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El tema de este escrito será la noción de vacío en la doctrina democrí- tea 1 y las consecuencias de la misma en el despliegue de un desarrollo concep- tual en torno a la causalidad. Para ello, en primer lugar haremos algunas preci- siones conceptuales y nos referiremos a las dificultades que esta temática pre- senta. A continuación, sostendremos que una de las condiciones que hacen posible que Demócrito intente dar una explicación de los fenómenos y del kós- mos en general que sea inmanente a lo explicado mismo (más adelante nos detendremos en esto), es el hecho de haber afirmado la existencia del vacío como uno de los principios de su onto- logía. En este punto resultará importan- te referirnos a los contrastes que la doc- trina democrítea y las perspectivas platónico-aristotélicas presentan en tor- no al tema mencionado. Causalidad Respecto al tratamiento de la cau- salidad en Demócrito, debemos decir que la aplicación de esta categoría hay que realizarla con prudencia. Si bien los testimonios parecen indicar que la noción representada por la palabra aitía fue introducida en un contexto físico por primera vez por Demócrito, tenemos que ser capaces de distinguir los distintos usos y complejizaciones que se han hecho de la misma en el devenir filosófico. En efecto, podría- mos afirmar que la mayor parte de las disputas en torno a la causalidad (críti- cas de un pensador a otro por la insufi- ciencia o inadecuación de las causas asignadas a algo) implican una trans- formación en la significación de la noción que cambia, a su vez, la pers- pectiva de evaluación de lo que es una causa adecuada. En este escrito nos referiremos a cierta concepción de la causación que podría inferirse de la doctrina democrítea, siendo concien- tes de que la palabra aitía está atesti- guada la mayor parte de las veces por los comentaristas que leen los escritos democríteos “buscando” la noción, Filosofía 125 El vacío posible: una indagación democrítea en torno a la causalidad inmanente Noelia Billi Tesista Lic. en Filosofía. Ayudante TP Antropología Filo- sófica, carrera de Filosofía, FFyL, UBA 1. A los fines de este escrito, “Demócrito” significa todos los fragmentos que nos han llegado y que se atribuyen al atomismo temprano, por lo cual se incluyen aquellos que pertenecerían a Leucipo.

Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

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Page 1: Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

El tema de este escrito será lanoción de vacío en la doctrina democrí-tea1 y las consecuencias de la misma enel despliegue de un desarrollo concep-tual en torno a la causalidad. Para ello,en primer lugar haremos algunas preci-siones conceptuales y nos referiremos alas dificultades que esta temática pre-senta. A continuación, sostendremosque una de las condiciones que hacenposible que Demócrito intente dar unaexplicación de los fenómenos y del kós-mos en general que sea inmanente a loexplicado mismo (más adelante nosdetendremos en esto), es el hecho dehaber afirmado la existencia del vacíocomo uno de los principios de su onto-logía. En este punto resultará importan-te referirnos a los contrastes que la doc-trina democrítea y las perspectivasplatónico-aristotélicas presentan en tor-no al tema mencionado.

CausalidadRespecto al tratamiento de la cau-

salidad en Demócrito, debemos decir

que la aplicación de esta categoría hayque realizarla con prudencia. Si bienlos testimonios parecen indicar que lanoción representada por la palabraaitía fue introducida en un contextofísico por primera vez por Demócrito,tenemos que ser capaces de distinguirlos distintos usos y complejizacionesque se han hecho de la misma en eldevenir filosófico. En efecto, podría-mos afirmar que la mayor parte de lasdisputas en torno a la causalidad (críti-cas de un pensador a otro por la insufi-ciencia o inadecuación de las causasasignadas a algo) implican una trans-formación en la significación de lanoción que cambia, a su vez, la pers-pectiva de evaluación de lo que es unacausa adecuada. En este escrito nosreferiremos a cierta concepción de lacausación que podría inferirse de ladoctrina democrítea, siendo concien-tes de que la palabra aitía está atesti-guada la mayor parte de las veces porlos comentaristas que leen los escritosdemocríteos “buscando” la noción,

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El vacío posible: una indagación democríteaen torno a la causalidad inmanente

Noelia Billi

Tesista Lic. en Filosofía. Ayudante TP Antropología Filo-sófica, carrera de Filosofía, FFyL, UBA

1. A los fines de este escrito, “Demócrito” significa

todos los fragmentos que nos han llegado y que

se atribuyen al atomismo temprano, por lo cual se

incluyen aquellos que pertenecerían a Leucipo.

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muchas veces introduciendo un con-cepto pensado en forma distinta. Asípues, si bien recién en Demócritoaparecería la noción de causalidad enel ámbito de la naturaleza (y no soloaplicada a problemáticas ético-políti-cas), tanto Platón como Aristóteleshablan de las causas que los físicosanteriores atribuían a la naturaleza, loque es más, las clasifican como causasmateriales, formales, etc. Interpretan,entonces, doctrinas anteriores, a partirde un sistema categorial distinto –cfr.F.-G. Herrmann (2005: 52 y ss.) y Guthrie(1986: 422-427)–. No debería alarmar-nos este trato con las herencias, puesno solo es inevitable la traducción alas tramas y problemas conceptualespropios, sino que además habilita lacreación de lo nuevo (aun cuandocreamos estar meramente “repitiendo”lo dicho por otro).

El no-ser existe en la naturalezaEn el fragmento 67 A 8, Simplicio

señala: “Además, [Leucipo] sosteníaque tanto existe el ser como el no ser”.Semejante aseveración habría de serrecordada por la tradición filosóficadebido a la audacia que implicó la afir-mación de la existencia del no ser.Recordemos que el eleatismo se habíaencargado de asociar tan fuertementeel ser a la existencia que había hechoimposible no solo la existencia del noser absoluto, sino también la grada-ción del ser mismo, puesto que ellosupondría la mezcla de ser y no ser.Esto conducía no ya a una bipolariza-ción de la ontología, como aun podíapensarse que existía en el pitagorismo,sino más bien al monismo del ser,donde este adquiría todas las caracte-rísticas que le eran propias de unmodo absoluto, mientras que suopuesto (el no ser) desaparecía en loimpensable e indecible (cfr. los frag-mentos B3 y B6 de Parménides). Sinembargo, quienes estaban aun interesa-dos en la naturaleza y la creían pasible

de explicación, no podían dejar deimpugnar esta perspectiva que, en elmejor de los casos, hacía del mundode la experiencia una mera aparienciacompletamente ilusoria que no halla-ba pie en nada verdaderamente real oexistente.2 Como es esperable, si uninvestigador de la naturaleza pretendedarle a esta inteligibilidad, no puededejar de fundamentar el movimiento yla multiplicidad: de hecho, el objeto ypunto de partida obligado de toda físi-ca es “lo que deviene”. Como sabemos,los seguidores de Parménides, Zenón yMeliso sobre todo, se empeñaron endefender la doctrina parmenídea con-tra los ataques de los físicos. La prolife-ración de argumentaciones en contrade la pluralidad y el movimiento estábien atestiguada, y es altamente signi-ficativo que sean precisamente estoslos puntos problemáticos que sesometían a un intenso agón filosófico.En medio de la contienda hace su apa-rición la teoría atomista, la cual se dife-rencia del resto de los estudios sobrela physis por subvertir desde adentro ladoctrina parmenídea, pues si bien seatiene a los postulados eleatas acercade la necesidad de teorizar medianteel lógos y no basándose exclusivamen-te en los sentidos o en especulacionesarbitrarias, los atomistas encuentranque la afirmación del ser –ser querecoge la mayoría de las característicaseleatas– no excluye la existencia del noser, sino que más bien la supone. Sibien podría observarse aquí ciertoretorno al pitagorismo, en cuanto apostular que la realidad se estructuraen base a oposiciones binarias cuyostérminos son igualmente existentes–en este caso, ser y no-ser–, parecemás fructífero y adecuado a los testi-monios recogidos por la tradicióntomar otro camino. En efecto, la rela-ción planteada por Demócrito entre elser (los átomos) y el no-ser (el vacío)parece escapar a un simple par deopuestos pues, como hemos notado,

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El vacío posible: una indagación democrítea en torno a la causalidad inmanente

2. Esta es la conclusión a la que llega B. Cassin

(2001: 25): “La verdad del devenir no es el ser, por-

que no hay verdad del devenir”. A diferencia de

otros comentaristas, ella postula que la doctrina

parmenídea des-fundamenta ontológicamente el

mundo de lo sensible, al cual en lo sucesivo ni

siquiera podrá aplicarse la categoría de “falso”,

puesto que no invierte o deforma lo verdadera-

mente existente –el ser– sino que está sencilla-

mente separado de modo absoluto de él. Con lo

cual se niega toda posibilidad de explicar por

medio del lógos el mundo cotidiano.

Demócrito, pintura de Rubens, 1603, Museo del

Prado, Madrid.

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el vacío opera de un modo novedosoal interior del atomismo.

El vacío: condición de posibilidadinmanente

La mayor parte de los comentaris-tas actuales acuerdan en que la opcióndemocrítea fue la de invertir la afirma-ción de Meliso tal como la recoge, porejemplo, el fragmento 7,7 que se leatribuye. Allí Meliso señala: “No existevacío alguno, ya que el vacío no esnada, y la nada no podría existir (...). Siexistiera el vacío, [sc., lo que es] podríadesplazarse en el vacío, pero, puestoque el vacío no existe, no tiene partealguna donde desplazarse.” CuandoDemócrito afirma la existencia de loque Meliso negaba, reintroducía elmovimiento y la pluralidad en el ámbi-to del ser (un ser que adquiría así pro-piedades nuevas) del modo más eco-nómico posible. Pongamos por caso aGuthrie (1986: 406): él escribe que,dado que el adversario mayor eran losargumentos eleatas que negaban elmovimiento por negar el vacío, al afir-mar el vacío el atomismo creyó que deallí se desprendía lógicamente el movi-miento, lo cual conduce en última ins-tancia a la posición aristotélica (aun-que Guthrie no la acepte del todo) deFísica 214b16: hacer del vacío la causadel movimiento. No obstante, no pare-ce ser esta la intención democrítea,pues el atomismo no precisa la postu-lación de causas eficientes del movi-miento atómico.

Sin embargo, es difícil encontrarcomentaristas que planteen que elvacío opera no tanto como una enti-dad independiente que se afirma con-juntamente con los átomos, sino antesbien como lo que –en términos kantia-nos– llamaríamos un trascendental, unamera condición de posibilidad inma-nente a la experiencia. Si se toma estahipótesis de lectura como válida, seobserva que de este modo la teoríaatomista resolvía al menos dos de los

problemas fundamentales que le hacíanimposible la aceptación del eleatismo.En primer lugar, al postular la existenciadel vacío se hacía razonable de inme-diato el hecho de que los átomos estu-vieran en movimiento y fueran unamultiplicidad3 (tengamos en cuentaque los argumentos eleatas en contradel movimiento se basaban casi exclu-sivamente en la negación del vacío, dela nada). Pero más relevante para nues-tro trabajo es el modo en que el ato-mismo afirmó la existencia de la “nada”.Como se desprende del testimonioaristotélico (fr. 208 Rose, en Simpl., Delcielo 294, 33), Demócrito forjó un juegode palabras que señala una prioridaddel no ser respecto del ser, nos referi-mos, claro está, al par medén-dén. Nopodemos dejar de reconocer aquí unaprioridad de la “negatividad”, a partir dela cual se desgaja el ser. No quieredecirse con esto que el ser se genere apartir del vacío o nada –lo cual sabe-mos era un absoluto sin sentido para elpensamiento griego de la época, la cre-atio ex nihilo nace en la tradición judeo-cristiana– sino algo distinto: el vacío –elno-ser– constituiría la condición de posi-bilidad ontológica y conceptual de laexistencia del ser tal como este es pos-tulado en el atomismo –ser plural y enmovimiento por sí mismo, no sujeto alcambio intrínseco (cada átomo es en símismo inmutable e indivisible) perotampoco empujado por causas exter-nas a moverse, sino tan solo en movi-miento–. Esta lectura implica algo másque pensar al vacío como una “condi-ción necesaria” (aunque no suficiente)del cambio y la pluralidad. A decir ver-dad, muchos comentaristas solo sedetienen a objetar que se atribuya“causalidad (eficiente)” al vacío para ter-minar en la posición de la “condiciónnecesaria y no suficiente” –véase elresumen de la cuestión en Salem(2001: 63-65). Y están también aquellosque dirimen las diferencias entre la rea-lidad de los átomos y la realidad del

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Noelia Billi

3. Véase Guthrie (1986: 405), donde se señala que

“Este [el vacío] daba entrada, de inmediato, no

solo a la pluralidad, sino también al movimiento”.

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vacío, como hace el propio Salem, apartir de una lectura aristotelizante quepostula la multivocidad del ser.4 Noresulta convincente, creemos, la aplica-ción de la fórmula “el ser se dice consignificados diversos” cuando de lo quese trata es de la existencia del no-ser, yaque Demócrito expresamente afirmaque el vacío no era menos real que elser, y por tanto no se trata de “cuántode ser” hay en el no-ser como así tam-poco de que el no-ser es ser y en quésentido: ser y no ser se afirman comoexistentes; identificar nuevamente ser yexistencia no es sino liquidar el proble-ma en Demócrito y eludir así lo nuevoque puede allí querer decirse. Lo resca-table de la lectura de Salem es, sinembargo, que quite toda eficienciamecánica al vacío y destaque “su poderesencialmente negativo”, aun si no sacaninguna consecuencia relevante deello, pues al parecer termina acordandocon Aristóteles nuevamente al citar laopinión del estagirita acerca del absur-do de sostener la existencia real de unno ser “absoluto”5 y evacúa el problemareduciéndolo a una dificultad lógicaasociada a determinado vocabulario(Salem, 2001: 67 y ss.).

Retomando entonces nuestra pers-pectiva, creemos que el vacío no estásiendo planteado por Demócrito amodo de “ser” (precisamente es el “noser”), ni como ninguna clase de enti-dad que es por sí misma. Por el contra-rio, concebir la nada como un principioa priori de la existencia del ser constitu-ye un intento formidable de pensar entérminos de condiciones de posibilidadtanto una lógica del ser como de laexperiencia en general. En efecto, siobservamos cuál es la dinámica delpensamiento democríteo respecto delas entidades sensibles, vemos que esanáloga a la que estamos señalando anivel de la existencia de ser y no-ser. Elatomismo, al tratar de explicar la expe-riencia del mundo cotidiano, tomacomo punto de partida lo sensible y

busca, por medio del lógos, cuáles sonsus condiciones de posibilidad ontoló-gicas. La explicación adecuada resulta-rá ser que el devenir se funda en el ser(los átomos) y el no ser (el vacío), loscuales no se perciben por medio de lossentidos sino por medio del pensa-miento. Es decir, hay aquí un nuevomovimiento de remontarse de la expe-riencia sensible a las condiciones de posi-bilidad de la experiencia sensible, nosiendo estas a su vez sensibles aunquetampoco podrían ser captadas desdeotra instancia que no fuera la experien-cia sensible. Pensado de este modo, nila experiencia sensible ni el ser pierdensus respectivos estatutos ontológicos,pues no se los separa de un ámbito“más verdadero” que constituiría sucausa, sino que se señala simplementeque son posibles en su modo de existen-cia específico en razón de una aperturaprevia que, en última instancia, es el noser, el vacío, la nada.

Contra la trascendencia y el reduccionismo

Evidentemente, esta clase de expli-cación no pudo satisfacer a Platón y asus seguidores –entre los cuales debecontarse a Aristóteles– pues pensaruna ontología en términos de condi-ciones de posibilidad y fundarla enarchaí tanto positivos (los átomos)como negativo (el vacío), habilita laconcepción de un orden cósmico queno está sujeto a nada que no sea supropia necesidad inmanente y mate-rial. Como bien nota Guthrie (1986:407), la postulación ulterior por partede Demócrito de un movimiento inhe-rente a la materia que carece de todovestigio de animismo o de teísmo,6 de“voluntad” propia o de teleología, dedependencia respecto a una entidad oprincipio externo, llegó a ser posiblesolo y exclusivamente al postular elvacío absoluto.

A esto nos referimos al mencionar lacausalidad inmanente que encontramos

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El vacío posible: una indagación democrítea en torno a la causalidad inmanente

4. Véase Salem (2001: 66) quien, apoyándose en

Alfieri, (1953: 59), afirma que “una fórmula como

mè mâllon tò dèn è tò medèn eînai viene a procla-

mar (...) que el ser se dice con significados diversos”

(las bastardillas son del autor).

5. Este es el límite que el pensamiento aristotélico

se impone a sí mismo y que conduciría al estagiri-

ta a identificar rápidamente el “vacío” democríteo

con el “espacio” (véase el fr. 208 Rose, en Simpl.,

Del cielo 294, 33). Pero no hay arriba/abajo, izquier-

da/derecha en la formulación del vacío democrí-

teo en tanto principio.

6. Véase el agudo análisis de A. Hourcade (2000)

acerca de la noción de “lo divino” en Demócrito,

donde se rechaza que sea preciso para la doctrina

del abderita tener que recurrir a entidades tras-

cendentes para explicar este mundo. Entre otras

cosas, la autora saca a la luz un “nominalismo”

inherente al atomismo que enriquece y da un giro

novedoso a los estudios democríteos.

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en la doctrina democrítea y que esuna de las diferencias más destacablesentre el pensamiento atomista y el pla-tónico-aristotélico. Estos últimos, alrechazar la existencia de principiosnegativos y moverse en el plano de lacausalidad positiva, están obligados apostular una jerarquía ontológica don-de se parte de la positividad absolutadel ser para descender progresivamen-te hacia lo que, aun siendo ser, lo es ensentido defectuoso. Por supuesto quePlatón y Aristóteles difieren en aquelloque postulan como siendo el ser abso-lutamente positivo. En Platón son lasIdeas (perfectas, inmutables, idénticasa sí mismas, separadas de lo sensibleaun cuando sean causas de ello) y apartir de ellas se revela un mundo decopias y simulacros que nunca igualaráa su modelo perfecto. En Aristóteles,en cambio, es el motor inmóvil (puraactualidad de la forma, pensamientoque se piensa a sí mismo y es causa ensentido primordial del todo estandofuera del todo), expresión paradigmáti-ca de la actualidad formal que deter-mina a la materia inerte. Más impor-tante aun: el pensamientoplatónico-aristotélico, al no relacionarel no ser más que con el negativo deser (es decir, al no darle ninguna opera-tividad conceptual propia sino al asimi-larlo por igual a la pasividad absoluta y

a la materialidad pura), a fin de explicarel devenir –una amalgama de propor-ciones variables de ser y no ser– deberecurrir a causas “trascendentes” a lamateria, deben reducir el devenir a esaporción de ser que determina todamaterialidad bruta que por sí mismano significa nada ( Windelban, 1955:160-161, 243). En última instancia,estos sistemas conducen a quitarlesentido al mundo tal como lo experi-mentamos cotidianamente solo paradárselo de modo oblicuo, a partir de lapostulación de entidades trascenden-tes al mismo y que lo determinan yordenan de modos diversos.

Una perspectiva muy distinta llevaal atomismo a explicar la realidad coti-diana de un modo no reduccionista,7 apartir de principios inmanentes, corpó-reos aunque no perceptibles mediantelos sentidos sino con la inteligencia,sin recurrir a telos trascendentes sino auna necesidad que rige este y otrosinfinitos mundos posibles.8 En fin,pareciera que lo que podemos afirmara partir de la doctrina democrítea es laprioridad de la posibilidad de ser res-pecto del ser efectivo, posibilidad queno depende de actualidad ninguna: lapura posibilidad del vacío que no tienela plenitud como meta sino antes bienque impide toda inmovilidad que clau-suraría el devenir del mundo.

Filosofía 129

Noelia Billi

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Referencias bibliográficas

7. Véase Ganson (1999) quien, después de un por-

menorizado análisis, concluye que Demócrito no

postula ninguna clase de reduccionismo de las

cualidades sensibles a otra entidad.

8. Lo cual acerca subrepticiamente el atomismo a

otro pensador más cercano a nosotros, aunque qui-

zá aun más incomprendido: “...–es absurdo querer

echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera.

Nosotros hemos inventado el concepto de ‘finali-

dad’: en la realidad falta la finalidad... Se es necesa-

rio, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte

del todo, se es en el todo, –no hay nada que pueda

juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues

esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el

todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo!” (Nietzsche,

1998: 76). Bastardillas del autor.

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DEMÓCRITO Y EPICURO: EL ÁTOMO COMO ELEMENTO Y COMO

LIMITE ONTO-LÓGICO.

RESUMEN

El presente artículo ofrece una interpretación parcialmente heterodoxa del atomismo griego que interpreta aquella revolucionaria teoría como: 1) Un salto adelante respecto de la ontología eleática que suministra una nueva base más sólida al principio básico de ésta, a saber, "El ser no puede generarse a partir del no-ser" (tesis más bien convencional y ya clásica). 2) Una respuesta, tímidamente formulada, a la pregunta pitagórica por una univer- salis mensura de cada cosa, a saber, la hipótesis, claramente avanzada por Demócrito, de que las piezas constitutivas de la materia, las partículas atómicas, poseen infinitos tamaños diferentes a fin de eludir las dificultades planteadas por el programa pitagórico y ejemplifi- cadas en la inconmensurabilidad de la diagonal y el lado del cuadrado; dicha hipótesis (y aquí radica el aspecto innovador del artículo) podría considerarse como una anticipación implícita de la moderna noción de fluxión o infinitésimo; la refutación de dicha solución por la teoría aristotélica del continuo forzará a la segunda generación de atomistas, encabe- zada por Epicuro, a intentar un nuevo enfoque del problema con la formulación de la teoría de las rninirnaepartes, que, según nuestra interpretación, habría que identificar con los lími- tes geométricos de las figuras atómicas.

SUMMARY

This paper presents a partially heterodox interpretation of the main principles of Greek Atomism that makes sense of this revolutionary theory as: 1) A breakthrough in the Eleatic ontology which puts on a new, sounder basis its basic principle, "Being cannot be genera- ted from Not-being" (an already classical, rather conventional thesis). 2) A response, timidly formulated, to the Pythagorean quest for an universalis mensura of everything, namely, the hypothesis, apparently advanced by Democritus, that the building blocks of matter, the ato- mic particles, have infinitely varied sizes in order to elude the difficulties encountered by the Pythagorean programme, exemplified by the incommensurability of the diagonal and the side of the square; that hypothesis (and this is the innovative point of the paper) could be seen as anticipating implicitly the modem notion of fluxion or infinitesimal; the refutation of this solution by the Aristotelian theory of the continuum will force the second generation of Atomists, leaded by Epicurus, to try a different approach to the problem, thus formulating the theory of the minirnae partes, which, according to our interpretation, should be identi- fied with the geometrical limits of the atomic figures.

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2 Miguel Candel 1

1. El atomismo como respuesta "empirista" al "racionalismo" eleático

La práctica totalidad de los historiadores de la filosofía antigua' están de acuerdo en que el motivo de la reflexión que llevó a Leucipo y Demócrito a pergeñar la teoría atomista fue el desafio que los eleatas habían lanzado a la confianza espontánea de la mente humana en lo fidedigno de la informa- ción suministrada por los sentidos, al negar, hyperbantes ten aísthesin ("yendo más allá de la sensación"), la pluralidad y el movimiento. Este jui- cio se sustenta, por ejemplo, en el testimonio de Aristóteles recogido en su breve tratado Acerca de la generación y la corrupción:

"Así, algzinos antigzios pensadores opinaron qzie el Ente por necesidad es uno e inmóvil, pues el vacio no existe y, al no haber un vacio qiie exista separadamente, no es posible el movimiento, agregando que no ptiede haber tina pluralidad de cosas, si no hay nada qzte las mantenga apartadas."'

Como sugiere Furley3, el propio Meliso pudo muy bien haber señalado el camino para esa superación de su propia filosofía al afirmar:

"Pues, en caso de existir múltiples cosas, es preciso que sean tal como yo digo que es el Uno".4

A saber, tal como recuerda Simplicio al introducir el texto:

"Ingénito e inntóvil y no dividido por vacio ningzino, sino completaniente lleno de si rn i~mo".~

1. Así, por ejemplo: ALFIERI, V.E., Atomos Idea, Florencia, 1963, pp. 32s.; BURNET, J., Die Anfnnge der griechischen Philosophie, Leipzig, 1913, p. 334; FLRLEY, D.J., "Indivisible Magnitudes", en &o Studies in the Greek Atomists, Princeton, 1967, pp. 79-103; GUTHRIE, W.K.C., Histoy of Greek Philosophy, vol. 11, Cambridge, 1969, pp. 389s.; KIRK, G.S. - RAVEN, J.S., The Presocratic Philosophers, Cambridge, 1957, pp. 319,401 y 405; LURIA, S.J., "Die Infinitesimaltheorie der antiken Atomisten", Quellen zcnd Studien ztrr Geschichte der Mathetnntik, B 2, 1932, p. 135; SWEENY, L., InfniS, in the Presocratics, La Baya, 1972, p. 156; UEBERWEG, F. - P ~ C H T E R , K., Grundriss der Geschichte der Philosophie. I: Die Philosophie des Altertums, Berlín, 1926, pp. 104 y 106; ZELLER, E., Die Philosophie der Griechen in ihrer geschichtlichen Ennvicklung, Parte 1, sección 2, Dannstadt, 1963(7"), pp. 1036 y 1059.

2. Véase todo el pasaje 1, 324b 34 - 325a 16, 325a 23 - b 11 (traducción de Ernesto La Croce y Alberto Bemabé, Biblioteca Clásica Gredos, no 107, Madrid, Gredos, 1987).

3. Op. cit., p. 57. 4. Fr. 8,2 DK. 5. SIMPLICIO, Comm. de caelo, 558, 19.

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Democrito y Epicuro: El átomo como elemento y como limite onto-lógico 3

Sea ello como fuere, los términos del desafío estaban claros: el verda- dero ser (en contraposición a las apariencias sensoria le^)^ no admitía lógi- camente diferencias internas7, que habrían equivalido a su identificación, siquiera parcial, con el no-ser. De ahí se desprendía su unidad, en el doble sentido de unicidad (unidad extrínseca) y de absoluta homogeneidad y com- pacidad (unidad intrínseca), que excluía la (supuestamente contradictoria en sí misma) existencia de intervalos ("huecos" de no-ser, tanto espaciales como temporales) y, por tanto, el movimiento y el cambio en general, espe- cialmente en su forma radicalísima de generación y destrucción. Ahora bien, para la visión griega del mundo, eso equivalía a negar la naturaleza:

"En efecto, tinos dicen que el movimiento existe, otros, qzie no existe c..). Que no existe lo dicen los parlidarios de Parménides y Meliso, a los que Aristóteles ha llamado "inmovilistas" (derivado de "inrnovilidad'~ y 'hnti- natziralistas", porque la naturaleza es principio de movinliento y ellos szlyri- mían la naturaleza al decir qzre nada se mueve."

Pero negar ese "principio del movimiento de los entes nat~ra les"~, como define Aristóteles laphysis, es negar precisamente aquella región del ser que constituye la principal manifestación de la substancia o entidad (ousía), que es a su vez el analogatum princeps del concepto de ente en generallo. Y no se trata sólo de la "manifestación más inmediata", sino del prototipo de entidad sin más, a partir del cual conocemos por analogía cual- quiera otra: el todo concreto (synolon) de materia (hyle: principio de cam-

6. Una aclaración importante: la expresión 'verdadero ser' constituye hasta cierto punto, en griego, un pleonasmo. En efecto, como demuestra el uso platónico del giro óntos ón ("lo que es realmente"), o la inclusión por Aristóteles entre los diversos sentidos (no excluyentes, por cierto) de 'ente' el de verdadero (Metajisica ) 7, 1017a 3 1-35), el verbo 'ser' desempeñaba en el griego clásico, entre otras, una función veritativa.

7. Tesis que adquiere su máxima verosimilitud si entendemos 'ser', según dijimos en la nota anterior, como un functor veritativo, equivalente en la práctica a 'si'. En efecto, la verdad, como afirmación, no admite grados. Y mucho menos admite identificarse con la negación. Esto abona, sin duda, aquellas interpretaciones de la tesis central parmenidea como una exposición (con fines de exégesis ya más dudosa) de lo que luego se llamarían principios lógicos de identi- dad, no contradicción y tercero excluido. No obstante, la propia polisemia de 'ser', que le hace denotar no sólo la "realidad lógica" sino también la realidad material o fáctica (la "existencia"), comporta la identificacion de on con phvsis ("naturaleza") que provocara la respuesta atomista.

8. SEXTO EMPIRICO, Contra los naturalistas, 11 45-46; traducción propia. 9. ARISTOTELES, Metajisica ) 4, 1015a 17-18. 10. "Parece que la entidad se da de la forma más patente en los cuerpos (por eso decimos

que son entidades los animales y las plantas y sus partes, y también los cuerpos naturales, como el fuego y el agua y la tierra ..., el cielo ..., las estrellas y la luna y el sol)" (ID., Met. Z 2, 1028b 8-13).

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bio, pluralidad y singularidad) y forma (eidos: principio de estabilidad, uni- dad y universa1idad)l l .

En definitiva, pues, disolver laphysis en el Iógos del ser-verdad es pri- varse de toda posibilidad de enunciar ese lógos: pues enunciarlo exigiría desdoblarlo en sujeto y predicado, escindiendo su presuntamente indisoluble unidad. Ahora bien, negar la posibilidad de enunciar el lógos es negarlo como tal; y con él, la verdad; y con ella, el ser". Autorrefi~tación, pues, de la tesis eleática.

Pero Leucipo y Demócrito, aun suponiendo que hubieran podido opo- ner esta refutación racional al "racionalismo" eleático13, decidieron, en nom- bre de la empiría, negar sin más la conclusión ("no existen la pluralidad ni el movimiento") para, a continuación, ver cuáles de las premisas del razo- namiento negador de la naturaleza podían unirse a ella para formar a su vez un nuevo razonamiento del que surgiera otra conclusión, esta sí respetuosa con los fenómenos naturales gracias al hecho de contar entre sus premisas con el enunciado de esos mismos fenómenos.

Sorprendentemente, todas las premisas eleáticas podían con~ervarse '~: el ente podía seguir considerándose unitario (aunque no único15), sin mez- cla de no-ente, éste podía seguir considerándose la negación absoluta de aquél, y aquel mismo conservaba su condición de ingenerado e indestructi- ble. Igualmente podía sostenerse el necesario corolario epistemológico de la tesis eleática, a saber: la mencionada falta de veracidad de las informa- ciones suministradas por los sentidos (aunque con una importante diferencia de matiz entre las interpretaciones eleática y atomista de esta tesis, como veremos enseguida).

La conclusión, pues, que Leucipo y Demócrito obtienen de su inversión del razonamiento parmenídeo es la siguiente: si el ser es pura y plenamen- te ser y otro tanto cabe decir del no-ser, pero existen también el cambio y la

11. Met. Z 11, 1037a 29-30. 12. Este razonamiento es, sucintamente, el desarrollado por Platón en el Parménides y por

Aristóteles en la Física, 1 3, 186a 22 - 187a 1 l . 13. "Racionalismo" en el sentido de absolutización del razonamiento lógico hasta el grado

de inferir a partir de él, sin ninguna premisa empírica, propiedades de la realidad: "hyperbántes ten aisthesin kai paridóntes autén hos tdi lógoi déon akolouthein".

14. Lo cual demuestra, si nos atenemos al método de reductio ad itt~possibile expuesto y empleado por Aristóteles en los Analiticosprimeros (11 11,61a18-33), que el "razonamiento" ele- ático no era concluyente; pues, si lo fuera, el nuevo silogismo formado por la negación de la con- clusión de aquCl y una cualquiera de sus premisas habría de concluir en la negación de alguna de las otras.

15. La unicidad figura en el razonamiento eleático como conclusión y, como tal, ha sido previamente negada por los atomistas.

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1 Demócrito y Epicuro: El átomo como elemento y como limite onto-lógico 5

pluralidad, sólo es posible conciliar esas tres proposiciones (lógicas las dos primeras, empírica pero igualmente evidente la tercera) identificando el ser con una pluralidad de núcleos de plena realidad (pamplires ón) separados por la nada del vacio. La agregación y disgregación de aquellos núcleos ónticos, posible gracias al vacío envolvente que permite su desplazamiento sin otro obstáculo que el que ellos mismos puedan oponer en caso de encuentro, es lo que origina, a la vez, el cambio, la multiplicidad y la diver- sidad de los objetos naturales16.

Pero, obviamente, esto entraña la recién mencionada discrepancia entre algún aspecto, al menos, de la información sensorial y la evidencia que se desprende del puro razonamiento. Subrayamos la expresión 'algún aspecto' porque el momento del proceso cognoscitivo-sensorial en que Leucipo y Demócrito sitúan esa fractura es distinto de aquel en que lo hacía Parménides. En efecto, éste niega de entrada toda validez a los fenómenos (validez, al menos, para el pensar-del-ser y, por tanto, como portadores de alétheia, es decir, de realidad objetiva17). La alegoría de los dos caminos que se le ofrecen al filósofo al comienzo del poema es bien ilustrativa: se trata de una bifurcación (o trifurcación en que entre la vía de la verdad y su opuesta se abre una tercera tan intransitable o equivocada como la segunda) situada al comienzo mismo del viaje que plantea una disyunción excluyen- te: o se sigue la vía de la verdad (que es) o se sigue cualquiera de las otras, igualmente falsas (la impracticable de que no es o la errada -pero tentado- ra para los "bicéfalos mortales"- de que es y no es: la vía de la opinión).

Para los padres del atomismo, en cambio, la cLbifurcación" sólo se encuentra después de haber dado los primeros pasos por la vía del conoci- miento sensorial. Exactamente en el supuesto punto en que la llamada por los escolásticos simplex apprehensio da paso al juicio: no en el acto de la sensación propiamente dicha, sino en el de su interpretaciónI8. La sensa-

16. Cf. ARISTÓTELES, Acerca de la gen. y la corr:, 1 8, 32Sa23-b5 y Sobre Demócrito, fr. 208. El número infinito de los elementos ónticos (simétrico de la infinitud del vacio) puede explicarse tanto porque el modelo de ente asumido sea el infinito de Meliso -cosa probable y coherente con la sugerencia de Furley de que los atomistas "recogieron el guante" lanzado por aquél al decir que, si el ente era plural, debía reunir al menos los rasgos que él le atribuía (ver, supra, textos correspondientes a las llamadas de nota 3 ,4 y 5)- como porque, anticipando intui- tivamente la noción de infinitesirnal, no concibieron otra manera de "integrar" las entidades reales a partir de elementos infinitamente pequeños que la de tomar un número infinitamente grande de ellos.

17. Que es en este sentido absoluto y no en el parcialmente subjetivo de adaequatio inte- llectus ad rem como hay que entender el término griego habitualmente traducido por 'verdad' lo atestigua, por ejemplo, G.M. STRATTON en el comentario incluido en su edición del De sensi- bus de Teofrasto: "Kat'alétheian in fifth or fourth century Greek means rather 'reality', the 'real state of the facts' than 'truth' in the subjective sense" (com. a De sensibus 71).

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ción, pues, traduce un estado de cosas (Sachverhalt, en la precisa expresión alemana) real, pero, por así decir, "en bruto". Y será precisamente al tratar de analizarlo cuando habremos de tener la cautela de no trasladar a la estruc- tura ontológica, es decir, al plano óntico formulable lógicamente, el mismo esquema con arreglo al cual se organizan espontáneamente las sensaciones. En otras palabras: las diferencias cualitativas y, a fortiori, substanciales deberán dejarse en la bifurcación (hasta llegar a la cual conservaban toda su vigencia) antes de adentrarnos por la vía de la verdad; sólo las distinciones cuantitativas podrán seguirnos por ella (número, tamaño, forma, distancia relativa entre los núcleos, velocidad y trayectoria de los mismos). Todos los demás aspectos se reducirán ontológicamente a estosI9.

Por eso dice Rudolf Lobl en la introducción de su libro sobre la física de Demócrito:

"El á tomo d e Demócrito n o es s61o una f o r m a d e la intuición (idea), con arreglo a la cual hay que pensar el ente, n o es sólo una entidad substancial (parnpleres on) como causa original (Ur-suche) d e todas las cosas, sino que consti tuye también lo que Kojkve l lama la 'realidad objetiva', la cual se '...halla intercalada como un tercer elemento entre la unidad desestructurada, arehihomogénea y cerrada del eón parmenídeo y la pluralidad estructurada

18. Hoy sabemos que, en realidad, no existe sensación originaria o hermenéuticamente neutra, sino que el estímulo sensorial sólo es advertido tras la formación en la psique, mer- ced a la experiencia, de algún tipo de trama o pauta asociativa (a modo de "interpretación'" espontánea) que hace que cobren sentido datos que, de otro modo, modificarían ciertamente nuestros órganos sensoriales pero de forma inconsciente o con un grado de conciencia insu- ficiente para registrarlos como sensaciones determinadas. Pero ello no obsta para que poda- mos distinguir la experiencia, por un lado, y el análisis reflejo de la experiencia (juicio), por otro. En todo caso, si trasladamos la "bifurcación" atomista al punto de transición experien- cia-juicio, no empobrecemos la distinción, sino que la hacemos más precisa (y con el con- cepto de experiencia entendida como ese primer constructo espontáneo de la conciencia qui- zá permitimos incluso que la doxa parmenídea encuentre mejor acomodo en el esquema, pues la "opinión" también era probablemente para los griegos un constructo espontáneo, mediado socialmente).

19. Simplicio, en su comentario al De caelo aristotélico, argumenta que, al identificar la génesis con la jlnkrisis (combinación) y laphthorá con la diákrisis (disolución), Demócrito reduce de hecho el cambio sustancial a alteración cualitativa (alloíosisj:

"Ahora bien, si la generación es la combinación de los átomos, y la corrupción, su disolución, también según Demócrito será la generación una alteración." (SIMPLI- CIO, In "De caelo", 29Sb21-26)

Lo cierto es que Aristóteles llama a las partículas elementales ousíns, considerando, pues, que eran para Demócrito la única realidad substancial, las verdaderas entidades.

20. GIAXARAS, Anastasios, "¿Pertenece Demócrito a la historia de la filosofía o a la historia de la ciencia?', Anuario cientt3co de la Facultad de FilosoJía de la Universidad de Atenas (EEA) 26 (1977-1978) p. 60 (en griego).

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Demócrito y Epicuro: El átomo como elemento y como límite onto-lbgico 7

de la realidad empírica'?O. Pero por ello mismo el átomo es a la vez parte constitutiva real del mundo corpóreo y cuerpo él mismo, con los atributos propios de un cuerpo: extensión, tamaño, forma, masa, capacidad activa y pasiva de movimiento. Ahora bien, eso justifica que se considere el átomo desde los planteamientos de aquella ciencia que tiene por objeto específico el cuerpo sólido, extenso y móvil: la mecánica.""

El átomo leucipo-democriteo es, en efecto, por un lado, un principio epistemológico que representa un compromiso entre el monismo logicista eleático y el pluralismo empírico de la dóxa o "sentir común"". Pero es también la substancia del mundo real, el principio óntico de todo lo existente, el elemento físico integrante de cualquier tipo de realidadz3.

Resumiendo lo dicho hasta ahora, debemos matizar la afirmación implí- cita en el epígrafe con que encabezábamos esta sección: "el atomismo como respuesta 'empirista' al 'racionalismo7 eleático". Bien mirado (y como ya hemos dicho), la única concesión democritea a la empiría es la aceptación del hecho bruto del cambio y la multiplicidad de los seres, como fenómeno que se impone en su rotunda inmediatez previa a todo análisis explícito, por lo que éste (el Iógos) no puede negarlo sin más, ~armenídeamente'~, sino

21. LOBL, R., Demokrits Atomphysik, Darmstadt, Wiss. Buchgesell., 1987, p. 1. 22. Precisando más la distinción aludida con la metáfora de la "bifurcación", diremos que la

"interpretación" espontánea de los fenómenos como multiplicidad y mutabilidad de lo real es váli- da, para los primeros atomistas, porque esa interpretación no miente; pero es insuficiente, porque no dice toda la verdad: revela el qué del cambio y la diversidad, pero no el cómo ni el porqu6.

23. Se ha discutido a veces, tomando como base una distinción aristotélica, la posible referen- cia de los vocablos griegos arché (principio) y stoichebn (elemento), respectivamente, a distintos tipos de realidad: el primero haría referencia a una realidad primordial situada más allá de toda posi- ble determinación particular, como principio onto-lógico (más próximo a la universalidad abstrac- ta de lo "lógico" que a la concreta de lo "óntico"); el segundo estaría situado en un escalón "infe- rior", más próximo a la concreción material, y sena el componente o conjunto de componentes, más o menos simples, de la realidad a la que se trata de explicar (con una distinción típicamente arista- télica, diríamos que, si 'principio' y 'elemento' fueran de naturaleza estrictamente material, aquél correspondena a lo que en la tradición aristotélica se llama materiaprima y éste, a la nzateria secun- da. Ya Mam, en su tesis doctoral (véase: MARX, Karl, Escritos sobre Epicum (ed. y trad. de Miguel CANDEL), Barcelona, Critica, 1988, pp. 67-72), se hace eco de la polémica, para zanjarla negan- do la pertinencia de la distinción, al menos para Demócnto, y mostrando incluso que Anstóteles no establece una auténtica oposición entre ambos términos, por cuanto distingue -diríamos nosotros- entre sus sentidos, pero no entre sus referencias (ver Met. ) 1 y 3). Por lo que a Demócrito respec- ta, es evidente que ambos conceptos, el de determinante lógico y el de constituyente óntico, se aplican por igual al átomo, en la medida en que se mantiene en su sistema la vigencia de la premi- sa parmenídea: tauton d 'esti noefn te kai hoúneken ésti nóeina (fr. 8,34 DK).

24. La negación, como muestra Anstóteles en el tratadito Sobre la interpretación, sólo puede aplicarse al enlace entre noémata, no a los noémata en cuanto tales (cap. 1, 16a 9-18 y cap. 2, 16a 29-32).

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que debe limitarse a interpretarlo. Pero todo el resto de la argumentación es de índole lógica, tanto o más consecuente que la eleáti~a'~.

Nada hay en la teoría pluralista de Leucipo y Demócrito, aparte del inicial reconocimiento de la pluralidad y el cambio, que comporte concesiones al "saber vulgar". Pocas doctrinas filosóficas han ido, en toda la historia, más a contraco- rriente de las creencias comunes acerca de la naturaleza de las cosas. Mucho más "empírica" resulta, por supuesto, la física aristotélica, con su admisión e integra- ción de todas las ordenaciones de la realidad espontáneamente sedimentadas en el lenguaje naturalz6.

Esto, si entendemos por "empirismo", al modo antiguo, la fidelidad a la visión espontánea, socialmente mediada, del mundo, a la experiencia codificada en el lenguaje natural, y que los griegos llamaban dóxa, opinión. Pero igualmen- te si tomamos 'empirismo' en el moderno sentido de fidelidad a los puros datos de la observación. Nada hay, en efecto, que de la observación de los fenómenos naturales sin el auxilio de instrumentos ni experimentos (única forma de obser- vación posible para los antiguos griegos) permita obtener la constancia de que la estructura de entes aparentemente homogéneos, simples y continuos sea en rea- lidad heterogénea, compuesta y discontinua; o viceversa, que las aparentes diver- sidad cualitativa y labilidad de los objetos naturales se reduzcan realmente a la asociación y disociación alternativas de entidades simples e inmutables. En diver- sas reseñas aristotélicas de la doctrina atomista se pone explícitamente en boca de Leucipo y Demócrito el reconocimiento de que aquellas entidades (ousias) elementales eran invisibles, inasequibles a nuestros sentidos, por una única razón, su pequeñez:

25. Aunque las interpretaciones se dividen a la hora de determinar si el ente parmenideo debe considerarse corpóreo o incorpóreo (así J. BURNET, en Early Greek Philosophy, Londres, 1938, se inclina por la corporeidad, en tanto que G.S. KIRK y J.E. RAVEN, en The Presocratic Philosophers, Carnbridge, 1966, apuntan a una incipiente concepción de lo incorpóreo y R. LOBL, Op cit., se incli- na decididamente por la incorporeidad), lo cierto es que, sea de ello lo que fuere, hay un grado mucho mayor de "formalidad" en el concepto de ente-elemento democnteo que en el de ente-único eleii- tico. Por de pronto, laUreducción cualitativa", sin ser total, es muy superior en los bnta de Demócrito que en el eón parmenídeo: nastós ("cmaeizo"),plires ("lleno") y sterebs ("sólido") son las únicas cua- lidades que acompañan a los rasgos puramente geomCtncos (tamaño y forma) de los elementos democnteos; frente a esa sobriedad, el ente parmenídeo se describe como oulotnelés ('("íntegro"), atre- més ("inconmovible"), akineton ("inmóvil"), oléleston ("sin fin"), vnechés ("continuo"), énzpleon ("lleno"), honioion ("semejante"), émpedon ("firme"), isopalés ('("igualmente fuerte"), ásylon ("invio- lable"), etc., sin contar todos los calificativos relacionados con el tiempo. Si suponemos que todos esos epítetos son en realidad metafóncos, es evidente que los democriteos son los menos "wloris- tas". Sin duda que el ente eleático, por negar la apariencia sensible y afirmarse como lo único existen- te, acaba ocupando el lugar de aquella y permeándose de sus cualidades. Los entes plurales de los atomistas, en cambio, situados en un plano ontológico distinto del de los fenómenos, garantizan el mantenimiento de la especificidad tanto del ser como del parecer.

26. Los ejemplos más característicos de ello son, sin duda, la teona hilemórfica y la división del sentido de 'ente' con arreglo a las diez categorías o "figuras de la predicación".

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"invisibles por la pequeñez de su masa" (Acerca de la gen. etc., 1 8,325a30-3 1 ) ; "tan pequeñas que escapan a nuestros sentidos" (Sobre Demócrito, fr. 208 Rose)".

I Nada tiene, pues, de extraño que la hipótesis atomística hubiera de esperar al siglo XVII para recuperar su credibilidad teórica y al siglo XIX para recibir por fin su confirmación empirica.

2.E1 atomismo como superación dialéctica de la ontología pitagórico-eleáti- ca

Hasta aquí hemos expuesto básicamente aquellos aspectos en que la tesis ato- mista supone una corrección de la unilateralidad y esterilidad explicativa del con- cepto eleático de ser. Pero la exposición no haría justicia a aquella tesis si dejá- ramos sin tratar el otro elemento explicativo-natural (y, a la vez., ontológico) de que consta: el no-ser.

La originalidad leucípo-democritea es mayor, si cabe, en este punto que en el tocante al elemento positivo de la teoría, y su superación aquí del eleatismo cons- tituye el paso decisivo, tras las aporías de Zenón, para consolidar el método dia- léctico como método filosófico por antonomasia.

Si atendemos a los dos testimonios aristotélicos repetidamente citados, vere- mos que la proposición del ser como principio explicativo es inseparable de la del no-ser. Y que los nombres que se le dan, paralelamente a los que recibe aquél, convergen en la idea de la falta de determinaciones: tópos ("lugar"), kenón ( ' L ~ a ~ í ~ " ) , oudén ("nada"), ápeiron ("ilimitad~")~~.

Juan Filopón, en su comentario al tratado aristotélico Acerca de la genera- ción y la corrupción, aporta una formulación silogística del razonamiento que Ile-

27. Hay en esa justificación, sin duda, un aigumento analógiw basado en la observación de que, a partir de cierta reducción de tamaño, nuestros sentidos dejan de percibir los rasgos caracte- rísticos de las cosas. Pero esa observación sienta una base empírica sólo para argumentar por qué la estructura atómica no sería perceptible para los sentidos, en absoluto para probar que esa estructu- ra atdmica es la que constituye todo lo real. En efecto, lo observable es que con el tamaño se redu- cen las diferencias perceptibles, mientras que Leucipo y Demócnto sostienen que la suma de imper- ceptibles partículas esencialmente iguales genera estructuras visibles cualitativamente diferenciadas. Ninguna observación apunta en ese sentido (salvo en lo que hace a la sensación de continuidad, que puede ser generada por una aglomeración densa de elementos discretos). Estamos, pues, ante un caso palmariamente ilustrativo de la tesis poppenana de que la elaboración de teorias generales no procede por inducción a partir de los casos particulares, sino que se configura de entrada en toda su generalidad como hipótesis en la que se trata luego de comprobar si encajan los hechos reales.

28. Quizá el término tbpos, que aparece en el fragmento aristotéliw Sobre Demócrito como sujeto de las otras denominaciones, haya de considerarse una designación exclusivamente aris- totklica; aunque también ello seria significativo, pues Aristóteles concibe el lugar, exclrisiva- mente, como relación extrínseca entre los cuerpos, sin contenido propio ninguno (Fisica, IV 1- S, especialmente 4,210b 34 - 21 l a 6).

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vó a los padres del atomismo a afirmar la existencia del no-serlvacío como con- secuencia, una vez más, de la previa aceptación de la existencia del cambio y la pluralidad: el movimiento y la divisibilidad de los entes naturales exigirían, ex hipothesi eleatica, la existencia de un no-ser que separara y distinguiera; ahora bien, si negamos, como Leucipo y Demócrito, la conclusión eleática de que movi- miento y divisibilidad no existen (es decir, si afirmamos su existencia), entonces, para mantener intangible la premisa mayor del razonamiento eleático ("que hay ser"), nos veremos forzados a negar la premisa menor y afirmar en consecuencia la, sin duda, paradójica "existencia del no-ser" como vacío'9.

Esta paradoja toca de lleno uno de los nudos conceptuales del pensamiento antiguo, que trasciende ampliamente la polémica circunscrita en tomo a la for- mulación parmenídea hasta convertirse en paradigma del modo de conceptuali- zaciOn propio de la filosofía. Nos referimos a la polisemia, no exclusivamente griega, del verbo 'ser' como prototipo de las aporías onto-lógicas inherentes al significado de cualquier functor veritativo.

El gran filólogo y estudioso norteamericano del pensamiento griego antiguo, Charles H. Kahn30, en su documentadísimo estudio de los usos del verbo einai, distingue tres usos-sentidos principales: el copulativo ("X es Y"), el veritativo ("es el caso que X e Y") y el existencia1 ("hay un X tal que Y")3'. La tesis de Kahn, que no compartimos, dice que el uso sobre el que pivotan los demás es el copu- lativo3'. Pero, tanto si es correcta esa interpretación como si lo es la nuestra, expuesta en la nota anterior, lo cierto es que la afirmación paradójica "el no-ser es ..." se salva de la contradicción merced al peculiar estatuto semántico cuasi- vacío de 'ser', que, como mostrará Hegel en Wissenschaji der L ~ g i k ~ ~ , 10 une soli-

29. Siguiendo, pues, el mismo procedimiento de reducción al absurdo mencionado al comienzo de la sección 1 (ver, supra, nota 14).

30. Conocido muy particularmente por su exhaustivo estudio, aun no superado, sobre la cos- mología de Anaximandro: Anavimander and the Origins ofGreek Co~rnologv~ Nueva York, 1960.

31 C.H. KAHN, R e k r b 'Be'in Ancient Greek, Boston, Reidel, 1973, pp. 404-414. Cf. tam- bién: KNUUTTILA, S. - HINTIKKA, J. (dirs.), The Logic ofBeing, Dordrecht, Reidel, 1986; DEMAN, A,, "Sur I'expression des foncteurs logiques dans les langues anciennes", LogicalAnalysis 7 (1964), 164-167.

32. Xuestra propia tesis es que el sentido primordial (para lo cual sena previa, pero improce- dente aquí, una discusión acerca de la diferencia entre uso (articulación sintagmática real) y sentido (conjunto de articulaciones sintagmáticas posibles) del verbo 'ser' en griego antiguo es el existen- cial, pero con un valor connotativo pr6ximo a cero, que exige por consiguiente la adjuncion de atn- butos para formar sintagmas predicativos plenos (de ahí la prevalencia fáctica de los usos copulativos sobre los autopredicativos). Esa misma necesidad de complemento predicativo hace que einai "tifia" de esencialidad la relación del sujeto con el predicado (tal como apunta indirectamente Anstóteles en Tópicos 11 1, 109a 10-26 al aludir a la dificultad de consiruir con dicho verbo la atribución a un sujeto de propiedades accidentales, no inherentes a él por naturaleza). Cf., sobre esta concepción del uso-sentido de einai: CANDEL, M., Las categorías del discurso en Aristóteles (tesis doctoral), Universidad de Barcelona, 1976, especialmente pp. 139-198.

33. Libro 1, sección 1, capítulo 1".

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dariarnente a su propia negación en el momento en que se trata de determi- narlo. Inversamente, la indeterminación del no-ser exige, para ser conceptuali- zada, que se la determine como ser.

Así, pues, como señala LobP4, los atomistas no se limitaron a rescatar el conocimiento sensible librándolo de la interdicción a que lo había sometido el logicismo eleatico, sino que rescataron la propia lógica eleática de la vaciedad que la hacía acreedora a los ojos de Aristóteles del característico reproche lanzado al discurso sofístico: logik6s kai kenós, verbalista y vacío. Ese rescate consistió en restaurar, como estructura óntica y lógicamente necesaria, la dualidad negada por los eleatas al privilegiar unilateralmente una de las rnorphb ... d'ó ... ton rnian ou chreón e ~ t i n ~ ~ . Al incurrir en ese reduccionismo, Parménides había roto cons- cientemente con la inveterada tradición helénica del "pensamiento bipolar", para el que nada se explica sin su contrario y viceversa36. Al obrar así, desveló leyes primordiales del pensamiento puro (los principios de identidad, no-contradicción y tercero excluido) que constituían límites insalvables a la vez que guías seguras para la organización de las ideas. Pero perdió simultáneamente de vista una con- dición esencial del conocimiento-lenguaje (Zógos): que toda negación implica una afirmación y toda afirmación se constituye en los límites de su negación3'. Esa es la condición dual del pensamiento que Leucipo y Demócrito rehabilitaron al reha- bilitar las apariencias, superando el monismo eleático, no sólo "desde fuera", des- de la abigarrada dóxa, sino también "desde dentro", desde la rígida alétheia, abriendo la exclusividad del oudé a la inclusividad del ou rndllon:

éti de ouden mbllon to on 2 to me on l i ypár~he in~~ diorizetai me mallon to den to meden e i n ~ i ~ ~ .

El entenleno es, por consiguiente, nio más necesario para explicar la reali- dad aue el no-entelvacío. Este último ha de existir en el estricto sentido de ser lo aue es: nada determinado. Si esa ausencia de determinación y de realidad no estuviera "envolviendo" la determinación del ente, éste, privado de aquella referencia, sería indiscernible, perdería sus determinaciones y, por ende, su ser mismo.

34. op. cit., pp. 94-95. 35. PARMÉNIDES, fi-. 8,53-54 DK. 36. Esta polaridad es, en el fondo, un rasgo general de la semántica, por el que ningún signifi-

cado se constituye si no es dentro de una oposición, al menos, binaria. 37. Los propios principios lógicos implícitamente descubiertos por Parménides se a h a n sólo

a través de su doble negación: el que los afirma no puede demostrarlos, pero el que los niega, para sostener su negación, debe afirmarlos (cf. ARIST., Met. ) 3-5, lOOSb 19 - 1009a 16).

38. "...por otro lado, no se da más lo que es que lo que no es" (SIMPLICIO, Com. a la Física, 28, 4).

39. "...establece que el algo no existe más que la nada" (PLUTARCO, Contra Colotes 4, 1108 F).

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12 Miguel Candel

Llegados a este punto, podemos ver ya con suficiente claridad que los ele- mentos democriteos no son sólo principios físicos, sino también ontológicos. O mejor dicho: fisicos en tanto que ontológicos.

Al formular así el estatuto epistemológico de la teoría atomística, responde- mos de paso a un interrogante que ha quedado pendiente más arriba, a saber: ¿era corpóreo, para los eleatas, su ente-uno-único-inmóvil-imperecedero, y lo eran, para los atomictas, sus entes-unos-plurales-móviles-imperecedero La res- puesta no es simple.

De entrada sabemos que Meliso había negado explícitamente la corporeidad de su ente infinito:

ei m6n oún eje, de? auto hen einai0 hin d'eon dei auto soma me échein. ei d i échoi pachos, échoi an nzoria kai oziketi hen e~'e.~O

Parménides, por otra parte, en la medida en que rechaza la veracidad de toda información de los sentidos, debe de haber excluido igualmente de su ente todos aquellos rasgos de la corporeidad que comportan distinción de partes, divisibili- dad, como lo demuestra aposteriori el empeño de su epígono Zenón por refutar la posibilidad del movimiento a través de la imposibilidad del recorrido, es decir, de la diferenciación entre un aquí y un allí, un antes y un después sin que ese intento de diferenciación incurra en contradicciones4'.

Los atomistas, por su parte, con la paralela reducción cualitativa de su pro- puesta pluralidad de entes elementales, parecen privar a estos de cualquier atri- buto que no sea meramente geométrico, salvo al decir que son "macizos" (aun- que en este caso, como en el de los epítetos parmenídeos que citábamos más arriba, podemos conceder que se trate de simples metáforas de propiedades pura- mente matemáticas (magnitud continua, unidad) o abstractamente espacio-tem- porales (inmovilidad, invariancia, etc.).

Podemos conjeturar, entonces, que el ente uno eleático y la dualidad demo- critea ente-vacío comparten el sesgo, que anacrónicamente podríamos llamar "fisicalista", de excluir todos los atributos de la corporeidad no estrictamente cuantitativos. Pero no para negar, con su afirmación, la existencia del mundo real, sino para explicar el mundo como idéntico a aquel ente simple (caso de los ele- atas) o como constituido en su realidad profunda por la doble infinitud de aque- lla dualidad (caso de los atomistas). En su concepción estaba claro y explícito

40. "...si es, debe ser uno y, al ser uno, no debe tener cuerpo. Si tuviera volumen, tendría partes y ya no sena uno." (MELISO, fr. 9 DK.)

41. Ver, para una exposición rigurosa y completa de las aporias de Zenón de Elea: David J. FURLEY, Two Studies in the Greek Atomists, 1 5 , pp. 63-78. El mejor tratamiento del tema que conocemos en lengua española es el capítulo 111 5 de la obra de Gustavo BCENO La metaJísica presocrútica, Oviedo, Pentalfa, 1974, pp. 238-275.

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Demócrito y Epicuro: El átomo como elemento y como limite onto-lógico 13

lo que negaban: la complejidad esencial de lo real. En el sentido, pues, de esa negación negaban corporeidad a lo real. Pero su negación se sustentaba en la afir- mación implícita de una corporeidad depurada, reducida a magnitud. Por lo que a los atomistas respecta, creyeron con ella poder refundar, a la vez que racionalizar, el cosmos.

Para ello tuvieron que hacer frente al desafío de las aporías de Zenón. En un pasaje de Acerca de la gen. y la cour:, Aristóteles expone, de la mano de una ver- sión sintetizada de los argumentos del eleata, algo así como lo que debió de ser, según él, el cauce discursivo por el que Leucipo y Demócrito desembocaron en la concepción atomista propiamente dicha, es decir, la que concibe los entes pri- mordiales, a la par que infinitos en número, finitos en "masa" e irreductibles a entidad alguna más primaria; en una palabra: indivisibles (átoma):

"En efecto, si se postula la existencia de un cuerpo o de una magnitud totalmente divisible y la posibilidad de esta división, se caerá en una dificultad. Porque, enton- ces, ¿qué es lo que podrá escapar a la división? (...) Pero, ya que el cuerpo se supo- ne totalmente divisible, supongamos que se lo haya dividido. ¿Qué será lo que q u e da de esta división? ¿Una magnitud? Esto no es posible, pues habrá algo que no ha sido dividido, y se supuso que el cuerpo era totalmente divisible. Pero si, por el contrario, no resta ningún cuerpo ni magnitud, y se mantiene la división, o bien el cuerpo estará constituido de puntos y sus componentes carecerán de magnitud, o bien no quedará absolutamente nada y, en consecuencia, el cuerpo procedería de nada y estaría compuesto de nada, y entonces el todo no sería sino una apariencia. (...)Así pues, si alguien supone la existencia de un cuerpo totalmente divisible, del tipo y dimensión que se quiera, sobreviene este tipo de consecuencias. Además, si después de dividir un trozo de madera o de alguna otra cosa, lo reconstruyo, este será nuevamente igual que antes, y uno. Sin duda es evidente que ello sucederá, cualquiera que sea el punto en que yo corte el trozo de madera. Luego es total- mente divisible en potencia. ¿Qué hay, entonces, además de la división? Pues, si hay también alguna afección, ¿cómo puede el cuerpo, empero, resolverse en estas afecciones y generarse de ellas? ¿Y cómo pueden éstas estar separadas? En con- secuencia, si es imposible que las magnitudes estén compuestas de zonas de con- tacto o de puntos, será necesario que haya cuerpos y magnitudes indivisibles. Ko obstante, también a quienes asumen esta última suposición se les presentan con- secuencias no menos imposibles, que hemos examinado en otra parte. (ARISTÓTELES, Acevca de la generación y la corrupción, 1 2,3 16 a 14 - b 18; traducción de Ernesto La Croce, levemente retocada).

A partir de la constatación de que la respuesta atomista al eleatismo iba diri- gida a Zenón como principal interlocutor, podremos entender el porqué de una serie de atributos de los entes-llenos que, si bien se mira, no es tan evidente por qué teni- an que ir asociados, a saber: indivisibilidad, pequeñez, infinitud numérica.

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14 Miguel Cande1

La primera es una característica obvia para un ente reducido a magnitud: si esta corre el riesgo de menguar progresivamente hasta una hipotética disolu- ción en puntos privados por completo de ella4?, ¿cómo podría constituir el funda- mento de nada (ni aun de si mismo)? La división zenoniana debe detenerse en algún so pena de disolver el ente en su opuesto-complementario, la nada o el vacio, con el que debe compartir, pero sin confusión mutua, la misión de cimentar todo lo existente.

La pequeñez, aunque es un rasgo cuya universal atribución a los átomos democriteos no está clara44, parece requerida para explicar por qué su indiferen- cia cualitativa no se manifiesta a los sentidos.

En cambio, ¿cuál es la razón de su infinitud numérica? Podría pensarse que sólo ella permite garantizar la gran diversidad de formas y cualidades aparentes en los objetos naturales. Pero es obvio que, si la teoría atómica tiene sentido ante todo como un intento de racionalización, léase simplificación, en tesitura elei- tica (aunque con las correcciones ya comentadas), de la diz que inabarcable varie- dad de lo real, debe exigirseles a sus principios o elementos (los átomos) que ofrezcan una explicación económica de la diversidad, es decir, que mediante múl- tiples combinaciones de un número limitado de formas elementales diferentes piedan reproducir toda la policromía del mundo visible. Y dado que este no es infinito, ¿por qué habrían de serlo sus componentes elementales?

Creemos que la respuesta se encuentra en algo que ya hemos apuntado antes como de pasada45. Por una parte, en que Meliso había establecido la infinitud como atributo del ente para evitar tener que darle carta de naturaleza al vacio como límite de aquel: en consecuencia, los atomistas, al desarrollar dialéctica- mente las implicaciones de esa concepción para dar cabida a la variedad y varia- ción natural, debieron de suponer la existencia de infinitos átomos que explica- ran, si no la infinitud de este mundo, obviamente finito, sí la infinitud de los mundos, que parecen haber afirmado tanto Leucipo como Demó~r i to~~ . Pero, por

42. stignai, amegéthe. 43. El planteamiento de Zenón es, por supuesto, diferente. Como apunta acertadamente G.

BUENO, "Zenón no acepta esos puntos, no porque la división no pueda detenerse, sino porque no puede comenzar" (Op. cit., p. 274. En eso consiste el carácter dialéctico, "retórico" incluso, de su argumentación per impossibile).

44. Así, KIRK y RAVEK, glosando pasajes como el repetidamente citado del fi-agrnento Sobt-t. Demócrito ("son tan pequeños que son capaces de eludir nuestra percepción, aunque poseen toda clase de formas, figuras y diferencias de tamaño", 5-S), comentan: "Los átomos son tan pequetios que son invisibles, aunque es posible que Demócnto haya hecho excepciones en este punto" (...) '"S

posible, en efecto, que Demócrito haya sugerido que algunos átomos eran comparativamente gran- des" (Op. cit., pp. 567-568 de la versión castellana, Madrid, Gredos, 1969). Hay, en efecto, algunos testimonios en esa dirección, como el de Dionisio recogido en EGSEBIO, Praeparatio evangel. XIV 23,3: "Demócrito supuso que había también algunos átomos muy grandes".

45. Cf. nota 16, supra. 46. Cf. frgs. 67 A 1 y 68 A 40 DK.

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I Demócrito y Epicuro: El átomo como elemento y como Iímite onto-lógico 15

otra parte (y esto es una hipótesis relativamente original), la razón de postular infi- nitos átomos podría residir en la previa determinación de estos, no simplemente como pequeños, sino como infinitamente pequeños.

Tendríamos así, por un lado, que la pequeñez, aun variando en grado, como sugieren los testimonios citados en la nota 44, a ser infinita. Por otro lado, si así fuera, dejaría de constituir una hipótesis ad hoc excogitada simple- mente para justificar por qué la estructura real de los entes no es perceptible. Pero jcuál seria entonces la razón para postular ese primer barrunto de la noción de inf ini te~imal~~? De todas las hipótesis, la más probable, a mi juicio, <es esta: la necesidad de encontrar una salida que, sin negar el problema (al modo eleático), permitiera escapar del atolladero en que se hallaba el modelo de racionalidad pre- dominante en la época, el pitagorismo, como resultado del descubrimiento de las magnitudes inconmensurables o, como hoy decimos -conservando el eco de la perplejidad suscitada por aquella primera "crisis de la razón7'-, de los números irracionales.

De ser correcta esta explicación, cobraría pleno sentido la aparente ubicui- dad y perennidad de la tradición pitagórica, sin duda el movimiento intelectual más recurrente y penetrante de toda la Antigüedad, del que se diría que su propia capacidad de reencarnación en sucesivas escuelas de pensamiento constituye el paradigma más acabado de su supuesta teoría de la metempsícosis o transmigra- ción. Tendríamos entonces, no unos pitagóricos atomistas, como quiere R a ~ e n ~ ~ , sino unos atomistas que, como los eleatas, pugnan por romper el círculo de las aporías pitagóricas de un logos-razón omnicalculador50.

El atomismo sería, pues, en esta hipótesis, el esfuerzo más acabado, antes de Platón y Aristóteles, por superar las antinomias de la razón pitagórica, y funda- mentalmente éstas: la necesidad de dar una determinación a cada objeto a la vez que de supeditar esa misma determinación a su opuesta (que es tanto como decir: a su correspondiente indeterminación); y la presuposición de que todo es men-

47. La expresión 'tender' es, desde luego, anacrónica, pues supone la conciencia explícita de la noción puramente matemática de limite, cuyo nacimiento tenemos perfectamente datado en el siglo XVII d.N.E. Pero sólo así, explicitándolas, podemos enunciar nociones implícitas o confusamente entrevistas por pensadores más primitivos, como es el caso que aquí nos ocupa, y que es paradigmático, tanto por la complejidad del término ad quem, como por la clara constan- cia del término a quo de la interpretación.

48. El primero en haber planteado en estos términos las antiguas teonas atomistas es Jürgen MAU, en Zzim Problem des Infnitesimalen bei den antiken Atomisten, Berlín, Akademie-Verlag, 1954.

49. RAVEN, J.E., Pythagoreans and Eleatics, Cambridge U.P., 1948. 50. La aparente circularidad de las influencias pitagóricos-atomistas se debería a la extre-

ma imprecisión de las dataciones correspondientes a los primeros, explicable a su vez por la recu- rrencia de las ideas pitagóricas en sucesivas épocas. FURLEY, en Op. cit., pp. 44-56, discute e impugna convincentemente, contra KIRK y RAVEN, la supuesta naturaleza "atomística" de las mónadas pitagóricas.

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surable con arreglo a un patrón (sin lo que se disolvería la noción misma de men- sura) enfrentada al hecho de que el patrón no es uno.

La primera antinomia encontraría la "solución" de la dualidad de principios ente - nada, en que determinación e indeterminación, llevadas a la oposición máximamente antitética, se complementan perfectamente (como lo lleno y lo vacío) sin que ninguna de ellas se solape sobre la otra, cccontaminándola" o "disol- viéndola" (como ocurría con dualidades tan parciales o relativas como las clisicas pitagóricas de: femenino - masculino, izquierdo - derecho, par - impar, oblongo - cuadrado, múltiple - uno, de las que tan fácil era la mutua conversión en función del marco general en que se diera la oposición).

Para la resolución de la segunda antinomia, los atomistas habrían elaborado lo que nosotros consideramos un primer e imperfecto esbozo de noción de mag- nitud integradora de los números irracionales, aplicada, como los números "mate- rializados" de los pitagóricos, a la explicación de la estructura de la realidad. Para cumplir esa función, los átomos habían de ser infinitamente pequeños5'. Por eso debían ser también infinitamente numerosos, a fin de poder (re)integrar mediante su composición la totalidad del mundo visible.

Si esto es así, cobra pleno sentido el ulterior desarrollo de la teoría atomista, que, como es sabido, tras la crítica aristotélica de las magnitudes indivisibles5'

5 1. La lógica objeción de que en los testimonios conservados no aparece nunca el adver- bio 'infinitamente' (apeiros) referido al adjetivo 'pequeño'no es decisiva, a nuestro juicio. Y ello porque el concepto de magnitud infinitesimal que aquí suponemos latente es más bien un "pre- concepto", imposible de formular con claridad en una epoca en que el solo atisbo de una infini- tud "hacia dentro" generaba reacciones como los argumentos de Zenón y una especie de pmfun- do horror vacui ante la perspectiva de ver disolverse el ser en la nada (cosa que no ocurría con la noción de infinitud "hacia fuera", en la que el ser, lejos de "disolverse" o "contraerse", se "expan- día"). Al fin y al cabo, como demostrará Anstóteles, la elaboración conceptual no es coherente, porque no es llevada a sus últimas consecuencias, sino que se interrumpe a partir de cierto momento para impedir justamente que "el ser caiga en la nada": habría sido mucho pedir a una mentalidad univocista como la griega arcaica que aceptara en toda su crudeza y explicitud una noción tan fluctuante (recuérdese que Newton a los infinitésimos -así llamados por Leibniz- los bautizó con el nombre de fluxiones) como la de algo que "puede considerarse siempre más pequefío de lo que en cualquier momento se pueda considerar". De todos modos, no es rigurosa- mente cierto que no haya en los textos ninguna expresión que apunte en ese sentido. Tenemos, por un lado, ese kata mégethos diaphorán (Sobre Democrito, 7-8) al que aludíamos antes como posible indicador de una referencia democntea a "átomos más y más grandes", pero que nada impide entender al revés, como una postulación de "átomos más y más pequeiios". Y, por otro lado, en lugar de entender la imperceptibilidad como el explanandum a partir de la pequeñez, cabe con igual probabilidad entender ésta como caracterizada a partir de aquella, es decir, como pequeñez sin límites precisables ("tan pequeñas que escapan a nuestros sentidos", Ibid., 5-6).

52. Cf. Física, VI 10,240b8-241a6, y F W E Y , Op. cit., pp. 11 1-12], Los primeros atomistas no eran los únicos propugnadores de tal género de magnitudes: en la Academia parecía profesarse, según testimonio del propio Aristóteles, la llamada teoría de las "líneas insecables", verdaderos áto- mos de longitud que supuestamente integraban las líneas propiamente dichas (ver también al res- pecto la obra de FURLEY, cap. 7).

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Demócrito y Epicuro: El átomo como elemento y como limite onto-lógico 17

como contradictorias (dado que, si son magnitudes, han de tener partes y, por tan- to, resultar divi~ibles~~), fue reformada por Epicuro en el sentido que cabía espe- rar después de la refutación de una imperfecta anticipación del concepto de mag- nitudes infinitesimales: negando la infinitud del número de magnitudes indi~isibles~~ a la vez que reafirmando la pertinencia de éstas, pero reducidas aho- ra a los limites (caras, aristas y vértices, extensos pero sin partes55), no separables ya fisicamente, sino sólo discernibles conceptualmente, de los átomos materiales democriteos. Esas rninirnaepaute~~~ puramente formales constituyen, por un lado, la renuncia a la imprecisa configuración democritea de la materia extensa como integrada por infinitos infinitésimos que, dle todos modos, acaban teniendo algu-

53. La crítica aristotélica se dirigía, antes que si los atomistas, a Zenón. Y su tesis sobre la divi- sibilidad potencialmente infinita de la extensión propiamente dicha, esto es, continua, no refutaba de por sí el atomismo, sino que, al decir de FURLEY (Op. cit., p. 128), lo hacía innecesario. Pero volviéndose también directamente wntra la tesis atomista, arguyó que una magnitud no puede estar hecha de indivisibles, pues en tal caso ocurriría una de estas dos cosas: o bien los indivisibles coin- cidirían (esto es, serían puntos inextensos), w n lo que su unión no restauraria el todo; o bien se toca- rían, parte w n parte, w n lo que, separando éstas, sena nuevamente posible la división de aquellos presuntos indivisibles.

54. (56) "Además de esto, no hay que creer que en el cuerpo limitado haya infmitas partículas ni, ciertamente, de cualquier tamaño. De manera que, no sólo hemos de rechazar la partición al infi- nito hacia lo más pequeño, a fin de no hacer todas las wsas inanes y en la concepción de los wn- glomerados, al comprimir las cosas existentes, vemos obligados a consumirlas en el no-ser. Pero tam- poco hay que creer que en los cuerpos limitados se produzca indefinidamente el paso <de una parte a otra> ni hacia lo más pequeño. (57) En efecto, si alguien llegara a decir que en algo hay infinitas partículas y, por cierto, de cualquier tamaño, no se podría concebir cómo ese algo seguiría siendo limitado en magnitud; en efecto, es evidente que las infinitas partículas son de algún tamaño y, sean del tamaño que sean, la magnitud <total> será infuiita" (EPICURO, Carta a Heródoto, 56-57; tra- ducción propia).

55. A fin de eludir las consecuencias mostrada por Aristóteles para toda magnitud en la que fueran discemibles partes (ver nota 53, supra).

56. Ver De rerum natura 1609-614,746-752, con el testimonio complementario de Lucrecio sobre: a) el carácter inseparable de las partes mínimas (w. 609-614); b) la determinación analógica de esos minima "subatómicos" a partir de la experiencia sensorial del límite o "punta" visible (cacu- men) de cualquier cuerpo (w. 746-752):

"Existen, pues, unos sólidos, por su simplicidad, primordiales formados por la cohesión apretadísima de mínimas partes, no reunidos por la aglomeración de estas, sino más bien f m e s por su simplicidad eterna, por lo que ni arrancarles parte alguna ni reducirlas permite la naturaleza que preserva de las wsas las semillas. ...p orque, en defmitiva, que no haya final alguno en la división de los cuerpos pretenden, ni pausa ni descanso en su kagmentación, ni que, en suma, haya en las wsas la más mínima wnsistencia; y ello pese a que en cada wsa vemos aquellla punta extrema que para nuestros sentidos parece ser la pante más pequeña, de modo que puedes conjeturar que lo que percibir no puedes, por tener un extremo, descansa en la wnsistencia de un mínimo componente."

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na magnitud (y excediendo, por tanto, al sumarse en número infinito, la limitada magnitud del objeto que integran); y, por otro, el rechazo de una sutil noción de infinito potencial (la aristotélica) que habría desestabiliza- do el edificio conceptual epicúreo (hecho de nociones tan atómicamente estructuradas como los cuerpos de su físicas7), no tanto por la inabarcabili- dad de lo infinito (pues Epicuro compartía con Leucipo y Demócrito la cre- encia en infinitos mundos) como por la indefinibilidad de la potencia.

Y, sin embargo, con esa noción epicúrea de to en t i i atómoi eláchiston ("lo más pequeño que hay en el átomo"), se alcanza, pese a todas las recaí- das predialécticas, un grado de abstracción (la idea de límite, a la vez físi- co e inseparable) que lleva la ontología antigua a una de sus cimas más altas, desde la que será posible descubrir, por ejemplo, horizontes matemá- ticos hasta entonces insospechados.

3. Conclusión

"La imagen del mundo de los antiguos griegos no era objeto de un acuerdo generalizado, sino más bien de una viva controversia que se prolong6 duran- te siglos. Diferentes cosmologías concitaron adhesiones y rechazos. Pero en el transcurso del tiempo, los conflictos hasta entonces dispersos empezaron a decantarse en una lucha entre dos bandos, que podemos caracterizar como "atomistas" y "aristotélicos". (...)

"Hablando en general, los atomistas defendían la concepción atómica de la materia, la causalidad mecánica, la infinitud del universo, la pluralidad de mundos y la caducidad de nuestro mundo. Los aristotélicos defendían la con- cepción continua de la materia, la preeminencia de las causas finales, la fini- tud del universo y la unicidad y eternidad de nuestro mundo. El bando ato- mista, aun cuando podía alegar diversos títulos de legitimidad como heredero de Empédocles y Anaxágoras, no adquirió identidad propia hasta finales del siglo V, con Leucipo y Demócrito; su causa fue abrazada al final del siglo IV por Epicuro y, ya en época romana, por Lucrecio. El bando opuesto estaba formado por Platón, Aristóteles y sus discipiilos y los estoicos. El campo decisivo de esta lucha lo constituyen los ataques de Aristóteles a los atomis- tas y los intentos de los epicúreos de rebatir los argumentos críticos de aquel.

"Los ecos de esta batalla se oyeron de vez en cuando en la Europa medieval y la contienda se reavivó con gran intensidad en los siglos XVI y XVII. En

57. "Epicuro ... gusta de establecer las distintas determinaciones de un concepto como dis- tintas existencias subsistentes. Como su principio es el titomo, así también el modo de su saber es atomístico. Cada momento del desarrollo se le vuelve enseguida entre las manos una realidad fija, como separada de su contexto por el espacio vacío ..." (K. MARX, 0p . cit., pág. 69.)

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sí misma, constituye uno de los mas importantes legados del pensamiento

Para poder compartir plenamente ese diagnóstico deberíamos añadir, por un lado, el papel de "encrucijada" de esas dos vías desempeñado por los pita- góricos (extrañamente ausentes del cuadro pintado por Furley, cuando son ni más ni menos que la matriz a partir de la cual, como si de la propia mónada primitiva se tratara, se escindieron ambas corrientes, para volver a encontrarse periódicamente por obra y gracia de los múltiples renacimientos pitagóricos); y, por otro lado, deberíamos precisar que el llamado "bando aristotélico" que- da mejor retratado, en oposición al "atornista", como bando "holista".

Porque, si lo que caracteriza al atomismo antiguo y moderno (la actuali- dad de la dicotomía atomismo-holismo, tal como señala Furley, está fuera de duda) es la aplicación de un método consistente en tratar de caracterizar pri- mero las partes antes de intentar reconstituir con ellas el todo (hólon), la corriente de pensamiento opuesta parte de la caracterización del todo para determinar desde él la disposición y naturaleza de las partes. La prioridad epis- temológica, ontológica, o ambas, que cada bando asigna, bien al uno, bien al otro de los polos mencionados es lo que los define y enfrenta.

Aquí, en lugar de dar un juicio definitivo sobre la superioridad de uno u otro método, creemos más productivo señalar cuáles son los triunfos que osten- ta cada parte en el tema que nos ocupa: la determinación de los principios explicativos de la realidad natural.

El holismo puede exhibir su mayor capacidad para describir los fenóme- nos naturales sin que los principios utilizados corran el riesgo (como es el caso de los átomos reducidos a pura extensión) de resultar invalidados por un desa- rrollo lógico de su propia definición. Así, Aristóteles, al no separar la cualidad de la cantidad en ningún nivel ontológico, al no reducir el principio fundante a ninguna de esas dos categorías, puede postular la infinitud del análisis o "divi- sión" de la magnitud extensa, pues esta, en cualquiera de las fases de ese pro- ceso, conserva toda la consistencia que le otorga su intensionalidad cualitati- va.

El atomismo, en cambio, puede explicar, con todos los riesgos que su método reductivo comporta, fenómenos cualitativamente complejos que el holista se ha de limitar a constatar. Y no sólo explicar, sino medir. Compensa así lo reductivo con lo preciso de la determinación.

El diálogo interescolástico de Demócrito, Aristóteles y Epicuro, con la fecundación y afinamiento mutuo de las posiciones respectivas y la contribu- ción común a la superación del impasse pitagórico-eleático, es una prueba

58. FURLEY, D.J., Op. cit., p. V.

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empírica de que ambos métodos son complementarios, de que ni la ciencia ni la filosofía pueden pasarse sin la vocación simplificadora del uno ni la ambi- ción omniabarcadora del otro.

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La articulación entre vacío, materia y tiempo en el De Rerum Natura

E. J. Ríos Departamento de Lenguas y Literatura clásicas

Universidad de los Andes Venezuela E.J.Rí[email protected]

Nec tamen undique corporea stripata tenentur

omnia natura; namque est in rebus inane.1

Concepciones del Vacío y la Materia Las ideas acerca del vacío, expuestas en el Rerum Natura, así como la mayoría de las ideas

que allí se presentan, nos remiten a las doctrinas epicúreas y más concretamente a la carta a

Heródoto que Epicuro escribiera para dar un compendio de sus doctrinas y facilitar así al

común su filosofía.

En ésta, la noción o apreciación de la vacuidad, Epicuro la señala como un factor

categórico en el universo, el cual podría considerarse como axioma resultante del

precedente: “nada puede provenir de nada”,2 pues cada cosa del Universo tiene un

precedente que siempre ha existido y es inmutable y eterno, “ya que suponer que nada

preexiste o nada sobrevive a los objetos que observamos crecer y decaer contradiría la

experiencia”,3 lo cual da por sentado la concepción materialista de la doctrina que Lucrecio

perfila como argumento principal para desvanecer los temores a las divinidades, así escribe:

“principium cuius hinc nobis exordia sumet, nullam rem e nilo gigni divinitus umquam.”4

1 D.R.N. I, 329-330

2 Ep.ad Hdt., 29-03

3 A. LONG., La Filosofía Helenística, Madrid, 1975, pp.40

4 D.R.N. I,149-150

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(El principio de lo cual cogerá su urdimbre de esto: Nunca cosa ninguna se ha engendrado de la nada por obra divina) 5

Estas aseveraciones las va corroborando con ejemplos extraídos de la naturaleza, es

decir, sobre una base netamente empírica, lo cual encausa con la perspectiva sensitivista de

su predecesor, quien argumentaba dicha afirmación arguyendo que “de otro modo todo

podría surgir de todo sin tener necesidad de corresponder a una simiente específica”6.

Lucrecio ilustra esta idea de manera muy aguda7 y luego concluye interrogándose por la

matriz genitalia corpora8 en que podría gestarse el mundo; a lo que responde que cada

cosa surge a partir de determinados gérmenes pero que es de la materia pre-existente de

donde toman su constitución.

Lucrecio luego puntualiza, siempre desde la observación directa de la naturaleza, que no

sólo corresponde a cada cual una matriz y un germen determinado, sino que también

existen otros elementos concomitantes a la producción de un nuevo organismo, como son

las estaciones, los factores climáticos, el tiempo, etc.

Todo esto trae a colación el principio de ordenación del Caos (Chaos) pre-existente, que

poetas como Hesíodo ya entendía, a modo de un esbozo de la naturaleza de las cosas;

refiriéndonos, claro está, a la concepción de la (physis), al surgimiento del mundo como

tal, pues tanto en una obra como en otra se puede decir que no existe el concepto de

creación, ya que los dioses griegos no son creadores, sólo son ordenadores9 de una materia

eterna y preexistente, premisa que luego, ya desbrozada, permitiría afirmar a Lucrecio:

“Nada nace de la nada”… “Nada existe por efecto de un poder divino”…

Ahora bien, en la carta que Epicuro dirige a Heródoto exhorta a prestar atención a “las

cosas invisibles”10, es decir, recomienda observar más allá de la sencilla apariencia que

5 La traducción que hemos usado en el presente trabajo es la de Lisandro Alvarado, De la Naturaleza de las Cosas, Caracas, 1980. 6 Ep ad Hdt. , 29-05 7 D.R.N. I .59-66. 8 D.R.N. I, 58 9 Aunque ciertamente la idea de dioses como organizadores de un Caos, es más bien una concepción platónica (Cf. Ti., 27a-31b), que no es otra que la idea del demiurgos, pues para los presocráticos y en especial para Leucipo (Cf. Aët I,25,4 y .II,2,2.) se debía más que a los dioses a la necesidad y al azar, mientras que Epicuro y Lucrecio no concebían un principio ordenador, solo consideraban el átomo autosuficiente, esto es, generador de su propio movimiento aunque sus choques y resultantes esparcimientos los presupone improvisados, es decir, desmitifican la cosmogonía. 10 Ep ad Hdt. 29

2

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muestran los objetos del mundo, partiendo, claro está, de la concepción atomista que

presidía: la idea de que existen partes indivisibles en diversos grados de magnitud—

extensión geométrica, tiempo, etc.

Siendo de ese modo da con el hallazgo de la estructura del universo que Epicuro lo

presupone de manera dual cuando afirma que todo lo existente se reduce a dos clases de

cosas: lo lleno y lo vacío11. Veamos:

“El universo está constituido de cuerpos y de espacio. Que existen los cuerpos, las

sensaciones lo atestiguan continuamente, y es necesariamente en conformidad con aquéllas

que se hace, a través del razonamiento, las conjeturas sobre lo invisible. (...) Si, por otro lado,

no existiera eso que llamamos vacío, espacio o naturaleza impalpable, los cuerpos no tendrían

lugar donde permanecer ni moverse, y esto es algo que parecen realizar comúnmente”12 .

Así resulta que la dialéctica epicúrea está basada en una especie de silogismo, de donde

de una premisa resulta otra que se apoya en la anterior. En este particular Long afirma: “Ya

que es un hecho evidente que existen cuerpos; el espacio vacío, por consiguiente también

ha de existir, ya que los cuerpos han de hallarse en algo y tener algo a través de lo cual

moverse”; 13 mas esta idea Epicuro no la concibe solamente en el plano macro de los

objetos, es decir, no solo en la corporeidad de los objetos del mundo, tal y como lo

perciben nuestros sentidos, sino que va mucho más allá, denotando “las cosas invisibles”, o

sea, lo que hoy día llamaríamos: la estructura molecular de la materia. De allí, afirma

Epicuro que todas las cosas han de estar compuestas por átomos y de espacio vacío entre

éstos, que dependiendo de la cantidad o agrupación de ellos, así como de la existencia de

vacío que dispongan los cuerpos, en su estructura intrínseca, de tal forma será la

constitución de dichos cuerpos.

Lucrecio, en su poema, ejemplifica este particular a través de los fenómenos naturales

que obran, a nuestros ojos, de manera imperceptible como es el viento, la lluvia, el

desgaste de los objetos, etc., pues, obviamente, ha de ser el punto de partida para lograr el

objetivo que persigue la obra: la disolución de los temores; así que designa todo esto

acusando directamente a la Naturaleza14.

11 Esta concepción dual del todo, es ciertamente, la punta de lanza o el pensamiento más preponderante de toda la tradición atomista ya esbozada por los pre-socráticos, y como principales exponentes de ésta tenemos a Leucipo y Demócrito (Cf. Arist. Metaph. 4,985 b., Hippol. Refut. I, 12. y Aët. I, 3,15.) 12 Ep. ad Hdt.29-18,30 13 op cit.: pp. 40-41 14 Sed quae corpora decedant in tempore quoque, invidia praeclusit speciem natura videndi

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Page 29: Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

Luego pasa a afirmar la existencia del vacío, dando como argumento la solución epicúrea

al respecto, la cual hemos venido tratando, pero pronto nos presenta la clave de este:

“praeterea quamvis solidae res esse putentur, hinc tamen esse licet raro cum corpore

cernas”15.

(Fuera de esto, por macizas que se consideren las cosas, es bien que observes sin embargo

en lo siguiente que son de cuerpo poroso.)

Es decir, la materia no está constituida solo de materia sino que existe el vacío en ella y

éste le da su constitución y su peso, aún prescindiendo del volumen que puedan tener, pues

considera el cuerpo y el vacío como inversamente proporcional en cuanto al peso.

Refiriéndose a esto se cuestiona lo siguiente:

“Denique cur alias aliis prestare videmus pondere res rebus nilo maiore figura? (…)

corporis officiumst quoniam premere omnia deorsum, contra autem natura manet sine

pondere inanis. Ergo quod magnumst aeque leviusque videtur, m¡nimirum plus esse

sibi declarat inanis; at contra gravius plus in se corporis esse dedicat et multo vacui

intus habere”16.

(¿Por qué, en fin, vemos que unos cuerpos ganan en peso a otros no siendo de mayor volumen?

(…) porque es propiedad de los cuerpos arrastrarlo todo hacia abajo, mientras que la naturaleza

del vacío está exenta al contrario de peso. Luego lo que teniendo más volumen aparece más

liviano, muestra a las claras que contiene mayor vacío; y por el contrario lo más pesado revela

que hay más cuerpo en él y que contiene dentro mucho menos huecos.)

Asimismo, esto vale en cuanto a la constitución del átomo, que desde su etimología

«άτομος»: considérase como lo que no puede dividirse, ya da por sentada su definición.

Sin embargo, la concepción que de ello hacían, tanto Epicuro como Lucrecio, no se refería

a la mínima expresión del átomo como tal, sino a su conformación corpórea y a la ausencia

total en ella del vacío. En cuanto a esto M. R. Donís sostiene:

“Aunque el átomo no es, exactamente, algo carente de partes, ya que el mismo Lucrecio habla

de partes minimae atomi. Estas partes, sin embargo, son en sí mismas inseparables, pues no I, 320-321 luego puntualiza: corporibus caecis igitur natura gerit res I, 328 15 D.R.N. I, 346-347 16 D.R.N. I, 357-367

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Page 30: Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

incluyen el vacío. Son solida atque sine inani corpora prima, solida simplicitate. Son, dice,

igitur solida primordia simplicitate, sed magis aeterna polentia simplicitate.

Lo importante no es que tenga o no tenga partes el átomo, sino que no tenga vacío, y en

consecuencia, que no sea penetrable y divisible”.17

Así pues, estos principios los establecen como leyes universales indisolubles, cargadas

cada cual de propiedades inherentes que en conjunto conforman lo que precisa el universo

para ser tal, es decir lo conciben como el absoluto, develando lo que Epicuro y luego

Lucrecio comprenden como la naturaleza de las cosas, por ello este último declara:

Ergo preter inane et corpora tertia per se nulla potest rerum in numero natura relinqui, nec quae

sub sensus cadat ullo tempore nostros nec ratione animi quam quisquam possit apisci.18

(Luego fuera de los cuerpos y el vacío no puede subsistir por sí ninguna tercera naturaleza en el

número de las cosas, que caiga alguna vez bajo la acción de nuestros sentidos, o que pueda alguien

alcanzar mediante el raciocinio)

Entre aquellas propiedades inherentes que reconoce poseen los elementos del mundo:

“el peso a la piedra, el calor al fuego, la fluidez al agua”, señala, agrupando a los dos

principios universales, como sus propiedades a “todo lo tangible para los cuerpos todos, lo

intangible para el vacío”19, mientras que todos aquellos conceptos que muy bien podrían

catalogarse como abstractos: la esclavitud, la pobreza, la riqueza, la libertad, la guerra, la

concordia, etc. los denomina eventuales, dado a que es indiferente si estos elementos están

presentes o ausentes, la Naturaleza permanece indemne.

17 RODRÍGUEZ D. M., El materialismo de Epicuro y Lucrecio, Sevilla, 1989 pp. 106 18 D.R.N. I-445 19 I, circa vv. 455. en la traducción de Lisandro Alvarado aparece una nota al pie explicando que este verso en particular es considerado espurio según Lachmann, sin embargo, considerando la secuencia temática de las exposiciones acerca del vacío en los versos anteriores a este, se puede presentar como concluyente.

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Concepción del Tiempo

Del mismo modo, el tiempo es considerado como eventual, diferenciando de este modo

al vacío como un ente en sí mismo y no como privación de la materia o como extensión de

la materia,20 en contraposición con el tiempo que lo concibe como eventual de lo

corpóreo21 y por ende inexistente por sí mismo:

Tempus item per se non est, sed rebus ab ipsis consequitur sensus, transactum quid

sit in aevo, tum quae res instet, quid porro deinde sequatur. Nec per se quemquam

tempus sentire fatendumst semotum ab rerum motu placidaque quiete.22

(Asimismo el tiempo no existe por sí, pues de las cosas mismas es consiguiente la sensación de lo

que en la duración ha pasado, y de lo que está acaeciendo y lo que a su vez ha de seguirse; y hay

que confesar que nadie siente el tiempo de por sí con abstracción del movimiento de las cosas y de

su plácida quietud)

De modo que las cosas, tal y como las concebimos, son simples agregados a los

elementos primordiales corpora prima, éstos son, si se quiere, dependientes de los átomos

que los conforman, o sea, son atributos que solamente existen en conformidad con sus

principios, los cuales se aceptan como reales, en la medida en que se apoyan en “los

átomos, en el vacío o en los cuerpos que se originan en la combinación de ambos”23; claro

está, esto es así cuando nos referimos a cuerpos tangibles, o por lo menos, dentro de la

materialidad; mientras que aquellos que se circunscriben a estos últimos o que son

derivados de ellos, son más bien epifenómenos en tanto que son agregados de los

principios atómicos.

El tiempo supone la existencia de la materia, esto es, de los átomos y el vacío. Los átomos y

el vacío no son sino una sustancialización del espacio. Por consiguiente, en la teoría

lucreciana, el tiempo aparece como enteramente subordinado al espacio24

20 Arist. Phys., 217-a. 21 D.R.N. I, 482 22 D.R.N. I, 459-63 23 Op.cit. pp. 94 24 Idem, pp. 96

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Aun más, la misma condición de átomo le hace preponderante e independiente de la

mera concepción de sus atributos como lo es el tiempo, ya que la materia en su último

estado concebible como impenetrable, imperturbable, indestructible y eterna, triunfa sobre

el tiempo, es decir, éste no la condiciona, ni la modifica, ni la influye, sólo es un fenómeno

circunscrito a ella. Así el tiempo es ajeno al átomo en cuanto tal, es decir, en cuanto a su

condición intrínseca que lo caracteriza, puesto que, dicha condición excluye los atributos

del tiempo y principalmente en su condición eterna se opone a la temporalidad. Esto lo

describe Marx en su Disertación Doctoral de la siguiente manera:

De que en el átomo, en estado de pura relación consigo mismo se halle la materia en evasión

de toda relatividad y mutabilidad, se sigue inmediatamente que el tiempo queda excluido del

concepto de átomo, del mundo de la esencia, porque la materia es tan sólo eterna e

independiente en la medida en que se abstraiga de componentes temporales25.

Es por esto que la materia presupone un principio ontológico inmanente, que va mucho

más allá del tiempo y el universo, que se encuentra más bien como regidor de éstos, y por

ende, ya no se comprende un logos interventor y constructor del universo, ni un principio

regidor del universo como lo supone ser el tiempo. Así, se podría hacer una

correspondencia metafórica con el fin que perseguía la doctrina de desmitificar la

cosmogonía, donde la materia, como «principium» pre-existente, equivale al ente

cosmogónico primordial de los atomistas, en contraposición con aquella personificación

mitológica, aquel Titán que gobierna el universo (Chronos) y el que, curiosamente, en su

investidura romana «Saturnus» representaba, precisamente, el sembrador y por tanto el

generador, la semilla de la materia, aquel monstruo que castró a su padre y devoró a sus

hijos por temor a la traición, pero que por el ardid de su esposa, concibió un hijo (Zeus)

que lo destronó para luego erigirse como nuevo amo del universo; pero, los atomistas

resuelven aplicar el mismo castigo a tales encarnaciones mitológicas, castrándolos con el

rigor de la lógica y destronándolos como regentes del universo, colocando en el trono, que

ha de regir lo eterno, la materia y en su envestidura más excelsa y perfecta, se presenta el

átomo como verdad subyacente, regidor del universo-mundo de la corporeidad.

25 MARX C., Diferencia entre la Filosofía de la Naturaleza según Demócrito y según Epicuro, Traducción por JUAN D. GARCIA BACCA, Caracas, 1973 pp.93

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Page 33: Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

Relación entre Vacío y Materia

En cuanto a la relación existente entre el vacío y la materia, eran concebidos como

elementos totalmente opuestos siguiendo la premisa:

Nam quacumque vacat spatium, quod inane vocamus, corpus ea non est; qua porro

cumque tenet se corpus, ea vacuum nequaquam constat inane.26

(Porque donde quiera que priva el espacio que decimos el vacío, allí no existirá lo corpóreo, y

recíprocamente donde quiera que se está lo corpóreo, allí de ningún modo coexistirá el vano vacío)

Pues se comprende que de otro modo no existiría el universo dual que ellos concebían, es

decir, la premisa anterior que todas las cosas pueden reducirse bien a cuerpo, bien a

espacio vacío mas no puede concebirse una tercera naturaleza.

Siendo de ese modo, se contempla el vacío como un espacio existente, como un lugar

que es el lado opuesto de la materia, en ese sentido se asimila, según Francesco Adorno, a

la concepción de «χώρα» que Platón concibe en el Timeo. La citazione del testo del Timeo

da parte di Epicuro e indicativa. Il “vuoto” va inteso come “spazio assoluto”, ossia come la χώρα

di Platone27.

Ciertamente, la etimología que arroja ese término es precisamente la de “lugar

determinado”, pero hay que tener presente que en Epicuro tal concepción es aplicable al

vacío presente en la materia, al lugar por donde pueden transitar los átomos, es decir, es el

lugar necesario para que haya movimiento. A este particular F. Adorno reprocha la

conclusión a la que Aristóteles llega en su Física.

Epicuro sostenendo che le condizioni che permettono l’esistere delle cose (πραγματα)

(…), sono dapprima corpi e luogo, ma, ad un tempo ⎯ proprio perché siano posibili i

26 D.R.N. I, 507-509 27 ADORNO F., Epicuro nel suo momento storico, pp. 81

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“corpi” in “luogo” ⎯ precisa subito che il vuoto di cui egli parla non è il luogo

indefinido, o la “materia” aristotelica, ma il “vuoto” inteso secondo il significato dato a

χώρα da Platone, da non scambiare con l’ínterpretazione che Aristotele dà della «chora»

nella Fisica.28 L’ appello a Platone è una critica non al metodo aristotelico, ma ad alcune

conclusión contraddittorie cui sarebbe arrivato Aristotele29.

Pues, en este respecto las ideas de Aristóteles son contrarias a las de Epicuro, quien

comprende la vacuidad de los atomistas de manera quasi ontológica30, es decir

concediéndole al vacío, equiparado a un “lugar determinado”, una existencia fáctica, mas

no, como una idea representativa del vacío o lo que resultaría igual, en el caso de Epicuro y

por ende de Lucrecio, una idea de “espacio”. Así pues, resulta que el vacío equivale a la

ausencia de cuerpos, a “lugares no ocupados por la materia, ajenos al ser de los átomos,

incontaminados de corporeidad”31.

Pero, por otro lado, si bien puede asimilarse la concepción platónica de «χωρα» a la de

“espacio” que presupone el vacío en Lucrecio, ciertamente, es irrefutable que si dos

concepciones ontológicas se apartan más la una de la otra, estas son: la concepción

platónica versus la epicúrea, puesto que mientras la primera se apoya en la idea como lo

verdaderamente existente, siendo los cuerpos meras sombras, la segunda arguye que todo

principio hay que buscarlo en la materia, niega, pues, completamente el logos arquitecto

del universo, el «δημιουργός» platónico. Así, Donís se presenta como detractor de

Adorno, pues, citando ambos el Timeo, llegan a conclusiones diversas, mientras que uno lo

aleja, el otro lo asimila a la concepción ontológica del vacío.

“Hay en el epicureismo una clara oposición a la ontología platónica, puesto que lo que

verdaderamente intenta el fundador de la Academia es rechazar las tesis de aquellos que

sostienen que sólo existe lo que se puede aferrar con las manos, como dice en el Sofista, o

que todo se deriva de la materia. La tesis platónica, a diferencia de la epicúrea, sostiene que

la verdadera causa de todo es el espíritu o idea, siendo la materia una realidad 28 Aristot. Phys.Δ 2. 209 b5-15. 29Op cit.pp. 80 30 Aristóteles refutaba la idea de vacío que concibiera Demócrito y sus sucesores, quienes lo veían como un medio real y necesario para el libre desenvolvimiento de los átomos, (Cf. Aëtius, Ed.Diels, Daxographi graeci,I,25,3,p.321 y Cicero, De facto, 17 39-68 A66) negándose a reconocerlo porque impedía el contacto entre las cosas y además por considerarlo una noción autocontradictoria, esto es, un lugar que no es lugar de ningún cuerpo; aparte de la imposibilidad de considerar la existencia de un cuerpo allí donde no hay extensión alguna. (Cf. Arist. Physis, 217a-217b.) 31Op. Cit. pp., 92

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fantasmagórica, (…) Esta tesis metafísica, sumamente compleja y difícil, es mantenida en el

Timeo y, con ligeras variaciones, permanece en toda la obra platónica”32.

Ahora bien, el vacío y la materia, aun concibiéndose como elementos opuestos,

pueden además ser concebidos como una unidad, es decir, ya que representan el todo «tò

pan» en el universo, son “los dos únicos elementos, que lógicamente podríamos concebir

como uno solo, ya que representan el anverso y el reverso de una misma realidad

sustancial”33. O como bien indica Morel, ya que se equipara el ser a la cosa y el no-ser al

vacío se neutraliza la concepción ontológica entre el ser y el no-ser:

“En effet, les atomes ou le plein sont l’être (on) ou le quelque chose (den) et le vide est

le non-être (mè on) ou le rien (mèden). Or, même si le non-être est en un sens, parce

que le vide n’est pas moins que les atomes, il n’y a pas de trosième statut ontologique

entre l’être et le non-être”34.

Esto se desprende del solapado monismo que comporta la teoría del átomo, esto es, la idea

que sugiere que todos los elementos en el mundo físico y aún el espíritu, según la doctrina,

son, en su más profunda y mínima expresión, no otra cosa que átomos.

De manera que si estos principios son opuestos, son, también, complementarios, puesto

que, se figura una alternancia de ambos en la configuración de las cosas

“Alternis igitur nimurum corpus inani

distinctumst, quoniam nec plenum naviter extat

nec porro vacum”35

(Por tanto, lo corpóreo a no dudar cambia alternativamente con lo vacío, porque ni reina por entero

lo lleno, ni lo vacuo tampoco)

Y del balance que exista de uno u otro elemento resultará la disposición de la materia

en el plano físico, siguiendo la norma que entre más vacío más blando y entre más cuerpos

agregados, adheridos, compactados al átomo, mucho más sólido será el objeto36.

32 Ibid, pp., 167 33Op.cit. pp.94 34 MOREL, P. M., Atome et nécessité, Démocrite, Épicure, Lucrèce, París, 2000, pp. 19 35 D.R.N. I, 524-526 36D.R.N. I, 357-367

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Por lo tanto, el vacío es concebido como un elemento divisorio, opuesto, negativo a

la materia, la cual diferencia el espacio lleno del vacío y su mínima constitución (el átomo)

no puede ser dividido, ni penetrado, empero, sus compuestos sí se ven conformados,

además de átomos, por el vacío, su contrario, el cual pauta la división entre lo que es

materia y lo que no lo es «ser-no-ser», puesto que, los cuerpos elementales, en contacto

con otros, no proporcionan división alguna, sino, todo lo contrario, se integran a la masa

pura y continua de su homólogo en la sucesión del tiempo, eternizando de este modo la

materia.

E.J.Ríos

Conclusiones

Las posturas filosóficas en torno al vacío y la materia perfiladas ya por los presocráticos, sobre

todo, con Leucipo y Demócrito, dieron pauta a lo que luego vendría a componer todo el tratado

doctrinal de los atomistas posteriores: Epicuro y Lucrecio quienes tocaron las puertas del mundo

científico en la antigüedad, gracias a la determinación de darle a la actitud filosófica un carácter de

ciencia, lo cual constituye, si se quiere, el inicio de la orientación de lo científico que, aunque

carente de método, ya esbozaba el principio de la ciencia, que no es otro que: la comprensión de

los fenómenos a partir de la aguda observación de la naturaleza.

Asimismo, del resultante del debate filosófico que sostuvieron los antiguos de la comprensión de

los fenómenos físicos, se ha sacado extraordinario provecho, ya que han servido de trampolín a los

avances de la ciencia moderna. Y en relación con el tema del vacío se han suscitado muchas

polémicas desde aquellas antiguas épocas hasta la actualidad, generadas por la bifurcación de su

concepción, esto es, aquellos que comprenden el vacío como un ente más y aquellos que lo niegan

por completo.

De modo que, el estudio de los antiguos, en este respecto, no podría considerarse extemporáneo,

sino más bien, un referente necesario a la hora de ahondar en el tema de la vacuidad, que hasta

nuestros días sigue siendo un libro abierto.

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Page 37: Textos Sobre Democrito y Lucrecio Para Lectura S XI

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