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Los estudios generales sobre literatura hispanoame- ricana publicados en España en el siglo XX tienen un punto de partida 1 en el texto de Julio Cejador apare- cido en 1919 y titulado Historia de la lengua y literatu- ra castellana (comprendidos los autores hispanoamerica- nos). El monumental estudio de 14 volúmenes dedi- caba parte de sus páginas a los escritores hispanoa- mericanos con comentarios como los siguientes: La literatura en América, después de lograda su in- dependencia, distínguese en general de la españo- la en andar muy mezclada con la política. Repúblicas en perpetuo período constitucional ó de formación, por las continuas guerras civiles ó de caudillaje, no han podido, las más de las veces sus escritores librarse de la política y hacer pura y des- interesada literatura (Cejador, 1918: 15). No es difícil entender que el enfoque primordial era un planteamiento idealista de la literatura según el cual la producción artística no debe verse contami- nada por la prosaica realidad política en la que viven envueltos los autores. Sin duda, esta visión idealista está en la base de los trabajos ofrecidos por otros es- tudiosos, y aunque nos dediquemos aquí solo a la li- teratura hispanoamericana la situación es la misma para los análisis y las historias de la literatura espa- ñola. Otro rasgo interesante es la inclusión de los au- tores hispanoamericanos en los libros dedicados a la literatura escrita en España como parte de la misma tradición debido en buena medida a la utilización de una misma lengua. Pero no es solo eso, ya que el pa- sado colonial de América se sigue viendo muy liga- do a sus manifestaciones culturales, incluso después de lograda la independencia política. Las opiniones 1.- No queremos olvidar el viaje llevado a cabo por Rafael Altamira en 1909 por el territorio americano impulsando las relaciones entre América y España tras el Desastre del 98. Su actividad como historiador será fundamental para promover los estudios americanistas en España. De todas formas, desde los inicios del siglo XX se suceden los estudios sobre América y su literatura y la necesidad de cre- ar repertorios que aglutinen dichos estudios. Véase Hilton, 1983: 349 y ss. También es importante tener en cuenta la obra de José Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, Madrid, CSIC, 1960, vol. I, pp. 67-101 en donde se contabilizan hasta 382 historias de Literatura (Hilton, 1983: 38). Sin duda, los trabajos de Juan Valera o de Unamuno son esenciales también en los comienzos de es- tos estudios. ISBN: 1885-477X YOUKALI, 15 página 25 JUAN CARLOS RODRÍGUEZ UN ACERCAMIENTO MATERIALISTA A LA PRODUCCIÓN LITERARIA ESCRITA EN LA AMÉRICA DE HABLA HISPANA: INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA, DE JUAN CARLOS RODRÍGUEZ Y ÁLVARO SALVADOR por Raquel Arias Careaga [Universidad Autónoma de Madrid]

UN ACERCAMIENTO MATERIALISTA A LA EZ PRODUCCIÓN … · No hay ni una sola cita aunque sigamos de cerca a otros críticos (Anderson Imbert, 1970: 12). La perspectiva sobre la literatura

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Los estudios generales sobre literatura hispanoame-ricana publicados en España en el siglo XX tienen unpunto de partida1 en el texto de Julio Cejador apare-cido en 1919 y titulado Historia de la lengua y literatu-ra castellana (comprendidos los autores hispanoamerica-nos). El monumental estudio de 14 volúmenes dedi-caba parte de sus páginas a los escritores hispanoa-mericanos con comentarios como los siguientes:

La literatura en América, después de lograda su in-dependencia, distínguese en general de la españo-la en andar muy mezclada con la política.Repúblicas en perpetuo período constitucional óde formación, por las continuas guerras civiles ó decaudillaje, no han podido, las más de las veces susescritores librarse de la política y hacer pura y des-interesada literatura (Cejador, 1918: 15).

No es difícil entender que el enfoque primordial eraun planteamiento idealista de la literatura según elcual la producción artística no debe verse contami-nada por la prosaica realidad política en la que vivenenvueltos los autores. Sin duda, esta visión idealistaestá en la base de los trabajos ofrecidos por otros es-tudiosos, y aunque nos dediquemos aquí solo a la li-teratura hispanoamericana la situación es la misma

para los análisis y las historias de la literatura espa-ñola. Otro rasgo interesante es la inclusión de los au-tores hispanoamericanos en los libros dedicados a laliteratura escrita en España como parte de la mismatradición debido en buena medida a la utilización deuna misma lengua. Pero no es solo eso, ya que el pa-sado colonial de América se sigue viendo muy liga-do a sus manifestaciones culturales, incluso despuésde lograda la independencia política. Las opiniones

1.- No queremos olvidar el viaje llevado a cabo por Rafael Altamira en 1909 por el territorio americano impulsando las relaciones entreAmérica y España tras el Desastre del 98. Su actividad como historiador será fundamental para promover los estudios americanistasen España. De todas formas, desde los inicios del siglo XX se suceden los estudios sobre América y su literatura y la necesidad de cre-ar repertorios que aglutinen dichos estudios. Véase Hilton, 1983: 349 y ss. También es importante tener en cuenta la obra de JoséSimón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, Madrid, CSIC, 1960, vol. I, pp. 67-101 en donde se contabilizan hasta 382 historiasde Literatura (Hilton, 1983: 38). Sin duda, los trabajos de Juan Valera o de Unamuno son esenciales también en los comienzos de es-tos estudios. IS

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EZUN ACERCAMIENTO MATERIALISTA A LAPRODUCCIÓN LITERARIA ESCRITA EN LA AMÉRICA DEHABLA HISPANA: INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LALITERATURA HISPANOAMERICANA, DE JUAN CARLOS RODRÍGUEZ Y ÁLVARO SALVADOR

por Raquel Arias Careaga[Universidad Autónoma de Madrid]

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a este respecto de una de las voces que sienta las ba-ses de los análisis literarios en España dejan clara es-ta perspectiva:

Es cierto que el espíritu general de los literatos y delos hombres de ciencia en Cuba ha solido ser siste-máticamente hostil á España; pero aun esto es in-dicio de no haber sido tan grande la represión delas ideas como se pondera, á no ser que suponga-mos muy torpes ó muy inhábiles á cuantos se hanempeñado en atajarlas el paso é impedir su difu-sión. Y ciertamente que si comparásemos (dichosea sin ofensa de nadie) el cuadro de la literatura yde la ciencia en la española provincia de Cuba conel que ofrece la vecina isla de Santo Domingo ó lasno muy distantes Repúblicas de la AméricaCentral, para no hablar de Bolivia y otros Estadosdel Sur, quizá resultase muy dudosa esa virtudmortífera que se atribuye al régimen colonial. Y siextendiendo todavía más la consideración repara-mos que Cuba, con territorio relativamente tan exi-guo y con historia tan moderna, vale y representaen la historia del pensamiento americano tanto co-mo México, Colombia ó la República Argentina ymás que Venezuela, el Ecuador ó el Uruguay, qui-zá saquemos por última consecuencia que no tie-nen tanta razón algunos hijos de aquella isla paralamentarse de no haber sacudido el yugo de la ti-ranía ibera cuando se emanciparon los demás crio-llos, puesto que, á lo menos bajo el aspecto intelec-tual, no se ve que hubieran ganado mucho en elcambio (Menéndez Pelayo, 1911: 215).

La orgullosa actitud que considera que la culturatrasplantada a América gracias al proceso del Descu -bri miento y posterior conquista justifica cualquier

otro tipo de acción o consecuencia de estos hechos,ya sea la desaparición de una enorme cantidad depoblación nativa, de culturas originarias, de sus mo-numentos artísticos, formas de vida o lengua, ya seala explotación a la que fueron sometidos los habitan-tes originarios de aquel territorio, es una actitudtambién idealista y sobre todo imperialista que con-sidera superior el beneficio obtenido por gentes quese vieron obligados a asumir una lengua impuesta acambio de la desestructuración de su forma de vida.Pero por otro lado, se intuye en estos acercamientosespañoles a la literatura hispanoamericana en los al-bores del siglo XX una necesidad de apropiarse deunos discursos que consideran propios gracias a lalengua, unos discursos cuya originalidad, diferenciay vitalidad impiden rechazar o despreciar a pesar deesa actitud imperialista mencionada.

En 1956 Ángel Valbuena Prat, en colaboracióncon Agustín del Saz, publica una edición de suHistoria de la literatura española e hispanoamericanaque, siguiendo el estilo de los manuales dedicados alos estudiantes, incorpora diversas secciones dedica-das a la literatura escrita al otro lado del Atlántico.Sin ninguna perspectiva social o histórica que justi-fique la producción de las obras tratadas, el temaamericano aparece como un apéndice de la literatu-ra española sin más. Un ejemplo de esa ausencia deanálisis social e incluso estilístico lo podemos encon-trar en las palabras dedicadas a Bartolomé de LasCasas: «Sus exageraciones fueron en su propia épo-ca rectificadas. Por este vehemente dominico se pen-só en llevar negros a América, creando en el nuevocontinente un agobiador problema de razas»(Valbuena, 1956: 64). El formato de este tipo de ma-nuales es el que podríamos denominar como «listíntelefónico», textos en los que se van acumulando lis-tas de nombres y obras con someras explicacionesde características propias de dichas obras y autores.En palabras del propio Juan Carlos Rodríguez, re-cordando que la primera edición de esta obra datade 1936, «representa el último momento del clasicis-mo historicista, a la vez romántico y positivo» (Ro -drí guez, 2002: 63).

Poco a poco asistimos a la independencia deAmérica también en los manuales de literatura, yaque irán apareciendo textos dedicados a la historiade la literatura hispanoamericana en exclusiva. Esobvio que esto ya pasaba al otro lado del Atlánticodesde hacía tiempo, pero esa perspectiva idealistaera la misma2. Véanse las palabras con las que

2.- Sin duda, existen también trabajos que presentan un panorama mucho más complejo, como el caso de Rudolf Grossmann, por ejem-plo, obra fundamental en este aspecto, o los de Rafael H. Moreno-Durán y Joaquín Roy, citados en la bibliografía.IS

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Enrique Anderson Imbert explicaba su objeto de es-tudio en el prólogo a su Historia de la literatura hispa-noamericana, publicada por primera vez en 1954 yreeditada numerosas veces: «Nuestro objeto es laLiteratura, o sea, esos escritos que se pueden adscri-bir en la categoría de la belleza» (Anderson Imbert,1970: 8). Qué sea eso que llamamos belleza parece nonecesitar, sin embargo, explicación ni definición al-guna para este estudioso, que, además, pone de re-lieve las deudas contraídas con otros que le prece-dieron en este camino sin por ello sentirse obligadoa nombrarlos, una actitud sin duda peculiar en untrabajo académico:

Otra manera, la que arriesgadamente hemos segui-do, es erigirse en una especie de secretario de re-dacción de una fantasmal sociedad anónima dehispanoamericanistas y volcar en un fluido relatotodo lo que sabemos entre todos. En este caso elhistoriador compone un aparato óptico, con lentesy espejos, desde el que se asoma al transcurso delas letras; y configura en un libro con “forma” – conforma unitaria continua, lisa y redonda – sus pro-pias observaciones y también observaciones foras-teras. Arte compositivo. Así, páginas que se basanen un conocimiento directo de los textos van mez-cladas – y a veces integradas – con otras que, indi-rectamente, resumen estudios desparramados. […]No hay ni una sola cita aunque sigamos de cerca aotros críticos (Anderson Imbert, 1970: 12).

La perspectiva sobre la literatura producida enAmérica suele pecar de emitir afirmaciones que seconsidera innecesario explicar o justificar. Es el casode Jean Franco cuando, después de comentar las pe-culiaridades de una literatura colonial sujeta al mo-delo emitido desde la metrópoli, afirma en el prefa-cio de su libro dedicado a la literatura hispanoame-ricana y publicado por primera vez en 1973: «se con-sagra la máxima atención a la época contemporáneay a ciertos autores y textos representativos, dado queel actual es el período más importante de la literatu-ra hispanoamericana» (Franco, 1983: 12).

Volviendo a las historias dedicadas a la literaturahispanoamericana escritas por autores españoles, en1976 aparece el libro de Luis Sainz de Medrano, cu-yo comienzo es un claro indicativo de lo lejos que es-taba todavía España de considerar sin ambigüeda-des la literatura hispanoamericana como un objetoreal e independiente: «El auge alcanzado por las le-tras de la América hispana en Europa y en losEstados Unidos a partir de la década de los sesentahace que hoy esté más que fuera de lugar cualquiercuestionamiento referente a la existencia de una au-téntica literatura hispanoamericana» (Sainz deMedrano, 1976: 15). Interesante es además que la jus-tificación de esta afirmación descanse en el reconoci-

miento que se ha dado fuera de España a esa pro-ducción literaria, como si los estudiosos que enEspaña se dedicaban a ese tema necesitaran la apro-bación internacional de la importancia del tema deestudio elegido y el reconocimiento de que tal tematenía entidad e identidad suficientes para dedicarsea él. La perspectiva colonial no desaparece, sin em-bargo, de esta nueva propuesta:

La literatura hispanoamericana nació en el mo-mento en que un europeo, protagonista de una em-presa totalmente española, escribió en español undiario, en el que recogía su ansiedad y su deslum-bramiento ante el fenómeno del descubrimiento deun nuevo mundo, que, de forma inadecuada peroirrevocable, iba a recibir más tarde el nombre deAmérica para sustituir al no menos inexacto deIndias Occidentales. Colón es el primer escritorhispanoamericano (Sainz de Medrano, 1976: 15).

Actitud que se repite al analizar el proceso de la in-dependencia de las colonias españolas en América,como cuando se dice que «los españoles que perma-necieron en los nuevos países, manteniendo o no sunacionalidad, no sufrieron en general perturbacio-nes como miembros de una sociedad que, aunqueahora dirigida por gobernantes criollos, pasó el tran-ce de la independencia sin que su estructura queda-ra modificada» (Sainz de Medrano, 1976: 21).Nuevamente, la herencia cultural parece ser un nexoque en ningún momento se pone en cuestión y quesirve, una vez más, para reivindicar una tradición declara raigambre hispana: «En la mayor parte de loscasos, la oposición política no menoscabó la adhe-sión explícita a los valores esenciales de la cultura le-gada por la metrópoli» (Sainz de Medrano, 1976: 22).De hecho, la primera parte del libro, la denominadapreliminar y que incluye cuatro temas, está dedica-da casi por entero a la importancia de esa tradicióndejada por España gracias a la lengua. El relieve dela producción literaria tanto colonial como posterior IS

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a la relación de dependencia política con la antiguametrópoli hace necesarios estos estudios, conscien-tes de la peculiaridad de unos textos que, si biencomparten la lengua, deben ser tratados como algomás que un simple añadido en los libros dedicadosa la literatura española.

Cuando en 1978 aparece el libro de MarioHernández Sánchez-Barba, solo el título nos da unapista de que hay cosas que están empezando a cam-biar en la concepción del objeto literario como pro-ducto de un devenir histórico del que no se puedeseparar sin caer en análisis que poco aportarán alsignificado de los textos. Ese título, Historia y litera-tura en Hispano-América (1492-1820), propone una in-serción de la literatura en las peculiaridades históri-cas que pueden explicar sus características como ta-les textos. En estos años, sin embargo, todavía es ne-cesario justificar cosas como las siguientes: «En ri-gor, lo que permite caracterizar el nivel estético deuna obra literaria, no son los elementos de que cons-ta, sino cómo se componen éstos y cuál es su fun-ción; la presencia entre estos elementos de ideas filo-sóficas, morales, técnicas, políticas, económicas, nopresupone impureza, sino enriquecimiento»(Hernández Sánchez-Barba, 1978: 10). Este libro pre-sentaba de una forma mucho más problematizada yenriquecida el devenir de la versión intelectual queentre el siglo XVI y el XVIII los escritores, ya españo-les, ya hispanoamericanos, ofrecieron de la «expe-riencia de América». El espacio cronológico de quese ocupaba, además, partía de la necesidad de esta-blecer unas bases a partir de las cuales pudiera expli-carse la literatura hispanoamericana como tal, es de-cir, la que atraviesa los siglos XIX y XX.

Con el paso del tiempo y la aparición de nuevosenfoques, lo que destacará es la pervivencia, por elcontrario, de las culturas originarias de América. Y,por supuesto, el mestizaje como esencia de unaidentidad única. Giuseppe Bellini lo expresa así en1985: «gran parte de la esencia cultural del mundoaborigen se ha salvado y acabó confluyendo comocomponente decisivo en la espiritualidad hispanoa-mericana, no en discordia, sino en productiva sínte-sis, manifestándose legítimamente en una lengua sinlugar a dudas importada, pero que sirvió para unifi-car la expresión del continente y, sobre todo, para in-sertar su presencia cultural en un concierto muchomás amplio» (Bellini, 1985: 4). Estamos ahora anteuna perspectiva que ve el presente americano comoun continuo entre la tradición indígena y la europeaalcanzando la «síntesis extraordinaria que ha dadoal mundo americano su madurez» (Bellini, 1985: 5).

Un salto cualitativo representan los volúmenescoordinados por Luis Íñigo Madrigal en 1982, que,en lugar de presentar una visión homogénea dirigi-da por el autor del libro, recurren a la fórmula de los

artículos especializados sobre cada uno de los temastratados. La profundización en cada uno de los te-mas es de agradecer en un campo que estaba dema-siado habituado a la acumulación de nombres conescaso margen para el análisis cuidadoso de obras yautores. Siguiendo esta estela, en 1988 y a imitaciónde lo que se había hecho con la literatura española,la editorial Crítica saca una historia de la literaturahispanoamericana a partir de los enfoques críticosmás destacados que se han acercado a ella, como seseñala en el prólogo, «las contribuciones más impor-tantes que la crítica de más calidad y desde los másvariados puntos de vista ha dedicado a diversos as-pectos» (Goic, 1988: 9). La diferencia fundamentalcon el libro mencionado antes es la unión de artícu-los críticos sobre cada tema elegido con una intro-ducción para cada aspecto al estilo de los manualeshabituales sobre literatura. En cuanto a los criteriosde selección de los artículos, se explica que «Hemosprescindido de la crítica impresionista y de los abun-dantes testimonios anecdóticos en favor de una crí-tica de contribución documental o de análisis o in-terpretación significativa» (Goic, 1988: 15). El proce-der del responsable de esta Historia y crítica de la lite-ratura hispanoamericana presume de una total impar-cialidad que no le hace preferir uno u otro enfoque:«he intentado incluir diversas orientaciones sin ex-cluir deliberadamente ninguna» (Goic, 1988: 16).

Pero, ya sabemos que «No hay un método infali-ble para decantarse entre interpretaciones opuestas»(Eagleton, 2010: 128), aunque sí sabemos que si bienlos críticos discrepan al acercarse a los significadosde un texto, como dice este crítico «hay límites paraestas disputas» (Eagleton, 2010: 130). Y esos límitesestán marcados por algo que podríamos denominartradición cultural, historia común, etc.:

Pueden darse marcadas divergencias de opi-nión sobre todos estos elementos, pero tambiénexisten límites que no pueden rebasarse, al me-

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nos para todos aquellos que comparten la mis-ma cultura. Esto es así porque tanto tonos co-mo sentimientos son algo tan social como lo esel significado (Eagleton, 2010: 130-131).

Y de una afirmación tan básica y a veces tan olvida-da como esta parte el planteamiento con el que JuanCarlos Rodríguez y Álvaro Salvador se enfrentan ala producción literaria del nuevo continente en len-gua española. No es posible dedicar aquí un estudioa la evolución que ha sufrido el tratamiento de la li-teratura hispanoamericana en España; este mínimoacercamiento quiere sentar las bases entre las que seva a insertar el libro escrito por Juan CarlosRodríguez y Álvaro Salvador para poder apreciar ladiferencia fundamental que separa esta obra del en-torno en el que apareció y la importancia de susplanteamientos como un camino hasta entonces in-existente en la crítica española dedicada al tema. Sinduda, todos los estudios y acercamientos a la litera-tura hispanoamericana, aparecidos entre 1960-1980aproximadamente, tienen, por un lado, una estruc-tura historicista, conscientes de que la evolución dela producción literaria en el Nuevo Mundo es inse-parable de un devenir histórico claramente marcadopor su descubrimiento para la cultura occidental.Por otro lado, suele haber en ellos una perspectivaen cierta medida teleológica que encamina toda esaevolución hacia una culminación que se da sin dudaen el siglo XX. Estaríamos ante una forma de estudioliterario que puede muy bien explicarse a través delas palabras que Walter Benjamin dedica a laHistoria, como podemos leer en la tesis XVII de sustesis sobre el concepto de historia:

El historicismo culmina con pleno derecho en laHistoria universal. Por su método, la historiografíamaterialista se distingue de esa historia, quizá conmás claridad que ninguna otra. El historicismo ca-rece de armazón teórica. Su proceder es aditivo;utiliza la masa de los hechos para llenar el tiempohomogéneo y vacío. La historiografía materialista,al contrario, se apoya en un principio constructivo.Al pensamiento corresponde no sólo el movimien-to de las ideas sino también su reposo. Cuando elpensamiento se fija de improviso en una constela-ción saturada de tensiones, le comunica un choqueque la cristaliza en mónada. El partidario del mate-rialismo histórico sólo se aproxima a un objeto his-

tórico cuando este se le presenta como una móna-da (Löwy, 2012: 150).

Las palabras de Benjamin parecen la explicación delpunto de partida de un libro como el de Juan CarlosRodríguez3 y Álvaro Salvador. Liberándose de latendencia acumulativa propia de los manuales de li-teratura, escogen aquellos momentos, autores, obrasque representan esa «constelación saturada de ten-siones» para extraer de ellos el significado históricoque guardan. Pero no solo se trata de eso. Además,la propuesta de Introducción a la literatura hispanoame-ricana es un acercamiento materialista a la produc-ción literaria escrita en la América de habla hispana.Una aplicación de la lectura marxista, que muy po-cos frutos ha dado en España en ese campo. Esta es,sin duda, la primera característica importante y no-vedosa, la primera aportación que podría solo poreso justificar la presencia de un libro que se desmar-ca de una tradición consolidada y poco dada a acep-tar novedades.

La modestia del título no debe llamar a engaño.No se trata de una mera introducción, aunque sí escierto que deja al lector con ganas de que algún díase escriba una segunda parte dedicada a la produc-ción literaria aparecida durante el siglo XX o inclusoya el XXI. Se trata de toda una propuesta metodoló-gica que representa una apertura hacia nuevas for-mas de leer la literatura hispanoamericana y sobretodo hacia una interpretación que no cierre los ojos alas circunstancias históricas en las que se producendichas obras. Más de diez años antes de la publica-

3.- Juan Carlos Rodríguez se ha ocupado de este tema en profundidad en su artículo «Contornos para una historia de la literatura», in-cluido en su libro De qué hablamos cuando hablamos de literatura (Rodríguez, 2002: 61-95); aunque no aparezca mencionado, la coinci-dencia con la tesis de Benjamin es evidente. IS

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ción de Intro duc ción al estudio de la literatura hispanoa-mericana, Juan Carlos Ro drí guez ya había propuestouna forma distinta de acercamiento a la construcciónde historias de la literatura; entre 1970 y 1975 redac-ta un texto que sienta las bases de su trabajo poste-rior, como él mismo declara, y en el que afirma, porejemplo, que quizás

Haya llegado la hora de intentar construir una his-toria literaria, no renegando en absoluto de lasgrandes aportaciones que nos ha legado la histo-riografía tradicional (al igual que la filología, la crí-tica o la teoría), lo cual resultaría grotesco, sino unahistoria literaria que no sea un mero calco, el reme-do del supuesto evolucionismo de la imagen delespíritu humano, bien como historicismo teleológi-co o bien revelándose como espíritu de estratos. Esdecir, tratando de soslayar la trampa clásica de laNaturaleza Humana. Y, en consecuencia, intentan-do discernir el significado y el funcionamiento delos diversos modos de producción discursiva, ensu entrelazamiento de malla con los diversos tiposde relaciones sociales y sus normas ideológicas,conscientes o inconscientes. En suma, de los diver-sos modos de producción (esclavista, feudal, capi-talista) y las diversas coyunturas históricas interio-res a ellos. A eso, más o menos, es a lo que hemospretendido llamar radical historicidad de la literatu-ra. Y por eso estoy a favor de «otra» historia(Rodríguez, 2002: 95).

Sin duda, la Introducción al estudio de la literatura his-panoamericana pone en práctica estas propuestas yescribe «otra» historia de la literatura que en españolse produce al otro lado del Atlántico. Desde la intro-ducción, los autores se meten de lleno en al menosdos polémicas: la naturaleza del hecho literario: «Nocreemos, en definitiva, que lo que produce una obraliteraria sea el espíritu del autor introduciéndose enla realidad y ofreciéndonos una lectura de la mis-ma» (Rodríguez y Salvador, 1987: 7), lo que por tan-to obliga a leer la literatura en general y la literaturahispanoamericana en este caso concreto como «unproceso inscrito en la estructura general de una lu-cha ideológica» (Rodríguez y Salvador, 1987: 8). Esteproceso es el que justifica la necesidad que los auto-res sienten de presentar un acercamiento a un hecholiterario que no deje de lado los orígenes de los queparte. La literatura hispanoamericana del siglo XX,considerada ya plenamente constituida, necesitaasentarse en un análisis concienzudo de los pasosque la han ido conformando:

El objeto de nuestro estudio es fundamentalmenteel establecimiento de unas bases para el posible es-tudio posterior de esa literatura perfectamenteconstruida en sus características específicas que seestá produciendo actualmente, pero que necesita

un esclarecimiento de su proceso de constituciónpara poder ser estudiada con mayor rigor y pro-fundidad (Rodríguez y Salvador, 1987: 8-9).

Así, el libro se orienta en la búsqueda de lo que JuanCarlos Rodríguez había denominado la «matriz ide-ológica», para hallar desde ahí la constitución de laideología hispanoamericana, la construcción delamericanismo, leyendo esta literatura como la justi-ficación de las capas criollas para la construcción desu unidad nacional. De ahí la necesidad de incluiren el estudio la literatura colonial, a la que en nin-gún momento se considera literatura hispanoameri-cana, sino antecedente de la ideología criolla, es de-cir, del intento «de definir un ser propio, una enti-dad autónoma estructurada como creencia colecti-va» (Rodríguez y Salvador, 1987: 11), que se produ-cirá una vez consumada la Independencia con elconsiguiente establecimiento de las ideologías na-cionales. De esta manera, la literatura no apareceaquí como un objeto estético de estudio, sino comoparte esencial de la construcción de las nuevas so-ciedades en Hispanoamérica, construcción sin dudapeculiar, si tenemos en cuenta «la paradoja de quelos países que se liberan de España son naciones,política e ideológicamente, antes que la metrópoli»(Rodríguez y Salvador, 1987: 10), pero no lo seráneconómicamente, quedando lastrado ese proyectodesde su nacimiento.

Estos planteamientos representan el eje vertebra-dor de un acercamiento que parte de los textos fun-dacionales en la construcción de la imagen deAmérica, es decir, los diarios de Colón y las cartas deHernán Cortés. Es esencial señalar cómo los autoresrecaban las diversas posturas que se han planteadoalrededor de dichos textos para añadir su propioanálisis y enriquecer, indudablemente, los acerca-mientos críticos en cada una de las obras tratadas.En este sentido es una pena que no hayan tenido ac-ceso a un análisis crítico sobre una de las obras de es-

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te primer periodo que ellos subrayan por su impor-tancia y por la poca atención que ha merecido a pe-sar de ello. Me refiero a Naufragios, de Alvar NúñezCabeza de Vaca. En el año 1983 Beatriz Pastor publi-có un excelente ensayo titulado Discurso narrativo dela conquista de América, que mereció el Premio Casade las Américas y que incluye un capítulo dedicadoprecisamente a esta obra. Habría sido muy intere-sante conocer la valoración que Rodríguez ySalvador habrían hecho de este texto, uno de los máslúcidos que sin duda se han escrito sobre la obra deCabeza de Vaca. La coincidencia de valoraciones evi-dencia la lucidez del acercamiento que tanto los au-tores aquí tratados como Beatriz Pastor hacen a estaobra: «Vemos cómo se trastuecan [sic] todos los lu-gares que la ideología europea y su práctica literariadictaminan», o más adelante: «Podemos afirmar queesta obra, además de extraordinariamente escrita, esquizás el signo clave de este periodo, por cuanto re-fleja exactamente el impacto que en la mentalidadeuropea podía llegar a producir esa nueva realidadllamada América», comentan Rodríguez y Salvador(1987: 26). Por su parte, Beatriz Pastor explica: «LaAmérica fabulosa del Almirante […] desaparece enel texto de Alvar Núñez para dejar paso a una repre-sentación racional y objetiva de lo que éste recuerda[…]. La América de Alvar Núñez ya no es un mito.Es una tierra vastísima, salvaje e inhóspita» (Pastor,1983: 295), y al incluir esta obra en lo que ella deno-mina el discurso del fracaso, afirma que son textosque «formulan la primera representación desmitifi-cadora de América» (Pastor, 1983: 307).

Estas relaciones con textos incluso no leídos, si-túa la Introducción al estudio de la literatura hispanoa-mericana en una línea de coincidencia con las lectu-ras más lúcidas que se han hecho sobre temas con-cretos. Se echa de menos, en este sentido, la utiliza-ción del acercamiento que hizo Américo Castro a lafigura de Bartolomé de Las Casas, por ejemplo, yque dejan al lector con ganas de ver dialogar a Juan

Carlos Rodríguez y Álvaro Salvador con un análisisde la figura del controvertido dominico que aportauna faceta esencial para la comprensión de su acti-tud contra el imperio y la nación a la que pertenece.Y esto porque otro aspecto que también es destaca-ble de la forma de trabajar de los autores de la obraen cuestión es su capacidad, precisamente, para in-corporar otras voces de las que toman lo más cohe-rente con su propia interpretación, confirmando asíla postura que aparecía en la cita anterior tomada dellibro De qué hablamos cuando hablamos de literatura so-bre la necesidad de no rechazar una tradición críticaque ha dado muchos, buenos y variados frutos. Así,la presencia de Luis Sainz de Medrano o de MarioHernández Sánchez Barba son pilares sobre los queconstruir, eso sí, «otra» historia de la literatura. Unejemplo modélico es el caso de Ruiz de Alarcón,donde los autores hacen un repaso de las distintasexplicaciones que han intentado dar cuenta de la su-puesta mexicanidad del escritor nacido en NuevaEspaña para proponer después una explicación dis-tinta que en absoluto desdeña las precedentes, sinoque las enriquece considerablemente.

Y esta es, sin duda, una de las característicasesenciales de este libro, su capacidad para enrique-cer una historia de la literatura hispanoamericanacon aproximaciones a los autores, obras o momentoshistóricos que permiten aprehender una visión mu-cho más compleja y sugerente del significado queadquiere el hecho literario en Hispanoamérica.Gracias a la utilización de autores como John Lynch,Tulio Halperin Donghi o los diversos colaboradoresdel mencionado libro de Luis Íñigo Madrigal, suspropuestas, si novedosas, se insertan en una tradi-ción que fortalece sus conclusiones. Es brillante, eneste aspecto, el acercamiento a las primeras literatu-ras criollas y la explicación histórica de las mismas,o el papel de Esteban Echeverría, DomingoSarmiento y José Mármol en la configuración de unade esas matrices ideológicas como es el debate entrecivilización y barbarie que sienta las bases del imagi-nario colectivo de estas nuevas naciones. Rodríguezy Salvador no pierden de vista en ningún momentoque de lo que se trata es de la apropiación por partede las nuevas burguesías criollas de unos elementosque puedan explicar la naturaleza de una identidadnacional en formación.

La indisoluble relación entre la producción lite-raria y la actividad política de los autores de la inde-pendencia americana y de la constitución de las pri-meras repúblicas explica el significado de obras co-mo Martín Fierro, por ejemplo, y las irresolublescontradicciones entre la primera y la segunda partede este texto. La explicación que ofrecen los autoreses clara:

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No se debe confundir nunca el proyecto ideológi-co que un autor tiene a la hora de escribir un libro,con la estructura objetiva e inconsciente que es de-terminante en el proceso de creación de dicha obra.Ni se debe tampoco identificar la lógica interna dela obra resultante con el proyecto ideológico, con la«intencionalidad» que el autor puso en marcha a lahora de escribirla. Por eso no se puede decir que loque cambia de un texto a otro del Martín Fierro essimplemente la intencionalidad de su autor, suproyecto ideológico. Habría que decir que lo quecambia de un texto a otro es la estructura objetivade base (Rodríguez y Salvador, 1987: 121).

Así, los cambios sufridos en la realidad social argen-tina, cambios en los que el autor del poema argenti-no por excelencia ha participado activamente, hanmodificado las condiciones concretas en que se rea-liza la segunda parte y sin conocer estos datos no esposible hacer un análisis cabal de la obra literaria. Espectacular es también el acercamiento a la obracumbre de la sentimentalidad hispanoamericana,María, de Jorge Isaacs, acercamiento que muy bienqueda complementado con el estudio que le dedicópocos años después Mirta Yáñez en La narrativa delRomanticismo en Hispanoamérica. El acercamiento te-órico que hacen Rodríguez y Salvador a la construc-ción de la sensibilidad explica el especial carácter deesa obra, ejemplo cumbre de las obras que se elabo-ran «casi exclusivamente dentro de este horizontesentimental y pequeño burgués» (Rodríguez ySalvador, 1987: 135). La novela de las lágrimas porexcelencia queda desmenuzada en sus inevitablescomponentes sociales, puesta al desnudo su natura-leza patriarcal y de defensa de un orden precapita-lista. La conclusión no puede ser más clara: «Lo queintenta mostrarnos la María, desde la mentalidadconservadora de Jorge Isaacs, es el pueblo colombianoen su “deber ser” más genuino» (Rodríguez ySalvador, 1987: 148). Cada elemento de la novelacumple un papel dentro de lo que los autores deno-minan «la estructura melodramática», que determi-na un orden establecido presentado como natural ypor tanto no cuestionable.

Mención especial merecen las páginas dedicadasa analizar el Modernismo. Los autores, de formaejemplar, dividen el tema en tres capítulos, dedican-do el primero a la inclasificable figura de José Martí.La coherencia vital del escritor cubano con su obrapoética y ensayística es la característica que podríaexplicar el especial lugar que ocupa dentro de la li-teratura hispanoamericana. Al no tratarle como an-tecedente o precursor del Modernismo, sino comoun autor que representa mejor que ningún otro el«voluntarismo», «una de las dos tendencias en lasque se concentran los últimos planteamientos ro-mánticos, aquellos que aparecen ya como conforma-

dores de la variante ideológica pequeño burguesa»(Rodríguez y Salvador, 1987: 164), consiguen cons-truir la imagen del extraordinario poeta y ensayistaque fue y la pervivencia todavía hoy de su pensa-miento. En cuanto al Modernismo y Ru bén Darío,las páginas de Introduc ción al estudio de la literaturahispanoamericana son imprescindibles para ubicartanto el primer movimiento propiamente hispanoa-mericano y a su principal representante en el proce-so histórico que explica su aparición y la postura delpoeta ante un mundo en el que el positivismo le haquitado cualquier valor al hecho poético. Los plante-amientos de Juan Carlos Rodríguez y ÁlvaroSalvador aportan una nueva perspectiva sobre unmovimiento tan analizado desde perspectivas idea-listas que lo despojan de su historicidad.

Retomando las palabras de Walter Benjamin ci-tadas más arriba, el libro hace diversas paradas entemas concretos y esenciales. Por ejemplo la litera-tura cubana o la configuración del debate entre cul-tura y Naturaleza, que desemboca en civilización ybarbarie, del que serán expresión máxima novelascomo Doña Bárbara o La vorágine. Lo mismo sucedecon el teatro criollo, especialmente en Argentina, hi-tos todos ellos de la construcción de una identidaden la que la burguesía intenta adueñarse de aque-llos elementos que le permitan convertirse en repre-sentantes de la identidad nacional. La literatura dela Revolución Mexicana, por su transcendencia ysignificado histórico, ocupa también un lugar cen-tral dentro del planteamiento del libro. EstaIntroducción al estudio de la literatura hispanoamericanase detiene antes de la llegada de las vanguardias ydel llamado boom de la literatura hispanoamericana.Sin embargo, en otros libros de Juan CarlosRodríguez sí podemos encontrarnos con diversosestudios dedicados a un autor tan destacado comoJorge Luis Borges. Es el caso del mencionado De quéhablamos cuando hablamos de literatura o de algunassecciones del libro Pensar/leer históricamente [entre el

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cine y la literatura]. Lo que sí consiguen los autores esque los lectores deseen que la promesa que cierra suepílogo y su libro se cumpla algún día: «Ese es el ho-rizonte ideológico a partir del cual surgirán las poé-ticas de vanguardia, la literatura “comprometida”,la actual narrativa, etc. Ese es el camino teórico quenos queda por recorrer. En otra ocasión será»(Rodríguez y Salvador, 1987: 326). Precisamente enese epílogo se plantea uno de los problemas que to-davía hoy se siguen debatiendo acerca del sentidodel término hispanoamericano o latinoamericano, se-gún el caso, aplicado a la producción literaria de to-do un continente. Mientras Jorge Volpi y otros escri-tores como Carlos Cortés establecen a finales de ladécada de los años 90 del siglo pasado que «La lite-ratura latinoamericana (ya) no existe» (título de unartículo de Cortés, 1999), o que ninguno de los escri-tores de finales del siglo XX y principios de estequiere ser leído como latinoamericano, Juan CarlosRodríguez y Álvaro Salvador ya habían planteadola cuestión en el momento de cerrar su Introducción.Y su balance aportaba una explicación que los escri-tores citados soslayan: «los procesos de construc-ción nacional de los distintos territorios deHispanoamérica aún no han concluido, y difícil-mente podrían identificarse bajo esos términos [lite-ratura argentina, chilena, colombiana, etc.] realida-des ideológicas que no tienen el suficiente peso es-pecífico», señalando además la actitud de una críti-ca que en «su búsqueda de las esencias escogen eltérmino Hispanoamérica que tiene, aunque sólo seacuantitativa e históricamente un mayor peso especí-fico» (Rodríguez y Salvador, 1987: 325).

Cuando tan tarde como 1995 Consuelo Triviñohace una reseña de este libro, hay dos comentariosclave que deben ser recordados. Se dice que estamosante «un intento por concebir, pensar y definir el he-cho literario hispanoamericano como proceso inscri-to en la estructura general de la lucha de clases»; y

más adelante, «al margen de cualquier intento de ex-haustividad y erudición, se eligen paradigmas histó-ricos que marcan sucesivas etapas del camino»(Triviño, 1995: 159 y 160). Sin duda esto es cierto, pe-ro Introducción al estudio de la literatura hispanoameri-cana es mucho más que eso. Es un soplo de aire fres-co en el tratamiento de la literatura y una introduc-ción para transitar ese camino desde la «otra» histo-ria posible, la que no se cree las construcciones ideo-lógicas que justifican el espíritu humano que transi-ta por las obras literarias.

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