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Sobreviviendo al capital

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Una historia de zombis peronistas

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-Che va a ser difícil cruzar – susurró Totoro.

- ¿Difícil? ¡Imposible! Tendríamos que haber ido por 24, hay más cobertura- Dijo Mariano clara-mente enojado – Al final, al pedo uno tiene más experien…

- Basta, ¡cortála che- susurró con autoridad To-más-¡Primero, ¡bajá la voz! y segundo, ¡tenés ra-zón! Pero controláte un poco. Se decidió esto por la carga que llevamos.

- Claro, además somos un grupo grande y lo me-jor era tomar este camino. El cruce nunca estuvo así- completó Totoro..-¿Alguna Idea?- preguntó Tomás.

CAPITULO 1ENYETADOS

- ¿Podemos volver hasta 62 y ahí ver de intentar cruzar por 24?- Dijo Juan Toledo- Salimos de los pasos seguros, pero siempre fue una zona medio muerta- terminó mientras se reía por lo bajo de su propio chiste.

El resto se miró evaluando la idea. No es que des-confiaran de Juan, era de la colonia Sanmartinia-na y miembro del grupo de exploradores, pero no lo conocían y tenía una personalidad extraña. Era parco y callado, se relacionaba con la gente lo mínimo indispensable, por momento manifes-taba algo parecido al sentido del humor, pero era difícil darse cuenta porque su rostro no traslucía expresión alguna.

Era bajo de estatura y no era de una gran contex-tura física; tenía rulos color castaño y un morral cruzaba su pecho todo el tiempo. Nadie del grupo lo había visto sin eso en los pocos días compar-tidos. No parecía explorador. Sino no se los hu-bieran presentado, lo podrían haber confundido con un asistente del Moncho o algo por el estilo. Cumplía tareas, de vez en cuando, con la gente de la Vieja Estación.

El cuerpo de exploradores de la Sanmartiniana era conocido por estar formado por reos de una gran valentía y determinación. Había realizado un buen trabajo de inteligencia alrededor de su co-lonia. Su eficacia en el conocimiento del terreno fue y es uno de sus puntos fuertes. Esta capa-cidad desarrollada por la necesidad, proveyó a la colonia de materiales y recursos humanos, y fue muy importante para alcanzar el progreso del que gozan hoy en día.

Por alguna razón interna cambiaron a los explo-radores de zonas, y hoy estaba con ellos, Toledo.

La carga que llevaban los había obligado a mo-dificar las rutinas de salida. Se había decidido enviar una escuadra casi completa para cumplir la misión, debido a la importancia y al peso de la carga que se transportaba. No estaban Magdale-na Carrillo y Oscarcito quienes no habían podido viajar por la insistencia del Moncho de partir lo antes posible.

Durante la última reunión había recitado un ela-borado y pomposo discurso para afirmar que las armas eran necesarias de manera inmediata. Por eso sostenía que era necesario salir cuanto an-tes y tomar el camino seguro de 17, que era el más corto. Tomás pensó en su momento que el Moncho era un hombre hábil para evitar mostrar su cagazo: un tibio de carácter que podría traer problemas en una situación extrema.La carga preciosa que transportaba el grupo de

la colonia de la “Vieja Estación” estaba compues-ta por algunas armas nuevas y una gran cantidad de munición. Se habían topado con el mayor de-pósito de armamento desde que el mundo se ha-bía venido abajo, y era esencial compartirla con los aliados.

Estos no eran tiempos para mostrarse egoístas. Las circunstancias eran distintas y el concepto de lo colectivo era lo único que los había mante-nido con vida. Las dos colonias compartían todos sus bienes y recursos, de esta manera se nutrían de lo que les escaso. Aunque hasta el momento no había sido posible tener una visión similar en todas las cosas, de a poco, se fortalecía un víncu-lo que podría brindar un andamiaje fundamental para el futuro.

Mariano no disimulaba su disgusto para con el nuevo explorador Martiniano. Lo culpaba de todo lo que estaba pasando, aunque no tuviera res-ponsabilidad alguna en lo sucedido.

- Zona muerta o no, al paso que vamos…fuera de los caminos seguros, somos fiambre – dijo como si le hablara a una niño pequeño – ¿Enten-dés Pibe?

- Basta Mariano. Juan tiene razón. Vamos a te-ner que apurarnos sino vamos a perder otro día. ¡Arranquemos! Cerró Tomás con autoridad y sin dar lugar a más debate.

Los cuatro dieron media vuelta y silenciosamente comenzaron a volver hacia donde se encontraba el resto del grupo. Pasaron agachados y en com-pleto silencio entre dos autos. Tuvieron cuidado de no pisar unos vidrios rotos ya que cualquier ruido fuerte podía alertar su presencia y eso complicaría aún más las cosas.

En la cabeza iba Tomás. Sus pelos largos se le pegaban en la cara debido al extraño día de calor

en pleno invierno. Detrás lo seguía Totoro, uno de los exploradores de la escuadra Quinta. Un gigan-te de más de dos metros que dejaba asombrado a todo el mundo cuando se necesitaba velocidad y sigilo. A pesar de su tamaño se movía sigiloso y con la seguridad de un gato. Atrás suyo se ubicó Toledo y Mariano cerraba la fila.

Salieron de calle 17 y entraron a la casa donde estaba el resto. A pesar del paso del tiempo se notaba que allí había vivido una familia de buen pasar. Un sillón de cuero de tres cuerpos estaba ubicado en el centro de la sala, allí descansaban un par de hombres. Otros estaban repartidos por el resto de la casa. Cuadros y fotos en las pare-des develaban a las personas que habían vivido allí.

Los integrantes de la misión fueron apareciendo de a uno hasta que se completó el grupo. Salían de diferentes partes de la casa y querían saber que iban a hacer a continuación…

-Bueno…estamos al horno- dijo tranquilo Tomás, pero hablando bajito-: la calle 60 está hasta las

pelotas. No podemos hacer mucho ruido porque están muy cerca y son muchos…hace tiempo que no veo tantos. Vamos a tener que volver has-ta 62.

- Le pegamos duro por 62 hasta 24 y vemos como esta ese cruce. Si nos apuramos por ahí

llegamos hoy- Completó Totoro.

- Con suerte llegamos todos vivos y podremos cumplir con la misión- dijo sarcásticamente Ma-riano.

- ¡Esperá loco, eso es muy peligroso – dijo Mon-cho alterado – ¡ Salir del camino seguro es una locura – el miedo le estaba haciendo levantar la voz - ¡Volvamos a la colonia e intentemos tomar el camino de 24 desde el principio!- ¡Bajá la voz! No se discute más –lo cortó Tomás – Vos marcaste la importancia sobre la importan-cia de que las armas lleguen cuanto antes a tu colonia. Vamos a seguir el plan de Toledo.

Moncho no dijo más nada, fue a agarrar sus co-

sas dirigiéndole una mirada asesina a su explo-rador.

De a uno fueron agarrando los bolsos, unos sa-cos conseguidos en una de las visitas al Regi-miento 9°, donde transportaban las cosas. Carlos se fue rápidamente afuera para ver un camino de salida fuera de la visión del enemigo, Adela y Clara lo siguieron. El resto se fue acomodando y preparándose para partir.

Totoro fue a buscar su mochila, cuando se la puso sobre los hombros se cortó una correa que ahora veía deshilada: no pudo resistir la carga y se desgarró descargando su contenido sobre la mesa ratona de vidrio que estaba junto al sillón.

El ruido fue tan atronador como alarmante por lo que sobrevendría..

El aullido constante de mil voces sonaba como un viento continuo, era casi refrescante y arrullador si uno podía abstraerse del entorno apocalíptico. El ulular fue creciendo en potencia. Persistente. Insoportable. Propio de la peor pesadilla. El grito lastimero de gargantas muertas, otrora, vivos… un grito muerto.

- Bueno, definitivamente por acá no podemos, Jéjé- Dijo Carlos, apareciendo con la tranquilidad de la experiencia.

- ¿Ya están acá?- afirmó, más que preguntando, Marquitos el “guacho”.

- Sipi, te vienen a comer las bolitas – respondió Clara seguida con Adela quien no bien entró, tra-bó la entrada.

La puerta y las ventanas del frente de la casa comenzaron a ser golpeadas por una infinidad de puños. Los golpes eran débiles pero ininterrum-pidos y acompañados por el peso de muchos cuerpos. La puerta no tardaría en ceder. Carlos se fue a buscar una salida por el patio.

- ¡Que cagada, ché…! Mochila de mierda- re-zongaba Totoro, que había juntado todas las ar-mas y estaba atando el bulto con una soga.

Cuando salieron al patio vieron que Carlos había sacado la mesa de la cocina que daba al patio, una silla completaba la escalera improvisada. De a uno subieron al techo. La escuadra que coman-daba Tomás era una de las mejores entrenadas, siempre dispuestos a aceptar las responsabilida-des necesarias en pos del bienestar del grupo.

Carlos y Totoro, que en realidad se llamaba Mar-tín, eran los exploradores del grupo. Siembre se movían un paso adelante y obtenían información de primera. Así Tomás podía tomar las decisiones con mayor seguridad.

- ¡Apúrense carajo, que esta puerta no va a aguantar mucho! Gritó Tomás.

Las ventanas ya habían cedido, se escuchaba como se rompían los postigos y caían dentro de la casa los vidrios y las persianas. El aullido de las voces muertas creció, brazos desgarrados y podridos se asomaban por las ventanas rotas.

Totoro cargó al hombro la mochila con las armas.

Había atado las correas de manera improvisada. Salió al patio. Tomás se quedó solo, fue amonto-nando algunas sillas contra la puerta de entrada. Desenvainó su machete y preparó la pistola.

Con un rugido estremecedor la puerta se partió. Varios cuerpos cayeron dentro y fueron aplas-tados contra las sillas por los otros que venían detrás. Si las sillas hubieran sido más sólidas, la pequeña barrera hubiera podido contener por unos minutos a los muertos vivos, pero eran de madera liviana y los primeros cuerpos que ca-yeron contra ellas las destrozaron con su propio peso.

-¡Adentro! Gritó Tomás y comenzó a disparar..

Las tres primeras cabezas probaron la puntería de Tomás, no temblaba su pulso y actuaba con una tranquilidad de veterano a pesar de tener 18 años. Guardó el arma, dio un paso al frente y cor-tó la cabeza de dos zombis más. Fue como poner un pequeño corcho en una botella.

Salió corriendo al patio y vio la ruta de escape, sobre la mesa había una silla de madera y arri-ba se podía ver como el resto de la escuadra se acomodaba sobre el tapial y los techos vecinos.

El primer zombi salió al patio en el mismo mo-mento en el cual Tomás daba un salto arriba de la mesa. Miró detrás para ver que el muerto viviente venía acompañado por media docena de carnes -podrida. Afirmó un pie en la silla para poder al-canzar la pared y salir de ahí. Cuando apoyó todo su peso, la silla se partió.

Tomás cayó de la mesa por el envión y terminó en unas macetas que tuvieran plantas secadas hacía años. Rápidamente se puso en pie, sentía un fuerte dolor en laparte izquierda del cuerpo. Temió haberse quebrado una costilla, pero no te-nía tiempo para pensar en eso ahora.Levantó el machete y lo bajó, partiendo el cráneo del primer zombi que se le abalanzó. Sin detener-se disparó el arma contra el siguiente. Puso el pie

en el pecho del primer cadáver y tiro con todas sus fuerzas para sacar el machete del cráneo. El cuerpo inmóvil salió disparado para atrás arras-trando a los zombis que estaban acercándose.

Sabiendo que esa era su oportunidad, Tomás su-bió a la mesa y con un gran salto se colgó del tapial, izándose para quedar fuera del alcance de la masa de las decenas de cadáveres llenaban el patio.

-¡Gracias por la ayuda, eh!- Ironizó Tomás, agi-tado.

- Es que el nuevo explorador Martiniano pregunto cómo habías llegado a ser jefe de escuadra tan joven, y bueno…dejamos que usted le diera un ejemplo- contestó sonriente Adela.

Ella era pocos años más grande que Tomás. Tenía poca experiencia ya que se había unido a la es-cuadra hacía muy poco tiempo, pero se mostraba muy capaz y entusiasta en su nuevo trabajo.

Llegar hasta la calle 61 por las alturas llevo más tiempo que trabajo. No todos los techos de las casas linderas eran del mismo tamaño, a veces era necesario bajar a los patios para poder avan-zar en línea recta. Esto suponía revisar el terreno con cuidado ya que no querían recibir un ataque sorpresa.

En poco menos de una hora llegaron a la última casa. Entraron por el patio y luego de ser rápida-mente revisada se pusieron a mirar afuera para evaluar la situación.

- Los zombis siguen entretenidos por allá, pare-ce, para este lado todavía no vinieron- dijo To-más- Vamos a armar un triángulo. Carlos y Totoro pasen sus bolsas, van a ir adelante con dos ma-chetes cada uno. Clara y “guacho” préstenle los suyos y carguen sus bolsos, pónganse dentro de

la formación.

No era la primera vez que lo hacían. Ocuparon posiciones y salieron a la calle. Unos diez zombis se interponían entre ellos y la esquina. Totoro y Carlos salieron disparados hacia la pandilla, pero sin alejarse mucho del grupo para limpiar el paso.

Los dos exploradores eran letales, con movi-mientos fuertes y certeros acababan con ellos de un solo golpe.

Llegaron a la esquina y volvieron a tomar la calle 17: no había muchos obstáculos entre ellos y la 62. Carlos quedó con el grupo y Totoro se ade-lantó varios metros, los exploradores se enten-dían a la perfección. Fue quitando del camino a los pocos zombis que había por allí, permitiendo acelerar el paso.

El contratiempo de la calle 60 era un problema de grandes proporciones: la mochila rota había conseguido poner sus vidas en riesgo. Sólo cien metros los separaba de una infecta masa de cuerpos que avanzaba despacio. Era la mitad de la tarde y todavía les quedaba un largo trecho por recorrer.

Doblaron la esquina, entrando en calle 62. Iban un poco nerviosos. Para la mayoría era la primera vez que salían de los caminos seguros. Ingresa-ron a las escuadras cuando las colonias ya esta-ban establecidas y auto gestionadas. Además no todos los días había cientos de zombis pisándo-les los talones.

Los ‘caminos seguros’ eran lo que su nombre decía: caminos que se habían ido armando a me-dida que se exploraban los territorios. La colonia ‘Vieja Estación’ tenía cinco caminos seguros, dos de ellos, compartidos con la colonia Sanmartinia-na. Los otros tres los llevaban a diferentes secto-res de la ciudad.

Aunque en estos tiempos nada era ciento por ciento seguro. Todos los grupos marchaban con sus armas desenfundadas y por las noches de-jaban guardias porque nunca se sabía cuando alguien, o algo, lograba filtrarse dentro.

De todas maneras eran de gran utilidad para ha-cer intercambio de provisiones, pertrechos, he-rramientas o lo que se necesitara trocar. Estas vías de comunicación agilizaron mucho el inter-cambio entre las colonias.

A pesar de ir con cautela avanzaban rápido. Ha-bía pocos zombis pero cada uno de ellos era un tiempo específico y el tiempo era distancia que la masa que venía detrás acortaba. Todos llevaban sus machetes en las manos, las pistolas guar-dadas para no hacer el ruido que los atraía más.

Avanzaron un rato sin dificultades. Totoro y Car-los se encargaban de los zombis que iban apa-reciendo. Cuando faltaban unos doscientos me-tros para llegar al camino seguro escucharon un disparo, luego otro y luego una ráfaga de aire. Después silencio.

De a poco el sonido sordo se fue haciendo cada vez más fuerte, los zombis que estaban detrás avanzaban más rápido y por la otra esquina apa-recieron má: se acercaban por ambos flancos.

-¡Mario, Cacho y Mariano, consigan una casa donde meternos! Mandó Tomás a los gritos. ¡La puta madre, estamos meados por un dinosau-rio! Mientras enfundaba el machete y sacaba su arma, estaban rodeados y ya no era necesario el silencio.

Rápidamente se pusieron manos a la obra bus-cando muebles de gran tamaño que sirvieran para poder poner barricadas en las puertas que permitieran sobrevivir al infierno que había afuera.

-Tenemos un problema- dijo Mariano.

-Un problema, ajá…esto está cada vez mejor- respondió Tomás- ¿Qué pasa?... Che Cacho fijáte que se puede poner también esa mesa sobre la puerta.

-No hay patio y el segundo piso tiene ventanas pero están enrejadas- finalizó Mariano.

Una vez trancadas puertas y ventanas se fueron repartiendo por las habitaciones para preparar una defensa digna de la masa de zombis que pugnaban por entrar. Decenas de manos golpea-ban débilmente las ventanas y la puerta princi-pal, también se escuchaban golpes y gemidos provenientes del garaje.

La situación era muy peligrosa, aunque habían puesto todos los muebles que pudieron sobre las posibles entradas sabían que era inevitable que eventualmente lograran vencer sus defensas. El problema no era la fuerza de los golpes sino el peso de cientos de cadáveres empujando y aplastándose unos contra otros. Semejante masa no podía ser detenida muy fácilmente. Además, ninguno de ellos se había enfrentado antes a tan-tos muertos juntos.

- O las rejas te salvan la vida o te la cagan – Co-mentó Totoro atento a la conversación- No puede ser-.

- Mario está intentando sacarlos a la mierda- Respondió Mariano agitado- pero vamos a tardar un rato.

- Fijáte en la cocina si hay una caja de herra-mientas o algo contundente, denle a la pared. Si hay un cortafierro golazo- finalizó  Tomás- noso-tros vamos a aguantar la parada el tiempo sufi-ciente- Mariano asintió con la cabeza y fue para la cocina- Gentes…vamos a tener que estar acá un rato. Adela y el “guacho” se van para arriba y vean si la puntería que tienen puede ayudar en algo…Totoro, Clara, Toledo y Cacho vayan para el garage.

- ¡¡¡Vamos Carajo!!!- Grito Clara – Esta noche voy a brindar con esa hermosa bebida espiritual que preparan en la Sanmartí – les comentaba mien-tras iban para el garaje.

-¡Qué comentario de soldado de película yanqui! – dijo Totoro entre risas – ¿Vos con eso intentas levantarnos el ánimo?

-....Carlos y Moncho…nos quedamos acá- fina-lizó Totoro.

-Aaaaaaaahhhh…..aaaaahaahhhh. Puta madre, creo que me voy a herniar…se me va a rajar el ojete de hacer tanta fuerza.-

CAPITULO 2ENYETADOS 2ª parte

Mario junto con Mariano, intentaban arrancar las rejas haciendo palanca con una barra de metal que habían encontrado. La búsqueda había sido una decepción, la casa no llegaba a ser una tram-pa mortal pero los había puesto en una situación muy difícil.

Tenían que poder hacer algo, se sentían respon-sables porque ellos habían escogido ese lugar para zafar de los. El frente de la casa te invitaba a pensar en una que tuviera un fondo con pileta, pero no era así…era una casa sin patio.

- ¿Te das cuenta que si hubiéramos traído una sola de las granadas que dejamos ya estaríamos todos por los techos?- dijo Mariano agitado, ha-bía soltado la barra y se había sentado exhausto.

- Callate boludo. ¿Me querés deprimir encima?- Respondió Mario sentándose a su lado, de im-potencia revoleó la barra que fue a dar contra la pared opuesta de la habitación.

  Adela había entrado por la primera puerta que encontró al salir de la escalera y enfilar para el frente de la casa. Al entrar fue directo a la venta-na y arrancó las cortinas, lo primero que vio fue impresionante. No menos de 500 zombis esta-ban intentando entrar a la casa, no lo habían he-cho sólo porque no habían conseguido lograr la

presión suficiente con sus cuerpos para romper las puertas.

No iban a poder hacer nada con Marquitos, eran demasiados y las balas mataban de uno a la vez, si eran precisos. Llamó al Guacho para decirle que lo mejor que podían hacer era irse a ayudar a los compañeros que intentaban arrancar las rejas.

De repente un resplandor le llamó la atención cerca de la esquina, como si un delgado rayo de sol se hubiera reflejado en un espejo o una ventana…o como si fuese la mira de un arma. Se movió un poco para quedar a cubierto y trato de ver algo más. Escuchó detonaciones. Los dis-paros que atraían a los zombis los había hecho alguna persona. El asunto era averiguar quién.

En estos tiempos los peligros no sólo provenían de los zombis o del miedo a quedarse sin su-ministros, además uno podía sufrir ataques de grupos marginales: banditas que se dedicaban a vivir de lo que podían rapiñar. Por alguna razón u otra no habían podido pertenecer a ninguna co-lonia o fundar una como hicieron las personas de las colonias “Vieja estación” y “La Sanmartinia-na”.

No vio nada más.

- Che la verdad que estamos jodidos – dijo Mar-quitos entrando a la habitación – Como puede ser que haya tantos ahí afuera. No recuerdo tanto zombi junto desde el comienzo de todo.

- Siguen llegando – respondió Adela – Lo mejor va a ser que vayamos a ver cómo podemos salir de acá.

En la puerta principal la situación empeoraba rápidamente. Cuando entraron a la casa habían tenido que romper la cerradura y ya no había ce-rrojo. Y cómo parapeto lo único que habían po-dido conseguir para trabarla  era un aparador, la mesa y un par de sillas.

Carlos estaba a un costado de la puerta golpean-do con su machete, Tomás y Carlos intentaban mantener la barrera empujando los muebles. La situación era angustiante. Los zombis tardarían muy poco en entrar…el tiempo específico era eso.

-Veo que están esforzándose mucho – Dijo Adela entrando a la habitación-  ¿No saben la cantidad de zombis que hay abajo?

-Le dimos con todo pero no pasa naranja – Res-pondió Mariano – Esta dura como rulo de estatua.

-¿Y si le metemos unos balazos al fierro?- pre-guntó Marquitos con leve esperanza- Por ahí lo

vamos aflojando.

-No gastes balas al pedo – dijo molesto Mario – Este viaje de mierda… ¡Por esta carga del orto tuvimos que dejar las granadas! Qué bien nos hubiera venido ahora “ese peso extra”.

Se levantó de un salto y cruzó la habitación, aga-rró la barra de acero y volvió a intentar sacar las rejas. Adela se acercó para ayudar y Mariano también.

-¡Ya sé! – lo aseguró Marquitos – Le pedimos a Cacho los cartuchos de la escopeta que encontró. Los cortamos con los machetes y luego le damos mecha a la pólvora. Algo tiene que ayudar…

Los tres lo miraron sorprendidos por la geniali-dad de la propuesta.

¡Buenísimo!...genio, dale metéle pata.- dijo Ma-rio- Adela armáte una mecha corta con un peda-zo de tela.

Marquitos “el guacho” bajó la escalera a los sal-tos, tenía las manos en la cabeza para que no se le cayera su gorrito. Cuando entró a la sala prin-cipal vio que las cosas no iban bien, el peso de los muertos abría la puerta lo suficiente para que de a uno se fueran metiendo en la casa. Carlos los esperaba machete en mano, a sus pies había al menos cinco cadáveres.

Intentando no desesperarse se dirigió al gara-ge para pedirle los cartuchos a Cacho. Antes de llegar vio que entraban Totoro, Toledo, Cacho y Clara.

- El garage está asegurado al menos por diez mi-nutos – Dijo Clara contenta, cuando vio la situa-ción sacó el machete y se puso al lado de Carlos.

- Con el auto trabamos el portón, además de-jamos las puertas de los autos abierta…cuando logren romper el portón se van a trabar en las puertas del auto unos minutos más- Completó

Totoro mientras se disponía a darle una mano a Tomás y al Moncho en la tarea constante de em-pujar la mesa contra la puerta.

- ¡¡Arriba estamos jodidos!!- dijo Marquitos, to-dos se callaron y fijaron sus ojos en él – Las rejas son más duras de lo que parecen, pensamos que por ahí con pólvora podemos debilitarlas – Lo miro a Cacho y le dijo- Pensamos que con los cartuchos de la 12 que encontraste el otro día podemos hacer algo.

- Cacho dale todos tus cartuchos – dijo Tomás.

- Pará, pará, no me hagas esto, no sabes cómo los busqué – respondió Cacho a la defensiva- ¿No hay otra alternativa?

-Seguro – respondió Adela entrando – pero no se nos ocurrió más que esta. Dale. Ponéte las pilas.

Cacho se sacó el morral y se lo tiro.

- 24 cartuchos, sino funciona les doy un boleo en el orto a cada uno – dijo vencido Cacho.

- Perfecto, ahora vayan a volar eso – dijo con firmeza Tomás – Marquitos, vos buscá cosas que sirvan de obstáculo y ponélos trabando toda la escalera. Pero aseguráte que eso no nos deje a nosotros afuera, es sólo para ganar algo de tiem-po cuanto entren acá los muertos.

Marquitos y Adela salieron rápidamente de la ha-bitación, el resto del grupo se dedicó a contener a los muertos vivos el tiempo suficiente para po-der salir todos de allí en una pieza.

Arriba, una vez llegada Adela, los tres se pusie-ron a cortar cartuchos y juntar la pólvora en un tarro. Una vez finalizado el trabajo decidieron que lo mejor que podían hacer era poner toda la pól-vora contra el lugar en el habían estado haciendo fuerza con la barra. Una vez colocada la pólvora Mario saco una molotov casera de su canana.

-Je, je, je…me traje una, un regalito de la casa Mario explosivos caseritos – Dijo Mario con una sonrisa de oreja a oreja – Salgan todos de la habitación por las dudas.

Sacó un encendedor de su bolsillo y acerco el fuego a la mecha de la molotov, luego calcu-ló bien y la tiró. Con mucha frialdad sólo corrió cuando la bomba había dejado de tocar su mano.

Cuando el fuego alcanzó la pólvora el ruido fue atronador, los vidrios y los postigos de las ven-tanas estallaron y sus restos comenzaron a que-marse por el fuego de la molotov. Adela y Mario entraron primero.

-  La puta madre – dijo Adela – no la movió… ¿puede ser? Ahora fuimos.

Sin decir una palabra Mariano pasó al costado suyo y aprovechando el envión le pegó una pata-da fortísima con la suela de su bota derecha. La reja cayó hacia la casa vecina.

- Esa la aprendí del Batigol – dijo orgulloso Ma-riano – un golpe seco, fuerte y al ángulo. Vayan a decirles que nos vamos de acá.

Abajo la situación era insostenible, los zombis entraban de a dos y a de tres, lo único que los

salvaba era la fuerte formación, el espacio redu-cido y la experiencia de sus machetes. La puerta que daba contra el garaje comenzó a ser golpea-da, los muertos había entrado por allí también.

- Moncho y Toledo suban los sacos con las ar-mas. Cacho ayudalos y que Marquitos consi-ga algo para que les dificulte subir la escalera. Cuando saquen todo de acá nosotros vamos a retroceder por la escalera.

Cuando termino de hablar apareció Mario feliz.

- Nos vamos queridos y queridas, listo el pollo pelada la gallina – comunicó al resto del grupo.

- Ayudalos con los bolsos a ellos, que nosotros nos vamos a replegar ordenadamente para no tener heridos – le respondió Tomás, su aspecto era desastroso, el machete chorreaba sangre al igual que sus manos. Su cara estaba toda salpi-cada…el resto no estaba muy diferente.

Ordenadamente consiguieron llegar todos a la escalera. Los zombis entraban por todas partes ganando el terreno que el grupo había cedido. Marquitos había hecho un gran trabajo, la esca-lera trabada con unas sillas y banquetas les daría los minutos necesarios para poder subir y esca-par por la ventana.

El último en subir fue Tomás.

-  Zafamos de pedo – comento para sí mismo mirando los zombis intentar subir por la escale-ra;  se había tomado tiempo de tomar una toalla y limpiarse las manos, la cara y el machete- Y todavía nos falta un rato…

Acomodó sus armas y fue en busca de sus com-pañeros.

 Ya eran cerca de las 7 de la tarde, la situación había mejorado levemente ya que salieron todos vivos, pero debían hacer 5 cuadras antes de que se hiciera completamente de noche.

De noche los zombis se mostraban más vivaces, rápidos y feroces, sería muy difícil cruzar la ave-nida 60.

Además, les resultaba muy difícil cruzar las calles para cambiar de manzana, los muertos vivientes estaban agitados por los sucesos recientes y se movían de un lado a otro. Siempre uno de ellos había tenido que ofrecerse como cebo. Las ma-niobras de distracción que tenían que hacer eran cada vez más arriesgadas. Elegir un rumbo para cruzar la calle se tornaba en una grave maniobra.

Tomás estaba preocupado. En realidad todo el grupo lo estaba. La entrega estaba comple-tamente meada por un dinosaurio, mal parida desde el principio. Tendrían que haber esperado un día más y haber ido directamente por 24. Si hubiera esperado un día más, Magdalena estaría con ellos, todo se podría haber planeado mejor.

Pero Moncho, el enviado por la Sanmartiniana quiso salir cuanto antes debido a la demora, era su primer intercambio y no estaba saliendo como él quería. Por eso apuró las cosas, pensaba.

De todas maneras no era el momento de echar culpas, él comprendía el proceder de Moncho porque en su lugar hubiera actuado de la mis-

ma manera. Además nadie esperaba encontrarse en esta situación, la cantidad de muertos vivos que caminan por esta zona era algo nunca visto. Salvo el “Guacho”, ninguno había tenido la mala suerte de enfrentarse a tantos zombis juntos, la mayoría había sobrevivido justamente por no es-tar en lugares multitudinarios.

El “Gaucho” había zafado de morir por muy poco, estaba en la cancha de Gimnasia mirando el par-tido de fútbol y cuando comenzaba el segundo tiempo por la manga no salieron jugadores sino zombis sedientos de sangre. Rápidamente se desbandó todo y muy poca gente siguió siendo gente…ese fue el comienzo del fin para la ciu-dad de La Plata.

El sol estaba a punto de desaparecer. La caída del sol había sido siempre un espectáculo dig-no de admirar para una ciudad grande como La Plata, cuyo atractivo se encuentra en su trazado, su arquitectura y su gran cantidad de árboles. To-más pensaba que en otro tiempo este atardecer podría haber sido particularmente hermoso, pero dadas las circunstancias la caída del sol le cala-ba los huesos. Eso significaba muertos vivientes más hambrientos.

Por fin estaban por llegar al camino seguro. El último tramo lo habían hecho bastante rápido, la concentración que les daba el cansancio había sido de ayuda en este caso.

Cuando estaban a veinte metros Tomás comenzó a ordenar el descenso.

-   Organicemos cómo vamos bajar el cargamen-to.- Dijo Tomás – Hagámoslo organizado, que al-gunos lo reciban desde abajo.

- Yo lo hago – dijo Carlos.

- Yo también – se sumó Clara.

-  Bien, les pasamos las cosas y vamos bajando-

Completó Tomás.

- Estoy seguro que vamos a poder cruzar, ya es-tamos cerca. Luego de 60 puede ser que haya una unidad nuestra para darnos apoyo en las úl-timas cuadras- aseguró Moncho.

-  Decís que estás seguro, pero dudás al mismo tiempo. Tenés más vueltas que una oreja- Le es-petó Mariano.

-  No, lo que pasa es que no sé a qué altura esta-rán- le replicó Moncho- y la verdad que me estás hinchando un poco los huevos.

- Bueno, bueno, basta – Dijo Tomás cor-tando a Mariano que estaba por respon-der.

Llegaron al patio de la casa segura, era un patio de baldosas. Un rectángulo  de unos dos metros por tres, con un peque-ño cantero de cemento amurado a una de sus paredes. Dos puertas y una ven-tana con rejas, por la que bajaron Cla-ra y Carlos. La puerta original que daba a la casa, y otra hecha de manera muy precaria luego del cataclismo zombi en Argentina. Se había picado la pared que daba con la casa vecina, luego se había cerrado la abertura con una puerta ar-mada que en realidad era un tablón, que posiblemente en otro tiempo se usara como mesa.

-Bien vamos, no descansemos que toda-vía nos falta un trecho – dijo Tomás.

Ni bien terminó de hablar se escuchó un disparo, Moncho cayó primero sobre sus rodillas y luego se desplomó, el tiro le había entrado por la parte de atrás de la cabeza.

El disparo fue la orden de comienzo y las balas comenzaron a llegar de todos lados. Cacho reci-

bió una ráfaga en el pecho y cayó al patio ayu-dado por el peso de las armas. Clara se acercó temblando y constató que no tenía pulso. Le dio un disparo en la cabeza conteniendo las lágri-mas. No quería que se despierte.

El ruido del disparo de Clara desencadenó otra trampa de la clara emboscada de la cual era víc-timas. La puerta del patio que daba a la casa se abrió de par en par y un zombi salió con furia asesina, había sido una persona grande, como de dos metros.

Sorprendió a Carlos por la espalda, lo agarró con

sus brazos y lo mordió cerca del cuello. Carlos dejó escapar un grito de dolor y con un rápido movimiento de hombros se soltó de su captor, luego giró y con un fuerte golpe le cortó la cabeza a su verdugo.

No había tiempo para lamentarse, más muertos venían detrás. Clara saltó para cerrar la puerta y Carlos se encargó de arrastrar los dos cuerpos

para apilarlos sobre la puerta.

-Lo siento mucho-dijo Clara, estaba llorando, su espalda estaba apoyada contra la puerta. A pesar de su estado se la podía ver atenta y concentrada en sobrevivir.

-Yo también- respondió Carlos sombrío- yo tam-bién.

El resto de la escuadra de la Vieja Estación había conseguido ponerse a cubierto. Estaban en una situación muy vidriosa, muchos estaban inmo-vilizados, cualquier movimiento los convertía en blancos para los francotiradores.

Tomás intentó estudiar la situación, los tiros ve-nían de tres direcciones. Algunos, desde el centro de la manzana, los otros dos puntos partían de las manzanas linderas. La casa de ingreso al ca-mino seguro se encontraba justo en una esquina.

Se dio cuenta de que el mayor peligro venía del grupo que estaba en su misma manzana. Si se

decidían a avanzar los eliminarían rápidamente. Vio que Totoro se había dado cuenta porque se arrastraba, e intentaba cubrirse tras un tanque de agua para defenderse de esos desconocidos

- ¿Algo más tiene que pasar? -  preguntó Mario casi a los gritos – ¡¡No puede ser la puta madre!! – Se podía notar miedo en sus palabras.

- ¡¡Hijos de puta!!- gritó Toledo, estaba justo en la esquina de la casa, podía ver el cruce de calles y respondía con ferocidad los disparos a los tirado-res apostados enfrente.

- Marquitos, necesito que me tires el lanzagrana-das y una munición- le pidió Tomás.

- Ahí vá – respondió Marquitos.

-  Tené cuidado que no te den un corchazo – dijo Tomás- ahora nos vamos a cargar un par de fo-rros…

CONTINUARA