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JOSÉ ANDRÉS ROJO 18 JUN 2014 - 00:06 CET William Shakespeare Borges decía que Shakespeare “trabajaba para el presente, no para el tiempo” HISTORIA » Shakespeare y la sucesión real Las pugnas e intrigas por la corona centran una cuarta parte de las obras del genial dramaturgo Archivado en: William Shakespeare Centenarios Aniversarios Sucesión Real Teatro Monarquía Artes escénicas Historia Política Cuando Hamlet, el príncipe de Dinamarca, habla con los cómicos que van a representar delante del nuevo rey, su tío, el ignominioso asesinato de su padre que le ha permitido a éste llegar al trono, les comenta que el fin del arte dramático es presentarle un “espejo a la humanidad”: “Mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio su verdadera imagen, y a cada edad y generación su fisonomía y sello característico”. Borges decía que Shakespeare “trabajaba para el presente, no para el tiempo”, que no pretendía pasar a los anales de la literatura sino simplemente cumplir con su público, entretenerlo y emocionarlo. “Lo movía el estímulo de las tablas”, escribe. “Inventó caracteres para que la gente aceptara argumentos que lo tenían sin cuidado”. Buena parte de esos argumentos tenían que ver con aquellos que habían convertido su afán de alcanzar el trono en un desafío que no aceptaba componendas. Si era necesario matar, se mataba; si no había más remedio que traicionar a los más próximos, se los traicionaba. No hay mucha variedad, por eso, en los argumentos, pero sí se imponen en su teatro los mayúsculos personajes que se miden con grandes poderes y con las inmensas turbulencias que agitan sus espíritus. Así Macbeth, cuando su mujer empieza ya a desvariar tras la orgía de sangre que lo ha conducido al trono y que ella ha propiciado, le ordena a un médico que la cure, que borre de una vez esas “turbias escrituras del cerebro” que la están consumiendo como si fueran el peor de los venenos. Ahí reside la maestría de Shakespeare, en saber atrapar esas turbias escrituras, en darles vida en el corazón de sus personajes. Unos personajes que, una y otra vez, se ven sacudidos por graves contradicciones, como aquella tan célebre entre ser y no ser, entre actuar y no actuar, que atenazaba a Hamlet y que lo hacía preguntarse: “¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo después de la muerte —esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno—, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?”. De esos confines que no traspasa viajero alguno, de los abismos a los que sus héroes son empujados por la vida, de todo eso hay en las obras del bardo de Stratford-upon-Avon. Le tocó vivir durante el reinado de Isabel I, siempre amenazada por su prima, María Estuardo, la reina católica de Escocia. Es curioso, comenta Bill Bryson en su libro sobre Shakespeare citando el trabajo de Frank Kermode, que una cuarta de sus obras trataran “de la sucesión de un trono u otro… a pesar de que estaba prohibido hablar públicamente de los posibles sucesores de Isabel”. En El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche reivindica la jovialidad de los griegos a partir de las piezas de Esquilo y, sobre todo, de Sófocles. Es posible que sus reflexiones, que reivindican la fortaleza de los antiguos para mirar de frente lo peor y, aun así, de decirle sí a la vida, sirvan también para las tragedias de Shakespeare. Todas ellas —Hamlet, Otelo, El rey Lear, Macbeth…— son, como comentaba Nietzsche, “productos necesarios de una mirada que penetra en lo íntimo y horroroso de la naturaleza, son, por así decirlo, manchas luminosas para curar la vista lastimada por la noche horripilante”. Ahí tenemos, por ejemplo, a Otelo, el moro de Venecia, y ahí está Y ago, uno de sus hombres. Lleno de rabia por no haber sido nombrado su lugarteniente, procura agitar con los celos las “turbias escrituras del cerebro” de su señor hasta que al cabo lo consigue. Y entonces Otelo, furioso y fuera de sí con su amada Desdémona, —a la que finalmente estrangulará— clama desolado “mira, Yago. Mira mi pasión y mi amor, ¡míralos! Un soplo y ya se desvanecen en el aire. ¡Arriba, levántate negra venganza!”, y pide entonces que estalle su pecho para expulsar las víboras que soporta.

Shakespeare y La Sucesión Real

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  • JOS ANDRS ROJO 18 JUN 2014 - 00:06 CET

    Willia m Sh a kespea r e

    Borges deca que

    Shakespeare trabajaba

    para el presente,no para el tiempo

    HISTORIA

    Shakespeare y la sucesin realLas pugnas e intrigas por la corona centran una cuarta parte de las obras del genial dramaturgo

    Archivado en: William Shakespeare Centenarios Aniversarios Sucesin Real Teatro Monarqua Artes escnicas Historia Poltica

    Cuando Hamlet, el prncipe de Dinamarca, habla con los cmicos que van a representar delante del nuevo rey, su to, el

    ignominioso asesinato de su padre que le ha permitido a ste llegar al trono, les comenta que el fin del arte dramtico es

    presentarle un espejo a la humanidad: Mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio su verdadera imagen, y a cada

    edad y generacin su fisonoma y sello caracterstico. Borges deca que Shakespeare trabajaba para el presente, no para

    el tiempo, que no pretenda pasar a los anales de la literatura sino simplemente cumplir con su pblico, entretenerlo y

    emocionarlo. Lo mova el estmulo de las tablas, escribe. Invent caracteres para que la gente aceptara argumentos

    que lo tenan sin cuidado.

    Buena parte de esos argumentos tenan que ver con aquellos que haban convertido su

    afn de alcanzar el trono en un desafo que no aceptaba componendas. Si era necesario

    matar, se mataba; si no haba ms remedio que traicionar a los ms prximos, se los

    traicionaba. No hay mucha variedad, por eso, en los argumentos, pero s se imponen en

    su teatro los maysculos personajes que se miden con grandes poderes y con las

    inmensas turbulencias que agitan sus espritus. As Macbeth, cuando su mujer empieza

    ya a desvariar tras la orga de sangre que lo ha conducido al trono y que ella ha

    propiciado, le ordena a un mdico que la cure, que borre de una vez esas turbias

    escrituras del cerebro que la estn consumiendo como si fueran el peor de los venenos.

    Ah reside la maestra de Shakespeare, en saber atrapar esas turbias escrituras, en darles

    vida en el corazn de sus personajes. Unos personajes que, una y otra vez, se ven

    sacudidos por graves contradicciones, como aquella tan clebre entre ser y no ser, entre

    actuar y no actuar, que atenazaba a Hamlet y que lo haca preguntarse: Quin querra

    llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el

    temor de un algo despus de la muerte esa ignorada regin cuyos confines no vuelve a

    traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a

    soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?.

    De esos confines que no traspasa viajero alguno, de los abismos a los que sus hroes son

    empujados por la vida, de todo eso hay en las obras del bardo de Stratford-upon-Avon.

    Le toc vivir durante el reinado de Isabel I, siempre amenazada por su prima, Mara

    Estuardo, la reina catlica de Escocia. Es curioso, comenta Bill Bryson en su libro sobre

    Shakespeare citando el trabajo de Frank Kermode, que una cuarta de sus obras trataran

    de la sucesin de un trono u otro a pesar de que estaba prohibido hablar pblicamente

    de los posibles sucesores de Isabel.

    En El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche reivindica la jovialidad de los griegos a partir de las piezas de Esquilo

    y, sobre todo, de Sfocles. Es posible que sus reflexiones, que reivindican la fortaleza de los antiguos para mirar de frente

    lo peor y, aun as, de decirle s a la vida, sirvan tambin para las tragedias de Shakespeare. Todas ellas Hamlet, Otelo, El

    rey Lear, Macbeth son, como comentaba Nietzsche, productos necesarios de una mirada que penetra en lo ntimo y

    horroroso de la naturaleza, son, por as decirlo, manchas luminosas para curar la vista lastimada por la noche

    horripilante.

    Ah tenemos, por ejemplo, a Otelo, el moro de Venecia, y ah est Yago, uno de sus hombres. Lleno de rabia por no haber

    sido nombrado su lugarteniente, procura agitar con los celos las turbias escrituras del cerebro de su seor hasta que al

    cabo lo consigue. Y entonces Otelo, furioso y fuera de s con su amada Desdmona, a la que finalmente estrangular

    clama desolado mira, Yago. Mira mi pasin y mi amor, mralos! Un soplo y ya se desvanecen en el aire. Arriba,

    levntate negra venganza!, y pide entonces que estalle su pecho para expulsar las vboras que soporta.

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  • Los argumentos tenan que

    ver con aquellos que haban

    convertido su afn de

    alcanzar el trono en un

    desafo que no aceptaba

    componendas

    Tanto arrebato posiblemente no cuadre ya con los tiempos que vivimos, ms moderados,

    ms tibios. Sigue siendo entonces el teatro, como peda Hamlet, un espejo de la

    humanidad? No existe ya esa noche horripilante a la que Nietzsche se refera? En una

    sociedad de masas y de consumo, los desgarros estn de ms. Pero la habilidad de

    Shakespeare sigue intacta y sus obras siguen tocando la fibra de los lectores o

    espectadores. Quiz porque, como le ocurre a Ricardo III cuando est a punto de ser

    asesinado y no sabe ya si prefiere ser rey o mendigo, todos teman confundirse al fin con

    la nada: Mas, sea uno u otro, / ni a m ni a nadie que slo sea un hombre / ya nada

    podr complacernos si no es la paz de no ser nada.

    Serlo todo o no ser nada. Shakespeare traslada las grandes contradicciones a los

    corazones de sus prncipes y reyes. Lear, demolido por los palos con los que lo ha azotado la vida, balbucea an una

    esperanza cuando va camino de la crcel con su hija Cordelia y le dice: "y viviremos, y cantaremos, y rezaremos, y

    contaremos viejos cuentos, y nos reiremos de las mariposas de colores, y oiremos a los infelices referir las nuevas de la

    corte; y hablaremos con ellos, quin pierde, quin gana, quin asciende o quin cae; y poseeremos el misterio de las cosas;

    como si fusemos espas de los dioses; y sobreviviremos entre los muros de nuestra prisin a las sectas y los poderosos que

    a merced de la luna surgen y sucumben". Quin gana, quin pierde. Qu anhelo ms lejano: poseer el misterio de las

    cosas, ser los espas de los dioses.

    EDICIONES EL PAS S.L.

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