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Segunda parte: sistemas críticos

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El método crítico de Antonio Cornejo Polar es analítico-explica-tivo-referencial. Lo analítico tiene que ver con la estructura tex-tual, es decir con las formas de una materia que nunca descuida,y a la que siempre atiende, aun con rápidas pero penetrantes in-cisiones; lo referencial, con el contexto de realidad, esto es, la si-tuación histórico-social, que en su modelo crítico no es una enti-dad pasiva sino parte activa y sustancial del proceso de produc-ción textual; y lo explicativo, con la relación significativa y fun-cional entre texto y realidad, en que interesa destacar cómo laobra literaria debidamente interrogada, más allá de sus proyec-tos explícitos, contribuye a desarrollar fines que trascienden lamera contemplación estética. En este sentido la crítica de Corne-jo Polar es —en conceptos que buscaron envilecer vanamente al-gunas corrientes críticas de efímera actuación— trascendente ycomprometida. En lo que sigue me propongo aclarar y justificarhasta donde me sea posible esta caracterización sumaria.

Alejandro Losada solía decir, durante sus años de docenciaen San Marcos, a mediados de los setentas, que consideraba aAntonio Cornejo Polar como uno de los pocos críticos peruanosde proyección continental. Creía difícil, sin embargo, que pu-

—IV—Aproximación al método crítico

de Antonio Cornejo Polar*

[83]

* Se publicó en Tomás G. ESCAJADILLO (ed.), Perfil y entraña de Antonio CornejoPolar. Homenaje del Departamento de Literatura de la Universidad Nacionalde San Marcos. Lima: Amaru Editores, 1998, pp. 13-24.

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diera formar una escuela, pues no hacía visible un método críti-co estable, dúctil a la formalización. La verdad es que CornejoPolar ya era entonces uno de los críticos latinoamericanos mássistemáticos y lúcidos de ese tiempo, de una coherencia meto-dológica y un rigor científico que sus trabajos posteriores y el tiem-po transcurrido se han encargado de evidenciar. El gran críticobrasileño Antonio Cándido fue de los primeros en percibir esacoherencia. En una de sus memorables visitas a San Marcos, en1976, dijo públicamente que veía en Cornejo Polar la conjunciónfructífera de una rigurosa metodología de análisis textual con unafuerte concepción interactiva de las relaciones entre literatura ysociedad. En efecto, una metodología analítico-explicativa, queparte de una consistente teoría de base, como veremos más ade-lante, se vincula en la práctica crítica de Cornejo Polar, desde susensayos tempranos, a los contextos histórico-sociales, no sólo den-tro de la simple referencialidad, o la productividad textual en queabundarían luego críticos marxistas como F. Vernier (1972), T.Eagleton (1976), o R. Williams (1977), sino también dentro de uncompromiso ideológico que nuestro autor refiere a Mariátegui,antes que a J.-P. Sartre. En una entrevista de 1986 responde An-tonio Cornejo Polar que la crítica de la que él forma parte es «tanrigurosa como la crítica formalista [y] se ha impuesto la necesi-dad de correlacionar la serie literaria con la serie social [...] im-plica una toma de posición ideológica y por consiguiente estácomprometida con la lucha general de nuestros pueblos por suliberación.» (CALDERÓN 1986). No he encontrado una cifra másapretada y lúcida de la línea que él representa. A partir de ellahe organizado las páginas que siguen, en que destaco algunosde los rasgos fundamentales del método crítico de nuestro autor:el rigor de su metodología analítico-explicativa, su idea transtex-tual del texto literario (el nombre es mío, la noción es de él), sunecesidad de creación de categorías de estudio (como la hetero-geneidad) y sus nociones de historia y cultura articuladas desdela crítica.

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El procedimiento analítico-explicativo

El trabajo crítico de Cornejo Polar siempre le ha prestado especialatención al lenguaje, a la escritura, a la composición textual. Noen vano nuestro autor se inició como profesor de análisis de tex-tos. Llega a esta profesión tras una sólida formación teórica espe-cialmente orientada a la interpretación literaria. Su tesis doctoralinédita, Estudios sobre el habla poética (1960) y su casi descono-cido Curso de introducción a la literatura, publicado en ediciónmimeografiada (c. 1966), revelan un conocimiento exhaustivo delas corrientes de su tiempo, en especial de las aproximaciones lin-güística y estilística a la literatura. En las páginas de esos trabajosaparecen armoniosamente integrados —en una exposición sinfisuras— los modelos lingüísticos y textuales de, entre otros,Saussure, Coseriu, Kayser, Vossler, Spitzer, Wellek y Warren, y losAlonsos. No hablo de un «collage» conceptual sino de una reor-ganización del campo con dirección bien definida, consistente endotar de fundamentación teórica a una práctica interpretativaque se había probado eficiente como simple metodología crítica(no como una disciplina científica): lo que en francés se llamó«l’explication des textes». Es decir, su proyecto consistió en con-vertir un procedimiento de lectura en una ciencia literaria.

Para ilustrar su período formativo quisiera citarlo en uno de susmemorables pasajes de reordenación conceptual y síntesis meto-dológica: está en el Curso... y tiene que ver con el «caos termi-nológico» y la «diversidad increíble de criterios» entonces al usobajo el nombre de interpretación textual. «Ante esta situación —diceCornejo— consideramos conveniente prescindir de toda esta com-pleja problemática y proponer, en cambio, una terminología, una defi-nición y una técnica que, sin pretender ser únicas, nos parecen lasmás aconsejables para los fines que se fija en este curso.»1 A esareformulación disciplinaria la denomina «análisis y explicación detextos», en clara alusión a dos etapas cuya relación expone así:

1 Cito por la segunda edición mimeográfica del Curso de introducción a laliteratura. Arequipa: Librería Trilce, 1970, p. 84. Los subrayados son míos.

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El análisis debe ser siempre [...] un instrumento para alcanzar unameta: la de la comprensión plena de un texto; esto es, su explica-ción. Por supuesto que el análisis, aunque instrumental, tiene que sermuy riguroso. De este rigor depende que la explicación sea acertada.([c. 1966] 1970: 84 ss. —subrayado de Cornejo Polar.)

Un ejemplo temprano de la aptitud de este modelo analítico-explicativo lo tenemos en su ensayo sobre Los perros hambrientos(1968).2 Ahí el análisis del lenguaje narrativo lo lleva al conoci-miento de la «no pertenencia del narrador al mundo representa-do» y, luego, a una explicación que será un primer esbozo de sucategoría de la heterogeneidad: el relato estudiado (más bien la re-lación narrador-lector) se proyecta sobre una realidad ajena, demodo que «[e]l narrador resulta ser así una especie de intérprete yde testigo del mundo cordillerano [...] Y comprendemos cómo loque pudo ser un vicio estructural se convierte en la clave de la con-figuración de Los perros hambrientos» (CORNEJO 1989b: 104-105).

En un caso reciente, el mismo modelo básico profundiza en ellenguaje de un fragmento de los Comentarios reales (aquél de la pie-dra con incrustaciones de oro) para luego explicar el conjunto como«una metáfora soterrada del fracaso de ese deseo de armonía»(CORNEJO 1994b: 97). Garcilaso, sostiene nuestro autor, habría com-prendido que en el fondo era inútil su esfuerzo de armonizar me-diante la escritura los mundos quechua y criollo.

Entre ambos ejemplos media un cuarto de siglo. No pocas teo-rías y modelos críticos se han sucedido en todos esos años: lafenomenología crítica (que él enseñara en San Marcos a partir delos modelos de F. Martínez Bonati y A. Escobar), los estructu-ralismos, la semiótica literaria (que él rechazara en sus versionesabstrusas y autocomplacientes), la sociología literaria, la socio-crítica, las teorías de la recepción, la crítica postmoderna, etc. Atodas Cornejo Polar les ha prestado la atención que se merecen.Es decir, sin descuidar su trabajo, ha sabido encontrar el meollode cada corriente y retener para su práctica lo que ha juzgado útil

2 «La estructura del acontecimiento de Los perros hambrientos». En CORNEJO

1989b: 99-119.

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y duradero. La polifonía de Mijaíl Bajtín, por ejemplo, le asiste cadavez que el discurso narrativo o poético entreteje las voces disonan-tes de la fragmentada realidad de América Latina.3

Alcances de la explicación

El modelo crítico de Antonio Cornejo Polar no se contenta con unaexplicación meramente textualista, es decir, ceñida al ámbito tex-tual. Casi desde sus inicios requiere de una extensión hacia losllamados contextos de realidad: la cultura, la tradición, la histo-ria, la sociedad. Para Cornejo Polar el texto no es una mónada ais-lada en el espacio, sino un elemento de la realidad, que refiere a larealidad, y que depende de ella; es decir, un órgano profusamentetramado con la realidad. Por lo tanto se explica, en última instan-cia, a partir de ella.4 Y lo que es más importante, el texto, comosigno, explica también la realidad y busca superarla. Esta exten-sión feliz de los alcances de la explicación literaria debe su inspi-ración, lo ha señalado él mismo, a la lección de Mariátegui, en es-pecial la contenida en los 7 ensayos. Según el Amauta, la investi-gación literaria sirve más que al mero conocimiento de los textos y

3 Por ejemplo, en su ensayo: «La poesía de Antonio Cisneros: Primera apro-ximación», Revista Iberoamericana, LIII, 140. Pittsburgh, 1987: 615-623.

4 Cuando en un ensayo de 1981 yo escribía acerca del sentido asignado por lacrítica latinoamericana a la explicación textual yo estaba pensandopreferentemente en el trabajo de Antonio Cornejo Polar, pero también en eltrabajo de otros (A. Cándido, A. Rama, C. Rincón, N. Osorio, A. Losada, F.Perus, etc.) que como él entienden que la obra literaria es «un discurso tramadosobre el “discurso” de la historia, forjado a partir de él, constituido como unsigno (“mediatizado” en grado diverso) de la realidad, a la que revierte dealgún modo, aun en el caso de la evasión o la deliberada ausencia decompromiso.» Igualmente pensando de modo preferente en él y su métodocrítico escribí en el mismo lugar que «Podemos afirmar que la actual críticaliteraria latinoamericana ha superado ya la oposición que polarizó los estudiosliterarios a comienzos de los setenta entre un inmanentismo obstinado y unatrascendencia crítica que se ufanaba de ignorar la estructura inmanente de laobra. Ni inmanentista ni trascendente, nuestra crítica prefiere hoy vinculardialécticamente los métodos de ambas corrientes dentro de un método analítico-explicativo que restablece el texto literario al texto de la historia». En BUENO

1991: 19-45. Las citas corresponden a las páginas 34 y 35, respectivamente.

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de la literatura: sirve al conocimiento de la realidad y, por esa vía,contribuye a la superación de su problemática histórica. En las pa-labras del propio Cornejo Polar el magisterio mariateguiano tocantea la literatura y los estudios literarios es visto así:

[Para Mariátegui] la cuestión nacional de nuestra literatura dejade ser un tema exclusivamente académico para adquirir —ade-más— un contenido político: no se trata sólo de conocer la rea-lidad peruana, y dentro de ella la literatura, sino, sobre todo,de transformarla. En este sentido Mariátegui [...] se preocupa fun-damentalmente por rastrear la dinámica histórica de nuestra so-ciedad y por contribuir a su encauzamiento hacia el socialismo.5

Así pues, acoger la lección mariateguiana lleva a Cornejo Po-lar a investigar no sólo los textos, sino también sus contextos;es decir, a investigar la fina urdimbre de relaciones sígnicas,referenciales y de productividad tendidas entre las series literariae histórico-social. Ello le permitirá desarrollar una versión propiay anticipada de la genética textual de L. Goldmann (1971), y de laproductividad textual de P. Macherey (1974) y F. Vernier (1972),pero en inserciones menos abstractas y englobantes, más explíci-tas y dinámicas. Creo que una clara muestra de este procedimien-to lo da el libro La formación de la tradición literaria en el Perú (1989a),en que el autor explica, a partir de las necesidades de los gruposde poder y de las ideologías dominantes, la constitución de dis-tintos proyectos de historia de la literatura peruana, como versio-nes de un pasado y una tradición modificables según los criterioscambiantes de clase, raza y nación.

Lúcido ejemplo de una explicación fundada en la realidad esel estudio «La guerra del fin del mundo: sentido (y sin sentido) dela historia»6 en que Antonio Cornejo Polar demuestra cómo el vir-tuosismo compositivo de la novela de Vargas Llosa no se compa-dece del caos del mundo representado, como es la guerra de

5 «El problema nacional en la literatura peruana». En CORNEJO POLAR 1982: 21.El subrayado es de él.

6 Incluido en Antonio CORNEJO POLAR, La novela peruana. Lima: EditorialHorizonte, 1989b, pp. 231-242.

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Canudos, y aun se erige en antítesis de ese mundo. Y es que esaobra es «resultado de una poética que contrapone la imperfecciónde la realidad a la plenitud del arte» (CORNEJO 1989b: 241). Luegonuestro autor precisará que «[d]istingue a la narrativa de VargasLlosa el hecho que su escepticismo básico no sólo se genera y/oconfirma en el examen de la realidad, sino que se convierte en elprimer término de una vasta oposición entre realidad y literatura. Enotras palabras: la imperfectibilidad de la realidad se enfrenta a laplenitud de la literatura, espacio punto menos que sagrado dondela sustitución de Dios por el hombre es metafóricamente posible».(CORNEJO 1989b: 271 —el subrayado es mío.)

Textualidad/transtextualidad

Hemos sido formados en una fuerte tradición textualista que noshace reverenciar el texto como la materia en sí de la literatura,y entender la obra como el lugar esencial de toda operacióncognoscitiva acerca de la literatura. Surgida en la Antigüedad conel culto a las sagradas escrituras, esta tradición llega a nuestrosdías gracias a ciertos hospedajes intelectuales como el enciclo-pedismo, el positivismo y, más recientemente, los estructuralismosinmanentistas. Así se nos ha impuesto de modo «natural» la ideade que los textos son la literatura, y que, por ello, la experiencia yel conocimiento del sentido profundo de las obras es algo que sedesprende esencialmente de la calidad del contacto con el textoen sí. Aunque a veces contrariada esta noción (por, entre otros sis-temas, el análisis marxista y la sociocrítica), ella ha continuadomuy contenta en su espacio tradicional, de letra o palabrasolidificada, aunque los inteligibles le vinieran «prestados» de otrasseries significativas, como lo social, lo económico o lo histórico.He realizado este recuento para precisar que para Cornejo Polarun texto NO es un sistema autárquico, cuyo sentido fluye de porsí, hacia un lector pasivo que no tiene más que recibirlo, inteligirloy disfrutarlo, sino uno en que lo textual deja de ser una unidadredonda, aislada, de superficie tersa y sellada, para ser pensadamás bien como una red inextricable de relaciones con lo histórico

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y lo cultural. Aquello que se lee, entonces, ya no es lo meramentelingüístico, sino el denso tramado de signos de distintos órdenes,en que lo social, por ejemplo, es parte fichable de la textualidad,como lo demuestra ampliamente su último libro.

Escribir en el aire (1994b), en efecto, se sitúa claramente en elorden de la crítica que busca sustituir esa noción textualista poruna versión ampliada y más justa de la literatura. Ya lo sugiere eltítulo mismo del volumen, construido a partir de un verso deVallejo: el texto no sería el resultado de meras operaciones con lapalabra, sino del «tejido» de la palabra con las múltiples hebrasde la historia y la cultura. Para el autor, entonces, «leer» textos noes agotar los mensajes lingüísticos, sino hacer visibles los senti-dos que producen los textos en sus profundas relaciones con lahistoria y la cultura que les concierne. Por ejemplo, su lectura delas crónicas del encuentro de Atahualpa y Pizarro (cap. I) le ha-cen ver, ante todo, «la escena» de Cajamarca; es decir, el momentohistórico al cual refieren esas crónicas y el sentido y la función delos actores implicados. Sus conclusiones revelan un ritual del po-der: el primer encuentro local de oralidad y escritura, en que lacultura escrituraria —el libro sagrado: Biblia o Breviario— le de-manda a la cultura oral reconocimiento, sumisión y un primer ydefinitivo acatamiento. Será una cifra, sugiere el autor, de las rela-ciones que caracterizan a los principales actores del mundoandino desde hace 500 años.

De la crítica a la teoría: las heterogeneidades

Como hemos visto, la categoría de la heterogeneidad comienza aser diseñada por Antonio Cornejo Polar en etapas tempranas desu ejercicio crítico, cuando tiene que enfrentar problemas de len-guaje que refieren a dos mundos forzados a existir en un mismoespacio discursivo: el del narrador y el de los personajes de Losperros hambrientos. Desde entonces no ha dejado de trabajar conesa categoría, a la que ha ido enriqueciendo por necesidades críti-cas y también, como veremos, teóricas.

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En 1980, cuando publica el libro que resume varios años deinvestigación sobre la literatura indigenista, Literatura y sociedaden el Perú, tiene clara la condición «esencial e inevitablementeheterogénea» del indigenismo, que radica en la diferencia entre elmundo indígena representado y el lenguaje que lo representa, y«en la conciencia especialmente aguda de esa diferenciación» (COR-NEJO 1980: 20, 25). Ya para 1982 la reflexión crítica de Cornejo Po-lar ha cristalizado en un pensamiento de nítidos alcances teóri-cos. Ese año publica su volumen Sobre literatura y crítica… en quesus comprobaciones de base sobre el indigenismo pasan a ilus-trar otros sistemas literarios que confrontan una problemática si-milar. Entonces habla de «literaturas heterogéneas» para referirsea las crónicas, la poesía de la independencia, la gauchesca, la poe-sía negrista, etc. Es decir, para referirse a todo discurso literariode «doble estatuto socio-cultural», que circula en una cultura perorefiere a otra, a la que trata de revelar y comprender.

En otro lugar me he extendido sobre la calidad descriptiva deeste concepto de heterogeneidad y de otros que se le relacionan(BUENO 1996: 21-36). Aquí quiero solamente destacar cuatro pun-tos: 1) que son las necesidades analítico-explicativas de CornejoPolar, vinculadas a la índole específica de su corpus de trabajo, lasque le llevan a generar sus propios conceptos teóricos; 2) que es laintensa habilidad hermenéutica de esos conceptos la que lo mue-ve a considerar su aplicación a otros sistemas literarios; 3) que lacategoría de la heterogeneidad le permite entonces vislumbrar uncampo bastante heterogéneo y conflictivo de literaturas latinoame-ricanas (muchas de ellas, según se ha dicho, internamente hetero-géneas) como una imagen conspicua de la fragmentada realidadde América Latina, a la que el propio autor se ha referido variasveces en los términos de «heterogeneidad y totalidad conflictivas»;y 4) que las últimas reflexiones de Cornejo Polar continúan extre-mando los alcances interpretativos de su concepto mayor, hastaproponer —en su último libro— la categoría del sujeto heterogé-neo, para referir a individuos y sujetos sociales que de algún modoasumen más de un componente de lo nacional. Este último sería

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el caso del Inca Garcilaso (mestizo, pero indio en España y blancoen el Perú). O el caso de los indigenistas beligerantes del Cuzco,L. E. Valcárcel y U. García (afines a lo indio, pero irremediable-mente mestizos). O de los sujetos de enunciación que se acumu-lan históricamente en los poemas quechuas llamados «wankas»,o en los rituales de la muerte de Atahualpa, y que viven telescó-picamente los tiempos que vienen desde la escena de Cajamarcahasta el presente: por eso pueden hacer morir «fusilado» al Inca,o tenerlo preso aun de los «chilenos», o mantenerlo todavía convida. O, finalmente, el caso de los sujetos contradictorios de la ora-toria independentista, como la proclama de San Martín que sos-tiene que el Perú nace a la vida independiente «por la voluntadgeneral de los pueblos», es decir por un orden público desacra-lizado, pero en el fondo bajo la tutela aún del orden que buscacancelar y que argumenta un origen divino del poder: «y la justi-cia de su causa que Dios defiende».

Crítica, historia y cultura

Algo que caracteriza a los dos últimos libros de Antonio CornejoPolar, La formación... y Escribir..., es un proyecto hermenéutico don-de no sólo cuentan los textos literarios, sino, a la vez, los procesoshistórico-culturales que se les asocian, y aun los textos que reflexio-nan sobre esos procesos. En este sentido, podríamos decir que sutrabajo ha evolucionado hacia una crítica cultural de fuerte conte-nido sociohistórico. Y es que, aunque parezca coincidir con los es-tudios culturales en boga, en eso de leer procesos culturales comosi fueran textos, su trabajo se distingue por la base mariateguianade su explicación, que como ya hemos visto, le hace considerar encualquier caso algo mayor que el mero tejido cultural: el horizontede realidad, su problemática histórica, y a la larga (y siempre) unafunción social del trabajo crítico.

Así, cuando en Escribir... investiga la etapa de modernizaciónde América Latina inaugurada por las vanguardias (capítulo III),Cornejo Polar encuentra a un nuevo sujeto de producción culturalque percibe el lenguaje modernista como ajeno, por elitista y re-

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buscado, y que opta por inmersiones en el lenguaje común («comoun pan/ que en la puerta del horno se nos quema»), pero que igual-mente cuestiona la retórica vanguardista en su trato con los as-pectos de representación y autenticidad. En este último sentido ob-serva que la modernidad era vista, por autores como Mariátegui oVallejo, como una cáscara nada compatible con un mundo fran-camente premoderno, carente de una auténtica modernidad social;por lo que han de apelar entonces a la fuerza de la historia, lo queen Vallejo significa figurar referentes «primitivos» con un lengua-je de materialidad fuerte, que exige una expresión contemporánea.

Poco después, en el mismo libro, Cornejo Polar opone la escri-tura narrativa de Pablo Palacio a la de Jorge Icaza, para destacaruna estética de la imaginación (Palacio) que permite encontrar elsentido de la realidad que se le escapa a la mera presentación rea-lista (Icaza). Observa que ambas propuestas tienen en común unsimilar esfuerzo «homogeneizador», a base de representar no elhabla prestigiada de las mesocracias (como quería R. Palma), sinola popular y mayoritaria, del componente indígena y de las clasesbajas; pero que ambas fallan en su intención armonizadora, por-que prefiguran una recepción que no está en condiciones de leerlos textos que la representan.

En ambos casos se ve claro que el proceso analítico-explicati-vo le sirve ahora a Cornejo Polar para leer no sólo enunciados tex-tuales, sino ciertos procesos cruciales a las culturas y las socieda-des latinoamericanas, como son los que rodean a los conceptos denación, identidad y modernidad. Así revela por qué fracasan losproyectos que venían promoviendo a estos conceptos: por evapo-rar lo diverso y homogeneizar la realidad mediante un lenguajeque no se cree ni a sí mismo. Ve que la propuesta de Palma (cap.II), por ejemplo, basada en una supuesta lengua nacional y unatradición histórica desproblematizada, falla porque no puede bo-rrar una jerarquía de valores impuesta por el poder, en que elquechua tiene que ceder ante el español hablado, éste ante la es-critura, y ella, finalmente, ante la autoridad de la Real AcademiaEspañola de la Lengua. No queda sino una imagen zurcida de lonacional que, en el fondo, cada vez convence menos.

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Conclusión tentativa

La coherencia crítica de Cornejo Polar va, por supuesto, más alláde lo que esta apretada síntesis puede contener. De haber tenidoel tiempo y el espacio necesarios habríamos hablado, por ejemplo,de la calidad de su estilo expresivo: una lengua armoniosa quecon pulso sostenido y terso comunica sustanciosamente, sin des-perdicios, sin fatigas, sin pedirle al lector una parada de asimila-ción o un retorno a conceptos anteriores. Una lengua, en suma,que da gusto leer, a veces sólo para dejarse llevar por el ritmo fas-cinante de las ideas, o por la naturalidad con que ellas se organi-zan para desarrollar su efecto persuasivo.

Pero me doy por bien servido si he podido, al menos, demos-trar que detrás de ese armonioso flujo de ideas hay un rigurososistema intelectual, cuya consistente base teórica ensancha y re-ajusta el autor según los avances del campo y según sus necesi-dades críticas. Necesidades que le llevan a producir las nuevascategorías de estudio requeridas por las particularidades del cor-pus que investiga. Nuevas categorías que reclaman su opera-tividad en otros sistemas discursivos y que, al mismo tiempo, exi-gen su complementación con nociones correlativas (una heteroge-neidad discursiva lleva a una heterogeneidad de mundo, que lle-va a una heterogeneidad del sujeto representado —el migrante delmundo andino, por ejemplo— y del sujeto de la representación,que finalmente nos devuelven, tras un recorrido enriquecedor, ¡ala heterogeneidad inicial!). Nociones que necesariamente ensan-chan los contenidos del texto y de la producción textual, para ren-dir una información no meramente textualista y estetizante de laliteratura, sino una lectura sociocultural de nuestros textos y delos procesos histórico-sociales con que se correlacionan. Creo quepocas veces se ha dado en América Latina el caso de un estudiosode la literatura, como el de Antonio Cornejo Polar, que desde lostextos, sin descuidarlos ni tomarlos como mero pretexto, lee a lavez, lúcidamente, los avatares de nuestra América.

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Es obvio que el último trabajo de Antonio Cornejo Polar, «Mesti-zaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. Apuntes», constituyeante todo una autocrítica y, por esta vía, un llamado a sortear losproblemas que acosaban al autor, y las inconveniencias en que in-currió o creyó incurrir. Dictado desde su lecho de enfermo termi-nal, para ser leído en el congreso de LASA en Guadalajara (abrilde 1997), es un texto descarnado, escrito con premura y, por ello,desprovisto de las riquezas de estilo de otros trabajos suyos, peroes elocuente, creo que correcto en todos sus puntos y honesto. Alproducirlo hacía, en cierto modo, una evaluación de su caso comointelectual, y de casos similares al suyo, en el minuto en que lasacciones se le habían vuelto definitivamente irreversibles. Dos as-pectos del latinoamericanismo le preocupan sobremanera: el ma-reante embrujo de las metáforas que, a modo de categorías des-criptivas, intentan dar cuenta de nuestra cultura y literatura, y elpredominio de la lengua inglesa en el latinoamericanismo de lahora.

En el primer caso, el autor encuentra que esas metáforas o no-ciones prestadas de otros ámbitos de realidad y conocimiento (mes-tizaje, hibridez, «ajiaco») son «tan conflictivas» como las categorías

—V—Llamado al latinoamericanismo autóctono.

El sentido del texto de Guadalajarade Antonio Cornejo Polar*

* Publicado en Friedhelm SCHMIDT-WELLE (ed.), Antonio Cornejo Polar y losestudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de LiteraturaIberoamericana-Berlin: Ibero-Amerikanisches Institut, (Serie Críticas), 2002,pp. 301-305.

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surgidas del ejercicio crítico propio, e inserta aquí sin reticencias sucategoría de literatura heterogénea, junto a las de literatura alterna-tiva y literatura diglósica (CORNEJO 1997: 342). Véase bien que inclu-ye en el lugar del conflicto la categoría mayor de su trayectoria inte-lectual, la que es crucial a todo un sistema de pensamiento en queconceptos laterales o complementarios, como heterogeneidad (en sí,o real, o cultural), sujeto heterogéneo y sujeto migrante, comienzana tener sentido y utilidad. ¿Por qué, a la hora penúltima, ensayaesta sinceridad que parecería mellar su trayectoria? «[P]orque nin-guna de las categorías mencionadas resuelve la totalidad de laproblemática que suscita y todas ellas se instalan en el espacioepistemológico que —inevitablemente— es distante y distinto» (342—los énfasis son míos.). Hay allí una insatisfacción de fondo quelo lleva a requerir, implícitamente, categorías menos laxas, concep-tos más precisos y potentes, nociones más rendidoras, que cumplanlo que prometen. Sabe que no tiene tiempo para una nueva búsque-da y deja señalada la tarea para los estudiosos que siguen. ¿Cómolo hace? Como una señal de alarma, una prevención o un aviso. Noen vano usa el verbo «alertar» en la primera línea de su trabajo, su-mándose a lo que acababa de hacer su colega y amigo: «No hacemucho Fernández Retamar alertó contra los peligros implícitos enla utilización de categorías provenientes de otros ámbitos a los cam-pos culturales y literarios» (341 —mi énfasis).

Como estudioso, como teórico, él sabía bien que ninguna cate-goría resuelve todo el problema que suscita (ni siquiera el que con-cita). Sabía que hay una distancia de base entre la palabra y lacosa que convoca. Y que todo concepto acarrea y añade proble-mas nuevos (los teóricos de la información dirían «ruido») al asun-to que parcialmente resuelve. Había trabajado con el mestizaje yvio, por ejemplo, que el concepto soluciona algunas expectativasculturales y buena parte del problema de la identidad latinoame-ricana, pero introduce el fantasma de la homogeneización, queno se compadece mucho de la realidad de América Latina. Enton-ces intenta ahí mismo, sobre el papel, descartar el recurso al prés-tamo y a la imposición conceptual y seguir el ejemplo de catego-rías extraídas de la misma materia investigada y de sus propias

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modulaciones de función y sentido («Tinku, Pachakuti, Wakcha, parael mundo andino» —342), pero declara insatisfactorio el caso por-que, aunque admite la «capacidad hermenéutica» de esas «formasde conciencia», no llega «a observar su rendimiento teórico» (342).Pero ha ganado bastante en el intento: ha logrado convocar a loslatinoamericanistas autóctonos —y a los autoctonizados, claro, es-tirpe entrañable de extranjeros que vienen a trabajar con nosotrosy en nuestras lenguas— que conocen los objetos de estudio desdeadentro, o casi, para que se apresten a formular soluciones desdesus propios arsenales y con verdadera creatividad. Entonces sullamado siembra el deseo del perfeccionamiento conceptual pormedio de la cosecha de insatisfacciones. Es decir, acude al des-contento —de que hablaba Henríquez Ureña— en forma positiva,como promotor de discursos críticos, surgidos desde acá y desdeadentro. Su llamado es a las jóvenes generaciones: hay que crear—como habría dicho Martí, también en estas circunstancias. Noquiere que se tomen las palabras mayores del latinoamericanismoautóctono (transculturación, heterogeneidad, por ejemplo) comoherencia insuperable y fija.

En la segunda parte la autocrítica es más sutil, menos explícita,porque está revestida de otras críticas, y es tal vez —si mis suposi-ciones son correctas— algo más dolorosa. El tema ahí es la lenguacon que, en la actualidad, se escribe mayormente el latinoame-ricanismo: una lengua extranjera, básicamente el inglés, y todo loque va con la lengua, especialmente «la óptica parcial de la culturacuyo idioma se utiliza» (343). Es decir, según el autor, el latinoa-mericanismo ha salido del ámbito que le corresponde y se hace ydiscute en universidades europeas y norteamericanas, donde sereelabora el dato latinoamericano siguiendo las agendas políticas yculturales prevalecientes en esos centros a la hora actual. Lo que lehace escribir en tono admonitorio: «alerto contra el excesivo desni-vel de la producción crítica en inglés que parece —bajo viejos mo-delos industriales— tomar como materia prima la literatura hispa-noamericana y devolverla en artefactos críticos sofisticados» (343).Otra vez aquí su llamado es a los jóvenes latinoamericanistasautóctonos (no veo por qué tendría que cambiar de destinatario de

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una sección a otra de su texto), y su palabra de toque es, otra vez,«alertar» (¿está mal recordarles que su deber primero es escribir enla lengua en que crecieron y se formaron?).

Hay dos cosas a aclarar en esa prevención. Primera, hemos sos-layado los latinoamericanistas nuestras obligaciones: hemos de-jado de hacer lo que nos correspondía (o parte de ello) y hemosdejado a otros hacer las cosas nuestras, en sus propias lenguas ycon sus puntos de vista; y hasta les hemos servido de proveedoresde materia prima. Segunda, muchos de nosotros, subyugados porel encanto del inglés, y ansiosos por situar nuestros discursos enlas corrientes académicas dominantes, hemos declinado nuestrapropia lengua y adoptado lenguas y ópticas extrañas al latinoa-mericanismo. A quienes por razones de fuerza —entre ellas la fal-ta de oportunidades laborales y recursos de investigación— he-mos tenido que desplazarnos hacia el Primer Mundo les pregun-to: ¿nos exigen nuestros empleadores producir en inglés? No des-cuento la conveniencia de darle a conocer al otro, en inglés, nues-tros puntos de vista sobre los asuntos que nos conciernen, peroentonces pregunto ¿no existe entonces la obligación de retornarese punto de vista, o criterio, o novedad, a la fuente que la origina,y en su idioma? Va más con este asunto del latinoamericanismoexpresado en las lenguas del Primer Mundo (mi colega Beatriz Pas-tor ha producido un enjundioso ensayo al respecto —1999), peroeste apartado ha prometido un tema distinto. Pasemos entonces ala autocrítica, a propósito del problema de lenguas, en el texto deGuadalajara.

El asunto va por el lado de las homologías. Su expresión másescueta podría ser ésta: en el latinoamericanismo actual el ingléses a América Latina como el español (o el portugués) es a las zo-nas no occidentalizadas del continente y sus lenguas. Se entiendeque similares grados de poder y subyugación están comprendi-das en ambas series de relaciones. Entonces, sostengo que AntonioCornejo Polar quería, con todo este asunto de la lengua hegemónica,implicar su insatisfacción —y su dolor— por haber trabajado eluniverso andino en una lengua, la española, que a menudo le estotalmente ajena a ese universo; por no haber podido llegar con

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su dato, en los sistemas y medios pertinentes (la oralidad quechuao aymara), a los sujetos de su referencia; por haber tomado, ensuma, la producción discursiva del mundo andino profundo comomateria prima para su discurso crítico. Cierto que tomó muchasprecauciones para sortear esta problemática: trabajó la literaturasituada al filo del choque cultural, el indigenismo, que se expresaen un español flexionado hasta el punto de ser dúctil a las formasde conciencia indígenas; se valió de excelentes traducciones al es-pañol de los textos indígenas que fueron objeto de su investiga-ción; supo, y no descontó nunca este saber, que el español fue y eslengua de poder y avasallamiento, como bien lo recuerda RigobertaMenchú; se puso siempre, intelectual, afectiva y moralmente, dellado de los vencidos; y anheló, entonces, una sociedad múltiple,pero desjerarquizada y armoniosa. Mas su trabajo no tuvo la lle-gada que, en el fondo, supuso: se quedó, celebrado pero cautivo,entre los anaqueles de la cultura criolla y la academia del Perú ymás allá, sin alcanzar al andino masivo. Supo también que ellatinoamericanismo local no se hace en lenguas aborígenes, sinoen lenguas que no siempre se compadecen de las culturas indíge-nas o indomestizas, a las que tratan como meros objetos de refe-rencia, o surtidores de materia cultural «prima», a la que debenañadirle un inteligible y una racionalidad ajenas. Lo supo y lo sin-tió siempre. De ahí que en no pocas ocasiones confesara que sesentía incómodo de tener que trabajar sobre traducciones, y admi-raba a quienes habiendo cruzado fronteras lingüísticas y cultura-les —algunos de ellos profesores europeos, sus amigos— se em-papan de los registros aborígenes y son capaces de interactuar di-rectamente con el andino original. [¿Habría imaginado, emulan-do al maestro Mariátegui, un latinoamericanismo desjerarquizadoy deshegemonizado, en que los indios e indomestizos, esto es, lasculturas alternativas de América Latina, estén en condiciones deproducir su propia información científica, para explicarse a sí mis-mos y explicarles a los otros su situación y sus relaciones con lossectores dominantes?] Otra vez: da para más esta línea de reflexio-nes. Yo la dejo ahí porque supongo, con buenas razones, que estáenrielada la cuestión para que vaya de por sí.

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No quisiera, sin embargo, cerrar mi parte sin remarcar algu-nos de los «llamados» implicados, a mi modo de ver, por el textode Guadalajara: 1. Avanzar el latinoamericanismo hispano, luso,franco, nativo-parlante, sin dejar que lo avasallen culturas domi-nantes, cualquiera que éstas sean. 2. Aprender —los latinoameri-canos de buena fe— lenguas aborígenes y llegar hasta sus usua-rios naturales, en sus propios sistemas y códigos, con la informa-ción que les y nos concierne: es nuestro deber. 3. Promover la for-mación intelectual de los nativo-parlantes, dentro de un proyectocultural más amplio que apunte a reestudiar las políticas de len-gua y cultura en América Latina: es su derecho.

[Hanover, N. H., septiembre de 2000]

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101[101]

Me propongo hacer algunas reflexiones sobre el estado actual delos estudios literarios y culturales en América Latina. La conjun-ción no es casual, porque, como he argumentado en otro lugar,1

hay una fuerte tradición crítica en el «subcontinente» que trabajala relación sustancial entre literatura y cultura2 sin subordinar laprimera a la segunda, ni tomarla como mero pretexto para una in-dagación parasocial. Me propongo argumentar una defensa razo-nada de esta tradición. Es decir, fomentar el cambio, a partir delas solicitaciones críticas y las ofertas conceptuales del momento,sin desnaturalizar una línea que es propia y es original en mu-cho; y recusar la mera imitación pasiva —rendida al culto de loexterior— para favorecer una apropiación selectiva y razonada—sin duda necesaria— del menú crítico que rodea al latinoameri-canismo. Alguien ya ha adelantado el tema bajo la figura de una

—VI—Sobre metáforas y otros recursos

del lenguaje crítico latinoamericano*

* Publicado en James HIGGINS (ed.), Heterogeneidad y literatura en el Perú.Lima: CELACP, 2003, pp. 49-62. Ésta es una versión renovada y ampliadade la ponencia «Cambio de milenio y reconfiguración del imaginario crítico enAmérica Latina», leída en la sesión especial del Instituto Internacional deLiteratura Iberoamericana dentro de la Convención Anual de la ModernLanguage Association (MLA), Washington D. C., 29 de diciembre de 2000.

1 Véase la siguiente sección «Notas sobre los estudios culturales en y sobreAmérica Latina: el proyecto de Antonio Cornejo Polar».

2 Es obvio que la primera, en sus diferentes modalidades, desde lo culto hastalo popular, es parte destacada de la segunda y es, a la vez, su expresión másconspicua.

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transculturación crítica, que a la luz del modelo de Rama propon-dría una negociación de supervivencia conceptual, pero yo que-rría avanzarlo de modo aún más radical a partir de la figura de laantropofagia, que a la luz del pensamiento de Oswald de Andradebuscaría incorporar los imaginarios críticos del otro, sus elemen-tos «nutricios», y hacerlos parte integrante de nuestra reflexión.

Usaré como marco de referencias el último trabajo de Anto-nio Cornejo Polar, «Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metá-foras. Apuntes» (1997), porque ayuda, por un lado, a situar elpanorama crítico latinoamericano y latinoamericanista en estetránsito de milenios, y permite, por otro, impulsar ideas que, a mientender, el autor había dejado embrionarias en esa tan debatidaponencia.

En defensa de las metáforas de cultura

Quiero defender una tradición crítica latinoamericana inclinadaal uso de metáforas y otros préstamos conceptuales, ahora que hasido puesta en debate por Cornejo Polar.

Concuerdo en que esas metáforas producen distorsiones des-criptivas, por convocar lo «distante y distinto», y más cuando selas usa de modo unilateral e interesado; pero enfatizo que, en ge-neral, ellas buscan aproximarse a la realidad con genuina voca-ción ilustrativa. La verdad es que el uso metafórico es inevitableen cualquier práctica descriptiva, porque, como lo insinuabaNietzsche,3 la naturaleza misma del lenguaje —en que las pala-bras están en lugar de las cosas— es metafórica, de modo que todoconcepto, aun el más denotativo, implica un cierto uso figurativo.Bajo esta observación veo que lo que estaba en el ánimo de Corne-jo Polar era alertar contra el error de las metáforas laxas (la delmestizaje en particular) y los posibles contrabandos figurativos delas metáforas y conceptos más ajustados a su objeto, incluso lossurgidos de su propio ámbito de estudio.

3 Tzvetan TODOROV, «Synecdoques». En TODOROV et al. 1979: 3.

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Creo que la pertinencia —cualquiera que ésta sea— y el va-lor descriptivo de esas metáforas no proviene propiamente de suuso aislado (antes dije «unilateral»), sino de su trabajo en con-junto. Por ejemplo, heterogeneidad, transculturación, mestizaje,hibridez y abigarramiento, entre otras, constituyen una suertede familia de nociones, en que cada una recorta a su modo partedel campo literario-cultural, pero se obliga y obliga a las otras arealizar cotejos y reajustes, incluso ciertos desmentidos (el mes-tizaje recusado desde la heterogeneidad sería el caso más nota-ble), intentando perfilar zonas relativamente estables de la expli-cación cultural.

Creo también que el conjunto articula una especie de narrati-va, en que las instancias aclaran el sentido, la función y la perti-nencia de las que las preceden históricamente, y hasta les pro-ponen correcciones. Es el caso esclarecido de la siguiente secuen-cia de metáforas agrícolas alusivas a la autonomía cultural deAmérica Latina: a la noción del transplante cultural de Bello(1848), que supone una planta ajena,4 le sigue la del injerto deMartí (1891), que aunque postula un tronco propio sugiere fru-tos ajenos; a estas metáforas de importación las sustituye unade exportación de productos propios, la del palo-Brasil de O. deAndrade (1924), que, aunque evoca el tradicional papel de expor-tador de materias primas de América Latina, tiene el mérito deelevar a materia de exportación el pensamiento propio. Sin em-bargo, en todas estas metáforas se cuela mucho una visión y unaagenda europeas (planta, brote, fruto que se nos ofrece; papel quese nos ha impuesto), de modo que se hace necesaria una repre-sentación todavía más autonomista. El mismo de Andrade pro-pone entonces la metáfora cultural de la antropofagia ([1928]1981), que por fin le otorga al latinoamericano la condición desujeto actuante de sus propias transformaciones, mientras afir-ma lo local —y la tradición indígena con ello— sin desdeñar lo4 Contenida en la expresión «Su civilización [europea] es una planta exótica que

no ha chupado todavía sus jugos a la tierra [americana] que la sostiene.» (A.BELLO, «Modo de escribir la historia», 1848, después denominado «Autonomíacultural de América», incluido por Carlos RIPOLL c. 1985: 48-54.

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ajeno: lo hace propio, en un proceso profundo de conversiónintegradora. Me doy cuenta de que estas metáforas expresan másuna intención ideológica que una descripción objetiva, pero nodejo de percibir que el deseo se basa en una observación del es-tado de cosas, de lo que se carece y es una necesidad, y de lo quese tiene y se puede aprovechar individual o colectivamente.

Concuerdo, también con quienes argumentarían —y de hecholo hacen en sus particulares sistemas de reflexión— que en la his-toria latinoamericana, especialmente durante la era de fundaciónde las repúblicas, los conceptos y metáforas culturales anidan enla literatura de élite para hacer promociones interesadas, sobretodo de las imágenes de nación de la cultura criolla y burguesa.Al respecto quisiera destacar el caso del todavía joven Andrés Be-llo, quien en la silva «La agricultura de la zona tórrida» ([1826]1985) postula el tema virgiliano del retorno a las labores del cam-po, después de la guerra, como metáfora de reconstrucción de lasnaciones a partir de la ética de la clase terrateniente que había im-pulsado la gesta independentista. Mas debo aclarar que durantelas últimas décadas algunos representantes de las culturas criollay burguesa, y algunos intelectuales no latinoamericanos, se hanempeñado en demostrar precisamente ese uso interesado, y en des-montar la posibilidad de fomentar con su crítica la pervivencia delas hegemonías. Es, pues, cada vez menos interesado el uso de losconceptos y metáforas, y cada vez mayor su grado de pertinencia.Este impulso en la tradición es el que hay que respetar y conti-nuar en el futuro que ya se instala.

Las lenguas del latinoamericanismo

Son todas. Y cualquiera. Toda lengua, en efecto, puede funcio-nar como metalenguaje, es decir como lengua descriptiva de, ennuestro caso, lo literario y lo cultural de América Latina. Claroque por razones de proximidad y pertinencia es obvio que ellatinoamericanismo tiene que expresarse significativamente en laslenguas de su ámbito, y habría que incluir las nativas, que ingre-

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san poco o nada en el discurso académico pese a que sí com-prenden visiones y evaluaciones de la realidad que les atañe.5

La lengua inglesa puede ser y es, de hecho, una de las len-guas del latinoamericanismo.6 Tiene la ventaja de su amplia lle-gada. Su historia imperial le garantiza una recepción más allá delos alcances del español, el portugués o de cualquier lengua ame-rindia. Es una lengua-puente, que nos permite a los latinoameri-canos conocer la problemática elucidada por los subalternistas dela India, por ejemplo, como a ellos la nuestra (se trata en amboscasos de problemas en gran medida similares, producto de una his-toria colonial y de múltiples heterogeneidades y choques cultura-les). El problema está no en la lengua en sí, sino «en el excesivodesnivel» con que ingresa al latinoamericanismo y en las agendasque se trae, como bien lo señala Cornejo Polar. Con los estudiosde área impulsados por los centros hegemónicos, así como con lamigración masiva del intelectual latinoamericano hacia esos cen-tros, se ha cargado excesivamente, en efecto, la producción críticaen lengua inglesa. En este sentido, el llamado de Cornejo Polar,como sostengo en otro lugar,7 no se dirige al latinoamericanistano autóctono —que tiene el derecho de expresarse en sus lenguas—

5 El relato quechua «El sueño del pongo», por ejemplo, trascrito y traducido alespañol por José María Arguedas. En ARGUEDAS 1976: 51-63 (sección encastellano) y 51-64 (sección en quechua).

6 Hay que aceptar que el inglés, dados los hechos, es una lengua importante dellatinoamericanismo. No podemos los latinoamericanos prescindir dellatinoamericanismo expresado en inglés, no sólo para discutir las imágenesinteresadas y distorsionadoras de nuestra realidad que a veces se dan ahí(como el orientalismo desmontado por Said), sino para aprovechar lainformación pertinente y estimable que a menudo contiene. Al respecto quisierarecordar que uno de los libros esenciales del latinoamericanismo, Las corrientesliterarias en la América Hispánica, de Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, se escribió eninglés y se tradujo luego al español. En efecto, su edición en inglés es de 1945:Literary Currents in Hispanic America. Cambridge, Mass.: Harvard UniversityPress: The Charles Eliot Norton Lectures; la traducción al español, de JoaquínDíez-Canedo, data de 1949: México: Fondo de Cultura Económica, BibliotecaAmericana, Serie de literatura moderna, Pensamiento y acción.

7 Véase, en este mismo volumen, el ensayo precedente: «Llamado allatinoamericanismo autóctono. El sentido del texto de Guadalajara de AntonioCornejo Polar».

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sino al nativo. Éste tiene un compromiso con la realidad de ori-gen, para devolverle en lengua propia la elaboración que a ella leatañe. En ese otro lugar me preguntaba si, a quienes por razonesvarias habíamos tenido que desplazarnos hacia el Primer Mundo,nos exigían nuestros empleadores producir en inglés. Contestabaque no; pero luego vi que yo estaba respondiendo desde la pers-pectiva del profesor estable, sin considerar la de los profesores enproceso de tenure. Éstos tienen que acreditar un número suficientede publicaciones, no siempre facilitado por revistas o editorialesen lenguas española o portuguesa, que ciertamente son pocas. És-tos, para ganar la cátedra, tienen que ser muchas veces evaluadospor quienes no hablan español o portugués. Ambos, editoriales yevaluadores no hablantes de las lenguas latinoamericanas, van apreferir, pues, los temas y tratamientos caros a la hegemonía cul-tural a la hora de generar una evaluación positiva. Entonces, nosolamente sí ocurre que los empleadores de la academia norteame-ricana les demandan a nuestros jóvenes profesores una produc-ción en lengua inglesa, sino que indirectamente exigen que los te-mas sean tratados según las agendas vigentes en el mundo anglo-sajón.8 Lo triste del caso es que, fuera de estas exigencias, y de lanecesidad de alcanzar con el dato latinoamericano a quienes nose expresan en lenguas española o portuguesa, algunos colegasnativos —incluso de cátedra estable— cambian de medio expresi-vo por simple y pura fascinación por la lengua inglesa y susembrujos de prestigio y poder, sin preocuparse por devolver suselaboraciones en lengua romance, aunque sea parcialmente, a sucomunidad de origen.

Lo anterior no quiere decir que las lenguas española o portu-guesa estén exentas de lo que yo llamaría la «falacia diglósica»,consistente en introducir irremediablemente grados de imperti-nencia y hasta visiones interesadas en el estudio de mundos otros—como las realidades indígenas— que no se reconocen en las len-

8 Debo no poco de la rotundidad de este punto a una conversación sostenidacon Keith Walker, mi colega en cursos de estudios latinoamericanos y delCaribe.

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guas descriptivas.9 Más aún si esas lenguas —como es el caso delas mayoritarias de América Latina— se traen una historia largade colonialismo y dominación, e imponen, incluso no queriéndo-lo, su óptica cultural y científica propias. Cornejo Polar lo supo,y hasta vislumbró su propio caso discursivo como parte de lashegemonías, de ahí que en su texto final introdujera en lugar des-tacado «la capacidad de autocrítica» que quería recuperar para ellatinoamericanismo. El mejor antídoto contra esa falacia parece serel hecho mismo de reconocerse el emisor del discurso crítico comoparte de las hegemonías, o de las escalas intermedias en un densotramado de subalternidades, saber las trampas que ellas tiendeny, consecuentemente, producir los discursos que las sorteen, has-ta donde sea posible. Es decir, saber el lugar desde el que se ha-bla, las adherencias que trae la lengua descriptiva, las solicitacio-nes del sujeto para quien se escribe, la coyuntura en que se produ-ce el texto crítico… En suma: introducir en el discurso los mecanis-mos necesarios para la desactivación de la hegemonía cultural.

De la globalización, un pelo

A todos nos ha caído encima la globalización: como mercado, comoflujo de información, como intercambio y estandarización de bie-nes culturales. El inglés, como lengua, y la Internet, como medio,son sin duda las expresiones patentes de este estado de cosas. Laglobalización trae el manto negro de una cultura global que opa-ca las culturas locales. Mas hay signos inequívocos de que laglobalización no anula las culturas locales, sino que las hace «via-jar» y las pone, como muestra o ejemplo, en el contexto mundial.Claro que el proceso trae cambios, no pocas transculturaciones di-ría Rama, pero lo esencial permanece reafirmándose y actuando

9 Cornejo Polar hablaba de una «extraña crítica diglósica» para referirse aldesbalance creado por la producción latinoamericanista en lengua extranjera.Mi concepto, «falacia diglósica», añade a ese desbalance la crítica en lenguaespañola o portuguesa que se refiere a realidades indígenas y, sobre todo,pone el énfasis en las distorsiones que toda lengua descriptiva introduce en lacrítica sobre literaturas y culturas que le son ajenas.

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dentro de esa dinámica que García Canclini, siguiendo a otros, lla-ma lo «glocal» (GARCÍA CANCLINI 1995).10

Llevada esa ocurrencia al plano que nos compete, puedo decirque la globalización no significa el fin del latinoamericanismo au-tóctono, por cobertura de las agendas académicas hegemónicas,sino la posibilidad de una puesta de los temas propios en la ven-tana mundial. Significa, entonces, ampliar la discusión, no cegarla;en otras palabras: descentrarla. Creo que los mejores ejemplos deello los dan La revista de crítica cultural, publicada en Santiago deChile desde 1990, y, en otro medio expresivo, la interesante discu-sión que protagonizaron Walter Mignolo y Ricardo Kaliman, a ini-cios de 1997, vía Internet, sobre la episteme del postcolonialismoy los estudios culturales.

Lo que estoy poniendo sobre el tapete es, en cierto modo, elviejo debate entre autonomía e imitación intelectual. En su textofinal, Cornejo Polar insinúa que el latinoamericanismo estaría sien-do abrumado por una nueva onda imitativa, influida por el «es-trecho canon teórico posmoderno» propio de la academia anglo-sajona de la hora. Creo que, en rigor, no había (no hay) tal cosa, almenos en los niveles que temía el crítico. Pero creo que era necesa-rio poner el énfasis en ello, tanto para estar siempre atentos al pe-ligro de lo meramente mimético como para catapultar nuestros de-bates sobre los temas de la hegemonía.11 Hablo de temas que ya

1 0 Néstor García Canclini entiende lo glocal como una interacción de lo local (yaun lo nacional) y lo global, fenómeno que ocurre ostensiblemente en ciudadescomo México D. F.; y entiende la «glocalización» como la globalización delo local (hago la referencia por la traducción al inglés, que es la que tengo amano: Consumers and Citizens. Globalization and Multicultural Conflicts[Minneapolis-London: University of Minnesota Press, 2001], pp. 58-59).Otros, como Uri Ram, entienden lo glocal como una interacción dialécticaentre lo global y lo local, que no sólo desatiende al Estado-nación sino que loerosiona; véase «The Promised Land of Business Opportunities: LiberalPost-Zionism in the Glocal Age», en SHAFIR y PELED (eds.) 2000: 218-19. Encualquier caso, la glocalización pone en actividad, exacerba y circula –nopuede sustraerse a sus medios de información y comunicación globalizados–lo concerniente a lo local, en especial su componente cultural.

1 1 Tenemos, en efecto, junto a una entrañable tradición autonomista de losestudios literarios y culturales, una larga y ancha tradición imitativa, que llega

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eran nuestros en ese momento, pero que la denuncia de CornejoPolar ayudó a cristalizar y a energizar. Varias publicaciones enlengua española atestiguan esta intensificación del debate. La másreciente es el volumen editado por Mabel Moraña, Nuevas perspec-tivas desde/ sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales(2000). En el debate general, no todos los textos van en la direc-ción de la advertencia de Cornejo Polar, aunque así lo indiquen aveces, pues no pocos acusan descontento y hasta mortificación porsus palabras. Alguien, de los suyos, hace una asociación aparen-temente elegante, pero en el fondo artera, que sugiere a la cortaque cuando Cornejo Polar se está muriendo hace una proyecciónfatalista y declara, metonímicamente, el fin del latinoamericanismo.Me entero que otra persona, de las que lo llamaban maestro, expo-ne en otro lugar, condescendientemente, que nuestro autor andu-vo perdido entre los recintos académicos de los Estados Unidos,encastillado en su heterogeneidad, y que su desconocimiento delinglés le hacía perderse la sutileza de los debates del momento.Todo esto es injusto y erróneo. Pues el «desprevenido» Cornejo Po-lar escribió lo mejor de su obra, Escribir en el aire (1994b), precisa-mente en los EE.UU., y desde ahí supo impulsar su heterogenei-dad, saliendo en cierta forma de ella, hacia los predios (de la críti-ca) del sujeto heterogéneo y migrante, fundando así una corrientecrítica que Moraña lee bien, con ánimo decantador y coalescente,como una «teoría del conflicto».

hasta el día de hoy, y que está basada en el prestigio que irradian los paísesdesarrollados y en el afán de algunos profesores de nuestras universidades, engeneral entrenados en Europa o los Estados Unidos, por marcar las agendasdel momento. Como lo atestigua Roberto Schwarz («National by Imitation».En ARONNA, BEVERLEY y OVIEDO [eds.] 1995: 265), nuestra generación havisto una rápida transición de corrientes críticas en América Latina, que va dela fenomenología a los estudios culturales, pasando por, entre otras prácticas,la estilística, las sociologías de la literatura, el estructuralismo, la semióticaliteraria, el postestructuralismo y las teorías de la recepción. Nos hallamosahora en el tiempo de los estudios culturales, los subalternos, el multicul-turalismo. De nosotros depende el aceptar el papel imitativo o el asumir lafunción de recepción crítica de esas corrientes, mientras desarrollamos laslíneas propias que se conectan con esas líneas.

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Entonces lo que vemos ahora como notas destacadas del lati-noamericanismo de hoy se sitúa entre la globalización, la recep-ción crítica del pensamiento hegemónico y un afán autónomo dedesarrollo de los recursos propios, pero con aperturas hacia losdebates internacionales. San Marcos, con ser una de las universi-dades más desatendidas y desprovistas de medios en el ámbitolatinoamericano, es uno de los centros en que los debates se si-guen dentro de esas coordenadas, diríamos que al minuto. Ahí losque saben inglés traducen y difunden los temas de actualidad en-tre sus compañeros. Lo propio hacen quienes saben francés. Quie-nes consiguen un libro nuevo lo ponen en circulación —no hayque olvidar que la universidad latinoamericana todavía no entraen los círculos competitivos que enfatizan lo individual y privadohasta puntos de egoísmo—, y cualquiera está en condiciones deacceder de modo barato y efectivo —por razones que no puedencapitalizar las grandes transnacionales de la información, pese asu poder— a los beneficios de la Internet. En esta suerte de demo-cratización de la información y la cultura, el latinoamericanismoautóctono creo que nada tiene que temerle al embrujo de la lenguainglesa y de las academias hegemónicas. A menos, claro, que lascondiciones cambien hacia lo malo, o lo peor.

Estudios culturales, subalternos, postcoloniales; multicul-turalismo: he ahí, entre otros, los nombres con que la hegemoníaacadémica llena sus casillas en el espacio de la comarca global.No nos son ajenos. Digo sus contenidos, pues los nombres mis-mos puedan que nos sean relativamente nuevos, con excepción delúltimo, que tiene antigua data en América Latina. Creo que nues-tra originalidad en los temas nos afirma con autonomía en esoscampos. Para decirlo en esquema, nuestros estudios culturaleshan argumentado desde Las Casas (y antes, claro, desde Colón yCaminha, y —en otro sentido— desde los anónimos cronistas dela debacle indígena) sobre la condición de sujeto (o no) del otro, yen asuntos de diferencia etnocultural; no propiamente en asuntosde reestructuración de la diferencia social al interior de la culturahegemónica, como marcan los estudios culturales impulsados porla escuela de Birmingham. Por otro lado, nuestros estudios subal-

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ternos, de Mariátegui a Arguedas —por sólo citar dos nombres delcaso que me es más cercano—, se han volcado efectivamente a con-siderar la reivindicación de lo excluido por la sociedad burguesa—el indígena, su civilización, su cultura—, pero sin instaurar conello una nueva hegemonía (lo que equivaldría, en otro ámbito, apromover un socialismo sin dictadura del proletariado). En otroorden, nuestros estudios postcoloniales enhebran nombres que vandesde Las Casas a Césaire, pasando por Lope de Aguirre, Bolívar,Vizcardo y Guzmán, Martí, Mariátegui y otros que han discutidono una sino varias colonizaciones, incluso las internas a cada re-gión o país. Nuestro multiculturalismo, finalmente, ha tenido y tie-ne las variantes que acusa el de la postmodernidad hegemónica,desde la condescendiente liberal (piénsese en el belaundismo pe-ruano) hasta la heterogénea radical promovida por la subal-ternidad (piénsese en el zapatismo al modo de Chiapas), inclu-yendo las versiones humanísticas —léase pacíficas, pero firmes—operadas por las culturas insurgentes y migrantes (piénsese aquí,obviamente, aunque con las diferencias del caso, en Arguedas,Rama, Cornejo Polar, García Canclini y otros). Creo que tenemosverdadera autonomía crítica, aun dentro de las agendas del «es-trecho canon posmoderno» señalado en el texto en referencia, queni es estrecho ni es estrictamente postmoderno, dicho sea con eldebido respeto.

¿Inicio de un nuevo latinoamericanismo?

Soy optimista. Poco más de tres años han pasado desde que Cor-nejo Polar hablara, con ganas más bien de alborotar el campo ypromover el efecto contrario, de un posible (bastante condicionaly subjuntivo) «final del hispanoamericanismo»; y, por sobre lasmeras aplicaciones miméticas que siempre y en todo sitio se dan,veo el campo lleno de reflexiones, de críticas, metacríticas yautocríticas, de publicaciones y debates, de acción y reacción, deentradas y salidas, de aceptación cautelosa y afirmación de lo pro-pio. Debo confesar que nunca había visto tal actividad dellatinoamericanismo autóctono y autoctonizado. Hay fluidez en los

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intercambios: lo que viene y lo que va, pero con las selecciones quedeterminan las pertinencias. Veo un panorama tan rico que llegaa lo complejo, en que la crítica parece reflejar el campo que descri-be, y es, entonces, transcultural, migrante, subalterna y hegemónicaella misma, de un modo tal que las subalternidades críticas ya dis-cuten epistemes y pertinencias con las hegemonías. Veo, pues, unaheterogeneidad crítica bastante crítica y activa. Se canibaliza,regurgita y digiere; se reprocesa, en suma, el material crítico, nosólo el de las lenguas y culturas-objeto, para producir, sino apara-tos críticos nuevos, al menos debates de renovadora creatividad.No hablo de un panorama uniforme, reducible a la amable uni-dad, sino de una efervescencia a punto de estallidos. Pero por so-bre todo, veo que casi toda esta ebullición del campo ocurre en len-guas española y portuguesa, y ya no tanto en inglés. Me gusta estemomento. Tengo, pues, razones para ser optimista. Estamos asis-tiendo a un enhebrado relanzamiento del latinoamericanismo, enque el angustiado llamado de mi amigo, al final de su tiempo vi-tal, está cumpliendo el efecto que se propuso cumplir.

[Buenos Aires, abril de 2001]

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Cuatro ideas básicas y un afán central conducen las inquietudesde este trabajo: a) que los estudios culturales latinoamericanos tie-nen antigua data y necesidades propias;1 b) que por ello mismopresentan un desarrollo autónomo, en que sus objetos pragmáti-cos y teóricos —los que podemos discernir de esas prácticas inte-

—VII—Notas sobre los estudios culturales en

y sobre América Latina:el proyecto de Antonio Cornejo Polar*

* Inédito. Una versión primaria de este trabajo fue leída en el panel «El pensa-miento de Antonio Cornejo Polar en debate» de la convención 1998 de la LatinAmerican Studies Association (LASA-98), Chicago, 24-26 de septiembre. Suversión actual, requerida por los organizadores de un volumen que no alcanzóa imprimirse, data de octubre de 2000. Lo publico ahora tal cual, no sóloporque una revisión que incorporase los últimos aportes de y sobre los estudiosculturales latinoamericanos lo habría reorganizado sustancialmente, al puntode tener que ser otro trabajo, sino porque esta redacción tiene en cuenta unsistema de relaciones –caro a la hora de escribir el ensayo– con el pensamientode Antonio Cornejo Polar. [Nota de diciembre de 2003.]

1 En 1998, cuando este ensayo fue leído, no era común hablar de una tradiciónlatinoamericana de estudios culturales. Hoy, en el 2003, la situación ha cambiadode modo significativo, entre otras razones por la mediación de publicacionestales como: Mabel MORAÑA (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre AméricaLatina: el desafío de los estudios culturales (Pittsburgh: IILI, 2000) y, enespecial, el N.° 203 de la Revista Iberoamericana (vol. LXIX, abril-junio2003, organizado por Alicia Ríos, Ana del Sarto y Abril Trigo bajo el título«Los estudios culturales latinoamericanos hacia el siglo XXI»). Pero todavíadicha tradición queda limitada a ciertos acodos literarios (ensayísticos), referidosmayormente a lo nacional o a lo popular (el llamado «culturalismo» del sigloXIX), con descuido del pensamiento anticolonialista (y del colonialista, que loorigina), el temprano sobre la otredad cultural (las crónicas y testimoniossobre el otro), y el aún más temprano sobre la figuración de un mundo «nuevo»(el «orientalismo» de Colón y sus seguidores, distinto del estudiado por Said).

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lectuales— son en mucho particulares al área y hasta sui génerisen su enfoque; c) que su campo de acción se sitúa mayormente enel lugar del conflicto entre culturas de extrema otredad —que sue-len estar vinculadas por relaciones de poder y dependencia—, nosimplemente entre variantes sociales o históricas de una mismacultura; y d), finalmente, que estos estudios atienden las formasde la cultura popular sin necesidad de degradar las formas tra-dicionales o canónicas, sino, en movimiento casi inverso, revalo-rando las formas que echan raíces en las culturas alternativas yexponen su honda alteridad y, en el proceso, desjerarquizando ha-cia arriba el sistema de lo cultural. Y como corolario de las cons-tataciones anteriores, este trabajo sostiene que la obra de AntonioCornejo Polar se sitúa en el meollo mismo de una tradición lati-noamericana y latinoamericanista de estudios culturales (en ade-lante: ee.cc.).

Es obvio que en la lista anterior acudo a un metalenguaje re-cusado por los ee.cc. hegemónicos, como campo, objeto y método. Lohago a sabiendas: tanto para urticar puntos que aquí o allá abara-tan acomodaticiamente la disciplina (cuando se sostiene por ejem-plo que los ee.cc. no tienen un objeto definido de estudio), comopara intensificar, en lo que sigue, una caracterización pormeno-rizante e individualizadora que haga más visible el caudal de latradición propia de los ee.cc.

De la literatura a los estudios culturales:una continuidad nada polémica

[...] el concepto de mestizaje, pese a su tradición y pres-tigio, es el que falsifica de una manera más drástica lacondición de nuestra cultura y literatura.

…Es evidente que categorías como mestizaje e hibridez tomanpie en disciplinas ajenas al análisis cultural y literario.

Antonio CORNEJO POLAR 1997: 341.

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Quiero poner un énfasis en la conjunción disciplinar de las doscitas anteriores: «cultura y literatura», «análisis cultural y litera-rio». Esa conjunción no es casual. Corresponde a un entendimientopropio de América Latina, que asume sin alborotos la continui-dad de literatura y cultura, tanto como la de cultura, historia y so-ciedad. Claro que también se han dado en el área los esencialismosque recortan, estrechan y aíslan esos campos de conocimiento, peroellos no han afectado felizmente la línea más influyente de nues-tros estudios literarios y culturales: Bello, Martí, Mariátegui,Henríquez Ureña, Arguedas (el bueno), Rama, Losada y otros pen-sadores igualmente entrañables. Antonio Cornejo Polar no fuenada ajeno a esa línea. La cultivó —soy testigo— desde su mu-chachez intelectual: desde su brillante discurso con que cerró elPrimer Encuentro de Narradores Peruanos ([1965] 1969), en el quela literatura lo llevó a hablar de una realidad quebrada y conflicti-va. Contextualizar —esa operación que anhelaron cancelar el NewCriticism y ciertos estructuralismos, que el marxismo intentó sos-tener a martillazos, y que el postestructuralismo se ufana en de-sempolvar— fue para Cornejo Polar y la línea crítica que lo inclu-ye un hábito no sólo natural, sino necesario. Nunca dejó de inves-tigar la literatura en íntima conexión con los que él llamaba con-textos de realidad: en un horizonte cercano las culturas de Améri-ca Latina, en otro menos inmediato la historia de esas tierras. Elloporque, para él, la literatura no era sólo un fenómeno estético, sinotambién —lo cual es igualmente importante— un fenómeno social,que, como la moneda que adquiere cabal sentido y valor en el es-pacio en que circula, negocia con el contexto histórico-social lossentidos y valores con que se la estima y funciona.

Por todo lo anterior no me cuesta decir que Antonio CornejoPolar adhirió a un cierto tipo de estudios culturales. Me resultamenos fácil decir que los ee.cc. que él fomentó no se enlistan enlos que hoy vienen dominando en el mundo académico global, es-pecialmente en las universidades europea y estadounidense, aun-que compartan no pocos rasgos con ellos. Rasgos como eldesmantelamiento del elitismo cultural y literario, el tratamientodesjerarquizado de lo que el elitismo ha dejado en la periferia, la

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demolición del proyecto homogeneizador y universalizante, laresemantización de lo identitario sobre la base de la pluralidad,etc. Para enmarcar mi tarea adelanto que los ee.cc. a que adhiere ycontribuye nuestra autor no discuten mayormente las tensiones delos componentes (de élite, marginales, contestatarios, insurgentes,etc.) al interior de una cultura, sino la pluralidad de culturas, estoes, las diferencias que las caracterizan, en cuanto a naturaleza, ex-tensión y contenidos, y las dinámicas que son resultado del en-cuentro y aun del choque de culturas; en especial de las relacio-nes interculturales que tienen cabal cupo en la noción de «totali-dad contradictoria y conflictiva» de que hablaba Cornejo Polar.Por eso yo aceptaría la propuesta de que a estos estudios les co-rrespondería bien la designación de estudios de o sobre la cultura,si no es porque a estas designaciones, y a otras como «críticacultural» y «análisis cultural», se les ha reservado —en Latino-américa y en otras partes— contenidos de alcance específico. Ade-más, creo que un cambio del nombre a estas alturas confinaríanuestra tradición a una suerte de reducto disciplinario, como cier-tamente ocurre cuando se los tilda de «culturalismo» o «estudiosculturalistas».

Puedo también adelantar que estos ee.cc. trascienden el prag-matismo crítico antielitista y desmarginalizante inaugurado porRichard Hoggart (Uses of Literacy, 1957) y Raymond Williams (Cul-ture and Society, 1958), hasta entrañar una discusión epistemológicaoriginal, que llega a la índole de los dispositivos que investiganlos procesos culturales, y apunta a la desjerar-quización de las cultu-ras (no sólo de los componentes de una cultura) y al desmante-lamiento de las «lógicas» de la dominación, la dependencia, el co-lonialismo, el racismo y otras lacras ideológicas que suelen empa-par las literaturas y culturas de pueblos que cayeron en situacióncolonial. Claro que hablo aquí de orientaciones generales de losee.cc. en cuestión, no de monolíticas áreas, lo que no impide quese den los casos de los ee.cc. foráneos que acompasan y hasta ade-lantan la línea central del latinoamericanismo cultural autóctono(bienvenidos sean), ni los casos de los ee.cc. locales que repiten

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servil e improductivamente ciertas agendas y tópicos de los paí-ses centrales (que bien les aproveche).

No hay texto explícito de Antonio Cornejo Polar sobre los ee.cc.latinoamericanos. Pero está el conjunto de su obra, que poco máso menos abarca la geografía básica de esos estudios. En especialla apretada y casi urgente ponencia que él escribiera para el con-greso de LASA en Guadalajara (CORNEJO 1997), en la que hallamosalgunas cifras de los problemas que afectan las líneas básicas delos ee.cc. aquí consideradas, y ciertas diferencias significativasentre ellas.2

Tradición y autonomía de los ee.cc. latinoamericanos

...nunca imaginei que nós viéssemos fazendo coisas dife-rentes de cultural studies, digamos, numa certa linha natradição dos estudos de literatura na América Latina.Exemplificando: todas as vezes em que Rama, Cornejo-Polar, Retamar, Cândido levam em conta questões como aoralidade, [...] o contexto [...] as condições de produção[...] isso tudo inclui, na minha visão leiga da expressãocultural studies, o que se está comentando aqui.

M. LAJOLO 1994: 220.

Como se va entendiendo, sostengo que los ee.cc. en América Lati-na son antiguos; tienen pertinencia propia (y hasta impertinenciapropia, como insinúa Cornejo Polar cuando dice que el conceptode mestizaje «es el que falsifica de una manera más drástica lacondición de nuestra cultura y literatura») y, desde luego, tienencontenidos y sentidos particulares. Argumento que ellos no ocu-rren como gesto meramente imitativo, como en efecto ha ocurrido2 Cifras que sostienen un diálogo a veces muy consonante con las ideas expuestas

en la «Mesa redonda» final del simposio «Novas Direções IV» (Dartmouth,abril de 1993), que Cornejo Polar publicó como sección monográfica en elN.º 40 de su Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Rodolfo A.FRANCONI et al. 1994: 217-232). Ese repertorio –en adelante referido simple-mente como MR– me sirve aquí de punto de partida para intentar unreconocimiento del campo y una caracterización sumaria de nuestros estudios.

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con otras corrientes intelectuales y críticas trasplantadas casi me-cánicamente a estas tierras a lo largo de su historia, sino que sur-gen por necesidades y condicionamientos culturales propios delárea, que no se dan en otras partes o, si se dan, no con la contun-dencia histórica con que se dan en América Latina. Uno de esoscondicionamientos es, obviamente, el mestizaje, que lleva al pri-mer mestizo conspicuo del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, aformular aurorales explicaciones sobre el mestizo y el mestizaje,que en términos contemporáneos podrían ser formuladas así: a)la noción de un sujeto bicultural (o aun multicultural) que manejacon solvencia y para necesidades prácticas los códigos de siste-mas culturales asaz diferentes; b) la de un sujeto transculturadorque demarca el espacio de una nueva cultura, producto de las pri-meras; y c) la de un posible espacio armonizador y de resoluciónreal y simbólica de las contradicciones que originan la conquistay el choque cultural.

Otro de esos condicionamientos es el régimen de colonizaciónque desde el primer encuentro de dos mundos se le impone aAmérica Latina: una colonización explotadora —no propiamentepoblacional ni redentora—, siempre apoyada por las armas, quedesde sus inicios obliga a replantearse discursivamente el sentidode colonizar, el beneficio cultural de la colonización y la necesi-dad de una descolonización material y mental. Esta línea de losee.cc. latinoamericanos y del Caribe hilvana nombres tan ilustrescomo los de Las Casas, Guamán Poma, Vizcardo y Guzmán, Bolí-var, Bello, Martí, Rodó, Henríquez Ureña, C. L. R. James, Césaire,Fernández Retamar y otros. Se ve claro que una cultura y hastauna teoría de la descolonización se ha impuesto en el área de ma-nera autónoma, mucho antes de que en otros lugares se desarro-llara el sistema de reflexión sobre la colonización y sus efectos quese conoce bajo el nombre de teoría postcolonial.

Es cierto que el conjunto de pensadores que aquí se mencio-nan no constituye una continuidad tersa de pensamiento descolo-nizador (político y cultural). Por ejemplo, una lectura poco acuciosamuestra sin equívocos que mientras Las Casas replanteaba la co-lonización pensando en el bien de los indios, Vizcardo y Guzmán,

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muchos años después, en su «Carta a los españoles americanos»,argumentaría la descolonización pensando más bien en la reivin-dicación de «nosotros» los blancos, los «legítimos herederos» delos conquistadores. Mientras, por otra parte, Bello en sus silvasalentaba la conducción de las nuevas naciones por manos delos representantes de una cultura agraria y patricia —blanca, ensuma— opuesta a la cultura de ciudad, tan pervertida por el apa-rato colonial en fuga, Martí alentaría más bien el concurso de to-das las razas y culturas, sin distinciones. Rodó, poco después, re-virtiendo el impulso democratizador de Martí, apelaría a una su-puesta cultura clásico-románica afincada en Sudamérica, dentrode un discurso invalidado por la sospechosa ausencia de indios,negros y mestizos, es decir, de las masas que precisamente le otor-gan singularidad y peso cultural a esas tierras. Por otra parte, enel plano estrictamente cultural, los promotores desde el siglo XIX aestas fechas de una descolonización intelectual (Alberdi, Bello,Sarmiento y Vasconcelos, por ejemplo, y aun, en parte, el prístinoHenríquez Ureña y el correcto Fernández Retamar) ponen la miraen identidades nacionales de filiación más o menos románticay, por lo tanto, de corte esencialista y homogeneizante, fiadas enmucho al mestizaje.

En cambio los promotores de la transcultura y la heterogenei-dad trascienden la problemática de la identidad y las nacionali-dades para hablar de universos de acción y representación (el mun-do andino, por ejemplo, la cultura afro-hispanoamericana, el mun-do gaucho, etc.) en que interesan los procesos de la cultura, la dis-continuidad cultural, el conflicto y la identidad fragmentada y plu-ral —que paradójicamente sea, tal vez, la única identidad posiblede América Latina. Lo importante es que, en cualquier caso, todala literatura de la descolonización latinoamericana tiene un apar-tado cultural de envergadura (llámeselo espiritual, intelectual,universitario, científico, artístico o académico), que yo no sabríadónde ubicar si no es dentro de nuestros ee.cc. Al decir de la in-vestigadora brasileña Marisa Lajolo, tenemos en América Latinauna tradición «grande» de estudios literarios que encajan en loque se denomina ee.cc., aunque el nombre no haya saltado acá a

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la palestra: «Aqui, há uma noção substantiva de cultural studies, epara mim a expressão é adjetiva» (1994: 231). Dicho de otra mane-ra, no habremos acuñado el término, pero hemos diseñado y culti-vado el campo, desde antiguo y extensamente, de acuerdo con nues-tras necesidades. Lo prueban ampliamente, entre otros, Bello consus silvas (1823, 1826) y discursos universitarios (1843, 1848) obs-tinados en la independencia intelectual, Alberdi con su propues-ta de una «autonomía cultural», Oswald de Andrade con su invi-tación a exportar la cultura propia y canibalizar la cultura del otro,Luis Alberto Sánchez con su «derrotero para una historia culturaldel Perú»3 y Pedro Henríquez Ureña con sus Seis ensayos en buscade nuestra expresión (1928), o su aguda Historia de la cultura en laAmérica Hispánica (1947). Y todo esto se da entre los siglos dieci-nueve y veinte, antes del vendaval desatado en 1957-58 por R.Hoggart y R. Williams en el mundo anglosajón.

El campo de los ee.cc.: papel de la literatura

Aquí se discute si se considera la literatura como materia infor-mativa de los ee.cc., requerida para documentar o ilustrar otros dis-cursos de la cultura, o si se la toma en sí misma, a mérito propio,entre otros discursos de la cultura, con los que interactúa de mododesjerarquizado. En la relación entre literatura y cultura la corrientede ee.cc. actuante hoy en Europa y los EE.UU. se inclina a favore-cer fuertemente la segunda posibilidad. Más exactamente, a favo-recer un apartado sociológico de la cultura: el de las representa-ciones de clase, sexo y raza de un ordenamiento social, especial-mente si son expresadas por los medios de comunicación masiva.Esa orientación tiene, claro, su legitimidad propia, determinada

3 Luis Alberto SÁNCHEZ: La literatura peruana. Derrotero para una historiacultural del Perú. Varias ediciones: en tres volúmenes (1928, 1929 y 1936);en seis (1950 a 1951); y en cinco (1966). La última, por ediciones Ediventas,es la que está a mi alcance. El primer volumen contiene una introducción,«Panorama cultural del Perú», en que el autor, siguiendo obviamente a H.Taine, orienta sus cavilaciones por los meandros de «el medio», «el tiempo»(el momento) y «el hombre» (la raza).

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por las urgencias de las sociedades del primer mundo a la horaactual. Pero implica en gran medida tomar el texto literario en unafunción casi ancilar, como proveedor de informaciones, elementode constatación o pieza de apoyo de investigaciones que cada vezse alejan más de las humanidades. Para decirlo de un modo quenecesita aún ser tallado: esos estudios toman el texto literario comopretexto, a lo mejor como parte del contexto, pero no como texto ensí y por sí.

En cambio, como ya dije antes, en la tradición de ee.cc. que meempeño en destacar la literatura no se subordina anecdótica odocumentalmente a la cultura, sino que es su expresión destacada.Es entendida no sólo como una producción artística, sino comouna representación —incluso por negación o silencio— de los pro-blemas de hegemonía y dependencia que irritan las relaciones cul-turales de América Latina (culturas dominantes y dominadas). QueRodó en su Ariel ignore por completo a indios o negros, y aun alcampesinado de América Latina, no pasa por desapercibido paraestos ee.cc. No es que ellos quieran desatender los apartados cor-tamente sociales de lo cultural (las figuraciones del género sexual,por ejemplo), sino que la problemática del área les exige concederatención privilegiada a los problemas culturales que surgen de unalarga historia colonial y de una presente situación neocolonial.Entonces, en estos estudios el texto literario es tomado, por necesi-dad, como expresión —y hasta reproducción— de la radical hete-rogeneidad social y cultural del área. Ello conduce a enfocar lasculturas como conjuntos estructurados de imágenes dinámicas delmundo (el individuo, el grupo, el medio, sus relaciones), y comoencuentros y negociaciones de sistemas bastante dispares y enconflicto. La literatura en estas tierras, entonces, no es solamente—no puede ser— un lugar de referencias a —comparativamente—tenues otredades. Es un espacio que, al mismo tiempo que remitea la abrupta diversidad, se ofrece como escenario para una impo-nente performance sígnica: la actualización de los conflictos quese asocian a esa diversidad, tal como lo ha revelado la continualección crítica de Antonio Cornejo Polar.

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Insisto: no estoy insinuando que otros ee.cc. no sean una op-ción legítima, sino que responden a objetivos propios, casi inme-diatos, que buscan re-situar el conocimiento y las valoraciones degrupos al interior de una cultura. De ahí que tiendan a subordi-nar lo literario (y aun lo cultural) a lo ideológico y social, en expli-caciones generalmente empeñadas en revisar a fondo lo que yo lla-maría el nivel primario de las ideologías: las que existen de modotransparente, casi gratuito, pegadas a la cotidianeidad (como lossupuestos y sobreentendidos actuantes dentro de una sociedadpatriarcal), sin las elaboraciones intencionales propias de un se-gundo nivel. Para eso, claro, a esos ee.cc. les precisa deslustrar va-lores heredados y aceptados acríticamente; y, dentro de ello, losvalores estéticos, que tantos contrabandos ideológicos han permi-tido y permiten a nivel de lo socialmente aceptado. Así la gran li-teratura del pasado, y los clásicos del presente, son puestos al mis-mo nivel documental y ejemplificatorio de las literaturas populary de masas.

En los ee.cc. que nos ocupan el proceso parece ser el contrario,al menos durante el siglo diecinueve, correspondiente a la rede-finición identitaria que sigue a la independencia. Entonces privi-legiamos la literatura como recurso necesario para coalescer laidentidad nacional. Se nos fue la mano en el intento, pues en lu-gar de buscar o cifrar identidades en los textos surgidos del pue-blo y de las tradiciones orales y populares, lo hicimos casi sólo ennuestros textos literarios eruditos: odas, himnos, silvas, romances...De ahí que la cuestión identitaria en ese tiempo tuviera más quever con los sectores dominantes y la cultura de élite de AméricaLatina. Pero desde Martí, para señalar el hito más visible, estamoscorrigiendo el error y añadiendo al cuadro estimable de «nuestraexpresión propia» (Henríquez Ureña) la producción imaginaria delas distintas otredades. Así se deshomogeniza y fragmenta la iden-tidad propia, como habría dicho Cornejo Polar, se la ajusta pro-gresivamente a lo densamente plural, y se la encuentra actuandoen las distintas literaturas, tanto como en los otros relevantes dis-cursos de nuestras culturas: artes, leyes, tradiciones, etc.

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El paso a una actitud heterogeneizante de la identidad no ocu-rre de manera placentera, sino a regañadientes, por las concesio-nes a que se ven forzados los sectores dominantes del área antelas imposiciones de la realidad, especialmente en la hora actual.En ese paso, si bien se ve, está entrañado el cambio de objeto delos ee.cc. latinoamericanos, y también un cambio del sujeto de es-tudio. El estudioso, ahora, no representa a los grupos de poder,aunque salga de ellos. Aclaro: estos ee.cc. estuvieron inicialmenteligados al idealismo romántico, empeñado en fundar la nación yconstruir las nuevas repúblicas. Se trataba de un proyecto sinduda elitista, pues lo desarrollan las clases dominantes —crio-llas— de los estados que consiguen su independencia política. Asíse fundan, pero lo que interesa es su evolución: el paso de un pro-yecto elitista a otro democrático. Ocurre durante la segunda mitaddel siglo veinte que las masas desposeídas y las culturas alterna-tivas de América Latina hacen acto de presencia y presionan cul-tural y socialmente los centros de poder —mediante procesos so-ciales de bulto y peso: la migración, el desborde popular, la eco-nomía informal, la subversión, por ejemplo— y ocurre que el inte-lectual al interior de la cultura criolla, necesariamente atento a esosprocesos y aun resensibilizado por ellos, reformula entonces susagendas y propone un proyecto cultural comprensivo y de másalcance: heterogeneidades, hibrideces, abigarramientos. Se hablaentonces de diversidad, pluralidad, totalidad conflictiva, y se in-sinúa la posible totalidad armónica: es decir, se busca asumir lú-cidamente el hecho de la rica y vasta variedad de sistemas cultu-rales en América Latina, sus relaciones de exclusión, inclusión,dependencia, afirmación, negación, rechazo, etc. Ha ocurrido, pues,un cambio de giro en los ee.cc. latinoamericanos. Pero no para igua-larlos a los de la reciente tradición europeo-estadounidense, puesnuestros estudios no buscan propiamente romper fronteras disci-plinarias y abrir o liquidar el paradigma científico, sino construirun campo de investigaciones sobre la cultura en que los distintosdiscursos disciplinarios (tanto a nivel de lengua-objeto —arte, li-teratura, tradición, etc.—, como de metalenguaje —historia, antro-pología, etnología, sociología, crítica literaria, etc.—) aporten co-

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nocimientos para construir un sistema de información relativamen-te independiente: la cultura.

Objetos pragmático y teórico de los ee.cc.:la cuestión del otro

[...] su extrema preferencia [del latinoamericanismomimético —R. B.] por el estrecho canon teórico posmodernoes una compulsión que puede llegar hasta el ridículo.

Antonio CORNEJO POLAR 1997: 343.

Los ee.cc., cualquiera que éstos sean, no tendrían existencia nisentido si no se diera la diversidad cultural. Ésta suma rasgos dife-renciables en unidades aislables que hacen heterogéneo y hastacomplejo el panorama cultural. Así al menos dos culturas expo-nen sus singularidades y diferencias en un espacio físico de al-gún modo compartido. Surge entonces el asunto —y aun el pro-blema— del otro, como sujeto cultural diferenciable, y de la otredadcultural, como la reflexión que busca explicar y, a menudo, des-problematizar la presencia del otro. Los ee.cc. asumen por natura-leza estos debates, porque están en el origen mismo de la disci-plina: sin diferencias de base no se organizaría una reflexión so-bre las culturas, y ni siquiera sobre la cultura como sistema de sig-nificaciones y valores de la sociedad humana. Sin embargo, losee.cc., dependiendo de las demandas del lugar en que se desa-rrollan, enfrentan de manera distinta los asuntos del otro y de laotredad cultural.

Hay ee.cc. en que el otro es un conjunto diferencial hallable alinterior mismo de la cultura de base (lo integran las llamadas sub-jetividades marginales de género, raza y clase, esto es las culturasminoritarias al interior del main stream cultural). Es decir, hay ee.cc.que por razones propias de su campo se empeñan en una otredadde orden endógeno, que se da dentro del sistema, y cuya misión es,en general, conciliar estas partes diferenciales con el conjunto. Creoque esa es la idea cuando tales estudios hablan de multiculturalismo.

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Para los ee.cc. de que me ocupo aquí, el otro existe prioritaria e his-tóricamente fuera del marco cultural desde el que se habla o inves-tiga: como un distinto paradigma cultural, que poco o nada com-parte con la cultura que interroga. Se puede decir que para estosestudios la otredad cultural es más bien de orden exógeno, auncuando del trato con ella resulten procesos de transculturación yamestizamiento que, aunque allanen en algo la inteligencia de lodesconocido, no evaporan la brecha cultural existente entre la cul-tura que investiga y aquélla investigada; lo cual, si bien se ve, ponemayor presión gnoseológica sobre nuestros ee.cc. y le demandaconceptualizaciones de más envergadura. En este sentido, se pue-de decir también que los ee.cc. euro-norteamericanos son mayor-mente autorreflexivos (incluso cuando se proyectan sobre lejaníasculturales, que, como lo ha demostrado E. Said, no resultan otracosa que una construcción cultural que revela más de uno que delotro), mientras que los ee.cc. que acá nos interesan son, desde me-diados del siglo XX, mayormente heterorreflexivos, volcados a la ra-dical otredad. Reconozco que estas caracterizaciones requieren serrelativizadas, para ajustarse a la realidad y sus posibilidades. Porejemplo, bastaría que los discursos críticos hegemónicos se volca-ran masivamente hacia las otredades migrantes (asiáticas o lati-noamericanas en los EE.UU., por ejemplo) para que se instale ungrado mayor de exogenia en el ámbito de los ee.cc. metropolitanos.

Otros rasgos distintivos de nuestros ee.cc. se dan en las concep-tualizaciones mismas de la disciplina. Creo que los latinoameri-canos adherimos a una noción más plural —más heterogénea, aldecir de Cornejo Polar— de cultura. Descontada la acepción eru-dita y personal del término (aplicable al individuo culto), y habi-da cuenta de que lo cultural colectivo está en cualquier caso inte-grado por los discursos de conservación del saber, la tradición, elorden (la ley) y las formas de esparcimiento individual o colecti-vo, los latinoamericanos de esta línea entendemos el término comoun campo bastante disparejo e internamente contradictorio, confisuras que demarcan varios sistemas, diferenciales y aun oposi-tivos, debidos a los múltiples tiempos históricos que caracterizan

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el área. Es decir, lo entendemos en tanto que variantes nada te-nues de un panorama cultural en que los conflictos son la norma,y también las negociaciones (intercambios, transculturaciones,mestizajes, a veces también ciertos acuerdos). Otras realidades, cu-yas diferencias tenues al interior no permiten visualizar la hetero-geneidad cultural (no racial) como conjunto discontinuo y maltre-cho, se inclinan a expresar la cultura en singular, como si el con-junto de discursos que la componen fuera un tejido uniforme, sinmayores fisuras o quiebres, tendente a la homogeneidad (relativa,claro), y situado en el mismo tiempo histórico de la modernidad(aunque los estudios que la asumen hablen de postmodernidad):es la cultura.

Lo anterior hace evidente por qué en América Latina, hoy porhoy, la tarea central de los estudios culturales es, todavía, explicarla heterogeneidad racial, cultural y social del área, los varios tiem-pos históricos que la caracterizan, las distintas visiones del mun-do, las distintas epistemes de conocimiento y cultura que las ca-racterizan. Es explicar las negociaciones y los reciclajes quesurgen de esa heterogeneidad, como son la transculturación, elamestizamiento, la hibridación, la neotransculturación… entre losmás importantes, y los resultados de esas dinámicas: nuevas y máscomplejas heterogeneidades, como las impuestas en la segundamitad del siglo XX —la migración masiva del campo a la ciudad—y lleva a los centros metropolitanos de América Latina las contra-dicciones que se habían aposentado mayormente en las periferiasgeográficas del continente.

Lo anterior no significa de ningún modo que los ee.cc. a quehago referencia —y adhiero— tengan que mantenerse encasilla-dos en los marcos de la heterogeneidad cultural, imperturbablesante las demandas de otras necesidades del campo en América La-tina, y ante las sugerencias de estudios paralelos que de algún modoechan luz sobre las singularidades de más bulto en nuestras pa-trias. No. De lo que se trata es de defender y aumentar una tradi-ción que ausculta la peculiaridad latinoamericana, de contribuir ala producción de conocimientos sobre el ancho y profundo con-flicto cultural del área, sin dejarse marear por el encanto más o

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menos hechizo de metodologías probadas con éxito en otras reali-dades y para otras peculiaridades. Insisto, se trata de mantenerseapegados a las demandas de nuestra realidad, y no a las de otrasrealidades y academias. Quisiera poner aquí un ejemplo de cómose incrementa nuestra tradición de ee.cc. sin caer ni en la redun-dancia de temas propios ni en la imitación de agendas ajenas. Tie-ne que ver con la tradicional y cíclica ruptura del orden democrá-tico en América Latina, por suponerlo débil y permisible, para im-poner gobiernos de más autoridad y carácter, aunque de menoslegitimidad, que rápidamente se inclinan hacia el abuso de poder,la supresión de garantías, la represión, la violación de derechos…Es, lamentablemente, parte de nuestra cultura, y a ella han hechoreferencia categorías de análisis tales como «caudillismo», «cesa-rismo», «poder militar» y «pretorianismo».4

Dada esta situación, tiene mucho sentido el que aquí se desa-rrollen líneas de ee.cc. que analizan la cultura del poder, los mo-dos cómo los intelectuales se insertan en las hegemonías propi-ciadas por esa cultura y las consecuencias de todo ese relajo: merefiero a la crítica cultural (Nelly Richard) y zonas aledañas, queno son pocas. Otra demanda de nuestra América es el análisis delos distintos —penosos— ingresos de América Latina a la moder-nidad, mediante discontinuos y aun contradictorios procesos demodernización, que han originado un ancho caudal de estudiosque ya son parte indiscutible de nuestra tradición más reciente, yque hilvana nombres tan destacados como los de García-Canclini,Martín-Barbero, E. Dussel, C. Rincón y A. Quijano. Todavía mefalta por discernir si los proyectos de estudio subalternistas (J.Beverley) y postcoloniales (W. Mignolo) —aunque surgidos de si-tuaciones que indiscutiblemente caracterizan a América Latina, yaunque fecundos en desafíos y ciertas habilitaciones conceptua-les— acompasan realmente una tradición propia, en lugar de re-sonar las trombas intelectuales de la India y el sudeste asiático.

4 Para el pretorianismo y el poder militar consúltese Alain ROUQUIÉ: «El podermilitar en la Argentina de hoy…». En WALDMANN, P. y E. GARZÓN VALDÉS

(comps.), c. 1982: 65-76.

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Más sobre el objeto: la cultura popular

De otro lado, aunque tanto a las corrientes metropolitanas como alas locales de ee.cc. les es común la categoría de cultura popular,cada una entiende este concepto a su manera: las primeras, comocultura de masas; las segundas, como tipos de cultura tradicio-nal, regional, oral, campesina, etc., en un sentido fuertemente liga-do a lo étnico, y muchas veces a lo folclórico. Ahora bien, para losmetropolitanos el objeto pragmático de los ee.cc. es precisamenteesa cultura de masas, producto de la llamada industria cultural,desde donde se puede reexaminar el concepto de literatura. Paralos latinoamericanos el objeto de los ee.cc. es —tiene que ser— laíndole y las dinámicas de las culturas del área, tanto aborígenescomo foráneas (lo africano, lo asiático, lo europeo-central) y mesti-zas, en que cuenta mucho el imaginario popular (mitos, leyendas,tradiciones, dichos, refranes, etc.) que las expresa. Se trata, pues,de dos operaciones casi divergentes, aunque a menudo compar-tan discursos, como los de la llamada subalternidad, en que lo po-pular-tradicional es enrolado por la industria cultural, como haocurrido acá con el tango, la salsa y el melodrama.

Ocurre por otro lado que los ee.cc. metropolitanos tienden arevaluar las culturas de las minorías (sexuales, ideológicas, étnicas,religiosas, etc.) dentro de una estructura cultural dominante, queen general es la cultura occidental. En cambio, los ee.cc. latinoa-mericanos tienden a revaluar las culturas de las grandes mayoríasdesposeídas y postergadas del área, como las culturas indígenas,indomestizas y afromestizas. Insisto: las esferas de acción entreambos tipos de ee.cc. no se encuentran delimitadas a cuchillo, nise oponen inamistosamente. Lo que se hace visible en el caso deextraordinarios latinoamericanistas extranjeros, que desde el pri-mer mundo trabajan nuestras otredades mayoritarias con talentoy con brillo y a quienes quisiera representar aquí con los nombresdestacados de John Murra, Martin Lienhard y William Rowe.

Por otro lado, veo también que los objetivos de nuestros ee.cc.son bastante peculiares: no nos interesamos tanto en el cambio cul-tural como signo del cambio social (lo que leen los obreros ingle-

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ses como signo de su inserción en la economía británica moderna,por ejemplo, según la metodología postulada por R. Williams), sinocomo operador —uno entre otros— de dicho cambio. Es que la ideamisma de cambio social varía para cada corriente: allá se atiene ala rápida variación de la cultura de masas (y a la variación de losdiscursos dominantes por inoculación de elementos de esa cultu-ra) como medio de desmontaje de la hegemonía cultural; acá se ciñea la reivindicación de las culturas alternativas (de la otredad) comoinstrumento de neutralización de la hegemonía. Y aunque parezcaparadójico, esta noción de cambio entraña en el fondo la nociónde preservación cultural: se busca defender y conservar las cultu-ras oprimidas (recuérdense los casos esclarecidos de Arguedas,Rama y Cornejo Polar), defenderlas no tanto de los procesos deglobalización (que a la larga no hacen sino globalizar el mosaicode la diversidad), como de los augures de la cultura global y de lamodernización aculturante. Esta preservación implicaría permitirque esas culturas mejoren las bases materiales de su existencia,de donde resulta que, a la larga, el objetivo final de nuestros ee.cc.consistiría en investigar la cultura, y en especial la popular (la li-teratura, las artes) para generar proyectos de desarrollo social (elapartado político de nuestros ee.cc.).

Del método:dimensiones etnológica y sociológica de los ee.cc.

Mas vejo alguns perigos em simplemente adotar acategoria estudos culturais como um termo para o queisso possa vir a ser no futuro [e] cair-se num tipo desociologia da cultura que a longo prazo excluirá, em certomodo, a crítica.

N. LARSEN 1994: 219.

Los ee.cc. que nos ocupan ponen el énfasis en el panorama —di-gamos— horizontal de la dinámica cultural, pues abordan cuestio-nes como la diversidad, la transculturación y el mestizaje cultura-les que se desprenden del contacto de pueblos o grupos humanos.

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Digo esto por contraste con los ee.cc. que se practican en otras rea-lidades, como las metropolitanas, y con los que —con mayor gra-do de sofisticación y pertinencia— ilustra el modelo de la hibri-dez de Néstor García Canclini, que ponen el énfasis en el cuadrovertical de las interacciones culturales de la sociedad. El primercaso presenta una dimensión etnológica (de hecho sus accionesse enmarcan señaladamente dentro de lo que se conoce comoetnoliteratura y etnocultura), que confronta completos paradigmasculturales de distintos pueblos puestos en situación de contacto.El segundo caso destaca una dimensión más bien sociológica, queobserva el comportamiento de niveles de lo cultural (culturas alta,baja, media) en un contexto social que, aunque acuse el impactode las transnacionales de la cultura y la industria cultural, se ufa-na de mantener un canon de valores (elevados o no) supuestamenteoriginados en la antigüedad clásica.

Ambas dimensiones de la cultura, horizontal y vertical, etno-lógica y sociológica, atienden a fenómenos de naturaleza distinta:la heterogeneidad y la diversidad culturales, respectivamente. Laprimera confronta dos o más epistemes de cultura, correspondien-tes a pueblos en situación de contacto; mientras que la segundaobserva las variaciones de lo cultural dentro de una misma estruc-tura social, que aunque se sitúe en algún punto de su recorridohacia la modernidad resulta estar, en general, enmarcada por lallamada cultura occidental. Por otro lado, ambas dimensiones con-ducen a procesos que la crítica cultural describe y evalúa bajo ca-tegorías ad hoc, inconfundibles, aunque sus referentes convivan amenudo en la misma manifestación cultural: la transculturación,el sincretismo, o el mestizaje (sea éste intensificador de la diversi-dad u homogeneizante), en el primer caso; y la hibridez (en el sen-tido garcíacancliniano), el crisol perfeccionador (el anhelo delmelting pot), o el mestizaje de salto cualitativo (el anhelo de «la razacósmica»), en el segundo. Cierto —no puedo dejar de insistir enello— que ni la transculturación es netamente horizontal, ni la hi-bridez es estrictamente vertical, pues en la realidad cada una deestas ocurrencias presenta aspectos fichables de la otra, como se

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ve bien en el modelo de García Canclini, en que un objeto étnicopuede coincidir sobre el televisor con los sonetos de Shakespeare.Tampoco puedo ignorar que nuestra tradición incorpora, como hemencionado más arriba, cuestiones de índole más bien socio-política, como las dinámicas del poder y las políticas de inserciónen la modernidad, que ejecutarían más bien el paradigma queaquí denomino vertical de los ee.cc. Mas, si bien se observa, és-tas y otras líneas de estudio tienen, en nuestras tierras, un tras-fondo antropológico y étnico, pues las circunstancias del poder yla modernización ocurren en un ámbito dominado y hasta caracte-rizado por la heterogeneidad sociocultural, que origina y da pesoy sentido (no siempre positivo) a nuestras prácticas culturales ydiscursivas.

Lo anterior nos permite avanzar esta parte señalando quenuestros ee.cc. son de índole mayormente etnocultural, en tantoque otros ee.cc., por razones propias a sus desarrollos, son de na-turaleza más propiamente sociocultural. Ahora bien, el temor deAntonio Cornejo Polar cuando en su ponencia a LASA-Guada-lajara alertaba «contra el excesivo desnivel de la producción críti-ca en inglés» tiene que ver con la preeminencia que, por hegemo-nía, coyuntura o mero gesto imitativo, podrían llegar a tener losee.cc. de orden sociologizante, en un continente —el latinoameri-cano— tan urgido todavía de tratamientos de orden antropológico,etnográfico y etnológico. Veo bien que en esa misma dirección ibala prevención del latinoamericanista norteamericano Neil Larsenen el epígrafe de este apartado: evitar que una «sociología de lacultura», como él la llama, controle los ee.cc. de América Latina.

Una última observación: en Europa y EE.UU. los ee.cc. buscanromper fronteras disciplinarias, agobiados, sin duda, por unacompartimentación del campo científico que no se compadece delos huidizos objetos de estudio que le arrancan a su relativa ho-mogeneidad cultural (occidental, moderna, capitalista y cristiana).En América Latina, en cambio, nuestros estudios necesitan tra-bajar con la interdisciplinariedad, ante la ostensible complejidadde fenómenos que requieren el concurso de varios y enteros

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paradigmas científicos. En el primer caso se trataría de construiruna metadisciplina que ya no requiere de las disciplinas de base(sociología, historia, crítica literaria) porque éstas, como las redesgraduadas para los peces de la pesca mayor, dejan los objetos sur-gidos del intersticio cultural. En el caso nuestro, es obvio, se tratade mantener las disciplinas de base y de cruzar la informacióncientífica requerida por la ostensible problemática cultural del área.

Del discurso crítico: la lengua dominante

[...] me temo mucho que los estudios culturales, posco-loniales y/o subalternos no han calibrado lo que implica elpracticar esas disciplinas en una sola lengua cualquieraque sea el idioma de los discursos examinados.

Antonio CORNEJO POLAR 1997: 343.

[...] ponen el cartel de Cultural Studies, y lo que [eso] es,es la reinterpretación selectiva de una multiplicidad deculturas desde una sola perspectiva lingüística, ideológicay todo lo demás.

Beatriz PASTOR 1994: 228.

En la segunda parte de la mencionada ponencia a LASA-Guada-lajara, Antonio Cornejo Polar previene sobre el latinoamericanismoque se practica en una lengua —el inglés— ajena a la realidad la-tinoamericana. Dicha lengua suele convertir ese latinoameri-canismo en un sistema ensimismado, que toma el dato latinoame-ricano como mera materia prima para una reflexión sofisticada,es cierto, pero muy autorreferencial, que suele ignorar la produc-ción intelectual de la propia realidad de que se ocupa. A lo largode su ponencia, Cornejo Polar pone tal énfasis en la relación entrelos estudios literarios y culturales del área (recuérdese la con-junción de que hablé al principio), que nos lleva a entender quetenía en cuenta un implícito sistema diferencial entre los ee.cc.latinoamericanistas, practicados por latinoamericanos y no.

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Una lectura más atenta de su texto —en especial de líneas comola «extrema preferencia [de esos estudios] por el estrecho canonteórico posmoderno»— me hace concluir que en el entendimientode Cornejo Polar el latinoamericanismo asumido por los ee.cc. me-tropolitanos peca no sólo de ensimismamiento, sino también dedejarse marear por la moda, y subyugarse a polémicas que esca-motean las líneas centrales y urgentes del latinoamericanismo dehoy. Peor aún, peca de los contrabandos ideológicos que puedencolarse con esa agenda prestada, con lo que él llama «una ópticaparcial», producto del «idioma que se utiliza» en esos estudios. Ytambién, como ha señalado B. Pastor en otro lugar, producto de lainformación que se acopia en los centros en que se usa esa len-gua: una información urdida «desde una perspectiva anglosajona»(PASTOR 1994: 232).

No soslayo el que el apartado de la lengua en el texto deGuadalajara comprende un posible efecto de bumerán: después detodo el autor escribió sobre el mundo andino —un mundo multi-lingüe— y multicultural, desde la perspectiva de la cultura domi-nante —por más flexionada que haya sido hacia la comprensióndel otro— y con la lengua del dominador. Pero esta es materia deotro trabajo en este mismo libro.

Del discurso metacrítico

Para terminar quiero insistir en que hay una meritoria y fructíferatradición propia de ee.cc. en América Latina, que no debemos sos-layar ni por olvido o ignorancia, ni por exceso de los discursoscríticos que se someten a las agendas metropolitanas. Apuro tam-bién que no hay que soslayar que la naturaleza especial de esosestudios los lleva a producir información en los niveles más altosde la disciplina: los niveles de reflexión teórica y aun episte-mológica, porque tal información ayuda a mantener estos estudioscomo un conjunto autónomo y una alternativa viable. Una alter-nativa en que otros ee.cc., no latinoamericanos, hegemónicos o no,puedan encontrar el caso divergente o el pensamiento sui géneris

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que los lleve a reflexionar de algún modo sobre su propia validezy pertinencia.

Y aunque el mismo Cornejo Polar confiese en la ponencia aLASA-Guadalajara su insatisfacción por las categorías de másalcance del latinoamericanismo doméstico, porque componen unaepistemología que por fuerza se sitúa en una esfera distinta ala de las culturas-objeto («todas ellas se instalan en el espacioepistemológico que —inevitablemente— es distante y distinto»,dice) hay que aceptar con optimismo la invitación de N. Larsen(1994: 220) a reivindicar América Latina como un lugar productorde teoría, y no sólo de materias primas. Lo que en líneas de Anto-nio Cornejo Polar se convierte en un reclamo para enderezar el«desnivel de la producción crítica en inglés que parece —bajo vie-jos modelos industriales— tomar como materia prima la literaturahispanoamericana y devolverla en artefactos críticos sofisticados.»(CORNEJO 1997: 343). Artefactos que no hacen de ningún modo inú-tiles, aclaro con el debido énfasis, sino aún más necesarias lasreflexiones de altura y extensión que produce con fecundidad ellatinoamericanismo de casa.

[Chicago, septiembre de 1998/Lima, octubre de 2000]