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Alumno: Nicolás Rodríguez Ugarte Segregación del Pueblo Mapuche: Entre un país con ánimo nacionalista y un pueblo que busca recuperar su identidad La historia del pueblo mapuche ha estado marcada por la resistencia a la intervención cultural y territorial llevada a cabo inicialmente por el imperio Inca, luego por el colonizador español y finalmente por el Estado chileno. Resistencia que tuvo su punto más álgido durante la conquista, en la cual el Pueblo Mapuche fue el único grupo indígena que en términos culturales no cediera ante el hambre arrasador del español, no obstante, resulta significativo que del violento encuentro entre ambos surgiera la controvertida figura del “criollo” (hijos de españoles nacidos en América), quienes terminarían por forjar una identidad nueva dando paso al surgimiento de las naciones latinoamericanas. Precisamente, el conflicto surge desde aquel momento, ya que con el nacimiento de los nuevos estados no se consideró al factor indigenista como una arista “necesaria” para forjar naciones, terminando más bien por adoptar modelos europeos de sociedad. Desde entonces, las posibilidades de los pueblos indígenas aparecen como un eterno dilema entre la inminente integración a una sociedad modernizada o la preservación de su cultura en los límites entre lo urbano y lo rural. En efecto, el mapuche ha debido defender su identidad en un mundo que con su ciega fe en el progreso, es menospreciado, se le silencia y se le aísla simbólica e incluso espacialmente. Desde la mirada actual, se reconoce el Pueblo Mapuche como el pueblo que aun en la adversidad no se doblegó ante el colonizador, pero

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Alumno: Nicolás Rodríguez Ugarte

Segregación del Pueblo Mapuche:

Entre un país con ánimo nacionalista y un pueblo que busca recuperar su identidad

La historia del pueblo mapuche ha estado marcada por la resistencia a la intervención cultural y

territorial llevada a cabo inicialmente por el imperio Inca, luego por el colonizador español y finalmente

por el Estado chileno. Resistencia que tuvo su punto más álgido durante la conquista, en la cual el

Pueblo Mapuche fue el único grupo indígena que en términos culturales no cediera ante el hambre

arrasador del español, no obstante, resulta significativo que del violento encuentro entre ambos

surgiera la controvertida figura del “criollo” (hijos de españoles nacidos en América), quienes

terminarían por forjar una identidad nueva dando paso al surgimiento de las naciones

latinoamericanas.

Precisamente, el conflicto surge desde aquel momento, ya que con el nacimiento de los nuevos

estados no se consideró al factor indigenista como una arista “necesaria” para forjar naciones,

terminando más bien por adoptar modelos europeos de sociedad. Desde entonces, las posibilidades

de los pueblos indígenas aparecen como un eterno dilema entre la inminente integración a una

sociedad modernizada o la preservación de su cultura en los límites entre lo urbano y lo rural. En

efecto, el mapuche ha debido defender su identidad en un mundo que con su ciega fe en el progreso,

es menospreciado, se le silencia y se le aísla simbólica e incluso espacialmente.

Desde la mirada actual, se reconoce el Pueblo Mapuche como el pueblo que aun en la adversidad no

se doblegó ante el colonizador, pero paradójicamente, es a la vez despojado de su territorio ancestral

y discriminado social y económicamente. Y en este mismo contexto, se ha comenzado a generar el

renacimiento del concepto de Nación Mapuche, un fenómeno político que cuestiona la soberanía del

Estado de Chile, agregando un elemento de suspicacia sobre la reafirmación de la identidad nacional

en base a métodos violentos y la creación de símbolos patrios, como ha sido tradicional en la historia

de los países latinoamericanos. Hoy, la violencia de Estado está presente en la región de la

Araucanía, pese a no configurarse un escenario de guerra, por diversos motivos, se trata de un

antagonismo declarado entre un pueblo que busca preservar su cultura y su forma de vida y, un

Estado que busca, por una parte, refirmar su autoridad “ordenadora” de una nación, y por otra,

alcanzar una integración “políticamente correcta”, aunque con serias contradicciones y no menos

dificultades y carencias culturales que hacen que la paz real sea, hasta el momento, una meta difícil

de alcanzar. En estas nuevas condiciones, el pueblo mapuche ha sobrevivido durante el siglo XX y

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XXI inmerso en las ciudades, al igual que el resto de la antigua población rural del país, formando

parte de los cordones periféricos urbanos, integrándose a la clase popular, siendo discriminado por su

etnicidad en la sociedad chilena.

Por lo anterior, el conflicto del Pueblo Mapuche surge a partir de la búsqueda frenética del

Estado de un Chile unificado que no se entiende sino a través de la homogenización cultural, sin

duda, una mala interpretación y desviación del concepto. En este punto, cabe recordar que Chile al

igual que los demás países americanos vivió un proceso sumamente especial, el de la

independencia, la búsqueda de una identidad propia diferente de la del conquistador, la cual se

materializaría a través de un país unificado con una identidad fuerte, impermeable ante las amenazas

externas, no obstante, es allí donde se pasó por alto algo fundamental, el territorio americano ya se

encontraba poblado, ya existía un pueblo, una cultura antes de que este proceso de independencia

se desarrollara, en este caso puntual el Pueblo Mapuche. Por lo que una vez finalizado el conflicto de

la eliminación de la amenaza conquistadora, se da pie al proceso de creación de una identidad

propia, y es aquí donde reside el núcleo del conflicto, esto es, ¿qué hacemos con el pueblo

mapuche?, ¿son chilenos?, al parecer la respuesta que les parecía más evidente a nuestro primeros

gobernantes fue que, todas las personas nacidas en Chile son chilenos, respuesta con la cual

inmediatamente se aplasta la cultura mapuche, se desconoce la existencia de etnia y pueblos

diferentes a la nación chilena.

Al hacer esta declaración proveniente de discursos con ánimo y proyecciones nacionalistas, propia de

los pueblos latinoamericanos desde los primeros años de vida independiente, se realiza

prácticamente una declaración de “no reconocimiento” a otras culturas diferentes a la chilena. A esto

se le suma que, durante la expulsión de los conquistadores españoles, en Chile se realizó un trabajo

de distribución y reconocimiento territorial, el cual estuvo profundamente marcado por la

“expropiación”, indudablemente, un eufemismo si se considera lo que realmente sucedió, a saber,

que la compra de tierras por parte de los terratenientes chilenos respaldados por la joven e inexperta

administración chilena, estuvo por decirlo en palabras simples, viciada, dado que los latifundistas

aprovechándose de la ignorancia y vasta necesidad de los comuneros Mapuches hizo que éstos

pagaran sumas irrisoria e injustas. Ahora bien, los Mapuches al vender sus tierras bajo estas

condiciones, no solo se quedan sin una extensión de suelo que les permitiría asentarse, sino que al

otorgarle a la tierra una connotación especial, como se verá a continuación, quedan en un estado de

alienación absoluta. Así pues, los mapuches tenían una íntima y sagrada conexión con la tierra, un

vínculo hierático sumamente profundo con la Ñuke mapu ('Madre tierra' en mapudungún), siendo

considerada como la representación del “mundo mapuche” en la cosmografía y la interacción del

pueblo mapuche en él, dentro de las creencias religiosas mapuches, y a través de los Ngen (espíritus

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de la Naturaleza), y junto con el Chaw Antü ('Padre Sol'), la tierra es entonces fuente constante de

vida para el Pueblo Mapuche.

El desenlace de dicho conflicto histórico entre el Pueblo Mapuche y el Estado chileno converge en un

quiebre irreparable y de dimensiones abismales en tanto, por una parte, al pueblo mapuche se les

desconocía y rechazaba su identidad cultural y por otro, estaban siendo despojados de sus tierras,

cuestión como ya mencionábamos anteriormente, representaba una conexión sagrada con su sentido

de existencia. Es por este motivo que el Pueblo Mapuche se empodera y resiste, mas al verse

imposibilitados de hacerlo mediante los tradicionales mecanismos dispuestos por el Estado al ser

censurados y agredidos por éste, no ven otra alternativa que recurrir a modos menos ortodoxos que

paulatinamente adquirieron tildes violentos, sírvase de ejemplo la quema de casas en tierras que

antes eran mapuches. Esto inmediatamente despertó el interés y preocupación pública debido a la

connotación violenta y dañina de los actos, y también de los medios de comunicación que

curiosamente, constituyen las familias más adineradas del país, esto es, la familia de los latifundistas

que se habían hecho dueñas de las tierras que antes pertenecían a los Mapuches. Desde ese sector,

se ha venido promoviendo una opinión profundamente anti-mapuche, y con esto se genera una

profunda discriminación y denigración de la cultura indígena, aumentando aún más la segregación de

este pueblo y la indefensión de este para la recuperación de su identidad.

Este conflicto ha perdurado hasta la actualidad, sin que muestre aires de sosiego o culminación, por

el contrario la violencia se ha incrementado, lo que ha tenido dramáticas consecuencias, como por

ejemplo y solo por nombrar algunas, la militarización de la Región de la Araucanía, la aplicación de la

Ley Antiterroristas, la quema de casas y muerte de sus ocupantes y los continuos enfrentamientos

entre las fuerzas armadas y comuneros Mapuches.

Pero no todo sigue con el mismo aire de segregación y violencia, por una parte la población chilena

ha comenzado a informarse sobre este conflicto y a generar un cambio con ánimos de integración

cultural y con la intención de reconocer la cultura Mapuche, por otro lado el gobierno de Chile ha

reconocido la cultura e identidad del Pueblo Mapuche como grupo originario, otorgándole protección y

ayuda. No obstante, aún queda un largo camino por recorrer, dado que, si bien se ha tratado de

promover políticas gubernamentales con el objeto de mejorar la integración de la cultura Mapuche,

esto no significa un avance real, como plantea Giménes (2003) “existe la necesidad de distinguir

entre la realidad social y política de las relaciones de hecho y las concepciones ideológicas y

propuestas axiológicas o éticas de cómo deberían ser las cosas” (p. 9), desde ahí se esperaría que

dichas políticas gubernamentales apunten a terminar con los prejuicios sociales. De lo contrario,

estaremos nuevamente ante un escenario de “igualdad y no discriminación ante la ley” y de

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“desigualdad y segregación de facto”, por lo tanto, la voluntad política debe ser real o y no estar

motivada por intereses relacionados con la imagen internacional del país.

Por último, haciéndonos eco de las palabras de Giménes (2003) “el núcleo de la novedad

interculturalista se halla en propender algo sustantivo sobre el deber ser de las relaciones

interétnicas, más allá de que deben ser relaciones no discriminatorias entre iguales y basadas en el

respeto y la tolerancia” (p.13), no queda más por decir que el desafío que nos suscita la segregación

del Pueblo Mapuche es abismal, planteándonos profundos cuestionamientos que van desde lo

valórico hasta lo estructural, siendo la sociedad en su conjunto quien debe establecer un puente entre

un país con ánimo nacionalista y un pueblo que busca recuperar y legitimar su identidad.