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DEL 26 DE JULIO AL 7 DE AGOSTO

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Diseño:José Miguel de la Peña

Fotografía:Félix Carbó Alonso, Miguel Ángel Blázquez Vilar y Catedral de Santiago de Compostela

Edición:Arzobispado de MadridDelegación Episcopal de Infanciay JuventudSan Juan de la Cruz 2 b28003 Madrid (España)

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Santiago 2014 / Libro del Peregrino / Catequesis

Catequesis

• La llamada.

• El que nos llama es Cristo.

• Cristo nos hace una promesa.

• El camino.

• Dios tiene un plan.

• Nuestro salvoconducto es la Virgen.

• Desasirnos del pecado

un proceso doloroso.

• Un camino en la Iglesia.

• Una bienvenida calurosa.

• La vuelta a casa.

Testimonios

Anexos fotográficos

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Sumario

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Catequesis

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Querido peregrino:

Sabemos que estás cansado. Nos consta que has caminado mucho hoy, muy probablemente bajo el Sol y el calor. Noso-tros no queremos hacértelo más difícil, proponiéndote en este momento una catequesis dura, árida, sesuda... académica, al estilo de una clase. ¡Nada más lejos de nuestra intención! Te queremos sugerir algo que te interese, porque, ¿sabes una cosa? Estamos persuadidos de que si hay algo que produce descanso, da paz, hace reposar, alegra el corazón... ese algo es sentir y gustar la belleza, el bien y la verdad de Dios y de sus planes.

Por eso hemos ideado unas catequesis con un método senci-llo, y probado: ver, contemplar y aprender del catecismo de la imagen esculpida en piedra... Esta manera sencilla de proce-der, en cierto sentido, aunque hablando no exactamente de la catequesis, sino de las homilías, nos la ha vuelto a proponer el Papa Francisco, recientemente, cuando escribe:

Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atrac-tiva. Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atrac-tiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien logra-da puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del

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Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maes-tro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen» (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 157).

Así de sencillo: «una idea, un sentimiento, una imagen». En cada catequesis queremos mostrarte, por anticipado, antes de que llegues a Santiago, imágenes del Pórtico de la Gloria. La finalidad es que captes su idea, su mensaje, con sencillez, y que, si es posible, finalmente se suscite un sentimiento que ponga en marcha tu corazón. Quiera Dios que disfrutes mucho estas catequesis, que no te cansen más de lo que ya estás cuando las hagas, sino que descanses con ellas.

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DESARROLLO DE CADA CATEQUESIS

Preparar las diez catequesis que aquí se propone ha costa-do esfuerzo. Pero no son infalibles. Son solo un subsidio, una ayuda. Se estructuran en torno a los siguientes apartados, que describimos brevemente para que se vea su desarrollo:

• Imagen: se muestra la imagen que proponemos mirar, con ojos de fe. Cada imagen se acompaña con un título que indica quién es quién (QEQ) en la foto. Conviene mirarla atentamente antes de lanzarse a la catequesis, e identificarla en el conjunto del Pórtico, con ayuda del esquema que se aporta.

• Introducción iconográfica: es un breve y sencillo comen-tario de la imagen. A veces este comentario quiere poner en relación la imagen con partes más comprensivas del Pórtico o con todo el conjunto. Siempre, en cualquier caso, el comen-tario señala el misterio de fe que se representa en ella: aquello hacia lo que queremos dirigir la mirada en la representación, lo que buscamos percibir en la imagen.

• Comentario catequético: en esta parte se intenta, con sen-cillez, relacionar lo representado en la imagen con la situación de los que reciben la catequesis. A tal efecto se parte de una explicación de algo que bien puede ser experiencia de cual-quiera, para relacionarlo, iluminarlo y conducirlo hacia la fe. Los contenidos concretos de fe que se quieren transmitir son los que en cada catequesis se expresan e ilustran con las palabras del Catecismo de la Iglesia católica (CCE). Por supuesto no es necesario ceñirse literalmente a la explicación que propone-mos, que solo pretende ayudar.

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• Preguntas: las preguntas que vienen después tienen tres objetivos: 1.- dar a los presentes participación activa, 2.- com-probar y ayudar a la comprensión del mensaje, y 3.- movilizar los corazones. No es necesario agotar todas las cuestiones, si dan juego solo unas pocas. Pueden ser ampliadas o formula-das de otro modo, cómo no, aunque en ese caso tal vez con-venga preguntarse si esto completa, o si por el contrario dirige la conversación hacia temas que están por venir en sucesivas catequesis.

• Oración final y Para que resuene en tu corazón: somos bien conscientes de que lo afectivo es lo efectivo. Por eso la catequesis termina con una breve oración, que pretende gene-rar o afianzar un sentimiento, que se puede haber ido gestando a lo largo del rato de catequesis. Como cierre de la catequesis viene una brevísima oración, que pone fin a la misma con espí-ritu de oración, incidiendo en los afectos. Para que resuene en tu corazón es tan solo la explicitación de algunos de los senti-mientos que sería bueno potenciar, oportuno motivar y alentar (su finalidad es solo servir de orientación).

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Las catequesis concretas que se proponen

1. La llamada.

2. El que nos llama es Cristo.

3. Cristo nos hace una promesa.

4. El camino.

5. Dios tiene un plan.

6. Nuestro salvoconducto es la Virgen.

7. Desasirnos del pecado, un proceso doloroso.

8. Un camino en la Iglesia.

9. Una bienvenida calurosa.

10. La vuelta a casa.

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EL PÓRTICO DE LA GLORIA

Estás ante una obra cumbre del arte románico y una joya de la humanidad. Una belleza que bien merece olvidarse por un buen rato de otros estímulos insistentes (teléfonos móviles, en-tre otros), y abrir los ojos y el corazón...

Lo esencial en el Pórtico: Cristo, Señor del tiempo, el que cumple plenamente las expectativas humanas

Entre los años 1175 y 1188 el maestro Mateo crea el Pórtico de la Gloria. Para ello se inspira tanto en el protocolo de la corte real de su época como en una frase del Apocalipsis: soy el alfa y el omega, el principio y el fin, dice el señor Dios, el que es y el que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Ap 1,8).

En el Pórtico hay muchos detalles, muchos personajes, mu-chas escenas, pero conviene retener lo esencial, para no per-derse en la maraña de detalles. En él todo está en función de lo que se representa en el tímpano: Cristo como eje y como señor del tiempo y de la historia. Representado, como sugiere Félix Carbó en su libro, como un rey en una audiencia, un rey acogedor para con su pueblo, con el auxilio de los cuatro evan-gelistas, sus cuatro cronistas.

Desde abajo y subiendo, desde la derecha y desde la izquier-da, todo confluye hacia él. Todas las representaciones se diri-gen y orientan a que el peregrino entienda que Cristo es Señor del tiempo (cronócrator), aquél (el único) que puede cumplir plenamente las expectativas del corazón.

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Los detalles del Pórtico

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¿Quién es quién en el Pórtico de la Gloria? (QEQ)

1. Ángel con trompeta. 2. Limbo. 3. Puerta Antigua Alianza. 4. Tímpano. 5. Puerta Nueva Alianza. 6. Purgatorio. 7. Ángel con trompeta.8. Pueblo de Israel.9. San Juan evangelista.10. Cristo Rey. 11. San Mateo evangelista.12. Pueblo cristiano. 13. Columna de la Pasión.14. La cruz.15. Corona de espinas.16. San Lucas evangelista. 17. San Marcos evangelista.18. Los clavos y la lanza. 19. Jarra y sentencia. 20. Azote y martillo.21. Esponja e INRI.22. Profeta Abdías.23. Profeta Amós. 24. Profeta Oseas.25. Profeta Joel.26. Profeta Jeremías. 27. Profeta Daniel. 28. Profeta Isaías.29. Profeta Moisés.

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30. Las tentaciones. 31. Apóstol Santiago. 32. San Pedro. 33. San Pablo. 34. Santiago el Mayor.35. San Juan evangelista.36. San Andrés.37. San Mateo.38. San Bartolomé.39. Apóstol Tomás.40. Primera columna.41. Vía de Israel.42. Árbol de Jesé. 43. Vía de la obediencia. 44. Quinta columna. 45. Victoria del león. 46. Las herejías. 47. Hombre nuevo. 48. Pecados capitales. 49. Victoria del hombre.

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Interpretación vertical del Pórtico

La interpretación vertical del Pórtico describe la cronología de los acontecimientos que relatan la historia de la relación del hombre con el misterio (la salvación).

El parteluz –columna delgada que divide en dos un hueco–, ocupa la posición clave, el centro del Pórtico. Su significado es claro: presentar a Cristo como eje y señor del tiempo y de la historia y para hacerlo posible ha bajado a nuestro nivel como hijo de María. El arquitecto Mateo distribuye a un lado y a otro del parteluz el antes y el después de la historia del hombre. En la parte izquierda, se relata la historia del hombre desde el principio hasta la llegada de Cristo. Coloca las religiones anti-guas y a un Dios joven en los primeros días de la Creación.

A la derecha del parteluz y hasta el muro derecho de la cate-dral, se relata la situación del hombre después de la llegada de Cristo, la Nueva Alianza. En este espacio, el maestro Mateo muestra cómo después de la venida de Jesús hay una única vía de acceso hacia el misterio. Él tiene todo el poder del Padre e intercede por el hombre, quien, a pesar del pecado que le bloquea su camino, es finalmente salvado.

En el tímpano —espacio triangular que queda entre dos corni-sas inclinadas de un frontón y su base—, se sitúan las figuras de los dos grupos de pueblos: el de la Antigua Alianza, el pue-blo judío, a la izquierda, y el de la Nueva Alianza, los cristianos, a la derecha. Todos están coronados.

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Interpretación horizontal del Pórtico

1. Primer nivel: en las bases se situaría el primer nivel, el mi-crocosmos, el hombre y su situación. En él se describen los deseos de acceso hacia el misterio y la incapacidad del hombre para llegar a él.

2. Segundo nivel: enmarcado con las columnas historiadas, cuyos fustes nos muestran los caminos que el hombre ha recorrido y puede recorrer hoy en sus deseos de subida hacia el misterio, sus dificultades, logros y fracasos.

3. Tercer nivel: los profetas y los apóstoles, situados en él, tienen por misión anunciar al hombre los mensajes de lo alto, y la forma de relación de aquél con el misterio. Son los guías del camino para llegar al reino de Cristo.

4. Nivel superior: en el que se halla el macrocosmos (puertas del reino), muestra la vida después de la vida. A la derecha y a la izquierda del tímpano, se definen las zonas de acceso al reino de Cristo, las puertas por las que pasan las almas de los hombres, que inocentes como niños son guiadas por los ángeles. Los dos arcos laterales, el limbo y el purga-torio, funcionan como salas de espera y en ellas, la acción de Cristo se presenta como promesa o acción liberadora.

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1. LA LLAMADA

Introducción iconográfica¿Por qué estoy aquí? Me apetecía, venían mis amigos, necesi-taba cambiar de aires, tenía ganas de hacer el Camino… exis-ten muchos porqués diferentes, uno por cada uno de vosotros, peregrinos sí, pero lo cierto es que todos habéis llegado hasta aquí atendiendo una llamada, su llamada… inscrita en el cora-zón de cada hombre, en un deseo inagotable de felicidad.

Algo parecido puede suceder con todo aquel que pasa por la puerta de un templo, o cuando la realidad le provoca (dolor, asombro). En toda portada, hay una llamada, una invitación a entrar, a entrar en la casa de Dios, a ponerse en camino hacia un lugar mejor.

La estructura (tres puertas abocinadas, con la central más gran-de) nos lo indica; la misma palabra abocinada indica un efecto llamada, más aún, esas arquivoltas que enmarcan la puerta, ¿no os recuerdan el mismo gesto de ponerse las manos a un lado y otro de la boca para llamar a alguien con potente voz? Es así: con una potente voz es como os llama Dios. Aunque vuestros oídos parezca que no lo hayan percibido, vuestro co-razón sí.

Imagen (ver anexo pag. 90): estructura arquitectónica del Pórtico

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Comentario catequéticoSi todos hablamos al mismo tiempo, chillando, no hay manera de entenderse. Te pueden estar llamando a gritos, pero si hay muchísimo ruido es muy probable que ni oigas ni entiendas nada.

A cualquiera de nosotros le puede pasar fácilmente que, a fuer-za de tanto mensaje, tanta información, tanto griterío, no oiga nada. Oye ruido, pero no una voz comprensible, que invita, llama y propone... Cualquiera podría llegar a pensar, con tanto ruido, que en realidad nadie nos llama a nada, ni le importamos lo más mínimo. Pero, ¿hay alguna voz en el ruido? ¿Alguien llama, invita y propone algo? ¿Cuál es su propuesta?

La convicción cristiana nítida, central, clara y fuerte es que no estamos solos, que no vivimos para nosotros mismos, sino que hemos sido hechos para la relación con Dios. En nuestro corazón hay un deseo de felicidad, de justicia, de belleza, de bien: un deseo de Dios. Apetecemos a Dios. Y a esos deseos, a esas ganas de Dios, al anhelo, Dios le da cumplimiento. Nos llama y nos busca, para que no nos quedemos en deseos in-cumplidos. Si tenemos sed es porque hay agua. Cristo corres-ponde a la necesidad del hombre.

Estamos llamados a una relación con Dios, a una comunión con él, una verdadera amistad que satisface un deseo plena-mente humano: ver a Dios. Hay una llamada de Dios y un de-seo previo en el corazón del hombre, que apetece la relación que se le propone.

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Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE), ha-blando del deseo de Dios (CCE 27) y de Dios que ama y busca al hombre, llamándolo a una relación de amistad con él (CCE 356):

CCE 27: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hom-bre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encon-trará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:

«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la voca-ción del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).

CCE 356: De todas las criaturas visibles sólo el hombre es «ca-paz de conocer y amar a su Creador» (GS 12,3); es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu cria-tura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).

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Preguntas1. ¿Percibes en tu interior un deseo de amistad,

de trato con Dios? ¿En qué lo notas?

2. ¿Sabes dar cauce a este deseo? ¿El tumulto de muchas voces chillonas ha sepultado la llamada (nunca tienes tiempo porque tienes muchas cosas que hacer)?

3. ¿Se te ocurren modos concretos de responder a la llamada, a la amistad con Dios? ¿Cuáles?

Oración¡Señor! Ayúdame a hacer en estos días a hacer un poco de silencio en mi corazón, que oiga tu llamada, que la desee, que la espere. Concédele a mi corazón la paz que da el saberse llamado y amado por Ti. ¡Señor! Ayúdame a ponerme en camino, y en camino hacia tu casa.

Para que resuene en tu corazón: armonía, paz, tranquilidad, por la congruencia existente entre el deseo del corazón y la vocación a la amistad con Dios.

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2. EL QUE NOS LLAMA ES CRISTO

Introducción iconográfica Mira en el tímpano central: es Cristo sentado en su trono de majestad, es el varón de dolores que nos muestra sus llagas, el que ha vencido a la muerte. Es el Rey de la gloria, mira su corona y su túnica de rey, es el hombre perfecto, el que nunca falla, el que tiene todas las respuestas…

[…] y estoy vivo, aunque estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno […] (Ap 1,18).

Es, según interpreta Felix Carbó como un gran rey que con-cede audiencia a su pueblo acompañado por sus cronistas y su corte.

A su derecha, a la altura del brazo de su trono, brota un ma-nantial de agua: […] al sediento yo le daré a beber graciosa-mente de la fuente del agua de la vida […] (Ap 20,6), que es él mismo, el que os convoca e invita.

Sin embargo, ¿quién es Cristo para ti? A lo mejor aún no le conoces, a lo mejor no has tenido un encuentro cercano con él y éste es el momento. Tu corazón le busca aunque no lo sepas, él tiene la respuesta a todo lo que te preocupa. Si ya le conoces igual es hora de renovar tu confianza en él… y decir

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Imagen (ver anexo pag. 92): Cristo en Majestad en el tímpano (QEQ 10)

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de rodillas, como Tomás a la vista de sus llagas: Señor mío y Dios mío (Jn 20,28).

Comentario catequéticoNo sé si te has visto alguna vez en la situación de no poder co-municarte, por el hecho de desconocer el idioma, o conocerlo imperfectamente. ¡Es muy frustrante! La necesidad humana de comunicación se ve entonces cortada... Incluso aunque haya voluntad de comunicación. En una situación así la única posibi-lidad de superar la incomunicación es acercarse, aprendiendo uno el idioma del otro...

En cierto modo esto es lo que vemos aquí representado: Dios, para hacerse entender plenamente, se hace uno de nosotros; se pone a nuestra altura; asume verdaderamente la humani-dad, para que podamos tratar con él, de tú a tú, de hombre a hombre... con esto él se abaja, para que podamos tocarle, ha-blarle, comunicarnos con él, dar vía a nuestras ganas de Dios. Pero siendo él un auténtico hombre ahora también él conoce las necesidades... ha sacrificado mucho para entablar esta re-lación. Por su parte ha sido una apuesta fuerte.

Jesús es Dios, sí, pero también un hombre verdadero. No sólo es que tenga apariencia de hombre. Te invita y te llama con pa-labras humanas. Sabe tu idioma. Sabe de penas y alegrías. De primera mano. Es hombre del todo y en plenitud. El que puede enseñarte a vivir a tope todo lo humano, porque ha vivido y sanado todo lo plenamente humano.

El CCE, entre otras razones, explica la finalidad de algo tan insólito como que Dios se haya hecho un hombre (se haya encarnado):

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CCE 458: El Verbo se encarnó para que nosotros conocié-semos así el amor de Dios: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1 Jn 4,9). Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).

CCE 459: El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... (Mt 11,29). Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6). Y el Padre, en el monte de la Trans-figuración, ordena: Escuchadle (Mc 9,7; cf. Dt 6,4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15,12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8,34).

CCE 460: El Verbo se encarnó para hacernos partícipes de la naturaleza divina (2 P 1,4): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hom-bre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3,19,1). «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (San Ata-nasio de Alejandría, De Incarnatione, 54,3: PG 25,192B). «El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres» (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I).

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Preguntas1. Si Dios se hace hombre y sabe lo que es ser hombre, ¿en

qué cosas humanas concretas de tu vida crees que puede ayudarte?

2. ¿Percibes lo que arriesga Dios, lo que sacrifica, para con-

cretar la llamada, y hacer posible el encuentro contigo? ¿Crees que Cristo cuenta contigo, que le interesas?

3. ¿De verdad se puede intentar imitar a Jesús, su santidad, su manera de ser? ¿No es un modelo demasiado inalcan-zable, por excesivamente ideal?

OraciónSeñor, ¿eres tú quien me llama? ¿Eres tú hecho hombre, lla-gado, maltratado pero victorioso quien me llama? Ayúdame a entender este misterio, Señor. Que fue por mi por quien lo arriesgaste todo, que fue por mis pecados por los que sufriste tanto. Gracias Señor, gracias por haberte hecho hombre, por haberte puesto en mi piel, ahora sé que sólo tú aliviarás y sa-narás mi corazón.

Para que resuene en tu corazón: estupor y agradecimiento por la desproporción: Dios lo arriesga todo, para que yo pueda en-trar en relación con él, le tenga a él y la gloría de la divinidad.

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3. CRISTO NOS HACE UNA PROMESA

Introducción iconográficaHabitualmente Cristo en Majestad o el Pantocrátor, aparece ro-deado por los cuatro evangelistas, son los cronistas que dieron cuenta de cómo las promesas hechas al pueblo de Israel en el AT, se hacen realidad en la persona de Cristo. Estas cuatro figuras, que reciben habitualmente el nombre de Tetramorfos, tienen un origen iconográfico de lo más enigmático. ¿Los cua-tro vivientes de la visión de Ezequiel (Ez 1,4-12)? ¿Los cuatro seres de la visión apocalíptica de san Juan (Ap 4,7)?

Cada uno de ellos se representa por un ser alado. Lucas es el toro, que es símbolo de sacrificio, Juan es el águila —algunos dicen que el águila es símbolo de resurrección, otros que por ser su texto el más elevado de todos—. Marcos es el león, símbolo de resurrección. Mateo es el hombre al que normal-mente se representa como un hombre alado, por comenzar su Evangelio con la genealogía terrena de Cristo. Sin embargo aquí aparece como recaudador, escribiendo sobre un peque-ño ábaco. Se trata de una licencia del maestro escultor, que no quiso olvidar en esta representación los orígenes de este recaudador de impuestos, cuyo corazón fue transformado por Cristo.

¿Conoces bien las Sagradas Escrituras? ¿La promesa de vida eterna que Cristo tiene para ti? ¿Te has parado a pensar que

Imagen (ver anexo pag. 94): los cronistas (QEQ 9, 11, 16, 17)

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Cristo es ese cordero llevado al matadero de Isaías (Is 53,7), a la vez que el león rugiente de la tribu de Judá (Ap 5,4-6)?

A lo mejor necesitamos que, como a los dos discípulos de Emaús, alguien nos explique el sentido de todo esto (cf. Lc 24,27)… A lo mejor tu corazón arde como el de aquellos dos que escuchaban a aquel Cristo con aspecto de peregrino, que les salió al encuentro en el camino… (cf. Lc 24,13-35).

Comentario catequéticoAhora casi nadie estribe cartas. ¡Es una pena! Es muy bonito.En un correo electrónico u otro tipo de comunicaciones elec-trónicas no se distinguen los rasgos personales de la letra, ni la manera personal de disponer el texto, cosas que dicen tanto de la personalidad del que escribe...

Sin embargo, cuando lees una carta personal de otros, es muy posible, incluso en el caso de que entiendas la letra y el idio-ma perfectamente, que haya muchas cosas que no acabes de captar. ¿Y por qué? Por la sencilla razón de que las cartas personales hablan de cosas, personas, lugares, acontecimien-tos que han vivido y tienen en común los que se escriben, y no siempre los de alrededor. Cabe muy bien, incluso, que usen expresiones o palabras en un sentido único: apodos, gracias, bromas, que se resumen en la carta en una o dos palabras y que para cualquier otro lector no expresan nada comprensible, pero cuya mención basta para recordar una historia entera. El que quiera interpretar adecuadamente todo esto necesita las claves de lectura, que solo pueden proporcionar los autores de las cartas o los testigos vivos de las cosas que se refieren. De otra manera su conocimiento será muy superficial.

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Algo semejante sucede también con Jesús, el Señor. Para co-nocerle bien, no superficialmente, es necesario acudir a sus testigos, que nos aportan las claves de lectura, la posibilidad de comprenderlo a fondo... Y por eso es necesario acudir a los cuatro evangelistas, que transmiten lo más significativo de las palabras y obras de nuestro Salvador. Pero no solo a ellos, sino también al AT, sin el que Jesús es una figura enigmática, sin definición. ¿No te has fijado que en los evangelios aparecen con frecuencia expresiones del tipo: para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta...? Jesús ha venido a colmar las esperanzas de salvación de Israel, las de la entera humanidad ¡y las tuyas! Es necesario conocer las Escrituras enteras, que tienen en los evangelios su centro. Hasta tal punto es vital co-nocer las Escrituras, que «desconocer la Escritura es descono-cer a Cristo» (San Jerónimo, Commentarii in Isaiam, Prólogo; cit. en DV 25).

El CCE explica:

CCE 65: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en él, dándonos al todo, que

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es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad» (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, vol. 11, Burgos 1929, p. 184).

CCE 127: El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:

«No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras» (Santa Cesárea Jo-ven, Epistula ad Richildam et Radegundem: SC 345, 480).

«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis ora-ciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escon-didos y misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscritos autobiográficos, París 1922, p. 268).

CCE 133: La Iglesia «recomienda de modo especial e insisten-temente a todos los fieles [...] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3,8), pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (DV 25; cf. San Jerónimo, Commentarii in Isaiam, Prólogo: CCL 73, 1 [PL 24, 17]).

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Preguntas1. ¿Qué puede significar en la práctica que Dios haya dicho

ya todo perfectamente por Cristo? ¿No hay novedades, actualizaciones? ¿Dios ya no habla?

2. «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» suena un poco fuerte. ¿Por qué es tan importante el AT, además del NT? Para simplificar, ¿por qué no se puede quitar el AT, si en el NT está Jesús, el importante y definitivo?

3. ¿Conoces la Sagrada Escritura? ¿Le dedicas tiempo?

Oración ¡Señor! Ayúdame a profundizar más en esta amistad que em-piezo a tener contigo, quiero conocerte mejor, profundizar en tus enseñanzas y hacerlas realidad en mi vida. Conocer tu pro-mesa e interiorizar que también es para mí.

Para que resuene en tu corazón: deseos de conocer y bucear en las Escrituras, en particular en los Evangelios, para conocer más y mejor a Jesús, el Señor.

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4. EL CAMINO

Introducción iconográficaMira ahora el parteluz. El apóstol Santiago te mira desde allí, muy dignamente vestido, sin atributos de peregrino, sin nada que nos haga sospechar las huellas que han dejado en él el camino que emprendió. Sin cansancio, sin polvo en las sanda-lias, sino que te recibe con gran dignidad. El apóstol Santiago, el mítico peregrino, que sin dudarlo cumple el mandato de su Señor, llegando hasta los confines de la tierra, seguramente sea en estos días uno de nuestros referentes. Enamorado de Cristo y de su promesa de vida eterna, siguiendo fielmente su palabra, emprendió uno de los más apasionantes viajes que ningún hombre haya emprendido jamás. Muchas veces agota-do, abatido o entristecido por el panorama que se le presen-taba, por la dureza de los corazones con los que trataba, se pararía al borde del camino con ganas de abandonar. Cuenta la tradición que la misma Virgen María, aún viva en Jerusalén, se le presentó a la altura de Zaragoza para consolarle y alen-tarle en su misión de evangelizar estas tierras.

El camino de Santiago es un reflejo del camino que es nuestra vida: ¿hacia dónde quieres ir? ¿Quieres ir ultreia y suseia (más lejos y más alto, como se decían los peregrinos medievales a Santiago cuando se cruzaban? ¿Quiénes son tus guías? Cuan-do sobrevienen las penas, las luchas, ¿quién te consuela y te anima?

Imagen (ver anexo pag. 96): el peregrino Santiago como modelo (QEQ 31)

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Comentario catequéticoEl caso es que por lo general tenemos buen gusto, y se da la circunstancia de que cuando vemos en un comercio algo que nos gusta, nos interesamos por el precio, y o bien es muy caro, o lamentablemente ya no queda... ¿Por qué es tan difícil con-seguir lo bueno, lo que nos gusta y nos atrae? ¿Por qué, por el contrario, lo mediocre es facilón, barato y rápido? Porque lo bueno se hace esperar, se da a los que lo luchan, esperan, perseveran...

La entera vida humana es así: ¡el bien atrae, vaya que sí! Pero el bien se hace a veces complicado, incluso arduo, porque es-tamos también inclinados al mal, por el pecado, y tenemos que luchar para tener lo que en realidad queremos. ¡Qué cosa más rara! ¿Se puede querer algo y no quererlo al mismo tiempo? Pues está visto que sí, porque lo que nos gusta nos cuesta (sobre todo al principio, pues luego el bien se hace más fácil, cuando somos más virtuosos). Y llega a ocurrir incluso que muchas veces nos parece preferible la renuncia a la lucha para no violentarnos, que el premio del esfuerzo.

¡Vaya situación! ¿Cómo puede explicarse (y tal vez superarse) algo tan difícil de entender? ¿Será que es razonable la doctrina del pecado original?

El CCE explica:

CCE 409: Esta situación dramática del mundo que todo ente-ro yace en poder del maligno (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:

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«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya des-de el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir con-tinuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo» (GS 37,2).

CCE 1808: La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. Mi fuerza y mi cántico es el Señor (Sal 118,14). En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).

Preguntas1. ¿Te has parado alguna vez a pensar lo misterioso que en

realidad es querer algo y al mismo tiempo no quererlo? ¿Encuentras alguna solución? ¿Se te ocurre algún ejemplo de una situación parecida en tu vida?

2. En tu vida, ¿hay cosas o personas por las que vale la pena luchar? Santiago, o cualquier otro (sacerdotes y consa-grados, por ejemplo), que viven su vida para Cristo y los hermanos, como un servicio, ¿no desperdician la vida? Si crees que no la desperdician, ¿harías tú algo así?

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3. ¿Qué se te ocurre para afrontar tu camino hacia arriba (ultreia y suseia) con cierta garantía de llegar?

Oración¡Señor, ya estoy en camino! Pero qué difícil se me hace a ve-ces. Ayúdame a superar las dificultades que encuentre en el camino, en el ambiente que me rodea, en mis compañeros, en algunos de mis amigos, a lo mejor en mi propia familia o en el trabajo. Virgen María: ayúdame como ayudaste y sostuviste al apóstol Santiago. Consuela mi alma en los momentos más duros y ayúdame a posar lo ojos de nuevo en el Señor.

Para que resuene en tu corazón: deseos de imitar a Santiago, superando dificultades, en vistas al bien de los otros y a la gloria futura.

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5. DIOS TIENE UN PLAN

Introducción iconográficaAl pueblo de Israel se le hizo esta promesa: un retoño brota-rá del tronco de Jesé y un vástago de sus raíces dará fruto (Is 11,1). En la columna central, bajo el apóstol Santiago, se representa el árbol de Jesé, que es la genealogía humana de Cristo, relatada con todo lujo de detalle al inicio del Evangelio de san Mateo.

Jesé está recostado en la parte inferior, de su costado nace un tronco y un poco más arriba vamos identificando sucesi-vamente a David, Salomón y así hasta llegar a la Virgen María. Es un plan, un plan de salvación trazado por Dios Padre para su pueblo. Todo estaba previsto: una historia de elegidos en la que no eran perfectos —algunos cometieron los más horribles pecados— pero también de ese mal Dios se sirve. Finalmente llegamos a José y a María, que con su sí culmina la maravillosa obra de la redención.

Cuando llegues observarás 5 cavidades en este fuste, a la al-tura de tus ojos. Al poner allí tu mano derecha, para hacer el gesto tradicional, acuérdate que igual que Dios traza este plan de salvación para su pueblo, también tiene un plan para ti, un plan para tu salvación. Haz tuya la oración de la antífona de Adviento: «Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quienes los reyes enmudecen

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Imagen (ver anexo pag. 98): el árbol de Jesé en la columna central (QEQ 42)

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y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más» (Vísperas del 19 de diciembre).

Comentario catequético Tal vez nos gustaría nacer ya crecidos, nacer adultos, llegar sin haber partido, terminar sin haber empezado, concluir trabajos sin sudar, encontrar trabajo antes de echar los CV, acabar la carrera antes de empezarla. Pero esto es sencillamente impo-sible. Una quimera, un sueño irrealizable que no corresponde a la manera de ser del hombre.

En lo humano todo necesita proceso, camino, tiempo, hacer-se, saber esperar y al mismo tiempo trabajar pacientemente, porque nada está hecho plenamente desde el principio y nada de lo alcanzado plenamente conseguido y asegurado...

Pero la impaciencia y desesperanza están ahí. En realidad siem-pre estuvieron. Pero últimamente quizá hayan crecido paulati-namente, por efecto de internet y más aun de la mensajería instantánea: ¡si no nos responden al instante nos frustramos, aumentando nuestra exigencia de aquí y ahora, todo y ya!

El mismo Cristo, para invitarnos a la vida y comunión con él, ¡a ser sus amigos! A la gloria, en último término, se ha sometido a esta ley humana del progreso, del desarrollo, del avance, y, de abajo hacia arriba, de lo profundo de la historia hacia la plenitud de los tiempos, se ha preparado un linaje humano, que parte de Jesé, pasa por David (en los Evangelios Jesús es llamado muchas veces hijo de David) y llega a José y María. De abajo arriba, de menos a más, en una gradualidad ascendente.

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Seguro que, como en el caso de muchos otros, de muchos de aquellos personajes se comentaría lo que tal vez hoy se comente de alguno de vosotros que se decide al seguimiento en serio del Señor: ¡de tan poco no podrá salir mucho! ¡De tan poca cosa no se espera nada muy excelente! Y, ¿por qué no? Si Cristo elige, si él auxilia... si le sigues...

El Salvador mismo se ha sometido a la ley del proceso, al cre-cimiento, a la ascensión, a la espera, en la vida oculta, hasta la plena manifestación en la vida pública y luego en su Pasión-Muerte-Resurrección. Necesitamos paciencia y esperanza para esperar sin desesperar la victoria y el cumplimiento de las promesas de Dios.

Y precisamos también la capacidad de ver a Dios guiando la historia, en lo mínimo y en lo transcendental... sin robar la liber-tad a cada uno. ¡Lo hace! Es tremendo y tranquilizador ver a Dios guiando los procesos de la historia, y también los de cada uno, discreta pero realmente, a su estilo. A esta guía y cuidado de Dios la llamamos providencia divina.

El CCE explica:CCE 302: La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada «en estado de vía» (in statu viae) hacia una perfec-ción última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Lla-mamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y dis-

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poniéndolo todo suavemente (Sb 8,1). Porque todo está des-nudo y patente a sus ojos (Hb 4, 13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas» (Concilio Vaticano I: DS 3003).

CCE 303: El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acon-tecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza (Sal 115,3); y de Cristo se dice: Si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir (Ap 3,7); hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza (Pr 19,21).

Preguntas1. ¿Eres capaz de pasar un día sin móvil o internet o no mirar-

lo durante más de una hora? ¿Solo pensar en ello te genera mucha ansiedad?

2. ¿Percibes a Dios presente en cosas concretas de tu día a día? ¿En cuáles?

3. ¿La providencia de Dios no es una invasión de la autono-mía humana? Que Dios se ocupe de nuestras cosas, ¿no nos hace infantiles —menores de edad— de por vida? ¿La providencia implica eso? ¿Qué implica?

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Oración¡Fíjate!, fíjate cómo la historia de la humanidad está en manos de Dios. ¡Qué misterio tan grande! De lo bueno y de lo malo se sirve el Señor para hacer cumplir sus designios. ¡Dios mío! Tie-nes un plan también para mi vida, sí, pero ¿y todas las veces que he fallado, que me han herido, que te he dado la espalda? ¿También estaban dentro de tu plan? Señor: sana tú las heri-das de mi corazón y ayúdame a confiar cada día más y más en ti, en tu providencia. Señor: mi vida está en tus manos.

Para que resuene en tu corazón: confianza en Dios, por el hecho de estar en sus manos, en su providencia. Simpatía, solidaridad con Cristo, que comparte la ley del crecimiento.

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6. NUESTRO SALVOCONDUCTO ES LA VIRGEN

Introducción iconográficaLa primera en ser llamada a seguir este camino, la primera en dejar hacer la obra de Dios en sí, en confiar en su promesa, fue María, nuestra madre y maestra. Es el bastón del peregrino, la que nos sostiene en la peregrinación de nuestra vida con su poderosa intercesión y su maternal protección. La vemos co-ronando el árbol de Jesé, en total contraposición con la figura de Adán que aparece en la base.

Ella aparece como la nueva Eva, que ofrecerá el fruto de su vientre para rescatar a Adán—y con él a todos los hombres— del pecado cometido al tomar de aquel otro fruto. Por eso se la representa encinta. A nuestra izquierda puede verse la figura de su prima Isabel, a cuyo saludo responde María con su mano izquierda en el vientre y la derecha en el pecho, signos ambos, respectivamente, de su humilde acogida del plan de Dios.

Es significativo que aparezca ya coronada, en consonancia con la imagen de Cristo en majestad del tímpano, señalándola ya como Reina del Cielo, aunque hemos de tener en cuenta que a pesar de que la escena elegida se encuentra para nosotros en correspondencia a su carácter de Inmaculada, la llena de gra-cia, aún no se había promulgado el dogma de la Inmaculada Concepción (1854). En relación a ello podemos señalar como las ramas que enlazan a todos personajes en las columnas

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Imagen (ver anexo pag. 100): la Virgen en el árbol de Jesé (QEQ 42, detalle, parte superior)

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historiadas del Pórtico, símbolo del pecado que paraliza la ver-dadera libertad, no tocan a la Virgen.

Así, aunque los temas iconográficos recurrentes para repre-sentar a la Virgen durante el románico y el gótico son por tanto la Anunciación, la Virgen con Niño o el Nacimiento de Cristo, en todos ellos queda señalado el importantísimo papel de Ma-ría en el plan salvífico de Dios.

Comentario catequético¿Te has fijado lo que pasa muy frecuentemente cuando estás parado, esperando que se ponga en verde un semáforo? Ocu-rre algo sobre lo que quizá no hayas reflexionado, pero con miga. Ya esté rojo, verde, ámbar o como esté, si alguien se aventura a cruzar, se produce un curioso efecto imitación, muy a menudo inconsciente. De hecho, casi sin mirar al semáforo, te lanzas a cruzar, fiado, confiado... ¿Cómo podemos llamar a un fenómeno así? Ejemplaridad e imitación. El que inaugura un manera de hacer las cosas, un modo de actuar, ya sea bueno o malo, da un ejemplo, y los que lo copian, consciente o in-conscientemente, son imitadores, ejecutan una imitación.

Esto pasa permanentemente en nuestro día a día: tú y yo es-tamos sometidos a infinidad de modelos de conducta, de vida, de pensamiento, de vestido, de gusto estético, de todo. Se nos proponen muchísimos ejemplos, para ser imitados. Per-cibir algo como deseable e interesante y desear imitarlo, co-piarlo, apropiárnoslo, es profundamente humano, cuando es bueno. De otro modo es alienante. Parece razonable buscar buenos modelos que imitar en nuestra propia vida. ¿Y cómo se sabe si son buenos? Sabes que son buenos ejemplos cuando

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experimentas un bien propio tratando de imitarlos en tu vida, cuando por experiencia tu yo crece. Por eso la Iglesia nos pro-pone hombres que son modelos de santidad.

Esto se aplica sobre todo a la Virgen María, que goza de una especial ejemplaridad para la humanidad, o sea, también para ti y para mí. ¿Y por qué? De modo similar a como Cristo y Adán se contraponen como la cara y la cruz de la misma moneda (Rom 5). Sí, efectivamente: Adán es la cabeza y guía de una humanidad desobediente, que se dirige a la muerte, y Cristo el guía de una humanidad reconciliada, que aspira a la gloria. En esta línea, y con razón, la Virgen María, tan unida a Cristo, es también vista como la nueva Eva, la que con sus síes deshace las desobediencias de la antigua Eva, y abre la esperanza de vivir como hijos de Dios y aspirar a la gloria.

El CCE explica al respecto:

CCE 488: Dios envió a su Hijo (Ga 4,4), pero «para formarle un cuerpo» (cf. Hb 10,5), quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María (Lc 1,26-27):

«El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encar-nación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56; cf. 61).CCE 492: Esta «resplandeciente santidad del todo singular»

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de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «re-dimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo (Ef 1,3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1,4).

Preguntas1. ¿Cuáles son tus modelos en la vida? Ya eres mayor, sí,

pero, ¿cuáles siguen siendo tus «yo de mayor quiero ser como...»?

2. ¿Crees que Dios propone un modelo de mujer? ¿Qué tiene el modelo de específico, cuáles son su rasgos?

3. ¿Tiene la Virgen un papel importante en el plan de Dios? ¿Lo tiene en tu vida? ¿En qué se concreta?

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Oración (Magnificat).Proclama mi alma la grandeza del Señor,se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador,porque ha mirado la humillación de su esclava.Desde ahora me felicitarán todas las generacionesporque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fielesde generación en generación.Él hace proezas con su brazo,dispersa a los soberbios de corazón,derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,a los hambrientos los colma de bienesy a los ricos los despide vacíos.Auxilia a Israel su siervoacordándose de su misericordiacomo lo había prometido a nuestros padresen favor de Abrahány su descendencia por siempre.

Para que resuene en tu corazón: confianza humilde en Dios, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

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7. Desasirnos del pecado, un proceso doloroso

Introducción iconográficaMiremos ahora el capitel que remata el parteluz. En cada una de las caras, aparece una de las tres tentaciones de Jesús en el desierto.

En la izquierda, el demonio ofrece piedras al Señor para que las convierta en panes. En el frente, le invita a arrojarse desde la torre. En la derecha, le promete riquezas si se postra a adorar-le. Mirando hacia el interior del templo, aparece la victoria sobre las tres tentaciones; aquí los ángeles sirven al Señor.

Jesús nos da las armas para poder mirarnos en el espejo de la pureza de su Madre, acoger en nosotros la gracia de su Padre, y vivir como él, como hijos de Dios. Las tres escenas de las tentaciones en el desierto, presentan la figura del demonio bajo formas monstruosas aludiendo, como era habitual, a la fealdad del pecado. En la imagen del capitel que hemos incluido en las ilustraciones aparece una cartela sostenida por los dos —Cristo y el demo-nio—, en donde puede leerse en latín: «Todo esto te daré si me adoras». A lo que Cristo responde: «Apártate, Satanás».

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Imagen (ver anexo pag. 102):capitel de las tentaciones (QEQ 30)

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Comentario catequéticoA fuerza de ver películas americanas nos hemos acostumbra-do a una frase y a una mentalidad en la que al que no gana mu-cho, brilla mucho, manda mucho, influye mucho, hace lo que viene en gana, es muy guapo, etc., etc., se le dice: «¡eres un perdedor!». Pero seguramente no nos hemos parado a pensar lo que está detrás de esto. ¿Qué es perder y qué es ganar? ¿Tu humanidad se construye o se destruye?

John Henry Newman (beatificado por Benedicto XVI) era un prometedor y brillante clérigo anglicano, con muchísima in-fluencia en el mundo político y universitario de Oxford de la pri-mera mitad del s. XIX. Leyendo a los Padres de la Iglesia llega paulatinamente a la convicción de lo insostenible de la posición intelectual y personal en la que se fiaba.

Se convence de que la iglesia de Inglaterra no es ninguna vía media entre extremos indeseables (católicos y protestantes). Es, sencillamente, cismática. ¿Qué hacer? ¿Perderlo todo? ¿Sacrificar posición, fama, influencia, afectos, por un detalle digamos «sin importancia»? ¿Convertirse, por propia decisión, de su actual posición de privilegio y general admiración, en un «perdedor», un «papista», traidor a «su majestad», la corona real británica, cabeza de la Iglesia de Inglaterra? Sí, exacta-mente. Perder y ganar. Pasar de las loas a las sátiras, de las alabanzas a las críticas feroces. Por honradez intelectual, por no pactar con la mediocridad, por no querer vivir en la mentira, una vez que se le ha mostrado la verdad... perder, y ante todo ganar... Poco después escribió una novela autobiográfica, con ese título: Perder y Ganar (publicada en español por ediciones Encuentro).

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Este combate por la integridad, por ser de Dios, por vivir a la luz del día (no huyendo a esconderse, como Adán en el paraíso tras la caída, cf. Gn 3,10) lo ha librado también el Señor Jesús, sometiéndose y venciendo las tentaciones. La tentación, de hecho, no tiene nada de malo. Es ocasión de fidelidad, de for-talecimiento, de mérito... Dios quiere que Jesús las sufra. ¡Es el Espíritu el que le lleva al desierto! Jesús va delante de nosotros a la lucha, inaugura la Cuaresma, la lucha por separarnos del pecado para vivir como hijos de Dios.

El CCE aclara:

CCE 538: Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bau-tismo por Juan: Impulsado por el Espíritu al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1,12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él hasta el tiempo determinado (Lc 4,13).

CCE 539: Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que per-maneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Je-sús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95,10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha atado al hombre fuerte

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para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3,27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.

CCE 540: La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16,21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al tentador en be-neficio nuestro: Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado (Hb 4,15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la gran Cuaresma, al misterio de Jesús en el desierto.

Preguntas1. ¿Te das cuenta de que Dios y nosotros vemos las cosas de

otro modo con respecto a perder y ganar? ¿Crees que Cristo ha padecido verdaderamente las tentaciones? ¿Para qué?

2. ¿Qué es una tentación? ¿Es pecado tener tentaciones?

3. Hay quien dice que la mejor manera de luchar contra ellas es sucumbir, ¿crees que es cierto? ¿Por qué? Entre todos, ¿se nos ocurren ideas prácticas para luchar eficazmente contra ellas?

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Oración (Fragmento de la ofrenda de santa Teresita de Lisieux al amor misericordioso de Dios).

¡Oh Dios mío, Trinidad Santa! Yo quiero amarte y hacerte amar y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcan-zar el grado de gloria que tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia y te pido, Dios mío, que seas tú mismo mi santidad.

Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus mé-ritos son míos; te los ofrezco gustosa y te suplico que no me mires sino a través de la faz de Jesús y en su corazón abrasa-do de amor.

Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles. Y, por último, te ofrezco, ¡oh Santa Trinidad! El amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: Todo lo que pidáis al Padre en mi nom-bre, os lo concederá. Por eso estoy segura de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar tanto más haces desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y te pido, confiadamente, que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay! No puedo recibir la sagrada comunión con la fre-cuencia que deseo pero, Señor, ¿no eres tú todopoderoso…?

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Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia…

Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos y te suplico que me quites la libertad de desagradarte. Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego que todo lo transforma en sí…

Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido y, en especial, por haberme hecho pasar por el cri-sol del sufrimiento. En el último día te contemplaré llena de gozo llevando el cetro de la cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo [...]

Para que resuene en tu corazón: deseos de luchar y de amor al Señor («obras son amores»).

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8. UN CAMINO EN LA IGLESIA

Introducción iconográficaAcoger el plan de Dios no implica sólo detenernos pasivamente a recibir, sino que entraña también una misión. María encontró la suya en cuidar al Salvador, al que aceptó llevar en su seno; y Cristo, tras los cuarenta días en el desierto, comienza su vida pública, para realizar, con su Pasión, Muerte y Resurrección, el plan de salvación de Dios. Testigos y depositarios de aquella misión, la conversión y sal-vación de los hombres, fueron entonces los apóstoles, y lo so-mos ahora nosotros también, apóstoles de la fe en nuestro tiempo. Si miras las imágenes, vemos en primer lugar (de dentro a fue-ra) un grupo de cuatro (QEQ 32-35), formado por san Pedro, vestido como Papa con su casulla, palio, estola y alba, y por-tando en sus manos las llaves, su principal atributo. En este caso lleva tres, que representan a las tres Iglesias: 1.- la mili-tante —la nuestra, que peregrina en la tierra—, 2.- la purgante —la que forman las almas que terminan de purificarse de sus

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Imagen (ver anexo páginas 104, 106 y 108): apostolario en las jambas de la derecha en la puerta principal.

1. Pedro, Pablo, Santiago el mayor y Juan (QEQ 32-35).2. Andrés, Mateo (QEQ 36-37).3. Bartolomé y Tomás (QEQ 38-39).

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pecados en el purgatorio— y 3.- la triunfante —la celeste que ya disfruta de la gloria eterna de Dios. Le sigue Pablo, apóstol de los gentiles, al que se le suele reconocer por su cabeza despejada, portando un libro donde está escrito el comienzo a la Carta a los Hebreos.

A continuación, el apóstol Santiago, que vuelve su rostro a su hermano Juan, representado con semblante más joven, como es habitual en su iconografía, mostrando un libro abierto donde pueden leerse algunas frases del Apocalipsis. Bajo sus pies aparece su principal atributo: el águila, que le señala además como evangelista.

Andrés, Mateo (QEQ 36-37), Bartolomé y Tomás —que mues-tra la palma de su mano— (QEQ 38-39) aparecen en las jam-bas del arco de la derecha, agrupados de dos en dos, tal y como los mandaba Cristo a predicar.

Comentario catequéticoEl método del Señor en realidad era de lo más normal: enseñar, predicar, curar. Usaba, unidas, palabras y obras, que se impli-caban mutuamente. Su método consistía en unir íntimamente hechos y palabras, haciendo percibir la relación entre los unos y las otras.

Fijémonos primero en las palabras de Jesús. Hablaban de Dios, de su Padre. Algunos de los que lo oían llegaban a decir: Nadie ha hablado jamás como él (Jn 7,46). En realidad nadie había podido hablar y predicar como él, porque nadie había visto lo que él había visto; nadie tenía, como él, información de primera mano. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único

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de Dios, que está en el seno del Padre, le ha dado a conocer (Jn 1,18). Porque ha visto a Dios habla de él, y del hombre, con una fuerza y una convicción que convence, rompe, arrastra, escandaliza. Hablaba como quien tiene autoridad y no como los doctores (Mt 7,29).

Dirijamos ahora la mirada a las acciones del Señor, a las cosas que hacía. Las acciones de Jesús hacían percibir a Dios pre-sente... ¡porque estaba realmente presente! Él es Dios. El reino de Dios ha llegado con él.

Sus acciones no eran gestos mudos, sin sentido, sin mensa-je, gestos planos o enigmáticos, sino elocuentes, preñados de significado, que la gente sabía captar —suscitaban de hecho o adhesión o rechazo frontal—. Nadie quedaba al margen. Los gestos tenían sentido, confirmaban las palabras dichas por Je-sús, y las palabras explicaban y profundizaban su sentido.

Cuando el Señor manda a su discípulos de dos en dos, a sus «prácticas de evangelización», les manda así: convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar (Lc 9,1-2). Es decir, les manda a hacer lo mis-mo que él hacía (predicar, curar, expulsar demonios): hechos y palabras. No se percibe ni la menor cesura. Ningún cambio de método entre el maestro y su discípulos, entre Cristo y su Iglesia.

Y es que la Iglesia viene a ser una extensión de Cristo, con idéntica misión a la del Señor Jesús: hablar y obrar. A la Iglesia le toca hablar de lo que ha visto y oído: de Cristo resucitado.

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Y obrar las acciones que lo hacen presente: los sacramentos de la fe, signos elocuentes de su presencia; y la caridad que convence al mundo. Contrariamente a lo que con demasiada frecuencia se piensa la Iglesia no tiene otra misión que evange-lizar. Está y existe al servicio de Cristo, para que los hombres sean tocados por él, lo oigan, lo amen, lo sigan..., como hace dos mil años en Galilea. Igualito.

El CCE enseña:

CCE 2: Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el man-dato de anunciar el evangelio: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión, los apóstoles salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,20).

CCE 863: Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de san Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes ma-neras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (Apostolicam Actuositatem 2).

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CCE 864: «Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia», es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo (Apostolicam Ac-tuositatem 4; cf. Jn 15,5). Según sean las vocaciones, las inter-pretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu San-to, el apostolado toma las formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la eucaristía, «siempre es como el alma de todo apostolado» (Apostolicam Actuositatem 3).

Preguntas1. Jesús distinguía (pero no separaba) entre él y su misión, por

un lado, y la Iglesia y su tarea, por otro, ¿lo haces tú, se-parando a la Iglesia de Jesús? ¿Para qué existe la Iglesia? ¿Para qué está en el mundo?

2. Todos estamos llamados al apostolado (es decir, a «pro-pagar el Reino de Cristo por toda la tierra»), ¿de verdad estamos llamados a esto? ¿Qué retuiteas o compartes? ¿Por qué hay ciertas cosas que difundes, pero de otras no te ocupas?

3. Los apóstoles dedicaron su vida entera a propagar no solo un mensaje, sino una persona viva, ¿tiraron su vida? ¿Crees que vale la pena dedicar la vida por entero a esta misión? ¿De qué modo se puede hacer esto, a por todas?

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Oración (Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. San Francisco de Asís).

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.Que allá donde hay duda, yo ponga la fe.Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.

Para que resuene en tu corazón: sobrecogimiento, porque so-mos «otros cristos», enviados al mundo con su misión. Valor, porque la Iglesia es de Cristo, y tiene su misma misión, y su mismo impulso.

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9. UNA BIENVENIDA CALUROSA

Introducción iconográficaEl Pórtico no solamente nos llama, como explicábamos en la primera catequesis, sino que también nos acoge con los bra-zos abiertos. Ninguno de los protagonistas de la Historia de la salvación se queda sin saludarnos calurosamente, al llegar por fin a la meta terrena que constituye la catedral de Santiago. Invitándonos, por otra parte, a alcanzar la meta definitiva, la celestial, la de la gloria que da nombre a este Pórtico, y para cuyo logro el Camino de Santiago es un paso más.

Los profetas (QEQ 22-29), a la izquierda, anunciadores de la salvación que traerá Cristo con la Nueva Alianza, parecen co-mentar nuestra llegada. Lo mismo sucede con los apóstoles (QEQ 32-39) a la derecha, que conversan como si disfrutaran con alegría de los frutos de su misión, que son los peregrinos que llegan hasta aquí, llamados y buscados por el Señor, como ellos.

En el centro, en el parteluz, toda la genealogía de Jesús (QEQ 42), sus ascendientes, su familia, y, por supuesto, María, que acogía en su seno al Salvador, y nos acoge a nosotros también como Madre nuestra, Madre de la Iglesia de Dios. Santiago (QEQ 31), nos espera sentado, de frente, con gesto sonriente y rostro afable, mediando entre nuestro nivel y el de la parte superior del Pórtico, donde el Rey de reyes (QEQ 10), corona-

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Imagen (ver anexo pag. 110):iconografía global del Pórtico

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do de victoria y con las manos abiertas, recibe a sus soldados, pues es lo que somos, «soldados de Cristo», según las pala-bras de un antiquísimo escritor eclesiástico. Los evangelistas (QEQ 9, 11, 16 y 17), por los que conocemos la buena noticia que nos ha traído hasta aquí, le rodean también para acoger-nos y seguir enseñándonos. Los 24 ancianos del Apocalipsis (QEQ 4), en la arquivolta del arco central, se preparan para tocar exultantes sus instrumen-tos y acompañar así nuestra llegada. Mientras, vemos como en los extremos del arco principal, las almas de los que nos han precedido en la fe, son llevadas ya por los ángeles al cielo (QEQ 3 y 5), el destino final de los justos.

Comentario catequéticoIntriga, nocturnidad, frío, lluvia, miedo, hogueras, llanto, copos grandes de nieve que se arremolinan en el aire por la ventis-ca, niños sucios y hambrientos, peste negra, analfabetismo, brutalidad... Toda esta imaginería, estos motivos, ¿a qué te re-cuerdan? ¡Exacto, a una película o novela histórica ambientada de la Edad Media! Por alguna extraña razón, en el cine y la literatura se presenta, casi siempre, a esta época como una época de oscuridad y brutalidad, para lo cual vienen muy bien los plásticos recursos de la noche, el frío, la lluvia destempla-da. Pero, ¿es esto justo? ¿En la Edad Media todo era miedo, brutalidad, horror...? Mira al Pórtico de la Gloria. Vuela con la imaginación... Ya está. Estás ahora en el año 1188, año en el que el maestro Mateo termina el Pórtico de la Gloria.

En conjunto, ¿qué hay en el Pórtico? ¿Qué ves en él? Una gran invitación, una gran llamada hacia la que se dirige toda

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la humanidad. Una llamada a la gloria, una visión del hombre que está en armonía con Cristo, y no a la gresca con él. En el Pórtico se hace patente una manera de entender al hombre en la que el hombre no es un esclavo de Dios, sino su amigo e invitado. El ser humano es convocado a la audiencia del Rey, a compartir su gloria, pese a todo lo que el hombre hace por poner trabas al encuentro.

Para llegar a la audiencia hay que haber transitado las vías que conducen hasta ella. Las vías no están exentas de grandes peligros y dificultades, claro. No son desdeñables los riesgos que conlleva emprender el camino, no. ¡Uno puede de hecho perecer en él, y esto está también presente en la representa-ción! Conviene saberlo, para evitar los peligros. Podría ocurrir también, ¡cómo no!, que no nos importe demasiado la invita-ción, preocupados en otras cosas, que nos parecen más in-teresantes. El Señor no quiere invitados forzados, rehúsa ser servido por esclavos... Pero lo central aquí es el Rey que nos llama a la gloria, como en el evangelio. ¡Se trata del evangelio, aunque en este caso esculpido!

El CCE explica:

CCE 1: Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lo-grarlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como

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Redentor y Salvador. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los he-rederos de su vida bienaventurada.

CCE 410: Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado Protoevangelio, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

CCE 1731: La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la ver-dad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

Preguntas1. Una tendencia relativamente normal con los que nos ha-

cen una faena es, incluso aunque les perdonemos, estar ya prevenidos frente a ellos. ¿Te das cuenta de que el Señor no hace esto? ¿En qué lo notas?

2. ¿Dios soporta males para sacar bienes? ¿Eso no es lo mis-mo que admitir que Dios quiere los males? ¿De algún mal ha salido algo bueno para ti? ¿De cuál?

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3. Aún no estamos en la gloria a la que se nos invita, ¿Cómo crees que puedes ir caminado hacia ella? Pero, ¿es que existe alguna posibilidad de no alcanzarla? ¿Qué papel jue-ga la libertad en esto?

Oración (Himno Te Deum).

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos. A ti, eterno Padre, te venera toda la creación. Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran. Los querubines y serafines te cantan sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, la multitud admirable de los profetas, el blanco ejército de los mártires. A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo, defensor. Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino del cielo. Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.Creemos que vendrás como juez. Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa sangre. Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.

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Sé su pastor y ensálzalo eternamente. Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades. Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado. Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.

Para que resuene en tu corazón: gratitud, porque Dios no se desdice, aunque nos desdigamos nosotros. Él llama a la gloria. Responsabilidad, porque «Dios, que te creo sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).

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10. LA VUELTA A CASA

Introducción iconográfica Tanto la llamada como la acogida al peregrino que quedan sim-bolizadas mediante la iconografía del Pórtico, están orientadas a que sigamos dirigiendo nuestros pasos hacia el interior del templo, donde se encuentra la realización efectiva del plan sal-vífico de Dios. Una vez cruzado el Pórtico, lo que nos aguarda es una inmensa catedral (1075-1211), en este caso de las que se denominan «de peregrinación», por haber organizado su es-tructura arquitectónica en función de su propósito, que es el de acoger a los peregrinos.

A este modelo responden otras, todas ellas situadas en puntos emblemáticos a lo largo de los diferentes caminos europeos que conducen a Santiago. Podemos citar como ejemplos San Mar-tin de Tours, Santa Fe de Conques, o San Marcial de Limoges.

Se caracterizan principalmente por ser de grandes dimensio-nes, para dar cabida a gran número de peregrinos; y por es-tar decoradas con numerosos relieves y esculturas, con fines catequéticos, como aquí. Así pues, tanto la puerta como el interior están preparados para recibirnos.

Y es ahí dentro donde verdaderamente espera a los fieles el mismo Cristo, al que se le ha representado en el Pórtico. Allí es una representación de piedra, pero nos espera vivo en el

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Imagen (ver anexo pag. 112):el interior del templo.

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sagrario y en la eucaristía, que junto a nosotros celebran, real-mente, todos los personajes que aparecen en el Pórtico. Es por tanto en el interior donde se realiza el encuentro real con el anticipo de la gloria verdadera y celeste, que se nos ha anunciado al llegar al umbral de aquella gloria en piedra. A ella nos remite también la propia arquitectura de la catedral, con su inmensa altura, tal como pretendieron mediante este recurso todas las catedrales góticas.

Comentario catequéticoHay algunos comercios en los que son auténticos artistas del envoltorio. Envuelven tan bien todo, preparan los paquetes de una manera tan bonita, tan preciosa, que casi, casi, uno se sentiría tentado a olvidarse del contenido, para centrase en el envoltorio, en sí muy interesante. No creas que la manera de envolver no es importante. Lo es: ambienta, indica la importancia que se le quiere dar a aquello que se envuelve, si vale o no la pena, expresa la excepciona-lidad o no de cada ocasión. La pericia y cuidado al hacerlos también dice mucho de quien los hace. Ahora bien, de esto a las matrioskas (muñecas rusas) hay mu-cha distancia. En estas muñecas tan solo importa el envoltorio; son solo fachada, una se mete dentro de otra y así sucesiva-mente, sin más objetivo que la diversión, el puro pasatiempo.

Es importante saber distinguir lo importante de lo accesorio, lo que es una ayuda y lo que es necesario, lo decorativo de lo estructural. Si no, nos arriesgamos a pasar la vida tras el

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primer estimulo que nos llame la atención, sin sopesar y distin-guir lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo necesario. A distinguir bien ayudan la virtud de la prudencia, los buenos consejos, la formación cristiana. Todas estas cosas conviene muchísimo cultivarlas.

Casi seguro que en estos días, en Santiago, te habrás acerca-do ya a abrazar al apóstol Santiago; habrás colocado tu mano en la huella del árbol de Jesé, del parteluz; quizá hayas visto al botafumeiro echando incienso. Todas esas cosas son impor-tantes, ¡claro! Sin embargo no dejan de ser envoltorio, un bello embalaje al servicio de un regalo aún más bonito: el don de trasformar tu vida (dirigiéndola en la Iglesia hacia la gloria a la que Cristo te invita, reconciliado por la penitencia, siguiendo a Jesús de cerca, en su Iglesia).

El CCE aclara:

CCE 1806: La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. El hombre cau-to medita sus pasos (Pr 14,15). Sed sensatos y sobrios para daros a la oración (1 P 4,7). La prudencia es la «regla recta de la acción», escribe santo Tomás (Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicán-doles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y supera-

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mos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

CCE 788: Cuando fueron privados los discípulos de su pre-sencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14,18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20,22; Hch 2,33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: «Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo» (LG 7).

Preguntas1. ¿Eres de ese tipo de persona que se deja llevar de lo pri-

mero que le llama la atención? ¿O eres una persona de vida interior seria, de vida eclesial sólida?

2. ¿Te preocupas de formarte en la fe con seriedad? ¿Cómo?

¿Te ayuda alguien a distinguir, a aclararte, a concretar?

3. ¿Eres capaz de ver a Jesús vivo en la Iglesia? ¿En qué co-sas concretas de la vida de la Iglesia le percibes? ¿Cómo crees que puedes incrementar esa percepción?

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Oración (Credo Niceno-constantinopolitano).

Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo,

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que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

Para que resuene en tu corazón: sentido de pertenencia con-fiada y filial a la Iglesia, que nos conduce a Cristo.

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Testimonios

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LO QUE RECIBOTESTIMONIO I

Me ha parecido una oportunidad ineludible la que nos han otorgado a todos para poder expresar lo que supone para no-sotros participar en Cáritas.

Siempre había sentido la inquietud de trabajar como voluntaria, sin haberlo llevado a efecto por diversos motivos que no vienen al caso. El acceso a semejante beneficio me lo dio una com-pañera de clase de natación, que en un principio me ofreció colaborar debido a mis conocimientos jurídicos.

Lo que iba a ser una colaboración esporádica, un día al mes, se convirtió en un día a la semana, no ya tanto en la atención jurídica como en la acogida.

Siempre había oído que quien trabaja como voluntario recibe más de lo que da. Y, desde luego, yo creo que no doy nada… apenas tres horas de mi tiempo semanal. Cierto es que no dis-pongo de mucho más tiempo que dedicar, lamentablemente.

Pero, sin embargo, lo que recibo podría llenar un libro entero: Para empezar, en la Parroquia en que colaboro considero que somos casi como una pequeña y variopinta familia.

Cada día que voy aprendo algo que mis compañeros. Y de la vida. Me maravillo de ver personas que tienen sus problemas, sus disgustos, sus familias, sus historias…sus «achaques» y sin embargo son capaces de cargar o descargar productos (ali-menticios) como el más «pintado» o de atender una cola de per-

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sonas que esperan esa ayuda y hacer que todo fluya en minutos o de tener al final del día una palabra tierna para alguien que está sufriendo no sólo por penurias económicas. Alguien a quien, tal vez, esa sea la única persona que le escuchará en el día.

Así es que a mí que no me pregunten lo que doy. Porque no doy nada. Voy diría casi que por egoísmo: porque recibo cada día algo diferente y hermoso… Y qué no decir de la sonrisa inocente de los niños cuando llenamos su carro de comida… Porque una es de carne y hueso también… y apreciar sus ale-grías es de lo que más me llena, máxime cuando se trata de pequeños de educación exquisita y modales intachables, con los ojos llenos de fe y que veces te miran de forma tan espe-cial. Sí, la verdad, me crezco y casi me lo creo y todo… Esas sonrisas borran cualquier mal momento del día, de la semana y hasta del mes. Insisto, yo sólo recibo.

No negaré que a veces hay momentos duros, pero ahí es cuan-do intervienen mis compañeras y yo sigo aprendiendo y asom-brándome… Y encima alguna dice que no vale para esto… Pues si ella no vale… ¿Qué hago yo? : recibir, ya lo he dicho.

Sólo puedo añadir que animo a cualquiera que lo desee a probar la experiencia. Porque dudo que recibir le disguste, de verdad.

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Preguntas:1. ¿Qué te ha suscitado el testimonio de esta voluntaria de

Cáritas?

2. ¿Has tenido alguna experiencia de voluntariado y servicio a los demás? ¿Qué significó para ti la experiencia?

3. Si no has tenido nunca esta experiencia, ¿Lo has pensado alguna vez? ¿Qué inquietudes o temores tendrías?

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ABRE TU CORAZÓNTESTIMONIO II

¿Sabías que en la República Democrática del Congo, en el centro de África, las mujeres se ven discriminadas tanto por las leyes, como por las tradiciones culturales, y son más vulnera-bles a la pobreza? Te invitamos a que abras tu corazón a Anny, una chica congoleña que nos cuenta su vida.

«Me llamo Anny y tengo 19 años. Aunque pueda parecer extra-ño en el país donde vivo, todavía no estoy casada y tampoco tengo hijos. Yo me quiero casar, claro que sí, pero con un hom-bre que me quiera y al que yo también quiera. Pero antes de que eso llegue, con mi amiga Silvie, quiero poner un negocio de costura en Kananga, mi ciudad, la ciudad de mis padres.

Hace unos años, cuando empecé a asistir al taller de costura de las Hermanas de la Caridad de Jesús María, no imaginaba que iba a ser capaz de montar un negocio por mi cuenta, por-que mi barrio es muy pobre y hay pocas oportunidades.

¡Ojala muchas de mis amigas hubieran tenido esta oportuni-dad! Algunas de ellas, ya tienen que hacerse cargo de una familia y no han podido estudiar.

Además de costura, las hermanas nos enseñaron más cosas, nos enseñaron lo más importante: que podemos ser amadas y respetadas incondicionalmente, que nuestra vida tiene va-lor, y podemos construirla, desde la libertad, pasito a pasito, contando con la ayuda de los que Dios ha puesto en nuestro camino.

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Como mi madre, la persona de la que más apoyo he recibido. Ella me compró la máquina de coser y a ella le debo la ilusión que tengo ahora mismo. Seguro que no la defraudo».

Anny nos cuenta cómo ha cambiado su vida gracias a lo que aprendió en un taller, el taller puesto en marcha por las her-manas de la Caridad de Jesús María en Kananga, apoyado económicamente por Manos Unidas. Un taller que “heredaron” de otra congregación y que lleva un cuarto de siglo apoyando a miles de jóvenes, para ofrecerles una formación que les per-mita tener un futuro mejor.

Preguntas:1. Al conocer la vida de Anny, ¿qué sentimientos surgen en tu

corazón? (Indiferencia, sorpresa, temor, decepción, com-pasión…)

2. ¿Cómo crees que reaccionaría Jesús ante esta situación? (Buscar Evangelio Ad Hoc)

3. Cómo está respondiendo la Iglesia en esta, o en otras si-tuaciones, en las que las personas sufren las consecuen-cias de un desarrollo desigual.

4. ¿En qué medida te sientes llamado de la misión de la Iglesia en los lugares donde hay personas que sufren la pobreza y la desigualdad?

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Anexos fotográficos

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