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CUERPO DE GESTION JCYL PROMOCION INTERNA GRUPO II ACADEMIA IRIGOYEN 3.0 1 TEMA 2. – LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA: CONCEPTO Y CLASES. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y EL DERECHO: EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD. LAS POTESTADES ADMINISTRATIVAS. CONTROL DE LA ACTIVIDAD DISCRECIONAL DE LA ADMINISTRACIÓN. 1.- LA ADMINISTRACION PÚBLICA: CONCEPTO Y CLASES El concepto de Administración Pública se puede abordar desde una perspectiva funcional o de actividad y desde una perspectiva orgánica o subjetiva. Funcional. Como tarea. En este sentido administración hace referencia a un concepto dinámico que se contrapone a otras formas de manifestación del Poder Público, como la legislación o la jurisdicción. Orgánica. Desde esta perspectiva se considera a la Administración como el conjunto de órganos o instituciones que llevan a cabo esa actividad que se estima administrativa. Sin embargo, observamos como en ambos sentidos se parte de un concepto previo de lo que es Administración, concepto que es preciso esclarecer para llegar a una definición precisa de lo que es la Administración Pública. Atendiendo a su sentido etimológico o vocablo Administrar proviene del latín "ad ministrare” que significa servir. Gil Robles indica que administrare se deriva probablemente de ad manus trahere que implica alusión a la idea, de manejo o gestión. Por ello afirma el profesor Garrido Falla que la Administración alude a gestión de asuntos o intereses. El diccionario de Lengua Española, por su parte emplea el término administrar como equivalente a gobernar, regir, o cuidar, y el administrador es la persona que administra bienes ajenos. En consecuencia, Administración, por su raíz etimológica recoge dos ideas fundamentales: las de gestión y subordinación. En efecto, la función administrativa supone una actividad gestora, esto es, de realización de fines mediante el empleo de medios pertinentes, y una actividad subordinada, en cuanto que esos fines y esos medios vienen predeterminados por consideraciones superiores de tipo político. A ello Garrido Falla añade la nota a alteridad, ya que la acción administrativa se ejerce, normalmente, respecto de bienes o intereses que no son propios sino, muy al contrario, ajenos: los de la comunidad. La Administración Pública en el ordenamiento jurídico español. La Administración Pública se presenta en nuestro ordenamiento jurídico totalmente organizada, como un auténtico órgano del Estado, siendo los funcionarios simples agentes de dicha organización. www.academiairigoyen.com

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TEMA 2. – LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA: CONCEPTO Y CLASES.

LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y EL DERECHO: EL PRINCIPIO DE

LEGALIDAD. LAS POTESTADES ADMINISTRATIVAS. CONTROL DE

LA ACTIVIDAD DISCRECIONAL DE LA ADMINISTRACIÓN.

1.- LA ADMINISTRACION PÚBLICA: CONCEPTO Y CLASES

El concepto de Administración Pública se puede abordar desde una perspectiva

funcional o de actividad y desde una perspectiva orgánica o subjetiva.

Funcional. Como tarea. En este sentido administración hace referencia a un

concepto dinámico que se contrapone a otras formas de manifestación del Poder

Público, como la legislación o la jurisdicción.

Orgánica. Desde esta perspectiva se considera a la Administración como el conjunto

de órganos o instituciones que llevan a cabo esa actividad que se estima

administrativa.

Sin embargo, observamos como en ambos sentidos se parte de un concepto previo de

lo que es Administración, concepto que es preciso esclarecer para llegar a una

definición precisa de lo que es la Administración Pública.

Atendiendo a su sentido etimológico o vocablo Administrar proviene del latín "ad ministrare” que

significa servir. Gil Robles indica que administrare se deriva probablemente de ad manus trahere que

implica alusión a la idea, de manejo o gestión. Por ello afirma el profesor Garrido Falla que la

Administración alude a gestión de asuntos o intereses. El diccionario de Lengua Española, por su parte

emplea el término administrar como equivalente a gobernar, regir, o cuidar, y el administrador es la

persona que administra bienes ajenos.

En consecuencia, Administración, por su raíz etimológica recoge dos ideas

fundamentales: las de gestión y subordinación. En efecto, la función administrativa

supone una actividad gestora, esto es, de realización de fines mediante el empleo

de medios pertinentes, y una actividad subordinada, en cuanto que esos fines y esos

medios vienen predeterminados por consideraciones superiores de tipo político.

A ello Garrido Falla añade la nota a alteridad, ya que la acción administrativa se

ejerce, normalmente, respecto de bienes o intereses que no son propios sino, muy al

contrario, ajenos: los de la comunidad.

La Administración Pública en el ordenamiento jurídico español.

La Administración Pública se presenta en nuestro ordenamiento jurídico totalmente

organizada, como un auténtico órgano del Estado, siendo los funcionarios simples

agentes de dicha organización.

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La Administración Pública no es representante de la comunidad −como ocurre al

Parlamento−, sino una organización puesta a su servicio. Así la Constitución Española

al referirse a la Administración, además de subrayar como primera nota definitoria su

carácter servicial (Art. 103.1 La Administración pública sirve con objetividad los

intereses generales), extrae de ello inmediatamente su condición de subordinada o

sometida (Art. 103.1 con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho; Art.. 106.1: Los

tribunales controlan la legalidad de la actuación administrativa, así como el

sometimiento de ésta a los fines que la justifican).

Pero no solo matiza la Constitución estos dos caracteres, sino que además establece

cuales han de ser los principios de actuación de la Administración Pública; eficacia,

jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación (Art. 103.1)

Esta organización servicial de la comunidad que es la Administración Pública, aparece

con personalidad jurídica propia y para el derecho Administrativo, al que está

sometida, es, ante todo, un sujeto de relaciones jurídicas.

Hay que destacar también cómo en lugar de hablar de la administración pública en

singular hemos de hablar de administraciones públicas, de una pluralidad de

entidades administrativas dotadas cada una de ellas de personalidad jurídica. Esta

pluralidad de entes administrativos se ordena en las siguientes esferas: la

Administración General del Estado, la de las Comunidades Autónomas, la

Administración Local y la Administración Institucional (del Estado −RENFE, Instituto

Nacional de la Seguridad Social, etc.−, de las CCAA, por ejempo ECYL, SACYL, la

Gerencia de Servicios Sociales, el ITACYL, EREN… −, o de cada uno de los Entes

Locales −Empresa Municipal de Transportes, Patronatos de Viviendas, etc.−, y

finalmente, la Administración Corporativa −Cámaras Oficiales, Colegios

Profesionales, etc.−

El concepto que debe tenerse en la actualidad de lo que se entiende por

Administración Pública debe ser bien distinto al que se utilizaba en la anterior etapa

gobernada por un régimen antidemocrático, ya que la Administración no era más que

un apéndice del Gobierno, sin permitir la independencia entre la actividad del

Gobierno y la de la Administración.

Con nuestra Constitución, los perfiles de ambas instituciones se distinguen y se

recupera la función política para el Gobierno, inspirada en el principio de

legitimidad democrática, mientras que para la Administración se le asignan las

funciones administrativas y la potestad reglamentaria.

El Artículo 103 de la Constitución indica: “La Administración sirve con objetividad

los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia,

jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación con

sometimiento pleno a la Ley y al Derecho”. Al mismo tiempo, la Constitución

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también atribuye al Estado la competencia para que dicte las bases del régimen

jurídico de las Administraciones Públicas.

El artículo 3 de la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector

Publico, se refiere a los principios generales en relación a las Administraciones

Públicas y a este respecto preceptúa qué:

1. Las Administraciones Públicas sirven con objetividad los intereses generales y

actúan de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización,

desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la Constitución, a la Ley

y al Derecho. Deberán respetar en su actuación y relaciones los siguientes principios:

a) Servicio efectivo a los ciudadanos. b) Simplicidad, claridad y proximidad a los

ciudadanos. c) Participación, objetividad y transparencia de la actuación

administrativa. d) Racionalización y agilidad de los procedimientos administrativos y

de las actividades materiales de gestión. e) Buena fe, confianza legítima y lealtad

institucional. f) Responsabilidad por la gestión pública. g) Planificación y dirección

por objetivos y control de la gestión y evaluación de los resultados de las políticas

públicas. h) Eficacia en el cumplimiento de los objetivos fijados. i) Economía,

suficiencia y adecuación estricta de los medios a los fines institucionales. j)

Eficiencia en la asignación y utilización de los recursos públicos. k) Cooperación,

colaboración y coordinación entre las Administraciones Públicas

Eficacia.- El objetivo de la Administración Pública es hacer efectivo su propósito, alcanzar los intereses

generales, realizar su cumplimiento, conseguir sus objetivos.

Jerarquía.- No es otra cosa que la ordenación gradual y vertical de las competencias.

Descentralización.- La descentralización administrativa supone la existencia, además de la

Administración del Estado, de una serie de entes a los que se les encomienda la persecución de fines

públicos dotándoles de personalidad jurídica propia para su actividad. La clasificación de

descentralización podríamos realizarla en territorial, fundacional y corporativa. Territorial, en

provincias, municipios, comarcas, etc. Institucional, a través de organismos autónomos de derecho

público y Corporativa, la desarrollada por colegios profesionales, cámaras de comercio.

Desconcentración.- Supone una derivación de la actividad de un órgano administrativo a una serie

de departamentos, con el fin de no acumular un exceso de actividad, sin perder en ningún momento la

responsabilidad jurídica directa de los asuntos que trate.

Coordinación.- Como la ordenación, disposición del esfuerzo del grupo, a fin de conseguir la unidad

de acción en la persecución de un propósito. En nuestro derecho positivo son varios los órganos

administrativos que aparecen como encargados de llevar a buen fin este principio, así tenemos al

Presidente del Gobierno, que dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás

miembros del mismo; los Ministros coordinan las diferentes tareas en los diferentes departamentos de

sus ministerios; los Delegados del Gobierno en las CCAA les corresponde la coordinación propia de la

Comunidad en políticas del Estado; y los Subdelegados en las provincias.

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LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA Y ACTIVIDAD POLITICA.

Resulta comúnmente admitida la existencia de un sector de la actividad

gubernamental no susceptible de fiscalización jurisdiccional o, más precisamente,

y por referencia a nuestro ordenamiento, de imposible control por los Tribunales

Contencioso-Administrativos se trata de los denominados actos políticos o de

gobierno.

EL ACTO POLÍTICO SE VINCULA AL GOBIERNO ENTENDIDO COMO ÓRGANO

CONSTITUCIONAL DISTINTO DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Únicamente el Gobierno, en su articulación colegiada como Consejo de Ministros y en

su condición de órgano constitucional, es susceptible de producir actos de dirección

política que, en ningún caso, puede ser resultado de la actividad de la Administración

Pública por él dirigida.

EL ACTO POLÍTICO RESULTA DEL EJERCICIO DE COMPETENCIAS

CONSTITUCIONALMENTE ATRIBUIDAS AL GOBIERNO

La condición constitucional del órgano Gobierno significa la atribución directa e

inmediata al mismo de competencias específicas en la propia Norma Fundamental en

el ejercicio de las cuales se manifiesta la actividad política.

Por ejemplo la potestad constitucionalmente reconocida en el artículo 115 de la Carta Magna

de disolver las Cortes o el ejercicio de la iniciativa legislativa, explicitada en la aprobación y

posterior remisión a las Cortes de un proyecto de ley, como un acto político resultado de

«unas funciones específicas que la Constitución encomienda al Gobierno», o como una

«función política que se manifiesta en el ejercicio de competencias del Gobierno como órgano

constitucional que actúa en uso de su voluntad política».

LA FISCALIZACIÓN JUDICIAL DEL ACTO DE DIRECCIÓN POLÍTICA RESULTA POSIBLE EN

AQUELLOS DE SUS ELEMENTOS DEFINIDOS LEGISLATIVAMENTE Y QUE NO AFECTAN

AL FONDO DE LA DECISIÓN GUBERNAMENTAL

La postura del Tribunal Supremo a propósito del control judicial de los actos políticos

podría resumirse del siguiente modo: compete a la Jurisdicción Contencioso-

Administrativa, a solicitud de actor legitimado que invocare un derecho o interés

legítimo lesionado como consecuencia de una actuación gubernamental, identificar

en ésta:

a) una intervención catalogable como política, para lo cual deberá analizar sus

características a la luz del ordenamiento, y

b) la eventual existencia en la misma de algunos elementos sometidos a parámetros

legislativos.

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En presencia de una actividad política el Tribunal deberá abstenerse de sustituir o

enmendar la voluntad discrecional del órgano gubernamental y, además, habrá de

comprobar la adecuación a Derecho —en tales elementos reglados— de la actuación

de aquél, salvándose de este modo la politicidad decisoria o, lo que es lo mismo, el

control sobre el núcleo del poder político del Gobierno. En todo lo demás, y a salvo

siempre la competencia del Tribunal Constitucional, el control de los actos de

dirección política corresponde a las Cortes Generales o a los Parlamentos

territoriales; el control es, en tales casos, parlamentario y, por lo mismo, carente

«de parámetro normativo, objetivado, indisponible, no hay razonamiento jurídico

necesario. Son los principios de libertad y oportunidad los que rigen tanto la

composición del parámetro como la formulación del juicio valorativo o de

adecuación».

LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN EL ORDENAMIENTO ESPAÑOL. CLASES

La Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público, nos dice

en su artículo 2.3 que entiende por Administraciones Públicas la Administración

General del Estado, las Administraciones de las Comunidades Autónomas, las

Entidades que integran la Administración Local, así como los organismos públicos y

entidades de derecho público previstos en la letra a) del apartado 2, esto es,

cualesquiera organismos públicos y entidades de derecho público vinculados o

dependientes de las Administraciones Públicas.

Debemos subrayar que conforme al artículo 3.4. Cada una de las Administraciones

Públicas actúa para el cumplimiento de sus fines con personalidad jurídica única.

En cuanto a las clases de personas jurídicas públicas, la doctrina más común es la que

divide en Entes Territoriales y no territoriales.

Administración territorial, son aquellas que tienen el territorio como elementos

esencial y, además, se ocupan de la satisfacción de una generalidad de necesidad

públicas. Según el ámbito territorial sobre el que ejercen sus competencias, se

distinguen la Administración del Estado, las de las Comunidades Autónomas y la

Administración Local.

Administración no territorial, que son aquellas creadas por una Administración

Territorial, sin tener el territorio como elemento esencial y que se ocupan de la

satisfacción de determinadas necesidades públicas. Dentro de la Administración

institucional puede distinguirse entre entes corporativos y entes fundacionales.

1.- LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO. La Constitución Española dedica su Título IV al

Gobierno y la Administración, estableciendo el artículo 97 que “el Gobierno dirige la

política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado,

ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la

Constitución y las Leyes.”

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Así, el artículo 103 de la Constitución dispone que los órganos de la Administración

del Estado son creados, regidos y coordinados de acuerdo con la Ley.

2.- LAS ADMINISTRACIONES AUTONÓMICAS. Las Comunidades Autónomas están

creadas al amparo de lo dispuesto en el Capítulo Tercero del Título VIII de la

Constitución Española. Como premisa a la organización de las CCAA, el artículo 2

señala que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación

española, patria común e indivisible de todos los españoles, reconociendo y

garantizando el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la

integran y la solidaridad entre todas ellas.

El artículo 137 reconoce a las CCAA, ya que establece que el Estado se organiza

territorialmente en municipios, provincias y Comunidades Autónomas, gozando de

autonomía para la gestión de sus intereses.

3.- LA ADMINISTRACIÓN LOCAL.- El Titulo VIII de la Constitución Española dedica su

Capítulo Segundo a la Administración Local. El artículo 140 determina que la

Constitución garantiza la autonomía de los municipios. Estos gozan de personalidad

jurídica plena. Su gobierno y administración corresponde a los respectivos

Ayuntamientos integrados por los Alcaldes y los Concejales, siendo estos elegidos

por los vecinos de municipio mediante sufragio universal, libre, igual, directo y

secreto. Los Alcaldes serán elegidos por los Concejales o por los vecinos, en caso de

Concejo Abierto.

El artículo 141, respecto a la provincia nos dice que es una entidad local con

personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios y

división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado. En su

apartado 2º señala que el gobierno y administración autónoma de las provincias

estarán encomendadas a las Diputaciones u otras Corporaciones de carácter

representativo.

Así mismo, el artículo 141, en su apartado 3º contempla la posibilidad de crear

agrupaciones de municipios diferentes de la provincia, como son los supuestos de las

comarcas y de las áreas metropolitanas. Por último, el artículo 141.4 señala que en

los archipielagos, las islas tendrán además su administración propia en forma de

Cabildos o Consejos.

4.- ADMINISTRACION INSTITUCIONAL.- La Administración Institucional constituye

aquel sector de la Administración Pública integrado por los entes públicos menores

de carácter no territorial que asumen la gestión y la satisfacción de un fin público

(Por ejemplo la Seguridad Social) disponiendo cada una de ellas de personalidad

jurídica propia distinta de la de la Administración General a la que se vinculan o

en la que se integran.

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Respecto al contenido de la Administración Institucional, se ha de señalar que dentro

de la enorme gama de entes que componen esta Administración, cabe establecer dos

grandes grupos, atendiendo a su estructura y funcionamiento, siendo estos los entes

corporativos y los entes fundacionales.

5.- LAS CORPORACIONES están construidas sobre la base de universitates

personarum, colectivos de personas, que persiguen intereses comunes a tales

personas. Por ello se encuentran animados por una voluntad interna y pueden

organizarse democráticamente. Un ejemplo son los colegios profesionales o las

cámaras.

En ellas se combinan fines privados y públicos. Son asociaciones permanentes y

obligatorias de personas físicas y jurídicas para la satisfacción y defensa de sus

intereses comunes que pueden ser públicos o privados.

Podemos distinguir dos tipos de corporaciones: 1. Las que se crean por razones

objetivas, es decir, por razón de la materia de la que se ocupan, como por ejemplo

las Cámaras de Comercio. 2. Y las que se crean en atención a la cualidad de las

personas que la integran, como por ejemplo los Colegios Profesionales.

6.- ADMINISTRACIÓN CONSULTIVA.- El término administración consultiva se opone al

de administración activa, en cuanto que la finalidad de aquella es la de preparar la

actuación de otros órganos, el de aconsejar. Los órganos activos necesitan muchas en

muchas ocasiones para llegar a una adecuada formación de su voluntad, el

asesoramiento de otros órganos, especialmente capacitados para ello, realizando su

función mediante informes o dictámenes, verbalmente o por escrito, de carácter

jurídico o técnico. El supremo órgano consultivo del Gobierno, es el Consejo de

Estado, regulado por la Ley Orgánica 3/1980, de 22 de abril y, en nuestro ámbito

autonómico, el Consejo Consultivo de CYL.

EL GOBIERNO Y ADMINISTRACION.

El GOBIERNO constituye, con la Administración, el Poder Ejecutivo. En nuestro

Derecho, la denominación de Gobierno corresponde al Consejo de Ministros con su

Presidente, pudiendo calificarse con el estrato superior de toda la organización

jerárquica del Poder Ejecutivo, siendo la Administración todos los estratos que van

desde Ministro hacia abajo.

La Constitución dedica al tratamiento del Gobierno su Título IV, denominado "del

Gobierno y la Administración". En sentido estricto, el Gobierno equivale al Consejo

de Ministros, y respecto del mismo el artículo 97 de la C.E. señala que el Gobierno

dirige la política interior y exterior, la Administración Civil y Militar y la defensa

del Estado, ejerciendo la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de

acuerdo con la Constitución y las Leyes.

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Los principios que configuran su funcionamiento son tres: el principio de dirección

presidencial, que otorga al Presidente del Gobierno la competencia para determinar

las directrices políticas que deberá seguir el Gobierno y cada uno de los

Departamentos; la colegialidad y consecuente responsabilidad solidaria de sus

miembros, y el principio departamental que otorga al titular de cada Departamento

una amplia autonomía y responsabilidad en el ámbito de su respectiva gestión.

La ADMINISTRACIÓN está integrada junto al Gobierno en el Poder Ejecutivo.

A ella se refieren específicamente los artículos 103 a 106 CE, desarrollados por

extenso por la Ley 39/2015 y 40/2015.

El artículo 103 de la C.E. se refiere a la misma, entendida en un sentido general,

estableciendo que:

1) La Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales y actúa

de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización,

desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho.

2) Los órganos de la Administración del Estado son creados, regidos y coordinados de

acuerdo con la Ley.

3) La Ley regulará el Estatuto de los Funcionarios Públicos, el acceso a la Función

Pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, las peculiaridades del

ejercicio de su derecho a sindicación, el sistema de incompatibilidades y las

garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus funciones.

Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bajo la dependencia directa del Gobierno,

tendrán como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y

garantizar la seguridad ciudadana.

El artículo 105 CE establece que la Ley regulará:

a) La audiencia de los ciudadanos, directamente o a través de las organizaciones y

asociaciones reconocidas por la Ley, en el procedimiento de elaboración de las

disposiciones administrativas que les afecten.

b) El acceso de los ciudadanos a los archivos y registros administrativos, salvo en lo

que afecte a la seguridad y defensa del estado, la averiguación de los delitos y la

intimidad de las personas.

c) El procedimiento a través del cual deben producirse los actos administrativos,

garantizando, cuando proceda, la audiencia del interesado.

En cuanto a la responsabilidad de la Administración, los particulares, en los términos

establecidos por la Ley, tendrán derecho a ser indemnizados por toda lesión que

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sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor,

siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos.

Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación

administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.

LA ADMINISTRACION, LOS PODERES Y LAS FUNCIONES DEL ESTADO.

De una manera general podemos decir que el Estado aparece como una sociedad

políticamente organizada y dirigida por el poder soberano en un determinado

territorio. La teoría tradicional ha sostenido que el Estado tiene como elementos

esenciales para su formación: población, territorio y poder soberano.

La doctrina clásica y la legislación positiva han reconocido tres actividades

esenciales del Estado para realizar los fines, resultado del principio lógico-jurídico

de la división del trabajo aplicado a la teoría constitucional.

a. La función legislativa, que es la función encaminada a establecer las normas

jurídicas generales. El Estado moderno es el creador del orden jurídico nacional.

b. La función administrativa, que es la función encaminada a regular la

actividad concreta y tutelar del Estado, bajo el orden jurídico. La ley debe ser

ejecutada particularizando su aplicación. En sentido moderno el Estado es el

promotor del desarrollo económico y social de un país.

c. La función jurisdiccional, que es la actividad del Estado encaminada a

resolver las controversias, estatuir o declarar el derecho. La superioridad del Poder

Judicial en la sociedad moderna, lo coloca como el órgano orientador de la vida

jurídica nacional.

En puridad a cada poder debería corresponder una función específica, sin embargo

esta atribución no es tan radical sino que existen zonas de contacto y superposición

que la matizan:

A) El Poder Ejecutivo.- A su cabeza está el Gobierno de la nación, que dirige la

Administración pública, y aunque con este esquema se está pensando en un Estado

centralizado, este no es nuestro caso. Como veremos posteriormente, además del

Estado central hay Comunidades Autónomas y Administración Local y cada una de

estas instancias de poder tienen, en virtud de su autonomía, su propia

Administración. Es decir, la Administración pública se integra formalmente dentro

del Poder Ejecutivo.

No se trata de ejecutar sólo la ley. La Administración realiza una actividad muy

compleja que implica un amplio abanico de actuaciones todas ellas dirigidas a la

satisfacción del bien común: servicios públicos, planes económicos, obras públicas,

etc.

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Asimismo, la Administración dispone de potestad para ejecutar (llevar a cabo) sus

propios actos y resoluciones sin necesidad de acudir primero a los Tribunales, sin

embargo, su actuación deberá ajustarse en todo momento a la Ley y por esta razón

su actividad podrá ser controlada a posteriori por los Tribunales a instancia de los

administrados (perjudicados por la actividad de ejecución de la Administración).

B) El Poder Legislativo- El poder legislativo lo ejerce el Parlamento. Nuestro sistema

parlamentario es bicameral, es decir, el Parlamento se compone de dos cámaras: el

Congreso de los Diputados y el Senado. En el Parlamento reside la soberanía popular,

y por lo tanto es el órgano supremo de la nación. No se limita a dictar leyes que la

Administración y los particulares deben cumplir, sino que además toma decisiones

transcendentales para la nación sobre diversos temas de interés, como por ejemplo

la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.

Por otra parte, la Administración también ayuda en las tareas legislativas pudiendo

los parlamentos, en determinadas circunstancias, delegar al Gobierno para que

elabore leyes. Además, la Administración puede producir normas, si la ley lo

autoriza, en ámbitos que tenga reservados (se trataría no de leyes sino de

Reglamentos).

Hay, finalmente, cierta permeabilidad entre el legislativo y el ejecutivo, en cuanto

que la cabeza de la Administración, el Gobierno, emana del Parlamento y son del

mismo signo político. A pesar de esta circunstancia se puede afirmar que la

Administración, en el esquema del Estado de Derecho, adopta una posición

subordinada en cuanto debe de cumplir los mandatos, las disposiciones, las

instrucciones que son emanadas del Parlamento y no puede actuar contra lo

expresamente dispuesto por las leyes.

C) El Poder Judicial.- Está constituido por Jueces y Tribunales, que son los que

cuidan del sometimiento a la ley tanto de los ciudadanos como de los poderes

públicos. (Es interesante señalar en este momento que el Tribunal Constitucional no

se integra dentro del Poder Judicial).

El poder judicial es único para todo el Estado Español (art. 117 de la Constitución),

correspondiendo a los Jueces y Tribunales ordinarios determinados por las leyes,

según las normas de competencia y procedimiento que las mismas establezcan.

Los órdenes jurisdiccionales que existen en España son 5 y su división se realiza en

función de la materia sobre la que deben conocer los asuntos:

a) Civil: conoce de conflictos entre sujetos privados; legislación civil.

b) Penal: conoce de la comisión de delitos y aplicación de penas; legislación penal.

c) Contencioso-administrativo: conoce de los conflictos en los que interviene la

Administración; legislación administrativa.

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d) Social: conoce de los conflictos derivados de relaciones laborales y de Seguridad

Social; legislación laboral.

e) Militar: conoce de los asuntos tipificados como delito por el Código Penal Militar y

de la responsabilidad disciplinaria de los miembros del ejército (donde también se

integra formalmente el cuerpo de la Guardia Civil).

2.- LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA Y EL DERECHO: EL PRINCIPIO

DE LEGALIDAD

La Constitución española de 1978 establece una serie de principios básicos que

enmarcan la organización, la actividad y el funcionamiento de las

Administraciones públicas.

En concreto, tales principios surgen de las cláusulas genéricas relativas al estado que

se establecen en los primeros artículos de la norma fundamental [preámbulo y

artículos 1 y 2 de la Constitución española]: cláusula de Estado de derecho, cláusula

de Estado democrático, cláusula de Estado social, cláusula de Estado autonómico

Nos centraremos en la cláusula de Estado de derecho (art. 1 CE) tiene, desde la

perspectiva de la Administración pública, las siguientes implicaciones, que no son son

la expresión del PRINCIPIO DE LEGALIDAD.

1.1. El sometimiento del poder ejecutivo y de la Administración pública a la ley,

tal como establecen el artículo 97 CE: “El Gobierno dirige la política interior y

exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la función

ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las leyes.” y

el artículo 103.1 CE: “La Administración pública sirve con objetividad los intereses

generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía,

descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley

y al Derecho.”

1.2. El control judicial de la potestad reglamentaria y de la legalidad de la

actuación administrativa, según establece el artículo 106.1 CE: “Los tribunales

controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así

como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.”

1.3. El principio de responsabilidad patrimonial de la Administración pública, a

tenor del artículo 106.2 CE: “Los particulares, en los términos establecidos por la

ley, tendrán derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de

sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea

consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos.”

1.4. La reserva de ley, por ejemplo, como vimos para regular el procedimiento

administrativo o en materia de régimen jurídico de la función pública, según el

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artículo 103.3 CE: “La ley regulará el estatuto de los funcionarios públicos, el acceso

a la función pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, las

peculiaridades del ejercicio de su derecho de sindicación, el sistema de

incompatibilidades y las garantías para la imparcialidad en el ejercicio de sus

funciones.”

En síntesis, como poder público, la Administración pública en el Estado de derecho se

encuentra sometida a los principios constitucionales que enumera el texto

fundamental en el artículo 9.3: “La Constitución garantiza el principio de legalidad,

la jerarquía normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de las

disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la

seguridad jurídica, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los

poderes públicos.”

En términos generales, el principio de legalidad expresa el sometimiento necesario

del poder público a la norma general emanada de la soberanía popular representada

en el Parlamento estatal o Cortes y en los parlamentos o asambleas legislativas

autonómicas

En términos más concretos, para la Administración pública supone que su

funcionamiento y actuación están sometidos a la ley y al derecho (art. 103.1 CE).

Entre nosotros, dicha afirmación significa que la actuación administrativa está

subordinada a la totalidad del ordenamiento jurídico: Constitución española, leyes

estatales y autonómicas, disposiciones normativas con rango de ley (reales decretos

ley y decretos legislativos), tratados internacionales y derecho comunitario, así como

a las normas generales y reglamentos dictados por la propia Administración. Toda

actividad administrativa es, en consecuencia, susceptible de ser valorada respecto al

derecho, es decir, respecto a la totalidad del ordenamiento jurídico vigente.

En suma, para la Administración pública el principio de legalidad implica una

vinculación al ordenamiento en su conjunto, con independencia del rango de la

norma jurídica.

Por otra parte, la vigencia del principio de legalidad impone la existencia de un

conjunto de mecanismos de control, mediante los cuales quede asegurado de forma

eficaz dicho sometimiento de la Administración pública a la ley y al Derecho. Por

ello, el ya citado artículo 106.1 CE establece la competencia del poder judicial, de

los jueces y tribunales para controlar jurisdiccionalmente la potestad reglamentaria y

la legalidad de la actuación administrativa.

3.- MANIFESTACIÓN DEL PRINCIPIO DE LEGALIDAD: LAS POTESTADES

ADMINISTRATIVAS

La manifestación fundamental del principio de legalidad administrativa se traduce en

que la Administración pública solo es titular de las potestades atribuidas por norma

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legal. En otras palabras, la Administración pública requiere para su actuación una

habilitación legal previa. La doctrina administrativista española –encabezada por el

profesor GARCÍA DE ENTERRÍA- se refiere a esta vinculación como “vinculación

positiva” de la Administración a la ley.

Sin duda alguna, en materia de sanciones administrativas es donde el principio de

legalidad se expresa con carácter absoluto. La Ley 40/2015, de 26 de noviembre, de

régimen jurídico de las Administraciones públicas y del procedimiento administrativo

común (LRJPAC), que contiene los principios que rigen la potestad sancionadora,

dispone expresamente en su artículo 127 que:

“1. La potestad sancionadora de las Administraciones públicas, reconocida por la

Constitución, se ejercerá cuando haya sido expresamente atribuida por una norma

con rango de Ley, con aplicación del procedimiento previsto para su ejercicio y de

acuerdo con lo establecido en este Título.

El ejercicio de la potestad sancionadora corresponde a los órganos administrativos

que la tengan expresamente atribuida, por disposición de rango legal o reglamentario

[...]”.

3.- LAS POTESTADES ADMINISTRATIVAS

Como se ha dicho, la ley atribuye potestades a la Administración, esto es, facultades

de actuación o, en otras palabras, la habilita para actuar confiriéndole poderes

jurídicos. De este modo, toda actuación administrativa se presenta como ejercicio

de un poder atribuido por una ley previa y por ella delimitado.

En suma, sin la atribución legal previa de potestades la Administración pública no

podría actuar. Es más, en tanto las potestades administrativas son conferidas por el

ordenamiento jurídico, son inalienables, intransmisibles e irrenunciables.

El ordenamiento jurídico atribuye a la Administración un abanico de potestades

públicas (potestad reglamentaria, potestad sancionadora, potestad expropiatoria,

potestad certificante, etc.) que la doctrina acostumbra a clasificar atendiendo a

criterios distintos. Sin embargo, aquí se hará únicamente referencia a la entre

potestades regladas y potestades discrecionales.

La justificación de esta distinción se encuentra en la “amplitud” del poder que tiene

la Administración durante su ejercicio. Si bien la atribución expresa de las facultades

administrativas por la ley es una fórmula aplicable a todos los casos, existe una

distinción en el modo en que dicha atribución se realiza.

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Así, por una parte, la ley puede determinar detalladamente todas y cada una de las

condiciones del ejercicio de la concreta potestad, de modo que el supuesto legal y la

realidad de los hechos ante la que aquella se ejercerá no admita margen alguno de

discrecionalidad o maniobra por parte de la Administración. Esto ocurre, por

ejemplo, la liquidación de un tributo, la jubilación por edad de un funcionario, la

emisión de un certificado o el otorgamiento de una autorización. En estos casos nos

encontramos ante potestades claramente regladas en todos sus aspectos.

Por el contrario, la ley puede por otra parte delimitar y conceder una potestad en

favor de la Administración, dejando algunas de las condiciones de ejercicio de dicha

facultad a la apreciación subjetiva de la Administración que la ejerza. Así, por

ejemplo: fijación del quantum de una subvención, determinación del contenido de

una norma reglamentaria o de un plan urbanístico.

El ejercicio de las potestades regladas reduce la Administración a una simple

constatación del supuesto de hecho legalmente descrito y a la aplicación de

las determinaciones de la norma legal al caso concreto. Se trata de un proceso

aplicativo automático de la ley.

En el proceso aplicativo de la ley que confiere la potestad discrecional, por el

contrario, se da entrada a la estimación subjetiva de la Administración, a cierto

margen de discrecionalidad administrativa y, más concretamente, al margen de

discrecionalidad que la misma ley permite, pues discrecionalidad no significa plena

libertad de la Administración ante la norma legal.

4.- EL CONTROL DE LA ACTIVIDAD DISCRECCIONAL

La discrecionalidad y su control por el poder judicial es uno de los temas que han

despertado mayor atención e interés entre los juristas y estudiosos del derecho

dando lugar a posturas tan opuestas que hace se ha llegado a considerar que es una

polémica irreductible. Resulta cuanto menos curioso indicar que estos estudiosos se

han referido a esta cuestión como “el caballo de Troya del Estado de Derecho.

EL CONCEPTO DE DISCRECCIONALIDAD ADMINISTRATIVA

La discrecionalidad administrativa surge como consecuencia de la regulación que la

ley realiza de ciertas potestades administrativas pues puede ocurrir que la ley fije de

manera agotadora todas y cada una de las condiciones de ejercicio de una potestad

de modo que a la Administración solo le quepa una opción a la hora decidir (por

ejemplo si un interesado cumple con los tres requisitos establecidos para obtener una

subvención la Administración tiene escaso margen de decisión). Sería un caso de

potestades regladas. Por el contrario, si se limita a fijar alguna de las condiciones de

ejercicio de dicha potestad, lo que es muy habitual, remitiendo el resto a la

apreciación o juicio de la Administración, hablamos de potestades discrecionales.

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Esto supone que mientras en ejercicio de las potestades regladas la Administración se

limita a constatar que se encuentra en presencia del supuesto de hecho definido en

la norma y aplicar a tal efecto la consecuencia prevista en la ley mediante la técnica

de la subsunción, en el ejercicio de potestades discrecionales la Administración

realiza una estimación subjetiva para completar los elementos predefinidos

legalmente, esto supone atribuirle un margen de decisión para aplicar la ley en

función de las circunstancias del caso concreto.

La idea básica de la discrecionalidad es la creación de un ámbito de indiferencia

jurídica relativa en el que “la Administración puede elegir entre diferentes

soluciones, todas ellas igualmente válidas” o lo que es lo mismo, la discrecionalidad

“consiste en la atribución a la Administración por el legislador de un ámbito de

elección (…) dentro del cual pueden darse varias actuaciones administrativas

igualmente válidas por conformes con el derecho aplicable” es que la norma dota a

la Administración de un marco para la elección aunque obviamente integrando la

afirmación de la existencia de una “zona de indiferencia” y la facultad de elección

de la Administración dentro del conjunto del ordenamiento jurídico

Ahora bien esta capacidad de elección que implica la discrecionalidad no puede

entenderse como ajena a control pues a ello se opone el artículo 106. C.E. en cuanto

que somete a la actividad de la Administración al control judicial en todo caso.

Distinción entre la discrecionalidad administrativa y conceptos jurídicos

indeterminados

Nos encontramos ante conceptos jurídicos indeterminados cuando la ley la realidad

prevista por una norma (supuesto de hecho) a través de conceptos abstractos que

solo pueden ser concretados en su aplicación práctica, bien porque la norma se

refiere a una realidad cuyos límites no pueden ser bien precisados en su enunciado ya

que no admite una cuantificación o determinación rigurosa o bien porque el

legislador ha tomado una decisión consciente de no acotarlos de manera precisa para

permitir soluciones acomodadas a las circunstancias.

Son conceptos jurídicos indeterminados por ejemplo las expresiones buena fe, fuerza

irresistible, interés social, justiprecio, legítima defensa o premeditación, las

necesidades del servicio, etc. cuya utilización como puede observarse es común en

todas las ramas del derecho.

En derecho administrativo es la Administración la que aplica esos conceptos,

pudiendo llegar a confundirse con el uso de potestades discrecionales en la

práctica.

Parece que la diferenciación entre conceptos jurídicos indeterminados y potestades

discrecionales está muy depurada en la teoría. Así mientras el uso de potestades

discrecionales supone la libertad de elección entre alternativas igualmente justas,

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la aplicación de conceptos jurídicos indeterminados en el caso concreto impone una

única solución correcta (existe o no existe utilidad pública, se trata o no se trata de

un justo precio, hay o no necesidades del servicio).

LÍMITES Y CONTROL DE LA DISCRECIONALIDAD ADMINISTRATIVA

La discrecionalidad no es un poder omnímodo, ni mucho menos puede significar una

actuación arbitraria de la Administración.

Muestra de ello es el principio de interdicción de la arbitrariedad proclamado en el

art. 9.3 de nuestra carta magna que constituye uno de los límites por antonomasia

del abuso que la Administración pueda hacer de las potestades discrecionales

reconocidas en la normativa específica.

Y de la máxima “discrecionalidad no es arbitrariedad” se deducen una serie de

consecuencias en orden al control judicial de la discrecionalidad administrativa.

Cualquier potestad de la Administración, incluidas las de carácter discrecional está

condicionada a la concurrencia de una realidad sobre la que se aplica, los hechos a

los que se refiere, y del fin de interés público a que debe atender, y solo podrá

ejercerse por el órgano competente e idóneo, a través del procedimiento

establecido y motivando expresamente la decisión que se adopte.

Es a día de hoy jurisprudencia consolidada la que reconoce la posibilidad de fiscalizar

la observancia de estos límites en toda decisión de la Administración. Ese control se

realiza a través de diversas técnicas que son el correlato de los límites antes

mencionados: hablamos del control de los hechos determinantes, de la desviación

de poder, de la racionalidad y razonabilidad de las decisiones discrecionales (que

muchos autores enlazan con el control de la suficiencia de motivación y las técnicas

de interdicción de la arbitrariedad) y de la sumisión al resto de principios

generales del derecho (proporcionalidad, igualdad, confianza legítima, buena fe e

interdicción del enriquecimiento injusto).

Técnicas de control de la discrecionalidad administrativa

Es a día de hoy jurisprudencia consolidada la que reconoce la posibilidad de fiscalizar

la observancia de estos límites en toda decisión de la Administración aunque, hasta

principios del S. XIX, el principio fue la exención. La discrecionalidad se equiparaba a

los actos de autoridad o de imperio y no cabía recurso alguno frente dichos actos.

Esto fue así hasta principios del s. XIX, momento en que el Consejo de Estado francés

admite una excepción a la inmunidad de la Administración con la creación del

recurso de “exceso de poder”, que permitía la impugnación de los actos de

autoridad basada en un vicio de incompetencia del órgano que había dictado el

acto.

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Al control de legalidad sobre la competencia (poco más tarde equiparado al vicio de

forma) siguió la técnica de la desviación de poder, que permitía fiscalizar el fin

seguido en la decisión adoptada por el órgano al que se había conferido la potestad

discrecional. Llegado el fin de siglo, la vía excepcional que era el excès de pouvoir se

había generalizado hasta incluir la impugnación de los actos de gestión. El paso

siguiente fue la extensión del recurso hacia el control de los hechos.

En suma se observa como los primeros pasos hacia la reducción de la

discrecionalidad se dan en torno a la existencia de elementos reglados en todo

“acto discrecional”, para poco después incluirse el fin de las potestades

discrecionales en esa lista de elementos reglados.

También se considera el control de los hechos determinantes un control sobre un

elemento de carácter reglado, que es la siguiente técnica que el Consejo d’Estat

incorpora y la que en este orden se va a explicar. Al control del “error manifiesto

en la apreciación” le es coetánea en su nacimiento la técnica de los conceptos

jurídicos, pero ya se explicó previamente la problemática que su puesta en práctica

incorpora, por lo que la última técnica a detallar va a ser la de los principios

generales de derecho, que es la que más extensas posibilidades de control aporta,

dado que incide tangencialmente en el “núcleo duro” de la discrecionalidad66 y por

ende la que más dificultades plantea a la hora de poner un límite a la labor judicial

de fiscalización.

A continuación se procederá a exponer cada una de estas técnicas siguiendo el orden

cronológico de aparición arriba detallado; el control de los elementos reglado

presentes en toda actuación administrativa, incluidos el fin de la atribución de la

potestad discrecional, el control de los hechos determinantes (verificación y

valoración) y el control a través de los principios generales del derecho.

El control de los elementos reglados: la desviación de poder

No plantea especial problema el control de los elementos reglados que junto con los

discrecionales integran la potestad. Se procederá a la anulación de todo acto dictado

sin el abrigo de potestad alguna, o por un órgano que ha incurrido en un vicio de

incompetencia o que no ha seguido las reglas de procedimiento establecidas para el

empleo de la potestad.

Pero también puede anularse la decisión tomada en virtud de una potestad

discrecional para fines distintos de aquellos para los que la norma la atribuyó o para

supuestos de hecho no incluidos en el ámbito de la potestad; son el control del fin y

de los hechos determinantes los que más conflictos plantean en la práctica, en tanto

en cuanto comportan mayor flexibilidad para los órganos jurisdiccionales a la hora de

valorar la correcta actuación de la Administración (correlato del margen de

apreciación del que estas gozan), como por las dificultades de prueba que plantean.

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En palabras de GARCÍA DE ENTERRÍA “los poderes administrativos no son abstractos,

utilizables para cualquier finalidad; son poderes funcionales, otorgados por el

ordenamiento en vista de un fin específico, con lo que apartarse del mismo ciega la

fuente de su legitimidad” y el acto en cuestión deberá ser anulado.

El control de los hechos determinantes

La discrecionalidad administrativa opera respecto de la consecuencia jurídica y no

sobre el supuesto de hecho. Por tanto los hechos determinantes en su existencia y

características escapan a toda discrecionalidad; “los hechos son tal como la realidad

los exterioriza. No le es dado a la Administración inventarlos o desfigurarlos aunque

tenga facultades discrecionales para su valoración” como ha reiterado el TS hasta la

más reciente STS 20 abril de 2011, FJ 6.

Resulta muy reveladora la expresión utilizada por GARCÍA DE ENTERRÍA “el milagro

no tiene cabida en el derecho administrativo, la realidad es siempre una y solo una:

no puede ser y no ser al mismo tiempo o ser simultáneamente de una manera y de

otra”.

El órgano jurisdiccional controla la exactitud de los hechos determinantes de la

concreta actuación administrativa, puesto que un posible error sobre los hechos

invalidaría el ejercicio de la potestad. No obstante el control judicial no se detiene

en la verificación de la existencia de los hechos determinantes, se extiende a la

apreciación que la Administración lleva a cabo de esos hechos, “de suerte que

cuando se aprecia una incongruencia o discordancia de la solución elegida con la

realidad que integre su presupuesto, tal decisión resultará viciada por infringir el

ordenamiento jurídico”.

El control de los elementos discrecionales a través de los principios generales del

Derecho

La sujeción a los principios generales del derecho sigue imperando incluso cuando la

ley otorga a la Administración una potestad discrecional, que como ya se ha

reiterado, no supone en ningún modo un poder absoluto, mucho menos si se atiende

a la carácter informador del ordenamiento que corresponde a dichos principios, ex.

Art. 1.4 C.c.

Más gráfica resulta todavía la definición dada por el TS87 en “los principios generales

del derecho son la atmósfera en que se desarrolla la vida jurídica, el oxígeno que

respiran las normas”, también aquellas que atribuyen a la Administración una

potestad discrecional.

A pesar de lo literaria que suena esta definición, los principios generales del Derecho

no consisten en una abstracta e indeterminada invocación de la justicia o de la

conciencia moral, ni mucho menos de la discreción del juez, sino en la expresión de

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una justicia material especificada técnicamente en función de los problemas

jurídicos concretos y objetivada en la lógica misma de las instituciones. No obstante,

esta técnica debe utilizarse con cautela, cuando la infracción de un principio sea

inequívoca, o de otra forma se corre el peligro de sustituir la decisión discrecional de

la Administración por el criterio subjetivo del juez.

LIMITES DEL CONTROL JUDICIAL DE LA DISCRECIONALIDAD ADMINISTRATIVA

La existencia de un margen de libertad para que la Administración pueda valorar las

circunstancias de oportunidad de cada caso, en atención a criterios no jurídicos, es

primero, una necesidad impuesta por la incapacidad del legislador para prever esas

circunstancias, y segundo una exigencia para garantizar el correcto desempeño de la

función pública de servicio a los intereses generales.

Pero, a pesar de este margen de libertad, existe un sometimiento pleno de la

actividad Administrativa a la ley y al derecho siendo esto el resultado de un proceso

histórico de conquista del poder por el derecho, que se plasma en los art. 103.1,

106.1 C.E. y especialmente en el principio de interdicción de la arbitrariedad del art.

9.3 C.E. que debe ser el punto de partida de la dogmática del control judicial de la

discrecionalidad administrativa en relación con el resto de principios y reglas

contenidos en el ordenamiento.

Por tanto cabe deducir que la cuestión no es tanto si se admite o no el control

judicial de las decisiones tomadas en el ejercicio de potestades discrecionales, sino

más bien con qué criterios se aplica y cuáles son los límites del control judicial de la

actividad discrecional de modo que esta no quede aniquilada.

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