Servicios de D.a para Personas con Discapacidad - … de día para personas... · ANEXO Indicaciones para la elaboración de un Plan de Servicios Individualizados ... SIIS Centro

SERVICIOS DE DIA

PARA LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD

Donostia – San Sebastián 1997

Servicios de Día para las personas con discapacidad

SIIS Centro de Documentación y Estudios 2

INDICE:

1. Introducción 3

2. Trabajo e inserción social 6

3. El trabajo protegido 8

4. Las alternativas para quienes no pueden trabajar 13

5. Los Centros Ocupacionales 15

6. Los Centros de Día 17

7. Cambios en el esquema tradicional 19

7. a. La mutación del empleo 20

7. b. Integración funcional e integración social 22

7. c. La necesidad de aprender durante toda la vida 24

7. d. El concepto de calidad de vida 25

8. Criterios básicos de los Servicios de Día 26

9. Atención individualizada y programas personales 29

10. La elaboración y la puesta en práctica del programa 32

11. Los recursos del programa 35

11. a. Los Centros Especiales de Empleo 38

11. b. Los Centros de Día 41

11. c. Los Centros Ocupacionales 44

12. La importancia de la formación profesional 44

13. Conclusiones 46

ANEXO Indicaciones para la elaboración de un Plan de Servicios

Individualizados

50

ANEXO Inserción laboral de las personas con discapacidad 68



1. INTRODUCCIÓN

Los Servicios de Día para las personas adultas con discapacidad constituyen, junto a

los servicios residenciales y de apoyo, la columna vertebral de la atención que la

sociedad presta a estas personas y tienen una influencia directa en su calidad de

vida. Entendidos en un sentido amplio del término, el que hace referencia a las acti-

vidades que ocupan a la persona a lo largo de su jornada cotidiana, los Servicios de

Día se articulan, básicamente, en torno a tres grandes ámbitos: la educación, el traba-

jo y el ocio.

Este documento pretende, fundamentalmente, impulsar la reflexión sobre la evolu-

ción que este tipo de servicios ha conocido en los últimos años en nuestro país y,

muy especialmente, sobre las bases en las que habrá de apoyarse su desarrollo futu-

ro. Para ello, se apuntan una serie de medidas que coinciden, básicamente, con las

líneas generales que han marcado la práctica de los Servicios de Día en los países de

nuestro entorno en la última década.

Esta práctica pasa por la elaboración por parte de equipos multiprofesionales de

planes individuales de servicios a la medida de las necesidades de cada usuario, el

seguimiento personalizado de cada caso y la profundización en el uso de diferentes

recursos comunitarios, sin descartar el papel que, en determinadas circunstancias,

pueden jugar los centros especiales de cara a la atención a las personas adultas con

discapacidad. Se destaca, en ese sentido, la importancia de las fórmulas educativas y



de inserción laboral en el proceso de integración social de estas personas, lo que nos

lleva a cuestionar la validez de alternativas intermedias que, careciendo de un inte-

rés productivo o educativo real, no garantizan una integración social plena ni un

enriquecimiento de las habilidades sociales y personales de sus usuarios.

Lejos de ser nuevos, la mayor parte de los postulados que se recogen en este docu-

mento han sido discutidos y asumidos en los últimos años por la mayoría de los

profesionales implicados en la planificación y en la prestación de servicios para per-

sonas con discapacidad. De hecho, los problemas que ahora se detectan y las medi-

das que se plantean para darles respuesta no difieren gran cosa de los problemas y

las soluciones que centraban las discusiones de hace diez o quince años.

El National Development Group for the Mentally Handicapped en su informe

"Day Services for Mentally Handicapped Adults" -que se hizo luego sobradamente

conocido con el nombre de "Pamphlet 5"- ya hacía hincapié en 1977 en la importan-

cia del factor educativo, y en la necesidad de elaborar planes individuales de aten-

ción y de favorecer la integración de las personas con discapacidad en la comunidad

a través de los ATC (Adult Training Center), a los que proponía denominar Centros

de Educación Social.

En el año 1984, y por encargo del Gobierno Vasco, el SIIS redactó un informe sobre

Centros de Día que sirvió como base para el debate en dos mesas redondas en las

que participaron profesionales de muy distintos sectores y ámbitos profesionales,

tanto de la Administración como de la iniciativa privada. El informe y los posterio-

res debates que se generaron señalaban los mismos problemas y apuntaban con

claridad a parecidas soluciones. Así, respecto a los CD-s el informe apuntaba que "si

no es para la aplicación de programas adecuados, su establecimiento carece de cual-

quier tipo de justificación, puesto que en última instancia tienden a convertirse en

simples espacios de reclusión o de guarda".

"La idea fundamental que debe retenerse a la hora de crear un CD -se señalaba más

adelante- consiste en que no se trata tanto de crear unas determinadas plazas como



de crear programas: un programa general del Centro y un programa para cada

usuario. Lo básico es ofrecer a cada individuo seguridad y apoyo, idear un plan de

vida que no necesariamente consiste en realizar una tarea en el propio centro".

Según el informe, los CD-s deben ser fundamentalmente centros educativos, acep-

tando el término en su acepción más amplia. Deben ser un apoyo permanente para

la integración social del deficiente en su medio natural de vida, y han de dar cabida

a las personas con discapacidad que no tienen otros recursos disponibles, a las que

no pueden ajustarse o viven mal la disciplina y el ritmo de trabajo que impone un

centro de empleo, y a las que por una u otra razón, han dejado de trabajar. También

se hacía referencia a la necesidad de utilizar al máximo posible los recursos e instala-

ciones generales de la comunidad y de tener en cuenta las necesidades especiales sin

olvidar que lo verdaderamente importante son las necesidades individuales.

Pero el propio documento al que hacemos referencia señala las dificultades de tras-

ladar las concepciones teóricas a la práctica. Así, a la hora de destacar la importancia

de los programas individuales se destaca que "en general, el grupo en su totalidad

aceptaba esta idea, explícitamente incluso. Pero se diría que existe también cierta

reticencia o dificultad para entender su trascendencia. Quiere decirse que sobre el

papel, se aceptaba a nivel de principio o al menos no se ponía abiertamente en cues-

tión, aunque al intentar avanzar en su desarrollo se incurriese frecuentemente en

contradicción".

Parece claro, también ahora, que la puesta en práctica de los principios de la integra-

ción comunitaria y la atención individualizada avanza mucho más despacio que su

asunción teórica. Lo cual no quiere decir, sin embargo, que en estos años no se haya

avanzado en la dirección señalada y que los servicios integrados en la comunidad

no ocupen un lugar cada vez más importante en el mapa de la atención diurna a las

personas con discapacidad.

De hecho, buena parte de las instituciones que hoy día trabajan en este campo en la

CAPV elaboran planes individuales de servicios para sus usuarios, realizan un se-



guimiento personal de cada caso y se esfuerzan en integrar a cada persona en acti-

vidades comunitarias. Pero ocurre que no siempre se otorga la debida importancia a

estos programas, que se les da a veces un papel más testimonial que real, y que la

atención comunitaria se entiende más como un complemento de los servicios espe-

ciales que como una alternativa a los mismos.

No debemos menospreciar la función de los centros especiales para personas con

discapacidad, particularmente cuando se plantean como paso previo y transitorio

a oportunidades de integración social y a modos de vida autónomos. Tampoco

podemos olvidar, sin embargo, que la integración en entornos -ya sean laborales,

educativos o lúdicos- ordinarios es el objetivo primordial de cualquier política de

atención a las personas con discapacidad.

Como señalan Wheman y Kregel, la calidad de vida de las personas con discapa-

cidad pasa, en gran medida, por la reconversión de las fórmulas segregadas en

fórmulas de integración comunitaria y por la adaptación de nuestro esquema de

prestación de servicios -y los recursos que le dedicamos- a los valores de inde-

pendencia, productividad e inserción social que en la teoría proclamamos y acep-

tamos. Estos cambios pueden y han de ser llevados a la práctica por los profesio-

nales y por la Administración, pero son, sobre todo, los usuarios y sus familias

quienes han de convertirse en sus agentes principales1.

2. TRABAJO E INSERCIÓN SOCIAL

Al igual que para el resto de los ciudadanos, el desempeño de un puesto de tra-

bajo supone para las personas con discapacidad la mejor fórmula para evitar la

exclusión social. En efecto, aún hoy resulta evidente que la consideración social

de cada uno de nosotros guarda una estrecha relación con el puesto de trabajo

1At the crossroads: Supported employment a decade later, The Journal of the Association for Persons with Severe Handicaps, 1995, vol. 20, nº4, 286-299, Paul Wheman y John Kregel.



que desempeñamos y que el acceso al trabajo condiciona, de forma decisiva, el

acceso a otros derechos.

Este punto de vista está profundamente arraigado en una ideología de la integra-

ción que podríamos definir como laboralista, según la cual, la exclusión social de

las personas con discapacidad se explica básicamente por su condición de im-

productivas. Su no participación en el sistema de producción determina la exclu-

sión de los beneficios sociales que se derivan de la misma. La marginación social

de la persona con discapacidad se achaca al hecho de estar al margen del sistema

productivo y se acepta, en general, que tener un puesto de trabajo equivale a ser

miembro de pleno derecho de la sociedad.

Como consecuencia de esta interpretación, son constantes en la época los discur-

sos más o menos ingenuos acerca de la capacidad productiva de estas personas, y

se llevan a cabo dudosos estudios de coste/beneficio que -salvo rarísima excep-

ción- demuestran la pérdida económica que para el conjunto de la sociedad signi-

fica mantener en situación improductiva a las personas con discapacidad.

Desde esta perspectiva, se acepta casi unánimemente que sólo desde la incorpo-

ración al mundo del trabajo podrían las personas con discapacidad integrarse

plenamente en una sociedad que divide a sus miembros en función del papel que

ocupan en el sistema productivo. Así, la integración laboral, en la medida que se

considera que constituye el fundamento de la integración social, pasa a ocupar

un lugar prioritario en la atención a las personas con discapacidad.

Las alternativas ofrecidas a las personas adultas con discapacidad tratan de ga-

rantizar, a través de la ocupación laboral, un modelo de vida "normalizado", de-

terminado por su articulación en función del trabajo y por la especialización de

las etapas de la vida. Se procura así que la persona con discapacidad siga un mo-

delo "normal" de vida, dedicando su infancia y parte de su juventud al aprendi-

zaje para, a partir de cierta edad, centrarse en el ejercicio de alguna actividad

laboral.



Al margen de los beneficios que el trabajo aporta como elemento de integración

social, la abundante literatura producida en los años 60 y 70 sobre el particular

destaca también el valor terapéutico que un puesto de trabajo supone para las

personas con discapacidad a la hora de mejorar su nivel de autoestima, mitigar

las conductas inapropiadas, relacionarse con otras personas, no ser etiquetado

sólo como deficiente, u ofrecer una imagen personal positiva.

3. EL TRABAJO PROTEGIDO

Esta interpretación se plasma en la práctica en un esfuerzo importante dirigido a

la creación de empleo para las personas con discapacidad en edad adulta que,

por razones obvias, se tiene que ceñir de manera casi exclusiva al sector protegi-

do.

El impacto de ese esfuerzo social es difícil de evaluar, ya que no se ha desarrolla-

do la necesaria labor de estudio en ese sentido. Es indudable, sin embargo, que

ha tenido consecuencias positivas a dos niveles: ha servido, por una parte, para

dignificar la existencia de numerosas personas que tienen la satisfacción de sen-

tirse plenamente autosuficientes y útiles para la sociedad. Por otro lado, ha con-

tribuido, junto a la evolución de otros factores sociales, económicos y culturales, a

cambiar la imagen de la persona con discapacidad y la percepción social de su

problemática.

Afortunadamente, hoy en día ya no parece necesario insistir en que las personas

con deficiencia pueden trabajar, y que pueden hacerlo en cualquier tipo de em-

pleo en función de su nivel y grado de discapacidad. Se asume, en líneas genera-

les, que el principal obstáculo para la integración laboral de las personas con dis-

capacidad lo constituye el déficit estructural de empleo. De hecho, la incapacidad

del sistema económico para absorber la capacidad laboral de las personas con

deficiencia no se limita sólo a este sector de población, sino que alcanza hoy por

hoy a todos los sectores de la sociedad, incluyendo los más cualificados.



Sin embargo, incluso en la época de mayor auge de lo que hemos dado en deno-

minar ideología laboralista, algunas vías de integración laboral no estaban exen-

tas de crítica. Los centros especiales de empleo eran considerados por parte de

algunos sectores, en el mejor de los casos, como meros paliativos, cuando no es-

tructuras de exclusión. Desde este punto de vista, las fórmulas de trabajo prote-

gido se consideraban esencialmente marginantes y, por eso mismo, aunque a

corto plazo supusieran una mejora en la situación de algunas personas, no eran

contempladas como alternativas deseables a medio y largo plazo.

Es posible, en efecto, que la función integradora del trabajo haya sido sobrevalo-

rada y que nos hayamos dejado arrastrar en ocasiones por una suerte de euforia

laboralista. Desde la perspectiva actual, no se puede ocultar que el modelo tradi-

cional de trabajo protegido plantea varios inconvenientes: la segregación de sus

usuarios con respecto al resto de la población, que dificulta su plena integración

en la sociedad; las limitaciones de su capacidad productiva, que le hacen depen-

der en exceso de las ayudas públicas, le impiden competir en igualdad de condi-

ciones en el mercado y comprometen su viabilidad económica; o las dificultades

para la prestación de servicios de ajuste personal y social son algunos de ellos.

Un puesto de trabajo en régimen protegido acarrea un coste muy superior al be-

neficio económico que puede esperarse de su promoción. En lugar de repartirse

por todo el tejido productivo, la pérdida de productividad que conlleva se con-

centra en una serie de empresas, se asume como un coste social y se compensa a

través de las subvenciones públicas. La propia Ley de Integración Social de los

Minusválidos (LISMI) de 1982 reconoce que en atención a las especiales caracte-

rísticas que concurren en los centros especiales de empleo y para que estos pue-

dan cumplir la función social requerida, las administraciones públicas podrán

establecer compensaciones económicas destinadas a mantener la viabilidad eco-

nómica de los mismos.



"Salvo excepciones -señala al respecto González Yagüe2- hoy en día un alto por-

centaje de CEE subsisten no por su actividad como empresa, sino gracias a las

actividades ligadas al propio centro y su entorno: movimiento asociativo, sub-

venciones extraordinarias de instituciones públicas o privadas, red de servicios

que sirven de apoyo económico-financiero de las empresas. Así entendidos, los

CEE no pueden considerarse empresas en sí mismos ya que su umbral de subsis-

tencia, que no de rentabilidad económica, se alcanza por vías que no son las pu-

ramente productivas o mercantiles derivadas de su actividad, y su viabilidad

depende de su inclusión en redes de servicios de las que pasan a ser un eslabón

más.

Lo más habitual es que en situación de crisis financiera, muy frecuente por otra

parte, estas ayudas se orienten indefinidamente a soportar los déficits de la es-

tructura empresarial y por ello no se desarrollen con la frecuencia deseada los

programas y objetivos a los que inicialmente debieran destinarse: formación,

apoyo social, programas de habilidades sociales, etc. (...). De esta forma -continúa

González Yagüe- se consolida un modelo de CEE cerrado, gueto laboral en el que

los programas para el desarrollo de habilidades adaptativas que no sean de ca-

rácter productivo están ausentes (...)".

Efectivamente, la prestación de servicios de ajuste personal y social, recogida

también en la LISMI, suele ser en ocasiones sacrificada ante las necesidades pro-

ductivas o la escasez de fondos y de medios de algunos centros especiales. Es

posible que, en cierta época, la prestación de servicios educativos y sociales pu-

diera verse también limitada por el afán de parecerse a las empresas normales,

que sólo en contadas ocasiones ofrecen servicios ajenos a la propia esfera laboral.

Se trata de una tentación -la de adaptarse con excesiva fidelidad al modelo de

relación laboral ordinaria- inevitable quizás en aquella fase de asentamiento de

las primeras experiencias de integración laboral en centros especiales.

2Centros de empleo: un modelo de empresa revisable, Alfonso González Yagüe en "Siglo 0" (1993).



En cualquier caso, los modelos de trabajo protegido se han limitado a menudo a

aprovechar los beneficios más evidentes que derivan de su función productiva: el

sueldo y la satisfacción de valerse por uno mismo, y han carecido por lo general

de otro tipo de contenidos educativos o terapéuticos que no sean los que automá-

ticamente o por añadidura facilita el hecho de estar ocupado, como pueden ser

someterse a cierta disciplina, manejar instrumentos y materiales, relacionarse con

otras personas, etc.

La LISMI establece que la finalidad primordial de la política de empleo de los

trabajadores con minusvalías es su integración en el sistema ordinario de trabajo

y que el empleo especial ha de reservarse a los casos en los que, por razón de la

gravedad de la minusvalía, no sea posible su integración en el medio abierto de

trabajo. Sin embargo, las fórmulas de empleo especial han perdido, por lo

general, el carácter de transitoriedad que en origen se les asignó. Concebidas

como un lugar de tránsito hacia la inserción en el mercado laboral ordinario, se

han convertido en el objetivo final del proceso y son pocos los CEE que se

entienden como puerta de acceso a un puesto de trabajo ordinario o como

vehículo para la adquisición de habilidades sociales. Es preciso, en ese sentido,

recordar que el ingreso en un CEE no ha de entenderse como una meta en sí

misma, sino como una fase de preparación para el paso a otros marcos más

ordinarios.

En esa misma línea, González Yagüe aboga por que los CEE sean "una estación

intermedia para la integración de sus empleados en el sistema ordinario de

trabajo. A ello deben destinarse las subvenciones de forma que, compatibilizando

la formación y la producción rentable dentro de los CEE, se busquen alternativas

adecuadas que desarrollen el objetivo de la integración plena".

Se impone pues, como consecuencia de lo señalado hasta ahora, la necesidad de

redefinir el papel del trabajo protegido como fórmula de integración laboral y de

promover otros modelos de inserción laboral y social que vayan más allá de la

actual oferta de los centros especiales de empleo.



Este es, precisamente, el camino emprendido en los últimos años por gran parte

de las entidades implicadas en la integración laboral de las personas con discapa-

cidad que, a partir de esquemas tradicionales de trabajo protegido, han diversifi-

cado sus servicios facilitando la inserción de sus usuarios en el medio ordinario y

dando mayor prioridad a los contenidos formativos de su trabajo.

Parece necesario, en ese sentido, que los diferentes estamentos sociales y políticos

apuesten de forma más clara y decidida por este tipo de iniciativas y faciliten la

reconversión gradual de las fórmulas protegidas en alternativas de integración

laboral en la empresa ordinaria. Es cierto que el colectivo de personas con disca-

pacidad -al igual que otros colectivos con dificultades de integración social- re-

clama fórmulas de empleo protegido que garanticen su derecho al trabajo. No es

menos cierto, sin embargo, que, al menos en el campo de los Servicios Sociales, la

oferta configura la demanda y que una diversificación de las alternativas de in-

serción laboral traería consigo un cambio en las demandas de estos colectivos.

Se plantea por tanto la necesidad de asumir el trabajo integrado como la principal

alternativa laboral para todas las personas con discapacidad y dejar de percibirla

como una alternativa complementaria o anecdótica. Así, Wheman y Kregel re-

comiendan dejar de ofrecer desde ahora alternativas segregadas a las personas

que ingresan por primera vez en el sistema de servicios para adultos, exigir a los

entes locales el desarrollo de planes de trabajo con apoyo en sus respectivas co-

munidades y eliminar los factores que obstaculizan la reconversión de las fórmu-

las de trabajo protegido3.

Ciertamente, en las actuales circunstancias no parecen factibles ni deseables al-

gunas de las propuestas que los expertos norteamericanos defienden. Es necesa-

rio, sin embargo, consolidar y extender los programas de integración laboral en el

medio ordinario que se realizan desde los centros especiales, de forma que asis-

tamos a una verdadera reconversión de la oferta en este campo. Tal evolución

debe hacer posible que los CEE recuperen su carácter de transitoriedad y avancen

3Paul Wheman y John Kregel. Op. Cit.



hacia un modelo que ofrezca, superando las limitaciones del trabajo protegido, todas

las modalidades de formación e inserción laboral que la diversidad de necesidades y

de situaciones de las personas con discapacidad hacen necesarias.

4. LAS ALTERNATIVAS PARA QUIENES NO PUEDEN TRABAJAR

Todas las personas con discapacidad son capaces de trabajar si se les procura la

formación y el apoyo necesarios, dicen los expertos. Anteriormente hemos seña-

lado que la no participación de estas personas en el mercado laboral se debe más

a la estructura del sistema de producción que a las discapacidades objetivas de

estos individuos.

A pesar de ello, es preciso reconocer que hay casos en los que la integración labo-

ral no es una alternativa realista. La práctica demuestra la existencia de numero-

sas personas que no han podido acceder a un puesto de trabajo, bien sea por su

edad, por su grado de deficiencia, o por la incapacidad del sistema para darle un

empleo que responda a sus necesidades y a sus capacidades.

El famoso "Pamphlet 5" del National Development Group británico señalaba en

1977 que, con una ayuda adecuada, muchas personas con discapacidad pueden

trabajar, bien sea en el medio laboral abierto o bien en el protegido. Para aquellos

que no pueden trabajar, el documento aconsejaba la realización de actividades

laborales dentro del esquema de los centros de día.

Al objeto de cubrir las necesidades de esta población, se desarrolla una red for-

mada por centros con muy diversos orígenes, denominaciones y funciones -

centros de actividades de día, talleres ocupacionales, centros de educación social

o centros de formación de adultos- dedicados a la prestación de servicios para

quienes no pueden acceder a un puesto de trabajo y orientados muchos de ellos

hacia el trabajo ocupacional.



Así, las posibilidades de la persona con discapacidad cuando termina su etapa

escolar se articulan básicamente en torno a dos grandes instancias: el trabajo,

especialmente a través de fórmulas protegidas, aunque también mediante el em-

pleo con apoyo y la reserva de puestos de trabajo en la empresa privada y en la

Administración; y los servicios de día, a través principalmente de dos tipos de

centro: el centro de día y el taller ocupacional. Mientras el primero centra sus

esfuerzos en procurar una serie de servicios educativos, de ocio, terapéuticos, de

respiro familiar o de mera custodia, los segundos intentan combinar la realiza-

ción de actividades ocupacionales de preparación para el trabajo con la presta-

ción de servicios de ajuste psicológico y social.

Estas instancias forman un sistema continuo por el cual se pretende -en princi-

pio- facilitar la progresión de la persona con discapacidad, de forma que evolu-

cione desde un centro de actividades de día o un taller ocupacional a un centro

especial de empleo o a un puesto de trabajo en el medio ordinario. Desafortuna-

damente, este progreso se da en contadas ocasiones, debido a que las personas no

reciben la formación adecuada que les capacite para pasar de uno al siguiente

escalón, a la general escasez de puestos de trabajo, y a la ausencia de programas

específicos que apoyen esa integración. No es pues inhabitual la permanencia de

una persona en un determinado servicio durante toda su vida.

La práctica cotidiana y el propio marco legislativo convalidan en nuestro país

este sistema. El decreto 257/1986 del Gobierno Vasco que regula los Servicios

Sociales para Minusválidos respalda esta estructura al establecer que los usuarios

de los Centros de Día son las personas gravemente discapacitadas e impedidas

para el trabajo productivo, mientras que los Centros Ocupacionales acogen en

cambio a personas minusválidas con el objetivo, entre otros, de promocionarlos a

los Centros Especiales de Empleo. Por su parte, la LISMI señala que la población

objetivo de los Centros Ocupacionales está formada por las personas que no al-

cancen un determinado grado de capacidad de trabajo y cuya acusada minusva-

lía les impida su integración en una empresa o en un centro especial de empleo.



5. LOS CENTROS OCUPACIONALES

El trabajo ocupacional se configura así como una de las alternativas más usuales

para las personas adultas con discapacidad que, por una u otra razón, no han podi-

do acceder al mundo del trabajo. La tradición de las terapias ocupacionales y la

hegemonía de lo que antes hemos denominado ideología laboralista se combinan

para crear un modelo que pretende aunar en un mismo centro la preparación para el

trabajo y la prestación de una serie de servicios educativos y de ajuste social, a través

de actividades semilaborales.

El Decreto 257/1986 del Gobierno Vasco sobre Servicios Sociales para Minusválidos

respalda esta opción al definir los Centros Ocupacionales como "servicios que se

sirven del trabajo como de medio o de terapia principal para conseguir de las perso-

nas minusválidas un mejor ajuste psicosomático y la máxima adaptación al medio

social en el que viven. El producto del trabajo y los medios de organización, dis-

ciplina y técnicas apropiadas para obtenerlo son un objetivo esencial de los Centros

Ocupacionales, aunque subordinado al anterior. Constituye también objetivo de este

tipo de servicios la promoción de sus usuarios a puestos de trabajo en Centros de

Empleo Especial".

Sin embargo, son numerosas las opiniones que, si bien dan por válidas las vías edu-

cativa y laboral para lograr la inserción social de la persona con discapacidad, se

alzan en contra de terceras vías que intentan combinar las dos ante la imposibilidad

de ofrecer salidas laborales adecuadas y ante el alto coste de las fórmulas exclusiva-

mente educativas.

Se tiende así a considerar obsoletas e inadecuadas las fórmulas intermedias que re-

medan o imitan la actividad laboral con fines esencialmente ocupacionales, y que

constituyen un paliativo del centro de empleo propiamente dicho. Si el acceso al

trabajo no es posible, la persona con discapacidad tiene derecho a recibir la atención

que precisa, esencialmente educativa, de mantenimiento y desarrollo de habilida-



des, en un servicio que no tiene por qué imitar los esquemas laborales. Si de lo que

se trata es de ocupar a la persona con discapacidad -se argumenta-, mejor hacerlo a

través de la aplicación de programas más lúdicos y creativos y también más útiles

para el desarrollo de la vida diaria que las habituales tareas de taller, puesto que

éstas apenas tienen sentido al margen de su rentabilidad económica.

Carece de sentido someter -elegimos conscientemente el término- a las personas con

discapacidad a una disciplina laboral sin interés económico para la institución que

organiza la producción -el centro ocupacional- y sin una contraprestación digna

para el trabajador, con el principal, si no único, objetivo de emular a las personas

"normales".

Es cierto que buena parte de los propios usuarios de centros ocupacionales tienden

en general a mostrarse satisfechos con su situación, a sentirse orgullosos de su con-

dición de trabajadores, y que saben valorar muy positivamente su retribución. No lo

es menos que existe un condicionamiento social importante, sobre todo por parte de

los padres, para que ello sea así, y que las personas con discapacidad aprenden, en

parte, a considerar el trabajo ocupacional, y lo que implica y de él deriva -disciplina,

esfuerzo, ganar un sueldo, etc.- como positivo.

El trabajo ocupacional ofrece, sin lugar a dudas, numerosos aspectos favorables,

sobre todo frente a la inactividad forzosa, siendo quizá los más evidentes los que

contribuyen a la creación de hábitos positivos. Sin embargo, hay que tener muy pre-

sentes sus aspectos negativos, o más exactamente, los riesgos que implica. El trabajo

ocupacional puede servir como elemento regulador del mercado de trabajo especial

y, más precisamente, como medio de reserva de una capacidad excedente que se

utiliza en períodos de sobrecarga de los centros de empleo. Puede condicionar los

objetivos terapéuticos y educativos al dársele prioridad al productivo, frente a otros

objetivos.

El informe que el SIIS elaboró en 1984 sobre los Centros de Día y el contenido del

consiguiente debate están perfectamente imbuidos por la filosofía que hemos trata-



do de presentar, quizá un tanto esquemáticamente. De hecho, una de las conclusio-

nes que nos interesa muy directamente expresa, con la máxima rotundidad, la vali-

dez exclusiva de la vía laboral y de la educativa, y por consiguiente, la incon-

veniencia de terceras vías. Los denominados Centros o Talleres Ocupacionales,

puede leerse, deberían de desaparecer y acceder su clientela bien a un CEE o a un

CAD.

Es posible que la referida conclusión que condena vías mixtas al margen de la labo-

ral y de la educativa propiamente dichas fuera excesivamente radical en su formula-

ción, aun siendo su fundamento entonces y ahora perfectamente válido. En cual-

quier caso, no parece conveniente mantener, sin ningún tipo de modificación, una

fórmula que difícilmente garantiza la integración laboral plena, la adquisición y el

desarrollo de habilidades sociales y personales y la calidad de vida de sus usuarios.

6. LOS CENTROS DE DÍA

El mismo informe al que acabamos de hacer referencia señalaba que "a juzgar

por las funciones, es difícil clasificar o etiquetar con precisión los Centros de Día

en una determinada área, ya que sus contenidos pueden ser muy variados: desde

el laboral hasta el rehabilitador en el más estricto sentido, pasando por el pura-

mente lúdico, aunque en la estructuración de tan variadas actividades en pro-

gramas las actividades deben tener siempre, dicen ahora los expertos, un conte-

nido educativo".

En los debates posteriores se destacaba que al hablar de Centros de Día se hace

referencia, por lo menos, a tres modelos diferentes: internado de profundos que

evoluciona hacia un C.D. a través de nuevos programas; el centro que recoge al

personal no productivo de los C.E.E.; y un centro donde se estudia tanto a la per-

sona como los recursos que tiene en su entorno y se le ayuda u orienta con vistas

a una mejor integración.



El Decreto 257/1986 del Gobierno Vasco sobre Servicios Sociales para Minusválidos

define los centros de día como "servicios diurnos, abiertos y polivalentes para la

atención de personas gravemente discapacitadas e impedidas para el trabajo pro-

ductivo, con deficiencias físicas, psíquicas o sensoriales. Se constituyen como alter-

nativa a la asistencia en régimen de internado, que debe ser una fórmula asistencial

de utilización excepcional". Más adelante el decreto añade que el objetivo global de

las actividades rehabilitadoras y asistenciales de los centros de día es la capacitación

personal y social de los asistidos como medio para su integración en la comunidad.

Los diversos estudios, evaluaciones e investigaciones que se han realizado -

especialmente en el Reino Unido- respecto a las funciones y las características de los

centros de día coinciden en destacar, como principal rasgo, su enorme heterogenei-

dad. Aunque la mayor parte de los centros asumen en la práctica una serie de valo-

res y métodos comunes (la importancia del factor educacional, la necesidad de la

integración en la comunidad, los programas personalizados, el valor de la evalua-

ción continua, el interés por la participación y la implicación de los usuarios, etc.), se

da una gran variedad de modelos que responden a objetivos, actividades y métodos

de funcionamientos distintos, cuando no contradictorios.

En cualquier caso, parece claro que la labor de muchos centros de día se ha centrado

en la atención a las personas que no pueden acceder a un puesto de trabajo ni a un

centro ocupacional, y que precisan de una serie de servicios de día. La gama de ser-

vicios oscila entre una gran variedad de modelos, que van desde las unidades didác-

ticas de algunas residencias que se limitan a la realización de actividades con las

personas que allí residen, a los centros de carácter educativo orientados a la adquisi-

ción de habilidades personales y sociales que permitan a la persona con discapaci-

dad integrarse en la comunidad.

En ese sentido, es preciso recordar que la vía educativa exige elevados ratios de per-

sonal cualificado y programas muy elaborados, lo que explica en parte la preferencia

por los Centros Ocupacionales, que no precisan, en principio, de tantos medios. Por

otro lado, el desarrollo de lo que se puede denominar espíritu del "Pamphlet nº 5"



implica -y no sólo por razones económicas- la existencia de recursos comunitarios en

los que muy diferentes tipos de usuarios encuentran un cauce para hacer frente a

necesidades de muy diferente orden con un objetivo común de desarrollo personal y

de integración comunitaria.

Recientemente, P. Seed4 destacaba respecto a las funciones de los Centros de Día

que los mejores resultados podrían obtenerse de la combinación de algunos de

los modelos existentes en los años 80. Así, Seed apuesta por el desarrollo de tres

modelos complementarios que define como Centro de Recursos Laborales, Cen-

tro de Recursos Educativos y Centro de Recursos para la Vida en Comunidad.

Es precisamente esta orientación de centro de recursos la que, en consonancia con

el interés por la integración comunitaria y el trabajo en torno a programas perso-

nales de servicios, orientará las funciones de buena parte de los centros de día en

los últimos años. De hecho, los dos factores señalados, junto a una serie de cam-

bios económicos, sociales y culturales a los que luego haremos referencia, exigen

a nuestro juicio una revitalización del papel de los Centros de Día en el esquema

de la atención a las personas con discapacidad.

7. CAMBIOS EN EL ESQUEMA TRADICIONAL

Si bien el esquema que hemos descrito rige todavía hoy el modelo de servicios

para personas con discapacidad, se han producido en los últimos años una serie

de cambios sociales y económicos que pueden alterar, y de hecho están alteran-

do, la prestación de estos servicios.

4"Is Day Care Still at the Crossroads?" P. Seed (1996).



7. a.) La mutación del empleo

Es preciso señalar, en primer lugar, que las tendencias económicas y demográfi-

cas generales de los últimos años nos obligan a redefinir el papel social del traba-

jo, hasta hace poco determinante. Sin duda, las profundas modificaciones habi-

das en el mercado laboral, con una cantidad cada vez mayor de personas que no

trabajan o que lo hacen en empleos precarios, nos llevan a considerar como nor-

mal la situación de inactivo y a relativizar la capacidad integradora del trabajo o,

para ser más exactos, de ciertos trabajos.

Efectivamente, el trabajo no mantiene ya la misma significación social que nues-

tros padres conocieron. Basta, para ilustrar esta afirmación, con traer a colación

una encuesta realizada no hace mucho en Alemania y en la que sólo un 15% de

los encuestados aseguraban que, para ellos, su actividad profesional tenía prefe-

rencia sobre su vida privada. Para la mayoría, el trabajo ya no es la vida. La vida

ya no está en el trabajo. Ni cuantitativa, ni cualitativamente5.

Cabe señalar también que, aunque la productividad total se ha incrementado

sensiblemente, se ha reducido de forma drástica la fuerza de trabajo necesaria

para lograr esa producción. A principios de siglo, la reivindicación del reposo

dominical y de la jornada laboral de ocho horas se consideraban utópicas, es de-

cir, ruinosas. Actualmente trabajamos menos de la mitad que a principios de si-

glo, y nuestros ingresos reales no son la mitad, sino cinco veces más elevados. En

aquel tiempo, nuestro sistema de seguridad social hubiera parecido totalmente

irrealizable. Entonces, un obrero trabajaba más de 3.000 horas al año; en 1960

eran 2.100; ahora pueden ser 1.600. Disminuyendo el volumen de trabajo en un

25% en 25 años, el PNB es más de dos veces superior. Jacques Delors señala que

en 1946 un asalariado de 20 años podía esperar pasarse trabajando una tercera

parte de su vida de vigilia; en 1975 sólo una cuarta parte; actualmente menos de

una quinta. Y añade que esta evolución no se detendrá y que deberá inducir a

otras lógicas de producción e intercambio.

5Capitalisme, socialisme, écologie. Désorientations, orientations. André Gorz, Galilée, 1993.



Este fenómeno tiene, indudablemente, consecuencias positivas en lo que se refie-

re al aprovechamiento de nuestro tiempo. También tiene las consecuencias nega-

tivas que todos conocemos y que se traducen principalmente en altas cotas de

desempleo. Por lo tanto, parece lógico pensar que, tarde o temprano, tendremos

que dejar de identificar empleo con empleo a jornada completa, y quizá también

de hacer depender el derecho a un nivel medio de ingresos de la ocupación de un

puesto de trabajo a jornada completa.

Antes ya se ha señalado que, durante años, las alternativas ofrecidas a las perso-

nas adultas con discapacidad han tratado de garantizar a través de la ocupación

laboral un modelo de vida "normalizado", determinado por su articulación en

función del trabajo y por la especialización de las etapas de la vida. Hoy esa

pretensión está, creo que afortunadamente, superada. Por una parte, porque

estamos en el camino hacia una sociedad en la que todos seamos plenamente

activos, en la que las etapas de vida se desespecialicen y se liberen de la

tradicional imposición de roles, de manera que a lo largo de la vida podamos

combinar la dedicación al estudio, al trabajo, al ocio y a ocuparnos de los demás.

Y, por otra, porque las personas con discapacidad rechazan que la integración se

convierta en una mera imitación, en el simulacro de unas actividades por el mero

hecho de que otros así las realizan.

Por otro lado, y a pesar de la opinión de algunos expertos norteamericanos6 que

señalaban hace menos de diez años que las tendencias económicas y demográfi-

cas de aquel país iban a favorecer la contratación de personas con discapacidad

en el mercado de trabajo, parece evidente que estas personas -colocadas al final

de la cola de la contratación- encontrarán cada vez más problemas para hallar un

empleo. En las actuales circunstancias económicas, nada parece indicar que las

personas adultas con discapacidad vayan a encontrar en el futuro mayores posi-

bilidades de participar en el mercado de trabajo.

6"Employment prospects", B. Bluestone en "Economics, industry and disability"(1986).



Junto a esta relativa devaluación de la función social del empleo, en lo que res-

pecta a las nuevas tendencias del mundo laboral, cabe destacar la evolución que

en nuestro entorno se ha dado desde un tipo de producción basado en la indus-

tria y en la manufacturación de productos -sectores en los que principalmente se

apoyan los CEE- al sector de los servicios. En consecuencia, es de prever que -si

no ha ocurrido ya- el tipo de trabajo que realizan los usuarios de los Centros de

Empleo vaya a ir limitándose, y que será preciso hallar nuevas modalidades de

empleo, nuevos sectores, etc.

7. b.) Integración funcional e integración social

Cabe destacar, por otra parte, que la señalada capacidad integradora que antes

atribuíamos al trabajo sólo puede ser cierta si entendemos la integración de una

determinada manera. Conviene pues, antes de seguir adelante, aclarar el

concepto y llegar a un acuerdo sobre su significado para después, en lo posible,

establecer las vías de alcanzarlo.

La sociología distingue entre la integración a nivel social y a nivel comunitario, y

ya Durkheim diferencia la integración funcional de la integración social. Más

recientemente, Gorz señala que la exclusión no se refiere al aislamiento o a la no

pertenencia a una comunidad o colectivo. De hecho, muchos de los grupos

sociales instalados en los márgenes de nuestra sociedad -algunas tribus juveniles,

por poner un ejemplo- disfrutan de un elevado grado de autoidentificación y de

cohesión interna, pero, pese a ello, no dudamos en calificarlos de excluidos. Y

ello porque formar parte de una comunidad cohesionada, por mucho que la

persona lo valore, no protege del sentimiento de marginalidad o exclusión que

implica el no poder acceder a un puesto de trabajo.

En efecto, si los consideramos excluidos es porque la imposibilidad de acceder a

un empleo les impide participar en la producción de la sociedad y adquirir, a

través de esta participación, unos derechos y unos poderes. La mera concesión de

un salario producto de un trabajo que se concibe como ficticio no hace sino



subrayar, precisamente, lo que se quiere negar: que la sociedad puede,

perfectamente, prescindir de su esfuerzo para seguir funcionando7.

Cualquier actividad funcional no garantiza per se la plena integración social si no

responde a las necesidades reales del sistema. Así, el trabajo sólo tendrá la capa-

cidad integradora que queremos reconocerle en la medida que sea, verdadera-

mente, una actividad funcionalmente especializada y remunerada en razón de su

utilidad para el sistema social. En la medida que sea, en otras palabras, un trabajo

verdadero.

Es importante no olvidar estas consideraciones cuando hablamos de la inserción

laboral de las personas con discapacidad: nos evitaremos así dedicar esfuerzos a

alternativas de inserción laboral que -si bien a corto plazo pueden suponer

paliativos de situaciones de exclusión y marginalidad- no pueden procurar una

integración plena del individuo. Porque, aún cuando resuelva numerosas situaciones

individuales, esta integración -llamémosla ficticia- conduce en muchos casos a un

elevado grado de insatisfacción personal en el trabajo. Unas veces porque la

persona siente que su actividad no está realmente inserta en el sistema

productivo, que no obedece a una demanda real del mercado; otras veces, porque

su profesión no ha sido el resultado de una elección, sino la consecuencia directa

de unas oportunidades de formación y de empleo extremadamente limitadas.

Y, además, porque estas formas de lo que Jeppsson-Grossman califica de

subempleo o de infraempleo, derivan, inevitablemente también, en cierta forma

de marginación social, de exclusión. Como antes he señalado, el reconocimiento

social está íntimamente ligado al desarrollo de una actividad profesional, que

cotiza mucho o poco, esa es otra cuestión, en el mercado laboral. Si la actividad es

en algún modo ficticia, si no responde a las necesidades del mercado y de la

sociedad, no permite niveles o grados de integración aceptables. Las personas

con discapacidad tienen derecho a ser ciudadanos con una función social en el

sistema productivo y no podemos renunciar a ese derecho a cambio de una

mayor tasa de ocupación que, en sí misma, poco aporta.

7Revenu minimum et citoyenneté, André Gorz, Futuribles, febrero 1994.



En esta situación, insistir en la validez exclusiva del trabajo como factor de inte-

gración social de las personas con minusvalía puede llevarnos a posiciones difíci-

les de defender. Tal vez sea más acertado considerar el trabajo como una herra-

mienta de gran valor para la integración de las personas con discapacidad, aun-

que insuficiente, por sí sola, para garantizar su calidad de vida y su integración

social plena. Sería pues aconsejable buscar otro tipo de medidas complementarias

que, sin olvidar el papel del trabajo, no lo consideren como objetivo único y ex-

clusivo y se apoyen más en actividades educativas, de ocio y de participación

social. Esto no supone privar a la persona con discapacidad de su derecho al tra-

bajo, ni una regresión en los esfuerzos para facilitar un empleo a quienes deseen

trabajar. Supone más bien el reconocimiento de que es posible relativizar la im-

portancia del trabajo y de que existen otras vías igualmente útiles para lograr los

mismos objetivos de integración social.

7. c.) La necesidad de aprender durante toda la vida

Otro de los cambios asumidos en estos años es la constatación y la asunción ge-

neral de la idea de que el proceso de educación de las personas con discapacidad

no se detiene tras la adolescencia y que necesitan, en mayor grado que el resto de

las personas de la sociedad, seguir realizando durante toda su vida actividades

educativas que les procuren una mejora de sus habilidades sociales, de su capa-

cidad de relación, de su nivel de integración social y, en definitiva, de su calidad

de vida.

Si damos por sentado que se trata de personas con dificultades de aprendizaje, es

fácil admitir que una de sus principales necesidades es la de seguir aprendiendo

lo que otros sin esas dificultades han aprendido en menos tiempo y, en general,

sin necesidad de un sistema estructurado de apoyo educativo durante toda su

vida.

Así, aunque en ningún momento desplaza la prioridad otorgada al trabajo, se

asume en general la importancia concedida al factor educativo por el "Pamphlet



5" y se acepta como necesario que el proceso educativo de la persona comience al

nacer y continúe durante toda su vida. Este proceso educativo, se dice, es mucho

más amplio que el puramente escolar, es particularmente dinámico para adaptar-

se a las necesidades de la persona y no se puede limitar a la formación que reci-

ben en la escuela y que finaliza hacia los 18 años.

7. d.) El concepto de calidad de vida

La profundización en el concepto de normalización, de valoración del rol social y

de calidad de vida ha modificado también de forma notable los esquemas de la

atención a las personas con discapacidad.

Según Wolfensberger8 “la normalización es la utilización de medios tan cultu-

ralmente normativos como sea posible para establecer, propiciar o apoyar con-

ductas, apariencias e interpretaciones tan culturalmente normativas como sea

posible”. El mismo autor definía en 1992 la valoración del rol social como "el re-

conocimiento, mantenimiento y/o defensa de roles socialmente valorados para la

mayoría de las personas -particularmente de aquellas personas en que la valora-

ción de su rol corre un riesgo- utilizando, siempre que sea posible, medios cultu-

ralmente valorados”.

Además de estos principios, asumidos ya desde hace tiempo como orientadores

de políticas sociales, en los últimos años se han realizado numerosos estudios

para definir indicadores de calidad de vida más operativos que los conceptos

citados y, por tanto, más útiles para planificar actuaciones y programas concre-

tos.

Según algunos autores, estos indicadores de calidad de vida tienden, incluso, a

reemplazar los conceptos de normalización, integración comunitaria y desinstitu-

cionalización como criterios para el diseño, organización y evaluación de servi-

cios para las personas con discapacidad.

8"Normalization: The principle of normalization in human services", W. Wolfensberger (1972).



Existen numerosas escalas e instrumentos que hacen referencia a diferentes ámbi-

tos: vida cotidiana, salud, trabajo, entorno social, etc. En general, se puede decir

que la calidad de vida de las personas con discapacidad se compone de los mis-

mos factores que la de las personas sin discapacidad, que se alcanza cuando las

necesidades básicas están cubiertas y existe la oportunidad de proponerse y lo-

grar otras metas, y que está intrínsecamente relacionada con la de otras personas

del entorno.

Según Goode9, algunas estrategias para mejorar la calidad de vida consisten en

estimular a las personas con discapacidad a tomar decisiones, elegir entre varias

opciones y controlar su entorno, maximizar la utilización de apoyos informales,

promover la relación entre las familias y los profesionales y desarrollar activida-

des positivas y significativas en entornos integrados en la comunidad.

8. CRITERIOS BÁSICOS DE LOS SERVICIOS DE DÍA

Las consecuencias de estos y otros cambios ocurridos en las dos últimas décadas

se reflejan en la asunción de una serie de principios básicos que pueden guiar la

prestación de los servicios de día para las personas adultas con discapacidad.

Integración comunitaria: se debe estimular la participación física y social

del usuario en la vida de la comunidad donde está ubicado, así como la uti-

lización de los servicios comunitarios generales con preferencia sobre los

especiales. Esta integración comunitaria debe realizarse sobre la base de

que no es lo mismo estar en la comunidad que formar parte de la comuni-

dad, para lo cual se precisa la prestación de los apoyos necesarios.

Individualización: los servicios deben adaptarse a las necesidades del usua-

rio concreto y tener en cuenta sus aptitudes, sus preferencias y sus capaci-

9"Quality of life for persons with disabilities. International perspectives and issues" D. Goode (1990).



dades. Cada persona debe contar con un plan de servicios elaborado a la

medida de sus características y su evolución debe ser objeto de un segui-

miento individualizado por parte de los Servicios Sociales.

Oportunidad de elección: se debe estimular la toma de decisiones y el con-

trol de los diferentes aspectos que afectan a su vida por parte de los usua-

rios de los servicios. Lograr un nivel cada vez mayor de calidad de vida,

independencia personal y oportunidad de elección han de ser objetivos de

cualquier programa de atención.

Adquisición de habilidades: Ya se ha dicho que el proceso de aprendizaje

de las personas con discapacidad no termina a una edad concreta y que to-

das las actividades que se desarrollen han de entenderse desde una pers-

pectiva eminentemente educativa. Los servicios han de estar dirigidos a la

adquisición y el desarrollo de habilidades que permitan a los usuarios me-

jorar su calidad de vida y llevar un ritmo de vida normal.

Respeto y dignidad: los usuarios deben ser valorados y respetados como

ciudadanos de pleno derecho con sus deberes y sus responsabilidades in-

dividuales, y debe reconocerse su derecho a recibir servicios adecuados,

eficaces y de calidad.

Relaciones interpersonales: los usuarios deben relacionarse de forma posi-

tiva con otras personas que sean importantes para ellos, bien sean amigos,

compañeros de actividades de ocio o educativas, clientes, jefes o compañe-

ros de trabajo, más allá de los profesionales que les prestan sus servicios.

En concordancia con estos principios, los diferentes servicios contenidos en el

programa de cada usuario deben tender a:



• ofrecer una atención individualizada y satisfactoria, que suponga un progreso

para el usuario y que le ofrezca actividades significativas e interesantes que

mejoren su situación,

• desarrollar sus habilidades para el trabajo y la vida en sociedad, de manera

que cada persona esté en disposición de compartir las actividades sociales, la-

borales y recreativas con el resto de las personas de la comunidad,

• proporcionar la oportunidad de elegir las diferentes alternativas con respecto

a su propia vida,

• mejorar su reputación social a través de papeles sociales positivos, especial-

mente en lo que se refiere al trabajo.

Una atención comunitaria eficaz, en la que se enmarcan los servicios de día para

los adultos con discapacidad, debe coordinar, flexibilizar y diversificar la oferta

de servicios de las instituciones públicas y de la red informal. Igualmente, la

prestación de servicios de calidad en el medio ordinario precisa de la existencia

de programas individuales realizados a la medida de cada usuario y el segui-

miento individualizado de cada caso.

Los planificadores de los servicios deben esforzarse en que las actividades que se

ofrecen formen parte de la red ordinaria de la comunidad a través de ONG-s,

asociaciones profesionales y otros servicios sociales, laborales, empresariales,

educativos, deportivos y de ocio disponibles para la población en general. Igual-

mente, los miembros de la comunidad deben esforzarse por dar cabida a estas

personas en sus empresas, asociaciones, clubs deportivos, sociedades, etc. La

atención a las personas con discapacidad se convierte así en una labor compartida

por toda la comunidad, si bien coordinada y dirigida por los técnicos responsables

de cada caso individual.

Para que esto sea posible, sería necesario que los servicios específicos protagoni-

zaran, como ocurre ya en muchos casos, la conversión de sus servicios segrega-

dos en actividades de atención comunitaria. En cualquier caso, mantener un cen-

tro especial no implica, necesariamente, condenar a sus usuarios a la segregación



social. Los actuales servicios especiales pueden jugar un papel válido en la medi-

da que su labor se centre en facilitar el desarrollo de un modo de vida autónomo

en el seno de la comunidad.

Por otra parte, la participación en los servicios ordinarios no está reñida con la

utilización de ayudas específicas (desde prestaciones económicas a servicios de

respiro para sus familias) que faciliten su proceso de integración y sirvan como

apoyo de la persona en su vida cotidiana.

Es asimismo conveniente utilizar al máximo los diferentes recursos comunitarios

para no depender únicamente de una entidad o de un programa concreto. Ser

parte de la comunidad supone recibir un apoyo continuo de organismos e insti-

tuciones para que -entre otros objetivos- ese apoyo sea cada vez menor y más

prescindible.

La integración comunitaria -que conlleva la elaboración de programas individua-

lizados, el seguimiento personal de cada caso, la movilización de recursos comu-

nitarios, la formación de personal, la creación de nuevos servicios-, no ha de con-

fundirse con una alternativa barata a la institucionalización. Estar en la comuni-

dad, insistimos, no significa necesariamente formar parte de ella. Del mismo mo-

do, la atención comunitaria no consiste en dejar de ofrecer servicios segregados:

de poco sirve sacar a las personas de las residencias o de los talleres protegidos si

no se les ofrecen unas alternativas residenciales o laborales dignas en el seno de

la comunidad.

9. ATENCIÓN INDIVIDUALIZADA Y PROGRAMAS PERSONALES

Todo programa de servicios para personas con discapacidad debe estar orientado

a dar respuesta a las necesidades individuales de cada uno de sus usuarios. Esos

programas de atención deben diseñarse a la medida de cada uno de sus benefi-

ciarios y ser lo suficientemente flexibles para adaptarse a la evolución de cada



persona en el transcurso del tiempo. En la medida que los usuarios de esos servi-

cios constituyen una población heterogénea formada por individuos con muy

diferentes necesidades, capacidades, gustos y circunstancias personales, la oferta

de servicios ha de ser también lo suficientemente amplia y heterogénea para dar

respuesta a esas necesidades.

Tradicionalmente, la atención a las personas con discapacidad ha girado en torno

a la existencia de centros especiales y no a la aplicación de programas individua-

les desarrollados en marcos ordinarios. Pero a menudo la especialización de los

servicios aísla a la persona de su entorno, no favorece la integración en la comu-

nidad y responde con poca flexibilidad a las necesidades concretas de cada usua-

rio. Habitualmente, se ha optado por entender el servicio (el taller protegido, el

centro ocupacional, el centro de día) como el núcleo en torno al cual se articula el

programa, cuando debería ser al revés: identificar primero las necesidades de

cada persona, buscar los servicios y centros que les den solución y articularlos en

torno a un plan de trabajo.

Se trata, en definitiva, de individualizar programas y no de especializar servicios.

Para ello, la asignación de recursos ha de realizarse tras una evaluación indivi-

dual exhaustiva y no en función únicamente del tipo y grado de deficiencia. La

clave está en conocer las necesidades de una persona, identificar los recursos y

servicios que se hallen disponibles y puedan solucionar esas necesidades concre-

tas y ponerlos en contacto. El instrumento para ello es el Plan Personal de Servi-

cios, un programa de actividades y servicios a la medida de cada usuario.

El Plan Personal de Servicios es un instrumento de planificación y coordinación

de servicios que trata de asegurar la continuidad, la coherencia, la complementa-

riedad y la calidad de los servicios como respuesta a las múltiples y complejas

necesidades de la persona. El desarrollo del plan implica un proceso continuo de

planificación, revisión y modificación de sus contenidos a intervalos regulares. Es

recomendable que todas las personas con discapacidad cuenten con ese progra-

ma, independientemente de su ocupación o de sus características personales.



Su contenido debe incluir todos los aspectos de la vida de la persona, de manera

que ofrezca una atención integral, haciendo especial hincapié en las carencias

más notables. Se trata de un plan general de servicios en el que se coordinan,

básicamente, tres grandes áreas: el aspecto residencial, los servicios de día y los

apoyos que la persona y su familia pueden necesitar para hacer posible la per-

manencia de la persona en la comunidad.

Cada uno de los diferentes servicios residenciales, laborales, educativos o de ocio

en los que la persona en cuestión participe elaborará distintos planes de interven-

ción para cumplir con sus objetivos específicos. Los planes de intervención son

los instrumentos operativos de los Planes de Servicios. En cada uno de estos pla-

nes de intervención se determinan los objetivos específicos, las estrategias de

intervención en las que se establece quién, cuándo y cómo se llevarán a cabo las

actividades, y los métodos de evaluación.

La elaboración del Plan Personal de Servicios se divide en las siguientes fases:

• valoración de las necesidades y recursos de la persona con discapacidad para

determinar las prioridades.

• definición de los objetivos generales y específicos a corto, medio y largo plazo.

• definición de las estrategias que se van a aplicar para lograr los objetivos seña-

lados, especificando que servicios se van a utilizar, gestionar la admisión de

en esos servicios y consignar los fondos y los recursos necesarios para ello.

• evaluación y revisión periódica del plan para saber si las necesidades varían y

si, en consecuencia, es preciso variar alguno de los servicios.

Uno de los requisitos esenciales a la hora de elaborar un plan individual es que se

ofrezca a cada persona una gama amplia de opciones, un menú de servicios y

actividades entre los que pueda elegir los que más le convienen. El Plan de Servi-

cios no puede consistir en la asignación automática del único servicio existente en



cada área, sino en facilitar el acceso a una serie de recursos diferentes y ayudar a

la persona a que opte por uno de ellos.

El usuario debe tomar parte activa, en la medida de sus posibilidades, en todo

este proceso. La participación de la persona con discapacidad y de su familia a la

hora de tomar decisiones con respecto al Plan de Servicios es un factor de vital

importancia al que hay que dar la prioridad necesaria. Si se pretende elaborar

planes a la medida de las necesidades y los deseos de cada usuario, es impres-

cindible fomentar la expresión de las opiniones de cada persona y respetar sus

decisiones. Los técnicos que elaboran el plan deben ser conscientes de que su

trabajo consiste en apoyar a las personas con discapacidad para su integración en

la comunidad, y no en suplantar su voluntad o dirigir sus preferencias hacia

donde estimen conveniente.

Para que la elección de la persona sea válida, es preciso que cuente con la necesa-

ria información y experiencia acerca de los servicios que se le ofrecen. Es necesa-

rio, además, que cuente con los conocimientos y las habilidades necesarias para

realizar y expresar esa elección; si es preciso se facilitarán los medios y las estra-

tegias específicas que le ayuden a expresar sus preferencias.

Una vez elaborado y puesto en práctica, el plan debe ser revisado periódicamente

para dar nuevas respuestas a las nuevas necesidades que se vayan produciendo a

medida que la persona va variando su situación.

10. LA ELABORACIÓN Y LA PUESTA EN PRÁCTICA DEL PROGRAMA

La creación de un equipo multiprofesional en el que participan una serie de pro-

fesionales de distintos campos (la medicina, la psicología, la educación especial,

el trabajo social, etc.) es la fórmula habitualmente elegida para la elaboración y

para el seguimiento de este tipo de programas. El equipo multiprofesional res-



ponde a la necesidad de coordinar varios servicios fragmentados y de articular

en torno a un programa coherente los diferentes servicios que la persona precisa,

facilitando el acceso a las diferentes opciones en función de las necesidades de

cada persona para su integración en la comunidad. Entre sus componentes, cabe

destacar la presencia de trabajadores sociales, educadores familiares, psicólogos,

pedagogos, educadores sociales, animadores socioculturales, expertos en inser-

ción laboral, etc.

Este equipo de técnicos responsable de planificar, gestionar y revisar los progra-

mas individuales, tanto de las personas con discapacidad como de otros colecti-

vos que precisen de la atención de los servicios sociales, debería estar integrado,

preferentemente, en los Servicios Sociales de Base.

Aunque en un momento dado y por necesidades concretas puedan albergarse en

centros específicos para personas con discapacidad como centros de día o resi-

dencias, es preciso distinguir claramente entre quienes planifican y coordinan los

servicios y quienes los prestan. Algunas de las experiencias que en ese sentido se

han realizado propugnan una separación radical entre planificadores, prestado-

res e, incluso, financiadores de los servicios, de manera que los condicionamien-

tos de unos no interfieran en el trabajo de los otros.10

Aún en el caso de que la planificación del programa y la prestación de alguno -

incluso el principal- de los servicios incluidos en el mismo dependan de la misma

institución, es preciso separar claramente las diferentes instancias. Lo cual no

impide que la comunicación entre todos ellos sea fluida y continua y que deban

estar en sintonía y perfectamente coordinados a través del equipo multiprofesio-

nal que se encargará del seguimiento de cada caso.

Este equipo ha de evaluar las necesidades de cada persona, conocer los recursos

laborales, educativos y de ocio existentes en la comunidad, y elaborar los pro-

gramas concretos de forma que sean eficaces y realistas. Las decisiones se toman

10"Service brokerage. The New Zealand experience". B. McKenney (1992).



en equipo con la participación de todos los miembros, respetando escrupulosa-

mente, como hemos dicho antes, las decisiones de los usuarios y velando por que

el plan diseñado responda a las necesidades de cada persona, más que a las posi-

bilidades que ofrece el marco de servicios establecido.

Centrar la asistencia a las personas con discapacidad en las necesidades de cada

individuo supone no sólo la elaboración de programas individuales, sino tam-

bién el seguimiento de su aplicación, de manera que haya un profesional que

coordine el desarrollo del programa. Este sistema de seguimiento individualiza-

do hace aconsejable la presencia de un trabajador clave que forma parte del equi-

po multiprofesional, no necesariamente como coordinador del mismo, y que sir-

ve como punto de contacto entre la persona con discapacidad y su familia y la

red de servicios.

La función de este trabajador es la de responsabilizarse de una serie de casos

concretos y coordinar el desarrollo del plan individual. Se trataría de una especie

de tutor que coordina la valoración de la persona, informa sobre las diferentes

opciones, ayuda a elegir, negocia el acceso a los servicios, asesora a la hora de

solicitar ayudas, controla el desarrollo del programa y la calidad de los servicios,

mantiene al día el plan personal y sirve como enlace de los diferentes miembros

del equipo multiprofesional, y como punto de acceso de la persona a los recursos.

El tutor ayuda a la persona con discapacidad a desenvolverse en el sistema de

servicios comunitarios, ofreciéndole ayuda técnica y orientación para poder ele-

gir entre las diferentes opciones. Así, el profesional debe ser capaz de respetar el

derecho de la persona a elegir y conocer los servicios y los apoyos que la socie-

dad ofrece y la manera de acceder a ellos. Debe tener además una serie de habili-

dades personales que le capaciten para elaborar planes con soluciones creativas,

capacidad de negociar con los prestadores de servicios, etc.



Este trabajador clave o tutor ha de formar parte, preferiblemente, del equipo de

los Servicios Sociales de Base encargado de la elaboración de los programas, y no

de los diferentes organismos que prestan los servicios concretos.

Respecto a las posibilidades de atención de estos tutores, diferentes especialistas

citan ratios de entre 20 y 70 casos por profesional, dependiendo de que el trabajo

consista en la elaboración de programas o el seguimiento de casos, de la severi-

dad de las deficiencias de cada persona, de la accesibilidad de los recursos exis-

tentes, etc.

La definición de esta figura que combina al diseñador de programas individuales

con el tutor de casos concretos hará sin duda necesario rediseñar las funciones de

algunos profesionales del campo de los Servicios Sociales y de la atención a per-

sonas con discapacidad, así como ofrecer una formación específica a las personas

que se vayan a hacer cargo de estas funciones.

11. LOS RECURSOS DEL PROGRAMA

Para hacer realidad el objetivo de integración comunitaria, los Planes Personales

de Servicios deben hacer hincapié en tres grandes áreas: los aspectos residencia-

les, los servicios de apoyo para los usuarios y sus familias, y los servicios de día.

Es en el tercero de los aspectos en el que vamos a centrarnos, entendiéndolo en

su sentido más amplio: es decir, el conjunto de las actividades y los servicios en

los que las personas con discapacidad ocupan las horas del día. Esto hace refe-

rencia a tres principales aspectos de la vida diaria: la educación, el trabajo y el

ocio.

La función de los planes de servicios ha de ser pues la de facilitar el acceso de las

personas con discapacidad a las actividades laborales, educativas y de ocio que

precisan. En consonancia con los criterios antes señalados, es preciso que los ser-



vicios sean los generales de toda la sociedad, utilizando los recursos específicos

para personas con discapacidad sólo cuando no haya otra alternativa válida dis-

ponible, y siempre de forma provisional en tanto se crean los servicios necesarios

o se prepara a la persona para acceder a otros ya creados.

Por otro parte, la transición a un esquema de servicios más individualizados im-

plica la necesidad de contar con una gama amplia de recursos comunitarios en

los que dar respuesta a estas necesidades. Implica, además, asumir cada uno de

los servicios no como un fin en si mismo, sino como escalones en un proceso de

adquisición de habilidades, integración comunitaria y mejora de la calidad de

vida.

Los responsables del desarrollo del programa deben garantizar que la persona

con discapacidad accede con regularidad a los servicios ordinarios de la sociedad

-desde el comercio, al ocio, y a los servicios públicos- y que se desenvuelve en

ellos con normalidad.

Para ello cuenta con una serie de recursos ordinarios que la comunidad ha creado

y en los que se debe procurar su ingreso: empresas en las que trabajar, centros

educativos en los que estudiar, asociaciones, clubs deportivos, centros culturales,

grupos de tiempo libre y organizaciones en las que colaborar, etc. Las personas

con discapacidad, sus familias y los responsables del desarrollo de los programas

deben hacer un esfuerzo para que la sociedad abra las puertas de esos organis-

mos y se esfuerce en integrar a las personas con necesidades especiales. Eso pue-

de suponer en ocasiones un esfuerzo por parte de las personas "normales" a la

hora de readaptar sus actividades de manera que las personas con discapacidad

puedan también participar en ellas. Para que la atención comunitaria sea un al-

ternativa real es necesario un esfuerzo importante por parte de toda la sociedad

para adaptar servicios, actividades e infraestructuras a las necesidades especiales

de este y de otros colectivos.



En cualquier caso, la labor de apoyo de los responsables del programa es de vital

importancia, tanto en lo que se refiere a ofrecer a las personas con discapacidad

las ayudas especiales que precisan como a facilitar la tarea de las entidades que

acogen a estas personas en su seno.

Sin lugar a dudas, el trabajo es uno de los ejes principales en torno al cual elabo-

rar los planes individuales de servicios de cada persona. No podemos olvidar

que, a pesar de no ser la única vía para la integración social y de que trabajar no

supone automáticamente insertarse en la comunidad, ocupar un puesto de traba-

jo es una de las maneras mejor valoradas y más útiles de ocupación. En esta línea,

son de gran importancia los pasos que se han dado -sobre todo en los Estados

Unidos, pero también en los países de nuestro entorno y en la propia CAV- para

integrar a las personas con discapacidad en el medio de trabajo ordinario a través

del empleo con apoyo.

En ese sentido, sería deseable que el empleo con apoyo se configurase como uno

de los principales recursos para la inserción laboral de las personas con discapa-

cidad, lo que implica la necesidad de apoyar decididamente las experiencias que

en esa línea se están realizando en la CAPV.

La asistencia a centros de educación compensatoria, escuelas de adultos, acade-

mias y centros de formación en general es también un paso adelante en la conse-

cución de un modo de vida integrado. El apoyo educativo que las personas con

discapacidad precisan durante toda su vida para adquirir nuevas habilidades y

para paliar sus problemas de aprendizaje ha de tener lugar mientras sea posible

en los espacios educativos habituales para toda la sociedad. Finalmente, el pro-

grama de cada persona ha de procurar su participación en las asociaciones cultu-

rales, clubs deportivos y grupos de tiempo libre de la comunidad, algunos de los

cuales ya realizan un esfuerzo importante para facilitar la participación de perso-

nas con discapacidad en sus actividades.



A menudo, la tentación de los responsables de la planificación de los servicios

para personas con discapacidad ha sido la de construir un nuevo tipo de centro

cada vez que se detecta una nueva necesidad. Es preferible, a nuestro juicio, in-

tentar buscar la solución a esas necesidades en los servicios y recursos que la co-

munidad ya tiene, sin recurrir más que en ocasiones excepcionales a centros es-

pecíficos diseñados sólo para personas con discapacidad.

A la hora de planificar los servicios de día para las personas con discapacidad

nos encontramos en la actualidad con centros especiales de tres tipos: el Centro

Especial de Empleo, el Centro de Día y el Centro Ocupacional. Todos ellos han

de realizar un esfuerzo importante, muchos lo están haciendo ya, para adaptar su

labor a los principios y criterios señalados.

11. a. Los Centros Especiales de Empleo

Anteriormente ya hemos hecho suficiente referencia al papel del trabajo en la

vida cotidiana de las personas con discapacidad y a las ventajas y desventajas

que el trabajo protegido puede traer consigo.

Hemos señalado, en ese sentido, que el ingreso en un CEE no ha de entenderse

como una meta en sí misma, sino como una fase transitoria de preparación para

el paso a otros marcos más ordinarios. Así, los Centros Especiales podrían -

alejándose de sus objetivos meramente productivos- jugar un papel importante

en la formación laboral de las personas con discapacidad y en el desarrollo de

nuevas alternativas laborales en el medio ordinario. De hecho, buena parte de las

iniciativas de empleo con apoyo emprendidas en la CAPV han partido precisa-

mente de los Centros Especiales de Empleo.

La importancia de los planes personales de servicios y de la atención individuali-

zada no puede, evidentemente, quedar fuera de la órbita de los CEE. Ser uno de

los principales recursos de los equipos multiprofesionales que elaboran los pro-

gramas de cada individuo implica, por un lado, una mayor relación y coordina-



ción con el resto de los agentes que prestan servicios a estas personas. Esto con-

lleva pasar a ser uno -aunque sea el más importante- de los recursos de un plan

de integración más amplio, supeditado a otros objetivos y necesidades ajenos a la

esfera laboral.

Este cambio implica, además, la necesidad de ofrecer una atención mucho más

individualizada a cada uno de los usuarios del CEE, ofreciendo a cada uno los

servicios que precisa. ¿Hasta qué punto los servicios que hoy recibe cada usuario

de un CEE responden a sus necesidades y no a las posibilidades del centro? Los

criterios de individualización de programas y de oferta de servicios a la medida

de cada usuario deben también aplicarse en los CEE, y los programas individua-

les que se elaboran para cada usuario deben entenderse no como un instrumento

independiente, sino como uno de los planes de intervención específicos que for-

man parte del plan de servicios.

Ahondando en esta vía ya iniciada por muchos de ellos, los actuales centros de

empleo protegido deberían tender a diversificar sus servicios, ofreciendo a sus

usuarios programas individuales basados en un abanico más amplio de activida-

des de inserción laboral y de formación profesional. En ese sentido, sería desea-

ble una evolución hacia un modelo de Centro de Recursos Laborales, capaz de

ofrecer a cada persona las actividades que más le convienen (trabajo con apoyo,

trabajo protegido, formación, prácticas en empresas, trabajo en enclaves, etc.) en

relación al mundo laboral.

La propuesta de convertir los Centros Especiales de Empleo en Centros de Re-

cursos Laborales no se limita a un cambio nominal. Al contrario, conlleva una

serie de modificaciones de hondo calado. Unidas en una nueva estructura más

amplia y más flexible, las actuales fórmulas de empleo protegido, trabajo ocupa-

cional, empleo con apoyo, formación profesional, etc., pasan a formar parte de un

itinerario de inserción que cada persona recorre en la medida de sus preferencias

y de sus capacidades. Sin necesidad de identificarse con un centro o edificio con-

creto, los Centros de Recursos Laborales han de ser capaces de elaborar progra-



mas personales a la medida de las necesidades de cada uno de sus usuarios, va-

liéndose para ello de los recursos formativos y laborales -preferentemente ordi-

narios, pero sin renunciar a los especiales- que faciliten su integración social.

Al igual que los trabajadores sociales de base, los responsables de tales centros

han de ser capaces de evaluar las necesidades de sus usuarios y de conocer los

recursos sociolaborales y formativos que la comunidad ofrece, de forma que

pueden poner en contacto a ambos sin tener necesariamente que prestar directa-

mente el servicio que la persona requiere.

Integrar suele utilizarse, con mayor o menor acierto, como sinónimo de

normalizar, y la normalización en este contexto pasa necesariamente por la

apertura, por la diversificación de las actividades. Si el objetivo es integrar, las

personas con discapacidad deben tener la oportunidad de acceder a nuevas

profesiones, a puestos de trabajo que hasta la fecha no han estado a su alcance.

En ese sentido, debemos evitar a toda costa la especialización de los colectivos

humanos, y particularmente en relación a las personas con discapacidad, en una

función social determinada en razón de sus características personales.

La lista de fórmulas y actividades que conforman esos recursos laborales no está,

ni mucho menos, cerrada, y algunos de los elementos que la integran empiezan

ahora a desarrollarse. Las posibles rutas de ese itinerario de inserción laboral

pueden apoyarse en el autoempleo, el trabajo en enclaves o con apoyo, las inicia-

tivas empresariales tuteladas o las empresas de economía social, sin olvidar la

reserva de puestos en la Administración pública y en la empresa privada, y los

Centros Especiales de Empleo, siempre entendidos como lugar de tránsito y de

adquisición de habilidades. Tampoco podemos olvidar los importantes yacimien-

tos de empleo que el Tercer Sector puede ofrecer también a las personas con dis-

capacidad.

Esta propuesta no supone rechazar la realización de actividades laborales en en-

tornos segregados. Sí supone, por el contrario, la necesidad de que esas activida-



des se entiendan como una fase de preparación para el acceso a otros entornos

más normalizados, estén supeditadas a las necesidades de una integración social

plena y respondan a una serie de requisitos que mejoren su servicio. La integra-

ción laboral sólo será real, señala Brandon11, en la medida que esos empleos den

acceso a un salario suficiente, faciliten las relaciones con personas sin discapaci-

dad, ya sean compañeros, empresarios o clientes, y promuevan las posibilidades

de avanzar en la carrera profesional a través de mayores sueldos, mejores condi-

ciones de trabajo y un mayor nivel de responsabilidad.

11.b. Los Centros de Día

Los Centros de Día constituyen otro de los recursos básicos a la hora de planificar

los servicios de día de las personas con discapacidad. Tras años de evolución,

existen numerosos modelos de prestación de los servicios de día que responden a

filosofías y concepciones diferentes, cuando no contradictorias.

En cualquier caso, la definición de los servicios de los centros de día debe res-

ponder a los criterios básicos que se han desarrollado en los últimos años. El

primero, al que ya hemos hecho referencia anteriormente, es el paso de un es-

quema de servicios especializados y segregados a otro de servicios integrados en

la comunidad, lo que ha facilitado la orientación de algunos centros de día como

Centros de Recursos Comunitarios, concebidos para facilitar el acceso a sus usua-

rios a diferentes recursos sociales, educativos o laborales fuera del centro.

La creciente importancia que se concede a las necesidades educativas de las per-

sonas con discapacidad a lo largo de toda su vida constituye otro de los factores

que ha modificado la concepción de los centros de día, alejándola progresiva-

mente de la ocupación o la mera custodia. Hoy por hoy es evidente que cualquier

actividad que se realice debe tener un contenido educativo, entendido como el

desarrollo tanto de las capacidades físicas como mentales, y el aprendizaje de las

habilidades necesarias para la vida cotidiana.

11Real Work for real money, David Brandon en "Social Work Today" (1988).



La constatación de que la integración social puede también lograrse a través de la

participación social ha reforzado el papel que los Centros de Día pueden jugar en

la prestación de servicios de día. En efecto, los tres factores señalados, junto a la

necesidad de ofrecer servicios individualizados a todas las personas con discapa-

cidad, han de tener como consecuencia un mayor protagonismo de los Centros

de Día en la estructura de la prestación de servicios de día a estas personas. El

margen de actividad de los Centros de Día es, desde luego, lo suficientemente

amplio como para que se convierta en una de los principales recursos a la hora de

planificar los servicios.

Aunque tradicionalmente la clientela de los Centros de Día ha estado formada

por personas cuya severa deficiencia les impedía acceder a otro tipo de servicios

(trabajo protegido u ocupacional, generalmente), por principio, el C.D. ha de estar

abierto a toda la población con discapacidad -independientemente de su grado de

discapacidad, su edad o su situación laboral-, que no encuentre en la comunidad

alguno de los servicios que precisa.

El CD se ha de caracterizar por la realización de una serie de actividades educativas,

de adquisición de habilidades sociales, de ocio o de rehabilitación terapéutica que

sus usuarios no pueden realizar en emplazamientos normales. Igualmente, ha de

estar abierto a la población en general que puede necesitar el uso de alguno de los

servicios que se prestan en el CD o a las personas que quieran colaborar como vo-

luntarias en el desarrollo de las actividades.

Al igual que en el resto de los servicios utilizados por la persona con discapacidad,

los técnicos del CD deben elaborar un programa de atención individualizada para

cada usuario. Aunque la función principal de los profesionales de los centros de día

debe ser la de prestar los servicios específicos demandados por los clientes, deben

trabajar -al igual que los técnicos de los CEE- en estrecha colaboración con el resto

del equipo multiprofesional de los Servicios Sociales de Base con el objetivo de deri-

var a la persona a los servicios comunitarios adecuados cuando eso sea posible.



De la misma forma que los CEE, los CD son un recurso más -aunque importante-

del amplio mapa de servicios a los que las personas con discapacidad pueden tener

acceso. Aunque con objetivos y medios concebidos para facilitar la integración co-

munitaria y la realización de las actividades fuera de los límites físicos del centro, el

objetivo del CD ha de ser el de prestar unos servicios específicos y no el de planificar

el conjunto de los servicios de sus usuarios, función que recae en los Servicios Socia-

les de Base.

Dependiendo de las circunstancias personales de cada usuario, la atención y la res-

ponsabilidad de los técnicos del CD sobre esa persona puede ser mayor o menor. Si

una persona con sus necesidades laborales y educativas cubiertas es derivada por el

equipo multiprofesional para que realice actividades de rehabilitación física dos

veces a la semana, su programa en el CD se limitará a los objetivos en ese campo. Al

contrario, si el equipo multiprofesional no es capaz de encontrar servicios laborales

o educativos adecuados para esa persona, o si la persona en cuestión prefiere asistir

regularmente al CD antes que a un CEE, su papel a la hora de planificar y prestar los

servicios de día será mucho mayor.

La ubicación física del Centro de Día depende de las características de la comunidad

en la que se integra el servicio. En ciudades de tamaño grande o mediano puede

tratarse de centros específicamente dedicados a la atención a personas con discapa-

cidad. En la medida que se ha de tender a que se utilicen los servicios generales de la

comunidad es de prever que esos centros serán cada vez menos especializados. Es

factible también -sobre todo en poblaciones más pequeñas- la ubicación de los Cen-

tros de Día en edificios de la red comunitaria (centros cívicos, escuelas, casas de cul-

tura) o de la red específica para personas con discapacidad (residencias, viviendas

asistidas, centros de educación especial), compartiendo con ellos sus instalaciones.

En cualquier caso, la ubicación física de estos centros en la red de servicios comuni-

tarios supone un paso adelante importante en la medida que no estigmatiza a las

personas que acuden al mismo.



11.c. Los Centros Ocupacionales.

Si bien se pueden reconocer como válidas las alternativas laborales y educativas que,

aún a través de fórmulas especiales, suponen los Centros de Día y los Centros Espe-

ciales de Empleo, la función de los actuales Centros Ocupacionales parece más cues-

tionable. Anteriormente ya hemos hecho referencia al rechazo que en determinados

sectores provoca el recurso a fórmulas a medio camino entre lo laboral y lo educati-

vo que, a menudo, suponen un remedo del trabajo y un paliativo a la incapacidad

del sistema para ofrecer alternativas válidas de integración laboral.

Parece evidente que se debe realizar por parte de los centros ocupacionales un es-

fuerzo de adaptación a las necesidades reales de sus usuarios, lo que equivale, en la

práctica, a modificar profundamente sus esquemas de trabajo, abandonar las fórmu-

las meramente ocupacionales y centrar sus esfuerzos en la formación y en la integra-

ción laboral plena de sus usuarios.

Los servicios que actualmente se prestan en los Centros Ocupacionales y los clientes

que a ellos acuden deberían ser absorbidos por los recursos comunitarios y, mientras

eso no sea posible, por los Centros de Empleo y los Centros de Día. De hecho, los

actuales CEE, como generadores de variados recursos de inserción y formación la-

boral, y los CD, como centros para el desarrollo de actividades educativas, de ocio y

de rehabilitación, deberían ser los únicos servicios especiales en lo que se refiere a la

atención diurna de las personas con discapacidad. Los actuales Centros Ocupaciona-

les deberían optar por evolucionar hacia uno u otro modelo.

12. LA IMPORTANCIA DE LA FORMACION PROFESIONAL

No olvidemos, por último, que la irrupción de las nuevas tecnologías afecta de

muy distintas maneras a las posibilidades de integración laboral de las personas

con discapacidad. No sólo abre las puertas a nuevas ocupaciones profesionales

como el teletrabajo, sino que facilita la adaptación de los puestos de trabajo a las

necesidades especiales de estos trabajadores y procura una mejor calidad de vida.



El desarrollo de la tecnología asistencial ayuda a las personas con discapacidad a

realizar las funciones de la vida diaria, compensa las limitaciones funcionales,

facilita la vida independiente y capacita a la persona para realizar todas sus po-

tencialidades.

El aprovechamiento de las nuevas tecnologías está íntimamente ligado con el

impulso a la formación profesional de las personas con discapacidad. Como ya

hemos dicho en alguna otra ocasión, la creciente separación entre los que trabajan

y los que no, entre los que tienen un empleo fijo y los que están expuestos a la

precariedad en el trabajo, tiene como una de sus causas la inadecuación de la

cualificación profesional al mercado laboral. La necesidad de formarse y reciclar-

se, de asimilar los cambios y las innovaciones es el mayor reto de todo trabajador

y todos -Administración, empresas y asociaciones- hemos de poner en marcha

los mecanismos para que ese reto pueda ser afrontado también por las personas

con discapacidad.

Los Centros de Recursos Laborales y Comunitarios a los que anteriormente

hemos referencia son plataformas idóneas para ofrecer a sus usuarios -desde sus

propias estructuras pero no necesariamente sin salir de ellas- un menú de forma-

ción a la carta: talleres de formación en los que se facilite la adquisición de habili-

dades sociales y laborales básicas, cursos de preparación profesional específica,

prácticas laborales, etc.

Esa formación, ya sea inicial, complementaria o continua, ha de realizarse en es-

trecha relación con las estructuras en las que se va a materializar la inserción la-

boral y debe responder a las necesidades de los diferentes sectores productivos.



13. CONCLUSIONES

• A partir de los años 70, la ocupación laboral de las personas con discapacidad se

considera clave para su integración social y para facilitar el desarrollo de un mo-

do de vida normalizado.

• Esta integración laboral se plasma preferentemente, a través de un importante

esfuerzo social, en la creación de una red de centros de trabajo protegido. Aún re-

conociendo la aportación realizada por los Centros Especiales de Empleo, es ne-

cesario reconocer que plantea algunos inconvenientes, como son la dificultad pa-

ra la prestación de servicios de ajuste personal y social, las limitaciones para pro-

curar una integración real o la dependencia económica respecto de la red asisten-

cial.

• A pesar de la prioridad concedida a la función social del trabajo, el actual sistema

de producción no puede dar un empleo a todas las personas con discapacidad.

Para quienes no pueden acceder a un puesto de trabajo se configuran dos opcio-

nes: los Centros Ocupacionales y los Centros de Día.

• Los Centros Ocupacionales intentan combinar la preparación para el trabajo con

la realización de actividades de ajuste personal y social. Son criticados por deter-

minados sectores que los consideran una fórmula barata e insatisfactoria origina-

da por la inexistencia de alternativas laborales dignas y por el alto coste de las ví-

as exclusivamente educativas.

• Los Centros de Día acogen, en general, a quienes no pueden acceder a ninguno

de los anteriores servicios, se caracterizan por su gran heterogeneidad y sus fun-

ciones oscilan entre la mera ocupación y custodia, y el desarrollo de actividades

educativas para la inserción en la comunidad.



• Una serie de cambios sociales, económicos y culturales van a modificar este es-

quema. Entre ellos, cabe destacar la relativa devaluación de la función social del

trabajo, la importancia concedida al factor educativo de cualquier programa o los

conceptos de individualización de servicios, atención comunitaria, normalización

y calidad de vida. Estos cambios dan lugar a la asunción de unas líneas directri-

ces básicas que han de regir el esquema de los servicios de día:

• La inserción en la comunidad es uno de los principios básicos en los que se ha de

basar cualquier programa. Implica identificar y movilizar los recursos laborales,

educativos y de ocio generales de la sociedad para que la persona participe acti-

vamente en los mismos, utilizando los servicios específicos sólo cuando sea im-

prescindible.

• El uso de los recursos especializados para personas con discapacidad que, en el

campo de los servicios de día, han consistido básicamente en Centros Especiales

de Empleo, Centros de Día y Centros Ocupacionales, ha de entenderse siempre

como lugar de tránsito hacia oportunidades de integración en la comunidad. La

participación en cualquier servicio, ya sea general o especializado, debe concebir-

se como una etapa de un plan dinámico y no como un fin en si misma.

• La inserción en la comunidad conlleva la puesta en marcha de una economía

mixta de bienestar en la que instituciones, familias, asociaciones y grupos se

complementan para ofrecer una amplia gama de recursos ordinarios en la que el

usuario encuentra los servicios adecuados.

• Aunque se pudiera pensar que la atención comunitaria responde a un intento de

abaratar el coste de la atención, ése no es su objetivo. Antes al contrario, puede

ocurrir que las nuevas necesidades de personal, formación, coordinación y crea-

ción de recursos exijan mayores inversiones.

• Dejar de ofrecer, en nombre de la atención comunitaria, unos servicios, aun-

que sean segregados, sin ofrecer a cambio servicios alternativos y correcta-



mente planificados a través de un plan integral es un error de graves conse-

cuencias.

• La atención a las personas con discapacidad debe diseñarse a la medida de las

necesidades individuales de cada usuario.

• El instrumento para ello es el Plan Personal de Servicios, elaborado con la parti-

cipación del usuario y destinado a coordinar todos los aspectos de una atención

integral. Cada servicio en el que la persona participe regularmente debe progra-

mar su trabajo a través de un plan específico e individual de intervención.

• El programa debe ser elaborado, coordinado y regularmente revisado por un

equipo multiprofesional del que forman parte profesionales adscritos a los Servi-

cios Sociales de Base, los prestadores de los servicios, el usuario y sus allegados.

• Un trabajador clave debe responsabilizarse del seguimiento de cada caso concre-

to, coordinando la valoración de las necesidades de la persona, la elaboración del

plan, su desarrollo y su seguimiento, y canalizando las demandas del usuario

hacia el resto de la red de servicios.

• La sociedad ha de ser capaz de poner a disposición de las personas con discapa-

cidad sus recursos laborales, sociales, culturales, educativos y de ocio ordinarios.

La participación en la vida de la comunidad no está reñida con el uso de ayudas

especiales que faciliten la utilización de esos recursos.

• Asociaciones, usuarios, familiares, profesionales y Administración han de contri-

buir a la reconversión gradual de las actuales fórmulas segregadas en fórmulas

de integración comunitaria.

• Sin renunciar a sus actuales actividades, los CEE deben evolucionar -en la línea

ya iniciada por algunos de ellos- hacia un modelo de Centro de Recursos Labora-

les que ofrece, además de trabajo protegido, otras modalidades de formación e



inserción laboral como el trabajo con apoyo, la realización de prácticas volunta-

rias o la formación profesional.

• Los CD deben convertirse en Centros de Recursos Educativos y Sociales, desti-

nados a incrementar las habilidades de cada persona para facilitar su integración

en la comunidad, ofreciendo los servicios específicos que la persona no encuentra

en la comunidad.

• Así definidos, CD y CEE pueden ser los únicos centros especiales para las perso-

nas con discapacidad. Los CO deben evolucionar hacia uno de estos dos modelos

y abandonar las actividades ocupacionales en la medida que carezcan de un ver-

dadero interés productivo y/o formativo.



ANEXO 1: INDICACIONES PARA LA ELABORACION DE UN PLAN DE

SERVICIOS INDIVIDUALIZADOS

La elaboración de un Plan de Servicios Individualizados puede realizarse si-

guiendo los pasos que se indican a continuación. Se trata de una serie de indica-

ciones generales que pueden ser tenidas en cuenta tanto a la hora de elaborar un

plan personal de servicios que abarque los aspectos globales de la vida de la per-

sona, como a la hora de elaborar los distintos planes de intervención sectoriales

de cada uno de los servicios en los que la persona con discapacidad participa.

Aunque buena parte de estas indicaciones se basan, de hecho, en programas edu-

cativos, son también útiles para la planificación de servicios laborales, residencia-

les, de ocio, etc.

1. El equipo multiprofesional

Un equipo multiprofesional formado para elaborar planes individuales está

compuesto normalmente por los siguientes miembros:

• el presidente o coordinador



• el referente o tutor de la persona, que le acompañará durante todo el proceso

• la persona objeto del estudio

• un miembro de su familia, amigo o tutor

• profesionales de los diferentes servicios residenciales, laborales, educativos o

de ocio a los que acude la persona para la que se elabora el plan

Se debe contar además con la posibilidad de acudir a otros profesionales: médi-

cos, psicólogos, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas,

logopedas, etc.

a) El presidente o coordinador del Plan debe ostentar una posición jerárquica que

le permita negociar con los demás miembros del equipo sobre aspectos relacio-

nados con el desarrollo del Plan y contar con los recursos materiales y el tiempo

suficiente como para trabajar en el proyecto. Sus funciones principales son las de:

1. Identificar a los miembros del equipo multiprofesional potencial, com-

pletarlo según las necesidades, integrar nuevos miembros e informarles de

sus roles y funciones.

2. Establecer el calendario de reuniones convocándolas con un plazo de al-

rededor de dos semanas.

3. Animar y facilitar el trabajo en equipo favoreciendo la toma de decisión

por consenso.

4. Asegurar la aplicación de las decisiones tomadas en equipo.

5. Proporcionar los recursos y servicios adicionales requeridos por el equi-

po.

6. Asegurar que el equipo multiprofesional revise el plan según el calenda-

rio fijado.

b) El referente o tutor de la persona objeto del estudio -también se le puede lla-

mar trabajador clave- es el encargado de evaluar las necesidades, tarea que lleva-

rá a cabo en un plazo aproximado de un mes, de realizar el seguimiento del pro-



grama y, en el caso de ser necesario, de servir de punto de contacto entre la per-

sona y la red de recursos en la que participa.

Para realizar adecuadamente su función es imprescindible que conozca bien las

capacidades, los gustos y las necesidades del usuario, así como conocer profun-

damente la red de recursos de la comunidad de manera que pueda promover y

valorar la participación de la persona con discapacidad en los diferentes servi-

cios.

Las funciones del tutor se pueden perfilar en los siguientes puntos:

1. Mantener un contacto continuo con la persona, así como con su familia,

informarle de sus derechos y defenderlos en caso de una solución no de-

seada.

2. Reunir documentos, información y evaluaciones sobre la persona.

3. Facilitar el acceso de la persona a los recursos residenciales, laborales, so-

ciales, culturales, educativos y de ocio que se consideren convenientes, ve-

lando por su correcta integración y valorando los beneficios de la perma-

nencia en dicho servicio.

4. Analizar la evolución de la persona y del mapa de los servicios que se

prestan en la comunidad para conseguir que, en todo momento, los servi-

cios se adapten a las necesidades de los usuarios.

5. Orientar e integrar a la persona en el equipo multiprofesional.

La cantidad de trabajo de un trabajador clave o tutor depende de la complejidad

de los programas; normalmente un buen coordinador puede seguir entre 20 y 30

casos.

c) La persona interesada y la familia forman parte activa en todas las reuniones

del equipo, y deben expresar sus necesidades, gustos e intereses. Deben manifes-

tar asimismo, si no aprueban una decisión del equipo o no la comprenden.



El resto de los miembros participan igualmente exponiendo sus puntos de vista.

2. Evaluación de necesidades

Una evaluación exhaustiva es básica para la posterior planificación. Siguiendo los

criterios de calidad de vida y calidad de la atención se deben contemplar todos

los ámbitos de la vida del usuario -personal, social y ocupacional-, y considerar

los recursos de los que dispone y sus propias aspiraciones y deseos.

Básicamente, las principales características que es preciso conocer se refieren a los

siguientes puntos12:

• el entorno social de la persona y su familia

• los problemas de salud de la persona y las limitaciones que estos problemas

provocan

• las limitaciones sensoriales de la persona

• los apoyos que necesita, con particular referencia al cuidado personal, la co-

municación y las tareas de la vida diaria

• los intereses de la persona y los apoyos necesarios para atenderlos

• los servicios formales que recibe, cualquiera que sean sus fuentes

• la revisión de los servicios

• los progresos o retrocesos en cuanto a las necesidades de apoyo y de aprendi-

zaje

• los servicios informales y ayudas que recibe por parte de la familia, los veci-

nos, voluntarios, etc.

• las actividades de la vida diaria

• las experiencias en días festivos

• los puntos de vista, elecciones y preferencias de la persona

• las perspectivas de sus cuidadores, incluyendo sus limitaciones y sus proble-

mas de salud



Más en detalle, estos son algunos de las cuestiones que es preciso valorar a la

hora de llevar a cabo la evaluación de necesidades:

1. Autonomía personal

Se debe valorar la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria,

tanto las relacionadas con cuidados personales, comer, vestirse, asearse,

utilizar el inodoro, etc., como las tareas domésticas: cocinar, comprar, man-

tener la casa o la habitación en condiciones, etc. Se prestará atención igual-

mente al grado de movilidad, motricidad fina y gruesa, y al nivel de comu-

nicación y lenguaje.

2. Salud física y mental

Se tendrá en cuenta si la persona con discapacidad, debido a sus problemas

de salud física y mental, utiliza o necesita utilizar servicios sanitarios, tera-

pias especiales, rehabilitación, etc. Si es necesario consultará a otros profe-

sionales del área sanitaria.

Es conveniente asimismo conocer si la persona a evaluar puede correr ries-

gos ocasionados por ataques epilépticos, episodios psicóticos, problemas de

conducta, etc.

3. Forma de vida. Relaciones sociales

Se valorará si las actividades en las que participa el usuario son realmente

significativas para él y si tiene la oportunidad de tomar alguna decisión en

la vida cotidiana, ya sea en relación al horario, comida, vestido, disposición

del entorno físico que utiliza, etc. o a un mayor nivel como un cambio de

residencia o acceso a un determinado servicio. En ese sentido, se tendrá es-

12"Day Services for People with Learning disabilities", P. Seed (1996).



pecialmente en cuenta las posibilidades de acceso a un puesto de trabajo

y/o a los diferentes servicios de día.

A la hora de evaluar su vida social se tendrán en cuenta diferentes concep-

tos: el apoyo social, la red social, la interacción y la estabilidad de sus

relaciones.

El apoyo social se refiere a todo tipo de ayuda práctica, consejo o informa-

ción verbal o no verbal y acción que se lleva a cabo por proposición de otras

personas, normalmente familiares o amigos, y que tiene un efecto emocio-

nal o conductual sobre el usuario.

Cuando una persona depende de otras para cubrir sus necesidades básicas,

el apoyo que requieren sus cuidadores debe formar parte de la evaluación.

La red social es el conjunto de personas con las que el usuario tiene una re-

lación social: familiares, amigos, vecinos, personal de los servicios que uti-

liza, miembros de grupos o asociaciones a las que pertenece, etc. El término

de interacción social comprende las relaciones que tiene el usuario con las

personas con las que comparte alguna actividad en su vida diaria, por

ejemplo sus compañeros de trabajo o de Centro de Día, de la residencia o

vivienda donde habita, personas con las que come o cena todos los días,

con las que realiza un deporte, etc.

Se debe valorar asimismo la estabilidad y mantenimiento de las relaciones

sociales. Normalmente tener un amigo íntimo determina una mejor calidad

de vida que disponer de una amplia red social.



4. Uso del tiempo libre

Es recomendable determinar en qué tipo de actividades de ocio participan

los usuarios: juegos, deportes, grupos, actividades al aire libre, asistencia a

espectáculos deportivos, cines, etc.

5. Capacidad para desenvolverse en la comunidad

Se valora si el usuario se orienta en la calle, hace pequeños recados, utiliza

el transporte, el teléfono, maneja su dinero, sabe comportarse en público,

etc.

6. Ocupación, actividad

Interesa conocer qué tipo de objetos puede manipular la persona con disca-

pacidad, si es capaz de realizar una tarea asignada sin resistencia, dejarla

cuando está terminada y recoger los utensilios, etc.

Por último, se tendrán en cuenta otros problemas económicos, de vivienda, pro-

blemas relacionados con otros servicios, etc.

Es conveniente nombrar a un profesional “referente”, preferentemente integrado

en los Servicios Sociales de Base, para que se responsabilice de los planes de un

grupo de usuarios y coordine el proyecto.

Antes de realizar la primera reunión del equipo, el referente o trabajador clave

establecerá una lista de necesidades y recursos para lo que deberá ponerse en

contacto con la familia y los profesionales que van a participar en el plan.

La evaluación de necesidades y recursos se puede realizar de varias formas:



• A través de instrumentos técnicos como escalas, cuestionarios, test psicométri-

cos se analiza el funcionamiento de una persona comparándolo con unos valo-

res estándares que se toman como referencia. Existen numerosas escalas pu-

blicadas para este fin.

• Se pueden valorar las necesidades de una persona en función de unos com-

portamientos que se han definido como objetivos para funcionar en un deter-

minado entorno, es lo que se conoce como “inventario ecológico”. Una vez de-

terminadas las habilidades necesarias para desenvolverse en su entorno, la lis-

ta de necesidades estará constituida por aquéllas que el usuario no realiza.

• Otra manera de formular una lista de necesidades consiste simplemente en

averiguar cuáles son las aspiraciones y deseos de una persona y las oportuni-

dades que ofrece su entorno para llevarlas a cabo.

Se pueden combinar estas formas de evaluación utilizando cada una de ellas para

un aspecto de la vida de los usuarios. Por ejemplo, las escalas de desarrollo son

útiles para valorar la autonomía en los cuidados personales o el nivel de lengua-

je, el inventario ecológico puede determinar las necesidades para desenvolverse

independientemente en la comunidad, y al mismo tiempo, se deben tener en

cuenta las aspiraciones personales en lo que respecta a las actividades recreativas

u ocupacionales.

3. Determinación de prioridades

Una vez elaborada la lista de necesidades, el equipo multiprofesional, siempre

contando los deseos y las expectativas de los usuarios, elegirá las actividades que

se van a realizar y las habilidades que se van a trabajar en los próximos meses.

Algunas de ellas supondrán poner en marcha un programa de aprendizaje o en-

trenamiento, por ejemplo la realización de compras en los comercios de la zona o

una tarea ocupacional determinada, y otras se referirán simplemente a experien-

cias como ir al cine una vez al mes, etc.



Deben considerarse prioritarias las habilidades dirigidas a lograr una mayor in-

dependencia personal, es decir, las actividades básicas de la vida diaria, tanto las

personales como las instrumentales, la comunicación, la capacidad para desen-

volverse en la comunidad y el control de los problemas de conducta.

4. Definición de fines y objetivos

Los fines describen de manera general los cambios que se propone realizar un

programa de servicios, expresan la intención y la orientación general. Los objeti-

vos indican claramente lo que la persona deberá haber aprendido cuando termi-

ne la intervención o las actividades que deberá haber realizado. Se debe nombrar

a un responsable para cada uno de los fines determinados, que pueden com-

prender uno o varios objetivos.

Para definir los fines, se recomienda tener en cuenta las siguientes indicaciones:

• Utilizar un lenguaje positivo, que permite proponer el desarrollo de nuevos

comportamientos frente a la inhibición de comportamientos inadecuados. Por

ejemplo “desarrollar en la persona el respeto a sus efectos personales” es un

fin mejor definido que “impedir a la persona que rompa sus efectos persona-

les”.

• Limitarse a 3 ó 4 fines. Después de establecer las prioridades, el equipo multi-

profesional debe determinar los 3 ó 4 fines más importantes. El intento de al-

canzar un gran número de fines a la vez puede llevar a la confusión y al fraca-

so.

• Tener en cuenta la secuencia del desarrollo. Un buen número de comporta-

mientos son aprendidos en orden secuencial, por ejemplo antes de enseñar a

comer con una cuchara es necesario enseñar a coger objetos con la mano.



• Los fines deben ser comprensibles e importantes para la persona, así como

para el personal que implanta el programa, para los padres o tutores, y otros

colaboradores. Si es posible, se debe implicar al interesado en la definición de

los fines.

Después de definir los fines del plan de servicios en equipo, se distribuyen las

responsabilidades para alcanzarlos.

El equipo asigna un responsable para cada uno de los fines y el coordinador del

equipo debe supervisar la distribución de responsabilidades.

La función de cada responsable será la de planificar y supervisar la planificación

y la ejecución de un plan de intervención con todos sus componentes: objetivos,

estrategias, sistemas de evaluación, revisión del plan y toma de decisión, y esta-

blecer los plazos de realización.

El Plan de Intervenciones y el Plan de Servicios Individualizados son dos instru-

mentos diferentes. Mientras que el Plan de Servicios define los fines generales y

establece las prioridades para responder a las necesidades globales de la persona,

el Plan de Intervenciones precisa las acciones que es necesario poner en marcha

para alcanzar cada uno de los fines determinados. El Plan de Servicios trata de

satisfacer el conjunto de las necesidades de una persona y su campo de acción es

más amplio. El Plan de Intervenciones es más limitado porque se centra en cada

uno de los fines de desarrollo y de aprendizaje de la persona.

A la hora de formular los objetivos de un plan de intervenciones es necesario:

a) Enunciar el comportamiento esperado, por ejemplo: escribir su nombre,

atarse el cinturón, etc., evitando la palabra “aprender” y excluyendo lo que

el monitor debe hacer (motivar a la persona a...).



El comportamiento debe ser observable y medible. Observable es lo que se

puede percibir por nuestros sentidos (una manera de hacerlo observable es

utilizar un verbo de acción: comer, andar...). Un comportamiento medible

es el que se puede contar, bien por su frecuencia, duración o por la canti-

dad de objetos que genera. De esta forma, todas las personas implicadas en

el plan comprenderán de la misma forma el comportamiento esperado.

b) Precisar las condiciones en las cuales se deben manifestar los comporta-

mientos: indicaciones sobre el tiempo, lugar, material, asistencia o ayuda

necesaria.

En cuanto al tiempo, es importante especificar el momento apropiado para

realizar la actividad deseada por medio de expresiones como: antes, des-

pués, a la hora de... Ejemplo: se lavará las manos antes de comer, tomará

los medicamentos para la tensión arterial antes de acostarse.

Las informaciones sobre el lugar se pueden referir a la localización: irá solo

al Centro de Día...

A veces es indispensable precisar el material necesario para efectuar la ta-

rea: la persona instalará su prótesis...

También hay que considerar los modos de ayuda, si ésta es necesaria, por

medio de expresiones como: “después de una demostración”, “por deman-

da verbal”...

c) Otro elemento importante para incluir en el enunciado del objetivo es el

criterio de éxito. Este debe determinar un índice cuantitativo que indique el

“mínimo” a partir del cual se puede afirmar que la persona domina el

comportamiento esperado de una manera durable. El “nivel mínimo” se

puede formular estableciendo un porcentaje de error, una proporción, una

frecuencia, una duración o una combinación de varios criterios. Ejemplo:



llegará a la hora por las mañanas por lo menos 4 veces por semana, cons-

truirá por lo menos 10 piezas por hora...

d) Un último paso importante consiste en determinar un período de tiempo

para que la persona domine la actividad o el comportamiento, por ejemplo:

dentro de un mes la persona comprará el pan sola.

Si el objetivo es demasiado difícil, conviene seccionarlo en una serie de etapas o

sub-objetivos más fáciles de alcanzar. Esto ayuda a mantener en la persona la

motivación para aprender.

La consecución de algunos objetivos requerirá la intervención de un especialista,

por ejemplo los problemas de comunicación, que frecuentemente son desatendi-

dos, se pueden tratar a través de programas específicos (tipo Makaton) o entre-

namientos dirigidos por un logopeda.

Las personas con problemas graves de conducta necesitarán probablemente un

seguimiento y tratamiento específicos con la intervención de un psicólogo.

Por otra parte, a la hora de establecer objetivos relativos a la ocupación de los

usuarios sería conveniente mantener contactos con otros servicios comunitarios,

empresas, establecimientos, etc. de cara a buscar posibles empleos u ocupaciones,

remunerados o no, siempre teniendo en cuenta las aspiraciones y deseos de los

propios usuarios. Por ejemplo se puede establecer un acuerdo con un comercio

de la zona para que una o varias personas del Centro de día acudan a realizar

trabajos de almacenaje, a hacer recados, etc.; otros usuarios podrían acudir a una

guardería durante unas horas al día para jugar con los niños, etc.

En general se procurará distribuir las actividades en diferentes centros y servicios

comunitarios: Centros de Día, Centros Cívicos, Centros Educativos, Culturales,

Polideportivos, etc., evitando la sectorización de la población.



Ejemplos de Curriculum o Planes individualizados

Existen programas publicados ya elaborados con sus objetivos y estrategias para

desarrollar determinadas habilidades. Por ejemplo un programa destinado al

entrenamiento de conductas que permitan llevar una vida social satisfactoria

comprende los siguientes fines:

• Presentar una actitud positiva, una expresión y tono de voz agradable y mirar

al interlocutor cuando se habla.

• Mostrarse relajado, respirar con tranquilidad y mantener quietos las manos y

los pies.

• Escuchar con atención.

• Seguir las indicaciones del monitor o educador.

• Saludar, dar la bienvenida.

• Presentarse ante una persona desconocida.

• Agradecer o felicitar a una persona por su acción.

• Recibir felicitaciones o agradecimientos.

• Interrumpir la conversación o actividad de otra persona cuando es necesario.

• Introducirse en una conversación o actividad ya comenzada.

• Ignorar, no dar importancia a una acción o suceso.

• Aceptar una negativa como repuesta.

• Pedir o solicitar en lugar de exigir.

• Enfrentarse a un problema buscando la mejor solución.

• Aceptar las consecuencias cuando no se ha cumplido con el deber o se ha co-

metido un error.

• Asumir la responsabilidad de una decisión.

A continuación se ofrecen los fines de un programa para desarrollar habilidades

sociales destinado a personas adultas con discapacidad severa :

• Establecer una interacción física adecuada.

• Manipular objetos.



• Reaccionar a la llamada por el nombre propio.

• Mostrar una expresión sonriente.

• Mirar a los ojos cuando se habla con una persona.

• Establecer una interacción social con el monitor o educador.

• Moverse de un espacio a otro o de un lugar a otro.

• Establecer una interacción social en un grupo.

• Desarrollar habilidades para realizar actividades de ocio.

• Esperar el turno para llevar a cabo una actividad o para recibir una respuesta.

Cada uno de estos fines viene determinado por una serie de objetivos específicos

y las estrategias para llevarlos a cabo.

Existen, por otra parte, programas o planes destinados a las personas con disca-

pacidad entre 16 y 20 años, con el fin de pasar el difícil periodo de transición de

la adolescencia a la edad adulta. Los objetivos se definen en torno a los siguientes

aspectos:

• Llegar a ser tan autosuficiente e independiente como sea posible en las situa-

ciones de la vida diaria.

• Ser capaz de cruzar la calle con seguridad y de utilizar el transporte público.

• Adoptar comportamientos adecuados en diferentes contextos sociales.

• Adquirir conocimientos básicos de cálculo que le permitan manejar su propio

dinero.

• Desarrollar y comprender el lenguaje oral y escrito de la forma más eficaz po-

sible.

• Promover visitas a supermercados y comercios con el fin de mejorar la inter-

acción social.

• Adquirir nociones de dietética para poder preparar un menú equilibrado.

• Desarrollar intereses en ciertas actividades de ocio.

5. Estrategias de intervención

Los elementos de una estrategia son:



a) Quién se ocupará del entrenamiento o supervisará las actividades.

b) Cuándo tendrá lugar.

c) Cómo se hará.

La persona responsable del entrenamiento es aquélla que el equipo ha designado

para cada uno de los fines. Puede ser un monitor, un educador, un trabajador

social u otro profesional. Su función es poner en marcha las estrategias de inter-

vención y de aprendizaje adecuadas y decidir cuándo y cómo realizar el entre-

namiento o la actividad.

Por otra parte se deberá determinar la frecuencia, el horario y la duración de las

sesiones de aprendizaje y actividades, tratando de aprovechar siempre que sea

posible las situaciones naturales y útiles. Por ejemplo la actividad de poner la

mesa se deberá enseñar a la hora de comer, la de realizar las compras se aprove-

chará para adquirir provisiones para el comedor, etc.

El entrenamiento o aprendizaje se puede llevar a cabo a través de diferentes mé-

todos educativos y de rehabilitación.

Cualquiera que sea la técnica elegida, se deberá determinar el grado de apoyo del

educador.

Se pueden distinguir varios niveles de apoyo por parte del educador:

a) El nivel superior, es decir, el que supone más esfuerzo del educador es la

estimulación física: se trata de guiar físicamente los miembros de la persona

u otra parte de su cuerpo.

b) El siguiente nivel es la demostración.

c) Las indicaciones verbales proporcionan todavía menos ayuda por parte

del educador.



d) La observación silenciosa se sitúa en el nivel inferior, sólo es eficaz si la

persona sabe que es vigilada y que será corregida si es preciso.

A la hora de elegir el apoyo que necesita la persona, se deben tener en cuenta dos

principios:

a) Ofrecer el apoyo mínimo necesario, según las capacidades de la persona

y la naturaleza del trabajo; si con un nivel determinado no consigue apren-

der, se podría pasar a un nivel de apoyo superior o a la combinación de va-

rios niveles.

b) Retirar gradualmente el apoyo a medida que el entrenamiento progresa.

Otro aspecto en la comunicación con la persona es hacerle saber cuándo realiza

correctamente el trabajo y cuándo comete errores.

La confirmación o aprobación es la mejor forma de hacerlo, tiene un efecto de

refuerzo y aumenta la probabilidad de que un comportamiento se repita.

La forma de aprobar las respuestas o de recompensar se puede elegir según la

siguiente escala jerárquica:

8. Satisfacción personal, orgullo de haberlo conseguido (motivación intrín-

seca).

7. Información sobre la utilización del resultado obtenido.

6. Aprobación, felicitación, sonrisa.

5. Realización de la actividad de aprendizaje preferida.



4. Realización de una tarea divertida o socialmente valorada, con felicita-

ciones.

3. Realización de la actividad de ocio preferida, con felicitaciones.

2. Recompensas simbólicas como unas monedas, con felicitaciones.

1. Recompensas materiales: juguetes, comida, con felicitaciones.

La recompensa, así como el apoyo, se debe retirar de forma gradual.

Para que la aprobación sea más eficaz, se debe hacer inmediatamente después de

la manifestación del comportamiento, debe ser natural (para que sea más fácil

pasar de la situación de aprendizaje a la situación normal), importante para la

persona y adaptada al nivel de esfuerzo.

6. Evaluación de los programas

En un programa de servicios individualizado, la evaluación consiste en apreciar

y juzgar el grado con el cual la persona ha alcanzado sus objetivos así como la

eficacia de las estrategias de intervención y los medios utilizados.

La evaluación va unida a la medición, es decir, para poder juzgar y tomar deci-

siones es necesario contar con datos que determinen el valor de un fenómeno.

Cuando los objetivos se refieren a experiencias, a la hora de evaluar se determi-

nará simplemente si se han llevado a cabo como estaba programado.

Un método adecuado para valorar los objetivos de aprendizaje o entrenamiento

es la observación directa del comportamiento en diferentes momentos: antes de

la implantación del proyecto, durante el proceso y al final del programa. Una vez



recogidos los datos, se comparan con el “comportamiento-objetivo” para juzgar

si se ha alcanzado el objetivo de aprendizaje y se decide sobre la continuación o

modificación del programa.

De todas formas, el número de objetivos logrados no siempre determina direc-

tamente la calidad del servicio, es decir, ésta no se valora únicamente a través de

los resultados, hay que tener en cuenta asimismo el input y el proceso. El sentido

de los programas individuales es mostrar una actitud orientada a observar y va-

lorar en todo momento las necesidades y comportamientos de cada persona y

una disposición a flexibilizar el servicio todo lo que sea preciso.



ANEXO 2: INSERCION LABORAL DE LAS PERSONAS

CON DISCAPACIDAD13

1. Introducción

Los Servicios de Día para las personas adultas con discapacidad constituyen,

junto a los servicios residenciales y de apoyo, la columna vertebral de la atención

que la sociedad presta a estas personas y tienen una influencia directa en su cali-

dad de vida. Entendidos en un sentido amplio del término, el que hace referencia

a las actividades que ocupan a la persona a lo largo de su jornada cotidiana, los

Servicios de Día se articulan, básicamente, en torno a tres grandes ámbitos: el

ocio, la educación y el trabajo.

Es precisamente el tercero de estos aspectos el que con más detenimiento analiza

el presente anexo, debido a las implicaciones que, como se verá más adelante,

supone de cara a la calidad de vida y a la integración social de las personas con

discapacidad en edad adulta. El estudio de las actuales fórmulas de integración

laboral no puede, sin embargo, llevarse a cabo sin relacionarlas con las líneas

generales que han marcado en la última década la práctica de los servicios de día

en los países de nuestro entorno.

Esta práctica pasa por la planificación de los servicios en función de las necesida-

des de cada usuario y no de las disponibilidades de la red de servicios; la elabo-

13Este Anexo se ha elaborado en base a un resumen de las principales consideraciones sobre la integración labo-ral de las personas con discapacidad contenidas en el presente documento.



ración por parte de equipos multiprofesionales de planes individuales de servi-

cios y el seguimiento personalizado de los casos; y -muy especialmente- la pro-

fundización en el uso de los recursos ordinarios de la comunidad de cara a una

integración social real. El desarrollo de estos principios debería haber traído con-

sigo, a mi entender, una profunda reorientación de las prácticas de la atención

social en general y de las funciones de los centros especiales en particular.

Parece claro, no obstante, que la puesta en práctica de los principios de integra-

ción comunitaria y atención individualizada avanza mucho más despacio que su

asunción teórica. Lo cual no quiere decir, sin embargo, que en estos años no se

haya avanzado en la dirección señalada y que los servicios prestados en la comu-

nidad no ocupen un lugar cada vez más importante en el mapa de la atención

diurna a las personas con discapacidad.

De hecho, buena parte de las instituciones que hoy día trabajan en este campo en

la CAPV elaboran planes individuales de servicios para sus usuarios, realizan un

seguimiento personal de cada caso y se esfuerzan en integrar a cada persona en

actividades ordinarias. Pero ocurre que no siempre se otorga la debida importan-

cia a estos programas, que se les da a veces un papel más testimonial que real, y

que la atención comunitaria se entiende más como un complemento de los cen-

tros especiales que como una alternativa a los mismos.

No debemos menospreciar la función de los centros especiales para personas con

discapacidad, particularmente cuando se plantean como paso previo a oportuni-

dades de integración social y a modos de vida autónomos. La integración en en-

tornos -ya sean laborales, educativos o lúdicos- ordinarios ha de ser, sin embargo,

el objetivo primordial de cualquier política de atención a las personas con

discapacidad.

Como señalan Wheman y Kregel, la calidad de vida de las personas con discapa-

cidad pasa, en gran medida, por la reconversión de las fórmulas segregadas en

fórmulas de integración comunitaria y por la adaptación de nuestro esquema de



prestación de servicios -y los recursos que le dedicamos- a los valores de inde-

pendencia, productividad e inserción social que en la teoría proclamamos y acep-

tamos. Estos cambios pueden y han de ser llevados a la práctica por los profesio-

nales y por la Administración, pero son, sobre todo, los usuarios y sus familias

quienes han de convertirse en sus agentes principales14.

2. Contra la marginación, trabajo

Al igual que para el resto de los ciudadanos, el desempeño de un puesto de tra-

bajo supone para las personas con discapacidad la mejor fórmula para evitar la

exclusión social. En efecto, aún hoy resulta evidente que la consideración social

de cada uno de nosotros guarda una estrecha relación con el puesto de trabajo

que desempeñamos y que el acceso al trabajo condiciona, de forma decisiva, el

acceso a otros derechos.

Este punto de vista está profundamente arraigado en una ideología de la integra-

ción que podríamos definir como laboralista, según la cual la exclusión social de

las personas con discapacidad se explica básicamente por su condición de im-

productivas. Así, se acepta casi unánimemente que sólo desde la incorporación al

mundo del trabajo podrían las personas con discapacidad integrarse plenamente

en una sociedad que divide a sus miembros en función del papel que ocupan en

el sistema productivo. En la medida que se considera que constituye el funda-

mento de la integración social, la inserción laboral pasa a ocupar un lugar priori-

tario en la atención a las personas con discapacidad.

Desde esa perspectiva, las alternativas ofrecidas a las personas adultas con disca-

pacidad tratan de garantizar, a través de la ocupación laboral, un modelo de vida

normalizado, determinado por su articulación en función del trabajo y por la es-

pecialización de las etapas de la vida. Se procura así que la persona con discapa-

14At the crossroads: Supported employment a decade later, The Journal of the Association for Persons with Severe Handicaps, 1995, vol. 20, nº4, 286-299, Paul Wheman y John Kregel.



cidad siga un modelo "normal" de vida, dedicando su infancia y parte de su ju-

ventud al aprendizaje para, a partir de cierta edad, centrarse en el ejercicio de

alguna actividad laboral.

A partir de los años 60 y 70, esta interpretación se plasma en la práctica en un

esfuerzo importante dirigido a la creación de empleo para las personas con dis-

capacidad en edad adulta, que se tiene que ceñir de manera casi exclusiva al sec-

tor protegido. El impacto de ese esfuerzo social es difícil de evaluar, ya que no se

ha desarrollado la necesaria labor de estudio en ese sentido. Es indudable, sin

embargo, que ha tenido consecuencias positivas a dos niveles: ha servido, por

una parte, para dignificar la existencia de numerosas personas que tienen la satis-

facción de sentirse plenamente autosuficientes y útiles para la sociedad y, por

otro lado, ha contribuido, junto a la evolución de otros factores sociales, econó-

micos y culturales, a cambiar la imagen de la persona con discapacidad y la per-

cepción social de su problemática.

Afortunadamente, hoy en día ya no parece necesario insistir en que estas perso-

nas pueden trabajar, y que pueden hacerlo en cualquier tipo de empleo en fun-

ción de su nivel y grado de discapacidad. Se asume, en líneas generales, que el

principal obstáculo para la integración laboral de las personas con discapacidad

lo constituye el déficit estructural de empleo. De hecho, la incapacidad del siste-

ma económico para absorber la capacidad laboral de las personas con minusvalí-

as no se limita sólo a este sector de población, sino que alcanza hoy por hoy a

todos los sectores de la sociedad, incluyendo los más cualificados.

Sin embargo, incluso en la época de mayor auge de lo que hemos dado en deno-

minar ideología laboralista, algunas vías de integración laboral no estaban exen-

tas de crítica. Los centros especiales de empleo eran considerados por parte de

algunos sectores, en el mejor de los casos, como meros paliativos, cuando no es-

tructuras de exclusión. Desde este punto de vista, las fórmulas de trabajo prote-

gido se consideraban esencialmente marginantes y, por eso mismo, aunque a



corto plazo supusieran una mejora en la situación de algunas personas, no eran

contempladas como alternativas deseables a medio y largo plazo.

Es posible, en efecto, que la función integradora del trabajo haya sido sobrevalo-

rada y que nos hayamos dejado arrastrar en ocasiones por una suerte de euforia

laboralista. Ciertamente, no podemos dejar de tener en cuenta algunos cambios

ocurridos en los últimos años, ni podemos dejar de señalar que, desde la perspec-

tiva actual, el modelo tradicional de trabajo protegido plantea algunos inconve-

nientes que lastran gravemente su capacidad para producir una verdadera inte-

gración social.

3. Trabajo protegido e integración social

3.1. La mutación del empleo

Es preciso recordar, en primer lugar, que el trabajo no mantiene ya la misma sig-

nificación social que nuestros padres conocieron. Basta, para ilustrar esta afirma-

ción, con traer a colación una encuesta realizada no hace mucho en Alemania y

en la que sólo un 15% de los encuestados aseguraban que, para ellos, su actividad

profesional tenía preferencia sobre su vida privada. Para la mayoría, el trabajo ya

no es la vida. La vida ya no está en el trabajo. Ni cuantitativa, ni cua-

litativamente15.

Cabe señalar también que, aunque la productividad total se ha incrementado

sensiblemente, se ha reducido de forma drástica la fuerza de trabajo necesaria

para lograr esa producción. A principios de siglo, la reivindicación del reposo

dominical y de la jornada laboral de ocho horas se consideraban utópicas, es de-

cir, ruinosas. Actualmente trabajamos menos de la mitad que a principios de si-

glo, y nuestros ingresos reales no son la mitad, sino cinco veces más elevados. En

aquel tiempo, nuestro sistema de seguridad social hubiera parecido totalmente

15Capitalisme, socialisme, écologie. Désorientations, orientations. André Gorz, Galilée, 1993.



irrealizable. Entonces, un obrero trabajaba más de 3.000 horas al año; en 1960

eran 2.100; ahora pueden ser 1.600. Disminuyendo el volumen de trabajo en un

25% en 25 años, el PNB es más de dos veces superior. Jacques Delors señala que

en 1946 un asalariado de 20 años podía esperar pasarse trabajando una tercera

parte de su vida de vigilia; en 1975 sólo una cuarta parte; actualmente menos de

una quinta. Y añade que esta evolución no se detendrá y que deberá inducir a

otras lógicas de producción e intercambio.

Este fenómeno tiene, indudablemente, consecuencias positivas en lo que se refie-

re al aprovechamiento de nuestro tiempo. También tiene las consecuencias nega-

tivas que todos conocemos y que se traducen principalmente en altas cotas de

desempleo. Por lo tanto, parece lógico pensar que, tarde o temprano, tendremos

que dejar de identificar empleo con empleo a jornada completa, y quizá también

de hacer depender el derecho a un nivel medio de ingresos de la ocupación de un

puesto de trabajo a jornada completa.

De igual modo, tendremos que dejar de pensar en el empleo como fórmula única

y exclusiva de inserción social para las personas con discapacidad y comenzar a

explotar las posibilidades de otras alternativas. Si de lo que se trata es de ocupar

a la persona con discapacidad, mejor hacerlo a través de la aplicación de progra-

mas lúdicos y educativos, más útiles para el desarrollo de la vida diaria que las

habituales tareas de taller, que apenas tienen sentido al margen de su rentabili-

dad económica. Cabe señalar, en ese sentido, la necesidad de potenciar la alterna-

tiva de los Centros de Día como centros de recursos socioeducativos para las per-

sonas que no pueden o no quieren integrarse en un esquema laboral que no res-

ponde a sus necesidades.

Antes ya se ha señalado que, durante años, las alternativas ofrecidas a las perso-

nas adultas con discapacidad han tratado de garantizar a través de la ocupación

laboral un modelo de vida "normalizado", determinado por su articulación en

función del trabajo y por la especialización de las etapas de la vida. Hoy esa

pretensión está, creo que afortunadamente, superada. Por una parte, porque

estamos en el camino hacia una sociedad en la que todos seamos plenamente



en el camino hacia una sociedad en la que todos seamos plenamente activos, en

la que las etapas de vida se desespecialicen y se liberen de la tradicional imposi-

ción de roles, de manera que a lo largo de la vida podamos combinar la dedica-

ción al estudio, al trabajo, al ocio y a ocuparnos de los demás. Y, por otra, porque

las personas con discapacidad rechazan que la integración se convierta en una

mera imitación, en el simulacro de unas actividades por el mero hecho de que

otros así las realizan.

3.2. Integración funcional e integración social

Cabe destacar, por otra parte, que la señalada capacidad integradora que antes

atribuíamos al trabajo sólo puede ser cierta si entendemos la integración de una

determinada manera. Conviene pues, antes de seguir adelante, aclarar el

concepto y llegar a un acuerdo sobre su significado para después, en lo posible,

establecer las vías de alcanzarlo.

La sociología distingue entre la integración a nivel social y a nivel comunitario, y

ya Durkheim diferencia la integración funcional de la integración social. Más

recientemente, Gorz señala que la exclusión no se refiere al aislamiento o a la no

pertenencia a una comunidad o colectivo. De hecho, muchos de los grupos

sociales instalados en los márgenes de nuestra sociedad -algunas tribus juveniles,

por poner un ejemplo- disfrutan de un elevado grado de autoidentificación y de

cohesión interna, pero, pese a ello, no dudamos en calificarlos de excluidos. Y

ello porque formar parte de una comunidad cohesionada, por mucho que la

persona lo valore, no protege del sentimiento de marginalidad o exclusión que

implica el no poder acceder a un puesto de trabajo.

En efecto, si los consideramos excluidos es porque la imposibilidad de acceder a

un empleo les impide participar en la producción de la sociedad y adquirir, a

través de esta participación, unos derechos y unos poderes. La mera concesión de

un salario producto de un trabajo que se concibe como ficticio no hace sino



subrayar, precisamente, lo que se quiere negar: que la sociedad puede,

perfectamente, prescindir de su esfuerzo para seguir funcionando16.

Cualquier actividad funcional no garantiza per se la plena integración social si no

responde a las necesidades reales del sistema. Así, el trabajo sólo tendrá la capa-

cidad integradora que queremos reconocerle en la medida que sea, verdadera-

mente, una actividad funcionalmente especializada y remunerada en razón de su

utilidad para el sistema social. En la medida que sea, en otras palabras, un trabajo

verdadero.

Es importante no olvidar estas consideraciones cuando hablamos de la inserción

laboral de las personas con discapacidad: nos evitaremos así dedicar esfuerzos a

alternativas de inserción laboral que -si bien a corto plazo pueden suponer

paliativos de situaciones de exclusión y marginalidad- no pueden procurar una

integración plena del individuo. Porque, aún cuando resuelva numerosas situaciones

individuales, esta integración -llamémosla ficticia- conduce en muchos casos a un

elevado grado de insatisfacción personal en el trabajo. Unas veces porque la

persona siente que su actividad no está realmente inserta en el sistema

productivo, que no obedece a una demanda real del mercado; otras veces, porque

su profesión no ha sido el resultado de una elección, sino la consecuencia directa

de unas oportunidades de formación y de empleo extremadamente limitadas.

Y, además, porque estas formas de lo que Jeppsson-Grossman califica de

subempleo o de infraempleo, derivan, inevitablemente también, en cierta forma

de marginación social, de exclusión. Como antes he señalado, el reconocimiento

social está íntimamente ligado al desarrollo de una actividad profesional, que

cotiza mucho o poco, esa es otra cuestión, en el mercado laboral. Si la actividad es

en algún modo ficticia, si no responde a las necesidades del mercado y de la

sociedad, no permite niveles o grados de integración aceptables. Las personas

con discapacidad tienen derecho a ser ciudadanos con una función social en el

16Revenu minimum et citoyenneté, André Gorz, Futuribles, febrero 1994.



sistema productivo y no podemos renunciar a ese derecho a cambio de una

mayor tasa de ocupación que, en sí misma, poco aporta.

3.3. La rentabilidad del trabajo protegido

Existen, por otra parte, una serie de consideraciones económicas y organizativas

que cuestionan en cierto modo el modelo protegido de integración laboral. Un

puesto de trabajo en régimen protegido acarrea un coste muy superior al benefi-

cio económico que puede esperarse de su promoción. En lugar de repartirse por

todo el tejido productivo, la pérdida de productividad que conlleva se concentra

en una serie de empresas, se asume como un coste social y se compensa a través

de las subvenciones públicas.

"Salvo excepciones -señala González Yagüe17-, hoy en día un alto porcentaje de

CEE subsisten no por su actividad como empresa, sino gracias a las actividades

ligadas al propio centro y su entorno: movimiento asociativo, subvenciones ex-

traordinarias de instituciones públicas o privadas, red de servicios que sirven de

apoyo económico-financiero de las empresas. Así entendidos, los CEE no pueden

considerarse empresas en sí mismos ya que su umbral de subsistencia, que no de

rentabilidad económica, se alcanza por vías que no son las puramente producti-

vas o mercantiles derivadas de su actividad, y su viabilidad depende de su inclu-

sión en redes de servicios de las que pasan a ser un eslabón más.

Lo más habitual es que en situación de crisis financiera, muy frecuente por otra

parte, estas ayudas se orienten indefinidamente a soportar los déficits de la es-

tructura empresarial y por ello no se desarrollen con la frecuencia deseada los

programas y objetivos a los que inicialmente debieran destinarse: formación,

apoyo social, programas de habilidades sociales, etc. (...). De esta forma -continúa

González Yagüe- se consolida un modelo de CEE cerrado, gueto laboral en el que

17Centros de empleo: un modelo de empresa revisable, Alfonso González Yagüe en "Siglo 0" (1993).



los programas para el desarrollo de habilidades adaptativas que no sean de ca-

rácter productivo están ausentes (...)".

Efectivamente, la prestación de servicios de ajuste personal y social, recogida en

la LISMI, suele ser a menudo sacrificada ante las necesidades productivas o la

escasez de fondos y de medios de algunos centros especiales. Así, los modelos de

trabajo protegido se han limitado a menudo a aprovechar los beneficios más evi-

dentes que derivan de su función productiva -el sueldo y la satisfacción de valer-

se por uno mismo- y han carecido, por lo general, de otro tipo de contenidos

educativos o terapéuticos que no sean los que automáticamente o por añadidura

facilita el hecho de estar ocupado, como pueden ser someterse a cierta disciplina,

manejar instrumentos y materiales, relacionarse con otras personas, etc.

La LISMI establece que la finalidad primordial de la política de empleo de los

trabajadores con minusvalías es su integración en el sistema ordinario de trabajo

y que el empleo especial ha de reservarse a los casos en los que, por razón de la

gravedad de la minusvalía, no sea posible su integración en el medio abierto de

trabajo. Sin embargo, las fórmulas de empleo especial han perdido, por lo

general, el carácter de transitoriedad que en origen se les asignó. Concebidas

como un lugar de tránsito hacia la inserción en el mercado laboral ordinario, se

han convertido en el objetivo final del proceso y son pocos los CEE que se

entienden como puerta de acceso a un puesto de trabajo ordinario o como

vehículo para la adquisición de habilidades sociales. Es preciso, en ese sentido,

recordar que el ingreso en un CEE no ha de entenderse como una meta en sí

misma, sino como una fase de preparación para el paso a otros marcos más

ordinarios.

En esa misma línea, González Yagüe aboga por que los CEE sean "una estación

intermedia para la integración de sus empleados en el sistema ordinario de

trabajo. A ello deben destinarse las subvenciones de forma que, compatibilizando

la formación y la producción rentable dentro de los CEE, se busquen alternativas

adecuadas que desarrollen el objetivo de la integración plena".



4. Nuevas líneas de actuación

Se impone pues, como consecuencia de lo señalado hasta ahora, la necesidad de

redefinir el papel del trabajo protegido como fórmula de integración laboral y de

promover otros modelos de inserción laboral y social que vayan más allá de la

actual oferta de los centros especiales de empleo.

Este es, precisamente, el camino emprendido en los últimos años por gran parte

de las entidades implicadas en la integración laboral de las personas con discapa-

cidad que, a partir de esquemas tradicionales de trabajo protegido, han diversifi-

cado sus servicios facilitando la inserción de sus usuarios en el medio laboral

ordinario y dando mayor prioridad a los contenidos formativos de su trabajo.

4.1. Reconvertir la oferta

Parece necesario, en ese sentido, que los diferentes estamentos sociales y políticos

apuesten de forma más clara y decidida por este tipo de iniciativas y faciliten la

reconversión de las fórmulas protegidas en alternativas de integración laboral en

la empresa ordinaria. Es cierto que el colectivo de personas con discapacidad -al

igual que otros colectivos con dificultades de integración social- reclama fórmu-

las de empleo protegido que garanticen su derecho al trabajo. No es menos cierto,

sin embargo, que, al menos en el campo de los Servicios Sociales, la oferta confi-

gura la demanda y que una diversificación de las alternativas de inserción laboral

traería consigo un cambio en las demandas de estos colectivos.

Se plantea pues la necesidad de asumir el trabajo integrado como la principal

alternativa laboral para todas las personas con discapacidad y dejar de percibirla

como una alternativa complementaria o anecdótica. Así, Wheman y Kregel re-

comiendan dejar de ofrecer desde ahora alternativas segregadas a las personas

que ingresan por primera vez en el sistema de servicios para adultos, exigir a los

entes locales el desarrollo de planes de trabajo con apoyo en sus respectivas co-



munidades y eliminar los factores que obstaculizan la reconversión de las fórmu-

las de trabajo protegido18.

En las actuales circunstancias, no parecen factibles ni deseables algunas de las

propuestas que los expertos norteamericanos defienden. Es necesario, sin embar-

go, consolidar y extender los programas de integración en el medio ordinario que

se realizan desde los centros especiales, de forma que asistamos a una verdadera

reconversión de la oferta en este campo.

4.2. Centros de Recursos Laborales

Existen diferentes vías para hacer posible esta reconversión, aún pendiente en

nuestro país. Para empezar, los Centros Especiales de Empleo pueden -

alejándose de sus objetivos meramente productivos- jugar un papel importante

en la formación profesional y en el desarrollo de nuevas alternativas laborales en

el mercado ordinario para las personas con discapacidad.

Ahondando en esta vía, ya iniciada por muchos de ellos, los actuales Centros de

Empleo protegido deberían tender a diversificar sus servicios, ofreciendo a sus

usuarios programas individuales basados en un abanico más amplio de activida-

des de inserción y formación laboral. En ese sentido, sería deseable una evolución

hacia un modelo de Centro de Recursos Laborales, capaz de ofrecer a cada per-

sona las actividades que más se adecuan a sus necesidades (trabajo con apoyo,

trabajo protegido, formación, prácticas en empresas, trabajo en enclaves, etc.) en

relación al mundo laboral.

La propuesta de convertir los Centros Especiales de Empleo en Centros de Re-

cursos Laborales no se limita a un cambio nominal. Al contrario, conlleva una

serie de modificaciones de hondo calado. Unidas en una nueva estructura más

amplia y más flexible, las actuales fórmulas de empleo protegido, trabajo ocupa-

cional, empleo con apoyo, formación profesional, etc., pasan a formar parte de un

18Paul Wheman y John Kregel. Op. Cit.



itinerario de inserción que cada persona recorre en la medida de sus preferencias

y de sus capacidades. Sin necesidad de identificarse con un centro o edificio con-

creto, los Centros de Recursos Laborales han de ser capaces de elaborar progra-

mas personales a la medida de las necesidades de cada uno de sus usuarios, va-

liéndose para ello de los recursos formativos y laborales -preferentemente ordi-

narios, pero sin renunciar a los especiales- que faciliten su integración social.

Al igual que los trabajadores sociales de base, los responsables de tales centros

han de ser capaces de evaluar las necesidades de sus usuarios y de conocer los

recursos sociolaborales y formativos que la comunidad ofrece, de forma que

pueden poner en contacto a ambos sin tener necesariamente que prestar directa-

mente el servicio que la persona requiere.

Integrar suele utilizarse, con mayor o menor acierto, como sinónimo de

"normalizar", y la normalización en este contexto pasa necesariamente por la

apertura, por la diversificación de las actividades. Si el objetivo es integrar, las

personas con discapacidad deben tener la oportunidad de acceder a nuevas

profesiones, a puestos de trabajo que hasta la fecha no han estado a su alcance.

En ese sentido, debemos evitar a toda costa la especialización de los colectivos

humanos, y particularmente en relación a las personas con discapacidad, en una

función social determinada en razón de sus características personales.

La lista de fórmulas y actividades que conforman esos recursos laborales no está,

ni mucho menos, cerrada, y algunos de los elementos que la integran empiezan

ahora a desarrollarse. Las posibles rutas de ese itinerario de inserción laboral

pueden apoyarse en el autoempleo, el trabajo en enclaves o con apoyo, las inicia-

tivas empresariales tuteladas o las empresas de economía social, sin olvidar la

reserva de puestos en la Administración pública y en la empresa privada, y los

Centros Especiales de Empleo, siempre entendidos como lugar de tránsito y de

adquisición de habilidades. Tampoco podemos olvidar los importantes yacimien-

tos de empleo que el Tercer Sector puede ofrecer también a las personas con dis-

capacidad.



Por otra parte, la elaboración de planes individuales de atención a la medida de

las necesidades de los usuarios implica que el factor trabajo pase a ser uno -

aunque sea el más importante- de los recursos de un plan de integración más

amplio, supeditado a otros objetivos y necesidades ajenos a la esfera laboral, así

como la necesidad de una mayor relación y coordinación con el resto de los agen-

tes que prestan servicios a estas personas.

Esta propuesta no supone rechazar la realización de actividades laborales en en-

tornos segregados. Sí supone, por el contrario, la necesidad de que esas activida-

des se entiendan como una fase de preparación para el acceso a otros entornos

más normalizados, estén supeditadas a las necesidades de una integración social

plena y respondan a una serie de requisitos que mejoren su servicio. La integra-

ción laboral sólo será real, señala Brandon19, en la medida que esos empleos den

acceso a un salario suficiente, faciliten las relaciones con personas sin discapaci-

dad, ya sean compañeros, empresarios o clientes, y promuevan las posibilidades

de avanzar en la carrera profesional a través de mayores sueldos, mejores condi-

ciones de trabajo y un mayor nivel de responsabilidad.

4.3. Apuesta por la formación profesional

No olvidemos, por último, que la irrupción de las nuevas tecnologías afecta de

muy distintas maneras a las posibilidades de integración laboral de las personas

con discapacidad. No sólo abre las puertas a nuevas ocupaciones profesionales

como el teletrabajo, sino que facilita la adaptación de los puestos de trabajo a las

necesidades especiales de estos trabajadores y procura una mejor calidad de vida.

El desarrollo de la tecnología asistencial ayuda a las personas con discapacidad a

realizar las funciones de la vida diaria, compensa las limitaciones funcionales,

facilita la vida independiente y capacita a la persona para realizar todas sus po-

tencialidades.

19Real Work for real money, David Brandon en "Social Work Today" (1988).



El aprovechamiento de las nuevas tecnologías está íntimamente ligado con el

impulso a la formación profesional de las personas con discapacidad. Como ya

hemos dicho en alguna otra ocasión, la creciente separación entre los que trabajan

y los que no, entre los que tienen un empleo fijo y los que están expuestos a la

precariedad en el trabajo, tiene como una de sus causas la inadecuación de la

cualificación profesional al mercado laboral. La necesidad de formarse y reciclar-

se, de asimilar los cambios y las innovaciones es el mayor reto de todo trabajador

y todos -Administración, empresas y asociaciones- hemos de poner en marcha

los mecanismos para que ese reto pueda ser afrontado también por las personas

con discapacidad.

Los Centros de Recursos Laborales a los que antes hacíamos referencia son plata-

formas idóneas para ofrecer a sus usuarios -desde sus propias estructuras pero

no necesariamente sin salir de ellas- un menú de formación a la carta: talleres de

formación en los que se facilite la adquisición de habilidades sociales y laborales

básicas, cursos de preparación profesional específica, prácticas laborales, etc.

Esa formación, ya sea inicial, complementaria o continua, ha de realizarse en es-

trecha relación con las estructuras en las que se va a materializar la inserción la-

boral y debe responder a las necesidades de los diferentes sectores productivos.

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