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Notas Marginales, Daniel Ashkenazi
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Una Carta desde La Eternidad
Daniel Ashkenazi
Introduccin
Una primera lectura al artculo El Delirio y los Sueos en la Gradiva de W.
Jensen, una hermosa tarde de 1990, en la Sala de Artes de Humanidades de la
biblioteca que se levanta en el antiguo barrio de La Candelaria, vislumbr por
primera vez en el autor de la presente obra, la comprensin absoluta de la
presencia de la bestia mitolgica que moraba en las profundidades del alma
humana, de un mal que se alimentaba de la nostalgia y de la tristeza de un
pasado perdido, casi remoto; de una desesperanza que habitaba en la noche
oscura y profunda.
Fue durante aquel lluvioso mes de octubre de 1990 que se fue vislumbrando el
destino de un solo individuo, la tradicin esttica del pesimismo y el paradigma
del descenso a los infiernos. Elementos que slo se concretaron luego de
recurrir a las sombras de la palabra nocturna, a las palabras de la sombra,
palabras que en aos ms recientes resultaron en un cuaderno de anotaciones
que decidi intitular Una Carta desde la Eternidad.
Fue la prefiguracin de las notas marginales, de la transformacin de aquel
vaco existencial en una multitud de existencias singulares que se comunicaban
clandestinamente entre s y que se alimentaron de la poesa de A. Rimbaud, la
filosofa de F. Nietzsche y el Liber Novus de C.G Jung.
En un sentido ms amplio y ms ntimo, fue para l, la prefiguracin de Marie
Anne a travs de la literatura como un arte misterioso, un arte sagrado.
Notas que ha decidido sacar a la luz a pesar del envilecimiento de la produccin
literaria de estos tiempos donde se propugna tristemente la mercantilizacin del
oficio de escritor. Slo se puede agregar que estas pginas fueron escritas con
sangre.
Una Carta desde la Eternidad da testimonio de la humanidad entera, de esos
seres tenebrosos sin nombre, a los que pertenece el porvenir. Es una protesta en
contra de la promulgacin de la muerte del individuo, interpretada como
expresin privilegiada de un pensamiento simblico. Son las visiones
subterrneas de un mundo de profundidades pertenecientes a la propia persona
y de un viaje sin regreso a las imgenes alucinantes de la Shoah, el holocausto,
al imaginario y al bestiario de las profundidades. Las cosas indistintas venidas
del fondo de la noche y de los abismos del mar.
El mar es el gran misterio, el alma del ser humano naufragando en ese abismo.
El laberinto de la gran ciudad no ha aparecido ms que para desaparecer en las
profundidades. Testigo trgico de la condicin humana. La decadencia de
nuestro tiempo desde un punto de vista espiritual y cultural.
Estas anotaciones esperan trascender ms all de los lmites del folletn
pintoresco, y an en sus expresiones ms triviales, se les podr acusar de todo
menos de ser falsas. La presente obra ha transformado a su autor en mltiples e
insospechadas formas. Con esta obra slo se ha pretendido ubicar al autor ms
all de las puras preocupaciones estticas para enfrentar los problemas del
hombre y su destino.
Ah! Que se nos escape en este preciso instante la definicin de la eternidad, a
nosotros, seres itinerantes perdidos en una estacin sin nombre, sin destino.
Bscame donde los reflejos del cobre, donde los reflejos del oro bruido, se
funden con las estaciones de la lluvia; bscame en el desierto, bscame en la
playa solitaria, bscame en los confines del mar, tu propio mar.
Legin 18VII36
En verdad hay un sentimiento contradictorio entre esa gran mito que supone el
ser humano, el porvenir, lo inevitable, la existencia humana, lo que precede
todos los tiempos conocidos- y lo oculto, lo recndito, lo sagrado.
El ser ha pasado a ser una suerte de funcin, de reflejo del espritu de los
tiempos. Se es en tanto se reporta un elemento de utilidad para quien
contempla los actos que nos son propios. Los valores que nos pertenecen
pasan a ser ajenos y se someten a lo que se juzga ms conveniente, deviniendo
lo que nos es ms sagrado en un instante intrascendente y frvolo.
Es el signo de estos tiempos y quiz su estrella ms alta.
Pero hay quienes crecen en el ocaso de su interior y no buscan refrendar sus
actos pues saben que no han nacido para el acto pblico, para la luz. Buscan
en sus silencios la comunin con lo que es nico, irrepetible y sagrado; con
aquello que nos recuerda cun hermoso es el ser humano.
Son ellos quienes te observan al margen del tiempo y te valoran mejor.
A mi esposa, quien, aun siendo consciente de las distancias en el tiempo, me
ha enseado descender a las profundidades del propio abismo. Para ti los
tiempos primitivos; para ti mi imagen del mundo, del tiempo, este tiempo,
nuestro tiempo.
Para ti, mi voz.
Legin 20VIII14
Mir, pero no pude ver el camino. Adelante solo pude observar ruinas,
decadencia, muerte, y luz () demasiada luz. A mi alrededor se extenda un
misterioso laberinto de calles fras, desoladas; calles perdidas.
En el firmamento las nubes parecan una enorme columna de fuego y ceniza. El
viento descenda vertiginosamente sobre la superficie del abismo.
Entonces, se present el ermitao, puente entre este mundo y el inframundo, y
sujetando un farol que expeda rayos cobrizos de luz, susurr:
-Son cuatro las puertas al laberinto de vida y muerte; en su interior se
encuentra el arca de la alianza eterna, el jardn cerrado; las revelaciones
subterrneas; el sentido profundo; todos los secretos de las profundidades; y
los signos del dios de la muerte, del dios solar.
-Quien franquee el umbral de las cuatro puertas; que se coloque sobre el suelo
del lugar sagrado, pues el laberinto simboliza la bsqueda, la del alma en pos
del secreto, de la verdad y de la alianza secreta.
- Frente a nosotros se extiende la ciudad de los laberintos, la ciudad maldita,
la ciudad de las ruinas, la ciudad del dios bestia, del dios primitivo, del dios
solar; ciudad proscrita desde siempre y para siempre; pues en ella se halla el
inframundo. En ella transcurre precaria, los recuerdos de la verdad primera,
la que fue y ha sido, y ser.
- El laberinto es el principio y el fin de todas las cosas. Has cruzado ocanos
de tiempo y soledad para llegar hasta este lugar. Es aqu donde nuestros
caminos convergen.
Ignoro cunto tiempo permanec en ese lugar. Haba cruzado el umbral. Atrs
haban quedado mis recuerdos; olvid mi nombre. En mi subsisti el recuerdo
de los dioses funerarios. De las pocas rituales.
En el espacio persista un indescriptible sentimiento de tristeza, de vana
satisfaccin. Frente a m se extenda aquel laberinto siniestro de destruccin y
aniquilacin. Me intern y comprend que lo que en mi interior se esconda, no
era humano.
Daniel Ashkenazi
Fra introspeccin del tiempo. Slo imgenes furtivas sumergidas en el calor de
aquel lejano mes de octubre de 1937. Expresar el profundo miedo y
desesperacin de mi alma.
Entonces el atardecer descendi sobre las arenas rojas del tiempo. Y he aqu
que los secretos ms profundos de mi alma se proyectaron sobre aquellas
ciudades perdidas y aquellas ruinas y galeras subterrneas atrapadas en la
inmensidad del desierto. Los primeros indicios del pasado.
Es aqu donde mi antiguo yo desciende al abismo de las primeras
representaciones del dios bufo, del dios de los caminos.
Escribo para ella, pues fue ella quien me gui hasta las puertas de las regiones
inferiores y me habl de la soledad del desierto a travs de sus visiones. Fue
ella quien me dio a conocer las tradiciones de la vieja estirpe, y junto con ella
recorr las antiguas calles perdidas en la Ciudad de los Laberintos.
La memoria de aquellos otros das se desvanece paulatinamente en el abismo de
imgenes sin fecha. Escribo las ltimas lneas en mi cuaderno de anotaciones.
Es aqu donde todo termina. Mi ser se revela en estos presagios y revelaciones
interiores. Conjurar el pasado a travs de los smbolos primitivos. Ciertos
contenidos emergen, desaparecen y vuelven para volver a desaparecer.
Descender al mundo inferior. Buscar al dios de las encrucijadas, en su
compaa, mientras ella ilumina el laberinto con una lmpara de aceite. Junto
con ella extraigo de las profundidades de mi alma, aquellos smbolos. Incitar
aquellas visiones de tristeza. Permanecer bajo el umbral de la conciencia;
despertar los recuerdos de un pasado antiguo y profundo.
Y al final del camino, de la encrucijada: el recuerdo de mi antiguo yo sumido en
las tinieblas. Perder el sentido de vida. La memoria de ella se desvanecer en
el tiempo.
- Bien sabis de mi pasin por la antigua frmula - me dijo ella un da - El
deseo aplazado es ritual, con las repeticiones necesarias, con sus roces
imperceptibles y profundos, con sus miradas que entraan secretos y palabras
olvidadas. Con su sed de libertades crueles. Con sus smbolos. La caridad es la
antigua frmula.
Cuntas palabras se pueden pronunciar y an sentir desafecto? Fueron estas
palabras quienes aprendieron a callar y a escuchar en el silencio de nuestros
das. Palabras como huellas en la arena.
Como huellas difusas en el tiempo. Una luz triste y vaca prorrumpiendo de
aquellas linternas. Palabras que insinan presagios. No volveremos a ser los
mismos, ahora que hemos visto el rostro del dios del laberinto.
La encrucijada encierra a la bestia de sangre. Destruccin de mitos sagrados.
Conocemos las fuerzas que gobiernan el laberinto. Dormirs un profundo sueo
mientras descienda yo al infierno. Habr de seguir aquellas visiones, aquellos
presagios.
Transformacin, regeneracin. Ahondar en el tenebroso abismo del mito
sagrado. Tu rostro. Tu compaa. Se revelan como misteriosos abismos.
Hoy he descendido a las profundidades de estos abismos de luz y de tiempo.
Hoy he abierto las puertas del destino. A mi vuelven estos presagios y visiones.
Quin an tendra el valor de ingresar?
No volver a verle jams.
Poco despus de haber escrito estas palabras, revert en una extraa visin
enterrada en mi pequeo libro de anotaciones. Un libro donde se han detenido
las estaciones del tiempo as como la memoria de aquellas tardes que no
volvern jams.
Mirar el destino desde la profundidad de los das que han partido y se alejan sin
dejar huella. Anhelos que otorgan. Ver el monstruo primitivo que all habita.
Que all se esconde.
Regresar para hallarle en un corredor antiguo donde los clidos rayos del sol
penetran en medio de un silencio eterno. Memorias suspendidas en el tiempo.
-Tena tanto miedo de no poder penetrar en el significado de los das. Un da
por cada significado; un significado por cada da; amo las estaciones que
subyacen en tus recuerdos- me dijo en un susurro que penetr lo ms profundo
de mi espritu - necesito ver tu luz.
La observ y comprend que era su tristeza quien me hablaba.
- Sumergirme en la bruma de un pasado que no me pertenece. Dnde has
estado mientras te esperaba? El calor. Esta regin est muerta, sin vida. Ya no
volvern las estaciones de la lluvia, jams. Necesito volver. Escapar de estos
parajes olvidados por el dios de los caminos. Necesito escapar y sentir el paso
del tiempo una vez ms.
Entonces comprend que todo haba terminado. Que aquella bsqueda haba
sido intil. Hallar el rostro en aquel otro rostro. El rostro de los temores que
acechaban en nuestro interior.
Mi mirada penetr en el abismo de ese atardecer. Y me intern en los estratos
ms profundos de mi alma.
Tu nombre habr de ser escrito en mi libro. Ahora que sospechas vagamente
quin soy. Como una premonicin que inventamos a cada paso. Tambin t
escribirs mi nombre.
Habrs de encontrar significados en el gesto de estas palabras. Pues son tus ojos
quienes observan los fantasmas que habitan en la soledad de nuestras almas. Y
les hace visibles para ti. Para m. Para los dos.
Un fuego interior. Un fuego de fro, desolacin y bruma. Donde arden
insubstancialmente todos los recuerdos del destino que una vez nos perteneci.
Aunque jams llegues a pronunciar mi nombre.
Soy yo quien busca tu esencia en medio del vaco de tus anhelos. La fe en ti,
en m, en los dos por siempre perdida. Perdernos en nuestro mundo interior. En
aquellas calles inciertas que habitan en nuestro interior.
La memoria como reflejo de aquellos das que se resisten a desvanecerse con el
tiempo. Fuera esa puerta por donde habrs de ingresar con tus sueos. Con tus
visiones. Por siempre te espero.
Habremos de confluir un da. Conozco el nombre de esa calle. De ese destino.
Y un da tendr que aprender a amar para luego olvidar. Esa es la condicin
ltima.
Habremos de vivir un da ms. Tus palabras en el libro que llevo siempre.
Ritos de muerte y resurreccin. Pues son tus recuerdos los anhelos que vuelan
ms alto y ascienden a la luz por las tinieblas.
Crear una imagen que resista al tiempo. Fueron tus sueos mi necesidad
interior, siempre. Crear esa otra realidad. Originar esos momentos de soledad
en aquellas ciudades sin nombre escucho su voz como las hojas que arrastra
el viento.
Te voy a extraar. Hoy como siempre. Pues eras t quien caminaba a tientas en
aquel abismo de tiempo y soledad mientras yo me esforzaba por encontrar un
significado en estas palabras.
Entonces no comprendas que era a m a quien esperabas y que era un extrao
el portador del ms profundo de tus secretos.
Otro designio era quien te segua. Mientras las sombras que proyectaban
nuestras almas nos arrastraban a la bruma de nuestro propio tiempo. De nuestro
propio destino.
No es el escribir una empresa imposible? Un rito sagrado? Descenso al
infierno que subyace?
T profunda y frgil. Y que yo no llegar a ver el reflejo de mi espritu en la
profundidad de tus anhelos, jams. La intuicin es una sospecha.
Triste descenso a las profundidades de nuestra alma. Luchar con las potencias
oscuras de nuestras almas aunque son ellas quienes nos habrn redimir de la
monotona de existir por debajo de todos los significados que subyacen.
La triste revelacin de que al final no necesitamos nada. Y que has visto la
soledad que se esconde en las pginas de mi libro.
Volver de las regiones oscuras. La historia no retorna jams. Seguridades
ilusorias. Resurreccin de una lengua muerta. Vivir. Respirar una
incomunicacin parecida.
Por encima o por debajo de las palabras. De aquellas visiones y presagios,
quin conoce nuestro destino? Las paredes secas, remotas de un pozo
artesiano. Las ruinas de un laberinto.
Mi libro no est dividido en captulos. Mi libro est dividido en visiones. Esta
visin te pertenece. Vaga percepcin de otros das. De otras fechas.
Despertar los presagios que duermen en ti. Ya no quiero alejarme de ti. De tus
visiones. Ahora que te encontr en medio de esta encrucijada. Tus palabras.
Otra forma de inhibicin. Otra forma de ascensin.
Me siento condenado al silencio. Cunto te extrao. Salir del abismo con una
linterna encendida. Mustrame la puerta que conduce a tu interior.
Octubre 25, 1936
Ingreso al abismo de tiempo. Comienzo del largo descenso.
No estoy seguro de cunto tiempo transcurri despus de haberme precipitado
en el abismo de arena. El tiempo parece correr aqu de una forma diferente. He
decidido agregar unas lneas a mi pequeo cuaderno de anotaciones.
Completamente solo. Todos me han abandonado. Mi brjula, no entiendo ()
Dos das sumergido en esta soledad absoluta. Mi reloj marca las 5:37 p.m. En
mi morral mi libro favorito, un libro oscuro, los anales del infierno.
Arqueologa bblica; aquellas religiones paganas.
-A partir de este umbral () de esta puerta - me susurr ella un da-
aprenders a olvidar las palabras que jams habremos de pronunciar-. Ignoro
por qu estas palabras vuelven a m de repente. Entiendo y me sumerjo un
poco ms en la profundidad del tiempo que no acaece.
Miro el horizonte enrarecido por el vendaval de arena. Soy libre de escribir
ahora para m, en memoria de lo que fuimos un da.
El tiempo se ha detenido para siempre. Un eco de palabras invisibles
retumbando en ese ocano de silencio y soledad.
Atrs, enterradas las pequeas ciudades de arena, los rboles secos, los antiguos
manuscritos. Todo nuestro pasado perdido en el mar de Calasancio.
Entonces an era dueo del silencio. Era dueo de la antigua verdad.
Mi pensamiento absorto en el obscuro cielo en el que se agitan las sombras del
antiguo abismo de tiempo y soledad. Mi pensamiento perdido en la expresin
de su rostro mientras me mira profundamente, su vago recuerdo. El soplo de los
vientos, la bruma impenetrable de arena. Su mirada tan profunda y distante.
El sol a travs de la bruma de arena incendiada de tonalidades cobrizas como
un presagio en el horizonte. Slo Dios, la estrella del atardecer, saba dnde
haba ido a parar, el nombre de ese paraje olvidado, azotado por la furia de la
arena.
Anulada cualquier posibilidad de comunicacin en el aislamiento de los das.
Visibilidad nula. Fuertes vientos. La tormenta de arena lejos de cesar.
Estoy condenado a permanecer enterrado en esa regin remota, abandonado en
este desierto de soledad y tristeza. Aquellos recuerdos vuelven y desaparecen.
Ignoro en qu mar me encuentro. En esa regin olvidada, todo es menos que
una posibilidad. Olor de incienso; la realidad, triste evasin de recuerdos. A
quin podra realmente importar. Bien podra hallarme en las puertas del
infierno.
Dispar dos luces de bengala. Pero fue intil.
Ignoro cunto tiempo estuve evaluando si habra de buscar refugio en las ruinas
de ese paraje o buscar el asentamiento ms cercano. Al atardecer del quinto da,
intent un nuevo rumbo, un nuevo destino. Los fantasmas de todos aquellos que
am un da conmigo otra vez.
Decido caminar un par de horas. Hacia poniente. Siguiendo el sol de aquel
atardecer, siempre. El tiempo avanza lentamente. Ausencia total de agua en la
cantimplora. Completamente agotado. La arena azotando violentamente mi
rostro, mis ojos, la boca, mi lengua completamente seca.
Mi espritu sin esperanza.
Hacia las 5:30 di con una ciudad perdida en ese laberinto de arena. O por lo
menos eso fue lo que cre percibir entonces. El tiempo parece correr otra vez
pero se borra su recuerdo.
Desciendo lentamente por una antigua calle. Rostros cansados entre los
indiferentes transentes de esa hora. Como aquella otra tarde, un himno de
triste fragilidad desciende sobre m; un himno lejano, sublime, presagios que
revelan los secretos de las ciudades perdidas en el desierto.
Nadie me ve, nadie me escucha.
Un vendedor ambulante se acerca lentamente. Un anciano. Su imagen. Una
imagen estremecedora y fra en medio de un silencio largo y pesado como las
campanas de una catedral.
Fro, Dios mo siento fro!
Todo ocurre lentamente. Necesito agua.
Me entrega una especie de tiquete de teatro carcomido por el tiempo mientras
pronuncia la palabra hasto. Leo en letra antigua una extraa inscripcin: La
puerta del infierno se abrir en breves momentos. La Puerta Gesia. Por favor
esperar. 20 monedas de cobre. Al final la encrucijada () al final la triste
revelacin de Marie Anne.
El tiempo parece congelarse () por un momento. No comprendo.
El viento comienza a soplar nuevamente, levantando una densa bruma de arena.
Vuelvo a mirar. Mi corazn palpita fuertemente. El anciano () Dnde est?
Es tarde, ya ha desaparecido entre la neblina de tonalidades ocre.
Avanzo con dificultad. El navegador () creo que viene detrs de m. El viento
me rapa el tiquete de teatro de la mano. Debo buscar la ciudad de los mapas.
Camino un poco ms. Me interno en una calle adosada de hermosos faroles de
colores vivos. Los faroles se agitan de forma independiente, impredecible ()
inquietante. Rechinando en medio del viento y de la bruma.
Dnde estoy? Dnde he venido a parar?
Recorro lentamente lo que creo es un mercado de ail. Los hermosos cantos
musulmanes lo inundan todo. Un mercado atestado, perdido en ese mar de
arena. Vendedores de libros ocultos. Ramas de ciprs y abeto antiguos.
El mercado donde le haba conocido una tarde de enero, permanentemente seco
y umbro. Las escasas descargas de lluvia. No podra llegar hasta ella. Jams.
De pronto me sumerjo otra vez en el ms profundo de los sueos.
Despierto y veo su rostro sutilmente iluminado por el hermoso haz de una
lmpara.
- Alguna vez nos volveremos a ver?- susurr ella.
- No, no creo- le respond.
Fue cuando le entregu las primeras anotaciones de mi libro.
De pronto vuelvo a la realidad. Los otros, aquellos que pens que me
acompaaban se han perdido en la densa bruma de arena. Me encuentro
abandonado y no puedo evitar sentir un extrao adormecimiento descender
sobre mis sentidos.
Todo es tan confuso.
Necesito agua. En mis manos el diario del navegador, tambin mi libro de
anotaciones.
Me acerco a uno de esos hermosos farolitos y extraigo de mi morral un viejo
mapa del Norte de frica y de Cana. Recuerdos de la Ciudad Santa. De la
ciudad de las trece puertas. La ciudad maldita. Todo es un infinito desarreglo de
los sentidos. Todo carece de un sustrato o de un indicio de realidad. Creo que
me encuentro a punto de desvanecer.
Un enorme perro del color del humo y ojos blancos me sigue.
Luego me interno en una calle estrecha. Una () no s cmo describir lo que v
entonces. Luego oscuridad total. Finalmente el recuerdo de su hermoso cuerpo
desnudo y yo compartiendo con ella toda mi verdad y mi silencio. Luego
oscuridad total, una vez ms.
Adelante, ellos ya no estn. Quizs jams hayan estado. Ser posible? Sus
nombres, nombres que quedarn sepultados para siempre en el desierto. Y junto
con el nombre de ellos, mi nombre. Un nombre que nadie volver a pronunciar
jams.
Estoy en el infierno.
Tomo mi libro de anotaciones mientras intento entender los signos que se van
presentando uno a uno frente a m.
Los acontecimientos se sucedan lentamente pues eran de alguna forma
improcedentes, tristes, lejanos. Las escenas transcurran en silencio
trascendente. Haba, segn lo que pude observar, una ausencia total de palabras.
Fui testigo mudo de lo que suceda. Pude sentir como la voluntad en m se
anulaba, se quebraba.
Observ un mundo que se desenvolva distante y ajeno. Me hall a m mismo
impotente y absurdo. Predominaban en m los sentimientos y la necesidad de
hacerme consciente de la irreversibilidad del tiempo. Mis sentimientos se
abrieron a la contemplacin de Dios y sus secretos.
Habit entonces, en las profundidades del alma. Tal era el dolor y los horrores
que nos rodeaban. Fui libre de las convenciones y aquellas imgenes
emergieron fras y sorprendentes desde las profundidades del alma. Ignoro cul
pueda ser el valor de estas anotaciones, de estos escritos. En m no se ha
pronunciado ninguna verdad absoluta.
sonuglA recuerdos, mas no deseo escribir.
03 de octubre de 1937. Ella perdindose entre la multitud de rostros infinitos e
inaccesibles; miradas distradas e impenetrables en la estacin del tren.
El mo, un rostro triste; un rostro sin nombre. Una vez ms, habra de
sumergirme en un abismo de tiempo y soledad.
Muchos aos habran de transcurrir. Los dbiles recuerdos de un gesto frgil y
amable, de una palabra. Ahora susurros en el viento. Jams podra yo haber
vencido el ocano de tiempo y soledad que se extenda entre ella y yo. El
atardecer ya no me perteneca entonces.
Quizs, jams me perteneci.
- Sabes? Me gusta el color de las tardes en octubre, cuando el sol muere. Me
recuerda quien fui un da. La desaparicin absoluta de los sueos; es algo
incomprensible para m. Siempre viv con la esperanza de ajustar mi destino a
un sentido ms profundo recuerdo que me dijo un da bajo el haz de luz de
una lmpara mortecina de una ciudad cualquiera, perdida en el tiempo.
Entonces comprend que ya era demasiado tarde para cualquier vano
arrepentimiento; estaba irremediablemente enamorado de su mirada, de sus
labios, de sus palabras.
Me detengo para recordar. Delante la cpula de la catedral sumergida, la
antigua Ermita de San Antonio, un laberinto de percepciones en el solitario
parque del Retiro. Jardines y huertos ocultos bajo una fina capa de polvo rojo;
arena cubrindolo todo como un xido que se levanta desde el silencio de los
tiempos. Tardes teidas de cobre bruido, cobre antiguo, tardes que ahora
pertenecen a mis recuerdos.
Palabras perdidas, tal vez ausentes. Palabras que no fueron, palabras que jams
sern. Palabras extraviadas en el abismo de tiempo. Juego sublime teido de
secretos, de intimidades ocultas, verdades indescifrables.
Aun no comprendo cmo pudo mi espritu extraviarse en la soledad extrema del
egosmo y de la indiferencia de los tiempos. Una vez ms habra de extinguirse
en m toda vana ilusin que en m an era sincera y humana. Habra yo de
resumir en mi espritu todos los pensamientos, todos los sentimientos que en
m haban muerto.
Era ella un presagio, un ngel sumido en las profundidades de la soledad y del
tiempo. Era ella una presencia indescifrable, lejana, prohibida. Y yo aoraba su
espritu en silencio, y en silencio le amaba.
Un monumento imponente, cuatro ngeles herrumbrosos, expuestos desde el
principio de los estaciones, desde la decadencia de los tiempos, sometidos a la
inclemencia de la lluvia y del viento. Enfrentados el uno al otro, inclinados
sobre sus rodillas, observan una columna de miedo y terror ascender desde el
abismo.
Ms all la eterna encrucijada. Las calles de esta la ciudad eterna, son una
grisalla de hermosos colores de lluvia, tardes profundas, laberintos sin salida.
Este sentimiento de tristeza, de abandono, se hace ms fuerte en m.
Un crculo de tinieblas sobre el Baptisterio de Nuestra Seora. La oscura
presencia del stiro imponindose sobre los tejados sucios y milenarios de los
apretados y ruines edificios de esta la ciudad de las mentiras.
Aquella visin, el primer smbolo de su cada en el abismo de tiempo. Y junto
a ella, un vago recuerdo.
Una cama cubierta de hojas y races secas. Tormentas lejanas, disipndose en la
tarde fra. Fros atardeceres. Luego un mar de tinieblas precipitndose en un
eco eterno. Abrir una puerta para encontrar un corredor secreto, habitaciones
abandonadas como pajareras, carretas carcomidas por el xido, cartas sin
fecha. Slo una pequea nota, una golondrina negra, como una vaga prediccin
de lo que sucedera.
Dnde estoy? Dnde me encuentro mientras escribo estos recuerdos cargados
de smbolos oscuros?
La luz fra, fugitiva, de los viejos escaparates en los primitivos pasajes;
vendedores itinerantes en la encrucijada de calles sin destino; traficantes de
sueos e ilusiones; compran y venden, para s mismos un da ms.
Arboles eternos en la suave reverberacin de la lluvia. La lluvia saturada de
insignificantes partculas de recuerdos y de tiempo, recuerdos de ella para
siempre extraviados. La llovizna parece arreciar por un momento. Esta es una
tarde clida y seca.
El trino de las aves peregrinas en el lejano susurro del viento; tristes cantos
profanos; el tintineo de las campanitas suspendidas en el viento; el suave olor
de la tierra seca y de las hojas en decadencia; los surreales tonos cobrizos de
esta tarde eterna, sumida en un abismo de soledad.
Llueve en el interior de mi alma.
El profundo olor de su cuello; aunque no me haya pertenecido, jams. El suave
susurro de sus labios, de sus besos.
Los muros, el musgo, las tapias en las apretadas calles de la ciudad vieja. Una
ciudad cualquiera, perdida en el abismo de los siglos. Extraos los caminos de
los sentimientos humanos. Misteriosos los caminos de la fragilidad humana.
Este, mi amor por ella, el amor que muere, el amor que renuncia.
Me dirijo hacia el viejo baptisterio. La fecha de mi destino, 03 de octubre. La
fecha en la que le v por ltima vez. Ahora es un fantasma en una tarde lejana.
Risas perdidas en el tiempo. El dios tuerto, el dios pagano, el dios de los
caminos. Habra de ver de frente mi cada en el abismo de tiempo.
Entonces eras tan slo un dbil presagio y el tiempo se extenda frente a m
como un eterno abismo de luz.
Cunto tiempo habra de transcurrir, vida ma. Entonces ignoraba que aquel da
marcara el final de nuestro destino. Luego, sera una vez ms el silencio de los
das, la ausencia del susurro de tu voz. Aos de soledad y silencio, de
decadencia y sutil abandono. Llegar a un silencio definitivo, luego de haber
muerto para ti, para los dos.
- Vuelves? Yo tal vez no. Es una tarde muy fra- recuerdo que escrib un da.
Pero ella quiz nunca lleg a leer mi pequea nota. Jams lleg a saber cunto
significaban para m estas vanas palabras.
Lentamente me interno en el antiguo barrio de las encrucijadas. Los antiguos
faroles de hierro forjado, del antiguo parque del Retiro - revierto en un recuerdo
triste y fugitivo.
Proclamo la indiferencia, el desprecio en los ojos del dios profano, del dios
tuerto, proclamo mi destino. Guardar esta, la verdad que me ha sido
intilmente revelada, guardar mis sentimientos, para que el gran chacal, el
perro de ojos vacos, los consuma, y satisfaga con estos su hambre.
Ese es el precio de mi renuncia.
En ellos habr de hallar, de encontrar los presagios de la catedral sumergida en
lo ms profundo de mi espritu donde se guarda el ms recndito de mis
secretos; este otro yo, mi antiguo yo.
Mi vida no es ms que una sombra.
Me pregunto s los hombres tambin entierran junto con ellos sus anhelos y las
vanas palabras de su espritu - de su pensamiento, de sus sentimientos.
No podra yo ser el mismo; este el da ms triste de mi vida. El da de mi
despedida; el vrtice ha sido abierto. Hoy me enter que ella se desvaneci
como una sombra; hoy he comprendido que ella era como el tiempo; hoy me
enter que ella era fragilidad, sutil y eterna a la vez.
Hoy enter que ella, que las evocaciones que preceden la memoria, han muerto
para siempre. Y junto con ellos, su recuerdo, su memoria.
Lentamente los rayos del sol habran de inundar cada recuerdo de aquella casa.
Clido torrente de luz. Clido torrente de esperanza. Ignoro cunto tiempo
habra de transcurrir en ese estado de eterno olvido. Tampoco podra decir con
certeza cmo descend en aquel pasaje de tiempo. Nuevo despertar. La tristeza
tiene el color del desierto.
El orbe subyace en silencio. Eterna indiferencia del mundo por siempre y para
siempre. Finalmente desciende sobre m la eternidad.
Las paredes tienen el color de los atardeceres en otoo. El calor del sol. En este
lugar no parece existir el tiempo. Slo la sagrada decadencia de las horas, de los
minutos, de los segundos.
Observo la sombra proyectada por las ramas y las hojas de un viejo rbol
mientras son agitadas suavemente por el viento.
Nadie sabe de m, nadie me espera. En lo ms profundo de esta soledad, es mi
propio ser quien fluye y se expande, quien se agita en el altar del silencio, en la
bsqueda de una visin.
En la distancia se escucha el eco mecnico de un viejo gramfono. El
murmullo es confuso. Una hermosa meloda. Esta meloda evoca la dimensin
ms vulnerable de mi alma. Es una obra triste, nostlgica. Msica sagrada
bizantina.
Tiempo despus la msica cesa; slo queda el sonido montono de la aguja
contra el disco de vinilo.
Me incorporo para levantar la aguja.
Ahora slo se escucha el zumbido de una mosca contra la ventana. Sus alas se
calcinan en este sol estival. Meditacin introspectiva. Fina piel de terciopelo
negro. Las vocales del tiempo.
Me asomo al jardn posterior. Recuerdo este lugar. Es la casa donde viv un da.
Recuerdo el huerto. Afuera las ramas de un viejo rbol y la ciudad de ladrillos
tristes y de color ocre. En la distancia amenaza una tormenta de arena. Pero yo
me hallo seguro en mi refugio.
Todo era sencillo entonces. El mundo careca de significado. Una mirada atrs.
Una antigua coleccin de libros que me obsequi mi padre.
Tambin aquel otro libro y algunos textos rituales.
Recuerdos insubstanciales, precarios. La voz de la eternidad, un canto que
habra de invocar aquellas tardes milenarias.
Vuelvo a mirar por la ventana. Veo a la persona que fui un da. Afuera, l se
extrava entretenindose con el atardecer, temiendo a la tormenta de arena que
crece y se acerca desde la lejana. Ah! Ilusiones. Los fantasmas de mi infancia
concurren y desaparecen.
Slo viv para aprender a creer, para amar la intimidad que nace de las
palabras. Palabras fras, oscuras, catedrales oscuras, templos olvidados, luz,
cenizas para volver aquella otra ilusin eterna.
Vaco crculo de luz que rodea la penumbra.
Entonces habran de emerger en m aquellas memorias tristes y distantes. Oh,
revulsin de mi espritu. Sentimientos ocultos. Llevo sobre mi frente el signo de
Can. La presencia de ella, fra, triste, inquietante.
Recuerdo todas aquellas cosas que jams podra haber sido. Recuerdo cada una
de aquellas justicias que habran de disponer mi espritu en contra de todas las
cosas humanas.
Conmigo el ser proscrito.
Sin ms ilusiones que estas, mis palabras vanas e intiles, miraba el infinito
hundirse en el abismo de tiempo mientras someta aquellas ilusiones a oscuros
ritos funerarios; pues era mi espritu quien mora da tras da.
Fro calendario solar gregoriano.
Aquellas paredes sealaban el hermoso teatro de ilusiones donde habra de
observar los recuerdos distantes de una poca triste y vaca.
Me pareci entonces escuchar decir que las ilusiones que llevaba en el espritu
habran de procurarme un da ms. Despus de todo sera libre y podra
olvidar las convenciones que sometan con violencia a mi espritu.
Ya no sonrea.
Fra mirada retrospectiva, reflexin sosegada de aquellos das. No queda otra
opcin; fueron las experiencias de esa etapa de mi vida la circunstancia que
ms habra de influir en la concepcin que tengo de la vida y de la existencia.
Concepcin con la que me las arregl para sobrevivir todos los das de mi vida.
Cre haber alcanzado la visin de aquellas tradiciones ms primitivas, la visin
de aquellos rituales de muerte e iniciacin, en ella.
Aquella visin habra de ensearme, muy a pesar del mundo, a respetar a todos
aquellos a quienes la fortuna jams habra de favorecer. Y v en ellos a mis
hermanos. Aprend a ver en el hombre al ser humano; a tasar en su justo precio
el valor del tiempo. El esfuerzo por sobrevivir un da ms.
Cuando busco la sagrada y misteriosa definicin de lo eterno en las cosas que
me rodean, no puedo sino agradecer, porque ahora s que ella tena mil veces
razn y que cada una de aquellas enseanzas habra de prevalecer en mi espritu
y en mi alma por siempre.
Un dbil fuego de alegra arde en mi corazn. Pues tengo la certidumbre de
haber encontrado el sagrado altar de la iglesia primitiva. El vaco y naturaleza
ilusoria de todas las apariencias.
Comprend que el mundo no es otra cosa que una comedia mediocre y que el
papel al que me encontraba condenado a representar slo poda producir en mi
rebelin y repugnancia.
Miro a travs de la ventana. Puedo ver mi ser confundido y extraviado. Su
ilusin, escapar de la realidad. Su ilusin, observar los atardeceres a travs de
las viejas casas de ladrillo y tristes rboles.
Ahora este recuerdo es la estrella ms alta en mi atardecer. Mi espritu se
estremece con estas memorias. En la lejana la Catedral de San Antonio.
Quiero dormir. Estoy cansado. Quiero sumergirme en la luz, perderme en este
atardecer. De repente, puedo presentir su lejana presencia una vez ms. Se
acerca, me toma la mano y me sonre con amarga tristeza. No puede hablar,
pero la tristeza en sus ojos me lo dice todo.
- Ahora lo s, vida ma.
En un instante todo se desvanece en medio de una tormenta de arena y vuelvo a
la realidad. El ro de arena corriendo con el viento abrasa mi rostro. Aun me
encuentro en esa ciudad olvidada, completamente solo y abandonado. Los
faroles de tono amarillo y naranja vivo. Esta visin es hermosa. Miro una vez
ms y me desvanezco. Hace mucho fro. Demasiado fro y ya no recuerdo nada.
Desde la tormenta observo a aquel ser internndose en el oscuro atardecer. Me
observa con tristeza. l sabe de m. Sabe que he muerto. Comienza a llover. La
tormenta ya ha alcanzado mi pequeo refugio de abismo y tiempo.
Ella sale de aquella casa perdida en el laberinto de calles antiguas y oscuras. Me
toma del brazo y me invita a volver a la casa alejndome de esa triste imagen.
Slo ella, la parte de ella que muri en m, comprende, slo ella sabe.
Una vez ms estoy slo ensimismado en mi amargo abandono. De repente el
suave recuerdo de ella me embriaga una vez ms y me arrastra su voz suave y
profunda.
Unos meses antes de su partida, mientras bebamos una infusin de hierbas en
el mercado de ail, ella me mir con tristeza mientras lea una nota que yo le
haba dejado en su habitacin el da anterior.
Beber del cliz prohibido. La quintaesencia de los cuerpos. El eterno despertar
de los sentidos. Consagrar los cuerpos al dulce dolor de los amantes profanos.
Nace la inmortalidad del placer, de la pasin, de la tristeza, de la ausencia.
Del dolor.
Un millar de velas, en un ocano de arena, el desierto calcina tus caricias
sobre mi piel. Perdidos para siempre en la inmensidad de un atardecer que an
no nos pertenece. De un atardecer que no halla descanso ni refugio en nuestros
anhelos.
Escucho una msica dulce y profana, mientras mis sentidos cuelgan de la lenta
cadencia de tu cintura. Mientras mi anhelo se sumerge en el aroma vivo de tu
verbo infinito, amor mo.
Podr haber perdn para nosotros algn da?
Dios suea en secreto. Nuestros cuerpos se estrechan en la nostalgia, en una
tierra perdida y lejana, donde los sentidos aoran refugios en la arena. Y los
sueos conocen nuestros lmites de frgiles seres de deseo y placer.
Mientras beso yo tu sexo, y t mis anhelos, pienso en ti, y te extrao.
Morir mil veces en vida! Comienza un nuevo ciclo de luz entre t y yo.
La ciudad de los Mapas, Agosto de 1937
Entonces ella deposit estas palabras en el viento, palabras que habitan en m
como un fantasma.
- Sabes? En verdad hay poesa en estas palabras que has escrito () y un
poco de descaro y atrevimiento. Pero en verdad me gusta tu poesa.
Me qued contemplndola por un instante, y le contest hblame de tu propia
poesa, Marie Anne.
Entonces ella sonri. Luego nos sumergimos en nuestras miradas y me pidi
que le entregase el cuaderno que siempre llevo conmigo, mi cuaderno de
anotaciones.
Me mir, y sin quitarme la mirada de encima, me dijo esto habrs de leerlo
cuando yo haya partido. Cuando yo haya regresado a la Ciudad Santa. E
introdujo una carta en mi libro.
Hoy ha pasado mucho tiempo, pero an la conservo. Fue su ltima carta antes
de partir para siempre a la ciudad maldita.
El tiempo habra de disiparse an en alba frtil y suave silogismo de luz.
Linternas que enmudecen cuando la tristeza desciende en secreta comunin;
palabras que vacan su sentido en esta tarde perdida en la inexorable sucesin
de los das.
El recuerdo de esta tarde an habra de perdurar en la ficcin de nuestra
memoria. Sin ms ilusiones que stas nuestras palabras vanas e intiles;
mirando en el infinito que se hunda en el abismo.
La hermosa cpula de la catedral sumergida Dbil recuerdo de una religin
antigua y pagana.
Entonces el tiempo nos perteneca. Tambin nuestras palabras; que a nadie
ms sino a los dos pertenecan.
Y reamos conscientes de la insignificancia de nuestros sueos; reamos aun
cuando el tiempo nos atropellaba con sus horas, sus minutos, y sus segundos;
ramos t y yo; ramos los dos al final del enorme vaco de indiferencia.
Entonces me obsequiaste un sueo y con l nuestros anhelos cobraron
significado mientras se alimentaban satisfechos en nuestro dolor.
Deseo comprender- recuerdo que dijiste un da; pero an ignorabas la
tristeza que sobre nuestro destino se cerna.
Oh! Vanas son nuestras aspiraciones. Deb haber advertido las extraas
derivaciones del olvido De estos constructos de miseria y dolor
El tiempo. suave inspiracin de un saber universal que evoca la voz de los
vientos. La sagrada estirpe an perdura en la profundidad del abismo de
arena; en la vieja y vulgar lengua sacra de un Dios tuerto.
Esto lo sabemos t y yo.
Atrs quedan las tradiciones del viejo rito. En el desierto, antiguas formas
teatrales del viejo Dios de los caminos; de los tristes artesanos de atardeceres
indescifrables.
Atrs queda nuestra vida; atrs nuestro ltimo adis.
Oh! vano demonio de lgubre adversidad!
Beb extasiada de tu vano recuerdo.
Como una premonicin que an habra de perdurar; esta tarde he escuchado el
sombro trino del diablo.
De ti logr tres signos; una semilla de rbol de eucalipto; y la sagrada
comunidad de la natividad. Solitaria observ los escaparates de las tiendas. La
intil enunciacin de la verdad primera.
Previo hundimiento del sueo pstumo. Alba transparente sobre mi rostro
cansado. Extrao equinoccio lunar.
Llevo sobre mi frente el signo del fracaso; del primer crimen segn lo que
ahora recuerdo. En mi se hace fecundo el verbo.
T diablo con caperuza T bufn Depositario de la ltima arca de la
alianza.
No todo est perdido.
El crculo ser abierto para volver a ser cerradoPara volver a ser
truncado En tu cuaderno de anotaciones deposito el recuerdo de esta nuestra
estirpe.
La insignia del ngel cado, el ngel primognito, el ngel de la penumbra que
es parte de nuestro sino, de nuestra sangre.
Acaso mi nombre est escrito en tu libro?
Cuando leas esto, entonces comprenders que hemos muerto para siempre.
Nos conocimos a mediados de enero, cuando los vientos del norte descienden y
enfran las tardes.
Sola volar a El Cairo en las temporadas de sequa. Otras veces sola volar a
Bengahzi, Tubruq, Rabat. Volaba a Ceuta, Tetun, o el Tnger. El Jordn.
Trabajaba largos perodos de hasto. Me encontraba estacionado de forma
permanente en aquella ciudad perdida en ese ocano de arena. Los eternos
vientos de levante mientras yo me sumerga en el estudio de aquellas religiones
antiguas.
Sola caminar al atardecer y observar las ruinas de un antiguo templo traspasado
y carcomido por las races de un rbol muerto y seco. Luego me diriga al
mercado y me dedicaba a buscar algn libro entre los arrumes de libros
olvidados de algn mercader callejero. Me dedicaba a coleccionar farolitos de
hierro forjado.
Llegu a esta ciudad haciendo parte de un grupo de viajeros en un viejo y
destartalado aeroplano en los que se realizaban vuelos clandestinos sobre la
inmensidad del desierto; aquellos hombres nos guiaban a travs de aquellas
ciudades perdidas.
Me hallaba absorto entonces, en los secretos de esa regin olvidada. En los
cantos profanos, en los libros sagrados, en los libros de las profecas. En los
misterios de esas tardes profundas.
Conmigo mi secreta pasin por la literatura y los libros antiguos. Por los
artefactos y las religiones antiguas, los astrolabios, los relojes astronmicos, las
iluminaciones medievales.
Aquella tarde el sol arda como bromuro lquido, bromuro eterno. Sent la
necesidad de internarme una vez ms en aquellas calles y mercadillos
tradicionales. Los cantos musulmanes invadan aquellas callejuelas sin nombre.
La Puerta del Sur. La gran Medina, la ciudad vieja.
Cre pasar por el antiguo barrio judo y su enorme cementerio de lpidas color
terracota. Sobre la ciudad, el recuerdo, el letargo del esto.
Entonces la vi por primera vez, los rayos del sol iluminaron su rostro, sus
enormes ojos pardos, sus finas facciones, tan finas y delicadas. Su cabello
castao claro, casi dorado, bruido como el atardecer mismo. Y no pude sino
experimentar como el tiempo pareca detenerse entre los dos.
No cruzamos saludo alguno. Pero pude sentir como nuestras miradas se
encontraban penetrando el abismo que nos separaba. Mi cuerpo se estremeci.
Qued arrobado en su mirada.
Vendedores ambulantes de todo tipo; vendedores de quincalla, de pociones,
cajitas, lmparas, dtiles, frutas secas, pequeas calabazas de mil colores,
races, especias. Delante la densa red de callejuelas. El ambiente inundado de
olor a incienso, a hierbas aromticas, a jabones, a jazmn, a canela, hierbas
medicinales.
Cre descubrir en cada uno de ellos el olor de su piel.
En medio de ese caos de olores y colores, nuestras miradas hubieron de
encontrarse una vez ms. Un leve rubor cubri sus mejillas.
Reconoc en ella la inmensidad del tiempo. La segu por aquellas calles
estrechas, hasta que ella se perdi en una callejuela escondida. Atraves una
minscula puerta en arco y desapareci.
An despus, una vez de regreso en mi habitacin, despus de caminar por
aquellas antiguas calles, no pude disipar el recuerdo de su mirada.
Dos das despus tuve que partir a Tubruq. Sospech que no la volvera a ver
jams. Su llama ardi en mi alma para siempre. Mi espritu embriagado con su
sonrisa, con su mirada.
Desde entonces la busqu en aquellas calles vacas y sin nombre.
Septiembre 28. Creo que algunos pensamientos. Algunas fechas y lugares son
ahora ms claros para m.
Amanece una vez ms en la ciudad eterna. La ciudad de los mapas. La ciudad
sin nombre. El viento an corre con fuerza. Las campanitas tintinean en la
distancia. En la soledad de estos parajes.
Tomo mi libro de anotaciones y saco una carta que jams envi pero que an
conservo.
Inesperados los caminos del olvido. Cmo podra tener final este camino sin
destino, sin fecha? Cmo podra tener final un camino que jams fue
camino?
Habr de recorrer este camino en compaa de tu recuerdo que ahora es
confuso e incierto y se escapa inevitablemente de mis manos.
Este adis se desvanece en el reflejo de mis aspiraciones y anhelos ms
elevados, de mis anhelos ms profundos.
Ignoro cmo nacieron en m estos sentimientos. No podra sentirme ahora
culpable. Cmo silenciar estas palabras? Cmo ignorar esto que siento, esto
que censura mis principios, mis pensamientos?
Ahora slo prevalece la indiferencia y la fe que an persiste en ti. Vanas
esperanzas en este dios tuerto, este dios de vana ausencia. Este dios detractor
del tiempo, dios de la balanza, dios de la inocencia. Este dios que somete a
estos sentimientos a una ineludible decadencia del tiempo. Una parte de mi
muere, en ti.
Tu presencia persiste en el atardecer de mis das. Pero no era a m a quien
realmente buscabas.
Ah! No podra temer menos al dios del olvido que al dios de la indiferencia!
A travs de ellos vuelve el otoo. Los hermosos atardeceres; y sobre todas
estas cosas, esta otra faceta ma. Tendras que aprender a odiarme primero.
Fueron tantas las cosas que aprend de ti.
Tem mil veces someterme a esta tu justicia. Que descubrieras el espritu fro,
inhumano que exista en m. Dese morir en tus brazos. Pero el sabor de tus
labios pronto me fue ajeno y amargo.
Finalmente habra de regresar a casa.
Como un eco envolvente y amargo habra de llegar, para m, el momento de
nuestro adis. Y lo cierto es que no tengo nada para decir. Siento un
desconcierto fro y vago, que adormece lo que subyace. No puedo evitar
sonrer con tristeza.
Ahora s que, para renunciar a un sentimiento, tan slo se necesita un gesto,
una palabra. Y las palabras que callamos son los mensajeros ms elocuentes
de los sentimientos que habitan en las profundidades de nuestro espritu.
Existen muchas formas de callar. Contigo habra de comprender el valor de
este signo. Aprend a extraarte mucho tiempo atrs. Tambin a olvidarte.
Y an supliqu en ti un poco de irreflexin y crueldad. Y me tragu mi orgullo,
y abr las puertas de mi espritu.
Abr la puerta a lo que creca en mi corazn. No fue esta una confesin. Fue
este un asalto violento sobre mi desvaro. No fue esta una confesin sino una
amarga denuncia, de aquellos sentimientos que me traicionaban.
No slo somet mi corazn al filo de tu indiferencia. Sino que tambin le ofrec
a sta mi cuello. Mi garganta. Para que callara estas palabras que se
obstinaban por escapar de m. En espera de una solucin precaria.
Busqu con mis palabras tu desprecio. Pero tu compasin era la espada que
ms me lastimaba.
Ignoro si podras comprender esto y an sentir algo de afecto y respeto por m.
Si podras entenderlo. Entender que fuiste importante para m.
Esto no lo llegar a saber jams. Tampoco deseo saberlo. Me basta con saber
que vas a estar bien, ahora que finalmente te has encontrado, aunque esta
realidad me sea tan ajena como aquellos das que quedaron atrs para ti.
Con tu partida soy libre para volar una vez ms. Y mis alas penden de este
silencio que ahora el destino hace tuyo.
Tu silencio es mi libertad.
Por favor no digas nada, absolutamente nada. No tienes que hacerlo. Me
lastimas. Esta carta es mi renuncia a todo esto que sent, a lo que an siento
por ti.
Pronto los anhelos se condensarn en dbiles recuerdos. Y me reconforta
pensar que todo va a estar bien, muy bien. Aunque me trague estas otras
palabras y estas lgrimas.
Hoy he abierto mi cuaderno de anotaciones, y lo hall vaco; extravi su
significado. O por lo menos pretend haber extraviado su significado. En la
ltima pgina hall una fecha cualquiera. En ese punto se detuvo el tiempo y
muri la esperanza que me embriagaba.
Aun tendra que agradecer este gesto tuyo.
So que besaba tus labios, y en ellos hall un profundo abismo de silencio. Tu
silencio. Y lo cierto es que lo hall grato. Despus de todo no era a ti a quien
besaba.
Siempre busqu en ti la ausencia de ese gesto.
Luego extend mi mano en busca de comprensin. Pero no pude hallar, no pude
hallar nada; no pude hallar absolutamente nada. Slo el eco distorsionado de
tu adis y estas vanas palabras que ahora escribo y se evaporan, y devienen en
otra forma de vaco, mientras a duras penas logro adivinar si llegars a
leerlas un da.
Mi secreto ahora es tuyo. (Sonro) Maana lo olvidars y tu indiferencia me
har mortal entre los mortales. Por fin podr caminar desprevenidamente entre
todos estos rostros indiferentes.
Es inevitable ya. Debo abrir mi espritu a esta nueva realidad. Maana a
duras penas habr de recordar estas cosas que he escrito, quizs tambin
olvide tu nombre.
Quizs.
Quizs tambin anhele el dolor que tu indiferencia me causaba. (Vuelvo a
sonrer, esta vez sonro con algo de nostalgia) Hay en este tipo de dolor algo
reconfortante.
El tiempo se extiende como una promesa para ti y para m.
Nuestra amistad habr de prevalecer por siempre. Despus de todo.
Por favor, hay un pequeo pedazo de m que quiere decirte algo.
Y ese algo es: No te olvides de m.
Habremos de reencontrarnos un da, y otros sern los sueos, otras las
ilusiones. Y reiremos como dos amantes mientras el tiempo nos condena a
pronunciar este nuestro ltimo adis.
Tiempo efmero, alas ms oportunas.
Creo que esta frase encierra bien este otro secreto.
Encierra bien el verdadero significado de esta carta.
La ciudad de los mapas, 09VIII-37
Despus de evocar estos recuerdos, logro salir a la luz del da una vez ms.
Vago por unos minutos por aquellas calles olvidadas. Finalmente llego al
mercado de ail. Se encuentra totalmente abandonado.
Sin embargo, luego de internarme un poco ms en aquella calle estrecha y
oscura, llego hasta un puesto alumbrado por un farolito de vivos colores.
Un fuego fro, una pequea llama de luz reverbera intrigante en su interior.
En el puesto hay una pequea cesta con pan de levadura. Me encuentro algo
aturdido; tomo una hogaza de aquel pan y comienzo a comer con avidez.
Mientras mastico con desesperacin me doy cuenta que mi boca est seca.
Han pasado seis das desde el accidente, desde la cada en estas regiones del
tiempo y silencio. No estoy muy seguro.
Busco algo para tomar, y encuentro una vieja botella de vino. Permito que el
lquido me devuelva la vida, que su calor fluya lentamente por mi espritu.
Sin darme cuenta caigo en un estado de profunda exaltacin, de euforia.
Nuevamente no puedo separar la ilusin de lo que es real. Presiento que he
hallado la puerta al infierno.
Aun no lo comprendo, pero creo recordar que comenz a llover con fuerza en
esta la Ciudad de Dios. Busco refugio en uno de aquellos aleros. Me encuentro
completamente embriagado.
De pronto, hacia el final de la calle brumosa aparece la figura de una mujer
hermosa vestida como una divinidad rural, lleva una tnica, y sobre sta, una
estola, y una palla, como un manto. Se aproxima a m. Siento que vuelvo de la
vida a la muerte. Se acerca sujetando un farol de cobre.
Se inclina. Toma mi cara. Pronuncia mi nombre. En su mueca izquierda un
trozo de tela prpura. Su atavo es completamente blanco. Su cabello color
castao claro y recogido como el de una dama del antiguo imperio.
Me mira con tristeza mientras dice: has vuelto.
Coloca la linterna en el piso. Me mira. Acaricia mi rostro con el dorso de su
mano. Suavemente. Muy suavemente. Luego retira el trocito de tela de su
mueca y la pone en mi mano.
Pregunto: Porque te has marchado? Me mira profundamente. Mira hacia el
final de la calleja sin destino. Marie Anne me mira profundamente. El atardecer
de esa mirada sobre mi rostro, puedo sentir su respiracin sobre mi cuello. Muy
quedamente. Mira hacia el fondo. Ella es un espectro de luz. Sus ojos pardos
clavados en m. Dos hermosos mechones de cabello, colgando del manto, caen
sobre mi rostro mientras susurro No me vuelvas a dejar jams.
- Este es apenas el comienzo. Habr de encontrarte en la Ciudad de Dios, la
ciudad de las tinieblas- susurra en un eco profundo y eterno. - Contigo ahora
nuestra poesa, nuestro libro de anotaciones. Voy a leer mientras el stiro y el
pfano vuelven por m. Luego ser la luz de la tarde una vez ms.
-Comprendes?
Slo s que lloro como un nio mientras mis labios se esfuerzan por decir
comprendo () comprendo () lee para m, Marie Anne () Por favor ()
lee para m una vez ms.
Legin 16III-1
En el silencio de los tiempos, eran mis anhelos el ocano amargo desde cuyas
profundidades escrutaba el dios de los caminos, el dios del dolor, el destino la
tristeza y la vana sonrisa de los hombres.
El bufido del dios toro, el dios de las ceremonias, el dios del festn, despert al
fauno en la regin ms septentrional del abismo, sellando as lo que haba sido
escrito, y la desesperanza se apoder de la catedral sumergida.
La unin de aquellos destinos, el restablecimiento de la ltima alianza. Los
mismos anhelos corrieron a travs de nuestros corazones, t y yo los ltimos
dos de la antigua estirpe, perdidos en un mundo que no nos perteneca.
Oh, cunto te extrao.
Legin 17III-1
Extra uncin
Aquellos atardeceres en los que el tiempo pareca suspenderse mientras esta
otra parte de nosotros sonrea y nuestros anhelos eran como pequeos
linternas de cobre e incienso en medio de las clidas tonalidades ocre de ese
parque sin nombre, se han desvanecido para siempre.
El bufido del dios toro, el dios de las ceremonias, el dios del festn, habra de
despertar en m, conjurar en m las siete pestes de Cana, las delicias de todos
mis pecados capitales. Soy un humilde vendedor de palabras vacas.
Mi odio, todos mis rencores habran de surgir en m como una legin, una
estirpe maldita, como la antigua iglesia donde arden los siete tabernculos.
Ya nadie habr de recordarme.
Los ngeles de la primera cada, habran de surgir del abismo entre las dos
aguas para no volver nunca jams. Y no hubo ms atardeceres, ni crculos de
luz, ni ritos paganos.
Slo la lmpara de sta nuestra ltima alianza, las velitas de nuestra memoria
se han apagado por siempre. Tu nombre en mi espritu. Siempre
Legin 18III-1
Ah, recuerdo aquellos atardeceres que a ti y a m, que a los dos, nos
pertenecan. Nuestros destinos ajenos a todos los otros, y hallbamos refugio
en el uno en el otro. Y entendamos el significado de las linternas de cobre e
incienso en el parque, mientras llova.
Recuerdo estar perdidos en ese abismo de rostros sin nombre, mirando las
calles sin destino, mezclados con los vendedores itinerantes. En verdad a nadie
importaba si existamos o no estbamos.
Aquellas calles compartan nuestros secretos.
Observar el reflejo de la incertidumbre en el rostro de aquellos tiempos, de
aquellos das. Los atardeceres ya no volvern a ser los mismos nunca ms.
Slo el eco amable de tu sonrisa.
Tu sonrisa.
Las despedidas no son sino otra forma de reencuentro.
Una banca vaca en un parque cualquiera. Hojas que el viento arrastra. En un
da sin nombre sin fecha. La voz de aquellas otras calles sin destino. El silencio
de las catedrales en los parques. Los pequeos farolitos de cobre e incienso.
Todas estas cosas ya no nos pertenecen ms.
Atrs quedan estas vagas creencias en el dios tuerto de los caminos. Nadie
recordar que un da estuvimos aqu, tu y yo, dos amantes desprevenidos que
se encuentran en una hora incierta, se miran, se saludan, y se dicen adis.
Pienso que las circunstancias fueron siempre mi mejor apuesta.
Las primeras gotas de lluvia, fras e insubstanciales, se precipitan sobre este
abismo mientras el viento me susurra debers aprender a extraar.
An se halla ah, la antigua capilla, entre los fros arboles de esta tarde de
otoo, luces brillando en la llovizna, voces en la calle. Camino sin destino, oh,
hace mucho fro. Persiste la impresin de que pronto van a cerrar las tiendas.
Presiento que todos van a alejarse y yo ya no tendr a dnde ir.
Los ngeles del viejo dios tuerto han aniquilado a todos los que vivan en la
calle donde se halla ahora abandonado mi habitacin.
Espero en la antigua Estacin de las Aguas.
Desciende la tarde.
Entonces la ciudad impuso su propio silencio y ya no pude tener ms
conciencia ni del pasado ni del presente que se oponan.
En mi penetr un ro de soledad y tuve certidumbre de haber escuchado la voz
de aquellas calles, de aquellos cafs sin nombre ni destino, de las catedrales
en los parques. De aquellas tardes de vagas creencias paganas.
Me sumerg en un ocano de pensamientos y de repente no pude evitar sentir
un profundo deseo, lnguido e insubstancial, de permanecer un poco ms
mientras recordaba tu nombre.
Supe entonces que aquellas calles no me pertenecan.
Y comprend todo. Y la inmensidad de la tarde se revel como una visin
incrdula de tu recuerdo.
Inversin del tiempo, un pasaje secreto entre t y yo. Al final slo aquella calle
de consternacin y olvido. La ciudad antigua, la antigua ciudad de polvo color
ocre. La ciudad de los antiguos farolitos de incienso. Ya han matado,
asesinado, al pfano y al fauno.
Calles e ilusiones, visiones olvidadas. T el rostro de aquel dios sin nombre.
Tus palabras son mi olvido. Tu sonrisa el vaco en mi espritu, en mi alma.
Encrucijada. Calles perdidas. Calles de las vanas apariciones. Adelante el
viejo rito, los cantos ceremoniales, los cantos de la bestia, los cantos litrgicos,
los cantos del toro.
Caluroso atardecer. Mis recuerdos suspendidos en el tiempo. El nmero
desconocido. Ah! Podra cerrar mis ojos por mil aos y despertar luego de
haber sometido mis anhelos a las imprecaciones del estero, mi cuerpo an
habra de demandar un poco de placer.
Para entonces ya todos nos habrn olvidado.
El desespero se apodera del rostro afligido de la bestia que satisface su sed en
la sangre de los inocentes.
El ngel del olvido avanza orgulloso con el instrumento de la amarga siega.
Avanza en medio de la repugnancia del dios bueno en busca de cadveres
humanos. An palpita en m un tenue rayo de luz y esperanza.
Avanza este hermoso dispensador de la vida y muerte en busca de un sutil
abandono, de una vana traicin. El abismo abre sus puertas al dolor de los
falsos enunciadores de la verdad y de la mentira.
Mi tristeza adoptaba una posicin cada vez ms vulgar, ms humana.
l me busca, sabe que he muerto. Sabe que mi desolacin me traiciona. Viene
para arrastrarme al infierno del olvido. Un manto cubre su cabeza. Oh, su
terrible rostro. Su manto son las tinieblas del nuevo da.
Su mirada es la mirada de la justicia que busca. Mira, me busca, me halla, me
asesina con su poderoso arco.
Una flecha como un terrible arpn atraviesa mi cuerpo, el cuerpo de aquellos
miserables () para luego ser arrastrado hasta las puertas del abismo de
tristeza y tinieblas, donde el hombre se redime con la vacuidad y las
tribulaciones del tiempo.
Devastacin
La libertad habra de llegar. Una legin de farolitos descienden lentamente
sobre el abismo de arena. Lentamente se ilumina la ciudad antigua, la ciudad
olvidada.
Es en este punto donde este sueo termina y ella desaparece en el recuerdo de
esa otra tarde.
Yo contino mi camino hacia la ciudad del olvido, la ciudad de dios.
Luego aparece el anciano de la postal con un teatro ambulante. Saca un viejo
proyector. Comienza a proyectar una pelcula sobre la pared.
En esa pelcula transcurre mi vida.
Siete das han transcurrido desde nuestra cada en el infierno.
Otro da hubo de descender sobre m. Sera el ltimo da en la Ciudad de Dios,
la ciudad perdida. Una fra bruma resguardaba los antiguos edificios de los
cobrizos rayos del sol. Una vez ms sera la inanicin de la memoria.
Oh, fe perdida y mil veces amordazada. Por los laberintos de mi orgullo, surge
este otro yo, el aislamiento, la desesperanza, y la fe en este nuevo atardecer.
Mi egosmo, frtil y pstumo, como un presagio.
Yo el gran sabio, el gran fauno; mi odio, mi desesperanza, ahora por debajo de
todos los predicados. El dios del laberinto, habra de consumir todos mis
anhelos, en el vaco suspendido de aquel instante.
Eterna desobediencia, destierro. Descifrar mi destino en los signos de su
retirada. Vanos auspicios de estos sentimientos perdidos. Cunto le extrao.
Las antiguas nforas y tazas de barro. Estos sentimientos perdidos; las llaves
de la antigua copa sagrada El antiguo brazalete de los grifos hierticos, la
conmemoracin de ese otro destino. La cbala y la fe revelada de un dios
austero, primitivo.
Aquella tarde. No puedo extirpar este recuerdo de la memoria. Los ltimos
rayos de luz descendiendo sobre su rostro. Sus ojos acallando al mundo, al
destino. Los susurros de dios. La tienda de libros antiguos.
El arca de la sagrada alianza abandonada en el ocano de arena y de tiempo.
Cre sentir que el tiempo se detena. Pero eran sus labios los que me susurraban
y me sumergan en el silencio de su voz.
Luego caminamos por aquellas calles sin nombre, fundindonos con la
inmensidad de aquellas tardes profundas. Satisfechos de saber que nadie
conoca el significado de nuestros secretos, de nuestros anhelos, pues vivamos
al margen del tiempo y de la memoria.
El broche que sostena su cabello mientras nos entregbamos el uno al otro en
la inmensidad de esa tarde de cantos profanos, el tiempo suspendido en el
silencio de nuestros das.
Sus enormes ojos pardos, el rubor de sus mejillas, el cliz perdido de su sexo,
su cabello sobre mi verbo fecundo, y la profundidad de su cuerpo asido
violentamente por mis manos en la inmensidad de esas tardes de eterna
intimidad.
Luego reamos como nios mientras le robbamos a la vida un instante ms.
Triste teatro de misticismo y religin pagana. Misterioso altar de placeres
perdidos. Profundo extravo de nuestros anhelos en su espritu; anhelos que
habran de desvanecerse en el eco profundo y eterno de nuestra memoria.
An recuerdo las fiestas paganas del Ao Nuevo. Atrs el mes de la primavera.
Habamos de renunciar a ese otro destino. Ese destino formado del polvo de la
tierra y de los despojos mortales de aquel dios pagano. El arca de la nueva
alianza desvanecindose en nuestras promesas.
- En ti he hallado una de mis tantas definiciones- me dijo aquella tarde de
octubre. Ignoraba entonces que era el espritu de la eternidad quien nos
acompaaba. Uno de los doce libros apcrifos. Y no hice nada por detenerle.
Luego el sol habra de brillar con fuerza aquella tarde limpia y sin lmites. Los
recuerdos de los ltimos das, la cada de las viejas costumbres, de las
tradiciones, habran de vislumbrarse como una tormenta fra y lejana.
Y parti luego la certeza de haberme perdido en aquellos das de clidos
atardeceres, en compaa de nuestros temores y secretos; plenamente
convencidos de la vacuidad de nuestros anhelos. Dos detractores itinerantes,
descendientes de una raza perdida
Ms dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el
hambre; Cazaron nuestros pasos, para que no anduvisemos por nuestras
calles; Se acerc nuestro fin, se cumplieron nuestros das; porque lleg nuestro
fin.
Lamentaciones
Entonces nos detuvimos para contemplar los antiguos puestos de granos,
especies y otras mercaderas, y tuvimos la impresin de que el tiempo se
cerraba en torno a nosotros. El sol del atardecer se proyect sobre todas las
cosas, sobre su rostro, y sent que la vida se detena como para inmortalizar la
magia de ese momento. Ella me miraba con seriedad mientras una sonrisa se
dibujaba en su rostro.
- Jams escribiste mi nombre en la arena- le imprequ.
- Es cierto-, contest cerrando un poco sus ojos pues los rayos cobrizos del sol
brillaban en su mirada- jams lo hice.
- Por qu?- pregunt.
Inconscientemente cruz sus brazos, y dando un paso hacia adelante mientras
bajaba la mirada, me dijo:
- Eso es porque lo escrib en mi corazn, y an sigue all.
Luego, sac un cuaderno de anotaciones donde haba guardado varias
fotografas. Eran visiones de formaciones de nubes y tormentas, de una banca
solitaria en un parque cualquiera, de aves flotando en el firmamento, de hojas
de otoo, de extraas puertas y de pasadizos secretos () del atardecer
descendiendo sobre mi rostro, y la de un nio flotando en la efmera
reverberacin de un ocano profundo y eterno. Fotos del mar y algas marinas;
de una ventana que me recordaba mi infancia; de la estatua de un ngel de luz.
Tambin haba varias fotos de ella, de su hermoso rostro en aquellas tardes de
sublime ascensin, en las que el pasado era el ltimo reducto donde se
refugiaban los tristes anhelos de nuestros cuerpos, de nuestra pasin.
-Sabes una cosa? Siempre me dio la impresin que dudabas un poco de mis
sentimientos por ti. Sin embargo, fuiste importante para m, aunque afirmes
que somos muy diferentes sonri con un poco de dolor. Ves esta imagen?
Bueno, algn da te escribir y te contar un poco sobre la calle de los grandes
portentos.
Mi voluntad, mis creencias, mis sentimientos para entonces ya haban
capitulado. No era el mismo. Nuestra condicin ltima no resida ya ms que en
nuestros anhelos.
- Slo deseo embriagarme de ti, del sol, del otoo, del desierto. El toro es el
Aleph, la letra sagrada. Perderme en compaa tuya en esta otra realidad.
Andar errante. Desaparecer en las arenas rojas del tiempo. Para siempre.
Entiendes? No deseo pertenecer a estas cosas que me lastiman. No soy como
los dems. No existo para las cosas ni para las que nos depara el destino.
Quiero ser libre en esta ausencia. En este silencio que renuncia. Disiparme en
esta idea del pasado, de lo sublime, de lo sagrado.
- Tu indiferencia es mi destruccin. Perezco en tu olvido. Tu desprecio es mi
consigna. Me dirijo hacia el lugar de la destruccin. Conmigo los ritos, las
costumbres, y los libros sagrados. El diario del holocausto.
Los vestigios de mi pasado enterrados en la arena. El desierto es la inmensidad.
Olas en las profundas arenas del tiempo golpeando la playa. La arena es aquel
color sagrado donde descansa mi alma. Aquellos recuerdos, hundidos por
siempre y para siempre, acariciando mis pies suavemente. Dentro, la arena se
convierte en el rostro olvidado de aquellos tripulantes sin destino. Espectros de
arena y de tiempo. Gestos de sed y de dolor. Quiero escapar, quiero olvidar.
El viento descendi sobre las arenas rojas del tiempo y los rayos de sol
inundaron una vez ms mi habitacin. Los segundos suspendidos en el abismo
de cobre bruido y soledad. El silencio se impone. El silencio parece ahora una
tormenta distante. Quin me observa desde la soledad de los tiempos? El
tiempo, mi tiempo, se desvanece para desaparecer en la ciudad de las
tormentas, en la ciudad santa.
An debo decir:
Slo ella entenda, slo ella haba visto, slo ella comprenda la soledad de
nuestro destino.
Entonces fue el dios del olvido el que habra de convertir nuestros anhelos en
dispensadores de vida y de muerte. Habra de sembrar el infierno con tinieblas
para abrirle paso a la mentira, a la decepcin, y al egosmo de los tiempos.
Luego la quietud que surge despus de la tormenta. Viaje hacia lo eterno. Cada
de en el abismo de profundidad y muerte.
Bajo los antiguos edificios de la ciudad de la furia, ardan las lmparas de un
millar de urnas funerarias, hasta ms all de las viejas ruinas del acueducto y la
ltima sinagoga. Un centenar de manuscritos sin nombre, sin respuesta. Los
antiguos manuscritos de Caldea.
La fe muerta pues tuve la certeza que la haba perdido para siempre.
Delante un muro de ladrillos sobre los que predominaba un color ocre sucio y
sombro. Un muro completamente corrodo por el tiempo. El lento rodar de un
carro de madera; el inesperado bufido de la bestia milenaria.
Descendi sobre la vieja estirpe el da del holocausto. El odio que habra de
convertir en cenizas la carne humana. Encendieron las hogueras en
conmemoracin del dios de la guerra y muerte. Fue en nuestro corazn donde el
fuego sagrado haba sido entronizado.
Cuatro pequeas velas alumbrando desde las sombras. Una sola alumbrando las
sombras en medio de este sol de tinieblas, donde arde la desesperanza del ser
humano, ahora que el dios de la compasin y la caridad ha muerto para siempre.
Desesperanza en medio de esta luz que marca este nuevo despertar. Quin
habra de invitarme a seguir? Quin habra de seguirme a la eternidad? El
amargo detractor ha iniciado la cruzada de terror y muerte.
Un ocano profundo y gris comienza su vana precipitacin desde el reloj de la
iglesia de la Santa Cruz. El taido de las campanas convocando los das que
fueron y se perdieron en el abismo del tiempo. He nacido para las sombras en
el da nocturno, el da del acto ceremonial, el da del holocausto.
El colapso de la catedral de tiempo. Un sin nmero de aves negras emergiendo
con violencia desde la torre ojival, para no volver jams. Emigran hacia las
tinieblas ahora que no existe esperanza alguna. Todo habra de consumirse una
vez ms.
Un callejn sin salida. Un bho como premonicin de los sucesos que entonces
se desencadenaran uno tras otro y que marcaran mi descenso en el abismo de
tiempo. Por encima del muro se elevan los rboles de otoo. Hace fro en la
encrucijada.
El carro trae consigo un viejo teatro ambulante. Entonces observ que el da
haba transcurrido y atardeca. En el teatro segua representndose una extraa
funcin donde se mostraba una comedia triste y vaca.
Sera mejor volver a los escombros de la antigua barca solar abandonada en la
inmensidad del desierto.
Haba cruzado el umbral de los das. La fecha, septiembre de 1942. Fecha en la
que termin las deportaciones de la gran primera accin del dios de la guerra,
el dios solar, el profeta hereje, con sus aves sagradas, seguido de diez legiones.
Sobre el muro el signo que habra de marcar mi ingreso al abismo. La entrada a
la ciudad de las trece puertas. La entrada al infierno. Delante surgi, de forma
casi subterrnea, inesperada, una vez ms, la puerta Gesia.
Luego de haber cruzado un par de palabras inciertas con aquel ermitao, en
aquel extrao pasaje de tiempo, intermediario entre el mundo y el inframundo,
ingres al abismo contenido en aquellos muros oscuros y siniestros.
El trepidar de la lluvia sobre los ladrillos y las piedras y escombros de ese
callejn. Ah! Aqu se cierran mis ojos para siempre.
Anunciacin. Fro avatar, descenso a la tierra del ltimo descendiente de Sem
de forma visible en el mundo inferior. Veinte aos en el desierto.
Tengo que volver. La carta perdida en medio de los escombros de la barca
solar: mi nica esperanza. Ignoro porqu le permit partir, quin imaginara los
sucesos que habran de sucederse los unos a los otros y que concluiran en la
muerte del perodo que precede a la memoria. Directrices de acontecimientos de
das fros y profundos.
He revertido en el tiempo. Nada, absolutamente nada interrumpe el sonido
limpio e impreciso de la lluvia que es inesperadamente fra y lquida.
Este un da que jams me habra de pertenecer. La liberacin de mi alma, su
alma, sera poco menos indigna.
Ante m una ciudad antigua como el propio tiempo, o por lo menos eso me
pareci, una ciudad quieta, una ciudad que dorma entre las ruinas de del horror
y el miedo. Y yo me encontraba sumergido como en un sueo profundo.
Y he aqu que, inexplicablemente, amaneci una vez ms y descendi sobre m
la uncin del dios eterno. Pero ella ya no estaba.
Atrs la gran ciudad de los mapas, la aguja de la catedral de San Juan, estoy
perdido para siempre en el abismo de tiempo.
Ingres en la regin maldita. Pude observar unos crpticos grabados en hebreo.
Aqu comienzan los dos mil aos de oscuridad cre leer en medio de las ruinas.
El tintineo de un carilln en el viento.
Intent penetrar con mi mirada los viejos edificios de aquella calle. Todo
transcurre sin espacio ni tiempo. Los dbiles rayos del sol descienden sobre los
siniestros edificios de ladrillo, tres o cuatro pisos, ventanas indescifrables,
profundas.
Las calles son angostas, oscuras, apretadas. Una multitud subyugada,
expectante, aterrorizada. En espera del da ulterior.
El ro de aguas temporales ruga enfurecido en la distancia. El orbe del
firmamento, con todas sus estrellas, cada una de ellas, girando sobre la gran
sinagoga de vida y muerte.
Percepciones fras y vagas. Ladrillos en muros y puentes ridos como el
desierto. Respirar el aire de las catedrales subterrneas, de las catacumbas. Es el
aire de la miseria una vez ms. Embriagados de dolor y tristeza. Puertas viejas y
derruidas. La muerte acecha las ruinas de las calles hostiles. Aquel escepticismo
por todas las cosas humanas se levanta como una acusacin desde lo ms
profundo de nuestras creencias.
Visiones tristes, amargas. Carteles anunciando el exterminio. Somos los
dueos de estos dbiles rayos de sol. Este da nos pertenece.
- Evades mis preguntas. Dime, qu te trajo a estas ciudades perdidas en el
ocano de arena?- me pregunt una tarde mientras vagbamos por el mercado
de esa ciudad sin nombre.
- No estoy seguro. Hace mucho tiempo no estoy seguro de nada. Deseaba
alejarme de todo. Encontrar respuestas sin tener que preguntar.
- Sin tener que preguntar? Me da la impresin de que esa es una posicin
algo cmoda.
- Quizs. En todo caso, no me importa- contest algo irritado.
- Te molesta que te pregunte estas cosas?
- Un poco () Y, a ti, qu te trajo a estas ciudades perdidas?
- Encontrar preguntas sin tener que dar respuestas- contest con una tenue
sonrisa en sus labios, pero percibiendo que hera mis sentimientos, dijo: -Lo
siento, no deb haber dicho eso. En realidad vine en busca de la arqueologa
bblica. Las culturas paleocristianas. Los cdices perdidos.
Luego nos detuvimos en una de aquellas calles estrechas y antiguas y
hundiendo su mirada en la ma, dijo:
- Sabes una cosa? Me gusta la profundidad de tu mirada. Me gustan tus
labios. Me gustan tus manos.
Con nosotros un puado de verdades a medias. Los secretos se rean desde la
profundidad de nuestras palabras vanas y vacas. Haba tanta verdad en lo que
habamos dicho. Tanta evasin de tiempo en la mentira. Esta, nuestra nica
verdad. Jams podramos haber credo en nada.
El destino. El temor hiriendo nuestras entraas permanentemente. La esperanza
a pesar del horror de los das. La bsqueda intil por una respuesta. Un da
ms; la ausencia fundamental de una justicia verdadera en todas las cosas
humanas. Decadencia en todos los aspectos de la vida. En este laberinto de
horror y muerte. Miradas que no pertenecen ms a este mundo. Hordas de
desposedos y refugiados.
- Eran estas las preguntas que deseabas hallar?- pregunt sonriendo.
Respirbamos el aire de la miseria, y nos embriagbamos con el dolor y la
desolacin de aquellos vanos acontecimientos. Seres subterrneos cruzando
lentamente la ciudad en ruinas. Trazos borrosos de una guerra ahora lejana.
Conscientes de nuestra propia existencia. La de aquellos seres humanos.
Buscbamos el silencio y el horror en aquel laberinto de tiempo. Expibamos
esas palabras en el atanor de acontecimientos y de amarguras.
- Mis manos, como mis labios, no son los libros donde se encuentran escritos
nuestros nombres. Pero te aman. Y te anhelan. Habr de perderte un da.
- Por qu dices esas cosas?
- Est escrito en las arenas del desierto.
ramos los dos unos condenados sin lmpara que sobrevivan en la oscuridad y
el silencio de esos das. Aquellos anhelos se encendan como un espectro en las
tinieblas. El horror del abismo sobre las linternas de ese saber oculto. Habamos
probado todas las angustias humanas y las habamos guardado con todas
nuestras frustraciones, con aquellas otras miserias.
Esa luz mortecina era la triste lmpara de nuestro destino. La lmpara arda,
noche y da, en un reposo sublime. ramos amantes y hermanos en la sangre.
Los das escupan sobre nosotros juramentos e injurias. Suficiente haba sido
nuestro amor en el desprecio del tiempo. Por fuera de aquel otro tiempo.
Inescrutables eran los caminos del seor. Y su silencio sus designios secretos.
Se acercaban las filas de esas Santas Legiones. Se acercaban los dueos de
estos dominios. Insensibles a nuestro sufrimiento. La triste llama del reverbero
abatida por el viento. Las nforas del tiempo con nosotros. Otra visin. Pues
bien conocamos el mapa del abismo. Los intrincados pasajes del laberinto.
Podamos observar en medio de las tonalidades ocres, el ocano profundo y
eterno, el viejo y pesado aeroplano abandonado en ese abismo de arena. La
inmensidad y la amarga alucinacin de nuestros anhelos. Acaso todo esto
haba sido un mal sueo? En esa regin las preguntas haban de quedar sin
respuesta. Triste visin de muerte.
-Te equivocas. Una vez ms. Tus pensamientos son errados. Hay verdades que
se entienden mejor cuando les precede un pequeo remordimiento de la
conciencia, del alma. Pero, a quin importa lo que se pueda decir o no? En
caso de que yo mismo me tomara mis propias palabras en serio, lo cual, ahora
que lo pienso, no creo. Aqu quien escribe soy yo. Y mis verdades quieren
emerger de las profundidades de mi alma como espectros sin tiempo. Bah!
Qu desengao! Pero a qu estas repugnancias? Siempre v en mi espritu la
misma fuerza que impulsaba mis creencias. Mi gran desprecio.
Rebelin del espritu. La realidad humana reducida a su condicin de
decadencia espiritual. No podra sino sonrer junto con todos mis demonios por
estos hiladores de teatros objetivos, de vanagloria. Las Legiones del Dios del
Norte haban abierto la puerta del mundo subterrneo. La corrupcin del
hombre. Estos escritos, palabras sin nombre.
- Sabes? Me resista a creer que haca parte de aquella jaura grotesca de
espritus vulgares. Cre ver un atisbo de la profundidad del mar en mis
palabras. En mi arrogancia. Pero me equivocaba. Estaba muy lejos de m.
Jams fui capaz de presentir quin era yo en verdad. En m ya no hallar
definicin alguna. Fui yo quien ya no estuvo cuando crea haberme
encontrado. Qu irona. Pero as es la vida.
-Tal vez las cosas sean mejor as. Hay cosas que merecen ser superadas.
Nuestra humana condicin quizs sea una de esas cosas- respondi ella con un
poco de tristeza.
Septiembre de 1938
Llegu a lo que pareca un parque. Sobre las tablas podridas de una rueda dos
muequitas de trapo abandonadas. La rueda an gira emitiendo un chirrido
irregular e intermitente. Imgenes alucinantes.
Puedo presentir su misteriosa presencia resguardada por un leve resplandor de
la tarde que se eleva por encima de las calles fras y el ocano que lo inunda
todo.
Desciendo un poco ms en el tiempo. Detrs de un muro de ladrillos puedo ver
a una nia de ocho aos. Su mirada refleja un terror indescriptible. Detrs de
ella una nia de cinco aos. Todo es muerte y destruccin.
Un anciano irrumpe en la quietud de esa hora. Todo es confusin. Todo es
surreal. Los relojes parecen haberse detenido.
Un eco atronador se dispersa como un trueno en la lejana. En la ciudad de las
eternas sombras. Luego el ascenso del sacrificio. Slo puedo percibir el soplido
del viento.
Dnde ests?
La calma slo habra de durar unos cuantos instantes. Un enorme pez fue
liberado desde las puertas septentrionales del abismo.
Despus del primero le siguieron muchos otros.
Y el enorme fisstomo, pardo como el lodo, de vientre liso y blanquecino, se
desliz vertiginosamente en las profundas calles de la ciudad perdida.
Su cuerpo sin escamas segua su enorme cabeza. De su hocico ciclpeo y
obtuso colgaban largas barbillas, que se desprendan como las barbas de un
monstruo milenario.
Y pude observar como esta enorme bestia infliga miedo y terror a la
humanidad que en el abismo se esconda. Pude observar como sta degluta
centenares de cuerpos humanos y luego se esconda en las ruinas del distrito
judo.
De cuntas diferentes formas se puede hacer justicia a los hombres?
Un fro vaco en mi estmago, debo buscar refugio de la gran bestia.
Ingresamos en uno de esos antiguos edificios.
Afuera el sonido de la lluvia sobre las tejas sucias.
Entonces se acerc una extraa criatura de vientre abultado, como un ave de
mltiples e inesperados colores, entre su pico un manuscrito en la que se puede
ver una letra que representaba la muerte y la peste en esa regin tenebrosa.
San Antonio en un bote con Belial y el Rab Negro, puedo observar el farol
iluminando el abismo. Pescan en este mar de tribulaciones.
San Antonio, jaula, pjaros negros. Afliccin que habra de forzar la retirada.
Jerusaln, cuando cay su pueblo en mano del enemigo y no hubo quien la
ayudase, Se acord de los das de su