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ST186 - Ada Coretti - La Calavera Viviente

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El gato que r?e

ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS

EN ESTA COLECCION

181 Las ratas estn locas. Curtis Garland.

182 Terror en Escarlata. Ada Coretti.

183 En la boca del lobo. Lou Carrigan.

184 Los vampiros nunca mueren. Curtis Garland.

185 Destino de lobo. Clark Carrados.

ADA CORETTILA CALAVERA VIVIENTEColeccin

SELECCION TERROR n. 186Publicacin semanal

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA BOGOTA BUENOS AIRES CARACAS MEXICO

ISBN 54-02-025064

Depsito legal: B. 30.906 - 1976Impreso en Espaa Printed in Spain

1 edicin: setiembre. 1975

Ada Coretti - 1976 Texto Miguel Garca - 1976 CubiertaConcedidos derechos exclusivos a favor de

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2.Barcelona (Espaa)Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia.

Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S. A. Parets del Valls (N-152, Km 21,650) Barcelona 1976 CAPITULO PRIMERO

Sobre los hombros de aquel hombre, de estatura normal, vestido con pantaln y americana de color gris oscuro, surga la calavera... Apareca aterrador y espeluznante el armazn de los huesos de su cabeza, despojados de carne y piel.

Era as, desde que regres de aquel maldito viaje por tierras africanas.

Los mdicos dijeron que morira, que de aquel modo no haba ser humano que pudiera seguir viviendo. Pero los mdicos se haban equivocado. La ciencia no siempre acierta.

Pero lo que haca, quiz, an ms horripilante y demencial el hecho de contemplar aquella calavera viviente, era que en sus cuencas haban quedado los ojos, negros, brillantes como ascuas.

As era Maxim Lloyd, dueo del casern viejo, oscuro, situado en las afueras de la pequea localidad de Susseng.

Pero esto lo ignoraba Margaret Turner, la pelirroja prostituta que aquella noche, hmeda y fra, no encontraba cliente. Sin embargo, no tardara en saberlo. El destino le tena reservada esa pavorosa sorpresa.

Se apoy en el farol de la calle, y sac un nuevo cigarrillo. Se arrebuj mejor en su abrigo de piel sinttica. Si segua su mala racha, se ira a su casa, es decir, a la habitacin que tena alquilada en aquella pensin de mala muerte. Estaba ya cansada de esperar. Pero vio acercarse un coche, y ste, finalmente, se detuvo cerca de donde ella se hallaba. Al volante, iba un hombre de unos cuarenta aos, de frente despejada, irreprochablemente vestido.

Hola... slo esta palabra.

Buenas noches sonri Margaret.

Quieres venir conmigo? pregunt el desconocido.

Claro que s... segua sonriendo. Lo que no le hizo perder el sentido de las matemticas. Cunto...?

En seguida se pusieron de acuerdo, y Margaret Turner se acomod en el asiento delantero, junto a aquel hombre al quesera la primera vez que vea.

Vivo en las afueras... le hizo saber el hombre, cuando ya el coche estuvo en marcha. Supongo que eso no te importa.

A Margaret Turner le tena ya todo sin cuidado; haca ya demasiados aos que rondaba por las calles. Le daba lo mismo una cosa que otra. Estaba acostumbrada a lo que fuera.

Claro que no... contest.

Cmo te llamas?

Margaret. Y t...? pero se apresur a aadir: Si quieres decrmelo. Si no, djalo estar, tan amigos...

El hombre no contest.

Tienes cara de casado dijo Margaret. Yo entiendo de eso, o por lo menos, me las doy de entender. Lo eres, verdad?

Esta vez haba de responder.

S reconoci.

Y la esposa est de viaje. Aprovechas su ausencia para llevarme a tu casa. Ests cansado de tanta rutina, de siempre lo mismo... Deseas novedades...

S reconoci de nuevo.

Es un caso corriente coment Margaret, sin darle ms importancia a lo hablado.

Unos quince minutos despus, el coche se detena ante una casa de planta baja, que tena todas las trazas de estar abandonada. A Margaret Turner le bast una ojeada para estremecerse...

Y el estremecimiento le qued en la espina dorsal, subindole y bajndole.

Es sta tu casa? pregunt, extraada.

No te gusta, claro...

No hizo un gesto negativo, que repiti obstinadamente una y otra vez. No...

Es que le hizo saber el hombre no es sta exactamente mi casa. Mi verdadera casa est en el centro de Susseng. Pero suelo venir aqu, de vez en cuando.

Comprendo, as resulta ms discreto para ti... En fin, en un sitio u otro, para el caso es lo mismo... y quiso quedar convencida de su respuesta.

Sin conseguirlo del todo. Ni poco ni mucho, sta es la verdad.

Se apearon del coche, y entonces l introdujo una llave en la cerradura de la casa, dndole un par de vueltas y abriendo seguidamente la puerta.

Pasa.

Margaret Turner se adentr en la primera estancia. Lo hizo a pasos cortitos, como resistindose a avanzar. Estaba asustada, por primera vez en su vida.

Qu tontera! No haban motivos para asustarse. A tales alturas iba a ponerse nerviosa...? Casi haca gracia.

Pasa aqu, y esprame, por favor... el hombre, tras accionar el interruptor de la luz, haba descorrido una cortina, que daba acceso a una sala, bastante amplia y decorosa.

De acuerdo dijo ella.

El hombre la dej sola. Se fue hacia el otro extremo de la casa. Al parecer, tena que hacer algo, de mucha urgencia.

Ya en la sala, Margaret Turner vio reflejada su imagen en un espejo. Torci la boca en un gesto triste, desalentado, amargo. Era alta, arrogante, con unas formas acusadas y exuberantes. Sus senos perfectos eran, desde luego, lo mejor de su anatoma. Tampoco estaban nada mal sus ojos, de un verde fuerte, y era bonita, esplndida; su cabellera rojiza contribua a hacerla an ms llamativa.

Pero todos esos encantos personales, de qu le haban servido? Slo para acabar en la calle, siendo una fulana ms... Nunca haba encontrado quien la amase sinceramente.

Se encogi de hombros. Ya no vena a cuento lamentarse. Ya tena que estar hecha a esa idea, y a que nada terminaba de salirle bien. Qu edad tena...? Treinta y nueve aos. No los aparentaba, los llevaba bien; pero s, los haba cumplido ya.

De pronto, un semigrito, medio inarticulado, sali de sus labios.

Acababa de ver, pegado al cristal de la nica ventana de aquella estancia, el rostro de una mujer joven.

De una mujer que ella conoca perfectamente. Era una compaera de trabajo. Se llamaba Loretta. Se haba casado hara unos dos aos, pero su marido era muy celoso, y empez a hacerle la vida insoportable. Loretta no tena nada de dcil, ni tampoco tena buen carcter, as que, al acto, surgieron los enfados entre ambos. Hasta que el hombre, al enterarse de que su esposa le engaaba, quiso matarla. No lo consigui, y la polica le detuvo, condenndole a cuatro aos de prisin. Entonces Loretta se dio a la misma vida que ella. La profesin ms antigua del mundo, le atrajo como la ms cmoda y fcil.

Margaret Turner, sin salir de su asombro, se acerc a la ventana y la abri.

Qu haces t aqu, Loretta? le pregunt.

Slo entonces se dio cuenta de la expresin de espanto, de terror, que haba en el rostro de su compaera y amiga. Una expresin capaz de cortar la respiracin a cualquiera.

Estoy huyendo... murmur Loretta, casi sin voz, casi sin aliento. Lo suyo fue un jadeo.

De qu...? De quin...? volvi a preguntar.

Tras girarse, y ver que algo se mova entre unos cercanos matorrales, Loretta lanz un verdadero alarido. Con tanta fuerza lo profiri, que los tmpanos de Margaret quedaron momentneamente daados, heridos. Por lo dems, Loretta ech a correr. Sin ms. Por lo visto, cada segundo era de vital importancia para ella.

Margaret Turner pudo quedarse all, desentendindose de lo que pudiera o no suceder a su compaera, pero impulsada no supo exactamente por qu, decidi seguirla. Deseaba averiguar qu hecho motivaba su alarma. En aquel momento, se olvid por completo del hombre que la haba llevado hasta all.

Se sent en el alfizar de la ventana, y pas las piernas al otro lado. En seguida estuvo fuera. No le cost hacerlo, pues la ventana era baja. Apenas un pequeo salto le bast para conseguir holgadamente su propsito.

Poco despus, iba siguiendo los pasos de su compaera. Ms o menos, pues no saba a ciencia cierta hacia dnde se haba dirigido.

La oscuridad era profunda, sobrecogedora; pareca presagiar algo malo, funesto.

Adems, el fro era cada vez ms intenso. No, no tard en arrepentirse de haberse dejado llevar por su primer impulso.

La presencia de aquel desconocido, que la haba llevado en su coche hasta la casa, no le gustaba; le daba algo as como mala espina. La casa, por lo dems, resultaba inquietante.

Pero todo eso no era nada; ahora se percataba de ello, si lo comparaba con las alarmantes y tenebrosas sombras que, en aquellos instantes, la rodeaban. Sombras que parecan llevar la muerte cosida a sus talones.

Qu disparates se le ocurran! En realidad, era una noche como otra cualquiera.

No obstante, todo lo que pudiera temerse fue poco, poqusimo, con el real y autntico horror que sinti, de pronto...

De la negrura de la noche, apenas rasgada por el resplandor de alguna que otra plida y mortecina estrella, haba surgido, ante ella, una calavera.

El grito que dio Margaret Turner dej pequeo el que, poco antes, lanzara su compaera.

La calavera estaba a pocos pasos de ella. Apareca sobre unos hombros normales, que eran continuacin de un cuerpo asimismo normal. Pero la cabeza de aquel hombre era slo eso, una horripilante y pavorosa calavera!

Pero una calavera con ojos. Unos ojos negros, brillantes, llenos de vida.

Ante aquella cabeza, despojada de carne y piel, Margaret haba gritado demencialmente. S, motivos no le faltaban. Despus, se tambale como si, de sbito, se sintiera borracha.

Instantes despus, la mandbula de la calavera se mova, y una voz enteramente humana sala de aquella concavidad:

No se asuste... Soy inofensivo...

Pero, a juicio de Margaret Turner, aquella voz era cortante e hiriente, como el filo de un cuchillo recin afilado.

* * *

Margaret tuvo que recurrir a toda su voluntad para no desvanecerse.

Finalmente, consigui afianzar sus pies frente a aquella visin, que pareca haber salido del mismsimo infierno.

Se ha perdido...? le pregunt la calavera. Si necesita mi ayuda, se la ofrezco...

No, no... balbuce Margaret.

Se lo ruego, no me tema pero la voz tena las mismas caractersticas. Era como para paralizar la sangre en las venas al menos impresionable. No me tema...

Tengo que irme! exclam Margaret.

Ech a correr. Con toda la ligereza de sus piernas. Ya no poda soportar por ms tiempo aquel aterrador y monstruoso espectculo, digno de un verdadero aquelarre.

La calavera se qued atrs.

Margaret corri v corri a travs de los campos, pero, antes de llegar a Susseng, cuando pasaba junto a un ncleo de altos y esbeltos abetos, oy el terrible chillido... Que se prolong insistentemente, como si aquella garganta quisiera hacer un fabuloso, espectacular y siniestro alarde de las posibilidades de sus cuerdas vocales.

Margaret haba reconocido aquella voz. Era Loretta quien haba gritado de esa forma, tan descompuesta como espeluznante! S, haba sido ella!

Le dieron tentaciones de huir. Pero Loretta era su amiga, y le pareci mal no hacer por ella lo que pudiera, si es que poda hacer algo.

Se dirigi hacia aquellos rboles, hacia aquellos abetos. De donde saliera el chillido, que ya se haba extinguido completamente. Aunque no poda saber si se era un buen sntoma o si, por el contrario, lo era malo.

De pronto, qued inmovilizada.

Se sinti verdaderamente aterrada, ante lo que sus ojos presenciaron.

Un brazo se alzaba en el aire, y, con un ltigo, con un azote, golpeaba ferozmente sobre el cuerpo de Loretta. La joven se hallaba amarrada con cuerdas a un rbol.

Aquello era, exactamente, un escorpin; es decir, un azote, un ltigo formado de varias cadenas, en cuyos extremos haba pas y garfios retorcidos...

Y el brazo segua impulsando el azote sobre el cuerpo de la infeliz. Una y otra vez, bestialmente, desquiciadamente...

Las pas, los garfios, haban desgarrado y arrancado por completo sus ropas, por lo que el cuerpo de la desvanecida mujer apareca desnudo, y oscuro, morado, ms bien negro, debido a los endiablados golpes que le haban producido aquellas cadenas, formando terribles y espantosos hematomas. Y tambin, claro, haba por doquier manchas rojas, de sangre...

El escorpin se ensa an ms con el cuerpo de Loretta. Se ensa hasta convertir su sdico placer en un puro, autntico y desquiciado desvaro.

Margaret comprendi que su amiga deba estar ya muerta. No, ya no poda ayudarla en nada. Era tarde para eso.

Deba, pues, pensar en s misma. Era preciso, por un lado, huir de aquella enloquecedora calavera viviente, y por el otro, de este asesino de ahora...

O acaso se trataba de una misma persona, de un mismo ser?

Para poder sentenciar al respecto, hubiera tenido que acercarse ms al rbol en que Loretta segua atada, y mirar mejor al hombre aqul, que segua accionando el terrible e implacable azote.

Pero acercarse implicaba un riesgo excesivo.

Era ms sensato huir.

CAPITULO II

Roy Stanley haba detenido su coche frente a la taberna, se haba apeado, haba entrado en el establecimiento, y se haba acercado al mostrador para pedir un whisky doble. Con el fro que haca, no le sentara nada mal.

Acababa de echar el primer trago, cuando repar en una muchacha rubia, bonita, de airosa silueta, que se lamentaba al tabernero de que el autocar de lnea no fuera a pasar por all hasta medioda del da siguiente.

Yo hubiera deseado llegar a Susseng esta misma noche coment o como muy tarde, maana a primera hora.

Y a Roy Stanley que, segn las mujeres, tena planta de hroe de pelcula policaca, y que, en honor a la verdad, sola drselas de valiente y bravucn, le falt tiempo para acercarse a ella y ofrecerse:

Yo me dirijo a Susseng. Si lo desea, ser para m un placer llevarla.

La muchacha le sonri. Tena unos dientes preciosos y una sonrisa encantadora.

Oh, es usted muy amable! Muchsimas gracias.

Cuando la chica se acomod en el coche, a su lado, Roy Stanley se dio cuenta, asimismo, de que tena unas piernas nada despreciables. Hacia all se le fue la mirada, inevitablemente.

Me llamo Roy Stanley se present, cuando ella se baj la falda, y el bonito espectculo desapareci. Trabajo en una agencia de seguros. Voy a Susseng a entrevistarme con un cliente.

Mi nombre es Tina... Tina Powell... Soy profesora de idiomas. Me dirijo a Susseng a ver a una amiga de colegio.

He tenido suerte, coincidiendo con usted.

Eso digo yo.

Qu tal si te tuteo?

Me parece muy bien.

Se echaron a rer.

Quieres un cigarrillo, Tina?

S, gracias, Roy.

Se lo encendi, mientras la luz del encendedor se reflejaba en las pupilas claras de la muchacha.

Tienes unos ojos que son un ensueo.

De veras? ella le mir con agrado, con simpata.

Palabra de honor.

Cuntas veces has dicho eso mismo a una chica?

Cientos reconoci lealmente, pero nunca con tanta razn como esta vez.

Me gustara creerlo.

Le dio a la llave de contacto, pisando poco despus el acelerador. No hizo falta ms para demostrar que era un hombre al que le tentaba la velocidad y el riesgo.

Tienes novio? le pregunt Roy, y ya estaban bastante cerca de la pequea localidad de Susseng.

Susseng apareca a un par de kilmetros de aquel trecho de la carretera, entre las tinieblas espesas y compactas de la noche.

No, no tengo novio respondi Tina.

Exigente a la hora de elegir...? quiso saber, y le ech una mirada de soslayo.

Un poco reconoci ella.

De la manera ms imprevista, Roy Stanley se vio precisado a efectuar un violento frenazo.

No le haba quedado otra alternativa, a menos que le gustara la idea de atropellar a la figura que, de sbito, se haba plantado en medio de la carretera.

Demonios barbot, un poco ms, y la parto en dos!

Slveme! Slveme! exclam la mujer pelirroja, llamativa, de formas exuberantes, que se acerc a la ventanilla del coche, temblando de pies a cabeza.

Qu le sucede? inquiri Roy Stanley.

Primero, la calavera... balbuce Margaret Turner, pues, claro est, se trataba de ella. Una calavera viviente... Habla y tiene ojos... Despus, el feroz asesino de mi amiga

Loretta... La ha matado a golpes de escorpin... Golpes y ms golpes con sus cadenas, hasta dejarla morada, negra, y a la vez inundada de sangre... Aydeme a huir de aqu, por favor... Por favor...

Puede venir con nosotros dijo Roy, si es esto lo que desea. Pero, que conste, de todo lo que me ha dicho, no he entendido nada... Diga, acaso ha bebido ms de la cuenta? Eso lo aclarara todo.

Estoy perfectamente serena. No he bebido ni una sola copa. Se lo juro a usted.

Bien, suba le abri la portezuela trasera. Pero convenga conmigo en que ver una calavera que tenga ojos y hable, no resulta frecuente... En cuanto a alguien que mate, en estos tiempos, con un escorpin... Lo considero un anacronismo...

Parece asustada intervino Tina Powell, verdaderamente asustada.

A lo mejor... empez a decir Roy Stanley.

No estoy loca, si es esto lo que acaba de pensar asegur Margaret Turner. Le aseguro que es cierto lo que acabo de explicarle. Se lo ruego; ponga el coche en marcha cuanto antes... Aqu estamos en peligro.

Si usted lo dice...

Sin tomarla todo lo en serio que Margaret Turner hubiera deseado, el joven atltico, de facciones un poco duras, de enrgico mentn, situado junto al volante, le dio de nuevo al acelerador.

Sin embargo, en esta ocasin, el motor no haba de reaccionar convenientemente.

Tras un runruneo nada convincente, el coche se qued quieto, donde estaba.

Vaya, avera a la vista! termin exclamando Roy Stanley, no quedndole ya otro remedio que rendirse a la evidencia.

Y qu podemos hacer ahora...? pregunt Margaret Turner, con un escalofro recorrindole el cuerpo.

Podemos ir andando, no? propuso Tina.

No, no se apresur a decir Margaret. El asesino podra atraparnos... O la calavera...

Y dale con eso! Roy Stanley no vea muy claro el que la desconocida estuviera bien de la cabeza. En fin, sin duda ser mejor buscar cobijo por aqu... Alguna casa debe haber... S, all hay una... No creo que sean tan poco hospitalarios, que nos nieguen su techo por esta noche...

Se trataba de un viejo casern, oscuro, deteriorado, de aspecto nada acogedor. Pero la situacin de ellos no era como para elegir; haba que conformarse con lo que fuera.

Minutos despus, hacan sonar el aldabn de aquel viejo casern. Llamada que repercuti en toda la casa.

No tard en abrirse la puerta, y dejndose ver una criada de avanzada edad. Era delgada, enjuta, y tena el cabello muy blanco, recogido de un moo. Llevaba un delantal a cuadros.

Qu desean? pregunt agriamente.

Roy Stanley le hizo saber que el coche se le haba estropeado, y que l y sus acompaantes buscaban albergue, por una noche. Susseng estaba demasiado lejos para

ir andando, con una noche tan oscura como aqulla.

A mi amo no le gustan las visitas dijo la criada. Por m no habra inconveniente, pero...

Pero en aquel preciso instante, desde la biblioteca del viejo casern, alguien mir hacia los visitantes.

Alguien que no fue visto por ellos, pues la susodicha estancia se hallaba en aquellos instantes a oscuras, con la luz apagada.

Pueden quedarse le oyeron decir, no faltara ms... Buenas noches a los tres.

Apenas oda la voz de aquel hombre, Margaret Turner puso los ojos en blanco, perdi el conocimiento, y cay redonda. Roy Stanley tuvo que apresurarse para que su cuerpo no fuera a dar contra el suelo.

* * *

En la taberna haban quedado dos hombres y una mujer. Ellos tendran alrededor de los cincuenta aos y, fsicamente, se parecan mucho. Eran bajos de estatura, de estmago prominente y rostro rubicundo. Ella tendra unos cuarenta y cinco aos, y era delgada, grcil, con cara de inquietud en su rostro.

Sentados alrededor de una mesa pequea, redonda, en un lugar apartado, permanecieron en silencio durante largo rato. Hasta que, finalmente, el silencio se rompi.

Estis seguros de que debemos hacer eso...? pregunt Ann.

S, claro que s contest David, el marido. Jams he estado ms seguro de nada.

T sigues siendo de mi mismo parecer, verdad, Oliver?

S, s dijo ste, que era el hermano mayor. De alguna manera hemos de favorecer a Maxim... Hasta ahora, no hemos podido hacer nada por l, pero a partir de este momento...

Ya que hemos tenido tanta suerte en los negocios aadi David, lo lgico es que nos acordemos de l. Es nuestro nico sobrino.

Sabemos que anda justo de dinero repuso Oliver. As que, con doble motivo...

Pero en sus condiciones... intercal Ann, de qu puede servirle el dinero? Segn me habis dicho infinidad de veces, qued convertido en algo espantoso, horrible, pavoroso...

Por ms que te hayamos dicho, nos hemos quedado cortos. Cuesta imaginar tanto horror.,

Pero qu es, exactamente, lo que le sucedi por aquellas tierras africanas? Siempre he tenido la desagradable sensacin de que me ocultabais algo.

Tanto empeo tienes en saberlo todo...? le pregunt su marido. Pues bien, por m no hay inconveniente.

Por lo que a m respecta, tampoco aadi Oliver. Es tu esposa, y nos guardar el secreto.

Le explicaron lo sucedido. Si bien de forma breve, escueta, ya que, en realidad, no haca falta ms. Aquella horrible tragedia no tena vuelta de hoja.

Formando parte de la expedicin, llegaron al poblado Tataki, a finales de agosto.

Todo haba ido bien, hasta entonces.

Aquel poblado les sorprendi un poco. No por el poblado en s, de caractersticas muy anlogas a otros ya vistos, sino por sus habitantes. Eran hombrecitos delgados, muy poca cosa, tmidos, casi ruborosos, que hacan reverencias cada dos por tres. Haban recibido a los componentes de la expedicin, con toda clase de amabilidades.

Lleg el da de marcharse, y, con gran sorpresa de to David y de to Oliver, Maxim les dijo que l te quedaba. Se haba encaprichado de la pequea Saki.

La expedicin iba a las rdenes de un famoso doctor, as que la voluntad de ellos no contaba. Ellos eran nmeros, o poco ms, que simplemente cobraban un sueldo por secundar los planes de aquel hombre de ciencia.

Quedarse en el poblado Tataki, cuando la expedicin siguiera adelante, significaba quedarse sin empleo y sin el dinero ofrecido al regreso a Estados Unidos.

Por lo tanto, intentaron hacerle comprender a Maxim que aquello era un disparate, un verdadero disparate, pues la pequea Saki no se mereca tanto.

El sobrino no entr en razones. Se quedara all; lo haba decidido. Slo se ira cuando su pasin por Saki ya no existiera. Hasta entonces, apurara el placer de pasar las noches a su lado.

No sabiendo qu determinacin tomar, a to David y a to Oliver no se les ocurri nada mejor que ir al jefe del poblado y decirle que deban vigilar a Maxim que, al parecer, se haba fijado en una "de las mujeres de su tribu.

Pensaron que, sabido esto, los hombres de por all obligaran a Maxim Lloyd a salir de aquella zona. Habra sido, pues, una manera sencilla y cmoda de que todo saliera a gusto de ellos.

Pero cuando los hombrecitos buscaron a la pequea Saki, la encontraron entre los brazos de Maxim, hacindole el amor, y entonces aquellos hombrecitos delgados, tmidos, casi ruborosos, que reverenciaban por cualquier motivo, remontaron en clera.

Por lo visto, sus mujeres eran algo muy sagrado.

Entre unos y otros, cogieron a Maxim y se lo llevaron hacia el interior de la selva, donde sta se mostraba ms compacta y lujurienta. Hicieron un agujero en la tierra, y metieron all a Maxim: slo le dejaron fuera la cabeza y las manos. Despus, levantaron un grueso tronco, qu taponaba algo as como una extraa cueva, un extrao nido. Hecho esto, se fueron.

Instantes despus, Maxim, que intilmente se haba rebelado ante aquellos hombres, pues eran muchos contra l, vio surgir de all, de aquel agujero, hormigas... Una cantidad ingente de hormigas, que primero en hilera, luego en bloque, en tropel, a cientos, a miles, se dirigan inexorablemente hacia l. Hacia su cabeza, y hacia sus manos, pues el resto permaneca enterrado bajo tierra.

A partir de aquel momento, los gritos de Maxim Lloyd se oyeron en todo el poblado.

Sus tos, David y, Oliver, quisieron acudir en su ayuda, pero fueron detenidos y maniatados. No recobraran la libertad hasta que el castigo quedara cumplido.

Tard tres das en cumplirse.

Tres horripilantes y aterradores das.

Cuando fueron a buscarle, creyeron que es taba muerto. Cmo no iban a creer eso, si de la tierra slo surga su calavera?

Pero sus mandbulas se movieron, consigui articular las palabras y dijo:

Estoy vivo...

Slo entonces vieron que las hormigas haban respetado sus ojos. Resultaba demencial e incomprensible, pero era cierto. Sus ojos estaban all, negros, brillantes, llenos de vida.

Esta era la historia.

Ya estaba narrada.

* * *

Ann se haba quedado lvida, como un ser espectral. No poda esperar que su marido y el hermano de ste fueran los culpables de lo sucedido a su sobrino Maxim.

No debemos ir a su encuentro... musit Ann, pasados unos instantes. Si Maxim llegara a saber que por vuestra culpa... un miedo sbito le hizo quedarse muda, con la boca llena de saliva.

No lo sabr nunca dijo David.

Claro que no corrobor Oliver.

Slo nosotros tres lo sabemos aadi David, y nosotros, como es lgico, no se lo diremos jams. Pero s le compensaremos, en lo posible, lo que por nuestra culpa le sucedi... A Maxim le gustar saber que es rico. No hemos puesto en el Banco, a su nombre, treinta mil libras?

Si se enterara... la voz de Ann apenas resultaba audible, sera capaz de matarnos... Oh, s, estoy segura de que nos matara! Incluso a m...

CAPITULO III

Los fuertes brazos de Roy Stanley haban conducido el cuerpo femenino hasta un cercano divn. La vieja criada, por su parte, se haba apresurado a llevar una bebida fuerte, confortable, que sin duda hara volver en s a la desvanecida mujer.

Para entonces, de la biblioteca apareci el propietario de la casa. Una presencia que hizo que Tina Powell, poco familiarizada con las emociones fuertes, notara que se le cortaba la respiracin.

En realidad, fue como si apareciera un encapuchado. Ni ms ni menos. Tal como suena la expresin.

Pero en pleno siglo XX, y en el interior de una casa, semejante presencia no poda menos de sorprender, de inquietar, por no decir, claro est, de asustar enormemente.

Roy Stanley, empero, que tena, por naturaleza, una serenidad pasmosa y unos nervios verdaderamente de acero, se qued como si nada. Aquella aparicin result insuficiente para alterar su equilibrio emocional.

Disculpen que me presente as... dijo Maxim Lloyd. Me veo forzado a ello... Por el bien de ustedes.

Antes de que respondieran algo, les hizo saber que haba sufrido un gravsimo accidente, y que su rostro, y sus manos, presentaban anomalas que vala ms que sus ojos no vieran.

Ella s me ha visto, no hace mucho e indic a Margaret Turner, y por eso, ahora, al reconocer mi voz, se ha desmayado.

Roy record lo que la pelirroja les haba contado. Una calavera viviente... Desde luego, costaba creerlo. Pero, a este paso, por descontado, se vera forzado a tomarse en serio todo aquello.

Somos nosotros los que debemos pedirle disculpas a usted dijo Roy Stanley y es lo que hacemos, por venir a molestarle, a estas horas.

Estn en su casa afirm Maxim Lloyd, y pueden disponer de ella, no lo duden, a su entera comodidad y pregunt seguidamente: Han cenado ya?

No... repuso Tina Powell, pero en modo alguno queremos molestarles...

Ser un placer atenderles como se merecen repuso Maxim Lloyd, y dirigindose a la criada: As que la joven recobre el sentido, vete a la cocina y haz cena para todos, y procura lucirte. Despus, prepara los dormitorios.

S, seor asinti la vieja criada, que estaba intentando que Margaret Turner apurara el licor que le haba llevado. Lo que usted mande, seor.

Instantes despus, Margaret recobraba el conocimiento. Pero al volver en s, y tener de nuevo nocin de los hechos acaecidos, estall en un llanto histrico.

Por favor le suplic Tina Powell, no se ponga as. No hay motivo. Le aseguro que no lo hay.

Esa voz... Esa voz... balbuce. En aquel momento, se dio cuenta de que el propietario de esa voz a la que aluda, estaba all, a dos pasos de ella, mirndola a travs de aquella tela negra que le cubra por entero el rostro. Exclam, con un gemido. Oh, es usted!

S, soy yo, el mismo dijo Maxim. Aparezco para asustarla de nuevo. Crame que lo deploro de veras... Nada tan lejos de mi intencin, ni de mi deseo...

Sufri un accidente resumi Roy Stanley, con el tono serio que requera el momento, y eso es todo.

No tiene usted por qu imaginar cosas del otro mundo. Son desgracias de ste, que pueden suceder desgraciadamente, a cualquiera.

Margaret Turner se esforz por serenarse, por controlar su sistema nervioso.

Le ruego que... que me... me disculpe acert, finalmente, a decir.

No se preocupe contest Maxim Lloyd. Me hago cargo... Perfecto cargo...

Antes de la cena, estuvieron bebiendo unos whiskys en la sala principal. Los sillones eran mullidos y cmodos, aunque se hallaban muy descoloridos. La lmpara central, con muchos brazos, resultaba verdaderamente decorativa, si bien sta, por su parte, no estaba todo lo limpia que hubiera sido de desear. La chimenea, encendida, con llamas que se movan como en una danza de extrao significado, proporcionaba, un grato y clido calor. Respecto a la chimenea, no haba posible objecin; era lo mejor y lo ms aseado de la estancia.

La cena const de tres platos.

Sin embargo, a Margaret Turner no le pasaba bocado, y resultaban intiles sus esfuerzos por hacer honor a lo que le servan. Le bastaba mirar aquel tenedor que meta comida a travs de la tela negra, y recordar aquella enloquecedora aparicin, en medio de las tinieblas de la noche, para sentir el estmago hermticamente cerrado.

Tampoco Tina Powell senta apetito, sta es la verdad. Pero su caso era distinto, pues ella no poda imaginar, ciertamente, ni con mucho, todo el horror que se ocultaba tras aquella capucha.

El que cen enteramente a gusto fue Roy Stanley. Desde luego, se comport con una naturalidad verdaderamente elogiable.

An no se haban acostado, cuando son el aldabn de la puerta. De la puerta principal, pues haba otra que daba a la parte trasera del viejo casern.

Poco despus, se presentaba all el teniente Mason, un hombre de mediana edad, corpulento, que apenas entr en la casa, buf:

Vaya un fro de todos los demonios!

Vena acompaado del doctor Bartrey, un hombre de unos cuarenta aos, de frente despejada, irreprochablemente vestido.

Haba sido ste quien haba encontrado el cadver de Loretta. Iba con su coche por la carretera, cuando le pareci ver algo anormal. Se ape, se acerc a aquel rbol que haba llamado su atencin, y se encontr con la infortunada prostituta, que haca ya rato que estaba muerta. Se fue directo a comunicar el hecho al teniente Mason.

Cuando el teniente y el doctor se adentraron en la sala, estancia en la que ahora volva a estar el dueo de la casa y sus tres inesperados visitantes, eran las doce de la noche, exactamente. El reloj de la chimenea acababa de desgranar las correspondientes campanadas.

Margaret Turner haba pestaeado.

El doctor Bartrey era el hombre que le haba llevado en su coche hasta aquella casa de las afueras. Aquella casa, con todas las trazas de estar abandonada, sobre la cual le bast echar una ojeada, para estremecerse hasta lo ms hondo de su espina dorsal.

* * *

El caso de la muchacha llamada Loretta, de profesin prostituta, est claro... dijo el teniente Mason. Apenas me he enterado de su muerte, he recelado ya de su marido, que fue condenado hace dos aos, a seis de prisin... Pero, claro, si estaba en la crcel, no poda ser l... De todos modos, poco han durado mis dudas. El propio director de la prisin me ha telefoneado; de eso har apenas una media hora. Richard Mann, me ha comunicado, se ha escapado de la prisin esta misma maana, resultando enteramente intiles e infructuosos los intentos por darle caza. Le han tenido acorralado; de ello que hasta ltima hora hayan confiado en dar con l. Pero, finalmente, se les ha ido de las manos. De lo que se seduce, con una claridad absoluta, claro est, que ha sido l el asesino. Ya quiso matarla en otra ocasin, cuando se enter que le traicionaba... y se entretuvo en pormenores, que sus oyentes desconocan.

No as Margaret Turner que, como amiga y compaera de la muerta, se saba todos sus pequeos secretos.

He venido aqu comunic seguidamente el teniente Mason, guiado por el temor de que ese tal Richard Mann hubiera podido pedir cobijo bajo este techo, lo que hubiera entraado, indudablemente, un evidente riesgo para sus ocupantes. Es que sta es la casa ms cercana al lugar del crimen. Bueno, hay otra ms cercana an, pero est abandonada, no vive nadie se volvi hacia el doctor Bartrey. No sabe usted, doctor, a quin pertenece?

En absoluto. Ni idea respondi ste, imperturbable.

Margaret Turner no supo si deba hablar o si, por el contrario, deba callar. Opt por esto ltimo, presintiendo que iba a salir mal librada, si se meta en ms los.

Se alegr de haberlo hecho as, cuando sinti sobre ella, poco despus, la mirada fra, glida, del doctor Bartrey. Era una mirada que ms o menos vena a decir: De haber hablado, te hubiera estrangulado con mis propias manos.

En fin resumi el teniente Mason, esto es todo lo que me ha trado aqu. Buenas noches a todos.

Maxim Lloyd les acompa hasta la puerta de salida, tendindoles a ambos la diestra.

Una diestra enguantada, lo mismo que la otra mano. Tambin all haban anormalidades que era mejor ocultar, ahora que tena visitas.

Me enter ayer le comunic el teniente Mason, cuando ya el doctor Bartrey se haba adelantado unos pasos. Peter sali la semana pasada del manicomio.

Me alegro respondi Maxim Lloyd, escueto.

Parece que se ha recuperado enteramente.

Mejor as.

Nada ms. Buenas noches.

Buenas noches, y gracias por haberse molestado en llegar hasta aqu. Complace saber... aadi, no sin cierta amargura que an importo a alguien.

Cuando volvi a la sala, iba pensando en Peter, en su antiguo amigo.

Ser mejor que nos retiremos a descansar propuso al entrar en la estancia. Deben estar ustedes muy cansados.

Gracias por todo dijo Roy Stanley.

Las gracias se las doy yo a ustedes... y dirigi su mirada, a travs de la tela negra, hacia la exuberante anatoma de Margaret Turner por su agradable presencia.

Mientras suba por la descolorida y vieja alfombra de la escalera, a la llamativa pelirroja, que haba intuido la mirada de! hombre, o de la calavera viviente, como ms se prefiera, le temblaban las piernas y le flaqueaban alarmantemente las rodillas. Se tuvo que coger a la barandilla para as afianzar sus pasos.

Se han dado cuenta...? pregunt, ya arriba, en el pasillo, a Roy y a Tina. Tiene una voz espantosa, horrible, que sugiere... sugiere...

Qu? pregunt Roy Stanley.

El filo de un cuchillo recin afilado. Por lo que tiene de cortante e hiriente...

Est demasiado impresionada dijo Roy. Vaya y descanse. Le hace falta.

S, quiz tenga razn admiti.

Buenas noches se despidi Tina.

Hasta maana le sonri Roy.

* * *

Al da siguiente, cuando Roy Stanley y Tina Powell se levantaron y descendieron la alfombrada escalera, se encontraron con que la pelirroja estaba ya abajo, hablando con el dueo de la casa.

Este segua cubrindose la cabeza, el rostro, con aquella tela negra, donde slo aparecan tres agujeros, tres cortes, ms bien. Dos para los ojos, uno para la boca.

Pero, qu duda cabe, era preferible que no se mostrara al natural. As resultaba todo mucho ms tolerable. La prueba es que incluso Margaret Turner, ahora, pareca haberse sobrepuesto a su terror del da antes, a su histerismo inicial.

La vieron, incluso, sonrer...

Lo que, sin embargo, no les hizo sospechar lo que iba a suceder instantes despus.

Algo que, en otras circunstancias, no hubiera tenido, desde luego, nada de extraordinario, pero que, tratndose de Maxim Lloyd, tuvo forzosamente que dejarles perplejos.

Sucedi, no obstante, de la manera ms natural y sencilla del mundo.

Se estaban ya despidiendo cuando la mano enguantada de Maxim Lloyd retuvo la de Margaret Turner. La retuvo un segundo, dos, tres, hasta que la situacin se hizo insostenible. Entonces su voz, a travs de la tela negra, murmur quejosamente:

Qudese usted... Por favor, qudese... y muy bajo, para que slo ella le oyera, aunque lo oyeron todos, Estoy dispuesto a darle todo lo que poseo...

La pelirroja no se sorprendi demasiado. Esto es lo cierto. Ducha en conocer a los hombres, se dira que casi estaba esperando aquellas palabras.

Respondi:

Bien, si se empea...

CAPITULO IV

Roy Stanley se reuni, lo antes posible, con aquel cliente. Se trataba de un caso complicado. Por eso, la agencia de seguros le mandaba a l, consciente de que, al as hacerlo, enviaba a su mejor hombre.

Pero el caso, afortunadamente, qued solucionado muy pronto. Lo que signific que Roy Stanley pudo concederse a s mismo un poco de tiempo. En consecuencia, fue en busca de Tina Powell. Antes de separarse de ella, le haba pedido su direccin.

La encontr, en efecto, en la casa de la amiga a la que haba ido a visitar a Susseng, Donna Allen. Una muchacha morena, muy agradable, que se haba casado con el propietario de una tienda de comestibles.

Una joven y simptica pareja que, al llegar l, se deshizo en amabilidades. Le hicieron pasar a la trastienda, donde tenan situado el comedor, muy decorosamente amueblado.

Le sirvieron un whisky, y le invitaron a almorzar. Tina les haba hablado ya mucho de l.

Luego, conversando, result que el marido de esa amiga, que se llamaba Anthony Mitter y era alto, corpulento, de aspecto saludable, haba tenido como dependiente de su establecimiento a Richard Mann, el esposo de Loretta.

Desde el principio, comprend haba de decir Anthony Mitter, poco despus que mi dependiente, Richard, y Loretta, iban a acabar mal... Richard era celoso como un demonio... Siempre recordar su expresin de aquel da, cuando me dijo que sera capaz de matar a su esposa, si le traicionaba, pero que, de matarla, no lo hara de un modo sencillo, se recreara, se ensaara en su crimen... Sin duda, se refera repuso Donna Allen a una muerte como la que ha acabado dndole.

S, supongo asinti Anthony Mitter. Pero, por Satans!, de dnde habra sacado ese ltigo...? Cuyo nombre exacto es escorpin, segn tengo entendido...

S repuso Donna Allen, por lo menos eso ha dicho el teniente Mason.

Quien, por lo que veo aadi Anthony Mitter, no se est luciendo mucho. No acierta a dar con l.

Sabe que ha huido de la crcel apunt Donna Allen y que debe andar solo y sin cobijo de un lado para el otro. Quiz sea bastante para, finalmente, darle caza.

Les sugiero intervino Roy Stanley que por las noches no abran la puerta sin asegurarse antes de quin llama.

Cree usted, acaso...? se atragant Donna Allen.

Si no sabe adnde ir, y si tiene hambre y fro, puede recordar que antes trabajaba aqu.

Pero Richard me conoce y sabe que soy un hombre que estoy estrictamente al lado de la ley barbot Anthony Mitter. No, no creo que se le ocurra semejante disparate.

Espermoslo as musit Tina Powell, que a partir de entonces ya no iba a sentirse tan segura bajo aquel techo.

Pero, bien mirado, todo eso slo fue una conversacin.

No haba que darle ms importancia de la que en realidad tena.

Aquel mismo da, Tina Powell sali de paseo con el atltico Roy Stanley, esforzndose por mostrarse encantadora. Aunque para hacerlo as no le haca falta afanarse mucho.

Desde luego, Roy le gustaba, y ella le gustaba a l.

Sin embargo, Roy Stanley recibi una llamada telefnica de su jefe y entonces no le toc otro remedio de dejar Susseng. Quien paga manda y su jefe le pagaba muy bien.

Pero volver as que pueda, Tina... le dijo l. Seguirs aqu, en Susseng?

Estar hasta final de mes.

De acuerdo.

Antes de separarse, le dio un beso. Ella ya se lo esperaba. Roy Stanley tena aspecto de no intimidarse ante nada, menos an ante una mujer. Estaba claro, tena mucha prctica en tratar al sexo femenino.

A ella le gust su beso y entonces Roy se propuso repetir. Pero Tina le cort.

Al regreso.

Adis, monada sonri l, y se resign, ms por prisas que por nada, a dejar para el regreso las nuevas caricias.

Pero lo cierto es que, cuando volvi, dej de pensar en Tina Powell. Bueno, no es que dejara de pensar en ella, no era eso exactamente. Lo que sucedi fue, simple y llanamente que, as que lleg a Susseng y se dirigi a la fonda, le comunicaron, sin prdida de tiempo, que alguien deseaba hablar con l.

Conmigo? se extra.

S, con usted le ratific el dueo de la fonda, un hombre de edad indefinida, cuya cabellera entrecana pareca la de un len. Le est esperando.

Le indic la estancia. Era pequea, tosca, slo con un par de asientos v una mesa en el centro. Pero para hablar discretamente, no estaba mal.

Al adentrarse all, Roy Stanley qued un poco sorprendido. Por descontado, no lo demostr. El no sola exteriorizar sus sensaciones. Era su sistema.

Hola... le salud Margaret Turner.

Usted? inquiri.

S.

Entonces se dio cuenta de lo ojerosa que estaba, de lo mucho que se haba adelgazado, de la mala cara que haca.

Le sucede algo? quiso saber.

Me temo que s.

Si est aqu, supongo que es porque desea hacerme partcipe de sus inquietudes, de sus zozobras, no es eso?

Exactamente reconoci. Pero, cmo sabe que se trata de eso, de zozobra, de inquietudes...?

No s nada. Pero no tiene usted buen aspecto.

S, ya lo s.

Bueno, hbleme. Pero, por qu me ha elegido a m, precisamente a m? Si puedo saberlo.

Necesito de un hombre valiente lo dijo sin vacilaciones, sin ambages. Y usted tiene cara de serlo, y con holgura.

Gracias.

Acaso no lo es?

Sinceramente, nunca me he tenido por cobarde.

Pues bien, de un hombre como usted, necesito urgentemente. O mejor expresado, desesperadamente... Sabe? Me siento como metida en un pozo de sapos.

Nunca he estado en un pozo as dijo Roy Stanley. Dgame lo que se siente ah dentro. As estar mejor documentado al respecto.

Creo que es mejor que empiece por el principio.

Yo voy a empezar por cerrar la puerta.

Oh, s! y reconoci: Estoy tan nerviosa, tan alterada, que no me daba cuenta de que alguien poda pasar y ornos.

Ya est cerrada. Dgame lo que sea.

Margaret Turner se desplom en uno de aquellos dos asientos, en el que tema ms cerca. Slo despus de hacerlo as, acert a levantar la cabeza y alzar hacia Roy sus ojos verdes.

Me he casado con Maxim Lloyd dijo.

Roy Stanley no replic nada. Con cara inexpresiva, qued a la espera de que fuera ella quien siguiera hablando.

Lo saba? le pregunt seguidamente Margaret Turner.

No.

Slo esta breve respuesta.

Pues s, me cas con Maxim el otro da. Quiz usted no lo comprenda, quiz no lo comprenda nadie... acto seguido, se dilat en consideraciones sobre lo que haba sido su vida desde los catorce aos, desde que iba por las calles de un lado a otro. Era como si, ante todo, quisiera justificarse. Despus de tanto lodo, de tanta suciedad, quedarme en el casern junto a Maxim Lloyd, no me pareci tan horrible... Horrible, s, claro confes, pero ya no tanto... Me dijo que todo lo que posea sera mo, no s si usted la oy... S, pese a todo, aquella proposicin la consider una oportunidad...

Se detuvo. Pero prosigui en seguida, casi con precipitacin. Como si le urgiera decirlo todo de una sola vez.

Cuando me propuso casarse conmigo y hacer testamento a mi favor, todo lo vi an mejor... Significaba un hogar, una casa, una estabilidad de la que hasta entonces haba carecido... En realidad, yo poda esperar ya tan poco de la vida! S, nos casamos... Y todo fue bien hasta que aparecieron sus tos...

Sus tos? pregunt Roy Stanley.

To David y to Oliver, y Ann, la esposa del primero.

Qu pasa de malo con ellos?

Aparentemente, todo bueno... Se ve que han tenido mucha suerte en los negocios y han amasado una buena fortuna, tanto es as que se han acordado de su sobrino, Maxim, y le han puesto en el Banco a su nombre treinta mil libras.

Una friolera. No creo que eso le disguste a usted... apunt Roy.

Todo lo contrario, como es natural. Pero hay algo en ellos, en los tres, que me inquieta, que me altera, que me llena de zozobra... Es como si encubrieran algo, no s qu... Es como si, bajo su apariencia puramente amable e inofensiva, escondieran una inconfesable alevosa y una terrible crueldad. No s decirle ms, pero la verdad es que me encuentro muy asustada.

Asustada, de qu? Concrteme.

Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez slo de uno de ellos, no sabra especificrselo. Lo nico cierto, concreto, es que desde que han aparecido en el casern, all dentro se masca la... la...

La qu? volvi a inquirir Roy.

La muerte dijo Margaret Turner. La MUERTE, con maysculas, para que mejor me entienda.

Sus palabras dan la sensacin de absurdas.

S, ya lo s asinti. Pero no lo son. Cada vez estoy ms convencida de ello.

Aunque quiz el culpable de esa sensacin ma, no sean ellos, en realidad... le hizo saber, tras una corta vacilacin.

Ahora la entiendo an menos.

Al poco de llegar to David, su esposa Ann y to Oliver, lleg asimismo al casern un antiguo amigo de Maxim... Se llama Peter... Es alto, delgado, y tiene ojos de loco... Bueno, al menos eso pens yo al conocerle. Quiz, pues, esa sensacin de muerte que yo olfateo

y masco, emerja de l, de ese Peter... Como llegaron los cuatro al mismo tiempo, me resulta difcil precisar... Me comprende usted, seor Stanley? pregunt por ltimo.

Ms o menos. Pero, bueno, qu es exactamente lo que pretende que yo haga por usted? Yo me encuentro al margen de toda esta historia.

Deseo que vaya al casern, que permanezca all unos das, y que acierte a defenderme de... de... esa muerte que est sacando ya su guadaa. Es como si viera su siniestra sombra... Le pagara por sus servicios, naturalmente... Lo que usted me pidiera.

Pero con qu motivo, con qu excusa, podra yo pasar unos das en el casern...? y lo cierto es que a Roy Stanley empezaba a gustarle la idea.

Siempre le haban atrado los asuntos poco claros. Cuanto menos claros, tanto mejor...

Lo mismo que los jeroglficos.

As, descifrarlos, resultaba un placer mayor.

* * *

Tardaron poco en quedar de acuerdo.

Roy y Tina iran al casern con un regalo de boda. Algo sencillo, que apenas valiera la pena, pero que no dejara de ser un detalle digno de agradecerse. Enterados de la unin efectuada, no haban querido alejarse de Susseng, sin antes desearles toda la felicidad del mundo.

Margaret Turner, entonces, les invitara a pasar all unos das. Insistira en recuerdo de aquella noche en que se conocieron. Ellos terminaran aceptando tan amable invitacin.

Eso sera todo.

Y as lo hicieron, sin que, ciertamente, surgieran complicaciones de ninguna ndole.

Slo hubo, en principio, algunos peros por parte de Tina. No terminaba de comprender el porqu de todo aquello. Se puso pesada y Roy Stanley tuvo que explicarle de qu se trataba. Desde luego ya tena la intencin de decrselo; as estara ms al tanto de lo que pudiera suceder.

Y si en todo este lo de ahora estuviera metido Richard Mann, el marido y asesino de Loretta... se le ocurri sugerir a Tina.

Pero debi sugerirlo porque s, sin analizar apenas lo que deca, sin tomrselo enteramente en serio, porque se qued con la piel de gallina cuando Roy Stanley le respondi:

Mira por dnde, qu casualidad!, en lo mismo estaba pensando yo.

CAPITULO V

Acababan de ver las alcobas que les haban sido destinadas. Una frente a la otra, separadas por un pasillo de metro y pico de anchura. Dos estancias amplias, bien amuebladas, donde, eso s, todo resultaba demasiado viejo.

Lo mismo que el resto del casern.

Maxim Lloyd les haba recibido, cubierto con la tela negra que, por lo visto, claro est, llevaba de continuo. Una tela que segua ocultando el horror de aquella cabeza que no era ms que una calavera... Margaret se haba afanado por mostrarse simptica, ocultando su agitacin, su nerviosismo.

Ahora, Roy Stanley y Tina Powell ya estaban all, tras haber aceptado la invitacin recibida.

Y Roy pens que haba llegado el momento de empezar a husmear, si es que deseaba llegar lo antes posible a alguna acertada deduccin. Caba suponer, claro, que Margaret Turner estuviera equivocada y que ningn riesgo, ningn peligro, se cerniera sobre ella ni sobre ninguno de los habitantes del casern.

Pero, desgraciadamente, pronto pudieron comprobar que pensar as era pecar de ilusos.

Se oy que la vieja criada, delgada, enjuta, con el cabello recogido en un moo, siempre con su delantal a cuadros, gritaba con todas sus fuerzas.

Haba gritado al entrar en la sala principal. All, de la lmpara central, con muchos brazos de forma decorativa, penda el cadver de Ann, la esposa de David.

Un cadver que apareca con las ropas desgarradas, casi desnudo y con toda la epidermis llena de terribles hematomas. Una epidermis que se vea oscura, morada, casi negra. Tambin haba sangre, que haba chorreado y ahora manchaba el suelo. Saltaba a la vista, pues, que haba tenido la misma muerte que Loretta.

Se reunieron all, en pocos segundos, los ocupantes de la casa. Ocho en total.

Roy Stanley les mir detenidamente uno a uno...

Y quieras que no, retuvo su atencin en aquel antiguo amigo de Maxim Lloyd, que se llamaba Peter y que, en efecto, era alto, delgado, y tena cara de loco...

Quin ha podido hacer esto? gimi la criada. Qu espanto! Qu horror!

Avisa inmediatamente al teniente Mason dijo el dueo de la casa.

S, seor acat, dejando de gimotear.

Optaron por permanecer juntos en la biblioteca, mientras esperaban al teniente Mason. Pero los nervios se haban adueado de todos ellos. Lo que no resultaba de extraar.

Quiz, por eso, tampoco result inslito que Peter, posiblemente el ms excitado de todos, exclamara de pronto:

Si piensan que he sido yo, se equivocan! Se equivocan lamentablemente! Yo estoy ya del todo restablecido. Que haya salido de un manicomio no quiere decir nada.

Ni nadie ha dicho nada repuso la voz de Maxim Lloyd, que son extraamente calmada.

Sufr un shock, una fuerte crisis, pero eso fue todo, todo... afirm Peter. Nunca he estado loco.

Claro que no dijo Maxim. Tranquilzate.

Por lo dems, proced de aquel modo porque estaba borracho y no saba lo que me haca. De lo contrario, no lo hubiera hecho... Siempre te he apreciado mucho, Maxim.

No lo dudo.

Pero ahora vendr el teniente Mason sus nervios iban en aumento y sospechar de m. Y yo no tengo nada que ver con este crimen... Ni con el de Loretta... Se llamaba Loretta aquella muchacha, no? Lo he odo decir...

S, as se llamaba.

En mala hora he vuelto a esta casa! barbot. O mejor, en mala hora he decidido quedarme unos das aqu!

Y esto era, ms o menos, lo que daban la sensacin de estar pensando todos los que se hallaban all. Desde luego, no resultaba nada agradable encontrarse en aquella coyuntura.

Adems, pareca lgico suponer que el asesino era uno de ellos...

Pero no, el asesino pudo entrar del exterior. La vieja criada no tard en hacerles saber que haba encontrado entreabierta la puerta que daba a la parte posterior del casern.

Usted la haba cerrado? le pregunt Roy Stanley.

S..., creo que s... vacil la sirvienta. Pero no estoy segura... A veces, es fcil tener un descuido...

S, claro admiti Roy. Quien a continuacin, ante todos ellos expuso: De todos modos, la vctima no ha muerto en esta casa... La han matado fuera...

Los hematomas que cubren todo su cuerpo apunt Peter hacen inevitable suponer que al igual que Loretta...

S, claro; eso s dijo Roy Stanley. Por eso, precisamente, Ann debi gritar antes de morir, como grit Loretta. Y sus alaridos, porque debieron ser autnticos y horrendos alaridos, hubieran sonado en toda la casa... Sin embargo, nadie la ha odo... De lo que se desprende, por tanto, que fue sorprendida lejos de aqu... El asesino pudo, pues, recrearse tranquilamente con su muerte y su mutilacin...

A dnde quiere ir a parar? pregunt David, el marido de la infortunada.

Para m sentenci Roy Stanley que el asesino quiere hacernos creer que es Richard Mann... S, eso exactamente... Y para corroborarlo, mata del modo y de la forma que l mat... Una forma y un modo, convengamos, original... As, cuando a Richard Mann le detenga la polica, pagar por todo a la vez. Una buena solucin para el asesino, no creen ustedes?

Su teora no me convence dijo Oliver. Me inclino ms por suponer que es, en efecto, ese Richard Mann el hombre que ha acabado con la vida de mi pobre cuada.

Debe tratarse de un paranoico, de un esquizofrnico... Despus de matar a su esposa como lo hizo, quiz sienta la precisin, la necesidad, de seguir matando con igual tcnica... No sera un caso nico.

Al teniente Mason le corresponde esclarecer el caso repuso Maxim Lloyd.

Eso digo yo intercal Margaret Turner que, al poco, disimuladamente, mir a Roy.

Esperemos que el teniente Mason acierte a sacar conclusiones dijo a su vez Tina Powell, a quien no le gustaba nada el cariz que haba tomado todo aquello.

Debe hacer algo ms que eso afirm David, el hombre que acababa de quedarse viudo. Debe detener al asesino!

Lo har replic Maxim Lloyd. No lo pongas en duda, to. El teniente es un hombre listo.

Roy Stanley no pens eso de l; cuando lleg y ante los hechos, sentenci... El asesino era Richard Mann y aqul, su segundo crimen.

Oliver ech una mirada casi retadora a Roy Stanley. Lo ve...? pareca decirle. Da la razn a mi teora, no a la suya... Pero Roy Stanley se qued tan tranquilo.

Al poco, por lo bajo, deca a Peter:

Dese cuenta, el teniente Mason no ha desconfiado en absoluto de usted.

Quera ver cmo reaccionaba.

Est disimulando... contest el aludido, con el ceo fruncido, apenas contenindose. S, que desconfa de m...

Usted sufri un shock, una crisis... Usted mismo lo ha dicho apenas hace unos instantes... Qu le sucedi, en realidad? Si no le molesta mi curiosidad, que le aseguro que no tiene nada de malintencionada.

Peter tena ganas de desahogarse. La pregunta, pues, no poda estar hecha en un momento ms oportuno.

Despus de aquel viaje por tierras africanas explic Peter, cierto da, Maxim reuni aqu a algunos de sus amigos... Yo, y otros... Yo beb demasiado y borracho como estaba, sent la morbosa curiosidad de arrancar la tela negra, el capuchn con el que

Maxim cubra su cabeza... Desde que haba vuelto del viaje, la tela negra siempre le haba protegido... En fin, as que surgi el armazn de los huesos de su cabeza despojados de carne y piel, una autntica calavera, pero con ojos... oh!, fue tan espeluznante, tan aterrador... Tuve que salir de aqu con camisa de fuerza...

Comprendo.

Pero me he sobrepuesto a aquel horror y ahora estoy ya completamente restablecido... No obstante, vio como el teniente Mason le miraba, y de nuevo se desbordaron sus nervios. Se puso a alzar la voz: S, estoy perfectamente! Ya no volvera a sucederme lo mismo! Ya no... y mirando a su alrededor, a todos: Quieren que lo demuestre!

Dio unas decididas zancadas hacia Maxim Lloyd y en un gesto decidido, brusco, le arranc el capuchn. Como ya lo hizo otra vez. La tela negra qued en sus manos como un sudario de muerte.

Al ver de nuevo aquella calavera viviente, ms de uno lanz una exclamacin de horror, de espanto. El espectculo no daba ciertamente, para menos.

Pero la terrible visin dur poco. Maxim Lloyd sali corriendo de la estancia y subi velozmente la escalera que conduca al piso.

No vas con l...? pregunt David, dirigindose a su pelirroja esposa.

No me atrevo... confes Margaret Turner.

Tampoco se atreva a mirar al doctor Bartrey, que haba llegado al casern, acompaando al teniente Mason. Desde haca bastante rato, permaneca en silencio.

Pero Roy Stanley se propuso sacarle de su mutismo.

Le bast que Margaret Turner se le acercara lo ms disimuladamente posible y le explicara en qu condiciones le haba conocido y tratado, para que comprendiera la necesidad de hacerle hablar en uno u otro sentido. Quiz no estuviera tan al margen de todo aquello como pudiera parecer a primera vista.

Sin embargo, el doctor Bartrey no era un hombre fcil de llevar por donde uno quisiera.

Esa ramera ha soltado la lengua, eh? no tard en expresarse en estos trminos, tras hacer un gesto de infinito desprecio. Y claro, ahora viene usted a ver qu me sonsaca. Pues entrese, no hay nada que averiguar... Simplemente, no quiero que mi esposa llegue a enterarse de que de vez en cuando...

Roy Stanley no se inmut en absoluto, ante su arrebatada y precipitada respuesta. Y se limit a preguntarle, como la cosa ms natural del mundo:

Conoca usted a Loretta?

No tengo por qu responderle. Usted no es polica.

La conoca...? inquiri de nuevo. Si reconoce que de vez en cuando... Loretta se dedicaba a lo mismo que Margaret Turner...

Pero sta ha acabado casndose con...

...Con una calavera viviente, concluy Roy Stanley. Un ser del que, en principio, no podemos fiarnos. Es un ser anormal. Puede que su anormalidad slo radique en su apariencia, pero puede ser, no obstante, que la lesin sea mucho ms grave, mucho ms profunda...

Sensatamente, hemos de admitir esa posibilidad... En realidad resumi, es un caso clnico, que los doctores no entienden... Acaso usted, como tal, s lo entiende?

No, no comprendo cmo Maxim Lloyd pueda vivir en sus condiciones dijo el doctor Bartrey. Es algo inslito.

Les fue imposible seguir hablando. Se les acerc David. Este dijo, tras un carraspeo:

Disclpenme... y luego, dirigindose a Roy. Podra hablar un par de minutos con usted, seor Stanley?

Desde luego.

Se alejaron de los dems.

Y Roy Stanley, anticipndose a lo que pudiera decirle David, le hizo saber:

Le recuerdo a usted... A usted y a su hermano Oliver... Les vi en una taberna, a la que entr a tomar un whisky. Estaban all, en una mesa apartada, hablando...

S, es cierto asinti David.

Lo que no comprendo Roy Stanley tena curiosidad y precisin, ambas cosas, por averiguar el porqu de ello es que tardaran tanto en legar aqu, a este casern propiedad de su sobrino Maxim... S, por su propia esposa, que tardaron an varios das en presentarse... Cuando llegaron, Maxim ya se haba casado... Es eso cierto?

S reconoci. La verdad es que tenamos reparos en presentarnos. Nos lo estuvimos pensando... Un da, y otro, hasta que finalmente nos decidimos...

Prosiga.

Para eso deseo hablar con usted, para explicrselo. Me parece usted un joven decidido, honrado, de ideas claras, de accin, y creo que necesito de su colaboracin.

Todo esto me tiene muy alarmado, sabe? No slo porque han matado a mi pobre esposa Ann, sino porque presiento que a su muerte, van a seguir otras.

Otras? inquiri.

Me refiero a mi hermano Oliver, y a m mismo...

Algn motivo especial motiva su presentimiento? Estoy convencido de que s.

Le refiri lo sucedido en aquellas tierras africanas. No omiti nada.

Comprende?

No.

Quiz Maxim se ha enterado de que, por culpa de Oliver y ma...

Entonces, sospecha que ha podido ser Maxim quien haya asesinado a su esposa?

Mi esposa no tena enemigos, era muy buena con todos. Slo me cabe pensar eso.

Pero para eso... alguien tuvo que decirle a Maxim la verdad. Y quin pudo ser, si slo lo saban ustedes tres?

Estoy asustado.

Me parece que lo estn todos.

S, quiz demasiado asustados. Bueno, puede que tenga razn mi hermano Oliver, y haya sido ese Richard Mann, un paranoico, un esquizofrnico, quien...

Entre tales conjeturas y divagaciones, se oy, de pronto, la voz de Maxim Lloyd:

Margaret! Sube inmediatamente!

Vociferaba en lo alto de la escalera, con las manos crispadas sobre la barandilla. Volva a mostrarse con el rostro cubierto.

Ya voy... contest Margaret Turner, aunque casi sin voz, y mir a Roy Stanley como una condenada a muerte, antes de subir los trece peldaos del cadalso.

* * *

Haca ms de una hora que Margaret Turner haba subido aquellas escaleras, desapareciendo tras la puerta del aposento conyugal. Una puerta que, desde entonces, permaneca cerrada.

Desde entonces, asimismo, todo era silencio en el piso.

No as en la planta baja, donde unos y otros hacan cbalas ms o menos sensatas, ms o menos disparatadas, sobre lo que pudiera estar sucediendo entre el matrimonio.

Debieras intervenir, no crees? inquiri Tina Powell a Roy. Ella fue la que te pidi que vinieras...

No creo que le est sucediendo nada malo contest el joven. Hay demasiado silencio. Adems, no est an aqu el teniente Mason...? A l le corresponde tomar decisiones, no a m. De todos modos, estoy contigo, Tina... Slo esperar un poco ms...

Les doy diez minutos de tiempo para comparecer de nuevo. De no hacerlo as...

Seor Stanley... se les haba acercado Peter, estoy verdaderamente consternado. Todo ha sido por culpa ma, no es cierto? y en efecto, su expresin no poda ser ms pesarosa, ms contrita.

En parte, al menos, s convino Roy.

S, claro admiti. He estado francamente mal... No, no s cmo he podido perder los nervios de una forma tan deplorable, arrancndole la tela negra, ante todos...

Ahora ya no creo que me perdone nunca... Sin embargo, yo he venido a esta casa para ser nuevamente su amigo, crame usted...

Le creo dijo Roy Stanley.

Pero he reincidido por segunda vez en lo mismo... No, seguro que ya no me perdonar nunca. Ser mejor que me vaya de aqu y que no vuelva a verle en la vida.

Eso depender, tal vez, del teniente Mason, Ha habido un crimen le record.

Posiblemente le llame para declarar. En tal caso, no me extraara que coincidieran, que volvieran a verse...

Llamarme a declarar, a m? se mostr asombrado. Pareca haber olvidado que, poco antes, haba dado por descontado que iban a desconfiar de l. No comprendo...

Yo no tengo nada que ver con esa muerte.

No, claro.

No conoca, siquiera, a la seora Ann, aunque haba odo hablar de ella; era por lo visto, una buensima persona. Por qu iba a matarla? Suponer eso carecera de sentido.

S, claro.

Pero Roy Stanley no le quitaba la mirada de encima. Se vea que quera leer en sus pensamientos. Lo ms hondo y profundo que le fuera posible.

Desconfas de l? le pregunt Tina Powell, as que volvieron a quedarse nuevamente solos en aquella esquina de la estancia.

Desconfo de todos.

Una medida prudente. Si hay un asesino entre nosotros, el juego se ha puesto peligroso... Ahora bien, puestas as las cosas, no sera una buena medida de prudencia que nos largramos...? T y yo, qu hacemos aqu? Bien mirado, slo estamos metindonos donde nadie nos llama.

Nos ha llamado Margaret Turner.

Bueno, eso s. Pero quiero decir que no es un asunto nuestro y ya se sabe, donde no se gana lo ms fcil es perder... A m, sinceramente, todo esto me encoge la piel.

Si quieres, puedes irte. Pero yo me quedo, Tina; mi puntillo ya no me concede otra alternativa. Adems, le he prometido a Margaret Turner que la ayudara y debo hacerlo.

No sera honrado dejarla ahora, cuando ms, evidentemente, me est necesitando.

Tiene razn, Roy asinti ella. He sido una egosta, expresndome como lo he hecho. Por descontado sonri, no me voy, no te dejo solo. De algo, quiz, puede servirte, no te parece?

No lo dudes y Roy Stanley le devolvi la sonrisa, mientras pensaba que era la chica ms encantadora que haba conocido.

CAPITULO VI

Se abri la puerta que daba al patio, frente al mismo hueco de la escalera, y sali Maxim Lloyd. Era aqulla la habitacin conyugal, la que hasta entonces haba permanecido con la puerta cerrada.

Desde abajo, desde la biblioteca, todos oyeron el ruido de la puerta. Estaban expectantes, a la espera de tal hecho, as que no pudo pasarles desapercibido.

Maxim Lloyd descendi lentamente la escalera. Ya no pareca nada excitado.

Seor Stanley... llam, apenas hubo pisado el vestbulo. Puede venir un momento, por favor?

Roy Stanley se le acerc. Los dems, incluidos el teniente Mason y el doctor Bartrey, quedaron apartados. Como si todo aquello no fuera con ellos.

Estoy a su disposicin dijo Roy. Si puedo servirles en algo, cuente conmigo. Pero antes de nada, y su esposa...? Acaso se encuentra indispuesta...?

No, no es eso exactamente repuso Maxim Lloyd, con su voz de siempre, cortante e hiriente. Pero nos hemos disgustado y ha llorado... Las lgrimas le han enrojecido los ojos... Dice que prefiere no bajar para que no la vean fea...

Roy Stanley se estaba diciendo: Tiene razn Margaret Turner... Su voz sugiere el filo de un cuchillo recin afilado... Se limit a responder:

Comprendo.

Aunque ella siempre est guapa, no le parece a usted, seor Stanley?

Por descontado repuso. Sin embargo, ya se sabe cmo son las mujeres, y si se ha quedado con los ojos un poco enrojecidos... la disculp. En esas pequeas tonteras, todas las mujeres se parecen.

Le he pedido que se acercara, seor Stanley, para hacerle una splica. Espero que me perdone el atrevimiento.

Dgame, seor Lloyd.

As que vuelva a ver a Margaret, hblele bien de m... La tengo asustada, sabe? Lo estaba ya antes, pero ahora, con esta muerte, todo ha empeorado... Comprendo que, puestos a desconfiar de alguien, es lgico hacerlo de una persona tan anormal como yo...

Pero yo, crame, no he matado a mi ta... y casi sin transicin. No quisiera perder a Margaret... Desde que me encaprich de Saki, nunca me haba interesado tanto por otra mujer... No, no quiero perderla.

Saki? pregunt Roy, para que su interlocutor le ampliara detalles.

De los que l ya estaba al corriente por su to David. Aun as, quera ver si la versin de uno confrontaba con la del otro.

Me refiero a la chica que conoc en aquellas tierras africanas... y le refiri todo lo sucedido, absolutamente todo, aunque sin excesivos detalles. Bueno, aquello es el pasado. Comprndame, Margaret es el presente...

Le comprendo perfectamente. Y no se preocupe; as que la vea, procurar ser un buen abogado a su favor.

Le quedar muy reconocido, seor Stanley.

Poco despus, el teniente Mason se despeda. Segua dando por descontado que el asesino de la seora Ann era Richard Mann, as que consideraba que poco tena que seguir haciendo en aquel viejo casern.

Me voy con usted dijo el doctor Bartrey, que intilmente haba esperado que Margaret Turner volviera a comparecer.

Pero lo malo fue que tampoco compareci al da siguiente. Ni por la maana ni por la tarde. A ninguna hora.

Maxim Lloyd baj, diciendo que su esposa no terminaba de encontrarse bien y que prefera quedarse en su dormitorio. El mismo se empe en subirle el desayuno, y ms tarde el almuerzo.

Ser una excusa para no acudir al entierro opin la vieja criada, entre dientes.

El entierro se efectu a media tarde. Cuando una lluvia no muy fuerte, pero s persistente, caa sobre Susseng. Todos se vieron obligados a llevar paraguas. De lo contrario hubieran quedado materialmente calados de agua.

Mientras el cadver era descendido al hoyo, para su eterno descanso, y mientras el da declinaba y las sombras empezaban a aduearse del ambiente, Roy Stanley crey ver a alguien... A alguien que no iba con la comitiva del entierro, pero que, sin embargo, no pareca querer perderse aquello.

Sin embargo, el momento no era el idneo para lanzarse en persecucin de nadie.

Adems que quiz, en definitiva, no se trataba de lo que pudiera estar imaginando. Como fuera, era preferible hacer ver que no haba reparado en nada.

Ya de regreso al casern, Maxim Lloyd, con cierta mal disimulada impaciencia, se disculp:

Cenarn sin m, verdad? Les ruego que no me lo tomen en cuenta. To Oliver, haz los honores de la casa, te lo ruego...

Seguidamente se retiraba a su dormitorio.

Seguir con vida...? pregunt Tina Powell, poco despus, muy quedo, muy bajito.

Quin, Margaret...? pregunt Roy Stanley a su vez.

S, a ella me refera.

Hasta esta maana, estaba seguro de que todo iba bien en ese sentido. Pero desde que ella se ha quedado en su habitacin, sin salir para nada, con franqueza, ya no s qu pensar... Pero no voy a quedarme con los brazos cruzados, pierde cuidado... No me dormir, sin antes averiguar qu es lo que pasa...

Cuando todos y cada uno de ellos se retiraron a sus respectivos dormitorios, el casern qued en silencio. Un silencio que daba la impresin de ir a durar toda la noche.

Sin embargo, no slo era Roy Stanley quien intentaba averiguar si a Margaret Turner le haba sucedido algo.

Ahora bien, por lo que respecta a Roy y Tina, poco duraron sus dudas y la intranquilidad que pudieran sentir. Con absoluta facilidad averiguaron que la pelirroja segua perfectamente y al parecer, de mejor humor que nunca.

Cuando Roy Stanley sali de su dormitorio, llam dbilmente, con los nudillos, a la puerta de Tina.

Ella sali. Le estaba esperando. Ya haban quedado en eso.

Cogidos de la mano se acercaron al dormitorio del dueo del casern y de su llamativa esposa. Pisaban sobre la alfombra, as que no hacan el menor ruido. Esperaba Tina, acaso, or ayes y quejidos? Tal vez s. Pero lo cierto es que slo oyeron la voz de Margaret, muy alegre, muy alborozada, que deca.

Me haces feliz, muy feliz... De veras me comprars la pulsera de brillantes?

S, Margaret le oyeron responder a Maxim Lloyd, te la comprar as que mis tos se vayan. No quisiera que pensaran que haca mal uso del dinero que me han puesto en el Banco. Pero cuenta con la pulsera. Ya es tuya.

Roy Stanley apart de la puerta a la muchacha.

No tenemos por qu seguir escuchando le dij a Tina. Todo marcha bien por este sector. Por lo menos, de momento.

S dijo ella.

Instantes despus, se despedan ante la puerta de sus respectivos dormitorios.

Buenas noches, Tina.

Buenas noches, Roy.

Y el beso que me prometiste al regreso?

Aqu est, te lo he estado guardando le hizo un gracioso mohn. Si vienes a buscarlo...

Roy Stanley no se hizo esperar.

El nunca se haca esperar para nada, ni siquiera para lo malo. Conque para lo bueno...!

CAPITULO VIIPero s, hubo otra persona que tambin quiso interesarse por la salud de Margaret Turner. Le amoscaba enormemente que no se hubiera dejado ver durante todo aquel da.

Oliver, pues se trataba de l, sali de su dormitorio a eso de las tres de la madrugada.

Hasta entonces, prefiri no intentar nada. Quiso asegurarse de que todos estuvieran durmiendo.

A esa hora, abri la puerta y sali al pasillo. Pero su atencin, en aquel preciso instante, la acapar un ruido que llegaba de la planta baja.

Oliver no era muy valiente, pero tampoco tena nada de cobarde, as que opt por descender la alfombrada escalera y ver a qu se deba aquel ruido.

Ya abajo, vio entreabierta la puerta de salida.

Sali l a su vez.

No vio a nadie, pero s las huellas de unos pasos que se perdan a lo lejos. Como el suelo estaba mojado, las huellas permanecan sumamente visibles.

Las sigui. Tena que averiguar qu se esconda tras todo aquello. Estaba seguro de que lo conseguira.

En esto no iba a equivocarse.

Pero iba a pagarlo de un modo tan horrible! Con la moneda ms cara, la de su propia vida!

Se detuvo momentneamente junto a aquellas huellas, que la lluvia, que de nuevo arreciaba, estaba borrando. Pero en eso, de sbito, not un dolor agudsimo en la nuca.

Todo le dio vueltas, todo se le fue de un lado para el otro. De arriba abajo y de abajo arriba. Luego sinti que se le doblaban las rodillas y que se iba hacia el suelo como un saco.

No tardara en volver en s.

Al menos a Oliver le caus esa impresin, muy relativa, por otra parte.

Pero al recobrar el conocimiento, tuvo que maldecir, y maldijo, el haber nacido. Tuvo que maldecir de su suerte. Comprendi cul iba a ser su final. No, no haca falta ser muy listo para eso.

Estaba amarrado a un rbol, con gruesas cuerdas. Como en otra ocasin lo estuviera

Loretta y como, quiz, tambin lo estuvo su cuada Ann...

No poda moverse. Ni poco ni mucho. Le haban atado de pies y de manos. A conciencia.

Frente a l, estaba su asesino...

Con la mirada alucinante, demonaca, mostrando en su diestra el ltigo, el azote de cadenas... El escorpin...! Su diestra lo sujetaba con aterradora y monstruosa ferocidad...

No! Nooooo...! exclam.

Un pavor tan espantoso se haba adueado de su ser, que el temblor que le cogi, como si le estuviera dando un ataque de epilepsia, slo fue un tenue exponente de lo que estaba sintiendo.

No puedes evitarlo. Ests sentenciado...

Viendo que el azote se alzaba en el aire, Oliver inici un grito, un chillido, un alarido...

Pero el escorpin, con sus diversas cadenas, impulsadas por una fuerza demoledora, cayeron sobre su boca... En un choque brutal, terrorfico, espeluznante...

Los labios le quedaron aplastados. Sus dientes y muelas saltaron, hechos aicos. El grito muri, casi antes de nacer.

De nuevo se alz el siniestro escorpin, y Oliver quiso coger aliento, aunque slo fuera para resistir el nuevo y horrible golpe que le esperaba. Pero el aire no pudo entrar en sus pulmones, pues en su boca slo haba trozos de dientes y sangre. En cuanto a su nariz, qued hundida, desquebrajada, con todos sus huesos y tabiques rotos, ante la nueva, exasperada, fiera e irascible acometida del escorpin...

Sinti que volvan a doblrsele las rodillas, comprendiendo que de nuevo iba a perder el conocimiento. Comprendiendo, asimismo, que ya no volvera en s.

De este desvanecimiento ira directo hacia la muerte...

Una muerte que estaba all, en aquel ltigo, en aquel azote, en aquellas diablicas e infernales cadenas.

En efecto, no haba de recuperar el conocimiento.

Desde luego, fue un bien para l.

El escorpin se ensa con su cuerpo. Una y otra vez. Cien. Mil veces.

Qued sin ropas, inundado de hematomas. Con el cuerpo oscuro, morado, casi negro...

CAPITULO VIII

Roy Stanley se haba vestido en pocos segundos, saliendo precipitadamente de su dormitorio. Le haba parecido or, no muy lejos del casern, un grito, o quiz tan slo el inicio del mismo.

Esto le haba bastado y sobrado para saber que deba ir en busca de ese algo que poda ser una pista.

Pero apenas en el pasillo, se detuvo, qued con los pies clavados en el suelo. Le dio la sensacin de que una de aquellas puertas acababa de cerrarse. Muy sigilosamente, con gran tiento.

De todos modos, era ya tarde para saber qu puerta haba sido aqulla, tras la que, de ser cierta su sensacin, alguien, quien fuera, haba llegado a tiempo de esconderse.

Lo mejor era pasar por alto el detalle, y seguir adelante. En busca de la persona que haba gritado. Aunque no, no estaba an seguro de que tal cosa hubiera sucedido. Pero, claro, tena que asegurarse.

Ya en la planta baja, encontr entreabierta la puerta de salida. Como recibiendo facilidades para ir en pos de lo que buscaba.

Arrug el entrecejo. Nunca le haban gustado las facilidades. Saba, por experiencia, que suelen oler a chamusquina.

Sin embargo, en este caso concreto, posiblemente no se tratara de eso. Si alguien haba llegado con el tiempo justo de protegerse tras una de aquellas puertas, lo lgico era suponer que haba tenido que precipitarse en exceso. De ello, posiblemente, que no pudiera actuar con toda la pulcritud precisa.

As que estuvo fuera, busc pisadas, huellas por las que guiarse. No encontr absolutamente nada. La lluvia se estaba encargando de borrarlo todo.

Encamin sus pasos, dejndose guiar por el instinto. Saba que lo tena bueno, de sabueso de categora. Haba podido demostrarlo en muchas ocasiones.

Esta vez no fue la excepcin. Se dirigi rectamente hacia el rbol en que haba de encontrar muerto a Oliver. ..

En aquel preciso instante, de sbito, percibi un ruido tras l. Tuvo que girarse a una velocidad meterica para llegar a tiempo de impedir que el desconocido le diera en la cabeza, con aquella gruesa rama de rbol.

Al acto, sali disparado su puo cerrado hacia el mentn de aquel hombre, de mediana estatura, que vesta una americana sucia y vieja, y que llevaba la barba muy crecida. Un hombre que se tambale ante lo imprevisto y contundente del contraataque recibido.

Cayndole la lluvia encima, el hombre le mir con ansias de desquite. Pero no caba dudarlo, a juzgar por su aspecto, estaba cansado, agotado, y careca de las facultades fsicas precisas para enfrentarse y hacer frente a un hombre de la juventud, la talla y la vitalidad de Roy Stanley.

* * *

Qu te pasa, tienes miedo a recibir ms...? le inst Ray a seguir peleando, aunque de antemano comprendiendo que la pelea haba concluido ya.

No he sido yo... murmur el hombre, que apenas poda tenerse en pie. Me refiero..., me refiero a ese hombre muerto... Le aseguro que yo no he sido...

No, eh...? le increp. Quin, entonces...? Algn fantasma que anda suelto por aqu? Adems, no disimules, ibas a darme con la rama en la cabeza, no?

Tema que me hubiera visto, y que me creyera culpable... Pero no, no he sido yo...

No creo que la polica te crea. Lo tienes feo, amigo y sentenci, sin necesidad de ms. T eres Richard. Mann, no es eso?

S, s... reconoci el hombre. Quien a continuacin agreg: Ya no quiero huir ms, ya no puedo ms. Estoy sin comer desde que me escap de la prisin, apenas he dormido, por miedo a ser sorprendido. Pero no, yo no he matado a ese hombre...

Un hombre... acercndose a l, Roy Stanley le cogi por las solapas de la americana, sacudindole que ha muerto de forma anloga a como muri tu esposa, Loretta... Empezamos ya todos a entender de eso... A golpes de cadenas de escorpin...

No irs a decirme que a tu esposa tampoco la mataste t, verdad?

S, a ella s la mat yo afirm Richard Mann. Era una desvergonzada! Jur que la matara y, para eso, para matarla, me escap de la prisin. Pero a la seora que viva actualmente en el casern, y que enterraron ayer, yo no la mat... Todo el mundo, en Susseng, habla, comenta y da por seguro que he sido yo... Pero no, no he sido yo... Tampoco he matado yo a este hombre... Se lo juro!

Eras t quien presenci el entierro, ayer, alejado de la comitiva, medio escondido entre los setos del cementerio...

S, era yo.

Qu hacas all?

Quise or los comentarios.

Dime, de dnde sacaste el ltigo de cadenas para matar a tu esposa? pregunt Roy Stanley, sin soltar las solapas de su sucia y vieja americana.

De la casa de mi jefe. Bueno, era mi jefe, cuando yo viva y trabajaba aqu, en Susseng.

Dime su nombre.

Anthony Mitter. Tiene una tienda de comestibles. Yo fui su dependiente, durante ms de tres aos.

Dnde tena el escorpin...? pregunt.

Es aficionado a coleccionar ciertas armas antiguas. Las tiene adornando una de las paredes de la salita de estar.

Cmo conseguiste llegar hasta la salita?

Tienen una puerta que da a la trastienda. Entr por all, con una ganza. Fue sencillo.

Qu hiciste con el escorpin, despus de matar a tu esposa Loretta?

No s, no lo recuerdo...

Haz memoria! Roy Stanley le zarande. Haz memoria o te parto la cara a golpes!

De veras, no lo recuerdo... gimote Richard Mann, que segua sin apenas poder mantenerse en pie. Creo que me cay entre unos matorrales... S, es eso... Se me cay por ah cerca... Cerca de donde mat a Loretta...

Me ests contando muchos cuentos chinos... buf, pero en el fondo convencido de que todo aquello era verdad. Mira que yo no soy idiota. No lo he sido nunca.

Le juro que es cierto todo lo que le he dicho. Lo malo ser que no me crea nadie... y tembl ante el temor de pagar, no por una muerte, sino por varias.

Roy Stanley supo leerle el pensamiento.

Por matar a Loretta, podrs salvarte de la ltima pena. Por matar a varias personas, no lo creo... Te lo juegas todo, pues, en que te crean o no.

S, s, me lo juego todo tembl an ms. Pero qu puedo hacer yo? se lament, entre quejidos. Estoy en un callejn sin salida, atrapado por las manipulaciones de otro an ms asesino que yo.

Puedes hacer lo que yo te diga habl calmosamente Roy Stanley, y ahora s solt las solapas de su americana. Es tu ltima oportunidad. No lo dudes.

De qu se trata?

Lo hars? pregunt a su vez.

Si eso ha de salvarme, s...

Te salvars, te lo aseguro. Si es verdad que no me has mentido en nada.

No, no le he mentido.

Pues, en ese caso, todo ir bien. Slo cargars con un crimen, con el que has cometido.

Dgame lo que tengo que hacer. Lo har.

CAPITULO IX

El teniente Mason se dirigi hacia el viejo casern, as que recibi la llamada telefnica.

Se trataba de un nuevo crimen.

No cabe duda sentenci, poco despus de llegar otra vez Richard Mann...

Iguales, idnticas caractersticas... Est clarsimo.

Margaret Turner, que haba bajado de su habitacin, ms llamativa y guapa que nunca, le pregunt:

De veras, teniente, lo ve tan claro? y sin ms: Pues detngale de una vez! A este paso, va a acabar con todos nosotros.

Se escurre como una anguila se justific el teniente Mason.

Ya lo vemos Margaret Turner haba ironizado. Pero no, no creo que ese hombre sea el asesino...

Acaso su marido opina algo distinto? quiso saber.

S dijo ella. Maxim opina de muy distinta manera. Si quiere, l mismo le dir cmo ve las cosas... Disclpeme un momento, voy a buscarle... No debe saber que ya est usted aqu.

Fue al encuentro de Maxim Lloyd, quien no tard en bajar por la escalera.

Le ruego que me disculpe, teniente, no le haba odo llegar. En fin, quiere saber exactamente lo que opino de todo esto? Pues bien, se lo voy a decir, sin ms ambages. El asesino es uno de los que estamos aqu.

El doctor Bartrey, que tambin en esta ocasin lleg acompaando al teniente Mason, torci el gesto, al or tales palabras. De todos modos, l pareca estar pendiente de que Margaret Turner volviera a ponerse ante sus ojos. Se haba hecho el propsito de no irse de all, sin antes hablar con ella. Hablarle a solas, sin que nadie les oyera.

La otra vez tuvo que marcharse sin lograr su deseo, pero en esta ocasin ya se las arreglara para no irse, mientras no se hubiera salido con la suya.

No tiene sentido lo que acaba de decir, seor Lloyd regres el teniente Mason. A Loretta la mat su marido, Richard Mann... Todos saben que haba dicho que la matara... Adems, se ha escapado de la prisin, no? Como si todo esto fuera poco significativo, ms de uno le ha visto y reconocido, aqu en Susseng... Qu ms quiere, para saber de fijo que se trata de l?

A Loretta la mat su marido... usted mismo lo ha dicho, teniente Maxim Lloyd, a travs del capuchn, de la tela negra, sacaba una voz ms aguda y cortante que nunca. Pero y estos otros crmenes? Mi ta Ann, y ahora mi to Oliver...

Las muertes han sido efectuadas por una misma persona, por un mismo asesino.

No se ha dado cuenta de que las caractersticas concuerdan, de que todo encaja de un modo exacto?

Yo no me fiara de eso, teniente mascull Maxim Lloyd. Puede ser un cebo. En fin, usted es el polica y a usted le incumbe esclarecer el asunto. Yo, ahora, con el permiso de los presentes, me retiro... Me duele horriblemente la cabeza...

Todos sintieron que un escalofro recorra sus vrtebras. Acaso Maxim Lloyd tena cabeza?

Le vieron subir la escalera, pisando con esfuerzo la descolorida y gastada alfombra.

Mientras tanto, unos y otros, ahora incluso el propio teniente Mason, se decan que deban tener cuidado con l. Mucho cuidado. Quiz esos dolores le estuvieran trastornando, desquiciando, y aquellas muertes fueras las trgicas y funestas consecuencias de los mismos.

Haba sido Maxim Lloyd, desde luego, quien acababa de decir que el asesino era uno de ellos. De ser l culpable, no pareca lgico que se hubiera expresado en tales trminos.

Pero, nunca se sabe, tal vez lo haba dicho para despistar.

Poco despus, Margaret Turner volva a presentarse ante ellos. En esta ocasin, coment que Maxim se senta excesivamente impresionado por todo lo sucedido, por aquellas muertes, cometidas en el espacio de tan pocas horas.

Sigue asustada? le pregunt Roy Stanley, as que pudo hacer un aparte con ella.

De Maxim, no... De veras que no... intent sonrer, y la verdad es que lo consigui con bastante fortuna. Sabe? Me va a comprar una pulsera de brillantes...

Roy no le dijo que eso ya lo saba.

Se muestra muy amable v comprensivo conmigo...

Me alegro.

De todos modos repuso alguien parece empeado en eliminarnos. Eso no resulta tranquilizador y agreg, casi al acto. El teniente Mason dice que ha sido Richard Mann quien ha matado a ta Ann y a to Oliver... Maxim, por su parte, est seguro

de que el asesino es uno de nosotros... Usted qu opina?

An no lo s con exactitud. Y usted, Margaret?

No s. Slo s... y baj la voz hasta casi hacerla inaudible que, desde hace rato, el doctor Bartrey no hace ms que mirarme de un modo extrao. Ese hombre siempre me ha dado miedo. Lo mismo que Peter... No puedo evitarlo...

Voy a alejarme, Margaret le hizo saber Roy Stanley. As facilitaremos la situacin al doctor Bartrey, si es que quiere acercarse a usted... Si se tratara de algo importante resumi, venga en seguida a hacrmelo saber, de acuerdo?

S dijo ella.

En efecto, as que Roy Stanley se alej de all y se fue hacia donde se hallaba Tina Powell, que por cierto le recibi con una sonrisa que era todo un poema de seduccin, el doctor Bartrey, sin necesidad de esperar a ms, se acerc a Margaret Turner.

Tengo que hablarte seriamente le comunic.

De veras?

S.

Ante todo, quiero tener la seguridad de que jams dirs a nadie que yo te llev a aquella casa y aadi. No te imagines cosas raras. Simplemente, tengo a mi esposa muy enferma del corazn, gravsima, comprendes? Si se enterara de lo que hice, la matara del disgusto... Por eso, apenas llegamos a la casa, te dej sola... Quera asegurarme de que nadie nos espiaba... S ratific, la matara del disgusto si se enterara... Y no, no quiero que eso suceda.

No dir nada repuso Margaret Turner.

En pago a ese favor... puntualiz el doctor Bartrey, tras pasarse la palma de la mano por su despejada frente, estoy dispuesto a compensarte bien.

A compensarme? hizo un gesto de extraeza.

No con dinero, claro especific, sino con una informacin que te puede resultar muy valiosa. Se trata de Maxim, y de lo que yo, como mdico de Susseng, s de l...

Qu sabe?

Si sigue viviendo, en sus condiciones, es porque toma no s qu droga, o algo as...

Se la dio un brujo de aquellas tierras... Tiene que tomarla, as que siente dolor en el cerebro... El da que deje de tomar esa inslita medicina, se descompondr materialmente, se corromper sbita y totalmente...

Y saber eso me puede resultar valioso? pregunt. Francamente, no le comprendo...

Si un da te cansas de l, te bastar con hacer estallar el frasco contra el suelo, o simplemente vaciar su contenido... Un hombre como l manifest tiene, forzosamente, que asustar a cualquier mujer... Por lo dems, t eres muy guapa y muy tentadora, y podras encontrar otro hombre que te gustara ms...

Como usted? inquiri con gesto de asco.

S, por qu no...? Yo podra hacerte muy feliz. Despus, cuando mi esposa muriera, podramos casarnos.

Peter puede que est loco, pero usted, doctor Bartrey, an lo est ms. De lo contrario, hubiera comprendido que he sido una mujer de la calle, una cualquiera, s, pero que de eso a lo que usted dice, hay un abismo. Djeme en paz!

Le dio la espalda, alejndose de l.

* * *

Ahora era David quien hablaba con Roy Stanley, mientras la vieja criada, delgada, enjuta, con el cabello muy blanco, recogido en un moo, con su delantal a cuadros, serva unos whiskys para reconfortar convenientemente los nimos.

Se ha dado cuenta? Ahora slo quedo yo... S, cada vez me reafirmo ms en lo que le dije, recuerda? Maxim ha debido averiguar que, por nues