Unamuno - Rabate i

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Unamuno - Rabate i

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  • 1 . ' ed ic in , 2005

    Ilustracin de cubierta: Ancha es Castilla (1906), l e o de Marcelianu Santa Mara, Burgos, Museo Marceliano Santa Mara

    Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las

    coirespondientcs indemnizaciones por daos y perjuicios, paia quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin, interpretacin o eiecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquiei medio, sin la preceptiva autorizacin.

    Ediciones Ctedra (Grupo Anaya, S. A.), 2005 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

    Deps i to legal: M . 41.023-2005 I.S.B.N.: 84-376-2269-7

    Printedin Spain Impreso en Alizos, S. L.

    Fuenlabrada (Madrid)

    ndice

    I N T R O D U C C I N 9

    E l ensayo o la escritura de un examen de conciencia 19 La retrica del ensayo y el lector de En tomo ai casticismo . 20 El lenguaje metafrico 23 Los textos de en tomo al casticismo 29 De "En tomo al cast ic ismo (1895) a En tomo al casti-

    cismo (1902) 35 Miguel de Unamuno, en tomo al ancasticismo 51

    Miguel de Unamuno contra la historia oficial" 52 Miguel de Unaniuno contra los mitos literarios 59

    Abajo Caldern! 59 /Muira don Quijote! 62

    Miguel de Unamuno contra la inquisicin inmanente ... 64 Miguel de Unamuno contra el purismo lingsco ... 69

    AlmacasteUanao el estudio psicolgico del pueblo espaol.. . 70 Paisajes y paisanaje de la intrahistoria 70 Intrahistorizar algunos mitos literarios 74

    Viva Lope de Vega! 75 Viva Alonso Quijano el Bueno! 76

    Miguel de Unamuno: hacia otra forma de religiosidad . 77 U n VoScs^eisf hispnico 82

    La sociedad de la Restauracin: una sociedad en quiebra , 86 El marasmo de Espaa 86 Los remedios 90 La busca de una identidad nacional 92 El llamamiento a la juventud 93

    7

  • Unas lecturas polticas de f w / j w o o/Ciftai/wo 95

    Una lectura fascista 95 Una lectura falangista 99 Una lectura liberal y humanista 101

    ESTA EDICIN 105

    BIBUOGRAPA 109

    E N TORNO AL CASTICISMO 125 T j

    I. La d , c . eterna 127 MrOdUCClOn II. La casta histrica Castilla 157 III. El espritu castellano 185 rV. De mstica y humanismo 217 V . Sobre el marasmo actual de Espaa 247

    APNDICES 271

    Prlogo a la edic in de 1902 273 Epistolario Miguel de Unamuno-Marcel Bataillon 283 Prefacio de M . Bataillon a la traduccin francesa de En tomo

    al casticismo, aparecido con el t tu lo de L'Essence de

    lEspagne 307

    ' Dedicamos esta Introduccin exclusivamente a una reflexin sobre el texto de En tomo al cascismo'^ que editamos; en consecuencia, no se hace un re-sumen, como es costumbre en este tipo de ediciones, de la biografa y de la obra del autor, que en el caso de Miguel de Unamuno (1864-1936), dada la riqueza de sus acontecimientos existenciales y de su produccin novelstica, teatral, potica, periodstica, etc.. siempre resultada excesivamente esquemti-co y reductor. Remitimos a los estudios biogrficos existentes: Luciano Gonz-lez Egjdo, Miguelde Unamuno, Valladolid. Junta de Castilla y Len, 1997, y el de Emilio Salcedo, Vida de don Migue!, Salamana, Anthema, 3.^ ed., 1998. Para su obra creadora y los trabajos dedicados a ella, se puede consultar la Gua electrni-ca de lectura dt la obra de Miguel de Unamuno (Archivo de ordenador) de Roberto Ranz, Gorlca Fernndez y Javier Teira, Valladolid, Cedetel, 2002,

    8

  • Una encina (1898), dibujo de Migue! de Unamuno, Casa-Museo Unamuno, Universidad de Salamanca.

    "Hay, deca Vctor Hugo, un espectculo ms grande que la mar: el cielo; hay un espectculo ms grande que cl cielo: el interior del alma, y yo, que no soy Vctor Hugo, aado: hay un espectculo ms grande que el intenor del alma y es el alma de un pueblo^.

    (MIGUEL D E U N A M U N O . -Espritu de (a raza vasca, J-I-lfif!7)

    No le digamos adis funerario, que no ha muerto, pues-to que en nuestras almas lo llevamos. Lo que se ha hundido en el pasado bien hundido est; es su cuerpo inerte, es la se-rie de sucesos fiigitivos, pero sus adquisiciones, sus descubri-mientos, sus anhelos, sus hechos permanentes, en fin, su alma, es el alma de nuestras almas, porque las de los siglos son inmortales, es inmortal la eternidad, alma del tiempo, [,..] Como a todos los siglos llevamos al ltimo en nuestra alma; palpitan en nosotros las almas de nuestros antepasa-dos todos y las almas de las cosas todas que fiieron^.

    (MIGUEL D E U N A M U N O , Adis al XIX, 1-1-1901)

    ^ Miguel de Unamuno, Espritu de la raza vasca. Conferencia dada por Miguel de Unamuno en la sociedad El Sitio, de Bilbao, el da 3 de enero de 1887, Obras computas, IV, Madrid, Escelicer, 1966-1971, pg. 153. En ade-lante OCE.

    ' Miguel de Unamuno, Adis al X I X A ' o f t i W j , 1-1-1901, en Adolfo So-telo Vzquez, Miguel de Unamuno: artculos en 'Las Noticias" de Barcelona (1899-1902), Barcelona, Lumen, 1993, pg. 289.

  • Alma es palabra clave en la Espaa de fines del siglo X I X . Abna castellana deb i de haber sido el t tu lo del volumen de los cinco ensayos unamunianos de 1902, pero la aparicin del libro de Azorin con el mismo ttulo lo hizo imposible. Por lo dems , Alma espaola es el ttulo de una de las mejores re-vistas de principios de siglo con una seccin de almas regio-nales ilustradas por fotografas de calidad de Franzen. Es la hora de la expres in de las regiones, el momento culmi-nante del regionalismo li terario' ' . Tal vez, hoy, a princj-5os del siglo X X I , una palabra tan trillada como ident idad laya susrituido al t r m i n o alma, y nacional i smo, al de

    casticismo.

    La confesin de Migue l U n a m u n o sobre la disparidad en-tre el alma cAstcMana y el espritu vasco'' como punto de arranque de los ensayos de 1895 bien se parece a una coarta-da de joven pubUcista que busca la fama en la prensa nacio-nal y que se impacienta por salir a la palestra, despus de in-tervenir en la prensa de Bi lbao y de Salamanca.

    * Jos-Carlos Mainer, La invencin esttica de las periferias, en Centroy pmferia ma modernizacin de la pintura espaola 1880-1918, Madrid. Ministerio de Cultura, 1993, pgs. 32 33.

    * Escribe Miguel de Unamuno en 1905: Los ensayos que constuyen mi libro En lomo al casticismo [...] son un ensayo de estudio del alma castellana, me iieron dictados por la honda disparidad que senta enUe mi espritu y el espritu castellano. Y esta disparidad es la que media entre el espirim del puc blo vasco, del que nac y en el que me cri, y e! espritu del pueblo castellano, en el que, a partir de mis veintisis aos, ha madurado mi espritu. Entonces crea, como creen hoy no pocos paisanos mos y muchos catalanes, que tales disparidades son inconciliables e irreductibles; hoy no creo lo mismo, Mi-guel de Unamuno, "La crisis actual del patriotismo espaol. Nuestro Tiempo, 25-XIM905 (OCE, I, pg. 1289).

    13

  • 1

    Los ensayos de En t o m o al cast icismo, publicados en la prestigiosa revista madr i l ea La Espaa Moderna durante los meses de febrero a jmrio de 1895, son uno de los textos m s comentados de la prosa espaola c o n t e m p o r n e a . Numero-sos estudios crricos privilegian la d i m e n s i n filosfica, psi-colgica y religiosa de la prosa erudita de un autor contem-plat ivo. S in embargo, los cinco ensayos recogidos en tomo en 1902, bajo el t t u lo En tomo al casticismo, coinciden con la afil iacin de M i g u e l de U n a m u n o al joven Partido Socia-lista Obrero en 1894 y co n su co l abo rac in asidua a La Lu-cha de Clases, semanario de la ag rupac in socialista de B i l -bao; delatan una fuerte influencia del posit ivismo. Por lo tanto, estos elementos nos llevan a intentar una nueva valo-racin de los ensayos en fiancin de los contextos his tr icos en los que surgen, tomando en cuenta las d e m s publicacio-nes coe tneas para apreciar mejor el ideario del intelectual U n a m u n o .

    E n el primer ensayo titulado la t radic in eterna, M i g u e l de U n a m u n o procura definir la e t imologa de la palabra casti-zo, t r m i n o clave insertado en el debate regeneracionista de fin de siglo y en t o m o al cual giran sus pensamientos y refle-xiones. Para este espaol de la periferia, el casticismo encama los valores especf icamente castellanos: los paisajes y los cam-pesinos son castellanos. Ja epopeya del C i d es castellana, los msticos, Santa Teresa y San Juan de la C r u z son castellanos; en cuanto a C a l d e r n , encama el honor castellano.

    Puesto que el casticismo es la cuaHdad intrnseca de lo que es autnt ica y tpicamente espaol , excluye elementos for-neos. E l t r m i n o nutre, desde hace tiempo, conflictos entre los tradicionalistas y los que adoptan el espritu nuevo y euro-peo, a travs del l aus i smo. Esta corriente filosfica influye en las ehtes liberales y provoca violentas reacciones de los me-dios ultramontanos que la juzgan heterodoxa:

    El krausismo original y su secuela institucionisfa de modo particular van a ser el gran revulsivo liberal-racionalista de la Espaa decimonnica y posterior. Toda la reaccin y el tradi-cionalismo inlegristas se enfrentarn con ese movimiento y

    por todos los medios: anatemas religioTOs, persecuciones gu bemamentales, polmicas intelectuales, ataques personales^

    E l debate en tomo al casticismo es muy antiguo, es ante > todo poltico-religioso y remite a la reflexin sobre el ser de

    Espaa, como lo afirma Carlos Blanco Aguinaga: La polmi-ca sobre el casticismo, tan violenta desde el siglo x v i i i , no ha sido nunca en Espaa una discusin bizantina de emditos sin intereses; es una lucha teolgica y pol t ica ' .

    Ya desde la t radicin eterna, el primero de los cinco ensa-yos escritos como captulos de u n libro o mejor dicho de u n folletn por entregas, se vislumbra un dilema en tomo a una Espaa cuestionada y antes del 98, una Espaa problemati-zada. Los pensadores s lo pueden adoptar dos actitudes re-sumidas en dos verbos sugestivos: ensimismarse, que supo-ne rephegue individual o colectivo, on to lg ico o e c o n m i c o , proteccionismo de todas las clases; enajenarse, lo que pue-de conllevar para Espaa el perder su yo, segn Jules Miche-let, es decir, su t radic in nacional y su identidad*.

    Desde el principio, el lector est encerrado en la d i c o t o m a t rad ic in/progreso , cas t i c i smo/europe smo, t r ad ic in /moder -nidad, y este lector no tarda en convertirse en un testigo de las luchas speras entre los que anhelan que Espaa se abra a la cultura europea con tempornea y los que protestan contra esa apertura, susceptible de provocar la prdida de los valores casti-cistas. Por ima parte, toman partido los liberales y krausistas en una polmica heredada del siglo x v i i i , y, por otra, los conserva-dores y tradicionalistas, cuya figura emblemt ica es la de Mar-celino M e n n d e z Pelayo, maestro acatado por el joven Una-muno; no obstante el respeto no impide i rona mordaz y has-ta discrepancia del discpulo.

    Las dos corrientes ideolgicas extremas determinan, segin el ensayista, un rasgo esencial de la cultura espaola finisecu-

    Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodrguez Purtolas e Ins M. Zavala, Hn-Coria social de la literatura espaola, II, Madrid, Castalia, 1987, pg. 197.

    ^ Carlos Blanco Aguinaga, Unamuno, terico del lenguaje, Mxico, El Colegio de Mxico, 1954, pg. 53.

    ^ Cfr. la pg. 131 de esta edicin.

    14 15

  • lar: la disociacin. E l escritor rechaza la actitud reaccionaria y misones ta de unos, pero t amb in la de los que copian mode-los extranjeros, ad o p t ndo lo s sin entenderlos y olvidando las tradiciones nacionales. Migue l de U n a m u n o se esfuerza por fundir ambas actitudes contrarias, acudiendo a la n o c i n de pueblo, la nica adecuada para encamar la tradicin eter-na, asentada en la intrahistoria humilde y en las profundida-des silenciosas del o c a n o que se oponen a las olas midosas de la historia de los acontecimientos gloriosos.

    E n el segundo ensayo La casta histrica Castilla, Migue l de U n a m u n o destaca los rasgos de Castilla y analiza c m o el espritu castellano se ha impuesto a toda Espaa para consti-tuir el nc l eo de la nac in . San Ignacio de Loyola , un vasco impregnado del espirim castellano, es el ejemplo emblemt i -co de este proceso de asimilacin.

    Sin embargo, c m o se ha constituido y revelado la raza es-p a o l a en la historia de Espaa?

    N o se trata de una raza espaola f is io lgicamente defini-da, sino de un pueblo estudiado como fruto y producto de una c iv i l i zac in . Por ejemplo, la lengua es el r e c e p t c u l o de su experiencia, la mani fes tac in profunda de un espri tu colectivo, es la raza del espritu^. Por lo tanto, la romani-zac in de Espaa e n g e n d r c l desarrollo de varios idiomas romanos, entre las cuales se impuso el castellano. E n una po-ca en que el descubrimiento de Amr ica no hab a provoca-do todav a el traslado de la vida hacia las costas, Cast i l la fue el centro natural de E s p a a y m a n d a l o largo de la Recon-quista. Luego, el descubrimiento del N u e v o M u n d o y la o c u p a c i n del trono de Cast i l la por un emperador de Ale -mania, Carlos V, determinaron el predominio castellano: Castilla, sea como fuere, se puso a la cabeza de la monar-qu a espaiiola, y d io tono y espri tu a toda ella; lo castellano es, en fin de cuenta, l o castizo^".

    ' La lengua es la raza del espirim [...] sedimento vivo de la labor de la his-toria; tradicin viva del pueblo; concentrado depsito, a presin de atmsfe-ras seculares, de los trabajos del espritu; la lengua es la base de la continuidad, en espacto y tiempo, de los pueblos, y es a su vez el alma de su alma (OCE, VI. pg. 730).

    Cfr. la pg. 165 de esta edicin.

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    Despus de afirmar que el casticismo se identifica plena-mente con el espritu castellano, el ensayista se complace en examinar las caractersticas y manifestaciones de este espri tu castellano. Lector asiduo de Hippoly te Taine y fie) a su teoria que consiste en no separar el pensamiento del medio am-biente en que se manifiesta, M i g u e l de U n a m u n o escribe unas pginas grandiosas acerca del paisaje castellano, marca-do por unos fuertes contrastes que determinan una mane-ra de ser, de pensar y de actuar. E l labriego de hoy, a seme-janza de D o n Quijote y Sancho, representa la fusin imposi-ble de extremos opuestos como el sentimiento y la razn . La palabra clave para caracterizar el alma castellana es el t rmi-n o n imbo repetido treinta veces, exclusivamente al final del segundo ensayo y al p r inc ip io del tercero, el esp r i tu cas te l l ano" .

    E l nimbo equivale a matiz, atmsfera, ambiente o nuance; caracterstica esencial de la que carecen los paisajes, clima, comida, bebida, pintura, idioma castellanos. Luego, a lo largo del tercer ensayo y del cuarto, Migue l de Unamuno da pmebas suplementarias de esta carencia interrogando dos ma-nifestaciones esenciales del espritu castellano: el teatro y la ms-tica, es decir, la literatura clsica del Siglo de Oro . Concluye que a la cultura espaola, en genera!, le falta nimbo.

    Para asentar su demos t rac in , acude al teatro de Ca lde rn , tan caracterstico de la ausencia de nimbo con sus persona-jes que carecen de la psicologa ms elemental. Eso expfica el triunfo de este autor en los autos sacramentales y su fracaso en el estudio de las almas mientras que, en cont rapos ic in , el teatro de Shakespeare encama una profiinda humanidad.

    E n la literatura espaola castiza, se impone la disociacin entre el idealismo y e) realismo; los graciosos viven al lado de los amos, Sancho Panza camina siempre al lado de D o n Quijote. Los hroes castizos carecen de halo vital y pasan de la voluntad tenaz, de la reaccin apasionada a la indolen-

    " Y no debe perderse de vista eso del nimbo, clave de la inquisicin que hemos de hacer en la mente castiza castellana, porque es la base de la distin-cin cnlie el hecho en bruto y e! hecho en vivo, entre su continente y su con-tenido (pg, 181 de esta edicin).

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  • cia y a ]a dejadez; el alma castiza sufre las influencias tajantes del medio ambiente y del cl ima.

    E n cuanto a la literatura religiosa, otra expresin castiza del alma espaola , el ensayista la define a base de citas abundan-tes, y nos proporciona una visin peculiar de la mst ica espa-ola que cobra dos aspectos totalmente d i sn tos .

    U n o es un eslierzo individual hacia l o absoluto, hacia l o inefable, pero esos m p e m s toman al mismo tiempo u n cariz intolerante, militante. Ot ro , como contrapunto a la mstica espaola , es la mst ica italiana de San Francisco, doctrina de amor, y se extiende a todas las cosas y toca a las masas. L a ms-tica espaola , mucho ms individualista, en t raa el fanatismo y, como lo recuerda M i g u e l de Unamuno , en u n pas que ca-rece de sitnpathy, es decir, de tolerancia, se suele compadecer ms a un luterano que a un gafo^^. Frente a los mst icos que no logran cumplir la fiasin au tn t i camen te humana entre lo corporal y lo celestial, el ensayista exalta la figura cumbre del humanismo espaol, fray Luis de Len, encamacin del nim-b o ideal.

    E l genio de Espaa, con sus cualidades y defectos diame-tralmente opuestos, rebosa de posibilidades pero hoy, prego-na Migue l de Unamuno , en el l t i m o ensayo titulado Sobre el marasmo de Espaa, los vicios han ahogado y vencido las cualidades. D o n Quijote, es dech, la nac in espaola , tiene que mori r para que renazca A lonso Quijano el Bueno, o sea el pueblo espaol , y que emprenda el camino de la regenera-c in. Este timo ensayo encierra reflexiones m u y crticas so-bre la s i tuacin presente; la Espaa de A n t o n i o Cnovas del Cast i l lo , cuya existencia deleznable se caracteriza a la par por la ausencia de una juventud d inmica y el peso excesivo de fiierzas a la vez moribundas y codiciosas, ahoga cualquier movimiento creativo. Para decirlo con ima metfora unamu-niana, sobre el tronco de vieja estirpe de la encina castellana demasiado podada, los espaoles tienen que injertar ramas llenas de savia para renovar y vivificar la raza castellana en re-lac in con los d e m i pueblos de Europa.

    Cfr. la pg. 228 de esU edicin.

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    E n definitiva, los c inco ensayos vuelven a abrir po l micas antiguas que dividieron a los espaoles frente a su pasado. E l ensayista incita al lector a juzgar la t r ad i c in nacional , a tomar partido en el debate, a preguntarse s tiene que man-tenerse fiel a la t rad ic in nacional o romper con ella. C o m o otros escritores de fin de siglo, pero antes del desastre, M i -guel de U n a m u n o reflexiona sobre el pasado, cues t i onndo -lo y, al mismo t iempo, se esfiaerza po r inventar u n porvenir peninsular.

    E L ENSAYO O LA ESCRITLRA D E U N EXAMEN DE CONCIENCIA

    A p r o p s i t o del ensayo, u n cri t ico de pr incipios del si-glo XX, Artdrenio, s e u d n i m o de Andrs G m e z de Baquero, escriba:

    El ensayo [...] es un gnero mixto de literamra, que tiene fondo didctico, sin las exigencias del trabajo cientfico, y que adorna con las galas de la palabra toda clase de lucubraciones, correspondiendo tambin, por esta parte, a la verbosidad y fa-cilidad para la elocuencia, propias de la gente espaola'^.

    L a Edad de O r o o de Plata del ensayismo coincide con la poca c o n t e m p o r n e a que ve el auge del periodismo, la for-m a c i n de una o p i n i n ciudadana y la apar ic in , a fines del siglo X K , de unos intelectuales cuyos escritos suelen conver-tirse en un examen de conciencia : El alma e spao l a se ha asomado a s misma con un inters apasionado, buscando en lo n t imo del pasado y del carcter la respuesta a la Esfinge que le sala al camino.

    L a expresin posterior de Eugenio d'Ors, pensar por ensa-yos, alude a una obrita personal de o p i n i n , con su retrica especfica, pero bien podr a aplicarse a escritores como Clarn, M i g u e l de U n a m u n o o Ange l Ganivet, quienes empiezan, an-tes del desastre, a explorar el alma espaola .

    Andrs Gmez de Baquero, Andrenio, 1928, pgs. 116-117.

    19

  • La retrica del ensayo y el lector de " E n tomo al casticismo

    U n ensayista como Migue l de U n a m u n o se convierte pronto en un director espiritual que facilita el exainen de con-ciencia del lector con una clara in tenc in pedaggica: la reite-racin de verbos como repasar o meditap> incita a una in-t rospeccin, a una profunda reflexin^'*. Su tono de predica-dor crea una complicidad y una c o m u n i c a c i n directas con el lector a partir de un pacto n t imo , manera innovadora de ver tas cosas

    C o m o puntualiza Jos-Carlos Mainer, quien es tudi la ge-nealoga de la palabra ensayo y sobre todo la arqueologa de este g n e r o ' ^ la retrica del ensayo nunca puede ser imper-sonal, reclama la presencia de su autor y subraya la fuerza de un yo que se define a s mismo con la autoridad suciente para declarar su discurso y pretender ser escuchado'^.

    ''' Jean-Franois Botrel, en su intento de acercarse al lector de Miguel de Unamuno, subraya "las tcnicas claramente pcdag^cas (a base de consigas o instraccioncs sobre supuestos o bases) pero que tambin pueden ser propias de un director de conciencia al ayudar a un examen de la misma [...]. Jean-Fran^ois Botrel, En tomo al lector del primer Unamuno, en Ricardo de la Fuente y Serge Salan (eds.), -K tomo d castismo de Unamuno y la literatu-ra en 1895, Sighxix, Valladolid, Universidad, 1997, pg. 27.

    A este propsito, escribe Jos-Carios Mainer; El ensayo va a ser una de las definiciones ms claras de la nueva sensibilidad. Unamuno tiene uno pre-cioso, de 1904, que se llama "A lo que salga", y a fe que pocas veces defini tan certeramente toda una potica. Porque en l no se refiere tanto a la impro-visacin cuanto a esa especie de tensin comunicativa en la que se borran las diferencias entre el motivo externo y la sensibilidad interior y en la que, por otra parte, se quieren borrar tambin las diferencias entre el lector y el autor, Jos-Carlos Mainer, "El 98, otra manera de ver las cosas, en Paisajey figura del 98, Madrid, Fundacin Central Hispano, 1997, pg. 87.

    Jos-Carlos Mainer, Apuntes junto al ensayo, en Jess Gmez (ed.). El ensayo espaol, I: Los orgenes: siglosxvaxvii, Barcelona, Crtica, 1996.

    " Por su parte, Carlos Senano escribe: sta arbitrariedad genrica, que im-plica fragmentacin y di^esin del discurso, merodeos y variaciones ah don-de el tratado postula unicidad y rigor en la demostracin, exige a su vez la anuencia del lector, de quien el ensayista solicita ms que en oUo tipo de obra cualquiera [a buena voluntad y la colaboracin, Carlos Serrano, El naci-miento de los inlelectuaics; algunos rcplantamicntos", en El nacimiento de los intelectuales en Espaa, Ayer, niim. 40,2000, pg. 20.

    20

    Encontramos una buena muestra de la af irmacin de este yo frente a los lectores de La Espaa Moderna en las prime-ras pginas de La nad ic in eterna, que constituyen una es-pecie de capaio benevolentiae del ensayista que se dirige al respetable s e n a d o ' ^ D e forma reiterada, quiere entablar contacto y dilogo con una red compleja de alter ego, esta-blecer un pacto de lecmra a lo largo de la advertencia o pro logo. E n los momentos estratgicos de esta obra por entregas a l principio o al final de cada ensayo o durante los prrafos de t rans ic in la presencia del ensayista, en primera perso-na, es constante.

    Los ensayos de 1895 son fiandamcntaimente unos textos de exposicin de ideas con clara finalidad didctica. La fir-me vo untad de dar al lector un papel de colaborador activo sorprende por parte de un publicista conocido hasta ahora por su egocentrismo o egotismo, por su e m p e o en monolo-gar y apoderarse de la conversacin, segn la expresin de Ortega y Gasset'^.

    S in entrar en las teoras sobre los distintos lectores desa-rrolladas, por ejemplo, por Vincent Jouve^", cabe evocar al destinatario invocado o lector a n n i m o sin ident idad verdadera, apostrofado por el narrador a lo largo del rela-to y al lector desdibujado, n o descrito n i nombrado , pero s i m p l c i t a m e n t e presente a travs del saber y los va-

    La palabra lectorv o lectores viene repetida ocho veces en las 48 lneas del prlogo o advertencia liminar. Cfr. las pgs. 128-130 de esta edicin.

    ''' Jcan-Franois Bouct se interroga sobre la personalidad y el papel del lec-tor terico de los ensayos escribiendo: Tal lector puede ser nominal, lector supuesto, implicado o interpelado por el ensayista para sus propios fines expo-sitivos discunivos y elevado incluso a la categora de alter ego y coprotagonis-ta. Puede ser tambin el lector modelo o ideal o sea la idea del lector segn se form en el espritu del autor, con sus competencias postuladas, a quien va tericamente dirigido el ensayo, lector al cual tiene presente en su horizonte a la hora de escribir y con el cual aspira a formar esa comunidad ms o menos autnoma de la obra. Puede ser, por fin, un lector contemporneo o real, de carne y hueso, coetneo y sociolgicamente idenrificable si no siempre iden-tificado, Jean-Frangois Botrel, art. ci., pg. 21.

    ^ Vinccnt Jouve distingue tres tipos de lecrores, vase La leciure, Pars, Hachette, 1993, pgs. 98 122.

    21

  • lores que el narrador supone existir en la personalidad culta de su dest inatar io^ ' .

    As, todas las invocaciones iniciales de M i g u e l de Unamu-no corresponden a un lector sin personalidad, apostrofado por el ensayista. Luego, este lector se hace ms concreto; co-bra ms personalidad cuando el ensayista afirma que lo ms de lo que aqu lea le ser famharsmo. Tal af irmacin presu-pone a u n lector c o n t e m p o r n e o culto, asiduo de La Espaa Moderna, capaz de entender las citas latinas, al tanto de la po lmica sobre la ciencia espaola, de las conferencias de Me-n n d e z Pelayo sobre el teatro de C a l d e r n , de los discursos de A n t o n i o C n o v a s del Cast i l lo o de Emest Renn sobre la nac in ; un lector que haya tenido las mismas lecturas espao-las o extranjeras que c l ensayista, capaz de apreciar la multi-tud de referencias de historia cultural y de citas que empie-dran el texto de En tomo al casticismo.

    Si en literatura nada existe sin la co laborac in efectiva del lector, la par t ic ipacin de ste en el ensayo como contradictor knaginario o real, desdibujado o impreciso, es imprescindible para elaborar una obra que se quiere inacabada, abierta e im-perfecta. U n ensayista no concluye nunca, como lo pregona U n a m u n o en las l t imas lneas de su obra: El lector sensato p o n d r el m t o d o que falta y llenar los huecos, l...] Prefiero dejario todo en su inde t e rminac in [...]^. E l conocimiento se elabora en un continuo ir y venir, entre el autor y el lector, entre ste y el texto. La ley interna del ensayo es la digresin a la que acude tantas veces el joven U n a m u n o , que no puede, por otra parte, acabar con la totalidad del tema, puesto que el tema es inagotable^^

    E n las letras espaolas , la postura del profesor de Salaman-ca es original, es la de un escritor que anhela romper los mol-

    '^ Vase e artculo de Elisabedi Delrue, Le lecteur et la rhtorique de l'es-sai dans En tomo al castismo-, en Louise Bnat-Tachot y Jean Vilai (dirs.), La question du lecteur, XXXI' Congrs de la Socit des Hispanistes Franjis, Mame-la-Valle, Presses Universitaires, 2004, pgs. 287-297.

    ^ Cfr. la pg. 269 de esta edicin. Mi deseo era desarrollar todo eso, y me encuentro al fin de la jomada

    con una serie de nota;, sueltas, especie de sarU sin cuerda, en que se apuntan muchas cosas y casi ninguna se acaba (pgs. 268-269 de esta edicin).

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    des doctrinarios de la poca con la p luma o la palabra. L a fal-ta de conc lus in de sus ensayos es uno de los elementos esen-ciales en el componente discursivo de Unamuno , h o m b r e que inaugur la discursividad en la Espaa moderna , segn expresin de G e n n n GuUn, quien a ad e : la novedad de su jensar reside en que pretende sugerir ideas ms que afincar as expuestas en la mente del lector. Y esto en un pas donde

    la cultura, tanto de las personas como de las instituciones, apenas fiae afectada por las grandes revoluciones del pensa-miento occidental moderno, supone una apor tac in digna de encomio^' ' .

    Ellen^aje metafrico

    L a prosa de los ensayos, prosa de o p i n i n o de exposic in de ideas, cobra una doble d imens in , argumentativa y meta-frica, sostenida por una voluntad didctica de convencer al lector. L a a rgumen tac in por analoga ofi-ece la posibilidad de persuadir al interlocutor y, conforme a la t radicin socrtica, el ensayista intenta hacer descubrir al lector la verdad o las verdades que lleva en s acudiendo a una serie de preguntas: es c l arte de parir los espritus o, mejor dicho, en el caso de Unamuno , de agitarlos. E l p rops i to del ensayista es aplicar a un pueblo el lema de Scrates^^, Conce t e a t i mismo. Para

    ^ Germn Gulln, La discursividad en la obra de Unamuno (sobre En tor-no al casdsmo), en tomo al casticismo de Unamuno y la literatura en 1895, Si^xix, nm. 1, Valladolid, Universidad, 1995, pg. 74. Luciano Gonzlez Egido afirma por su parte: El trenzado de ideas, comentarios, descripciones paisajsticas y sugestiones literarias, que forman este libro, est vertido en un estilo que ensayaba su personalidad, envuelto todava en el magma mostren-co de sus orgenes, a pesar de sus confesados esfiierzos por alcanzar una origi-nalidad llamativa. A caballo entre la retrica discursiva del prrafo largo deci-monnico y las nuevas poticas literarias del prrafo corto, ms adecuado a las inflexiones del habla y ms prximo al tono confidencial, con el que deseaba llegar a la intimidad ms ltima de sus lectores, Unamuno buscaba en estas p-ginas su propio estilo, Miguel de Unamuno, En lomo d casticismo, mtroduccin de Luciano Gonzlez Egido, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, pg. 12,

    En el prlogo a la edicin de 1902, Miguel de Unamuno enumera los es-tudios que se publicaron despus del desastre afirmando: Son no pocos, pues,

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  • llevar a cabo su empresa, el escritor acude a m t o d o s socrti- . eos, como el de presentar la definicin desde la primera pgi- ; na cuando se trata de puntualizar la emolog ia de u n trmi- | no como castizo o casticismo y el de encontrar una pme-ba por el lenguaje, la i nducc in o la mayut ica ya mentada. Conduce el ensayista el interrogatorio como le da la gana con aparente libertad de movimiento, pero en realidad, no espera la respuesta, ya que la reaccin del destinatario es evidente. Otras veces, se complace U n a m u n o en volver atrs o rectifi-car una afirmacin o cambiada; de ah nace una aparente im-presin de oralidad como si se tratara de un discurso al pare-cer improvisado, en movimiento perpetuo.

    Slo entendemos la significacin de la prosa alerta, abierta y espontnea de U n a m u n o si tomamos en cuenta que cl es-critor lleva la lucha pol t ica t amb in hacia el teneno de la len-gua. C o m o los paisajes y la literatura, la lengua es el reflejo de la casta histrica Castilla, el espritu castizo ha dejado su im-pronta en ella. Segn Jos Luis Aranguren, nadie como este primer U n a m u n o ha pensado, desde el estado de una lengua, el del pueblo que la habla. E n el segundo ensayo de 1895, el escritor compmeba que vive una lengua rica en metforas so-terradas y est esperando a que el poeta las desentierre:

    La lengua es el receptculo de la experiencia de un pueblo y el sedimento de su pensar; en los hondos repliegues de sus metforas (y lo son la inmensa mayora de ios vocablos) ha ido dejando sus huellas el espritu colectivo del pueblo, como en los terrenos geolgicos el proceso de la fauna viva^^.

    La prosa de los ensayos de 1895 se inscribe en contra del pur i smo casticista, sin nuance y sin n imbo, quiere imponer-se t am b i n en contra de otra prosa, dogmt ica , huera y anti-cuada^. Eso legitima el uso muy fi-ecuente de las metforas

    nuestros recientes desastres y batacazos que han espoleado a buena parte de nues-tros publicistas a aplicar el "concete a u mismo" colecvo, y son bastantes los estudios que se han dado al pblico acerca de la psicologa de nuestro pueblo (pg. 273 de esta edicin).

    ^ Cri. la pg, 161 de esta edicin. Muy claro nuestro rancio romance, sm duda alguna, muy claro, pero

    tambin muy dogmtico. Y de tal modo ha encamado en la lengua el empe-

    que acumula el ensayista a lo largo de los cinco ensayos, con el p rops i t o de adentrarse en el alma de las cosas, segn el jui-cio de Carlos Blanco Aguinaga: As, U n a m u n o va creando un lenguaje metafrico que le permite meterse hacia el alma de las cosas, de la intrahistoria, y si bien puede escaprsenos el sentido exacto de esta intrahistoria, es porque estamos en el alma, y en el alma la metfora ins ina pero no define.

    La ms famosa y grandiosa metfora de los ensayos es la del o c a n o , n t i m a m e n t e vinculada al concepto de intrahisto-ria. D e manera ms general, el agua es una paradoja cuan-do la reflexin se centra sobre las tierras de secano, pues cual-quiera sabe que Castilla no puede ver el m a r se convierte en un tema obsesivo. E l ensayista se dirige al imaginario del lector fascinado por la evocacin de las honduras del mar; por lo tanto la vida misteriosa y silenciosa de las ent raas del o c a n o es la de los olvidados de la Historia mmultuosa, es la vida de los hroes a n n i m o s de todas las guerras o ms bien de los oscuros campesinos humildes en su labor heroica coti-diana, de sol a soF .

    La metfora del o c a n o la recoge Migue l de U n a m u n o de sus abundantes lecturas juveniles, lecturas espaolas (como la de Maragall) o extranjeras (como la obra de Taine), pero su acierto es ponerla al servicio de u n concepto progresista, c l de intrahistoria, lo que puede prefigurar una historia de las mentalidades-*^^.

    catado dogmatismo de la casta, que apenas se puede decir nada en ella sin con-vertirlo en dogma al punto; rechaza toda nuance (en este caso mejor que ma-tiz). Una lengua de conquistadores y de telogos dogmatizantes, hecha para mandar y para afirmar autoritariamente. Y una lengua pobre en todo lo ms ntimo de lo espiritual y abstracto, Miguel de Unamuno, Contra el puris-mo f9C, I, pg. 1071).

    Este sacrificio diario, humilde y silencioso es el del labriego que se opo-ne al herosmo de los soldados en un campo de batalla: Es uno de los hroes humiles, de la tierra humus; es uno de los hroes del herosmo vul-gar, cotidiano y difijso; de todos los momentos, Miguel de Unamuno, Hu-milde herosmo, Paisajes, 1902 (OCE, 1, pg. 80).

    Acerca de las analogas entre Unamuno y los historiadores de los Annaks, vase nuesUo artculo, Miguel de Unamuno, Lucien Febvre et Femand Brau-del ou les Combispour l'histaire, cnJean-Ren Aymes y Mariano Esteban de Vega (eds,), Francia en Espaa, Espaa en Francia, la historia en la relacin cultural hispanofi-ancesa (sighs xix-xx). Salamanca, Universidad, 2003, pgs. 165-180,

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  • Ancha es Castilla! Y i q u hermosa la tnsteza reposada de ese mar petrificado y l leno de delo!^". L a invenc in esttica de Castilla no surge de la nada y si hay invenc in , se nutre ante todo de descripciones librescas como lo confiesa el mis-m o Unamuno en una carta a su traductor, MarceJ Bataillon: Toda aquella descr ipcin de Castilla, paisaje, etc. responde a las de Taine de los Pases Bajos. Lea yo mucho a Taine enton-ces^'. L o que no confiesa don Miguel , y en el prlogo de 1902 tampoco, es la lectura de la obra de Lucas Mal lada Los maks de la patria (IS90), texto fiandacional del gnero^^. Recoge del ingeniero toda una t radic in positivista que nutre la descrip-c in impresionante del extenso secarral peninsular para aiia-dir una ref lexin acerca del paisaje castellano que or igina una metaf s ica . N o basta tener en la mente la d i m e n s i n positivista del pensamiento de U n a m u n o para entender los ensayos de 1895. E n efecto, antes de concluir sobre lo que es una quiebra generalizada del modelo pol t ico de la Restaura-cin, el de Cnovas , incita a sus lectores a explorar el pasado del alma castellana para entender mejor el debilitamiento actual de la nac in .

    La exploracin interna del alma castellana se efecta a me-nudo gracias a las metforas que remiten a elementos natura-les como el agua, la tierra o c l viento.

    La metfora del agua es la gran metfora de los ensayos, asoma sobre todo en el l t imo , cuando se trata de ejercer una crtica mordaz de la sociedad espaola finisecular, principal-mente de la cultura, de la moral y de la prensa: N o hay corrientes vivas internas en nuestra vida intelectual y moral; esto es un pantano de agua estancada, no corriente de manan-tial. [...] Es esta prensa una verdadera balsa de agua encharca-da, vive de s misma^^.

    Segn Santos Julia, una nac in que es una charca y una sociedad que es un pantano no p o d a n producir ms que una

    Cfr. la pg. 173 de esta edicin. '^ Miguel de Unamuno, Epistolario indito II (915-1936), II, ed. de Laurea-

    no Robles, Madrid, Espasa-Calf>e, 1991, pg. 120. " Jo^JuaIisti,>to7Wl^/^iu/K^(Wl?, Madrid, Biblioteca Nueva, 1996, p%. 17.

    Cfr. las pgs. 253 y 258 de esta edicin.

    estancada vida cultural^''. S in embargo, si la metfora del agua, siempre con c o n n o t a c i n negativa, sigue presente en los discursos y escritos posteriores de M i g u e l de U n a m u n o quien escribe y habla ms como moralista que analista de la vida pol t ica, en los ensayos de 1895, este demento co bra t amb i n en numerosas ocasiones un valor positivo. Claro est que el agua es t amb i n el s mbo lo universal de vida y de pureza; por ejemplo, el agua del bautismo permite asociar los dos valores de vida y de muerte. C o m o remedio a una socie-dad moribunda, el ensayista llama a gritos la ducha de fijera, la i n u n d a c i n , lo que resume la frmula conocida del l t i m o ensayo: Tenemos que europeizamos y chapuzamos en pue-blo^^. As , el agua permite t a m b i n renacer a una vida puri-ficada.

    E n relacin estrecha con las aguas estancadas de la gran charca nacional, Migue l de U n a m u n o desarrolla unas metfo-ras sacadas del mundo m d i c o tan caractersticas del discurso regeneracionista y que ponen de manifiesto la debilidad del organismo, es decir, del Estado-nacin espaol . E l ensayista se vale de todo i m lxico como phpo, anemia, congestio-narse, vims, colapso para denimciar la atona de ima socie-dad c iv i l , paralizada por la incompetencia y la ramploner a .

    A d e m s del mar de la intrahistoria tan relevante en la pro-sa de En tomo al casticismo, se impone el nimbo de la infi-aconciencia o mejor dicho, la ausencia de n imbo con-sustancial al espritu castellano. E l n imbo no es un concep-to, es una metfora esencial, ms para insinuar que para defi-nir el alma castiza. E l n imbo es algo confiiso que se le esca-pa al ensayista, es algo impalpable, una sustancia profiinda, la suma indecible de las experiencias y adhesiones colectivas, algo difcil de formular en la Espaa de fines del siglo x ix .

    ^ Santos Julia, 'La charca nacional. Una visin de Espaa en el Unamuno de fin de siglo, Historiay polttca, 1, 1999, pg. 159.

    Unamuno aade: El pueblo, el hondo pueblo, el que vive bajo la histo-ria, es la masa comn a todas las castas, es su materia protoplasmrica; lo dife-ranciante y excluyente son las clases e instituciones histricas. Y stas slo se remozan zambullndose en aqul.

    Fe, fe en la espontaneidad propia, fe en que siempre seremos nosotros, y venga la inundacin de friera, la ducha! (pgs. 265-266 de esta edicin).

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  • Llama la a tenc in del lector la frecuencia con que el trmi-no aparece en ciertos momentos. La falta de n imbo hace del alma castellana un alma t rgicamente escindida, desgarrada o desgraciada, plasmada en la historia por las guerras civiles del siglo X I X y resumida po r una serie de an t t e s i s : fatal ismo/ librearbitrismo, utopismo/jur idicismo. E n literatura, se im-pone la anttesis reaJismo/idealismo: [Sancho] disociado, que no casa bien con el idealismo de su Quijote^^; y en el teatro de C a l d e r n o de Guillen de Castro, triunfa el brba-ro cd igo del honor>'.

    E n cuanto a la lengua castellana, lleva la impronta tenaz de esta disociacin: sensirivismo e intelectualismo, disociacin s iempre" . E n la geografa fsica como humana, el clima, los paisajes, la comida, la bebida, la pintura de Castilla son ofros tantos elementos separadores y reveladores de la falta de con-cordia del espritu castellano.

    Por lo visto, el ensayista, cansado de convencer y de tejer tantas metforas, abandona el combate, como lo pregona al final del l t i m o ensayo en una actitud teatral tan caractersti-ca de su personalidad. E l lector ingenuo que no tome distan-cia crtica podr a pensar que esta impotencia es una coar-tada; para el ensayista, ya es hora de acabar con su redaccin, sin pretender concluir a y dejando en el tintero mucha tinta para ermegrecer numerosas cuartillas:

    Me siento impotente para expresar cual quisiera esta idea que flota en mi mente sin contomos definidos, renuncio a amontonar metforas para llevar al espritu del lector este concepto de que la vida honda y difusa de la intrahistoria de un pueblo se marchita cuando las clases histricas lo encie-rran en s, y se vigoriza para rejuvenecer, revivir y refi-escar al pueblo todo al contacto del ambiente exterioH*.

    E n definitiva, las imgenes , sacadas del mundo natural y vegetal, anrnial y m d i c o , alivian a lgn tanto la t ens in de un lector cansado de enfrentarse con una prosa reflexiva y densa.

    Cfr. la pg. 191 de esta edicin. Ibd., pg. 192. btd., pg. 265,

    cuajada de digresiones cultas, con una prosa empedrada con referencias culturales y profiAsin de citas. Las metforas se-mejan corrientes de aire que permiten a cada lector que respi-re, le invitan a evadirse por la imaginac in y apreciar mejor el p rops i t o de un ensayista, pedagogo empedernido, que se a d u e a de los textos ajenos de forma mu y peculiar. Las met-foras aplicadas a la Pena de Casti l la la recrean y contribuyen a la invenc in de un imaginario emociona l en tomo a un nuevo nacionalismo espaol , nacionalismo esttico pronto en pugna con el nacionalismo integral y excluyente de los ul-tramontanos o de Maurice Barres, fimdado en el culto a los antepasados, los muertos y las glorias militares^^.

    Los textos de En tomo al casticismo

    L o que se llama hoy intertextuahdad cobra una impor-tancia capital en la obra de Migue l de U n a m u n o y ms en los ensayos de 1895, fruto de las lecturas abundantes de quien ex-plora el alma castellana a partir de recuerdos y apuntes saca-dos de obras espaolas y extranjeras. Queda fijera de nuestro p rops i t o aplicar al texto unas teoras ml t ip les o, labor que supera nuestro estudio, restituir y contextualizar de forma ex-haustiva las innumerables citas sacadas de la historia literaria. S in embargo, nos parece imprescindible destacar hasta q u ptmto unos ensayos, escritos por un espritu en movimiento, anheloso de dialogar, se nutren de textos ajenos y abruman, al fiinal, a un lector cuya memoria y cultura fiieron ampliamente solicitadas. Todo el abanico de relaciones de copresencia est presente en el texto de 1895: citas, referencias, alusiones, y tal vez plagio.

    Desde luego, la relacin de presencia m s frecuente es la cita que abunda, por l o menos, en dos ensayos: el terce-ro, El esp r i tu cas te l l ano , y el cuarto, De ms t i ca y hu-m a n i s m o , l o que corresponde a un anlisis de la literatura castellana sobre todo el teatro de C a l d e r n y de la ms-

    '^ Vase \a conclusin que saca Jos-Carlos Mainer en su artculo, El 98, otra manera de ver las cosas-, art. cit., pgs. 88-89.

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  • tica. E l texto de En t o m o al casticismo se entreteje co n tan-tos otros textos que el lector se vuelve enseguida cmpl ice del ensayista que se pasa el tiempo interpretando las citas y glo-sndolas . N o hay que perder de vista que se trata de una pro-sa de o p i n i n , de una prensa doctrinaria y no de literamra stricto sensu. Migue l de U n a m u n o ofrece una peculiar y com-prometida leccin de historia de la literatura del Siglo de O r o cent rndose no en la obra de C a l d e r n en s, sino en las conferencias pronunciadas por su maestro Marcel ino M e n n -dez Pelayo co n mot ivo del segundo centenario del drama-turgo'"'.

    E n las primeras pginas del tercer ensayo, Migue l de Una-muno desarrolla un contradiscurso a partir de unas treinta ci-tas breves de M e n n d e z Pelayo; todas elogian a Ca lde rn , convertido en s mbolo de la raza o de la casta, es decir, en mito castizo por antonomasia de la literatura espaola. C o m o si no bastara el texto, U n a m u n o aade una nota con otras tres citas sacadas de la l t ima conferencia de M e n n d e z Pelayo; las trunca siempre con el mismo p rops i t o de elevar a para-digma de la espaol idad al hombre de teatro para mejor criti-carlo luego'*'.

    E n cuanto a las referencias, se l imi tan a remitir a un texto por su t tu lo (por ejemplo, El Alcalde de Zalamea, Los aman-tes de Teruel, El condenado por desconfiado. Los nombres de Cristo,

    ^ Marcelino Menndez Pelayo, CaMerny su teatro, Madrid, Casa de Anto-nio Prez Dubmil, 1884.

    Cfr. la pg. 185 de esta edicin. Segn Ciraco Morn Arroyo, las re-laciones de Miguel de Unamuno con Marcelino Menndez Pelayo no se han estudiado bastante. Aade Morn Arroyo: Lo que resalta es que fren-te a este maestro de excepcin, si Miguel de Unamuno rechazaba el patrio-tismo ultramonuno, conservaba la exigencia de rigor filolgico en la apro-ximacin a los clsicos de la literatura espaola. Ms que a l, iba a criticar tal vez ms la "escuela menendezpelayesca" (Navarro Ledesma, Cotarelo, Bonilla y San Martn, Rodrguez Marn, Serrano y Sanz), no eran autnti-cos historiadores sino acreedores de datos. Siempre Miguel de Unamuno afirmaba que Marcelino Menndez Pelayo era el espaol de quien ms ha-ba aprendido, con agradecimiento y emocin recordaba que haba vota-do en su favor en la oposicin a la ctedra de Griego de Salamanca, Ci-riaco Morn Arroyo, Hacia el sistema de Unamuno, Falencia, Clamo, 2003, pgs. 65-67.

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    La serrana de Tormes, Las mocedades del Cid, El Cantar de Mo Cid, Don Blas, Hamkt, Macheth, Othelo y un largo etctera), por el nombre de un personaje (Pedro Crespo, Segismundo, Lazari l lo de Tormes, La Celestina, D o n Quijote, Sancho Panza, A lonso Qui jano el Bueno, el bachiller Carrasco...), o el de u n autor ( Ca l d e r n , Tirso de M o l i n a , Gu i l l en de Cas-tro, Viez de Guevara, Shakespeare, San Juan de la C r u z , fray Luis de Len , Santa Teresa...); a veces, la referencia pue-de a c o m p a a r la cita para puntualizar las fiientes del texto citado.

    Por lo que toca a las alusiones, ms difciles de apreciar y entender, remiten al ambiente pol t ico cultural de la Restaura-c in y se concentran sobre todo en el l t imo ensayo Sobre el marasmo de Espaa. D e forma significativa las vct imas de las indirectas del ensayista son A n t o n i o Cnovas del Casti l lo, artesano de la Restauracin y foriador del sistema del tumo, y el famoso crtico literario Clarn.

    E n cuanto a la l t ima forma de inter texmahdad, el pla-gio, es delatada por Clarn algunos aos ms tarde, con la pu-b h c a c i n de los Tres ensayos. E n una carta del mes de mayo de 1900, Clarn acusa al autor de En t o m o al casticismo de no citar a nadie, todo lo dice como si aquellas novedades, que l o sern para muchos se le hubieran ocurr ido a l solo, o como si n o supiera l que ya han sostenido cosas parecidas otros...''^, otros, por supuesto, como Clarn. S in embargo, cabe notar que el profesor de O v i e d o n o formula esta acu-sac in a p r o p s i t o del texto de los ensayos de 1895, ya que M i g u e l de U n a m u n o suele citar sus fuentes acerca del tea-tro y de la ms t i ca . E l c a t e d r t i c o de Gr iego se defiende y contesta en una carta en tercera persona: Por q u no hace citas Unamuno? Primero y principal, porque esas novedades, si n o son de l, n o son tampoco de A . B . C , sino que flo-tan en el ambiente intelectual m o d e m o , y no recuerda ha-berlas l e do aq u o all, sino que han surgido de sus lectu-ras todas''^. Esta carta de diecisiete pginas constituye u n

    *^ Ancdota referida por Mara Dolores Gmez MoUeda, Los reformadores de la Espaa contempornea, Madrid, CSIC, 1966, pgs. 397-398.

    "3 Ibd., pg. 398.

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  • impresionante documento autobiogrf ico como lo confiesa el propio Un am u n o :

    Esta es una carta de confesin, una carta de desnudamien-to, de absoluta sinceridad; pues bien, amigo Alas, yo creo que s, que aquel Unamuno fuerte, nuevo, original de En tomo al casticismo, lo es, no porque piense cosas nuevas (as no lo es nadie), sino porque las piensa con toda cl alia y todo cl cuer-po. Y su originalidad est en el modo de decirlas'".

    Entre ambos catedrt icos se entabla un debate en tomo a lo que hoy llamamos intertextuahdad, y al final de esta mu y extensa carta dirigida a Clarn, Migue l de U n a m u n o le recuer-da con malicia los juicios emitidos a raz de la publ icac in de La Regenta y las crticas de algunos que tacharon al autor de plagiario de Flauben>>'* .^

    Si M i g u e l de U n a m u n o roza el plagio, eso procede de su manera peculiar de fagocitar los textos ajenos, segn Jos-Carlos Mainer , de no citar a veces sus lecturas, cuyos apun-tes llenan numerosas cuartillas''^. Redacta, por ejemplo, su contradiscurso a partir de las conferencias de M e n n d e z Pe-layo, sobre todo la titulada El hombre, la poca , el arte, fiidada en la evocac in de la vida en el Siglo de O r o (fami-lia, cd igo del honor) y la l t ima; le sirven de revulsivo para proponer valores distintos que renuevan el nacionalismo l i -beral d e c i m o n n i c o y prefiguran el nacionalismo progresista del siglo XX.

    Asimismo, en las pginas dedicadas a la literatura mstica, el ensayista cita ms de treinta veces a Santa Teresa, San Juan de la C m z y fray Luis de Len sin mentar los t tulos de las

    Epistolario a Clarn, ed. de Adolfo Alas, Madrid, Escorial, 1911, pg. 92. Aade en la misma carta Miguel de Unamuno: Tachsele a usted, con

    soberana injusticia, de plagiario de Flaubert por aquella obra, en que yo veo la flor de sus experiencias y reflexiones de joven, lo ms fresco de usted, y tanto arrancado de la realidad, intuida y sentida. Y fije usted en ella original, real-mente original, y no es menester que se cite a Flaubert, no ms menester que el que yo cite a los que con mi pensar coincidan. (Vuelvo a abogar pro domo mea.)". Epistolario a Clarn, op. cit., pg. 98.

    ^ Cuartillas conservadas en la Casa Unamuno de Salamanca.

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    obras a excepcin de la Subida al monte Carmel^'^, lo que pue-de colocar al lector de hoy en una s i tuac in de inferioridad y de ignorancia. Para ste, aturdido por tantas citas, lo esencial es entender el p rops i to general de Unamuno , e m p e a d o en e s t i ^ a t i z a r los vicios del espritu castellano cristalizado en la mstica. A partir de una eleccin sagaz, desarrolla el ensayista una demos t rac in basada en una operac in de caUage-monta-ge, una especie de bricolaje oportunamente edificado para su-brayar las carencias de la mstica a la que opone el humanis-m o de fray Luis de Len .

    La mstica se revela incapaz de realizar una adecuac in per-fecta con el mundo exterior y lo que rechaza el ensayista es a la vez el dogmatismo de la ins t i tucin eclesistica y la fe del carbonero a la que acuden los mst icos:

    Su mstica [de San Juan de la Cmz] es la de la fe vaca, la del carbonero sublimada, la pura sumisin a quien ensea el dogma, ms bien que al dogma mismo.

    Su Subida al monte Carmelo es en gran parte comentario de aquellas palabras de San Pablo a los glatas: si nosotros mis-mos o un ngel del cielo os evangelizase en contra de lo que os hemos evangelizado, sea condenado''^.

    L a cita viene a c o m p a a d a a veces de un juicio tajante del ensayista que no vacila en tomar partido: La mst ica de San Juan de la C m z es de sumis in y cautela''^.

    E n cuanto a Santa Teresa, d ic tamina que su caridad es sobre todo horror al p ecad o ; denuncia su moral demasiado individualista, una falta de tolerancia caracterizada por una mora l mi l i tante, la del Dios de las batallas, la de D o m i n -go p id iendo a la Virgen vahr contra sus enemigos^**. H o y ,

    '''' En las notas de esta edicin, hemos procurado localizar las citas en as obras de los autores msticos.

    Cfr. la pg. 225 de esta edicin. Para un estudio ms amplio del pensa-miento religioso de Miguel de Unamuno, vase el artculo de Gaetano Chiap-pini, Mstica y humanismo, identidad y etemo, en Theodor Berchem y Hugo Laitenberger, El joven Unamuno en su poca. Salamanca, Junta de Castilla y Len, 1997, pgs. 71-92.

    ''^ Cfr. la pg. 227 de esta edirin. 0^ Ibd, pg. 228.

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