Sin Sangre - Alessandro Baricco

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Alessandro BariccoS i n s a n g r e1Alessandro BariccoSin sangreTraduccin Xavier Gonzlez RoviraEDITORIAL ANAGRAMABARCELONATtulo de la edicin original:Senza sangue RCS Libri S. p. A.Miln, 2002Nota:Los personajes y los hechos narrados en esta historia son imaginarios y no se refieren a ninguna realidad en particular. La utilizacin frecuente de nombres hispnicos es un hecho puramente musical y no pretende sugerir una localizacin temporal o geogrfica de los acontecimientos.Diseo de la coleccin:Julio VivasIlustracin de Lucrecia Olano EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 2003Pedro de la Creu, 5808034 BarcelonaISBN: 84-339-7003-8Depsito Legal: B. 22393-2003Printed in SpainLiberduplex, S.L., Constituci, 19, 08014 BarcelonaAlessandro BariccoS i n s a n g r e2Sin sangreBaricco, AlessandroColeccin: Panorama de narrativas n 543Editorial: Anagrama109 pginasIdioma: EspaolISBN: 8433970038 84-339-7003-8Manuel Roca y sus dos hijos viven en el campo, en una vieja granja aislada. Un da, un Mercedes viejo con cuatro hombres dentro sube por el camino polvoriento que lleva a la casa. Como si desde siempre hubiera esperado ese momento, Manuel Roca llama a sus hijos sin perder un segundo. Algo tan terrible como indescriptible est a punto de suceder, algo que cambiar la vida de todos ellos de manera irremediable, sobre todo la vida de la pequea Nina.Una historia vibrante y sugerente que hurga en las profundidades del alma humana.Los protagonistas son figuras perdidas en el espacio y en el tiempo, vctimas de una guerra infinita que, como todos los conflictos de la historia de la humanidad, despierta las pasiones y los instintos ms escondidos. La pesadilla de la violencia, el rencor y la venganza dominarn los dramticos sucesos acontecidos a Manuel Roca y a sus hijos.La espiral de odio que engulle a los personajes slo parece disolverse gracias a la decisin de Nina, una mujer-nia que sabr dar sentido, y tambin futuro, al dolor mayor, sin que haga falta verter ms sangre.Una historia de masacre y venganza, en dos tiempos; en el primero ha hecho evocar los nombres de Sergio Leone y A sangre fra de Capote, mientras que en el segundo, cincuenta aos despus. Asistimos a un encuentro tan dramtico como sorprendente.Italia? Bosnia? Espaa? Ninguno de estos pases en particular (el propio Alessandro Baricco afirma que ha escogido nombres hispnicos por razones puramente musicales), sino cualquier pas en el que haya habido una guerra civil, donde la venganza o la presunta justicia han dejado una huella indeleble de violencia... Una historia que acaba con una suerte de aplogo sobre la violencia y el dolor que provoca, pero en especial sobre el nexo que une a verdugo y vctima (Massimo Lomonaco, II Gazzetino).Un infalible mecanismo de seduccin que culmina en un grandioso final.emocionante y escueto (Michele Serra, La Repubblica).Alessandro BariccoS i n s a n g r e3AlessandroBaricco(Turn,1958) es autor de las novelasTierrasdecristal(PremioSelezioneCampielloyPrixMdicis tranger), Ocano mar(Premio Viareggio). Seda, City ySin sangre, publicadas en estaeditorial, al igual que el monlogoteatral Novecento y los ensayosrecogidos en Next (Sobre laglobalizacin y el mundo queviene). Baricco dirigi el programa de libros Pickwick para Raitre,que invit a los italianos aredescubrir el placer de la lectura(Claudio Paglieri), y en 1994 funden Turn una escuela de tcnicasde escritura, llamada Holden(como homenaje a Salinger), queha tenido, bajo su direccin, unxito clamoroso. Con Seda, que se ha convertido en un longseller ininterrumpido, tanto en Italia como internacionalmente, se consagr como uno de los grandes escritores italianos de las nuevas generaciones.NDICEUno.............................. 7*Dos...............................47* La referencia es de la numeracin del libro impreso [Nota del escaneador].Alessandro BariccoS i n s a n g r e4unoEn el campo, la vieja granja de Mato Rujo permaneca a ciegas, esculpida en negro contra la luz de la tarde. La nica mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.Los cuatro hombres llegaron en un viejo Mercedes. La carretera estaba excavada y era dificultosa una carretera pobre de montaa. Desde la granja, Manuel Roca los vio.Se acerc a la ventana. Primero vio la columna de polvo levantndose sobre el perfil del maizal. Luego oy el ruido del motor. Ya nadie tena coche, en aquella zona. Manuel Roca lo saba. Vio el Mercedes asomarse a lo lejos y despus desaparecer tras una hilera de encinas. Luego ya no sigui mirando.Regres hacia la mesa y puso la mano sobre la cabeza de su hija.Levntate, le dijo. Sac una llave del bolsillo, la dej sobre la mesa y con la cabeza le hizo una sea al hijo. Deprisa, le dijo su hijo. Eran nios, dos nios.En la encrucijada del torrente, el viejo Mercedes evit la carretera de la granja y prosigui hacia lvarez, haciendo como que se alejaba. Los cuatro hombres viajaban en silencio. El que conduca llevaba una especie de uniforme. El otro hombre que se sentaba delante llevaba un traje de color blanco roto. Planchado. Fumaba un cigarrillo francs. Aminora, dijo.Manuel Roca oy el ruido alejndose hacia lvarez. A quin se creen sos que van a engaar?, pens. Vio a su hijo entrar otra vez en la habitacin con un rifle en una mano y con otro bajo el brazo. Djalos ah, dijo. Luego se dio la vuelta hacia su hija. Ven, Nina. No tengas miedo. Ven aqu.El hombre elegante apag el cigarrillo en el salpicadero del Mercedes, luego dijo al que conduca que se parara. Aqu est bien, dijo. Y haz que este cacharro se calle de una vez. Se oy el ruido del freno de mano, como una cadena que se dejara caer en un pozo. Luego, nada ms. El campo pareca que hubiese sido tragado por una calma inescrutable.Habra sido mejor haber ido directamente a su encuentro, dijo uno de los Alessandro BariccoS i n s a n g r e5dos que estaban sentados detrs. Ahora tendr tiempo para escaparse, dijo.Empuaba una pistola. No era ms que un muchacho. Lo llamaban Tito.No se escapar, dijo el hombre elegante. Est hasta los cojones de escapar. Vamos.Manuel Roca apart los cestos llenos de fruta, se agach, levant la trampilla escondida de una bodega y ech una ojeada al interior. Era poco ms que un agujero grande excavado en la tierra. Pareca la madriguera de algn animal.Escchame, Nina. Ahora llegar gente, y no quiero que te vean.Tienes que esconderte aqu dentro, lo mejor es que te escondas aqu dentro y que esperes a que se vayan. Me has entendido?S.Slo tienes que quedarte tranquila aqu abajo.Pase lo que pase, no debes salir, no debes moverte, slo tienes que estar tranquila y esperar.Todo saldr bien.S.Escchame. Podra ser que yo tuviera que marcharme con esos seores. T no debes salir hasta que venga a recogerte tu hermano, me has entendido? O hasta que notes que ya no queda nadie y que todo se ha acabado.S.Tienes que esperar hasta que ya no quede nadie.No tengas miedo, Nina, no puede pasarte nada. De acuerdo?S.Dame un beso.La nia pos sus labios sobre la frente del padre. El padre le pas una mano por el pelo.Todo saldr bien, Nina.Luego se qued all, como si an tuviera algo ms que decir, o que hacer.No era esto lo que yo quera.Dijo.Acurdate siempre de que no era esto lo que yo quera.La nia busc instintivamente en los ojos de su padre algo que la ayudara a comprender. No vio nada. El padre se agach hacia ella y la bes en los labios.Y ahora vete, Nina. Venga, mtete ah dentro.La nia se dej caer en el agujero. La tierra era dura, y seca. Ella se tumb.Alessandro BariccoS i n s a n g r e6Espera, coge esto.El padre le tendi una manta. Ella la ech sobre el suelo, luego volvi a tumbarse.Oy que su padre le deca algo, luego vio que la trampilla de la bodega bajaba. Cerr los ojos y volvi a abrirlos. Entre las tablas del suelo se filtraban lminas de luz. Oy la voz de su padre, que segua hablando. Oy el ruido de los cestos arrastrados sobre el suelo. Todo se hizo ms oscuro, all abajo. Su padre le pregunt algo. Ella respondi. Se haba tumbado sobre un costado. Haba doblado las piernas, y permaneca all, acurrucada, como si estuviera en su cama, sin nada ms que hacer que adormecerse, y soar. Oy a su padre decirle algo ms, con dulzura, agachado en el suelo.Luego oy un disparo, y el ruido de una ventana estallando en mil pedazos.ROCA! SAL DE AH, ROCA... NO HAGAS TONTERAS Y SALDE AH.Manuel Roca mir a su hijo. Se arrastr hacia l, teniendo cuidado de no quedar al descubierto. Se estir para coger el rifle que estaba sobre la mesa.Qutate de ah, por Dios. Ve a esconderte a la leera. No salgas de all, no hagas ruido, no hagas nada. Llvate el rifle y mantnlo cargado.El nio lo miraba fijamente, sin moverse.Muvete. Haz lo que te he dicho.Pero el nio dio un paso hacia l.Nina oy que una andanada de disparos barra la casa por encima de ella.Polvo y fragmentos de cristal que iban colndose entre las rendijas del suelo. No se movi. Oy una voz que gritaba desde el exterior.VENGA, ROCA. TENEMOS QUE IR A COGERTE?... TE ESTOYHABLANDO A TI, ROCA. TENGO QUE IR A COGERTE?El nio segua de pie, al descubierto. Haba cogido su rifle, pero lo mantena bajado. Lo haca bascular, agarrndolo con una mano.Mrchate le dijo el padre, me has odo?, mrchate de ah.El nio se le acerc. Lo que estaba pensando era arrodillarse en el suelo, y hacer que su padre lo abrazara. Se imaginaba algo por el estilo.El padre lo encaon con el rifle. Le habl en voz baja, pero con fiereza.Mrchate, o te mato yo mismo.Nina oy otra vez aquella voz.ES EL LTIMO AVISO, ROCA.Una rfaga recorri toda la casa, adelante y atrs, como un pndulo, pareca que no fuera a acabar nunca, adelante y atrs, como la luz de un faro sobre la brea de un mar negro, paciente.Nina cerr los ojos. Se apret contra la manta, y se acurruc todava ms, levantando las rodillas hacia el pecho. Le gustaba estar as.Senta la tierra, fresca, bajo su costado, protegindola ella no poda traicionarla. Y senta su propio cuerpo recogido, vuelto sobre s mismo como una concha y eso le gustaba, era caparazn y animal, amparo de Alessandro BariccoS i n s a n g r e7s misma, lo era todo, era todo para s misma, nada podra hacerle dao mientras permaneciera en esa posicin reabri los ojos, y pens: No te muevas, eres feliz.Manuel Roca vio a su hijo desaparecer tras la puerta. Luego se incorpor lo suficiente para echar una ojeada al exterior por la ventana. Est bien, pens. Cambi de ventana, se levant, apunt rpidamente y dispar.El hombre del traje de color blanco roto lanz una imprecacin y se tir al suelo. Menudo cabrn, dijo. Neg con la cabeza. Menudo hijoputa. Oy otros dos tiros que llegaron desde la granja. Luego oy la voz de Manuel Roca.QUE TE DEN POR CULO, SALINAS.El hombre del traje de color blanco roto escupi en el suelo. Que te den a ti, cabrn. Ech una ojeada hacia su derecha y vio al Gurre rindose sarcsticamente, echado tras una pila de lea. Le indic por seas que disparara. El Gurre continuaba rindose. Sujetaba la pequea ametralladora con la derecha, y con la izquierda buscaba un cigarrillo en el bolsillo. No pareca tener prisa. Era pequeo y delgado, llevaba en la cabeza un sombrero mugriento y en los pies un par de botas de montaa, enormes.Mir a Salinas. Encontr el cigarrillo. Se lo puso entre los labios. Todos lo llamaban el Gurre. Se levant y se puso a disparar.Nina oy la rfaga barriendo la casa, por encima de ella. Luego, el silencio. E inmediatamente despus otra rfaga, ms larga. Tena los ojos abiertos. Miraba las rendijas del suelo. Miraba la luz, y el polvo que vena desde all. De vez en cuando vea una sombra pasar, y aquello era su padre.Salinas se arrastr hasta el Gurre, detrs de la pila de lea.Cunto tiempo tardar Tito en entrar?El Gurre se encogi de hombros. Segua riendo sarcsticamente. Salinas ech un vistazo a la granja.Desde aqu, no vamos a poder entrar nunca ah dentro; o lo consigue l o tendremos muchos problemas.El Gurre se encendi el cigarrillo. Luego dijo que el chico era espabilado y que lo lograra. Dijo que saba reptar como una serpiente y que haba que confiar en l.Luego dijo: Y ahora vamos a hacer un poquito de ruido.Manuel Roca vio al Gurre asomndose por detrs de la lea y se ech al suelo. La rfaga lleg puntual, prolongada. Tengo que marcharme de aqu, pens. La municin. Primero, la municin, luego arrastrarse hasta la cocina y desde ah todo recto a campo traviesa. Habrn apostado a alguien tambin en la parte trasera de la casa? El Gurre no es estpido, habr apostado a alguien ah tambin. Pero no disparan desde ah. Si hubiera alguien, disparara. Tal vez quien manda no es el Gurre. Tal vez es ese cobarde de Salinas. Si es Salinas, puedo conseguirlo. No entiende nada, ese Salinas. Qudate detrs de tu escritorio, Salinas, es lo nico que sabes Alessandro BariccoS i n s a n g r e8hacer. Anda y que te den. Lo primero, la municin.El Gurre disparaba.La municin. Y el dinero. A lo mejor consigo llevarme incluso el dinero.Tengo que escaparme ya, eso es lo que tengo que hacer. Qu gilipollas.Ahora tengo que marcharme de aqu, bastara con que se parara un momento, de dnde habr sacado una ametralladora, tienen un coche y una ametralladora. Vaya lujo, Salinas! La municin. El dinero, ahora.El Gurre disparaba.Nina oa las ventanas hacindose aicos bajo los disparos de la ametralladora. Luego, lminas de silencio entre una y otra rfaga. En el silencio, la sombra de su padre arrastrndose entre los cristales. Con una mano se ajust la falda. Pareca un artesano concentrado en perfilar su trabajo. Acurrucada sobre un costado, se puso a eliminar una a una las imperfecciones. Aline los pies hasta notar las piernas perfectamente acopladas, los dos muslos suavemente unidos, las rodillas como dos tazas en equilibrio la una sobre la otra, los tobillos separados por un suspiro.Volvi a verificar la simetra de los zapatos, emparejados como en un escaparate, pero de perfil, se dira que acostados, por cansancio. Le gustaba ese orden. Si eres una concha, es importante el orden. Si eres caparazn y animal, todo tiene que ser perfecto. La exactitud te salvar.Oy apagarse el baile de una rfaga largusima. E inmediatamente despus la voz de un muchacho.Suelta ese rifle, Roca.Manuel Roca gir la cabeza. Vio a Tito, de pie, a pocos metros de l. Le estaba apuntando con una pistola.No te muevas y tira ese rifle.Desde el exterior lleg otra rfaga. Pero el muchacho no se movi, permaneci all, de pie, apuntando con la pistola. Bajo aquella lluvia de disparos, los dos permanecieron inmviles, mirndose fijamente, como un nico animal que hubiera dejado de respirar. Manuel Roca, tumbado a medias en el suelo, mir directamente a los ojos del muchacho, de pie, al descubierto. Intent comprender si era un nio o un soldado, si era la milsima vez o la primera, y si era un cerebro, unido a aquella pistola, o tan slo la ceguera de un instinto. Vio el can de la pistola temblando imperceptiblemente, como si dibujara un minsculo garabato en el aire.Calma, muchacho dijo.Lentamente dej el rifle en el suelo. Con una patada lo hizo deslizarse hacia el centro de la habitacin.Todo va bien, muchacho dijo.Tito no dejaba de mirarlo fijamente.Cllate, Roca. Y no te muevas.Lleg otra rfaga. El Gurre se empleaba metdicamente. El muchacho esper a que terminara, sin bajar ni la pistola ni la mirada. Cuando volvi el Alessandro BariccoS i n s a n g r e9silencio, ech una ojeada hacia la ventana.SALINAS! YA LO TENGO. PARAD, QUE YA LO TENGO.Y un instante despus:SOY TITO. LO TENGO.Coo, lo ha conseguido dijo Salinas.El Gurre esboz una especie de sonrisa, sin darse la vuelta. Estaba observando el can de la ametralladora como si l lo hubiera tallado, en sus horas libres, de una rama de un fresno.Tito los busc en la luz de la ventana.Lentamente, Manuel Roca se incorpor lo suficiente como para apoyar la espalda en la pared. Pens en la pistola que le presionaba en un costado, metida en sus pantalones. Intent recordar si estaba cargada. La roz con una mano. El muchacho no se dio cuenta de nada.Vamos, dijo Salinas. Dieron la vuelta en torno a la pila de lea y enfilaron hacia la granja. Salinas caminaba ligeramente encorvado, como haba visto hacer en las pelculas. Era ridculo, como todos los hombres que luchan: sin darse cuenta. Estaban cruzando la era cuando oyeron, desde el interior, un disparo de pistola.El Gurre ech a correr, lleg ante la puerta de la granja y la abri de una patada.De una patada haba echado abajo la puerta del establo, tres aos antes, luego haba entrado y haba visto a su mujer ahorcada del techo, y a sus dos hijas con el pelo rapado al cero, los muslos manchados de sangre.Abri la puerta de una patada, entro y vio a Tito, de pie, con la pistola apuntando hacia una esquina de la habitacin.Tuve que hacerlo. Tiene una pistola dijo el muchacho.El Gurre mir a la esquina. Roca yaca tumbado de espaldas. Sangraba de un brazo.Creo que tiene una pistola dijo otra vez el muchacho. Escondida en algn sitio aadi.El Gurre se acerc a Manuel Roca.Mir la herida del brazo. Luego mir al hombre a la cara.Hola, Roca dijo.Puso un zapato sobre el brazo herido de Roca, y empez a pisar con fuerza. Roca grit de dolor y se dio la vuelta sobre s mismo. La pistola se sali de los pantalones. El Gurre se agach para recogerla.Eres muy hbil, muchacho dijo. Tito asinti. Se dio cuenta de que todava tena el brazo tendido frente a s, empuando la pistola, apuntando a Roca. La baj. Sinti que sus dedos se relajaban en torno a la culata de la pistola. Le dola toda la mano, como si la hubiera emprendido a puetazos contra una pared. Calma, pens.A Nina le vino a la cabeza aquella cancin que empezaba: Cuenta las nubes, el tiempo ya vendr. Luego deca algo sobre un guila. Y acababa Alessandro BariccoS i n s a n g r e10con todos los nmeros, uno tras otro, del uno al diez. Pero se poda seguir contando hasta cien, o hasta mil. Ella, una vez, haba contado hasta doscientos cuarenta y tres. Pens que ahora se levantara de donde estaba e ira a ver quines eran esos hombres, y qu queran. Cantara toda la cancin y luego se levantara. Si no consegua abrir la trampilla, gritara, y su padre ira a recogerla. Pero sigui como estaba, tumbada sobre el costado, las rodillas recogidas sobre el pecho, los zapatos uno sobre otro en equilibrio, sintiendo en la mejilla el frescor de la tierra a travs de la spera lana de la manta. Se puso a cantar esa cancin, con un hilo de voz. Cuenta las nubes, el tiempo ya vendr.Volvemos a vernos, doctor dijo Salinas.Manuel Roca lo mir sin hablar. Sujetaba un trapo presionando la herida.Lo haban hecho sentarse en medio de la habitacin, sobre una caja de madera. El Gurre se qued detrs de l, en algn lugar, aferrando la ametralladora con las manos. Al chico lo haban apostado en la puerta: vigilaba que nadie llegase, fuera, y de vez en cuando se daba la vuelta, y miraba lo que estaba ocurriendo en la habitacin. Salinas, por su parte, caminaba arriba y abajo. Un cigarrillo encendido entre los dedos. Francs.Me has hecho perder mucho tiempo, sabes? dijo.Manuel Roca levant la mirada hasta su altura.T ests loco, Salinas.Trescientos kilmetros para venir hasta aqu a sacarte de tu agujero.Eso es mucho camino.Dime qu quieres y lrgate.Qu quiero?Qu quieres, Salinas?Salinas se ri.Te quiero a ti, doctor.T ests loco. La guerra ha terminado.Qu has dicho?La guerra ha terminado.Salinas se agach hacia Manuel Roca.Cundo se termina una guerra lo decide el que la gana.Manuel Roca neg con la cabeza.Lees demasiadas novelas, Salinas. La guerra ha terminado, y punto.No quieres entenderlo?No la tuya. No la ma, doctor.Entonces Manuel Roca se puso a gritar que no podan tocarlo, que acabaran todos en prisin, que los cogeran y se pasaran el resto de sus vidas pudrindose en la crcel. Le grit al muchacho si le gustaba la idea de envejecer detrs de las rejas, contando el paso de las horas y chupndosela a cualquier asesino asqueroso. El muchacho lo mir sin responder.Alessandro BariccoS i n s a n g r e11Entonces Manuel Roca le grit que era un imbcil, que lo estaban metiendo en un lo, y que le iban a joder la vida. Pero el muchacho no dijo nada.Salinas se rea. Miraba al Gurre y se rea. Tena aspecto de estar divirtindose. Al final se puso otra vez serio, se plant delante de Manuel Roca y le dijo que se callara de una vez. Se meti una mano en la parte interior de la americana y de ah sac una pistola. Luego le dijo a Roca que no tena que preocuparse por ellos, que nadie sabra nada nunca.Desaparecers en la nada, y ya no se hablar del asunto. Tus amigos te han abandonado, Roca. Y los mos estn muy ocupados. Matndote le hacemos un gran favor a todo el mundo. Ests bien jodido, doctor.Estis locos.Qu dices?Estis locos.Dilo otra vez, doctor. Me gusta orte hablar de locos.Anda y que te den por culo, Salinas.Salinas hizo saltar el seguro de la pistola.Ahora escchame, doctor. Sabes cuntas veces he disparado yo en cuatro aos de guerra? Dos veces. No me gusta disparar, no me gustan las armas, nunca quise llevar una encima, no me divierte matar, yo libr mi guerra sentado en un despacho, Salinas el Rata, te acuerdas?, as me llamaban tus amigos, los jod uno a uno, descifraba sus mensajes en cdigo y les meta palos entre las ruedas con mis espas, ellos me despreciaban y yo los iba jodiendo, fue as durante cuatro aos, pero la verdad es que dispar slo dos veces, una era de noche, dispar en la oscuridad contra nadie, la otra fue el ltimo da de la guerra, le dispar a mi hermano*escchame bien, entramos en aquel hospital antes de que llegara el ejrcito, queramos entrar para mataros a todos, pero ya no os encontramos all, habais huido, verdad?, olisteis el peligro, os quitasteis la bata de verdugos y os marchasteis, dejndolo todo por all, como estaba, camas por todas partes, hasta en los pasillos, enfermos en cualquier sitio, pero, lo recuerdo muy bien, no se oa ni una queja, ni un ruido, nada, eso no lo olvidar nunca, haba un silencio absoluto, todas las noches de mi vida seguir oyndolo, un silencio absoluto, estaban nuestros amigos, all, en aquellas camas, y nosotros bamos a liberarlos, bamos a salvarlos, pero cuando llegamos nos acogieron en silencio, y todo porque ya no tenan fuerzas siquiera para quejarse y, para decir toda la verdad, ya no tenan ganas de seguir vivos, no queran ser salvados, sta es la verdad, los habais dejado en tal estado que slo queran morir, lo ms pronto posible, no queran ser salvados, queran que los mataran* Estas fracturas textuales y las siguientes figuran en la edicin impresa [Nota del escaneador].Alessandro BariccoS i n s a n g r e12encontr a mi hermano en una cama en medio de las otras, abajo, en la capilla, me mir como si yo fuera un lejano espejismo, intent hablar con l, pero no me responda, yo no saba muy bien si me reconoca, me inclin sobre l, le supliqu que me respondiera, le ped que me dijera algo, tena los ojos en blanco, la respiracin lentsima, algo que pareca una largusima agona, estaba inclinado sobre l cuando o su voz que deca Por favor, lentsimamente, con un esfuerzo sobrehumano, una voz que pareca llegar desde el infierno, no tena nada que ver con su voz, mi hermano tena una voz sonora, cuando hablaba pareca que estuviera riendo, pero aquella voz era algo distinto por completo, dijo lentamente Por favor, y slo al cabo de un rato aadi Mtame, los ojos no tenan ninguna expresin, nada, eran como los ojos de otra persona, el cuerpo estaba inmvil, slo exista aquella respiracin lentsima que iba arriba y abajo le dije que me lo llevara de all, que todo haba terminado ya y que a partir de entonces yo me encargara de l, pero pareca haber cado nuevamente en las profundidades de su infierno, haba regresado al lugar del que vena, haba dicho lo que quera decir y luego se haba vuelto a su pesadilla, qu poda hacer yo?, pens en cmo poda llevrmelo de all, mir a mi aedor en busca de ayuda, quera llevrmelo de all, estaba seguro de ello, y sin embargo no consegua moverme, ya no consegu moverme, no s cunto tiempo pas, lo que recuerdo es que en cierto momento me di la vuelta y a pocos metros de m vi al Blanco, estaba de pie, junto a una cama, con la ametralladora al hombro, y lo que haca era presionar una almohada sobre la cara de aquel muchacho, el que estaba tendido en la camael Blanco lloraba y presionaba la almohada, en el silencio de la capilla slo se oan sus sollozos, el muchacho ni siquiera se mova, no haca ruido, se estaba yendo en silencio, pero el Blanco s que sollozaba, como un nio, luego apart la almohada y con los dedos cerr los ojos del muchacho, y entonces me mir, yo lo estaba mirando y l me mir, quera decirle Qu ests haciendo?, pero no me sali nada, y fue en ese mismo momento cuando alguien entr y dijo que estaba llegando el ejrcito, que tenamos que largarnos, me sent perdido, no quera que me encontraran all, oa el ruido de los dems mientras corran por los pasillos, entonces saqu la almohada de debajo de la cabeza de mi hermano, dulcemente, estuve un rato mirando aquellos ojos horrorosos, apoy la almohada sobre su cara y empec a presionar, inclinado sobre mi hermano, apretaba con las manos la almohada, y notaba los huesos del rostro de mi hermano, debajo mismo, bajo mis manos, no se le puede pedir a nadie que haga algo parecido, no podan pedrmelo a m, intent soportarlo, pero, en cierto momento, desist, lo tir todo, mi hermano respiraba todava, pero era algo que iba a excavar Alessandro BariccoS i n s a n g r e13aire en el fondo del infierno, era algo terrible, los ojos inmviles y aquel estertor, lo miraba y me di cuenta de que estaba gritando, oa mi voz gritando, pero como desde lejos, como una queja montona y extenuante, no poda sujetarla, iba saliendo as, gritaba todava cuando repar en el Blanco, estaba junto a m, no deca nada pero me estaba ofreciendo una pistola, mientras yo gritaba, y todo el mundo estaba huyendo de aquel lugar, nosotros dos en el interior, l me ofreci la pistola, la cog, puse el can sobre la frente de mi hermano, sin dejar de gritar, y dispar.Mrame, Roca.He dicho que me mires. Durante toda la guerra dispar slo dos veces, la primera era de noche, contra nadie, la segunda dispar a quemarropa, a mi hermano.Quiero decirte algo. Disparar una vez ms, la ltima.Entonces Roca empez a gritar de nuevo.NO TENGO NADA QUE VER.Que no tienes nada que ver?NO TENGO NADA QUE VER CON EL HOSPITAL.QU DEMONIOS ESTS DICIENDO?YO HACA LO QUE ME MANDABAN.T...YO NO ESTABA CUANDO...QU COO DICES?TE LO JURO, YO...AQUL ERA TU HOSPITAL, HIJO DE PUTA.MI HOSPITAL?AQUL ERA TU HOSPITAL, T ERAS EL DOCTOR QUE LOSCURABA, T LOS MATASTE, T LOS HICISTE POLVO, ELLOS TELOS ENVIABAN Y T LOS HACAS POLVO...YO NUNCA...CLLATE!TE LO JURO, SALINAS...CLLATE!YO NO...CLLATE!Salinas puso el can de la pistola sobre una de las rodillas de Roca.Luego dispar. La rodilla estall como una fruta madura. Roca cay hacia atrs, y se hizo un ovillo en el suelo, chillando de dolor. Salinas estaba sobre l, de pie, lo apuntaba con la pistola desde encima y segua gritando.YO TE MATO, COMPRENDES? TE ESTOY MATANDO, HIJODE PUTA, YO TE MATO.El Gurre dio un paso adelante. El muchacho, desde la puerta, miraba, en silencio. Salinas gritaba, llevaba el traje color blanco roto salpicado de Alessandro BariccoS i n s a n g r e14sangre, gritaba con una extraa voz chillona, pareca que llorara. O que ya no fuera capaz de respirar. Gritaba que lo matara. Despus, todos oyeron una voz imposible que deca algo lentamente.Marchaos de aqu.Se giraron y vieron a un nio, de pie, en la otra punta de la habitacin.Llevaba un rifle en la mano y estaba apuntndolo hacia ellos. Repiti otra vez, lentamente:Marchaos de aqu.Nina oy la voz ronca de su padre con estertores de dolor y luego oy la voz de su hermano. Pens que en cuanto saliera de all ira hasta su hermano y le dira que tena una voz hermossima, porque le pareci hermossima de verdad, tan limpia e infinitamente nia, aquella voz que haba odo murmurar lentamente:Marchaos de aqu.PERO QUIN COO...?Es el hijo, Salinas.QU COO DICES?Es el hijo de Roca dijo el Gurre.Salinas solt una blasfemia, se puso a chillar que all no tendra que haber nadie ms, NOTENDRA QUE HABER NADIE MS AQU, PERO QU HISTORIA ES STA, HABAIS DICHO QUE NO HABANADIE MS, gritaba y no saba hacia dnde apuntar su pistola, miraba al Gurre, y despus al muchacho, luego, al final, mir al nio del rifle y le grit que era un jodido idiota, y que no saldra vivo de all si no dejaba de inmediato aquel maldito rifle.El nio permaneci en silencio y no baj el rifle.Entonces Salinas dej de gritar. Le sali una voz calmada y feroz. Le dijo al nio que ahora ya saba qu clase de persona era su padre, ahora saba que era un asesino, que haba matado a docenas de personas, a veces los envenenaba poco a poco, con sus medicinas, pero a otras las haba matado abrindoles el pecho y luego dejando que murieran de aquel modo.Le dijo al nio que l haba visto con sus propios ojos a chicos que salan de aquel hospital con el cerebro abrasado, a duras penas caminaban, no hablaban y eran como nios idiotizados. Le dijo que a su padre lo llamaban la Hiena, y que eran sus propios amigos los que lo llamaban as, la Hiena, y lo hacan rindose. Roca agonizaba en el suelo. Empez a murmurar lentamente Ayuda, como desde lejos ayuda, ayuda, ayuda, una letana.Senta que la muerte, llegaba. Salinas ni siquiera lo mir. Segua hablando con el nio. El nio estaba escuchando, inmvil. Al final, Salinas le dijo que as era como estaban las cosas, y que ya era tarde para hacer nada, ni siquiera tener un rifle en la mano. Lo mir a los ojos, con un cansancio infinito, y le pregunt si haba entendido quin era aquel hombre, si lo Alessandro BariccoS i n s a n g r e15haba comprendido verdaderamente. Con una mano sealaba a Roca.Quera saber si el nio haba comprendido quin era.El nio junt todas las cosas que saba, y lo que haba comprendido sobre la vida. Respondi:Es mi padre.Luego dispar. Un nico disparo. Al vaco.El Gurre respondi instintivamente. La rfaga levant al nio del suelo y lo arroj contra la pared, en un amasijo de plomo, huesos y sangre. Como un pjaro cazado en pleno vuelo, pens Tito.Salinas se lanz al suelo. Acab echado junto a Roca. Durante un instante los dos hombres se miraron a los ojos. De la garganta de Roca sali un grito opaco, horrible. Salinas se ech hacia atrs, arrastrndose por el suelo. Se volvi de espaldas para quitarse de encima los ojos de Roca.Todo l empez a temblar. Haba un gran silencio, alrededor. Slo aquel grito horrible. Salinas se incorpor sobre los codos y mir hacia el fondo de la habitacin. El cuerpo del nio permaneca apoyado en la pared, desflecado por los disparos de la ametralladora, abierto por las heridas. El rifle haba salido disparado hasta un rincn. Salinas vio que el nio tena la cabeza echada hacia atrs, y en su boca abierta vio los pequeos dientes blancos, ordenados y blancos. Entonces se dej caer hacia atrs, de espaldas. Tena ante sus ojos las vigas alineadas del techo.Madera oscura. Vieja. Temblaba por todas partes. No consegua tener las manos quietas, las piernas, nada.Tito dio dos pasos hacia l.El Gurre lo detuvo con un ademn.Roca gritaba un grito sucio, un grito de muerto.Salinas dijo lentamente:Haz que se calle.Lo dijo intentando detener los dientes, que le castaeteaban como locos.El Gurre busc sus ojos para comprender qu quera.Los ojos de Salinas miraban fijamente al techo. Vigas alineadas de madera oscura. Vieja.Haz que se calle repiti.El Gurre dio un paso al frente.Roca gritaba, echado sobre su sangre, con la boca horrorosamente abierta de par en par.El Gurre le meti en la garganta el can de la ametralladora.Roca sigui gritando, contra el hierro caliente del can.El Gurre dispar. Una rfaga breve. Seca. La ltima de su guerra.Haz que se calle dijo nuevamente Salinas.Nina escuch un silencio que daba miedo. Entonces junt las manos y se las puso entre las piernas. Se dobl todava ms, acercando las rodillas a la cabeza. Pens que ahora todo habra acabado. Su padre ira a recogerla y se Alessandro BariccoS i n s a n g r e16iran a cenar. Pens que no volveran a hablar de toda aquella historia, y que pronto la habran olvidado: lo pens porque era una nia, y todava no poda saber.La nia dijo el Gurre.Sujetaba a Salinas por el brazo, para mantenerlo en pie. Le dijo lentamente:La nia.Salinas tena una mirada vaca, terrible.Qu nia?La hija de Roca. Si el nio estaba por aqu, a lo mejor tambin est ella.Salinas gru algo. Luego, con un empujn, apart al Cutre. Se apoy en la mesa para mantenerse en pie. Tena los zapatos empapados en la sangre de Roca.El Gurre hizo un gesto a Tito, luego se dirigi a la cocina. Al pasar frente al nio, se agach un instante y le cerr los ojos. No como lo hara un padre. Como alguien que al salir de una habitacin apagara la luz.Tito pens en los ojos de su padre. Un da llamaron a la puerta de su casa. Tito no los haba visto nunca antes. Pero ellos dijeron que tenan un mensaje para l. Luego le haban tendido un saquito de tela. l lo abri y dentro estaban los ojos de su padre. T sabrs en qu bando quieres estar, muchacho, le dijeron. Y se marcharon de all.Tito vio una cortina echada, al otro lado de la habitacin. Quit el seguro de la pistola y se acerc. Apart la cortina. Entr en la pequea habitacin.Haba un gran desorden. Sillas boca abajo, bales, herramientas y cestos llenos de fruta medio podrida. Haba un fuerte olor a cosas estropeadas. Y a humedad. En el suelo, el polvo era extrao: pareca que alguien hubiera arrastrado los pies por encima. O algo similar.Se oa al Gurre, que en la otra parte de la casa iba dando golpes con la ametralladora contra las paredes, buscando puertas escondidas. Salinas deba de seguir en el mismo sitio, apoyado en la mesa, temblando. Tito apart un cesto de fruta. Reconoci en el suelo el perfil de una trampilla.Golpe con fuerza el suelo con una bota, para or qu ruido haca. Apart otros dos cestos. Era una pequea trampilla, construida con esmero. Tito levant la mirada. Por un ventanuco se vea, en el exterior, la oscuridad. Ni siquiera se haba dado cuenta de que ya era de noche. Pens que ya era hora de marcharse de all. Luego se arrodill en el suelo, y levant la trampilla de la bodega. Haba una nia, all adentro, acurrucada sobre un costado, con las manos escondidas entre los muslos, la cabeza levemente echada hacia adelante, hacia las rodillas. Tena los ojos abiertos.Tito apunt a la nia con la pistola.SALINAS! grit.La nia gir la cabeza y lo mir. Tena los ojos oscuros, rasgados de un modo extrao. Lo miraba sin expresin alguna. Tena los labios en-Alessandro BariccoS i n s a n g r e17trecerrados y respiraba tranquila. Era un animal en su madriguera. Tito volvi a notar en s mismo la sensacin que experimentaba mil veces al encontrar esa misma postura, entre la tibieza de las sbanas o bajo cualquier sol de medioda de la niez. Las rodillas dobladas, las manos entre las piernas, los pies en equilibrio. La cabeza levemente doblada hacia adelante, cerrando el crculo. Dios, qu hermoso era, pens. La piel de la nia era blanca, y el perfil de sus labios, perfecto. Las piernas sobresalan de una faldita roja, y lo hacan como en un dibujo. Era todo tan ordenado.Era todo tan completo.Exacto.La nia gir de nuevo la cabeza, a la posicin inicial. La dobl un poco hacia adelante, cerrando el crculo. Tito se dio cuenta de que nadie haba respondido, al otro lado de la cortina. Deba de haber pasado cierto tiempo, y sin embargo nadie haba respondido. Se oa al Gurre dando golpes con su ametralladora contra las paredes de la casa. Un ruido sordo, meticuloso.Afuera estaba oscuro. Baj la trampilla de la bodega. Lentamente. Se qued all durante un rato, arrodillado, mirando si entre las rendijas del suelo se vea a la nia. Hubiera querido pensar. Pero no lo consegua. A veces se est demasiado cansado para pensar. Se levant. Coloc de nuevo los cestos. Senta el corazn latiendo en sus sienes.Cuando salieron a la noche, parecan borrachos. El Gurre sujetaba a Salinas, empujndolo hacia adelante. Tito caminaba detrs de ellos. En algn lugar, el viejo Mercedes los esperaba. Anduvieron unas docenas de metros, sin intercambiar palabra. Luego Salinas le dijo algo al Gurre y el Gurre volvi sobre sus pasos, hacia la granja. No pareca muy convencido, pero volvi sobre sus pasos. Salinas se apoy en Tito y le dijo que caminara. Pasaron junto a la pila de lea y dejaron la carretera para tomar un sendero que iba entre los campos. En torno, haba un gran silencio, y fue por eso tambin por lo que Tito no logr decir la frase que tena en la cabeza y que haba decidido decir. Todava hay una nia ah dentro. Estaba cansado, y haba demasiado silencio. Salinas se detuvo. Temblaba y le costaba un esfuerzo enorme caminar. Tito le dijo algo en voz baja, despus se dio la vuelta y ech una ojeada hacia atrs, hacia la granja. Vio al Gurre corriendo hacia ellos. Y vio que a sus espaldas la granja rompa la oscuridad, iluminada por un incendio que la estaba devorando. Salan llamas por todas partes y una nube de humo negro ascenda lenta en la noche. Tito se separ de Salinas y se qued petrificado, mirando. El Gurre los alcanz y sin detenerse dijo Vmonos, muchacho. Pero Tito no se movi.Qu demonios has hecho? dijo.El Gurre estaba intentando llevarse consigo a Salinas. Repiti que era necesario irse. Entonces Tito lo agarr por el cuello y empez a gritarle a la cara QU DEMONIOS HAS HECHO?Clmate, muchacho dijo el Gurre. Pero Tito no paraba, se puso a Alessandro BariccoS i n s a n g r e18gritar cada vez ms fuerte, QU DEMONIOS HAS HECHO?, sacudiendo al Gurre como un pelele, QU DEMONIOS HAS HECHO?, lo haba levantado del suelo y no paraba de sacudirlo en el aire, QU DEMONIOSHAS HECHO?, hasta que Salinas se puso a gritar tambin l BASTA YA, MUCHACHO, parecan tres dementes, abandonados sobre un escenario apagado, YA EST BIEN, MUCHACHO!De un teatro en ruinas.Al final se llevaron a Tito por la fuerza. Los destellos del incendio iluminaban la noche. Atravesaron un campo y bajaron hasta la carretera, siguiendo el trazado del viejo arroyuelo. Cuando llegaron a divisar el viejo Mercedes, el Gurre le puso a Tito una mano en el hombro y le dijo lentamente que se haba comportado con valenta y que ahora ya haba terminado todo. Pero l no cesaba de repetir aquella frase. No gritaba. La deca lentamente, con voz de nio. Qu demonios hemos hecho. Qu demonios hemos hecho. Qu demonios hemos hecho.En el campo, la vieja granja de Mato Rujo permaneca a ciegas, esculpida en rojo fuego contra la oscuridad de la noche. La nica mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.Tres das despus, un hombre lleg, a caballo, a la granja de Mato Rujo.Iba vestido con harapos y completamente sucio. El caballo era un viejo rocn, todo l piel y huesos. Tena algo en los ojos, por lo que las moscas daban vueltas en torno al lquido amarillo que le resbalaba sobre el morro.El hombre vio las paredes de la granja, que se erguan ennegrecidas e intiles en medio de una enorme hoguera apagada. Parecan los dientes que le quedaran a un viejo en la boca. El incendio haba prendido tambin en una gran encina, que desde antao haba dado sombra a la casa. Como una garra negra, apestaba a desventura.El hombre permaneci montado. Dio una media vuelta alrededor de la granja, al paso. Se acerc al pozo y sin bajarse del caballo desat el cubo y lo dej caer. Oy el golpe del metal sobre el agua. Levant la mirada hacia la granja. Vio que sentada en el suelo, apoyada contra lo que haba quedado de la pared, haba una nia. Lo miraba fijamente, con dos ojos inmviles que brillaban en medio de un rostro sucio por el humo. Llevaba una faldita roja. Tena araazos por todas partes. O heridas.El hombre iz el cubo del pozo. El agua era negruzca. Removi un poco con el cacillo de estao, pero lo negro no se iba. Rellen el cacillo, lo llev a los labios y bebi un largo trago. Mir otra vez en el agua del cubo.Escupi dentro. Luego lo dej todo en el borde del pozo y pic de talones sobre el vientre del caballo.Alessandro BariccoS i n s a n g r e19Se aproxim a la nia. Ella levant la cabeza para mirarlo. No pareca que tuviera nada que decir. El hombre la estudi durante un rato. Los ojos, los labios, el pelo. Despus le tendi una mano. Ella se levant, aferr la mano del hombre, y se hizo levantar hasta montar en la grupa, detrs de l.El viejo rocn se removi sobre las patas. Levant el morro, dos veces. El hombre hizo un ruido extrao, con la boca, y el caballo se calm.Mientras se alejaban de la granja, al paso, bajo un sol feroz, la nia dej caer la cabeza hacia adelante y, con la frente apoyada en la sucia espalda del hombre, se durmi.Alessandro BariccoS i n s a n g r e20dosEl semforo se puso en verde y la mujer cruz la calle. Caminaba mirando al suelo, porque haca poco que haba dejado de llover y en los socavones del asfalto haban quedado charcos que recordaban aquella inesperada lluvia de principios de la primavera. Caminaba con un paso elegante, medido por la ceida falda de un traje de chaqueta negro. Vea los charcos y los evitaba.Cuando lleg a la acera de enfrente se detuvo. Pasaba la gente, atiborrando la tarde ya entrada con sus pasos hacia casa, o en libertad. A la mujer le gustaba sentir la ciudad chorreando por encima de ella, de manera que se qued un rato all, en mitad de la acera, incomprensible como una mujer que hubiera sido abandonada all mismo, bruscamente, por su amante. Incapaz de encontrar una explicacin.Despus se decidi por su derecha, y en esa direccin se acomod al paseo colectivo. Sin prisas, iba flanqueando los escaparates, ajustndose un chal sobre el pecho. A pesar de la edad, caminaba, alta y segura, ennobleciendo su pelo blanco con la juventud de su porte. Blanco, lo tena recogido en la nuca, y sujeto con una pinza oscura, de muchacha.Se detuvo delante de una tienda de electrodomsticos, y durante un rato se qued mirando fijamente la pared de televisores que ofreca la intil multiplicacin de un mismo presentador del telediario. Pero con matices de colores distintos, que despertaban su curiosidad. Empez un reportaje de alguna ciudad en guerra y ella comenz a caminar de nuevo. Cruz la Calle de Medina y luego la placita del Divino Socorro. Cuando lleg frente a la Galera Florencia se dio la vuelta para contemplar la perspectiva de luces que se alineaban dentro del vientre del edificio hasta desembocar en el otro lado, en la Avenida del 24 de Julio. Se detuvo. Levant la mirada buscando algo en la bveda de hierro que dibujaba la gran entrada. Pero no encontr nada. Dio algunos pasos dentro de la galera, luego par a un hombre. Se disculp, y le pregunt cmo se llamaba aquel lugar. El hombre se lo dijo.Entonces, ella le dio las gracias y le dijo que aqulla iba a ser una hermosa tarde para l. El hombre sonri.De ese modo se puso a caminar a lo largo de la Galera Florencia y, en cierto momento, vio un pequeo quiosco a unos veinte metros de ella, que sobresala de la pared de la derecha, rizando por unos metros el limpio Alessandro BariccoS i n s a n g r e21perfil de la galera. Era uno de esos quioscos en que se venden billetes de lotera. Sigui caminando unos instantes, pero cuando lleg a unos pasos del quiosco se detuvo. Vio al hombre de los billetes, que estaba all sentado, leyendo un peridico. Lo tena apoyado sobre algo, frente a s, y lo estaba leyendo. El quiosco tena todas las paredes de cristal, excepto la que se apoyaba en el muro. Dentro se vean al hombre de los billetes y un montn de tiras de colores que colgaban de lo alto. Haba una pequea ventanilla, en la parte frontal, y sa era la ventanilla desde la que el hombre de los billetes hablaba con la gente.La mujer se ech para atrs un mechn de pelo que le haba cado sobre los ojos. Se dio la vuelta y, por un instante, se qued observando a una muchacha que sala de una tienda empujando un cochecito. Luego volvi a mirar el quiosco.El hombre de los billetes lea.La mujer se acerc y se agach hacia la ventanilla.Buenas tardes dijo.El hombre levant los ojos del peridico. Estaba a punto de decir algo, pero cuando vio el rostro de la mujer se detuvo, y ya no prosigui. Se qued as, mirndolo.Quera comprar un billete.El hombre asinti con la cabeza. Luego, sin embargo, dijo algo que no era apropiado.Hace mucho que espera?No, por qu?El hombre sacudi la cabeza, mientras segua mirndola fijamente.Por nada, perdone dijo.Quera un billete dijo ella.Entonces el hombre se volvi y pase su mano entre las tiras de billetes que colgaban a su espalda.La mujer le seal una, ms larga que las dems.sa..., puede cogerlo de esa tira de ah?sta?S.El hombre arranc el billete. Ech un vistazo al nmero e hizo un gesto de aprobacin con la cabeza. Lo dej sobre la repisa de madera que haba entre l y la mujer.Es un buen nmero.De veras?El hombre no respondi porque estaba observando el rostro de la mujer, y lo haca como si estuviera buscando algo.Ha dicho que era un buen nmero?El hombre dirigi su mirada hacia el billete:S, tiene dos ochos en posicin simtrica y suma pares.Alessandro BariccoS i n s a n g r e22Qu quiere decir?Si traza usted una lnea en mitad del nmero, la suma de las cifras de la derecha es igual a la de las de la izquierda. En general, eso da suerte.Y cmo lo sabe usted?Es mi trabajo.La mujer sonri.Tiene razn.Dej el dinero sobre la repisa.Usted no est ciego dijo.Cmo dice?Usted no est ciego, verdad?El hombre se ech a rer.No, no lo estoy.Qu curioso...Y por qu debera estar ciego?Bueno, los que venden billetes de lotera siempre lo son.De verdad?Quizs no siempre, pero muy a menudo..., creo que a la gente le gusta que sean ciegos.En qu sentido?No lo s, me imagino que tendr que ver con toda esa historia de que la fortuna es ciega.La mujer lo dijo y luego se ech a rer. Tena una risa hermosa, sin cansancio en su interior.Generalmente son muy viejos, y miran a su alrededor como pjaros tropicales en el escaparate de una tienda de animales.Lo dijo con una gran seguridad.Luego aadi:Usted es distinto.El hombre dijo que, en efecto, no estaba ciego. Pero viejo s era.Cuntos aos tiene? pregunt la mujer.Tengo setenta y dos aos dijo el hombre. Luego aadi:A m ya me va bien hacer este trabajo, no tengo problemas, es un buen trabajo.Lo dijo en voz baja. Tranquilo.La mujer sonri.Claro. No quera decir que...Es un trabajo que me gusta.Estoy segura de ello.Cogi el billete y lo meti en un bolso negro, elegante. Luego se volvi hacia atrs, como si tuviera que comprobar algo, o ver si haba gente esperando, detrs de ella. Al final, en lugar de despedirse y marcharse, dijo algo.Alessandro BariccoS i n s a n g r e23Me pregunto si le apetecera tomar una copa conmigo.El hombre acababa de poner el dinero en la caja. Permaneci con la mano suspendida en el aire.Yo?S.Yo... no puedo.La mujer lo miraba.He de tener el quiosco abierto, no puedo marcharme ahora, no tengo a nadie aqu que..., yo no...Slo una copa.Lo siento..., de verdad que no puedo hacerlo.La mujer asinti con la cabeza, como si hubiera comprendido. Pero luego se agach un poco hacia el hombre y dijo:Vngase conmigo.El hombre dijo otra vez:Lo siento.Pero ella repiti:Vngase conmigo.Era algo extrao. El hombre cerr el peridico y se baj del taburete. Se quit las gafas. Las meti en una funda de pao gris. Luego, con mucho cuidado, se puso a cerrar el quiosco. Haca un movimiento tras otro, muy lentamente, en silencio, como si fuera una tarde cualquiera. La mujer esperaba de pie, tranquila, como si el asunto no le concerniera. De vez en cuando, alguien pasaba por all y se giraba para mirarla. Porque pareca estar sola, y era hermosa. Porque ya no era joven, y pareca estar sola. El hombre apag la luz. Baj la pequea puerta metlica y la fij al suelo con un candado. Se haba puesto un sobretodo ligero, que le caa un poco en los hombros. Se acerc a la mujer.Ya estoy.La mujer le sonri.Sabe adnde podramos ir?Por aqu. Hay un caf donde podemos estar tranquilos.Entraron en el local, encontraron una mesa, en una esquina, y se sentaron el uno frente a la otra. Pidieron dos vasos de vino. La mujer le pregunt al camarero si tenan cigarrillos. De manera que se pusieron a fumar. Luego hablaron sobre cualquier cosa, y sobre aquellos a los que les tocaba la lotera. El hombre dijo que, generalmente, no conseguan mantenerlo en secreto, y lo ms divertido era que la primera persona a la que se lo decan era siempre un nio. Probablemente, haba una moraleja en todo aquello, Alessandro BariccoS i n s a n g r e24pero l no haba conseguido nunca comprender cul era. La mujer dijo algo sobre las historias que tienen una moraleja y las que no la tienen.Estuvieron un rato as, hablando. Luego, l dijo que saba quin era ella, y a qu haba venido.La mujer no dijo nada. Se qued esperando. Entonces el hombre prosigui.Hace muchos aos, usted vio a tres hombres asesinar a su padre, a sangre fra. Yo soy el nico, de esos tres, que sigue vivo.La mujer lo miraba, atentamente. Pero no poda saberse lo que estaba pensando.Usted ha venido hasta aqu para buscarme. Hablaba tranquilo. No estaba nervioso, nada.Y ahora ya me ha encontrado.Luego se quedaron un rato en silencio, porque l ya no tena nada ms que decir, y ella no deca nada.Cuando era nia, mi nombre era Nina. Pero todo termin aquel da. Ya nadie ha vuelto a llamarme con ese nombre.Me gustaba: Nina.Ahora tengo muchos nombres. Es distinto.Al principio, me acuerdo de una especie de orfelinato. Nada ms. Luego lleg un hombre que se llamaba Ricardo Uribe y me llev consigo. Era el farmacutico de un pueblecito en medio del campo. No tena ni mujer, ni parientes, nada. Le dijo a todo el mundo que yo era su hija. l haba llegado all haca pocos meses. La gente lo crey. Durante el da me dejaba en la trastienda de la farmacia. Entre un cliente y otro me daba clases. No s por qu, pero no le gustaba que me fuera sola por ah. Lo que hay que aprender lo puedes aprender aqu conmigo, deca. Yo tena once aos. Por la noche, se sentaba en el sof y haca que me tumbara junto a l. Yo apoyaba la cabeza en su regazo y me quedaba escuchndolo. Explicaba extraas historias de guerra. Sus dedos me acariciaban el pelo, adelante y atrs, lentamente. Yo notaba su sexo, bajo la tela de sus pantalones. Luego me daba un beso en la frente y dejaba que fuera a acostarme. Tena una habitacin para m sola. Lo ayudaba a mantener limpia la farmacia y la casa. Lavaba la ropa y cocinaba. Pareca una buena persona. Tena mucho miedo, pero no s de qu.Una noche se inclin sobre m y me bes en la boca. Sigui besndome, Alessandro BariccoS i n s a n g r e25as, y mientras tanto me meta las manos bajo la falda, y por todas partes.Yo no haca nada. Y luego, de repente, se separ de m y empez a llorar, y a pedirme que lo perdonara. De golpe pareca estar aterrorizado. Yo no lo entenda. Unos das despus me dijo que me haba encontrado un novio. Un chico joven de Ro Galvn, un pueblo cercano. Era albail. Me casara con l en cuanto tuviera la edad. Fui a verlo, el domingo siguiente, a la plaza.Era un muchacho guapo, alto y delgado, muy delgado. Se mova con lentitud, quizs estaba enfermo, o algo parecido. Nos despedimos, y volv a casa.Es una historia como otra cualquiera. Por qu quiere escucharla?El hombre pens que ella hablaba de un modo extrao. Como si se tratara de una actividad a la que no estuviera acostumbrada. O como si aqulla no fuera su lengua. Buscaba las palabras mirando al vaco.Unos meses despus, una noche de invierno, Uribe sali de casa para ir al Riviera. Era una especie de taberna donde la gente practicaba juegos de azar. Uribe iba all cada semana, siempre el mismo da, el viernes.Aquella vez jug hasta muy tarde. Al final se encontr con un pquer de jotas en la mano, frente a un plato en el que haba ms dinero que el que vea en todo un ao. Fue un asunto entre el conde de Torrelavid y l. Los dems haban apostado unas monedas y luego haban pasado. El conde, en cambio, se haba empecinado. Segua aumentando su apuesta. Uribe estaba seguro de sus cartas y la vea. Llegaron a ese punto en que los jugadores pierden el sentido de la realidad. Y sucedi que el conde puso sobre el tapete su hacienda de Belsito. Entonces, todo se paraliz en la taberna.Practica usted juegos de azar?No dijo el hombre.Me temo entonces que no lo entender.Intntelo.No lo entender.No importa.Todo se paraliz. Y se hizo un silencio que no entender.La mujer cont que la hacienda de Belsito era la ms hermosa hacienda del lugar. Un camino de naranjos ascenda hasta la cima de la colina y desde all, desde la casa, se vea el ocano.Alessandro BariccoS i n s a n g r e26Uribe dijo que no tena nada que jugarse que valiera como Belsito. Ydej las cartas sobre la mesa. Entonces el conde le dijo que todava poda jugarse la farmacia, y despus se ech a rer como un loco, y algunos de los que estaban alrededor se echaron a rer con l. Uribe sonrea. An tena una mano sobre las cartas. Como para despedirse de ellas. El conde volvi a po-nerse serio, se ech hacia adelante, sobre la mesa, mir a Uribe a los ojos y le dijo:Sin embargo, tienes una nia muy hermosa.Al principio, Uribe no lo entendi. Senta las miradas de todos encima de l, y no era capaz de razonar. El conde le simplific la cuestin.Belsito contra tu nia, Uribe. Es una proposicin honesta.Y dej sobre la mesa sus cinco cartas boca abajo, debajo mismo de las narices de Uribe.Uribe las mir fijamente, sin tocarlas.Dijo algo en voz baja, pero nadie supo decirme nunca qu fue.Luego empuj sus cartas hacia el conde, deslizndolas sobre la mesa.El conde me llev consigo esa misma noche. Hizo algo imprevisible.Esper durante diecisis meses y, cuando cumpl catorce aos, se cas conmigo. Le he dado tres hijos.Los hombres. Son difciles de entender. El conde, antes de esa noche, me haba visto una sola vez. l estaba sentado en el caf y yo estaba cruzando la plaza. Pregunt a alguien:Quin es esa nia?Y se lo dijeron.Fuera haba empezado a llover de nuevo, de manera que el caf se haba llenado de gente. Era necesario hablar en voz alta para poder entenderse. Oestar ms cerca. El hombre le dijo a la mujer que tena una forma extraa de contar las cosas: pareca que contara la vida de otra persona.Qu quiere decir?Parece que no le importe nada de eso.La mujer dijo que, al contrario, todo le importaba demasiado. Dijo que senta nostalgia de todas y cada una de las cosas que le haban ocurrido.Pero lo dijo con una voz dura, sin melancola. Entonces el hombre se qued un rato callado, mirando a la gente a su alrededor.Pens en Salinas. Lo encontraron muerto en su cama, dos aos despus de aquel asunto de Roca, una maana. Algo del corazn, dijeron. Luego corri el rumor de que su mdico lo haba envenenado, cada da un poco, lentamente, durante meses. Una lenta agona. Atroz. Investigaron sobre el Alessandro BariccoS i n s a n g r e27caso pero no sacaron nada en claro. El mdico se llamaba Astarte. Haba ganado algo de dinero, durante la guerra, con un preparado contra las fiebres y las infecciones. Lo haba inventado l, con la ayuda de un farmacutico. El preparado se llamaba Botran. El farmacutico se llamaba Ricardo Uribe. En los tiempos en que lo inventaron trabajaba en la capital.Despus de la guerra, haba tenido algunos problemas con la polica.Primero encontraron su nombre en la lista de los proveedores del hospital de la Hiena, luego sali alguien diciendo que lo haba visto trabajar all.Pero muchos dijeron tambin que era una buena persona. l se present a los interrogatorios, lo explic todo, y cuando lo dejaron libre cogi sus cosas y se march a una pequea ciudad escondida en el campo, al sur del pas. Compr una farmacia, y empez a practicar de nuevo su oficio. Viva solo, con una hija pequea que se llamaba Dulce. Deca que la madre haba muerto unos aos antes. Todos lo crean.As esconda a Nina, la hija superviviente de Manuel Roca.El hombre miraba a su alrededor sin ver nada. Estaba absorto en sus pensamientos. La crueldad de los nios, pensaba.Hemos removido la tierra de una forma tan violenta que hemos vuelto a despertar la crueldad de los nios.Volvi a girarse hacia la mujer. Ella estaba mirndolo. Oy su voz que deca:Es verdad que lo llamaban Tito?El hombre asinti con un gesto.Conoca a mi padre, de antes?Saba quin era.Es verdad que fue usted quien le dispar el primero?El hombre sacudi la cabeza.Qu importa...Usted tena veinte aos. Era el ms joven. Luchaba desde haca slo un ao. El Gurre lo trataba como a un hijo.Luego la mujer le pregunt si se acordaba.El hombre permaneci mirndola. Y slo en ese instante, finalmente, volvi a ver de verdad, en su rostro, el rostro de aquella nia, tumbada all abajo, impecable y correcta, perfecta. Vio aquellos ojos en sos, y aquella fuerza inaudita en la tranquilidad de esa belleza cansada. La nia: se haba dado la vuelta y lo haba mirado. La nia: ahora estaba all. Qu vertiginoso puede llegar a ser el tiempo. Dnde estoy?, se pregunt el hombre. Aqu o entonces? He estado alguna vez en un instante que no fuera ste?El hombre dijo que se acordaba. Que no haba hecho otra cosa, durante aos, que acordarse de todo.Alessandro BariccoS i n s a n g r e28Durante aos me pregunt qu deba hacer. Pero, al final, la verdad es que nunca consegu decrselo a nadie. Nunca le dije a nadie que usted estaba ah abajo, aquella noche. Si quiere, puede no creerme, pero es as. Al principio, obviamente, no hablaba porque tena miedo. Pero luego pas el tiempo, y se convirti en algo distinto. Ya nadie se ocupaba de la guerra, la gente tena ganas de mirar al futuro, ya no le importaba nada lo que haba sucedido. Pareca que todo estaba enterrado para siempre. Empec a pensar que lo mejor era olvidarlo todo. Dejarlo como estaba. En cierto momento, sin embargo, se corri la voz de que la hija de Roca estaba viva, en algn sitio, que la escondan en algn pueblecito, al sur del pas. Yo no saba qu pensar. Me pareca increble que hubiera salido con vida de aquel infierno, pero con los nios nunca se puede estar seguro. Al final, alguien la vio, y jur que en verdad era ella. As que comprend que nunca me liberara de esa historia. Ni yo ni los otros. Naturalmente, empec a preguntarme qu podra haber visto y odo, aquella noche, en la granja. Y si podra acordarse de mi cara. Tambin era difcil comprender lo que podra pasrsele a un nio por la cabeza, ante algo como aquello. Los mayores tienen memoria, tienen sentido de la justicia, a menudo les gusta la venganza. Pero y una nia? Durante un tiempo me convenc de que no pasara nada. Pero luego muri Salinas. De aquella forma extraa.La mujer estaba escuchndolo, inmvil.l le pregunt si quera que continuara.Contine dijo ella.Se supo que Uribe tena algo que ver con todo aquello.La mujer lo miraba sin ninguna expresin. Tena los labios entrecerrados.Poda ser una coincidencia, pero la verdad es que era bien extrao.Poco a poco, todos se convencieron de que aquella nia saba algo. Resulta difcil comprenderlo, ahora, pero aqullos eran tiempos extraos. El pas iba hacia adelante, superando la guerra, a una velocidad increble, olvidndolo todo. Pero haba todo un mundo que nunca se haba liberado de la guerra, y que no consegua integrarse bien en aquel pas feliz. Yo era uno de ellos. Todos nosotros ramos de ellos. Para nosotros nada haba terminado todava. Y aquella nia era un peligro. Hablamos largamente sobre el asunto. El hecho es que la muerte de Salinas nadie consegua asimilarla. De manera que al final se decidi que haba que eliminar a aquella nia como fuera. S que parece una locura, pero en realidad era todo muy lgico: terrible, y lgico. Decidieron eliminarla y le encargaron al conde de Torrelavid que lo hiciera.El hombre se detuvo un momento. Se miraba las manos. Pareca que estuviera poniendo en orden los recuerdos.Alessandro BariccoS i n s a n g r e29Era alguien que durante toda la guerra haba estado haciendo doble juego. Trabajaba para ellos, pero era uno de los nuestros. Fue al encuentro de Uribe y le pregunt si prefera pasarse la vida en prisin por el asesinato de Salinas o desaparecer en la nada y entregarle a la nia. Uribe era un cobarde. Slo tena que estar tranquilo, y ningn tribunal habra podido encarcelarlo. Pero tuvo miedo y se march de all. Dej a la nia al conde y se march. Muri unos diez aos despus, en un pueblecito perdido al otro lado de la frontera. Dej escrito que l no haba hecho nada y que Dios perseguira hasta el infierno a sus enemigos.La mujer se volvi para mirar a una chica que rea con fuerza, apoyada en la barra del caf. Luego recogi el chal que haba dejado colgado sobre el respaldo de la silla y se lo ech sobre los hombros.Contine dijo.El hombre continu.Todos esperaban que el conde la hiciera desaparecer. Pero no lo hizo.Se qued con ella, en casa. Le hicieron entender que tena que matarla.Pero l no hizo nada y sigui escondindola en su casa. Al final dijo: no tenis que preocuparos por la nia. Y se cas con ella. No se habl de otra cosa, durante meses, en aquella zona. Pero luego la gente dej de pensar en el tema. La nia creci, y le dio al conde tres hijos. Nadie la vea nunca, por ah. La llamaban doa Sol, porque era el nombre que el conde le haba dado. Se deca de ella algo extrao. Que no hablaba. Que nunca haba hablado. Desde los tiempos de Uribe, nadie le haba odo decir ni una palabra. Tal vez fuera una enfermedad. Tal vez, simplemente, es que fuera as. Sin saber por qu, la gente tena miedo de ella.La mujer sonri. Se ech el pelo hacia atrs con un gesto de chiquilla.Como ya se haba hecho tarde, se acerc el camarero y les pregunt si queran comer all. En una esquina del caf, se haban situado tres tipos que haban empezado a tocar msica. Tocaban msica de baile. El hombre dijo que no tena hambre.Le invito yo dijo la mujer sonriendo.Al hombre le pareca todo absurdo. Pero la mujer insisti. Dijo que podan comer algn dulce.Le apetece un dulce?El hombre asinti con un gesto.Bien, pues entonces un dulce. Tomaremos un dulce.El camarero dijo que era una buena idea. Despus aadi que se podan quedar all hasta que quisieran. Que no se preocuparan. Era un muchacho joven, hablaba con un acento extrao. Vieron cmo regresaba hacia la barra, gritndole el pedido a alguien invisible.Alessandro BariccoS i n s a n g r e30Viene aqu muy a menudo? pregunt la mujer.No.Es un buen sitio.El hombre mir a su alrededor. Dijo que lo era.Todas esas historias, se las han contado sus amigos?S. Y usted se las cree?S.La mujer dijo algo en voz baja. Despus le pidi al hombre que le contara el resto.Para qu?Hgalo, se lo ruego.No es mi historia, es la suya. Usted la conoce mejor que yo.No est tan claro.El hombre movi la cabeza.Volvi a mirarse las manos.Un da, cog el tren y me fui a Belsito. Haban pasado muchos aos.Lograba dormir por las noches, y a mi alrededor haba gente que no me llamaba Tito. Pens que lo haba conseguido, que la guerra haba terminado verdaderamente y que slo quedaba una cosa por hacer. Cog el tren y me fui a Belsito, para contarle al conde aquella historia de la trampilla, y de la nia, y todo lo dems. l saba quin era yo. Fue muy amable, me llev a la biblioteca, me ofreci algo de beber y me pregunt qu necesitaba. Dije:Se acuerda de aquella noche, en la granja de Mato Rujo?Y l dijo:No.La noche de Manuel Roca...No s de qu me est hablando.Lo dijo con mucha tranquilidad, es ms, yo dira que con dulzura. Estaba seguro de s mismo. No tena dudas.Comprend. Hablamos todava un poco, del trabajo y hasta de poltica, luego me levant y me march de all. Hizo que un chiquillo me acompaara hasta la estacin. Lo recuerdo bien porque tendra unos catorce aos y, sin embargo, conduca el coche y se lo permitan.Carlos dijo la mujer.No me acuerdo de cmo se llamaba.Es mi hijo mayor. Carlos.El hombre estaba a punto de decir algo, pero se acerc el muchacho que traa los dulces. Haba trado tambin otra botella de vino. Dijo que si les apeteca probarlo, que era un buen vino para tomar con los dulces. Luego dijo algo gracioso sobre la jefa. La mujer se ri, y lo hizo con un movimiento de cabeza contra el cual, aos antes, hubiera sido imposible defenderse. Pero el hombre casi no la vio, porque estaba persiguiendo sus recuerdos. Cuando el muchacho se march, empez a hablar de nuevo.Alessandro BariccoS i n s a n g r e31Antes de salir de Belsito, aquel da, mientras pasaba por el largo pasillo, con todas aquellas puertas cerradas, pens que en algn lugar, en aquella casa, estaba usted. Me hubiera gustado verla. No habra tenido nada que decirle, pero me hubiera gustado ver de nuevo su rostro, tantos aos despus, y por ltima vez. Pensaba en eso precisamente mientras caminaba por all, por el pasillo. Y sucedi algo curioso. En cierto momento, una de aquellas puertas se abri. Por un instante, tuve la certeza absoluta de que usted saldra por all, y que pasara junto a m, sin decir ni una palabra.El hombre sacudi ligeramente la cabeza.Pero no sucedi nada, porque a la vida siempre le falta alguna cosa para ser perfecta.La mujer, con la cucharilla entre los dedos, estaba mirando el dulce, sobre el plato, como si estuviera buscndole la cerradura.De vez en cuando, alguien pasaba rozando la mesa y lanzando una mirada a aquellos dos. Era una pareja extraa. No gesticulaban como dos personas que se conocen. Pero se hablaban de cerca. Ella pareca que se hubiera vestido para gustarle. Ninguno de los dos llevaba anillos en los dedos. Podran haber sido amantes, pero tal vez muchos aos antes. Ohermanos, quin sabe.Qu ms sabe de m? pregunt la mujer.Al hombre se le pas por la cabeza hacerle la misma pregunta. Pero haba empezado a contar, y comprendi que le gustaba hacerlo, tal vez esperaba desde haca aos el momento de hacerlo, de una vez por todas, en la penumbra de un caf, con tres msicos que, en una esquina, iban tocando el comps de tres por cuatro de msica de baile aprendida de memoria.Unos diez aos despus, el conde muri en un accidente de coche.Usted se qued con los tres hijos, Belsito y todo lo dems. Pero a la familia la cosa no le gustaba. Decan que usted estaba loca y que no la podan dejar sola con los tres nios. Al final, llevaron el caso a los tribunales, y el juez concluy que tenan razn. De manera que la alejaron de Belsito y la pusieron en manos de los mdicos, en un sanatorio de Santander. Es as?Prosiga.Por lo visto, sus hijos declararon en su contra.La mujer jugueteaba con la cucharilla. La haca tintinear contra el borde del plato. El hombre prosigui.Un par de aos despus, se escap, y desapareci en la nada. Hubo quien dijo que fueron unos amigos suyos los que la ayudaron a escapar, y que ahora la tenan escondida en algn sitio. Pero quien la haba conocido dijo que usted, simplemente, no tena amigos. Durante un tiempo la buscaron. Luego lo dejaron correr. No se volvi a hablar del tema. Muchos Alessandro BariccoS i n s a n g r e32se convencieron de que haba muerto. Muertos que desaparecen en la nada hay muchos.La mujer levant la mirada del plato.Usted tiene hijos? pregunt.No.Por qu?El hombre respondi que, para tener hijos, era necesario tener confianza en el mundo.En aquellos aos, yo todava trabajaba en la fbrica. Arriba, en el norte. Me explicaron esa historia, sobre usted, lo de la clnica y lo de que se haba escapado. Me dijeron que, a esas alturas, lo ms probable era que estuviera usted en el fondo de algn ro, o en lo ms hondo de un barranco, en un lugar en el que, tarde o temprano, algn vagabundo la encontrara.Me dijeron que todo se haba terminado. Yo no pens nada. Me chocaba todo ese asunto de que usted hubiera enloquecido, y recuerdo que me pregunt de qu clase de locura poda haber enfermado: si iba gritando por la casa, o si simplemente se estaba callada, en un rincn, contando las tablas del suelo, aferrando una cuerdecita en la mano, o la cabeza de un petirrojo. Es ridcula la idea que uno se hace de los locos, si no los conoce.Luego hizo una larga pausa. Al final de la pausa, dijo:Cuatro aos despus muri el Gurre. Permaneci en silencio de nuevo durante un rato. Pareca que, de repente, seguir contando se le hiciera tremendamente difcil.Lo encontraron con una bala en la espalda, con la cara pegada al fango, frente a su establo.Levant la mirada hacia la mujer.En el bolsillo encontraron una nota. En la nota estaba escrito un nombre de mujer. El suyo.Hizo un leve trazo en el aire.Doa Sol.Dej caer de nuevo la mano sobre la mesa.Era su misma caligrafa. Ese nombre lo haba escrito l. Doa Sol.Los tres msicos, desde el fondo, empezaron una especie de vals, haciendo un rubato y tocando sottovoce.A partir de ese da empec a esperarla. La mujer haba levantado la cabeza y lo estaba mirando fijamente.Comprend que nada podra detenerla, y que un da tambin llegara hasta m. Nunca pens que diera matarme disparndome por la espalda o envindome a un tipo que ni siquiera me conoca. Saba que vendra usted, Alessandro BariccoS i n s a n g r e33y que me mirara a la cara, y que antes hablara conmigo. Porque yo era quien haba abierto la trampilla, aquella noche, y luego la haba cerrado otra vez. Y usted no lo habra olvidado.El hombre se detuvo un instante de nuevo, luego dijo lo nico que le quedaba por decir.He llevado conmigo este secreto toda mi vida, como una enfermedad.Me mereca estar aqu sentado, con usted.Luego el hombre se call. Senta su corazn latindole velozmente, hasta en la punta de los dedos, y en las sienes. Pens que estaba sentado en un caf, delante de una vieja seora loca que de un momento a otro poda levantarse y matarlo. Saba que l no hara nada para impedrselo.La guerra ha terminado, pens.La mujer miraba a su alrededor y de vez en cuando echaba un vistazo al plato vaco. No hablaba y, desde el momento en que el hombre hubo terminado de contar, haba dejado de mirarlo. Se dira que estaba sentada a la mesa, sola, esperando a alguien.El hombre se haba dejado caer contra el respaldo. Ahora pareca ms pequeo y cansado. Observaba, como desde lejos, los ojos de la mujer vagando por el caf y sobre la mesa: se posaban en cualquier parte, pero no sobre l. Se dio cuenta de que todava llevaba el sobretodo puesto, y entonces se meti las manos en los bolsillos. Not el cuello tirndole la nuca hacia atrs, como si se hubiera metido dos piedras en los bolsillos.Pens en la gente de alrededor, y le pareci divertido que nadie, en ese momento, pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Es difcil ver a dos viejos en una mesa e intuir que en ese momento seran capaces de cualquier cosa. Y, sin embargo, as era. Porque ella era un fantasma, y l un hombre cuya vida haba concluido mucho tiempo atrs. Si esa gente lo supiera, pens, ahora tendra miedo.Luego vio que los ojos de la mujer se haban puesto brillantes.Quin sabe por dnde est pasando el hilo de sus pensamientos, se pregunt.El rostro estaba inmvil, sin expresin. Slo los ojos tenan ese punto.Era llorar aquello?Sigui pensando que no le gustara morir all dentro, con toda aquella gente mirando.Luego la mujer se puso a hablar, y esto fue lo que se dijeron.Uribe levant las cartas del conde y las desliz lentamente entre sus dedos, descubrindolas una a una. No creo que en ese momento estuviera pensando en lo que estaba perdiendo. Sin duda, pens en lo que no estaba ganando. Yo no era demasiado importante para l. Se levant y salud a Alessandro BariccoS i n s a n g r e34sus acompaantes, educadamente. Nadie se ri, nadie se atreva a decir nada. Nunca haban visto, en el local, una mano de pquer como aqulla. Yahora, dgame: por qu esta historia tendra que ser ms falsa que la que usted me ha contado?Mi padre era un padre fantstico. No lo cree? Y por qu? Por qu esta historia tendra queer ms falsa que la suya?Por mucho que uno se esfuerce en vivir una sola vida, los dems vern dentro de ella otras mil, y sta es la causa por la que no logramos evitar hacernos dao.Sabe usted que lo s todo sobre aquella noche y que, sin embargo, no recuerdo casi nada? Estaba all abajo, no vea nada, oa algo, y lo que oa era tan absurdo, pareca un sueo. Todo se desvaneci con aquel incendio.Los nios tienen un talento particular para olvidar. Pero luego me lo explicaron y, en consecuencia, lo s todo. Me mintieron? No lo s. Nunca tuve la posibilidad de preguntrmelo. Entrasteis en casa, usted le dispar, luego le dispar Salinas, y al final el Gurre le meti el can de la ametralladora en la garganta y le revent la cabeza con una rfaga breve y seca. Cmo lo s? Usted lo ha explicado. Le gustaba explicarlo. Era un animal. Todos eran unos animales. Los hombres siempre lo son, en la guerra, cmo podr Dios perdonarles?Ya basta.Mrese, usted parece un hombre normal, lleva su sobretodo planchado y cuando se quita las gafas las guarda ordenadamente en su funda gris. Se limpia la boca antes de beber, los cristales de su quiosco estn brillantes, cuando cruza la calle mira bien a derecha y a izquierda, es usted un hombre normal. Y sin embargo vio a mi hermano morir sin motivo alguno, slo un nio con un rifle en la mano, una rfaga y ya est, y usted estaba all, y no hizo nada, tena veinte aos, Dios mo, no era un viejo achacoso, era un muchacho de veinte aos, y sin embargo no hizo nada. Quiere hacerme un favor? Puede explicarme cmo es posible todo esto? Tiene algn modo de explicarme que puede, efectivamente, ocurrir algo de ese estilo? No es la pesadilla de un enfermo, es algo que sucedi, puede decirme cmo es posible?ramos soldados.Qu quiere decir?Estbamos luchando en una guerra.Qu guerra?, la guerra haba terminado.No para nosotros.Alessandro BariccoS i n s a n g r e35No para ustedes?Usted no sabe nada.Pues entonces dgame usted lo que no s.Creamos en un mundo mejor.Qu quiere decir?Qu quiere decir?Ya no haba marcha atrs, cuando la gente empieza a matarse ya no hay marcha atrs. Nosotros no queramos llegar hasta ese punto, empezaron los otros, luego ya no hubo remedio.Qu quiere decir un mundo mejor?Un mundo justo, donde los dbiles no tienen que sufrir por la maldad de los otros, donde cualquiera pueda tener derecho a la felicidad.Y usted se lo crea?Claro que lo crea, todos nosotros creamos en ello, poda hacerse, y sabamos cmo.Lo saban?Tan raro le parece?S.Y, sin embargo, lo sabamos. Y luchamos por ello, para poder hacer lo que era justo.Disparando a los nios?S, si era necesario.Pero qu dice?Usted no puede comprender.Puedo comprender. Usted explquemelo y yo comprender.Es como la tierra.No se puede sembrar sin arar primero. Antes hay que destripar la tierra.Era necesario pasar a travs del sufrimiento, comprende?No.Haba un montn de cosas que tenamos que destruir para poder construir lo que queramos, no haba otra forma, tenamos que ser capaces de sufrir y de infligir sufrimiento, quien resistiera ms dolor sera el que venciera, no se puede soar con un mundo mejor y pensar que te lo entregarn slo con pedirlo, aqullos no cederan nunca, era necesario luchar y en cuanto lo habas comprendido ya no haba diferencias entre viejos o nios, tus amigos o tus enemigos, estabas destripando la tierra, no haba ms remedio, no haba otra forma de hacerlo que no hiciera dao. YAlessandro BariccoS i n s a n g r e36cuando todo nos pareca demasiado horrendo, tenamos nuestro sueo, que nos protega, sabamos que por muy elevado que fuera el precio, inmensa sera la recompensa, porque nosotros no luchbamos por algo de dinero, o por un campo en que trabajar, o por una bandera, lo hacamos por un mundo mejor, entiende lo que quiero decir?, estbamos restituyendo a millones de hombres una vida decente, y la posibilidad de ser felices, de vivir y morir con dignidad, sin ser pisoteados ni escarnecidos, nosotros no ramos nada, ellos lo eran todo, millones de hombres, estbamos all por ellos, qu quiere que represente un nio que muere contra una pared, o diez nios, o cien, era necesario destripar la tierra y lo hicimos, otros millones de nios esperaban que lo hiciramos, y lo hicimos, tal vez usted debera...Lo cree de verdad?Claro que lo creo.Despus de todos estos aos, todava lo cree?Por qu no debera hacerlo?La guerra la ganasteis. ste le parece un mundo mejor?Nunca me lo he preguntado.No es cierto. Se lo ha preguntado mil veces, pero tiene miedo de responder. De la misma manera que se ha preguntado mil veces qu estaba usted haciendo aquella noche en Mato Rujo, luchando cuando la guerra ya haba terminado, matando a sangre fra a un hombre al que ni siquiera haba visto antes, sin concederle el derecho a un tribunal, matndolo, simplemente, por la nica razn de que a aquellas alturas ya haba empezado a matar y ya no era capaz de detenerse. Y en todos estos aos usted se ha preguntado mil veces por qu entr en aquella guerra, y durante todo ese tiempo fue dndole vueltas y vueltas en la cabeza a lo de su mundo mejor, para no pensar en el da en que le trajeron los ojos de su padre, y para no seguir viendo a todos los otros muertos asesinados que entonces, como ahora, pueblan su memoria como un recuerdo intolerable, que es la nica, la verdadera razn por la que usted luch, porque usted no tena en la cabeza otra cosa, vengarse, ahora tendra que ser capaz de pronunciar esta palabra, venganza, usted mataba por venganza, todos matabais por venganza, no hay que avergonzarse de ello, es la nica medicina que existe contra el dolor, lo nico que se ha encontrado para no volverse loco, es la droga con la que nos hacen capaces de luchar, pero vosotros ya no os liberasteis, os abras la vida entera, os la llen de fantasmas, para sobrevivir a cuatro aos de guerra os abrasasteis la vida entera, ahora ya ni siquiera sabis...No es cierto.Ya no os acordis siquiera de qu es la vida.Qu puede saber usted?Ya, qu puedo saber yo? Slo soy una vieja mujer loca, verdad?, no puedo comprender, era una nia, entonces. Qu s yo? Le dir lo que yo Alessandro BariccoS i n s a n g r e37s, yo estaba echada en un agujero, bajo tierra, llegaron tres hombres, cogieron a mi padre, y luego...Ya basta.No le gusta esta historia?No me arrepiento de nada, era necesario luchar y lo hicimos, no nos quedamos en casa con las ventanas cerradas esperando a que todo terminara, salimos de nuestros agujeros de debajo de la tierra e hicimos lo que tenamos que hacer, sta es la verdad, todo lo dems puede decirlo ahora, puede encontrar todas las razones que quiera, pero ahora es distinto, era necesario estar all para comprender, usted no estaba, usted era una nia, no es culpa suya, pero usted no puede comprender.Pues explquemelo usted, yo comprender.Ahora estoy cansado.Tenemos todo el tiempo que queramos, usted explquemelo, yo lo escuchar.Se lo ruego, djeme en paz.Por qu?Haga lo que tenga que hacer, pero djeme en paz.De qu tiene miedo?No tengo miedo.Pues entonces, qu es?Estoy cansado.De qu?Por favor...Por favor.Entonces la mujer baj la mirada. Luego se ech hacia atrs y se separ de la mesa, apoyndose en el respaldo de la silla. Dio una ojeada a su alrededor, como si descubriera, de repente, dnde estaba. El hombre permaneca sentado: se estrujaba los dedos apretando una mano con la otra, pero era lo nico que se mova en l.Al fondo del caf, aquellos tres tocaban canciones de otros tiempos.Haba quien bailaba.Durante un rato permanecieron as, en silencio.Luego la mujer dijo algo de una fiesta, muchos aos atrs, donde haba un famoso cantante que la invit a bailar. En voz baja le cont que era viejo, pero se mova con gran ligereza, y antes de que acabara la msica le haba explicado cmo el destino de una mujer estaba escrito en la forma que tena de bailar. Luego le haba dicho que ella bailaba como si hacerlo Alessandro BariccoS i n s a n g r e38fuera un pecado.La mujer se ri y volvi a mirar a su alrededor.Luego cont otra cosa. Era sobre aquella noche, en Mato Rujo. Dijo que cuando vio que se levantaba la trampilla de la bodega no tuvo miedo. Se haba dado la vuelta para mirar la cara de aquel muchacho, y todo le haba parecido muy natural, incluso obvio. Dijo que, de algn modo, le gustaba lo que estaba sucediendo. Luego l haba bajado la trampilla, y entonces s que haba sentido miedo, el miedo ms grande de su vida. La oscuridad que retornaba, el ruido de los cestos arrastrados de nuevo sobre su cabeza, los pasos del muchacho, que se alejaban. Se sinti perdida. Y ese terror ya nunca ms la haba abandonado. Estuvo un rato en silencio y luego aadi que la mente de los nios es extraa. Creo que en ese momento, dijo, yo deseaba tan slo una cosa: que aquel muchacho me llevara consigo.Luego sigui diciendo otras cosas, sobre los nios y sobre el miedo, pero el hombre no la oy porque estaba intentando poner juntas las palabras para decir algo que le habra gustado que la mujer supiera. Habra querido decirle que mientras la miraba, aquella noche, acurrucada all en aquel agujero, tan ordenada y limpia limpia, haba sentido una especie de paz que ya no haba tenido ocasin de reencontrar, o por lo menos en pocas ocasiones, y frente a un paisaje o fijando la mirada en los ojos de un animal. La habra gustado explicarle exactamente esa sensacin, pero saba que la palabra paz no era suficiente para describir lo que le haba sucedido, aunque, por otra parte, no se le pasaba por la cabeza nada ms, a no ser la idea de que haba sido como encontrarse frente a algo que era infinitamente completo. Como muchas otras veces, en el pasado, sinti lo difcil que era dar un nombre a cuanto le haba sucedido en la guerra, casi como si existiera un sortilegio por el que los que haban vivido no podan explicarse, mientras que los que saban explicarse no haban tenido la suerte de vivir. Levant la mirada hacia la mujer y la vio hablar, pero no lleg a escucharla porque de nuevo sus pensamientos se lo llevaron consigo y l estaba demasiado cansado como para resistirse a ellos. As que permaneci como estaba, apoyado en el respaldo, y ya no hizo otra cosa hasta que empez a llorar, sin avergonzarse, sin ni tan siquiera esconder la cara entre las manos, ni tratar siquiera de dominar su rostro, que se retorca en una mueca pattica, mientras las lgrimas le bajaban hasta el cuello de la camisa, resbalando por su cuello, que era blanco y estaba mal afeitado, como el cuello de todos los viejos del mundo.La mujer se interrumpi. No se haba dado cuenta inmediatamente de que l se haba puesto a llorar, y ahora no saba muy bien qu hacer.Se inclin un poco hacia la mesa y murmur algo, en voz baja. Luego, instintivamente, se volvi hacia las otras mesas y as pudo ver que dos muchachos, sentados cerca de ellos, estaban mirando al hombre, y uno de los dos se rea. Entonces le grit algo, y cuando el muchacho se gir hacia Alessandro BariccoS i n s a n g r e39ella, ella lo mir a los ojos y le dijo, con fuerza:Jdete.Luego llen de vino otra vez el vaso del hombre y se lo acerc. No dijo nada ms. Se apoy de nuevo en el respaldo. El hombre segua llorando.Ella, de tanto en tanto, lanzaba miradas hostiles a su alrededor, como la hembra de un animal quieta delante del cubil de sus cachorros.Quines son esos dos? pregunt la mujer que estaba tras la barra.El camarero comprendi que estaba hablando de los dos viejos de all, en la mesa.Todo en orden dijo.Los conoces?No.El viejo estaba llorando, hace un rato.Lo s.No estarn borrachos...No, todo est en orden.Mira que venir precisamente aqu a...Al camarero no le pareca que hubiera nada malo en llorar en un caf.Pero no dijo nada. Era el muchacho con un acento extrao. Dej sobre la barra tres vasos vacos y volvi hacia las mesas.La seora se volvi hacia los dos viejos y se qued mirndolos un rato.Seguro que ella ha sido una mujer hermosa...Lo dijo en voz alta, aunque no hubiera nadie escuchndola.Cuando era joven, haba soado con llegar a ser actriz de cine. Todo el mundo deca que era una muchacha espabilada, y a ella le gustaba cantar y bailar. Tena una hermosa voz, bastante normal, pero hermosa. Luego conoci a un representante de productos de belleza que la llev a la capital para hacer unas fotografas para una crema de noche. Envi las fotos a casa, dobladas en un sobre, con algo de dinero. Durante unos meses intent lo del canto, pero la cosa no marchaba. Le iba mejor con lo de las fotos.Lacas, pintalabios y, en una ocasin, una especie de colirio contra el enrojecimiento. A lo del cine renunci. Decan que era necesario irse a la cama con todo el mundo, y eso ella no quera hacerlo. Un da se enter de que buscaban locutoras para televisin. Ella fue a hacer las pruebas. Como era espabilada y tena una bonita voz normal, super las tres primeras pruebas y al final se qued la segunda de las eliminadas. Le dijeron que poda esperar, y que a lo mejor el puesto quedaba libre. Ella esper. Dos meses despus acab anunciando los programas de radio, en la primera emisora nacional.Un da volvi a casa.Alessandro BariccoS i n s a n g r e40Se cas con un buen partido.Y ahora tena un caf, en el centro.La mujer all, en la mesa se ech un poco hacia adelante. El hombre haca un rato que haba dejado de llorar. Haba sacado del bolsillo un gran pauelo y se haba secado las lgrimas. Haba dicho:Perdneme. Luego no haban vuelto a hablar.Pareca de verdad que ya no les quedara nada ms por comprender, juntos.Y, sin embargo, en un momento dado la mujer se inclin hacia el hombre y dijo:Tengo que pedirle algo un poco estpido. El hombre levant la mirada hacia ella. La mujer pareca muy seria.Le apetecera hacer el amor conmigo?El hombre se qued mirndola, inmvil y en silencio.De manera que, por un instante, la mujer tuvo miedo de no haber dicho nada, y de que slo hubiera pensado que deca aquella frase, pero sin lograr hacerlo de veras. As que la repiti, lentamente.Le apetecera hacer el amor conmigo?El hombre sonri.Soy viejo dijo.Yo tambin.Lo siento, pero somos viejos aadi el hombre.La mujer se dio cuenta de que no haba pensado en ello, y de que no tena nada que decir sobre ese asunto. Entonces se le pas por la cabeza otra cosa, y dijo:No estoy loca.No importa si usted est loca. De verdad. A m no me importa. No es eso.La mujer se qued un rato pensando y luego dijo:No tiene de qu preocuparse, podemos ir a un hotel, puede usted escogerlo. Un hotel que nadie conozca.Entonces al hombre le pareci comprender algo.A usted le gustara que furamos a un hotel? pregunt.S. Me gustara. Llveme a un hotel. l dijo lentamente:Una habitacin de hotel.Lo dijo como si al pronunciar ese nombre le resultara ms sencillo imaginrsela, esa habitacin, y verla, para comprender si le gustara morir en aquel sitio.La mujer le dijo que no tena que tener miedo.No tengo miedo dijo l. Ya nunca ms tendr miedo, pens.La mujer sonri porque l estaba callado y eso le pareci a ella una Alessandro BariccoS i n s a n g r e41forma de decir que s.Busc algo en su bolso, luego sac un monedero y lo desliz sobre la mesa, hacia el hombre.Pague con esto. Sabe?, no me gustan las mujeres que pagan el caf, pero lo he invitado yo, y mantengo mi palabra. Cjalo. Ya me lo devolver cuando salgamos fuera.El hombre cogi el monedero.Pens en un viejo que pagara con un monedero de raso, negro.Cruzaron la ciudad en un taxi que pareca nuevo y que tena todava celofn en los asientos. La mujer mir todo el rato fuera por la ventanilla.Eran calles que nunca haba visto.Se bajaron delante de un hotel que se llamaba California. El rtulo ascenda verticalmente a lo largo de los cuatro pisos del edificio. Tena grandes letras rojas que se encendan una a una. Cuando la inscripcin estaba completa, parpadeaba unos instantes, luego se apagaba completamente y volva a empezar por la primera letra. C. Ca. Cal. Cali. Calif.Califo. Califor. Californ. Californi. California. California. California.California. Oscuridad.Durante un rato se quedaron all, el uno junto a la otra, mirando desde fuera el hotel. Luego la mujer dijo Vamos y se dirigi hacia la puerta de entrada. El hombre la sigui.El tipo de la recepcin mir los documentos y pregunt si queran una habitacin de matrimonio. Pero sin ninguna inflexin en su voz.Lo que tenga respondi la mujer.Cogieron una habitacin que daba a la calle, en el tercer piso. El tipo de la recepcin se disculp porque no haba ascensor y se ofreci para subirles las maletas.No hay maletas. Las hemos perdido dijo la mujer.El tipo sonri. Era buena persona. Los vio desaparecer escaleras arriba y no pens mal de ellos.Entraron en la habitacin y ninguno de los dos hizo ademn de encender la luz. El rtulo, desde el exterior, verta lentos resplandores rojizos sobre las paredes y sobre las cosas. La mujer dej el bolso sobre una silla y se acerc a la ventana. Apart las cortinas transparentes y durante unos instantes mir abajo, a la calle. Pasaban escasos automviles, sin prisas.Sobre la pared de la casa de enfrente las ventanas iluminadas contaban las veladas domsticas de aquel pequeo mundo, alegres o trgicas, habituales.Ella se dio la vuelta, se quit el chal y lo dej sobre una mesita. El hombre esperaba, de pie, en mitad de la habitacin. Estaba preguntndose si debera sentarse en la cama, o tal vez decir algo sobre aquel sitio, por ejemplo que Alessandro BariccoS i n s a n g r e42en el fondo no estaba tan mal. La mujer lo vio, all, con su sobretodo puesto, y le pareci solo y atemporal, como el hroe de una pelcula. Se le acerc, le abri el sobretodo y, hacindolo resbalar sobre los hombros, lo dej caer al suelo. Estaban muy cerca. Se miraron a los ojos, y aqulla era la segunda vez en su vida. Luego, muy lentamente, l se inclin hacia ella porque haba decidido besarla en los labios. Ella no se movi y en voz baja dijo: No sea ridculo. El hombre se par en seco, y se qued de aquel modo, ligeramente inclinado hacia adelante, con la sensacin exacta, en su corazn, de que todo estaba acabando. Pero la mujer levant los brazos lentamente, y dando un paso adelante lo abraz, primero con dulzura, luego estrechndose a l con una fuerza sin remedio, la cabeza apoyada en su hombro y todo su cuerpo extendido en busca del suyo. El hombre tena los ojos abiertos. Vea ante l el parpadeo de la ventana. Senta el cuerpo de la mujer que lo estrechaba, y las manos de ella, ligeras, entre sus cabellos.Cerr los ojos. Cogi a la mujer entre sus brazos. Y con toda su fuerza de viejo la estrech contra s.Cuando ella empez a desnudarse, sonriendo dijo:No se espere ninguna maravilla.Cuando l se tendi encima de ella, sonriendo dijo:Es usted bellsima.Desde una habitacin cercana llegaba el sonido de una radio, apenas perceptible. Echado de espaldas, sobre la gran cama, completamente desnudo, el hombre miraba fijamente al techo, preguntndose si sera el cansancio lo que haca que la cabeza le diera vueltas, o el vino bebido. A su lado, la mujer estaba inmvil, con los ojos cerrados, girada hacia l, la cabeza recostada sobre la almohada. Se cogan de la mano. El hombre habra querido orla hablar de nuevo, pero comprenda que ya no haba nada ms que decir, y que cualquier palabra sera ridcula en ese momento.Por eso estaba callado, dejando que el sueo le confundiera las ideas, y le trajera el recuerdo difuso de lo que haba pasado esa tarde. La noche, en el exterior, era ilegible, y el tiempo en el que se iba p