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Una Carta desde La Eternidad Daniel Ashkenazi

Una Carta Desde La Eternidad

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Notas Marginales, Daniel Ashkenazi

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  • Una Carta desde La Eternidad

    Daniel Ashkenazi

  • Introduccin

    Una primera lectura al artculo El Delirio y los Sueos en la Gradiva de W.

    Jensen, una hermosa tarde de 1990, en la Sala de Artes de Humanidades de la

    biblioteca que se levanta en el antiguo barrio de La Candelaria, vislumbr por

    primera vez en el autor de la presente obra, la comprensin absoluta de la

    presencia de la bestia mitolgica que moraba en las profundidades del alma

    humana, de un mal que se alimentaba de la nostalgia y de la tristeza de un

    pasado perdido, casi remoto; de una desesperanza que habitaba en la noche

    oscura y profunda.

    Fue durante aquel lluvioso mes de octubre de 1990 que se fue vislumbrando el

    destino de un solo individuo, la tradicin esttica del pesimismo y el paradigma

    del descenso a los infiernos. Elementos que slo se concretaron luego de

    recurrir a las sombras de la palabra nocturna, a las palabras de la sombra,

    palabras que en aos ms recientes resultaron en un cuaderno de anotaciones

    que decidi intitular Una Carta desde la Eternidad.

    Fue la prefiguracin de las notas marginales, de la transformacin de aquel

    vaco existencial en una multitud de existencias singulares que se comunicaban

    clandestinamente entre s y que se alimentaron de la poesa de A. Rimbaud, la

    filosofa de F. Nietzsche y el Liber Novus de C.G Jung.

  • En un sentido ms amplio y ms ntimo, fue para l, la prefiguracin de Marie

    Anne a travs de la literatura como un arte misterioso, un arte sagrado.

    Notas que ha decidido sacar a la luz a pesar del envilecimiento de la produccin

    literaria de estos tiempos donde se propugna tristemente la mercantilizacin del

    oficio de escritor. Slo se puede agregar que estas pginas fueron escritas con

    sangre.

    Una Carta desde la Eternidad da testimonio de la humanidad entera, de esos

    seres tenebrosos sin nombre, a los que pertenece el porvenir. Es una protesta en

    contra de la promulgacin de la muerte del individuo, interpretada como

    expresin privilegiada de un pensamiento simblico. Son las visiones

    subterrneas de un mundo de profundidades pertenecientes a la propia persona

    y de un viaje sin regreso a las imgenes alucinantes de la Shoah, el holocausto,

    al imaginario y al bestiario de las profundidades. Las cosas indistintas venidas

    del fondo de la noche y de los abismos del mar.

    El mar es el gran misterio, el alma del ser humano naufragando en ese abismo.

    El laberinto de la gran ciudad no ha aparecido ms que para desaparecer en las

    profundidades. Testigo trgico de la condicin humana. La decadencia de

    nuestro tiempo desde un punto de vista espiritual y cultural.

    Estas anotaciones esperan trascender ms all de los lmites del folletn

    pintoresco, y an en sus expresiones ms triviales, se les podr acusar de todo

    menos de ser falsas. La presente obra ha transformado a su autor en mltiples e

  • insospechadas formas. Con esta obra slo se ha pretendido ubicar al autor ms

    all de las puras preocupaciones estticas para enfrentar los problemas del

    hombre y su destino.

  • Ah! Que se nos escape en este preciso instante la definicin de la eternidad, a

    nosotros, seres itinerantes perdidos en una estacin sin nombre, sin destino.

    Bscame donde los reflejos del cobre, donde los reflejos del oro bruido, se

    funden con las estaciones de la lluvia; bscame en el desierto, bscame en la

    playa solitaria, bscame en los confines del mar, tu propio mar.

    Legin 18VII36

    En verdad hay un sentimiento contradictorio entre esa gran mito que supone el

    ser humano, el porvenir, lo inevitable, la existencia humana, lo que precede

    todos los tiempos conocidos- y lo oculto, lo recndito, lo sagrado.

    El ser ha pasado a ser una suerte de funcin, de reflejo del espritu de los

    tiempos. Se es en tanto se reporta un elemento de utilidad para quien

    contempla los actos que nos son propios. Los valores que nos pertenecen

    pasan a ser ajenos y se someten a lo que se juzga ms conveniente, deviniendo

    lo que nos es ms sagrado en un instante intrascendente y frvolo.

    Es el signo de estos tiempos y quiz su estrella ms alta.

    Pero hay quienes crecen en el ocaso de su interior y no buscan refrendar sus

    actos pues saben que no han nacido para el acto pblico, para la luz. Buscan

  • en sus silencios la comunin con lo que es nico, irrepetible y sagrado; con

    aquello que nos recuerda cun hermoso es el ser humano.

    Son ellos quienes te observan al margen del tiempo y te valoran mejor.

    A mi esposa, quien, aun siendo consciente de las distancias en el tiempo, me

    ha enseado descender a las profundidades del propio abismo. Para ti los

    tiempos primitivos; para ti mi imagen del mundo, del tiempo, este tiempo,

    nuestro tiempo.

    Para ti, mi voz.

    Legin 20VIII14

  • Mir, pero no pude ver el camino. Adelante solo pude observar ruinas,

    decadencia, muerte, y luz () demasiada luz. A mi alrededor se extenda un

    misterioso laberinto de calles fras, desoladas; calles perdidas.

    En el firmamento las nubes parecan una enorme columna de fuego y ceniza. El

    viento descenda vertiginosamente sobre la superficie del abismo.

    Entonces, se present el ermitao, puente entre este mundo y el inframundo, y

    sujetando un farol que expeda rayos cobrizos de luz, susurr:

    -Son cuatro las puertas al laberinto de vida y muerte; en su interior se

    encuentra el arca de la alianza eterna, el jardn cerrado; las revelaciones

    subterrneas; el sentido profundo; todos los secretos de las profundidades; y

    los signos del dios de la muerte, del dios solar.

    -Quien franquee el umbral de las cuatro puertas; que se coloque sobre el suelo

    del lugar sagrado, pues el laberinto simboliza la bsqueda, la del alma en pos

    del secreto, de la verdad y de la alianza secreta.

    - Frente a nosotros se extiende la ciudad de los laberintos, la ciudad maldita,

    la ciudad de las ruinas, la ciudad del dios bestia, del dios primitivo, del dios

    solar; ciudad proscrita desde siempre y para siempre; pues en ella se halla el

  • inframundo. En ella transcurre precaria, los recuerdos de la verdad primera,

    la que fue y ha sido, y ser.

    - El laberinto es el principio y el fin de todas las cosas. Has cruzado ocanos

    de tiempo y soledad para llegar hasta este lugar. Es aqu donde nuestros

    caminos convergen.

    Ignoro cunto tiempo permanec en ese lugar. Haba cruzado el umbral. Atrs

    haban quedado mis recuerdos; olvid mi nombre. En mi subsisti el recuerdo

    de los dioses funerarios. De las pocas rituales.

    En el espacio persista un indescriptible sentimiento de tristeza, de vana

    satisfaccin. Frente a m se extenda aquel laberinto siniestro de destruccin y

    aniquilacin. Me intern y comprend que lo que en mi interior se esconda, no

    era humano.

    Daniel Ashkenazi

  • Fra introspeccin del tiempo. Slo imgenes furtivas sumergidas en el calor de

    aquel lejano mes de octubre de 1937. Expresar el profundo miedo y

    desesperacin de mi alma.

    Entonces el atardecer descendi sobre las arenas rojas del tiempo. Y he aqu

    que los secretos ms profundos de mi alma se proyectaron sobre aquellas

    ciudades perdidas y aquellas ruinas y galeras subterrneas atrapadas en la

    inmensidad del desierto. Los primeros indicios del pasado.

    Es aqu donde mi antiguo yo desciende al abismo de las primeras

    representaciones del dios bufo, del dios de los caminos.

    Escribo para ella, pues fue ella quien me gui hasta las puertas de las regiones

    inferiores y me habl de la soledad del desierto a travs de sus visiones. Fue

    ella quien me dio a conocer las tradiciones de la vieja estirpe, y junto con ella

    recorr las antiguas calles perdidas en la Ciudad de los Laberintos.

    La memoria de aquellos otros das se desvanece paulatinamente en el abismo de

    imgenes sin fecha. Escribo las ltimas lneas en mi cuaderno de anotaciones.

    Es aqu donde todo termina. Mi ser se revela en estos presagios y revelaciones

    interiores. Conjurar el pasado a travs de los smbolos primitivos. Ciertos

    contenidos emergen, desaparecen y vuelven para volver a desaparecer.

  • Descender al mundo inferior. Buscar al dios de las encrucijadas, en su

    compaa, mientras ella ilumina el laberinto con una lmpara de aceite. Junto

    con ella extraigo de las profundidades de mi alma, aquellos smbolos. Incitar

    aquellas visiones de tristeza. Permanecer bajo el umbral de la conciencia;

    despertar los recuerdos de un pasado antiguo y profundo.

    Y al final del camino, de la encrucijada: el recuerdo de mi antiguo yo sumido en

    las tinieblas. Perder el sentido de vida. La memoria de ella se desvanecer en

    el tiempo.

    - Bien sabis de mi pasin por la antigua frmula - me dijo ella un da - El

    deseo aplazado es ritual, con las repeticiones necesarias, con sus roces

    imperceptibles y profundos, con sus miradas que entraan secretos y palabras

    olvidadas. Con su sed de libertades crueles. Con sus smbolos. La caridad es la

    antigua frmula.

    Cuntas palabras se pueden pronunciar y an sentir desafecto? Fueron estas

    palabras quienes aprendieron a callar y a escuchar en el silencio de nuestros

    das. Palabras como huellas en la arena.

    Como huellas difusas en el tiempo. Una luz triste y vaca prorrumpiendo de

    aquellas linternas. Palabras que insinan presagios. No volveremos a ser los

    mismos, ahora que hemos visto el rostro del dios del laberinto.

  • La encrucijada encierra a la bestia de sangre. Destruccin de mitos sagrados.

    Conocemos las fuerzas que gobiernan el laberinto. Dormirs un profundo sueo

    mientras descienda yo al infierno. Habr de seguir aquellas visiones, aquellos

    presagios.

    Transformacin, regeneracin. Ahondar en el tenebroso abismo del mito

    sagrado. Tu rostro. Tu compaa. Se revelan como misteriosos abismos.

    Hoy he descendido a las profundidades de estos abismos de luz y de tiempo.

    Hoy he abierto las puertas del destino. A mi vuelven estos presagios y visiones.

    Quin an tendra el valor de ingresar?

    No volver a verle jams.

    Poco despus de haber escrito estas palabras, revert en una extraa visin

    enterrada en mi pequeo libro de anotaciones. Un libro donde se han detenido

    las estaciones del tiempo as como la memoria de aquellas tardes que no

    volvern jams.

    Mirar el destino desde la profundidad de los das que han partido y se alejan sin

    dejar huella. Anhelos que otorgan. Ver el monstruo primitivo que all habita.

    Que all se esconde.

    Regresar para hallarle en un corredor antiguo donde los clidos rayos del sol

    penetran en medio de un silencio eterno. Memorias suspendidas en el tiempo.

  • -Tena tanto miedo de no poder penetrar en el significado de los das. Un da

    por cada significado; un significado por cada da; amo las estaciones que

    subyacen en tus recuerdos- me dijo en un susurro que penetr lo ms profundo

    de mi espritu - necesito ver tu luz.

    La observ y comprend que era su tristeza quien me hablaba.

    - Sumergirme en la bruma de un pasado que no me pertenece. Dnde has

    estado mientras te esperaba? El calor. Esta regin est muerta, sin vida. Ya no

    volvern las estaciones de la lluvia, jams. Necesito volver. Escapar de estos

    parajes olvidados por el dios de los caminos. Necesito escapar y sentir el paso

    del tiempo una vez ms.

    Entonces comprend que todo haba terminado. Que aquella bsqueda haba

    sido intil. Hallar el rostro en aquel otro rostro. El rostro de los temores que

    acechaban en nuestro interior.

    Mi mirada penetr en el abismo de ese atardecer. Y me intern en los estratos

    ms profundos de mi alma.

    Tu nombre habr de ser escrito en mi libro. Ahora que sospechas vagamente

    quin soy. Como una premonicin que inventamos a cada paso. Tambin t

    escribirs mi nombre.

  • Habrs de encontrar significados en el gesto de estas palabras. Pues son tus ojos

    quienes observan los fantasmas que habitan en la soledad de nuestras almas. Y

    les hace visibles para ti. Para m. Para los dos.

    Un fuego interior. Un fuego de fro, desolacin y bruma. Donde arden

    insubstancialmente todos los recuerdos del destino que una vez nos perteneci.

    Aunque jams llegues a pronunciar mi nombre.

    Soy yo quien busca tu esencia en medio del vaco de tus anhelos. La fe en ti,

    en m, en los dos por siempre perdida. Perdernos en nuestro mundo interior. En

    aquellas calles inciertas que habitan en nuestro interior.

    La memoria como reflejo de aquellos das que se resisten a desvanecerse con el

    tiempo. Fuera esa puerta por donde habrs de ingresar con tus sueos. Con tus

    visiones. Por siempre te espero.

    Habremos de confluir un da. Conozco el nombre de esa calle. De ese destino.

    Y un da tendr que aprender a amar para luego olvidar. Esa es la condicin

    ltima.

    Habremos de vivir un da ms. Tus palabras en el libro que llevo siempre.

    Ritos de muerte y resurreccin. Pues son tus recuerdos los anhelos que vuelan

    ms alto y ascienden a la luz por las tinieblas.

    Crear una imagen que resista al tiempo. Fueron tus sueos mi necesidad

    interior, siempre. Crear esa otra realidad. Originar esos momentos de soledad

  • en aquellas ciudades sin nombre escucho su voz como las hojas que arrastra

    el viento.

    Te voy a extraar. Hoy como siempre. Pues eras t quien caminaba a tientas en

    aquel abismo de tiempo y soledad mientras yo me esforzaba por encontrar un

    significado en estas palabras.

    Entonces no comprendas que era a m a quien esperabas y que era un extrao

    el portador del ms profundo de tus secretos.

    Otro designio era quien te segua. Mientras las sombras que proyectaban

    nuestras almas nos arrastraban a la bruma de nuestro propio tiempo. De nuestro

    propio destino.

    No es el escribir una empresa imposible? Un rito sagrado? Descenso al

    infierno que subyace?

    T profunda y frgil. Y que yo no llegar a ver el reflejo de mi espritu en la

    profundidad de tus anhelos, jams. La intuicin es una sospecha.

    Triste descenso a las profundidades de nuestra alma. Luchar con las potencias

    oscuras de nuestras almas aunque son ellas quienes nos habrn redimir de la

    monotona de existir por debajo de todos los significados que subyacen.

    La triste revelacin de que al final no necesitamos nada. Y que has visto la

    soledad que se esconde en las pginas de mi libro.

  • Volver de las regiones oscuras. La historia no retorna jams. Seguridades

    ilusorias. Resurreccin de una lengua muerta. Vivir. Respirar una

    incomunicacin parecida.

    Por encima o por debajo de las palabras. De aquellas visiones y presagios,

    quin conoce nuestro destino? Las paredes secas, remotas de un pozo

    artesiano. Las ruinas de un laberinto.

    Mi libro no est dividido en captulos. Mi libro est dividido en visiones. Esta

    visin te pertenece. Vaga percepcin de otros das. De otras fechas.

    Despertar los presagios que duermen en ti. Ya no quiero alejarme de ti. De tus

    visiones. Ahora que te encontr en medio de esta encrucijada. Tus palabras.

    Otra forma de inhibicin. Otra forma de ascensin.

    Me siento condenado al silencio. Cunto te extrao. Salir del abismo con una

    linterna encendida. Mustrame la puerta que conduce a tu interior.

    Octubre 25, 1936

    Ingreso al abismo de tiempo. Comienzo del largo descenso.

  • No estoy seguro de cunto tiempo transcurri despus de haberme precipitado

    en el abismo de arena. El tiempo parece correr aqu de una forma diferente. He

    decidido agregar unas lneas a mi pequeo cuaderno de anotaciones.

    Completamente solo. Todos me han abandonado. Mi brjula, no entiendo ()

    Dos das sumergido en esta soledad absoluta. Mi reloj marca las 5:37 p.m. En

    mi morral mi libro favorito, un libro oscuro, los anales del infierno.

    Arqueologa bblica; aquellas religiones paganas.

    -A partir de este umbral () de esta puerta - me susurr ella un da-

    aprenders a olvidar las palabras que jams habremos de pronunciar-. Ignoro

    por qu estas palabras vuelven a m de repente. Entiendo y me sumerjo un

    poco ms en la profundidad del tiempo que no acaece.

    Miro el horizonte enrarecido por el vendaval de arena. Soy libre de escribir

    ahora para m, en memoria de lo que fuimos un da.

    El tiempo se ha detenido para siempre. Un eco de palabras invisibles

    retumbando en ese ocano de silencio y soledad.

    Atrs, enterradas las pequeas ciudades de arena, los rboles secos, los antiguos

    manuscritos. Todo nuestro pasado perdido en el mar de Calasancio.

    Entonces an era dueo del silencio. Era dueo de la antigua verdad.

  • Mi pensamiento absorto en el obscuro cielo en el que se agitan las sombras del

    antiguo abismo de tiempo y soledad. Mi pensamiento perdido en la expresin

    de su rostro mientras me mira profundamente, su vago recuerdo. El soplo de los

    vientos, la bruma impenetrable de arena. Su mirada tan profunda y distante.

    El sol a travs de la bruma de arena incendiada de tonalidades cobrizas como

    un presagio en el horizonte. Slo Dios, la estrella del atardecer, saba dnde

    haba ido a parar, el nombre de ese paraje olvidado, azotado por la furia de la

    arena.

    Anulada cualquier posibilidad de comunicacin en el aislamiento de los das.

    Visibilidad nula. Fuertes vientos. La tormenta de arena lejos de cesar.

    Estoy condenado a permanecer enterrado en esa regin remota, abandonado en

    este desierto de soledad y tristeza. Aquellos recuerdos vuelven y desaparecen.

    Ignoro en qu mar me encuentro. En esa regin olvidada, todo es menos que

    una posibilidad. Olor de incienso; la realidad, triste evasin de recuerdos. A

    quin podra realmente importar. Bien podra hallarme en las puertas del

    infierno.

    Dispar dos luces de bengala. Pero fue intil.

    Ignoro cunto tiempo estuve evaluando si habra de buscar refugio en las ruinas

    de ese paraje o buscar el asentamiento ms cercano. Al atardecer del quinto da,

  • intent un nuevo rumbo, un nuevo destino. Los fantasmas de todos aquellos que

    am un da conmigo otra vez.

    Decido caminar un par de horas. Hacia poniente. Siguiendo el sol de aquel

    atardecer, siempre. El tiempo avanza lentamente. Ausencia total de agua en la

    cantimplora. Completamente agotado. La arena azotando violentamente mi

    rostro, mis ojos, la boca, mi lengua completamente seca.

    Mi espritu sin esperanza.

    Hacia las 5:30 di con una ciudad perdida en ese laberinto de arena. O por lo

    menos eso fue lo que cre percibir entonces. El tiempo parece correr otra vez

    pero se borra su recuerdo.

    Desciendo lentamente por una antigua calle. Rostros cansados entre los

    indiferentes transentes de esa hora. Como aquella otra tarde, un himno de

    triste fragilidad desciende sobre m; un himno lejano, sublime, presagios que

    revelan los secretos de las ciudades perdidas en el desierto.

    Nadie me ve, nadie me escucha.

    Un vendedor ambulante se acerca lentamente. Un anciano. Su imagen. Una

    imagen estremecedora y fra en medio de un silencio largo y pesado como las

    campanas de una catedral.

    Fro, Dios mo siento fro!

    Todo ocurre lentamente. Necesito agua.

  • Me entrega una especie de tiquete de teatro carcomido por el tiempo mientras

    pronuncia la palabra hasto. Leo en letra antigua una extraa inscripcin: La

    puerta del infierno se abrir en breves momentos. La Puerta Gesia. Por favor

    esperar. 20 monedas de cobre. Al final la encrucijada () al final la triste

    revelacin de Marie Anne.

    El tiempo parece congelarse () por un momento. No comprendo.

    El viento comienza a soplar nuevamente, levantando una densa bruma de arena.

    Vuelvo a mirar. Mi corazn palpita fuertemente. El anciano () Dnde est?

    Es tarde, ya ha desaparecido entre la neblina de tonalidades ocre.

    Avanzo con dificultad. El navegador () creo que viene detrs de m. El viento

    me rapa el tiquete de teatro de la mano. Debo buscar la ciudad de los mapas.

    Camino un poco ms. Me interno en una calle adosada de hermosos faroles de

    colores vivos. Los faroles se agitan de forma independiente, impredecible ()

    inquietante. Rechinando en medio del viento y de la bruma.

    Dnde estoy? Dnde he venido a parar?

    Recorro lentamente lo que creo es un mercado de ail. Los hermosos cantos

    musulmanes lo inundan todo. Un mercado atestado, perdido en ese mar de

    arena. Vendedores de libros ocultos. Ramas de ciprs y abeto antiguos.

    El mercado donde le haba conocido una tarde de enero, permanentemente seco

    y umbro. Las escasas descargas de lluvia. No podra llegar hasta ella. Jams.

  • De pronto me sumerjo otra vez en el ms profundo de los sueos.

    Despierto y veo su rostro sutilmente iluminado por el hermoso haz de una

    lmpara.

    - Alguna vez nos volveremos a ver?- susurr ella.

    - No, no creo- le respond.

    Fue cuando le entregu las primeras anotaciones de mi libro.

    De pronto vuelvo a la realidad. Los otros, aquellos que pens que me

    acompaaban se han perdido en la densa bruma de arena. Me encuentro

    abandonado y no puedo evitar sentir un extrao adormecimiento descender

    sobre mis sentidos.

    Todo es tan confuso.

    Necesito agua. En mis manos el diario del navegador, tambin mi libro de

    anotaciones.

    Me acerco a uno de esos hermosos farolitos y extraigo de mi morral un viejo

    mapa del Norte de frica y de Cana. Recuerdos de la Ciudad Santa. De la

    ciudad de las trece puertas. La ciudad maldita. Todo es un infinito desarreglo de

    los sentidos. Todo carece de un sustrato o de un indicio de realidad. Creo que

    me encuentro a punto de desvanecer.

    Un enorme perro del color del humo y ojos blancos me sigue.

  • Luego me interno en una calle estrecha. Una () no s cmo describir lo que v

    entonces. Luego oscuridad total. Finalmente el recuerdo de su hermoso cuerpo

    desnudo y yo compartiendo con ella toda mi verdad y mi silencio. Luego

    oscuridad total, una vez ms.

    Adelante, ellos ya no estn. Quizs jams hayan estado. Ser posible? Sus

    nombres, nombres que quedarn sepultados para siempre en el desierto. Y junto

    con el nombre de ellos, mi nombre. Un nombre que nadie volver a pronunciar

    jams.

    Estoy en el infierno.

    Tomo mi libro de anotaciones mientras intento entender los signos que se van

    presentando uno a uno frente a m.

    Los acontecimientos se sucedan lentamente pues eran de alguna forma

    improcedentes, tristes, lejanos. Las escenas transcurran en silencio

    trascendente. Haba, segn lo que pude observar, una ausencia total de palabras.

    Fui testigo mudo de lo que suceda. Pude sentir como la voluntad en m se

    anulaba, se quebraba.

    Observ un mundo que se desenvolva distante y ajeno. Me hall a m mismo

    impotente y absurdo. Predominaban en m los sentimientos y la necesidad de

  • hacerme consciente de la irreversibilidad del tiempo. Mis sentimientos se

    abrieron a la contemplacin de Dios y sus secretos.

    Habit entonces, en las profundidades del alma. Tal era el dolor y los horrores

    que nos rodeaban. Fui libre de las convenciones y aquellas imgenes

    emergieron fras y sorprendentes desde las profundidades del alma. Ignoro cul

    pueda ser el valor de estas anotaciones, de estos escritos. En m no se ha

    pronunciado ninguna verdad absoluta.

    sonuglA recuerdos, mas no deseo escribir.

    03 de octubre de 1937. Ella perdindose entre la multitud de rostros infinitos e

    inaccesibles; miradas distradas e impenetrables en la estacin del tren.

    El mo, un rostro triste; un rostro sin nombre. Una vez ms, habra de

    sumergirme en un abismo de tiempo y soledad.

    Muchos aos habran de transcurrir. Los dbiles recuerdos de un gesto frgil y

    amable, de una palabra. Ahora susurros en el viento. Jams podra yo haber

    vencido el ocano de tiempo y soledad que se extenda entre ella y yo. El

    atardecer ya no me perteneca entonces.

    Quizs, jams me perteneci.

  • - Sabes? Me gusta el color de las tardes en octubre, cuando el sol muere. Me

    recuerda quien fui un da. La desaparicin absoluta de los sueos; es algo

    incomprensible para m. Siempre viv con la esperanza de ajustar mi destino a

    un sentido ms profundo recuerdo que me dijo un da bajo el haz de luz de

    una lmpara mortecina de una ciudad cualquiera, perdida en el tiempo.

    Entonces comprend que ya era demasiado tarde para cualquier vano

    arrepentimiento; estaba irremediablemente enamorado de su mirada, de sus

    labios, de sus palabras.

    Me detengo para recordar. Delante la cpula de la catedral sumergida, la

    antigua Ermita de San Antonio, un laberinto de percepciones en el solitario

    parque del Retiro. Jardines y huertos ocultos bajo una fina capa de polvo rojo;

    arena cubrindolo todo como un xido que se levanta desde el silencio de los

    tiempos. Tardes teidas de cobre bruido, cobre antiguo, tardes que ahora

    pertenecen a mis recuerdos.

    Palabras perdidas, tal vez ausentes. Palabras que no fueron, palabras que jams

    sern. Palabras extraviadas en el abismo de tiempo. Juego sublime teido de

    secretos, de intimidades ocultas, verdades indescifrables.

    Aun no comprendo cmo pudo mi espritu extraviarse en la soledad extrema del

    egosmo y de la indiferencia de los tiempos. Una vez ms habra de extinguirse

    en m toda vana ilusin que en m an era sincera y humana. Habra yo de

  • resumir en mi espritu todos los pensamientos, todos los sentimientos que en

    m haban muerto.

    Era ella un presagio, un ngel sumido en las profundidades de la soledad y del

    tiempo. Era ella una presencia indescifrable, lejana, prohibida. Y yo aoraba su

    espritu en silencio, y en silencio le amaba.

    Un monumento imponente, cuatro ngeles herrumbrosos, expuestos desde el

    principio de los estaciones, desde la decadencia de los tiempos, sometidos a la

    inclemencia de la lluvia y del viento. Enfrentados el uno al otro, inclinados

    sobre sus rodillas, observan una columna de miedo y terror ascender desde el

    abismo.

    Ms all la eterna encrucijada. Las calles de esta la ciudad eterna, son una

    grisalla de hermosos colores de lluvia, tardes profundas, laberintos sin salida.

    Este sentimiento de tristeza, de abandono, se hace ms fuerte en m.

    Un crculo de tinieblas sobre el Baptisterio de Nuestra Seora. La oscura

    presencia del stiro imponindose sobre los tejados sucios y milenarios de los

    apretados y ruines edificios de esta la ciudad de las mentiras.

    Aquella visin, el primer smbolo de su cada en el abismo de tiempo. Y junto

    a ella, un vago recuerdo.

    Una cama cubierta de hojas y races secas. Tormentas lejanas, disipndose en la

    tarde fra. Fros atardeceres. Luego un mar de tinieblas precipitndose en un

  • eco eterno. Abrir una puerta para encontrar un corredor secreto, habitaciones

    abandonadas como pajareras, carretas carcomidas por el xido, cartas sin

    fecha. Slo una pequea nota, una golondrina negra, como una vaga prediccin

    de lo que sucedera.

    Dnde estoy? Dnde me encuentro mientras escribo estos recuerdos cargados

    de smbolos oscuros?

    La luz fra, fugitiva, de los viejos escaparates en los primitivos pasajes;

    vendedores itinerantes en la encrucijada de calles sin destino; traficantes de

    sueos e ilusiones; compran y venden, para s mismos un da ms.

    Arboles eternos en la suave reverberacin de la lluvia. La lluvia saturada de

    insignificantes partculas de recuerdos y de tiempo, recuerdos de ella para

    siempre extraviados. La llovizna parece arreciar por un momento. Esta es una

    tarde clida y seca.

    El trino de las aves peregrinas en el lejano susurro del viento; tristes cantos

    profanos; el tintineo de las campanitas suspendidas en el viento; el suave olor

    de la tierra seca y de las hojas en decadencia; los surreales tonos cobrizos de

    esta tarde eterna, sumida en un abismo de soledad.

    Llueve en el interior de mi alma.

    El profundo olor de su cuello; aunque no me haya pertenecido, jams. El suave

    susurro de sus labios, de sus besos.

  • Los muros, el musgo, las tapias en las apretadas calles de la ciudad vieja. Una

    ciudad cualquiera, perdida en el abismo de los siglos. Extraos los caminos de

    los sentimientos humanos. Misteriosos los caminos de la fragilidad humana.

    Este, mi amor por ella, el amor que muere, el amor que renuncia.

    Me dirijo hacia el viejo baptisterio. La fecha de mi destino, 03 de octubre. La

    fecha en la que le v por ltima vez. Ahora es un fantasma en una tarde lejana.

    Risas perdidas en el tiempo. El dios tuerto, el dios pagano, el dios de los

    caminos. Habra de ver de frente mi cada en el abismo de tiempo.

    Entonces eras tan slo un dbil presagio y el tiempo se extenda frente a m

    como un eterno abismo de luz.

    Cunto tiempo habra de transcurrir, vida ma. Entonces ignoraba que aquel da

    marcara el final de nuestro destino. Luego, sera una vez ms el silencio de los

    das, la ausencia del susurro de tu voz. Aos de soledad y silencio, de

    decadencia y sutil abandono. Llegar a un silencio definitivo, luego de haber

    muerto para ti, para los dos.

    - Vuelves? Yo tal vez no. Es una tarde muy fra- recuerdo que escrib un da.

    Pero ella quiz nunca lleg a leer mi pequea nota. Jams lleg a saber cunto

    significaban para m estas vanas palabras.

  • Lentamente me interno en el antiguo barrio de las encrucijadas. Los antiguos

    faroles de hierro forjado, del antiguo parque del Retiro - revierto en un recuerdo

    triste y fugitivo.

    Proclamo la indiferencia, el desprecio en los ojos del dios profano, del dios

    tuerto, proclamo mi destino. Guardar esta, la verdad que me ha sido

    intilmente revelada, guardar mis sentimientos, para que el gran chacal, el

    perro de ojos vacos, los consuma, y satisfaga con estos su hambre.

    Ese es el precio de mi renuncia.

    En ellos habr de hallar, de encontrar los presagios de la catedral sumergida en

    lo ms profundo de mi espritu donde se guarda el ms recndito de mis

    secretos; este otro yo, mi antiguo yo.

    Mi vida no es ms que una sombra.

    Me pregunto s los hombres tambin entierran junto con ellos sus anhelos y las

    vanas palabras de su espritu - de su pensamiento, de sus sentimientos.

    No podra yo ser el mismo; este el da ms triste de mi vida. El da de mi

    despedida; el vrtice ha sido abierto. Hoy me enter que ella se desvaneci

    como una sombra; hoy he comprendido que ella era como el tiempo; hoy me

    enter que ella era fragilidad, sutil y eterna a la vez.

    Hoy enter que ella, que las evocaciones que preceden la memoria, han muerto

    para siempre. Y junto con ellos, su recuerdo, su memoria.

  • Lentamente los rayos del sol habran de inundar cada recuerdo de aquella casa.

    Clido torrente de luz. Clido torrente de esperanza. Ignoro cunto tiempo

    habra de transcurrir en ese estado de eterno olvido. Tampoco podra decir con

    certeza cmo descend en aquel pasaje de tiempo. Nuevo despertar. La tristeza

    tiene el color del desierto.

    El orbe subyace en silencio. Eterna indiferencia del mundo por siempre y para

    siempre. Finalmente desciende sobre m la eternidad.

    Las paredes tienen el color de los atardeceres en otoo. El calor del sol. En este

    lugar no parece existir el tiempo. Slo la sagrada decadencia de las horas, de los

    minutos, de los segundos.

    Observo la sombra proyectada por las ramas y las hojas de un viejo rbol

    mientras son agitadas suavemente por el viento.

    Nadie sabe de m, nadie me espera. En lo ms profundo de esta soledad, es mi

    propio ser quien fluye y se expande, quien se agita en el altar del silencio, en la

    bsqueda de una visin.

    En la distancia se escucha el eco mecnico de un viejo gramfono. El

    murmullo es confuso. Una hermosa meloda. Esta meloda evoca la dimensin

    ms vulnerable de mi alma. Es una obra triste, nostlgica. Msica sagrada

    bizantina.

  • Tiempo despus la msica cesa; slo queda el sonido montono de la aguja

    contra el disco de vinilo.

    Me incorporo para levantar la aguja.

    Ahora slo se escucha el zumbido de una mosca contra la ventana. Sus alas se

    calcinan en este sol estival. Meditacin introspectiva. Fina piel de terciopelo

    negro. Las vocales del tiempo.

    Me asomo al jardn posterior. Recuerdo este lugar. Es la casa donde viv un da.

    Recuerdo el huerto. Afuera las ramas de un viejo rbol y la ciudad de ladrillos

    tristes y de color ocre. En la distancia amenaza una tormenta de arena. Pero yo

    me hallo seguro en mi refugio.

    Todo era sencillo entonces. El mundo careca de significado. Una mirada atrs.

    Una antigua coleccin de libros que me obsequi mi padre.

    Tambin aquel otro libro y algunos textos rituales.

    Recuerdos insubstanciales, precarios. La voz de la eternidad, un canto que

    habra de invocar aquellas tardes milenarias.

    Vuelvo a mirar por la ventana. Veo a la persona que fui un da. Afuera, l se

    extrava entretenindose con el atardecer, temiendo a la tormenta de arena que

    crece y se acerca desde la lejana. Ah! Ilusiones. Los fantasmas de mi infancia

    concurren y desaparecen.

  • Slo viv para aprender a creer, para amar la intimidad que nace de las

    palabras. Palabras fras, oscuras, catedrales oscuras, templos olvidados, luz,

    cenizas para volver aquella otra ilusin eterna.

    Vaco crculo de luz que rodea la penumbra.

    Entonces habran de emerger en m aquellas memorias tristes y distantes. Oh,

    revulsin de mi espritu. Sentimientos ocultos. Llevo sobre mi frente el signo de

    Can. La presencia de ella, fra, triste, inquietante.

    Recuerdo todas aquellas cosas que jams podra haber sido. Recuerdo cada una

    de aquellas justicias que habran de disponer mi espritu en contra de todas las

    cosas humanas.

    Conmigo el ser proscrito.

    Sin ms ilusiones que estas, mis palabras vanas e intiles, miraba el infinito

    hundirse en el abismo de tiempo mientras someta aquellas ilusiones a oscuros

    ritos funerarios; pues era mi espritu quien mora da tras da.

    Fro calendario solar gregoriano.

    Aquellas paredes sealaban el hermoso teatro de ilusiones donde habra de

    observar los recuerdos distantes de una poca triste y vaca.

  • Me pareci entonces escuchar decir que las ilusiones que llevaba en el espritu

    habran de procurarme un da ms. Despus de todo sera libre y podra

    olvidar las convenciones que sometan con violencia a mi espritu.

    Ya no sonrea.

    Fra mirada retrospectiva, reflexin sosegada de aquellos das. No queda otra

    opcin; fueron las experiencias de esa etapa de mi vida la circunstancia que

    ms habra de influir en la concepcin que tengo de la vida y de la existencia.

    Concepcin con la que me las arregl para sobrevivir todos los das de mi vida.

    Cre haber alcanzado la visin de aquellas tradiciones ms primitivas, la visin

    de aquellos rituales de muerte e iniciacin, en ella.

    Aquella visin habra de ensearme, muy a pesar del mundo, a respetar a todos

    aquellos a quienes la fortuna jams habra de favorecer. Y v en ellos a mis

    hermanos. Aprend a ver en el hombre al ser humano; a tasar en su justo precio

    el valor del tiempo. El esfuerzo por sobrevivir un da ms.

    Cuando busco la sagrada y misteriosa definicin de lo eterno en las cosas que

    me rodean, no puedo sino agradecer, porque ahora s que ella tena mil veces

    razn y que cada una de aquellas enseanzas habra de prevalecer en mi espritu

    y en mi alma por siempre.

  • Un dbil fuego de alegra arde en mi corazn. Pues tengo la certidumbre de

    haber encontrado el sagrado altar de la iglesia primitiva. El vaco y naturaleza

    ilusoria de todas las apariencias.

    Comprend que el mundo no es otra cosa que una comedia mediocre y que el

    papel al que me encontraba condenado a representar slo poda producir en mi

    rebelin y repugnancia.

    Miro a travs de la ventana. Puedo ver mi ser confundido y extraviado. Su

    ilusin, escapar de la realidad. Su ilusin, observar los atardeceres a travs de

    las viejas casas de ladrillo y tristes rboles.

    Ahora este recuerdo es la estrella ms alta en mi atardecer. Mi espritu se

    estremece con estas memorias. En la lejana la Catedral de San Antonio.

    Quiero dormir. Estoy cansado. Quiero sumergirme en la luz, perderme en este

    atardecer. De repente, puedo presentir su lejana presencia una vez ms. Se

    acerca, me toma la mano y me sonre con amarga tristeza. No puede hablar,

    pero la tristeza en sus ojos me lo dice todo.

    - Ahora lo s, vida ma.

    En un instante todo se desvanece en medio de una tormenta de arena y vuelvo a

    la realidad. El ro de arena corriendo con el viento abrasa mi rostro. Aun me

    encuentro en esa ciudad olvidada, completamente solo y abandonado. Los

  • faroles de tono amarillo y naranja vivo. Esta visin es hermosa. Miro una vez

    ms y me desvanezco. Hace mucho fro. Demasiado fro y ya no recuerdo nada.

    Desde la tormenta observo a aquel ser internndose en el oscuro atardecer. Me

    observa con tristeza. l sabe de m. Sabe que he muerto. Comienza a llover. La

    tormenta ya ha alcanzado mi pequeo refugio de abismo y tiempo.

    Ella sale de aquella casa perdida en el laberinto de calles antiguas y oscuras. Me

    toma del brazo y me invita a volver a la casa alejndome de esa triste imagen.

    Slo ella, la parte de ella que muri en m, comprende, slo ella sabe.

    Una vez ms estoy slo ensimismado en mi amargo abandono. De repente el

    suave recuerdo de ella me embriaga una vez ms y me arrastra su voz suave y

    profunda.

    Unos meses antes de su partida, mientras bebamos una infusin de hierbas en

    el mercado de ail, ella me mir con tristeza mientras lea una nota que yo le

    haba dejado en su habitacin el da anterior.

    Beber del cliz prohibido. La quintaesencia de los cuerpos. El eterno despertar

    de los sentidos. Consagrar los cuerpos al dulce dolor de los amantes profanos.

    Nace la inmortalidad del placer, de la pasin, de la tristeza, de la ausencia.

    Del dolor.

  • Un millar de velas, en un ocano de arena, el desierto calcina tus caricias

    sobre mi piel. Perdidos para siempre en la inmensidad de un atardecer que an

    no nos pertenece. De un atardecer que no halla descanso ni refugio en nuestros

    anhelos.

    Escucho una msica dulce y profana, mientras mis sentidos cuelgan de la lenta

    cadencia de tu cintura. Mientras mi anhelo se sumerge en el aroma vivo de tu

    verbo infinito, amor mo.

    Podr haber perdn para nosotros algn da?

    Dios suea en secreto. Nuestros cuerpos se estrechan en la nostalgia, en una

    tierra perdida y lejana, donde los sentidos aoran refugios en la arena. Y los

    sueos conocen nuestros lmites de frgiles seres de deseo y placer.

    Mientras beso yo tu sexo, y t mis anhelos, pienso en ti, y te extrao.

    Morir mil veces en vida! Comienza un nuevo ciclo de luz entre t y yo.

    La ciudad de los Mapas, Agosto de 1937

    Entonces ella deposit estas palabras en el viento, palabras que habitan en m

    como un fantasma.

    - Sabes? En verdad hay poesa en estas palabras que has escrito () y un

    poco de descaro y atrevimiento. Pero en verdad me gusta tu poesa.

  • Me qued contemplndola por un instante, y le contest hblame de tu propia

    poesa, Marie Anne.

    Entonces ella sonri. Luego nos sumergimos en nuestras miradas y me pidi

    que le entregase el cuaderno que siempre llevo conmigo, mi cuaderno de

    anotaciones.

    Me mir, y sin quitarme la mirada de encima, me dijo esto habrs de leerlo

    cuando yo haya partido. Cuando yo haya regresado a la Ciudad Santa. E

    introdujo una carta en mi libro.

    Hoy ha pasado mucho tiempo, pero an la conservo. Fue su ltima carta antes

    de partir para siempre a la ciudad maldita.

    El tiempo habra de disiparse an en alba frtil y suave silogismo de luz.

    Linternas que enmudecen cuando la tristeza desciende en secreta comunin;

    palabras que vacan su sentido en esta tarde perdida en la inexorable sucesin

    de los das.

    El recuerdo de esta tarde an habra de perdurar en la ficcin de nuestra

    memoria. Sin ms ilusiones que stas nuestras palabras vanas e intiles;

    mirando en el infinito que se hunda en el abismo.

    La hermosa cpula de la catedral sumergida Dbil recuerdo de una religin

    antigua y pagana.

  • Entonces el tiempo nos perteneca. Tambin nuestras palabras; que a nadie

    ms sino a los dos pertenecan.

    Y reamos conscientes de la insignificancia de nuestros sueos; reamos aun

    cuando el tiempo nos atropellaba con sus horas, sus minutos, y sus segundos;

    ramos t y yo; ramos los dos al final del enorme vaco de indiferencia.

    Entonces me obsequiaste un sueo y con l nuestros anhelos cobraron

    significado mientras se alimentaban satisfechos en nuestro dolor.

    Deseo comprender- recuerdo que dijiste un da; pero an ignorabas la

    tristeza que sobre nuestro destino se cerna.

    Oh! Vanas son nuestras aspiraciones. Deb haber advertido las extraas

    derivaciones del olvido De estos constructos de miseria y dolor

    El tiempo. suave inspiracin de un saber universal que evoca la voz de los

    vientos. La sagrada estirpe an perdura en la profundidad del abismo de

    arena; en la vieja y vulgar lengua sacra de un Dios tuerto.

    Esto lo sabemos t y yo.

    Atrs quedan las tradiciones del viejo rito. En el desierto, antiguas formas

    teatrales del viejo Dios de los caminos; de los tristes artesanos de atardeceres

    indescifrables.

    Atrs queda nuestra vida; atrs nuestro ltimo adis.

  • Oh! vano demonio de lgubre adversidad!

    Beb extasiada de tu vano recuerdo.

    Como una premonicin que an habra de perdurar; esta tarde he escuchado el

    sombro trino del diablo.

    De ti logr tres signos; una semilla de rbol de eucalipto; y la sagrada

    comunidad de la natividad. Solitaria observ los escaparates de las tiendas. La

    intil enunciacin de la verdad primera.

    Previo hundimiento del sueo pstumo. Alba transparente sobre mi rostro

    cansado. Extrao equinoccio lunar.

    Llevo sobre mi frente el signo del fracaso; del primer crimen segn lo que

    ahora recuerdo. En mi se hace fecundo el verbo.

    T diablo con caperuza T bufn Depositario de la ltima arca de la

    alianza.

    No todo est perdido.

    El crculo ser abierto para volver a ser cerradoPara volver a ser

    truncado En tu cuaderno de anotaciones deposito el recuerdo de esta nuestra

    estirpe.

    La insignia del ngel cado, el ngel primognito, el ngel de la penumbra que

    es parte de nuestro sino, de nuestra sangre.

  • Acaso mi nombre est escrito en tu libro?

    Cuando leas esto, entonces comprenders que hemos muerto para siempre.

    Nos conocimos a mediados de enero, cuando los vientos del norte descienden y

    enfran las tardes.

    Sola volar a El Cairo en las temporadas de sequa. Otras veces sola volar a

    Bengahzi, Tubruq, Rabat. Volaba a Ceuta, Tetun, o el Tnger. El Jordn.

    Trabajaba largos perodos de hasto. Me encontraba estacionado de forma

    permanente en aquella ciudad perdida en ese ocano de arena. Los eternos

    vientos de levante mientras yo me sumerga en el estudio de aquellas religiones

    antiguas.

    Sola caminar al atardecer y observar las ruinas de un antiguo templo traspasado

    y carcomido por las races de un rbol muerto y seco. Luego me diriga al

    mercado y me dedicaba a buscar algn libro entre los arrumes de libros

    olvidados de algn mercader callejero. Me dedicaba a coleccionar farolitos de

    hierro forjado.

    Llegu a esta ciudad haciendo parte de un grupo de viajeros en un viejo y

    destartalado aeroplano en los que se realizaban vuelos clandestinos sobre la

    inmensidad del desierto; aquellos hombres nos guiaban a travs de aquellas

    ciudades perdidas.

  • Me hallaba absorto entonces, en los secretos de esa regin olvidada. En los

    cantos profanos, en los libros sagrados, en los libros de las profecas. En los

    misterios de esas tardes profundas.

    Conmigo mi secreta pasin por la literatura y los libros antiguos. Por los

    artefactos y las religiones antiguas, los astrolabios, los relojes astronmicos, las

    iluminaciones medievales.

    Aquella tarde el sol arda como bromuro lquido, bromuro eterno. Sent la

    necesidad de internarme una vez ms en aquellas calles y mercadillos

    tradicionales. Los cantos musulmanes invadan aquellas callejuelas sin nombre.

    La Puerta del Sur. La gran Medina, la ciudad vieja.

    Cre pasar por el antiguo barrio judo y su enorme cementerio de lpidas color

    terracota. Sobre la ciudad, el recuerdo, el letargo del esto.

    Entonces la vi por primera vez, los rayos del sol iluminaron su rostro, sus

    enormes ojos pardos, sus finas facciones, tan finas y delicadas. Su cabello

    castao claro, casi dorado, bruido como el atardecer mismo. Y no pude sino

    experimentar como el tiempo pareca detenerse entre los dos.

    No cruzamos saludo alguno. Pero pude sentir como nuestras miradas se

    encontraban penetrando el abismo que nos separaba. Mi cuerpo se estremeci.

    Qued arrobado en su mirada.

  • Vendedores ambulantes de todo tipo; vendedores de quincalla, de pociones,

    cajitas, lmparas, dtiles, frutas secas, pequeas calabazas de mil colores,

    races, especias. Delante la densa red de callejuelas. El ambiente inundado de

    olor a incienso, a hierbas aromticas, a jabones, a jazmn, a canela, hierbas

    medicinales.

    Cre descubrir en cada uno de ellos el olor de su piel.

    En medio de ese caos de olores y colores, nuestras miradas hubieron de

    encontrarse una vez ms. Un leve rubor cubri sus mejillas.

    Reconoc en ella la inmensidad del tiempo. La segu por aquellas calles

    estrechas, hasta que ella se perdi en una callejuela escondida. Atraves una

    minscula puerta en arco y desapareci.

    An despus, una vez de regreso en mi habitacin, despus de caminar por

    aquellas antiguas calles, no pude disipar el recuerdo de su mirada.

    Dos das despus tuve que partir a Tubruq. Sospech que no la volvera a ver

    jams. Su llama ardi en mi alma para siempre. Mi espritu embriagado con su

    sonrisa, con su mirada.

    Desde entonces la busqu en aquellas calles vacas y sin nombre.

  • Septiembre 28. Creo que algunos pensamientos. Algunas fechas y lugares son

    ahora ms claros para m.

    Amanece una vez ms en la ciudad eterna. La ciudad de los mapas. La ciudad

    sin nombre. El viento an corre con fuerza. Las campanitas tintinean en la

    distancia. En la soledad de estos parajes.

    Tomo mi libro de anotaciones y saco una carta que jams envi pero que an

    conservo.

    Inesperados los caminos del olvido. Cmo podra tener final este camino sin

    destino, sin fecha? Cmo podra tener final un camino que jams fue

    camino?

    Habr de recorrer este camino en compaa de tu recuerdo que ahora es

    confuso e incierto y se escapa inevitablemente de mis manos.

    Este adis se desvanece en el reflejo de mis aspiraciones y anhelos ms

    elevados, de mis anhelos ms profundos.

    Ignoro cmo nacieron en m estos sentimientos. No podra sentirme ahora

    culpable. Cmo silenciar estas palabras? Cmo ignorar esto que siento, esto

    que censura mis principios, mis pensamientos?

    Ahora slo prevalece la indiferencia y la fe que an persiste en ti. Vanas

    esperanzas en este dios tuerto, este dios de vana ausencia. Este dios detractor

  • del tiempo, dios de la balanza, dios de la inocencia. Este dios que somete a

    estos sentimientos a una ineludible decadencia del tiempo. Una parte de mi

    muere, en ti.

    Tu presencia persiste en el atardecer de mis das. Pero no era a m a quien

    realmente buscabas.

    Ah! No podra temer menos al dios del olvido que al dios de la indiferencia!

    A travs de ellos vuelve el otoo. Los hermosos atardeceres; y sobre todas

    estas cosas, esta otra faceta ma. Tendras que aprender a odiarme primero.

    Fueron tantas las cosas que aprend de ti.

    Tem mil veces someterme a esta tu justicia. Que descubrieras el espritu fro,

    inhumano que exista en m. Dese morir en tus brazos. Pero el sabor de tus

    labios pronto me fue ajeno y amargo.

    Finalmente habra de regresar a casa.

    Como un eco envolvente y amargo habra de llegar, para m, el momento de

    nuestro adis. Y lo cierto es que no tengo nada para decir. Siento un

    desconcierto fro y vago, que adormece lo que subyace. No puedo evitar

    sonrer con tristeza.

    Ahora s que, para renunciar a un sentimiento, tan slo se necesita un gesto,

    una palabra. Y las palabras que callamos son los mensajeros ms elocuentes

    de los sentimientos que habitan en las profundidades de nuestro espritu.

  • Existen muchas formas de callar. Contigo habra de comprender el valor de

    este signo. Aprend a extraarte mucho tiempo atrs. Tambin a olvidarte.

    Y an supliqu en ti un poco de irreflexin y crueldad. Y me tragu mi orgullo,

    y abr las puertas de mi espritu.

    Abr la puerta a lo que creca en mi corazn. No fue esta una confesin. Fue

    este un asalto violento sobre mi desvaro. No fue esta una confesin sino una

    amarga denuncia, de aquellos sentimientos que me traicionaban.

    No slo somet mi corazn al filo de tu indiferencia. Sino que tambin le ofrec

    a sta mi cuello. Mi garganta. Para que callara estas palabras que se

    obstinaban por escapar de m. En espera de una solucin precaria.

    Busqu con mis palabras tu desprecio. Pero tu compasin era la espada que

    ms me lastimaba.

    Ignoro si podras comprender esto y an sentir algo de afecto y respeto por m.

    Si podras entenderlo. Entender que fuiste importante para m.

    Esto no lo llegar a saber jams. Tampoco deseo saberlo. Me basta con saber

    que vas a estar bien, ahora que finalmente te has encontrado, aunque esta

    realidad me sea tan ajena como aquellos das que quedaron atrs para ti.

    Con tu partida soy libre para volar una vez ms. Y mis alas penden de este

    silencio que ahora el destino hace tuyo.

    Tu silencio es mi libertad.

  • Por favor no digas nada, absolutamente nada. No tienes que hacerlo. Me

    lastimas. Esta carta es mi renuncia a todo esto que sent, a lo que an siento

    por ti.

    Pronto los anhelos se condensarn en dbiles recuerdos. Y me reconforta

    pensar que todo va a estar bien, muy bien. Aunque me trague estas otras

    palabras y estas lgrimas.

    Hoy he abierto mi cuaderno de anotaciones, y lo hall vaco; extravi su

    significado. O por lo menos pretend haber extraviado su significado. En la

    ltima pgina hall una fecha cualquiera. En ese punto se detuvo el tiempo y

    muri la esperanza que me embriagaba.

    Aun tendra que agradecer este gesto tuyo.

    So que besaba tus labios, y en ellos hall un profundo abismo de silencio. Tu

    silencio. Y lo cierto es que lo hall grato. Despus de todo no era a ti a quien

    besaba.

    Siempre busqu en ti la ausencia de ese gesto.

    Luego extend mi mano en busca de comprensin. Pero no pude hallar, no pude

    hallar nada; no pude hallar absolutamente nada. Slo el eco distorsionado de

    tu adis y estas vanas palabras que ahora escribo y se evaporan, y devienen en

    otra forma de vaco, mientras a duras penas logro adivinar si llegars a

    leerlas un da.

  • Mi secreto ahora es tuyo. (Sonro) Maana lo olvidars y tu indiferencia me

    har mortal entre los mortales. Por fin podr caminar desprevenidamente entre

    todos estos rostros indiferentes.

    Es inevitable ya. Debo abrir mi espritu a esta nueva realidad. Maana a

    duras penas habr de recordar estas cosas que he escrito, quizs tambin

    olvide tu nombre.

    Quizs.

    Quizs tambin anhele el dolor que tu indiferencia me causaba. (Vuelvo a

    sonrer, esta vez sonro con algo de nostalgia) Hay en este tipo de dolor algo

    reconfortante.

    El tiempo se extiende como una promesa para ti y para m.

    Nuestra amistad habr de prevalecer por siempre. Despus de todo.

    Por favor, hay un pequeo pedazo de m que quiere decirte algo.

    Y ese algo es: No te olvides de m.

    Habremos de reencontrarnos un da, y otros sern los sueos, otras las

    ilusiones. Y reiremos como dos amantes mientras el tiempo nos condena a

    pronunciar este nuestro ltimo adis.

    Tiempo efmero, alas ms oportunas.

    Creo que esta frase encierra bien este otro secreto.

  • Encierra bien el verdadero significado de esta carta.

    La ciudad de los mapas, 09VIII-37

    Despus de evocar estos recuerdos, logro salir a la luz del da una vez ms.

    Vago por unos minutos por aquellas calles olvidadas. Finalmente llego al

    mercado de ail. Se encuentra totalmente abandonado.

    Sin embargo, luego de internarme un poco ms en aquella calle estrecha y

    oscura, llego hasta un puesto alumbrado por un farolito de vivos colores.

    Un fuego fro, una pequea llama de luz reverbera intrigante en su interior.

    En el puesto hay una pequea cesta con pan de levadura. Me encuentro algo

    aturdido; tomo una hogaza de aquel pan y comienzo a comer con avidez.

    Mientras mastico con desesperacin me doy cuenta que mi boca est seca.

    Han pasado seis das desde el accidente, desde la cada en estas regiones del

    tiempo y silencio. No estoy muy seguro.

    Busco algo para tomar, y encuentro una vieja botella de vino. Permito que el

    lquido me devuelva la vida, que su calor fluya lentamente por mi espritu.

    Sin darme cuenta caigo en un estado de profunda exaltacin, de euforia.

    Nuevamente no puedo separar la ilusin de lo que es real. Presiento que he

    hallado la puerta al infierno.

  • Aun no lo comprendo, pero creo recordar que comenz a llover con fuerza en

    esta la Ciudad de Dios. Busco refugio en uno de aquellos aleros. Me encuentro

    completamente embriagado.

    De pronto, hacia el final de la calle brumosa aparece la figura de una mujer

    hermosa vestida como una divinidad rural, lleva una tnica, y sobre sta, una

    estola, y una palla, como un manto. Se aproxima a m. Siento que vuelvo de la

    vida a la muerte. Se acerca sujetando un farol de cobre.

    Se inclina. Toma mi cara. Pronuncia mi nombre. En su mueca izquierda un

    trozo de tela prpura. Su atavo es completamente blanco. Su cabello color

    castao claro y recogido como el de una dama del antiguo imperio.

    Me mira con tristeza mientras dice: has vuelto.

    Coloca la linterna en el piso. Me mira. Acaricia mi rostro con el dorso de su

    mano. Suavemente. Muy suavemente. Luego retira el trocito de tela de su

    mueca y la pone en mi mano.

    Pregunto: Porque te has marchado? Me mira profundamente. Mira hacia el

    final de la calleja sin destino. Marie Anne me mira profundamente. El atardecer

    de esa mirada sobre mi rostro, puedo sentir su respiracin sobre mi cuello. Muy

    quedamente. Mira hacia el fondo. Ella es un espectro de luz. Sus ojos pardos

    clavados en m. Dos hermosos mechones de cabello, colgando del manto, caen

    sobre mi rostro mientras susurro No me vuelvas a dejar jams.

  • - Este es apenas el comienzo. Habr de encontrarte en la Ciudad de Dios, la

    ciudad de las tinieblas- susurra en un eco profundo y eterno. - Contigo ahora

    nuestra poesa, nuestro libro de anotaciones. Voy a leer mientras el stiro y el

    pfano vuelven por m. Luego ser la luz de la tarde una vez ms.

    -Comprendes?

    Slo s que lloro como un nio mientras mis labios se esfuerzan por decir

    comprendo () comprendo () lee para m, Marie Anne () Por favor ()

    lee para m una vez ms.

    Legin 16III-1

    En el silencio de los tiempos, eran mis anhelos el ocano amargo desde cuyas

    profundidades escrutaba el dios de los caminos, el dios del dolor, el destino la

    tristeza y la vana sonrisa de los hombres.

    El bufido del dios toro, el dios de las ceremonias, el dios del festn, despert al

    fauno en la regin ms septentrional del abismo, sellando as lo que haba sido

    escrito, y la desesperanza se apoder de la catedral sumergida.

    La unin de aquellos destinos, el restablecimiento de la ltima alianza. Los

    mismos anhelos corrieron a travs de nuestros corazones, t y yo los ltimos

    dos de la antigua estirpe, perdidos en un mundo que no nos perteneca.

    Oh, cunto te extrao.

  • Legin 17III-1

    Extra uncin

    Aquellos atardeceres en los que el tiempo pareca suspenderse mientras esta

    otra parte de nosotros sonrea y nuestros anhelos eran como pequeos

    linternas de cobre e incienso en medio de las clidas tonalidades ocre de ese

    parque sin nombre, se han desvanecido para siempre.

    El bufido del dios toro, el dios de las ceremonias, el dios del festn, habra de

    despertar en m, conjurar en m las siete pestes de Cana, las delicias de todos

    mis pecados capitales. Soy un humilde vendedor de palabras vacas.

    Mi odio, todos mis rencores habran de surgir en m como una legin, una

    estirpe maldita, como la antigua iglesia donde arden los siete tabernculos.

    Ya nadie habr de recordarme.

    Los ngeles de la primera cada, habran de surgir del abismo entre las dos

    aguas para no volver nunca jams. Y no hubo ms atardeceres, ni crculos de

    luz, ni ritos paganos.

    Slo la lmpara de sta nuestra ltima alianza, las velitas de nuestra memoria

    se han apagado por siempre. Tu nombre en mi espritu. Siempre

    Legin 18III-1

  • Ah, recuerdo aquellos atardeceres que a ti y a m, que a los dos, nos

    pertenecan. Nuestros destinos ajenos a todos los otros, y hallbamos refugio

    en el uno en el otro. Y entendamos el significado de las linternas de cobre e

    incienso en el parque, mientras llova.

    Recuerdo estar perdidos en ese abismo de rostros sin nombre, mirando las

    calles sin destino, mezclados con los vendedores itinerantes. En verdad a nadie

    importaba si existamos o no estbamos.

    Aquellas calles compartan nuestros secretos.

    Observar el reflejo de la incertidumbre en el rostro de aquellos tiempos, de

    aquellos das. Los atardeceres ya no volvern a ser los mismos nunca ms.

    Slo el eco amable de tu sonrisa.

    Tu sonrisa.

    Las despedidas no son sino otra forma de reencuentro.

    Una banca vaca en un parque cualquiera. Hojas que el viento arrastra. En un

    da sin nombre sin fecha. La voz de aquellas otras calles sin destino. El silencio

    de las catedrales en los parques. Los pequeos farolitos de cobre e incienso.

    Todas estas cosas ya no nos pertenecen ms.

    Atrs quedan estas vagas creencias en el dios tuerto de los caminos. Nadie

    recordar que un da estuvimos aqu, tu y yo, dos amantes desprevenidos que

    se encuentran en una hora incierta, se miran, se saludan, y se dicen adis.

  • Pienso que las circunstancias fueron siempre mi mejor apuesta.

    Las primeras gotas de lluvia, fras e insubstanciales, se precipitan sobre este

    abismo mientras el viento me susurra debers aprender a extraar.

    An se halla ah, la antigua capilla, entre los fros arboles de esta tarde de

    otoo, luces brillando en la llovizna, voces en la calle. Camino sin destino, oh,

    hace mucho fro. Persiste la impresin de que pronto van a cerrar las tiendas.

    Presiento que todos van a alejarse y yo ya no tendr a dnde ir.

    Los ngeles del viejo dios tuerto han aniquilado a todos los que vivan en la

    calle donde se halla ahora abandonado mi habitacin.

    Espero en la antigua Estacin de las Aguas.

    Desciende la tarde.

    Entonces la ciudad impuso su propio silencio y ya no pude tener ms

    conciencia ni del pasado ni del presente que se oponan.

    En mi penetr un ro de soledad y tuve certidumbre de haber escuchado la voz

    de aquellas calles, de aquellos cafs sin nombre ni destino, de las catedrales

    en los parques. De aquellas tardes de vagas creencias paganas.

    Me sumerg en un ocano de pensamientos y de repente no pude evitar sentir

    un profundo deseo, lnguido e insubstancial, de permanecer un poco ms

    mientras recordaba tu nombre.

  • Supe entonces que aquellas calles no me pertenecan.

    Y comprend todo. Y la inmensidad de la tarde se revel como una visin

    incrdula de tu recuerdo.

    Inversin del tiempo, un pasaje secreto entre t y yo. Al final slo aquella calle

    de consternacin y olvido. La ciudad antigua, la antigua ciudad de polvo color

    ocre. La ciudad de los antiguos farolitos de incienso. Ya han matado,

    asesinado, al pfano y al fauno.

    Calles e ilusiones, visiones olvidadas. T el rostro de aquel dios sin nombre.

    Tus palabras son mi olvido. Tu sonrisa el vaco en mi espritu, en mi alma.

    Encrucijada. Calles perdidas. Calles de las vanas apariciones. Adelante el

    viejo rito, los cantos ceremoniales, los cantos de la bestia, los cantos litrgicos,

    los cantos del toro.

    Caluroso atardecer. Mis recuerdos suspendidos en el tiempo. El nmero

    desconocido. Ah! Podra cerrar mis ojos por mil aos y despertar luego de

    haber sometido mis anhelos a las imprecaciones del estero, mi cuerpo an

    habra de demandar un poco de placer.

    Para entonces ya todos nos habrn olvidado.

    El desespero se apodera del rostro afligido de la bestia que satisface su sed en

    la sangre de los inocentes.

  • El ngel del olvido avanza orgulloso con el instrumento de la amarga siega.

    Avanza en medio de la repugnancia del dios bueno en busca de cadveres

    humanos. An palpita en m un tenue rayo de luz y esperanza.

    Avanza este hermoso dispensador de la vida y muerte en busca de un sutil

    abandono, de una vana traicin. El abismo abre sus puertas al dolor de los

    falsos enunciadores de la verdad y de la mentira.

    Mi tristeza adoptaba una posicin cada vez ms vulgar, ms humana.

    l me busca, sabe que he muerto. Sabe que mi desolacin me traiciona. Viene

    para arrastrarme al infierno del olvido. Un manto cubre su cabeza. Oh, su

    terrible rostro. Su manto son las tinieblas del nuevo da.

    Su mirada es la mirada de la justicia que busca. Mira, me busca, me halla, me

    asesina con su poderoso arco.

    Una flecha como un terrible arpn atraviesa mi cuerpo, el cuerpo de aquellos

    miserables () para luego ser arrastrado hasta las puertas del abismo de

    tristeza y tinieblas, donde el hombre se redime con la vacuidad y las

    tribulaciones del tiempo.

    Devastacin

  • La libertad habra de llegar. Una legin de farolitos descienden lentamente

    sobre el abismo de arena. Lentamente se ilumina la ciudad antigua, la ciudad

    olvidada.

    Es en este punto donde este sueo termina y ella desaparece en el recuerdo de

    esa otra tarde.

    Yo contino mi camino hacia la ciudad del olvido, la ciudad de dios.

    Luego aparece el anciano de la postal con un teatro ambulante. Saca un viejo

    proyector. Comienza a proyectar una pelcula sobre la pared.

    En esa pelcula transcurre mi vida.

    Siete das han transcurrido desde nuestra cada en el infierno.

    Otro da hubo de descender sobre m. Sera el ltimo da en la Ciudad de Dios,

    la ciudad perdida. Una fra bruma resguardaba los antiguos edificios de los

    cobrizos rayos del sol. Una vez ms sera la inanicin de la memoria.

    Oh, fe perdida y mil veces amordazada. Por los laberintos de mi orgullo, surge

    este otro yo, el aislamiento, la desesperanza, y la fe en este nuevo atardecer.

    Mi egosmo, frtil y pstumo, como un presagio.

  • Yo el gran sabio, el gran fauno; mi odio, mi desesperanza, ahora por debajo de

    todos los predicados. El dios del laberinto, habra de consumir todos mis

    anhelos, en el vaco suspendido de aquel instante.

    Eterna desobediencia, destierro. Descifrar mi destino en los signos de su

    retirada. Vanos auspicios de estos sentimientos perdidos. Cunto le extrao.

    Las antiguas nforas y tazas de barro. Estos sentimientos perdidos; las llaves

    de la antigua copa sagrada El antiguo brazalete de los grifos hierticos, la

    conmemoracin de ese otro destino. La cbala y la fe revelada de un dios

    austero, primitivo.

    Aquella tarde. No puedo extirpar este recuerdo de la memoria. Los ltimos

    rayos de luz descendiendo sobre su rostro. Sus ojos acallando al mundo, al

    destino. Los susurros de dios. La tienda de libros antiguos.

    El arca de la sagrada alianza abandonada en el ocano de arena y de tiempo.

    Cre sentir que el tiempo se detena. Pero eran sus labios los que me susurraban

    y me sumergan en el silencio de su voz.

    Luego caminamos por aquellas calles sin nombre, fundindonos con la

    inmensidad de aquellas tardes profundas. Satisfechos de saber que nadie

    conoca el significado de nuestros secretos, de nuestros anhelos, pues vivamos

    al margen del tiempo y de la memoria.

  • El broche que sostena su cabello mientras nos entregbamos el uno al otro en

    la inmensidad de esa tarde de cantos profanos, el tiempo suspendido en el

    silencio de nuestros das.

    Sus enormes ojos pardos, el rubor de sus mejillas, el cliz perdido de su sexo,

    su cabello sobre mi verbo fecundo, y la profundidad de su cuerpo asido

    violentamente por mis manos en la inmensidad de esas tardes de eterna

    intimidad.

    Luego reamos como nios mientras le robbamos a la vida un instante ms.

    Triste teatro de misticismo y religin pagana. Misterioso altar de placeres

    perdidos. Profundo extravo de nuestros anhelos en su espritu; anhelos que

    habran de desvanecerse en el eco profundo y eterno de nuestra memoria.

    An recuerdo las fiestas paganas del Ao Nuevo. Atrs el mes de la primavera.

    Habamos de renunciar a ese otro destino. Ese destino formado del polvo de la

    tierra y de los despojos mortales de aquel dios pagano. El arca de la nueva

    alianza desvanecindose en nuestras promesas.

    - En ti he hallado una de mis tantas definiciones- me dijo aquella tarde de

    octubre. Ignoraba entonces que era el espritu de la eternidad quien nos

    acompaaba. Uno de los doce libros apcrifos. Y no hice nada por detenerle.

  • Luego el sol habra de brillar con fuerza aquella tarde limpia y sin lmites. Los

    recuerdos de los ltimos das, la cada de las viejas costumbres, de las

    tradiciones, habran de vislumbrarse como una tormenta fra y lejana.

    Y parti luego la certeza de haberme perdido en aquellos das de clidos

    atardeceres, en compaa de nuestros temores y secretos; plenamente

    convencidos de la vacuidad de nuestros anhelos. Dos detractores itinerantes,

    descendientes de una raza perdida

    Ms dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el

    hambre; Cazaron nuestros pasos, para que no anduvisemos por nuestras

    calles; Se acerc nuestro fin, se cumplieron nuestros das; porque lleg nuestro

    fin.

    Lamentaciones

    Entonces nos detuvimos para contemplar los antiguos puestos de granos,

    especies y otras mercaderas, y tuvimos la impresin de que el tiempo se

    cerraba en torno a nosotros. El sol del atardecer se proyect sobre todas las

    cosas, sobre su rostro, y sent que la vida se detena como para inmortalizar la

    magia de ese momento. Ella me miraba con seriedad mientras una sonrisa se

    dibujaba en su rostro.

  • - Jams escribiste mi nombre en la arena- le imprequ.

    - Es cierto-, contest cerrando un poco sus ojos pues los rayos cobrizos del sol

    brillaban en su mirada- jams lo hice.

    - Por qu?- pregunt.

    Inconscientemente cruz sus brazos, y dando un paso hacia adelante mientras

    bajaba la mirada, me dijo:

    - Eso es porque lo escrib en mi corazn, y an sigue all.

    Luego, sac un cuaderno de anotaciones donde haba guardado varias

    fotografas. Eran visiones de formaciones de nubes y tormentas, de una banca

    solitaria en un parque cualquiera, de aves flotando en el firmamento, de hojas

    de otoo, de extraas puertas y de pasadizos secretos () del atardecer

    descendiendo sobre mi rostro, y la de un nio flotando en la efmera

    reverberacin de un ocano profundo y eterno. Fotos del mar y algas marinas;

    de una ventana que me recordaba mi infancia; de la estatua de un ngel de luz.

    Tambin haba varias fotos de ella, de su hermoso rostro en aquellas tardes de

    sublime ascensin, en las que el pasado era el ltimo reducto donde se

    refugiaban los tristes anhelos de nuestros cuerpos, de nuestra pasin.

    -Sabes una cosa? Siempre me dio la impresin que dudabas un poco de mis

    sentimientos por ti. Sin embargo, fuiste importante para m, aunque afirmes

    que somos muy diferentes sonri con un poco de dolor. Ves esta imagen?

  • Bueno, algn da te escribir y te contar un poco sobre la calle de los grandes

    portentos.

    Mi voluntad, mis creencias, mis sentimientos para entonces ya haban

    capitulado. No era el mismo. Nuestra condicin ltima no resida ya ms que en

    nuestros anhelos.

    - Slo deseo embriagarme de ti, del sol, del otoo, del desierto. El toro es el

    Aleph, la letra sagrada. Perderme en compaa tuya en esta otra realidad.

    Andar errante. Desaparecer en las arenas rojas del tiempo. Para siempre.

    Entiendes? No deseo pertenecer a estas cosas que me lastiman. No soy como

    los dems. No existo para las cosas ni para las que nos depara el destino.

    Quiero ser libre en esta ausencia. En este silencio que renuncia. Disiparme en

    esta idea del pasado, de lo sublime, de lo sagrado.

    - Tu indiferencia es mi destruccin. Perezco en tu olvido. Tu desprecio es mi

    consigna. Me dirijo hacia el lugar de la destruccin. Conmigo los ritos, las

    costumbres, y los libros sagrados. El diario del holocausto.

    Los vestigios de mi pasado enterrados en la arena. El desierto es la inmensidad.

    Olas en las profundas arenas del tiempo golpeando la playa. La arena es aquel

    color sagrado donde descansa mi alma. Aquellos recuerdos, hundidos por

    siempre y para siempre, acariciando mis pies suavemente. Dentro, la arena se

    convierte en el rostro olvidado de aquellos tripulantes sin destino. Espectros de

    arena y de tiempo. Gestos de sed y de dolor. Quiero escapar, quiero olvidar.

  • El viento descendi sobre las arenas rojas del tiempo y los rayos de sol

    inundaron una vez ms mi habitacin. Los segundos suspendidos en el abismo

    de cobre bruido y soledad. El silencio se impone. El silencio parece ahora una

    tormenta distante. Quin me observa desde la soledad de los tiempos? El

    tiempo, mi tiempo, se desvanece para desaparecer en la ciudad de las

    tormentas, en la ciudad santa.

    An debo decir:

    Slo ella entenda, slo ella haba visto, slo ella comprenda la soledad de

    nuestro destino.

    Entonces fue el dios del olvido el que habra de convertir nuestros anhelos en

    dispensadores de vida y de muerte. Habra de sembrar el infierno con tinieblas

    para abrirle paso a la mentira, a la decepcin, y al egosmo de los tiempos.

    Luego la quietud que surge despus de la tormenta. Viaje hacia lo eterno. Cada

    de en el abismo de profundidad y muerte.

    Bajo los antiguos edificios de la ciudad de la furia, ardan las lmparas de un

    millar de urnas funerarias, hasta ms all de las viejas ruinas del acueducto y la

    ltima sinagoga. Un centenar de manuscritos sin nombre, sin respuesta. Los

    antiguos manuscritos de Caldea.

  • La fe muerta pues tuve la certeza que la haba perdido para siempre.

    Delante un muro de ladrillos sobre los que predominaba un color ocre sucio y

    sombro. Un muro completamente corrodo por el tiempo. El lento rodar de un

    carro de madera; el inesperado bufido de la bestia milenaria.

    Descendi sobre la vieja estirpe el da del holocausto. El odio que habra de

    convertir en cenizas la carne humana. Encendieron las hogueras en

    conmemoracin del dios de la guerra y muerte. Fue en nuestro corazn donde el

    fuego sagrado haba sido entronizado.

    Cuatro pequeas velas alumbrando desde las sombras. Una sola alumbrando las

    sombras en medio de este sol de tinieblas, donde arde la desesperanza del ser

    humano, ahora que el dios de la compasin y la caridad ha muerto para siempre.

    Desesperanza en medio de esta luz que marca este nuevo despertar. Quin

    habra de invitarme a seguir? Quin habra de seguirme a la eternidad? El

    amargo detractor ha iniciado la cruzada de terror y muerte.

    Un ocano profundo y gris comienza su vana precipitacin desde el reloj de la

    iglesia de la Santa Cruz. El taido de las campanas convocando los das que

    fueron y se perdieron en el abismo del tiempo. He nacido para las sombras en

    el da nocturno, el da del acto ceremonial, el da del holocausto.

  • El colapso de la catedral de tiempo. Un sin nmero de aves negras emergiendo

    con violencia desde la torre ojival, para no volver jams. Emigran hacia las

    tinieblas ahora que no existe esperanza alguna. Todo habra de consumirse una

    vez ms.

    Un callejn sin salida. Un bho como premonicin de los sucesos que entonces

    se desencadenaran uno tras otro y que marcaran mi descenso en el abismo de

    tiempo. Por encima del muro se elevan los rboles de otoo. Hace fro en la

    encrucijada.

    El carro trae consigo un viejo teatro ambulante. Entonces observ que el da

    haba transcurrido y atardeca. En el teatro segua representndose una extraa

    funcin donde se mostraba una comedia triste y vaca.

    Sera mejor volver a los escombros de la antigua barca solar abandonada en la

    inmensidad del desierto.

    Haba cruzado el umbral de los das. La fecha, septiembre de 1942. Fecha en la

    que termin las deportaciones de la gran primera accin del dios de la guerra,

    el dios solar, el profeta hereje, con sus aves sagradas, seguido de diez legiones.

  • Sobre el muro el signo que habra de marcar mi ingreso al abismo. La entrada a

    la ciudad de las trece puertas. La entrada al infierno. Delante surgi, de forma

    casi subterrnea, inesperada, una vez ms, la puerta Gesia.

    Luego de haber cruzado un par de palabras inciertas con aquel ermitao, en

    aquel extrao pasaje de tiempo, intermediario entre el mundo y el inframundo,

    ingres al abismo contenido en aquellos muros oscuros y siniestros.

    El trepidar de la lluvia sobre los ladrillos y las piedras y escombros de ese

    callejn. Ah! Aqu se cierran mis ojos para siempre.

    Anunciacin. Fro avatar, descenso a la tierra del ltimo descendiente de Sem

    de forma visible en el mundo inferior. Veinte aos en el desierto.

    Tengo que volver. La carta perdida en medio de los escombros de la barca

    solar: mi nica esperanza. Ignoro porqu le permit partir, quin imaginara los

    sucesos que habran de sucederse los unos a los otros y que concluiran en la

    muerte del perodo que precede a la memoria. Directrices de acontecimientos de

    das fros y profundos.

    He revertido en el tiempo. Nada, absolutamente nada interrumpe el sonido

    limpio e impreciso de la lluvia que es inesperadamente fra y lquida.

    Este un da que jams me habra de pertenecer. La liberacin de mi alma, su

    alma, sera poco menos indigna.

  • Ante m una ciudad antigua como el propio tiempo, o por lo menos eso me

    pareci, una ciudad quieta, una ciudad que dorma entre las ruinas de del horror

    y el miedo. Y yo me encontraba sumergido como en un sueo profundo.

    Y he aqu que, inexplicablemente, amaneci una vez ms y descendi sobre m

    la uncin del dios eterno. Pero ella ya no estaba.

    Atrs la gran ciudad de los mapas, la aguja de la catedral de San Juan, estoy

    perdido para siempre en el abismo de tiempo.

    Ingres en la regin maldita. Pude observar unos crpticos grabados en hebreo.

    Aqu comienzan los dos mil aos de oscuridad cre leer en medio de las ruinas.

    El tintineo de un carilln en el viento.

    Intent penetrar con mi mirada los viejos edificios de aquella calle. Todo

    transcurre sin espacio ni tiempo. Los dbiles rayos del sol descienden sobre los

    siniestros edificios de ladrillo, tres o cuatro pisos, ventanas indescifrables,

    profundas.

    Las calles son angostas, oscuras, apretadas. Una multitud subyugada,

    expectante, aterrorizada. En espera del da ulterior.

    El ro de aguas temporales ruga enfurecido en la distancia. El orbe del

    firmamento, con todas sus estrellas, cada una de ellas, girando sobre la gran

    sinagoga de vida y muerte.

  • Percepciones fras y vagas. Ladrillos en muros y puentes ridos como el

    desierto. Respirar el aire de las catedrales subterrneas, de las catacumbas. Es el

    aire de la miseria una vez ms. Embriagados de dolor y tristeza. Puertas viejas y

    derruidas. La muerte acecha las ruinas de las calles hostiles. Aquel escepticismo

    por todas las cosas humanas se levanta como una acusacin desde lo ms

    profundo de nuestras creencias.

    Visiones tristes, amargas. Carteles anunciando el exterminio. Somos los

    dueos de estos dbiles rayos de sol. Este da nos pertenece.

    - Evades mis preguntas. Dime, qu te trajo a estas ciudades perdidas en el

    ocano de arena?- me pregunt una tarde mientras vagbamos por el mercado

    de esa ciudad sin nombre.

    - No estoy seguro. Hace mucho tiempo no estoy seguro de nada. Deseaba

    alejarme de todo. Encontrar respuestas sin tener que preguntar.

    - Sin tener que preguntar? Me da la impresin de que esa es una posicin

    algo cmoda.

    - Quizs. En todo caso, no me importa- contest algo irritado.

    - Te molesta que te pregunte estas cosas?

    - Un poco () Y, a ti, qu te trajo a estas ciudades perdidas?

  • - Encontrar preguntas sin tener que dar respuestas- contest con una tenue

    sonrisa en sus labios, pero percibiendo que hera mis sentimientos, dijo: -Lo

    siento, no deb haber dicho eso. En realidad vine en busca de la arqueologa

    bblica. Las culturas paleocristianas. Los cdices perdidos.

    Luego nos detuvimos en una de aquellas calles estrechas y antiguas y

    hundiendo su mirada en la ma, dijo:

    - Sabes una cosa? Me gusta la profundidad de tu mirada. Me gustan tus

    labios. Me gustan tus manos.

    Con nosotros un puado de verdades a medias. Los secretos se rean desde la

    profundidad de nuestras palabras vanas y vacas. Haba tanta verdad en lo que

    habamos dicho. Tanta evasin de tiempo en la mentira. Esta, nuestra nica

    verdad. Jams podramos haber credo en nada.

    El destino. El temor hiriendo nuestras entraas permanentemente. La esperanza

    a pesar del horror de los das. La bsqueda intil por una respuesta. Un da

    ms; la ausencia fundamental de una justicia verdadera en todas las cosas

    humanas. Decadencia en todos los aspectos de la vida. En este laberinto de

    horror y muerte. Miradas que no pertenecen ms a este mundo. Hordas de

    desposedos y refugiados.

    - Eran estas las preguntas que deseabas hallar?- pregunt sonriendo.

  • Respirbamos el aire de la miseria, y nos embriagbamos con el dolor y la

    desolacin de aquellos vanos acontecimientos. Seres subterrneos cruzando

    lentamente la ciudad en ruinas. Trazos borrosos de una guerra ahora lejana.

    Conscientes de nuestra propia existencia. La de aquellos seres humanos.

    Buscbamos el silencio y el horror en aquel laberinto de tiempo. Expibamos

    esas palabras en el atanor de acontecimientos y de amarguras.

    - Mis manos, como mis labios, no son los libros donde se encuentran escritos

    nuestros nombres. Pero te aman. Y te anhelan. Habr de perderte un da.

    - Por qu dices esas cosas?

    - Est escrito en las arenas del desierto.

    ramos los dos unos condenados sin lmpara que sobrevivan en la oscuridad y

    el silencio de esos das. Aquellos anhelos se encendan como un espectro en las

    tinieblas. El horror del abismo sobre las linternas de ese saber oculto. Habamos

    probado todas las angustias humanas y las habamos guardado con todas

    nuestras frustraciones, con aquellas otras miserias.

    Esa luz mortecina era la triste lmpara de nuestro destino. La lmpara arda,

    noche y da, en un reposo sublime. ramos amantes y hermanos en la sangre.

    Los das escupan sobre nosotros juramentos e injurias. Suficiente haba sido

  • nuestro amor en el desprecio del tiempo. Por fuera de aquel otro tiempo.

    Inescrutables eran los caminos del seor. Y su silencio sus designios secretos.

    Se acercaban las filas de esas Santas Legiones. Se acercaban los dueos de

    estos dominios. Insensibles a nuestro sufrimiento. La triste llama del reverbero

    abatida por el viento. Las nforas del tiempo con nosotros. Otra visin. Pues

    bien conocamos el mapa del abismo. Los intrincados pasajes del laberinto.

    Podamos observar en medio de las tonalidades ocres, el ocano profundo y

    eterno, el viejo y pesado aeroplano abandonado en ese abismo de arena. La

    inmensidad y la amarga alucinacin de nuestros anhelos. Acaso todo esto

    haba sido un mal sueo? En esa regin las preguntas haban de quedar sin

    respuesta. Triste visin de muerte.

    -Te equivocas. Una vez ms. Tus pensamientos son errados. Hay verdades que

    se entienden mejor cuando les precede un pequeo remordimiento de la

    conciencia, del alma. Pero, a quin importa lo que se pueda decir o no? En

    caso de que yo mismo me tomara mis propias palabras en serio, lo cual, ahora

    que lo pienso, no creo. Aqu quien escribe soy yo. Y mis verdades quieren

    emerger de las profundidades de mi alma como espectros sin tiempo. Bah!

    Qu desengao! Pero a qu estas repugnancias? Siempre v en mi espritu la

    misma fuerza que impulsaba mis creencias. Mi gran desprecio.

  • Rebelin del espritu. La realidad humana reducida a su condicin de

    decadencia espiritual. No podra sino sonrer junto con todos mis demonios por

    estos hiladores de teatros objetivos, de vanagloria. Las Legiones del Dios del

    Norte haban abierto la puerta del mundo subterrneo. La corrupcin del

    hombre. Estos escritos, palabras sin nombre.

    - Sabes? Me resista a creer que haca parte de aquella jaura grotesca de

    espritus vulgares. Cre ver un atisbo de la profundidad del mar en mis

    palabras. En mi arrogancia. Pero me equivocaba. Estaba muy lejos de m.

    Jams fui capaz de presentir quin era yo en verdad. En m ya no hallar

    definicin alguna. Fui yo quien ya no estuvo cuando crea haberme

    encontrado. Qu irona. Pero as es la vida.

    -Tal vez las cosas sean mejor as. Hay cosas que merecen ser superadas.

    Nuestra humana condicin quizs sea una de esas cosas- respondi ella con un

    poco de tristeza.

    Septiembre de 1938

    Llegu a lo que pareca un parque. Sobre las tablas podridas de una rueda dos

    muequitas de trapo abandonadas. La rueda an gira emitiendo un chirrido

    irregular e intermitente. Imgenes alucinantes.

  • Puedo presentir su misteriosa presencia resguardada por un leve resplandor de

    la tarde que se eleva por encima de las calles fras y el ocano que lo inunda

    todo.

    Desciendo un poco ms en el tiempo. Detrs de un muro de ladrillos puedo ver

    a una nia de ocho aos. Su mirada refleja un terror indescriptible. Detrs de

    ella una nia de cinco aos. Todo es muerte y destruccin.

    Un anciano irrumpe en la quietud de esa hora. Todo es confusin. Todo es

    surreal. Los relojes parecen haberse detenido.

    Un eco atronador se dispersa como un trueno en la lejana. En la ciudad de las

    eternas sombras. Luego el ascenso del sacrificio. Slo puedo percibir el soplido

    del viento.

    Dnde ests?

    La calma slo habra de durar unos cuantos instantes. Un enorme pez fue

    liberado desde las puertas septentrionales del abismo.

    Despus del primero le siguieron muchos otros.

    Y el enorme fisstomo, pardo como el lodo, de vientre liso y blanquecino, se

    desliz vertiginosamente en las profundas calles de la ciudad perdida.

  • Su cuerpo sin escamas segua su enorme cabeza. De su hocico ciclpeo y

    obtuso colgaban largas barbillas, que se desprendan como las barbas de un

    monstruo milenario.

    Y pude observar como esta enorme bestia infliga miedo y terror a la

    humanidad que en el abismo se esconda. Pude observar como sta degluta

    centenares de cuerpos humanos y luego se esconda en las ruinas del distrito

    judo.

    De cuntas diferentes formas se puede hacer justicia a los hombres?

    Un fro vaco en mi estmago, debo buscar refugio de la gran bestia.

    Ingresamos en uno de esos antiguos edificios.

    Afuera el sonido de la lluvia sobre las tejas sucias.

    Entonces se acerc una extraa criatura de vientre abultado, como un ave de

    mltiples e inesperados colores, entre su pico un manuscrito en la que se puede

    ver una letra que representaba la muerte y la peste en esa regin tenebrosa.

    San Antonio en un bote con Belial y el Rab Negro, puedo observar el farol

    iluminando el abismo. Pescan en este mar de tribulaciones.

    San Antonio, jaula, pjaros negros. Afliccin que habra de forzar la retirada.

  • Jerusaln, cuando cay su pueblo en mano del enemigo y no hubo quien la

    ayudase, Se acord de los das de su