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HISTORIA DE ARAGÓN UNIDAD 3: ARAGÓN EN EL SIGLO XIX GUIÓN: 1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1808-1833). 1.1. Antecedentes (1888-1808). 1.2. La Guerra de la Independencia (1808-1814). 1.3. El Sexenio Absolutista (1814-1820). 1.4. El Trienio Liberal (1820-1823). 1.5. La Década Ominosa (1823-1833). 2. LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868). 2.1. La Primera Guerra Carlista (1833-1839). 2.2. Evolución política del período: 2.2.1.Minoría de edad de Isabel II (1833-1843). 2.2.2.Mayoría de edad de Isabel II (1843-1868). 2.3. Evolución socioeconómica del período: 2.3.1.Las transformaciones económicas. 2.3.2. Las transformaciones sociales. 3. BIBLIOGRAFÍA. 4. RECURSOS AUDIOVISUALES 1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1808-1833). El período comprendido entre 1808 y 1833 representa la agitada y convulsa transición de nuestro país a la época contemporánea, que está caracterizada por la crisis del Antiguo Régimen y los inicios del liberalismo en España. El Antiguo Régimen es un sistema político, económico y social por el cual una minoría privilegiada – la nobleza y el clero – ocupa todos los cargos públicos y no paga impuestos, mientras que la mayor parte de la población – el Tercer Estado en Francia, o los “Pecheros” en España – paga los impuestos y no goza de ningún tipo de privilegio. La figura central de ese sistema de poder es el rey absoluto, cuyo poder no tiene límites y que concentra los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) en sus manos. En el siglo XVIII, la manera de justificar el poder del rey ya no es la religión, sino a través de teóricos que afirman que el poder del rey proviene de un pacto con sus súbditos. Las ideas de la Ilustración influirán en los reyes y el objetivo de su política será satisfacer las necesidades de su pueblo, pero sin perder las bases de su poder absoluto. Así nace el Despotismo Ilustrado, cuyo lema es “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”. En lo económico, hay un predominio absoluto de la economía rural y agraria. El 80% de la población vive en pequeñas aldeas o pueblos y trabaja en la Jesús Ignacio Bueno Madurga 1

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Page 1: Unidad 3. Aragón en el siglo XIX

HISTORIA DE ARAGÓN

UNIDAD 3: ARAGÓN EN EL SIGLO XIX

GUIÓN:

1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1808-1833).1.1. Antecedentes (1888-1808).1.2. La Guerra de la Independencia (1808-1814).1.3. El Sexenio Absolutista (1814-1820).1.4. El Trienio Liberal (1820-1823).1.5. La Década Ominosa (1823-1833).

2. LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868).2.1. La Primera Guerra Carlista (1833-1839).2.2. Evolución política del período:

2.2.1. Minoría de edad de Isabel II (1833-1843).2.2.2. Mayoría de edad de Isabel II (1843-1868).

2.3. Evolución socioeconómica del período:2.3.1. Las transformaciones económicas.2.3.2. Las transformaciones sociales.

3. BIBLIOGRAFÍA.4. RECURSOS AUDIOVISUALES

1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN (1808-1833).

El período comprendido entre 1808 y 1833 representa la agitada y convulsa transición de nuestro país a la época contemporánea, que está caracterizada por la crisis del Antiguo Régimen y los inicios del liberalismo en España.

El Antiguo Régimen es un sistema político, económico y social por el cual una minoría privilegiada – la nobleza y el clero – ocupa todos los cargos públicos y no paga impuestos, mientras que la mayor parte de la población – el Tercer Estado en Francia, o los “Pecheros” en España – paga los impuestos y no goza de ningún tipo de privilegio.

La figura central de ese sistema de poder es el rey absoluto, cuyo poder no tiene límites y que concentra los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) en sus manos. En el siglo XVIII, la manera de justificar el poder del rey ya no es la religión, sino a través de teóricos que afirman que el poder del rey proviene de un pacto con sus súbditos. Las ideas de la Ilustración influirán en los reyes y el objetivo de su política será satisfacer las necesidades de su pueblo, pero sin perder las bases de su poder absoluto. Así nace el Despotismo Ilustrado, cuyo lema es “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

En lo económico, hay un predominio absoluto de la economía rural y agraria. El 80% de la población vive en pequeñas aldeas o pueblos y trabaja en la agricultura y ganadería. Los productos de la tríada mediterránea (trigo, vid y olivo) eran la base de la alimentación de la sociedad y, por lo tanto, un elemento importante de la economía del Antiguo Régimen. El gasto en pan podía significar la mitad del dinero dedicado al consumo de una familia de los sectores populares; en consecuencia, los aumentos en el precio del pan solían provocar motines en las ciudades. Una mala cosecha, a su vez, condenaba al hambre a numerosos campesinos. Estos datos muestran con claridad el tipo de sociedad característica del Antiguo Régimen.

1.1. Antecedentes (1788-1808).

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El reinado de Carlos IV (1788-1808) fue un período prolongado de crisis. La crisis del Antiguo Régimen en España fue extraordinariamente compleja, ya que en ella se conjugan factores estructurales y otros generados por la propia coyuntura de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX:

En primer lugar, es un período caracterizado por una profunda crisis económica. El crecimiento económico de las décadas anteriores se agotó. Varios años de malas cosechas provocaron hambrunas y epidemias que, a su vez, ocasionaron un incremento de la mortalidad catastrófica y un descenso de la población. El comercio con América se resintió por el bloqueo naval británico establecido entre 1795 y 1808. Estas condiciones frustraron las expectativas de diversos sectores de la población y agudizaron la conflictividad social y política.

En segundo lugar, cambio por completo el contexto internacional con el desarrollo de la Revolución francesa. La Monarquía española se vio inmersa desde 1793 hasta 1814 en un prolongado ciclo de guerras contra las grandes potencias europeas de la época: primero con Francia, entre 1793 y 1795, después con Gran Bretaña, entre 1795 y 1808, y, de nuevo, con Francia, entre 1808 y 1814. Cuando terminó la guerra con Francia, tuvo que hacer frente, en solitario, a la emancipación de sus colonias americanas. Las continuas guerras y su financiación afectaron a las relaciones de España con su imperio americano y a la Hacienda Real y paralizaron la política de reformas.

Por último, la crisis del Antiguo Régimen fue, ante todo, de carácter político y llegó a afectar al propio prestigio de la Corona. Las dificultades de todo tipo a que se vio sometida la monarquía de Carlos IV adquirieron su última expresión en la primavera de 1808, con el estallido del motín de Aranjuez, que provocó la dimisión del primer ministro, Godoy, y la abdicación del rey, Carlos IV, en favor de su hijo, Fernando VII, y con la invasión francesa de la península, que ocasionó la abdicación de Fernando VII en favor de José I y el inicio de la Guerra de la Independencia.

1.2. La Guerra de la Independencia (1808-1833).

La política exterior de Manuel Godoy (firma del Tratado de Fointanebleu, octubre de 1807) había favorecido la ocupación de la Península por los ejércitos de Napoleón. El pueblo madrileño demostró su oposición en la jornada del 2 de mayo de 1808. A comienzos de junio, España entera estaba en guerra contra los franceses.

Los levantamientos casi simultáneos de Galicia, Asturias, gran parte de Castilla, Cataluña y Aragón hacen pensar en una mínima organización, quizá a cargo de los grupos que habían representado la oposición al despotismo ministerial de Godoy; en el caso de Aragón, por la segunda generación del Partido Aragonés, representada por la condesa de Bureta, el Marqués de Ayerbe, José Palafox, Lorenzo Calvo de Rozas e Isidoro Antillón, que ya habían participado en los preparativos que culminaron en el motín de Aranjuez, dos meses antes.

El nuevo contexto aragonés se caracterizó, en sus comienzos, por el desconcierto oficial y la reacción popular, en defensa de las esencias tradicionales. A pesar de las llamadas al orden y la tranquilidad por parte de las autoridades militares y municipales, el pueblo zaragozano asaltó Capitanía General (24 de mayo), deponiendo al Capitán General (Guillelmi) y obligando a reconocer a José de Palafox como Capitán General de Aragón, con plenos poderes para organizar la resistencia. Una vez que está al mando, Palafox toma una iniciativa realmente revolucionaria para legitimar su poder: convoca a las antiguas Cortes de Aragón que no se habían reunido jamás desde la subida al trono de los Borbones. Las Cortes, reunidas el 9 de junio, confirman a Palafox y aprueban todos sus actos.

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A las Cortes Aragonesas de 1808 asistieron los cuatro brazos del Reino de Aragón. Estuvieron dirigidas por el propio Palafox y su secretario fue el vizcaíno Lorenzo Calvo de Rozas. Se llegaron a los acuerdos de la proclamación como rey de Fernando VII y el reconocimiento de Palafox como Capitán General y gobernador político y militar de Aragón. Se proyectó una segunda sesión, pero nunca a realizarse. La importancia de la celebración de estas Cortes no radica tanto en sus decisiones, como en el hecho de que después de más de un siglo desde la celebración de las anteriores, y en una situación de vacío legal, fuesen concebidas como el único instrumento capaz de legitimar la acción de las nuevas autoridades. Con Palafox al frente se creó una nueva situación en Aragón y en las principales ciudades se quedaron al mando gentes de su confianza: Warsage en Calatayud; Boggiero en Teruel o Perena en Huesca. Pero los verdaderos defensores fueron las gentes de la calle, pertenecientes a todas las clases sociales, que se movilizaron para luchar contra los franceses: nobles, burgueses, artesanos, comerciantes, eclesiásticos y campesinos. En cuanto a las ciudades, hay que destacar la resistencia de Alcañiz, Monzón, Jaca y, de forma especial, la de Zaragoza.

Zaragoza no era una plaza fuerte como Gerona. Su principal protección la constituían los ríos Ebro y Huerva. En su enconada defensa intervinieron, además de sus gentes, numerosos voluntarios de todo el antiguo Reino.

El primer sitio tuvo lugar de junio a agosto de 1808; en una ocasión, los asediadores lograron llegar hasta el Coso de la ciudad, siendo expulsados gracias a la lucha conjunta de soldados y habitantes de los barrios. En esa lucha se distinguió Agustina Zaragoza Doménech, cuando el 2 de junio se encontraba en la puerta de la ciudad del Portillo y se hizo cargo de un cañón a cuyo alrededor yacían, heridos o muertos, sus servidores. Con esta acción contribuyó a evitar la entrada de los franceses por ese flanco de la ciudad y a forjarse una leyenda de heroína en torno a su persona. Los zaragozanos resistieron el sitio hasta el 15 de agosto, fecha de la retirada gala para reorganizarse por la derrota sufrida en la batalla de Bailén. Fue en esa retirada cuando destruyeron el emblemático monasterio de Santa Engracia y quemaron el desaparecido convento de San Francisco (en la actual Diputación Provincial de Zaragoza).

La presencia de Napoleón en España dio un nuevo impuso a la ofensiva francesa. De diciembre de 1808 a febrero de 1809, Zaragoza volvió a sufrir un nuevo asedio: un ejército de 48.000 soldados franceses culminó un asedio de sesenta y dos días: el hambre, el tifus…, pusieron fin a una heroica resistencia. El 21 de febrero se firmó la capitulación, presidiendo la Junta don Pedro María Ric, barón de Valdeolivos.

La caída de Zaragoza provocó el fin de la resistencia de las demás ciudades de Aragón. Palafox cayó en manos de los franceses y, para organizar la resistencia y continuar con la guerra, se creó en marzo de 1809 la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla (Cuenca y La Alcarria), un órgano dependiente de la Junta Central Suprema que operaba en toda España. Aragón estuvo representada en ella por Francisco Palafox, Lorenzo Calvo de Rozas y el Conde de Sástago.

La guerra tomó una perspectiva distinta y los opositores a los franceses quedaron relegados a la zona oriental aragonesa y a las sierras del sur turolense para practicar una guerra de guerrillas. Esta nueva táctica militar de asalto, destrucción y veloz retirada aparece por la

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superioridad aplastante del ejército napoleónico. Las organizadas tropas francesas iban a ser hostigadas con pequeñas escaramuzas e incursiones por sorpresa hasta la extenuación, en acciones tanto en el área rural, donde intervenían también bandoleros y contrabandistas, como dentro de las ciudades organizadas por la guerrilla urbana.

Entre los guerrileros que más se distinguieron hay que destacar a: Fernando García Marín, veterano de la guerra del 93, notario ilustrado y humanista que taponará Canfranc y los principales pasos pirenaicos adyacentes, con sus 'Voluntarios de Jaca'; el coronel Mariano Renovales, que luchó en el segundo Sitio; cogido prisionero y escapado, vuelve a refugiarse en el valle del Roncal. Desde allí llegó a ocupar el valle de Ansó y la Canal de Berdún con su lucha de guerrillas; el coronel Felipe Perena, abogado oscense y creador de los 'Voluntarios de Huesca', que participó en la defensa de los Sitios con incursiones desde el exterior en las cercanías de Zaragoza, desde Juslibol, Zuera y el valle del Gállego; uno de los que más fama tuvo fue el general Villacampa, con treinta acciones de guerra y nunca derrotado. Jugó un papel importantísimo en el segundo Sitio y tras la toma francesa de Zaragoza obtuvo el mando de la ribera derecha del Ebro, formando una división en la que englobó a todas las guerrillas que operaban en el territorio. Orihuela del Tremedal fue su refugio y fue quemada por los franceses. Posteriormente, se instaló en Teruel, que también fue ocupada y saqueada por Suchet, pero Villacampa la recuperó definitivamente. También recuperó Valencia y por todas sus acciones fue nombrado capitán general de Madrid.

Frente a la España oficial de José I, los españoles que no aceptaron las abdicaciones de Bayona se organizaron en Juntas locales, provinciales, de cada reino, hasta llegar a constituir la Junta Suprema Central, que asumió la dirección política y militar de España en septiembre de 1808, en ausencia del rey legítimo, Fernando VII. En enero de 1810, la Junta Suprema Central se disolvió y fue reemplazada por el Consejo de Regencia, un organismo presidido por el general Castaños y formado por cinco miembros, quien se encargó de organizar la celebración de Cortes en la ciudad de Cádiz, en septiembre de 1810. La mayor conquista de las Cortes de Cádiz fue la realización de la Constitución de 1812, proclamada en la festividad de San José y denominada por esa razón 'la Pepa'. Esta primera constitución española establecía los principios liberales y pretendía acabar con el Antiguo Régimen.

El liberalismo es el movimiento político partidario de un gobierno representativo, con un Parlamento renovado periódicamente, un rey constitucional y un texto fundamental, la Constitución, en el que se recojan los derechos y deberes básicos de los ciudadanos. En lo concerniente a Aragón, éste no fue reconocido políticamente como reino ni a sus antiguas instituciones y peculiaridades jurídicas, pero sí que se reconoció como 'territorio de las Españas'. Obra del liberalismo gaditano fue también la creación de los ayuntamientos formados uniformemente en toda España por alcaldes y concejales o la nueva división en provincias. En las Cortes de Cádiz se planteó por primera vez la abolición de los señoríos (laicos y eclesiásticos), como tema clave de la revolución burguesa antifeudal.

Entre los aragoneses que intervinieron en las Cortes de Cádiz, figuran Vicente Pascual (presidente y primer firmante de la Constitución), Eusebio Bardají y Azara (Secretario), Isidoro Antillón, Pedro María Ric, entre otros.

El balance de la guerra para Aragón fue desastroso: se habla de 50.000 muertos en los sitios, la ruina de las ciudades, pérdida de cosechas y de la cabaña ganadera, la destrucción de puentes y caminos, etc.

1.3. El Sexenio Absolutista (1814-1820).

El 11 de diciembre de 1813 se firmó el Tratado de Valençay, por el cual Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España. El regreso de éste se produjo en marzo del año siguiente, cuando estaban a punto de salir todas las tropas francesas de la Península. En Aragón, el último contingente fue expulsado de Benasque el 23 de abril de 1814.

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Invitado por Palafox, Fernando VII visitó Zaragoza procedente de Francia; en la capital del Ebro, “El Deseado” fue recibido con gran entusiasmo. Semanas más tarde, inducido por la situación y el “Manifiesto de los Persas”, anuló la Constitución de 1812, restableciendo el Antiguo Régimen en España.

El absolutismo es la forma de gobierno en la que todos los poderes se hallan reunidos en una sola persona, sin ninguna limitación, en este caso el rey Fernando VII. Para gobernar de esta manera se apoyará en el Consejo de Castilla y las capitanías generales, aboliendo los recién creados ayuntamientos y la Milicia Nacional, el brazo armado del liberalismo español en la primera mitad del siglo XIX.

Comenzó entonces una caza de brujas contra todos los que se tenía sospecha de afrancesados y liberales. La Inquisición se convirtió en una importante herramienta para procesar a toda persona que cuestionara la política del rey, y en este ambiente de represión muchos de los opositores se vieron abocados al exilio.

Entre los defensores del rey, es destacable la presencia de Luis Rebolledo de Palafox, marqués de Lazán, favorable al régimen feudal y uno de los consultados por el rey para desencadenar la represión; y del ministro de hacienda Martín de Garay, de ascendencia aragonesa y protector del Canal Imperial, quien al fracasar en su intento de realizar una reforma fiscal fue apartado inmediatamente del gobierno.

1.4. El Trienio Liberal (1820-1823).

El 1 de enero de 1820 se desencadenó la reacción de Rafael del Riego a la política absolutista de Fernando VII con el pronunciamiento liberal de Cabezas de San Juan (Sevilla), proclamando la Constitución de Cádiz. El levantamiento militar culminó con éxito, propagándose a otras ciudades y en marzo de 1820 el rey se vió obligado a jurar la Constitución.

José Zamoray, líder natural del barrio de San Pablo zaragozano, agrupó a los constitucionalistas (o doceañistas) militares y civiles mediante reuniones secretas en su propia casa, consiguiendo la ayuda del antiguo ministro de hacienda Martín de Garay, y la participación de la guarnición con objeto de conseguir sin sangre la instauración del régimen constitucional, cuidando él y sus partidarios del orden público y dejando a las tropas en los cuarteles.

La proclamación constitucional en Zaragoza se produjo el 5 de marzo de 1820, colocando una lápida dedicada a la Constitución (la "losa"). La diferencia radical entre este levantamiento y el de Cabezas de San Juan, estriba en que éste fue civil, con la intervención de los veteranos combatientes de los Sitios como protagonistas fundamentales. Las parroquias de Zaragoza eligieron una Junta Suprema de Aragón. Su primera medida fue la reposición de los ayuntamientos anteriores a 1814 y la supresión de la Inquisición, cuya cárcel, donde sólo había un preso, fue asaltada por el pueblo. Más tarde, se restableció la Milicia Nacional, un ejército de voluntarios en defensa de la Constitución.

Las ideas liberales pronto se propagaron en Aragón a través de la prensa, con diarios como el Diario Constitucional de Zaragoza, el Diario Político de Zaragoza o El Zurriago Aragonés, y también a través de las sociedades patrióticas. Estas sociedades eran unas tertulias reunidas en cafés y otros lugares públicos de las principales ciudades, organizadas por liberales para comunicarse las noticias, leer los periódicos, proponer ideas y soluciones. En Aragón, la más influyente fue la Sociedad Patriótica de Zaragoza, que celebró su primera junta preparatoria el 12 de abril de 1820.

Sin embargo, entre los propios liberales enseguida surgieron los primeros conflictos, dividiéndose entre doceañistas (más moderados) y exaltados (más partidarios de una reforma social completa), cuyo representante principal era el turolense Juan Romero Alpuente.

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El nombramiento de Riego como capitán general de Aragón, convertido ya en un mito, potenció a los exaltados, cimentando una línea de talante ideológico progresista leal al rey constitucional. Sin embargo, la situación cambió con los rumores sobre un levantamiento que elevarían a Riego a la presidencia de una posible República. Riego fue destituido y apartado, nombrándole gobernador militar de Lérida.

Pero no toda la población era favorable a la Constitución. Los llamados apostólicos eran una facción religioso-política, caracterizada por un feroz antiliberalismo y por una defensa a ultranza de la Inquisición, y por el empleo de tácticas guerrilleras violentas en el ámbito rural. Este grupo nació como reacción inmediata y violenta a la política eclesiástica del régimen constitucional, que rebajaba los privilegios de la Iglesia y ordenaba enseñar, jurar y propagar desde el púlpito la Constitución.

En Zaragoza, la primera reacción de los apostólicos se produjo en mayo de 1820, cuando un grupo de labradores de las parroquias de San Miguel y del Arrabal intentaron quitar la placa dedicada a la Constitución. Los apostólicos cobraron más fuerza, al provocar una revuelta en Zaragoza el 23 de abril de 1821. En esa acción, José Zamoray, el doceañista que inició la revolución de 1820, fue capturado en la sacristía del Pilar disfrazado de clérigo y asesinado. Desde entonces, Aragón iba a ser el escenario de frecuentes revueltas provocadas por los realistas, entre los que destacan Capapé en el área de Teruel y Bessieres en la de Zaragoza.

No obstante, Zaragoza mantuvo una línea liberal, apoyada en su capitanía general y en su fuerte Milicia Nacional, hasta que desde Francia llegaron los Cien Mil Hijos de San Luis para restaurar el absolutismo en 1823. Destacados militares liberales encargados de hacer frente a este ejército fueron el navarro Espoz y Mina y el zaragozano Francisco López Ballesteros. Los dos tuvieron que marchar al exilio, como muchos otros liberales, y los que no lo hicieron acabaron en prisión.

Con este apoyo militar francés Fernando VII volvió a abolir la Constitución y todas las reformas efectuadas durante el Trienio Liberal. A partir de este momento iba a iniciarse la "Década ominosa", una vuelta a la represión y al triunfo del Antiguo Régimen.

1.5. La Década Ominosa (1823-1833).

En los últimos años del absolutismo fernandino el país se vió sumido en el caos. Se hace muy corriente la violencia provocada por los escuadrones de voluntarios realistas partidarios de la monarquía anticonstitucional y que se opusieron a la abolida Milicia Nacional, formada por liberales.

Es el momento del exilio de liberales. Algunos de los más destacados en Aragón son el botánico Mariano Lagasca, el músico Mariano Rodríguez de Ledesma, los escritores José Mor de Fuentes y Braulio Foz, y, el más conocido de todos, Francisco de Goya y Lucientes.

En contraposición a estos personajes, el aragonés más influyente en la política de la "década ominosa" es Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia durante varios años.

El final del reinado de Fernando VII estuvo marcado por la cuestión sucesoria, ya que pasaban los años, los matrimonios y no tenía hijos legítimos que heredaran el trono. El hermano del rey, don Carlos María Isidro ya se preparaba la sucesión y era apoyado por los sectores más absolutistas y tradicionalistas del país. Sin embargo, con la boda de Fernando con su sobrina María Cristina de Borbón en 1829, cambió la situación por completo al producirse al poco tiempo el nacimiento de su hija Isabel. Sólo había un escollo, ya que en el siglo anterior había sido promulgada la Ley Sálica por el primer Borbón, Felipe V. Por esta ley, una mujer sólo podía heredar el trono si no había herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos). Esto se solucionó con la promulgación de la Pragmática Sanción en 1830, que derogaba la Ley Sálica. Como era previsible, esta derogación no fue aceptada por el pretendiente al trono Carlos María Isidro y sus seguidores

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absolutistas más radicales. Éste fue el inicio de una grave crisis política y dinástica que desembocó en las guerras carlistas, que tuvieron una gran incidencia en Aragón.

2. LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868).

2.1. La Primera Guerra Carlista (1833-1839).

Tras la muerte de Fernando VII, la nueva oligarquía dominante compuesta por la burguesía ascendente, la aristocracia, los cuadros superiores del ejército y la alta jerarquía eclesiástica apoya a su sucesora, la futura reina Isabel II, con objeto de preservar sus privilegios de clase y realizar la llamada "revolución liberal". El otro sector compuesto por el bajo clero, la pequeña aristocracia rural y el campesinado se enfrentará a la oligarquía en el poder y se le denominó carlista por apoyar la sucesión al trono a favor de Carlos María Isidro de Borbón.

Las motivaciones del enfrentamiento hay que buscarlas en las primeras desamortizaciones eclesiásticas, la penuria en que se encontraba el proletariado campesino y la paulatina desaparición de las instituciones forales, todo ello revestido de la reivindicación dinástica. Muchos de los seguidores carlistas tienen su origen en los apostólicos y los voluntarios realistas surgidos en el Trienio Liberal. La protesta se alzó, principalmente, en los lugares cuya memoria colectiva recordaba sus antiguos y seculares regímenes forales: País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón, aunque también existieron apoyos carlistas en otros territorios.

EVOLUCIÓN DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN ARAGÓN

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En Aragón, el carlismo tuvo un fuerte arraigo en las zonas rurales de las tres provincias, en especial en la provincia de Teruel. Sin embargo, las tres capitales de provincia siempre estuvieron de parte del bando liberal durante toda la guerra.

El carlismo tuvo poco arraigo en la provincia de Huesca; sin embargo, se vio involucrada directamente en la contienda por su posición entre Cataluña y Navarra. En 1835, el Cabildo y la mayoría del ayuntamiento de Huesca recibieron a las tropas carlistas que entraron triunfantes en la misma, dirigiéndose después a Barbastro, uno de sus centros más adictos.

Don Carlos encontró la mayor adhesión a su causa en la provincia de Teruel, que estuvo prácticamente bajo su control en los años 1838-1839; la capital llegó a ser amenazada en varias ocasiones. El Maestrazgo se convirtió, dada sus características geográficas, en un lugar ideal para la acción guerrillera de las partidas carlistas. La guerrilla carlista contó con destacados jefes populares, como Joaquín Quílez, Montañés o Conesa, operando todos ellos en el Maestrazgo aragonés. El general Cabrera lo eligió también como centro de

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operaciones contra Zaragoza y Gandesa-Castellón-Valencia. Cantavieja fue un centro militar de entrenamiento.

En la provincia de Zaragoza, su incidencia fue también importante; aunque no llegaron a dominarla, cobraron tributos en los principales pueblos de la provincia. En 1837, Dos Carlos, en su “Expedición Real” a Madrid, se presentó a las puertas de la capital aragonesa, sin atreverse a atacarla. No ocurrió así al año siguiente, cuando una expedición carlista tuvo que ser repelida por el pueblo de Zaragoza (5 de marzo de 1838). Los carlistas tuvieron que refugiarse en Cantavieja. Esta fecha será recordada a partir de entonces como la “Cincomarzada”.

A pesar de la firma del acuerdo de de Vergara entre Espartero y Maroto en 1839, la guerra continuó en Aragón hasta julio de 1840. Los últimos reductos carlistas que se rindieron a los liberales fueron Segura, Castellote, Aliaga y Cantavieja.

2.2. Evolución política del período (1833-1868).

De forma paralela al desarrollo de la guerra, Aragón vivió de forma intensa la transición del absolutismo al liberalismo y la escisión entre liberales moderados y progresistas.

A partir de 1833, se detecta la aparición de una burguesía ascendente de signo progresista (Juan Bruil, Felipe Almech, Víctor Pruneda, Miguel Alejos Burriel…), que se vinculó a la figura de Espartero desde los años treinta. Esta corriente liberal se manifestó en continuos motines y levantamientos que desembocaron en la formación de Juntas, movimientos que seguían la misma secuencia de hechos: toma de los ayuntamientos, mientras el pueblo, apoyado por sectores del ejército y por la Milicia Nacional, apoyaba el proceso.

2.2.1. Minoría de edad de Isabel II (1833-1843).

Tras la muerte de Fernando VII en 1833, su esposa María Cristina asumió la regencia del país durante la minoría de edad de su hija, Isabel, entre 1833 y 1840. María Cristina buscó el apoyo de los liberales para defender los derechos dinásticos de su hija Isabel. Las primeras muestras de aperturismo comenzaron a fructificar sobre todo con el gobierno de Martínez de la Rosa, momento en el que se aprobó el Estatuto Real (1834), una especie de “carta otorgada”, similar a la aprobada en 1815 por Luis XVIII en Francia, que introdujo el sistema de bicameralismo para las cortes, pero que no contentaba ni a los liberales ni a los partidarios del Antiguo Régimen.

Lo exiguo de las reformas de Martínez de la Rosa, provocaron un movimiento revolucionario llevado a cabo por la burguesía urbana en el verano de 1835. En Aragón, este movimiento estuvo precedido por una gran agitación anticlerical, sobre todo contra los frailes, a los que se acusaba de apoyar al Antiguo Régimen y a los guerrilleros carlistas. El más violento se produjo en Zaragoza contra el arzobispo absolutista, Bernardo Francés y Caballero, a causa del cual se incendiaron varios conventos, se asesinaron a varios frailes y el arzobispo se vió obligado a huir a Francia, de donde ya no regresaría.

Esta presión anticlerical desembocó en una reforma del estamento eclesiástico. Así, el 25 de julio de 1835 se publicaba un decreto suprimiendo todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Sin embargo, los exaltados liberales de la milicia urbana fueron más allá y a través de la junta revolucionaria consiguieron cerrar todos los conventos en la capital y la mayoría en las provincias de Zaragoza y Teruel. Solo algunas órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza (los escolapios) y a la beneficencia (Hospitalarios, Hermanas de la Caridad) sobrevivieron.

En agosto de 1835, se constituyó una Junta que solicitó la convocatoria de Cortes y la libertad de imprenta. La disolución de la Junta por el Conde de Toreno provocó su transformación en Junta Superior del reino de Aragón, previo pacto federal con Barcelona y Valencia.

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La oleada revolucionaria nacional obligó a la Regente a entregar el poder al liberal progresista Juan Álvarez Mendizábal. Su mayor logro al frente del gobierno fue la desamortización de las tierras y bienes inmuebles de las órdenes religiosas.

Las medidas demasiado progresistas de Mendizábal provocaron su caída política sin que llegara a poner en práctica su desamortización, sucediéndose los presidentes del consejo de ministros (Isturiz, Calatrava) hasta que se proclamó una nueva constitución en 1837. La proclamación de la nueva carta magna no logró solucionar la enquistada crisis política y la presión carlista, así que se siguen sucediendo los dirigentes en el gobierno, que solo estaban en el poder apenas unos meses. Uno de ellos fue el grausino Eusebio Bardaxí y Azara.

La normalidad solo iba a ser posible con el final de la guerra carlista y la salida de la regencia de Cristina de Borbón. Lo primero se produjo el 31 de agosto de 1839 con la firma del Convenio de Vergara entre Espartero, por el ejército isabelino, y Maroto, por los carlistas. Lo segundo se produjo en 1840, cuando la reina se dirigió a Cataluña con sus hijas, con el pretexto oficial de una cura de aguas. En realidad, quería recabar el apoyo de Espartero, pero éste no dio el apoyo esperado. El 1 de septiembre estalló la revolución liberal y María Cristina tuvo que salir hacia el exilio, abandonando la regencia, que asumió Espartero entre 1840 y 1843.

El esparterismo tuvo un gran seguimiento en Zaragoza, hasta el extremo de convertirse esta ciudad en una defensora incondicional del general. En su visita a la ciudad en 1839, el Ayuntamiento le dedicó un arco de triunfo en la plaza de San Miguel. Es la derruida Puerta de la Victoria, de la cual conservamos imágenes y su recuerdo en la fachada de un edificio.

Sin embargo, el progresismo de Espartero pronto dejó de ser bien visto por amplios sectores de la población y se produjeron una serie de pronunciamientos por parte de militares moderados como el de Emilio Borso di Carminati, quien tras su fracaso, fue fusilado en Zaragoza en 1841. O'Donnell, otro de los cabecillas de la conspiración, fue obligado a marchar al exilio.

Miguel Alejos Burriel fue alcalde de Zaragoza en 1840, durante la regencia de Espartero, y como notable progresista formó parte de la Junta Revolucionaria zaragozana de 1835 y fue procurador y diputado en Cortes por Teruel desde 1835 a 1843.

Esta Zaragoza esparterista vió a partir de 1840 la realización de un viejo proyecto, la apertura del Salón de Santa Engracia, actual paseo de la Independencia, iniciado a semejanza de la calle Rivoli de París. La obra, con la exigencia inicial de porches o soportales, se iría desarrollando a lo largo del siglo y sería el espacio a ocupar por una burguesía zaragozana que condicionaría ineludiblemente el desarrollo urbanístico de la ciudad hacia el sur.

Los apoyos en Aragón al liberalismo progresista fueron muy importantes, surgiendo una prensa favorable, como la encabezada por Braulio Foz en Zaragoza y cabeceras como la del Eco de Aragón o el Diario Constitucional de Zaragoza, que retomó su publicación en 1836 hasta 1844, momento en el que pasa a denominarse Diario de Avisos de Zaragoza tras el acceso al poder de los moderados. Pero no solo existe esta eclosión de la prensa liberal progresista en Zaragoza, ya que surgirán en Barbastro periódicos como La Atalaya o El Centinela de Aragón en Teruel, fundado por Víctor Pruneda en 1841.

2.2.2. Mayoría de edad de Isabel II (1843-1868).

En el verano de 1843, un pronunciamiento conservador, dirigido por el general Narváez, obligó a Espartero a exiliarse y provocó el ascenso al trono de Isabel II con tan solo catorce años de edad. Ya con los moderados en el poder, se sublevaron varias ciudades catalanas y Zaragoza, donde la Milicia Nacional nombró una Junta Salvadora de la Patria que se dirigió al conjunto de la nación. Ese llamamiento fue secundado por Alcañiz, Ejea, Belchite, Gelsa, Fuentes, Quinto y Caspe, entre otras localidades aragonesas. Durante más de un mes las

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tropas del general Concha sitiaron la capital aragonesa manteniéndose la resistencia hasta el día 28 de octubre.

Con la llamada Década Moderada (1843-1854) se inicia un largo período en el que se produjeron importantes transformaciones en la economía, en la sociedad y en las estructuras políticas aragonesas. Aragón recuperó los niveles de población anteriores a la guerra de la Independencia y se inició un lento e ininterrumpido crecimiento económico apoyado en las transformaciones del sector agrario, en los primeros intentos industrializadores y en los inicios de la construcción de la red ferroviaria.

La única fuente demográfica fiable para la época es el censo de 1857, que da una población total de 891.281 habitantes para todo Aragón, lo cual supone un 5'76% de la nacional, índice sensiblemente menor que el 6'2% del censo de 1797. La ciudad más importante era Zaragoza, que tenía una población de 67.000 habitantes; Huesca, Teruel y Calatayud se situaban entre los 10.000 y 15.000. Con más de 5.000 habitantes y menos de 10.000 estaban Alcañiz, Caspe, Borja, Tarazona, Barbastro y Fraga. Por su parte, había 58 poblaciones entre 2.000 y 5.000 habitantes, 156 núcleos de población entre 1.000 y 2.000 y una mayoría de población residente en municipios inferiores a los mil habitantes: el 76% de los núcleos aragoneses acogía al 40% de la población. Estas cifras nos proporcionan un territorio no demasiado poblado aunque bastante uniforme con un peso importantísimo de los núcleos rurales, ya que tan solo el 1% de las poblaciones superaba los 5.000 habitantes.

La oposición al régimen moderado se manifestó prácticamente en todo Aragón. Zaragoza siguió eligiendo diputados progresistas en las elecciones de este período. Al igual que el resto del país, Aragón vería aparecer también a los demócratas y republicanos, estos últimos protagonistas de algunas conspiraciones de signo republicano. La más importante fue la de Manuel Abad, político progresista, quien intentó llevar a cabo un levantamiento republicano en la provincia de Huesca en 1848. Abad organizó una expedición que atravesó Bolea, Ayerbe y llegó a ocupar Huesca, liberando a los presos políticos. A resultas de esta acción, el ejército emprendió su persecución sitiándoles en Siétamo. A principios de noviembre, Abad y catorce compañeros fueron fusilados.

En 1854, el régimen moderado llegó a un callejón sin salida, mientras la corrupción y los escándalos en la Corte se sucedían. España volvió a agitarse. Zaragoza fue una de las primeras ciudades españoles en iniciar el movimiento revolucionario. El 20 de febrero de 1854, el Regimiento de Córdoba, mandado por el brigadier Hore, se levantó con el apoyo de demócratas y republicanos, pero fracasó. El levantamiento zaragozano se convirtió en el prólogo del movimiento general del mes de junio (la Vicalvarada), protagonizado por los generales unionistas O’Donnell y Dulce, y secundado por los políticos (Cánovas redactó el Manifiesto de Manzanares) y por las movilizaciones populares. Zaragoza y todo Aragón se levantó en armas: el 17 de julio, se formó una junta de Gobierno a iniciativa del general esparterista Gurrea, que fue presidida por el propio Espartero. La Junta zaragozana estuvo integrada por miembros del partido progresista, como el industrial Juan Bruil y el escritor y catedrático Jerónimo Borao. También hay que destacar las juntas revolucionarias formadas en Huesca, con Francisco García López al frente, y las de Teruel, presididas por los republicanos Víctor Pruneda y Tomás Nougués.

La Revolución de 1854 abrió el Bienio Progresista hasta el verano de 1856, un período en el que Espartero y el Partido Progresista dirigieron la política nacional. En las elecciones de octubre Espartero fue elegido por seis provincias, y de entre ellas decidió representar a Zaragoza.

En este Bienio Progresista se encuentra uno de los intentos más coherentes de consolidación burguesa en España. La continuación del movimiento desamortizador con Pascual Madoz y una legislación favorable al desarrollo del capitalismo realizada por el ministro de Hacienda zaragozano Juan Bruil, se vieron apoyadas por una coyuntura económica internacional alcista. Leyes como la bancaria y la de ferrocarriles posibilitaron un despegue económico y una penetración masiva de capital exterior.

Sin embargo, los dos años transcurridos fueron un tiempo demasiado breve para que la burguesía aragonesa pudiera desarrollar sus propósitos de transformación económica y

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social, aunque las disposiciones de alcance nacional y la continuación del proceso desamortizador sentaron las bases para un desarrollo comercial burgués y el primer despegue industrializador.

Cuando O’Donnell desplazó del poder a Espartero en 1856, el Capitán general de Aragón, Antonio Falcón, se levantó formando una nueva Junta que él mismo presidió, pronunciándose contra O’Donnell. El 1 de agosto de 1856, el general Dulce restableció el orden, disolviendo la Milicia Nacional. Falcón y Víctor Pruneda marcharon entonces al exilio.

En los años posteriores a la caída del gobierno progresista (1854-56) se produjo el ascenso de un nuevo grupo político: la Unión Liberal, partido fundado por Leopoldo O'Donnell, a partir del Partido Moderado. Esta formación va a ser la hegemónica en la segunda parte del reinado de Isabel II hasta 1868. Los antiguos burgueses progresistas como Bruil o Borao se acomodaron a los nuevos tiempos y apoyaron esta formación. Mientras, lo que había sido la base esencial del esparterismo, la pequeña burguesía y las clases populares urbanas (artesanos, tenderos, empleados públicos), se orientaron hacia posiciones democráticas e incluso abiertamente republicanas.

2.3. La evolución socioeconómica del período (1833-1868).

2.3.1. Las transformaciones económicas.

a) Las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz.

La desamortización fue el hecho más importante de la revolución liberal por sus repercusiones socioeconómicas para el país. La desamortización suponía la desvinculación de las propiedades inmuebles (tanto tierras como edificios) en manos de sus propietarios. Ninguno de sus impulsores pensó en emprender una reforma agraria ni en mejorar las condiciones de vida de los campesinos. A pesar de ello, la desamortización supuso el comienzo de la disolución de la sociedad del Antiguo Régimen y la introducción de las relaciones de producción capitalistas en el campo español.

El proceso desamortizador fue puesto en marcha por dos políticos progresistas (Juan Álvarez Mendizábal, en 1835, y Pascual Madoz, en 1855). La desamortización de Mendizábal puso en marcha la desamortización de los bienes de las órdenes religiosas y su posterior venta en pública subasta. Cuando los moderados subieron al poder, el 60% de los bienes habían sido vendido o enajenados. Los no vendidos todavía fueron devueltos al clero regular y los de los seglares fueron administrados por el Estado. Con esta desamortización se pretendía poder coto al número de eclesiásticos, resolver el problema de la deuda pública y recaudar fondos para proseguir la guerra contra los carlistas. Además, se pretendía crear una nueva clase de propietarios cuyos intereses estuvieran ligados a la causa de Isabel II.

La desamortización general de Pascual Madoz (1855-1856), por su parte, afectó sobre todo a los bienes de propios y comunales de los municipios, centros de enseñanza, y, en menor medida, a los bienes eclesiásticos.

Finalizado el proceso de desamortización en 1867, se habían vendido en Aragón más de 38.000 fincas cuya propiedad había pertenecido a los ayuntamientos y al clero. Si bien la Desamortización fue un éxito desde el punto de vista fiscal, sus resultados fueron negativos al privar a los pueblos de sus bienes de propios, que en muchos casos eran su fuente casi única de ingresos. El mayor porcentaje de tierras fue comprado, no por sus cultivadores directos, sino por la nueva burguesía comercial de las ciudades (es el caso de los Romeo en la ciudad de Zaragoza), lo cual supuso un atraso en el proceso de industrialización, ya que ese dinero destinado a la compra de los bienes amortizados (unos cuatrocientos millones de reales) no fue a parar a la inversión en industria.

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b) Los inicios del proceso de industrialización.

La llegada de la industrialización se llevó a cabo en Aragón con varias décadas de retraso respecto a otras regiones españolas y, por supuesto, el retraso fue mayor con respecto a los países europeos occidentales (Reino Unido, Francia, Alemania, Bélgica).

Los primeros antecedentes nos llevan a los siglos XVII y XVIII, en donde no hay apenas diferencia entre artesanía e industria. Algunas manufacturas habían alcanzado en Aragón un cierto grado de desarrollo como las de lana, pero a menudo no podían competir con los tejidos de importación.

En 1798, Ignacio de Asso describía en su Historia de la Economía Política de Aragón el penoso estado de las manufacturas de la región, escasamente mantenidas por instituciones como la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País; pero la guerra de la Independencia primero, y la competencia de otras regiones después, las dejaron reducidas a una serie de muestras aisladas. A mediados de siglo sigue la misma tónica cuando Pascual Madoz recoge en su Diccionario que la mayor empresa aragonesa era la Real Casa de Misericordia.

La debilidad de la industrialización en las décadas centrales del siglo XIX se debía al retraso del sector agrario, que se transformaba con gran lentitud. A esto hay que unir la escasa demanda de una demografía que crecía lentamente, la difícil salida de los productos aragoneses al mercado nacional, y la escasez de capital, muy mermado tras las desamortizaciones.

Sin embargo, la liberalización de 1856 propiciada por Juan Bruil posibilitó la entrada de inversiones de capital extranjero (aunque es mínima en relación a otras regiones del estado), que se invirtió sobre todo en la construcción de la red ferroviaria. En este momento se produjo un cierto despegue, centralizado en la ciudad de Zaragoza. Se crearon entonces algunas empresas, siendo la pionera la Sociedad Maquinista Aragonesa (1853) y posteriormente empresas como Averly (1855), Mercier, Montaut y García, Carde y Escoriaza, la fábrica de espejos de Basilio Paraíso (1876), etc.

No obstante, el peso de la primera industrialización tuvo una base fundamentalmente agraria, que se desarrolló en torno al sector harinero por la abundancia de materia prima, que a mediados del XIX producía en Aragón un 6 ó 7% del total nacional de harinas.

En Zaragoza se crearon las dos primeras harineras en 1845. Su propietario era Felipe Almech, fuerte comprador de tierras en la Desamortización de Mendizábal, y miembro de la Junta Revolucionaria zaragozana de 1835. En la segunda mitad de siglo, se crearon las de Villarroya y Castellano, Esteban Sala, etc., que exportaban por ferrocarril sus excedentes a Cataluña.

Con el cambio de siglo, la pérdida de las colonias en 1898 y la imposibilidad de importación de sus productos (la caña de azúcar), la producción industrial se orientó hacia las azucareras, una industria floreciente hasta la desaparición de la mayoría de las empresas en la segunda mitad de siglo XX.

La posibilidad de utilizar en Aragón tierras de regadío para el cultivo de la remolacha, y su posterior transformación, dió lugar al nacimiento de una industria nueva que actuó como motor del resto de la economía, ya que sus efectos de difusión sobre los demás sectores provocaron un período de prosperidad económica.

En 1893 ya funcionaba en Zaragoza una azucarera -la de Aragón, que pasaría a conocerse posteriormente como «la Vieja»-, pero lo hacía al amparo de los aranceles proteccionistas existentes, ya que de lo contrario no hubiera podido competir con el azúcar que llegaba de Cuba y Filipinas. Tras el 98, se produjo una auténtica oleada de creación de fábricas, y en 1900 funcionaban en Aragón cuatro azucareras que se convirtieron en ocho en la campaña siguiente.

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Los atractivos beneficios que se obtenían hicieron afluir los capitales necesarios para crear la Azucarera Nueva y la del Rabal -en Zaragoza- y la Ibérica -en Casetas -, que son las que funcionaban en 1900; las siguientes en añadirse a la lista fueron la Azucarera Labradora y la de Calatayud -ambas en esta ciudad-, la de Nuestra Señora de las Mercedes en Alagón y la de Nuestra Señora del Pilar en Gallur .

En los primeros años del siglo XX, Granada y Zaragoza eran ya las dos primeras provincias españolas por su volumen de producción de azúcar. Sin embargo, el incremento de la competencia y la saturación del mercado a que iba a llevar la apertura masiva de nuevas fábricas dio lugar a los primeros intentos de restricción de la competencia que culminó con la aparición de la Sociedad General Azucarera de España; su constitución supuso una reestructuración en el sector que hizo que dejasen de funcionar en Aragón, en la campaña 1904-5, dos fábricas: la Azucarera Labradora de Calatayud y la del Rabal, tras una operación que trajo como consecuencia graves perjuicios para la economía aragonesa: una fuerte reducción de la extensión de remolacha sembrada en la región y la integración de unas sociedades muy rentables hasta entonces en una nueva compañía que tendría una trayectoria muy poco favorable, al menos para los pequeños accionistas.

En los años siguientes a 1904, otra vez se crearon sociedades azucareras en Aragón: son las llamadas «libres» -por surgir al margen del monopolio de la Sociedad General-, entre las que destaca la del Jalón, que se convirtió pronto en la primera azucarera de España tanto por su producción como por los elevados rendimientos que obtenía. Situada en Épila y al lado de su estación de ferrocarril, esta azucarera molturaba la remolacha que se producía en la vega del río Jalón, y llegó a superar la producción de 10.000 Tm. en la campaña 1907-1908; también merece ser destacada por su importancia otra azucarera «libre»: la del Gállego, instalada en Zaragoza, que comenzó a funcionar en la campaña 1905-1906.

Sin embargo, un nuevo hecho volvió a limitar otra vez el crecimiento del sector azucarero: la promulgación, en 1907, de la llamada Ley Osma. Si la creación de la Sociedad General tuvo como consecuencia para la provincia de Zaragoza la reducción de su producción de remolacha en más de 100.000 Tm., la Ley Osma -por la que se vuelven a reducir las superficies cultivadas- tuvo unas consecuencias similares, prosiguiendo en los años siguientes la tendencia descendente, con las consiguientes protestas de los agricultores aragoneses. Éstos se consideran directamente perjudicados por una ley contra la que se había luchado ya en noviembre de 1906, al enviar la Asociación de Labradores de Zaragoza y su provincia una carta de protesta al Parlamento.

Las azucareras favorecieron además la creación de otras industrias iniciando una diversificación del sector. Así, en 1899, se había creado la Industrial Química de Zaragoza, que fabricaba una buena parte de los abonos necesarios para un cultivo como el de la remolacha; la instalación de azucareras trajo consigo el desarrollo de las fábricas de alcoholes, de las fundiciones y de la industria metalúrgica; y, además, la demanda de carbón, que se utilizaba como combustible, favoreció la explotación de los lignitos turolenses, con la creación, en 1900, de la Sociedad Minas y Ferrocarriles de Utrillas.

c) La construcción de la red ferroviaria.

La ley de ferrocarriles de 1855 permitió la construcción de los tendidos más importantes de la red ferroviaria en España durante la segunda mitad del siglo XIX y varios de estos tendidos van a transcurrir por Aragón, hecho que tuvo para la región dos consecuencias muy importantes: en su relación con el resto de la economía española, Aragón va a contar con un medio de comunicación decisivo a la hora de aumentar su grado de integración en el mercado nacional; desde una perspectiva intrarregional, el tendido de las líneas de ferrocarril ejerció una influencia fundamental en la polarización futura del crecimiento económico de la región en torno a Zaragoza, ya que la capital aragonesa, situada en una de las rutas naturales mejor definidas del

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país (la del valle del Ebro), se convirtió en un nudo decisivo de comunicaciones, en especial entre Madrid y Barcelona.

El primer tren llegó a Zaragoza procedente de Barcelona en el año 1861. El tendido de la primera línea en llegar a Zaragoza pasaba por Lérida y encontraba a su paso ciudades tan importantes como Tarrasa y Sabadell, constituyéndose inicialmente la Sociedad del Ferrocarril de Barcelona a Zaragoza con capitalistas catalanes y aragoneses, aunque sería finalmente la Catalana de Crédito la entidad que financiaría la obra ante las dificultades surgidas; a poco de terminarse la línea, se construyó un ramal desde Tardienta a Huesca con lo que en septiembre de 1864 el ferrocarril llegó a otra capital aragonesa.

Por lo que respecta a la línea Madrid-Zaragoza, el proyecto final surge en 1851 con un trazado que iba próximo a la carretera existente, entrando en Aragón por el curso del río Jalón y llegando por él a Zaragoza, siendo ésta una de las circunstancias que iban a conformar el trazado de las líneas de ferrocarriles en la región aragonesa, ya que en su mayor parte discurrían por las cuenca de los distintos ríos, reforzando así el papel central de Zaragoza dentro de la región. La línea llegó en 1863 a Alhama de Aragón, habiéndose adelantado una gran parte del trabajo en el tramo que restaba llegar a Zaragoza, por lo que la inauguración pudo ser hecha en mayo de este año. Con objeto de enlazar con la línea Madrid-Irún, propiedad de la compañía de Ferrocarriles del Norte, se construyó la línea Zaragoza-Pamplona, que se continuaría posteriormente mediante el tramo Pamplona-Irurzun-Alsasua y que se incorporaría a la Compañía del Norte en 1878.

Las comunicaciones por ferrocarril entre Zaragoza y Barcelona iban a completarse con la construcción de una nueva línea: la que se llamaría de «los directos» y que se pondría en funcionamiento en 1884.

Aunque no había de terminarse hasta bien entrado el siglo XX, la línea del ferrocarril a Francia por Canfranc fue la más importante iniciativa en materia de transporte en Aragón en el último tercio del XIX, catalizando a su favor a la opinión pública de la región, que aspiraba a contar con un enlace directo con el país vecino.

El panorama que ofrecían los transportes ferroviarios de vía normal a final del XIX lo complementaba el central de Aragón, que partiendo de Calatayud llegaba hasta Valencia, y que fue construido por capital belga. Completando este cuadro existían además ferrocarriles de vía estrecha tales como el de Cariñena a Zaragoza, con una longitud de 45,2 km., concedido en mayo de 1882; el de Cortes a Borja, con 17 km. y que fue concedido en 1888, a los que se añadirían ya en el siglo XX otros más, siendo el más importante el que uniría Zaragoza con la cuenca minera de Utrillas.

De esta forma, y teniendo en cuenta sólo los ferrocarriles de ancho normal que estaban en funcionamiento en el año 1900, se formaba una red de 707 km., a la que debería añadirse los 183 que iban a terminarse en junio de 1901 correspondientes al trayecto de Calatayud a Rubielos de Mora de la Compañía del Central de Aragón, con lo que la red ferroviaria de la región alcanzaba una longitud próxima a 900 km., siendo por tanto su densidad de 2.000 metros de vía férrea por cada 100 km cuadrados de superficie, cantidad ligeramente inferior a la media nacional.

El tendido de ferrocarriles de ancho normal se llevó a cabo en la región aragonesa principalmente por capitales procedentes del resto del país (catalanes) o del extranjero (franceses o belgas); en este sentido, sólo existió financiación propia para algunas fases de líneas muy concretas, tales como el primitivo proyecto del Barcelona-Zaragoza por Lérida, el tramo Zaragoza-Escatrón o una parte del Canfranc, mientras que para las demás líneas va a ser el capital extranjero quien, al igual que en el resto de España, juegue un papel fundamental a través de las grandes compañías de crédito, e incluso creando sociedades que sólo explotarán una línea como es el caso del Central de Aragón. A corto plazo, la construcción de las líneas de ferrocarril supuso la creación de un elevado número de puestos de trabajo en las zonas por donde transcurría, pero su efecto sobre la industria regional fue escaso, a excepción de algunas empresas de material móvil como la fundada por los Escoriaza (Carde y Escoriaza, 1895).

2.3.2. Las transformaciones sociales.

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a) La formación de la burguesía aragonesa.

A mediados del siglo XIX, comenzó a tener un peso importante la burguesía en la sociedad aragonesa. Ya en los años cuarenta se había producido un enfrentamiento entre un sector de la burguesía encabezada por Miguel Alejos Burriel, que apostaba por un desarrollo industrial siguiendo el modelo catalán o británico, y el tradicional agrarismo, que concebía a Aragón como un territorio productor y exportador de productos agrarios, pero no consumidor.

La burguesía triunfante fue la agraria (Felipe Almech, Juan Romeo Tello y su hijo Juan Romeo Torón, Gaspar Villarroya y Tomás Castellano, entre otros), sobre todo porque invertía buena parte de su capital en la compra de las tierras desamortizadas y de inmuebles y en industrias de transformación de productos agrarios (primero, las harineras y, posteriormente, las azucareras). No es extraño que ocurriera esto cuando la población activa empleada en el sector primario en 1860 superaba en las tres provincias aragonesas el 70%.

Durante la Década Moderada comenzó a desarrollarse la industria harinera, que iba a ser durante muchos años la avanzada del sector industrial en Aragón. También se desarrolló la banca y el mercantilismo, sobre todo gracias a la creación de la Caja de Descuentos, la primera entidad financiera moderna en Aragón, constituida como sociedad anónima en 1845 con un capital de cinco millones de reales de vellón, y que en 1856 se convirtió en el Banco de Zaragoza. No fue la única entidad, ya que también existían las Casas de banca familiar, que eran casas de comercio y cambio, dedicadas a operaciones bursátiles, pero también al préstamo entre particulares. La más destacada fue la de la sociedad de empresarios harineros Villarroya y Castellano. En Huesca hay que destacar la creación en 1861 del Banco de Crédito y Fomento del Alto Aragón.

En el Aragón de 1865, el sector burgués que más aportaba a la economía es el del comercio (50'9%), seguido del profesional-servicios (24'8%), del artesanal (10'4%) y, en último término, por el industrial (8'9%), sector en el que el mayor peso corresponde a las industrias de transformación agrícola, y preferentemente a las harineras. Esta composición de la burguesía perduró en líneas generales durante todo el siglo XIX, quedando, pues, estrangulada la posibilidad de una industrialización de cierto alcance.

Los fuertes beneficios obtenidos en el sector remolachero-azucarero, a finales de siglo, están en el origen de un segundo proceso de acumulación de capital en Aragón y que se manifestó en la creación de diversos bancos regionales. Aunque en las primeras sociedades aparecen algunos banqueros (como es el caso de Tomás Castellano y Francisco Villarroya, que pertenecen al consejo de administración de la Azucarera Nueva), el proceso que más se repite es el inverso, es decir, el de toda una serie de personas que se enriquecen en el negocio azucarero y luego participan en la fundación de bancos regionales. Entre los miembros de la burguesía aragonesa en que concurren estas circunstancias merece citarse a los fundadores del Banco de Aragón: Joaquín Delgado, su primer presidente, era uno de los propietarios de la azucarera Vieja, y también habían pertenecido a distintos consejos de administración de estas sociedades Leopoldo Lewin, Ricardo Lozano, Luis Higuera y Eugenio López Diego-Madrazo.

Juan Bruil fue posiblemente el representante más importante de la burguesía aragonesa del siglo XIX. Fue también un político progresista que jugó un activo papel en la revolución de 1854 que llevó al poder al general Espartero, de quien era un ferviente partidario. Sustituyó a Madoz como Ministro de Hacienda desde 1855 hasta 1856, siendo un destacado artífice de la legislación que aparecía durante el bienio progresista, la cual permitió remover una buena parte de los obstáculos que habían impedido que se asentaran las bases del crecimiento capitalista ya producido antes en otros países europeos. Una muestra de esta legislación es la Ley de Sociedades Anónimas de Crédito, que permitió la

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constitución en España de las tres grandes sociedades que facilitaban la entrada de capital extranjero -francés fundamentalmente-, y que es un hecho básico a la hora de explicar el crecimiento económico de los años siguientes, ya que la escasez del ahorro interior aconsejaba acudir a los recursos procedentes del exterior. A lo largo de su corta pero fértil presencia en el Ministerio, Bruil presentó otros dos proyectos legislativos más, encaminados a modificar el arancel de aduanas en sentido librecambista, y a realizar una reforma fiscal.

Bruil, que murió sin descendencia, presentó ya en 1853 el proyecto de construcción del ferrocarril a Francia por Canfranc, y realizó un minucioso estudio para hacer navegable el Ebro desde Tudela hasta el Puerto de los Alfaques, con objeto de poder disponer de un fácil acceso al mercado catalán para los productos aragoneses.

El recuerdo a este personaje por parte de la ciudad de Zaragoza se mantiene vivo en la actualidad a través del parque que lleva su nombre. El terreno en el que se ubica pertenecía a una extensa y lujosa torre de su propiedad junto al río Huerva, comprada por la desamortización de los terrenos de un convento. Bruil realizó cuantiosos gastos para convertirla en una lujosa residencia cuyo parque podía ser visitado por los zaragozanos en los días festivos. Según un cronista local, la casa estaba "rodeada de espesas alamedas, laberintos formados por los árboles, montaña rusa, estanques, jardines con caprichosa variedad de flores y extensos invernaderos", que cuidaban jardineros franceses que se ocupaban también de los animales de la finca, entre los que se encontraban faisanes o ciervos.

b) El nacimiento de la Zaragoza burguesa: el ensanche decimonónico.

El nuevo espíritu burgués se plasmó en los nuevos desarrollos urbanísticos. En Zaragoza, la apertura del Salón de Santa Engracia, actual paseo de la Independencia, se realizó durante los años centrales del siglo XIX a semejanza de la calle Rivoli de París con sus porches. Otro de los hitos urbanísticos fue la apertura de la Calle Alfonso, así como la remodelación de la de Don Jaime, que dejaron fijado hasta hoy el aspecto básico del casco urbano antiguo. Está claro que Zaragoza quería cambiar su imagen de ciudad provinciana del Antiguo Régimen por otra más moderna y funcional. Para eso se fijó en las reformas que estaban teniendo lugar en las ciudades europeas en aquel momento, cuyo máximo exponente fue el París reorganizado y transformado por Haussmann durante el Segundo Imperio (1852-1870).

En ese contexto la apertura de la calle Alfonso I fue la operación de reforma interior del casco urbano de la ciudad de Zaragoza más importante realizada durante el siglo XIX. Esta reforma fue concebida en principio como una solución al grave problema higiénico de la ciudad ya que hasta entonces se carecía de alcantarillado y pavimentación; también el problema circulatorio, la adaptación a las nuevas necesidades de las comunicaciones, fue otra de las razones de la apertura; además, la conexión del Coso con la plaza del Pilar a través del trazado de una calle en línea recta, ofrecía una vista completa de la cúpula central de la basílica que en aquellos años se terminaba de levantar. Junto a estas motivaciones, se situó también la necesidad de la burguesía de autorrepresentarse en un marco digno para su residencia y el establecimiento del comercio, necesidad que corrió paralela a su ascenso hegemónico en la sociedad del siglo XIX. Los primeros debates para la apertura se iniciaron en 1858 en el seno de la corporación municipal. La elaboración del proyecto fue encargada al arquitecto José de Yarza Miñana (1860), posteriormente los antiguos propietarios fueron expropiados y tras unos años de

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tensiones en las que hubieron de producirse algunos desalojos forzosos, las obras fueron impulsadas bajo el mandato del alcalde Antonio Candalija en 1866.

La apertura provocó un cambio en la composición social del sector. Las casas que se demolieron correspondían a viviendas ocupadas por numerosas familias de baja condición social. Tras la remodelación, fijaron ahí su residencia representantes de la alta y media burguesía de la ciudad, acompañados por una gran cantidad de establecimientos comerciales. La calle acaparó de inmediato el comercio de elite de la ciudad y quedó convertida en centro residencial, comercial y representativo de la burguesía zaragozana del siglo XIX y buena parte del siglo XX.

Este sector de la ciudad se convirtió también en el centro de la sociabilidad burguesa en la segunda mitad del siglo XIX. Políticamente, la mayor parte de la burguesía aragonesa se adscribía en las ideas del progresismo y del liberalismo (Marraco, Bruil, Lasala, Borao...). Sin embargo, a partir de 1860, conforme se fue asentando como clase y fue adquiriendo una gran fuerza económica, sus posturas se fueron transformando hacia el conservadurismo político.1

En la conformación de las ideas políticas de la burguesía tuvieron mucha influencia las tertulias que se organizaban en casinos como el Mercantil de Zaragoza, desde 1839, bajo el nombre inicialmente de la Tertulia del Comercio. Este Casino fue fundado para fomentar los negocios entre sus socios, al mismo tiempo que se reunían con fines recreativos, culturales y para el fomento o defensa de sus propios intereses. Asociado al Casino Mercantil, aunque sin filiación política, surgió el Ateneo Zaragozano por iniciativa de Joaquín Gil Berges, dedicado a la lectura de la prensa y tertulias sobre temas científicos, literarios y artísticos. Algunas de las actividades que realizan son conferencias, certámenes poéticos, conmemoraciones, juegos florales, y la institución de unas enseñanzas elementales que luego fueron suprimidas, cuando otros centros las cubrieron con mayor eficacia.

No solo se fundó en esta época el Casino Mercantil, también fue creado el Casino de Teruel en 1856, y para las reuniones aristocráticas, en 1843, se fundó el Casino Principal de Zaragoza ubicado en el palacio de los condes de Sástago. Entre los fundadores del Casino figuraban Florencio Cavero, conde de Sobradiel; Mariano Aísa Cabrerizo, barón de la Torre; Francisco Moncasi, marqués de Montemuzo, y Jerónimo Borao.

3. BIBLIOGRAFÍA.

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1 Un ejemplo lo tenemos en la figura de Tomás Castellano y Villarroya. Tomás Castellano era propietario, junto a sus hermanos, de la Sociedad “Villarroya y Castellano”, que tenía importantes participaciones en empresas industriales (la harinera del mismo nombre y la papelera “La Montañanesa”). También era propietario de varios solares y fincas en la ciudad de Zaragoza y varias fincas rústicas en el término zaragozano de Urdán. Durante el período de la Restauración, Tomás Castellano se convirtió en el representante político del Partido Conservador en la provincia de Zaragoza, desde 1879 hasta el momento de su muerte, en 1906. Fue también Ministro de Ultramar en 1895, gobernador del Banco de España en 1904 y, a finales de este año, ministro de Hacienda.

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4. RECURSOS AUDIOVISUALES.

El siglo XIX, capítulo nº 8 de la serie Historia de Aragón (.flv), dirigida por José Luis Corral Lafuente, 21 minutos de duración. Edita CAI y El Periódico de Aragón: http://video.google.es/videoplay?docid=7554511954183835027#http://video.google.es/videoplay?docid=7554511954183835027#

Eje cronológico de la historia política de Aragón (.flv): http://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragon/multimedia/lineas_temporales/linea_temporal_Politica.htmhttp://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragon/multimedia/lineas_temporales/linea_temporal_Politica.htm

Episodios de la I Guerra Carlista en Aragón (.flv): http://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragon/multimedia/mapas/mapa_i_guerra_carlista.htmhttp://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragon/multimedia/mapas/mapa_i_guerra_carlista.htm

Historia de la red ferroviaria en Aragón (.flv): http://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragonII/multimedia/mapas/Ferrocarril_en_Aragon.htmhttp://www.enciclopedia-aragonesa.com/monograficos/historia/siglo_XIX_en_aragonII/multimedia/mapas/Ferrocarril_en_Aragon.htm

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