo de crítico y escritor la ejerció Jorge Brandes. Y esto es tan marcado que resultan oportunos estos otros renglones: La habitación del gran danés en Copenhague, por desigualdad de las personas, no era centro de peregrinaciones, como la de Tolstöi en

1 V.Pedro Henríquez Ureña, Historia de la Cultura en la América Hispánica. Fondo de Cultura Económica, México, 1.966, 8a edición, págs.99 y 100.

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Iasnaia Poliana, a la que concurrían europeos, africanos, indios, australianos, malayos, siberianos, jóvenes y viejos de todo el mundo, pero sí era buscada para conocer a su dueño por eminentes intelectuales de numerosos países. Por eso don Baldomero, viajero en 1.915 por Escandinavia, no resistió el impulso de visitar a quien había descubierto por allá en 1.889 en un estudio sobre Zola, publicado en la revista alemana Deutsche Rundschau y con quien había tenido correspondencia durante veintiséis años. De punto subido fue la justa admiración del Maestro por Brandes y a él calificó con adjetivos encomiásticos muy poco frecuentes en sus escritos. El idioma danés, que para sus oídos era desagradable y de "aspereza suma", lo encontraba exquisito en la pluma de aquel hombre que fue "símbolo extraordinariamente luminoso y competente de la vida intelectual del siglo XIX en su época más brillante y característica"1, y que " fue de nacimiento un esfuerzo imperioso de la naturaleza para crear una inteligencia capaz de entenderlo todo"2. Nada de raro sería que en esta atracción de Brandes por don Baldomero hubieran pesado también, fuera de la prestigiosa inteligencia algunas situaciones semejantes de sus vidas. En efecto, Brandes, de joven, fue víctima del fanatismo protestante de Dinamarca, y don Baldomero, del fanatismo político, también de joven. Tanto el uno como el otro, por el mismo motivo, perdieron sus cátedras, el uno en la Universidad y el otro en una Escuela Normal. Esa misma causa les dificultó ganarse el sustento diario, sembró de tropiezos sus caminos primeros y los obligó a emigrar de sus ciudades, al danés hacia Francia, Italia, Gran Bretaña y Alemania, y a nuestro compatriota a Bogotá, con resolución de alargarse a Inglaterra y la Argentina.

1 V. Sanín Cano, Tipos, Hombres, Ideas, pág.31 2 V. Sanín Cano, Ensayos, pág.116.

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Les correspondió a ambos gran actividad espiritual a fines del siglo pasado, cuando se agitaban doctrinas y prácticas estéticas y cuando el pensamiento de todo el orbe revisaba sus puntos de vista y buscaba y creaba nuevas interpretaciones del hombre y su destino. Entonces procuraron enriquecer sus mentes de conocimientos y del dominio de varias lenguas. Naturalmente, como el danés superaba al colombiano en edad y en genio y aptitudes, su entusiasta admirador lo tomó como espejo y llegó a parecérsele en modo distinguido. Como Brandes, don Baldomero hizo larga labor intelectual y si aquel inició en Dinamarca una nueva era de cultura, nuestro Maestro instauró en Colombia otra modalidad o forma de la poesía y de la sensibilidad y el gusto. El uno casi, casi que descubrió a Nietzsche ante Europa, cuando en sus principios los filósofos alemanes desdeñaban su valor, y el otro lo reveló e hizo conocer en Colombia, en compañía de Silva, antes que en otra parte de España y Suramérica, y, como el de allá, el de acá, en las fuentes del profesor de Basilea, recibió influencias de Schopenhauer y Montaigne, se interesó por la "voluntad de poder", por el fervor ideológico y poético, por la consideración de los principios morales, por las negaciones, por el entusiasmo en las actividades del pensamiento. Brandes fue enemigo de todo dogmatismo, del mismo modo lo fue don Baldomero; Brandes atacó la iniquidad e igual cosa hizo nuestro periodista y crítico; y uno y otro trabajaron por la universalidad de las relaciones y los conocimientos, por la conciliación de las apreciaciones ideológicas y por la atención a los intereses nobles del espíritu. Los dos amaron la belleza y en sus libros la sirvieron en los temas y el estilo, fueron generosos y jamás trataron de vilipendiar a escritor alguno ni de deslustrar sus obras. Infatigables, buscaron la verdad y la difundieron, mas dejaron de enseñarla a voz viva desde que perdieron sus asientos profesorales. Hasta en la prosa misma llegó don Baldomero a asemejarse a su paradigma, tanto en la variedad y la cultura de ella, como en la gracia y el apunte o pormenor inteligente.

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¿No se establecería entre Brandes y don Baldomero una especie de parentesco espiritual, el que hay entre el maestro y el discípulo, nacido en parte de sus tempranas y prolijas lecturas de autores germanos, porque el concepto de maestro es fundamental en la mente alemana y él se impone y se extiende, con gran nobleza de sentimientos, entre quien enseña y quien aprende, entre quien difunde conocimientos y quien los recibe? Brandes decidió de su vocación de crítico, afirma el Maestro Maya 1.

* * * CRITERIO DE TOLERANCIA. Digno de anotarse en don Baldomero es el criterio de amplitud, consideración y asenso que tuvo para con las innovaciones literarias y aun ideológicas razonables. En esto se exhibió mucho su formación intelectual británica. Escribiendo estas últimas palabras viene oportuna la consideración de que en este criterio de amplitud y transigencia, con alcance a todo lo espiritual, obraron poderosamente los tres hechos siguientes: Primero en el tiempo, la biblioteca del millonario don Pedro Sáenz en Rionegro, donde -escribe el mismo don Baldomero- "los autores franceses del setecientos y del siglo diez y nueve se codeaban con las obras de Byron, de Richardson o de Bentham, al lado de la sabia y terrible enciclopedia de reciente memoria"2. Lo más creíble es con estos adjetivos sabia y terrible el Maestro se refiere a la Enciclopedia o Diccionario razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios, dirigido por Diderot y D’ Alembert, publicado en 1.775, tildado de máquina de guerra filosófica contra la religión y las instituciones políticas, que fue objeto de sucesivos ataques, suspensiones y permisos

1 V. Rafael Maya, Los orígenes del Modernismo en Colombia. Imprenta Nacional - Biblioteca de Autores Contemporáneos, Bogotá, 1.961, pág. 32. 2 V. Sanín Cano, Los suecos vinieron a Colombia en 1.826. Revista de América, No 32, Agosto de 1.947.

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hasta 1.777. No obstante, tal vez y con menos probabilidad, pudo el Maestro aludir a la Enciclopedia que sucedió a aquella y que apareció en el mismo año de 1.777, como obra ortodoxa y respetuosa en apariencia, pero con muchas impugnaciones a la religión hábilmente encubiertas y con opiniones políticas contenidas. Era también esta Enciclopedia un diccionario razonado, “un monumento elevado a la gloria del pensamiento humano. Un nuevo ideal tendía así a sustituir el de fe religiosa y de sumisión política e intelectual del siglo XVII” 1. El segundo hecho, anotado por Latchman en artículo que ya hemos nombrado, fue el sincretismo a que llegó don Baldomero con haber vivido la vida de varias generaciones políticas y literarias, las que lo llevaron a admitir y a desechar distintos principios e ideas y a conciliar doctrinas diferentes. El tercer hecho, el más importante, por cierto, lo constituyó su permanencia en Inglaterra. Sin consecuencias significativas y notorias -se ha dicho muchas veces- no se vive largamente en un pueblo que, en parte por ser de una isla, es de avanzada en la tolerancia; que no establece diferencias hondas e irrevocables con el extranjero; que le da predominio a la historia individual sobre la genealógica; que no envidia vidas extrañas o foráneas; que posee elevada idea de lo que es el consentimiento en el respeto a las costumbres y a la ley; que ha hecho de la comprensión el primer móvil para considerar lo contrario o adverso; que procura como orientación el pensamiento de la Bilblia; que vigila más su conducta personal que la ajena; que rechaza lo brusco y lo afrentoso para con lo demás ; que aspira siempre a pensar por cuenta propia; y que, sin menosprecio del pasado, se esfuerza por lo nuevo en evolución regulada y procedente. Es natural que un hombre de esta formación elaborara su obra literaria con cuidados de probidad, de justicia, de prudencia y al modo como lo dice el gran vate payanés:

1 V. Larousse du XXe Siecle.

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"Su manera de trabajar recuerda a la de Taine por lo paciente, documentada y honorable. Divide el tiempo entre la lectura para renovarse e informarse y la meditación para escribir. Es un perenne estudiante insatisfecho que no soporta el claroscuro de los temas que dilucida y solo cuando los ve iluminados por todas sus fases decídese a exponerlos y comentarlos con sobriedad, con mesura y con perfecto aplomo. Se expresa en toda ocasión con tan abierta sinceridad que se hace respetable ante los opinantes adversos y cuenta que su fino humor no desnivela nunca el plano de la respetuosa tolerancia para con el pensar ajeno".

* * * ACOGIDA DE LA INNOVACION. Cumpliendo con su deber de crítico y en desarrollo de esa actividad se detenía, con animoso examen, ante los más modernos escritores y poetas, como lo hizo ante T.S. Eliot, de quien dejó unas pocas y estimulantes páginas en su libro El Humanismo y el Progreso del hombre. Aumentaba el valor de estos exámenes la resistencia general de los intelectuales y los artistas a entender y admitir la rebeldía de los nuevos adalides de las letras y de las artes, y la serenidad y expedición necesarias para mirar bien estos arrestos, sobre todo cuando su cerebro había sufrido ya por largo tiempo el desgaste de los años. No envejeció don Baldomero para aceptar complacida e inteligentemente la falange renovadora de lo Bello. Comprendía él muy bien esta audacia de la negación del mundo contemporáneo y del descubrimiento de otros territorios "vastos y extraños - como los quería Apollinaire - con fuegos nuevos, de colores nunca vistos, y mil fantasmas imponderables, a los que hace falta dar realidad". Se adhería él a la cruzada en busca de un hombre nuevo, no disperso y caótico, sino unido en lo sustantivo, lo racional y lo imaginario, con lazos de relación auténtica.

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Acogía y aun aplaudía el Maestro novedades, como el surrealismo de Eliot. Viendo que el arte tiene ante todo un mensaje que debe entenderse y sentirse, que debe proporcionar un goce estético al común de las gentes y que debe difundir en cuanto pueda el conocimiento humano con sus propios medios, encontraba plausible la expresión del pensamiento sin ataduras lógicas, ni artísticas, ni morales y sin el hermetismo técnico que oculta la obra al más vasto sector social. Por eso estimaba cuerdos en la forma los "medios sobrios" en los surrealistas, la pretensión del "término medio entre la gracia y la fuerza", el estilo directo y llano, la supresión de todo lo sugestivo e impresionante que pueda flotar delante de lo escrito y el empleo preferente de lo natural en su más desnuda sencillez. Y por eso mismo celebraba en Eliot el trato de lo banal como si fuera heroico y la mira de despertar en los lectores de sus poemas una leve sonrisa en señal de la placidez que les proporciona. Miraba al mundo y forzaba sus misterios con potente y renovada atención en su calidad de crítico, escritor, periodista, artista y matemático, y todos los conocimientos que recibía no pasaban a su mente con las diferencias y separaciones que les damos ordinariamente, sino que los sumaba y combinaba en esa operación de relaciones y de síntesis con que el espíritu concibe y da forma a los conceptos y a las ideas. Además, restituía en páginas sabias los valores de emoción, curiosidad, aplicación y análisis que gastaba en la observación de la naturaleza y, sobre todo, del ser y obra varia de los hombres.

* * * RECTORIA DE LA UNIVERSIDAD DEL CAUCA. Fuera de su libro De mi vida y otras vidas, publicado en 1949, es decir acercándose a los noventa años, una de sus últimas actividades fue el ejercicio de la rectoría de la Universidad del Cauca, entre 1941 y 1945, ya octogenario.

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Aunque se excedía en merecimientos, llegó a esta posición, a no dudarlo, por sugestión especial de don Guillermo Valencia, para lo cual no sería necesario estrechar circunstancia alguna, pues la universidad ha sido hogar abierto para toda noble inteligencia y en la ciudad de Popayán, como lo dice el señor Suárez, "han convivido y conversado inventores científicos, mártires de la libertad, profesores eminentes, egregios prelados, grandes estadistas y guerreros, así como poetas y acaudalados propietarios". Alguno de los escritores que se ocupan de Goethe dice que él envejecía luminosamente. Guardadas proporciones, puede decirse que también así envejecía don Baldomero, pues sus postreros resplandores, a más de excelentes artículos literarios, fueron darnos su último libro, realmente bello, y ejercer directamente la magistratura de su espíritu dentro de aquel claustro histórico, fundado por el General Santander y regentado primero por quien un poco más tarde ocupó la silla metropolitana de Santafé de Bogotá, el Señor Arzobispo Manuel José Mosquera. Vivió el Maestro ese tiempo de su ocaso entre estudiantes, entre amigos, en la apasionante agitación de las ideas; y decimos de su ocaso, porque su vida se alargó hasta 1957, cuando la muerte le sobrevino a los noventa y seis años de su edad, muy poco después de haber sido también, por días breves, Rector Magnífico de la Universidad de América.

* * * Concretándonos a la impresión general de todas estas páginas, destinadas a exaltar en el Maestro al filósofo, al periodista, al ensayista, al escritor y al crítico y en las que se ve cómo su mecanismo de letrado fue su propia inteligencia febril, ávida y experta, que le llevaba a dondequiera surgiesen valores humanos y manifestaciones de la cultura, podemos decir, en síntesis final, que don Baldomero fue, por sobre todo, un viajero del espíritu.

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DATOS BIOGRAFICOS Del N. 344 de Manizalez, la meritoria y excelente revista literaria fundada y dirigida por Juan B. Jaramillo Meza y su muy ilustre y brillante esposa doña Blanca Isaza de Jaramillo Meza, tomamos los siguientes apuntes biográficos sobre don Baldomero, pertenecientes al artículo que allí se encuentra relativo al Maestro, con la firma del nombrado célebre poeta : "Nació en Rionegro el 27 de Junio de 1861, del matrimonio de don Baldomero Sanín y doña Francisca Cano. Estudió en la Escuela Normal de su tierra nativa, y al recibir su grado de Institutor en 1880, ejerció sus facultades pedagógicas por espacio de cinco años, como Director de la Escuela Superior de Titiribí y de la Elemental de Niños de Medellín, como profesor de pedagogía teórica y práctica, y de otras materias, en las Escuelas Normales de Antioquia y como Subdirector del Instituto Caldas. "En 1885 se radicó en la capital del país. Ya Sanín Cano era un poco conocido por sus ensayos literarios en el Liceo Antioqueño y por sus colaboraciones en la prensa de Medellín...

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"En otro orden de cosas, Sanín Cano fue Superintendente del primer Tranvía de Bogotá, Secretario del Ministerio del Tesoro, Secretario y encargado del Ministerio de Hacienda, y Representante al Congreso. En carácter oficial, asistió a la Asamblea Nacional Constituyente. En 1909 viajó a Londres como Delegado de la Compañía del Ferrocarril de Girardot. Fue Cónsul de Colombia en esa misma capital, Ministro plenipotenciario de nuestro país en la República Argentina, Miembro de la Comisión de Cooperación Intelectual de Santiago de Chile, Representante de Colombia a la VIII Conferencia Panamericana de Lima, etc ... "Desde la muerte de su esposa, doña Josefina Piedrahita, el 15 de Mayo de 1929, Sanín Cano se consagró con mayor empeño a la Cultura literaria ... "De los millares de artículos publicados por Sanín Cano a través de setenta años, solo se han coleccionado unos cuantos en volúmenes. Sus libros intitulan: Administración Reyes, Lausana, 1909; An elementary Spanish Grammar, Oxford, 1920; Spanish Reader, Oxford, 1920; La Civilización Manual y otros Ensayos, Buenos Aires, 1925; Indagaciones o Imágenes, 1927; Crítica y Arte. Bogotá, 1932; Divagaciones filológicas y Apólogos literarios, Bogotá, 1934; Ensayos, Bogotá, 1942; Letras Colombianas, Bogotá, 1944; De mi vida y Otras vidas, Bogotá, 1949; Tipos, Obras, Ideas, Buenos Aires, 1950; y Pesadumbre de la Belleza, Bogotá, 1957. "Sanín Cano es miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, correspondiente de la Academia Española, de la Academia del Brasil y de la Hispanic Society of America, y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Antioquia". Por otro lado, de la solapa de Tipos, Obras, Ideas, libro publicado en Buenos Aires por Ediciones Penser, en homenaje al Maestro, tomamos también estos otros pocos datos :

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"En 1909 fue a residir a Londres, donde permaneció hasta 1922. Allí completó su identificación en esa brillante cultura universal característica del hombre superior europeo de esa época. Colaboró con trabajos literarios y filológicos en la Modern English Review de Londres y en algunos diarios ingleses, así como en la revista Hispania que dirigía en Londres Santiago Pérez Triana. Enseñó lengua y literatura españolas en la Universidad de Edimburgo. "Durante los últimos años fue director de la agencia de La Nación en Londres, y en 1922 pasó a serlo de la de Madrid. "En 1923 fue elegido diputado en su tierra de Colombia, durante unas célebres elecciones, en que la voluntad popular venció al fraude. "En 1925 llegó a Buenos Aires, donde se hizo cargo de la sección de política exterior de aquel gran diario, y ese mismo año publicó su primer libro de ensayos: La Civilización Manual. Aquí permaneció con algunas interrupciones hasta 1.931, año en que la Sociedad de Naciones lo designó miembro de la Comisión de Cooperación Intelectual, como representante de la América Latina. "En noviembre de 1.933 los diarios anunciaban su nuevo desembarco en Buenos Aires, esta vez como Ministro Plenipotenciario de su país ante nuestro gobierno. Concluídas esta funciones, regresa a su patria en 1.935. Representa a Colombia en el VIII Congreso Panamericano de Lima y en las sesiones de la Comisión de Cooperación Intelectual reunida en Santiago de Chile en 1.938. Invitado de honor al Congreso de los Pen Clubs, estuvo nuevamente en Buenos Aires en 1.936 y presidió el VII entretien de Cooperación Intelectual. "Ya anciano y maestro venerable, rigió la Universidad de Popayán desde 1.941 a 1.945. En Popayán reside todavía, sin haber renunciado a su viejo oficio de periodista, pues El Tiempo de Bogotá publica de vez en cuando sus editoriales inconfundibles". Murió el 12 de Mayo de 1.957.

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