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TERCERA SECCION LA PENA DE MUERTEE El Senador Fellom de San Fran- cisco introdujo en la Legislatura de California un proyecto de ley aboliendo la pena de muerte. Dado que bajo la administra- ción del ex-gobernador Richardson las ejecuciones llevadas a cabo por el Estado de California casi llegaron a considerarse como una verdadera orgia de crueldad por parte del ejecutivo, quien rehusó prestar oído a las innumerables sú- plicas que se elevaron en casos en que existía duda sobre la verdade- ra culpabilidad del reo, o su con- vicción fué consumada por la más débil de evidencias circunstancia- les, el pueblo del Estado ha que- dado convencido hasta la saciedad que la pena de muerte debe ser abolida; y el proyecto del Senador Fellom ha sido apoyado por la gran mayoría de periodistas del Estado, así como por más de un noventa por ciento de las organi- zaciones cívicas. Increíble parece que en el siglo XIX, hablando contra la “econo- mía” de la pena de muerte, se escribieran estas crueles palabras: “Como sea, nótase que de algu- nos años a esta parte, el jurado, ‘por un terrible abuso de las cir- cunstancias atenuantes,’ libra de la pena de muerte a malvados... y en ésto falta a su misión y a su deber.”—J. B. F. Descuret: “Me- dicina de las Naciones.” Yo creo que si el jurado falta a su deber y comete abuso, es aplicado con más o menos econo- mía la pena de muerte, en oposi- ción a las leyes divinas. Dios pri- al hombre del derecho de des- truir su propia vida, y le prohibió también atentar aislada o colecti- vamente contra la de sus semejan- tes. Partiendo pues de esta verdad que nadie desconoce, ¿con qué de- recho creen los defensores de esa pena que dispone la sociedad de la vida de cualquiera de sus miem- bros? Yo no le reconozco derecho al- guno. La práctica consuetudinaria ha venido justificando a los ojos de la humanidad, desde el principio de los siglos, la infracción de es- te precepto divino: NO MATA- RAS! Distintas son hs formas que ha empleado en la aplicación de la pena de muerte, calificando hoy de cruel y bárbara la adoptada ayer como justa y moralizadora; y esta es la prueba más patente de que el grito de la conciencia hu- mana, que se rebela constante- mente contra este acto, llega de tiempo en tiempo hasta el fondo de su alma, habiéndole dar un paso más por el sendero de la ver- dad, de la justicia y de la perfec- ción. Pero los defensores de la pena de muerte apoyan su necesidad en este sofisma: Si el hombre tiene derechos para privar de la vida al agresor que atente contra la suya atacándole con armas, ¿cómo no los ha de tener la sociedad respec- to de cualquiera de sus miembros de quien halle amenazada? ¿Pueden negar estos sofistas que el derecho de matar no pue- de reconocerse en el individuo ata- cado, sino hasta después de haber agota inútilmente todos los recur- sos? v* * Y la sociedad, ¿no se halla en el mismo caso? Sí, con la particularidad de que ésta dispone de sobra de medios de que aquél carece para evitar el derramamiento de sangre. ¿Obra, pues, en virtud de un derecho justo, privando de la vi- da a un criminal? No! Mil veces no! La justicia divina lo condena; la caridad lo rechaza. “No matarás,” dijo Dios al hombre; y el hombre es la socie- dad, en su acepción genérica. To- da ley humana que bajo cualquier pretexto se oponga a este precep- to, será una rebelión indefinida del hombre contra Dios. Pero, abolida la pena de muer- te, ¿qué castigo será bastante pa- ra ciertos crímenes? dicen sus de- fensores. He ahí todos sus argumentos. La justicia divina es la única que puede imponer al crimen una pena adecuada, porque es infali- ble. El hombre no tiene más de- recho que el de reprimir en cuanto pueda los delitos; pues si el Eterno el hubiera cedido una parte de su poder para castigar con penas adecuadas, le hubiera dado tam- bién la infalibilidad en sus juicios. ¿Carece del último requisito? ¿Sí? Pues carece del primero; y su soberbia no puede ir más allá de los medios de reprimir al cri- minal sin destruirle. Una vez admitida la limitada fa- cultad que tiene la sociedad para librarse de cualquiera de sus miem- bros que, con la reincidencia de sus crímenes pueda perjudicarla y corromperla, vamos a exponer li- geramente los medios que podría adoptar en reemplazo de esa pe- na. Con un nuevo sistema peniten- ciario, compatible co nnuestra civi- lización, podrían adoptarse dos medios especiales de encarcela- miento que se viene usando hace algunos años en este país, a sa- ber: 10. El trabajo solitario y obli- gatorio en la celda. 20. El trabajo silencioso du-' rante el día en los talleres comu- nes, con reclusión en la celda du- rante la noche. A estas dos clases de penas po- dría darse con exactitud el nom- bre de muerte civil perpetua, sien- do aplicables para reprimir y cas- tigar los grandes crímenes. Estas penas serían más terribles que las de muerte real, que sobre ser contraria a todas las leyes di- vinas, es, las más veces, despro-* porcionada al crimen que se desea 1 castigar. El hombre que llega a familia- rizarse con la idea de la muerte, bien premeditando un suicidio, bien otro delito que la merezca con arreglo al código, raras veces varía de propósito. Esta verdad está en la concien-' cia de todo el mundo, y los repe- tidos casos de suicidio la corrobo- ran. Siendo, pues, las tendencias de la pena de muerte evitar la repe- tición de los delitos con la desapa- rición de los criminales y con el horror que el acto infunde en los espectadores, sin conseguir más que el primer objeto, bórrese de los códigos tan bárbaro castigo y reemplácese con la pena de muer- te civil perpetua, que si es menos aguda, es más cruel; más eficaz, más moralizadora. Para los demás delitos, previa la reforma completa del sistema pe- nitenciario, podría adoptarse de pena de suspensión temporal de la vida civil, pero de modo que de- jara al delincuente la esperanza de una rehabilitación que pudiera po- nerlo de nuevo en posesión de to- dos sus derechos sociales. El hombre vive por los recuer- dos del pasado y por la esperanza del porvenir . Los recuerdos del pasado es imposible quitárselos. Quitadle la esperanza de un porve- nir mejor que el presente o el pa- sado, y le lanzáis vosotros mis- mos en el abismo insondable de la maldad! “EUSTAQUIO.” Los Angeles, Marzo de 1927. SR. ANTONIO R. REDONDO f IHr f Corresponsal de “El Tucsonense” en Los Angeles, California. Cábenos la satisfacción de in- sertar ahora en nuestras páginas, los datos biográficos de un ame- ritado tucsonense, el Sr. Antonio R. Redondo, quien firmando al- gunos artículos que hemos publi- cado en nuestro trisemanal, con el pseudónimo de “Eustaquio,” i siendo sus artículos muy bien pen-1 sados, bien escritos y en estilo que recrea, y enseña, ha prestado ma- yor interés a nuestra publicación. Cábenos, repetimos, dar estos apuntes a las cajas, como un re- conocimiento por los valiosos ser- vicios prestados a nuestra publi- cación por el Sr. Redondo, así co- mo una prueba de recuerdo grato de su antigua amistad, amistad que cultivan también muchísimos de los tuesonenses, que conservan del Sr. Redondo,' un gratísimo re- cuerdo por su sinceridad, su amis- tad franca, siempre servicial, ca- riñosa, sin ningún propósito ma- yor que el de ser siempre un buen amigo. El Sr. Antonio R. Redondo, na- ció en el Altar, Estado de Sonora, México, en 1 de mayo de 1876, siendo su padre el Sr. Antonio Re- dondo y su madre la Sra. Mar- garita Ronstadt, hermana de los Sres. Federico, Ricardo y José M. Ronstadt. Cuando murió su padre, en 1882, la familia emigró de Altar a Tucson, en donde Antonio, que en ese tiempo contaba a la sazón la edad de seis años, empezó a concurrir a las escuelas, siendo sus maestros o preceptores la Herma- na Juana, y el Sr. Prof. D. Jesús C. Reyes. En razón de que él tenía que ayudar en alguna manera a su ma- para sostenerse, y habiendo prácticamente terminado los cur- sos escolares, hasta donde se im- partían entonces, en 1887 dejó la escuela para ingresar como apren- diz en la imprenta de Don Carlos Y. Velasco, quien editaba enton- ces y era dueño de “El Fronteri- zo” una publicación que por 35 años sostuvo el Sr. Velasco, —el verdadero “Fronterizo,” no una endeble imitación de aquel impor- tante periódico que llevó ese nom- bre, y que ahora pulula por esas calles de Dios. Terminó su aprendizaje como impresor en las Oficinas del dia- rio “The Tucson Citizen,” ha- biendo ascendido en esa Oficina hasta ocupar el cargo de Mayordo- mo. Se inició en la tarea de redac- ción, habiendo hecho su aprendi- zaje bajo la dirección del inolvi- dable Sr. Carlos Y. Velasco, quien reconociéndole aptitud para lle- gar a ser un escritor público, le prestó toda su valiosa ayuda y consejo, estimulándole para seguir por ese camino, en donde empezó a sobresalir con todo éxito. En- tonces, para vía de prueba, y aso- ciado con otro tipógrafo, el Sr. José R. Vásquez, el Sr. Redondo, fundó un semanario, en 1899, que denominó: “El Siglo XX”, cuya publicación duró dos años. Después salió para la ciudad de Phoenix, en donde ocupó el car- go de Jefe del Departamento de Anuncios del “Arizona Repub- lican,” de la capital de Arizona, y en los ratos que sus labores le de- jaban tiempo, lo consagraba a la redacción del material para “El Mensajero,” que publicaba en compañía con el Sr. J. M. Melén- dresz, allá en Phoenix. En ese lugar, le sonrió el cariño- so anhelo de unirse en matrimo- nio con la dama que ahora es su esposa, la estimable Sra. Luisa Parra, de cuyo matrimonio felicí- simo ha tenido ya como fruto de su unión tres hijos: Antonio, quien ahora ya cuenta con 15 años de edad, y es un inteligente y apli- cado alumno de los Colegios de Los Angeles; Cristóbal, que ahora cuenta 11 años, y María Luisa, de 9 años, éstos dos niños concurren a la escuela parroquial de San Ig- nacio en Los Angeles. De Phoenix, finalmente fué a radicarse a Los Angeles, California, el Sr. Redon- do con su familia, y actualmente ocupa el puesto de corrector en Jefe de pruebas de “Los Angeles Record,” uno de los diarios más importantes que se publican en Los Angeles, y a la vez es editor de la edición en español que pu- blica el mismo diario. Como escritor, puede decirse, que no ha habido una publicación en el Estado de Arizona, de algu- na importancia, en que no haya colaborado, ya en ingles como en español, usando bien su nombre propio, o el pseudónimo de “Eus- taquio”, para firmar sus escritos. A la fecha es el corresponsal de “El Tucsonense” en Los Angeles, California. Es el Sr. Redondo uno de los genuinos mutualistas, de aquellos de buena cepa, que tienen el fra- ternalismo al corazón siendo uno de los más antiguos miembros de la Alianza Hispano-Americana. A la vez es miembro de los Caballe- ros de Colón, de los Woodmen os The Word, de la Orden Fraternal de las Aguilas, de los Commoners de América, de la Orden Católica de los Foresters y miembro tam bién de la Unión Tipográfica In- ternacional. Como compañero y amigo el Sr. Redondo es uno de aquellos' hombres amables, serviciales y corteses que anhelan siempre ha- cer en la reunión en donde se ha- llan, que reine la alegría, la satis- facción, el contento, sin preocu- paciones de etiqueta y ceremonia; como ciudadano, ha demostrado su devoción a su raza y a su san- gre, y su gratitud al país en donde ha pasado la mayor parte de su existencia, sin olvidar su origen; como padre y esposo, su existen- cia toda la ha dedicado a los su- yos, en el más alto grado posible y su cariño y amparo los ha con- sagrado por completo a ellos en un grado ejemplar. Como escritor público, ha su o ya apreciado, en sus escritos, por la franqueza que usa en ellos, pues siempre ha tenido como lema lla- mar al pan, pan, y al vino, vino. En Tucson supo sembrar numero-' sas amistades entre quienes lo tra- 1 taron y guardan una afectuosa me-' moría del Sr. Redondo que no ha borrado ni borrará el trascurso de los años. + SR. GABRIEL ANGULO —* En otras ediciones de nues- tra publicación, hemos mencio- nado los datos biográficos de diversas personalidades sobre- salientes de nuestra raza his- pano-americana en el Tucson, y ahora queremos dedicar unas líneas- a un activo miembro de ella, que, sean cuales fueren sus defectos—que no hay en la humanidad seres perfectos—se * ha distinguido por su espíritu I de empresa, su cariño filial 1 más acendrado, y por su amis- tad sincera y franca. Nos referimos al Sr. Gabriel Angulo, un activo tucsonense 1 que dedicado desde los albores j de su vida al trabajo, ha logra- do obtener la ciencia y el cono- cimiento para sus negocios, ¦ puede decirse por mismo. | El Sr. Angulo nació en Tuc- son, y en el mismo Viejo Pue- blo se crió, educó y recibió su instrucción. Fueron sus padres el Sr. Ga- briel Angulo, y la ¡3ra. Merce- des Elias de Angulo, quienes cifraron su mayor gusto en ha- cer de su hijo Gabriel un hom- bre activo y dedicado al traba- jo. \ con esta idea, así como el Sr. Angulo, padre, había si- do un buen conocedor y comer- ciante en ganadería, así el Sr. Angulo, hijo, logró triunfar la lucha por la vida, cuando sobro vino la muerte de su padre. Hi- jo amante, tuvo el consuelo y satisfacción de tener a su lado, aún cuando ya se había inde- pendizado, a sus padres, falle- ciendo primeramente el papá del Sr. Angulo y hará 6 años su madre le fué también arreba tada por la muerte. Durante mu °ho tiempo tuvo establecimien- os de Carnicería en Fíorence, Jucson, (que hará 15 años) v en Yuma, con muy buen éxi- to, y en los que realizaba sus productos en grandes cantida- des y al menudeo. El Sr. Angulo tiene cuatro hijos, a cuya educación ha con- sagrado sus esfuerzos. Lno de los lados 44 flacos de don Gabriel es ese gusto que es una predilección en el por los caballos finos, de carreras y de tiro, y puede decirse que cada vez que se ve un buen ca- ballo de carrera, es de Angulo, o va a serlo, pues se refina en ese gusto particular de él. Aho- ra posee el famoso caballo pa- rejero “El Rayado”, que ha ganado carreras de sensación y de cuyo caballo se siente or- gullosamente satisfecho el Sr. Angulo. El Sr. Angulo es un buen ex- perto en ganadería, y muy a- fortunado en cuantas empresas ha iniciado. Es dueño del ran- cho de Santa Lucía, uno de los más bien arreglados del Sur de Arizona, y en el cual tiene el Sr. Angulo bastantes cabezas de ganado, muchas de ellas de raza escogida. Como amigo, don Gabriel es uno de aquellos que son la re- presentación genuina de la sin- ceridad, y si a eso se añade su título de uno de los más aman- tes hijos que nosotros hayamos conocido, con estos títulos tan solo es bastante para que un elogio que es verdad, sea justi- ficado. ? .. Hay que Hablar Claro Durante el sitio de Amiéns, se dió por orden general, que nadie pudiera salir de casa de noche -sin linterna. En la mis- ma noche de aquel día, se pre- sentó un labrador con la suya en la mano. —Tu linterna, grita el centi- nela. —Hela aquí. —Sí; pero tiene vela. —En la orden no dice eso. En la mañana del día si- guiente se da nueva orden, mandando que nadie salga sin una linterna con su vela. En aquella tarde, al anochecer, se presenta el mismo hombre con su linterna y la vela. —¿En dónde está su linter- —Hela aquí. —Pero no está encendida. —En la orden no se ha man- dado que lo esté, ¡qué diablo, explicaos claro si queréis que os entiendan! Fué necesario publicar una tercera orden, en que se prohi* bía salir sin una linterna, en la que se llevase una vela en- cendida. ? _ « / TERCERA SECCION ,

TERCERA SECCION TERCERA SECCION LA PENA DE MUERTEE SR. ANTONIO R. REDONDO · 2019. 11. 5. · “No matarás,” dijo Dios al hombre; y el hombre es la socie-dad, en su acepción

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Page 1: TERCERA SECCION TERCERA SECCION LA PENA DE MUERTEE SR. ANTONIO R. REDONDO · 2019. 11. 5. · “No matarás,” dijo Dios al hombre; y el hombre es la socie-dad, en su acepción

TERCERA SECCION

LA PENA DE MUERTEEEl Senador Fellom de San Fran-

cisco introdujo en la Legislaturade California un proyecto de leyaboliendo la pena de muerte.

Dado que bajo la administra-ción del ex-gobernador Richardsonlas ejecuciones llevadas a cabopor el Estado de California casillegaron a considerarse como unaverdadera orgia de crueldad porparte del ejecutivo, quien rehusóprestar oído a las innumerables sú-plicas que se elevaron en casos enque existía duda sobre la verdade-ra culpabilidad del reo, o su con-vicción fué consumada por la másdébil de evidencias circunstancia-les, el pueblo del Estado ha que-dado convencido hasta la saciedadque la pena de muerte debe serabolida; y el proyecto del SenadorFellom ha sido apoyado por lagran mayoría de periodistas delEstado, así como por más de unnoventa por ciento de las organi-zaciones cívicas.

Increíble parece que en el sigloXIX, hablando contra la “econo-mía” de la pena de muerte, seescribieran estas crueles palabras:

“Como sea, nótase que de algu-nos años a esta parte, el jurado,‘por un terrible abuso de las cir-cunstancias atenuantes,’ libra dela pena de muerte a malvados...y en ésto falta a su misión y a sudeber.”—J. B. F. Descuret: “Me-dicina de las Naciones.”

Yo creo que si el jurado falta

a su deber y comete abuso, esaplicado con más o menos econo-mía la pena de muerte, en oposi-ción a las leyes divinas. Dios pri-vó al hombre del derecho de des-truir su propia vida, y le prohibiótambién atentar aislada o colecti-vamente contra la de sus semejan-tes.

Partiendo pues de esta verdadque nadie desconoce, ¿con qué de-

recho creen los defensores de esapena que dispone la sociedad de

la vida de cualquiera de sus miem-

bros?Yo no le reconozco derecho al-

guno.La práctica consuetudinaria ha

venido justificando a los ojos de

la humanidad, desde el principiode los siglos, la infracción de es-te precepto divino: NO MATA-RAS!

Distintas son hs formas que haempleado en la aplicación de lapena de muerte, calificando hoyde cruel y bárbara la adoptadaayer como justa y moralizadora;y esta es la prueba más patente deque el grito de la conciencia hu-

mana, que se rebela constante-mente contra este acto, llega detiempo en tiempo hasta el fondode su alma, habiéndole dar unpaso más por el sendero de la ver-dad, de la justicia y de la perfec-ción.

Pero los defensores de la penade muerte apoyan su necesidad eneste sofisma: Si el hombre tienederechos para privar de la vida alagresor que atente contra la suyaatacándole con armas, ¿cómo nolos ha de tener la sociedad respec-to de cualquiera de sus miembrosde quien halle amenazada?

¿Pueden negar estos sofistas

que el derecho de matar no pue-de reconocerse en el individuo ata-

cado, sino hasta después de haber

agota inútilmente todos los recur-sos? v* *

Y la sociedad, ¿no se halla enel mismo caso?

Sí, con la particularidad de queésta dispone de sobra de mediosde que aquél carece para evitar elderramamiento de sangre.

¿Obra, pues, en virtud de un

derecho justo, privando de la vi-da a un criminal?

No! Mil veces no!La justicia divina lo condena;

la caridad lo rechaza.“No matarás,” dijo Dios al

hombre; y el hombre es la socie-dad, en su acepción genérica. To-da ley humana que bajo cualquierpretexto se oponga a este precep-to, será una rebelión indefinida delhombre contra Dios.

Pero, abolida la pena de muer-te, ¿qué castigo será bastante pa-ra ciertos crímenes? dicen sus de-fensores.

He ahí todos sus argumentos.La justicia divina es la única

que puede imponer al crimen unapena adecuada, porque es infali-ble. El hombre no tiene más de-recho que el de reprimir en cuantopueda los delitos; pues si el Eternoel hubiera cedido una parte de supoder para castigar con penasadecuadas, le hubiera dado tam-bién la infalibilidad en sus juicios.

¿Carece del último requisito?¿Sí? Pues carece del primero; ysu soberbia no puede ir más alláde los medios de reprimir al cri-minal sin destruirle.

Una vez admitida la limitada fa-cultad que tiene la sociedad paralibrarse de cualquiera de sus miem-bros que, con la reincidencia desus crímenes pueda perjudicarla ycorromperla, vamos a exponer li-geramente los medios que podríaadoptar en reemplazo de esa pe-na.

Con un nuevo sistema peniten-ciario, compatible co nnuestra civi-lización, podrían adoptarse dosmedios especiales de encarcela-miento que se viene usando hacealgunos años en este país, a sa-ber:

10. El trabajo solitario y obli-gatorio en la celda.

20. El trabajo silencioso du-'rante el día en los talleres comu-nes, con reclusión en la celda du-rante la noche.

A estas dos clases de penas po-dría darse con exactitud el nom-bre de muerte civil perpetua, sien-do aplicables para reprimir y cas-tigar los grandes crímenes.

Estas penas serían más terriblesque las de muerte real, que sobreser contraria a todas las leyes di-vinas, es, las más veces, despro-*porcionada al crimen que se desea 1castigar.

El hombre que llega a familia-rizarse con la idea de la muerte,bien premeditando un suicidio,bien otro delito que la merezcacon arreglo al código, raras vecesvaría de propósito.

Esta verdad está en la concien-'cia de todo el mundo, y los repe-tidos casos de suicidio la corrobo-ran.

Siendo, pues, las tendencias dela pena de muerte evitar la repe-tición de los delitos con la desapa-rición de los criminales y con elhorror que el acto infunde en losespectadores, sin conseguir másque el primer objeto, bórrese delos códigos tan bárbaro castigo yreemplácese con la pena de muer-te civil perpetua, que si es menosaguda, es más cruel; más eficaz,más moralizadora.

Para los demás delitos, previa lareforma completa del sistema pe-nitenciario, podría adoptarse depena de suspensión temporal dela vida civil, pero de modo que de-jara al delincuente la esperanza deuna rehabilitación que pudiera po-nerlo de nuevo en posesión de to-dos sus derechos sociales.

El hombre vive por los recuer-dos del pasado y por la esperanzadel porvenir . Los recuerdos delpasado es imposible quitárselos.Quitadle la esperanza de un porve-nir mejor que el presente o el pa-sado, y le lanzáis vosotros mis-mos en el abismo insondable de lamaldad! “EUSTAQUIO.”

Los Angeles, Marzo de 1927.

SR. ANTONIO R. REDONDO

f IHr

f

Corresponsal de “ElTucsonense” en Los Angeles, California.

Cábenos la satisfacción de in-

sertar ahora en nuestras páginas,los datos biográficos de un ame-ritado tucsonense, el Sr. AntonioR. Redondo, quien firmando al-gunos artículos que hemos publi-cado en nuestro trisemanal, conel pseudónimo de “Eustaquio,” isiendo sus artículos muy bien pen-1sados, bien escritos y en estilo querecrea, y enseña, ha prestado ma-yor interés a nuestra publicación.

Cábenos, repetimos, dar estosapuntes a las cajas, como un re-conocimiento por los valiosos ser-vicios prestados a nuestra publi-cación por el Sr. Redondo, así co-mo una prueba de recuerdo gratode su antigua amistad, amistad

que cultivan también muchísimosde los tuesonenses, que conservandel Sr. Redondo,' un gratísimo re-

cuerdo por su sinceridad, su amis-tad franca, siempre servicial, ca-riñosa, sin ningún propósito ma-yor que el de ser siempre un buenamigo.

El Sr. Antonio R. Redondo, na-ció en el Altar, Estado de Sonora,México, en 1 de mayo de 1876,siendo su padre el Sr. Antonio Re-dondo y su madre la Sra. Mar-garita Ronstadt, hermana de los

Sres. Federico, Ricardo y José M.Ronstadt.

Cuando murió su padre, en1882, la familia emigró de Altar

a Tucson, en donde Antonio, queen ese tiempo contaba a la sazónla edad de seis años, empezó aconcurrir a las escuelas, siendo susmaestros o preceptores la Herma-na Juana, y el Sr. Prof. D. JesúsC. Reyes.

En razón de que él tenía queayudar en alguna manera a su ma-má para sostenerse, y habiendoprácticamente terminado los cur-sos escolares, hasta donde se im-partían entonces, en 1887 dejó laescuela para ingresar como apren-diz en la imprenta de Don CarlosY. Velasco, quien editaba enton-ces y era dueño de “El Fronteri-zo” una publicación que por 35años sostuvo el Sr. Velasco, —elverdadero “Fronterizo,” no una

endeble imitación de aquel impor-tante periódico que llevó ese nom-bre, y que ahora pulula por esascalles de Dios.

Terminó su aprendizaje comoimpresor en las Oficinas del dia-rio “The Tucson Citizen,” ha-

biendo ascendido en esa Oficinahasta ocupar el cargo de Mayordo-mo.

Se inició en la tarea de redac-ción, habiendo hecho su aprendi-zaje bajo la dirección del inolvi-dable Sr. Carlos Y. Velasco, quienreconociéndole aptitud para lle-gar a ser un escritor público, leprestó toda su valiosa ayuda yconsejo, estimulándole para seguirpor ese camino, en donde empezóa sobresalir con todo éxito. En-tonces, para vía de prueba, y aso-ciado con otro tipógrafo, el Sr.José R. Vásquez, el Sr. Redondo,fundó un semanario, en 1899, quedenominó: “El Siglo XX”, cuyapublicación duró dos años.

Después salió para la ciudad dePhoenix, en donde ocupó el car-go de Jefe del Departamento de

Anuncios del “Arizona Repub-lican,” de la capital de Arizona, y

en los ratos que sus labores le de-jaban tiempo, lo consagraba a la

redacción del material para “ElMensajero,” que publicaba encompañía con el Sr. J. M. Melén-dresz, allá en Phoenix.

En ese lugar, le sonrió el cariño-so anhelo de unirse en matrimo-nio con la dama que ahora es suesposa, la estimable Sra. LuisaParra, de cuyo matrimonio felicí-simo ha tenido ya como fruto de

su unión tres hijos: Antonio,quien ahora ya cuenta con 15 añosde edad, y es un inteligente y apli-cado alumno de los Colegios de

Los Angeles; Cristóbal, que ahoracuenta 11 años, y María Luisa, de9 años, éstos dos niños concurrena la escuela parroquial de San Ig-nacio en Los Angeles. De Phoenix,finalmente fué a radicarse a LosAngeles, California, el Sr. Redon-do con su familia, y actualmenteocupa el puesto de corrector enJefe de pruebas de “Los Angeles

Record,” uno de los diarios másimportantes que se publican enLos Angeles, y a la vez es editorde la edición en español que pu-blica el mismo diario.

Como escritor, puede decirse,que no ha habido una publicaciónen el Estado de Arizona, de algu-na importancia, en que no hayacolaborado, ya en ingles como enespañol, usando bien su nombrepropio, o el pseudónimo de “Eus-taquio”, para firmar sus escritos.A la fecha es el corresponsal de“El Tucsonense” en Los Angeles,California.

Es el Sr. Redondo uno de losgenuinos mutualistas, de aquellosde buena cepa, que tienen el fra-ternalismo al corazón siendo unode los más antiguos miembros dela Alianza Hispano-Americana. Ala vez es miembro de los Caballe-ros de Colón, de los Woodmen osThe Word, de la Orden Fraternalde las Aguilas, de los Commonersde América, de la Orden Católicade los Foresters y miembro también de la Unión Tipográfica In-ternacional.

Como compañero y amigo elSr. Redondo es uno de aquellos'hombres amables, serviciales ycorteses que anhelan siempre ha-cer en la reunión en donde se ha-llan, que reine la alegría, la satis-facción, el contento, sin preocu-paciones de etiqueta y ceremonia;como ciudadano, ha demostradosu devoción a su raza y a su san-gre, y su gratitud al país en dondeha pasado la mayor parte de suexistencia, sin olvidar su origen;como padre y esposo, su existen-cia toda la ha dedicado a los su-yos, en el más alto grado posibley su cariño y amparo los ha con-sagrado por completo a ellos enun grado ejemplar.

Como escritor público, ha su o

ya apreciado, en sus escritos, porla franqueza que usa en ellos, puessiempre ha tenido como lema lla-mar al pan, pan, y al vino, vino.En Tucson supo sembrar numero-'sas amistades entre quienes lo tra- 1taron y guardan una afectuosa me-'moría del Sr. Redondo que no haborrado ni borrará el trascurso delos años.

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SR. GABRIEL ANGULO—*

En otras ediciones de nues-tra publicación, hemos mencio-nado los datos biográficos dediversas personalidades sobre-salientes de nuestra raza his-pano-americana en el Tucson,y ahora queremos dedicar unaslíneas- a un activo miembro deella, que, sean cuales fuerensus defectos—que no hay en lahumanidad seres perfectos—se

* ha distinguido por su espírituIde empresa, su cariño filial

1 más acendrado, y por su amis-tad sincera y franca.

Nos referimos al Sr. GabrielAngulo, un activo tucsonense

1 que dedicado desde los alboresj de su vida al trabajo, ha logra-do obtener la ciencia y el cono-cimiento para sus negocios,

¦ puede decirse por sí mismo.

| El Sr. Angulo nació en Tuc-son, y en el mismo Viejo Pue-blo se crió, educó y recibió su

instrucción.Fueron sus padres el Sr. Ga-briel Angulo, y la ¡3ra. Merce-

des Elias de Angulo, quienescifraron su mayor gusto en ha-cer de su hijo Gabriel un hom-bre activo y dedicado al traba-jo. \ con esta idea, así comoel Sr. Angulo, padre, había si-do un buen conocedor y comer-ciante en ganadería, así el Sr.Angulo, hijo, logró triunfar lalucha por la vida, cuando sobrovino la muerte de su padre. Hi-jo amante, tuvo el consuelo ysatisfacción de tener a su lado,aún cuando ya se había inde-pendizado, a sus padres, falle-ciendo primeramente el papádel Sr. Angulo y hará 6 años q»su madre le fué también arrebatada por la muerte. Durante mu°ho tiempo tuvo establecimien-os de Carnicería en Fíorence,Jucson, (que hará 15 años)v en Yuma, con muy buen éxi-to, y en los que realizaba susproductos en grandes cantida-des y al menudeo.

El Sr. Angulo tiene cuatrohijos, a cuya educación ha con-sagrado sus esfuerzos.

Lno de los lados 44flacos ’ ’ dedon Gabriel es ese gusto quees una predilección en el porlos caballos finos, de carrerasy de tiro, y puede decirse quecada vez que se ve un buen ca-ballo de carrera, es de Angulo,o va a serlo, pues se refina enese gusto particular de él. Aho-ra posee el famoso caballo pa-rejero “El Rayado”, que haganado carreras de sensacióny de cuyo caballo se siente or-gullosamente satisfecho el Sr.Angulo.

El Sr. Angulo es un buen ex-perto en ganadería, y muy a-fortunado en cuantas empresasha iniciado. Es dueño del ran-cho de Santa Lucía, uno de losmás bien arreglados del Sur deArizona, y en el cual tiene elSr. Angulo bastantes cabezasde ganado, muchas de ellas deraza escogida.

Como amigo, don Gabriel esuno de aquellos que son la re-presentación genuina de la sin-ceridad, y si a eso se añade sutítulo de uno de los más aman-tes hijos que nosotros hayamosconocido, con estos títulos tansolo es bastante para que unelogio que es verdad, sea justi-ficado.

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Hay que Hablar ClaroDurante el sitio de Amiéns,

se dió por orden general, quenadie pudiera salir de casa denoche -sin linterna. En la mis-ma noche de aquel día, se pre-sentó un labrador con la suyaen la mano.

—Tu linterna, grita el centi-nela.

—Hela aquí.—Sí; pero nó tiene vela.—En la orden no dice eso.En la mañana del día si-

guiente se da nueva orden,mandando que nadie salga sinuna linterna con su vela. Enaquella tarde, al anochecer, sepresenta el mismo hombre consu linterna y la vela.

—¿En dónde está su linter-

—Hela aquí.—Pero no está encendida.—En la orden no se ha man-

dado que lo esté, ¡qué diablo,explicaos claro si queréis queos entiendan!

Fué necesario publicar unatercera orden, en que se prohi*bía salir sin una linterna, enla que se llevase una vela en-cendida.

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/ TERCERA SECCION,