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A la deriva [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque. El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras. El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento. Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. -¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1! Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. -¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña! -¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada. -¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta. -Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

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A la deriva [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga El hombre pis algo blancuzco, y en seguida sinti la mordedura en el pie. Salt adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacus que, arrollada sobre s misma, esperaba otro ataque. El hombre ech una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sac el machete de la cintura. La vbora vio la amenaza, y hundi ms la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cay de lomo, dislocndole las vrtebras. El hombre se baj hasta la mordedura, quit las gotitas de sangre, y durante un instante contempl. Un dolor agudo naca de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se lig el tobillo con su pauelo y sigui por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensacin de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sinti dos o tres fulgurantespuntadasque,comorelmpagos,habanirradiadodesdelaheridahastalamitaddelapantorrilla. Mova la pierna con dificultad; una metlica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arranc un nuevo juramento. Llegporfinalranchoyseechdebrazossobrelaruedadeuntrapiche.Losdospuntitosvioleta desaparecan ahora enlamonstruosa hinchazn del pie entero. La piel pareca adelgazaday a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebr en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. -Dorotea! -alcanz a lanzar en un estertor-. Dame caa1! Su mujer corri con un vaso lleno, que el hombre sorbi en tres tragos. Pero no haba sentido gusto alguno. -Te ped caa, no agua! -rugi de nuevo-. Dame caa! -Pero es caa, Paulino! -protest la mujer, espantada. -No, me diste agua! Quiero caa, te digo! La mujer corri otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre trag uno tras otro dos vasos, pero no sinti nada en la garganta. -Bueno;estoseponefeo-murmurentonces,mirandosupielvidoyyaconlustregangrenoso.Sobrela honda ligadura del pauelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla. Losdoloresfulgurantessesucedanencontinuosrelampagueosyllegabanahoraalaingle.Laatroz sequedaddegargantaqueelalientoparecacaldearms,aumentabaalapar.Cuandopretendiincorporarse,un fulminante vmito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo. Peroelhombrenoqueramorir,ydescendiendohastalacostasubiasucanoa.Sentoseenlapopay comenz a palear hasta el centro del Paran. All la corriente del ro, que en las inmediaciones del Iguaz corre seis millas, lo llevara antes de cinco horas a Tacur-Puc. Elhombre,consombraenerga,pudoefectivamentellegarhastaelmediodelro;peroallsusmanos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vmito -de sangre esta vez- dirigi una mirada al sol que ya traspona el monte. La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y dursimo que reventaba la ropa. El hombre cortlaligadurayabrielpantalnconsucuchillo:elbajovientredesbordhinchado,congrandesmanchas lvidas y terriblemente doloroso. El hombre pens que no podra jams llegar l solo a Tacur-Puc, y se decidi a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque haca mucho tiempo que estaban disgustados. Lacorrientedelroseprecipitabaahorahacialacostabrasilea,yelhombrepudofcilmenteatracar.Se arrastr por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, qued tendido de pecho. -Alves! -grit con cuanta fuerza pudo; y prest odo en vano. -Compadre Alves! No me niegue este favor! -clam de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oy un solo rumor. El hombre tuvo an valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogindola de nuevo, la llev velozmente a la deriva. ElParancorreallenelfondodeunainmensahoya,cuyasparedes,altasdecienmetros,encajonan fnebremente el ro. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro tambin. Adelante,aloscostados,detrs,laeternamurallalgubre,encuyofondoelroarremolinadoseprecipitaen incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en l un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombra y calma cobra una majestad nica. El sol haba cado ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofro. Y depronto,conasombro,enderezpesadamentelacabeza:sesentamejor.Lapiernaledolaapenas,lased disminua, y su pecho, libre ya, se abra en lenta inspiracin. Elvenenocomenzabaairse,nohabaduda.Sehallabacasibien,yaunquenotenafuerzasparamoverla mano,contabaconlacadadelrocoparareponersedeltodo.CalculqueantesdetreshorasestaraenTacur-Puc. El bienestar avanzaba, y con l una somnolencia llena de recuerdos. No senta ya nada ni en la pierna ni en el vientre. Vivira an su compadre Gaona en Tacur-Puc? Acaso viera tambin a su ex patrn mister Dougald, y al recibidor del obraje. Llegara pronto? El cielo, al poniente, se abra ahora en pantalla de oro, y el ro se haba coloreado tambin. Desdelacostaparaguaya,yaentenebrecida,elmontedejabacaersobreelrosufrescuracrepuscular,en penetrantesefluviosdeazaharymielsilvestre.Unaparejadeguacamayoscruzmuyaltoyensilenciohaciael Paraguay. Allabajo,sobreelrodeoro,lacanoaderivabavelozmente,girandoaratossobresmismaanteel borbolln de un remolino. Elhombre queiba enellasesenta cadavezmejor,y pensaba entretanto en el tiempo justo que haba pasado sin ver a su ex patrn Dougald. Tres aos? Tal vez no, no tanto. Dos aos y nueve meses? Acaso. Ocho meses y medio? Eso s, seguramente. De pronto sinti que estaba helado hasta el pecho. Qu sera? Y la respiracin... AlrecibidordemaderasdemisterDougald,LorenzoCubilla,lohabaconocidoenPuertoEsperanzaun viernes santo... Viernes? S, o jueves... El hombre estir lentamente los dedos de la mano. -Un jueves... Y ces de respirar. FIN El almohadn de plumas [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga Sulunademielfueunlargoescalofro.Rubia,angelicalytmida,elcarcterdurodesumaridohelsus soadasnierasdenovia.Ellaloqueramucho,sinembargo,avecesconunligeroestremecimientocuando volviendodenochejuntosporlacalle,echabaunafurtivamiradaalaaltaestaturadeJordn,mudodesdehaca una hora. l, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses -se haban casado en abril- vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rgido cielo de amor, ms expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contena siempre. Lacasaenquevivaninfluaunpocoensusestremecimientos.Lablancuradelpatiosilencioso-frisos, columnasy estatuas de mrmol- produca una otoalimpresin de palacio encantado. Dentro, elbrillo glacial del estuco, sin elmsleve rasguo enlas altas paredes, afirmabaaquellasensacin de desapaciblefro. Al cruzar de unapiezaaotra,lospasoshallabanecoentodalacasa,comosiunlargoabandonohubierasensibilizadosu resonancia. En ese extrao nido de amor, Alicia pas todo el otoo. No obstante, haba concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueos, y an viva dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. Noesraroqueadelgazara.Tuvounligeroataquedeinfluenzaquesearrastrinsidiosamentedasydas; Alicia no se repona nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardn apoyada en el brazo de l. Miraba indiferente a uno yotrolado.DeprontoJordn,conhondaternura,lepaslamanoporlacabeza,yAliciarompienseguidaen sollozos, echndole los brazos al cuello. Llor largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativadecaricia.Luegolossollozosfueronretardndose,yanquedlargoratoescondidaensucuello,sin moverse ni decir una palabra. FueeseelltimodaqueAliciaestuvolevantada.Aldasiguienteamanecidesvanecida.Elmdicode Jordn la examin con suma atencin, ordenndole calma y descanso absolutos. -No s -le dijo a Jordn enla puerta de calle, conla voz todavabaja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vmitos, nada... Si maana se despierta como hoy, llmeme enseguida. Al otro da Alicia segua peor. Hubo consulta. Constatse una anemia de marcha agudsima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo ms desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el da el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasbanse horas sin or el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordn viva casienlasala,tambincontodalaluzencendida.Pasebasesincesardeunextremoaotro,conincansable obstinacin.Laalfombraahogabasuspasos.Aratosentrabaeneldormitorioyproseguasumudovaivnalo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su direccin. ProntoAliciacomenzateneralucinaciones,confusasyflotantesalprincipio,yquedescendieronluegoa ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no haca sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se qued de repente mirando fijamente. Al rato abri la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. -Jordn! Jordn! -clam, rgida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordn corri al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror. -Soy yo, Alicia, soy yo! Alicialomirconextravi,mirlaalfombra,volviamirarlo,ydespusdelargoratodeestupefacta confrontacin, se seren. Sonri y tom entre las suyas la mano de su marido, acaricindola temblando. Entresusalucinacionesmsporfiadas,hubounantropoide,apoyadoenlaalfombrasobrelosdedos,que tena fijos en ella los ojos. Los mdicos volvieron intilmente. Haba all delante de ellos una vida que se acababa, desangrndose da a da,horaahora,sinsaberabsolutamentecmo.EnlaltimaconsultaAliciayacaenestupormientrasellosla pulsaban, pasndose de uno a otro la mueca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. -Pst... -se encogi de hombros desalentado su mdico-. Es un caso serio... poco hay que hacer... -Slo eso me faltaba! -resopl Jordn. Y tamborile bruscamente sobre la mesa. Aliciafueextinguindoseensudeliriodeanemia,agravadodetarde,peroqueremitasiempreenlas primerashoras.Duranteeldanoavanzabasuenfermedad,perocadamaanaamanecalvida,ensncopecasi. Parecaquenicamentedenocheselefueralavidaennuevasalasdesangre.Tenasiemprealdespertarla sensacin de estar desplomada en la cama con un milln de kilos encima. Desde el tercer da este hundimiento no laabandonms.Apenaspodamoverlacabeza.Noquisoqueletocaranlacama,nianquelearreglaranel almohadn.Susterrorescrepuscularesavanzaronenformademonstruosquesearrastrabanhastalacamay trepaban dificultosamente por la colcha. Perdiluegoelconocimiento.Losdosdasfinalesdelirsincesaramediavoz.Laslucescontinuaban fnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agnico de la casa, no se oa ms que el delirio montono que sala de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordn. Alicia muri, por fin. La sirvienta, que entr despus a deshacer la cama, sola ya, mir un rato extraada el almohadn. -Seor! -llam a Jordn en voz baja-. En el almohadn hay manchas que parecen de sangre. Jordn seacerc rpidamente Y se dobl asuvez. Efectivamente, sobrelafunda, a amboslados delhueco que haba dejado la cabeza de Alicia, se vean manchitas oscuras. -Parecen picaduras -murmur la sirvienta despus de un rato de inmvil observacin. -Levntelo a la luz -le dijo Jordn. Lasirvientalolevant,peroenseguidalodejcaer,ysequedmirandoaaqul,lvidaytemblando.Sin saber por qu, Jordn sinti que los cabellos se le erizaban. -Qu hay? -murmur con la voz ronca. -Pesa mucho-articul la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordnlolevant;pesabaextraordinariamente.Salieronconl,ysobrelamesadelcomedorJordncort funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta,llevndoselasmanoscrispadasalosbands.Sobreelfondo,entrelasplumas,moviendolentamentelas patasvelludas,habaunanimalmonstruoso,unabolavivienteyviscosa.Estabatanhinchadoqueapenassele pronunciaba la boca. Nocheanoche,desdequeAliciahabacadoencama,habaaplicadosigilosamentesuboca-sutrompa, mejor dicho- a las sienes de aqulla, chupndole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remocin diaria delalmohadnhabaimpedidosindudasudesarrollo,perodesdequelajovennopudomoverse,lasuccinfue vertiginosa. En cinco das, en cinco noches, haba vaciado a Alicia. Estosparsitosdelasaves,diminutosenelmediohabitual,lleganaadquirirenciertascondiciones proporcionesenormes.Lasangrehumanapareceserlesparticularmentefavorable,ynoesrarohallarlosenlos almohadones de pluma. FIN La gallina degollada [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga Todo el da, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenan la lengua entre los labios, los ojos estpidos, y volvan la cabeza con la boca abierta. Elpatioeradetierra,cerradoaloesteporuncercodeladrillos.Elbancoquedabaparaleloal,acinco metros,yallsemantenaninmviles,fijoslosojosenlosladrillos.Comoelsolseocultabatraselcerco,al declinarlosidiotastenanfiesta.Laluzenceguecedorallamabasuatencinalprincipio,pocoapocosusojosse animaban;sereanalfinestrepitosamente,congestionadosporlamismahilaridadansiosa,mirandoelsolcon alegra bestial, como si fuera comida. Otra veces, alineados en elbanco, zumbabanhoras enteras, imitando al tranva elctrico. Los ruidosfuertes sacudan asimismo su inercia, y corran entonces, mordindose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombro letargo de idiotismo, y pasaban todo el da sentados en su banco,con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantaln. El mayor tena doce aos y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal. Esos cuatro idiotas, sin embargo,habansido unda elencanto de sus padres.Alos tresmeses decasados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer ymarido, hacia un porvenir mucho ms vital: un hijo. Qu mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagracin de su cario, libertado ya del vilegosmodeunmutuoamorsinfinningunoy,loqueespeorparaelamormismo,sinesperanzasposiblesde renovacin? AslosintieronMazziniyBerta,ycuandoelhijolleg,aloscatorcemesesdematrimonio,creyeron cumplidasufelicidad.Lacriaturacrecibellayradiante,hastaquetuvoaoymedio.Peroenelvigsimomes sacudironlo una noche convulsiones terribles, y a la maana siguiente no conoca ms a sus padres. El mdico lo examinconesaatencinprofesionalqueestvisiblementebuscandolascausasdelmalenlasenfermedadesde los padres. Despusdealgunosdaslosmiembrosparalizadosrecobraronelmovimiento;perolainteligencia,elalma, aun el instinto, se haban ido del todo; haba quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre. Hijo, mi hijo querido! sollozaba sta, sobre aquella espantosa ruina de su primognito. El padre, desolado, acompa al mdico afuera. A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podr mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no ms all. S!... S! asenta Mazzini. Pero dgame: Usted cree que es herencia, que...? En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que crea cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay all un pulmn que no sopla bien. No veo nada ms, pero hay un soplo un poco rudo. Hgala examinar detenidamente. Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobl el amor a su hijo, el pequeo idiota que pagaba losexcesosdelabuelo.Tuvoasimismoqueconsolar,sostenersintreguaaBerta,heridaenlomsprofundopor aquel fracaso de su joven maternidad. Comoesnatural,elmatrimoniopusotodosuamorenlaesperanzadeotrohijo.Naciste,ysusaludy limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primognito se repetan, y al da siguiente el segundo hijo amaneca idiota. Esta vez los padres cayeron en honda desesperacin. Luego su sangre, su amor estaban malditos! Su amor, sobre todo! Veintiocho aos l, veintids ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un tomo de vida normal. Ya no pedan ms belleza e inteligencia como en el primognito; pero un hijo, un hijo como todos! Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siemprelasantidaddesuternura.Sobrevinieronmellizos,ypuntoporpuntorepitiseelprocesodelosdos mayores. MasporencimadesuinmensaamarguraquedabaaMazziniyBertagrancompasinporsuscuatrohijos. Huboquearrancardellimbodelamshondaanimalidad,noyasusalmas,sinoelinstintomismo,abolido.No saban deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta delos obstculos. Cuando loslavabanmuganhasta inyectarse de sangre el rostro. Animbanse slo al comer, o cuando vean colores brillantes u oan truenos. Se rean entonces, echando afuera lengua y ros de baba, radiantes de frenes bestial. Tenan, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada ms. Conlosmellizosparecihaberconcluidolaaterradoradescendencia.Peropasadostresaosdesearonde nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad. No satisfacan sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razn de su infructuosidad, se agriaron.Hastaesemomentocadacualhabatomadosobreslapartequelecorrespondaenlamiseriadesus hijos;peroladesesperanzaderedencinantelascuatrobestiasquehabannacidodeellosechafueraesa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio especfico de los corazones inferiores. Inicironse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a ms del insulto haba la insidia, la atmsfera se cargaba. MeparecedjoleunanocheMazzini,queacababadeentraryselavabalasmanosquepodrastener ms limpios a los muchachos. Berta continu leyendo como si no hubiera odo. Es la primera vez repuso al rato que te veo inquietarte por el estado de tus hijos. Mazzini volvi un poco la cara a ella con una sonrisa forzada: De nuestros hijos, me parece? Bueno, de nuestros hijos. Te gusta as? alz ella los ojos. Esta vez Mazzini se expres claramente: Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no? Ah, no! se sonri Berta, muy plida pero yo tampoco, supongo!... No faltaba ms!... murmur. Qu no faltaba ms? Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entindelo bien! Eso es lo que te quera decir. Su marido la mir un momento, con brutal deseo de insultarla. Dejemos! articul, secndose por fin las manos. Como quieras; pero si quieres decir... Berta! Como quieras! ste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unan con doble arrebato y locura por otro hijo. Naci as una nia. Vivieron dos aos con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeci,sinembargo,ylospadrespusieronenellatodasucomplacencia,quelapequeallevabaalosms extremos lmites del mimo y la mala crianza. Si an enlos ltimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, alnacer Bertita olvidse casi del todo de losotros. Susolorecuerdolahorrorizaba,comoalgoatrozquelahubieranobligadoacometer.AMazzini,bien que en menor grado, pasbale lo mismo. No por eso la paz haba llegado a sus almas. La menor indisposicin de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Haban acumulado hiel sobrado tiempo para queelvasono quedara distendido,y almenor contacto elveneno severta afuera. Desde el primer disgusto emponzoado habanse perdido el respeto;y sihay algo a que elhombre se siente arrastrado con cruel fruicin es, cuando ya se comenz, a humillar del todo a una persona. Antes se contenan por la mutua falta de xito; ahora que ste haba llegado, cada cual, atribuyndolo a s mismo, senta mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habale forzado a crear. Con estos sentimientos, no huboya paralos cuatro hijosmayores afecto posible. La sirvienta losvesta,les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el da sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumpli cuatro aos, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algn escalofro y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, torn a reabrir la eterna llaga. Haca tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini. Mi Dios! No puedes caminar ms despacio? Cuntas veces...? Bueno, es que me olvido; se acab! No lo hago a propsito. Ella se sonri, desdeosa: No, no te creo tanto! Ni yo jams te hubiera credo tanto a ti... tisiquilla! Qu! Qu dijiste?... Nada! S, te o algo! Mira: no s lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido t! Mazzini se puso plido. Al fin! murmur con los dientes apretados. Al fin, vbora, has dicho lo que queras! S,vbora,s!Peroyohetenidopadressanos,oyes?,sanos!Mipadrenohamuertodedelirio!Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos! Mazzini explot a su vez. Vbora tsica! eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! Pregntale, pregntale al mdico quin tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmn picado, vbora! Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita sell instantneamente sus bocas. A la una de la maana la ligera indigestin haba desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliacin lleg, tanto ms efusiva cuanto infames fueran los agravios. Amaneciunesplndidoda,ymientrasBertaselevantabaescupisangre.Lasemocionesymalanoche pasada tenan, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella llordesesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra. Alasdiezdecidieronsalir,despusdealmorzar.Comoapenastenantiempo,ordenaronalasirvientaque matara una gallina. El da radiante haba arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrndolo con parsimonia (Berta haba aprendido de su madre este buen modo de conservar lafrescuradelacarne),creysentiralgocomorespiracintrasella.Volvise,yvioaloscuatroidiotas,conlos hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operacin... Rojo... rojo... Seora! Los nios estn aqu, en la cocina. Bertalleg;noqueraquejamspisaranall.Yniaunenesashorasdeplenoperdn,olvidoyfelicidad reconquistada,podaevitarseesahorriblevisin!Porque,naturalmente,cuandomsintensoseranlosraptosde amor a su marido e hija, ms irritado era su humor con los monstruos. Que salgan, Mara! chelos! chelos, le digo! Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco. Despus de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Albajarelsolvolvieron;peroBertaquisosaludarunmomentoasusvecinasdeenfrente.Suhijaescapse enseguida a casa. Entretantolosidiotasnosehabanmovidoentodoeldadesubanco.Elsolhabatraspuestoyaelcerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, ms inertes que nunca. De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quera observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quera trepar, eso no ofreca duda. Al findecidiseporunasilladesfondada,peroaunnoalcanzaba.Recurrientoncesauncajndekerosene,ysu instinto topogrfico hzole colocar vertical el mueble, con lo cual triunf. Loscuatroidiotas,lamiradaindiferente,vieroncmosuhermanalograbapacientementedominarel equilibrio, y cmo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Vironla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse ms. Perolamiradadelosidiotassehabaanimado;unamismaluzinsistenteestabafijaensuspupilas.No apartabanlosojosdesuhermanamientrascrecientesensacindegulabestialibacambiandocadalneadesus rostros.Lentamenteavanzaronhaciaelcerco.Lapequea,quehabiendologradocalzarelpieibayaamontara horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintise cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo. Soltme! Djame! grit sacudiendo la pierna. Pero fue atrada. Mam! Ay, mam! Mam, pap! llor imperiosamente. Trat an de sujetarse del borde, pero sintise arrancada y cay. Mam, ay! Ma. . .No pudo gritarms. Uno de ellosle apret el cuello, apartandolos buclescomo si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa maana se haba desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancndole la vida segundo por segundo. Mazzini, en la casa de enfrente, crey or la voz de su hija. Me parece que te llamale dijo a Berta. Prestaronodo,inquietos,peronooyeronms.Contodo,unmomentodespussedespidieron,ymientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanz en el patio. Bertita! Nadie respondi. Bertita! alz ms la voz, ya alterada. Yelsilenciofuetanfnebreparasucoraznsiempreaterrado,quelaespaldaseleheldehorrible presentimiento. Mi hija, mi hija! corri ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empuj violentamente la puerta entornada, y lanz un grito de horror. Berta,queyasehabalanzadocorriendoasuvezalorelangustiosollamadodelpadre,oyelgritoy respondi con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lvido como la muerte, se interpuso, contenindola: No entres! No entres! Berta alcanz a ver el pisoinundado de sangre. Slo pudo echar susbrazos sobrela cabezayhundirse alo largo de l con un ronco suspiro. FIN La insolacin [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga El cachorro Oldsali porla puertay atraves elpatio con paso recto y perezoso. Se detuvo enlalinde del pasto, estir almonte, entrecerrandolos ojos,lanarizvibrtil,yse sent tranquilo. Vealamontonallanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin ms color que el crema del pasto y el negro del monte.stecerrabaelhorizonte,adoscientosmetros,portresladosdelachacra.HaciaelOesteelcampose ensanchaba y extenda en abra, pero que la ineludible lnea sombra enmarcaba a lo lejos. A esa hora temprana, el confn, ofuscante de luz a medioda, adquira reposada nitidez. No haba una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tnica frescura que traa al alma pensativa, ante la certeza de otro da de seca, melancolas de mejor compensado trabajo. Milk,elpadredelcachorro,cruzalavezelpatioysesentalladodeaqul,conperezosoquejidode bienestar. Ambos permanecan inmviles, pues an no haba moscas. Old, que miraba haca rato a la vera del monte, observ: -La maana es fresca. Milk sigui la mirada del cachorro y qued con la vista fija, parpadeando distrado. Despus de un rato dijo: -En aquel rbol hay dos halcones. Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba y continuaron mirando por costumbre las cosas. Entretanto,elOrientecomenzabaaempurpurarseenabanico,yelhorizontehabaperdidoyasumatinal precisin.Milkcruzlaspatasdelanterasyalhacerlosintiunlevedolor.Mirsusdedossinmoverse, decidindose por fin a olfatearlos. El da anterior se haba sacado un pique, y en recuerdo de lo que haba sufrido lami extensamente el dedo enfermo. -No poda caminar -exclam en conclusin. Old no comprendi a qu se refera. Milk agreg: -Hay muchos piques. Esta vez el cachorro comprendi. Y repuso por su cuenta, despus de largo rato: -Hay muchos piques. Uno y otro callaron de nuevo, convencidos. El sol sali, y en el primer bao de su luz, las pavas del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestaeo. Poco a poco la pareja aument conlallegada delos otros compaeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labiosuperior,partidoporuncoat,dejabaverlosdientes,eIsond,denombreindgena.Loscincofoxterriers, tendidos y beatos de bienestar, durmieron. Al cabo de unahorairguieronla cabeza; por ellado opuesto delbizarro rancho de dos pisos-elinferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet-, haban sentido los pasos de su dueo, que bajaba la escalera. Mster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la esquina del rancho y mir el sol, alto ya. Tenaanlamiradamuertayellabiopendientetrassusolitariaveladadewhisky,msprolongadaquelas habituales. Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Alejronse con lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aqul por la sombra de los corredores. El da avanzabaigual alos precedentes de todo esemes:seco,lmpido, con catorce horas de solcalcinante queparecamantenerelcieloenfusin,yqueenuninstanteresquebrajabalatierramojadaencostras blanquecinas. Mster Jones fue a la chacra, mir el trabajo del da anterior y retorn al rancho. En toda esa maana no hizo nada. Almorz y subi a dormir la siesta. Lospeonesvolvieronalasdosalacarpicin,noobstantelahoradefuego,pueslosyuyosnodejabanel algodonal.Trasellosfueronlosperros,muyamigosdelcultivodesdeelinviernopasado,cuandoaprendierona disputaraloshalconeslosgusanosblancosquelevantabaelarado.Cadaperroseechbajounalgodonero, acompaando con su jadeo los golpes sordos de la azada. Entretantoelcalorcreca.Enelpaisajesilenciosoyenceguecientedesol,elairevibrabaatodoslados, daando la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante pauelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura demsfrescasombra. Tendanse alolargo, perolafatigalos obligaba asentarse sobrelas patas traseras, para respirar mejor. Reverberabaahoraadelantedeellosunpequeopramodegredaquenisiquierasehabaintentadoarar. All, el cachorro vio de pronto a Mster Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco. Old se puso en pie meneando el rabo. Los otros levantronse tambin, pero erizados. -Es el patrn -dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aqullos. -No, no es l -replic Dick. Loscuatroperrosestabanapiadosgruendosordamente,sinapartarlosojosdemsterJones,que continuaba inmvil, mirndolos. El cachorro, incrdulo, fue a avanzar, pero Prince le mostr los dientes: -No es l, es la Muerte. El cachorro se eriz de miedo y retrocedi al grupo. -Eselpatrnmuerto?-preguntansiosamente.Losotros,sinresponderle,rompieronaladrarconfuria, siempre en actitud temerosa. Pero mster Jones se desvaneca ya en el aire ondulante. Alorlosladridos,lospeoneshabanlevantadolavista,sindistinguirnada.Giraronlacabezaparaversi haba entrado algn caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo. Losfoxterriersvolvieronalpasoalrancho.Elcachorro,erizadoan,seadelantabayretrocedaconcortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compaeros que cuando una cosa va a morir, aparece antes. -Y cmo saben que se que vimos no era el patrn vivo? -pregunt. -Porque no era l -le respondieron displicentes. LuegolaMuerte,yconellaelcambiodedueo,lasmiserias,laspatadas,estabasobreellos!Pasaronel resto de la tarde al lado de su patrn, sombros y alerta. Al menor ruido gruan, sin saber hacia dnde. Porfinelsolsehunditraselnegropalmardelarroyo,yenlacalmadelanocheplateadalosperrosse estacionaronalrededordelrancho,encuyopisoaltomsterJonesrecomenzabasuveladadewhisky.Amedia nocheoyeronsuspasos,luegolacadadelasbotasenelpisodetablas,ylaluzseapag.Losperros,entonces, sintieronmselprximocambiodedueo,ysolosalpiedelacasadormida,comenzaronallorar.Llorabanen coro,volcandosussollozosconvulsivosysecos,comomasticados,enunaullidodedesolacin,quelavoz cazadoradePrincesostena,mientraslosotrostomabanelsollozodenuevo.Elcachorroslopodaladrar.La nocheavanzaba,yloscuatroperrosdeedad,agrupadosalaluzdelaluna,elhocicoextendidoehinchadode lamentos-bienalimentadosyacariciadosporeldueoqueibanaperder-,continuabanllorandoaloaltosu domstica miseria. AlamaanasiguientemsterJonesfuelmismoabuscarlasmulasylasuncialacarpidora, trabajando hastalasnueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de quela tierrano haba sido nuncabien rastreada, las cuchillasno tenanfilo,y conel paso rpido delasmulas,lacarpidora saltaba. Volvi constayafil sus rejas; pero un tornillo en que ya al comprar la mquina haba notado una falla, se rompi al armarla. Mand un pen al obraje prximo, recomendndole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alz la cabeza al sol fundente demedioda,einsistienquenogaloparaniunmomento.Almorzenseguidaysubi.Losperros,queenla maana no haban dejado un segundo a su patrn, se quedaron en los corredores. Lasiestapesaba,agobiadadeluzysilencio.Todoelcontornoestababrumosoporlasquemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a plomo, pareca deformarse en trmulo hervor, que adormeca los ojos parpadeantes de los foxterriers. -No ha aparecido ms -dijo Milk. Old,aloraparecido,levantvivamentelasorejas.Incitadoporlaevocacinelcachorrosepusoenpiey ladr, buscando a qu. Al rato call, entregndose con sus compaeros a su defensiva cacera de moscas. -No vino ms -agreg Isond. -Haba una lagartija bajo el raign -record por primera vez Prince. Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruz el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la sigui perezosamente con la vista y salt de golpe. -Viene otra vez! -grit. Porelnortedelpatioavanzabasoloelcaballoenquehabaidoelpen.Losperrossearquearonsobrelas patas,ladrandoconfuriaalaMuerte,queseacercaba.Elcaballocaminabaconlacabezabaja,aparentemente indeciso sobre el rumbo que deba seguir. Al pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en direccin al pozo, y se desvaneci progresivamente en la cruda luz. MsterJonesbaj;notenasueo.Disponaseaproseguirelmontajedelacarpidora,cuandoviollegar inesperadamente al pen a caballo. A pesar de su orden, tena que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su misin, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar los latidos, tembl agachando la cabeza,ycaydecostado.MsterJonesmandalachacra,todavadesombreroyrebenque,alpenparano echarlo si continuaba oyendo sus jesusticas disculpas. Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrn, se haba conformado con el caballo. Sentansealegres,libresdepreocupacin,yenconsecuenciadisponanseairalachacratraselpen,cuando oyeronamsterJonesquelegritabapidindoleeltornillo.Nohabatornillo:elalmacnestabacerrado,el encargadodorma,etc.MsterJones,sinreplicar,descolgsucascoysalilmismoenbuscadelutensilio. Resista el sol como un pen, y el paseo era maravilloso contra su mal humor. Losperrossalieronconl,perosedetuvieronalasombradelprimeralgarrobo;hacademasiadocalor. Desde all,firmes enlas patas, el ceo contrado y atento, vean alejarsea su patrn. Alfin el temor a la soledad pudo ms, y con agobiado trote siguieron tras l. MsterJonesobtuvosutornilloyvolvi.Paraacortardistancia,desdeluego,evitandolapolvorientacurva del camino,march enlnea recta a su chacra. Lleg al riacho yseintern en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito,quehacrecido,secadoyretoadodesdequehaypajaenelmundo,sinconocerfuego.Lasmatas, arqueadas en bveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, sera ya con da fresco,eramuyduraaesahora.MsterJonesloatraves,sinembargo,braceandoentrelapajarestallantey polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitrato. Saliporfinysedetuvoenlalinde;peroeraimposiblepermanecerquietobajoesesolyesecansancio. March de nuevo. Alcalor quemante que crecasin cesar desde tres das atrs, agregbase ahora el sofocamiento deltiempodescompuesto.Elcieloestabablancoynosesentaunsoplodeviento.Elairefaltaba,conangustia cardaca, que no permita concluir la respiracin. Mster Jones adquiri el convencimiento de que haba traspasado su lmite de resistencia. Desde haca rato le golpeaba en los odos el latido de las cartidas. Sentase en el aire, como si de dentro de la cabeza le empujaranel crneohaciaarriba.Semareabamirandoelpasto.Apresurlamarchaparaacabarconesodeunavez...Yde pronto volvi en s y se hall en distinto paraje: haba caminado media cuadra sin darse cuenta de nada. Mir atrs, y la cabeza se le fue en un nuevo vrtigo. Entretanto, los perros seguan tras l, trotando con toda la lengua afuera. A veces, asfixiados, detenanse en la sombradeunespartillo;sesentaban,precipitandosujadeo,paravolverenseguidaaltormentodelsol.A1fin, como la casa estaba ya prxima, apuraron el trote. Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a mster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con sbito recuerdo, volvi la cabeza a su patrn, y confront. -La Muerte, la Muerte! -aull. Losotroslohabanvistotambin,yladrabanerizados,yporuninstantecreyeronqueseibaaequivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, mir el grupo con sus ojos celestes, y march adelante. -Que no camine ligero el patrn! -exclam Prince. -Va a tropezar con l! -aullaron todos. En efecto, el otro, tras brevehesitacin,haba avanzado, pero no directamente sobre ellos como antes, sino enlneaoblicuayenaparienciaerrnea,peroquedeballevarlojustoalencuentrodemsterJones.Losperros comprendieron que esta vez todo conclua, porque su patrn continuaba caminando a igual paso como un autmata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pas un segundo y el encuentro se produjo. Mster Jones se detuvo, gir sobre s mismo y se desplom. Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fue intil toda el agua; muri sin volver en s. Mster Moore, su hermano materno, fue all desde Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra, y en cuatro das liquid todo, volvindose en seguida al Sur. Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e iban todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maz en las chacras ajenas. FIN La meningitis y su sombra [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga Novuelvodemisorpresa.QudiablosquierendecirlacartadeFunes,yluegolacharladelmdico? Confieso no entender una palabra de todo esto. He aqu las cosas. Hace cuatro horas, a las 7 de la maana, recibo una tarjeta de Funes, que dice as: Estimado amigo: Si no tiene inconveniente, le ruego que pase esta noche por casa. Si tengo tiempo ir a verlo antes. Muy suyo Luis Mara Funes. Aqu ha comenzado mi sorpresa. No se invita a nadie, que yo sepa, a las siete de la maana para una presunta conversacin en la noche, sin un motivo serio. Qu me puede querer Funes? Mi amistad con l es bastante vaga, y en cuanto a su casa, he estado all una sola vez. Por cierto que tiene dos hermanas bastante monas. As, pues, he quedado intrigado. Esto en cuanto a Funes. Y he aqu que una hora despus, en el momento en que sala de casa, llega el doctor Ayestarain, otro sujeto de quien he sido condiscpulo en el colegio nacional, y con quien tengo en suma la misma relacin a lo lejos que con Funes. Y el hombre me habla de a, b y c, para concluir: -Veamos, Durn: Vd. comprende de sobra que no he venido a verlo a esta hora para hablarle de pavadas; no es cierto? -Me parece que s -no pude menos que responderle. -Es claro. As, pues, me va a permitir una pregunta, una sola. Todo lo que tenga de indiscreta, se lo explicar en seguida. Me permite? -Todo lo que quiera -le respond francamente, aunque ponindome al mismo tiempo en guardia. Ayestarainmemirentoncessonriendo,comosesonrenloshombresentreellos,ymehizoestapregunta disparatada: -Qu clase de inclinacin siente Vd. hacia Mara Elvira Funes? Ah,ah!Poraquandabalacosa,entonces!MaraElviraFunes,hermanadeLuisMaraFunes,todosen Mara!Perosiapenasconocaaesapersona!Nadaextrao,pues,quemiraraalmdicocomoquienmiraaun loco. -Mara Elvira Funes? -repet-. Ningn grado ni ninguna inclinacin. La conozco apenas. Y ahora... -No,permtame-meinterrumpi-.Leaseguroqueesunacosabastanteseria...Mepodradarpalabrade compaero de que no hay nada entre Vds. dos? -Pero est loco! -le dije al fin-. Nada, absolutamente nada! Apenas la conozco, vuelvo a repetirle, y no creo que ella se acuerde de habermevisto jams. He hablado unminuto con ella, ponga dos, tres, en su propia casa,y nada ms. No tengo, por lo tanto, le repito por dcima vez, inclinacin particular hacia ella. -Es raro, profundamente raro... -murmur el hombre, mirndome fijamente. Comenzabayaasermepesadoelgaleno,poreminentequefuese-yloera-pisandounterrenoconelque nada tenan que ver sus aspirinas. -Creo que tengo ahora el derecho... Pero me interrumpi de nuevo: -S,tienederechodesobra...Quiereesperarhastaestanoche?Condospalabraspodrcomprenderqueel asunto es de todo, menos debroma... La personade quienhablamos est gravemente enferma, casi alamuerte... Entiende algo? -concluy mirndome bien a los ojos. Yo hice lo mismo con l durante un rato. -Ni una palabra -le contest. -Ni yo tampoco -apoy encogindose de hombros-. Por eso le he dicho que el asunto es bien serio... Por fin esta noche sabremos algo. Ir all? Es indispensable. -Ir -le dije, encogindome a mi vez de hombros. Yheaquporquhepasadotodoeldapreguntndomecomounidiotaqurelacinpuedeexistirentrela enfermedad gravsima de una hermana de Funes, que apenas me conoce, y yo, que la conozco apenas. * * * * * Vengo de lo de Funes. Es la cosa ms extraordinaria que haya visto en mi vida. Metempscosis, espiritismos, telepatas y dems absurdos del mundo interior, no son nada en comparacin de este mi propio absurdo en que me veo envuelto. Es un pequeo asunto para volverse loco. Vase: FuialodeFunes.LuisMaramellevalescritorio.Hablamosunrato,esforzndonoscomodoszonzos, puestoquecomprendindoloasevitbamosmirarnos,encharlardebueyesperdidos.PorfinentrAyestarain,y LuisMarasali,dejndomesobrelamesaelpaquetedecigarrillos,puessemehabanconcluido.Mi excondiscpulo me cont entonces lo que en resumen es esto: Cuatroocinconochesantes,alconcluirunreciboensupropiacasa,MaraElvirasehabasentidomal-cuestin de unbao demasiado fro esa tarde, segn opinin delamadre. Lo cierto es que haba pasado lanoche fatigada, y con buen dolor de cabeza. A la maana siguiente, mayor quebranto, fiebre; y a la noche, una meningitis, con todo su cortejo. El delirio, sobre todo, franco y prolongado a ms no pedir. Concomitantemente, una ansiedad angustiosa,imposibledecalmar.Lasproyeccionessicolgicasdeldelirio,pordecirloas,seerigieronygiraron desdela primeranoche alrededor de un solo asunto, uno solo, pero que absorbe su vida entera. Es una obsesin-prosigui Ayestarain- una sencilla obsesin a 42. Tiene constantemente fijos los ojos en la puerta, pero no llama a nadie. Su estado nervioso se resiente de esa muda ansiedad que la est matando, y desde ayer hemos pensado con miscolegasencalmareso...Nopuedeseguiras.YsabeVd.-concluy-aquinnombracuandoelsoporla aplasta? -No s... -le respond, sintiendo que mi corazn cambiaba bruscamente de ritmo. -A Vd. -me dijo, pidindome fuego. Quedamos, bien se comprende, un rato mudos. -No entiende todava? -dijo al fin. -Niunapalabra...-murmuraturdido,tanaturdido,comopuedeestarlounadolescentequealasalidadel teatro ve a la primera gran actriz que desde la penumbra del coche mantiene abierta hacia l la portezuela... Pero yo tena ya casi treinta aos, y pregunt al mdico qu explicacin razonable se poda dar de eso. -Explicacin? Ninguna. Ni la ms mnima. Qu quiere Vd. que se sepa de eso? Ah, bueno... Si quiere una a toda costa, supngase que en una tierra hay un milln, dos millones de semillas dist intas, como en cualquier parte. Viene un terremoto, remueve como un demonio eso, tritura el resto, y brota una semilla, una cualquiera, de arriba o del fondo, lo mismo da. Una planta magnfica... Le basta eso? No podra decirle una palabra ms. Por qu Vd., precisamente, que apenas la conoce, y a quien la enferma no conoce tampoco ms, ha sido en su cerebro delirante la semilla privilegiada? Qu quiere que se sepa de esto? -Sinduda...-repusoasumiradasiempreinterrogante,sintindomealmismotiempobastanteenfriadoal verme convertido en sujeto gratuito de divagacin cerebral, primero, y en agente teraputico, despus. En ese momento entr Luis Mara. -Mam lo llama -dijo al mdico. Y volvindose a m, con una sonrisa forzada: -Lo enter Ayestarain de lo que pasa?... Sera cosa de volverse loco con otra persona... Estodeotrapersonamereceunaexplicacin.LosFunes,yenparticularlafamiliadequecomenzabaa formartanridculaparte,tienenunfuerteorgullo;pormotivosdeabolengo,supongo,yporsufortuna,queme parece lo ms cierto. Siendo as, se daban por pasablemente satisfechos con que las fantasas amorosas del hermoso retoosehubierandetenidoenm,CarlosDurn,ingeniero,envezdemariposearsobreunsujetocualquierade insuficienteposicinsocial.As,pues,agradecenmifuerointernoeldistingodequemehacahonoreljoven patricio. -Es extraordinario...-recomenz Luis Mara,haciendo correr con disgustolosfsforos sobrelamesa. Y un momento despus, con una nueva sonrisa forzada: -No tendra inconveniente en acompaarnos un rato? Ya sabe, no? Creo que vuelve Ayestarain. En efecto, este entraba. -Empieza otra vez... -sacudi la cabeza, mirando nicamente a Luis Mara. Luis Mara se dirigi entonces a m con la tercera sonrisa forzada de esa noche: -Quiere que vayamos? -Con mucho gusto -le dije. Y fuimos. Entrelmdicosinhacerruido,entrLuisMara,yporfinentryo,todosconciertointervalo.Loque primero me choc, aunque deba haberlo esperado, fue la penumbra del dormitorio. La madre y la hermana, de pie, me miraron fijamente, respondiendo con una corta inclinacin de cabeza a la ma, pues cre no deber pasar de all. Ambas me parecieron mucho ms altas. Mir la cama, y vi, bajo la bolsade hielo, dos ojos abiertos vueltos a m. Mir al mdico, titubeando, pero este me hizo una imperceptible sea con los ojos, y me acerqu a la cama. Yo tengo alguna idea, como todo hombre, de lo que son dos ojos que nos aman, cuando uno se va acercando mucho a ellos. Pero la luz de aquellos ojos, la felicidad en que se iban anegando mientras me acercaba, el mareado relampagueodedicha,hastaelestrabismo,cuandomeinclinsobreellos,jamsenunamornormala37los volver a hallar. Balbuce algunas palabras, pero con tanta dificultad de suslabios resecos, que nada o. Creo que me sonre como un estpido (qu iba a hacer, quiero que me digan!), y ella tendi entonces su brazo hacia m. Su intencin era tan inequvoca que le tom la mano, -Sintese ah -murmur. Luis Mara corri el silln hacia la cama y me sent. Vase ahora si ha sido dado a persona alguna una situacin ms extraa y disparatada: Yo, en primer trmino, puesto que era el hroe, teniendo en la ma una mano ardida en fiebre y en un amor totalmenteequivocado.Enelladoopuesto,depie,elmdico.Alospiesdelacama,sentado,LuisMara. Apoyadas en el respaldo, en el fondo, la madre y la hermana. Y todos sin hablar, mirndonos con el ceo fruncido. Quiba ahacer?Quiba a decir? Preciso es que piensen unmomento en esto. La enferma, por su parte, arrancabaavecessusojosdelosmos,yrecorracondurainquietudlosrostrospresentesunotrasotro,sin reconocerlos, para dejar caer otra vez su mirada sobre m, confiada en profunda felicidad. Qutiempoestuvimosas?Nos;acasomediahora,acasomuchoms.Unmomentointentretirarla mano, pero la enferma la oprimi ms entre la suya. -Todavano...-murmur, tratando de hallarms cmoda postura a su cabeza. Todos acudieron, se estiraron las sbanas, se renov elhielo,y otra vezlos ojos sefijaron eninmvil dicha. Pero de vez encuando tornaban a apartarse inquietos y recorranlas caras desconocidas. Dos o tres vecesmir exclusivamente almdico; pero este bajlaspestaas,indicndomequeesperara.Ytuvorazn,alfin,porquedepronto,bruscamente,comoun derrumbe de sueo, la enferma cerr los ojos y se durmi. Salimos todos, menoslahermana, que ocup milugar en el silln. No era fcil decir algo-yo almenos. La madre por fin se dirigi a m con una triste y seca sonrisa: -Qu cosa ms horrible, no? Da pena! Horrible, horrible! No era la enfermedad, sino la situacin lo que les pareca horrible. Estaba visto que todas las galanteras iban a ser para m en aquella casa. Primero el hermanito, luego la madre. Ayestarain, que nos haba dejado uninstante, salimuysatisfecho del estado delaenferma; descansaba con una placidez desconocida an. La madre mir a otro lado, y yo mir al mdico: poda irme, claro que s, y me desped. * * * * * He dormido mal, lleno de sueos que nada tienen que ver con mi habitual vida. Y la culpa de ello est en la familiaFunes,conLuisMara,madre,hermanas,mdicosyparientescolaterales.Porquesiseconcretabienla situacin, ella da lo siguiente: Hayunajovendediezynueveaos,muybellasindudaalguna,queapenasmeconoceyaquienlesoy profundaytotalmenteindiferente.EstoencuantoaMaraElvira.Hay,porotrolado,unsujetojoventambin-ingeniero,sisequiere-quenorecuerdahaberpensadodosvecesseguidasenlajovenencuestin.Todoestoes razonable, inteligible y normal. Pero he aqu que la joven hermosa se enferma, de meningitis o cosa por el estilo, y en el delirio de la fiebre, nicayexclusivamenteeneldelirio,sesienteabrasadadeamor.Porunprimo,unhermanodesusamigos,un joven mundano que ella conoce bien? No seor; por m. Esestobastanteidiota?Tomo,pues,unadeterminacin,queharconoceralprimerodeesabenditacasa que llegue a mi puerta. * * * * * S, es claro. Como lo esperaba, Ayestarain estuvo este medioda a verme. No pude menos que preguntarle por la enferma, y su meningitis. -Meningitis? -me dijo-. Sabe Dios lo que es! Al principio pareca, y anoche tambin... Hoy ya no tenemos idea de lo que ser. -Pero, en fin -objet- siempre una enfermedad cerebral... -Y medular, claro est... Con unas lesioncillas quin sabe dnde... Vd. entiende algo de medicina? -Muy vagamente... -Bueno; hay una fiebre remitente, que no sabemos de dnde sale... Era un caso para marchar a todo escape a la muerte... Ahora hay remisiones -tac-tac-tac, justas como un reloj... -Pero el delirio -insist- existe siempre? -Ya lo creo! Hay de todo all... Y a propsito, esta noche lo esperamos. Ahoramehaballegadoelturnodehacermedicinaamimodo.Ledijequemipropiasustanciahaba cumplido ya su papel curativo la noche anterior, y que no pensaba ir ms. Ayestarain me mir fijamente: -Por qu? Qu le pasa? -Nada, sino que no creo sinceramente ser necesario all... Dgame: Vd. tiene idea de lo que es estar en una posicin humillantemente ridcula; si o no? -No se trata de eso... -S, se trata de eso, de desempear un papel estpido... Curioso que no comprenda! -Comprendo de sobra... Pero me parece algo as como... -no se ofenda- cuestin de amor propio. -Muylindo!-salt-. Amor propio! Yno seles ocurre otra cosa! Les parece cuestin de amor propioir a sentarse como un idiota para que me tomen lamano la noche entera ante toda la parentela con el ceo fruncido! Si a Vds. les parece una simple cuestin de amor propio, arrglense entre Vds. Yo tengo otras cosas que hacer. Ayestarain comprendi al parecer la parte de verdad que haba en lo anterior,porque no insisti, y hasta que se fue no volvimos a hablar de aquello. Todoestoestbien.Loquenoloesttantoesquehacediezminutosacaboderecibirunaesqueladel mdico, as concebida: Amigo Durn: Contodosubagajederencores,nosesindispensableestanoche.SupngaseunavezmsqueVd.hacede cloral, brional, el hipntico que menos le irrite los nervios, y vngase. Dijeunmomentoantesquelomaloeralaprecedentecarta.Ytengorazn,porquedesdeestamaanano espero sino esa carta... * * * * * Durante siete noches consecutivas -de once a una de la maana, momento en que remita la fiebre, y con ella eldelirio-hepermanecidoalladodeMaraElviraFunes,tancercacomopuedenestarlodosamantes.Meha tendido a veces su mano como la primera noche, y otras se ha preocupado de deletrear mi nombre, mirndome. S a ciencia cierta, pues, queme ama profundamente en ese estado, no ignorando tampoco que en susmomentos de lucideznotienelamenorpreocupacinpormiexistencia,presenteofutura.Estocreaasuncasodesicologa singulardequeunnovelistapodrasacaralgnpartido.Porloqueamserefiere,sdecirqueestadoblevida sentimentalmehatocadofuertementeelcorazn.Elcasoeseste:MaraElvira,siesqueacasonolohedicho, tiene los ojos ms admirables del mundo. Est bien que la primera noche yo no viera en su mirada sino el reflejo de mi propia ridiculez de remedio inocuo. La segunda noche sent menos mi insuficiencia real. La tercera vez no me cost esfuerzo alguno sentirme el ente dichoso que simulaba ser, y desde entonces vivo y sueo ese amor con que la fiebre enlaza su cabeza a la ma. Qu hacer? Bien s que todo esto es transitorio, que de da ella no sabe quien soy, y que yo mismo acaso no laamecuandolaveadepie.Perolossueosdeamor,aunqueseandedoshorasya40,sepaganenelda,y mucho me temo que si hay una persona en el mundo a la cual est expuesto a amar a plena luz, ella no sea mi vano amor nocturno... Amo, pues, una sombra, y pienso con angustia en el da en que Ayestarain considere a su enferma fuera de peligro, y no precise ms de m. Crueldad esta que apreciarn en toda su clida simpata, los hombres que estn enamorados -de una sombra o no. * * * * * Ayestarain acaba de salir. Me ha dicho que la enferma sigue mejor, y que mucho se equivoca, o me ver uno de estos das libre de la presencia de Mara Elvira. -S, compaero -me dice-. Libre de veladas ridculas, de amores cerebrales, y ceos fruncidos... Se acuerda? Mi cara no debe expresar suprema alegra, porque el taimado galeno se echa a rer y agrega: -Le vamos a dar en cambio una compensacin... Los Funes han vivido estos quince das con la cabeza en el aire,yno extrae, pues, sihan olvidadomuchas cosas, sobre todo enlo que a Vd. se refiere... Por lo pronto, hoy cenamos all. Sin su bienaventurada persona -dicho sea de paso- y el amor de marras, no s en qu hubiera acabado aquello... Qu dice Vd.? -Digo -le he respondido- que casi estoy tentado de declinar el honor que me hacen los Funes, admitindome a su mesa... Ayestarain se ech a rer. -No embrome!... Le repito que no saban dnde tenan la cabeza... -Pero para opio, y morfina, y calmante de mademoiselle, s, eh? Para eso no se olvidaban de m! Mi hombre se puso serio y me mir detenidamente. -Sabe lo que pienso, compaero? -Diga. -Que usted es el individuo ms feliz de la tierra. -Yo, feliz?... -O ms suertudo. Entiende ahora? Y qued mirndome. Hum! -me dije a m mismo: O yo soy un idiota, que es lo ms posible, o este galeno merece que lo abrace hasta romperle el termmetro dentro del bolsillo. El maligno tipo sabe ms de lo que parece, y acaso, acaso... Pero vuelvo a lo deidiota, que es lo ms seguro. -Feliz?... -insist sin embargo-. Por el amor estrafalario que Vd. ha inventado con su meningitis? Ayestarain torn a mirarme fijamente, pero esta vez cre notar un vago, vagusimo dejo de amargura. -Y aunque no fuera ms que eso, grandsimo zonzo... -ha murmurado, cogindome del brazo para salir. En el camino -hemos ido al guila, a tomar el vermut- me ha explicado bien claro tres cosas. 1:quemipresencia,alladodelaenferma,eraabsolutamentenecesaria,dadoelestadodeprofunda excitacin-depresin -todo en uno- de su delirio-. 2: que los Funes lo haban comprendido as, ni ms ni menos, a despechodeloraro,subrepticioeinconvenientequepudieraparecerlaaventura,constndoles,estclaro,lo artificial de todo aquel amor.-3: que los Funes han confiado sencillamente en mi educacin, para que me d cuenta -sumamente clara- del sentido teraputico que ha tenido mi presencia ante la enferma, y la de la enferma ante m. -Sobre todo lo ltimo, eh? -he agregado a guisa de comentario-. El objeto de toda esta charla es este: que no vaya yo jams a creer que Mara Elvira siente la menor inclinacin real hacia m. Es eso? -Claro! -se ha encogido de hombros el mdico-. Pngase Vd. en su lugar... Y tiene razn el bendito hombre. Porque a la sola probabilidad de que ella... AnochecenenlodeFunes.Noeraprecisamenteunacomidaalegre,sibienLuisMara,porlomenos, estuvo muy cordial conmigo. Querra decir lo mismo de la madre, pero por ms esfuerzos quehaca para hacerme grata lamesa, evidentementeno veenm sino aunintruso a quien en ciertas horas suhija prefiere unmilln de veces.Estcelosa,ynodebemoscondenarla.Porlodems,sealternabanconsuhijaparairaveralaenferma. Estahabatenidounbuenda,tanbuenoqueporprimeravezdespusdequincedasnohuboesanochesubida seriadefiebre,yaunquemequedhastalaunaporpedidodeAyestarain,tuvequevolvermeacasasinhaberla visto un instante. Se comprende esto? No verla en todo el da! Ah! Si por bendicin de Dios, la fiebre, fiebre de 40, 80, 120, cualquier fiebre, cayera esta noche sobre su cabeza... Y aqu est: esta sola lnea del bendito Ayestarain: Delirio de nuevo. Venga en seguida. * * * * * Todo lo antedicho es suficiente para enloquecer bien que mal a un hombre discreto. Vase esto ahora: Cuando entr anoche, Mara Elvira me tendi su brazo como la primera vez. Acost su cara sobre la mejilla izquierda, y cmoda as, fij los ojos en m. No s qu me decan sus ojos; posiblemente me daban toda su viday toda su alma en una entrega infinitamente dichosa. Sus labios me dijeron algo, y tuve que inclinarme para or: -Soy feliz -se sonri. Pasado un momento sus ojos me llamaron de nuevo, y me inclin otra vez. -Y despus... -murmur apenas, cerrando los ojos con lentitud. Creo que tuvo una sbita fuga de ideas. Pero la luz, la insensata luz que extrava la mirada en los relmpagos de felicidad, inund de nuevo sus ojos. Y esta vez o bien claro, sent claramente sobre mi rostro esta pregunta: -Y cuando sane y no tenga ms delirio... me querrs todava? Locuraquesehasentadoahorcajadassobremicorazn!Despus!Cuandonotengamsdelirio!Pero estbamos todos locos enla casa, o haba all, proyectado fuera demmismo, uneco amiincesante angustia del despus?Cmoesposiblequeelladijeraeso?Habameningitisono?Habadelirioono?LuegomiMara Elvira... No s qu contest; presumo que cualquier cosa a escandalizar a la parentela completa si me hubieran odo. Pero apenas haba murmurado yo; apenas haba murmurado ella con una sonrisa... y se durmi. Devueltaacasa,micabezaeraunvrtigovivo,conlocosimpulsosdesaltaralaireylanzaralaridosde felicidad.Quin,deentrenosotros,puedejurarquenohubierasentidolomismo?Porquelascosas,paraser claras,debenserplanteadasas:Laenfermacondelirio,queporunaaberracinsicolgicacualquiera,ama, nicamente en su delirio, a X. Esto por un lado. Por el otro, el mismo X, que desgraciadamente para l, no se siente confuerzasparaconcretarseexclusivamenteasupapelmedicamentoso.Yheaququelaenferma,consu meningitis y su inconsciencia -su incontestable inconsciencia- murmura a nuestro amigo: Y cuando no tenga ms delirio... me querrs todava? Esto es lo que yo llamo un pequeo caso de locura, claro y rotundo. Anoche, cuando llegaba a casa, cre un momentohaberhalladolasolucin,queseraesta:MaraElvira,ensufiebre,soabaqueestabadespierta.A quin no ha sido dado soar que est soando? Ninguna explicacin ms sencilla, claro est. Pero cuando por pantalla de ese amor mentido hay dos ojos inmensos, que empapndonos de dicha se anegan ellosmismos en un amor queno se puedementir: cuando sehavisto a esos ojos recorrer con dura extraezalos rostros familiares, para caer en exttica felicidad ante uno mismo, pese al delirio y cien mil delirios como ese, uno tiene el derecho de soar toda la noche con aquel amor -o seamos ms explcitos: con Mara Elvira Funes. * * * * * Sueo,sueoysueo!Hanpasadodosmeses,ycreoavecessoaran.Fuiyoono,porDiosbendito, aquelaquienseletendilamano,yelbrazodesnudohastaelcodo,cuandolafiebretornabahostilesanlos rostros bien amados de la casa? Fui yo o no el que apacigu en sus ojos, durante minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de mi Mara Elvira? Si, fui yo. Pero eso est acabado, concluido, finalizado, muerto, inmaterial, como si nunca hubiera sido. Y sin embargo... Volvaverlaalosveintedasdespus.Yaestabasana,ycenconellos.Huboalprincipiounaevidente alusin a los desvaros sentimentales de la enferma, todo con gran tacto de la casa, en lo que cooper cuanto me fue posible, pues en esos veinte das transcurridos no haba sido mi preocupacin menor, pensar en la discrecin de que deba yo hacer gala en esa primera entrevista. Todo fue a pedir de boca, no obstante. -Y Vd. -me dijo la madre sonriendo- ha descansado del todo de las fatigas que le hemos dado? -Oh, era muy poca cosa!... Y an -conclu riendo tambin- estara dispuesto a soportarlas de nuevo... Mara Elvira se sonri a su vez. -Vd. s; pero yo, no, le aseguro! La madre la mir con tristeza: -Pobre, mi hija! Cuando pienso en los disparates que se te han ocurrido... En fin -se volvi a m con agrado-. Vd. es ahora -podramos decir- de la casa, y le aseguro que Luis Mara lo estima muchsimo. El aludido me puso la mano en el hombro y me ofreci cigarrillos. -Fume, fume, y no haga caso. -PeroLuisMara!-lereprochlamadre,semiseria-cualquieracreeraalortequeleestamosdiciendo mentiras a Durn! -No, mam; lo que dices est perfectamente bien dicho; pero Durn me entiende. LoqueyoentendaeraqueLuisMaraqueracortarconamabilidadesmsomenossosas;peronoselo agradec en lo ms mnimo. Entretanto,cuantasvecespoda,sinllamarlaatencin,fijabalosojosenMaraElvira.Alfin!Yalatena antem,sana,biensana.Habaesperadoytemidoconansiaeseinstante.Habaamadounasombra,omsbien dicho, dos ojos y treinta centmetros de brazo, pues el resto era una larga mancha blanca. Y de aquella penumbra, como de un capullo taciturno, se haba levantado aquella esplndida figura fresca, indiferentey alegre, que no me conoca. Me miraba como se mira a un amigo de la casa, en el que es preciso detener un segundo los ojos, cuando secuentaalgoosecomentaunafraserisuea.Peronadams.Nielmsleverastrodelopasado,nisiquiera afectacin de no mirarme, con lo que haba yo contado como ltimo triunfo de mi juego. Era un sujeto -no digamos sujeto,sinoser-absolutamentedesconocidoparaella.Ypinseseahoraenlagraciaquemehararecordar, mientras la miraba, que una noche, esos mismos ojos ahora frvolos me haban dicho, a ocho dedos de los mos: -Y cuando est sana... me querrs todava? A qu buscar luces, fuegos fatuos de una felicidad muerta, sellada a fuego en el cofrecillo hormigueante de una fiebre cerebral! Olvidarla... Siendo lo que hubiera deseado, era precisamente lo que no poda hacer. Ms tarde, en elhall,hallmodo de aislarme con Luis Mara,mas colocando a este entre su hermanayyo; podaasmirarlaimpunemente,sopretextodequemivistaibanaturalmentemsalldemiinterlocutor.Yes extraordinariocmosucuerpo,desdeelmsinvisiblecabellodesucabezaaltacndesuszapatos,eraunvivo deseo,ycmoalcruzarelhallparairadentro,cadagolpedesufaldacontraelcharolibaarrastrandomialma como un papel. Volvi, se ri, cruz rozando a mi lado, sonrindome forzosamente, pues estaba a su paso, mientras yo, como unidiota,continuabasoandoconunasbitadetencinamilado,ynouna,sinodosmanos,puestassobremis sienes: -Y bien: ahora que me has visto de pie: me quieres todava? Bah! Muerto, bien muerto, me desped, y oprim un instante aquella mano fra, amable y rpida. * * * * * Hay, sin embargo, una cosa absolutamente cierta, y es esta: Mara Elvira puede no recordar lo que sinti en sus das de fiebre, admito esto. Pero est perfectamente enterada de lo que pas, por los cuentos posteriores. Luego, es imposible que yo est para ella desprovisto del menor inters. De encantos-Dios me perdone!- todo lo que ella quiera. Pero de inters, el hombre con quien se ha soado veinte noches seguidas, eso no. Por lo tanto, su perfecta indiferenciaamirespecto,noesracional.Quventajas,quremotaprobabilidaddedichapuedereportarme constatar esto? Ninguna, que yo vea. Mara Elvira se precave as contra mis posibles pretensiones por aquello; he aqu todo. En lo que no tiene razn. Que me guste desesperadamente, muy bien. Pero que vaya yo a exigir el pago de un pagar de amor firmado sobre una carpeta de meningitis, diablo! eso no. * * * * * Nueve de la maana. No es hora sobremanera decente de acostarse, pero as es. Del baile de lo de Rodrguez Pea, a Palermo. Luego al bar. Todo perfectamente solo. Y ahora a la cama. Pero no sin disponerme a concluir el paquete de cigarrillos, antes de que el sueo venga. Y aqu est la causa: bail anoche con Mara Elvira. Y despus de bailar, hablamos as: -Estos puntitos de la pupila -me dijo, frente uno de otro en la mesita- no se me han ido an. No s qu ser... Antes de mi enfermedad no los tena. Precisamente nuestra vecina de mesa acababa de hacerle notar ese detalle. Con lo que sus ojos no quedaban sino ms luminosos. Apenas comenc a responderle, me di cuenta de la cada; pero ya era tarde. -S -le dije, observando sus ojos- me acuerdo de que antes no los tena... Y mir a otro lado. Pero Mara Elvira se ech a rer: -Es cierto; Vd. debe saberlo ms que nadie. Ah! qu sensacin de inmensa losa derrumbada por fin de sobre mi pecho! Era posible hablar de eso, por fin! -Esocreo-repuse-.Msquenadie,nos...Perosi;enelmomentoaqueserefiere,msquenadie,con seguridad. Me detuve de nuevo; mi voz comenzaba a bajar demasiado de tono. Ah,s!-sesonriMaraElvira.Apartlosojos,seriaya,alzndolosalasparejasquepasabananuestro lado. Corri un momento, para ella de perfecto olvido de lo que hablbamos, supongo, y de sombra angustia para m. Pero sin bajar los ojos, como si le interesaran siempre los rostros que cruzaban en sucesin de film, agreg de costado: -Cuando era mi amor, al parecer. -Perfectamente bien dicho -le dije- su amor, al parecer. Ella me mir entonces, devolvindome la sonrisa. -No... Y se call. -No... qu? Concluya. -Para qu? Es una zoncera. -No importa; concluya. Ella se ech a rer: -Para qu? En fin... no supondr que no era al parecer? -Es un insulto gratuito -le respond-. Yo fui el primero en constatar la exactitud de la cosa, cuando yo era su amor... al parecer. -Ydale!...-murmur.Peroamivezeldemoniodelalocuramearrastr trasaquelydale!burln,auna pregunta que nunca debiera haber hecho. -igame, Mara Elvira -me inclin-: Vd. no recuerda nada, no es cierto, nada de aquella ridcula historia? Memirmuyseria,conaltivez,sisequiere,peroalmismotiempoconatencin,comocuandonos disponemos a or cosas que a pesar de todo no nos disgustan. -Qu historia? -dijo. -La otra, cuando yo viva a su lado... -le hice notar con suficiente claridad. -Nada... absolutamente nada. -Veamos; mreme un instante... -No, ni aunque lo mire... -me lanz en una carcajada. -No,noeseso...Ustedmehamiradodemasiadoantesparaqueyonosepa...Queradecirleesto:Nose acuerda Vd. de haberme dicho algo... dos o tres palabras nada ms... la ltima noche que tuvo fiebre? MaraElviracontrajolascejasunlargoinstante,ylaslevantluego,msaltasquelonatural.Memir atentamente, sacudiendo la cabeza: -No, no recuerdo... -Ah! -me call. Pas un rato. Vi de reojo que me miraba an. -Qu -murmur. -Qu... qu? -repet. -Qu le dije? -Tampoco me acuerdo ya... -S, se acuerda... Qu le dije? -No s, le aseguro... -S, sabe... Qu le dije? -Veamos!-meechdenuevosobrelamesa-.SiVd.no recuerdaabsolutamentenada,puestoque todoera una alucinacin de fiebre, qu puede importarle lo que me haya o no dicho en su delirio? El golpe era serio. Pero Mara Elvira no pens en contestarlo, contentndose con mirarme un instante ms y apartar la vista con una corta sacudida de hombros. -Vamos -me dijo bruscamente-. Quiero bailar este vals. -Es justo -me levant-. El sueo de vals que bailbamos no tiene nada de divertido. Nomerespondi.Mientrasavanzbamosalsaln,parecabuscarconlosojosaalgunodesushabituales compaeros de vals. -Qu sueo de vals desagradable para Vd.? -me dijo de pronto, sin dejar de recorrer el saln con la vista. -Un vals de delirio... no tiene nada que ver con esto -me encog a mi vez de hombros. Crequenohablaramosmsesanoche.PeroaunqueMaraElviranodijounapalabra,tampocopareci hallar al compaero ideal que buscaba. De modo que detenindose, me dijo con una sonrisa forzada-la ineludible forzada sonrisa que campe sobre toda aquella historia: -Si quiere, entonces, baile este vals con su amor... -...al parecer. No agrego una palabra ms -repuse, pasando la mano por su cintura. * * * * * Un mes ms transcurrido. Pensar que la madre, Anglica y Luis Mara estn para m ahora llenos de potico misterio! La madre es, desde luego, la persona a quien Mara Elvira tutea y besa ms ntimamente. Su hermana la havistodesvestirse.LuisMara,porsuparte,se permitepasarlelamanoporlabarbillacuandoentrayellaest sentadadeespaldas.Trespersonasbienfelices,comoseve,eincapacesdeapreciarladichaenqueseven envueltos. En cuanto a m, me paso la vida llevando cigarros a la boca como quien quema margaritas: me quiere? no me quiere? DespusdelbaileenlodePea,heestadoconellamuchasveces-ensucasa,desdeluego,todoslos mircoles. Conserva su mismo crculo de amigos, sostiene a todos con su risa, y flirtea admirablemente cuantas veces se lo proponen. Pero siemprehallamodo de no perderme devista. Esto cuando est conlos otros. Pero cuando est conmigo, entonces no aparta los ojos de ellos. Esestorazonable?No,noloes.Yporesotengodesdehaceunmesunabuenalaringitis,afuerzade ahumarme la garganta. Anoche,sinembargo,hetenidounmomentodetregua.Eramircoles.Ayestarainconversabaconmigo,y una breve mirada de Mara Elvira, lanzada hacia nosotros por sobre los hombros del cudruple flirt que la rodeaba, pusosuesplndidafiguraennuestraconversacin.Hablamosdeella,yfugazmente,delaviejahistoria.Unrato despus se detena ante nosotros. -De qu hablan? -De muchas cosas; de Vd. en primer trmino -respondi el mdico. -Ah,yamepareca...-Yrecogiendohaciaellaunsilloncitoromano,sesentcruzadadepiernas,elbusto tendido adelante, con la cara sostenida en la mano. -Sigan; ya escucho. -Contaba a Durn-dijoAyestarain- que casos como el queleha pasado a Vd. en su enfermedad, son raros, pero hay algunos. Un autor ingls, no recuerdo cul, cita uno. Solamente que es ms feliz que el suyo. -Ms feliz? Y por qu? -Porqueenaquelnohayfiebre,yambosseamanensueos.Encambio,enestecaso,Vd.eranicamente quien amaba... DijeyaquelaactituddeAyestarainmehabaparecidosiempreuntanto tortuosarespectoam?Sinolo dije,tuveenaquelmomentounfulminantedeseodehacrselosentir,nosolamenteconlamirada.Algo,no obstante, de ese anhelo debi percibir en mis ojos, porque se levant riendo: -Los dejo para que hagan las paces. -Maldito bicho! -murmur, ya tranquilo, cuando se alej. -Por qu? Qu le ha hecho? -Dgame, Mara Elvira -exclam- le ha hecho el amor a Vd. alguna vez? -Quin, Ayestarain? -S, l. Me mir titubeando al principio. Luego, plenamente en los ojos, seria: -S -me contest. -Ah, ya me lo esperaba!... Por lo menos ese tiene suerte... -murmur, ya amargado del todo. -Por qu? -me pregunt. Sinresponderle,meencogviolentamentedehombrosymiraotrolado.Ellasiguimivista.Pasun momento. -Porqu?-insisti,conesaobstinacinpesadaydistradadelasmujeres,cuandocomienzanahallarse perfectamente a gusto con un hombre. Estaba ahora, y estuvo durante los breves momentos que siguieron, de pie, conlarodillasobreelsilloncito.Mordaunpapel-jamssupededndepudosalir-ymemiraba,subiendoy bajando imperceptiblemente las cejas. -Por qu? -repuse al fin-. Porque l ha tenido por lo menos la suerte de no servir de mueco ridculo al lado deunacama,ypuedehablarseriamente,sinversubirybajarlascejascomosinoseentendieraloquedigo... comprende ahora? Mara Elvira me mir unos instantes pensativa, y luego movi negativamente la cabeza, con su papel en los labios. -Es cierto o no? -insist, pero ya con el corazn a loco escape. Ella torn a sacudir la cabeza: -No, no es cierto... -Mara Elvira! -llam Anglica de lejos. Todossabenquelavozdeloshermanossueleserdelomsinoportuna.Perojamsunavozfraternalha cado en un diluvio de hielo y pez fra tan fuera de propsito como aquella vez. Mara Elvira tir el papel y baj la rodilla. -Me voy -me dijo riendo, con la risa que ya le conoca cuando afrontaba un flirt. -Un solo momento! -le dije. -Ni uno ms! -me respondi alejndose ya y negando con la mano. Qu me quedaba por hacer? Nada, a no ser tragar el papelito hmedo, hundir la boca en el hueco que haba dejadosurodilla,yestrellarelsillncontralapared.Yestrellarmeenseguidayomismocontraunespejo,por imbcil.Lainmensarabiademmismomehacasufrir,sobretodo.Intuicionesviriles!Sicologasdehombre corrido! Y la primer coqueta cuya rodilla est marcada all, se burla de todo eso con una frescura sin par! * * * * * No puedo ms. La quiero como un loco, y no s, lo que es ms amargo an, si ella me quiere realmente o no. Adems, sueo, sueo demasiado,y cosas por elestilo: bamos delbrazo por un saln, ella toda deblanco,yyo como un bulto negro a su lado. No haba ms que personas de edad en el saln, y todas sentadas, mirndonos pasar. Era, sin embargo, un saln de baile. Y decan de nosotros: La meningitis y su sombra. Me despert, y volv a soar: el tal saln de baile estaba frecuentado por los muertos diarios de una epidemia. El traje blanco de Mara Elvira era unsudario,yyoeralamismasombradeantes,pero tenaahoraporcabezauntermmetro. ramossiempreLa meningitis y su sombra. Qupuedohacerconsueosdeestanaturaleza?Nopuedoms.MevoyaEuropa,aNorteAmrica,a cualquier parte, donde pueda olvidarla. Aququedarme?Arecomenzarlahistoriadesiempre,quemndomesolo,comounpayaso,oa desencontrarnoscadavezquenossentimosjuntos?Ah,no!Concluyamosconesto.Noselbienquelepodr hacer a mis planos esta ausencia sentimental (y s, sentimental!, aunque no quiera); pero quedarme sera ridculo, y estpido, y no hay para qu divertir ms a las Mara Elvira. * * * * * Podraescribiraqucosaspasablementedistintasdelasqueacabodeanotar,peroprefierocontar simplemente lo que pas el ltimo da que vi a Mara Elvira. Por bravata, o desafo a m mismo, o quin sabe por qu mortuoria esperanza de suicida, fui la tarde anterior de mi salida a despedirme de los Funes. Ya haca diez das que tena mis pasajes en el bolsillo, por donde se ver cunto desconfiaba de m mismo. Mara Elvira estaba indispuesta -asunto de garganta o jaqueca- pero visible. Pas un momento a la antesala a saludarla.Lahallhojeandomsicas,desganada.Alvermesesorprendiunpoco,aunquetuvo tiempodeechar unarpidaojeadaalespejo.Tenaelrostroabatido,loslabiosplidosylosojososcurosdeojeras.Peroeraella siempre, ms hermosa an para m, porque la perda. Le dije sencillamente que me iba, y que le deseaba mucha felicidad. Al principio no me comprendi. -Se va? Y adnde? -A Norte Amrica... Acabo de decrselo. -Ah! -murmur, marcando bien claramente la contraccin de los labios. Pero en seguida me mir, inquieta. -Est enfermo? -Pst!... no precisamente... No estoy bien. -Ah! -murmur de nuevo. Y mir hacia afuera a travs de los vidrios, abriendo bien los ojos, como cuando uno pierde el pensamiento. Por lo dems, llova en la calle, y la antesala no estaba clara. Se volvi a m. -Por qu se va? -me pregunt. -Hum! -me sonre-. Sera muy largo, infinitamente largo de contar... En fin, me voy. Mara Elvira fij an los ojos en m, y su expresin, preocupada y atenta, se torn sombra. Concluyamos, me dije. Y adelnteme: -Bueno, Mara Elvira... Me tendi lentamente la mano, una mano fra y hmeda, de jaqueca. -Antes de irse -me dijo- no me quiere decir por qu se va? Su voz haba bajado un tono. El corazn me lati locamente, pero como en un relmpago, la vi ante m, como aquellanoche,alejndoseriendoynegandoconlamano:"no,yaestoysatisfecha"...Ah,no,yotambin!Con aquello tena bastante! -Mevoy-ledijebienclaro-porqueestoyhastaaqudedolor,ridiculezyvergenzademmismo!Est contenta ahora? Tena an la mano en la ma. La retir, se volvi lentamente, quit la msica del atril para colocarla sobre el piano, todo con pausa y mesura, y me mir de nuevo con esforzada y dolorosa sonrisa: -Y si yo... le pidiera que no se fuera?... -Pero por Dios bendito! -exclam-. No se da cuenta de que me est matando con estas cosas! Estoy harto de sufrir y echarme en cara mi infelicidad! Qu ganamos, qu gana Vd. con estas cosas? No, basta ya! Sabe Vd. -agreguadelantndome-loqueVd.medijoaquellaltimanochedesuenfermedad?Quierequeselodiga? Quiere? Qued inmvil, toda ojos. -Si, dgame... -Bueno! Vd. me dijo, y maldita sea la noche en que lo o, Vd. me dijo bien claro esto: y-cuan-do-no tenga-ms-de-li-rio,meque-rrstoda-v-a?Vd.tenadelirioan,yalos...Peroququierequehagayoahora? Quedarme aqu, a sulado, desangrndomevivocon sumodo de ser, porque la quiero como unidiota!... Esto es bien claro tambin, eh? Ah, le aseguro que no es vida la que llevo! No, no es vida! Haba apoyado la frente en los vidrios, deshecho, sintiendo que despus de lo que haba dicho, mi amor, mi alma, mi vida, se derrumbaban para siempre jams. Peroeramenesterconcluirymevolv:ellaestabaamilado,yensusojos-comoenunrelmpago,de felicidad esta vez- vi en sus ojos resplandecer, marearse, sollozar, la luz de hmeda dicha que crea muerta ya. -Mara Elvira! -exclam, grit, creo-. Mi amor querido! Mi alma adorada! Yella,ensilenciosaslgrimasdetormentoconcluido,vencida,entregada,dichosa,habahalladoporfin sobre mi pecho, postura cmoda a su cabeza. * * * * * Ynadams.Habrcosamssencillaquetodoesto?Yohesufrido,esbienposible,llorado,aulladode dolor,ydebocreerloporqueasloheescrito.Peroquendiabladamentelejosesttodoeso!Ytantomslejos porque -y aqu est lo ms gracioso de esta nuestra historia- ella est aqu, a mi lado, leyendo con la cabeza sobre la lapicera,loqueescribo.Haprotestado,bienseve,antenopocasobservacionesmas;peroenhonordelarte literarioenquenoshemosengolfadocontantafrescura,seresignacomobuenaesposa.Porlodems,ellacree conmigo que la impresin general de la narracin, reconstruida por etapas, es un reflejo bastante acertado de lo que pas, sentimos y sufrimos. Lo cual, para obra de un ingeniero, no est del todo mal. EnestemomentoMaraElvirameinterrumpeparadecirmequelaltimalneaescritanoesverdad:Mi narracin no solo no est del todo mal,sino que est bien,muybien. Y como argumento irrefutable, me echalos brazos al cuello y me mira, no s si a mucho ms de cinco centmetros. -Es verdad? -murmura- o arrulla, mejor dicho. -Se puede poner arrulla? -le pregunto. -S, y esto, y esto! Y me da un beso. Qu ms puedo aadir? FIN La miel silvestre [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce aos, y a consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este queda a dos leguasdelaciudad.Allviviranprimitivamentedelacazaylapesca.Ciertoesquelosdosmuchachosnose haban acordado particularmente dellevar escopetas ni anzuelos; pero, de todos modos, elbosque estaba all, con su libertad como fuente de dicha y sus peligros como encanto. Desgraciadamente,alsegundodafueronhalladosporquieneslosbuscaban.Estabanbastanteatnitos todava, no poco dbiles, y con gran asombro de sus hermanos menores-iniciados tambin en Julio Verne- saban andar an en dos pies y recordaban el habla. Laaventuradelosdosrobinsones,sinembargo,fueraacasomsformalahabertenidocomoteatrootro bosquemenosdominguero.LasescapatoriasllevanaquenMisionesalmitesimprevistos,yaelloarrastra Gabriel Benincasa el orgullo de sus stromboot. Benincasa, habiendo concluido sus estudios de contadura pblica, sinti fulminante deseo de conocer la vida delaselva.Nofuearrastradoporsutemperamento,puesantesbienBenincasaeraunmuchachopacfico, gordinfln y de cara rosada, en razn de su excelente salud. En consecuencia, lo suficiente cuerdo para preferir un t conlechey pastelitos a quin sabe qufortuita einfernal comida delbosque. Pero as como elsoltero que fue siemprejuicioso cree de su deber,lavspera de susbodas, despedirse delavidalibre con unanoche de orgaen compona desus amigos, deigualmodo Benincasa quisohonrar suvidaaceitada con dos o tres choques devida intensa. Y por este motivo remontaba el Paran hasta un obraje, con sus famosos stromboot. ApenassalidodeCorrienteshabacalzadosusreciasbotas,pueslosyacarsdelaorillacalentabanyael paisaje.Masapesardeelloelcontadorpblicocuidabamuchodesucalzado,evitndolearaazosysucios contactos. De este modo lleg al obraje de su padrino, y a la hora tuvo ste que contener el desenfado de su ahijado. -Adnde vas ahora? -le haba preguntado sorprendido. -Al monte; quiero recorrerlo un poco -repuso Benincasa, que acababa de colgarse el winchester al hombro. -Pero infeliz! No vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si quieres... O mejor deja esa arma y maana te har acompaar por un pen. Benincasa renunci a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y se detuvo. Intent vagamente un paso adentro, y qued quieto. Metiose las manos en los bolsillos y mir detenidamente aquella inextricable maraa, silbandodbilmenteairestruncos.Despusdeobservardenuevoelbosqueaunoyotrolado,retornbastante desilusionado. Aldasiguiente,sinembargo, recorrilapicadacentralporespaciodeunalegua,yaunquesufusilvolvi profundamente dormido, Benincasa no deplor el paseo. Las fieras llegaran poco a poco. Llegaron stas a la segunda noche -aunque de un carcter un poco singular. Benincasa dorma profundamente, cuando fue despertado por su padrino. -Eh, dormiln! Levntate que te van a comer vivo. Benincasa se sent bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se movan de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones regaban el piso. -Qu hay, qu hay? -pregunt echndose al suelo. -Nada... Cuidado con los pies... La correccin. Benincasa haba sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos correccin. Son pequeas, negras, brillantesymarchan velozmente en rosms o menos anchos. Son esencialmente carnvoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: araas, grillos,alacranes, sapos, vborasy a cuanto ser no puede resistirles. No hayanimal,porgrandeyfuertequesea,quenohayadeellas.Suentradaenunacasasuponelaexterminacin absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincnniagujero profundo donde no se precipite el ro devorador. Los perros allan,losbueyesmugenyesforzoso abandonarlesla casa, a trueque de ser rodos en diez horashasta el esqueleto. Permanecen en un lugar uno, dos, hasta cinco das, segn su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van. No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y como en el obraje abunda aqulla, antes de una hora el chalet qued libre de la correccin. Benincasa se observaba muy de cerca, en los pies, la placa lvida de una mordedura. -Pican muy fuerte, realmente! -dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia su padrino. Este,paraquienlaobservacinnotenayaningnvalor,norespondi,felicitndose,encambio,dehaber contenidoatiempolainvasin.Benincasareanudelsueo,aunquesobresaltadotodalanocheporpesadillas tropicales. Aldasiguientesefuealmonte,estavezconunmachete,pueshabaconcluidoporcomprenderquetal utensiliole sera en elmontemucho ms til que elfusil. Cierto es que su pulso no era maravilloso, y su acierto, mucho menos. Pero de todos modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las botas; todo en uno. El monte crepuscular y silencioso lo cans pronto. Dbale la impresin -exacta por lo dems- de un escenario visto de da. De la bullente vida tropical no hay a esa hora ms que el teatro helado; ni un animal, ni un pjaro, ni un ruido casi. Benincasavolva cuando un sordo zumbidolellamla atencin. A diezmetros de l, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolabanlaentrada del agujero. Se acerc con cautelayvio en elfondo dela abertura diez o doce bolas oscuras, del tamao de un huevo. -Esto es miel -se dijo el contador pblico con ntima gula-. Deben de ser bolsitas de cera, llenas de miel... Pero entre l -Benincasa- y las bolsitas estaban las abejas. Despus de un momento de descanso, pens en el fuego; levantara una buena humareda. La suerte quiso que mientras el ladrn acercaba cautelosamente la hojarasca hmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa cogi una en seguida, y oprimindole el abdomen, constat que no tena aguijn. Su saliva, ya liviana, se clarifico en melfica abundancia. Maravillosos y buenos animalitos! Enuninstanteelcontadordesprendilasbolsitasdecera,yalejndoseunbuentrechoparaescaparal pegajoso contacto de las abejas, se sent en un raign. De las doce bolas, siete contenan polen. Pero las restantes estabanllenasdemiel,unamieloscura,desombratransparencia,queBenincasapaladegolosamente.Saba distintamenteaalgo.Aqu?Elcontadornopudoprecisarlo.Acasoaresinadefrutalesodeeucaliptus.Ypor igual motivo, tena la densa miel un vago dejo spero. Mas qu perfume, en cambio! Benincasa,unavezbiensegurodequecincobolsitasleserantiles,comenz.Suideaerasencilla:tener suspendido el panal goteante sobre su boca. Pero como la miel era espesa, tuvo que agrandar el agujero, despus de haberpermanecidomediominutoconlabocaintilmenteabierta.Entonceslamielasom,adelgazndoseen pesado hilo hasta la lengua del contador. Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron as dentro de la boca de Benincasa. Fue intil que ste prolongara la suspensin, y mucho ms que repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse. Entre tanto, la sostenida posicin de la cabeza en alto lo haba mareado un poco. Pesado de miel, quieto y los ojosbienabiertos,Benincasaconsiderdenuevoelmontecrepuscular.Losrbolesyelsuelotomabanposturas por dems oblicuas, y su cabeza acompaaba el vaivn del paisaje. -Qu curioso mareo... -pens el contador. Y lo peor es... Al levantarse e intentar dar un paso, se haba visto obligado a caer de nuevo sobre el tronco. Senta su cuerpo deplomo,sobretodolaspiernas,comosiestuvieraninmensamentehinchadas.Ylospiesylasmanosle hormigueaban. -Esmuyraro,muyraro,muyraro!-serepitiestpidamenteBenincasa,sinescudriar,sinembargo,el motivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas... La correccin -concluy. Y de pronto la respiracin se le cort en seco, de espanto. -Debe ser la miel!... Es venenosa!... Estoy envenenado! Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le eriz el cabello de terror; no haba podido ni aun moverse. Ahoralasensacindeplomoyelhormigueosubanhastalacintura.Duranteunratoelhorrordemorirall, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibi todo medio de defensa. -Voy a morir ahora!... De aqu a un rato voy a morir!... No puedo mover la mano!... Ensupnicoconstat,sinembargo,quenotenafiebreniardordegarganta,yelcoraznypulmones conservaban su ritmo normal. Su angustia cambi de forma. -Estoy paraltico, es la parlisis! Y no me van a encontrar!... Pero una visible somnolencia comenzaba a apoderarse de l, dejndole ntegras sus facultades, a lo por que el mareo se aceleraba. Crey as notar que el suelo oscilante se volva negro y se agitaba vertiginosamente. Otra vez subiasumemoriaelrecuerdodelacorreccin,yensupensamientosefijcomounasupremaangustiala posibilidad de que eso negro que invada el suelo... Tuvo anfuerzas para arrancarse a ese ltimo espanto, y de pronto lanz un grito, un verdadero alarido, en quelavozdelhombrerecobralatonalidaddelnioaterrado:porsuspiernastrepabaunprecipitadorode hormigasnegras.Alrededordellacorreccindevoradoraoscurecaelsuelo,yelcontadorsinti,porbajodel calzoncillo, el ro de hormigas carnvoras que suban. Su padrino hall por fin, dos das despus, y sin la menor partcula de carne, el esqueleto cubierto de ropa de Benincasa. La correccin que merodeaba an por all, y las bolsitas de cera, lo iluminaron suficientemente. Noescomnquelamielsilvestretengaesaspropiedadesnarcticasoparalizantes,peroselahalla.Las floresconigualcarcterabundaneneltrpico,yyaelsabordelamieldenunciaenlamayoradeloscasossu condicin; tal el dejo a resina de eucaliptus que crey sentir Benincasa. FIN Nuestro primer cigarro [Cuento. Texto completo.] Horacio Quiroga Ninguna poca de mayor alegra que la que nos proporcion a Mara y a m, nuestra ta con su muerte. Ins volva de Buenos Aires, donde haba pasado tres meses. Esa noche, cuando nos acostbamos, omos que Ins deca a mam: -Qu extrao!... Tengo las cejas hinchadas. Mam examin seguramente las cejas de ta, pues despus de un rato contest: -Es cierto... No sientes nada? -No... sueo. Al da siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerte agitacin en casa, puertas que se abran y no se cerraban, dilogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados. Ins tena viruela, y de cierta especie hemorrgica que viva en Buenos Aires. Desde luego, a mi hermana y a m nos entusiasm el drama. Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra ta -casualmente nuestra ta!- enferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de polica, y el contacto con un payaso que saltando las gradashaba tomado asiento a milado. Pero ahora el gran acontecimiento pasabaennuestra propia casa;y al comunicarlo al primer chico que se detuvo enlapuerta de calle amirar, habaya enmis ojoslavanidad con que una criatura de riguroso luto pasa por primera vez ante sus vecinillos atnitos y envidiosos. Esa misma tarde salimos de casa, instalndonos en lanica que pudimos hallar con tanta premura, una vieja quinta de los alrededores. Una hermana de mam, que haba tenido viruela en su niez, qued al lado de Ins. Seguramenteenlosprimerosdasmampascruelesangustiasporsushijosquehabanbesadoala virolenta.Peroencambionosotros,convertidosenfuriososrobinsones,notenamostiempoparaacordarnosde nuestra ta. Haca mucho tiempo que la quinta dorma en su sombro y hmedo sosiego. Naranjos blanquecinos de diaspis;duraznosrajadosenlahorqueta;membrillosconaspectodemimbres;higuerasrastreantesafuerzade abandono, aquello daba, en su tupida hojarasca que ahogaba los pasos, fuerte sensacin de paraso. Nosotros no ramos precisamente Adn y Eva; pero s heroicos robinsones, arrastrados a nuestro destino por unagrandesgraciadefamilia:lamuertedenuestrata,acaecidacuatrodasdespusdecomenzarnuestra exploracin. Pasbamoseldaenterohuroneandoporlaquintabienquelashigueras,demasiadotupidasalpie,nos inquietaranunpoco.Elpozotambinsuscitabanuestraspreocupacionesgeogrficas.Eraesteunviejopozo inconcluso,cuyostrabajossehabandetenidoaloscatorcemetrossobreelfondodepiedra,yquedesapareca ahoraentrelosculantrillosydoradillasdesusparedes.Era,sinembargo,menesterexplorarlo,yporvade avanzada logramos con infinitos esfuerzos llevar hasta su borde una gran piedra. Como el pozo quedaba oculto tras unmacizodecaas,nosfuepermitidaestamaniobrasinquemamseenterase.Noobstante,Mara,cuya inspiracin potica prim siempre en nuestras empresas, obtuvo que aplazramos el fenmeno hasta que una gran lluvia, llenando el pozo, nos proporcionara satisfaccin artstica, a la par que cientfica. Peroloquesobretodoatrajonuestrosasaltosdiariosfueelcaaveral.Tarda