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Una lectio difficilior en un soneto difícil de Quevedo («Oh, fallezcan los blancos, los postreros»). Una conjetura, sustentada en un texto de Persio, que da luz al lugar y al soneto* FRANCISCA MOYA DEL BAñO Universidad de Murcia El soneto en que se encuentra la lectio que nos va a ocupar y que presenta al- gunos problemas es el siguiente: «¡Oh, fallezcan los blancos, los postreros años de Clito! Y ya que ejercitado, corvo reluzga el diente del arado, brote el surco tesoros y dineros. Los que me apresuré por herederos, 5 parto a mi sucesión anticipado, por deuda de la muerte y del pecado, cóbrenlos ya los hados más severos». ¿Por quién tienes a Dios? ¿De esa manera previenes el postrero parasismo? 10 ¿A Dios pides insultos, alma fiera? Pues siendo Stayo de maldad abismo, clamara a Dios, ¡oh Clito!, si te oyera; ¿y no temes que Dios clame a sí mismo? Este soneto, editado por primera vez por González de Salas en el Parnaso es- pañol 1 , mantiene en las sucesivas ediciones 2 idénticas lecturas, y plantea * He elegido este trabajo para el Homenaje al Prof. Morocho Gayo porque estoy segura de que le divertirá, lo que no quiere decir que dé por buena mi conjetura, ni mi incursión de este modo en una ciencia —la textual— de la que él era y es un grandísimo maestro. En estas páginas va mi admiración, respeto y cariño a Gaspar, intelectual sabio y prudente, en quien encontré siem- pre al compañero y amigo, y que es uno de los grandes cimientos de la Filología Clásica en la Uni- versidad de Murcia. ' El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas castellanas, donde se con- tienen Poesías de Don Francisco de Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago, señor de la

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Una lectio difficilior en un soneto difícil de Quevedo («Oh, fallezcan los blancos, los postreros»). Una

conjetura, sustentada en un texto de Persio, que da luz al lugar y al soneto*

FRANCISCA M O Y A DEL B A ñ O

Universidad de Murcia

El soneto en que se encuentra la lectio que nos va a ocupar y que presenta al­

gunos problemas es el siguiente:

«¡Oh, fallezcan los blancos, los postreros años de Clito! Y ya que ejercitado, corvo reluzga el diente del arado, brote el surco tesoros y dineros.

Los que me apresuré por herederos, 5 parto a mi sucesión anticipado, por deuda de la muerte y del pecado, cóbrenlos ya los hados más severos».

¿Por quién tienes a Dios? ¿De esa manera previenes el postrero parasismo? 10 ¿A Dios pides insultos, alma fiera?

Pues siendo Stayo de maldad abismo, clamara a Dios, ¡oh Clito!, si te oyera; ¿y no temes que Dios clame a sí mismo?

Este soneto, editado por primera vez por González de Salas en el Parnaso es­

pañol1, mantiene en las sucesivas ediciones2 idénticas lecturas, y plantea

* He elegido este trabajo para el Homenaje al Prof. Morocho Gayo porque estoy segura de que le divertirá, lo que no quiere decir que dé por buena mi conjetura, ni mi incursión de este modo en una ciencia —la textual— de la que él era y es un grandísimo maestro. En estas páginas va mi admiración, respeto y cariño a Gaspar, intelectual sabio y prudente, en quien encontré siem­pre al compañero y amigo, y que es uno de los grandes cimientos de la Filología Clásica en la Uni­versidad de Murcia.

' El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas castellanas, donde se con­

tienen Poesías de Don Francisco de Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago, señor de la

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33θ Francisca Moya del Baño

problemas, en mi opinión, todavía no resueltos. Intentamos en este trabajo ofrecer una hipótesis, a nuestro juicio, verosímil, aun cuando, como toda hi­pótesis, no pretenda dar por resueltas una serie de cuestiones que vienen de antiguo, y mucho menos hacerla pasar de verosímil a verdadera. Como in­dica el subtítulo del trabajo, nos aporta la ayuda el texto de Persio, y fun­damos nuestra conjetura en una posible mala lectura —y mal entendi­miento- de un término del texto quevediano por parte de su primer editor, término en el que los siguientes, a mi entender, tampoco repararon.

Como es suficientemente conocido, González de Salas editó la mayor parte de las poesías de Quevedo; también lo es que de muchas de estas poe­sías no quedan manuscritos; de este soneto no se conoce, al menos hasta hoy, ninguno, por lo que se cuenta con el testimonio impreso. Es igualmente sa­bido que González de Salas acompañó su edición de una serie de notas a las diversas composiciones, además de varias eruditas disertaciones a las distin­tas partes o Musas, en que aparecen divididas las poesías3. En el soneto que nos ocupa obró de modo semejante, aunque él mismo tuvo dificultades de entendimiento y, en consecuencia, las aclaraciones que ofrece no son sufi­cientes, puesto que omite hacer referencia a los auténticos problemas4.

villa de la Torre de Juan Abad: que con adorno y censura, ilustradas i corregidas salen ahora de la Librería de don Ioseph Antonio González de Salas (...) Lo imprimió (...) Diego Díaz de la Ca­rrera, año 1648, a costa de Pedro Coello, Mercader de Libros. Esta obra, como es notorio, fue ob­jeto de sucesivas reediciones. Citamos por la de Madrid de 1772, por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. Corresponde al tomo IV de las Obras de Quevedo, y el soneto que nos ocupa pertenece a la MUSA II, Polymnia; tiene en ella el n° 66 y se encuentra en las páginas 65-66; men­cionamos la obra como Parnaso.

2 Nos limitamos a mencionar la edición de Blecua: Francisco de Quevedo, Oirá poética, edición de José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, 1999, 3 vols. (=1969-1970-1971, respectivamente); el soneto, que lleva el número 91, está en el volumen primero, p. 230; y la de Rey: Francisco de Que­vedo, Poesía Moral (Polimnia), por Alfonso Rey, 2* ed. revisada y ampliada, Madrid, Támesis, 1999, en pp. 253-255; el soneto es el número 66; la primera edición crítica y anotada había aparecido en la misma editorial en 1992. En la puntuación hay, sin embargo, leves diferencias entre las edi­ciones. El texto que hemos reproducido es el de Rey, 1999.

3 Sobre esta edición puede verse F. Moya, «Salas, un humanista al trabajo», en Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico 11.2. Homenaje al Profesor Luis Gil, Cádiz, 1997, pp. 455-478, espe­cialmente en 468-478.

4 Sobre el papel de Salas en la edición del Parnaso, sobre lo que es aportación suya y qué mé­ritos se arroga, véase el interesante trabajo de R. Cacho Casal, «González de Salas editor de Que­vedo: El Parnaso español», en Annali dell'lstituto Universitario Oriéntale, Sezione Romanza 43, 2, (2001), pp. 245-300.

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El título que encabeza el soneto en la edición del Parnaso reza así: Cie­gas peticiones de los hombres a Dios. Se sitúa después la introducción, que re­producimos literalmente:

Este soneto es imitado de Persio en la sátira 2, y ansí es de sentencia dificultosa; y aunque se ayudó en algunas partes para su inteligen­cia, no basta sin alguna declaración. Representa los injustos votos y pretensiones que se suelen pedir a Dios; estos se contienen en los quartetos en persona de Clito. Luego en el postrero terceto hace este argumento: Stayo, perversísimo hombre, si oyera iguales peticiones, exclamara á Dios: «Señor ¿cómo lo sufres?» No, pues, podrá el mesmo Dios dexar de exclamar á sí propio, siendo la summa Bon­dad.

Además de esta introducción, González de Salas aportaba unas notas que se limitan a «heredipetas», que ilustra el verso 5, y a tres citas latinas5, que son Dejove quid sentís [Pers. 2, 18] para «por quién tienes a Dios» (v. 9); Dic age dum Staio: Ρroh Júpiter, Júpiter, o bone, clamet [Pers. 2, 22-23], para «cla­mara á Dios, oh Clito» (v. 13) y At sese non clamet Júpiter ipseP [Pers. 2, 23], para «Y no temes que Dios» (v. 14). Así, sin mayor información, concluye su aportación al esclarecimiento del soneto.

Ahora bien, a nadie que lea el soneto le pasa desapercibido que el pro­blema está, sobre todo, en los cuartetos, muy difíciles de entender, y acerca de estos, salvo heredipetas, las notas de González de Salas brillan por su au­sencia.

La introducción antes reproducida habla de «sentencia dificultosa»; y también de que «se ayudó en algunas partes para su inteligencia», lo que se podría entender de dos maneras: bien que Quevedo al adaptar el texto de Persio, cosa nada sorprendente, lo intentó esclarecer, o bien que la «ayuda» procede del propio Salas, que de alguna manera «manipuló el texto»; final­mente Salas alude al contenido del soneto, ya anticipado en el título; el so­neto trata de las súplicas, oraciones o votos que se apartan de lo justo.

Las explicaciones de Salas no aclaran, pues, el soneto; Blecua, por su parte, se limita a reproducir la información y notas de Salas; el comentario de Rey, muy completo y erudito, sobre todo en la segunda edición de Po-limnia, no acierta en la solución de problemas inherentes, por lo que el so-

5 Omite decir que son de la sátira segunda de Persio al no considerarlo, sin duda, necesario, puesto que previamente ha dado esta información; tampoco ofrecerá, como era habitual, el nú­mero de los versos.

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neto permanece poco inteligible y, es más, alguna afirmación suya resulta, a

nuestro juicio, algo extraña. Partiremos de él, puesto que es una reconocida

autoridad en Quevedo y es el único que ha llevado a cabo un comentario de

bastante envergadura6.

Rey reproduce lo que se lee en Parnaso, tanto el «título» como las pa­

labras de González de Salas, que también hemos reproducido antes; y tras

situar el soneto, viene su comentario, que reza así:

La mayor dificultad de este soneto reside en los cuartetos y arranca de la adaptación de la fuente. Comentó el propio Quevedo en Job (p. 1490b) que los hexámetros de Persio describen «Cuatro diferencias deste género de pecar», representadas por diferentes personajes. Pero sus ocho primeros endecasílabos traban, sintáctica y semántica­mente, lo que en el modelo estaba simplemente yuxtapuesto. Clito articula varios deseos: en 1-2, el de su propia muerte; en 3-4, el ha­llazgo de un tesoro; en 7-8, que la Parca cobre en dinero (obtenido de la manera indicada en 5-6) la deuda que, en cuanto humano, tiene con ella. De este modo Quevedo encierra en una sola plegaria lo que Persio exponía en varias. En los tercetos el hablante, tras pre­guntar a Clito si espera afrontar la muerte de semejante manera, co­menta que incluso Stayo se escandalizaría oyendo tales deseos.

Antes de aportar sus notas «aclaratorias», añade Rey que las palabras de Sa­

las, a saber, que «se ayudó en algunas partes para su inteligencia», sugieren

alguna manipulación del texto.

Hasta aquí el «comentario» de Rey que, en nuestra opinión, tampoco

facilita el entendimiento del soneto, a la vez que incorpora alguna nueva di­

ficultad7. Las notas que siguen, muy interesantes y eruditas, tienen, en

nuestra opinión, el inconveniente de estar gobernadas por la previa inter­

pretación que Rey ha hecho del soneto, por lo que, pese a aducir lugares pa­

ralelos muy apropiados y elocuentes, no percibe las semejanzas entre ellos y

no llega a extraer las consecuencias oportunas.

6 Antes se ocupó de este soneto S. López Poza, «Interpretación de un oscuro soneto de Que­vedo», Concepción Arenal. Ciencias y Humanidades, 8 (1984), pp. 70-78. El estudio de esta autora, pese a sus virtudes, no acierta, como reconoce ella misma, en el entendimiento del soneto; es más, en ella predomina la idea de que Clito piensa en un «suicidio», y esta es la que, sobre todo, guía sus páginas.

7 Por ejemplo, ¿cómo se explica que, en los versos 1-2, el primer deseo de Clito sea el de su propia muerte? Esta interpretación nos parece, sencillamente, imposible. No es lógico que Clito desee ni pueda desear para sí mal alguno. Tampoco resulta fácil de entender cómo la Parca va a cobrar «en dinero» deuda alguna, como, en su opinión, dice Quevedo en los versos 7-8.

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Por ejemplo, en la nota primera, al verso 1, comenta «fallezcan», y lo glosa con «falten», «acaben», y a continuación añade: «Clito pide que su vejez no llegue, o que se acabe si ya está en ella»; añadirá para ilustrar el va­lor asignado a «fallezcan» un testimonio de Cuervo.

En cuanto al contenido de esta nota, podríamos decir que no es lo mismo que no llegue la vejez y querer morir, pero, lo que no es lógico es que Clito pida su muerte, como dijo Rey en el comentario y ahora, de al­guna manera, mantiene.

Notas oportunas son las aducidas a «brote el surco tesoros»8, «y del pe­cado»9, la muy erudita a «los hados más severos»10, la aportada a «ya que»11 y, prácticamente, las de los dos tercetos, que, por otra parte, no ofre­cían ni ofrecen apenas problemas12; sin embargo, dificultades encontramos en las notas ofrecidas a «los que»13, del verso 5, en donde no creemos que haya que entender, como hace Rey, que su antecedente es «dineros»; tam­poco creemos que acierte en la nota a «me apresuré»14; que haya que en-

8 Dice que es una metáfora construida sobre el texto de Persio 2, 10-12, del que ofrece texto latino y traducción francesa de la que se sirve (Perse. Satires, texte établi et traduit par A. Cartault, París, «Les Belles Lettres», 19292), añadiendo que una plegaria similar se encuentra en Horacio, Sermones II 6, 10-13.

9 Leemos en Rey que «a la noción clásica de que el hombre debe su vida, Quevedo añade otro matiz: la deuda generada por los pecados», y añade como aval ilustrativo un texto del Dis­curso de todos los diablos.

10 Literalmente: «los hados más severos: en la ¡liada se menciona a las Ceres 'imagen del Des­tino, que se lleva a cada héroe en el momento de su muerte [...] representadas en forma de seres alados, de color negro, con grandes dientes blancos, horribles', señala Grimal [1982: 98], quien añade que en la época clásica tienden a confundirse con las Moiras o Parcas y las Erinias. El hado quevediano, aunque entroncado con esa tradición, tiene una fisonomía menos precisa. Respecto al adjetivo severo, véanse contextos similares en 17:4 y 29:7». La obra de P. Grimal, Diccionario de la mitología griega y romana, es citada por su traducción castellana de Ε Payarols, Barcelona; en cuanto a las referencias que hace a versos de sonetos del propio Quevedo son «y el enojo del Euro más se­vero» en el soneto 17, en que no se explica «severo» y «ocio tienen los golfos más severos», del 29, al que tampoco acompaña nota.

" Leemos en Rey: «ya que: posiblemente con valor temporal. Cfr. Keniston 28. 56 y 29. 811. 'Tan pronto como se ponga en uso el arado, haga brotar el surco tesoros'». La obra de H. Ke­niston es The Syntax ofCastilian Prose, The University of Chicago Press, 1937.

12 En el verso 9 reproduce lo dicho por Salas; en el 10 ofrece la definición de «parasismo» de Covarrubias; en el 11 explica insultos como «peticiones que constituyen un insulto»; en el 12 explica quién es el Stayo de Persio, y en 13 y 14 se repiten las citas latinas aportadas por Salas.

13 los que: su antecedente es «dineros». u Es una nota amplia y repleta de información, que creemos oportuno reproducir: «apresuré:

con valor transitivo, sobreentendiéndose 'me apresuré a cobrar, ejecuté en mi beneficio'. Así pues, 'los dineros que me apresuré a cobrar en una herencia anticipada', como si Clito hubiese propi­ciado la muerte de quien le precedía en la línea sucesoria. En tal caso existiría otra influencia de Persio: Pupillumve utinam, quemproximus heres I inpello, expungam 2, 12-13. Diego López [1642: 43] explica así ese fragmento: Ve utinam, o oxalá, expungam pupillum, yo quite al pupilo. Quiere dezir: Muera aquel que primero que yo es llamado por heredero en el testamento, quem, al qual, haeres

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tender este verbo como «me apresuré a cobrar», «ejecuté en mi beneficio», aunque hay que reconocer que Rey casi vislumbra el sentido del soneto, cuando dice «como si Clito hubiese propiciado la muerte de quien le pre­cedía en la línea sucesoria»; el texto de Diego López, que aporta, también le podría haber inducido a buscar otras soluciones, como igualmente el que añade a continuación, de Los sueños del propio Quevedo, que clarifica aún más nuestro soneto, pero que tampoco es utilizado adecuadamente.

El soneto es, desde luego, oscuro; Quevedo es difícil y, a veces, es, por decisión propia, especialmente ininteligible; este podría ser un caso para­digmático, en el que quizá quiso poner a prueba a sus lectores. Ahora bien, lo que, en mi opinión, no plantea duda es que el personaje, Clito, dominado por la avaricia, lo único que pretende es recibir dinero, y la manera más fá­cil de hacerse con dinero es encontrar un tesoro o heredar, y para heredar, salvo excepciones, se requiere la muerte de alguien, o del que tiene el dinero o / y del que es un obstáculo para recibir una herencia, es decir, del que está delante en el testamento. Esa deducción fácil, por lógica y habitual en to­dos los tiempos, es la que se ve representada en el soneto y, como veremos, avala de modo decidido Persio, que es el modelo indiscutible de estos ver­sos quevedianos.

Sí, ciertamente la lectura de Persio facilita la comprensión de este so­neto; y quizá fue una relativa familiaridad con el poeta de Volaterra lo que me permitió entender el poema de Quevedo de manera, por lo menos, cer­cana a su «modelo». No vamos a insistir en que Quevedo recrea a los clási­cos y que Persio es uno de sus autores predilectos, con el que tiene una gran sintonía intelectual; lo podrían haber descubierto los estudiosos, pero Gon­zález de Salas les ahorró el trabajo; él dejaba claro en su nota que este soneto era imitación de Persio y, desde luego, no se equivocaba; había, además, como veremos, en el propio soneto una clara alusión a la fuente.

proximus, yo siendo el heredero mas cercano después del, impello, muevo, sigo, como el agua, que la que viene detrás, echa a la que va delante, y la mueve». Hasta aquí la primera parte de la nota; reproduce el heredipetas de Salas y se detiene Rey en la figura del «captador de herencias» con un texto del Satyricon, o referencias a lugares de Juvenal y Marcial. Finalmente —y volvemos a citar li­teralmente— añade: «En Los Sueños un condenado había hecho estas peticiones: 'Señor, muera mi padre y acabe yo de suceder en su hacienda', 'Llevaos a vuestro reino a mi mayor hermano y ase­guradme a mi el mayorazgo', 'Halle yo una mina debajo de mis pies', Έ1 rey se incline a favore­cerme y véame yo cargado de sus favores' (pp. 232-33). Pero aquí, como en Persio, se trata de pe­ticiones yuxtapuestas no trabadas en una secuencia».

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La sátira segunda ha sido una de las más admiradas e imitadas, y nues­

tro Quevedo, al decir de Salas, la había traducido15; de ella hace recreacio­

nes-traducciones en varios lugares de su obra16 y, en concreto, en el soneto

que nos ocupa los versos 9-14 están detrás de los cuartetos, y no solo esos,

como también indicaba Salas; los tercetos se sustentan en los hexámetros

18-23 de la misma sátira segunda.

Comenzamos por el primer pasaje y ofrecemos el contexto en que se

encuentran los versos 9-14.

non tu prece poscis emaci Quae nisi seductis nequeas committere divis. At bona pars procerum tacita libabit acerra. 5 Haud cuivis promptum est murmurque humilesque susurros Tollere de templis, et aperto vivere voto. Mens bona, fama, fides, haec clare et ut audiat hospes; Illa sibi introrsum et sub lingua murmurat: o si Ebulliat patrui praeclarum funus! et o si 10 Sub rastro crepet argenti mihi seria dextro Hercule! pupillumve utinam, quem proximus heres Impelió, expungam! namque est scabiosus et acri Bile tumet. Nerio iam tertia conditur uxor17.

«Tú no pides con plegaria mercantil lo que no podrías encomendar a los dioses sino llevados aparte. Pero una buena parte de los proce­res acostumbra a hacer un sacrificio con silencioso incensario; no es cosa fácil para cualquiera arrancar de los templos el murmullo y los

" En Parnaso, p. 90, tras decir Salas que él había traducido la sátira tercera de Persio, añade: «y con cuya emulación ingenua y amigable volvió nuestro D. Francisco en rythmos semejantes la II. del mismo Persio, que hoy esconde igualmente, como tantas otras Poesías, mano iniqua y en­vidiosa». Salas decía haberla traducido en «números castellanos».

16 Por ejemplo, en los sonetos «Con mudo incienso y grande ofrenda, oh Licas» (Blecua 132), «Porque el azufre sacro no te queme» (Blecua 53), «Que los años por ti vuelen tan leves» (Blecua 64), etc.

17 Ofrecemos el texto de Nebrija (cf. Aelii Antonii Nebrissensis Grammatici in A. Persium Flac-cumpoetam Interpretatio (...), Hispali, impensis permagnis loannis Laurentii librarii arte et ingenio Iacobi Kromberger Alemani, 1504, en la edición de M. del Amo, Los Comentarios de Nebrija a Per­sio. Edición y estudio, Murcia, 2000), que coincide prácticamente con el texto que leemos en la edi­ción de I. B. Ascensio (Auli Flacci Persii Satyrici ingeniosissimi et doctissimi Satyrae (...) Iodoci Badil Ascensii; loannis Baptistae Plautii, loannis Murmellii Ruremundensis, loannis Britannici Bri-xiani, Aelii Antonii Nebrissensis (...) cum quinqué commentariis, París, 1523), salvo en que aquí se lee ebullet (v. 10), en vez de ebulliat; Casaubonus (Auli Persi Flacci Saturarum líber, Isaacus Ca-saubonus recensuit, et Commentario libro illustravit, París, 1606) ofrece ebullit y, además, condi­tur en vez de ducitur (v. 4); estas u otras variantes no cambian, sin embargo, el sentido del texto.

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susurros ahogados, ni vivir con ruegos que puedan oírse. Buena mente, fama, lealtad, esto claramente y para que lo oiga el de al lado. Lo que sigue lo murmura para sus adentros y entre dientes: ¡oh, así irrumpiera el excelente funeral de mi tío!; y ¡oh, así bajo el arado sonara para mí una vasija de plata, por la gracia de Hércules!, u ¡ojalá hiciera yo desaparecer al pupilo, al que empujo, como si­guiente heredero!, pues está sarnoso y se hincha de acre bilis. Nerio ya se casa por tercera vez»18.

Este pasaje de Persio hace distinción entre unas preces dirigidas a los dio­ses, las buenas y justas preces, que el suplicante, en este caso su amigo Ma-crino, puede hacer abiertamente, pues todos pueden oírlas, y aquellas que otros hacen en secreto, como quien se lleva separada a una persona de un grupo para hablar de algo o pedirle algo que no se atrevería a decir o pedir delante de los demás; esta es la plegaria del que cree que puede mercadear con Dios, que Este tiene que darle todo lo que se le antoje a cambio de ora­ciones y sacrificios rituales, las preces emaces, que precisan seducere, llevar a los dioses aparte, las que se hacen en lugares, que los había en los templos, apartados, con «incensario silencioso», es decir, con incienso que acompaña una súplica que se hace en oculto silencio, con susurros o murmullos, entre dientes o, como dice, debajo de la lengua; nada que se oiga sale de la boca; esos ruegos son, por desgracia, los habituales; es difícil al hombre vivir de la otra manera, la correcta, vivir sin pedir nada que no merezca ser oído por todos, vivir «con la puerta abierta», sin secretos, que es lo que significa aperto vivere voto; la mayoría de la gente tiene siempre algo que ocultar y pide en secreto y silencio cosas como las que vienen a continuación, ya que una buena parte de la gente está dominada por la avaricia, la cupiditas.

Así pues, lo que piden en silencio quienes dirigen a los dioses votos in­justos es, según el texto de Persio: 1) que se muera un tío para heredar él; 2), que en su campo, al ararlo, aparezca un tesoro; 3) que se muera el pu­pilo, del que heredará, y 4) que se le muera la esposa para quedarse con la herencia, lo que se ilustra con un personaje, Nerio, que ya ha enterrado a más de una, y de las que ha heredado, y que, naturalmente, está decidido a

18 Otros interpretan «entierra a su tercera esposa»; en cualquier caso lo que se dice es que Nerio se casa y enviuda, y se sobreentiende que enviudando es como se enriquece, al heredar de sus esposas; sobre si ducitur en este texto hay que entenderlo como «casarse» o «enterrar», discu­ten los intérpretes; elegir la acepción de «enterrar» llevó a conjeturar conditur (así en Casaubonus) en vez de ducitur; sobre esto puede verse M. del Amo Lozano, «Las anotaciones de L. I. Escopa a la obra de Persio», Myrtia 12 (1997), pp. 71-84, sobre todo, 81-83.

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seguir heredando de la misma manera, lo que ocurrirá casándose y, luego, enviudando.

Todos estos votos, pues son injustos, se podrían considerar «insultos» a Dios, pues piden la riqueza, lo que a los dioses no se debe pedir, y mucho más porque para conseguir esta riqueza se pide sin recato ninguno la muerte de quienes dificultan que el dinero llegue a las manos de la persona interesada. Todas estas peticiones se hacen, además, como se informa luego, siguiendo rigurosamente el ritual externo, como si los dioses pudiesen ser movidos y convencidos por las ofrendas que se les hacen.

Hasta aquí el pasaje y nuestra breve glosa del texto de Persio. Con esta ayuda volvamos a Quevedo para establecer las semejanzas. Hay que tener en cuenta que el soneto se divide claramente en dos partes. En los cuartetos se escuchan las palabras de Clito19, el orante que pide lo que no es justo pedir. En los tercetos oímos las palabras del interlocutor que se dirige a Clito —él, por tanto, era el que hablaba— reprochándole el modo de actuar y previ­niéndole de la reacción divina.

Comenzamos con los cuartetos. En el soneto quevediano, insistimos, escuchamos directamente las palabras de Clito que dirige sus ruegos a los dioses; en Persio, recordamos, aparecía el sujeto en tercera persona; es una buena parte de los proceres (bona pars procerum, v. 5) la que hará ofrendas (//'-babit) y la que sin que nadie pueda oírlo, para dentro y entre dientes {illa sibi introrsum et sub lingua murmurat, v. 9), pedirá, lo primero, la muerte de un tío.

Y es precisamente eso (o si I ebulliat patrui praeclarum funus, vv. 9-10) lo que pide Clito, en una traducción a la vez que adaptación que de Persio rea­liza nuestro Quevedo en endecasílabo y medio (Oh, fallezcan los blancos, los postreros / años (?) de Clito!). Y aquí, precisamente en el término «años», con el que comienza el segundo endecasílabo, es donde está la lectio difícil, que necesita ser corregida, y a la que hemos intentado aportar nuestra con­jetura.

No se puede entender y, a nuestro juicio, no ha sido explicado satisfac­toriamente qué significa «fallezcan los años de Clito»; no he encontrado acepción alguna de «años» que, a mi juicio, dé luz a este texto, y lo que es más importante, lo que aquí se necesita es que «muera alguien» distinto a

19 El nombre de Clito, aunque hay algunos personajes, sobre todo, mitológicos, que lo lle­van, me parece que no es otra cosa que el adjetivo griego klutós, «célebre», «famoso»; con no poca ironía sería llamado «el ínclito», ínclito, famoso, sí, pero no por sus buenas obras, pensamientos ni deseos.

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338 Francisca Moya del Baño

Clito, no sus años. La luz se la ofrece, como ya el lector amable habrá muy probablemente adivinado, el «oscuro Persio».

Clito hace ciertamente una ciega petición a los dioses, como la hacía en Persio la gente que pedía que muriese su tío paterno, su patruus20; Clito no desea que fallezcan sus «años», sino que fallezcan algunas personas de las que puede heredar, y esas personas concretas son sus «tíos»; no se trata de un tío, en singular, sino de todos los que tiene y de los que él, natural­mente, piensa heredar; esta es la conjetura que aportamos o, mejor, la en­mienda del texto transmitido por Salas y conservado en las sucesivas edi­ciones; Quevedo no escribió en el soneto «años», sino «tíos»; «tío» es la traducción castellana de patruus. Es, pues, una conjetura facilis a una lectio difficilior.

González de Salas leyó mal «tíos», que paleográficamente es posible confundir con «años», sobre todo, si se tiene en cuenta que la «t» aparece a principio de verso y sería escrita en un tamaño mayor que las restantes le­tras y con una forma que fácilmente sugeriría la de una «a»; la tilde de la «i» acentuada la confundiría con la de la «ñ»; el «años» resultante, como afirmaba Salas, hace, desde luego, «la sentencia» bastante «dificultosa», pero la dificultad proviene del editor que transmitió lo que no escribió Quevedo.

Clito desea, pues, que mueran sus tíos, los «blancos», es decir, que ya son viejos, y lo son, de manera especial, desde el punto de vista del «here­dero»; los «postreros», es decir, todos, desde el último en la línea de suce­sión21; es un deseo malvado, pero es lo que quiere Clito, aunque, en vez de decir «que se mueran mis tíos», dice con cierta distancia: «que se mueran los tíos de Clito»; y, quizá, no haya solo distancia; Clito quiere dejar claro a Dios quiénes son los que deben morir, y para no dar lugar a confusión, dice su nombre.

Que este texto («Oh, fallezcan los... tíos de Clito») quiso «traducir» con variación el verso 10 de Persio (o si I ebulliat patrui....) lo avala el hecho de que el siguiente deseo formulado por Clito, el de encontrar un tesoro mientras ara el campo, procede directamente de los versos siguientes de

20 Cf. o si I ebulliat patrui praeclarum funus! (vv. 9s.). Este pasaje también tiene varias lectu­ras, pero idéntica interpretación; se pide que muera el tío paterno; puede verse F. Fortuny Previ y F. Moya del Baño, «Persio II 9-10. Diversas propuestas desde el Humanismo», en Res publica litte-rarum 25 (2002), pp. 181-191.

21 «Postrero» es exactamente «el último en orden» (Covarrubias); «último en una lista o se­rie» (DRAE); hay que reparar en que muerto el «último», quedará el siguiente como «último», es decir, se convertirá entonces en «postrero»; y así sucesivamente.

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Persio (Et, o si sub rastro crepet argenti mihi seria dextro Hercule/, w . 11-12),

pasaje que nuestro Quevedo ha amplificado para llenar con dos deseos el primer cuarteto. Ambos anhelos están tan íntimamente ligados en el pen­samiento de Clito que comparten un endecasílabo, el segundo.

La segunda petición también es clara: pide que brote el surco (el surco que hace el arado) dineros y tesoros cuando el arado se ponga a trabajar, es decir, «ya que reluzga», pues «el arado luce» cuando trabaja y ahonda en la tierra y al chocar con las piedras se producen destellos22; brote los dineros y tesoros cuando se ejercite («ejercitado» insiste en la idea de que el arado está labrando). Vemos en estas palabras cómo se contempla el surco ha­ciendo brotar (preciosa imagen), como si de frutos de la tierra se tratara, te­soros (de oro, plata, piedras preciosas) y dinero.

«Brote», pues, está haciendo la misma función que «fallezcan»; son los subjuntivos de deseo; representan las oraciones de Clito. «Reluzga», sin embargo, es un verbo introducido por «ya que»; «ya que reluzga» es igual a «en el momento en que reluzga». Quizá merece la pena observar el orden o distribución de las palabras, que dificulta, en principio, su fácil entendi­miento, pero solo a primera vista; una lectura más atenta resuelve proble­mas e, incluso, aporta información; así, por ejemplo, el lugar de «ejerci­tado» en el endecasílabo sugiere que va, como si de un poema latino se tratase, muy relacionado con arado, que ocupa el mismo lugar en el verso siguiente, lo que no supone, lógicamente, que se niegue su relación con «diente»; esta distribución de términos puede valer de ejemplo de elabora­ción minuciosa por parte del poeta.

En cuanto a su relación con el texto de Persio, es fácil comprobar que en Quevedo encontramos «traducido» el lugar de Persio correspondiente casi completo, no ad litteram, sino ad sensum; cf. rastro y «corvo diente del arado23»; argenti seria y «tesoros y dineros»; además, sería muy posible que el «movimiento» que implica el verbo crepare le hubiera sugerido a Que­vedo el uso de «brotar».

El segundo cuarteto quevediano es igualmente, y como ya se ha vis­lumbrado, casi una «traducción» de Persio, en concreto, de los versos 12-

22 Un arado, un rastrillo, una azada, etc. «que no luce» se dice del que está guardado y no trabaja.

23 La relación con el texto latino explica «corvo» y «diente»; en Persio leemos sub rastro y en latín el adjetivo curvus suele acompañar a este sustantivo (cf. Catull. 64, 39: non humilis curvis purgatur vinea rastris)\ el arado también tiene dientes; de rastri quadridentes habla Catón en su De agricultura 10, 3 & 11, 4;; «corvo» podría ir referido tanto a «diente», como a «arado»; la refe­rencia, al menos, está aludida.

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34θ Francisca Moya del Baño

14, desde pupillumve a tumet {pupillumve utinam, quem proximus heres I impello, expungam! Namque est scabiosus, et acri I hile tumet: «¡ojalá hiciera yo desapa­recer al pupilo, al que empujo, como siguiente heredero!, pues está sarnoso y se hincha de acre bilis»).

En Persio se desea la muerte del pupilo; el tutor, uno de esos orantes24, de­sea la muerte de su pupilo porque él es «el más próximo» heredero; por eso lo va empujando para pasar delante de él, para quitarlo de en medio25. Es evidente que cuando el pupilo —primer heredero— muera, ocupará el primer lugar el que ahora es segundo, el tutor, puesto que el tutor era el heredero legítimo del pu­pilo. En Persio, además, se justificaba no sin ironía la petición de la muerte del «pupilo»; estaba enfermo; es decir, casi se trataba de «compasión»26.

Quevedo «traduce» el pensamiento y las palabras de Persio con maes­tría. El ruego malvado e injusto de Clito es: Que se mueran, «cobren los Hados más severos», es decir, la Parca o la Muerte, «a los que yo me apre­suré»27 por herederos, es decir, a aquellos que yo intenté con premura y por todos los medios que se situaran (por herederos, como herederos) detrás de mí —heredero también— en la línea de «recepción de la herencia», pero que, sin embargo, se anticiparon —fueron «un parto» que se anticipó o se colocó delante— a mi sucesión.

«Parto», comopartus en latín, puede ser «hijo», «criatura», y este o es­tos «partos» pueden ser los «hermanos» de Clito, como avalaría otro texto de Quevedo28; él hubiese querido que naciesen después de él y, por tanto,

24 Esa mayoría de gente que dirige a los dioses sus votos. 25 Lo hace, como explican los comentaristas, a la manera del que corre en medio de una mu­

chedumbre, para pasar delante, dejando detrás e, incluso, tirado al que molesta en ese adelanta­miento; o como hace la ola del mar que empuja a la que le precede, hasta que desaparece.

26 Esta interpretación es la que, con ciertas variantes, ofrecen los comentaristas de Persio; ofrecemos la de Nebrija (Aelii Antonii Nebrissensis Grammatici in A. Persium Flaccum poetam satyri-cutn interpretatio, Sevilla, 1504; cf. M. del Amo Lozano, Los comentarios de Nebrija a Persio...: VTI-NAM EXPVNGAM PVPILLVM, id est, ex eo testamenti ordine in quo ille prior haeres institutus est ego vero posterior illum ego erradam: id enim significat expungere et dispungere, hoc est delere, QVEM [EGO] HAERES PROXIMVS, id est, post illum secundus haeres relictus, ut illo mortuo ego suc-cedam. IMPELLO, id est, sequor velut unda sequens impellit praecedentem aut qui festinans sequi-tur, impellit praecedentem. NAMQVE EST SCABIOSVS, hoc est, quod illum erigit in spem mortis pu-pilli quoniam est scabiosus, ET TVMET ACRI BILE, id est, cholera vehementi quae signa mortis proximae sunt.

27 «Apresurar» es, según Covarrubias (ad v., en p. 135), «dar prisa»; según el Diccionario de Autoridades (ad v., en el v. I, p. 354) «obrar con calor y viveza» y también «dar prisa a otro, esti­mularle, avivarle para que obre con viveza y celeridad», y aporta locuciones latinas semejantes, aliquem urgere, incitare, adurgere (...). El verbo impeliere (cercano a urgere) de Persio está o puede es­tar en el «apresurar» de Quevedo.

28 El de Los sueños que aduce Rey en nota, que hemos reproducido en nuestra nota 14 («lle­vaos a vuestro Reino a mi hermano mayor»).

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que heredaran a su muerte, la de Clito; pero que, por desgracia, nacieron antes; puede, pues, pedir que se muera su hermano o sus hermanos mayo­res; así se trataría de una personal «adaptación» de pupillus de Persio. Ha­bría así modificado el modelo. Pero «parto» también puede tener otra acep­ción, tratarse de cualquier criatura, de cualquier persona, e incluso, adoptar un valor despectivo, «ese parto», casi como si dijera «ese feto»29 o «ese en­gendro». Entonces traduciría más de cerca el «pupilo» de Persio en el sen­tido de persona que ha sido colocada en la lista de herederos. Ambas inter­pretaciones, son, en nuestra opinión, posibles; más grave es, desde luego, desear la muerte del hermano.

Con todo, Clito piensa también que hay razones para que se mueran, para que los cobren los Hados; como todo mortal, tienen la deuda de la muerte; todos los vivos tienen una deuda con la Parca, y lo propio e inelu­dible es morir; pero Clito añade que tienen la deuda «del pecado», son «pe­cadores».

La relación Persio-Quevedo es, a nuestro juicio, bastante evidente; pu-pillum está en «herederos»; por otra parte, quem proximus beres impello («al que yo próximo heredero», es decir, siguiente heredero, «empujo») se des­cubre en «me apresuré por herederos» (los empujaba para que estuviesen detrás), pero sin conseguirlo; quedaron delante, anticipados. El que está muy enfermo o «sarnoso», que ambas cosas significa scabiosus, y muy mal del hígado (acri bile tumet), se corresponde con lo dicho por Quevedo de que es «deuda de la muerte y del pecado»; la muerte y el pecado equivalen, prácticamente, a lo mismo, mucho más cuando, en el cristianismo, el pe­cado es considerado el origen y causa de la muerte; sin embargo, aquí ha­bría algo más; Quevedo, frente a la enfermedad física de Persio (scabiosus... tumet), habla de la enfermedad moral, la del alma, en claro correlato; es, ciertamente, una manera muy quevediana de traer a Persio al siglo XVII es­pañol.

Hasta aquí las «oraciones» de Clito que provocan la reacción —sorpren­dida y casi asustada— del interlocutor, pues, no hay que olvidar, se trata, como en Persio, de un «diálogo».

También en los tercetos sigue Quevedo el texto de Persio, como ya in­dicara Salas y dejó claro el propio Quevedo; en concreto se trata de los ver­sos 18-23 de la misma sátira segunda:

29 En el Diccionario de Autoridades (t. V, 3° en la edición por la que citamos, p. 143) en «parto» se lee: «se llama también el mismo feto que ha salido a la luz; lat. partus».

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342 Francisca Moya del Baño

De Iove quid sentís? estne ut praeponere cures Hunc— cuinam? cuinam? vis Staio? an scilicet heres? Quis potior iudex, puerisve quis aptior orbis? 20 Hoc igitur, quo tu Iovis aurem impeliere temptas, Dic age dum Staio: pro Iuppiter o bone, clamet, Iuppiter! at sese non clamet Iuppiter ipse?

«¿Qué opinión tienes tú de Júpiter? ¿Es posible que tú procures po­nerlo delante de —¿De quién? ¿De quién? ¿Quieres ponerlo delante de Estayo? ¿Sin duda acaso un heredero? ¿Quién mejor o más ade­cuado juez para los niños huérfanos? Esto, pues, con lo que intentas empujar el oído de Júpiter, ea pues, dílo a Estayo. Clamará ¡por Jú­piter, oh Júpiter bueno! Y ¿no clamará por él el mismo Júpiter?».

Persio en los versos intermedios había informado de que ese personaje que hace tan terribles súplicas, santifica, sin embargo, sus preces con el opor­tuno ritual de purificación, lo que es, lógicamente, un despropósito; por eso le interrogará —y aquí comienza el texto que ahora nos ocupa— sobre qué es lo que piensa de Júpiter. Y le sigue haciendo preguntas con un único fin, que pueda reconocer que Júpiter es mejor persona que Estayo, que hay que «ponerlo delante de Estayo».

El nombre de Estayo es muy oportuno puesto que es, dicho con ironía, «el mejor juez para los niños o jóvenes que se han quedado huérfanos»; es decir, es un juez que no solo no protege a los menores, sino que es su ene­migo. El tal Estayo, personaje que aparece varias veces en Cicerón, era un juez inmoral que, aceptado y cobrado el caso de la defensa de un pupilo es­tafado por su tutor, no lo defendió. Este es el personaje que, dice Persio, pese a su manifiesta inmoralidad, se escandalizaría de las peticiones que hace este orante; en consecuencia, mucho más se escandalizará Júpiter, que debe de ser algo mejor que Estayo.

Una parte del verso 18 está desarrollada en el primer terceto, que de­riva y amplifica el De love quid sentís? Este se corresponde con el muy acer­tado «¿por quién tienes a Dios?» (Júpiter pasa, lógicamente, a Dios). El in­terlocutor se admira de la idea que Clito tiene de Dios, es decir, de que piense que es como el mismo Clito lo imagina, es decir, como él.

El resto del terceto insiste en la misma idea, pues con interrogativas le está diciendo que al pedir a Dios lo que no son sino insultos de un alma fuera de sí, enloquecida, «fiera», no se previene el postrero parasismo; o lo que es lo mismo, se está concitando la exacerbación divina y se está bus­cando su perdición, su propia muerte, pues todo ello se puede ver evocado

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Una lectio difficilior en un soneto difícil de Quevedo 343

en «parasismo»30; obviamente, al ser el «postrero» no deja lugar a dudas de

que será el últ imo que va a sufrir Clito.

En el segundo terceto se siguen de cerca los versos 20-23 de la sátira

persiana; en él, como si de un guiño al lector se tratase, Quevedo descubre

abiertamente su modelo al incluir el nombre de Stayo; se trata del mismo

personaje de Persio; es «un abismo» de maldad, pero, aun siendo así, añade

nuestro poeta, si escuchara las terribles peticiones de Clito (si lo que pide a

Dios se le dijese a Estayo) exclamaría algo así como «¡Dios mío!», «Por

Dios», que eso es «clamara a Dios» que dice Quevedo en el segundo verso

del terceto, todo el cual es la versión española de Dic age dum Staio: Pro

luppiter, o bone, clamet I luppiter (w. 22-23). El tercer verso del terceto y a la

vez cláusula del soneto «Y no temes que Dios clame a sí mismo» es igual­

mente una fiel adaptación de At sese non clamet luppiter ipseP (v. 23); cierta­

mente Stayo clamaría a Dios (eso es el «¡por Júpiter!» o «¡por Dios!»), pero,

como es lógico, Dios no puede clamar por nadie que no sea El, pues está por

encima de todo; por eso, tanto en Persio como en Quevedo, que adapta a

Persio, clamarán por ellos mismos, ¡por Júpiter! y ¡por Dios!, respectiva­

mente.

Este es, en nuestra opinión, el sentido de este oscuro y espléndido so­

neto quevediano, que adapta sutil e inteligentemente una pequeña parte de

la sátira segunda de Persio, centrada, dentro del tema general de las injus­

tas oraciones de los hombres, en la avaricia; los hombres desean el dinero a

cualquier costa y en su locura llegan a pedir a Dios no solo encontrar teso­

ros, sino la muerte de las personas, diciéndole cosas que no serían capaces de

decir ni al peor y más injusto de los hombres.

El soneto tiene sentido de principio a fin si leemos «tíos» en el ende­

casílabo segundo. Así lo leemos:

¡Oh, fallezcan los blancos, los postreros tíos de Clito y, ya que ejercitado corvo reluzga el diente del arado, brote el surco tesoros y dineros!

30 Parasismo o «paroxismo», que es la transcripción del término griego, significa exacerba-tio, incitamentum, accessio morbi (cf. Cornelii Schrevelii Lexicón Manuale Graeco-Latinum et Latino-Graecum, Parisiis, ex Typis Augusti Delalain, 1820, p. 637); en Covarrubias, p. 853, se leía algo similar en la entrada «parasismo»: «Nombre griego paroxusmós, stimulatio, concitado, exacerbado; paroxunetn est incitare. Los accidentes del que está mortal, cuando se traspone, los llamamos vul­garmente parasismos.» Y el DRAE contempla tres acepciones de paroxismo: 1. Exacerbación o ac­ceso violento de una enfermedad. 2. Accidente peligroso o casi mortal, en que el paciente pierde el sentido y la acción por largo tiempo. 3• Exaltación extrema de los afectos y pasiones.

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344 Francisca Moya del Baño

Los que me apresuré por herederos, parto a mi sucesión anticipado, por deuda de la muerte y del pecado, cóbrenlos ya los Hados mas severos.

¿Por quién tienes a Dios? ¿De esa manera previenes el postrero parasismo? ¿A Dios pides insultos, alma fiera?

Pues siendo Stayo de maldad abismo, clamara a Dios, oh Clito, si te oyera; ¿y no temes que Dios clame a sí mismo?

Una vez resuelta la primera dificultad, que radicaba en una mala lectura, es

decir, al sustituir «años» por «tíos», el soneto mantiene la serie de peticio­

nes, todas coherentes, todas siguiendo el modelo de Persio. A las peticiones,

y también con Persio en el origen, encontraremos la respuesta del poeta in­

terlocutor en los tercetos31.

31 Como última nota nos ha parecido oportuno -esperamos que con la venia de Quevedo— ofrecer como resumen final nuestra interpretación, que no es otra cosa que la «reordenación» de un texto, lleno de contenido, ejemplo de arte alusiva, y con una distribución de palabras más «la­tina» que castellana; diría así en los cuartetos: «¡Oh fallezcan los tíos blancos, postreros de Clito!, Y, ya que reluzga el corvo diente del arado ejercitado, ¡brote el surco tesoros y dineros! Los que me apresuré por herederos —(un) parto anticipado a mi sucesión— cóbrenlos, por deuda de la muerte y del pecado, los Hados más severos». Los tercetos, como ya se ha comprobado, no preci­san «interpretación». Una vez «entendido» este soneto necesita un nuevo análisis literario, que quizá abordemos.