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Una noche toledana

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Corría el año 812 y gobernaba en Toledo un joven llamado Jusuf-ben-Amru, hijo de un guerrero muy estimado por el Califa Cordobés, a quien debía que Toledo siguiera bajo su mando pues había conseguido dominar al rebelde Obeidah, que se había sublevado contra su autoridad.

Jusuf gobernaba en Toledo de forma cruel pagando sus injusticias tanto nobles como plebeyos, ejerciendo su poder solamente para deshonrar familias, raptando doncellas las cuales humillaba y daba muerte en su Alcázar.Los artesanos no se libraban de su crueldad pues los atosigaba con fuerte impuestos, que no podían pagar.

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Todo esto hizo que el pueblo no tardara en levantarse contra Jusuf y tomara prácticamente la ciudad. Los nobles lograron imponerse y bajo el mando de Muley contuvieron al pueblo y tomaron las riendas de la sublevación. De esta forma fueron a ver al joven Jusuf para explicarle lo complicado de la situación, lo descontento de la población y que si esto seguía así no tardarían en tomar la ciudad los Toledanos. El joven lejos de entender la situación los amenazó a todos con encerrarles en las celdas del Alcázar. Los nobles ante tal declaraciones y aprovechando que la guardia de jusuf estaban ocupados conteniendo a la población, decidieron apresarle.

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El pueblo lejos de tranquilizarse se amotinó pidiendo la cabeza del Joven Jusuf, baja tal presión popular los nobles no tuvieron mas remedio que concederles dicho deseo, pues si no, peligrarían también las suyas.

Muley envió noticias al Califa de lo sucedido, bajo el gobierno del Joven Jusuf y lo acontecido recientemente. El Califa mandó llamar a Amru, padre del joven Jusuf, y le contó el triste final de su hijo. Amru recibió impasible la noticia y tras meditar en silencio y bajo su rostro pálido decidió pedirle al Califa que le enviara de Wariz a Toledo, para que gobernando rectamente pudiera enmendar los errores de su hijo, y así recobrar el honor de su familia.El Califa no pudo negarle aquella petición pues tenía plena confianza en su integridad y honradez.

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Cuando Amru llegó a Toledo acompañado de un fuerte escuadrón sus habitantes se mostraron recelosos y desconfiados, su preocupación era ver cual sería la reacción del padre tras lo acontecido, ya que estaban seguros que venia a tomar venganza. Pronto pudieron comprobar que sus sospechas eran infundadas, ya que este gobernaba de forma paternal para con los necesitados y con la nobleza ante la aristocracia. Nunca tomaba ninguna decisión sin consultarla antes con el consejo. Pero todo esto era ficción ya que no podía olvidar la humillación y el triste final sufrido con su hijo. Y cuando lo recordaba un sentimiento de ira le invadía por todo su cuerpo, pidiéndole venganza.

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Cuando el Príncipe Abderraman se dirigía a Zaragoza al mando de cinco mil guerreros y a su paso por Toledo dio un alto a sus tropas, se le presentó la ocasión a Amru de vengarse. Amru los recibió como se merecía al primo-genito del Califa y le hospedó en el Palacio de Galiana, en la vega del Tajo. Al día siguiente le obsequió con un banquete que previamente invitó a todos los nobles de la ciudad.

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La ciudad presentaba un aspecto inmejorable, los adornos de las calles y la oscuridad de las mismas solo se interrumpía por el espectáculo de las antorchas que los servidores portaban para alumbrar a sus señores. Pero a medida que iban entrando los nobles, eran conducidos por poderosos y feroces guerreros hacia un lugar apartado donde afiladas espadas iban segando sus cabezas y sus cuerpos eran arrastrados a subterráneos.

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Cuando Amru vio caer la ultima cabeza y los cuerpos de todos aquellos que osaron a revelarse contra su hijo yacían a sus pies exclamó: "¡Hijo mío, ya puedes dormir en paz, pues ya estas vengado!".

Al día siguiente un horrible espectáculo alumbró con la aurora. Los toledanos pudieron contemplar con horror las lívidas cabezas, de los que habían sido principales señor de la ciudad, clavadas en las almenas de palacio del Wazir.

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El joven príncipe Abderraman quedó horrorizado por la inesperada matanza, pero no tuvo fuerzas ni valor para tomar una decisión y prosiguió su marcha hacia Zaragoza sin perder un instante.