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SI VIS PACEM PARA BELLUM

Si vis pacem para bellum

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SI VIS PACEM PARA BELLUM

“Si quieres paz prepárate para la guerra”

Cada vez que Ella me besa la frente y me habla, tengo que enfrentarme a ti. Por muy convincente que sea Su sonrisa, por muy engalanada que me parezca, por muy suave que se me antoje, tú La haces enojar, se pone de morros conmigo por tu culpa, tú me obligas a quitarLe Sus collares y pulseras, Le erizas el vello y rasgas Sus brazos y piernas para que rasque al tacto...

Es una batalla desigual entre dos fuerzas sobrecogedoras, y siempre depende de mi tesón el que la balanza se incline a un lado u otro.

Pero no puedo ser pesado, he de calibrar el momento justo de retirarme, quede como quede el asunto, o de lo contrario me encontraría en un absurdo: te habría derrotado completamente, pero Ella se habría esfumado para dejarme solo con mi cobardía.

Mientras digo esto, aún La veo de refilón. Sigue ahí, guasona, tierna, mimosa.

Pero tú aún estás aquí, de aguantavelas. Cuánto me gustaría poder estar a solas con Ella, besarLa, acariciar Su cabello indescriptible...

Me engañas haciéndome llegar a tus sicarios para que Ella no pueda asistir a nuestra cita: del mismo modo que Odile suplantó a Odete en el baile con el príncipe del famoso ballet ruso, tú me untas los párpados con falsas quimeras, me dejas una hilera de granitos de sal en medio de esta selva umbrosa y los haces parecer los guisantes de Pulgarcito, envías a una Ariadna con precio y máscara para que me ofrezca generosamente una madeja que nunca me liberará del laberinto... Tú, sucio perdedor, envidioso corrupto, nunca más me alejarás de Su voz.

Si al menos supiera controlarme cuando La tengo cerca. Si fuera capaz de atesorar con más firmeza Sus secretos...

Unos secretos que a veces encierran la verdad del universo en sí mismo, otras no significan nada pero te dejan en los labios el sabor indescifrable de la sopa de la abuela, con todo su cariño y su sabiduría.

En otras ocasiones se presenta ante mí, deja que me acerque lo suficiente y, soplándome suavemente en la punta de la nariz, hace mutis por el foro...

En más de una ocasión me he preguntado qué La hace venir a mí, por qué tengo la oportunidad de verme a solas con Ella en momentos tan inoportunos: cuando estoy en el servicio, o en un momento de reflexión en el portal mientras busco las llaves, o justo antes de ponerme con mis deberes tan postergados una y otra vez, o cuando estoy a punto de salir de casa porque he quedado con otra...

Una de las soluciones que se me ocurre es que Ella se cela de la sola posibilidad de que no sea mi única amada.

Yo ya La he querido tantas veces como Ella me ha dejado. Y aún ahora sigo amándoLa con locura. Pero a Ella se le ha antojado que todo debe ser secreto. Que no debo decirle nada a nadie. Y si Le hago caso, entonces me temo que explotaré de placer.

Lo que ocurre es que la vanidad del aventurero que quiere inmortalizar el placer encontrado a veces asusta a aquella que se lo regaló, y le obliga a tomar una decisión: callarse para sí la sensación que aún ahora lo hace temblar o permitir que se marchite un poco pero compartirla con seres queridos.

Otra explicación que me he dado muchas veces es que es una impostora, que me equivoqué al tratarLa con tanto mimo, pero cuando se enfada conmigo por pensar esa sandez y me da la espalda un par de semanas, cruzo los dedos y suplico al cielo, a la ciencia, a la razón, al infierno y al mismísimo Satán que me conceda una última cita con Ella...

Veo que tus ojos, maldito bribón, se encienden porque te ves vencedor... Mi ánimo no me tumbará ni siquiera en momentos de duda como estos.

Sé que Ella me escucha cuando La llamo, ¿eh, Amor?, una sola vez más, prometo no volver a dudar de Ti, mi amor, te juro que seré bueno, crédulo, sumiso, necesito el dulce aroma de Tu aliento en mi nuca, saber que al girarme en la cama en medio de un sueño Te encontraré compartiendo mi almohada, calentando mis piernas con las Tuyas, envuelto en Tu cola de sirena, abrazado por Tus alas de ángel...

Ya no sonríes tanto, ¿eh?...

Ella a veces me agarra de la cintura y me dice, al oído, entre susurros: “cierra los ojos, da tres vueltas sobre ti mismo y déjate llevar”. Le hago caso, cómo no, y cuando cometo el error de abrir los ojos por miedo a caerme Ella ya no está. Como Eurídice ante la inseguridad de Orfeo volviendo del Infierno, pero en el momento mismo de llegar a él: al demostrar mi debilidad decide que ya es hora de volar lejos, a la compañía de otro más guapo, más sexy, más alto o más listo que yo.

Da igual, si Ella me ha visitado en alguna que otra ocasión sería por lo mismo, ¿no? O quizá porque ese tipo de chico no le interesa y los prefiere más normalitos...

Sonríes, pero hay algo de lo que no pareces ser consciente: en este momento la batalla se ha inclinado a Su favor.

Genial. Buen momento para parar.

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Inspiración 1 - Folio en Blanco 0