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UNIVERSIDAD DE MÁLAGA FACULTAD DE DERECHO LAS SOCIEDADES CIVILES SIN PERSONALIDAD JURÍDICA EN EL ORDENAMIENTO ESPAÑOL Antonio José Quesada Sánchez 2003

UNIVERSIDAD DE MÁLAGA ·  · 2006-05-191 Índice capÍtulo i: introducciÓn acerca de las sociedades civiles sin personalidad jurÍdica, el artÍculo 1669 cc y los problemas que

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UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

FACULTAD DE DERECHO

LAS SOCIEDADES CIVILES SIN PERSONALIDAD JURÍDICA EN EL

ORDENAMIENTO ESPAÑOL

Antonio José Quesada Sánchez 2003

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ÍNDICE

CAPÍTULO I: INTRODUCCIÓN ACERCA DE LAS SOCIEDADES CIVILES

SIN PERSONALIDAD JURÍDICA, EL ARTÍCULO 1669 CC Y LOS

PROBLEMAS QUE PLANTEA EN NUESTRO ORDENAMIENTO .................... 8

1. La sociedad civil sin personalidad jurídica. El artículo 1669 CC en nuestro

ordenamiento ................................................................................................................... 9

2. Esquema de nuestra investigación ............................................................................. 16

CAPÍTULO II. LA SOCIEDAD CIVIL: VERTIENTE CONTRACTUAL Y

VERTIENTE ORGANIZATIVA ............................................................................... 18

1. La sociedad civil: vertiente contractual ..................................................................... 22

1.1. La sociedad entendida como contrato ......................................................... 23

a) Naturaleza del acto constitutivo de la sociedad ................................. 24

b) Peculiaridades acerca de los elementos esenciales del contrato ........ 44

c) Contrato constitutivo y estatutos de la sociedad ................................ 50

1.2. Puesta en común de dinero, bienes o industria ........................................... 56

1.3. Ánimo de obtener un lucro ......................................................................... 57

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1.4. Affectio societatis ........................................................................................ 59

1.5. Forma de celebración del contrato .............................................................. 62

1.6. Influencia de la naturaleza contractual en el desarrollo de la vida social de

grupo .................................................................................................................. 66

2. La sociedad civil: vertiente organizativa ................................................................... 70

2.1. Funcionamiento interno de la sociedad civil: notas esenciales de su

organización ....................................................................................................... 76

2.2. La personalidad jurídica: su utilidad para la sociedad civil ........................ 84

CAPÍTULO III. LA SOCIEDAD CIVIL CONFIGURADA COMO PERSONA

JURÍDICA .................................................................................................................. 108

1. La sociedad civil entendida como persona jurídica ................................................. 109

1.1. La sociedad civil y la personalidad jurídica: recorrido histórico y situación

vigente .............................................................................................................. 109

1.2. La sociedad civil: ¿un tipo de asociación? ................................................ 147

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a) La sociedad civil como una especie de asociación .......................... 149

b) Consecuencias de dicha configuración ........................................... 153

1.3 La personalidad jurídica en otros entes: análisis comparativo .................. 156

2. Consecuencias de la configuración de la sociedad civil como persona jurídica ..... 167

2.1. Las relaciones de la sociedad civil personificada con los terceros ........... 170

2.2. La responsabilidad por las deudas sociales .............................................. 172

2.3. La sociedad civil con personalidad jurídica y el Registro de la propiedad 177

3. La excepción a la sociedad personificada: el supuesto del artículo 1669 CC ......... 181

3.1. Antecedentes de una regulación: el artículo 55 del Anteproyecto de 1882-

1888 ................................................................................................................. 181

a) Origen e inspiración del artículo: la influencia de LAURENT ....... 183

b) Ámbito de aplicación del artículo 55: configuración ...................... 185

c) Remisión al régimen de la comunidad de bienes ............................ 190

3.2. Inserción en el CC del artículo 1669 ........................................................ 196

a) Cambio de inspiración y súbita inserción del precepto ................... 201

b) ¿Intención sancionadora en este artículo? ....................................... 205

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3.3. Regulación del precepto: primera aproximación a su texto ...................... 206

CAPÍTULO IV. LA SOCIEDAD CIVIL SIN PERSONALIDAD JURÍDICA (I):

SUPUESTO DE HECHO DEL ARTÍCULO 1669 CC .......................................... 210

1. Introducción: la regulación del artículo 1669 CC ................................................... 210

2. La posible eficacia frente a terceros del vínculo social en las sociedades civiles ... 213

3. La personalidad jurídica de la sociedad civil: teorías explicativas sobre su modo de

adquisición ................................................................................................................... 218

3.1. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como aquella sociedad que

no accede al Registro Mercantil o registro oportuno ....................................... 220

3.2. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como aquella sociedad de la

que no existe publicidad de hecho ................................................................... 227

3.3. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como sociedad irregular 230

3.4. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como sociedad interna . 236

3.5. Utilización jurisprudencial del artículo 1669 CC: configuración de la

sociedad sin personalidad jurídica por el TS ................................................... 241

4. La reforma del Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre ................................. 245

5. La sociedad civil sin personalidad jurídica: nuestra opinión acerca de su

configuración ............................................................................................................... 258

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5.1. Crítica a las distintas teorías configuradoras expuestas ............................ 258

5.2. La sociedad sin personalidad jurídica configurada como sociedad interna

.......................................................................................................................... 275

5.3. Circunstancias a las que alude el artículo 1669 CC: la sociedad interna

plasmada en este precepto ................................................................................ 286

CAPÍTULO V. LA SOCIEDAD CIVIL SIN PERSONALIDAD JURÍDICA (II):

RÉGIMEN JURÍDICO ............................................................................................. 302

1. Introducción ............................................................................................................. 302

2. Posibles ideas de interés en otros regímenes jurídicos ............................................ 306

3. La sociedad civil sin personalidad jurídica: aspectos internos de su régimen jurídico

...................................................................................................................................... 316

3.1. Pretensión de las partes al constituir una sociedad interna ....................... 321

3.2. Falta de personalidad jurídica: la cuestión temporal ................................ 326

3.3. El acto de aportación: sentido del mismo ................................................. 330

3.4 Existencia o inexistencia de patrimonio social .......................................... 334

3.5. Remisión al régimen de la comunidad de bienes: sentido y propuesta de

cambio .............................................................................................................. 352

3.6 Sociedad interna y Registro de la Propiedad ............................................. 358

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3.7 Modo de operar con los bienes existentes de la persona legitimada para ello:

remisión al modo de actuar en el mercado de la sociedad interna ................... 361

3.8 La extinción de la sociedad interna ............................................................ 365

4. La sociedad civil sin personalidad jurídica: su operatividad en el mercado ........... 367

4.1 “Representación” de la sociedad sin personalidad jurídica: relaciones

externas ............................................................................................................ 368

4.2. Inexistencia de deudas sociales ................................................................. 373

4.3. Estructura general de las relaciones con terceros ..................................... 374

4.4 Exigencias de cumplimiento del contrato y de responsabilidad ................ 377

a) Supuesto general: el tercero no conoce la existencia de la sociedad

interna ................................................................................................... 377

b) La posible responsabilidad de los otros socios de la sociedad interna

............................................................................................................... 381

c) Exigencia de cumplimiento del contrato y responsabilidad ............ 389

d) Una peculiaridad concreta: la existencia de una cuenta corriente de la

sociedad ................................................................................................ 401

e) Otros posibles supuestos de interés .................................................. 403

4.5 Satisfacción del interés del tercero: consecuencias posteriores en el grupo

.......................................................................................................................... 409

4.6. Posible preferencia de “acreedores sociales” respecto del “patrimonio

social” y aspectos concursales ......................................................................... 413

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4.7. El acreedor del socio por deudas ajenas a la sociedad: posición .............. 417

CAPÍTULO VI. POSIBLE APLICABILIDAD DEL RÉGIMEN GENERAL A

OTRAS SOCIEDADES DE INTERÉS ................................................................... 422

1. Introducción ............................................................................................................. 422

2. Sociedades irregulares ............................................................................................. 426

2.1 Sociedades irregulares civiles .................................................................... 426

2.2 Sociedades mercantiles irregulares ............................................................ 430

3. Otros contratos de interés con tintes societarios ...................................................... 437

3.1 El condominio naval .................................................................................. 438

3.2 La cuenta en participación ......................................................................... 442

4. La Ley 49 de la Compilación navarra ..................................................................... 446

CONCLUSIONES ..................................................................................................... 453

BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 463

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CAPÍTULO I. INTRODUCCIÓN ACERCA DE LAS SOCIEDADES

CIVILES SIN PERSONALIDAD JURÍDICA, EL ARTÍCULO 1669 CC Y

LOS PROBLEMAS QUE PLANTEA EN NUESTRO ORDENAMIENTO

El estudioso del Derecho debe ofrecer soluciones e interpretaciones provechosas para

los problemas que se plantean en el ordenamiento jurídico en cada momento. A veces

esas cuestiones dudosas son fruto de la actualidad de problemas vinculados al momento

histórico del modo más inmediato. Sin embargo, existen cuestiones que no parecen tan

actuales, pero que, debido a que su regulación, cuando existe, no es la más adecuada, o

bien a que no se ha ofrecido la respuesta doctrinal oportuna frente a los problemas

nacidos de dicha regulación, siguen siendo una fuente de conflictos y dudas permanente.

Esto ocurre con las sociedades civiles sin personalidad jurídica: existe en nuestro

ordenamiento común un único artículo general referido a las mismas, el artículo 1669

CC, y una aproximación al tema permite comprobar que la regulación existente es

defectuosa (su proceso de redacción e inserción en el CC fue veloz y no se valoraron

adecuadamente las consecuencias de la regulación que se incluyó), que no resuelve las

dudas que se plantean en torno suyo y en tercer lugar, que la diversidad de opiniones

opuestas existente respecto de la configuración y la inexistencia de opiniones en la

cuestión del régimen jurídico es indicio de que la claridad no brilla en este campo.

Y para incidir en el dato de que estamos ante un tema que, pese a no parecer actual,

es de vital importancia resolver hoy día, acogemos en este momento las gráficas

palabras al respecto del profesor DE EIZAGUIRRE: “Hechos recientes de evidente

relevancia jurídica (DGRN 31-3-1997, a la que ha seguido, DGRN 11-12-1997; así

como el Real Decreto del 4-9-1998, en su disp. adic. única) han vuelto a poner de

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manifiesto, que a las puertas del III Milenio, cuando a juicio de algunos los temas a

considerar, los “temas con futuro” deberían ser tales, como “la adquisición a “non

domino” de bienes muebles por internet”, “la banca por satélite” o “la galaxización del

mercado de valores”, todavía existen cuestiones mucho más “a ras de tierra” -nunca

mejor dicho-, que distan de haber sido adecuadamente captadas por instancias, en mayor

o menor grado, vinculadas al Ministerio de Justicia. / Una de tales cuestiones,

particularmente maltratada últimamente por la DGRN, aunque hay que reconocer que

los Tribunales de Justicia no le andan muy a la zaga, es la de la persona jurídica; y más

precisamente, la del grado de subjetivación que nuestro ordenamiento privado reconoce

y atribuye a la sociedad civil”1.

En este capítulo inicial expondremos las razones por la que nos interesó el estudio de

esta cuestión, qué aspectos resultan de especial relevancia y cómo es necesario dicho

estudio de conjunto. A continuación detallaremos nuestro esquema de trabajo.

1. La sociedad civil sin personalidad jurídica. El artículo 1669 CC en nuestro

ordenamiento

Un ejemplo sobre el que la DGRN ha tenido ocasión de pronunciarse en distintas

ocasiones puede ilustrarnos acerca de la importancia y de las consecuencias que tiene

que una sociedad civil goce o no de personalidad jurídica y de la necesidad, por tanto,

de aclarar detalladamente la cuestión. Imaginemos la existencia de una sociedad civil

acerca de la que se duda si aparece dotada de personalidad jurídica o no. Y el problema

que se plantea reside en que la decisión que tomemos a ese respecto va a ser

especialmente relevante en el plano práctico, pues se ha adquirido un inmueble para la

1 EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación de las sociedades de personas”, Revista de Derecho de

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misma y se pretende inscribir la modificación de titularidad en el Registro de la

Propiedad. Dicha sociedad civil se había constituido en documento privado, algo

perfectamente posible como comprobaremos, y la adquisición del inmueble se realizó

por uno de los socios, que contrató en nombre de la sociedad e invocando la

certificación de la autorización de la Junta General de la sociedad civil expedida por el

Secretario. Este caso, resuelto de modo bastante criticable por la RDGRN 31-3-1997,

pone en evidencia la inmensa relevancia práctica de determinar si la sociedad civil goza

de personalidad jurídica o no es así, ya que si goza de la misma, la titularidad del

inmueble por parte de la persona jurídica parece que puede constar registralmente,

mientras que si no existe persona jurídica, dicha titularidad debe corresponder a los

socios de la misma (o a quien corresponda, conforme al negocio celebrado), y no a una

persona jurídica inexistente.

Además, bastantes otras cuestiones dependen de la respuesta que demos a esa

pregunta de si la sociedad goza o no de personalidad. Pensemos, por ejemplo, en las

consecuencias de configuración procesal de la relación en caso de pleito entre las partes,

por destacar un dato especialmente relevante, así como respecto del modo de operar del

grupo en el mercado, o la necesidad de dotar al ente de un domicilio, de una

nacionalidad, etc.

Y en nuestro ordenamiento, para regular esta cuestión, es necesario acudir al artículo

1669 CC. El artículo 1669 CC no es, de ninguna forma, artículo fácil a la hora de ser

interpretado, debido a su especialidad2, a su relación con el resto de preceptos en que se

integra, así como a las implicaciones que conlleva su aplicación.

Sociedades, núm. 14, 2000, pp. 85-86. 2 Como estudiaremos en su momento, fue introducido en el CC de modo veloz y sin prever totalmente las

consecuencias que conllevaba esa regulación. Podemos, por ello, encontrarnos con disfunciones.

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Sin perjuicio de que posteriormente justifiquemos cada una de las observaciones que

hagamos, estimamos acertado explicar en este momento, de modo esquemático, el

interés que despierta en nosotros dicho precepto, así como por qué nos conducimos con

esta prudencia ante el mismo, y los problemas y disfunciones que se pueden presentar.

Para entender en nuestro ordenamiento a la sociedad civil sin personalidad jurídica

debe acudirse al artículo 1669 CC. Este precepto está encuadrado, obviamente, dentro

de la regulación dedicada al contrato de sociedad civil, pero se ocupa de un supuesto

muy concreto y que se presenta como excepcional: la sociedad civil que no gozará de

personalidad jurídica. Señala expresamente que “No tendrán personalidad jurídica las

sociedades cuyos pactos se mantengan secretos entre los socios, y en que cada uno de

éstos contrate en su propio nombre con los terceros. / Esta clase de sociedades se regirá

por las disposiciones relativas a la comunidad de bienes”. Por lo tanto, si es ésta la

sociedad que no gozará de personalidad jurídica, cabe entender a sensu contrario que,

en principio, toda otra sociedad civil goza de personalidad jurídica como norma general.

Y la excepción a dicha regla será la recogida en este artículo.

Estamos ante un precepto bastante polémico3. El primer aspecto donde se hace

presente el desacuerdo doctrinal es en lo relativo a la configuración de la sociedad civil

sin personalidad jurídica, unido al modo y momento de adquisición de dicha

personalidad jurídica. Hay quien apunta que debe inscribirse la sociedad civil en el

3 De entrada, en ningún artículo de los dedicados a la sociedad civil, esto es, los artículos 1665 a 1708

CC, se regula de modo directo la concesión de personalidad jurídica a la sociedad civil (como se hace en

ciertas leyes especiales concretas con otras sociedades, por ejemplo las sociedades anónimas y las de

responsabilidad limitada, o con las asociaciones en general). Se presenta a la sociedad civil ante todo

como un contrato que no requiere, como criterio general, una forma concreta para que quede válidamente

constituido, salvo en un par de casos excepcionales, donde sí se regula dicha peculiaridad de modo

expreso. Y toda sociedad civil gozará de personalidad jurídica salvo que caiga en la órbita del artículo

1669 CC. Esto es bastante novedoso como tal, pues contradice no sólo la tradición jurídica en este

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Registro mercantil u otro ad hoc para que adquiera su personalidad jurídica, o que es

necesaria la publicidad de hecho de la misma en el mercado, o se defienden también

posiciones estructuralistas vinculadas a la autonomía de la voluntad de las partes. Es

intenso el debate entre los autores a la hora de configurar la sociedad sin personalidad

jurídica en nuestro ordenamiento. Debate al que contribuyó la DGRN con varias

Resoluciones ciertamente problemáticas, fruto de la escasa claridad existente, a la hora

de resolver casos que ilustran sobre la necesidad de estudio de la cuestión.

La Resolución DGRN 31-3-1997 resuelve un recurso en el que se debatía acerca de

si una concreta sociedad civil gozaba de personalidad jurídica, si podía como tal ente

adquirir un inmueble y figurar en la inscripción de la adquisición como titular registral.

Todo ello teniendo en cuenta, en primer lugar, que la sociedad se constituyó en

documento privado y, en segundo lugar, que en la adquisición es uno de los dos socios

el que contrata en nombre de la sociedad con el tercero invocando la certificación de la

autorización de la Junta General de la sociedad civil expedida por el Secretario.

En la Resolución, la DGRN rechaza la idea de que la sociedad civil tuviese

personalidad jurídica, y opta por considerar necesaria la inscripción en el Registro

Mercantil para que la sociedad adquiera su personalidad jurídica, basándose en

argumentos que entendió definitivos, de tipo sistemático4, lógico5, histórico6 y

aspecto, sino la propia regulación legal de los códigos civiles que se van publicando (el francés en 1804,

el italiano en 1865, el portugués en 1866 y el alemán en 1896, por citar los más importantes ejemplos). 4 No es coherente, señala, supeditar la adquisición de la personalidad jurídica por las sociedades

mercantiles a su inscripción en un Registro público y prescindir de dicha exigencia en el caso de las

sociedades civiles sin forma mercantil, cuando entiende similares las repercusiones que para el tráfico

tiene la personificación de unas y otras. 5 La publicidad de hecho no asegura que la concesión de la personalidad jurídica se alcance en un

momento preciso y determinado: es necesaria una posibilidad legal de conocimiento por todos, algo que

sólo se garantiza mediante el acceso de los pactos sociales a un instrumento oficial de publicidad

establecido al efecto por la ley.

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sociológico7. En el caso concreto, dado que la sociedad civil no había sido inscrita en el

Registro Mercantil, no goza de personalidad jurídica, y, por ello, no era posible inscribir

en el Registro de la Propiedad el bien inmueble a favor de ella como tal ente, sino que

se debía inscribir la titularidad a nombre de todos los socios. Esta opinión se verá

reiterada en la RDGRN 11-12-1997, donde se resuelve idéntico problema que en la

anterior y existe expresa remisión a la misma en sus argumentos.

Estos argumentos son criticados de modo contundente por la doctrina y, finalmente,

se modifican en la RDGRN 14-2-2001, que resuelve un caso en el que existía una

sociedad civil constituida en documento privado, y dos de sus socios eran

administradores solidarios. Dichos socios, en nombre de la sociedad, celebran un

contrato de compraventa, y se pretende inscribir en el Registro de la Propiedad la

modificación en la titularidad registral de la cosa inmueble comprada. El Registrador

deniega la inscripción por entender que la sociedad “carece de personalidad jurídica a

los efectos de detentar una titularidad inscribible en el Registro de la Propiedad”. Se

propone recurso gubernativo, y el auto que lo resuelve es apelado ante la DGRN.

El tema de fondo es idéntico al solucionado en las anteriores Resoluciones, pero se

estima oportuno revisar los argumentos antes defendidos y se ponen en cuestión (tanto

el sistemático8 como el lógico9, el histórico10 y el sociológico11). Conforme a esta nueva

6 Se incide en la conexión entre los artículos 1669 y 1670 CC, introducidos en el mismo momento en el

CC y que deben ser interpretados conjuntamente. Dicha interpretación recomienda sostener que las

sociedades civiles no contempladas en el artículo 1670 CC carecen de personalidad jurídica, algo que

además, no sólo beneficia a la seguridad de las relaciones jurídicas en el ámbito civil, sino que se camina

a la unificación de criterio en lo que toca a la constitución de las sociedades, a la hora de obtener la

personalidad jurídica, algo que sería de interés lograr. 7 La solución defendida, se señala, responde a las necesidades de la realidad social y coordina con las

tendencias de la nueva legislación, pues contribuye a dar seguridad a las relaciones jurídicas a través de la

publicidad registral. 8 Se indica que hoy no puede decirse que la sociedad mercantil no inscrita carezca, sin más, de

personalidad jurídica, ya que sería no tener en cuenta doctrinas como la de la personalidad jurídica de las

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forma de razonar de la DGRN, no se puede negar la personalidad jurídica a una

sociedad civil simplemente porque no revista forma mercantil, y debe permitírsele

constar como titular registral del inmueble.

Esta última decisión nos parece afortunada12, pero el proceso descrito demuestra que

ante problemas idénticos se han ofrecido soluciones opuestas por parte de un mismo

órgano. Ello es indicio de que no es pacífica la cuestión, y la falta de acuerdo en lo

dogmático se plasma en importantes consecuencias prácticas: que se pueda inscribir o

no la titularidad del inmueble por tal ente como ente, entre otras también relevantes.

De la redacción del artículo 1669 CC parece que cierta dosis de falta de publicidad

parece implicar esta situación, aunque no se aclara exactamente cuál es. Además, los

socios deben contratar en su propio nombre con terceros. Demasiadas cuestiones son

discutibles para que sea pacífica la interpretación sobre la configuración de las

sociedades sin personalidad jurídica.

sociedades irregulares o en formación, así como alterar la propia doctrina de la DGRN en tantas otras

cuestiones conexas a ésta (cancelaciones registrales, reactivación de sociedades disueltas de pleno

derecho, etc.). Además, los artículos 1669 CC y 119 C de c. no regulan supuestos idénticos: mientras el

primero alude a una sociedad que no se muestra como tal frente a terceros, el segundo alude a una

sociedad mercantil con pactos secretos. 9 Se disminuye la importancia de este argumento: lo que realmente importa a los terceros que se

relacionan con la sociedad es que se exteriorice el vínculo societario, más que los pactos societarios en sí. 10 Se recuerda que el Anteproyecto de 1882-1888 aludía en el artículo 55 a las asociaciones en general

(sociedades civiles, asociaciones con personalidad jurídica, y asociaciones sin personalidad jurídica), y

cuando se suprime el artículo 5 y se sustituye el Título II del Anteproyecto por los artículos 1669 y 1670,

se entiende de modo casi unánime que las sociedades a las que no fuesen aplicables estos preceptos tenían

personalidad jurídica propia. 11 Aquí la contestación es clara: es cierto que la seguridad jurídica ganaría con ese registro específico,

pero esa reforma requiere cobertura legal que la imponga. Y dicha reforma legal no se ha producido, por

lo que no es posible defender esa aplicabilidad. 12 Así lo expusimos en nuestro trabajo “Sobre la personalidad jurídica de la sociedad civil”, La Ley, núm.

5520, miércoles, 10 de abril de 2002, pp. 1-5, La Ley, 2002-3, D-98, pp. 1785-1791.

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Y si en lo que toca a la configuración de la sociedad sin personalidad jurídica existe

toda una gama de teorías explicativas y ello justifica un estudio reposado y una

configuración correcta de la misma, en lo relativo al régimen jurídico de este tipo de

sociedades lo que existe es una falta de tratamiento fundamental. Esto justifica también

nuestro estudio, por razones diferentes a las indicadas para el caso de la configuración.

Una vez configurada la sociedad civil sin personalidad jurídica, el artículo 1669 da el

segundo paso necesario y se adentra en la cuestión del régimen jurídico de la misma.

Para ello, remite al de la comunidad de bienes, aunque dicha remisión genérica, sin más,

tampoco aclara demasiado: ¿conlleva acudir total y absolutamente a dicho régimen?

¿Qué valor tiene el pacto celebrado entre los socios? ¿Existe realmente una comunidad

de bienes? ¿Cómo se relaciona con terceros esta sociedad? ¿Se relaciona realmente con

terceros? ¿Cómo se relacionan los socios entre ellos? Todas estas preguntas no han sido

respondidas con detenimiento por la doctrina en ningún momento.

El vacío de reflexiones sobre el régimen jurídico de la sociedad civil sin personalidad

jurídica es importante: la doctrina ha dedicado bastantes páginas a configurar la

sociedad civil sin personalidad jurídica, pero no a estudiar su funcionamiento interno.

Las referencias doctrinales a esta cuestión son colaterales, parciales y no son fruto de

una dedicación sosegada, por lo que estimamos que debemos realizar dicho estudio. No

se ha estudiado sosegadamente el problema procesal de la legitimidad activa y pasiva de

la sociedad sin personalidad jurídica, ni si se puede reclamar el cumplimiento al socio

contratante o a los otros también, si el socio responde con su patrimonio o con lo

aportado, qué ocurre si el socio contratante manifiesta al tercero que realmente contrata

con una sociedad, el problema de los acreedores, etc. Múltiples problemas de

operatividad jurídica que, en algún caso, no han sido planteados siquiera.

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En conclusión, el panorama descrito justifica plenamente la realización de nuestra

investigación, asentando una base que ubique a la sociedad civil en nuestro

ordenamiento jurídico para dedicar principalmente nuestra atención a los dos grandes

temas que deben estudiarse para conocer estas sociedades: en primer lugar, la

configuración de las mismas, superando la maraña de opiniones existente y, en segundo

lugar, estudiar su régimen jurídico, algo realizado escasamente y de modo colateral.

2. Esquema de nuestra investigación

Una vez que nos hemos iniciado de alguna forma en el tema de investigación, el

estudio de las sociedades civiles sin personalidad jurídica, comprobando la necesidad

del mismo, es el momento de exponer el esquema con el que vamos a afrontar dicha

labor, para adelantar los bloques temáticos que iremos estudiando en cada momento.

Comenzaremos nuestra investigación encuadrándonos plenamente en el estudio de la

sociedad civil. Debemos asentar ciertas premisas de necesaria determinación respecto

de la misma. Así, es necesario distinguir la vertiente contractual de la vertiente más

organizativa en dicho contrato, y dedicar atención a ambas, tanto a la configuración de

la sociedad como contrato y lo que implica como a la necesidad organizativa presente,

exista o no persona jurídica. Ambos planos serán bastante relevantes con posterioridad.

La siguiente cuestión a abordar, una vez encuadrados en la sociedad civil, nos llevará

a centrarnos en el supuesto general previsto en el CC: la sociedad civil entendida como

persona jurídica. Para ello será útil un análisis histórico de la cuestión y un estudio de

las consecuencias que conlleva esa personificación. Repasada dicha regla general, es el

momento de adentrarnos en la excepción, que será nuestro objeto de estudio: la sociedad

desprovista de personalidad jurídica.

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Es evidente que el próximo paso debe ser, ya, ocuparse del supuesto de hecho a

estudiar, cuestión extraordinariamente polémica en nuestra doctrina. La clave de este

capítulo reside en desentrañar cómo una sociedad civil se encuadra dentro de la órbita

del polémico artículo 1669 CC. Distinguiendo la adquisición de personalidad jurídica de

la oponibilidad de los pactos sociales, es el momento de repasar las distintas

configuraciones defendidas y decantarnos por la que estimemos acertada.

Una vez tratadas estas cuestiones es el momento de estudiar el régimen jurídico de la

sociedad civil sin personalidad jurídica, cuestión que no ha sido atendida dentro de

nuestra doctrina más que de modo colateral y sin solucionar las cuestiones que

estimamos de mayor relevancia, algunas especialmente problemáticas y polémicas

(comenzando por analizar sosegadamente la remisión al régimen de la comunidad de

bienes, por ejemplo: su porqué y su efectiva operatividad).

Estudiado el régimen de las sociedades sin personalidad jurídica, dedicaremos, por

último, nuestra atención a saber si este régimen descrito puede ser de interés para otras

figuras como las sociedades irregulares (civiles y mercantiles), la sociedad de cuenta en

participación o la comunidad naval, ya que todas tienen especialidades que pueden estar

conectadas. También es necesario aludir al supuesto regulado en la Ley 49 Navarra,

para desentrañar su relación con el artículo 1669 CC.

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CAPÍTULO II. LA SOCIEDAD CIVIL: VERTIENTE CONTRACTUAL

Y VERTIENTE ORGANIZATIVA

El concreto estudio que ocupará nuestra atención en el presente trabajo, la sociedad

civil sin personalidad jurídica, debe ser ubicado dentro del marco más general del

contrato de sociedad civil. Afrontar con garantías el estudio de la concreta cuestión que

queremos repasar exige encuadrar previamente el tema y sentar ciertas bases que en su

momento irán resultando necesarias para continuar nuestra argumentación.

Por ello, vamos a dedicar este capítulo inicial de nuestro trabajo a encuadrar la

cuestión en su marco adecuado, reflexionando acerca de ciertas ideas generales sobre la

sociedad civil que debemos tener claras: qué características la especializan, qué

elementos la constituyen, a qué aludimos al mencionar al contrato estatutario, etc.

Se reserva el nombre de sociedad para aludir a aquellas agrupaciones de personas

que, persiguiendo un fin lucrativo común a los socios o miembros, desarrollan una

actividad de carácter económico, y en las que existe un ánimo de partir con

posterioridad las ganancias obtenidas. Que estemos ante una asociación o no lo

estudiaremos con posterioridad, y será dato relevante desde el punto de vista de la

personalidad jurídica del grupo, ya que imprimirá ciertas pautas de interés a la cuestión.

A la hora de estudiar la sociedad civil, en primer lugar, debemos poner de

manifiesto determinada cuestión sistemática que va a resultar de bastante utilidad a la

hora de aclarar posibles malentendidos posteriores, y es que en la regulación de las

sociedades debe hacerse hincapié tanto en el aspecto estrictamente contractual como en

el aspecto más organizativo-institucional de las mismas.

Desde el punto de vista más estrictamente contractual, la sociedad se configura en

nuestro ordenamiento como un contrato, con todo lo que ello conlleva, pese a que su

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naturaleza jurídica sea discutida por ciertos sectores doctrinales (la consideración de la

sociedad como un contrato es de clara inspiración romana). Contrato que, en caso de

que defendamos dicha configuración, será especial, pues pueden concurrir más de dos

partes, que, además, satisfacen sus intereses particulares mediante la realización previa

de una finalidad común, lo que dota al contrato de unas características peculiares.

El punto de vista organizativo, consecuencia realmente del total y adecuado

desarrollo de lo contractual, nos acerca a la necesidad de una regulación estructural que

permita la correcta actividad posterior en la vida social y, por norma general, también al

nacimiento, fruto de ese contrato, de una persona jurídica, situándonos en un plano ya

institucional. Ambas vertientes no son realmente compartimentos estancos, sino

diferentes puntos de vista para estudiar los aspectos de interés de la cuestión. De

entrada, nos quedaremos con el aspecto más próximo al dato contractual, aunque debe

incidirse en esta distinción, tan relevante como para que, por ejemplo, el Derecho

Romano entendiera la sociedad únicamente como contrato entre las partes y no se

concediera, en general, personalidad jurídica13.

El contrato de sociedad civil es un contrato que es origen de un tipo de asociación de

interés particular, según establece el artículo 35.2 CC, y que se regula en nuestro CC en

sus artículos 1665 a 1708, dentro del Libro IV del CC, “De las obligaciones y

contratos”, junto al resto de contratos. Tal y como señala PAZ-ARES, cumple una

función residual: estamos ante la sociedad general del tráfico, que entra en juego

siempre que no reclame su vigencia la correspondiente a un tipo especial14. Esto es

13 Por otra parte, debemos aclarar que nos vamos a referir únicamente a aquellas sociedades civiles que se

constituyan con forma civil, y no a aquellas que se constituyan y revistan las formas previstas en el C de

c, tal y como admite el artículo 1670 CC, debido a que en estos casos estas sociedades se sujetan a los

formalismos típicos de las sociedades mercantiles, y ello escapa de nuestra órbita de estudio. 14 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, dentro de “Comentario del CC”, Tomo II, Secretaría

General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1314. En idéntico sentido, previamente,

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cierto aunque no totalmente15, pero no implica que sea una reliquia histórica o una

estructura inservible o inútil16 (aunque sus artículos lo sean en bastantes casos17), como

demuestra el hecho de que no solamente sea la forma asociativa propia del tráfico

económico familiar, agrícola o artesano18 (comentario éste muy influido por la opinión

GIRÓN TENA, que presentó a la sociedad civil como tendente a satisfacer la función de régimen

supletorio y de Sociedad en sentido amplio (GIRÓN TENA, J.: “Derecho de sociedades”, Tomo I, p. 38).

En Derecho alemán, sin embargo, se abstrae todavía más y se alude a régimen general de todo tipo de

agrupaciones de personas con fin de ganancias (en este sentido, SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht.

Besonderer Teil. 4. Auflage, Tübingen, 1995, p. 227). 15 Pensemos que la sociedad civil se configura como personalista por nuestro legislador (no hay más que

repasar las normas sobre disolución de la sociedad para no abrigar la más mínima duda a este respecto), y

que en esos elementos que caracterizan a la sociedad civil como personalista no puede ser regla común de

todo tipo de sociedad, pues poco tienen que ver con algunos aspectos las sociedades capitalistas. No es

correcto decir, por ejemplo, que las causas de extinción de la sociedad civil sean básicas para entender la

extinción de la sociedad anónima, por ejemplo. La sociedad civil es el esquema básico para las sociedades

personalistas, pero no cumple idéntica misión entre las sociedades capitalistas, como estudiaremos. 16 Como parece deducirse del comentario de DURÁN Y BAS, cuando, durante la elaboración del CC,

indica: “Lo confieso: en mi ya dilatada práctica no he visto una sola vez aplicado el contrato de sociedad

general en lo civil” (vid. “Diario de Sesiones de las Cortes. C. Diputados”, núm. 53, 23-2-1889, p. 882). 17 Ello se deriva de que muchos de dichos artículos, como ocurrió en el caso del Code francés, se tomaron

directamente por sus redactores de los antiguos jurisconsultos, que, a su vez, recibieron dichas normas de

los textos romanos, pasado por el tamiz del Tratado de POTHIER, como la doctrina francesa ha estudiado

convenientemente. Como señalaban COLIN y CAPITANT, “son esas reglas, por consiguiente, de un

orden más teórico que práctico, y en su mayor parte enteramente inadecuadas al buen funcionamiento de

una sociedad. Por esta razón, las personas que redactan una escritura de sociedad tienen ordinariamente

buen cuidado de suplir aquellas reglas con las cláusulas de su contrato” (COLIN, A. y CAPITANT, H.:

“Curso Elemental de Derecho Civil”, Tomo IV, Contratos usuales, Ed. Reus, Madrid, 1981, pp. 613-

614). Pero este comentario es perfectamente aplicable también al caso español, como se comprueba en el

propio texto citado, en la Nota realizada por el profesor DE BUEN, aplicando al Derecho español el

estudio, donde, al tratar la insuficiencia y arcaísmo de nuestra regulación, remite directamente al

comentario de COLIN y CAPITANT (COLIN, A. y CAPITANT, H.: “Curso Elemental....”, cit., p. 667). 18 Palabras textuales de FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA: “La atipicidad en Derecho de Sociedades”,

Pórtico, Zaragoza, 1977, p. 21. GONZÁLEZ ORDOÑEZ, en perfecta sintonía con este criterio, indica

que “sólo servirán (las sociedades civiles) para rudimentarias explotaciones agrícolas o mineras, de

carácter familiar aldeano, entre modestos propietarios a quienes convenga poner sus métodos de

producción en fondo común para obtener algunas ventajas” (GONZÁLEZ ORDOÑEZ, J. M.: “Los

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italiana al respecto). Encierra su parte de razón pero no es del todo exacto, pues la

estructura de la sociedad civil es hoy utilizable en supuestos concretos perfectamente

actuales19, lo que justifica adecuadamente su existencia en el mundo jurídico20 (aunque

sea, a decir de alguna autora, la gran olvidada de nuestro derecho de sociedades21).

El artículo 1665 CC señala que “la sociedad es un contrato por el cual dos o más

personas se obligan a poner en común dinero, bienes o industria, con ánimo de partir

entre sí las ganancias”. De dicho artículo se deduce que el contrato de sociedad es aquel

contrato por medio del cual varias personas colaboran patrimonialmente para conseguir

un fin lucrativo, común y partible, mediante el desempeño duradero de una actividad

lícita (el objeto debe ser lícito, señala el artículo 1666 CC), actividad que, para que la

sociedad sea civil, debe ser de índole no mercantil, ya que, de lo contrario, el supuesto

se subsume en la sociedad colectiva, y la regulación será mercantil, con todo lo que

conlleva22. Las tres bases fundamentales de la institución serán, en principio, la libertad

criterios del Derecho español sobre distinción de sociedades mercantiles y sociedades civiles y sus

consecuencias prácticas”, RDM, 1956, núm. 59, p. 70). 19 En este sentido, podemos aludir a casos tan citados por la jurisprudencia como los de los pequeños

negocios, o, incluso, por citar un sector especialmente peculiar y actual también tratado por el TS, los

grupos musicales, de artistas o profesionales en general (vid. SSTS 17-2-1993 y 8-3-1993). Estudia con

detalle dicha operatividad PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1678 CC, dentro de “Comentario del

Código civil”, Tomo II, Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, pp. 1393-1401. 20 MUÑOZ DE DIOS ha repasado los problemas, fraudes, ocultamientos, etc., que pueden verse

beneficiados por la utilización de la figura de la sociedad civil, pero concluye que debe realmente tener su

hueco en nuestro panorama jurídico (MUÑOZ DE DIOS, G.: “¿Existe la sociedad civil?”, Libro

Homenaje a Jesús López Medel, tomo I, CER, Madrid, 1999, pp. 493-508). 21 ARRIBA FERNÁNDEZ, M. L. DE: “La sociedad civil no puede inscribirse (A propósito de la

sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supremo de 24 de febrero de 2000)”, La Ley, 2000-6, D-196, p.

1883. 22 Para adquirir una visión sobre las diferentes definiciones aportadas, en el plano civil y en el mercantil,

vid. TENA PIAZUELO, I.: “La caracterización de la sociedad civil y su diferencia con la comunidad de

bienes”, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, pp. 24-29. Expone su concreta opinión en pp. 35-73.

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respecto del objeto (artículo 1666), la libertad en cuanto a la forma (artículo 1667,

libertad matizada) y la publicidad de las estipulaciones (artículo 1669)23.

En cualquier caso, debe diferenciarse el contrato de sociedad como tal de la

sociedad considerada como organización o, generalmente, como persona jurídica. A ello

dedicaremos el presente capítulo.

1. La sociedad civil: vertiente contractual

La sociedad civil es, ante todo, un contrato. Así se entiende desde la época romana,

como comprobaremos, y se deduce tanto de la propia ubicación en el CC de la sociedad

civil, junto con el resto de contratos tipificados, como del tenor literal del artículo 1665

CC. Pese a ello, ha existido (y existe, aunque la cuestión ya es más pacífica) cierto

debate doctrinal al hilo de dicha naturaleza del acto constitutivo de la sociedad, que, en

último término, implica un debate acerca de los límites del propio concepto de contrato.

Los caracteres del contrato de sociedad civil, tal y como se diseñan en el CC, los

podemos extraer del artículo 1665. Indica este artículo que “la sociedad es un contrato

por el cual dos o más personas se obligan a poner en común dinero, bienes o industria,

con ánimo de partir entre sí las ganancias”. De aquí podemos deducir la serie de

características que el legislador atribuye a la sociedad: en primer lugar, la sociedad es

calificada expresamente como contrato. A este requisito, debido a su especial

importancia, vamos a dedicar bastante atención en nuestra exposición, pues es dato que

será muy relevante para tener en cuenta con posterioridad, y debemos calificarlo

adecuadamente, ya que, sin duda, si es contrato, es un contrato bastante especial. Una

vez que hayamos repasado esta característica, y el resto que veremos, estudiaremos los

23 En este sentido, MANRESA Y NAVARRO, J. M.: comentario al Título VIII, dentro de “Comentarios

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elementos esenciales del acto constitutivo. Pero para estudiar dichos elementos, es

necesario previamente tener la seguridad de que estamos ante un contrato o no, de ahí

que en primer lugar, determinemos su configuración. Además, valoraremos la

importancia del acto constitutivo de sociedad civil, entroncando con los estatutos de la

sociedad, de vital relevancia posterior a la hora de configurar el tipo de sociedad.

En segundo lugar, del artículo se deduce que es un contrato por medio del cual dos o

más personas pondrán en común dinero, bienes o industria. En tercer lugar, que dichas

partes contractuales tienen ánimo de partir las ganancias. En cuarto lugar debemos

meditar sobre la posible necesidad de affectio societatis, dado que históricamente se

vinculó a su existencia la de la sociedad misma. Por último, siguiendo con la sociedad

civil entendida como contrato, nos queda por repasar la cuestión de la forma del

contrato de sociedad, cuya correcta comprensión es imprescindible para no incurrir en

errores a la hora de estudiar la personalidad jurídica de la sociedad civil. Las

características del diseñado contrato de sociedad civil deben estudiarse adecuadamente

para extraer las consecuencias oportunas y conocer cómo afecta a nuestra investigación.

1.1. La sociedad entendida como contrato

La primera cuestión que debemos tratar es la referida a la vertiente contractual del

acto constitutivo de sociedad civil. La sociedad civil, por naturaleza, es un contrato,

según señala literalmente el artículo 1665 CC: “la sociedad es un contrato...”. Sin

embargo, históricamente se ha dudado acerca de si lo era o no y se han propuesto

configuraciones alternativas a la contractual. Optar por una configuración u otra implica

al Código Civil”, Tomo XI, Madrid, 1972, p. 362.

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redefinir el concepto de contrato, para conocer sus auténticos límites y si dentro del

mismo es encuadrable un contrato tan especial como el constitutivo de sociedad.

Nos ocuparemos en este apartado de la naturaleza del acto constitutivo de la

sociedad, repasando la polémica citada y aportando nuestra opinión personal al

respecto. A continuación, nos detendremos en otras cuestiones que debemos conectar

con ésta, como son la de los elementos esenciales de ese acto constitutivo conforme a la

configuración que le hayamos otorgado, y la conexión con los estatutos sociales.

a) Naturaleza del acto constitutivo de la sociedad

El primer requisito a tener en cuenta conforme al artículo 1665 CC es que la

sociedad es, ante todo, un contrato. Respecto de dicha configuración también se han

planteado dudas doctrinales: con independencia de que la ley lo califique como

contrato, ¿es realmente el acto constitutivo de la sociedad un contrato?, o, desde otro

punto de vista, ¿es posible un contrato en el que existan más de dos partes y en el que,

además, el interés particular de cada socio se satisfaga después de haber satisfecho un

fin común que se presenta para muchos como antitético con lo que debe ser realmente

un contrato? Debemos contestar a estas cuestiones que, además, entran de lleno en la

órbita del Derecho civil24. Esta duda se ha planteado y desarrollado tanto en Alemania

como en Italia, mientras que en nuestro país la doctrina ha prestado menos atención al

tema y se ha movido dentro de los parámetros fijados en los citados países.

24 Durante la elaboración del CC, SILVELA, FABIÉ y COMAS lo debatieron, apostando los primeros

por extraer la cuestión de la órbita civil, mientras que el último, con mejor criterio, se oponía (Diario de

Sesiones de Cortes de 12 de marzo y de 13 de marzo de 1885, núms. 84 y 85). Para SILVELA, la

constitución y estatuto de las asociaciones debía relegarse al Derecho mercantil y administrativo.

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Estamos ante un debate que, realmente, no es actual, debemos tenerlo presente, pero

cuyas consecuencias nos llegan hasta hoy bastante claras: baste señalar que en la

regulación italiana del contrato plurilateral se exige la efectiva presencia de más de dos

partes y de una comunidad de fin en todo caso, algo que dogmáticamente puede ser

discutible. Comprobaremos si estamos ante un auténtico contrato o no, pero en

cualquier caso se intuye que no está totalmente enterrada todavía la vieja polémica.

El primer paso para admitir las posibles categorías citadas está en saber si, dentro de

los límites de nuestro concepto de contrato, es posible ubicar tanto contratos con más de

dos partes como contratos con finalidad asociativa, que son las características que nos

preocupan, al hacernos dudar de su adecuada inserción en este ámbito. A este respecto,

ni siquiera en los textos codificados del siglo XIX se alude expresamente a la existencia

de contratos con más de dos partes o de contratos asociativos, aunque se admite, por

ejemplo, la configuración de la sociedad como contrato, algo que proviene del Derecho

Romano25, y con tal relevancia que, precisamente, por considerarse a la sociedad

únicamente como un contrato interno entre las partes, conforme a dicha categoría, no se

le dotaba de personalidad jurídica, ya que era un contrato más, sin mayor especialidad.

En nuestro CC, diversos artículos resultan de interés para conocer el concepto de

contrato que de alguna forma orienta nuestra regulación. Así, el artículo 1089 ofrece

defectuosamente el elenco de las fuentes de las obligaciones, donde incluye a los

25 En este sentido, resultan de interés dos textos de las Instituciones de GAYO. El primero, III, 154, indica

que Sed ea quidem societas, de qua loquimur, id est quae nudo consensu contrahitur, iuris gentium est;

itaque inte omnes homines naturali ratione consistit. Traducido al castellano : “Pero esta Sociedad de la

que estamos hablando, esto es, aquella que se contrae por el mero consentimiento, es de Derecho de

gentes, y por este motivo existe entre todos los hombres por razón natural” (traducción de Abellá

Velasco, Arias Bonet, Iglesias-Redondo y Roset Esteve, Ed. Civitas, Madrid, 1985, p. 273). El segundo es

III 135, D. 44, 7, 2 pr. e Inst. 3, 22, pr.: Consensu fiunt obligationes in emptionibus et uenditionibus,

locationibus conductionibus, societatibus, mandates, que traducido indica que “Se contraen obligaciones

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contratos, en referencia que se completa con el artículo 1091, que asegura la fuerza de

ley entre las partes de lo pactado. A ello debe añadirse lo expuesto en el artículo 1254,

que alude al pacto contractual entre dos o más personas indicando que “el contrato

existe desde que una o varias personas consienten en obligarse, respecto de otra u otras,

a dar alguna cosa o prestar algún servicio”26, y, sobre todo, en el artículo 1255, que

regula los elementos voluntarios del contrato fijando los límites a la autonomía de la

voluntad (leyes, moral y orden público). Este artículo se completa con los elementos

necesarios que establece el artículo 1258. Por tanto, no se habla expresamente de más de

dos partes o de posible existencia de comunidad de fin previa a la satisfacción de los

intereses privativos en el contrato, pero en el artículo 1665 se asume que la sociedad

civil es un contrato, pese a que puedan concurrir más de dos partes y el interés privativo

de cada socio se satisfaga después de lograrse una finalidad común previa.

Esta concepción codificada de contrato, deducible básicamente del artículo 1254

CC, sigue perfectamente vigente hoy día, aunque modulada en algún supuesto por

transformaciones sufridas fruto del momento económico actual (contratos en masa,

economía intervenida en algún caso, contratos de consumidores, etc.). Y no parece que

deba existir inconveniente, de entrada, en pensar que pueda perfeccionarse con más de

dos partes intervinientes: el artículo 1254 CC alude de modo expreso a la existencia de

una o varias personas, y no a partes, como, por ejemplo, señalaba el artículo 1321 del

mediante el consentimiento en las compraventas, en los arrendamientos, en las sociedades, en los

mandatos” (idéntica traducción citada, p. 265). 26 Este artículo asume, según GETE-ALONSO Y CALERA, un concepto general de contrato, pero

concepto que no era nuevo, sino que “recogía lo que, a partir del siglo XVII se había venido considerando

como tal en el área europea” (GETE-ALONSO Y CALERA, M. C.: “La influencia del concepto de

contrato en el Código Civil”, en Centenario del Código Civil (1889-1989), tomo I, Asociación de

Profesores de Derecho Civil. Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1989, p. 887).

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vigente Codice italiano27. Sin embargo, es conforme a la más elemental lógica jurídica

diferenciar entre parte y persona: si nuestra referencia es a personas, realmente aludimos

a meros intervinientes en un negocio, mientras que si nos referimos a una parte

contractual, estamos aludiendo a una determinada esfera jurídica concreta, una posición

jurídica, o, por utilizar una terminología debida a MESSINEO28 y casi unánimemente

aceptada en la doctrina italiana29, un centro de imputación de intereses determinado.

Dicho centro de imputación de intereses puede girar en torno a un solo sujeto

jurídico (estaremos ante una parte contractual simple), o en torno a varios (habría una

parte con más de un interviniente en dicha posición, por lo que sería una parte

subjetivamente compleja, generadora de obligaciones de actuación conjunta). La noción

de parte se vincula a la idea de “posición”, posición subjetiva, interna al negocio30: “una

es la parte si uno es el interés, y dos son las partes si dos son los intereses”31.

En nuestro CC no se ha producido una modificación como la operada en el texto

italiano (cambio terminológico citado, que implica modificación de fondo), por lo que,

ante la falta de disposición expresa en dicho sentido habrá que interpretar si caben más

27 Este artículo modificó el término “personas” del artículo equivalente del Codice de 1865, el artículo

1098, por el término “partes”. El artículo 1098 del texto de 1865 indicaba expresamente lo siguiente: “il

contratto è l’accordo di due o più persone per costituire, regolare o scioglere fra loro un vincolo

giuridico”. El artículo 1321 del texto vigente señala que “Il contratto è l’accordo di due o più parti per

costituire, regolare o estinguere tra loro un rapporto giuridico patrimoniale”. Esta modificación ha sido

celebrada doctrinalmente (en este sentido, por todos, PIAZZA, G.: “L’identificazione del soggetto nel

negozio giuridico”, Casa Editrice Dott. Eugenio Jovene, Napoli, 1968). 28 MESSINEO, F.: “Il negozio giuridico plurilaterale”, Annuario della Università Cattolica del Sacro

Cuore, Milano, Anno 1926-1927, pp. 53-55. Criticaba este autor el asemejar, sin más, interviniente a

parte, pues “parte” significa centro de intereses a los que el contrato aprovecha y aprovecha de modo

diverso, según que varíe la cualidad de parte o según el contenido del contrato mismo. 29 No le agrada la misma a CARRESI, F.: “Gli atti plurisoggettivi”, RTDPC, 1957, pp. 1255 y 1262-1265. 30 En este sentido, MAIORCA, S.: voz contratto plurilaterale, en Enciclopedia Giuridica, Istituto della

Enciclopedia Italiana, 1988, t. IX, p. 4. 31 STOLFI, G.: “Teoría del Negocio Jurídico”, Ed. Rev. de Derecho Privado, Madrid, 1959, nota 1, p. 49.

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de dos partes en la configuración de un contrato. Y parece que es estructuralmente

posible que ciertos contratos se celebren entre más de dos partes. Ciertamente no todos,

ya que contratos como la compraventa, el arrendamiento, el depósito, etc., por causa de

su estructura sólo pueden ser celebrados entre dos partes32. Sin embargo, otros, como un

contrato que regule la actividad en una comunidad de bienes, o un contrato extintivo de

dicha comunidad, pueden celebrarse entre más de dos intervinientes, entendiendo a cada

uno de ellos como partes, pues son centros de imputación de intereses diferentes33.

Además, cuando se trata el contrato de sociedad civil, al aludir a los socios estamos

haciendo mención a partes, y no a meros intervinientes, pues cada una se sitúa en un

centro de imputación de intereses diferente, y nunca se ha dudado en el plano legal de

que fuese contrato: pese a la existencia de ciertas discrepancias doctrinales acerca de la

naturaleza, no eran debidas a esta concreta cuestión.

Por ello, no parece que exista inconveniente en admitir que el acto constitutivo,

como señala el artículo 1665 CC, es un contrato: el artículo 1254 no parece cerrar la

puerta a los contratos con más de dos partes34, la lógica jurídica recomienda admitirlo

para evitar cambios de naturaleza que dependan exclusivamente del número de partes en

el negocio, y el Código civil, siguiendo la configuración típicamente romana, califica

como contrato a la sociedad (siendo consciente de que pueden existir más de dos centros

32 Con independencia del número de intervinientes que se agrupen en cada una de ellas. Podemos

encontrarnos ante una parte subjetivamente compleja, pero en cualquier caso única como tal parte (por

ejemplo, tres compradores o cuatro vendedores). 33 Y de ninguna forma sería lógico entender que estamos ante un contrato si se celebrara únicamente entre

dos partes y ante otro tipo de negocio si se celebrase entre más de dos. No es adecuado que se modifique

su naturaleza si estamos esencialmente ante el mismo acto, únicamente por causa del número de

intervinientes, pues un cambio de naturaleza no puede depender de un dato como ese. 34 Como botón de muestra, baste citar cómo JORDANO BAREA, en determinado trabajo, se basa en el

artículo 1254 CC para aludir a la admisibilidad de la pluralidad de partes, y no de personas: “Todo

contrato –también el de sociedad- supone una dualidad o pluralidad de partes (centros de interés) (cfr. art.

1254 CC).” (JORDANO BAREA, J. B.: “La sociedad de un solo socio”, RDM, 1964, p. 13).

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de intereses presentes, y es probable que existan). Por tanto, no hay problema para

admitir la posible existencia de contratos con más de dos partes, y para ubicar al acto

constitutivo de la sociedad civil dentro de dicha categoría.

Las opiniones que vinculaban al contrato con un negocio celebrado estrictamente

entre dos partes han sido siempre minoritarias, algo reduccionistas y hoy están en claro

retroceso, además de que entendemos que no tienen consistencia (otra cuestión diferente

será que se determine correctamente qué debe entenderse por contrato plurilateral, pero

hay que indicar que la categoría, como tal, hoy se acepta).

Ya hemos comprobado que existen contratos, y son mayoría, que únicamente

pueden ser celebrados entre dos partes, y el legislador los tiene en mente al redactar los

artículos dedicados a la teoría general de los contratos en el CC, resulta innegable. Pero

eso no puede inducirnos a pensar en la imposibilidad de admitir el resto de contratos35,

sobre todo teniendo en cuenta el contrasentido que sería defender, por ejemplo, que un

pacto entre comuneros que regule la comunidad sería contrato si son únicamente dos los

comuneros y no podría ser contrato si los comuneros fuesen más de dos. Esa mutación

de naturaleza por causa exclusiva del número de participantes no nos parece lógica ni

correcta36. Estaremos ante un contrato plurilateral, aunque el pacto sea entre los dos

comuneros existentes, o bien exista una sociedad civil con dos socios. En ambos casos

estamos ante contratos cuya estructura permite incluir a más de dos partes, por lo que

será plurilateral con independencia del número de intervinientes del caso concreto.

35 Opción claramente defendida por MESSINEO en su trabajo citado: “Il negozio giuridico plurilaterale”,

cit., pp. 53 y 59, aunque posteriormente madurase su postura. Pero en este trabajo llega a señalar que el

contrato se mantiene siempre e invariablemente negocio bilateral así como que el hecho de que

concurran más de dos partes es fenómeno que no puede experimentarse en el contrato. 36 Respecto de este ejemplo concreto, se expresa en los términos aquí expuestos MORENO DEL VALLE,

M. A.: “La organización de las comunidades de bienes por los propios comuneros”, Ed. Tirant lo Blanch,

Valencia, 1999, pp. 89-102.

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La diferencia será, por tanto, entre contratos que se perfeccionan con la exclusiva

intervención de dos partes y contratos plurilaterales, en los cuales pueden admitirse más

de dos partes, tres o más, por propia estructura, pero que no necesariamente deben

concurrir (basta con que la estructura lo permita37).

En Italia, el vigente Codice reconoce expresamente estos contratos, aunque con

ciertos matices que no son acertados: el artículo 1321 admite de modo expreso la

37 El polémico debate acerca de la admisibilidad o no de la figura del contrato plurilateral se produjo a

finales del siglo XIX en Alemania, al hilo del debate sobre la posible consideración contractual del acto

constitutivo de la sociedad (GIERKE, KUNTZE, etc.). Según BORSI, desde 1892 la concreta figura del

acto complejo, una de las categorías “rivales” del contrato plurilateral, tiene un lugar seguro en la

sistemática jurídica alemana (BORSI, U.: “L’atto amministrativo complesso (Contributo alla teoria degli

atti amministrativi)”, Studi Senesi nel Circolo Giuridico della R. Università, vol. XX, 1903, p. 4). El

debate también se produjo en la doctrina italiana durante el primer tercio del siglo XX, polémica que

encierra desde las reflexiones de AULETTA, hasta la defensa de ASCARELLI en múltiples obras (que

pensaba inicialmente en el caso de las agrupaciones de empresarios, pero se encontrará con que el tema

del acto constitutivo de la sociedad es más fructífero), pasando por las críticas de MESSINEO, y que

culminará con la positivación en el Codice de 1942.

Las obras de ASCARELLI que nos resultan de más interés son las siguientes: La liceità dei sindacati

azionari, Rivista del Diritto Commerciale, 1931, XXIX, P. II, p. 258; Contratto plurilaterale e negozio

plurilaterale, Il Foro della Lombardia, 1932, núm. 5, pp. 439-443; Le unioni di imprese, Rivista di Diritto

Commerciale, 1935-I, pp. 152-184; “Consorzi volontari tra imprenditori”, Milano, Dott. A. Giuffrè –

Editore, 1937, pp. 37-48; “El contrato plurilateral”, Editorial Jus, México, 1949; Il contratto plurilaterale,

en “Saggi giuridici”, Milano, Dott. A. Giuffrè – Editore, 1949, pp. 259-316; Il contratto plurilaterale, en

“Studi in tema di contratti”, Milano, Dott. A. Giuffrè – Editore, 1952, pp. 95-178; Contratto plurilaterale;

comunione di interessi; società di due soci; morte de un socio in una società personale di due soci, dentro

de “Saggi di Diritto Commerciale”, Milano, Dott. A. Giuffrè – Editore, 1955, pp. 325-358; Alcuni

Problemi in tema di società, en “Problemi Giuridici”, Tomo I, Casa Editrice Dott. A. Giuffrè, Milano,

1959, pp. 272-276 (nota 28), y Fideiussione; conflitto di interessi e deliberazioni di consiglio; oggetto e

capacità sociale, Rivista delle Società, 1959, pp. 736-747.

Del profesor MESSINEO, por su parte, nos van a interesar principalmente las siguientes obras: Il negozio

giuridico plurilaterale, cit.; La struttura della società e il c. d. contratto plurilaterale, en “Studi di Diritto

delle Società”, Milano, Dott. A. Giuffrè Editore, 1958, pp. 15-58; y voz Contratto plurilaterale e

contratto associativo, en Enciclopedia del Diritto, t. X, 1962, pp. 139-166.

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participación de más de dos partes en un contrato38, el artículo 1332 se ocupa de la

posibilidad de adhesión al contrato39 y los artículos 1420, 1446, 1459 y 1466 se ocupan

de los contratos plurilaterales40. Incluso antes de dicha regulación no parecía existir

inconveniente en admitir esa posible concurrencia, pues en el siglo XIX ello ya era

admitido en el imaginario jurídico europeo sin ningún problema41. Sin embargo, dicha

regulación acoge como elemento esencial del contrato plurilateral la comunidad de fin,

tal y como señala el artículo 1420 y defiende bastante doctrina (ASCARELLI,

38 “ Il contratto è l’accordo di due o più parti per costituire, regolare o estinguere tra loro un rapporto

giuridico patrimoniale”. El artículo equivalente en 1865, artículo 1098, hablaba de personas: “il contratto

è l’accordo di due o più persone per costituire, regolare o scioglere fra loro un vincolo giuridico”. 39 “Se ad un contratto possono aderire altre parti e non sono determinate le modalità dell’adesione, questa

deve essere diretta all’organo che sia stato costituito per l’attuazione del contratto, o, in mancanza di esso,

a tutti i contraenti originari”. Sobre esta cuestión, vid. principalmente los trabajos de RAVAZZONI, A.

(L’adesione di altre parti al contratto aperto, “Studi in onore di Francesco Santoro-Passarelli”, Napoli,

Casa Editrice Dott. Eugenio Jovene, 1972, t. IV, pp. 75-117) y CESÀRO, E. (“Contratto aperto e

adesione del terzo”, Editore Jovene Napoli, 1979). 40 Aunque un par de datos separan esta categoría de la categoría correctamente configurada. De entrada,

se exige la presencia de más de dos partes en todo caso, algo que no nos parece necesario

estructuralmente, ya que bastará con que sea posible dicha intervención. Además, se incluye la finalidad

común en ellos, elemento éste, en su caso, del contrato asociativo, no plurilateral, como veremos a

continuación. El primero indica que “Neo contratti con più di due parti, in cui le prestazioni di ciascuna

sono dirette al conseguimiento di uno scopo comune, la nullità che colpisce il vincolo di una sola delle

parti non importa nullità del contratto, salvo che la partecipazione di essa debba, secondo le circostanze,

considerarse essenziale”. El artículo 1446 señala que “Nei contratti indicati dall’articolo 1420

l’annullabilità che riguarda il vincolo di una sola delle parti non importa annullamento del contratto, salvo

che la participazione di questa debba, secondo le circostanze, considerarsi essenziale”. El artículo 1459,

por su parte, señala que “Nei contratti indicati dall’articolo 1420 l’inadempimento di una delle parti non

importa la risoluzione del contratto rispetto alle altre, salvo che la prestazione mancata debba, secondo le

circostanze, ocnsiderarse essenziale”. Por último, el artículo 1466 se expresa en estos términos: “Nei

contratti indicati dall’articolo 1420 l’impossibilità della prestazione di una delle parti non importa

scioglimento del contratto rispetto alle altre, salvo che la prestazione mancata debba, secondo le

circostanze, considerarsi essenziale”. 41 Vid. BELVEDERE, A.: “La categoria contrattuale di cui agli artt. 1420, 1446, 1459, 1466 c.c.”,

RTDPC, 1971, pp. 662-666, y VILLA, G.: “Inadempimento e contratto plurilaterale”, Milano, Dott. A.

Giuffrè Editore, 1999, pp. 34-35.

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AULETTA, DALMARTELLO, SALANDRA42 o INZITARI43, por ejemplo). Es un

grave error, desde nuestro punto de vista, pues dicho elemento no es necesario en la

figura del contrato plurilateral, sino en la figura del contrato asociativo, si admitimos

que existe, algo que estudiaremos a continuación. Pero es perfectamente posible la

existencia de un contrato plurilateral sin la presencia de una comunidad de fin previa a

la satisfacción de los intereses particulares de los socios: por ejemplo, el contrato por el

que las partes pactan la división de una comunidad de bienes44. La estructura del

contrato plurilateral, además, únicamente exige esa posible apertura a más de dos partes

contractuales, no su efectiva presencia (algo que tampoco asimila el Codice).

En conclusión, es aceptable la existencia de contratos en los que estructuralmente

puedan participar más de dos partes, y suponen una subespecie dentro de la categoría

general del contrato45. Subespecie existente frente a la categoría en la que

necesariamente deben concurrir dos partes, dato éste que marca la gran diferencia. La

aparente falta de homogeneidad en los ejemplos no debe inducirnos a desistir de nuestra

pretensión de incluirlos en una misma categoría, ya que el que puedan admitir en su

seno a más de dos partes es un dato lo suficientemente relevante como para aceptar

dicha existencia. Y el contrato constitutivo de sociedad es ejemplo de contrato

plurilateral, aunque no podamos concluir su naturaleza contractual definitivamente hasta

que valoremos el elemento asociativo, que pasamos a estudiar inmediatamente.

42 SALANDRA, V.: “Il contratto plurilaterale e la società di due soci”, RTDPC, 1949, pp. 836-842. 43 En este sentido, INZITARI, B.: “Riflessioni sul contratto plurilaterale”, RTDPC, 1973, p. 528. 44 Aluden a dicha configuración como contrato plurilateral, por ejemplo, FERRI, G. (voz contratto, en

“Novissimo Digesto Italiano”, tomo IV, Unione Tipografico-Editrice Torinese, 1959, pp. 494-495, y voz

contratto plurilaterale, dentro de “Novissimo...”, cit., p. 687) y MIRABELLI, G. (voz divisione, dentro

de “Novissimo...”, cit., p. 36, e “Intorno al negozio divisorio”, Archivo Giuridico “Filippo Serafíni”,

1948-1949, vol. 136, pp. 48). En nuestro país, vid. CRESPO ALLUÉ. F.: “La división de la comunidad

de bienes”, Ed. Lex Nova, Valladolid, 1993, pp. 143-152.

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Por tanto, ya sabemos que el contrato puede ser perfeccionado con el

consentimiento de más de dos partes: si su estructura lo permite, el contrato será

plurilateral. Ahora debemos saber si es posible que un contrato sea asociativo,

valorando si es posible la existencia de esta categoría dentro de la órbita de los

contratos. Los contratos asociativos, de existir, deben diferenciarse de los contratos

denominados generalmente “de cambio” o de intercambio: en los asociativos existe

cierta finalidad común previa a la consecución del interés particular de cada socio,

finalidad que conlleva por ello la realización de una actividad común, algo que no existe

en los contratos de cambio. El contrato de intercambio es aquel en el que suelen

concurrir dos partes, y en el que, por propia estructura, el interés de cada una de ellas se

satisface sin necesidad de que deba realizarse actividad común previa y alcanzarse una

finalidad común previa entre las partes46, además de que cada parte suele resultar más

beneficiada en la medida en que no lo sea la otra, o la satisfacción de su interés se

realiza a cambio de la prestación de la otra parte. De ahí que se suela aludir a la

existencia de conflicto de intereses entre las partes como requisito a tener en cuenta para

que exista contrato. Es típico de los contratos con dos partes: el comprador se verá

beneficiado en su posición en la medida en que no lo sea el interés del vendedor,

comprando el objeto al menor precio posible. Y el vendedor verá beneficiada su

pretensión en la medida en que obtenga el mayor precio posible, algo que no beneficiará

los intereses del comprador. A la vista de que se solía incidir en esa existencia de

intereses contrapuestos en los contratos, se dudó históricamente si los contratos

45 En este sentido se expresa ASCARELLI, clásico en esta cuestión, en sus diversos trabajos sobre el

contrato plurilateral. 46 Es diferente de la colaboración normal necesaria en todo contrato para que éste se desarrolle

adecuadamente, que sí está presente en toda clase de contrato.

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asociativos eran realmente contratos o no, aunque la doctrina comenzase hace ya tiempo

a hablar de “contratos asociativos”47. ¿Lo será el contrato constitutivo de la sociedad?

Esta exigencia de finalidad común ha sido utilizada por algunos autores, sobre todo

italianos, para distinguir la figura del contrato plurilateral, cuya mera existencia en

algunos casos suelen poner en duda, de otra serie de actos en los que intervienen

diversas partes, pero en los que los intereses que están en juego no son divergentes, sino

confluyentes o paralelos48, lo que, según ellos, los extrae de la órbita contractual. Suelen

citar en este punto determinadas construcciones alternativas a la contractual, como la de

los actos complejos, colectivos o colegiales, que repasaremos en su momento.

Y podemos encontrar ejemplos de esta postura en autores tan relevantes como

MESSINEO en cierto trabajo inicial49, y algunos otros en nuestro país50, para los que

sólo hay contrato cuando, de modo antagónico, existen deudor y acreedor con intereses

contrapuestos. GIMENO LINARES51 repasa dichas concepciones y estima que basta

que los intereses sean meramente diversos para que exista contrato.

Por nuestra parte, nos parece lo más frecuente que al perfeccionarse un contrato

existan, de entrada, dos partes únicamente, y entre dichas partes, intereses si no

necesariamente contrapuestos, sí al menos divergentes. Por ejemplo, en un contrato de

47 Cuestión estudiada en Italia con dos trabajos de conjunto bastante interesantes: CARLO, A.: “Il

contratto plurilaterale associativo”, Casa Editrice Dott. Eugenio Jovene. Napoli, 1967, y, sobre todo,

FERRO-LUZZI, P.: “I contratti associativi”, Milano Dott. A. Giuffrè Editore, 1971. 48 La doctrina italiana es de las que más se ha manifestado a favor de la exigencia del conflicto de

intereses en los contratos. Por ejemplo, vid. los autores que cita BELVEDERE en este sentido

(BELVEDERE, A.: “La categoría contrattuale...”, cit., nota 118, pp. 668-669): COVIELLO, ROCCO,

FADDA, AULETTA. DALMARTELLO, etc. 49 MESSINEO, F.: “Il negozio giuridico plurilaterale”, cit, pp. 53-55. 50 Por citar los más ilustres, vid. FERNÁNDEZ DE VELASCO, R. (“Relaciones jurídicas bilaterales de

origen no contractual”, RGLJ, tomo 144, 1924, pp. 566-585), ROCA SASTRE, R. M. (“Naturaleza

jurídica de la aportación social”, RGLJ, tomo 179, 1946, p. 425), u OSSORIO MORALES, J. (“Notas

para una teoría general del contrato”, RDP, 1965, pp. 1074-1075).

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compraventa, el vendedor entrega una cosa y su interés reside en hacerlo a cambio del

precio más elevado posible, mientras que el interés del comprador está en obtenerla al

precio más reducido posible. En este ejemplo, así como en otros, caracterizados por una

estructura bilateral de la relación (se observan únicamente dos partes, con

independencia del número de intervinientes), parece fácil comprobar esa existencia de

intereses totalmente divergentes (caso de arrendamientos, transacciones, fianzas, etc.),

ya que el beneficio del interés de cada una de las partes implica perjudicar de alguna

forma el interés de la otra. Sin perjuicio de que en todo caso el buen fin del contrato

exija una actividad colaboradora de las partes, que no altera dicha estructura.

Sin embargo, no en todos los casos será exactamente así, y esto implica la

imposibilidad de generalizar esa frecuente divergencia citada y convertirla en

característica contractual: por ejemplo, puede que en los contratos lucrativos no esté la

cuestión de la contraposición de intereses tan clara, así como, también, en contratos

como el de mandato (pese a la posición contraria de AULETTA52, seguimos pensando

en dicho sentido)53. Estamos ante contratos en los que esa divergencia de intereses no se

presenta descarnadamente, sino que realmente aparece mitigada, cuando no inexistente,

y ello es posible, basándonos en la primacía de la autonomía de la voluntad.

En consonancia con lo expuesto, no es acertada la presentación que se realiza del

contrato si se sobrevalora esa pretendida contraposición de intereses por la visión

reduccionista que se ofrece en bastantes casos: el contrato es, además de una situación

en la que cada parte pretende obtener el máximo provecho al menor costo posible, un

51 GIMENO LINARES, A.: “Del concepto de contrato”, RGLJ, tomo 157, 1930, pp. 260-265. 52 AULETTA, G. G. : “Il contratto di società commerciale. Requisiti. Conclusione. Vizi”, Dott. A Giuffrè

Editore, Milano, 1937, p. 23. 53 Estamos ante un contrato basado en la confianza entre ambas partes, y que en principio será gratuito,

según se desprende del artículo 1711 CC. En él no está tan clara esa presunta contraposición de intereses,

ni en el momento de celebración del contrato ni en la relación de gestión derivada de dicha celebración.

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instrumento de colaboración privada y comercial, que se celebra y se cumple de buena

fe, y en todo contrato debe existir, además, esa cierta colaboración entre las partes

(fruto, bien de mandatos legales o pactados, bien derivada de la buena fe o usos

aplicables) para cumplir el objetivo fundamental54. Quedarse en la primera parte del

razonamiento es ofrecer una imagen simplista y gravemente inexacta de la cuestión (por

ello, no compartimos la terminología que emplea AULETTA en cierto trabajo55, al

hacer referencia a la distinción entre contratos de lucha económica y contratos de

organización económica). Esa exigencia descarnada de conflicto de intereses entre las

partes deriva de la innegable influencia procesalista en la concepción y utilización del

término “parte”56. Pese a que es lógico que en un proceso judicial el conflicto de

intereses exista y se mantenga (de lo contrario, el fin del proceso estaría seguramente

próximo), no es algo totalmente trasladable al campo contractual.

Entendemos que los contratos de cambio son aquellos en los que la finalidad

perseguida por las partes se cumple sin la necesidad de que se deba realizar algún tipo

de actividad inmediata común que exceda de la colaboración presente en todo contrato

para obtener el objetivo económico perseguido, y habitualmente los intereses de las

partes serán divergentes, mientras que en los contratos asociativos el objetivo de cada

parte se cumplirá mediante la realización de un fin común previo (no interés común, que

sería cuestión bastante diferente), que debe conseguirse de modo inmediato para que,

54 En este sentido, GALGANO, F. “El negocio jurídico”, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 1992, p. 190.

Recordando a OSTI, señala que “concordancia de intereses e identidad del fin ya no pueden ser

considerados como caracteres incompatibles con el concepto de contrato, del cual se tiende a acentuar,

por el contrario, la función de “instrumento técnico-jurídico de colaboración económica entre los sujetos”

que aquel desarrolla en todo caso”. 55 AULETTA, G. G.: “La communanza di scopo e la causa nel contratto di società”, Rivista di Diritto

Civile, 1937, p. 1. 56 Influencia que han descrito adecuadamente autores como PIAZZA, G. (“L’identificazione del

soggetto...”, cit., nota 2, p. 12), y CESÀRO, E. (CESÀRO, E.: “Contratto aperto...”, cit., p. 17).

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mediatamente, las partes satisfagan sus objetivos particulares. Coexisten, por tanto, fin

común e intereses particulares de los socios, y la estructura del contrato es diversa, en

consecuencia. Y ya en el momento del pacto existirá cierta divergencia de intereses,

pues los socios intentarán que sus aportaciones sean del menor valor posible, pero

pretenden obtener el mayor rendimiento posible en su momento. Es perfectamente

válido que exista un pacto en este sentido (artículo 1255 CC), que las partes pacten un

contrato asociativo, incluso dos partes, pues no es necesario que sean más de dos57.

Por tanto, la existencia de una finalidad común no suele eliminar la presencia de

intereses divergentes (pese a lo que señale alguna que otra Sentencia en nuestro

país58)59, ni la consideración contractual de la figura (¿acaso no hemos comprobado la

dudosa contraposición de intereses en algún tipo de contrato de cambio, por

ejemplo?)60, sino que lo que realmente ocurre es que existe una coexistencia entre

finalidad común a lograr de modo inmediato y divergencia de intereses entre las partes,

que no se contraponen dado que nos movemos en dos planos diferentes61: cada parte

contratante desea habitualmente obtener el mayor beneficio posible a costa de la

realización del menor esfuerzo y gasto por su parte (existe, por lo tanto, divergencia de

intereses en ese sentido), pero dicha obtención está a expensas de que la realización del

57 Normalmente se suele vincular el contrato asociativo con la intervención de más de dos partes, pero

ello no debe ser así. Pueden existir contratos que, además de asociativos, son plurilaterales, como el acto

constitutivo de sociedad, y contratos asociativos donde sólo puedan intervenir dos partes, como es el caso

del contrato de aparcería. 58 En este sentido, por ejemplo, SSTS 3-12-1981 (M. A. 5042) y 18-11-1986, SAP de Cádiz 24-3-1995 y

SAP de Córdoba 22-10-1998. 59 En el sentido que nos interesa, la RDGRN 9-3-1943. 60 GALGANO ha destacado que esta valoración positiva sirve para insertar en el ámbito contractual a las

relaciones asociativas, algo que estudiaremos en su momento (GALGANO, F.: “El negocio jurídico”, cit.,

pp. 189-199). Y autores como RESCIGNO destacan que la existencia de fin común no conlleva negación

de la naturaleza contractual (RESCIGNO, P.: voz Contratto, en Enciclopedia Giuridica, t. IX, 1988, p. 5). 61 En este sentido, AULETTA, G. G.: “La communanza di scopo...”, cit., p. 5.

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fin común previo a cumplir sea lo más satisfactoria posible. Por ello, pese a que los

intereses sean divergentes, hay un interés inmediato coincidente entre todas las partes,

paso previo imprescindible: la divergencia de intereses que suele caracterizar

habitualmente a los contratos de cambio, en este caso, se acompaña también de una

comunidad de fin, no de intereses, y ambas coexisten, no se eliminan (en esto han

coincidido de alguna forma autores como AULETTA62, CARLO63 o SENA64). Este

interés está presente al celebrar el contrato, pero orienta siempre la actuación de las

partes al conducirse en su relación posterior ejecutiva de lo pactado. Y el contrato

constitutivo de sociedad es de este tipo.

Por todo lo expuesto, estimamos que el acto constitutivo de la sociedad civil es

también contrato asociativo, pues es posible dicha consideración contractual al cumplir

con la estructura descrita. Como ya lo habíamos considerado contrato plurilateral, no

existe ya ninguna duda acerca de la naturaleza contractual del mismo65.

Se han expuesto otras configuraciones alternativas a la contractual, acerca de la

naturaleza del acto constitutivo de la sociedad, de origen italiano66 y alemán67, doctrinas

62 AULETTA, G. G.: “Il contrato di società commerciale...”, cit., pp. 22-26 y 32-37. 63 CARLO, A.: “Il contratto plurilaterale associativo”, cit., p. 81. 64 SENA, G.: “Contratto di società e comunione di scopo”, Rivista delle Società, 1956, pp. 734-735. 65 CAPILLA RONCERO se expuso en términos bastante parecidos, aunque con diferente razonamiento,

en “La sociedad civil”, Publicaciones del Real Colegio de España, Bolonia, 1984, pp. 40-41. 66 En este sentido, vid. CARRESI, F.: “Gli atti plurisoggettivi”, cit., pp. 1241-1271; MESSINEO, F.: La

struttura della società..., cit., pp. 27-29; SANTORO PASSARELLI, F.: “Doctrinas generales del Derecho

Civil”, Ed. Revista de Derecho Privado, Madrid, 1964, pp. 251-258; OSTI, G.: “Scritti Giuridici”,

Milano, Dott. A Giuffrè Editore, 1973, pp. 587-591 y 703-708; CARRESI, F.: “Il contratto”, Milano,

Dott. A Giuffrè Editore, 1987, pp. 70-87. Interesante la crítica que realiza ASCARELLI, T., en “El

contrato plurilateral”, cit., pp. 11-15. 67 DÍEZ-PICAZO, L., ha dedicado a esta distinción un epígrafe en sus “Fundamentos del Derecho Civil

Patrimonial”, vol. I: Introducción. Teoría del Contrato, Ed. Civitas, Madrid, 1993, p. 77. También la ha

estudiado DE SALAS MURILLO en su trabajo “Las asociaciones sin ánimo de lucro en el Derecho

español”, CER, Madrid, 1999, pp. 446-449.

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que aluden a dicho acto constitutivo de la sociedad configurándolo como un acto

conjunto68, un acuerdo o decisión69 o bien un convenio o convención70 en el caso

alemán, o como acto colectivo71, acto complejo72 o acto colegial73 en el caso italiano.

68 En los actos conjuntos (Gesamtakte) nos encontramos con varias personas entre las que no existe

enfrentamiento de intereses, que constituyen en conjunto una sola parte, y cooperan para alcanzar un

resultado jurídico idéntico, emitiendo declaraciones de voluntad paralelas: es la voluntad dirigida a un

mismo fin, frente a la contraposición de voluntades clásica de los negocios jurídicos bilaterales. Se cita el

caso de un negocio fundacional en el que existen varios fundadores. 69 Los acuerdos o decisiones (Beschlüsse), se presentan como aquellas declaraciones de voluntad de

asociaciones, sociedades o comunidades, en las que los declarantes emiten declaraciones de idéntica

dirección que desembocan en la creación de un contenido unitario de voluntad decisivo para la

comunidad o para el conjunto, diferenciándose de los actos conjuntos en que el acuerdo no requiere la

declaración de todos los participantes, sino de la mayoría (caso de socios de una sociedad, por ejemplo). 70 El convenio o convención (Vereinbarung) es el negocio en el que los declarantes no se enfrentan entre

sí como portadores de intereses contrapuestos, y no emiten, por ello, declaraciones intrínsecamente

diferentes, sino coincidentes. 71 En el acto colectivo existen diversos intervinientes, cuyas declaraciones expresan voluntades distintas

que se ponen al servicio de intereses idénticos pero diferentes a los de cada uno de los sujetos

intervinientes, que siguen conservando su individualidad. MESSINEO llega a hablar de “comunión de

declaraciones de voluntad con el mismo contenido y tendentes a un mismo efecto jurídico, en el cual cada

uno de los declarantes participa en su cuota”, y alude a que, pese a su pluralidad de declaraciones, el

contenido es idéntico y se tiende a un resultado común, aunque hay quien alude a actos homogéneos o

heterogéneos, según que se compongan de actos o declaraciones de voluntad idénticos o diversos. Por

ejemplo, los actos fruto de decisiones tomadas por los copartícipes de una comunidad de bienes (artículo

398 CC), o de los integrantes de una sociedad, se presentan como actos colectivos, actos para los cuales

no es necesaria la unanimidad, lo que implica la gran diferencia con el contrato. La STS 29-7-1995 (M.

A. 5920) ha recogido dicha configuración. 72 El acto complejo es aquel en el que los intervinientes expresan voluntades distintas, pero que se ponen

al servicio de un único interés, perdiendo así su individualidad: el interés de uno de los agentes o de

terceros por cuenta de los cuales actúan los que emiten la declaración (MESSINEO lo presenta

externamente como declaración unitaria de voluntad). Las declaraciones de voluntad están destinadas a

fundirse y los actos se configuran como complementarios. SANTORO PASSARELLI alude a actos

complejos iguales, con declaraciones de voluntad equivalentes, como las de los socios administradores de

una sociedad simple, y actos complejos desiguales, en los que alguna de las declaraciones es principal:

por ejemplo, el constituido por las declaraciones de la persona limitadamente capaz de obrar y de su

curador (SANTORO PASSARELLI, F.: “Doctrinas generales del Derecho Civil”, cit., p. 254). 73 El acto colegial debe entenderse como aquel en el que las declaraciones de voluntad concurren a formar

una declaración de voluntad imputable a un sujeto distinto de los agentes y dirigida a tutelar un interés de

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Sin embargo, estimamos que no son acertadas estas configuraciones alternativas

expuestas, pues el acto constitutivo de la sociedad encaja perfectamente dentro de la

órbita contractual, y en dicha órbita debemos, por tanto, encuadrarlo, y los argumentos

opuestos a dicha inclusión no nos resultan convincentes para modificar nuestra opinión.

No es correcto hablar de falta de conflicto de intereses, de declaraciones de voluntad en

idéntico sentido o de puesta de voluntades bajo un único interés común: ya hemos

comprobado cómo cabe que un contrato sea perfeccionado con la intervención de más

de dos partes y que coexista la finalidad de satisfacer el interés particular de cada socio

con la necesidad previa de obtener la mayor satisfacción común de modo inmediato.

El acto constitutivo de la sociedad es, por tanto, un contrato, aunque especial: es

un contrato porque es posible encuadrar la actividad desarrollada por las partes al

constituir una sociedad dentro de los límites del artículo 1254 CC, además de que del

mismo surgen obligaciones que vinculan a las partes que emitieron su consentimiento

en el sentido en que se manifestaron. Por otra parte, el propio artículo 1665 CC lo

califica como contrato y dicha calificación legal expresa no debe darse de lado a la

ligera, pues es la voluntad legal, voluntad no reciente, por otra parte. Las partes pueden

pactar contractualmente la existencia de esa sociedad, conforme al artículo 1255 CC.

Es un contrato especial: no es perfeccionado necesariamente por dos partes, sino que

es plurilateral, pues admite la posible participación de más de dos partes en su seno,

aunque no deban concurrir en todo caso. Además, es un contrato asociativo, pues el

aquel sujeto y, por consiguiente, ajeno al de los intervinientes (vinculado habitualmente a la personalidad

jurídica de dicho sujeto). Por decirlo de alguna manera, “se funden” las declaraciones de voluntad de los

individuos que actúan como componentes del órgano colegial al que se imputa el acto, y no es necesaria

la unanimidad para que nazca, salvo que se exija expresamente, pero esto ya lo separa necesariamente de

lo contractual. Suele citarse como ejemplo aquellas decisiones que derivan de asambleas, consejos,

colegios de asociaciones, sociedades y fundaciones.

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interés personal de cada socio se logra de modo mediato: inmediatamente se pretende la

obtención de una previa finalidad común a todos, finalidad propia del ente74.

El gran problema, desde nuestro punto de vista, es que el tratamiento legal recibido

por los contratos plurilaterales como tales, cuando se ha realizado (por ejemplo, en

Italia), no ha sido todo lo riguroso que debiera, y al hablar del contrato constitutivo de

sociedad se aludía a su caracterización únicamente como contrato plurilateral, pero que

ya incluía, conforme a las más ilustres opiniones doctrinales, además, el fin común

como requisito para dicha consideración como contrato plurilateral75 (se puede

comprobar en el artículo 1420 del vigente Codice italiano).

Rechazamos, por ello, las tesis que defienden la no contractualidad del acto

constitutivo de la sociedad civil, y su posible configuración como acto colectivo, acto

complejo, etc. Los textos positivos vigentes, además, se decantan por la configuración

contractual (nuestro artículo 1665 CC76, el vigente texto portugués77, el italiano78, el

74 También está presente esa defensa del interés particular del socio en el momento de determinar las

aportaciones de cada uno, pues como vimos tenderán a que resulten lo menos gravosas posibles para él,

aunque la intención sea siempre obtener el mayor rendimiento posible. 75 Ya hemos rechazado motivadamente que esa finalidad común sea requisito necesario para que un

contrato sea considerado plurilateral. 76 BOTANA AGRA llega a señalar que la concepción de la sociedad como un contrato es uno de los

dogmas sobre los que se asienta nuestro Derecho positivo (BOTANA AGRA, M.: “La sociedad de

responsabilidad limitada de socio único en los Derechos comunitario y español”, Cuadernos de Derecho y

Comercio, núm. 8, diciembre de 1990, p. 44). 77 Los artículos 980 a 1021 regulan la sociedad. El artículo 980 señala que “Contrato de sociedade é

aquele em que duas ou mais pessoas se obrigam a contribuir com bens ou serviços para o exercício em

comum de certa actividade económica, que nâo seja de mera fruiçao, a fim de repartirme os lucros

resultantes dessa actividade”. 78 La sociedad se regula en los artículos 2247 a 2510. El artículo 2247, bajo el epígrafe contrato de

sociedad, señala que “con il contratto di società due o più persone conferiscono beni o servizi per

l’esercizio in comune di un’attività economica allo scopo di dividerne gli utili”.

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francés79, así como bastantes de otras latitudes, por influencia de éstos), y alguna

resolución de nuestra DGRN acepta expresamente dicha consideración, sin por ello

dejar de aludir a la existencia de dudas al respecto80.

Y esta configuración en nada se resiente por la admisión en nuestro ordenamiento de

las sociedades unipersonales en el seno de las sociedades limitadas y anónimas, desde la

transposición de la Duodécima Directiva 89/667/CEE, del Consejo, de 21 de diciembre

de 1989, sobre Sociedades de responsabilidad limitada de socio único81. Dicha

aceptación no se admite tomando en consideración argumentos relativos a su naturaleza

jurídica82, sino que se debe a meras razones prácticas: si se repasan los trabajos más

relevantes al respecto, se comprueba que ninguno de los autores ha incidido en la

cuestión de la naturaleza jurídica al ocuparse de la admisibilidad de este expediente,

sino que se centra el tema en cuestiones totalmente prácticas vinculadas a la necesidad

de limitar la responsabilidad del empresario83.

Estamos ante una ficción jurídica que al legislador interesa reconocer por razones

prácticas: se entiende necesario permitir la posibilidad de limitar la responsabilidad del

79 La sociedad civil se regula en los artículos 1832 a 1873. El artículo 1832 indica que “La société est un

contrat par lequel deux ou plusieurs personnes conviennent de mettre quelque chose en commun, dans la

vue de partager le bénéfice qui pourra en résulter”. 80 En este sentido, por ejemplo, la RDGRN 25-11-1998 (M. A. 8540), que llega a indicar que parte de la

base de que la sociedad civil es ante todo un contrato (artículo 1665 del Código Civil), por más que su

naturaleza sea discutida. 81 DOCE 30-12-1989, L 395. 82 Pese a las importantes críticas dogmáticas suscitadas. Por todos, DE LA CÁMARA, M.: “El contrato

de sociedad. ¿Crisis del concepto?”, Academia Sevillana del Notariado, Tomo VII, 1993, pp. 421-488, así

como “Estudios de Derecho Mercantil”, vol. I, Ed. Derecho Financiero, 1977, pp. 269-280. 83 En este sentido, por ejemplo, los trabajos de DE LA CÁMARA citados en nota anterior, así como los

trabajos de BOQUERA MATARREDONA, J. (“La sociedad unipersonal de responsabilidad limitada”,

Ed. Civitas, Madrid, 1996), BOTANA AGRA, M. (“La sociedad de responsabilidad limitada de socio

único...”, cit., pp. 31-55), GARCÍA COLLANTES, J. M. (“Sociedades unipersonales: nuevas

orientaciones”, AAMN, t. XXXI, 1992, pp. 271-301) y SÁNCHEZ RUS, H. (“La sociedad de un solo

socio”, RGD, núm. 603, diciembre 1994, pp. 12911-12957).

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empresario individual para desplazar el riesgo económico de su patrimonio personal a

un patrimonio empresarial84, fomentando así su actividad y la creación de pequeñas y

medianas empresas. Así se logra la disminución de las sociedades ficticias85 u otras

conductas fraudulentas, ya que el empresario puede fundar legalmente una sociedad

unipersonal, anónima o limitada: debe vincularse la necesidad de este expediente con el

interés por diferenciar el patrimonio social del patrimonio personal del empresario86.

Cabe recordar que esta necesidad ya fue puesta de manifiesto por la fundamental

RGDRN 21-6-199087, esencial para entender el camino hacia la operatividad de la

sociedad con un solo socio en nuestro país. Realmente, no estamos sino ante un

mecanismo legal necesario para obtener una finalidad muy concreta ya expuesta, y no

debemos dudar, por esta admisión, de la naturaleza contractual del acto constitutivo de

la sociedad civil, pues la sociedad unipersonal no es más que un expediente excepcional

que interesa reconocer. En este caso la sociedad nace de un acto unilateral, pero estamos

ante una clara excepción en nuestro ordenamiento, una ficción jurídica a la que el

Derecho ha acudido para beneficiar ciertos intereses que entiende dignos de protección,

que son los del empresario que pretende limitar su responsabilidad sin necesidad de

tener que acudir a fraudes, hombres de paja u otros mecanismos jurídicos. Un

expediente técnico excepcional nacido para solucionar problemas prácticos, al margen

de la regla general en lo tocante a la naturaleza del acto constitutivo de la sociedad.

84 Vid. en este sentido GARCÍA-PITA Y LASTRES, J. L.: “Reflexiones sobre el concepto de sociedad y

el Derecho de Sociedades”, CDC núm. 33, diciembre 2000, pp. 89-90. 85 BOQUERA MATARREDONA, J.: “La sociedad unipersonal...”, cit., pp. 59-60. 86 Vid., en este sentido, GRISOLI, A.: “Las sociedades de un solo socio”, Ed. Revista de Derecho

Privado, Madrid, 1976, especialmente pp. 15-44. 87 M. A. 5366.

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b) Peculiaridades acerca de los elementos esenciales del contrato

Ya hemos comprobado cómo el acto constitutivo de la sociedad es, realmente, un

contrato. Un contrato algo especial, ciertamente, pero contrato. Y estar ante un contrato

conlleva la existencia de unos elementos esenciales del mismo, como ocurre con todo

contrato. El artículo 1261 CC señala que no hay contrato sino cuando concurren los

siguientes requisitos: consentimiento de los contratantes, objeto cierto que sea materia

de contrato, y causa de la obligación que se establezca. Además, estos requisitos se

acompañan de una forma de exteriorización del contrato, pese a que el artículo 1261 no

la mencione de modo expreso (como sí hace el equivalente italiano de nuestro artículo

1261 CC, el artículo 1325 del Codice88). Estos elementos son comunes a todos los

contratos. Repasaremos en nuestro caso las peculiaridades más relevantes observables.

Respecto del consentimiento, en el caso de la sociedad civil se manifiesta por el

concurso de la voluntad de los sujetos sobre los elementos esenciales del mismo (causa

y cosa: finalidad y promoción común y aportaciones). Al ser una sociedad-tipo y con

mínimas formalidades, es posible bien que se emita con la expresa intención de

constituir una sociedad civil, bien que se deduzca del pacto (incluso de la situación), o

sea consecuencia de que se ha expresado otra voluntad electora incorrectamente o que

versó sobre otra forma no reconocida legalmente, y se constituyó al final una sociedad

civil89. Debe formarse y expresarse libremente y ser prestado por personas capaces.

88 Señala expresamente que “I requisiti del contratto sono: 1) l’accordo delle parti; 2) la causa; 3)

l’oggetto; 4) la forma, quando risulta che è prescritta dalla legge sotto pena di nullità”. 89 En este sentido, vid. PAZ-ARES, C.: Capítulo 20: “La sociedad en general: elementos del contrato de

sociedad”, en URÍA-MENÉNDEZ: “Curso de Derecho Mercantil”, I, Ed. Civitas, Madrid, 1999, p. 463.

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De entre las cuestiones que pueden resultar de cierto interés, el tema de la capacidad

de los contratantes no presenta peculiaridad de ningún tipo (ni siquiera el artículo 1677

merece especial atención)90. La posible presencia de más de dos contratantes conlleva

ciertas especialidades: deben constar todos los consentimientos, o al menos añadirse

posteriormente si ello es posible en algún otro tipo social, y a la vista de la estructura, la

existencia de un vicio en la voluntad de una de las partes no debe conllevar la posible

anulabilidad del contrato en su totalidad, sino la del vínculo de esa concreta parte, salvo

que su participación sea esencial y la falta de la misma conlleve la desnaturalización del

éxito del contrato como tal (este criterio se plasmó, acertadamente, en el artículo 1446

Codice italiano91).

En el caso que nos ocupará en su momento, esto es, el de los pactos a los que alude

el artículo 1669, tal y como se estructuran deben ser adoptados por todos los socios, no

sólo por algunos de ellos, dada la finalidad que parece orientar el precepto. Así que será

lo frecuente que más de dos partes emitan su consentimiento para concluir los pactos en

cuestión, valorando siempre que, respecto de la validez del consentimiento, debemos

90 El menor emancipado puede ser socio de la sociedad (en este sentido, RDGRN 27-7-1917), sin

perjuicio de la necesidad de complemento de capacidad si asume la obligación de aportar bienes

inmuebles o cualquier otro mencionado en el artículo 323 CC. Por su parte, el menor no emancipado no

podrá celebrar por sí solo el contrato de sociedad (vid. artículos 322, 323 y 1263 CC), y tampoco puede

hacerlo el representante del menor si la aportación tiene por objeto inmuebles, valores mobiliarios,

objetos preciosos o un establecimiento mercantil, pues son de aplicación los artículos 166 y 271 CC.

Sobre esta cuestión, vid. las reflexiones de GARCÍA MÁS (GARCÍA MÁS, F. J.: “La Sociedad Civil en

el marco de la reforma del Reglamento del Registro Mercantil en virtud del Real Decreto 1867/1998, de 4

de septiembre”, RCDI, núm. 657, 2000, pp. 1082-1085) y APARICIO CARRILLO (APARICIO

CARRILLO, E. J.: “Reflexiones sobre la posibilidad de que las sociedades civiles sean objeto de

inscripción en el registro mercantil”, en “Homenaje al Profesor Bernardo Moreno Quesada”, vol. I,

Universidades de Almería, Granada y Jaén, Almería, 2000, pp. 170-171). 91 Señala el artículo 1446 que “nei contratti indicati dall’articolo 1420 (contratos plurilaterales)

l’annullabilità che riguarda il vincolo di una sola delle parti non importa annullamento del contratto, salvo

che la partecipazione di questa debba, secondo le circostanze, considerarsi essenziale”.

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estar a los preceptos generales revisados anteriormente. En su momento nos ocuparemos

de estos contratos, pero valgan estas reflexiones como introducción general a la

cuestión. Además, será de interés valorar la posible necesidad de affectio societatis, y su

relación con el consentimiento contractual.

En lo que toca al objeto del contrato, éste se configurará con las aportaciones que se

obligan a realizar los socios para la promoción en común del fin social. Además de que

el objeto del contrato sea posible, lícito y determinado o determinable, el objeto de la

actividad social debe ser, obviamente, civil, y no caer bajo la órbita del Derecho

mercantil, para que sigamos hablando de sociedad civil92. Esto excluye que la sociedad

civil pueda constituirse bajo la forma de sociedad anónima o limitada pese al artículo

1670 CC, porque los artículos 3 de los respectivos textos reguladores de ambas

sociedades indican que, cualquiera que sea su objeto, tendrán carácter mercantil93.

Es necesario aludir brevemente, por tanto, a la gran cuestión de la distinción entre

sociedades civiles y mercantiles, algo que ha suscitado un buen número de reflexiones

de interés y que merece ser revisado desde una óptica más actual. Es posible que el

problema no sea otro que trasladar al ámbito societario la más general cuestión de la

distinción entre el ámbito civil y el mercantil94, y se comprobará que las diferencias de

régimen son importantes (mayor formalismo mercantil, llevanza de libros contables,

92 Es muy complicado hoy día diferenciar ambos tipos de objetos, pues ni existe justificación dogmática

para dicha distinción ni los tribunales son rigurosos con la misma. 93 Por ello, las sociedades con finalidad “mercantil” deben constituirse con forma mercantil, ya que de lo

contrario caerían generalmente dentro de las sociedades mercantiles irregulares, o bien se utilizaría de

forma poco ortodoxa la regulación civil y volveríamos, generalmente, a la órbita de la irregularidad

mercantil, como estudiaremos. 94 En términos parecidos GIRÓN TENA, J.: “Los conceptos y tipos de sociedades de los Códigos civil y

de comercio y sus relaciones”, en Centenario de la Ley del Notariado, Sección III, Volumen IV, Ed.

Reus, Madrid, 1963, p. 96.

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etc.95). Sin embargo, debemos plantearnos si hoy día tiene sentido mantener esa

distinción. Se suele aludir a las sociedades mercantiles como sociedades de

comerciantes o dedicadas a actos del comercio, y es éste el gran criterio diferenciador,

el objetivo, el que atiende a la naturaleza de las operaciones a realizar96 (aunque esté

enturbiado, en cierta medida, por la autorización concedida a las sociedades civiles por

su objeto para adoptar forma mercantil, conforme al artículo 1670 CC97, pese a que no

en todo momento se ha incidido de la misma forma en este tema98).

Esta argumentación tan clásica nos induce a plantearnos si realmente es tan diferente

el ánimo de lucro en uno y otro caso: ¿es correcto mantener esa escisión entre ambos

tipos de sociedades? ¿Existen diferencias esenciales entre ambos tipos de sociedades

conforme a la actividad que desarrollan? Parece dudoso, y aunque de lege lata debemos

95 Las repasan detalladamente TENA PIAZUELO, I.: “Distinción entre sociedades civiles y mercantiles,

irregularidad societaria y el artículo 1670 del Código civil”, RCDI, núm. 643, noviembre-diciembre 1997,

pp. 2039-2061 y 2078-2096, y AZURZA Y OSCOZ, P. J. DE: “Problemas de la sociedad civil”, ADC,

1952, pp. 125-170. También BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la personalidad

jurídica de la sociedad civil en el Derecho español”, RCDI, núm. 573, 1986, pp. 317-321. 96 Históricamente, se han excluido del sector mercantil actividades como las agrícolas, pesqueras,

ganaderas o forestales, incluso mineras y artesanales, con lo que lo lógico es que dichas actividades deban

entenderse como típicamente civiles, además de las actividades desarrolladas por sociedades

profesionales y de medios (interesante recorrido histórico de la distinción realiza GIRÓN TENA, J.:

“Sociedades civiles y sociedades mercantiles: distinción y relaciones en Derecho español”, RDM, 1947,

núm. 10, pp. 11-29). Asimismo, existen pequeños negocios que, pese a que debieran estimarse

mercantiles por su objeto, se tienden a considerar civiles por el TS, por estimar excesivo el sometimiento

al rigor mercantil de los mismos, tales como bares, cafeterías, ciertos espectáculos, etc. (en este sentido,

FORNIÉS BAIGORRI, A.: “Sociedad civil-Sociedad mercantil. La determinación del carácter civil de la

sociedad y normativa aplicable”, en “Estudios de Derecho mercantil en Homenaje al Profesor Manuel

Broseta Pont”, Tomo II, Tirant lo Blanch, Valencia, 1995, p. 1398). 97 En este sentido, AZURZA Y HOSCOS, P. J.: “Problemas de la sociedad civil”, cit., pp. 133-134. 98 CASTÁN TOBEÑAS ha realizado una mención histórica al respecto en nuestro país, señalando que

con el Código de comercio de 1829 se incidía más en la cuestión objetiva para diferenciar una sociedad

de otra, pero con el texto de 1885 dicha incidencia se desplazó más hacia lo formal, para volver al criterio

objetivo con la aprobación del Código civil en 1889 (CASTÁN TOBEÑAS, J.: “Alrededor de la

distinción entre las sociedades civiles y las comerciales”, RGLJ, tomo 155 - núm. I, 1929, pp. 11-14).

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aludir a la diferenciación existente, realmente esas diferencias entre unas sociedades y

otras no sólo se han fijado por el TS arbitrariamente en algunos casos, sino que hoy no

tienen una razón de ser relevante, desde el momento en que no hay justificación

esencial para esa diferenciación con todas las distinciones que implica, por otra parte99.

La distinta importancia de la forma en cada caso, más que un criterio diferenciador

entre ambas, como plantea algún autor100, realmente no es más que una consecuencia de

dicha diferencia de régimen, pese a la existencia de ilustres opiniones que conceden una

gran relevancia a este tema101: si la sociedad que se pretende constituir es civil, ya se

sabe que la cuestión formal es más laxa, como comprobaremos, mientras que si la

sociedad es mercantil, los presupuestos formales son más rigurosos. Y no podemos

señalar como criterio diferenciador que la sociedad mercantil está dotada de

personalidad jurídica y la civil no, ya que ambas gozan de ella, como comprobaremos.

99 No es un tema nuevo en nuestra doctrina: ya se lo planteaba AZURZA Y OSCOS en 1952 (AZURZA

Y HOSCOS, P. J.: “Problemas de la sociedad civil”, cit., pp. 126). Una visión más reciente sobre la

cuestión en TORRES PEREA, J. M. DE: “Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil

externa”, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2003, p. 122, así como en MARTÍ SÁNCHEZ, J. N.:

“<<Sociedad>> y <<contrato>> en una prevista futura regulación de las sociedades mercantiles”, Diario

La Ley, núm. 5772, 2 de mayo de 2003, nota 3, p. 5, además de nota 12, pp. 5-6. En esta última enfoca la

cuestión desde un punto de vista típicamente mercantilista y alude a la imposibilidad de determinar el

objeto civil de una sociedad. 100 En concreto, TENA PIAZUELO, I.: “Distinción entre sociedades civiles...”, cit., pp. 2043-2045. 101 Por ejemplo, GIRÓN TENA concluye que “las funciones de la sociedad civil en Derecho comparado

ponen de manifiesto que cada vez importa menos el objeto de la sociedad y más la forma adoptada”

(GIRÓN TENA, J.: “Sociedades civiles y sociedades mercantiles: distinción y relaciones en Derecho

Comparado”, RDM, 1946, vol. II, núm. 6, p. 403). GONZÁLEZ ORDOÑEZ, por su parte, indica que

para que una sociedad sea civil debe concurrir la doble circunstancia de que su objeto consista en ejercer

actos de comercio y carezca de forma mercantil (GONZÁLEZ ORDOÑEZ, J. M.: “Los criterios del

Derecho español...cit., pp. 97-98). Realmente, la sociedad civil puede adoptar una forma mercantil, como

se puede deducir del artículo 1670 CC.

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Respecto de la causa del contrato de sociedad, aparece íntimamente ligada al objeto,

pese a no ser, obviamente, sinónimos102, y debe tenerse en cuenta que la sociedad se

constituye para el ejercicio en común de una actividad concreta de tipo económico, con

ánimo de obtener una ganancia común y repartir los beneficios entre los socios103, por lo

que ese propósito y esa actividad deben ser lícitos.

Hay quien defiende que dicha causa consiste en las aportaciones recíprocas de las

partes contratantes, mientras para otros es lo que CASTÁN denominaba “objeto de

explotación”. En fin, para un tercer grupo de autores, dicha causa es compleja y se

constituye por la reciprocidad de prestaciones (propia de cualquier contrato

sinalagmático) y por el fin común de realizar ganancias perseguido por los socios,

opinión que parece correcta conforme al artículo 1274 CC104. Por último, ha habido

opiniones que incidían en la causalización negocial de la personalidad societaria105.

EIZAGUIRRE, siguiendo a PAZ-ARES106, distinguirá el fin común último del fin

común próximo107: mientras el último sería un fin abstracto, una meta más remota,

como pueden ser la obtención de beneficios particulares, el fin común próximo es el

102 Sobre este tema hubo importantes debates doctrinales: una línea doctrinal separa radicalmente el fin

común del objeto social (incidiendo preferentemente en el fin común), mientras que otra línea los

identifica (incidiendo preferentemente en la actividad a realizar por la sociedad). Sobre ambas teorías, y el

modo de superarlas acertadamente, vid. PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, cit., p. 1322, así

como Capítulo 20: “La sociedad en general...”, cit., pp. 470-476 . 103 En este sentido, además de la relevante STS 27-2-1945, vid. SSTS 10-11-1986, 18-11-1986 y 1-4-

1988. 104 En este sentido, PAZ-ARES, C.: Capítulo 20, cit., p. 470. 105 La realización económica se ve acompañada inescindiblemente de la personificación de las relaciones

societarias, debido a la proyección negocial de la personalidad jurídica societaria. En este sentido, FONT

GALÁN, J. I. y PINO ABAD, M.: “La relevante causa negocial de la sociedad. Una relectura (sólo)

jurídica del concepto legal de sociedad”, RDM, núm. 239, enero-marzo de 2001, pp. 7-95. 106 En este sentido, PAZ-ARES, C.: Capítulo 20, cit., pp. 470-471. 107 EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, Ed. Civitas, Madrid, 2001, pp. 110-111.

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objeto social, la actividad concreta a realizar, necesaria para obtener el fin último. En

ambos casos debemos estar ante un fin común lícito108.

c) Contrato constitutivo y estatutos de la sociedad

En todo momento estamos aludiendo al contrato constitutivo de la sociedad, del que

nace la misma. Sin embargo, junto con él, o incluso dentro de él, debe aludirse a los

Estatutos de dicha sociedad, o normas de contenido estatutario (no tienen por qué

denominarse exactamente “Estatutos”109), que regularán el correcto desarrollo vital del

grupo asociativo. Por lo tanto, y dada la falta de regulación expresa en ningún sentido

en lo que toca a las sociedades civiles, los Estatutos pueden ser parte del contrato

constitutivo110 o bien pueden pactarse posteriormente, pues aunque el CC nada

establezca a este respecto, su necesidad es evidente en todo caso111.

108 En este sentido, vid. la completa reflexión de PAZ-ARES, C.: Capítulo 20, cit., pp. 472-474. 109 Pueden ser denominados expresamente de esta forma por el texto legal (caso de las asociaciones y de

las sociedades mercantiles), o bien puede no ocurrir así, como en el caso de la sociedad civil. 110 CASTÁN TOBEÑAS presenta al Estatuto como “unido a veces al acto constitutivo como parte

integrante suya, pero tiene siempre una propia naturaleza jurídica” (CASTÁN TOBEÑAS, J.: “Derecho

Civil Español, Común y Foral”, Tomo I, vol. II, Ed. Reus, S. A., Madrid, 1984, p. 449). Esta unidad

permite a BOLAFFI defender sin problema el carácter contractual de los Estatutos, por ser parte del acto

constitutivo. Puesto que son parte integrante del acto constitutivo, y éste tiene naturaleza contractual, no

se puede atribuir una distinta naturaleza al estatuto que, por disposición legislativa, es considerado como

parte integrante del mismo: acto constitutivo y estatuto no pueden no tener la misma naturaleza jurídica

(vid. BOLAFFI, R.: “La società semplice. Contributo alla Teoria delle Società di persone”, Milano, Dott.

A. Giuffrè Editore, 1975, pp. 122-123). 111 Pese a no aludirse expresamente a su necesariedad, sí existe la necesidad normativa que justifica su

existencia, se les denomine así o se incluyan, sin más, dentro del contrato social constitutivo. Y ello es

claro, porque la sociedad debe ser dotada de unas normas reguladoras que rijan su adecuado desarrollo

social en todo caso (vid. CORAPI, D.: “Gli statuti delle società per azioni”, Milano, Dott. A. Giuffrè

Editore, 1971, p. 69): es la propia necesidad de organización de la colectividad para el fin que se propone

la que hace imprescindible esta presencia. Los estatutos son para la asociación lo que la constitución es

para un sistema político estatal, en acertada expresión de GARRIGOU-LAGRANGE, J. M.

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En puridad ambos son técnicamente diferenciables, pues el acto constitutivo se

dirige a la constitución material del grupo y su función fundamental está en generar

dicho nacimiento, mientras que el contrato estatutario regula el funcionamiento de la

unión acordada en el acto fundacional, diseña y regula la organización y funcionamiento

posterior de dicho ente, y vienen a ser “el contrato de asociación o sociedad como

norma”112. Por ejemplo, técnicamente debemos acudir a los Estatutos (o a la parte

estatutaria del acto constitutivo) para saber cómo actuará la sociedad en el mercado.

Algún autor113 lo ha definido como “la regla superior interna, dotada de fuerza de

ley para el gobierno de un cuerpo”, y al Estatuto asociativo como la “regla superior

interna dotada de fuerza de ley para el gobierno de una asociación”, ideas que nuestra

jurisprudencia reitera114. Deben acomodarse a la Constitución y a las Leyes

(“Asociaciones y poderes públicos”, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1974, p. 45), o, como

señalaba DE CASTRO, constituyen la estructura ósea de la persona jurídica (DE CASTRO, F.: “La

persona jurídica”, publicado en “Temas de Derecho Civil”, Madrid, 1972, y recogido en “La persona

jurídica”, Ed. Civitas, Madrid, 1991). Como ha recordado reiteradamente nuestro TC para el caso de las

asociaciones, en argumento extensible a las sociedades civiles, el derecho de asociación recogido en el

artículo 22 CE comprende no sólo el derecho de asociarse, sino también el de establecer la propia

organización del ente creado por el acto asociativo dentro del marco de la Constitución y de las leyes que

lo desarrollen o lo regulen (en este sentido, por ejemplo, SSTC 5/1981, de 13 de febrero, y 67/1985, de 24

de mayo). Se extiende sobre ello, en Derecho alemán, con argumentos muy interesantes, OTT, S.:

“Vereine gründen und erfolgreich führen”, 2. Auflage, München, 1986, pp. 4-7. Además de ocuparse de

su contenido, incide en que los límites del mismo son de orden constitucional y penal, y comprensibles

restrictivamente. 112 Porque la naturaleza es contractual. Sobre esta cuestión, vid. SCORZA, B.: “Gli statuti degli enti a tipo

asociativo (con particulare riguardo alle società di commercio)”, Roma, 1934-XII, Società Editrice del

<<Foro Italiano>>, Roma, 1934, pp. 79-85. 113 En concreto, LLUIS Y NAVAS, J.: “Derecho de Asociaciones”, Ed. Bosch, Barcelona, 1967, p. 119. 114 En este sentido, entre otras, SSTS 20-3-1908, 5-7-1913, 4-5-1990 y 17-12-1990, así como STC

218/1988, de 22 de noviembre. De “ley libremente establecida y convenida entre los asociados” hablaba

la STS 9-2-1905, y la STS 3-2-1931 presentaba los Estatutos de las asociaciones como constituyentes del

“alma, la esencia y las características de su personalidad jurídica”. La STS 4-11-1981, por su parte, aludía

a los Estatutos como programa orgánico.

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oportunas115, y pese a ser la norma más importante de la asociación, puede no ser única,

sino que puede existir una necesidad de mayor o menor desarrollo, según el caso. Pero

es clara su relevancia de norma constitucional en el fuero interno de la asociación.

Datos a tener en cuenta, por consiguiente, son tanto su naturaleza contractual como

su esencialidad para la existencia de la asociación o sociedad (lo recuerda expresamente

la STS 5-7-1913 en el primer caso)116, así como que se elaboran por aquellos que se

someterán a ellos, que quedan vinculados en la medida en que es fruto del propio

concierto de dichas voluntades (tienen origen interno, por tanto, y se fundamentan en la

autonomía de la voluntad, aunque si alguien se une posteriormente, debe adherirse a

ellos117). En el caso de la sociedad civil no se establece expresamente su necesidad, pero

es claro que en el contrato constitutivo del mismo debe preverse de alguna forma algún

tipo de norma estatutaria que regule su existencia y adecuado funcionamiento, finalidad

principal que justifica su necesidad. Sin embargo, no existe registro público donde

necesariamente deban inscribirse dichas normas reguladoras del grupo.

El objeto fundamental de los Estatutos reside en regular la organización que se crea

tras la constitución del ente, determinando órganos, procedimiento de admisión de

socios, etc. Se presentarán, por lo tanto, como documento en que consta la estructura

115 En este sentido, STC 104/1999, de 14 de junio. 116 La importancia de los Estatutos queda fuera de toda duda si repasamos dos concretos artículos de

distintos textos legales de nuestro ordenamiento: por una parte, el artículo 37 CC, que señala que la

capacidad civil de las asociaciones se regirá por sus estatutos; por otra, el artículo 11.2 de la Ley Orgánica

1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación (LODA), al indicar que “en cuanto a su

régimen interno, las asociaciones habrán de ajustar su funcionamiento a lo establecido en sus propios

Estatutos, siempre que no estén en contradicción con las normas de la presente Ley Orgánica y con las

disposiciones reglamentarias que se dicten para la aplicación de la misma”. 117 La STC 218/1988, de 22 de noviembre, considera elementos esencial en el ingreso en una asociación

la aceptación en bloque de sus normas estatutarias. El propio voto particular de GARCÍA-MON y DE LA

VEGA BENAYAS señala que “.... los integrantes de una asociación, al ingresar, deben saber a qué

atenerse a la vista de los estatutos, que se entiende que aceptan,.....” (punto 2).

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organizativa del ente (ofrecerá su esquema organizativo, en clara misión organizadora):

es la norma reguladora de la vida interna de la asociación, lo que exigirá cierta

estabilidad y, quizá, cierta rigidez (la STS 3-2-1931 llegaba a defender en principio la

forzosa obligatoriedad de los Estatutos de las Asociaciones para propios y extraños).

De todas formas, pese a la necesidad de Estatutos en todo caso, la estructura de

todos los entes no tiene por qué ser idéntica, sino que ésta dependerá de la complejidad

de cada grupo concreto, y en cada caso los Estatutos fijarán la estructura adaptada al

tipo de grupo asociativo. Así, mientras para algunos esa estructura será más compleja,

para otros no será así. Y a los Estatutos corresponde determinar dicha estructura en cada

caso (no serán idénticos los Estatutos de una pequeña sociedad civil constituida por tres

hermanos que los de una gran sociedad anónima con una elevada cifra de capital social).

Respecto de su contenido, deben incluir una concreta regulación acerca del ente

creado y su funcionamiento interno, y serán la plasmación de la libertad de

autoorganización, aspecto relevante del contenido del derecho fundamental de

asociación, según ha expuesto reiteradamente el TC. Además, debe fijarse el objeto

social, lo que determinará la conducta que esa asociación puede llevar a cabo.

Las normas reguladoras de las distintas sociedades mercantiles establecen una serie

de datos y cuestiones que deben constar en los Estatutos, como ocurre en el caso de las

asociaciones. Pese a que nada se especifica acerca de su concreta forma, es

recomendable que su redacción sea en forma de artículos, encuadrados en capítulos y,

según la complejidad de la concreta asociación, incluso en títulos. Señala, en este

sentido, con buen criterio, LÓPEZ-NIETO Y MALLO118, que cualquier estructura

formal será válida, pero la agrupación por materias facilita mucho la lectura, siendo

además importante que la redacción sea correcta y que el sentido de cada artículo quede

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claro aisladamente y en concordancia con los demás, para evitar “lagunas” a la hora de

interpretar dichos Estatutos, sobre todo teniendo en cuenta que estamos ante un

instrumento al que hay que acudir constantemente durante el desarrollo vital del grupo.

En el caso de las sociedades civiles, el contenido de las normas estatutarias no

difiere en demasía del establecido para las sociedades mercantiles, adaptado a sus

concretas peculiaridades, claro está. Para conocerlo podemos utilizar a título orientativo

el artículo 269 bis del Reglamento del Registro Mercantil, introducido por la

Disposición Adicional del Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre, y anulado por

la STS, Sala 3ª, 24-2-2000, como estudiaremos. Señala este precepto que en la

inscripción primera de las sociedades civiles se harán constar las siguientes

circunstancias: identidad de los socios, denominación de la sociedad, en la que deberá

constar la expresión “Sociedad civil”, objeto de la sociedad, régimen de administración,

plazo de duración si se pactó, y los demás pactos lícitos que se hubieren estipulado119.

Para completar los datos de interés es útil la redacción existente en el caso de las

distintas sociedades mercantiles y las asociaciones120: por ejemplo, datos no citados

como la fecha de comienzo de sus actividades, el domicilio social, el capital social,

definición del órgano de gobierno, modos de deliberación y adopción de acuerdos en

órganos colegiados, si fuere necesario, así como cualquier otro dato que se considere de

118 LÓPEZ-NIETO Y MALLO, F.: “La ordenación legal de las asociaciones. Doctrina. Jurisprudencia.

Formularios”. Dykinson, Madrid, 2000, pp. 407-408. 119 Tales como el de confiar a un tercero la designación de la parte de cada socio en las ganancias o

pérdidas, el pacto que excluye al socio de industria de responsabilidad en las deudas, pacto de asociación

de un socio con un tercero, pacto de continuación de la sociedad entre los socios supervivientes, pacto de

continuación con los herederos del socio difunto o el pacto de limitación de responsabilidad de algunos

socios en las relaciones internas, todos ellos aceptados por la regulación codificada (vid. artículos 1690,

1691.2, 1696 y 1704 CC). 120 En este sentido, los artículos 9 LSA y 13 LSRL, pudiendo diferenciarse perfectamente de los artículos

8 LSA y 12 LSRL (y del artículo 125 C de c), relativos a los datos del pacto constitutivo, dirigidos a crear

el ente y no a regular su vida posterior, que es lo que nos interesa, así como también el artículo 7 LODA.

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interés para las partes contratantes (derechos y obligaciones de socios, por ejemplo,

entre otros posibles datos de interés). Aunque en el caso de la sociedad civil la

versatilidad es mayor, pues cabe pensar en la existencia de pactos tácitos respecto de

objetos sociales complementarios o incluso nuevos, gracias a que no necesariamente

deben plasmarse por escrito conforme a una forma rígida preestablecida (los Estatutos

no sólo pueden no denominarse de esa forma, sino incluso estar implícitos a lo largo del

contrato constitutivo de sociedad, sin más121).

Incidir en la importancia de los Estatutos es bastante útil para nuestra investigación,

porque a la hora de interpretar el artículo 1669 CC y configurar por ello las sociedades

civiles sin personalidad jurídica, cierta tesis bastante fundamentada, desde posiciones

estructuralistas, concede la mayor relevancia a la voluntad de las partes plasmada en el

contrato social reflejado en los Estatutos. Entiende que la sociedad que no tiene

personalidad jurídica es aquella configurada como sociedad interna por dichas partes,

creada por ellas no para tener relaciones jurídicas con terceros como tal ente. Y es la

autonomía de la voluntad de las partes la que determina que esa sociedad no tenga

personalidad jurídica. Es, por tanto, de gran importancia tener perfectamente claro el

sentido de lo que viene a ser el Estatuto de la sociedad, y así saber que en él las partes

pueden, según esta concepción, configurar a la sociedad como sociedad interna. En su

momento valoraremos la corrección de esta configuración, pero en cualquier caso es

destacable el dato de que conceda a la autonomía de la voluntad manifestada en estos

estatutos la suficiente relevancia como para determinar si existe personalidad jurídica o

no en esa sociedad. Incluso si se defendiera la opinión contraria a esta idea no se puede

121 Si no existieran estatutos ni normas estatutarias, total o parcialmente, habría que reconstruir la

voluntad de las partes para ver qué pretendían, dentro del marco legal, aplicable supletoriamente (en

algunos casos éste sería de aplicación, como en el caso de que no se diseñase órgano de administración,

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negar la importancia de la autonomía de la voluntad plasmada en los Estatutos a la hora

de diseñar la sociedad que las partes pretenden exactamente.

1.2. Puesta en común de dinero, bienes o industria

El primer presupuesto que se deducía del artículo 1665 CC era su consideración de

la sociedad como un contrato. Segundo elemento a tener en cuenta será el de la puesta

“en común de dinero, bienes o industria”, que exige a continuación dicho artículo.

Pese a que es posible que la puesta en común sea sólo de industria122, y ello tanto en

el caso de la sociedad civil como en el de la mercantil (artículo 116 C de c), la realidad

demuestra que, por norma general, el patrimonio común, pese a no ser un requisito

legal, suele ser de hecho necesario123 (aunque la propia realidad haya modificado en

parte esta cuestión: por ejemplo, las sociedades de profesionales suelen constituirse sin

aportación de local ni mobiliario). Este dato general es muy interesante, pues esa puesta

en común puede conllevar que exista una comunidad entre los socios (se estudiará en su

momento), y cuando nazca la persona jurídica, su patrimonio social se formará con esas

aportaciones. Repasaremos si el artículo 1669 CC parte realmente de la necesaria

existencia de una comunidad entre los socios y, por ello, remite a dicho régimen.

Lo que queda claro de la simple lectura del artículo 1665 CC es que siempre el socio

está obligado a aportar, es decir, debe contribuir al patrimonio social con algún

elemento citado susceptible de valoración económica, ya sea bien, ya servicio. Por ello,

se producirá seguramente un cambio en el régimen jurídico de lo aportado, cambio

por ejemplo, pero otros elementos deben constar necesariamente y no cabe imaginar que no consten en el

contrato constitutivo, por ejemplo, la denominación social, el objeto social o las aportaciones realizadas). 122 Teóricamente cabe esta opción, aunque sea una hipótesis relativamente poco frecuente en la práctica. 123 En este sentido, por ejemplo, SSTS 3-12-1959 y 18-11-1986.

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necesario, pues el acto de aportación influye en el tráfico jurídico: si la sociedad goza de

personalidad jurídica, el bien pasa a engrosar el patrimonio social, mientras que si no

nace persona jurídica estudiaremos en su momento qué ocurre con ese bien (cabe

imaginar en cualquier caso que debe modificarse su situación de alguna forma, aunque

ni siquiera el TS lo ha considerado así uniformemente, como veremos).

Incluso puede ocurrir que dicha aportación no conlleve la adquisición de la

propiedad por parte de la sociedad, sino la constitución a su favor de un derecho real de

goce sobre cosa ajena, o bien de algún tipo de derecho personal. Pero en todo caso se

debe aportar, pues la colaboración económica entre los socios es vital para estar en

condiciones de operar en el mercado (cada parte aportará aquello que resulte más

valioso para el buen fin de la sociedad124).

1.3. Ánimo de obtener un lucro

La sociedad es un contrato, y existe una puesta en común de bienes, dinero o

industria. Señala, además, el artículo 1665 CC que dicha puesta en común lo es “con

ánimo de partir entre sí las ganancias”. Por ello, la finalidad lucrativa debe estar

124 Interesante resulta la visión con tintes sociológicos que en 1871 aportaba ya BENITO GUTIÉRREZ

acerca de la filosofía que sustentaba el contrato de sociedad: señalaba que “los hombres no tienen todos

iguales aptitudes, y sus diferencias quedan compensadas por el espíritu de asociación. Los hay de

inteligencia privilegiada para la especulación que carecen de capital, y otros que, con medios de fortuna,

carecen de los conocimientos necesarios para emplearlos dignamente; y aun los hay que, teniendo lo uno

y lo otro, no quieren imponerse la carga que lleva consigo el ejercicio de alguna industria” (GUTIÉRREZ

FERNÁNDEZ, B.: “Códigos o Estudios Fundamentales sobre el Derecho Civil español.”, Tomo IV,

Madrid, 1871, p. 483). GOROSABEL, antes, indicaba que “Ella (la sociedad) es la que mueve la

industria; ella la que aviva el comercio; ella la que nos proporciona muchas veces los objetos de

necesidad, comodidad ó de lujo; ella en fin la que contribuye poderosamente a hacer la riqueza de las

naciones” (GOROSABEL, P.: “Examen de los principios del Der. civil español”, tomo II, 1834, p. 202).

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presente en los socios125. Obviamente, eso no asegura que el lucro se obtenga

finalmente, ya que dependerá de muchos factores que ello se consiga (mayor o menor

pericia y rigor al gestionar los intereses, posición del grupo en el mercado, etc.).

Pero sí debe existir en todo caso esa intención en las partes, ánimo que debe ser

interpretado en un sentido lo suficientemente extenso como para incluir no sólo la

expectativa de ganancia, sino también la intención de ahorro de gastos126. Sin embargo,

125 Pese a que no deba existir de modo exclusivo. En este sentido, la STS 28-3-1919. 126 Puede planteársenos cierta duda en este último caso, en el que no podemos profundizar pues se desvía

de nuestro tema de investigación, pero que debemos apuntar. Es un supuesto bastante frecuente en la

práctica cotidiana, con tintes asociativos pero hay que determinar si también exactamente societarios: si la

intención común de la serie de personas que celebra el pacto está no en obtener un incremento

patrimonial, sino en ahorrar una serie de gastos, por ejemplo, ¿puede considerarse que realmente existe

sociedad entre ellos? Téngase en cuenta la relevancia del argumento, sobre todo si se valora que el ánimo

de lucro ha sido habitualmente utilizado como criterio de distinción de la sociedad respecto de la

comunidad. PANTALEÓN PRIETO aporta palabras sugerentes, dando un paso más, incluso, y plantea

realmente una necesidad de reconstruir el Derecho de sociedades en este punto: el ánimo de lucro no es

requisito conceptual de la sociedad, sino un rasgo de caracterización de los tipos legales societarios (vid.

PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad (a propósito de una errata del Código Civil)”, ADC,

1993, Fasc. I, p. 45). Esto es algo que ya había planteado PAZ-ARES en “Ánimo de lucro y concepto de

sociedad”, Estudios en homenaje a José Girón Tena, así como en Capítulo 19: “La sociedad en general:

caracterización del contrato de sociedad”, en URÍA-MENÉNDEZ: “Curso de Derecho Mercantil”, I, Ed.

Civitas, Madrid, 1999, pp. 431-435: el ánimo de lucro como fin usual de la sociedad y no como fin

esencial. Sobre todo ello, además, vid. BOTANA GARCÍA, G. A.: “Hacia un nuevo enfoque jurídico de

la comunidad de bienes”, Derecho de los negocios, año 9, núm. 96, septiembre 1998, p. 15.

Sin dar ese paso más esbozado, interesante de lege ferenda, parece razonable entender esta exigencia de

ánimo de lucro del modo laxo indicado, pues realmente se camina en este sentido, y sería poco útil dejar

fuera del ámbito de la sociedad este sector de grupos fundados con esta pretensión citada, como vendrían

a ser las sociedades de medios, o incluso en casos conexos pese a no ser sociedades, como viene a ser la

cuestión patrimonial de interés en el caso de las uniones de hecho (aunque no en todas, pues no es

generalizable el razonamiento). El artículo 27.1.c) del Estatuto General de la Abogacía Española,

aprobado por Real Decreto 658/2001, de 22 de junio, alude a la sociedad de medios expresamente,

cuando señala que no se pierde la condición de abogado que ejerce como titular de su propio despacho

individual cuando “comparta los locales, instalaciones, servicios u otros medios con otros abogados, pero

manteniendo la independencia de sus bufetes, sin identificación conjunta de los mismos ante la clientela”.

Realmente, actúa como un socio de sociedad interna, algo que veremos posteriormente. LECIÑENA

IBARRA ha defendido la naturaleza societaria de la sociedad de medios, con abundantes argumentos, en

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no existiría ya ese ánimo de lucro si la intención es meramente cultural o, simplemente,

disfrutar de algo concreto sin más (por ejemplo, un grupo de seis personas aportan unas

cantidades para comprar un piso y disfrutar de él conforme al pacto que determinen).

Por otra parte, debemos destacar que el ánimo de obtener un lucro en el ámbito civil

no parece diferenciarse esencialmente del ánimo de obtener un lucro en el ámbito

mercantil. De lege ferenda es necesario replantearse la cuestión de la diferenciación de

ambos tipos de sociedades, pues la línea de distinción no es nítida y las diferencias que

se indican, en lo que toca al objeto, no dejan de ser hoy, realmente, arbitrarias.

1.4. Affectio societatis

Dentro de los requisitos de existencia del contrato de sociedad, si existe un presunto

requisito polémico y controvertido, ése es el de la llamada affectio societatis.

Con raíces en el Derecho Romano127 y arraigada en Francia128, aunque con poco

éxito en las doctrinas germánica e italiana129 (pese a alguna adhesión entusiasta, como la

de MANARA130), históricamente se han ofrecido diversas definiciones de esta

motivación especial. Definiciones, en algún caso, de índole subjetiva, como la que la

presenta como la intención de asociarse, de cooperar como socios o de someterse al

LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios entre profesionales”, Editorial Práctica de Derecho, S.

L., Valencia, 2001, especialmente pp. 21-65 y 137-241. 127 Algo que se deduce, incluso, de la propia denominación: ULPIANO, gran estudioso de la misma,

aludía a la affectio societatis, a animus contrahendae societatis o a societatis contrahendae causa. 128 Donde se la dota de contenido, y se incide en la idea de colaboración entre los miembros de la

sociedad, colaboración que será activa, en condiciones de igualdad dirigida a la realización de una

actividad común. Vid. BEZARD, P.: “Sociétés civiles. Contrat de société. Sociétés en participation.

Registre du commerce et des sociétés”, Librairies Techniques, Paris, 1979, p. 60-63. 129 En este sentido, GIRÓN TENA, J.: “Los conceptos y tipos de sociedades...”, cit., p. 31. 130 MANARA, U.: “Delle società e delle associazioni commerciali”, Volume Primo, Parte Generale,

UTET, 1902, pp. 321-336.

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régimen del contrato de sociedad, o el propósito de obtener un resultado común

mediante operaciones hechas en interés común. También se han planteado visiones de

corte objetivo, entendiendo esta affectio como un elemento de colaboración activa131.

Estas definiciones suelen ser un tanto tautológicas, ya que reservar a la existencia de

un elemento adicional la intención concreta de obtener los fines propios de un contrato

no deja de ser redundante, pues ello es perfectamente reconducible al consentimiento

aportado para perfeccionar el contrato (por ello, realmente, este pretendido presupuesto

no aporta nada sustantivo a la categoría). De un “plus” añadido al simple

consentimiento contractual, “y (que) consiste en la voluntad de unión paralela y dirigida

a un mismo fin negocial, o voluntad de unión de una pluralidad de sujetos para correr en

común ciertos riesgos” hablaba la STS 25-10-1999132.

Sin embargo, entendemos que este presunto requisito del contrato de sociedad

tuviera para el estudioso cierto interés desde el momento en que resultaba difícil

distinguir la sociedad de la comunidad en el Derecho romano, por no existir una

frontera nítida entre ambas instituciones133, además de distinguirla de los demás

contratos también. Y se acudía a analizar para ver si existía la affectio y saber si era una

sociedad o no aquello ante lo que se estaba134. De todas formas, en el caso que nos

ocupará puede ser de gran interés meditar su posible necesidad o no, ya que es lugar

común de la doctrina entender que la sociedad civil pactada por las partes coexiste con

131 Vid. CASTÁN TOBEÑAS, J.: “Derecho Civil Español, común y foral”, Tomo IV, Ed. Reus, Madrid,

1993, pp. 592-593. 132 M. A. 7624. 133 TARELLO indicaba que los jurisconsultos romanos usaban la palabra “socio” y “societas” no sólo

para indicar al socio y a la sociedad, sino también para indicar al comunero y a la comunidad, pese a lo

cual se pueden distinguir ambos institutos (TARELLO, M.: “Le società civili”, Torino, Fratelli Bocca,

Editori, 1932, n.3, p. 6).

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una comunidad de bienes, y debemos valorar si la existencia de esta especial intención

puede excluir la voluntad de que se constituya una comunidad de bienes en su seno.

En cualquier caso, realmente se pretende atender a la intención de los contratantes

expresada mediante su consentimiento, por lo que en verdad no es independiente del

mismo135. Acogemos, a este respecto, las palabras de DÍEZ-PICAZO y GULLÓN136,

porque han expresado perfectamente la idea que estimamos acertada: “El contrato de

sociedad no requiere una especie de voluntad “mística”, ni tampoco un consentimiento

que sea distinto del que requieren los demás tipos contractuales. En todos los contratos

se constata una representación subjetiva de los elementos objetivos y económicos y una

cierta voluntad de alcanzarlos. La affectio societatis no parece ser otra cosa que el

genérico consentimiento contractual, unido al fin que las partes persiguen”. Es acertado:

en el contrato de sociedad no existe esta affectio diferenciada de los consentimientos

contractuales propios, orientados en este caso a celebrar un contrato de sociedad civil137.

Pese a todo, es necesario recordar lo sorprendente que resulta que la jurisprudencia

del TS haya dedicado tanta atención a la affectio. En alguna sentencia, como la STS 27-

6-1960, la equipara a “voluntad de constituir sociedad distinta del consentimiento

contractual”, mientras que en la STS 3-12-1959 se llega a señalar que el Juez debe

“indagar en cada caso la intención que preside la celebración del contrato, para discernir

si se trata de una verdadera sociedad”, y en la citada STS 25-10-1999 se indica que

134 GIORGI, G.: “La dottrina delle persone giuridiche o corpi morali esposta con speciale considerazione

del Diritto moderno italiano”, vol. VI, (Parte Speciale), Firenze, Casa Editrice Libraria “Fratelli

Cammelli”, 1902, n. 151, p. 324. 135 En este sentido, por todos, LACRUZ BERDEJO, J. L.: Contratos asociativos y parciarios, dentro de

“Elementos de Derecho Civil”, II, Derecho de Obligaciones, vol. 2, Ed. Dykinson, Madrid, 1999, p. 269. 136 DÍEZ-PICAZO, L. y GULLÓN, A.: “Sistema de Derecho Civil”, vol. II, Ed. Tecnos, 2002, p. 461. 137 Cabe indicar que la doctrina española alude generalmente a la inutilidad de este requisito. Por todos,

vid. BLASCO GASCÓ, F. (“Contratos societarios”, dentro de Derecho Civil. Derecho de Obligaciones y

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“...consiste en la voluntad de unión paralela y dirigida a un mismo fin negocial, o

voluntad de unión de una pluralidad de sujetos para correr en común ciertos riesgos”138.

1.5. Forma de celebración del contrato

Una nueva cuestión de la que debemos ocuparnos, al menos brevemente, es la de la

forma del contrato de sociedad civil. El sistema espiritualista que se deriva del artículo

1278 CC rige también en el caso de la sociedad civil, aunque no inspirará total y

absolutamente dicha regulación, recogida en los artículos 1667 y 1668 CC. Señala el

primero de ellos que la sociedad civil se podrá constituir en cualquier forma, salvo que

se aporten a ella bienes inmuebles o derechos reales, en cuyo caso será necesaria la

escritura pública, mientras que el segundo indica que es nulo el contrato de sociedad,

siempre que se aporten bienes inmuebles, si no se hace un inventario de ellos, firmado

por las partes, que deberá unirse a la escritura. La intención de estas exigencias reside

en beneficiar la seguridad jurídica en estos casos concretos, y sólo en dichos supuestos

es exigible esta concreta forma, pues en cualquier otro caso el principio inspirador será

el de la libertad de forma (deben, por tanto, ser interpretados restrictivamente)139.

El problema surge cuando no se han cumplido esos requisitos citados debiendo

haberse cumplido: ¿son requisitos constitutivos para la existencia de la sociedad?.

Contratos”, coordinados por VALPUESTA y VERDERA, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2001, p. 502),

y aplicado al caso de la sociedad civil, PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, cit., p. 1321. 138 Por citar otras sentencias relevantes a estos efectos, vid. SSTS 12-3-1958, 21-5-1960, 27-6-1960, 23-5-

1962, 11-12-1965, 20-12-1980, 20-3-1984, 10-4-1986 y 22-5-1987, o las más actuales 25-10-1999 (M. A.

7624), 11-3-2000 (M. A. 1490) y 29-5-2001 (M. A. 3441). Alude también a la necesidad de esa affectio,

ALBIEZ DOHRMANN, K. J.: “La aparcería industrial (Una figura contractual ignorada)”, Ed. Bosch,

Barcelona, 1992, pp. 70-72.

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Jurisprudencialmente está asentada la idea de que estas exigencias formales no suponen

alteración general del régimen del artículo 1278 CC y siguientes, pese al estricto tenor

literal de la ley (el artículo 1667 señala la necesidad de la escritura pública, y el 1668

declara nulo el contrato si falta el inventario)140: el contrato existe y vincula como tal a

las partes, aunque no surja con vida jurídica con relación a terceros141.

Esta opinión es defendida también mayoritariamente por nuestra doctrina, donde

autores como SANTOS MORÓN o TENA PIAZUELO, que han estudiado

sosegadamente el tema, consideran que ni siquiera esos casos específicos citados por

estos artículos conllevan contraposición del principio general de libertad de forma, y por

ello, es perfectamente válido entre las partes el contrato en que no se guarden las formas

previstas en los artículos 1667-1668 CC142. CAPILLA RONCERO ha explicado que la

regulación de estos dos artículos realmente no contradice el sentido de los artículos

1279 y 1280 CC, aplicables a este caso143. PANTALEÓN PRIETO, a su vez, señala que

139 Dice la STS 9-6-1969 que el contrato de sociedad celebrado sin formalidad alguna y sin aportación

de inmuebles es válido y eficaz entre quienes le suscribieron. La sociedad produce efectos entre las

partes. Además, en este sentido, SSTS 24-4-1953 (M. A. 1958), 1-5-1960 y 11-6-1987 (M. A. 4289). 140 En cualquier caso, el argumento literal debe relativizarse, pues es conocida la imprecisión dogmática

del legislador español en cuestiones de ineficacia contractual (incide en esta cuestión CAPILLA

RONCERO, F.: comentario a los artículos 1667 y 1668, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p. 32). 141 En este sentido, desde la STS 2-12-1902 en adelante (incluso antes, encontrábamos la STS 24-2-1902).

Por citar casos relativamente recientes, vid. SSTS 9-6-1969, 28-6-1975, 14-6-1976, 7-10-1976, 10-11-

1978 (especialmente relevante), 2-6-1981, 19-11-1984, 5-5-1986, 22-12-1986, 21-2-1987, 9-10-1987, 26-

4-1988, 24-6-1988, 2-3-1989, 21-6-1990, 27-5-1993, 24-7-1993, 12-7-1996 y 17-7-1996. 142 Vid. SANTOS MORÓN, M. J. (“La forma de los contratos en el Código Civil”, Universidad Carlos

III-BOE, Madrid, 1996, pp. 322, 326 y 328), y TENA PIAZUELO, I. (“El concepto de sociedad civil

irregular en la jurisprudencia del Tribunal Supremo”, Ed. McGraw-Hill, Madrid, 1998, pp. 20, con ciertas

reservas, y 36). Vid. también en ese sentido LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios entre

profesionales”, cit., pp. 86-97. 143 CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1667 y 1668, cit., p. 29. Apunta, además, que

dicha exigencia de escritura pública en este caso como elemento constitutivo no es sino la “manifestación

de la desconfianza del legislador hacia las sociedades universales, como medio de encubrir donaciones;

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“su único significado útil (de los artículos 1667 y 1668) se encontraría entendiéndolos

en el sentido de que limitan los medios de prueba de la existencia (y fecha) del contrato

de sociedad contra terceros...”144. PAZ-ARES también comparte estas ideas, incidiendo

en la necesidad de preservar la coherencia del sistema impidiendo la proliferación de

reglas especiales que no se funden en la especialidad de la materia145.

Parecen aceptables dichas opiniones: es correcto conceder validez entre las partes al

pacto celebrado en cualquier caso, con independencia de la poco rigurosa terminología

empleada. Las partes pretenden vincularse, lo hacen, y es correcto reconocer relevancia

a dicho pacto. La sociedad nace del mismo, y el contrato vincula a los celebrantes.

Además, los defectos de constitución y de actuación no pueden ser invocados por

los socios para no cumplir con las obligaciones contraídas, y de dichos defectos no

puede aprovecharse ninguno de los socios, pues dieron lugar a ellos (consecuencia de la

buena fe y de la obligatoriedad de los contratos, según los artículos 1256 y 1258 CC).

Por otra parte, hay que destacar una cuestión que posteriormente será del mayor

interés: los artículos 1667 y 1668 no forman un bloque conceptual temático con el

artículo 1669. Este dato será del mayor interés en su momento, pero debemos apuntarlo

ya para aclarar ciertas ideas. Los artículos 1667 y 1668 se refieren a cuestiones

formales, como hemos comprobado, y el artículo 1669 CC se ocupa de las sociedades

civiles sin personalidad jurídica. Pese a ello, unas de las teorías que intentan describir lo

que deba entenderse por sociedad sin personalidad jurídica califica a éstas como

desconfianza extendida en este caso a todas las sociedades a que se aporten bienes inmuebles, exigiendo

los mismos requisitos formales para la sociedad que para la donación” (CAPILLA RONCERO, F.:

comentario a los artículos 1667 y 1668, cit., p. 31). 144 PANTALEÓN, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles. Contra la resolución de la

DGRN de 31 de marzo de 1997”, La Ley, 1997-4, D-232, p. 1378. 145 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1667 CC, dentro de “Comentario del CC”, Tomo II, Secretaría

General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1348.

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sociedades irregulares, y liga su existencia a la falta de publicidad de la misma,

vinculada en uno de los supuestos a la falta de la forma establecida en los artículos 1667

y 1668 CC. Se une, además, en un mismo bloque de preceptos a estos tres artículos,

como si fueran un todo con un sentido único, una unidad conceptual (en este sentido,

TENA PIAZUELO146).

En su momento estudiaremos los antecedentes de estos preceptos, pero merece la

pena destacar ya que, valorando los mismos, se comprueba que los artículos 1667 y

1668 tienen un proceso de formación e inserción en el CC muy diferente del que sufrirá

el artículo 1669: los dos primeros se ocupan de la forma del contrato, existen en el

Anteproyecto de 1888 entre los artículos dedicados a las sociedades sin personalidad

jurídica, y tienen una tradición previa bastante concreta (la libertad de forma se

reconocía en el artículo 3 del Anteproyecto, precepto del que surgirá el artículo 1667147,

así como es de interés el artículo 4148, cuyo contenido es idéntico al del artículo 1565

del proyecto de 1851149), mientras que el artículo 1669, como comprobaremos, es fruto

de una decisión legislativa que modifica radicalmente la orientación que se imprimía a

la regulación del contrato de sociedad civil, reconociendo personalidad jurídica a todas

las sociedades civiles como criterio general. TENA PIAZUELO llega a señalar dos

razones de presunta semejanza entre los preceptos, que justifican esa unidad temática de

la que habla: en primer lugar, señala que los tres se refieren al ámbito externo de

146 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 32-43 y 212-230. 147 “La sociedad civil se podrá constituir en cualquiera forma, salvo en el caso de aportarte a ella bienes

inmuebles o derechos reales, en el cual será necesaria la escritura pública”. Este artículo no tiene

precedente ni en el Proyecto de 1851 ni en el Anteproyecto de LAURENT. Pese a ello, cabe recordar que

esa libertad de forma entronca con el antiformalismo contractual clásico en nuestro país desde el

Ordenamiento de Alcalá. 148 “Es nula la sociedad, siempre que se aporten bienes, si no se hace un inventario de ellos firmados por

las partes, que deberá unirse a la escritura cuando ésta sea necesaria”.

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relaciones sociales, y en segundo lugar, parten de la base de que la sociedad a que se

refieren carece de personalidad jurídica150. En su momento nos ocuparemos de ellas.

Establecer conexiones entre los tres artículos es un grave error perfectamente

detectable acudiendo a los orígenes de los artículos en cuestión, y lo comprobaremos

cuando lo realicemos posteriormente. Pero debe quedar claro que a la hora de estudiar la

personalidad jurídica de la sociedad civil debemos incidir en el artículo 1669 CC, pero

no en los artículos dedicados a la forma del contrato de sociedad, artículos 1667 y 1668,

que no forman una unidad temática con el polémico artículo que les sigue. Las

cuestiones de que se ocupan ambos bloques, esto es, artículos 1667 y 1668, por un lado,

y 1669 por otro, son diferentes: en el primer caso, la forma del contrato de sociedad

civil; en el segundo, la personalidad jurídica de las sociedades civiles.

1.6. Influencia de la naturaleza contractual en el desarrollo de la vida social de grupo

Una vez establecida la naturaleza contractual del acto constitutivo de la sociedad y

de sus Estatutos, incluidos o no dentro del propio acto constitutivo, y repasadas otras

características del contrato constitutivo de la sociedad, debemos plantearnos qué

consecuencias puede tener dicha consideración en lo que toca a la vida del grupo como

tal y respecto de los socios, que es lo que nos interesa en nuestra investigación (además

de las consecuencias que hemos ido repasando en cada momento).

De entrada, es claro que estamos ante un contrato, y las partes se obligan a

conducirse de una determinada forma, basando dicha libertad para obligarse tanto en el

artículo 1255 CC como en los preceptos reguladores de la sociedad civil. Por tanto, esas

149 Literalmente señalaba que “Es nula la sociedad siempre que se aportan bienes, si no se hace un

inventario ó estado firmado por las partes, que deberá unirse á la escritura, cuando esta sea necesaria”. 150 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular.....”, cit., pp. 213-214.

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partes se han obligado a conducirse de una forma concreta, pactada, y si no se amoldan

a dicho pacto se les puede exigir responsabilidad, tanto si los citados socios se insertan

en una sociedad con personalidad jurídica como si dicha sociedad no goza de la misma.

En ambos casos estamos ante un contrato vinculante para los contratantes, y las partes

deben cumplir con aquello a lo que se obligaron. Ese contrato fijará una serie de

órganos de funcionamiento de la sociedad, de derechos y obligaciones de los socios, de

modo de actuar en el mercado, proporciones de participación en las ganancias y en las

pérdidas, etc. Todo ello debe cumplirse por las partes, obligadas por dicho contrato.

Lo contrario nos inserta ya en el ámbito de la responsabilidad contractual, exigible

por el dañado en cada caso, bien la sociedad, bien los socios o alguno de ellos,

dependiendo de cada supuesto. Es la primera gran consecuencia de esta configuración,

que será de bastante utilidad para resolver problemas relativos a la conducta de los

socios. Y en el caso de las sociedades sin personalidad jurídica este dato es

especialmente relevante, pues el socio que actúa en el mercado (si actúa un socio, y no

un tercero, algo posible) se obliga a conducirse de una forma bastante concreta, descrita

en el artículo 1669 CC, y cualquier actuación en otro sentido implica alejarse del pacto

contractual151. El pacto contractual determinará cómo deben conducirse los socios, y

especialmente relevante resulta la configuración del socio actuante en el mercado152. Si

existe persona jurídica es ésta la que puede exigir el oportuno resarcimiento por el

incumplimiento, conforme a su estructura interna, mientras que en el caso de que no

exista persona jurídica, serán los socios los que exijan la reparación del oportuno daño

(es lógico: no puede hacerlo un ente inexistente).

151 Pensemos en que ese socio que debiera contratar en su propio nombre manifiesta la existencia de una

sociedad civil personificada: los otros socios pueden exigir la oportuna responsabilidad a ese socio que no

se ha comportado de modo acorde con el pacto celebrado en su día.

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Por otra parte, el ser contrato conlleva la aplicación al caso de los artículos

dedicados a la teoría general del contrato, no sólo los dedicados al incumplimiento

contractual ya repasado. Pese a que dichos preceptos están enfocados para los contratos

en los que únicamente participan dos partes, el contrato plurilateral, como categoría

contractual, debe tener su cobertura en los mismos, con las peculiaridades que

corresponda, obviamente (puede ser de especial interés valorar la integridad de los

consentimientos y la ausencia de vicios de la voluntad, por ejemplo)153.

Además, pasando a otra cuestión, esas partes realizan una serie de aportaciones para

que se pueda atender a la vida social adecuadamente. De ahí se deriva que las mismas

pasan a constituir el patrimonio de la sociedad configurada como persona jurídica, con

lo que ello conlleva, si existe dicha persona diferenciada de las personas de los socios

(ese patrimonio es el que debe cubrir las actividades de la sociedad). En el caso de que

no existiese persona jurídica, habrá que determinar cómo se articula exactamente esa

masa aportada, pero las partes realizan sus aportaciones para que con ellas se cumpla el

fin social del grupo, con lo que debe respetarse por las mismas esa finalidad que

pretenden desde el momento del pacto.

Con posterioridad estudiaremos si en este segundo caso existe patrimonio desde un

plano real, pero desde el punto de vista obligacional es evidente que las partes deben

actuar entre ellas como si éste existiera (deben utilizarse dichas aportaciones para

trabajar en la obtención del fin común perseguido, sosteniendo la actividad de la

sociedad civil sin personalidad jurídica; destinarlos a alguna otra finalidad es realmente

faltar al pacto, lo que implica un incumplimiento contractual). Eso supone, además, que

las partes están obligadas por el contrato, exista patrimonio social o no desde un punto

152 El contrato social cumplirá una misión parecida a la que cumple en la representación el poder, que fija

el marco hasta donde llega el mandato establecido. 153 Respecto de dicha aplicación, en el sentido aquí defendido, RDGRN 25-11-1998 (M. A. 8540).

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de vista real, a destinar aquellos bienes a la realización de la actividad social oportuna

(es decir, de alguna forma, desde un punto de vista obligacional, existirá un “patrimonio

social”). De esa obligación se deriva que, si alguien está legitimado para actuar en su

propio nombre pero gestionando el interés de la sociedad sin personalidad jurídica, lo

está también para hacer frente con el patrimonio aportado por los socios a las

obligaciones que contraiga, sin que dichos socios puedan oponerse a ello, o pretender

que el socio contratante asuma con su patrimonio particular la obligación. Parece lógico

que así ocurra, pues es voluntad de las partes destinar esos bienes a dicha labor. Y si

alguno de los socios lo pretendiera, realmente podemos hablar de incumplimiento

contractual por su parte: se obligó, como los otros contratantes, a aportar lo que fuese

oportuno y a conducirse del modo necesario para obtener el lucro oportuno, conforme

tanto al pacto como a las consecuencias derivadas de la buena fe, usos y ley. Cuando

menos, no es conforme a esa buena fe actuar de esa forma: implica tanto como

obstaculizar la correcta actividad de la sociedad sin personalidad jurídica. Los socios

deben permitir, incluso, la disposición de bienes por parte del socio que gestiona el

interés social154.

Todo esto lo iremos tratando en cada momento y profundizaremos en estas ideas

para ver si, pese a ser lógicas, son jurídicamente aceptables. Sin perjuicio, en todo caso,

de la posible exigencia de responsabilidad por la conducta que siga en dicha labor.

También será un incumplimiento contractual la utilización, por alguno de los socios,

de alguno de esos bienes aportados para fines distintos de los previstos como sociales:

debe responder de ello frente a los otros socios, pues está faltando al pacto celebrado.

154 Si el contratante con la sociedad pretende cobrarse con bienes personales del socio ajenos a la

sociedad, parece lógico que éste deba poder poner de manifiesto la existencia de la sociedad sin

personalidad jurídica y, por tanto, la existencia de unos bienes destinados a cubrir sus operaciones, sin

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Desde el punto de vista de la sociedad, si existe ente social éste puede exigir la

responsabilidad oportuna a los socios que no hayan obrado del modo adecuado, esto es,

conforme al pacto social, incumpliendo su contrato, así como podrá actuar contra aquel

que haya causado algún tipo de perjuicio a la sociedad. Obrar conforme al pacto social

conlleva conducirse en todo momento de acuerdo a lo pactado (no destinar bienes

aportados si no es a la finalidad establecida, etc.), así como conforme a las

consecuencias derivadas de la buena fe, usos y ley en el caso concreto (ser fiel a la

sociedad sin realizar competencia a la misma, etc.).

Si no existe ente, serán los socios los que puedan exigir esa responsabilidad si

alguno de dichos socios no se conduce conforme al pacto social, algo especialmente

interesante en el caso del socio que contrata en su propio nombre con terceros o bien en

el de los socios que destinen algún bien aportado a fines diferentes a los sociales.

En conclusión, la consideración contractual de lo pactado será del mayor interés y

tendrá consecuencias especialmente relevantes a la hora de valorar posibles

incumplimientos en el caso que nos interesa, que es el de la sociedad sin personalidad

jurídica. Será una configuración que nos orientará en todo momento a la hora de

encontrar soluciones a los problemas que puedan existir durante la vida del grupo, y que

puede resultar de especial relevancia si se sigue alguna de las construcciones doctrinales

que estudiaremos en su momento.

2. La sociedad civil: vertiente organizativa

Una vez repasada la vertiente más vinculada al dato estrictamente contractual de la

sociedad, la sociedad civil como contrato, es necesario dedicar nuestra atención a la

que los otros socios puedan oponerse a ello. Sin perjuicio todo ello de la posible exigencia de

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sociedad civil entendida como grupo organizado, centrándonos en los aspectos

organizativos de la misma. En ese sentido, es necesario comenzar con una breve

disección de lo que implica la vida social para los socios, exponiendo cuestiones tales

como la necesidad de determinar exactamente los derechos y obligaciones de los socios,

la administración de la sociedad, su representación y actuación en el mercado o la

responsabilidad por las deudas sociales. Debemos deslindar la necesidad de

organización interna de la sociedad del disfrute o no de personalidad jurídica por parte

de la misma, ya que, si bien son cuestiones conexas, no necesariamente se ligan la una a

la otra en todo caso155. Aunque la organización no será idéntica si existe persona y si

ésta no existe: en el primer caso, la organización será posiblemente más compleja y

relevante, pues el grupo actuará como ente en el mercado, y ello exige, además, una

organización que desarrollará su labor no sólo entre los socios, sino frente a terceros.

Pero no debe pensarse que si no existe persona jurídica no hay necesidad alguna de

organización, ya que las cuestiones a reglamentar dentro del grupo como tal siguen

planteadas y necesitadas de concreción (e incluso la actuación con terceros también156).

Cuestiones como las del régimen de administración y el órgano plenario de la sociedad,

los derechos de los socios, sus participaciones en ganancias y pérdidas, etc., exigen una

actividad constante, permanente, e implican una auténtica vida social y esto requiere la

existencia de una regulación organizativa para lograr ese correcto desarrollo social. Si

además la sociedad opera como ente en el mercado, y existe persona jurídica, debe

responsabilidad al actuante, en su caso. 155 Pensemos que también existe dicha necesidad organizativa en una copropiedad sobre un bien, y es

evidente que una comunidad de bienes no está personificada, no es necesario incidir en este dato ni en la

necesidad organizativa (determinar, por ejemplo, el uso de la cosa común, la participación en los gastos,

la realización de reformas, etc.). 156 Pensemos que no actuar como persona jurídica no quiere decir autosuficiencia, sino no actuación como

ente en el mercado. Por ello, hay que prever el modo de actuación en el mercado, legitimando a quien sea

oportuno para ello.

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reflejarse en la organización, pero no es imprescindible para que exista necesidad de

organización interna del grupo, incluso de cara a operar en el mercado, pues incluso sin

operar como ente puede tener necesidad de actuar en el mercado. Lo que ocurrirá es que

en cada caso la organización será diferente, pues se atiende a situaciones diferentes157.

Podemos encontrar el más gráfico ejemplo de esto que comentamos en el

antecedente más directo que tuvo nuestro CC, que es el Anteproyecto de 30 de abril de

1888, donde las sociedades no dotadas de personalidad jurídica disponían de toda una

organización como tal sociedad y ello no estaba reñido con su evidente falta de

personalidad jurídica. Con acertado criterio no se consideraba ésta imprescindible para

que existiera necesidad de organización interna. Obviaremos ahora otros textos

anteriores, pues simplemente pretendemos ofrecer un ejemplo gráfico que ilustre la

cuestión, y no hacer un recorrido histórico sobre la cuestión. Resulta, por ello, útil

detenernos ligeramente a repasar los artículos oportunos del texto citado, porque

proporcionan el ejemplo práctico más interesante sobre la necesidad de organización

aunque no exista personalidad (el texto lo estudiaremos posteriormente).

Este texto de 1888 dedica su Libro IV a las obligaciones. Estamos ante un libro

bastante especial, pues una parte sigue la numeración correlativa del texto y otra parte

no, y en esta última ni siquiera aparecen los Títulos numerados. Entre los títulos no

numerados aparecen dos dedicados a la sociedad, uno compuesto por cuarenta y seis

artículos, dedicado a la sociedad sin personalidad jurídica, y otro de nueve artículos,

157 No parece estar tan claro en la doctrina alemana, donde, por ejemplo, ULMER, indica que, como

regla, la sociedad que no opera frente a terceros como ente no precisa de organización al margen de las

relaciones existentes entre los socios y, si existe, ésta es muy rudimentaria (vid. ULMER, P.: comentario

a & 705, en Münchener Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch. Band 3. Schuldrecht. Besonderer

Teil. 2. Halbband (&& 657-853), München, 1980, p. 310). Tiene cierta base debido a la gran cantidad de

figuras existentes en Derecho alemán, con asociaciones personificadas, asociaciones no personificadas

pero dotadas de capacidad jurídica, así como comunidades en mano común, no personificadas pero que

operan como grupo, y la distinta estructura que requiere cada una.

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dedicado a la sociedad con personalidad jurídica. Ambos serán estudiados en su

momento, pero es oportuno ofrecer ahora unas pinceladas sobre el primero para

comprobar cómo en una sociedad sin personalidad existe necesidad de organización.

La regulación de la sociedad sin personalidad jurídica se recoge en el primer título,

que presenta a la sociedad, conforme al artículo 1, como “un contrato por el cual dos o

más personas se obligan a poner en común dinero, bienes o industria, con ánimo de

partir entre sí las ganancias”. Su artículo 5 declara rotundamente que “La sociedad civil

no constituye una personalidad jurídica distinta de la de los asociados”. Sin embargo,

pese a ello, el artículo 37 establecía su autonomía patrimonial y se expresaba en estos

términos: “Los acreedores de la sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio

sobre los bienes sociales. Sin perjuicio de este privilegio, los acreedores particulares de

cada socio pueden pedir el embargo y remate de la parte de éste en el fondo social; en

cuyo caso habrá lugar a la disolución de la sociedad, y el socio que la ocasione,

responderá de los daños y perjuicios, si se verificase en tiempo inoportuno”158. En este

artículo encontramos una idea que puede sernos de gran interés posteriormente: se alude

a la existencia de una autonomía patrimonial que en el CC se plasmará en el artículo

1699. En el artículo 1669, ¿puede estar también subyacente la intención de que se

responda con unos bienes aportados que, sin ser patrimonio común, se aportan con esa

intención de que sostengan la correcta vida social de esa sociedad? Lo estudiaremos.

PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS no nos indica las fuentes de inspiración del

precepto159, pero no es un texto novedoso en nuestro país, pues ya se incluía un texto

158 Coincide este texto con el del artículo 1594 del Proyecto de 1851 que estudiaremos en su momento, y

conlleva que, incluso sin que la sociedad se vea dotada de personalidad jurídica, goza de un patrimonio

diferenciado del de los socios, gracias al precepto. 159 PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M.: “El anteproyecto del Código civil español (1882-1888)”, en

Centenario de la Ley del Notariado, Sección Cuarta, volumen I, publicado por la Junta de Decanos de los

Colegios Notariales de España, Madrid, 1965, p. 651.

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con la misma finalidad en el Proyecto de 1836 (el artículo 1462160) y un texto idéntico

al ahora comentado en el Proyecto de 1851 (artículo 1594161). Como indicamos, la

regulación de la organización interna de la sociedad está presente principalmente en el

caso de las sociedades sin personalidad jurídica. Así, el reparto de pérdidas y ganancias

se regula en los artículos 26 a 28162, la administración de la sociedad en los artículos 29

a 32163, el deber de los socios de aportar a la sociedad en los artículos 18 a 20, y la

responsabilidad frente a terceros en los artículos 34 a 37, en todos los casos de modo

detallado y con la intención de que el diseño de la sociedad, en lo que toca a su

organización interna de funcionamiento, quede perfectamente regulado. Ello nos da idea

de que es necesaria una organización dentro de toda sociedad, con independencia de que

ésta goce de personalidad jurídica o no.

En el segundo título del Anteproyecto, dedicado a las sociedades con personalidad

jurídica, y que comprende los artículos 47 a 55, encontramos la regulación de estas otras

sociedades, bastante menos detallada en lo que toca al elemento organizativo. Por

primera vez en un texto en nuestro país se reconoce de modo expreso e indubitado

personalidad jurídica a sociedades civiles, aunque se las trate como excepción y no sean

la regla general. El artículo 47 señala que “Las asociaciones de personas, formen o no

sociedad civil, sólo constituyen una entidad jurídica, independiente de la personal de los

160 “Si uno de los socios tuviere a su favor algún crédito de cantidad líquida contra un deudor que lo sea

también de la sociedad por otra cantidad líquida y recibiere alguna parte de éste en pago, sin expresarse

por cuenta de quién, se entenderá ser en beneficio suyo y de la sociedad a prorrata”. 161 “Los acreedores de la sociedad son preferibles a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales.

Pero, sin perjuicio de este privilegio, los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el embargo y

remate de la parte de este en el fondo social; en cuyo caso habrá lugar a la disolución de la sociedad, y el

socio que la ocasione responderá de los daños y perjuicios, si se verificase en tiempo oportuno”. 162 Las ganancias se repartirán conforme a lo pactado, o de modo idéntico a la participación en pérdidas.

En caso contrario, la participación será proporcionada a lo aportado, siendo nulo el pacto que excluye de

la participación en pérdidas o ganancias. 163 Diseña el administrador individual, el colectivo y los modos de operar en cada caso.

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individuos que las componen, cuando tienen dicho concepto por la ley o se forman con

aprobación de la autoridad pública”. El criterio restrictivo a la hora de aludir a la

concesión de personalidad jurídica parece fuera de toda duda164, y encontramos en él

“una escasa simpatía por la libertad de asociación, al dejar la vida jurídica de las

asociaciones en las manos arbitrarias de la autoridad pública”165. Este criterio no pasará

al Código civil fruto de ese cambio radical experimentado por el legislador

posteriormente, donde es apreciable la influencia francesa y el auge de la

personificación que estudiaremos en su momento166.

Con esta introducción realizada no pretendemos estudiar el texto citado, sino

únicamente exponer gráficamente que no es necesario que una sociedad civil se dote de

personalidad jurídica para que sea necesario que exista una estructura interna

organizativa perfectamente regulada, además de que la sociedad civil, entendida como

persona jurídica, es algo relativamente nuevo (es en este texto que tratamos donde se

reconoce por primera vez de modo expreso, como veremos). La organización en la

164 Dicho criterio se aprecia también, además de en el citado artículo 5, en el artículo 53, donde se señala

que “la concesión de la personalidad puede revocarse por la ley o por la autoridad que la ha otorgado”,

añadiendo que “cuando la asociación es de exclusivo interés privado, puede acabar por la voluntad

unánime de los socios, a no impedirlo alguna de las cláusulas de la concesión”. 165 PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad....”, cit., nota 45, p. 30. 166 Consecuencias de esa personalidad se pueden comprobar en los artículos 48 y 49: en primer lugar,

pueden contratar, adquirir a título oneroso o gratuito, disponer de sus bienes y comparecer en juicio,

aunque todo ello lo harán adecuadamente, “por medio de sus administradores o gerentes establecidos en

el título de concesión de la personalidad, o con arreglo a sus estatutos”, conforme indica el artículo 49, ya

que, como señala en su segundo párrafo, “los asociados carecen de personalidad para gestionar en nombre

de la asociación, y sólo tienen derecho a la parte que les corresponda en los beneficios y en el fondo

social”. El artículo 51 también sintoniza bastante con la configuración personalizada de la sociedad, e

indica que “los acreedores de la sociedad carecen de acción contra los socios en particular, y sólo pueden

reclamar contra la misma y cobrarse del fondo social”. Resulta curioso que la personificación diseñada en

este texto era más perfecta que la que se plasmará en el Código, donde el artículo 1698 establece la

responsabilidad de los socios por las deudas de la sociedad. El artículo 55 se repasará en su momento, y

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sociedad no dotada de personalidad jurídica será diferente de la sociedad personificada,

pues aquélla no operará en el mercado como ente, pero sí necesita regular su

funcionamiento interno adecuadamente. Y, como hemos comprobado, en el texto citado

es de mayor relevancia la regulación dedicada a la organización interna en el caso de la

sociedad no dotada de personalidad jurídica, posiblemente porque, pese a todo, se

pensase en la misma como una regulación básica para todo tipo de sociedad.

En este apartado que iniciamos daremos dos pasos diferentes: primero realizaremos

un esbozo de la regulación que el CC establece en lo que toca al régimen organizativo

interno de la sociedad civil, y posteriormente apuntaremos el reconocimiento de

personalidad y su importancia respecto de la organización de un ente como la sociedad.

2.1. Funcionamiento interno de la sociedad civil: notas esenciales de su organización

Hemos comprobado que para que existiera la necesidad de una organización interna

en la sociedad no era necesario que ésta disfrutase de personalidad jurídica.

Pretendemos ahora ofrecer una breve visión panorámica acerca de la vida de la sociedad

en lo que toca a su funcionamiento interno. Estos preceptos que citaremos, hoy

vigentes, son extraídos de la regulación que el Anteproyecto de 1888 dedicaba a las

sociedades sin personalidad jurídica, aunque hoy se dirijan fundamentalmente a

sociedades personificadas. Es necesaria en todo caso la correcta estructuración interna

de la sociedad, lo que implica fijar un órgano de administración y actuación en el

mercado, otro plenario, así como la determinación de un haz de derechos y deberes de

los socios. Y no por el hecho de que todo ello exista, dicha sociedad se dota ya de

personalidad jurídica, sino que deben existir en todo caso para la correcta vida social, se

se dedica a la privación de personalidad jurídica de las sociedades. No se alude más que de modo

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personifique o no a la sociedad. La diferencia será que en el caso de que se personifique

la sociedad, ésta actuará como ente personificado en el mercado, y ello no ocurrirá en el

otro caso, teniendo ello su adecuado reflejo organizativo.

Los socios se conducirán en sus relaciones internas, ante todo, conforme a los pactos

que hayan establecido, que determinarán toda una gama de derechos y obligaciones

concretos, así como también de acuerdo con la legislación imperativa deducible de los

artículos 1665 y siguientes, que configuran a la sociedad civil. Además, el artículo 1258

CC les exige un deber de conducirse de modo fiel y de buena fe en sus operaciones

como socio (debiendo abstenerse de realizar actividades que pudiesen hacer

competencia a las de la sociedad, por ejemplo).

La primera cuestión a tener en cuenta es que los socios, por el mero hecho de

ostentar dicha condición, gozan de una serie de derechos y asumen una serie de

obligaciones, exista o no persona jurídica. Respecto de los derechos, el principal es el de

participar en las ganancias sociales conforme establece el artículo 1689 CC167, así como

obtener la cuota de liquidación correspondiente a su participación en las ganancias,

derechos ambos diferentes: mientras el primero es un derecho a participar en los

resultados, el segundo es un derecho a participar en el capital de la sociedad168. Es éste

un elemento imprescindible en este contrato, esencial en toda sociedad lucrativa, pero

no significa que en todo caso se plasme de la misma forma, sino que la autonomía de la

voluntad tiene importante margen de actuación. Eso no quiere decir que no existan

ciertos límites: así, por ejemplo, el artículo 1690 impide a los socios la labor de

determinar la parte en ganancias o pérdidas que corresponde a los socios en general. Por

colateral a la organización interna, algo que no deja de ser curioso. 167 “Las pérdidas y ganancias se repartirán en conformidad a lo pactado. Si sólo se hubiera pactado la

parte de cada uno en las ganancias, será igual su parte en las pérdidas”, señala en su primer párrafo.

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otra parte, el artículo 1691 considera nulo el pacto que excluye a uno o más socios de

toda parte en las ganancias o en las pérdidas, prohibición general, añadiendo que sólo el

socio industrial puede ser eximido de toda responsabilidad en las pérdidas.

También tienen derecho a participar en la administración de la sociedad, conforme

al artículo 1695.1 CC169, y los socios administradores tienen derecho al resarcimiento o

reembolso de los gastos realizados y responsabilidades contraídas en el desempeño de

su cargo (conforme al artículo 1688 CC). Existe la necesidad de organizar un sistema de

gestión para la sociedad civil: hay una pluralidad de sujetos, posiblemente con

diferentes opiniones acerca de la dirección a imprimir a la gestión social, con intereses

enfrentados mediatamente y en ocasiones puntuales, de modo bastante evidente.

Al ocuparnos de la administración de la sociedad estamos ante actividades que

promueven la realización del fin social y que necesariamente deben realizarse. Pero el

CC diseña un sistema dispositivo para la administración social, en los artículos 1692 a

1694 CC: gracias al primero, el socio nombrado administrador en el contrato social

puede ejercer todos los actos administrativos sin embargo de la oposición de sus

compañeros, salvo que proceda de mala fe, y su poder será irrevocable sin causa

legítima. Conforme al segundo, cuando dos o más socios han sido encargados de la

administración social sin determinarse sus funciones o sin haberse expresado que no

podrán obrar los unos sin el consentimiento de los otros, cada uno puede ejercer todos

los actos de administración separadamente; pero cualquiera de ellos puede oponerse a

168 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1689 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil”, Tomo II,

Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1434. 169 Estamos, según CAPILLA RONCERO, ante una regla cuya virtualidad es doble: por una parte, es

dispositiva, solamente se aplica en defecto de disposición contraria de los propios socios, que pueden

arbitrar un sistema diferente de administración social, y en segundo lugar, presupone que en el esquema

de gestión social legalmente configurado, cada socio es administrador natural de la sociedad o tiene

derecho a administrar la sociedad (CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1692 a 1695,

dentro de “Comentarios al Código Civil y Comp. Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, 1986, pp. 432).

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las operaciones del otro antes de que éstas hayan producido efecto legal. Es un sistema

de pluralidad de administradores de gestión separada, lo que implica que puedan

sostener criterios contrapuestos acerca de la conveniencia de realizar determinados

actos170, y se pretende, con este derecho de oposición, garantizar la igualdad e impedir

que un socio pueda imponerse a otro en la administración social. Presupone la

existencia de un deber de comunicación de las medidas a tomar a los otros

administradores, pues de lo contrario se desnaturalizaría esta facultad171. El artículo

1694 acoge el sistema de pluralidad de administradores bajo el sistema de gestión

conjunta, pues no funcionarán los unos sin el consentimiento de los otros: de ahí que se

necesite el concurso de todos para la validez de los actos, sin que pueda alegarse la

ausencia o imposibilidad de alguno de ellos, salvo que hubiese peligro inminente de

daño grave o irreparable para la sociedad. Exige siempre un acuerdo previo, ya que la

administración corresponde a todos conjuntamente (la estructura es propia de una

sociedad personalista, menos compleja que las de las sociedades capitalistas).

En esta actividad de administración, los socios administradores (estamos obviando

el caso de que dichos administradores sean ajenos a la sociedad, algo posible pero que

no nos interesa en este momento172) deben contar con todas las facultades necesarias

170 La condición de administrador conlleva la facultad de oponerse a las decisiones de los demás

administradores, algo de lo que carece el socio no administrador. No es necesario acuerdo tácito de los

coadministradores, ni siquiera que éstos conozcan previamente las iniciativas de cada uno de los otros. 171 En este sentido, PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1693 CC, dentro de “Comentarios al Código

Civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1462. 172 Se muestra en contra de esta posibilidad la doctrina mayoritaria, según APARICIO CARRILLO, que

cita reflexiones de GIRÓN TENA y LACRUZ (APARICIO CARRILLO, E. J.: “Reflexiones sobre la

posibilidad de que las sociedades civiles sean objeto de inscripción en el registro mercantil”, en

“Homenaje al Profesor Bernardo Moreno Quesada”, vol. I, Universidades de Almería, Granada y Jaén,

Almería, 2000, p. 173). Expone cómo entienden estos autores que dicho nombramiento “desnaturaliza la

administración social e incluso la propia figura de la sociedad civil como sociedad personalista”, y rebate

posteriormente dicha idea.

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para promover la consecución del fin social173. Este dato será del mayor interés

especialmente en las sociedades desprovistas de personalidad jurídica, ya que el socio

que actúa en el mercado lo hace en su propio nombre y, para ello, debe estar legitimado

contractualmente del modo organizativo establecido, y permitírsele operar con

posibilidad de gestionar el patrimonio aportado174.

A este derecho debe unirse la denominada actio pro socio, entendida como el

derecho de todo socio a exigir de los demás consocios el cumplimiento de sus

obligaciones, ejercitando en su propio nombre frente a la sociedad la acción dirigida a

tal fin, así como la información oportuna en cada momento. Estos derechos se

configuran legalmente, pero pueden completarse con otros pactados por dichas partes.

Pensemos que en el caso de las sociedades sin personalidad jurídica pueden ser

especialmente relevantes en lo que toca a la actuación del socio que contrata frente a

terceros, así como en lo relativo al régimen de disposición de los bienes en comunidad y

oponibilidad a dicha actividad por parte de los otros socios que no contratan con

terceros, cuestiones todas ellas que se estudiarán en su momento.

Por lo tanto, sin perjuicio de que ahora estemos hablando de derechos de los socios,

parece evidente la necesidad, dentro de la estructura organizativa social, de un órgano

de administración que gestione los intereses de la sociedad, bien sea cubierto por los

socios, como estamos comprobando, bien por un profesional ajeno a la sociedad.

Aunque dada la envergadura de la sociedad civil, menor que en las mercantiles por

norma general, el caso más típico es precisamente aquél en el que sean los propios

socios los que se dediquen a ello, sobre todo en las sociedades sin personalidad jurídica.

173 Para profundizar en la administración de la sociedad, de modo incisivo, vid. PAZ-ARES, C.:

comentario al artículo 1692 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil”, Tomo II, Secretaría General

Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, pp. 1448-1461.

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Las obligaciones de los socios comienzan con la más importante, que es la de

aportar, bienes corporales o incorporales, dinero o industria (artículos 1681 a 1683 CC),

obligación continuada de contribuir a la consecución del fin social. Además, existe un

deber de fidelidad, que implica una obligación de no competencia (artículos 1683 y

1684 CC), y un deber de administrar la sociedad.

Si pasamos de la necesidad de regulación de los derechos y obligaciones de los

socios a otras cuestiones de configuración relevantes, hay que indicar que en lo que toca

a la administración y representación de la sociedad, ya hemos repasado desde otra

óptica esta cuestión. Hemos visto cómo los artículos 1692 a 1695 CC exponen

confusamente la regulación de la materia: si nada estipularon las partes al respecto,

todos los socios se consideran administradores (artículo 1695.1 CC), y ejercitarán dicha

labor de forma solidaria o separada (artículos 1693 y 1695.1 CC). Ciertamente, existe

un derecho de oposición reconocido a cada administrador, para cuyo efectivo ejercicio

se reconoce a cargo de quien realice el acto de gestión un deber de información a los

restantes administradores. Pese a la existencia de este sistema, las partes pueden

configurar su sistema de administración convencionalmente, como se desprende del

propio artículo 1695 CC175, y puede estipularse un sistema de administración conjunta,

según se desprende del artículo 1694 CC, de administración separada, contemplada en

el artículo 1693, o de administrador único, bien un socio, bien un tercero (ya que en el

CC no existe prohibición de nombrarlo, como hemos comprobado). No incidiremos más

en esta cuestión, ya que anteriormente hemos hecho mayor hincapié en la misma.

174 Si existe persona jurídica el administrador tiene esa capacidad para actuar operando con el patrimonio

de la persona jurídica, pero en el caso de que no exista ente, no resultaba tan claro doctrinalmente. 175 Destaca una serie de reglas operativas, al señalar su aplicabilidad “cuando no se haya estipulado el

modo de administrar”.

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Repasados los derechos y obligaciones de los socios, cabe destacar la necesidad de

diseñar una estructura organizativa para la sociedad. Antes hemos indicado cómo debía

determinarse la existencia de un órgano de administración en todo caso. Es necesaria

además la existencia de un órgano plenario, asambleario, que se reúna con la intención

de que todos los socios puedan seguir el correcto funcionamiento de la sociedad en su

desarrollo vital y se adopten las decisiones necesarias que no puedan adoptarse por el

órgano de administración, por exceder de sus competencias de gestión. Además, es

necesario para fiscalizar la actividad del órgano de administración, para que los socios

no administradores puedan intervenir en el correcto devenir del grupo. Por tanto, este

órgano es necesario exista persona jurídica o no exista. Este diseño orgánico interno

debe realizarse en todo caso, para que la vida social se desarrolle adecuadamente

conforme a unos cauces estructurales reglados.

Esa sociedad, además, requiere un órgano de representación de la misma para actuar

en el mercado, y ello debe diseñarse en la parte organizativa del pacto configurador. En

el caso de que exista persona jurídica, el actuante opera en nombre de dicho ente y es el

ente el que actúa, conforme a criterios generales de representación orgánica, según se

entiende generalmente sin mayores controversias. En el caso de que no exista persona

jurídica no deja generalmente de existir esa necesidad de mantener relaciones con

terceros a la sociedad, y alguno o todos los socios (o un tercero que actúe

profesionalmente), se encargará de gestionar dicho interés operando en su propio

nombre en el mercado, pues no existe ente que opere como tal. No estaremos

técnicamente ante un caso de representación, sino de gestión de intereses comunes. Pero

es fundamental tener bien claro que en cada caso la organización será diferente, según

que del contrato de sociedad se derive el nacimiento de una persona jurídica o no.

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Por último, si existe persona jurídica, se diseña un sistema de responsabilidad por

las deudas sociales que implicará que la sociedad responda de sus deudas como ente.

Pese a la existencia de persona jurídica y de patrimonio perteneciente a la misma con el

que responde de las obligaciones, los socios responden también por deudas ajenas: la

responsabilidad de los socios, según se desprende del artículo 1698 CC, es personal,

ilimitada, mancomunada y subsidiaria176. Se comprueba que la separación entre la

persona jurídica y los socios no es total. Sin embargo, conforme al artículo 1699 CC, los

acreedores de la sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes

sociales. Por tanto, sí existe esa preferencia respecto del patrimonio social. En todo

caso, es posible que el régimen de responsabilidad se modifique convencionalmente.

Si no existiera personalidad jurídica, el sistema de responsabilidad cambia, no puede

ser idéntico al caso de que sí exista persona jurídica. Como será objeto importante de

nuestra investigación, lo obviaremos en este momento y remitimos para su estudio a

capítulos posteriores, pero debemos destacar ya el dato en sí.

En conclusión, una vez realizado este repaso, sin ánimo exhaustivo, de las distintas

cuestiones tratadas, concluimos que toda sociedad tendrá necesidad de organizar su

estructura interna, goce o no de personalidad jurídica: estructura una serie de órganos de

funcionamiento, un régimen de responsabilidad y una serie de derechos y obligaciones

de los socios. Todo ello se puede comprobar fácilmente siendo consciente de que toda la

regulación antes repasada estaba orientada hacia sociedades sin personalidad jurídica,

pues procede en bloque del título primero del Anteproyecto de 1888, antes citado. Con

posterioridad se introducirá el artículo 1669 CC, que modificará radicalmente la

orientación y reconocerá la personalidad jurídica a toda sociedad como criterio general

del modo en que estudiaremos, y estos preceptos, pensados para sociedades sin

176 Señala que “Los socios no quedan obligados solidariamente respecto de las deudas de la sociedad; y

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personalidad jurídica, pasarán a regular fundamentalmente, en el CC, sociedades

dotadas de personalidad jurídica. Si la sociedad goza de personalidad jurídica actuará

como ente en el mercado, mientras que si no goza de la misma ello no ocurrirá, pero

sigue existiendo esa necesidad de organización (actuará en el mercado como indica el

artículo 1669). Únicamente ocurre que el modo de funcionamiento de esa estructura

organizativa y la propia estructura serán diferentes en cada caso, siendo más complejo

en el supuesto de personificación, y si no existe persona, lógicamente no es necesaria

esa organización también orientada hacia la actuación del ente en el mercado.

Pero con independencia de todo ello, la necesidad de organización existe en todo

momento: la necesidad de repartir beneficios, de asumir proporcionalmente cargas, de

organizar el órgano administrativo y plenario, de regular el modo de transmisión de las

posiciones jurídicas, de actuar en el mercado en su caso, etc., exige esa regulación.

2.2. La personalidad jurídica: su utilidad para la sociedad civil

La sociedad civil, por tanto, cuenta con una estructura interna, con unos órganos de

gestión y tendrá una serie de relaciones con terceros, goce o no de personalidad jurídica,

aunque en cada caso será diferente. Pero en el CC se configura como persona jurídica

como norma general, y puede parecer al lector que la personalidad jurídica en la

sociedad civil sea algo consustancial al contrato y ha sido siempre así.

Sin embargo, esa vinculación de la personalidad jurídica con el contrato de sociedad

civil es relativamente novedosa en los ordenamientos jurídicos europeos, pues la

influencia romana se dejará sentir en los Códigos civiles del siglo XIX177 y, por tanto,

ninguno puede obligar a los otros por un acto personal, si no le han conferido poder para ello”. 177 De hecho, los códigos civiles francés, italiano y portugués en ningún momento reconocen

expresamente la personalidad jurídica de la sociedad civil, ni parece que quepa deducirlo de su articulado,

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no debemos asociar mecánicamente la sociedad civil con el disfrute de personalidad

jurídica como si fuesen realidades indisociables. Que tengamos una persona jurídica

exige, obviamente, la existencia de una serie de órganos que permitan una adecuada

vida social, tales como órgano de administración, de representación, asambleario, etc., y

además una estructura para actuar frente a terceros como ente

En este apartado pretendemos dejar constancia del dato y comenzar a estudiar a la

sociedad civil como persona jurídica en general, valorando la influencia del

reconocimiento de personalidad a la sociedad civil, cómo ello implica otra forma de

estructurar la sociedad y cómo estamos ante un nuevo paso en lo tocante a la vertiente

organizativa de la sociedad civil, pues debemos atender a problemas diferentes. Esto nos

será necesario para, en el próximo capítulo, entender adecuadamente cómo es la persona

jurídica “sociedad civil” y, dando un nuevo paso, qué ocurre cuando exista una sociedad

desprovista de personalidad jurídica, objeto de nuestra investigación.

El artículo 1669 CC es, de entrada, bien claro: “No tendrán personalidad jurídica...”.

Es incuestionable que se quiere hacer gran hincapié en este dato, pues comienza

enfatizándolo sobre cualquier otra consecuencia que posteriormente pudiese extraerse.

La sociedad sin personalidad es algo excepcional, pero existente. Ya hemos deslindado

el contrato de sociedad civil de la existencia de persona jurídica, pese a que hoy será la

consecuencia más frecuente de la perfección del contrato de sociedad civil. Cuando

repasemos históricamente esta cuestión sabremos que no siempre fue así. Por tanto, no

es esencial para la sociedad gozar de personalidad jurídica, sino que la sociedad civil

puede estar dotada de ella o no, sin que ello afecte a su naturaleza societaria.

como estudiaremos. Únicamente dará el paso hacia ello el texto francés y en 1978, después de más de

siglo y medio de problemas con la cuestión y de corrección jurisprudencial de los defectos legales. Los

nuevos textos italiano y portugués, de 1942 y 1966, respectivamente, no lo harán, pese a la sustitución

italiana de la società civile por la società semplice.

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Si la sociedad civil goza de personalidad jurídica, supuesto general (pues el artículo

1669 CC es la excepción), existirá además como entidad, como organización, para

actuar como tal en el mercado, y ello simplificará su relación con los terceros178. Pero

gozar de ella no es imprescindible, como hemos comprobado, para que estemos ante un

contrato de sociedad civil, y el artículo 1669 es buena prueba de ello.

En este apartado vamos a repasar, de entrada, aquellas atributos que se derivan del

disfrute de personalidad jurídica y que serán bastante importantes para esos terceros que

tienen contacto con la sociedad: son determinadas características predicables de las

sociedades civiles de modo general que no lo pueden ser de las sociedades encuadradas

dentro del artículo 1669 CC, precisamente porque el mismo les niega esa personalidad

jurídica que es un atributo natural de toda sociedad civil que no caiga bajo la órbita del

artículo 1669. Estas consecuencias se deducen del hecho de que de toda personalidad

jurídica se derivarán una serie de datos de necesaria concurrencia, tales como la

existencia de una entidad diferente de las personas físicas que la componen, reconocida

además de alguna forma por el legislador, apta para ser titular de derechos y

obligaciones y que debe poder ser identificada mediante un nombre concreto y actuar en

el mercado como tal ente. Todo ello exigirá, además, la existencia de una organización

interna y externa que permita el correcto desarrollo de la vida social. Sin embargo,

existirán otras circunstancias que no serán idénticas en toda persona jurídica, como

veremos (forma de reconocimiento, situación jurídica de sus miembros, etc.)179.

178 En este sentido, BEZARD, P.: “Sociétés civiles. Contrat de société,...”, cit., núm. 253, p. 113. 179 En parecidos términos se expresó SIMONART, V.: “La personnalité morale en Droit Privé Comparé.

L’unité du concept et ses applications pratiques –Allemagne, Angleterre, Belgique, Etats-Unis, France,

Italie, Pays-Bas et Suisse”, Ed. Bruylant, Bruxelles, 1995, núms. 514-523, pp. 451-454.

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Y existen, por otra parte, comentarios no tan contundentes sobre la utilidad de dicha

personificación de la sociedad civil180, pese a sus consecuencias (la personalidad

independiente que implica181, tan relevante procesal182 y sustantivamente183).

Todas estas consecuencias de las que hablamos producen una dificultad respecto de

la organización de la sociedad civil, y pueden reconducirse a una general, de la que se

derivará el resto de consecuencias menores: al existir persona jurídica, existirá persona

diferenciada de las personas físicas de los socios, que debe poder actuar en el mercado

como tal ente con todo lo que ello conlleva esa autonomía en lo referente a capacidad,

domicilio, nacionalidad, patrimonio, etc. En este sentido, es útil el artículo 38 CC,

cuando señala en su primer párrafo que “las personas jurídicas pueden adquirir y poseer

bienes de todas las clases, así como contraer obligaciones y ejercitar acciones civiles o

criminales, conforme a las leyes y reglas de su constitución”. Estamos ante la

personalidad jurídica básica, la que se describe en este artículo, muy útil para nosotros

180 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 380-382. Estima el profesor

CAPILLA que en muy buena medida, con las normas del Código civil español en la mano, resulta

innecesario acudir a idea alguna de personificación de la sociedad para obtener los resultados prácticos

que mediante la misma se intentaban explicar y justificar. Inmediatamente después de realizar los

comentarios citados, reflexiona sobre “la degradación del concepto de persona jurídica” (“La sociedad

civil”, cit., pp. 382-386), algo que ya había estudiado en su día FEDERICO DE CASTRO. 181 En este sentido, va algo más allá FERRI al estudiar el caso en la sociedad anónima, en reflexiones

perfectamente trasladables al caso de nuestra sociedad civil, y llega a indicar que la personalidad jurídica

pretende resolver principalmente el problema de la creación de los aparatos y de las posiciones de las

normas que deben presidir el funcionamiento para que la acción unitaria del grupo pueda realizarse

ordinariamente (FERRI, G.: “Le società”, dentro de Trattato di Diritto Civile Italiano, vol. X, tomo III,

UTET, Torino, 1985, p. 521). Desde nuestro punto de vista, la cuestión del funcionamiento no se resuelve

realmente con la adquisición de personalidad jurídica, sino con una adecuada redacción estatutaria, pero

es innegable que la adquisición de la personalidad jurídica implica una buena dosis de unidad y seguridad

jurídica para la sociedad. 182 A la hora de entablar pleitos contra la sociedad, por ejemplo. 183 Por ejemplo, y por citar cierto aspecto especialmente relevante en la práctica, respecto de la

vinculación del patrimonio social a las responsabilidades nacidas de las actividades constitutivas del

objeto social.

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porque será la que disfrute la sociedad civil (en su momento nos ocuparemos de la

distinción entre personalidad jurídica básica y plena).

La primera gran consecuencia de la existencia de persona jurídica es la de que,

obviamente, al existir como tal persona, debe pregonarse de ella su derecho a gozar de

una denominación concreta y la capacidad jurídica autónoma de la que disfruta

como ente separado. Esta personalidad es reconocida de modo general en el artículo 37

CC184 y completada en el artículo 38 CC citado (pese a que operen personas físicas por

ella, será la persona jurídica la que actúe, obviamente185), donde se recoge el contenido

de la personalidad jurídica mínima de la que puede gozar una persona jurídica para

celebrar negocios, para responder por los actos de que deba hacerlo, etc.186.

Consecuencia de ello será que, para actuar de modo externo, puede hacerlo como tal

sociedad, ya que existe como ente. No actúa la persona tal, socio de la sociedad que sea,

sino que actúa la propia sociedad mediante persona habilitada para ello, y gracias a la

organización estructural interna que le permite hacerlo (órgano plenario, órgano de

administración orientado a serlo también de representación, etc.)187. Esto tiene, además,

su vertiente procesal: por propia esencia, puede comparecer en juicio por medio de

184 En este sentido, SSTS 16-3-1920 y 5-11-1959 (M. A. 4711), que alude a la capacidad plena y general

de la sociedad. También RDGRN 16-10-1964 (M. A. 4500) y 2-2-1966 (M. A. 1398). 185 Tal y como se refleja en las SSTS 1-5-1945 (M. A. 574), 21-3-1946 (M. A. 272), 30-12-1975 (M. A.

4844) y 2-6-1992 (M. A. 4989) 186 Un grado mayor de subjetividad se derivará de la oportuna inscripción en el registro de que se trate,

como ocurre con las sociedades mercantiles en general, y muy especialmente en el caso de las sociedades

limitadas y anónimas, donde se limita la responsabilidad de los socios integrantes de la misma. 187 Obviamente, no en todo caso le interesará actuar como ente, y puede decidir actuar en determinado

negocio o determinados negocios mediante un representante indirecto. Pero esta cuestión de táctica

empresarial no empaña el anterior comentario general.

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administradores de dicha sociedad, pues goza de capacidad procesal, además de gozar

de legitimación pasiva como ente colectivo188.

Conexa es la potestad auto-organizadora de la sociedad: si existe persona jurídica,

podrá hablarse de potestad auto-organizadora de la misma, pues los socios podrán

organizar sus intereses del modo ya expuesto anteriormente, valiéndose además de la

creación de una persona jurídica.

En segundo lugar, las personas jurídicas tienen necesidad de disponer de un

domicilio, como las personas físicas, para tener una localización espacial, y poder

ejercer allí sus derechos y cumplir sus obligaciones, extrajudicial y judicialmente189. En

el caso de las sociedades civiles, el domicilio será el fijado en el contrato estatutario190,

188 Nuestras normas procesales permiten en algún caso esa legitimación de entes que no son personas

jurídicas, pero debe reconocerse expresamente en cada caso concreto, pues a estos entes no les

corresponde, por propia naturaleza. Así, el artículo 6.1.5 de la LEC indica que “podrán ser parte en los

procesos ante los tribunales civiles (...). 5º. Las entidades sin personalidad jurídica a las que la ley

reconozca capacidad para ser parte” (pensemos, por ejemplo, en las comunidades de propietarios en

régimen de propiedad horizontal). Y el artículo 6.2, tras la enumeración rigurosa del apartado 1, añade

que “sin perjuicio de la responsabilidad que, conforme a la ley, pueda corresponder a los gestores o a los

partícipes, podrán ser demandados, en todo caso, las entidades que, no habiendo cumplido los requisitos

legalmente establecidos para constituirse en personas jurídicas, estén formados por una pluralidad de

elementos personales y patrimoniales puestos al servicio de un fin determinado”. Por lo tanto, “la LEC

rompe la dualidad y la correlación absoluta entre personalidad jurídica y capacidad para ser parte” (DE

LA OLIVA, A. y DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I.: “Derecho Procesal Civil. El proceso de declaración”,

Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, S.A., Madrid, 2001, p. 117). De aquí, como estudiaremos en su

momento, la doctrina procesalista ha deducido la capacidad procesal de la sociedad irregular para ser

demandada, pero siempre hay que tener en cuenta que ello se debe a la expresa concesión legal de la

misma, pues en circunstancias generales ello no podría ser así, por ir contra la naturaleza de la cuestión. 189 Este lugar será tomado en consideración para determinar en su caso la competencia judicial, pues

estamos, realmente, ante la “sede jurídica” de esa persona. No se puede negar tampoco que cumple una

función de policía y control. 190 Ya la STS (Sala 3ª) 4-6-1883 indicaba que el domicilio es el fijado en la escritura de sociedad o

estatutos por los que se rija, sin que se alterase este dato por la apertura de una sucursal en otro punto.

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debe tener conexión real con los intereses de esa sociedad191 y se determinará en último

término conforme señala el artículo 41 CC.

El domicilio es imprescindible para localizar espacialmente las relaciones jurídicas

imputadas a la persona jurídica (determinación del lugar de cumplimiento de

obligaciones o de la competencia territorial de los órganos judiciales ante los que

plantear los pleitos surgidos en el desenvolvimiento de sus relaciones, por ejemplo)192.

En tercer lugar, debe reconocerse una nacionalidad al grupo asociativo (para

expresar el vínculo que une a una persona con un Estado determinado, integrando al

mismo dentro de su comunidad nacional). No es baladí el tema, pues, tal y como

dispone el artículo 9.11 CC, “la ley personal correspondiente a las personas jurídicas es

la determinada por su nacionalidad, y regirá en todo lo relativo a capacidad,

constitución, representación, funcionamiento, transformación, disolución y extinción”.

En el ámbito civil, el artículo 28 CC señala que “las corporaciones, fundaciones y

asociaciones, reconocidas por la ley y domiciliadas en España, gozarán de la

nacionalidad española, siempre que tengan el concepto de personas jurídicas con arreglo

a las disposiciones del presente Código”. Domicilio en España y reconocimiento de su

personalidad conforme a nuestra Ley, son los criterios a tener en cuenta a la hora de

atribuir la personalidad, obviando otros posibles que en su día barajó la doctrina

(nacionalidad de los miembros o de su mayoría, lugar de fundación, etc.193).

191 Debe vincularse a la “localización de la gestión del fin común”, según indica PAZ-ARES, C.:

comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentario del CC”, Tomo II, Secretaría General Técnica del

Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1365. 192 CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica: funciones y disfunciones”, Ed. Tecnos, Madrid,

1984, pp. 80-81. 193 Sobre esta cuestión ofrece una reflexión bastante contrastada SERICK, R.: “Apariencia y realidad en

las sociedades mercantiles. El abuso de derecho por medio de la persona jurídica”, Ediciones Ariel,

Barcelona, 1958, pp. 154-165.

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Por último, debemos aludir a la existencia de un patrimonio propio de la persona

jurídica, diferenciado de los patrimonios de las personas físicas socias de la misma, que

sirve para el cumplimiento de sus fines, para soportar sus deudas y responsabilidades

con independencia del patrimonio de sus socios194. Es frecuente que personalidad

jurídica y creación de patrimonio propio vayan unidos, pues la existencia de dicho

patrimonio será beneficioso para el correcto desarrollo de la vida social. Además, ese

patrimonio sigue un régimen concreto de gestión y organización unitaria: si existe

patrimonio social, las personas que realizan esas aportaciones dejan de ser propietarias

de las mismas, pues la sociedad pasa a ser propietaria de todo ese caudal patrimonial y

la gestión del mismo corresponde al órgano de administración que se determine.

Se crea así un centro de imputación de relaciones jurídicas diferente de los distintos

centros que conllevan cada socio, con sus relaciones jurídicas concretas: habrá un

ámbito de relaciones jurídicas en torno a la persona jurídica y otro en torno a cada socio.

La existencia de ese patrimonio social implica también la existencia de una

importante garantía para los acreedores sociales, para el cumplimiento de sus

obligaciones (sin que ningún socio pueda pretender compensación alguna por

obligación entre el acreedor social y ese socio).

En consecuencia, como regla general, si no existe persona jurídica no hay

patrimonio social unificado, sino en su caso una serie de bienes destinada a una

finalidad concreta (la labor social) por una serie de personas. Por ello, en puridad

tampoco existirá un patrimonio autónomo diferenciado de los patrimonios de los socios,

sino que únicamente tendremos los patrimonios de los socios, y dentro de los mismos,

ciertos bienes destinados a una finalidad desde el punto de vista obligacional.

194 Aunque el ordenamiento pueda afectar también el patrimonio de las personas físicas integrantes en

algún caso, como precisamente en el de los socios de la sociedad civil, donde la situación es algo peculiar,

derivada del carácter imperfecto predicable de esta concreta persona jurídica.

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Ocurrirá así salvo que expresamente la ley fije una autonomía patrimonial,

estableciendo la existencia de un patrimonio social pese a no existir persona jurídica

(implica cierta subjetividad, es innegable). Al estar ante una ficción (la sociedad, que no

es persona, es como si lo fuese a efectos de patrimonio social), debe fijarse por la ley

(ello es la base de la crítica de DÍEZ-PICAZO a la STS 5-4-1956195).

En Italia se aprecia claramente en el vigente Codice en el caso de la società

semplice196, y en nuestro país ello se realizó en el Proyecto de 1851, pero de modo un

tanto especial, como estudiaremos: pese a que no se configuró claramente la sociedad

civil como persona jurídica, GARCÍA GOYENA entendió que lo era y, como tal, debía

existir un patrimonio particular de esa sociedad, como se deduce del artículo 1594197.

Por ello, se configuraba una autonomía patrimonial basándose en la configuración de la

sociedad como persona jurídica, algo en cierto modo discutible, pero no descabellado.

En el Anteproyecto de 1882-1888, por ejemplo, se determina claramente cómo una

sociedad civil que no es persona jurídica goza de autonomía patrimonial, en el antes

195 Recogida por DÍEZ-PICAZO, L.: “Estudios sobre la jurisprudencia civil”, volumen I, Ed. Tecnos,

Madrid, 1979, núm. 36, pp. 99-102. Esta sentencia basaba la presencia de una persona jurídica en el dato

de que funcionaba con autonomía económica y personalidad propia, y había sido reconocida como tal

persona porque el litigante le había reclamado a ella el pago, reconociéndole dicha personalidad. DÍEZ-

PICAZO critica bastante esta idea, y señala que la personalidad jurídica se adquiere cuando la ley la

concede, no cuando terceros reconocen al grupo como persona, como parece deducirse de esta Sentencia

del TS. Algunas ideas que estudiaremos a continuación ya están presentes aquí (modo de adquirir la

personalidad jurídica, función de la misma, publicidad en el mercado como persona jurídica, etc.). 196 En el Codice no se personifica a la società semplice, pero pese a ello el artículo 2267 se expresa en

estos términos: “I creditori della società possono far valere i loro diritti sul patrimonio sociale...”. 197 Este precepto, literalmente, se expresa en estos términos: “Los acreedores de la sociedad son

preferibles a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales. Pero, sin perjuicio de este privilegio,

los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el embargo y remate de la parte de este en el fondo

social; en cuyo caso habrá lugar a la disolución de la sociedad, y el socio que la ocasione responderá de

los daños y perjuicios, si se verificase en tiempo oportuno”.

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citado artículo 37, encuadrado en el Título Primero198. Estamos, por tanto, ante un grupo

que no ve reconocida su personalidad jurídica, pero que goza de autonomía patrimonial,

pues se le reconoce expresamente199 (y en el caso de la sociedad dotada de personalidad

jurídica, la separación patrimonial es total, como se desprende del citado artículo 51200).

Sin embargo, no debe entenderse en todo caso personalidad jurídica como sinónimo

de autonomía patrimonial equivalente a responsabilidad limitada de los socios201.

Debemos distinguir, como expondremos a continuación, a las personas jurídicas

imperfectas de las perfectas, que se diferencian en la existencia o no de comunicación

patrimonial entre el patrimonio de los socios y el de la sociedad a la hora de responder

de las deudas sociales. No todas las personas jurídicas gozan de la misma estructura. En

el caso de la sociedad civil, esa autonomía patrimonial no sólo no es tan perfecta como

en otros tipos (sociedades anónimas o de responsabilidad limitada), sino que estamos

ante una persona jurídica que, pese a ello, goza de una ínfima autonomía patrimonial202.

198 “Los acreedores de la sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales.

Pero, sin perjuicio de este privilegio, los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el embargo y

remate de la parte de éste en el fondo social; en cuyo caso habrá lugar a la disolución de la sociedad, y el

socio que la ocasione, responderá de los daños y perjuicios, si se verificase en tiempo inoportuno”. 199 Algo parecido ocurre con la società semplice del vigente Codice italiano de 1942, así como en la

partnership anglosajona, caso que obviaremos por ser algo ajeno a nuestra tradición jurídica. En el caso

italiano, no se reconocía a dicha società personalidad jurídica, pero sí que se le reconoce esa autonomía

patrimonial: el artículo 2267, bajo el epígrafe “Responsabilità per le obbligazioni sociali”, señala

expresamente que “I creditori della società possono far valere i loro diritti sul patrimonio sociale”. 200 “Los acreedores de la sociedad carecen de acción contra los socios en particular, y sólo pueden

reclamar contra la misma y cobrarse del fondo social”. 201 En Derecho alemán, tan rico en figuras asociativas, la atribución de personalidad significa, como

aclaró claramente WIEACKER, independencia jurídica de la organización, especialmente frente a sus

miembros (vid., por todos, REUTER, D.: “Münchener Kommentar BGB”, Allgemeiner Teil, & & 1-240,

München, 1978, p. 204, y JAEVRNIG, en JAVERNIG-SCHLECHTRIEM-STÜRNER-TEICHMANN-

VOLKOMMER: “BGB. Bürgelliches Gesetzbuch”, München, 1990, p. 5). 202 En expresión literal de CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica...”, cit., p. 131.

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Al hilo de esta reflexión debemos tener clara la diferenciación, expuesta por cierta

doctrina, entre personalidad jurídica básica y personalidad jurídica plena203. En esta

distinción han incidido principalmente autores como GIRÓN TENA204 y PAZ-ARES205,

aunque otros autores, posteriormente, la han asumido206. Aluden en la exposición de

esta tesis a la existencia de un grado elemental o mínimo de persona jurídica, un

concepto básico, junto a una personalidad jurídica plena. El contenido de la

personalidad jurídica básica es más reducido que el de la plena personalidad, es fruto

del propio pacto entre las partes y se describe en el artículo 38.I CC, cuando indica que

“Las personas jurídicas pueden adquirir y poseer bienes de todas clases, así como

contraer obligaciones y ejercitar acciones civiles o criminales, conforme a las leyes y

reglas de su constitución”. Legalmente se reconoce a los supuestos societarios más

simples: sociedades de estructura personalista como la sociedad civil, “siempre que por

voluntad de sus miembros o por disposición legal hayan sido configuradas como

sociedades externas”207, junto a sociedades de capital en formación e “irregulares”.

En contraste con este grado de personificación, el grado pleno se predica de los

supuestos más complejos de sociedad, e implica la plena sustantivización del sujeto

creado respecto de los miembros. Se caracteriza principalmente por la existencia de un

patrimonio totalmente separado de los patrimonios de los componentes del grupo, y su

203 Obviamente, el escalón previo a estas categorías sería la ausencia de personificación. Pero lo

obviaremos aquí, pues ya estamos aludiendo a personas jurídicas. 204 GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., pp. 164-176. 205 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit., pp. 1354-1362. 206 Recoge estos datos EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La personalidad jurídica de la sociedad civil (A

propósito de la resolución de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 31 de marzo de

1997)”, La Ley, 1997-6, núm. VII, pp. 1720-1721. Recopila las reflexiones más importantes de los

distintos autores EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, Ed. Civitas, Madrid, 2001, pp. 79-

85. Respecto de los autores, nota 98, p. 80, donde cita, junto a DE CASTRO, PAZ-ARES, PANTALEÓN

PRIETO y él mismo, a SÁNCHEZ CALERO, ALONSO LEDESMA y ALONSO UREBA. 207 EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 80.

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disfrute suele vincularse a la previa inscripción del grupo en un registro. Ello conlleva

que todo descanse en la organización plenamente independizada de los miembros. Es el

caso, por ejemplo, de las asociaciones, de las sociedades anónimas o de las sociedades

de responsabilidad limitada, por citar los ejemplos más relevantes económicamente208.

Es interesante la diferenciación pues reconduce al campo conocido de la

personalidad jurídica situaciones que de otra forma deberían ser resueltas de modo

menos armónico con nuestro ordenamiento (regulaciones parciales, etc.). Pero esta

diferenciación citada no es óbice para que dichos grupos que después de la inscripción

disfrutan de una personalidad plena, no gozasen previamente de ese grado menor de

personificación, derivado del propio pacto, que les otorgaba la capacidad para actuar en

el mercado como ente, aunque no existiese esa separación patrimonial total.

Precisamente la diferenciación citada surge básicamente como oposición a la teoría

clásica que negaba personalidad jurídica a las sociedades mercantiles antes de la

inscripción registral y que era fruto de importantes problemas. La concepción expuesta,

posteriormente va a ser de gran interés, pues una de las más relevantes teorías acerca de

la personificación de las sociedades, la teoría estructuralista, se verá imbuida de ella209.

208 Aunque no se pueda situar en el mismo nivel a las asociaciones y a las sociedades mercantiles citadas,

pues mientras en el caso de las asociaciones, la inscripción registral tiene el efecto de nacimiento del

patrimonio social propio y su eficacia frente a terceros (artículos 5, 10 y 15 LODA), en las sociedades

mercantiles citadas estamos ante un requisito constitutivo para alcanzar su plena personalidad jurídica. 209 Esto ya fue apuntado por COSSÍO, quien señalaba expresamente que “En cierto modo, por tanto,

depende de la voluntad de los socios el dotar a la entidad de una personalidad independiente y unitaria.

Decimos en cierto modo porque tal actividad creadora se halla sometida a determinados límites, de una

parte, porque si la finalidad perseguida es inmoral o ilícita, o el contrato celebrado adolece de nulidad, por

cualquier causa, la sociedad carecerá de personalidad jurídica, aunque pudiera tenerla <<aparente>>

frente a los terceros de buena fe que desconocieren la existencia del defecto y contrataren con ella, y de

otra, que cuando se persigue una finalidad que no es de carácter lucrativo, no bastará el contrato para dar

nacimiento a la persona jurídica, sino que será preciso, además, dar cumplimiento a los requisitos a tal

efecto exigidos por la Ley de Asociaciones” (COSSÍO, A. DE: “Instituciones de Derecho Civil, 1. Parte

general. Derecho de Obligaciones”, Ed. Alianza Universidad, Madrid, 1975, pp. 431-432).

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Una vez analizada esta diferenciación, debemos realizar otra distinción conexa a la

misma, que es de alguna forma otro enfoque para entender la distinción: la diferencia

existente entre personas jurídicas perfectas y personas jurídicas imperfectas.

Descrita magistralmente por DE CASTRO210, indicaba que las personas jurídicas

perfectas “gozan de vida independiente, hay separación completa de su patrimonio, no

están afectadas por el cambio o estado de sus miembros”, mientras que las imperfectas

“son asimiladas a las personas para expresar que tienen algunas de las prerrogativas de

las anteriores”, donde la independencia citada no se plasma pese a existir persona

jurídica. Entre éstas figura la sociedad civil, que no logra independencia completa

respecto de sus socios, ni en su gestión ni en su patrimonio, así como la sociedad

colectiva mercantil. Por otra parte, las dos personas jurídicas perfectas de mayor interés,

las sociedades anónimas y las sociedades de responsabilidad limitada, adquieren “su”

personalidad jurídica tras su inscripción registral, según establecen sus respectivas

leyes. Esto no quiere decir que no gozasen de personalidad jurídica previamente, sino

que su personificación, hasta ese momento, era la básica, derivada exclusivamente del

pacto asociativo y descrita en el artículo 38 CC. Ahora pasan a convertirse en personas

jurídicas perfectas. Esto es claramente confirmable si se acude a la regulación que

establece el legislador mercantil para la sociedad anónima (y limitada) irregular, y se

comprueba que no está desprovista de toda personalidad, sino de la personalidad

jurídica plena. Y ello debe ser así, pese a la doctrina clásica al respecto, porque otra

210 DE CASTRO, F.: “La persona jurídica”, dentro de “La persona jurídica”, cit., pp. 266-274. Estamos,

según SOLÍS VILLA, ante una de las “ideas más fecundas de DE CASTRO (SOLÍS VILLA, I.: “La

teoría de la persona jurídica en la obra de Don Federico de Castro”, Conferencias en homenaje al profesor

Federico de Castro y Bravo”, CER, Madrid, 1997, p. 102), aunque CAPILLA RONCERO matiza esta

terminología (“La persona jurídica...”, cit., p. 106): “Mejor debiera hablarse de “perfección” de grado de

la separación patrimonial consentida por la ley”.

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solución es un grave perjuicio para los terceros que contratan con ella, perjuicio que se

causa en nombre de la protección de los mismos, algo que no deja de ser curioso211.

El legislador decidió que en el caso de la sociedad civil, o de las sociedades

mercantiles personalistas, lo más recomendable era reconocer esa personalidad jurídica,

por los beneficios que ello tenía tanto entre las partes212 como frente a terceros213,

aunque no se convirtiesen en personas jurídicas perfectas, sino imperfectas, pues no

existe una total incomunicación de patrimonios entre el de la sociedad y el de los socios

(en otros países, como Italia o Alemania, no se realizó así y las sociedades personalistas,

pese a gozar de ciertos atributos de personalidad, no eran personas jurídicas)214.

Por ello, es básico tener siempre presente que aludir a la personalidad jurídica no es

mencionar un bloque homogéneo de autorregulación de intereses y un contenido único

y general de derechos, obligaciones y cargas: el hecho de que exista una persona

jurídica no significa que toda persona jurídica deba disfrutar de las mismas

211 Pensemos en que una sociedad mercantil comienza a operar plenamente como tal, ofreciendo una

imagen de persona jurídica frente a los terceros, que confían en dicha imagen, pese a no estar inscrita en

el Registro. La teoría que niega la personalidad jurídica básica a esa sociedad sólo puede perjudicar a los

terceros, ya que le impide reclamar contra ella, al no reconocerle personalidad jurídica, y basta, como se

ha indicado, con poner al frente de sus operaciones a un insolvente para lesionar gravemente la

satisfacción del interés de los terceros que trabaron contacto con el grupo. 212 La personalidad jurídica es fruto de la autonomía de la voluntad de los contratantes: son ellos los que

deciden si quieren crear una persona jurídica o no. 213 La personalidad jurídica facilita la relación en el mercado. 214 Aunque no todo será ventajas, ya que la configuración como sociedad imperfecta no es más que una

decisión del legislador, y puede que los socios pretendan configurar una sociedad típicamente imperfecta

como perfecta y no les resulte posible como criterio general. Por ejemplo, una serie de personas pretende

fundar una sociedad civil con personalidad jurídica pero en la que respondan sólo con lo aportado,

obviando la responsabilidad establecida en el artículo 1698 CC. Para ello deben, en primer lugar, pactarlo

así; en segundo lugar, exponerlo cada vez que celebren contrato con algún tercero y, en tercer lugar, que

éste lo acepte, como veremos. Pero eso no es configurar la sociedad, en abstracto, como perfecta para que

pueda operar como tal en el mercado, sino que es necesario dar publicidad al pacto frente a todo aquel

ante quien se pretende que opere. Es algo en lo que no pensaba el CC, y parece operativo, pero cuya

validez es claramente inter partes.

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características de cualquier otra, como si fuesen todas idénticas215. Por ejemplo, así

como en la sociedad civil o en las sociedades personalistas mercantiles, personas

jurídicas todas, no existe total incomunicabilidad de patrimonios con los de los socios,

en la sociedad anónima inscrita en el Registro sí es así: y todas son personas jurídicas,

tanto las unas como las otras216. No por aludir a una persona jurídica ya hacemos

215 Por ello, no podemos universalizar el comentario de BONELLI, cuando indicaba que “in fondo, il

concetto di personalità coincide con quello di autonomia: autonomia patrimoniale (sostanziale) e

autonomia formale” (BONELLI, G.: “Personalità e comunione”, Riv. Diritto Comm., 1913-I, p. 744). 216 Ello se debe a que estamos ante distintos grados de personalidad jurídica: mientras en el primer caso

estamos ante la personalidad básica, emanada de la voluntad de las partes, en el segundo estamos ante la

plena personalidad jurídica, obtenida tras la inscripción registral de la sociedad.

En la sociedad civil, el artículo 1698 CC señala que “los socios no quedan obligados solidariamente

respecto de las deudas de la sociedad”, mientras que el artículo 1699 CC señala que “los acreedores de la

sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales”. La redacción de este

precepto es anterior al reconocimiento de personalidad jurídica a las sociedades civiles, como sabemos,

pues la separación patrimonial se había logrado sin necesidad de reconocer esa personalidad jurídica (vid.

el razonamiento que realiza al respecto BOLDÓ RODA, C.: “Personalidad jurídica y sociedad en

Derecho español”, en “Estudios en homenaje a la profesora Teresa Puente”, volum. I, Departament de

Dret Civil, Universitat de València, 1996, pp. 165-167). Nos encontramos, en el caso del artículo 1698,

con una responsabilidad personal, ilimitada, subsidiaria (subsidiariedad simple) y mancomunada (incide

en todo ello PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1698 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil”,

Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, pp. 1481-1485).

Por su parte, en la sociedad colectiva los socios también responden por las deudas sociales,

responsabilidad ex lege que se recoge en el artículo 127 C de c (así la califica PAZ-ARES, C.: “La

responsabilidad del socio colectivo”, Cuadernos Civitas, Ed. Civitas, Madrid, 1993, pp. 27-28), y que es

personal, ilimitada, provisional, subsidiaria (subsidiariedad cualificada) y solidaria (vid. PAZ-ARES, C.:

“La responsabilidad del socio colectivo”, cit., pp. 89-121). Señala este artículo expresamente que “todos

los socios que formen la compañía colectiva, sean o no gestores de la misma, estarán obligados personal y

solidariamente con todos sus bienes, a las resultas de las operaciones que se hagan a nombre y por cuenta

de la compañía, bajo la firma de ésta y por persona autorizada para usarla”.

Valórese cómo en ambos casos se pretende que los socios respondan por las deudas de la sociedad

personificada, pero mientras en el caso civil los socios responden mancomunadamente, en el mercantil lo

hacen de modo solidario. Sintoniza esto con la sensibilidad que vincula, de modo genérico, la

mancomunidad con la órbita civil (artículos 1137 y siguientes CC) y la solidaridad con la mercantil. Así,

recordaba CAPILLA RONCERO que con esta disposición del artículo 1698, “...el legislador evita que se

extienda a la sociedad civil un carácter considerado propio solamente de las sociedades mercantiles, como

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mención a un todo idéntico en cualquier caso, sino que es un concepto donde caben

distintas clases, incluso distintos grados217, y en todo caso estamos ante una persona

jurídica, algo posible gracias al concepto tan amplio predicable de la misma218. Tan

extenso es dicho concepto que así evitamos tener que acudir a configuraciones algo

ajenas a nuestra tradición, como la que sostiene que las sociedades personalistas son

comunidades en mano común, por ejemplo219. Pero el concepto de persona jurídica

entendido en este sentido tan extenso no parece incorrecto y evita tener que acudir a

construcciones más discutibles, que no aportan nada sustancialmente diferente y que

pueden ser, además, fuente de controversias, por su encuadre en nuestro sistema.

A la hora de incidir en estas ideas, y al referirnos concretamente a las sociedades,

estamos trabajando con un par de configuraciones no explicadas, que merecen al menos

una breve atención para su total comprensión. Es la existencia de sociedades

personalistas y sociedades capitalistas o, para ser más técnicos, sociedades de

estructura personalista o sociedades contractuales y sociedades de estructura corporativa

o sociedades estatutarias220. Las sociedades personalistas se basan principalmente en

una estrecha vinculación personal entre los miembros de la misma, y por ello dependen

de modo fundamental de la composición efectiva de los mismos. De ahí se deriva que

no sintonice con ellas el cambio de socios, y la entrada y salida de los mismos sea algo

excepcional que requiere el consentimiento de todos. Ello se debe a que esa

es la solidaridad” (CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1697 y 1698 CC, “Comentarios

al Código Civil y Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 556). 217 Sobre ello, vid. EMBID IRUJO, J. M.: “Perfiles, grados y límites de la personalidad jurídica en la ley

de sociedades anónimas”, en “Estudios de Derecho Mercantil en Homenaje al Profesor Manuel Broseta

Pont”, Tomo I, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 1995, pp. 1023-1045. 218 Sobre ello, vid. EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación...”, cit., pp. 86-87. 219 Tal y como explicó EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación...”, cit., pp. 90-94. 220 Una explicación breve pero clarificadora de las mismas se encuentra en EIZAGUIRRE, J. M. DE:

“Derecho de Sociedades”, cit., pp. 26-29.

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modificación implica un cambio esencial del contrato social (ya que los socios lo son,

precisamente, en atención a sus cualidades personales, que hacen que el resto de socios

confíen en ellos, cualidades como moralidad, solvencia, diligencia, conocimientos, etc.).

La condición de sociedad personalista influye en la propia estructura social, debido a la

importancia de cada miembro y a que suelen ser sociedades de menor envergadura

económica que las capitalistas: los socios se suelen encargar de la administración, existe

comunicación entre los patrimonios del grupo y de los miembros (pese a existir

patrimonio social, los socios pueden responder también de las deudas del ente con su

patrimonio particular), la sociedad se extingue por fallecimiento de alguno de ellos y la

personalidad jurídica que alcanzan es la sociedad básica, más adecuada a la

configuración señalada. Son claros ejemplos de sociedades personalistas la sociedad

civil y la sociedad colectiva mercantil, ambas dotadas en nuestro ordenamiento de

personalidad jurídica, personalidad jurídica básica221. La sociedad civil es la sociedad

personalista básica, aunque no debe considerarse modelo para todo tipo de sociedad,

debido precisamente a su carácter personalista222.

En la sociedad capitalista, por su parte, no se concede esa importancia a los

miembros de la misma, y eso inspira el régimen jurídico: no existe esa comunicación

221 AÑOVEROS TRÍAS DE BES ha reflexionado sobre la razón de ser de las sociedades personalistas y

solicita un debate acerca de la conveniencia de su mantenimiento y, en caso de que se considerase

beneficioso dicho mantenimiento, demanda reformas importantes, apuntando propuestas para una

regulación más racional (AÑOVEROS TRÍAS DE BES, X.: “Razón de ser de las sociedades

personalistas”, en “Estudios de Derecho Mercantil. Homenaje al Profesor Justino F. Duque”, vol. I,

Universidad de Valladolid – CajaDuero, Valladolid, 1998, pp. 149-162). 222 No puede pensarse que las causas de extinción de la sociedad civil, por ejemplo, sean de utilidad como

regulación básica para las sociedades anónimas. PAZ-ARES diferenciaba el eje articulado en torno a las

sociedades de estructura personalista, que tiene como tipo básico a la sociedad civil, y el eje articulado en

torno a las sociedades de estructura corporativa, que tiene como tipo básico a la asociación (PAZ-ARES,

C.: comentario al artículo 1665 CC, cit., p. 1300). Es acertado: pese a que la asociación es el género,

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patrimonial antes aludida y el cambio de miembros no es tan excepcional, ya que suele

ser indiferente para la correcta subsistencia del grupo (pensemos en las sociedades

anónimas o de responsabilidad limitada como los grandes ejemplos).

Y estas categorías están conectadas entre ellas: así, las sociedades personalistas

citadas gozan de un grado básico de personalidad, precisamente porque son personas

jurídicas imperfectas, mientras que las sociedades anónimas, después de su inscripción

registral, son personas jurídicas perfectas y gozan de personalidad plena (aunque antes

de ello gocen de personalidad jurídica básica y sean imperfectas, pese a ser capitalistas).

Una vez repasadas las consecuencias de la existencia de personalidad jurídica en una

sociedad y estas diferenciaciones en el seno del grupo de personas jurídicas, debemos

afrontar otros aspectos sobre las mismas, en general, con la intención de aclarar algunas

dudas sobre la persona jurídica que nace de la sociedad civil. Debemos referirnos,

aunque la terminología resulta un tanto reiterativa, a la cuestión de la desmitificación

de la persona jurídica, la puesta de la misma en el lugar que le corresponde223 y

recordar además el carácter heterogéneo que conlleva que no todas sean idénticas224.

Esta cuestión no es nueva, pero tampoco está lo suficientemente tratada como para

soslayarla sin más en nuestra exposición. Existen elementos que se diferencian de una

como veremos, y modelo general, en el caso de las sociedades personalistas es la sociedad civil la que

debe inspirar el sistema. 223 Por citar dos trabajos especialmente relevantes a este respecto, vid. las reflexiones de DE CASTRO

(DE CASTRO, F.: “Formación y deformación del concepto de persona jurídica (Notas preliminares para

el estudio de la persona jurídica”, en “La persona jurídica”, Ed. Civitas, Madrid, 1991, pp. 204-236 y 241-

249) y CAPILLA RONCERO (CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica...”, cit., pp. 62-78). 224 Por ejemplo, en unas las personas físicas integrantes de la misma responden también de las deudas del

ente, mientras que en otras ello no es así. VALENZUELA GARACH, influido por DE CASTRO Y

CAPILLA, llegó a hablar de la existencia de un “mito” de la personalidad jurídica, algo que debe evitarse,

pues como hemos visto, basta una regulación sectorial para no necesitar acudir al expediente jurídico de

la personalidad jurídica con la finalidad de obtener ciertas características de necesario interés

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persona jurídica a otra según su configuración: no todas gozan de idéntica situación

(responsabilidad de los socios por las deudas del grupo, forma de constitución, etc.).

Hemos repasado la serie de consecuencias que se derivan de la existencia de una

persona jurídica. Sin embargo, no todos los atributos de esa nueva persona son de una

importancia idéntica: mientras la existencia de un patrimonio o el goce de una

capacidad concreta son del mayor interés, el tener un domicilio o no en cierto

municipio, o una nacionalidad concreta, no suelen ser tan vitales para el tráfico

económico. Así, el legislador no tiene por qué llegar a reconocer personalidad a un

grupo si no lo estima necesario, para reconocerle algún atributo típico de personalidad.

Podrá parecer más o menos correcto desde el punto de vista dogmático, pero es posible.

Por ejemplo, imaginemos que nuestro legislador no hubiese querido reconocer la

personalidad jurídica a la sociedad civil, como pasaba en los textos de los proyectos

previos (o como ocurrió en Francia, Portugal e Italia, y ocurre en el vigente Codice

italiano con la società semplice). En ese caso, puede que, pese a ello, quisiera conceder

preferencia a los acreedores sociales sobre los bienes que forman la masa social, para lo

cual no es necesario reconocer personalidad jurídica, sino que basta con establecer esa

autonomía patrimonial en el texto legal, tal y como ocurría en nuestro Anteproyecto de

1882-1888 cuando pensaba expresamente en una sociedad sin personalidad jurídica (o

en el derecho italiano con la società semplice). De esa forma resuelve un gran problema

sin necesidad de acudir al expediente de la personalidad jurídica, como ocurre con

ciertos reconocimientos parciales como el de la comunidad de bienes o de la herencia

yacente a efectos tributarios, por ejemplo. Puede reconocerse personalidad jurídica a un

grupo, pero puede que tampoco se estime necesario para resolver las cuestiones a las

que se desea ofrecer una solución. MOLINA NAVARRETE es certero cuando indica

(VALENZUELA GARACH, F.: “Un panorama general del problema de la personalidad jurídica de los

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que “la posibilidad, por tanto, de individualizar un sujeto jurídico diverso de la persona,

ya sea física o jurídica, viene condicionada a la valoración de si la norma o el

ordenamiento en general ha procedido a tomar en consideración un interés impersonal,

colectivo o general”225. Con la sociedad civil, el legislador decidió reconocer esa

personalidad jurídica, aunque no fuese una persona jurídica perfecta.

Si nos adentramos en la discusión sobre la configuración de un patrimonio para

servir a una determinada finalidad, acerca de si puede ser más útil la existencia de una

persona jurídica o de una comunidad de bienes, estamos de hecho insertos en una

cuestión de bastante más calado: estamos estudiando la mejor forma de estructurar la

titularidad colectiva de un patrimonio para servir a una determinada finalidad. Y dentro

de ese amplio campo de posibilidades tenemos distintas opciones, como dividir los

derechos sin crear un sujeto, como haremos en la sociedad interna, o bien unificar los

sujetos, como en la sociedad externa226. Así, nos encontramos con que podemos

configurar ese patrimonio como una masa común, acudiendo a las normas de la

comunidad ordinaria pro indiviso, o bien podemos crear una personalidad jurídica

diferente, que pase a convertirse en titular de ese patrimonio. También puede pensarse

en la llamada comunidad en mano común o comunidad germánica, donde la

fragmentación del derecho no da lugar a derechos autónomos a favor de cada comunero,

sino que se hace con fines instrumentales para determinar el quantum de participación

de cada miembro en la gestión y aprovechamiento de la comunidad. Pensemos en

supuestos tan ricos como puede ser el de la sociedad legal de gananciales, donde no

existe persona jurídica, pero existen deudas a cargo de dicha masa ganancial. En su

entes sociales”, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, 1986, p. 359). 225 MOLINA NAVARRETE, C.: “Persona jurídica y disciplina de los grupos de sociedades”,

Publicaciones del Real Colegio de España de Bolonia, Bolonia, 1995, p. 148. 226 Estudiado muy certeramente por PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669, cit., pp. 1374-1376.

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momento le dedicaremos atención, porque algunas ideas son muy interesantes de cara a

estudiar la situación de la sociedad sin personalidad jurídica. Incluso puede atribuirse la

propiedad a un socio y establecer una serie de obligaciones exigibles por el resto de

socios. Pero existen diferentes formas de configurar el patrimonio social, y el legislador

puede decidir el que estime más oportuno, aunque comunidad de bienes y sociedad civil

no son realidades parangonables que podamos equiparar o comparar (la sociedad civil

nace de un contrato y la comunidad es una situación de hecho).

Otra cuestión de vital importancia es la de la capacidad procesal. Esto puede ser

resuelto sin necesidad de reconocer personalidad al grupo, pero reconociendo capacidad

a estos efectos, como hace la LEC en su artículo 6, del modo que estudiaremos.

Con esta reflexión queremos recordar que la personalidad jurídica es un expediente

que proporciona una unidad al grupo que no lograría de otro modo, y facilita su

actividad de forma importante, pero que no debemos mitificar su importancia, pues con

regulaciones puntuales se consiguen objetivos parciales (incluso totales) que solucionan

los problemas que preocupan al legislador sin reconocer personalidad. Pese a ello, la

personificación de la sociedad civil no sólo nos parece beneficiosa, sino muy necesaria

Por último, conexo además con todo lo expuesto, debemos también deslindar la

personalidad jurídica de la necesidad de publicidad para alcanzarse. El legislador

puede permitir que se constituya una persona jurídica sin que se necesite cumplir

requisito de publicidad alguno, como ocurre en el caso de las asociaciones. Unir

publicidad y personalidad jurídica es una posibilidad, no una necesidad, pero cuanto

más nos orientamos hacia la idea de que la personalidad jurídica puede no ser sino un

fruto de la autonomía de la voluntad, más nos desligamos de la relación entre ambos y

menos importancia se le concede a la publicidad para alcanzar esa personalidad

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jurídica227. Esa unión de publicidad y personalidad jurídica sintonizaba bastante con la

concepción de la concesión de personalidad jurídica como acto de reconocimiento

directo del poder público, que todavía podemos encontrar de modo expreso por ejemplo

en Italia: el artículo 12 del vigente Codice, en su primer párrafo, señala que “las

asociaciones, las fundaciones y las otras instituciones de carácter privado adquieren su

personalidad jurídica mediante el reconocimiento concedido por decreto del Presidente

de la República”228. Esa intervención pública garantiza una publicidad evidente229.

Desde nuestro punto de vista es correcta la idea expuesta de que la personalidad

jurídica en las sociedades y asociaciones no debe orientarse primordialmente hacia el

interés de los terceros al grupo, sino que su principal función es ser útil a las propias

partes, pues además no es más que una emanación de la autonomía de la voluntad de

dichas partes230: goza de personalidad jurídica básica (descrita en el artículo 38 CC)

toda sociedad o asociación donde las partes así lo desean (es parte de la libertad de

asociación231), mientras que si se pretende que se goce de una autonomía plena, ya se

227 En sentido contrario al aquí expuesto, CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica...”, cit., pp.

124-127. Llega a concluir que “en definitiva, la personalidad jurídica de las asociaciones presupone

publicidad”. También BLANQUER UBEROS, defensor de la unión de los requisitos de forma y

publicidad para adquirir la personalidad (BLANQUER UBEROS, R.:”La unificación subjetiva. Notas

sobre la solución adecuada a la concurrencia de una pluralidad de sujetos en la titularidad de relaciones

jurídicas privadas propias de una urbanización”, RDN, núms. 101-102, julio-diciembre 1978, pp. 99-100). 228 Indica que “Le associazioni, le fondazioni e le altre istituzioni di carattere privato acquistano la

personalità giuridica mediante il riconoscimento concesso con decreto del Presidente della Repubblica”. 229 Esta concepción que señalamos inspiraba el texto de 1888 citado, pero el legislador modificó en el CC

su postura radicalmente, como estudiaremos, para facilitar la constitución de personas jurídicas: el

legislador admite en su regulación que dependa únicamente de las partes la creación de la persona

jurídica. De todas formas, siempre está latente la cuestión de la publicidad del grupo al aludir a la

personalidad jurídica, ya que ese grupo, al actuar, se mostrará como tal frente a terceros. Aunque no sea

condición para el nacimiento de la persona jurídica, parece evidente que está vinculada a la misma. 230 A ello dedicamos atención en nuestro trabajo “La personalidad jurídica de la asociación en la Ley

Orgánica 1/2002, de 22 de marzo”, Act. Civil Nº 11, 10-16 marzo 2003, Doctrina XVII, pp. 286-289. 231 Debe encuadrarse dentro de la libertad de organización de la asociación.

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suele exigir la inscripción registral oportuna, como en el caso de las sociedades

mercantiles. Se debe orientar la relevancia de la personalidad hacia los contratantes y no

hacia la protección de los intereses de los terceros, y esto influye al insertar la

publicidad en el seno de la formación de la persona jurídica. No es óbice para que

corresponda al legislador permitir dicha configuración: él puede establecer la necesidad

de inscripción registral constitutiva, algo que no beneficia nuestra opinión232.

La personalidad jurídica básica, por tanto, es fruto de la emanación de la autonomía

de la voluntad de las partes (y, por ello, existente siempre que las partes la pretendan,

sin necesidad de inscripción registral de ningún tipo233), aunque deba el legislador

prever el marco para que ello sea así, obviamente, pues también puede prever una

legislación que no sintonizase con dicha inspiración (por ejemplo, porque exigiese

inscripción en un registro para que naciese la persona jurídica234). No debe entenderse

principalmente como un expediente dirigido a la protección de los terceros, porque pese

a que a ellos les afecte de modo fundamental, y les resulte más fácil su relación con el

ente, la personalidad jurídica es un expediente dirigido a la gestión de los intereses de

los socios, que por ello deciden dotar de personalidad a su grupo asociativo235.

232 Como indicaba VENTURA-TRAVESET HERNÁNDEZ, ...”cualquiera que sea el sistema que se

adopte (reconocimiento por libre constitución, automático por determinación normativa, o concesión

estatal), el reconocimiento o atribución de la personalidad jurídica a un determinado ente siempre

dependerá de la voluntad legislativa del Estado” (VENTURA-TRAVESET HERNÁNDEZ, A.: “El papel

del Notario en la constitución de las personas jurídicas”, RDN, núm. 144, abril-junio 1989, p. 142). 233 La típica sociedad irregular mercantil estaría dotada de personalidad jurídica básica, pese a no gozar de

la plena subjetivación, y esta teoría beneficia a los terceros a la sociedad, pese a que la doctrina clásica

opinara exactamente lo contrario. En su momento estudiaremos esta cuestión. 234 O, como ocurre en Derecho italiano con las asociaciones, exigir el reconocimiento de la asociación

para su nacimiento. No es universalizable esta necesidad, por lo que discrepamos con SÁNCHEZ DE

FRUTOS cuando indicaba que “la teoría general de la persona jurídica nos enseña que para que nazca un

ser o persona moral al Derecho se requiere un “substratum” y su reconocimiento” (“La asociación. Su

régimen jurídico en Derecho español”, RCDI, núms. 446-447, 1965, p. 892). 235 Sistematiza estas ideas con detalle, EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de sociedades”, cit., pp. 79-83.

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Sin embargo, esta configuración soluciona bastantes problemas de fondo que se han

planteado respecto, por ejemplo, de las sociedades mercantiles, pues suaviza el rígido

formalismo clásico al respecto, que en nombre de salvaguardar los intereses de terceros

(que los terceros conozcan que existe persona jurídica: por tanto, que sólo lo sea aquella

inscrita en el Registro mercantil), les perjudica y bastante, pues no sintoniza con la

imagen ofrecida al tercero y la apariencia en que éste pudiera confiar (una sociedad no

inscrita negocia con terceros como ente, y de esa no inscripción se debe derivar la falta

de patrimonio social autónomo, la falta de legitimación procesal, etc., datos todos ellos

que sorprenderán al tercero que confiaba en la apariencia que se le había presentado)236.

Por otra parte, debemos tener presente que desde un punto de vista objetivo, el gozar

o no gozar de personalidad para la sociedad no es más que una situación que no debe

vincularse a la valoración positiva o negativa del grupo por parte del ordenamiento o

del legislador237. Debemos entender hoy esa existencia o inexistencia de persona

jurídica como una consecuencia de la autonomía de la voluntad de las partes valorada

como positiva por el ordenamiento: una plasmación de esa voluntad con vistas a operar

en el tráfico jurídico. Si las partes lo desean, ese grupo gozará de personalidad jurídica,

y si no lo desean, ello no ocurrirá así, veremos cómo se plasma exactamente. Pero en

ningún momento debemos considerar como un juicio de valor positivo o negativo el

gozar o no de personalidad jurídica, pese a que en otras épocas fue así, como veremos.

236 Estas ideas son expuestas por los autores defensores de ideas estructuralistas en la cuestión que

estudiaremos, como PAZ-ARES o PANTALEÓN. Para una exposición del tema, vid. EIZAGUIRRE, J.

M. DE: “La personalidad jurídica de la sociedad civil...”, cit., pp. 1720-1721. Allí incide en la

diferenciación entre el grado elemental de persona jurídica, emanación de la autonomía de la voluntad de

los contratantes, y la plena subjetivación jurídica, obtenida tras la oportuna inscripción registral. 237 No es una sociedad donde los socios obran bien o la que es valorada positivamente por el

ordenamiento la que goza de personalidad jurídica, mientras que no goza de personalidad aquella que

debe ser castigada de alguna forma por el legislador (por ejemplo, por no haberse inscrito en el Registro

Mercantil) o la que el ordenamiento considera que no debe gozar de personalidad jurídica.

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CAPÍTULO III. LA SOCIEDAD CIVIL CONFIGURADA COMO

PERSONA JURÍDICA

En el anterior capítulo hemos analizado la sociedad civil en su doble vertiente, como

contrato y como organización. Históricamente el vínculo entre sociedad civil y

personalidad jurídica no existió como criterio general, y debemos comprobarlo.

En este capítulo vamos a ocuparnos de la sociedad valorando ya el dato de que es

también, como norma general, una persona jurídica, y qué implicaciones tiene dicha

consideración. Así se deduce de la regulación vigente en el CC, aunque no nos

ocuparemos todavía del modo de adquisición de personalidad, pues es materia central

de nuestra investigación y merece un tratamiento más profundo. La sociedad es una

persona jurídica, y eso tiene una serie de implicaciones (actuación como ente en el

tráfico, capacidad procesal, patrimonio diferenciado del patrimonio de los socios,

domicilio, etc.). Encuadraremos ese estudio con un análisis histórico y comparado con

otros grupos, culminando con su posible encuadre dentro de las asociaciones.

A continuación reflexionaremos acerca de las consecuencias de la consideración de

persona jurídica por parte de la sociedad civil, cuestiones todas ellas que debemos

aclarar en las sociedades personificadas para poder entender la situación de las

sociedades desprovistas de personalidad jurídica, objeto de nuestra investigación.

Por último, nos introduciremos en la excepción a este sistema. Dado que vamos a

estudiar en nuestra investigación las sociedades sin personalidad jurídica en nuestro

ordenamiento, intentaremos entender el modo de gestación y la intención del legislador

al dictar una norma muy concreta, pero muy problemática: el artículo 1669 CC, con el

que se pretende solucionar un problema que excede bastante de sus posibilidades.

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1. La sociedad civil entendida como persona jurídica

Aún a riesgo de ser repetitivo, debemos reiterar la idea de que sociedad civil y

personalidad jurídica no fueron unidas durante gran parte de nuestra historia jurídica.

Sin embargo, ahora sí que aparecen unidas, y pensar lo contrario, desde finales del siglo

XIX, puede parecer poco menos que pretender dificultar el tráfico económico: parece

arraigado en nuestro imaginario que la sociedad civil, para que opere adecuadamente en

el mercado, debe obrar como persona jurídica. Una vez repasadas anteriormente las

ventajas de las que goza un grupo cuando existe personalidad jurídica, realizaremos el

recorrido histórico por los diversos textos anteriores al Código civil (y épocas

anteriores) para estudiar la historia del reconocimiento de personalidad jurídica en la

sociedad civil en nuestro país y cómo se plasma en nuestra legislación vigente. Ello nos

aportará la base necesaria para justificar que sociedad civil y personalidad jurídica no

estaban unidas históricamente, pero hoy sí están imbricadas. Y si lo están, debemos

conocer qué tipo de persona jurídica es la sociedad civil.

1.1. La sociedad civil y la personalidad jurídica: recorrido histórico y situación vigente

Estudiar la relación existente entre la sociedad civil y su posible consideración como

persona jurídica nos exige realizar un recorrido histórico acerca de la cuestión, para

saber cómo ha sido dicha relación en las distintas épocas de interés. Si pasamos a

analizar dichos antecedentes históricos, cabe indicar que en el Derecho romano, sin

detenernos en los orígenes de este contrato238, no se reconoció a la societas, el

238 Se detienen a repasar ese origen GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., pp. 147-148, y

GARCÍA-PITA Y LASTRES, J. L.: “Reflexiones sobre el concepto de sociedad...”, cit., pp. 77-83. Baste

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antecedente, salvo en ciertos casos muy concretos, personalidad jurídica239 (hay quien

ha dado un paso más y señala que la societas no se corresponde con la actual

sociedad240, algo que no es correcto, pues la conexión es evidente, aunque no sea

idéntica la forma de concebir cada una). Ni siquiera se concibió la idea de un patrimonio

social distinto del patrimonio de los socios de la societas241, pese a que existiese la

universitas como agrupación de bienes independiente y donde existía una titularidad

concreta.

Realmente no se construyó una teoría general de las personas jurídicas, a pesar de

que existieran “corporaciones” y “fundaciones”. El contrato que formaba la sociedad se

destacar su entronque con el consortium ercto non cito y la posterior societas omnium bonorum,

antecedentes de la societas. 239 RODINO, sin embargo, pese a que defiende que no se admitía esa personalidad jurídica de modo

general, sí admite que podía concederse personalidad jurídica a sociedades con intención de obtener

beneficios, pero de modo limitado (RODINO, L.: voz “Società civile”, en “Il Digesto Italiano”, volume

ventunesimo, parte terza, sezione prima, 1895-1902, n. 150, p. 665). Como veremos, se consideraban

personas civiles las grandes sociedades creadas para la explotación de las rentas públicas, como las

sociedades de publicanos y las dedicadas a la explotación de las minas de oro y plata y las salinas

(GAYO, en D., 3, 4, 1: “No se concede a cualquiera el poder constituir una sociedad, un colegio u otra

corporación semejante, porque esto se halla regulado por leyes, senadoconsultos y constituciones

imperiales. En muy pocos casos se han permitido tales corporaciones; por ejemplo, se permitió formar

corporación a los socios arrendatarios de la recaudación de las contribuciones públicas o de las minas de

oro o plata, o de las salinas. También existen en Roma ciertos colegios, cuya corporación fue confirmada

por senadoconsultos y constituciones imperiales, como el de los panaderos y otros varios, y los de los

navieros que también existen en las provincias. (1) Los que pueden constituirse como colegio, sociedad o

cualquier otra corporación, tienen, como si fueran una ciudad, bienes comunes, caja común y un

apoderado o síndico, por medio de quien, como en una ciudad, se trate y haga lo que deba tratarse y

hacerse en común”, “El Digesto de Justiniano”, Tomo I, traducción de D’ORS, HERNÁNDEZ-TEJERO,

FUENTESECA, GARCÍA-GARRIDO y BURILLO, Ed. Aranzadi, Pamplona, 1968, p. 157). 240 En concreto, MARTÍ, J. N.: “El contrato de sociedad en el Derecho codificado español, con especial

referencia al Código Civil (Reflexiones en torno a su delimitación conceptual y funcional)”, en

Centenario del Código Civil, tomo III, Univ. Popular Enrique Tierno Galván, Madrid, 1989, p. 450. 241 VIVANTE, por ejemplo, al hilo de este tema, indica que la personalidad jurídica de las sociedades

comerciales es una conquista del Derecho medieval italiano (VIVANTE, C.: “Trattato di Diritto

Commercile, vol. II. Le società commerciali”, casa Editrice D. F. Vallardi, Milano, 1923, n. 301, p. 5).

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concebía como un vínculo puramente interno, que sólo hacía nacer obligaciones entre

los socios, sin que naciera un nuevo sujeto, un ente titular de derechos242 (más bien

estábamos ante una unión de intereses individuales). Hablar de relaciones externas de la

sociedad como grupo, por lo tanto, resultaría impropio en este marco243.

La sociedad “era la unión de los socios contractualmente ligados”244, sin más: un

vínculo contractual interno entre los socios, sin relevancia frente a los terceros,

obligando los actos realizados por cada socio únicamente a él. Su origen era familiar y

su regulación se basaba en el ius fraternitatis (vínculo de intimidad entre los socios,

relación presidida por la buena fe), poco útil en el caso de las sociedades mercantiles245.

El Estado, sin embargo, sí gozaba de personalidad jurídica246, así como las

comunidades territoriales247 y algún otro caso añadido248, pero la regla general era que

el contrato de sociedad sólo producía efectos entre los socios, sin que pudiese afectar a

terceros al mismo (el concepto predominante era más el de sociedad que el de persona

jurídica249). A salvo quedaban las excepciones de la societas publicanorum (dotada de

242 Esta situación ha sido explicada de modo detenido y riguroso por ARNÒ, C.: “Corso di Diritto

Romano. Il contratto di società”, G. Giappichelli Editore, Torino, 1938, especialmente pp. 137-155. 243 Tal y como explica TENA PIAZUELO, I.: “Aproximación al origen histórico de la sociedad en el

Derecho Romano”, Revista Jurídica del Notariado, núm. 23, julio-septiembre 1997, p. 210. 244 FERRARA, F.: “Indole giuridica della società civile”, Rivista di Diritto Commerciale, 1909-I, p. 516. 245 CASTÁN TOBEÑAS, J.: “Derecho civil español, común y foral”, Tomo IV, cit., p. 594. 246 Con peculiaridades, pues no se puede hablar de persona jurídica en los términos en que hoy se hace. El

Estado, señalaba IGLESIAS, tiene un patrimonio pero sus bienes no son susceptibles de propiedad

privada, sino que son res extra commercium (IGLESIAS, J.: “Derecho Romano. Historia e Instituciones”,

Ed. Ariel, Madrid, 1994, pp. 144-147). 247 Los entes de Derecho Público gozaban de personalidad jurídica (VIGHI. A.: “La personalità giuridica

delle società commerciali”, Fratelli Drucken, Verona (Librería alla Minerva) – Padova (Librería

all’Università), 1900, pp. 35 y 45). 248 La personalidad se vinculaba a ciertas sociedades que operaban en sectores importantes de la

economía. 249 Palabras de SCHUPFER, F.: “Il diritto privato dei popoli germanici con speziale riguardo all’Italia, I.

Le persone. La famiglia”. Città di Castello, Casa Editrice, S. Lapi, Roma-Torino-Firenze, 1907, p. 162.

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personalidad, un tanto especial, pero existente250) y la societas argentariorum, cuyo

régimen especial de solidaridad entre los socios la hace diferente, además de ciertos

casos adicionales, como los de las sociedades de comercio de esclavos y las de los

armadores, cuyos objetos cubrían un importante sector de la economía romana251.

Este dato es de gran interés, por sus posibles consecuencias: la societas no gozaba,

como criterio general, de personalidad jurídica252, pero ello sí ocurría cuando era

necesario, lo que nos puede inducir a pensar que quizá ese no reconocimiento de la

misma se podía deber, además de a esa concepción de sociedad como mero contrato de

regulación de intereses entre las partes y con orientación familiar, como norma general,

al escaso desarrollo de los sectores económicos donde podían ser de interés estas

sociedades. Valórese que cuando fue necesario, se personificó a la sociedad.

Por consiguiente, es cierto que en Derecho romano la sociedad era más concebida

como regulación de intereses entre las partes que como persona que entrase en contacto

con terceros253. Pero también que cuando la operatividad económica lo hizo necesario,

se dotó a la misma de personalidad jurídica para actuar como ente en el mercado, o de

algún mecanismo que beneficiase a los posibles acreedores que surgiesen.

Los socios debían realizar sus aportaciones, en forma de bienes corporales o

incorporales, o de actividades (servicios o trabajos del tipo de que se trate), aunque no

parece existir un patrimonio diferenciado como tal, sino que se alude vagamente a la

250 Esta cuestión ha sido estudiada minuciosamente por ARIAS BONET y concluye que, pese a todo, los

jurisconsultos no elaboraron una teoría de la personalidad como abstracción (ARIAS BONET, J. A.:

“Societas publicanorum”, AHDE, t. XIX, 1948-49, pp. 302-303). 251 En concreto, las estudia SERRAO, F.: “Sulla rilevanza esterna de rapporto di società in diritto

romano”, en Studi in onore di Eduardo Volterra, vol. V, Casa Ed. Giuffrè, Milano, 1971, pp. 743-767. 252 El conjunto de normas de interés al respecto puede encontrarse en la rúbrica Pro socio, inserta en el

título II del Libro XVII del Digesto. 253 En parecidos términos se expresó también CASTÁN TOBEÑAS (CASTÁN TOBEÑAS, J.:

“Alrededor de la distinción entre las sociedades civiles y las comerciales”, cit., pp. 84-85).

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existencia de una comunidad entre los socios, sin mayor profundidad (el patrimonio

común surgirá si se constituye el ente254): en todo caso, la sociedad entraña la

formación de una comunidad255. La distinción entre comunidad y sociedad no aparecía

del todo clara en las fuentes, donde incluso la terminología inducía a confusión y la

estructura no siempre se distinguió, pues en la societas también existía esa puesta en

común256. En algunos textos se habla expresamente de la societas como tal, pero

realmente no se pretende reconocer personalidad al ente: no estamos sino ante una

elipsis verbal para aludir al “conjunto de socios”, utilizada para facilitar la redacción.

Así, se habla de que la sociedad asume obligaciones, y se introducen expresiones como

societatis intersit, societati expedit, societaem laesit, societati periit, societatis nomine,

etc257.

Sin embargo, pese a la solidez de esta opinión, algún autor aislado (como fue el caso

de TROPLONG258) ha defendido que la societas romana gozaba de personalidad

jurídica, y lo defendió de modo notorio (posiblemente bastante influido por argumentos

de tipo mercantil), aunque fue debidamente puesto en entredicho por la doctrina italiana

de modo unánime. No es acertada su opinión y la doctrina italiana lo rebatió

adecuadamente: la societas romana no gozaba de personalidad jurídica, y de las

254 Recordemos en este sentido el texto de GAYO citado anteriormente (D. 3. 4. 1). 255 Ha dedicado bastante atención a la existencia de la comunidad, en el seno de la societas, DELHAY

(DELHAY, F.: “La nature juridique de l’indivision. Contribution à l’étude des rapports de la notion

d’indivision avec les notions de société civile et de personnalité morale”, Librairie Générale de Droit et de

Jurisprudence, Paris, 1968, núms. 78-82, pp. 130-136; en concreto, la frase citada, núm.79, p. 131). 256 De ahí que se aludiera con especial interés en destacar la existencia de affectio societatis en el caso de

la sociedad. Ha explicado esta situación DELHAY, F.: “La nature juridique de l’indivision...”, cit., pp.

129-142, quien ya antes aludía a “la ausencia en el vocabulario jurídico romano de un término distinto

para designarlas situaciones que hoy agrupamos bajo la denominación de indivisiones” (p. 36). 257 En este sentido, ARNÒ, C.: “Corso di Diritto Romano. Il contratto di società”, cit., pp. 138-139. 258 TROPLONG: “Commentario del Contratto di Società in materia civile e commerciale”, vol. I, Napoli,

Dallo Stabilimento-Tipografico di Domenico Capasso, 1843, núms. 58 a 74, pp. 67-74.

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aportaciones de los socios se derivaba la existencia de una masa común entre ellos

desde el punto de vista obligacional, no real, fruto de las aportaciones por ellos

realizadas y que se orientaban a obtener la finalidad común perseguida259. En cualquier

caso, los socios respondían de las obligaciones de la sociedad, así como obtenían los

beneficios en su caso, además en proporciones idénticas260.

Pese a la diferencia fundamental en esta cuestión de la personalidad jurídica, entre la

regulación romana y nuestro vigente derecho codificado en materia societaria, podemos

destacar que la herencia romana se deja sentir en nuestra regulación vigente de modo

claro y general261: el Código francés recoge la concepción romana de la sociedad de

modo bastante fiel por medio del Tratado de POTHIER, y de allí pasa a nuestro Código,

como ocurrió en otros textos codificados262. Sin perjuicio de las diferencias que puedan

introducirse, como en el aspecto que nos interesa, esto es, el de la personalidad jurídica,

no podemos desvincular a la sociedad actual de la societas como antecedente. Bastantes

preceptos de nuestro CC provienen directamente del Derecho romano263.

En el Derecho germánico (y empleamos esta expresión con todas las reservas que

implica aludir a “derecho germánico”, algo que como sistema orgánico y uniforme

259 Esta idea puede resultarnos de gran utilidad cuando estudiemos el régimen jurídico de la sociedad civil

sin personalidad jurídica. 260 En este sentido, D. 17, 2, 30: “Escribe Mucio, 14 <ius civile>, que no puede contraerse una sociedad

de modo que el socio perciba un parte del lucro y otra distinta del perjuicio. Servio, en las notas a Mucio,

dice que no puede contraerse una sociedad así, pues no se entiende que hay ganancia sino una vez

deducido todo perjuicio, ni tampoco perjuicio si no se deduce todo el lucro, pero puede contraerse una

sociedad de modo que se obtenga una parte de la ganancia que haya quedado a la sociedad, una vez

deducido todo perjuicio, y que se soporte otra parte distinta del perjuicio que igualmente haya quedado

<después de deducir el lucro> (Paul. 6 Sap.)” (“El Digesto de Justiniano”, ed. cit., p. 644). 261 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 22. 262 Por ejemplo, este argumento lo exponía TARELLO en el caso del Codice italiano de 1865

(TARELLO, M.: “Le società civili”, cit., p. 3). 263 Para tener una visión de conjunto, pero profunda, sobre la sociedad en Derecho romano, vid.

ARANGIO-RUIZ, V.: “La società in Diritto Romano”, Casa Editrice Dott. E. Jovene, Napoli, 1965.

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nunca existió264) tampoco se encuentran vestigios de esa personalidad atribuida a las

sociedades. Pese a la riqueza de las elaboraciones sobre comunidades (comunidad

familiar, gilde265, corporaciones de artes, etc.266), y al acusado carácter asociacional del

antiguo Derecho alemán267, no se realizó el ejercicio de abstracción necesario para dar

este nuevo paso en lo que toca a las sociedades, sino que lo que predomina es el

principio colectivista. Las figuras asociativas parten de dos troncos fundamentales, que

originan dos tipos históricos que luego renacerán268: las Gemeinderschaften,

procedentes de las comunidades familiares y vinculadas a asuntos municipales (vienen a

ser comunidades municipales), y las Genossenschaften, estructuras de forma societaria,

donde es fundamental la existencia de socios, cuyo origen reside en las

Markgenossenschaften269 y éstas en la Sippe (asociación). Las primeras se organizan

bajo la forma de comunidades de mano común como base de la sociedad civil,

rehusando la personalidad jurídica, y se vinculaban fundamentalmente a comunidades

campesinas y caballerescas270. Lo decisivo es la mano común de los comuneros, a la que

corresponde la capacidad de obrar y de disposición (no a los miembros singularmente

considerados): para actuar exteriormente se precisa voluntad comunitaria única.

Las comunidades citadas hoy han desaparecido, pero subsiste la idea de la mano

común. Existe un derecho sobre una misma cosa por parte de una pluralidad de sujetos,

264 En este sentido, GARCÍA GALLO, A.: prólogo a la versión castellana de PLANITZ, H.: “Principios

de Derecho Privado Germánico”, Ed. Bosch, Barcelona, 1957, p. XXIV. 265 Traducido, gremio o corporación. 266 En este sentido, vid. SCHUPFER, F.: “Il diritto privato dei popoli germanici.....”, cit., p. 162. 267 Tal y como explica PLANITZ, H.: “Principios de Derecho Privado Germánico”, cit., p. 66. 268 Lo explica GIRÓN TENA, J.: “Derecho de sociedades”, cit., p. 148. 269 Con orígenes en uniones agrarias, en cooperativas de pobladores para administrar una explotación

agraria. Sobre ellas, vid. PLANITZ, H.: “Principios de Derecho Privado Germánico”, cit., pp. 70-73. 270 Sobre el tema, vid. PLANITZ, H.: “Principios de Derecho Privado Germánico”, cit., pp. 67-68.

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sin que se constituya un nuevo ente ni éste se desintegre en cuotas271. En el caso de las

Genossenschaften, sí que van apareciendo notas de personalidad jurídica, pero no se

puede decir que se concibiera lo que hoy entendemos como persona jurídica, pese a

SALEILLES, que prefería denominarlas compagnie antes que collectivité272.

En la comunidad germánica existirá una pluralidad de titulares sin que surja un

nuevo sujeto: existe un único derecho total con pluralidad de titulares, pero falta el

concepto de cuota273. Por ello, el derecho de los comuneros se extiende a todas las cosas

de la masa patrimonial consideradas como un todo274.

Sin embargo, el desarrollo del Derecho alemán de asociaciones se interrumpió con la

recepción del Derecho romano: la aplicación del bagaje romano-canónico implicó

dificultades, debido a la diferente concepción. “Se intentó someter la comunidad

(germánica) a los postulados jurídicos de la societas (romana): sin embargo, en los usos

del comercio subsistió la idea de la comunidad para las sociedades industriales”275.

En cualquier caso, la influencia germánica en nuestra regulación societaria “es

prácticamente nula”276.

271 Vid. la explicación aportada al respecto por ROCA SASTRE, R. M., en dos trabajos: “La partición

hereditaria, ¿es acto traslativo o declarativo de propiedad?”, RCDI, 1929, pp. 651-653, y “La comunidad

de gananciales: destino de éstos en caso de renuncia”, RCDI, 1930, pp. 166-168. 272 SALEILLES, R.: “De la personnalité juridique. Histoire et Théories”, París, Lib. A. Rousseau, p. 184. 273 Cuando en el Derecho germánico se habla de cuota, ésta es entendida como condición, posición o

situación del comunero como miembro de la comunidad, pero no como derecho concreto del mismo sobre

una parte de los bienes de dicha comunidad (tal y como explica BELTRÁN DE HEREDIA Y

CASTAÑO, J.: “La comunidad de bienes en el Derecho español”, Ed. Rev. D. Privado, 1954, p. 81). 274 Brevemente, ROCA SASTRE ha explicado estas cuestiones en comentarios colaterales: “La partición

hereditaria, ...”, cit., pp. 651-658 y “La comunidad de gananciales:...”, cit., pp. 166-173. 275 PLANITZ, H.: “Principios de Derecho Privado Germánico”, cit., pp. 85-86. 276 Palabras textuales de CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 23. Sin embargo, en el

campo de la comunidad de bienes la riqueza de la construcción germánica ha influido también en nuestro

ordenamiento, por lo que la remisión a dicho régimen podría implicar influencia indirecta en el sector del

que nos ocupamos: ¿existirá algún tipo de comunidad sui generis en el caso de la sociedad sin

personalidad jurídica?. Contestaremos a esta cuestión en su momento, pero apuntemos ya el dato.

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Al Derecho canónico, por su parte, no cabe negar su relevante contribución a la

elaboración histórica de la teoría de la personalidad jurídica277. Aportó la idea

institucional, concediendo la relevancia que merece a la finalidad trascendente,

independiente de los socios y originada en una voluntad exterior a los mismos, a cuyo

servicio está el patrimonio determinado, pero no lo aplicará a las sociedades278.

Serán los postglosadores los que ampliarían el ámbito de las personas jurídicas,

incluyendo en el concepto de la corporación (collegium), las colectividades, públicas o

privadas, incluso sociedades mercantiles cuando se constituían bajo nombre colectivo.

Se llega a señalar que la personalidad jurídica de las sociedades comerciales es una

conquista del derecho medieval italiano: en Francia se reconoce en épocas posteriores

(hay referencias que datan de 1784), mientras que otros países como Alemania o

Inglaterra se mantuvieron fieles a la tradición romana y separaron universitas y societas.

Una vez iniciados con las configuraciones indicadas, es el momento de adentrarnos

en la regulación española previa al CC. Comprobamos cómo el Derecho romano no

reconocía a las sociedades personalidad jurídica, como norma general, y existía una

rudimentaria comunidad entre los socios. Históricamente, en nuestro país, se ha seguido

dicha configuración, que obviaba la personalidad jurídica para las sociedades, como en

otros países de nuestro entorno: se presuponía la personalidad jurídica de determinadas

instituciones como el Estado, la Iglesia, los Consejos o Municipios, pero ninguna ley

permite la personificación de asociaciones, establecimientos o fundaciones.

277 Téngase en cuenta, por ejemplo, la acuñación del término persona ficta, contrapuesto a la vera

persona que era la persona física, que influirá en el nuevo significado que adoptarán la universitas y el

corpus. 278 Incluso SINIBALDO DEI FIESCHI consideraba que la societas no era más que el nombre colectivo

que se daba a los socios. Sobre ello, vid. CASTÁN TOBEÑAS, J.: comentario dentro de SCAEVOLA, Q.

M.: “Código Civil”, Tomo XXV, Parte primera, Ed. Reus, Madrid, 1933, pp. 437-438.

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Como ejemplo de dicha regulación cabe citar las Partidas, tan apegadas a la

construcción romana. El Título X de la Partida V se dedicó íntegramente a la regulación

del contrato de sociedad en general y en ningún momento se observa alejamiento

respecto de la concepción romana expuesta, algo que han comentado ilustres autores de

nuestra doctrina, como MARTÍNEZ MARINA279 u ORTÍZ DE ZÁRATE280: la Ley I

del Título X, señala que “Compañia es ayuntamiento de dos omes, o de mas, que es

fecho con entenció de ganar algo deso uno, ayuntando se los unos con los otros”. Con

posterioridad, no se alude a la compañia como un cuerpo dotado de personalidad, o a

algún mecanismo que separase su patrimonio de alguna forma del de cada socio281.

279 La Partida V, dedicada íntegramente a los contratos (pleytos) sigue la doctrina romana en lo que toca a

solemnidades, de tal forma que MARTÍNEZ MARINA llega a señalar que las Partidas V y VI “no

hicieron más que trasladar o extractar las leyes del Código y Digesto” (MARTÍNEZ MARINA, F.:

“Ensayo Histórico-Crítico sobre la Antigua Legislación y principales cuerpos legales de los Reynos de

León y Castilla, especialmente sobre el Código de D. Alonso el Sabio, conocido con el nombre de las

Siete Partidas”, Imprenta de la Hija de D. Joaquín Ibarra, Madrid, 1808, núm. 398, pp. 336-337). No

queda aquí: en la nota 2 a dicho apartado aclara que tanto se respetó al Código Justinianeo, le siguieron

tan ciegamente, que alguna vez que les pareció justo desviarse de él, procuráron justificarse como si

hubieran incurrido en delito, ó cometido un gran atentado. Presenta este autor la Partida V como

“bastante acabada, y forma un bello tratado de legislación”. 280 “Las leyes de esta Partida (Partida V) han sido copiadas servilmente de la legislación romana, y por

consiguiente se encuentran en ellas principios escelentes de eterna justicia, y abundantes sutilezas y

solemnidades ridículas” (ORTÍZ DE ZÁRATE, R.: “Análisis histórico-crítico de la legislación española”,

Tomo I, Vitoria, 1845, p. 181). Sin embargo, su opinión acerca de la misma es elevada: es la más perfecta

y acabada de todas, donde era destacable su respeto casi supersticioso al derecho romano. 281 Sin embargo, existe una extraña referencia en otra parte, en concreto, P. 3, 38, 47, que alude a que

“quando fazen los omes compañias entre si, poniendo que todos los bienes, que han o ganaren dende

adelante, que sea comunalmente de todos los compañeros; que luego que tal compañía ayan fecha, e

firmada, e otorgada entre si, que passa el señorio de todas las cosas, que cada uno dellos ha, a los otros,

también como si unos a otros se oviessen apoderado en todos los bienes, que oviessen, corporalmente”.

Parece aludir a la existencia de un patrimonio común, de acuerdo con la configuración, que estudiaremos

en su momento, de que toda sociedad encierra una comunidad en su seno (sobre ello, vid. SANTOS

MORÓN, M. J.: “La forma de los contratos...”, cit., nota 15, p. 296).

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Realmente, el primer reconocimiento expreso de personalidad jurídica a una sociedad

en nuestro ordenamiento, aunque no fuesen sociedades civiles sino comerciales, se

produjo con el Código de Comercio de 1885, en el plano mercantil282, pese a que esa

personalidad era admitida anteriormente, sin soporte legal, por las doctrinas civilista y

mercantilista (incluso por alguna sentencia del TS283). Triunfa en este texto la

concepción liberal de la persona jurídica: se permite la libre creación de sociedades

mercantiles que, una vez constituidas, tendrán la consideración de personas jurídicas284

(la regulación civil de la sociedad, en general, ha aprovechado la influencia de la

elaboración mercantil al respecto). Ello se debe a que la economía va desarrollándose y

exige que las sociedades entren en contacto con terceros como cuerpos morales, para

agilizar el tráfico, algo que en otras épocas no era así (incluso en Derecho romano,

cuando una sociedad tenía necesidad de personalidad jurídica, debido a la intensa

actividad económica del sector en que operaba, se le reconocía). En el plano civil

ocurrirá en el Anteproyecto de 1888, con tímidos antecedentes previos.

Antes de que lleguemos al Anteproyecto de 1888, auténtico antecedente del que

extraeremos los orígenes del artículo 1669 CC, es necesario tener en cuenta la existencia

de toda una serie de textos previos que se elaboraron y sucedieron con la pretensión de

que llegara, cada uno en cada momento, a convertirse en Código Civil (obviaremos los

282 En el Código de Comercio de 1829, por influencia francesa, no se reconocía personalidad jurídica a las

sociedades comerciales. 283 La STS 18-4-1872 señaló que es innegable que al constituirse toda sociedad mercantil se crea una

personalidad jurídica distinta de los socios. Antes de ésta, la STS 17-6-1867 había utilizado el concepto

de persona jurídica para determinar la competencia: no atiende a la del Director, sino a la de la compañía

en cuestión demandada, porque ésta “es en realidad la persona jurídica que ha sido demandada”. Sobre

este tema, vid. DE CASTRO, F.: “Formación y deformación del concepto de persona jurídica (Notas

preliminares para el estudio de la persona jurídica)”, en “La persona jurídica”, cit., nota 203, pp. 197-198. 284 AMORÓS GUARDIOLA, M.: Nota Introductoria a DE CASTRO: “La Persona Jurídica”, cit., p. 15.

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de iniciativa particular285). En estos textos que repasaremos no vamos a encontrar

antecedentes directos de la regulación que después se plasmará en el artículo 1669286,

pero sí la perspectiva histórica necesaria para el necesario encuadre de la cuestión287.

En el primer texto de interés, el inconcluso Proyecto de Código de 1820-1821288, la

parte dedicada a los contratos no se redactó, pero la Comisión pretendía fijar la

naturaleza de todos aquellos (contratos) que son conocidos en las sociedades cultas289.

Por influencia romana, se califica a la sociedad como contrato290, aunque no se

reguló291.

285 Para su estudio remitimos a BARÓ PAZOS, J.: “Los proyectos de Código Civil de iniciativa particular

elaborados hasta el Proyecto de García Goyena”, en “Escritos Jurídicos en memoria de Luis Mateo

Rodríguez”, tomo II, Universidad de Cantabria, Facultad de Derecho, 1993, pp. 31-52. 286 En este sentido, por todos, tanto CASTÁN TOBEÑAS, J. (comentario dentro de SCAEVOLA, Q. M.,

cit., p. 777) como CAPILLA RONCERO, F. (comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios al

Código Civil y Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p. 41). 287 Un repaso que incluye encuadre, breve pero destacable, se encuentra en BOLDÓ RODA, C.:

“Personalidad jurídica y sociedad en Derecho español”, cit., pp. 149-167, así como en GUAL DALMAU,

M. A.: “Las cuentas en participación”, Ed. Civitas, Madrid, 1993, pp. 145-162. 288 Ha realizado un interesante estudio del mismo BARÓ PAZOS, J.: “La Codificación del Derecho Civil

en España (1808-1889)”, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 1993, pp. 55-64.

También es bastante clarificador el comentario al respecto de DE CASTRO (CASTRO, F. DE: “Derecho

Civil de España”, tomo I, Ed. Civitas, 1984, original del Instituto de Estudios Políticos, 1949, pp. 187-

188). El texto del Proyecto se puede encontrar en LASSO GAITE, J. F.: “Crónica de la Codificación

Española”, 4, Codificación Civil, vol. II, Ministerio de Justicia, Madrid, 1970, pp. 7-71. 289 Discurso Preliminar, Parte Primera, Libro Segundo, Título VI, De los contratos en particular. 290 En el Discurso Preliminar, parte citada en nota anterior, se señala que “la sociedad conyugal, por

ejemplo, que es una modificación del contrato de sociedad, ...”. 291 Dentro del Libro Tercero, dedicado a la propiedad, derechos reales, obligaciones y contratos, no

redactado, el Título VI se iba a ocupar de los “contratos en particular”, y tras un título general, se

regularía cada contrato en particular, con clara influencia francesa (sobre ello, vid. PESET REIG, M.:

“Análisis y concordancias del proyecto de código civil de 1821”, ADC, 1975, pp. 96-98). Por tanto, pese

a que no disponemos de la posibilidad de reflexionar con la regulación exacta, ésta no hubiera diferido de

la tradición romana. Cabe deducir de ello que no se pretendía dotar de personalidad jurídica a la sociedad

civil ni diferenciarse de la configuración romana de sociedad: en la parte citada del Discurso Preliminar

citado alude a que la Comisión no iba a entrar a examinar cada contrato, indicio de que no iban a existir

modificaciones que justificaran una explicación al respecto en este Discurso.

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En un artículo se alude a personas jurídicas, aunque de modo colateral y

sistemáticamente criticable (con clara influencia francesa): es el artículo 117, incluido

en un capítulo dedicado a las causas que dan lugar a restitución, en concreto con la

menor edad292. Pero el texto del Proyecto es de escaso interés para nosotros.

El Proyecto de Código de 1833293 es el siguiente proyecto que encontramos en

nuestra historia codificadora, también incompleto294. La parte que más nos podría

interesar es el Título XI, donde once artículos se ocupan “de las personas morales”,

aunque su auténtica utilidad para nosotros es muy relativa, ya que se vincula la

personalidad jurídica a la existencia de “interés general” en la asociación295. El

292 Dice así: “Los cuerpos morales, de cualquier clase, no se reputan menores para gozar de restitución;

pero las personas que intervinieron en la aprobación del acto que causó la lesión son responsables a

prorrata para la indemnización. / Son parte para reclamarla los que tienen interés inmediato en el cuerpo,

por contribuir a sus cargas, o por tener derecho a la percepción de sus ventajas”. Aunque de modo

colateral, es destacable esta referencia expresa, en la que parece evidente la influencia iusnaturalista (vid.

MALUQUER DE MOTES, C.: “La fundación como persona jurídica en la codificación civil: de

vinculación a persona (estudio de un proceso)”, Universitat de Barcelona, 1983, p. 114). 293 Proyecto de Cambronero. Vid. LASSO GAITE, J. F.: “Crónica de la Codificación...”, cit., pp. 73-88. 294 En este proyecto, que pretende superar los defectos del anterior, se prevé un Libro Primero del que

existen tres títulos: el Título IX, “De la tutela y curatela” (ciento quince artículos divididos en trece

capítulos), el Título X, “De la ausencia” (cuarenta y nueve artículos en cinco capítulos), y el Título XI,

“De las personas morales” (once artículos). Es un trabajo que SÁNCHEZ ROMÁN presenta como

ecléctico, pues se nutre de material castellano y foral (SÁNCHEZ ROMÁN, F.: “La Codificación civil en

España, en sus dos períodos de preparación y consumación. Estado del Derecho civil de España, común y

foral, antes y después de la promulgación del Código Civil”, Madrid, 1890, p. 22). 295 El artículo 1 indica que “se entienden legalmente bajo el nombre de personas morales las juntas de

diferentes individuos en un solo cuerpo para objetos de religión, de beneficencia y administración

pública”, y el artículo 2 completa: “pertenecen a esta especie de comunidades: los ayuntamientos, los

cabildos eclesiásticos, los conventos y monasterios, las universidades o academias literarias, los

hospitales y otros cualesquiera institutos destinados al interés general”. Además, la concesión de

personalidad moral se somete a la aprobación de la autoridad, pues es necesaria la “licencia real” para la

válida existencia, conforme al artículo 3, además de la autorización del prelado de la diócesis, si estamos

ante iglesias, conventos, cofradías y cualquier otro establecimiento religioso, según el artículo 4. Los

derechos de las personas morales se rigen, según el artículo 6, por el tenor de sus actas fundacionales y

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tratamiento del ordenamiento jurídico privado que se realiza en este texto es parcial, y

en lo que toca a las personas morales, incompleto, reservando su atención para

agrupaciones con finalidad vinculada a intereses públicos en las que el reconocimiento

de la personalidad se somete a importantes restricciones (licencia real). Se dedica

atención a la persona jurídica, pero no existe tratamiento del contrato de sociedad civil.

El siguiente texto que resulta de interés es el Proyecto de Código de 1836, primero

que se redacta completo en nuestra historia codificadora296, y por ello, más elaborado,

aunque tampoco ofrezca una regulación completa de las cuestiones que nos interesan.

La Exposición de Motivos presenta a la sociedad como un contrato que no tiene un

objeto determinado y de conocidos límites como los demás297, además de incidir en que,

respecto de su regulación, no ha podido hacerse otra cosa que sentar reglas generales

estatutos, y a la posibilidad de actuación de las mismas se dedican los artículos 7 (derecho de administrar

su patrimonio y de ejercitar acciones en su caso) y 8 (adquisición de bienes inmuebles).

Pese a que hasta este momento sólo se alude a personas morales en las que existe un cierto interés

general, el artículo 9 destaca que “son prohibidas todas las sociedades que tengan un objeto contrario a las

buenas costumbres, a la seguridad pública y a la ley política del reino” (la infracción de este precepto

conlleva sanción penal, conforme al artículo 11), pero en el artículo 10 vuelve a establecer importantes

restricciones en agrupaciones con inquietudes de interés público: señala que “no se entienden vedadas por

esto, antes bien merecen la aprobación de un gobierno ilustrado y paternal del Rey, las compañías y

asociaciones que se dirigen a establecer o fomentar establecimientos de literatura, arte, agricultura,

industria y comercio, con tal que se pongan en noticia del magistrado ordinario del pueblo”. 296 La estructura parece bastante acertada: el texto se divide en cuatro libros, precedidos de una

Exposición de Motivos y de un Título Preliminar. El Título Preliminar se dedica a la cuestión general de

las leyes siguiendo el modelo del Code francés. El Libro Primero se ocupa de las personas en casi toda su

extensión. El Libro Segundo se ocupa de las diversas clases de bienes, del derecho de propiedad y de las

servidumbres. El Libro Tercero es el que más nos va a interesar, dedicado a las obligaciones y contratos y

a la prueba judicial. Engloba a los artículos 865 a 2200, y en él se regulan las obligaciones en general y

los contratos en general para, a continuación, repasar los contratos en especial y dentro de los mismos,

por primera vez, el contrato de sociedad (Título IX, artículos 1438 a 1490). Por último, el Libro Cuarto se

dedica a las sucesiones hereditarias. El texto ha sido recogido por LASSO GAITE, J. F.: “Crónica de la

Codificación...”, cit., pp. 89-320 y comentado por BARÓ PAZOS, J.: “La Codificación...”, cit., pp. 67-87. 297 Continúa: “... Aquél se extiende a toda clase de empresas, contrataciones o negocios; puede abrazar la

universalidad de bienes y la industria; en suma, tiene una extensión, por decirlo así, ilimitada”.

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aplicables a cualquier especie de sociedad; reglas fundadas en la buena fe que debe

prevalecer en este contrato más que en otro cualquiera.

La primera regulación de interés en este texto es la dedicada a las personas morales

(Título XIV del Libro Primero, artículos 541 a 547), fuertemente influida por los

artículos equivalentes del texto de 1833 y sin novedad relevante respecto de ellos.

Una vez citados estos artículos, que no mencionan clases de personas morales,

debemos estudiar la regulación dedicada al contrato de sociedad, la primera que, como

tal, existe completa en estos textos. Se encuentra en el Título IX del Libro III, entre los

contratos, artículos 1438 a 1490 (y la sociedad conyugal en los artículos 1491 a 1519).

En ella se configura inicialmente el contrato298, aunque no se recoge en ningún

momento de modo expreso la posibilidad de que gozase de personalidad299. La

administración y disolución de la sociedad no presenta mayor especialidad en su

régimen respecto de la regulación futura del CC, pese a ciertas peculiaridades.

Sí parece diferenciarse el patrimonio social del patrimonio de los socios, es deducible

de diversos artículos. Así, el artículo 1454 señala que a falta de reglas o disposiciones

convencionales de los socios, estarán éstos sujetos a las determinaciones que recoge, y

en el apartado primero indica que “el socio está obligado a poner en la sociedad todo lo

que ha prometido y a responder de evicción de los bienes que haya entregado”. Ese

“poner en la sociedad” indicado de modo algo abstracto parece inducir a pensar en un

patrimonio común a los socios, fruto de las aportaciones, destinado a realizar los fines

298 El artículo 1438 señala que “sociedad es un convenio por el cual dos o más personas estipulan poner

alguna cosa en común, con el fin de participar de las ganancias que puedan resultar de esta asociación”.

El artículo 1450 completa este régimen señalando que “la sociedad empieza desde el instante mismo en

que se ha celebrado el convenio, a no ser que en éste se designe día o época en que deba dar principio”. 299 No se reconoce de modo expreso, así que habrá que determinar si se está presuponiendo o no en el

articulado. La regulación se divide en seis capítulos, dedicados a configuración, obligaciones de los

socios entre sí y respecto de terceros, administración de la sociedad, participación de los socios en

ganancias y pérdidas, disolución y efectos respecto de los herederos del socio difunto.

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sociales y diferenciado estrictamente del propio de ellos, pero se puede deducir

principalmente de la obligación de responder por evicción, pues sólo tiene sentido si se

produce algún tipo de modificación en la titularidad del bien. El artículo 1458 alude a

posibles daños causados por socios a la sociedad, con lo que presume dicha diferencia

patrimonial, presente además en los artículos 1459 y 1460300.

Por otra parte, el artículo 1462 diferencia los créditos a favor de un socio de los

créditos a favor de la sociedad, e indica que “si uno de los socios tuviere a su favor

algún crédito de cantidad líquida contra un deudor que lo sea también de la sociedad por

otra cantidad líquida y recibiere alguna parte de éste en pago, sin expresarse por cuenta

de quién, se entenderá ser en beneficio suyo y de la sociedad a prorrata”. Se alude a la

“sociedad” para designar al conjunto de los socios pero no se configura como ente,

aunque lata la idea de existencia de un patrimonio separado del de los socios.

Esto se completa si leemos la alusión expresa a las deudas sociales del artículo 1463,

que señala que “en la sociedad no están los socios obligados mancomunadamente o in

solidum por las deudas sociales. Cada uno de ellos no podrá obligar a los demás

respecto de un tercero si no tiene poder o facultad de ellos para hacerlo”. Es el único

precepto, junto con el artículo 1464301, que alude a relaciones de los socios con terceros

a la sociedad, y establece que cada socio responderá de su parte en las deudas sociales.

Si a todo ello unimos que el artículo 1471 alude expresamente al “fondo o masa

común de la sociedad”302, no es descabellado concluir que en el proyecto no se piensa

300 Aluden a gastos necesarios y útiles realizados por los socios en beneficio de las operaciones comunes. 301 Señala que “Aún cuando un socio estipule que negocia por cuenta de la sociedad, esta estipulación

sólo le obliga a él y no a los demás, excepto en el caso de que éstos le hubieran autorizado para hacerlo o

que el negocio se haya convertido en beneficio de la sociedad”. 302 Señala expresamente este precepto que “si en el contrato de sociedad no se hubiere expresado la parte

que ha de tener cada socio en las ganancias o pérdidas, será proporcional a lo que hubiere puesto en el

fondo o masa común de la sociedad”.

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en la sociedad civil como persona, pero sí se separa su patrimonio de los patrimonios de

los socios, con lo que puede hablarse de cierta autonomía patrimonial, atributo típico

derivado de la concesión de personalidad a un ente, pero no exclusivo de la misma.

En conclusión, es un paso importante para configurar la autonomía de la sociedad, no

personificada pero no configurada como secreta, con la ventaja que implica para los

terceros la existencia de un patrimonio que, como tal, responda de las deudas sociales.

Así llegamos al Proyecto de Código de 1851, esencial para entender nuestro vigente

código303 y que, pese a su sintonía con la Constitución de 1845, no prosperó304.

La regulación del contrato de sociedad civil se establece en los artículos 1564 a 1601,

título XI del Libro Tercero305. A la persona jurídica en general dedica el artículo 33,

303 El más importante y completo de cuantos proyectos precedieron al CC, presentado como influyente,

inquietante y de una renovada actualidad, así como base y fuente primordial del Código en vigor por

VATTIER FUENZALIDA (Alonso Martínez, la Codificación y la Ciencia del Derecho Civil en el siglo

XIX, dentro de ROGEL, C. y VATTIER, C.: “Manuel Alonso Martínez. Vida y Obra”, Tecnos, 1991, p.

483). Prueba de su importancia es el reconocimiento explícito de ello en la Base Primera de la Ley de

Bases de 11 de mayo de 1888. D`ORS y BONET CORREA ponen de manifiesto la interesante mezcla de

tradición de Derecho histórico español e influencia francesa que caracterizan a este proyecto (D’ORS, A.

y BONET CORREA, J.: “En el Centenario del Proyecto Isabelino de Código Civil”, Información

Jurídica, núm. 96, mayo 1951, p. 491). Un estudio detallado de su repercusión en REPÁRAZ PADRÓS,

M.: “La crítica contemporánea al Proyecto de Código Civil de 1851”, ADC, 1997-III, pp. 1015-1220. 304 Este Proyecto representaba el sistema de unidad en su forma más centralista y exclusiva, y fracasará

por una serie de razones, de entre las que RICO-PÉREZ destaca tres: en primer lugar, ser

extremadamente liberal en materia de propiedad y muy radical en cuestiones de tipo religioso y moral; en

segundo lugar, ser excesivamente afrancesado; por último, olvidar demasiado a las regiones forales en su

orientación (RICO-PÉREZ, F.: “La Codificación del Derecho Civil en España”, Separata de <<Pretor>>,

núm. 90, noviembre-diciembre de 1975, p. 13). 305 Libro dedicado a los modos de adquirir la propiedad. Según señala MARTÍNEZ CABALLOS, fue

redactado por LUZURIAGA (MARTÍNEZ CABALLOS, M.: “Aproximación a una perspectiva de la

sociedad civil”, Tortosa, 1990, p. 8). Se divide en cinco capítulos: uno dedicado a disposiciones generales

(artículos 1564 a 1567); el segundo, a la sociedad universal (artículos 1568 a 1571); el tercero, dedicado a

la sociedad particular (artículo 1572); el capítulo cuarto, acerca de las obligaciones de los asociados

(artículos 1573 a 1594, repartidos en dos secciones, dedicadas a las obligaciones de los asociados entre sí

y para con un tercero), y el capítulo quinto, dedicado a los modos de extinción de la sociedad.

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atención que parece demasiado escueta306. Este artículo, que parece presuponer el

conocimiento de qué sea una persona moral307, señalaba expresamente que “las

corporaciones, establecimientos y asociaciones reconocidas por la ley se considerarán

personas morales para el ejercicio de los derechos civiles”. En principio no consta de

modo expreso en el precepto la mención a la sociedad civil, salvo que la encuadremos

dentro del concepto genérico de “asociaciones reconocidas por la ley”, o bien que en la

regulación concreta de la sociedad civil se remitiera al artículo 33 o se estableciera

expresamente. Si el legislador hubiese querido reconocer esa personalidad jurídica lo

306 Es poco acertado dedicar a un tema de la relevancia de la persona jurídica un único artículo. Parece

presente el prejuicio francés de 1804 contra las personas jurídicas. Este escaso tratamiento ya lo criticó en

su día TARRASA: es uno de los dos defectos que denuncia en el texto, que se haya limitado este artículo

a declarar que son personas jurídicas, sin más. “Aunque estas omisiones puedan suplirse por algunas

reglas relativas al contrato de sociedad, éstas, sin embargo, no son enteramente aplicables a toda

asociación, pues se refieren a sociedad económica o de ganancias, y ya hemos visto que hay asociaciones

de otras muchas clases” (TARRASA, M.: “Estudios de Derecho Civil de España comparado con el

Romano y el Extranjero, según el orden del Proyecto de Código Civil Español”, Estudio Primero,

comentario al artículo 33, Imprenta de la Casa-Hospicio, Salamanca, 1866, pp. 292-298). Hay quien

critica de modo más contundente esta escasez en la regulación: basta recoger las palabras de COMAS

para comprobarlo: “... al advenimiento de todas esas grandes fuerzas sociales que son una aspiración en

este siglo, y tal vez la manera de evitar, o aplazar al menos, grandes catástrofes para nuestra Patria, ¿qué

es lo que les dáis en el proyecto de Código civil de 1851? Un artículo, que es el artículo 33 del proyecto

de 1851, que es el 26 del Código que está presentado en el Senado. No hay más: y este artículo ó este

precepto viene á reducirse á los siguientes términos. Dice <<Las corporaciones, los establecimientos y las

asociaciones que estén reconocidas por la ley (me parece, si no recuerdo mal, que estas poco más o menos

son las palabras), serán reputadas como personas morales, dice el uno; como personas jurídicas, dice el

otro>>. / Pues bien; este es el único precepto que yo encuentro en el proyecto de Código civil que intenta

darse á este país” (COMAS, A.: “Proyecto de Código Civil, enmienda presentada al Senado,

Establecimiento Tipográfico de Eduardo Fé, Madrid, 1885, pp. 155-156). 307 MALUQUER DE MOTES ha indicado que en este texto existe la persona moral, pero no se la define.

Se la reconoce como sujeto de derechos y con una capacidad de obrar específica, pero no puede decirse

que el proyecto de 1851 sea la plasmación de toda la idea reinante en la primera mitad del siglo XIX, que

construya en abstracto la figura (MALUQUER DE MOTES, C.: “La fundación...”, cit., p. 134).

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habría especificado de modo claro en el articulado dedicado a regular a la sociedad

civil. Repasaremos dicho articulado que, por otra parte, no aporta grandes novedades308.

En la regulación sobre la sociedad civil, se dedica a las cuestiones generales sobre el

contrato de sociedad sus artículos 1564 a 1567: el primero determinaba lo que se

pretendía encuadrar bajo este epígrafe, como nuestro vigente artículo 1665309; el

segundo aludía a cuestiones formales310; el artículo 1566 diferenciaba sociedades

universales de particulares y el último extendía la aplicación de estos artículos a la

sociedad conyugal.

Ninguno reguló la personificación de la sociedad civil. A las obligaciones de los

asociados se dedican los artículos 1573 a 1594, del mayor interés para entender a esta

sociedad civil que se configura en el Proyecto. No se reconoce de modo indubitado

personalidad a la sociedad civil, aunque la orientación es favorable a ello, y ciertos

artículos pueden resultar de interés a la hora de entender esa disposición hacia ello. Así,

el artículo 1580 obliga al socio a responder ante la sociedad por los daños causados, y el

artículo 1583 indica que “las pérdidas y ganancias se repartirán en conformidad a lo

pactado”, y continúa con la regulación aplicable en caso de que el pacto no sea

exhaustivo. Por su parte, el artículo 1591 señala que “los socios no quedan obligados

308 FALCÓN indicaba que la sociedad, como los otros contratos, “encuentra reglas precisas y completas

para su régimen, sacadas de cuanto sobre el particular consignaron las leyes romanas y han escrito las

legislaciones más científicas de los tiempos modernos” (FALCÓN, M.: “Historia del Derecho Civil

español, común y foral”, Establ. Vicente Oliva, Salamanca, 1880, p. 678). 309 Señala que “La sociedad es un contrato pro el cual dos ó mas personas se obligan á poner en comun

sus bienes ó industria, ó alguna de estas cosas, con ánimo de partir entre sí las ganancias”. En su

comentario al artículo, destaca GARCÍA GOYENA la necesidad de que cada socio ponga algo en común. 310 “Es nula la sociedad siempre que se aportan bienes, si no se hace un inventario ó estado firmado por

las partes, que deberá unirse á la escritura, cuando esta sea necesaria”.

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mancomunadamente respecto de las deudas de la sociedad, y ninguno puede obligar a

los otros personalmente, si no le han conferido poder expresamente para ello”311.

Del mayor interés es la regulación que establece el artículo 1594, cuando señalaba

que los acreedores de la sociedad eran preferibles a los acreedores de cada socio sobre

los bienes sociales312. Se inserta este artículo dentro de los dedicados a las obligaciones

de los socios con terceros, que se inicia con el artículo 1591 (artículo que recoge la

regulación citada en el texto anterior en el artículo 1463313), y realiza, por lo tanto,

influido por la jurisprudencia francesa314, una distinción patrimonial importante, ya que

encontramos los bienes de los socios y, por otro lado, los bienes sociales, afectos éstos

al cumplimiento de las obligaciones de la sociedad, sea persona jurídica o no.

En su comentario a dicho artículo 1594, GARCÍA GOYENA defendía el acierto de

la medida argumentando que la sociedad era una persona moral, conforme al artículo 33

citado. Según señalaba el propio GARCÍA GOYENA, así se conserva el derecho

español hasta ahora vigente315, y de dicho artículo se desprende para él que la sociedad

civil es una persona moral316, aunque en los artículos dedicados al contrato de sociedad

311 En su comentario a dicho artículo, GARCÍA GOYENA se centra en la actuación del socio frente a

terceros, pero indica que no responderán mancomunadamente salvo pacto expreso, sino que responderán

de su parte en cada caso (GARCÍA GOYENA, F.: “Concordancias, motivos y comentarios del Código

Civil Español”, Zaragoza, 1974, p. 831). 312 “Los acreedores de la sociedad son preferibles a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales.

Pero, sin perjuicio de este privilegio, los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el embargo y

remate de la parte de este en el fondo social; en cuyo caso habrá lugar a la disolución de la sociedad, y el

socio que la ocasione responderá de los daños y perjuicios, si se verificase en tiempo oportuno”. 313 Señalaba GARCÍA GOYENA que “Los socios, pues, aunque respondan de la totalidad de la deuda

social, no responden mancomunadamente, sino cada uno por su parte y porción” (GARCÍA GOYENA,

F.: “Concordancias, ...”, cit., p. 831). 314 La jurisprudencia francesa se servía de la persona jurídica para justificar la preferencia de los

acreedores sociales (vid. GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en participación”, Civitas, 1993, p. 158). 315 GARCÍA GOYENA, F.: “Concordancias...”, cit., p. 21. 316 Así lo señala expresamente en la nota al artículo 1594 (GARCÍA GOYENA, F.: “Concordancias,...”,

cit., p. 833). Sigue las ideas defendidas por ROGRON respecto del artículo 1872 del Code (tal y como

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civil nada se establece expresamente para tal caso específico. Sintoniza con la

concepción amplia de la persona jurídica, de origen francés, que influye en GARCÍA

GOYENA e inspira el texto317 (señala DE CASTRO que en este Proyecto se inicia el

empleo del término “persona moral” en sentido amplio, de influencia francesa318).

El ser persona moral, entiende GARCÍA GOYENA, conlleva que sea admisible esa

autonomía patrimonial que se diseña. Por consiguiente, pese a no existir reconocimiento

expreso e indubitado de esa personalidad jurídica en el texto319, parece que es la idea

que sirve de base para regular la preferencia citada320. Y la intención de GARCÍA

explica CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1699 CC, dentro de “Comentarios al Código

Civil y Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 561-562). Realmente,

como indicara SOLÍS VILLA siguiendo a DE CASTRO, está olvidando los precedentes doctrinales

(FONTANELLA, SALGADO DE SOMOZA) que habían justificado dicha presencia en otras razones,

como la acción tributoria (D. 14,4), o bien directamente llegaban a dicha solución sin presuponer la

personalidad jurídica, como en el caso del artículo 297 del C de c de 1829 (SOLÍS VILLA, I.: “La teoría

de la persona jurídica en la obra de Don Federico de Castro”, cit., p. 98; el comentario en CASTRO, F.

DE: “Formación y deformación...”, cit., p. 194). La acción tributoria estaba referida a la posición del

dueño en los contratos celebrados por su esclavo, y se puede leer un texto de interés en D. 14. 4. 5. 16: “Si

el esclavo tenía varios acreedores, pero algunos relativos a determinadas mercancías ¿se habrán de

confundir todos sin distinción de mercancías y habrán de ser llamados todos al mismo reparto? Por

ejemplo, si uno tenía dos negocios distintos, por ejemplo, uno de trajes y otro de tejidos, y tenía un

acreedor en cada uno de ellos: creo que deben ser llamados al reparto separadamente, porque cada uno

debe ser considerado más como acreedor de la mercancía que del propio esclavo (“El Digesto de

Justiniano”, ed. cit., p. 555). 317 Señalan esta influencia de modo destacado AMORÓS GUARDIOLA, M. (Nota Introductoria a DE

CASTRO, F.: “La persona jurídica”, cit., p. 15) y CAPILLA RONCERO, F. (“La sociedad civil”, cit., p.

23). Realiza un breve análisis, pero muy clarificador, SOLÍS VILLA, I.: “La teoría de la persona jurídica

en la obra de Don Federico de Castro”, cit., pp. 96-99. 318 DE CASTRO, F.: “Formación y deformación...”, cit., pp. 175-204, especialmente 192-193. 319 DE CASTRO ha ofrecido una explicación a esa fijación de GARCÍA GOYENA, y señala que quizás

para él, la mención a la societas en D. 46, 1, 22, significa la atribución de la personalidad jurídica a todas

las sociedades (y no sólo a las de Derecho público), “como podría entenderse, señala, de una lectura

apresurada” (DE CASTRO, F.: “Formación y deformación del concepto de persona jurídica...”, cit., nota

192, p. 194). Dicho texto alude a que “la herencia hace de persona, como un municipio, una curia

municipal o una asociación”. 320 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 365-367.

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GOYENA parece clara321: estima, como ocurría en Francia, que la persona jurídica es

imprescindible para justificar la preferencia concedida a los acreedores de la

sociedad322, para cobrarse de los bienes sociales, respecto de los acreedores de los

socios.

Por otra parte, no se alude en precepto alguno a las cuestiones que se insertarán en el

artículo 1669 (publicidad societaria, consecuencias de su inexistencia, etc.).

A modo de conclusión de este repaso por los textos citados, podemos señalar que en

los diversos textos previos al Anteproyecto de 1882-1888, siguiendo la tradición

romana, de aplicación preferente a economías no demasiado desarrolladas, se configura

una sociedad civil sin personalidad jurídica, pues se estima que se obtienen sus ventajas

de otra forma cuando son necesarias, o lo que es más posible, que no son siquiera

relevantes. En alguno de dichos textos previos ni siquiera existe tratamiento de la

sociedad civil, y lo más próximo a la cuestión de mayor relevancia para nosotros,

después de los más tímidos pasos sobre autonomía patrimonial en 1836, son los

artículos 33 y 1594 del Proyecto de 1851, alusivos a la personalidad jurídica de las

asociaciones reconocidas por la ley (entre las que GARCÍA GOYENA entiende

integradas a las sociedades civiles) y a la autonomía patrimonial predicable de la

sociedad civil en todo caso, precisamente debido a que la considera persona jurídica.

Por consiguiente, sin perjuicio de estos débiles precedentes, el tema de la

personalidad jurídica de la sociedad civil está prácticamente virgen cuando se llega al

Anteproyecto de 1882-1888. Pese a ello, la autoridad del Proyecto de 1851323 lleva a

algunos autores, imbuidos de ese espíritu generoso en lo que toca a la personificación de

321 Tal y como expuso DE CASTRO, F.: “Formación y deformación del concepto...”, cit., p. 193. 322 Para que existan dichos acreedores, obviamente, es necesaria una proyección exterior de la sociedad,

ya que si la sociedad es meramente interna y no tuvo contacto con terceros a la misma, no existen. 323 En este sentido, DE CASTRO, F.: “Formación y deformación...”, cit., p. 194.

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las sociedades y de esa concepción amplia de la persona jurídica, a defender

abiertamente ya la personificación de la sociedad civil, aunque no se reconozca clara y

expresamente en ningún texto (GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ, MORATÓ, TARRASA,

ELÍAS o MARTÍ DE EIXALÁ, por ejemplo)324.

Del repaso de los textos anteriores resulta fácil deducir que existen cuestiones que no

se han regulado detalladamente, y debemos llegar al Anteproyecto de 1882-1888 para

encontrar los antecedentes oportunos del artículo 1669 CC así como la regulación de la

personificación social. Es necesario estudiar qué orientación inspira esta regulación.

En primer lugar, cabe señalar que el texto se divide en un Título Preliminar y cuatro

Libros325, y en el momento en que se redactó no existía el nuevo texto regulador de

asociaciones, que llegaría en 1887, algo que se dejará notar en su redacción. Existirán

324 Por ejemplo, GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ alude a ello en diversos momentos de un trabajo ya citado

(GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ, B.: “Códigos o estudios fundamentales sobre el Derecho Civil español”,

cit., pp. 468 y 486), o DE MORATÓ, quien alude a la compañía, considerada como una persona jurídica

(DE MORATÓ, D.: “El Derecho civil español con las correspondencias del Romano”, tomo 2,

Valladolid, 1868, núm. 1915, p. 443). TARRASA parte de la personalidad jurídica de la sociedad civil en

su argumentación, critica que el artículo 33 del Proyecto fuese tan escueto, y deba suplirse con la

regulación de la sociedad civil (TARRASA, M. B.: “Estudios de Derecho Civil de España...”; cit. pp.

291-298). ELÍAS indicaba que “la sociedad constituye una persona moral que se considera como distinta

y separada de los asociados (ELÍAS, J. A.: “Derecho civil general y foral de España”, vol. II, tomo III,

Victorino Suárez, Madrid, 1884, núm. 3801, pp. 162-163). Antes, ya MARTÍ DE EIXALÁ señalaba que

“toda sociedad una vez formada es un ser moral que contrata, obliga y se obliga, de la misma manera que

cualquier persona” (MARTÍ DE EIXALÁ, R.: “Tratado elemental del Derecho Civil Romano y Español”,

tomo 2, Imprenta de Joaquín Verdaguer, Barcelona, 1838, p. 260). Realizan un resumen completo de

dicha situación y citan los trabajos oportunos CABANAS TREJO, R. y BONARDELL LENZANO, R.:

“La vuelta a la caverna: la sociedad civil no tiene personalidad jurídica (Comentario crítico de la Res. de

la DGRN de 31 de marzo de 1997)”, La Notaría, núm. 4, abril de 1997, pp, 63-64, así como en

“Reflexiones en torno a la personalidad jurídica de las sociedades civiles (Comentario crítico a la

RDGRN de 31 de marzo de 1997)”, Revista de Derecho de Sociedades, núm. 9, 1997, pp. 374-375. 325 El Libro Cuarto está dedicado a las Obligaciones. Este Libro es bastante especial, pues una parte sigue

la numeración correlativa del texto y otra parte no, y ni siquiera aparecen los Títulos numerados. Entre

estos no numerados se dedica un título a la sociedad sin personalidad jurídica, título compuesto por 46

artículos, y otro título a la sociedad con personalidad jurídica, título siguiente, artículos 47 a 55.

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dos títulos dedicados a las sociedades326, títulos donde la inspiración belga es

evidente327.

Debemos acudir a los dos títulos citados, no numerados, los inmediatamente

posteriores al dedicado a los censos e inmediatamente anteriores al Título dedicado al

mandato. El primero se encabeza con el rótulo “De la Sociedad”, y dedica su atención a

las sociedades sin personalidad jurídica328, mientras que el segundo, titulado “De las

sociedades con personalidad jurídica”, contiene los artículos 47 a 55 y regulará de modo

expreso la personalidad de la sociedad civil, por primera vez en nuestra historia.

326 Podemos encontrar el articulado de los mismos, así como las fuentes de inspiración en cada momento,

en PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M.: “El anteproyecto del Código civil español (1882-1888)”, en

Centenario de la Ley del Notariado, cit. En concreto, el Título De la sociedad, en pp. 634-657, y el Título

De las sociedades con personalidad jurídica, en pp. 657-660. De este autor también resulta muy

clarificador “El Anteproyecto del Código civil en 30 de abril de 1888”, ADC, 1960, pp. 1171-1193.

Ambos serán, por su interés, citados con frecuencia en nuestra exposición. 327 La influencia del Anteproyecto belga de LAURENT, de 1879 es muy importante, como se comprobará

casi en cada precepto. Este texto, el Avant Projet de révision du Code civil redigé par F. Laurent, nunca

llegó a ser ley, y su valor fue realmente doctrinal. Se le achacaba acendrado liberalismo y según algunos,

carácter sectario, pero en cualquier caso, nadie negaba a LAURENT su condición de gran jurista, gran

civilista y auténtico liberal, el más grande jurista belga del siglo XIX. Su relevancia es explicada por

PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M., en el Estudio preliminar al anteproyecto (“El anteproyecto del

Código civil español (1882-1888)”, cit., p. 33, nota 97). De todas formas, para repasar las influencias del

texto en general, vid. PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, estudio preliminar citado, pp. 24-35. Para el

texto, con los comentarios del autor, vid. LAURENT, F.: “Avant-Projet de Révision du Code Civil”,

rédigé par F. Laurent sur le demande de M. Le Ministre de la Justice, Bruxelles, Typographie Bruylant –

Chripstophe & Compagnie, 1885, T. V, sobre la sociedad, artículos 1873-1958, pp. 401-543.

Para profundizar en la personalidad de LAURENT, vid. SALVADOR CODERCH, P. y

SANTDIUMENGE LL. M., J.: “La influencia del Avant-Projet de Revision du Code Civil belga de

François Laurent en el Código civil español de 1889”, en Centenario del Código Civil (1889-1989), tomo

II, Profesores de Derecho Civil. Ed. Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1990, pp. 1927-1932. 328 La mentalidad es típicamente romana, tal y como se plasmará en otros textos de otros países por esa

época. Engloba este título los artículos 1 a 46, repartidos en cinco capítulos: disposiciones generales

(artículos 1 a 8), sociedad universal (artículos 9 a 14), sociedad particular (artículo 15), obligaciones de

los socios (artículos 16 a 37, en dos secciones, relativas a las obligaciones de los socios entre sí, y a las

obligaciones de los socios para con un tercero), y modos de extinción de la sociedad (artículos 38 a 46).

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El primero de los títulos citados dedicaba su atención a la sociedad sin personalidad

jurídica. Es presentada, conforme al artículo 1, como “un contrato por el cual dos o más

personas se obligan a poner en común dinero, bienes o industria, con ánimo de partir

entre sí las ganancias”329. El objeto debe ser lícito, conforme al artículo 2, “y

establecerse en interés de los socios”. La libertad de forma se establece en el artículo 3

(con ciertas limitaciones establecidas en los artículos 3330 y 4331).

Su artículo 5 es rotundo: “la sociedad civil no constituye una personalidad jurídica

distinta de la de los asociados”332. La norma general parece bastante clara: la sociedad

civil no se verá dotada, como criterio general, de personalidad jurídica. Y este espíritu

restrictivo continúa en el artículo 6, cuando dispone que “a las sociedades civiles

extranjeras, aunque tengan en el país en que se constituyan personalidad jurídica, no se

las reconoce como tales en España, a no concedérsela una ley o los tratados”333.

329 Texto coincidente con nuestro vigente artículo 1665 CC, y casi literalmente con el artículo 1564 del

Proyecto de 1851: “la sociedad es un contrato por el cual dos o más personas se obligan a poner en común

sus bienes o industria, o alguna de estas cosas, con ánimo de partir entre sí las ganancias”. 330 “La sociedad civil se podrá constituir en cualquiera forma, salvo en el caso de aportarte a ella bienes

inmuebles o derechos reales, en el cual será necesaria la escritura pública”. Este artículo no tiene

precedente ni en el Proyecto de 1851 ni en el Anteproyecto de LAURENT. 331 “Es nula la sociedad, siempre que se aporten bienes, si no se hace un inventario de ellos firmados por

las partes, que deberá unirse a la escritura cuando ésta sea necesaria”. 332 Artículo de clara inspiración belga. El artículo 1879 del Anteproyecto de revisión del Código belga de

LAURENT, que inspira este precepto, se expresaba en estos términos: “Le société civile ne forme pas une

individualité juridique distincte de celle des associés” (en traducción incluida por PEÑA, “La sociedad

civil no constituye una individualidad jurídica distinta de la de los socios”). En el comentario a este

artículo, LAURENT admite que la Corte de Casación de Bélgica hizo excepción con las sociétés

charbonnières, dedicadas a la explotación minera (LAURENT, F.: “Avant-Projet...”, cit., p. 406). Explica

las mismas en LAURENT.F.: “Principes de Droit Civile”, t. XXVI, Bruxelles, Bruylant-Christophe & C.

Éditeurs, Paris, Librairie A. Maresq, Ainé, 1878, núms. 419-431, pp. 423-437. 333 Artículo prácticamente idéntico al artículo 1880 del Anteproyecto de LAURENT. Este tema es

comentado por LAURENT en su “Droit Civil internationale”, t. IV, Bruxelles, Bruylant-Christophe & C.

Éditeurs, Paris, Librairie A. Maresq, Ainé, 1880, núms. 119-143, pp. 231-280. Al nacer una persona

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Esta redacción nos devuelve, inevitablemente, la mente a los esquemas romanos

respecto de la sociedad, en lo que toca a su falta de personalidad jurídica, y concesión

en algún caso concreto (supuestos del título segundo), únicamente cuando se estimaba

necesario, que será algo que deba definirse en el Título dedicado a las sociedades con

personalidad jurídica. Pero como criterio general, y en sintonía, por tanto, con el tenor

literal del Code francés de 1804, el Codice italiano de 1865 o el Código portugués de

1867, la sociedad civil no se ve dotada de personalidad jurídica. Es más, en el

Anteproyecto de LAURENT este principio inspira claramente la regulación, tanto que

se reconoce personalidad sólo por medio de la ley (artículo 1943), como se hace con las

sociétés charbonnières, reguladas en los artículos 1940 a 1942 (asimiladas a las

sociedades comerciales en su personificación y su capital dividido en acciones334).

Los artículos 34 a 36 se refieren a las obligaciones de los socios con un tercero, y

ponen de manifiesto que esos socios responden de las deudas sociales del modo

descrito335. Es lógico que así sea, pues no existe persona jurídica que deba hacerse cargo

de las mismas (en la sociedad personificada será diferente, conforme al artículo 51).

jurídica estamos ante la creación de una ficción, y ello implica reconocimiento del legislador, pero sólo el

legislador de un Estado puede crear personas jurídicas en él (fuera de él no tiene autoridad). 334 Estas medidas parecen lógicas, teniendo en cuenta el objeto social al que se dedicaban estas

sociedades, las explotaciones mineras, labor tan peligrosa en esa época, con lo que una ilimitación de la

responsabilidad por parte de los socios desincentivaría la participación en esta empresa, con lo que ello

implicaría en el sector de la explotación minera y, por tanto, de la economía en general. 335 El artículo 34 señala que “Para que la sociedad quede obligada con un tercero por los actos de uno de

los socios, se requiere: 1º que el socio haya obrado, en su carácter de tal, por cuenta de la sociedad. 2 que

tenga poder para obligar a la sociedad en virtud de un mandato expreso o tácito. 3º que haya obrado

dentro de los límites que le señala el poder o mandato”.

El artículo 35 indica que “Los socios no quedan obligados solidariamente respecto de las deudas de la

sociedad; y ninguno puede obligar a los otros por un acto personal suyo, si no le han conferido poder

expresamente para ello. / La sociedad no queda obligada respecto a tercero por actos que el socio haya

realizado en su propio nombre; pero queda obligada para con el socio en cuanto dichos actos hayan

redundado en provecho de ella. / Si el socio se ha obligado en nombre de la sociedad, pero sin poder para

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Sin embargo, un dato puede ser de especial interés respecto de estas sociedades sin

personalidad jurídica, y es la regulación contenida en el artículo 37, último artículo

dedicado a este tema, que se expresa en estos términos: “Los acreedores de la sociedad

son preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales. Pero, sin

perjuicio de este privilegio, los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el

embargo y remate de la parte de éste en el fondo social; en cuyo caso habrá lugar a la

disolución de la sociedad, y el socio que la ocasione, responderá de los daños y

perjuicios, si se verificase en tiempo inoportuno”. Por lo tanto, incluso sin que la

sociedad se vea dotada de personalidad, goza de un patrimonio diferenciado del de los

socios. No es un texto novedoso, pues ya se incluía un texto con la misma finalidad en

el Proyecto de 1836 (el artículo 1462) y otro idéntico al ahora comentado en el Proyecto

de 1851 (artículo 1594). No existe total separación entre patrimonio aportado a la

sociedad y patrimonios de los socios para responder, como se deducirá del artículo 51.

En conclusión, estamos ante la sociedad civil configurada al modo tradicional, como

un contrato inter partes y sin que nazca un ente que actúe como tal frente a terceros. Se

configura el contrato para no tener relaciones con terceros como tal ente, ya que la

personalidad jurídica se reconocerá sólo en los supuestos del siguiente apartado. Ésta

será la base de lo que en el futuro se denominarán sociedades internas, como

estudiaremos en su momento. Pero debemos apuntar el dato ya aquí: estamos ante una

sociedad que no operará en el tráfico jurídico como ente, donde existe cierta autonomía

patrimonial, pero son los socios los que responden de las deudas. Pese a existir una

relevante organización interna y autonomía patrimonial, no existe personificación.

hacerlo, la sociedad quedará obligada respecto a tercero en cuanto se haya aprovechado de los actos del

socio. / Lo dispuesto en este artículo se entiende sin perjuicio de lo establecido en la regla 1ª del art. 32”.

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Hay que esperar al segundo título del Anteproyecto, que comprende a los artículos

47 a 55, recogidos bajo la rúbrica “De las sociedades con personalidad jurídica”, para

encontrar la regulación de las sociedades civiles que gozan de personalidad jurídica,

algo que no entraba dentro de los esquemas romanos y que, posiblemente, se redactase

pensando en un concepto más amplio que el que aquí entendemos como sociedad civil

sin más. Es la primera vez que un texto en nuestro país reconoce claramente

personalidad jurídica a la sociedad civil. Pese a que de la regulación se deduzca que no

es la regla que se pretende general, ese reconocimiento expreso es novedoso336.

Repasemos cada precepto de este segundo título para hacernos una idea de esta

regulación de las sociedades con personalidad jurídica, algo novedoso en nuestra

historia codificadora. El artículo 47, donde también se percibe la influencia belga del

Anteproyecto citado337, se expresa en estos términos: “Las asociaciones de personas,

formen o no sociedad civil, sólo constituyen una entidad jurídica, independiente de la

Por último, el artículo 36 señala que “Los socios responden por partes iguales al acreedor con quien

contratan, aunque su interés social sea desigual, a no haberse pactado lo contrario; pero los socios serán

responsables entre sí en proporción a su interés social”. 336 Ciertamente, en el caso de las sociedades mercantiles, el Código de Comercio acababa de conceder esa

personalidad en 1885 (en este sentido, el artículo 116, que corregía la redacción del antiguo artículo 264

del Código de 1829), pero en el campo de las sociedades civiles era nueva esa regulación, tan diferente no

sólo a la tradición romana, sino a los textos europeos de la época, como veremos. Es bastante posible que

esa regulación mercantil citada influyera en el texto del presente Anteproyecto (hasta ese momento no se

había planteado nunca en nuestros textos esa posibilidad: simplemente existía una opinión personal de

GARCÍA GOYENA que no se plasmaba expresa e indubitadamente en su Proyecto), y la euforia por la

persona jurídica que lo inspira, así como el conocimiento de los problemas prácticos derivados de las

regulaciones europeas de la época, y los debates doctrinales y decisiones jurisprudenciales que pretendían

solucionar dichos problemas. La sociedad configurada para actuar como ente frente a terceros. Ésta será

la base de lo que después cierta doctrina denominará sociedad externa. 337 En concreto, en este caso hay que indicar que el artículo 1943 del Anteproyecto de LAURENT se

expresaba en estos términos: “Les associations de personnes, sans distinguer si elles forment des sociétés

civiles ou non, ne peuvent être personnifiées ou incorporées que par la loi ou en vertu de la loi”. Principio

universalmente admitido, según LAURENT, en sociedades a las que denomina incorporées (comentario

al artículo 1943, en “Avant-Projet...”, cit., p. 444).

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personal de los individuos que las componen, cuando tienen dicho concepto por la ley o

se forman con aprobación de la autoridad pública”. El criterio restrictivo a la hora de

aludir a la concesión de personalidad jurídica parece fuera de toda duda, como se puede

comprobar (se une la tradición romana a la influencia francesa codificadora, aunque

vaya algo más lejos admitiendo la persona jurídica, pese a sus prejuicios). Esta

regulación tan intervencionista no pasará al código, pues éste se verá inspirado por

principios de gran apertura a la hora de reconocer la personalidad jurídica a la sociedad

civil: no sólo se reconocerá como norma general, sino que no se exigirá esa intervención

pública aquí establecida para que surja la persona jurídica. Del artículo 47 se deduce

que la personalidad no surge del ente, sino que es reconocida por la autoridad oportuna.

Al artículo 5 del anterior Título, por tanto, hay que añadir este precepto que alude a

la configuración como persona jurídica independiente de modo restrictivo, así como el

propio epígrafe de cada título: el título relativo a la sociedad sin personalidad jurídica

es, genéricamente, “de la sociedad”, mientras que este segundo título, excepción al

anterior, es “de las sociedades con personalidad jurídica”. Es más, en este artículo

podemos encontrar también, utilizando palabras de PANTALEÓN PRIETO, “una

escasa simpatía por la libertad de asociación, al dejar la vida jurídica de las asociaciones

en las manos arbitrarias de la autoridad pública”338. Este argumento se refuerza si al

artículo 47 citado unimos los artículos 53.1 y 55, que repasaremos a continuación339.

338 PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad...”, cit., nota 45, p. 30. 339 Esta regulación tan estricta puede plantear importantes problemas no tratados: imaginemos que una

sociedad pretende que se reconozca su personalidad jurídica, pero todavía ello no ha ocurrido. Si se ha

constituido válidamente como sociedad, mientras se resuelve el reconocimiento de su personalidad

jurídica, ¿se rige por las normas de la sociedad civil sin personalidad jurídica? ¿Por las de la comunidad

de bienes, a las que remite el artículo 55 para el caso de que no se reconozca la misma? No se resuelve en

el texto dicha situación, aunque parece que no puede operar plenamente en el mercado como ente, pues

no lo es todavía, pese a la voluntad de los socios. Sin embargo, no se puede actuar respecto de la misma

como si se le hubiese denegado la personalidad, pues tampoco es el caso. Las partes pretenden configurar

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Los artículos 48 y 49, aluden a aspectos novedosos que implica para estas sociedades

el goce de personalidad jurídica: en primer lugar, pueden contratar, adquirir a título

oneroso o gratuito, disponer de sus bienes y comparecer en juicio340, aunque “por medio

de sus administradores o gerentes establecidos en el título de concesión de la

personalidad, o con arreglo a sus estatutos”, según el artículo 49, pues “los asociados

carecen de personalidad para gestionar en nombre de la asociación, y sólo tienen

derecho a la parte que les corresponda en los beneficios y en el fondo social”341.

El artículo 50, también receptor de la influencia belga que orienta a todos estos

preceptos342, señala que “el derecho de modificar los estatutos, cuando proceda,

corresponde a la junta general de socios”, completándose con el segundo párrafo, que

señala que “los acuerdos se toman por mayoría, formada con arreglo a los mismos

estatutos, y a falta de disposición en éstos, por la mayoría absoluta de votantes”.

El artículo 51, de acuerdo con la configuración personalizada de la sociedad, indica

que “los acreedores de la sociedad carecen de acción contra los socios en particular, y

sólo pueden reclamar contra la misma y cobrarse del fondo social”343. Parece lógico, y

su sociedad para que opere en el mercado, así que no parece exacto remitir sin más al régimen de las

sociedades sin personalidad jurídica. Parece que entre las partes se deben regir los socios por lo pactado,

salvo en aquello que presuponga personificación, mientras que frente a terceros, teniendo en cuenta que

habrá actuado ofreciendo una imagen social en el mercado y que se debe proteger esa confianza suscitada,

si ello ha ocurrido así debiera poder entenderse personificada a los efectos de dirigir contra ella

reclamaciones, aunque no exista persona jurídica. Responderán dichos socios en la proporción por ellos

pactada o que sea deducible de la proporción de sus aportaciones, sin perjuicio de que puedan exigir la

oportuna responsabilidad a los actuantes en su caso. 340 Artículo 48, prácticamente calcado del artículo 1944 del Anteproyecto de LAURENT. 341 Este artículo es la reproducción del artículo 1945 del Anteproyecto de LAURENT. 342 En este caso, el artículo del Anteproyecto de LAURENT que lo inspira es el artículo 1946. 343 Nuevamente, la inspiración belga es innegable, como se deduce de su cotejo con el artículo 1947 del

Anteproyecto de LAURENT, que indica que “Les créanciers de la société ont pour l`être fictif avec lequel

ils ont traité, et pour gage le fonds social. Ils ne sont pas créanciers des associés, et les créanciers des

associés ne sont pas créanciers de la société; ils n’ont pour gage que les biens de leur débiteur, sauf à

exercer les droits de leur débiteur dans le fonds social, après que les crèanciers de la société sont payés”.

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es importante: existe una persona jurídica que actúa como tal, y se debe ser consecuente

con ello hasta el punto de configurarla como perfecta. La situación es radicalmente

opuesta a la diseñada en el título dedicado a las sociedades sin personalidad jurídica,

donde los socios respondían de las deudas. Aquí existe persona jurídica, y será la misma

la que responda, como persona jurídica que es, y además diseñada como perfecta344. El

artículo 52, también congruente con la personificación social, señala que “las

sociedades con personalidad jurídica no se extinguen por la muerte ni por la renuncia de

uno o varios de los asociados”345.

Otro artículo donde puede apreciarse la evidente intención restrictiva respecto de la

personalidad jurídica de la sociedad civil es el artículo 53346, donde se señala que “La

concesión de la personalidad puede revocarse por la ley o por la autoridad que la ha

otorgado”, añadiendo que “cuando la asociación es de exclusivo interés privado, puede

acabar por la voluntad unánime de los socios, a no impedirlo alguna de las cláusulas de

la concesión”. No se especifican las causas de privación de personalidad jurídica.

El artículo 54 indica que “en caso de disolución (...), el activo social se dividirá entre

los socios, a no tener la sociedad un objeto de interés público, en cuyo caso, si no se ha

señalado en el acta de la constitución el destino que deba dársele, se adjudicará a la

beneficencia o a la instrucción pública, según fuere el fin de la asociación”347.

El artículo 55, último dedicado al tema, y que, debido a su importancia para nuestra

reflexión, será estudiado a continuación de modo más extenso, indica que “las

344 Esta regulación no se trasladará al CC, donde del artículo 1698 se deduce que estamos ante una

persona jurídica imperfecta. Por tanto, tal y como se configura en el Anteproyecto, la sociedad civil sólo

se verá personificada de modo excepcional, pero cuando ello ocurra la persona jurídica es perfecta. 345 Artículo prácticamente idéntico al artículo 1948 del Anteproyecto de LAURENT, y es congruente con

la configuración plasmada. 346 El artículo del Anteproyecto de LAURENT que inspira este precepto es el 1949. 347 El artículo 1950 del Anteproyecto de LAURENT es el que inspira este precepto.

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asociaciones que no constituyen una sociedad civil en conformidad al artículo 1 y las

que no adquieran el concepto de persona jurídica según el artículo 46, se regirán por las

disposiciones relativas a la comunidad de bienes. / En este caso serán considerados los

socios, en los contratos con relación a terceros, como personas particulares”. Por tanto,

el último artículo dedicado al régimen de las sociedades dotadas de personalidad

jurídica se dedica a la regulación de aquellas que no se verán provistas de la misma.

En resumen, una vez repasados todos los preceptos de interés del texto de este

segundo título, y teniendo siempre presente la redacción del artículo 5 y los propios

epígrafes de los títulos, parece que la personalidad jurídica se presenta como algo

excepcional en el contrato de sociedad civil y ligado a reconocimiento expreso,

reconocimiento que, en cualquier momento, puede revocarse, conforme establece el

artículo 53 citado, lo que acentúa esa excepcionalidad y esa visión restrictiva del

derecho de asociación. Sin embargo, una vez que existe persona jurídica, ésta es

perfecta. Esa visión es inspirada por el Anteproyecto belga citado, donde la sociedad

incorporée era un tipo concreto de sociedad, sometido a una regulación específica.

En conclusión, por tanto, hemos de llegar al texto del Anteproyecto de 1882-1888

para ver cómo se reconoce claramente personalidad jurídica a una sociedad civil,

aunque de modo especial: por concesión del poder público y entendida restrictivamente.

Comparando dichos textos con el que el CC vigente dedica a la sociedad civil,

realmente y de modo general, será en el Título Primero donde nuestros vigentes

artículos (artículos 1665 a 1708) encuentren su precedente, salvo el artículo 1669 que

nos ocupa, cuyo relativo antecedente lo tiene en el artículo 55, ubicado en el Título

Segundo, que repasaremos adecuadamente en el siguiente apartado, y el 1670, que

permite que las sociedades civiles adopten formas mercantiles.

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La inspiración restrictiva que hemos apreciado en el Anteproyecto gira radicalmente

en el texto codificado final, y la concesión de personalidad jurídica a la sociedad civil

pasa a ser la regla general. Toda sociedad civil goza de personalidad jurídica, salvo que

se encuadre en el supuesto de hecho del artículo 1669 CC, que indica que “No tendrán

personalidad jurídica las sociedades cuyos pactos se mantengan secretos entre los

socios, y en que cada uno de éstos contrate en su propio nombre con los terceros. / Esta

clase de sociedades se regirá por las disposiciones relativas a la comunidad de bienes”.

Ningún artículo concede de modo positivo esa personalidad, pero sí se considera que no

existe dicha personalidad en el caso del artículo 1669. Únicamente aquí, claro está.

Aunque por propia sistemática derivada de la situación previa, tal y como se han

insertado los artículos 1669 y 1670 en el CC, o bien se ha realizado dicha labor de

inserción y correcta sistematización de modo sosegado, para evitar que existan

incongruencias, debido a la magnitud de la modificación, o se pueden generar

problemas de armonía importantes en un articulado que piensa en sociedades sin

personalidad jurídica y que por causa del artículo 1669 pasa a regular sociedades con

personalidad. La experiencia ha demostrado la existencia de problemas de armonía.

Por otra parte, otro dato venía a enrarecer la cuestión348: el tratamiento que se

dispensaba a las sociedades con personalidad, realmente, parece exceder de lo que viene

a ser la regulación del contrato de sociedad civil, y quizá realmente estábamos ante un

régimen general de las asociaciones que seguramente sustituiría a la regulación entonces

vigente. Sin embargo, antes de que estuviese preparado el CC, se redactó una nueva Ley

de Asociaciones, de 30 de junio de 1887, por cuestiones no del todo claras (urgencia o

necesidad de adaptar el régimen a la Constitución de 1876, por ejemplo), y dicha

posible intención queda carente de tanto sentido: el CC se limita a la sociedad civil.

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Por tanto, una reforma de última hora provoca que cambie radicalmente la

concepción que orienta el CC a este respecto. El artículo 1669, que repasaremos

después, parte de la base de que todas las sociedades civiles gozan de personalidad

jurídica, salvo la que quede encuadrada en su propia órbita (es fácilmente deducible de

su tenor literal ya señalado)349. Desde el punto de vista tributario, además, también se

parte de esa consideración de la sociedad civil como persona jurídica350.

Persona jurídica que, además, se configura como imperfecta: la sociedad civil gozará

de personalidad jurídica básica, no plena351. Estamos también ante una sociedad

configurada como personalista, donde la identidad de cada socio es importante para el

contrato social352. Destacamos el dato, sin perjuicio de que no entremos a estudiar el

modo de adquisición de la personalidad jurídica por parte de la sociedad civil: al ser

tema vital en nuestra investigación, remitimos a su estudio posterior.

Esto es algo novedoso dentro de nuestro entorno, pues no se reconocía esa

personalidad jurídica en los países de nuestra órbita más próxima: así, en Francia sólo se

reconoció expresamente con la reforma del artículo 1842 del Code producida por la Ley

348 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios al

Código Civil y Compilaciones Forales”, cit., p. 42. 349 Se concede dicha personalidad generosamente. Señala DE CASTRO, como novedad del CC frente al

Proyecto de 1851, “...... la generosidad con la que se atribuye la personalidad jurídica, concedida a todas

las sociedades civiles, excepto a las que mantengan sus pactos secretos (1669)” (DE CASTRO, F.:

“Estudio preliminar” al Código Civil de España, Inst. de Cultura Hispánica, Madrid, 1959, pp. 20-21). 350 El artículo 7.1. a) de la Ley 43/1995, de 27 de diciembre, reguladora del Impuesto de Sociedades,

establece que serán sujetos pasivos del Impuesto las personas jurídicas, excepto las sociedades civiles. El

artículo 10 de la Ley 40/1998, de 9 de diciembre, reguladora del IRPF, establece que las rentas

correspondientes a las sociedades civiles, tengan o no personalidad jurídica, se atribuirán a los socios

según las normas o pactos aplicables y si éstos no constaran a la Administración Tributaria

fehacientemente, se atribuirán por partes iguales. Diferencia, por tanto, ambos tipos de sociedades civiles. 351 Ello se comprueba leyendo el artículo 1698 CC, tan diferente del artículo 51 del Anteproyecto, que

diseña la vinculación de los patrimonios particulares de los socios al cumplimiento de las deudas sociales. 352 Algo perfectamente comprobable observando, por ejemplo, que conforme al artículo 1700.3 CC, la

sociedad se extingue por muerte de cualquier de los socios, algo inimaginable en una sociedad capitalista.

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de 4 de enero de 1978353, ya que antes el Code era bastante reacio a ello354, y la reforma

se produjo gracias a la presión doctrinal y jurisprudencial (es clara la influencia de las

Sentencias de la Corte de Casación francesa de 23 de febrero de 1891, y de la Corte de

Casación de Bélgica de 22 de junio de 1855, que reconocen la personalidad moral a la

sociedad civil355). La influencia romana se percibe claramente en la regulación, a lo que

se unió el prejuicio revolucionario francés hacia los cuerpos morales.

En Portugal no se personifica a la sociedad civil ni en el texto de 1867356 ni,

posteriormente, en el de 1966357. En Italia, por su parte, tampoco se reconoció esa

353 Pasó a expresarse en estos términos: “les sociétés autres que les sociétés en participation visées au

chapitre III jouissent de la personnalité morale à compter de leur immatriculation”. 354 Esto es explicado con cierto detalle por CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica...”, cit., pp.

22-25. Vid. también DELHAY, F.: “La nature juridique de l’indivision...”, cit., pp. 353-367. 355 Repasa esta última Sentencia y su importancia, THIRY, M. V.: “Des rapports existant dans les sociétés

civiles entre les asociés et les tires”, Revue Critique de Legislation et de Jurisprudence, tome 7, 1855, pp.

289-316. Ya previamente había estudiado el tema en THIRY, M. V.: “Les sociétés civiles constituent-

elles de persones juridiques distinctes de celles des asociés?”, Revue Critique de Legislation et de

Jurisprudence, tome 5, 1854, pp. 412-446. 356 En este texto no se reconocía expresamente personalidad jurídica a la sociedad civil, por causa de la

influencia francesa al respecto (COELHO DA ROCHA. M. A.: “Instituiçôes de Direito civil Portuguez”,

Coimbra, 1867, tomo II, p. 672). La regulación de la sociedad civil se encuentra en el Capítulo II (Do

contrato de sociedade) del Título II (Dos contratos em particular) del Livro II (Dos direitos que se

adquirem por ipso e contade propia e de outrem conjunctamente), artículos 1240 a 1280. De ellos, el

artículo 1240 encuadra a la sociedad, y ningún artículo alude expresamente a la concesión de

personalidad jurídica. Es más, se señala que los socios responden frente a los acreedores, en proporción a

sus respectivas partes en la sociedad, salvo pacto en contrario (artículo 1273), aunque existe un

patrimonio social destinado preferentemente a los acreedores sociales (artículo 1274: “os credores da

sociedade preferem aos credores de cada um dos socios, pelo que toca aos bens sociaes; mas podem os

credores particulares de cada socio penhorar, e fazer execuçâo, na parte soial do devedor”). Ante la falta

de declaración expresa, la doctrina interpreta el texto y extrae sus conclusiones respecto de la

personalidad jurídica de la sociedad civil. La mayoría de la doctrina defendía que la sociedad civil no

gozaba de personalidad jurídica, pues ni se señala expresamente, ni se deduce del articulado indicado (en

este sentido, autores como MOREIRA, GONÇALVES o ANDRADE). Sin embargo, un sector bastante

minoritario defendía que sí existía esa persona jurídica que era la sociedad civil, pese a que no se

estableciera expresamente (autores como DIAS FERREIRA o TAVARES): para defender su postura

aludían a que la sociedad civil era una entidad con derechos, bienes y obligaciones, que era representada

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personalidad jurídica ni en la società civile del texto de 1865358 ni en la società semplice

del texto de 1942359 (por supuesto, antes de 1865 tampoco se reconocía en los diversos

textos anteriores previos a la unificación360).

en juicio por sus administradores, y gozaba de un patrimonio propio. Estos argumentos eran puestos en

duda por la doctrina mayoritaria, que indicaba que el patrimonio autónomo era fruto de la constitución, y

el tema de la representación en juicio, tal y como se exponía por esta doctrina minoritaria, era inexacto,

pues los administradores comparecían por mandato expreso de los consocios, o de lo contrario debían

comparecer todos (DIAS FERREIRA, J.: “Codigo Civil Portuguez annotado por J. D. F.”, volume III,

Imprenta Nacional, Lisboa, 1872, p. 311). En cualquier caso, debemos destacar la clara influencia del

Derecho romano en dicha configuración: en ningún momento se plantea reconocer personalidad jurídica a

la sociedad civil, debido a los esquemas romanos que siguen predominando en la construcción de la

sociedad civil. Y ni se recoge expresamente, ni parece que estuviera en la mente del codificador, a la vista

del articulado, pese a los argumentos de la doctrina minoritaria citada. 357 Aprobado el nuevo Código civil por Decreto-Lei nº 47344, de 25 de noviembre de 1966, la sociedad

civil es regulada en sus artículos 980 a 1021 (forma el capítulo III, Sociedade, del Título II, Dos contratos

em especial, del Livro II, Direito das Obrigaçôes). Tampoco se resuelve expresamente el tema: ningún

artículo concede expresamente esa personalidad, ni parece perfectamente deducible de dicho articulado.

Predomina la doctrina que niega la personalidad jurídica de la sociedad civil, autores como MOTA

PINTO, BRAZ TEIXEIRA, ALVES DOS SANTOS o CASTRO MENDES (vid. ANDRADE PIRES DE

LIMA, F. y ANTUNES VARELA, J. M.: “Código Civil Anotado”, Coimbra, vol. II, 1986, pp. 310-311).

Algunas normas inciden en la idea de cierta autonomía patrimonial, pero no estamos ante una nueva

persona jurídica. Respecto de la responsabilidad por las obligaciones sociales, señala el artículo 997, en

su párrafo primero que “Pelas dívidas sociais respondem a sociedade e, pessoal e solidariamente, os

sócios”. Y el párrafo segundo acepta la existencia de un patrimonio social (“Pórem, o sócio demandado

para pagamento dos débitos da sociedade pode exigir a previa excussâo do patrimonio social”), además

de no admitirse, en el artículo 1100 la compensación por las obligaciones de los terceros respecto de los

socios y de la sociedad (“Nâo é admitida compensaçao entre aquilo que um terceiro debe à sociedade e o

crédito dele sobre algum dos sócios, nem entre o que a sociedade debe a terceiro e o crédito que sobre

este tenha algum dos sócios”).

En conclusión, el Código portugués no concede expresamente la personalidad jurídica a la sociedad civil,

y tampoco es deducible de los artículos de la regulación oportuna, pese a la existencia de un patrimonio

social, ya presente en el anterior texto, y de la existencia de una organización para la gestión de la misma.

La doctrina mayoritaria entiende que no goza de personalidad jurídica. 358 La società civile se regula en el Título X del Libro III (“Dei modi di acquistare e di trasmettere la

propietà e gli altri diritti sulle cose”), titulado “Del contratto di società”, y que ubica al contrato de

sociedad, como contrato que es, junto al resto de contratos, como la compraventa, la permuta , el alquiler,

el mandato o la transacción, artículos 1697 a 1736. Durante la elaboración del texto, se rechazó

expresamente en la Comisión de Coordinación de la Cámara de Diputados la concesión a la società civile

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de personalidad jurídica (vid. BATTISTA, M.: “Del contratto di società e del mandato”. Eugenio

Marghieri (Napoli) / UTET, 1925, en “Il Diritto Civile Italiano secondo la dottrina e la giurisprudenza”,

núm. 34, p. 119, y GIORGI, G.: “La dottrina delle persone giuridiche o corpi morali esposta con speciale

considerazione del Diritto moderno italiano”,vol. I, (Parte Generale), Firenze, Casa Editrice Libraria

“Fratelli Cammelli”, 1913, n. 27, p. 78). En conclusión, la falta de personalidad jurídica la deducimos

tanto de que expresamente no se reconoce, como de que no es posible deducirlo de modo tácito, teniendo

en cuenta el propio proceso de elaboración del Codice, sus claras influencias romanas y su propio

articulado orientado en sentido opuesto a la creación de una persona jurídica de este contrato. Ni siquiera

puede deducirse la existencia de una autonomía patrimonial, ya que no nace un patrimonio social distinto

del patrimonio de los socios y con el cual los acreedores puedan satisfacerse prioritariamente respecto a

los otros acreedores, y esto es perfectamente deducible de los artículos 1726 a 1728, dedicados a regular

las obligaciones de los socios frente a los terceros. 359 En el texto de 1942, vigente, el dato de interés inicial será la desaparición de la società civile y la

aparición de la società semplice, que pretende superar problemas de la anterior configuración,

modificando la estructura e intención. Es un grave error equiparar ambas, como han realizado algunos

autores, porque implica desconocer la intención del proceso de tránsito del uno a la otra (por ejemplo,

TORRES PEREA, J. M.: “Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil externa”, cit., p. 142).

La società semplice no se ubica entre los contratos (Livro IV, dedicado a las obligaciones), sino en el

Título V del Livro V, “Del lavoro”, que incide más en cuestiones de organización empresarial.

Sin embargo, pese a ese ánimo de ruptura, no existe artículo que, de modo expreso, reconozca la

personalidad jurídica a la società semplice (como ocurre en el caso de la società per azioni con el artículo

2331), por lo que, como ocurría en el texto de 1865, se debe interpretar y deducir del articulado si se

reconoció o no dicha personalidad, con lo que ello conlleva. Lógicamente, doctrina y jurisprudencia

discuten y se defienden posturas diversas: desde que la società semplice es una persona jurídica, hasta que

de ninguna forma lo es, pasando por posturas intermedias que aluden a la existencia no de personalidad

jurídica, pero sí de autonomía patrimonial (cierta autonomía patrimonial, vid. GORLA, G.: “Le società

secondo il nuovo Codice. Breve guida pratica”, Milano, Dott. A. Giuffrè Editore, 1942-XX, p. 1).

Parece claro, si se repasa la regulación de la misma, que no goza de personalidad jurídica, ya que no

existe artículo alguno que se la conceda expresamente (como hace, por ejemplo, el artículo 2331 para la

sociedad por acciones), ni se puede deducir del resto de articulado, aunque sí que existe autonomía

patrimonial, derivable del artículo 2267, que garantiza el derecho de los acreedores sociales a cobrarse

sobre el patrimonio social. Como las otras dos sociedades personalistas, la società in nome collettivo y la

società in accomandita semplice, la personalidad jurídica no es atributo de la misma, siéndolo solamente

de las sociedades de capital. 360 Estos textos se han recopilado en “Collezione completa dei Moderni Codici Civili degli Stati d’Italia

secondo l’ordine cronologico della loro pubblicazione”, Libreria della Minerva Subalpina, Torino, 1845.

De la lectura de los mismos se desprende que no aportarán nada sustancialmente novedoso a la regulación

codificada de 1865.

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Mientras, en Alemania, a la sociedad civil, regulada en los parágrafos 705 a 740 del

BGB361, tampoco se reconoció expresamente personalidad jurídica362, pese a que gozase

de patrimonio diferenciado363 (ese patrimonio pertenece a los socios, corresponde a

ellos en mano común364; en cualquier caso, en el Derecho alemán existe gran riqueza de

figuras asociativas365). Sin embargo, la Sentencia del Tribunal federal alemán II ZR

361 Parágrafos que componen el Título Decimocuarto del capítulo Séptimo, dedicado a “Relaciones

obligacionales especiales”. 362 Únicamente una norma procesal parece presuponer que la sociedad civil no tiene personalidad jurídica,

y es el parágrafo 736 ZPO, que exige un título contra los socios para demandarlos (tal y como indica

TORRES PEREA, J. M. DE: “La personalidad jurídica de la sociedad civil externa. Estudio comparativo

de los ordenamientos español y alemán.”, Diario La Ley, núm. 5539, 8 de mayo de 2002, p. 6, nota 22).

Si se partiese de la consideración de la sociedad como persona, bastaría con tener un título contra ella, sin

más, para demandarla.

De hecho, al estudiar el Registro mercantil alemán, SEQUEIRA MARTÍN reflexiona sobre la

personalidad jurídica de las sociedades personalistas y divide a las figuras asociacionales en “sociedades

en sentido estricto”, carentes de personalidad, y “asociaciones”, reguladas en la parte general referente a

las personas jurídicas. Las primeras se regulan en los parágrafos 705 y siguientes (SEQUEIRA MARTÍN,

A.: “La eficacia de la publicidad registral mercantil (Introducción histórica y Derecho Comparado)”,

RCDI, núm. 629, 1995, pp. 1265-1269). 363 Vid. HEDEMANN, J. W.: “Tratado de Derecho Civil”, vol. III, Derecho de Obligaciones, Rev. Dº

Priv., 1958, pp. 453-458. En contra, SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht Besonderer Teil”, cit., p. 232). 364 Esta estructura conlleva unas claras consecuencias. De entrada, la sociedad, como tal, y salvo ciertas

excepciones, no puede demandar ni ser demandada bajo su nombre; en segundo lugar, los socios

responden personal y solidariamente de las deudas de la sociedad; en tercer lugar, la sociedad de extingue

por una serie de causas que no tienen por consecuencia la extinción de una corporación; por último, no se

admite un concurso sobre el patrimonio de la sociedad). Vid. ENNECCERUS, L.: “Derecho de

Obligaciones”, vol. II, dentro de “Tratado de Derecho Civil”, de ENNECCERUS, L., KIPP, T. y WOLFF,

M., Tomo II, Ed. Bosch, Barcelona, 1966, núm. 176, pp. 690-691. 365 Junto a las asociaciones personificadas existen asociaciones no personificadas pero con capacidad

jurídica autónoma, y sociedades civiles, sin personalidad. En algún caso se habla incluso de sociedades

internas y externas, en términos parecidos a como veremos ocurre en Derecho español, reservando el

nombre de internas para aquellas donde no existe poder de representación y no actúan en el mercado

como entes (vid. THOMAS, H., Palandt Bürgerliches Gesetzbuch, 55 Auflage, Verlag C. H. Beck

München 1996, comentario al & 705, p. 820).

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331/00, de 29 de enero de 2001 ha provocado un importante cambio al enfocar la

cuestión, y ahora no se duda de esa personificación de la sociedad civil366.

1.2. La sociedad civil: ¿un tipo de asociación?

Ya hemos analizado el sentido que tiene la personalidad jurídica en el caso de la

sociedad civil, qué tipo de persona surge y cómo el reconocimiento de la misma no es la

tónica habitual en los textos codificados. Sin embargo, debemos plantearnos, para

concluir totalmente el sentido de la misma, cierta cuestión de configuración que puede

influir bastante en la visión que tengamos del tema: ¿es la sociedad civil un tipo

concreto de asociación? No será el único entronque constitucional, si respondemos

afirmativamente a la cuestión, pero sí el fundamental367. Las consecuencias de dar una

366 Su importancia es tal que hay quien, como KARSTEN SCHMIDT, ha indicado que, tras ella, el

Derecho vigente en materia de sociedades civiles queda atrasado y requiere una revisión. En esta

sentencia se resuelve un asunto en el cual se había interpuesto demanda por impago de una letra de

cambio contra una sociedad civil, aceptante de la misma, y los dos socios de la misma. En primera

instancia se condenó solidariamente a pagar, pero se interpuso recurso y el tribunal regional no admitió

esa condena porque la sociedad civil no era un sujeto de derecho con capacidad procesal. El Tribunal

federal casó la sentencia y confirmó la de primera instancia, ya que estimó que la sociedad civil sí tiene

personalidad jurídica, es un sujeto de derecho con capacidad procesal. Sobre esta modificación de

enfoque del Derecho alemán, vid. TORRES PEREA, J. M. DE: “Alcance de la personalidad jurídica de la

sociedad civil externa”, cit., pp. 142-151. Llega a indicar expresamente que “se ha señalado que la

personalidad jurídica de la sociedad civil externa ha de considerarse sin limitaciones, pudiendo ser titular

de derechos, propietaria, arrendadora, heredera, y adoptar cualquier posición jurídica propia de un sujeto

de derecho” (ob. cit., p. 150). 367 Pensemos cómo el derecho a fundar o integrarse en el seno de una sociedad civil o mercantil es

también una manifestación de la libertad de empresa reconocida en el artículo 38 CE. Ya no estamos

ante un derecho fundamental, sino ante un derecho de los ciudadanos (el último, para ser exactos).

Indicaba GARCÍA PELAYO que estamos ante un derecho para crear y mantener empresas (GARCÍA

PELAYO, M.: “Consideraciones sobre las cláusulas económicas de la Constitución”, en “Estudios sobre

la Constitución Española de 1978”, dirigido por M. RAMÍREZ, Libros Pórtico, Zaragoza, 1979, p. 42).

Dentro de ese derecho a crearla debemos incluir el derecho a elegir la forma legal más oportuna para ello.

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respuesta positiva a esta cuestión son interesantes desde el punto de vista estructural,

más que de estricta regulación, y apoyarán nuestra concepción de la personalidad

jurídica en este caso, interpretando la regulación a la luz de su entronque constitucional.

Así, el derecho de asociación se reconoce en el artículo 22 CE, por lo que es un

derecho fundamental. Señala su apartado primero que “se reconoce el derecho de

asociación”, y el apartado tercero establece que “las asociaciones constituidas al amparo

de este artículo deberán inscribirse en un registro a los solos efectos de publicidad”.

Deducimos de esta regulación que la inscripción registral es meramente declarativa de

la existencia de la asociación como ente, y que ésta se constituye con independencia de

la misma368. El artículo 5.2 LODA señalaba que el acuerdo de constitución, que incluirá

la aprobación de los Estatutos, habrá de formalizarse mediante acta fundacional, en

documento público o privado, y añadía que “con el otorgamiento del acta adquirirá la

asociación su personalidad jurídica y la plena capacidad de obrar, sin perjuicio de la

necesidad de su inscripción a los efectos del artículo 10”.

Parece, por tanto, que la personalidad jurídica en la asociación debe entenderse como

emanación de la autonomía de la voluntad y no como concesión dirigida a proteger

intereses de terceros. Y en la sociedad civil la ratio parece idéntica, algo que no debe

El derecho de libertad empresarial encierra libertad de inversión, libertad de organización y libertad de

contratación, debiendo encuadrarse dentro de la libertad de organización no sólo la regulación posterior

de la empresa, sino la propia elección del modo de articularla, escogiendo el ejercicio individual de la

actividad o colectivo, y su forma en este caso (sociedad civil, mercantil, ...). Sobre esta cuestión, aunque

no ha tratado el punto de vista que exponemos, JUAN ASENJO, O. DE: “La Constitución Económica

Española”, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1984, pp. 154-159. 368 En sentido contrario, BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, que entiende que hay que desvincular la

inscripción en el Registro y la atribución de personalidad jurídica, “en la que en ningún caso pensó el

legislador constitucional, a pesar de que así parezcan haberlo entendido las Salas de lo contencioso-

administrativo del TS, así como los legisladores vascos catalán sucesivamente” (BERCOVITZ

RODRÍGUEZ-CANO, R.: “Personalidad jurídica y registros públicos”, Aranzadi Civil, 1998-III, p. 14).

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extrañarnos si tenemos en cuenta esa inserción descrita de la sociedad dentro del grupo

de las asociaciones. Pero, ¿realmente estamos ante un tipo de asociación?

a) La sociedad civil como una especie de asociación

No es abundante la doctrina existente acerca de la posible inserción en el marco de

las asociaciones, como tal, de la sociedad civil, y cuando existen comentarios suelen

resultar bastante colaterales, sin que se profundice en la cuestión. Así, por ejemplo,

BLASCO GASCÓ, a la hora de explicar el contrato de sociedad civil y los contratos de

aparcería, los incluye bajo un único epígrafe, “Los contratos societarios”, y los encuadra

bajo la norma básica del artículo 22 CE, plasmada en la regulación de los artículos 35 y

36 CC, donde las asociaciones de interés particular personalistas cuyo objeto sea civil

son las sociedades civiles369. De idéntica opinión es CAFFARENA LAPORTA370, y

también parten de esa concepción, COSSÍO Y CORRAL371, O’CALLAGHAN372,

MARTÍ SÁNCHEZ y PINO ABAD en el caso de las sociedades mercantiles373,

369 BLASCO GASCÓ, F.: “Los contratos societarios”, cit., p. 500. 370 CAFFARENA LAPORTA, J.: comentario al artículo 35 CC, dentro de “Comentarios del Código

Civil”, Ministerio de Justicia, Tomo I, Madrid, 1993, II, p. 236, así como comentario al artículo 36 CC,

dentro de “Comentarios del Código Civil”, Ministerio de Justicia, Tomo I, Madrid, 1993, II, p. 241.

Especialmente incisivo en este último comentario, donde indica que “...Hay que decir que este artículo

proporciona un importante argumento para entender que el CC identifica a las asociaciones de interés

particular, o, al menos las dotadas de personalidad jurídica, con las sociedades, ya que la remisión a las

disposiciones relativas al contrato de sociedad se refiere a las asociaciones del artículo 35.2º sin más”. 371 COSSÍO Y CORRAL, A. DE: comentarios al artículo 35 CC, en “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, Tomo I, EDERSA, 1978, p. 832, y artículo 36 CC, “Comentarios...”, cit., p. 843. 372 O’CALLAGHAN, X.: comentario al artículo 35 CC, dentro de “Código civil comentado y con

jurisprudencia”, Ed. La Ley, Madrid, 2001, p. 84. Tras ocuparse de la división entre asociaciones, señala

que “las sociedades, pues, son una especie dentro del género de las asociaciones”. 373 MARTÍ SÁNCHEZ, J. N.: “El empresario social como sujeto de Derecho en el ordenamiento jurídico

español”, cit., pp. 119-127, y PINO ABAD, M.: “La discutida personalidad jurídica de las sociedades no

inscritas”, CDC, núm. 29, septiembre 1999, pp. 222-224.

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CABANAS-BONARDELL374, VENTURA-TRAVESET HERNÁNDEZ375 y

CAPILLA RONCERO, que configura a la sociedad como un tipo concreto de

asociación caracterizada por su finalidad concreta376. La LODA parece partir de esa idea

aunque no lo exprese claramente: el artículo 1.4 excluye de su ámbito de aplicación a

las entidades regidas por las disposiciones relativas al contrato de sociedad377.

También parece deducirse en cierto modo, aunque su posición es algo más compleja,

de la atención que le ha prestado PANTALEÓN PRIETO, que alude al género de

asociaciones en sentido extenso, donde se incluyen las sociedades, y, dentro de este

grupo, entre otras, las asociaciones en sentido estricto, aunque la configuración es algo

diferente378 pese a defender que el artículo 22 CE es de aplicación a las sociedades379.

Incluso TENA PIAZUELO defiende esta inclusión de modo bastante especial380.

374 CABANAS TREJO, R. y BONARDELL LENZANO, R.: “Reflexiones en torno a la personalidad

jurídica de las sociedades civiles...” cit., p. 358. 375 VENTURA-TRAVESET HERNÁNDEZ, A.: “El papel del Notario en la constitución de las personas

jurídicas”, cit., pp. 236-240. 376 CAPILLA RONCERO, F.: “La persona jurídica..”, cit., pp. 118-119 y 127-132. 377 Lo explica en el apartado segundo de la Exposición de Motivos: su finalidad y naturaleza no responde

a la esencia comúnmente aceptada de las asociaciones, “sin perjuicio de reconocer que el artículo 22 CE

puede proyectar, tangencialmente, su ámbito protector cuando en este tipo de entidades se contemplen

derechos que no tengan carácter patrimonial”. 378 PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad...”, cit., pp. 5-56. En este sentido, alude al género

de asociaciones en sentido amplio, y dentro de él, distingue las corporaciones jurídico-privadas

(asociaciones en sentido estricto) de las sociedades contractuales (sociedades en sentido estricto). Dentro

de las primeras, destacan las asociaciones estatutarias (previstas en la ley de asociaciones, sindicatos,

partidos políticos, asociaciones religiosas, etc.) y las sociedades estatutarias (sociedades anónimas,

limitadas, comanditaria por acciones, cooperativas, etc.). En el segundo grupo se incluyen la sociedad

civil, colectiva, comanditaria, agrupaciones de interés económico, cuentas en participación, etc. (esquema

gráfico en trabajo cit., p. 45). 379 Vid. PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles. Contra la

Resolución DGRN de 31 de marzo de 1997 (BOE de 26 de abril)”, AAMN, t. XXXVIII, 1999, núm. 11,

p. 30. También algo diferente es la posición al respecto de GARCÍA-PITA Y LASTRES, quien parte de

que toda sociedad es conceptualmente una asociación, pero posteriormente invierte los términos

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El propio TC ha abierto la puerta a estas argumentaciones381, mientras autores como

LLUÍS Y NAVAS382 y LÓPEZ-NIETO Y MALLO383 diferencian ambas figuras.

Una opinión algo diversa de las hasta aquí expuestas es la del profesor PAZ-ARES,

que defiende que el género de los fenómenos asociativos es la sociedad, y no la

asociación, pese a los artículos 35 y 36 CC, pues la asociación no es neutral desde el

punto de vista estructural, ya que, tal y como se delimita en la Ley reguladora (aludía al

texto de 1964, en reflexiones perfectamente trasladables al actual), es absolutamente

inidónea para absorber la fenomenología asociativa o societaria más elemental384.

Establece que el sistema del derecho de sociedades gira sobre dos ejes principales, como

son el articulado en torno a las sociedades de estructura personalista, cuyo tipo básico es

(GARCÍA-PITA Y LASTRES, J. L.: “Reflexiones sobre el concepto de sociedad y el Derecho de

Sociedades”, cit., pp. 212-214). 380 Indica que es difícil no admitir esa inclusión, pues es tan genérica que no debe entenderse como

polémica (TENA PIAZUELO, I.: “La caracterización de la sociedad civil...”, cit., nota 177, p. 103). 381 En este sentido, la STC 67/1985, de 24 de mayo, indica que el artículo 22 CE regula un género, la

asociación, dentro del cual se pueden encuadrar modalidades, mientras que la STC 23/1987, de 23 de

febrero, defiende que la asociación a la que alude el artículo 22 CE comprende uniones con finalidad no

lucrativa, pero también lucrativa, sintonizando con el concepto amplio de los artículos 35 y 36 CC. 382 Pretende diferenciar ambas figuras, aunque tienen evidentemente muchos elementos comunes, y

expone, para ello, distintos criterios, como un criterio subjetivista que alude a la “apertura” de la entidad,

la teoría del interés, la tesis teleológica, que incide en la finalidad lucrativa, distinción positiva, reglas de

exclusión absoluta y otras cuestiones liminares, aunque reconoce que existe entre ambas una identidad

genérica, pues ambas son reflejo de fenómenos societarios, aunque después siga descartando ese presunto

criterio de gradación de género a especie del que habla (vid. LLUÍS Y NAVAS, J.: “Derecho de

asociaciones”, cit., pp. 14-20). 383 Distingue a la asociación de interés particular de la sociedad civil, y lo hace basándose en tres notas de

interés: en primer lugar, en la sociedad civil existe aportación o participación evaluable económicamente

por las partes, y en la asociación no es así; en las asociaciones las relaciones entre los socios son

personales y en las sociedades se basan en las cosas comunes, y en la sociedad se persigue un fin de

ganancia individual, inexistente en la asociación (vid. LÓPEZ-NIETO Y MALLO, F.: “Manual de

asociaciones. Doctrina, legislación, jurisprudencia, formularios”, Ed. Tecnos, 1988, p. 29, y “La

ordenación legal de las asociaciones”, cit., p. 52). 384 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, dentro de “Comentarios...”, cit., pp. 1301-1302.

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la sociedad civil, y el eje en torno a las sociedades de estructura corporativa, cuya forma

básica es la asociación, y como puente de unión entre ambos está la sociedad general385.

Sin embargo, finalmente admite que el derecho de asociación no cubre sólo a las

asociaciones stricto sensu, sino también las sociedades de derecho privado, en ideas

menos contrarias que las expuestas a la opinión antes destacada386.

Se muestra en contra de esta inclusión de la sociedad dentro del género de las

asociaciones FERNÁNDEZ FARRERES, quien incide en que el ánimo de lucro de las

sociedades resulta un obstáculo insalvable para realizar dicha inclusión387.

Desde nuestro punto de vista, sin embargo, y pese a estas últimas ideas indicadas,

resulta aceptable la existencia de relación género-especie entre la asociación y la

sociedad. De entrada, porque la asociación, en general, no es más que un conjunto

organizado de personas que se unen para alcanzar un fin común a todas ellas y dicha

configuración parece unitaria, con independencia de la finalidad pretendida en cada

caso: si ésta no es lucrativa, estaremos ante una asociación en sentido estricto, y si lo es,

esa asociación será una sociedad. Parece existir una estructura común unificadora digna

de ser tenida en cuenta, y los artículos 35 y 36 CC, además, avalan esta postura388.

385 Es una idea valiosa para estructurar las sociedades, pero no para configurar las mismas sobre esta base. 386 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios...”, cit, pp. 1358-1359.

Señala que “a nuestro juicio, (el derecho de asociación) no cubre sólo las asociaciones stricto sensu, sino

también las sociedades de derecho privado”, y encuadra su argumentación dentro del artículo 22 CE. 387 FERNÁNDEZ FARRERES, G.: “El concepto de asociación a los efectos de lo dispuesto en el artículo

22 de la constitución: consecuencias e implicaciones jurídicas”, en “Asociaciones y Constitución (Estudio

específico del artículo 22 de la Constitución)”, Ed. Civitas, Madrid, 1987, pp. 147-190. 388 El primero señala que son personas jurídicas, conforme a su párrafo segundo, “Las asociaciones de

interés particular, sean civiles, mercantiles o industriales, a las que la ley conceda personalidad propia,

independiente de la de cada uno de los asociados”, mientras que el artículo 36 indica que “Las

asociaciones a que se refiere el número 2 del artículo anterior se regirán por las disposiciones relativas al

contrato de sociedad, según la naturaleza de éste”.

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La regulación sobre asociaciones en general excluye históricamente de su órbita de

aplicación a las sociedades, pero ello no determina que no podamos movernos con los

anteriores parámetros estructurales, correctos pese a dicha exclusión, sino que el

legislador de asociaciones decide que en el seno de la legislación asociativa no se

regularán estas asociaciones en sentido extenso que son las sociedades, que gozan de

una regulación específica, civil o mercantil, según su naturaleza, y no tienen necesidad

de regulación añadida389. No parece correcto reconocer la base constitucional a aquellas

asociaciones cuyo finalidad no sea lucrativa y privar de dicha base a las asociaciones en

que existe esa finalidad de lucro: la intención de asociarse es idéntica en todo caso.

Que la ley reguladora de las asociaciones se ocupe únicamente de las asociaciones en

sentido estricto no debe servirnos para dar de lado a la naturaleza asociativa general de

la sociedad, que no deja de ser sino una asociación específica y con regulación propia

con especialidades, marcada por la existencia de un ánimo de lucro en las partes.

b) Consecuencias de dicha configuración

Considerar a la sociedad como una asociación tendrá algunas consecuencias, que, si

bien no influirán en la regulación de las mismas, pues tanto sociedades, civiles y

mercantiles, como asociaciones, disponen de sus respectivas normativas reguladoras,

serán fundamentales para el encuadre de las mismas y su configuración estructural, pues

la base constitucional será idéntica. El engarce constitucional es importante (no único en

el caso de las sociedades, pues también se conectan con el artículo 38), y no sólo

existirá, sino que vinculará con todo un derecho fundamental390.

389 Debido a la su gran importancia económica, disponen de una regulación propia bastante asentada. 390 Dicho engarce existe también, bastante claro, en Derecho alemán, donde el artículo 9.1 de la Ley

Fundamental incide en este derecho. A este respecto, por todos, vid. REUTER, D.: “Münchener

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De entrada, configuramos el derecho a integrarse en el seno de una sociedad civil o

mercantil como manifestación del derecho de asociación, con todo lo que implica: la

base es un derecho fundamental (cuya lesión es susceptible de amparo ante el TC), y la

regulación asociativa es relevante a efectos de configuración del grupo y posible llenado

de lagunas en algún caso especial. Los esquemas configurativos de la asociación son de

aplicación a las sociedades, salvo especificidades de tipos concretos de éstas.

Además, concede una fundamental base de justificación a la escasa importancia que

creemos que puede concederse a la publicidad a la hora de adquirir la personalidad

jurídica por parte del grupo391, algo que estudiaremos en su momento. La regulación de

la cuestión de la publicidad registral a la hora de adquirir la personalidad es armónica en

ambos supuestos: en la sociedad civil, que es la que más nos afecta, puede no ser precisa

esa publicidad registral, y en la asociación en sentido estricto tampoco, y la base

constitucional de ello se encuentra en el artículo 22.3 CE, luego plasmada en cada

concreta regulación (artículos 35 y 1669 CC en un caso, y 5.2 LODA en el otro).

Dicha justificación hunde sus raíces en la concepción expuesta: se pretende

configurar esa personalidad jurídica que se reconoce al margen de la inscripción

registral como una emanación de la autonomía de la voluntad de las partes, que

pretenden constituir ese grupo para que actúe como ente. Para ello no son necesarios los

registros, pues la personalidad jurídica se orienta más a ser un atributo deducible del

pacto entre las partes que a proteger intereses de terceros (aunque se beneficiarán de la

existencia de una persona jurídica en la medida en que se facilite su labor en el tráfico

Kommentar BGB”, cit., p. 224, y OTT, S.: “Vereine gründen und erfolgreich führen”, cit., pp. 4-7. Llega

OTT a considerar inconstitucional el & 54 BGB por causa de su remisión, en el caso de las asociaciones

sin personalidad, al régimen de las sociedades civiles, posiblemente por contravenir esa autonomía de los

titulares del derecho para regular sus intereses. 391 En este sentido, PAZ-ARES, C.: Capítulo 19: “La sociedad en general...”, en URÍA-MENÉNDEZ:

“Curso de Derecho Mercantil”, cit., pp. 448-449.

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jurídico a la hora de relacionarse con ella). Cuanto menos margen se pretenda conceder

a la autonomía de la voluntad y mayor rigor formalista a la constitución del grupo

asociativo, amparándose en presuntos intereses de terceros, mayor importancia se

concederá al registro de que se trate (piénsese en cómo se opera en el marco de las

fundaciones: aunque no existe esa base estructural de la que hablamos en el caso de las

sociedades, en lo que toca a la publicidad del ente la situación es comparable)392.

Por otra parte, ese encuadre entre las asociaciones puede ser útil en algún caso

concreto a la hora de utilizar la regulación asociativa para cubrir alguna posible laguna

que pueda existir en el marco de las clases de asociaciones, aunque no de modo general

(no estamos ante realidades identificables, sino ante una relación género-especie con

demasiadas peculiaridades en la especie como para generalizar), aunque esto será más

relevante en las sociedades capitalistas que en las personalistas, cuya estructura básica

es la sociedad civil. Pero en algún caso concreto, como por ejemplo, el de los estatutos

de la sociedad civil, puede ser interesante acudir a la LODA para encontrar elementos

de interés a incluir en los mismos, adaptándolos al caso societario (en su momento,

como no habíamos aclarado este dato, remitimos al derogado artículo 269 bis RRM).

Sin embargo, que la sociedad civil sea un tipo de asociación no impide que existan

diferencias relevantes con el género (de ahí que no quepa realizar remisiones genéricas

para llenar lagunas): por ejemplo, mientras la sociedad civil se configura como una

persona jurídica imperfecta (artículo 1698 CC), la asociación es una persona jurídica

392 En nuestro país, por otra parte, cuando se ha querido controlar la actividad de las asociaciones se ha

realizado dicho control mediante el estudio detenido de los Estatutos y la denegación, en su caso, del

efectivo nacimiento de la asociación por causa de la intervención administrativa. Y pensemos la evidente

relevancia que tiene el reconocimiento de la personalidad jurídica para la vida y actividad del grupo:

surge la necesidad de ostentar determinados derechos y cualidades ya repasadas, así como se modifica la

forma de operar en el mercado, pues ya actúa una persona jurídica.

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perfecta (artículo 15.2 LODA393). Pero el encuadre establecido permite defender la

existencia de una personalidad jurídica básica de la mera conclusión del pacto social

configurador, que sintonice con el artículo 22 CE, y de una mínima regulación común a

sociedades civiles y mercantiles que puede descansar sobre la regulación de la sociedad

civil en los términos apuntados en el capítulo anterior.

En conclusión, estimamos que la personalidad jurídica básica es algo consustancial a

las asociaciones, tal y como demuestran tanto el género (las asociaciones, en el artículo

22.3 CE, desarrollado en la LODA), como las especies (sociedades civiles, con el

artículo 1669 CC a la cabeza, y sociedades mercantiles, con la personificación básica de

las sociedades al margen del Registro mercantil). Esa personalidad jurídica nace,

realmente, del propio pacto entre las partes. Y esta configuración se ve legitimada por la

inclusión de la sociedad civil dentro del grupo de las asociaciones. Es la principal

consecuencia que nos interesa de esa configuración, sin olvidar las otras ya expuestas.

1.3. La personalidad jurídica en otros entes: análisis comparativo

Hemos repasado ya que el legislador reconoce la personalidad jurídica a la sociedad

civil en nuestro texto vigente y cómo es la persona que nace, aunque todavía no nos

hayamos detenido en el modo de reconocimiento, pues es una de las cuestiones

fundamentales de nuestra investigación. A otros entes, sin embargo, les reconocerá

personalidad jurídica del modo que estime en cada caso más oportuno. En este apartado

pretendemos comprobar cómo existen diferentes formas de reconocer personalidad

jurídica a un grupo. Será de interés para encuadrar en sus justos términos, en su

momento, el modo de personificación de la sociedad civil.

393 Señala que “Los asociados no responden personalmente de las deudas de la asociación”.

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Así, por ejemplo, en lo que toca a las sociedades mercantiles, hoy día existe una

regulación relativamente clara, aunque no en todo momento se configurase de idéntica

manera394. El artículo 2 C de c extiende la consideración de comerciantes persona

jurídica a los entes societarios constituidos conforme a sus normas: el artículo 116.2 C

de c señala que una vez constituida la compañía mercantil, tendrá personalidad jurídica

en todos sus actos y contratos, y el artículo 119 C de c indica que “Toda compañía de

comercio, antes de dar principio a sus operaciones, deberá hacer constar su constitución,

pactos y condiciones en escritura pública, que se presentará para su inscripción en el

Registro mercantil, conforme a lo dispuesto en el artículo 17 (hoy 19)”.

Escritura pública e inscripción en el Registro mercantil: ambas formalidades parecen

ser exigibles para el adecuado nacimiento a la vida de la sociedad, contrariándose con

ello el principio general del artículo 51 C de c395. Según esta idea clásica, la

personalidad jurídica no se adquiere hasta que se inscriba en el Registro mercantil,

momento en que se constituirá, pese a gozar desde antes de Estatutos396.

Por consiguiente, la forma determinada es aquí de gran relevancia para el adecuado

nacimiento de la sociedad y la consecuente adquisición de la personalidad jurídica397,

algo que concuerda con la complejidad de las sociedades mercantiles, dado que su

contacto con terceros es frecuente y en operaciones de más envergadura, y deben

394 En 1829 no se personificaron estas sociedades. Realiza un excelente recorrido histórico PINO ABAD,

M.: “La discutida personalidad jurídica...”, cit., pp. 185-204. 395 Hay quien lo vincula a cuestiones de índole moral. ALONSO GARCÍA, por ejemplo, indica que el

reconocimiento de personalidad jurídica implica un “premio al buen comportamiento” y la negación un

“castigo a la desobediencia” (vid. ALONSO GARCÍA, R.: “La Sociedad Anónima no inscrita. Régimen

jurídico de los actos y contratos celebrados en su nombre”, Cuadernos Civitas, Madrid, 1986, p. 44). 396 Opinión contraria sostiene algún otro autor, como MARTÍ SÁNCHEZ, J. N.: “El empresario social

como sujeto de Derecho en el ordenamiento jurídico español”, RDM, núms. 211-212, 1994, pp. 140-141. 397 Esto ya ocurría con el texto codificado mercantil de 1829. Vid. DE SOGRAVO Y CARIBE, D.:

“Elementos del Derecho Mercantil Español”, Est. Lit.-Tip. de Madoz y Sagasti, Madrid, 1846, p. 42.

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cumplirse unas formas que beneficien esa seguridad de los terceros398. Una sociedad en

la que no se han cumplido estos requisitos sería una sociedad irregular, y no disfrutaría

de la necesaria publicidad registral (problema que jurisprudencialmente ha sido bastante

estudiado, y al que los textos específicos dedican la atención oportuna, pese a que es

antiguo399). En palabras de DE BENITO, “una de las mayores conquistas del moderno

Derecho mercantil ha sido el reconocimiento de la personalidad jurídica de las

Sociedades abandonando el antiguo criterio de no ver en ellas más que un contrato”

(criterio, todo sea dicho, típicamente romano)400, y se presenta lógica esa necesidad de

publicidad401. Es la configuración clásica de la personalidad de la sociedad mercantil.

La teoría clásica expuesta, por consiguiente, ha defendido que la personalidad

jurídica de la sociedad mercantil se deriva de la inscripción registral de la sociedad, pero

ello, posteriormente, será matizado a la vista de los evidentes problemas prácticos. La

relevancia del Registro mercantil en el proceso configurador de la sociedad será

confirmada en los dos casos económicamente más importantes de sociedades

mercantiles, por sus respectivas normas: las sociedades anónimas y las sociedades

limitadas, que en idénticos artículos establecen de modo expreso que la adquisición de

398 Vid. LANGLE, E.: “La compañía mercantil irregular”, RDM, núm. 25, 1950, pp. 9-10. 399 El primer planteamiento legislativo del problema, incompleto, se produjo en 1673, en la Ordenanza

francesa del comercio (vid. GIRÓN TENA, J.: “Las sociedades irregulares”, ADC, 1951, recopilado en

“Estudios de Derecho Mercantil”, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1955, p. 127). 400 BENITO, J. L. DE : “La personalidad jurídica de las compañías y sociedades mercantiles”, Editorial

Revista de Derecho Privado, s. f., Madrid, núm. 74, p. 108. 401 Señalan algunos autores que es necesaria debido a la necesidad de proteger a los terceros en estos

casos en los que la responsabilidad de los socios es limitada: la seguridad del tráfico exige que los

terceros puedan conocer, entre otros datos de la máxima relevancia, la cifra del capital, porque ésta

constituye su única garantía.En este sentido, GÓMEZ SEGADE, J. A.: La publicidad de las sociedades

de capital: la reforma del Derecho registral mercantil, dentro de “La reforma de la Ley de Sociedades

Anónimas”, dirigido por ROJO, A., Ed. Civitas, Madrid, 1987, p. 24. En parecidos términos,

MARTÍNEZ SANZ, F.: “Consideraciones en torno a la sociedad irregular. Comentario a la STS (Sala 1ª)

de 9 de marzo de 1992)”, La Ley, 1992-4, p. 184.

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su personalidad jurídica se derivará de la inscripción de la sociedad en el Registro

mercantil402. Por consiguiente, dicha inscripción se presenta como relevante a los

efectos de la correcta constitución de la sociedad, pues con ella concluye el proceso de

fundación y para que sea oponible a terceros sólo falta la publicación en el BORME.

Pese a esta configuración, hoy no se suele dudar de la personalidad jurídica de las

sociedades irregulares, gracias a la influencia de las citadas opiniones, en parte, de

GIRÓN TENA403 y de otros autores posteriores404. Existen, por tanto, opiniones menos

rigurosas con el formalismo expuesto, como la inteligente visión del profesor PAZ-

ARES405, que defiende el antiformalismo del artículo 1278 CC como aplicable tanto al

ámbito de la sociedad civil como de la mercantil, y reserva el formalismo para la óptica

402 El artículo 7 de la vigente Ley de Sociedades Anónimas, Texto Refundido aprobado por Real Decreto

Legislativo 1564/1989, de 22 de diciembre, señala en el primer párrafo de su apartado primero, que “la

sociedad se constituirá mediante escritura publica, que deberá ser inscrita en el Registro mercantil. Con la

inscripción adquirirá la sociedad anónima su personalidad jurídica”. A su vez, el artículo 11.1 de la

vigente Ley de Sociedades de Responsabilidad Limitada, Ley 2/1995, de 23 de marzo, señala que “la

sociedad se constituirá mediante escritura pública, que deberá ser inscrita en el Registro mercantil. Con la

inscripción adquirirá la sociedad de responsabilidad limitada su personalidad jurídica”. 403 GIRÓN TENA, J.: “Las Sociedades irregulares”, cit., pp. 1291-1347 (su crítica a las opiniones más

clásicas en pp. 1330-1332, donde pone de manifiesto el escaso beneficio a los intereses de terceros que se

deriva de la teoría clásica negadora de personalidad jurídica de las sociedades irregulares). También

“Derecho de Sociedades”, cit., pp. 226-255. 404 En este sentido, algún autor, incluso, confiesa tratar el tema atraído por las páginas dedicadas por

GIRÓN TENA al tema, como por ejemplo, GARCÍA VILLAVERDE (GARCÍA VILLAVERDE, R.:

“Sociedades irregulares”, CDC, núm. 11, septiembre de 1993, pp. 13-50). Especialmente interesantes las

reflexiones de PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad...”, cit., pp. 53-54 y PAZ-ARES, C.:

comentario al artículo 1665, cit., pp. 1339 y ss. Vid. también VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La

sociedad irregular”, Ed. Aranzadi, Pamplona, 1995, así como el breve pero interesante contraste de

opiniones entre GARRIGUES, LANGLE y GIRÓN TENA en FARIAS BATLLE, M.: “La sociedad

irregular en la jurisprudencia del Tribunal Supremo (1970-1992)”, Servicio de Publicaciones de la

Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, 1993, pp. 7-22. 405 PAZ-ARES, C.: “Sociedad irregular”, Enciclopedia Jurídica Básica, IV, Civitas, 1993, pp. 6335-6339.

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registral, y no para la existencia de la sociedad misma (los artículos 15 y 16 LSA

pretenden ya solucionar problemas prácticos de forma, dando ese paso adelante406)

Se pretende, con estas visiones, relativizar la importancia de la forma en el campo de

las sociedades mercantiles y, sobre todo, solucionar el problema práctico relevante que

plantean las sociedades irregulares, rebatiendo los argumentos utilizados para defender

la falta de personalidad jurídica de las sociedades mercantiles irregulares e incidiendo

en las consecuencias ilógicas producto de defender dicha postura (a efectos de

patrimonio separado del de los socios, por ejemplo, pues los terceros son perjudicados

por la conducta de los socios). La teoría clásica realmente perjudica a los terceros a los

que pretende beneficiar, por los problemas que plantea negar esa personalidad cuando la

sociedad actúa como ente407, generando efectos externos, además de que afecta a los

contratos celebrados antes408 (bastaría con situar al frente a un insolvente para burlar a

los acreedores, que no podrían acudir ni al patrimonio social ni al de su contratante).

Antes de la inscripción, la sociedad goza de la personalidad jurídica básica descrita

en el artículo 38 CC409; después de ella pasa a gozar de la personalidad jurídica plena y

se convierte en una persona jurídica perfecta con total separación patrimonial entre la

persona jurídica y las personas que la integran. Permite esta idea evitar los problemas

406 Sobre el tema, vid. CUESTA DÍAZ DEL CAMPO, M.: “La inscripción de la compra de un inmueble

por una sociedad en formación. Comentario a la RDGRN de 22 de abril de 2000 (RJ 2000, 5835)”,

Revista de Derecho de Sociedades, núm. 16, 2001, pp. 322-326. Recordemos las palabras de DE LA

OLIVA SANTOS, cuando señalaba que “no conduce a resultados justos negar capacidad para ser parte a

la sociedad irregular” (DE LA OLIVA SANTOS, A.: “La sociedad irregular mercantil en el proceso”,

Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1971, p. 18). 407 Esto lo ha observado muy agudamente PINO ABAD, quien ha dedicado a esta cuestión interesantes

reflexiones (PINO ABAD, M.: “La discutida personalidad jurídica de las sociedades no inscritas”, cit.,

pp. 205-234). También VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La sociedad irregular”, cit., pp. 71-72. 408 Tal y como explica TAPIA HERMIDA, A.: “La sociedad anónima falta de inscripción registral”, Ed.

Civitas, Madrid, 1996, p. 78. 409 Sobre ello, vid. PINO ABAD, M.: “La discutida personalidad jurídica...”, cit., pp. 205-234.

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expuestos por la teoría clásica, algo que desde GIRÓN TENA se considera necesario y

correcto, aunque algún autor haya expresado alguna duda al respecto410.

En Francia, por ejemplo, nunca se ha dudado de que toda société commercial gozaba

de personalidad jurídica411, pero sí ha cambiado el modo de reconocimiento: hasta 1966,

sin texto legal expreso, se pensaba que la persona jurídica se derivaba de la constitución

de la sociedad412, pero tras la necesaria ley de 24 de julio de 1966413 adquieren su

personalidad tras su inscripción en el Registro oportuno (artículo 5)414.

En Italia, según opinión doctrinal unánime, las sociedades capitalistas gozan de

personalidad jurídica415, mientras que en las sociedades personalistas no ocurre.

410 Señala TAPIA HERMIDA que “para proteger los intereses concurrentes de los socios y de los terceros

no era preciso dotar a la sociedad irregular de personalidad jurídica, sino que bastaba con diseñar o

establecer un régimen jurídico determinado” (TAPIA HERMIDA, A.: “La sociedad anónima falta de

inscripción registral”, cit., p. 144). 411 “Está fuera de toda duda y admitido por todos”, señalaba expresamente ALAUZET, ya en pleno siglo

XIX (ALAUZET, M. I.: “Commentaire des lois sur les Sociétés Civiles et Commerciales”, tome premier,

Imprimerie et Librairie Genérale de Jurisprudence, 1879, núm. 371, pp. 30-33; en el mismo sentido,

BEZARD, P.: “Sociétés civiles.....”, cit., núm. 251, p. 111). 412 En concreto, lo basaban en el artículo 529 del Code civil y el artículo 69.6 del Code de procédure

civile. El primero calificaba como muebles las acciones o intereses en las compañías de finanzas, de

comercio o de industria, mientras que el artículo 69.6 señala que se demandará a la sociedad comercial,

en tanto que existen, en su sede social o en el domicilio de alguno de los asociados. 413 La reforma era necesaria, ante la proliferación de textos existente (HÉMARD, J., TERRÉ, F. y

MABILAT, P.: “Sociétés commerciales”, tome I. Librairie Dalloz, Paris, 1972, núm. 1, p. 2). 414 Esta idea tampoco era nueva en el imaginario jurídico francés: ya se defendía esta idea en las

Ordonnances de Roussillon (1563), de Blois (1579) y en el Code Michaud (1629). Señala el artículo 5

citado que les sociétés commerciales jouissent de la personnalité morale à dater de leur immatriculation

au registre du commerce. 415 En este sentido, respecto de la società per azioni, señala el artículo 2331 del Codice, en su primer

párrafo, que “Con l’iscrizione nel registro la società acquista la personalità giuridica”, mientras que en el

caso de la società in acommandita per azioni o la società a responsabilità limitata, el artículo 2498 del

Codice, bajo el epígrafe Trasformazione in società aventi personalità giuridica, alude al caso de que

sociedades en nombre colectivo o en comandita simple se transformen en alguna de las indicadas arriba.

El último párrafo es inequívoco: “La società acquista personalità giuridica con l’iscrizione della

deliberazione nel registro delle imprese e conserva i diritti e gli obblighi anteriori alla trasformazione”.

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Las asociaciones en sentido estricto, por su parte, gozan hoy de una situación clara,

pues con la LODA se cierra la intensa polémica que existió desde 1978 acerca del

momento de adquisición de la personalidad. Polémica producida tanto por el silencio

legal sobre el tema416 (en el texto de 1887, e incluso antes, por esa cierta repugnancia417

a calificar a las asociaciones como personas jurídicas, como en el de 1964)418, como por

la redacción del artículo 22.3 CE: “las asociaciones constituidas al amparo de este

artículo deberán inscribirse en un registro a los solos efectos de publicidad”419.

El artículo 5 LODA es claro: en su párrafo segundo señala expresamente que “con el

otorgamiento del acta adquirirá la asociación su personalidad jurídica y la plena

capacidad de obrar, sin perjuicio de la necesidad de su inscripción a los efectos del

artículo 10”. Este artículo recoge el contenido del artículo 22.3 CE en su apartado

primero, y recuerda en su apartado segundo que “la inscripción registral hace pública la

constitución y los Estatutos de las asociaciones y es garantía tanto para los terceros que

con ellas se relacionan como para sus propios miembros”. La personalidad jurídica se

416 En este sentido MONTILLA MARTOS, J. A.: “La inscripción registral de asociaciones en la

Constitución”, REP (NE), núm. 92, abril-junio 1996, p. 175. 417 Palabras textuales de DE CASTRO para aludir a la regulación de 1868, con las reformas de 1869 (DE

CASTRO, F.: “Formación y deformación...”, cit., nota 196, p. 195). 418 Curioso ese silencio, pese al intervencionismo administrativo que inspiraba el texto. Así, el artículo 3

de la anterior Ley, Ley 191/1964, de 24 de diciembre, de Asociaciones, relativo a la constitución de las

asociaciones, no se ocupaba de ello. 419 Apartado más polémico de la regulación del derecho de asociación en la CE, según PÉREZ SOLA, N.:

“Precisiones sobre el tratamiento jurisprudencial del derecho de asociación”, dentro de “Estudios de

Derecho Público. Homenaje a Juan José Ruiz-Rico”, volumen I, Ed. Tecnos, Madrid, 1997, p. 872.

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configura por el legislador como emanación directa de la autonomía de la voluntad420, y

la persona jurídica que nace, además, será perfecta421.

Por tanto, parece total la sintonía con el artículo 22.3 CE, aunque no lo será

absolutamente, pues el artículo 15 anuda efectos de fondo a la inscripción, al señalar

que “las asociaciones inscritas responden de sus obligaciones con todos sus bienes

presentes y futuros”422. Además, se crea un grave problema con las asociaciones no

inscritas en lo tocante a su patrimonio, que no existe como tal todavía y ello perjudica

los intereses de terceros que hubiesen tenido contacto con la asociación423.

420 Opina de diferente forma BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, que entiende que la Constitución no

entró a valorar esta cuestión (BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, R.: “Personalidad jurídica y registros

públicos”, Aranzadi Civil, 1998-III, p. 14). 421 El artículo 15.2 LODA indica que “Los asociados no responden personalmente de las deudas de la

asociación”. 422 Pese a que la CE prohíbe que los efectos de la inscripción excedan de lo meramente publicitario aquí

parece excederse de ello, pues se vinculan efectos patrimoniales a la inscripción. 423 Sobre la cuestión, vid. nuestro trabajo “La personalidad jurídica de la asociación...”, cit., pp. 286-289.

GONZÁLEZ PEREZ-FERNÁNDEZ FARRERES han valorado positivamente esta situación, llegando a

indicar que “los más elementales postulados de la seguridad del tráfico jurídico, de la protección de la

apariencia y, en definitiva, de los terceros, demandan que aquella muy cualificada restricción de la

responsabilidad patrimonial de los asociados haya de ser fehacientemente proclamada con carácter previo

a la producción de sus efectos”. Concluyen que el legislador ha obtenido los resultados que deseaba

respetando el imperativo del artículo 22.3 CE (vid. GONZÁLEZ PÉREZ, J. y FERNÁNDEZ

FARRERES, G.: “Derecho de Asociación. Comentarios a la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo”, Ed.

Civitas, Madrid, 2002, especialmente comentarios a los artículos 5, pp. 177-187, y artículo 10, pp. 211-

218). Pero la duda es evidente: ¿responden los asociados con sus bienes propios si la asociación contrata

con terceros sin estar todavía inscrita? Existe persona jurídica, pero no patrimonio separado como tal, ni

posibilidad de hacer responder a los bienes aportados (pues equivaldría a estos efectos a la existencia de

un patrimonio desde un punto de vista real). Si a ello se une la no determinación de responsabilidad

directa frente a terceros por parte de los actuantes, no queda más remedio que admitir la necesidad de que,

pese a que se pueda demandar a la asociación, pues es persona jurídica, sean los asociados los que

respondan con sus bienes de las deudas contraídas, y que lo hagan mancomunadamente, pues no se

establece solidaridad en ningún precepto. Sin perjuicio, obviamente, de que puedan exigir la oportuna

responsabilidad conforme a los artículos 15.3 y 15.4 LODA.

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Por consiguiente, en este momento gozamos en nuestro país de una regulación clara

respecto de la adquisición de la personalidad jurídica por la asociación, como ocurre en

Francia424 o en Italia425, algo de lo que antes no podíamos hacer gala.

Una vez repasadas las asociaciones, pasaremos a dedicar cierta atención a otras

personas jurídicas como son las fundaciones. En contraste con la enrevesada situación

anterior (y pese a que las fundaciones “han sido consideradas tradicionalmente unas de

las personas jurídicas perfectas”426), en la que coexistían dos sistemas de adquisición de

la personalidad por parte de la fundación427, hoy tenemos el artículo 4.1 de la Ley

50/2002, de 26 de diciembre, de Fundaciones, ley que siguió la estela de la de 1994,

unificadora del régimen. Señala que “las fundaciones tendrán personalidad jurídica

desde la inscripción de la escritura pública de su constitución en el correspondiente

Registro de Fundaciones. La inscripción sólo podrá ser denegada cuando dicha escritura

no se ajuste a las prescripciones de la Ley”. Completan la regulación el párrafo segundo,

cuando señala que “sólo las entidades inscritas en el Registro al que se refiere el

424 En la Ley de 1 de julio de 1901 se diseñan tres tipos de asociaciones: las asociaciones non déclarées

(sin personalidad jurídica), las asociaciones déclarées (gozan de personalidad jurídica tras cubrir ciertos

requisitos publicitarios, aunque no sea comparable a la personalidad jurídica de las asociaciones de

utilidad pública) y las asociaciones reconnues d’utilité publique, que gozan de gran personalidad. Vid.

RÉGNIER, M.: “Les associations, fondations, associations cultuelles et diocésaines, congrégations.

Régimes juridique et fiscal. Formules-textes”, Juridictionnaires Joly, París, 1983, pp. 39-64. 425 En Italia, la asociación adquiere su personalidad jurídica tras su reconocimiento por decreto, conforme

al artículo 12 del Codice civile. La falta de reconocimiento implica diferente régimen, el previsto en los

artículos 36 a 42 del Codice. 426 GARCÍA-ANDRADE, J.: “La fundación: un estudio jurídico”, Esc. Libre, Madrid, 1997, p. 57. 427 Esta situación anterior a la Ley de 1994 es repasada por DE LORENZO GARCÍA, R.: “El nuevo

Derecho de Fundaciones”, Marcial Pons, Madrid, 1993, pp. 381-385. Las Fundaciones asistenciales

tenían personalidad desde que quedaban válidamente constituidas en virtud del negocio fundacional, pero

para todas las demás era necesaria, sin embargo, la inscripción administrativa. Sobre estas cuestiones, vid.

también MALUQUER DE MOTES, C.: “La fundación como persona jurídica... “, cit., pp. 224-229.

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apartado anterior, podrán utilizar la denominación de Fundación”, y el artículo 13,

relativo a las fundaciones en proceso de formación, pendientes de la inscripción.

Por consiguiente, las fundaciones adquieren su personalidad en el momento de su

inscripción, no como las asociaciones, pese a que ciertos efectos se adquieran antes (el

artículo 13, por ejemplo, alude al patrimonio fundacional de fundaciones no inscritas).

Se podrá debatir si la opción asumida legalmente es la más correcta o no428, ya que es

posible encontrar argumentos tanto a favor429 como en contra de la misma430, pero lo

que es innegable es la gran seguridad que aporta esta regulación expresa.

En otros países, sin embargo, la solución puede ser diferente. Así, en Italia la

fundación adquiere su personalidad jurídica tras su reconocimiento por decreto, como la

asociación, en virtud del artículo 12 del Codice431, aunque no se prevé la operatividad

de fundaciones no reconocidas. En Francia, por su parte, es la Administración la que da

428 Sobre este debate, aunque referido a la anterior ley, pero en comentarios perfectamente trasladables,

PIÑAR MAÑAS, J. L.: comentario al artículo 3, dentro de “Comentarios a la Ley de Fundaciones y de

Incentivos Fiscales”, VV. AA., Tomo I, Escuela Libre Editorial–Marcial Pons, Madrid, 1995, pp. 27-28. 429 PIÑAR MAÑAS, lo considera un gran acierto, pues “sólo la inscripción en un Registro Público como

el de Fundaciones ofrece garantías suficientes frente a terceros y en el propio sector fundacional” (PIÑAR

MAÑAS, J. L.: comentario al artículo 3, cit., pp. 27-28). También REAL PÉREZ, pues estima que así

ganan la seguridad en el tráfico y la seguridad de los terceros (REAL PÉREZ, A.: “Las fundaciones en

proceso de formación: comentario del artículo 11 de la Ley 30/1994, de Fundaciones”, dentro de

“Constitución y Extinción de Fundaciones”, dirigido por REAL PÉREZ, A., Centro de Fundaciones,

Tirant lo Blanch, Valencia, 1999, pp. 152-153) y CAFFARENA LAPORTA, J. (“El régimen jurídico de

las fundaciones: estudio para su reforma”, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1991, p. 71). 430 CARRANCHO HERRERO ha vertido importantes críticas. No entiende bien cómo una institución de

carácter privado ha de quedar sometida a la exigencia de tantos requisitos formales a la hora de

proceder a su constitución. La personalidad debería obtenerse, señala, cuando concurren los dos

elementos esenciales del negocio jurídico fundacional, manifestación de la voluntad de fundar y

dotación. Por último, estima que la opinión que defiende es la más conforme con el contenido del artículo

34 CE (vid. CARRANCHO HERRERO, M. T.: “La constitución de las fundaciones”, Ed. Bosch, 1997,

especialmente pp. 175 y 183 a 191, donde cita la opinión en este sentido de GARCÍA DE ENTERRÍA).

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vida a la fundación (algo presente desde 1749432): el artículo 18 de la Ley de 23 de julio

de 1987 señala que desde la entrada en vigor del Decreto del Consejo de Estado

reconociendo la utilidad pública de la misma, existe como tal.

Como conclusión a estas reflexiones, parece oportuno destacar la relevancia de la

labor del legislador al reconocer la personalidad jurídica de los distintos entes. De

entrada, será el que decida a qué grupo reconoce personalidad jurídica y a qué grupo no:

por ejemplo, que la sociedad mercantil gozará de personalidad jurídica y la comunidad

de propietarios en régimen de propiedad horizontal o la comunidad de bienes no.

En segundo lugar, diseña en cada caso cómo se reconocerá esa personalidad, si es

necesario inscribir al grupo en algún registro (por ejemplo, caso de la fundación), si se

obtiene simplemente tras existir pacto constitutivo entre los socios, como en el caso de

la asociación, por ser auténtica emanación de esa autonomía de la voluntad, o bien si

existe más de un grado de personalidad jurídica. Ello dependerá, lógicamente, del

interés del legislador en cada caso: si la pretensión reside fundamentalmente en respetar

primordialmente la función de la autonomía de la voluntad de las partes contratantes,

seguramente no será necesaria esa inscripción registral para adquirir la personalidad

jurídica, como ocurre con la asociación. Sin embargo, puede pretenderse integrar la

publicidad registral en el proceso y conceder una especial relevancia a la misma, con la

intención de que consten perfectamente frente a terceros todos los datos de esos

estatutos y que, además, la personalidad jurídica sea perfecta.

431 “Le asociazioni, le fondazioni e le altre istituzioni di carattere privato acquistano la personalità

giuridica mediante il riconoscimento concesso con decreto del Presidente della Repubblica”. Su

regulación, junto a la de las asociaciones, se recoge en los artículos 14 a 35 del Codice. 432 Tal y como explica MICHOUD, L.: “La théorie de la personnalité morale et son application au Droit

français”, LGDJ, Paris, 1932, tome I, núms. 160 bis y 161, pp. 503-505.

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Por último, será también el legislador el que determine qué contenido tendrá dicha

personalidad, pues no todas las personas jurídicas gozan del mismo grado de autonomía,

sino que pueden ser personas jurídicas perfectas o imperfectas.

2. Consecuencias de la configuración de la sociedad civil como persona jurídica

Del anterior apartado hemos deducido que del contrato de sociedad civil nace, como

norma general, una persona jurídica, que se configura como imperfecta, ya que no se

alcanza un grado pleno de autonomía, y cómo ese ente era una sociedad personalista.

Expusimos ya cómo este dato influía, en abstracto, sobre el grupo al que se dotaba de

personalidad, pues implicaba la existencia de una serie de consecuencias conexas, como

la necesidad de dotar al ente de capacidad de actuación, de domicilio, de nacionalidad o

de un patrimonio separado (aunque también comprobamos que las personas jurídicas

pueden ser perfectas o imperfectas, y ello influirá en algunas de estas consecuencias).

Es el momento ahora de razonar acerca de lo que, en concreto, aporta la personalidad

jurídica a la sociedad civil, pues en nuestra investigación vamos a dedicar nuestra

atención a las sociedades desprovistas de la misma, y para poder razonar

adecuadamente sobre ellas debemos tener perfectamente asimiladas las consecuencias

de la personificación de la sociedad civil. Debemos, de entrada, recordar ciertas

posturas críticas respecto de dicha personificación. Así, pese a que alguna de las

grandes cuestiones a resolver con la personalidad jurídica ya estaban resueltas, y

posiblemente no era tan dramática la situación existente (recordemos que la cuestión de

la autonomía patrimonial estaba ya admitida), no es cierto que el reconocimiento de

personalidad jurídica no sea sustancialmente importante. GUAL DALMAU defiende la

idea, ya presente en CAPILLA RONCERO, de que la personalidad “no producía ningún

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efecto nuevo en el régimen legal de la misma”433. Esto no es exacto, porque si bien a lo

que se refieren estos autores quedaba garantizado desde antes en nuestros textos434,

otras cuestiones sí se verán modificadas de modo fundamental, como la existencia de

una capacidad para actuar de modo unitario en el tráfico, judicial y extrajudicialmente.

Ello se debe a que si no existe el ente no podía legitimarse a esa sociedad de ese modo,

salvo concesión expresa por parte del legislador, y ésta no existía.

Pero la personalidad jurídica es mucho más que una mera cuestión de patrimonios

diferenciados, como cabe deducir de la existencia de personas jurídicas imperfectas: es

una forma de unificar una agrupación a determinados efectos, que pueden ser resumidos

en que actuará como el ente que es en el mercado, siendo titular de derechos y

obligaciones y pudiendo exigir y serle exigido los mismos judicial y extrajudicialmente.

Además, en algunos casos existirá persona jurídica perfecta y en otros no. Por ello,

indicar que porque existía previa autonomía patrimonial en la sociedad civil antes de

que se le dotara de personalidad jurídica ésta no aporta nada a la sociedad civil, es una

inexactitud, pues la personalidad jurídica es bastante más.

Pasando a las consecuencias que provoca el reconocimiento de la personalidad

jurídica a la sociedad civil, podemos, de entrada, aplicar al caso concreto las

necesidades generales repasadas en el anterior capítulo: así, diríamos que la sociedad

civil, cuando se dota de personalidad jurídica, se ve necesitada de disfrutar de una

denominación concreta, ya que ha nacido un ente diferente, una persona jurídica, así

433 GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en participación”, cit., p. 160. Señalaba CAPILLA

RONCERO de modo expreso que “curiosamente, en muy buena medida, con las normas del Código civil

español en la mano, resulta innecesario acudir a idea alguna de personificación de la sociedad para

obtener los resultados prácticos que mediante la misma se intentaban explicar y justificar” (CAPILLA

RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 379-382). 434 Recordemos que ya en el Proyecto de 1851 existía un precepto idéntico a nuestro vigente artículo 1699

CC y no se había reconocido expresamente personalidad jurídica. Sin embargo, ya hemos estudiado cómo

en la redacción del artículo 1594 influye la consideración de la sociedad civil como ente moral.

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como de una capacidad jurídica concreta para actuar en el mercado, que será la descrita

en el artículo 38 CC. Gracias a ella podrá actuar en el mercado como tal ente, que es lo

que se pretende, y podrá también sostener judicial y extrajudicialmente, las pretensiones

que estime oportunas. Además, se le puede exigir, como ente, aquello a que se obligara,

tanto judicial como extrajudicialmente. Por otra parte, tiene también necesidad de

disfrutar de un domicilio como centro de referencia de sus intereses, así como de una

nacionalidad. Y debe gozar de un patrimonio para poder sostener su actividad en el

mercado, fundamental para que la autonomía sea total. El nuevo ente tiene intención de

actuar en el mercado como tal, operando del modo pactado. Y esa existencia provoca la

necesidad de que el ente disfrute de la situación propicia para desarrollarse como tal y

actuar en consecuencia. Gozará de un patrimonio que será propio, y no de los socios,

pese a que a la hora de liquidar la sociedad sí revierta en ellos dicho patrimonio435.

Estamos, por tanto, ante las consecuencias que conlleva para la sociedad civil gozar

de personalidad jurídica. Pero algunas de ellas nos resultan de mayor interés para

nuestra investigación acerca de las sociedades sin personalidad jurídica. Son

fundamentalmente tres, y en ellas centraremos nuestra atención: en primer lugar,

valoraremos la actuación de la sociedad civil como ente en el mercado; en segundo

435 No es exacto, por ello, el comentario de PELLIZZI, cuando indicaba, basándose en KELSEN, que

cuanto el legislador afirma de la persona jurídica sólo aparentemente lo afirma de ella: en realidad lo

afirma de todas las personas físicas que la componen. Si dice “La sociedad tiene derecho”, esto significa

que todo socio tiene una parte de aquel derecho. Si dice “la sociedad es propietaria de un concreto

inmueble”, significa que cada socio es propietario de una parte. No es cierto: en último término sí será así,

pero no se puede indicar de ese modo. Literalmente, indicaba PELLIZZI lo siguiente: “Il punto di

partenza –risalente, come ho detto, al Kelsen- è che quanto il legislatore afferma della persona giuridica

solo aparentemente lo afferma della persona giuridica: in relata, lo afferma di tutte le persone fisiche che

la compongono. Se dice “la società ha diritto”, ciò significa, soltanto, che ogni socio ha un pezzetto di

quel diritto. Se dice “la società è propietaria d’un certo immobile”, ciò significa che Izaskun socio è

propietario per un pezzetto” (PELLIZZI, G. L.: “La società persona giuridica: dove è relata e dove è

vuota formula (esperienze delle banche)”, Rivista di Diritto Civile, 1981-I, núm. 4, p. 483).

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lugar, la formación de un patrimonio común y la consecuente responsabilidad del grupo

por las deudas sociales; por último, la influencia que tiene esa personificación a la hora

de pretender la inscripción de la titularidad de un inmueble (o la titularidad de algún

otro derecho inscribible) por parte de la sociedad civil en el Registro de la propiedad.

2.1. Las relaciones de la sociedad civil personificada con los terceros

Si existe una persona jurídica, es lógico que esa persona pretenda mantener

relaciones como tal ente con terceros a la misma, relaciones sociales entabladas para la

consecución del concreto fin social. Que actúe plenamente como persona en el mercado

(el grupo no actuará del modo en que lo haría si no existiera persona jurídica).

La persona jurídica gozará de la capacidad descrita en el artículo 38 CC436, y actuará

como ente por medio de sus órganos de administración y representación, que obligarán

a la sociedad porque actuarán en nombre de la misma y operando como tal sociedad.

Tanto judicial como extrajudicialmente, y desde un punto de vista tanto activo como

pasivo. Por ejemplo, la sociedad X, dedicada a la realización de obras de instalación de

piscinas, pretende asentarse en una nueva ciudad para ampliar su implantación en la

comunidad autónoma. Para ello, contrata el arrendamiento de un local de negocio en

dicha ciudad, y adquiere material de oficina. En todo momento, para ello actúan sus

órganos de representación y gestión oportunos, que obran vinculando a la sociedad,

actuando en su nombre. No ocultan la existencia de la misma, que se presentará como

tal sociedad en todo momento. Y si la otra parte no cumple, la sociedad le exigirá el

436 Señala en su párrafo primero que “las personas jurídicas pueden adquirir y poseer bienes de todas

clases, así como contraer obligaciones y ejercitar acciones civiles o criminales, conforme a las leyes y

reglas de su constitución”.

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cumplimiento, extrajudicial o judicialmente. Si es la sociedad la que no cumple, será la

otra parte la que exija a la misma el cumplimiento, judicial o extrajudicialmente.

La sociedad, como ente, es titular de derechos y de obligaciones. Puede, por ejemplo,

ser propietaria de cosas, actuar en el mercado como tal, obligarse, etc. Sin embargo,

teniendo en cuenta que la sociedad civil es configurada por el CC como una sociedad

personalista y de pequeña envergadura, es posible que sean los propios socios los que se

encarguen de la administración, incluso todos los socios en algún caso, por lo que puede

darse el supuesto de que sean éstos los que contraten y puedan vincular a la sociedad,

supuesto previsto 1697 a 1699 CC, dedicados a las “obligaciones de los socios para con

un tercero”, y repasados parcialmente a la hora de estudiar la responsabilidad por las

deudas sociales. Así, el artículo 1697 CC ha previsto en qué casos quedará ésta obligada

por dichos actos: el socio habrá obrado en su carácter de tal, por cuenta de la sociedad,

con poder para obligar a la sociedad en virtud de un mandato expreso o tácito, y dentro

de los límites que le señala su poder o mandato. Recoge este precepto el régimen básico

de la representación social (tan vinculada ésta a la administración social, perspectivas

ambas desde la que se enfoca un mismo fenómeno437). La sociedad obra como ente,

exterioriza su situación, no como en la sociedad del artículo 1669 CC.

El citado artículo 1698 fija el modo en que los socios se obligan por las deudas de la

sociedad: no quedan obligados solidariamente y la sociedad no queda obligada respecto

a terceros por actos que un socio haya realizado en su propio nombre o sin poder de la

sociedad para ejecutarlo, pero sí con el socio en lo que este acto le haya beneficiado. El

artículo 1699 CC, por su parte, reconoce la autonomía patrimonial de la sociedad, al

indicar que “los acreedores de la sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio

sobre los bienes sociales”. En estas cuestiones incidiremos en el próximo epígrafe.

437 En este sentido, PAZ-ARES, C.: comentario al art. 1697 CC, dentro de “Comentarios...”, cit., p. 1477.

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Por ello, la sociedad determinará el órgano de administración que considere que

mejor se adapta a la misma, sea éste un administrador individual o colectivo dedicado a

ello, sea un socio, o bien puede actuar puntualmente por medio de alguien apoderado

para realizar un concreto negocio en nombre de la sociedad o en su propio nombre,

representando indirectamente a la sociedad en ese negocio concreto. Esto último no

implica que esa sociedad caiga bajo los efectos del artículo 1669 CC, pues no es una

sociedad que no pretende aparecer en el mercado como tal, sino una sociedad que no se

muestra como ente en un determinado negocio que celebre438.

Por lo tanto, la sociedad, que fue creada para operar como ente en el mercado actúa

así mediante los órganos correspondientes o mediante la actuación de los socios o

apoderados, dentro del marco de los pactos correspondientes. Pero es el cuerpo moral el

que actúa, incluso en el caso de representación indirecta citada. Es la sociedad la que se

obliga, la que debe cumplir sus obligaciones y la que puede exigir (y a la que se puede

exigir) el cumplimiento y la reparación a la otra parte con la que se obligara (la

responsabilidad de los socios se debe a su condición de persona jurídica imperfecta).

2.2. La responsabilidad por las deudas sociales

La sociedad civil actuará como ente en el mercado, por lo que es lógico que soporte

el coste económico de dicha actividad con su patrimonio social, fruto tanto de las

aportaciones realizadas inicialmente por los socios, como de las operaciones posteriores

que se realicen439. En todo momento será la deudora y, en su caso, acreedora.

438 En este sentido, GULLÓN BALLESTEROS, A.: “Curso de Derecho Civil. Contratos en especial.

Responsabilidad extracontractual”, Ed. Tecnos, Madrid, 1972, p. 356. 439 Patrimonio separado de los patrimonios de los socios. En este sentido, vid. la interesante reflexión de

PANTALEÓN PRIETO, F.: comentario a la STS 28-5-1984, CCJC, Nº 5, núm. 143, pp. 1714-1715.

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El artículo 1665 CC indica que “la sociedad es un contrato por el cual dos o más

personas se obligan a poner en común dinero, bienes o industria, con ánimo de partir

entre sí las ganancias”. Por tanto, la puesta en común es necesaria y, aunque el artículo

no exige que dicha puesta sea necesariamente de bienes, acaba siendo muy positiva para

la sociedad civil la existencia de un patrimonio con el que responder de sus obligaciones

en el mercado. Los socios, por tanto, realizan una serie de aportaciones, y las mismas

acaban constituyendo un patrimonio común adscrito a la consecución del fin social de

que se trate440. Las partes dejan de ser propietarias de lo aportado, que pasa a ser

titularidad de la sociedad civil personificada (salvo que la aportación consista en un

derecho de arrendamiento, del que será titular el ente, o de otro derecho sobre una cosa

diferente del derecho de propiedad)441. Las partes realizan un acto de aportación en todo

caso, y eso modifica su situación patrimonial necesariamente. En el caso del que nos

ocupamos ahora, la aportación pasa a engrosar el patrimonio social del ente (en la

sociedad sin personalidad jurídica habrá que comprobar qué ocurre)442.

440 Así, además, dichos bienes se abstraen del ámbito de actuación de los socios individualmente

considerados y se destinan a la misión social existente (en este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: “La

sociedad civil”, cit., p. 34). 441 Es una cuestión que parece lógica, aunque no siempre existiera acuerdo sobre el tema (para repasar el

debate doctrinal al respecto, vid. CAPILLA RONCERO, F.:”La sociedad civil”, cit., pp. 34 y 69-72, así

como comentario a los artículos 1681 a 1683 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 193-199). Sin embargo, pueden

existir dudas acerca del valor de la aportación a la hora de adquirir la propiedad de lo aportado por parte

de la persona jurídica en supuestos muy concretos y específicos, como en el caso en que las partes

realicen aportaciones pero hayan pactado que hasta que no se cubra un tanto por ciento de las mismas no

se constituya la persona jurídica. La adquisición de la propiedad por el ente no puede ser anterior al

nacimiento del mismo, así que el bien seguiría en el patrimonio del aportante, aunque estuviera destinado

a la sociedad y materialmente entregado (obligacionalmente estaría obligado a mantener esa finalidad). 442 Sobre la cuestión de la aportación y del patrimonio común en la sociedad personificada, vid.

CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 25-166 (sobre aportación de los socios), y 285-

378 (autonomía patrimonial), así como PAZ-ARES, C.: comentario al art. 1665 CC, cit., pp. 1305-1306.

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Este patrimonio social nace para hacer frente a las obligaciones que esa sociedad

contraiga al operar en el mercado (pese al tenor literal del artículo 1689 CC, que pudiera

inducir a pensar otra cosa443). Con el mismo se dota a la sociedad de los medios

necesarios para su correcto desarrollo como ente. Será, por tanto, la sociedad la que

quede obligada frente a los terceros, del modo en que establece el artículo 1697 CC, y la

que deba responder de las deudas que contraiga: estamos ante un ente nuevo y debe

gozar de una existencia separada de las personas que lo integran como socios. En su

momento repasamos cómo el artículo 1697 indicaba que la sociedad quedaba obligada

frente a terceros por los actos de los socios siempre que el socio obrase en su condición

de tal, por cuenta de la sociedad, tuviese poder para actuar así y hubiese obrado dentro

de los límites que señalase dicho poder. Obviamente, no es necesario ser socio para

vincular a la sociedad: puede vincularla el gestor habilitado para ello.

Además de ello, el artículo 1699 CC reconoce que los bienes integrantes del fondo

social aportado quedan afectos principalmente, aunque no de forma exclusiva, al pago

de las deudas sociales. Señala este artículo que “Los acreedores de la sociedad son

preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes sociales. Sin perjuicio de este

derecho, los acreedores particulares de cada socio pueden pedir el embargo y remate de

la parte de éste en el fondo social”. Por tanto, se plasma un tratamiento diferenciado de

los acreedores sociales y de los acreedores de los socios respecto del fondo social

aportado a la sociedad. Por estar éste afecto al cumplimiento de las obligaciones

contraídas por el ente, los acreedores sociales gozan de una especial garantía, esa mal

llamada preferencia sobre los bienes sociales para cobrar sus créditos, fruto de la

443 Al señalar este artículo que “Las pérdidas (...) se repartirán en conformidad a lo pactado”. Es cierto

que ello será así, pero con el patrimonio social se responderá inicialmente de dichas obligaciones, pues

para eso se aporta, de modo principal: para hacer frente a las obligaciones que se deriven de dicha

actividad social. Y se aportará en las proporciones pactadas.

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autonomía patrimonial diseñada (explica acertadamente PAZ-ARES que no existe

preferencia: en realidad el sistema está articulado para impedir que las distintas

categorías de acreedores concurran sobre los mismos bienes444). Dicha situación, que en

nuestro ordenamiento se previó antes que el reconocimiento de personalidad (texto de

1851), en último término se basa en ella445, aunque puedan ir desvinculadas una de otra.

Por otra parte, el acreedor particular no puede dirigirse directamente contra bienes

concretos del patrimonio social, ya que no es acreedor de la sociedad. Lo que sí puede

hacer es, obviamente, acudir contra el patrimonio de su deudor, sintonizando con el

artículo 1911 CC, y dentro del mismo cabe incluir la participación en la sociedad.

Ya hemos visto cómo la sociedad civil es un tipo especial de asociación, y no está de

más recordar que el artículo 15.2 LODA es bastante explícito en lo que toca a la

responsabilidad de los socios por las deudas de la asociación: “los asociados no

responden personalmente de las deudas de la asociación”. Diseña una persona jurídica

perfecta, a partir de la inscripción, y es consecuente con ello. Sin embargo, en el

supuesto de la asociación del tipo sociedad civil no se diseña una persona jurídica

perfecta, por lo que no puede extenderse a ella esta forma de resolver la cuestión. La

sociedad civil debe, de entrada, hacer frente a sus deudas sociales con el patrimonio

propio del ente, que para ello fue aportado. Para el caso de que el patrimonio social no

fuese suficiente, sí debe acudirse directamente a que las partes asuman la deuda de

modo proporcional, del modo establecido entre ellas, conforme al artículo 1689.

Pero en todo caso, además de lo establecido, dado que la sociedad civil se diseña por

el legislador como una persona jurídica imperfecta, el artículo 1698 CC, en su párrafo

444 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1699, cit., pp. 1486-1487. 445 Recordemos la justificación que daba GARCÍA GOYENA en su trabajo explicativo del Proyecto de

1851 acerca de la autonomía patrimonial de la sociedad civil, plasmada en el artículo 1594: precisamente

incidía en su consideración de persona jurídica para ello.

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primero, establece que “los socios no quedan obligados solidariamente respecto de las

deudas de las sociedad; y ninguno puede obligar a los otros por un acto personal, si no

le han conferido poder para ello”. Se hace, por tanto, responsables a los socios, del

modo indicado, de las deudas de la persona jurídica. Se debe a que esa persona jurídica

es imperfecta: es el ente el que, en todo momento, actúa como tal frente a terceros en el

mercado, y responde de sus obligaciones como deudor446. La responsabilidad de los

socios es algo, en principio, anómalo, que debe preverse por el legislador expresamente

para que opere447, como así ocurre, y tal y como se configura, aparece como una

responsabilidad personal e ilimitada, por deuda ajena, subsidiaria y mancomunada448.

Posteriormente aludiremos a los posibles pactos de los socios a este respecto.

En conclusión, la sociedad ha actuado en el mercado como grupo personificado, y

responde de las deudas como ente deudor que es. Si los socios también responden de las

deudas es debido al carácter imperfecto de la persona jurídica que nace de la sociedad

civil, algo que debe diseñarse expresamente, como ocurre en nuestra regulación.

446 Sobre ello, vid. CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 298-350. 447 En principio, de las deudas de una persona jurídica responde la persona jurídica, salvo que se diseñe de

otra forma por el legislador. Que los socios respondan de las deudas del ente social es una imperfección

que debe regularse expresamente, por ir contra la esencia de la institución, que por lógica recomienda, en

abstracto, que la persona jurídica sea perfecta. Pensemos, además, en la rotunda regulación del artículo

15.2 LODA separando perfectamente el patrimonio del ente jurídico del patrimonio de sus socios.

Coinciden con esta opinión, respecto de las sociedades profesionales, GARCÍA PÉREZ (GARCÍA

PÉREZ, R.: “El ejercicio en sociedad de profesiones liberales”, Ed. Bosch, Barcelona, 1997, pp. 219 y

247) y PANTALEÓN PRIETO, que además encuentra injustificada la responsabilidad de los socios

auditores no firmantes del informe de auditoría (PANTALEÓN PRIETO, F.: “La responsabilidad civil de

los auditores: extensión, limitación, prescripción”, Cuadernos Civitas, Madrid, 1996, pp. 13-27).

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2.3. La sociedad civil con personalidad jurídica y el Registro de la Propiedad

La relación entre la sociedad civil y la titularidad registral de sus bienes inmuebles

no siempre fue pacífica. La RDGRN 31-3-1997 desató una intensa polémica debido a

que tomó una decisión controvertida, mediante unos argumentos bastante discutibles.

Estábamos ante una sociedad civil que pretendía inscribir su titularidad sobre un

inmueble y se le deniega dicha inscripción en el Registro de la Propiedad, basando

dicha decisión en que la falta de inscripción de la sociedad en el Registro mercantil

conllevaba su falta de personalidad jurídica. Sin adentrarnos en dichos argumentos, pues

los repasaremos en su momento, la cuestión que trataba esta Resolución, la cuestión de

la inscripción de la titularidad de un inmueble en el Registro de la Propiedad por una

sociedad civil, nos interesa para resaltar la cuestión que debemos abordar ahora: la

relación de las sociedades civiles con forma civil y el Registro de la Propiedad.

Una sociedad civil, cuando está dotada de personalidad jurídica, ¿puede inscribir la

titularidad de un inmueble en el Registro de la Propiedad? La RDGRN 31-3-1997 (y la

11-12-1997) realiza una serie de argumentaciones discutibles y extrae de las mismas

que la sociedad civil en cuestión no gozaba de personalidad jurídica, pues se constituyó

en documento privado, y el bien inmueble debe inscribirse, por tanto, a favor de todos

los socios, y no de la sociedad como tal ente, que no existe. Esta opinión fue rebatida en

la RDGRN 14-2-2001, que plantea que la sociedad civil, en dichas circunstancias, goza

de personalidad jurídica y, por tanto, puede constar como tal titular registral.

Sin embargo, lo criticable de estas dos primeras Resoluciones no es que no

permitieran la inscripción de la titularidad del bien, sino los argumentos en que basaban

448 Vid. en este sentido PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1698 CC, dentro de Comentarios al Código

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la consideración de sociedad sin personalidad. Respecto de la cuestión que nos interesa,

las tres Resoluciones citadas mantienen una posición idéntica y acertada: la sociedad

civil que goza de personalidad jurídica puede ser titular registral de un bien inmueble.

Sólo que en 1997 se decidió que no existía persona jurídica y en 2001, sí.

Estudiemos si ello es así, sin más. Para tratar el tema de la relación “sociedad civil

personificada-Registro de la Propiedad” adecuadamente hay que incidir en dos puntos:

en primer lugar, determinar cuándo la sociedad civil goza de personalidad jurídica, y en

segundo lugar, si gozando de ella puede inscribir a su nombre la titularidad de un bien

inmueble. El primer aspecto de la cuestión lo obviaremos ahora, pues nos centraremos

sólo en las sociedades que gozan de ella. De este supuesto partiremos.

Nuestra duda, entonces, será la siguiente: tenemos ya a una sociedad civil que goza

de personalidad jurídica, ¿puede inscribir a su nombre en el Registro de la Propiedad la

titularidad de un bien inmueble que haya adquirido?. De entrada, la sociedad civil

gozaba de personalidad jurídica básica, descrita en el artículo 38 CC, y PANTALEÓN

PRIETO se plantea la citada duda449: si dentro de la misma puede entenderse incluida la

aptitud para figurar como titular registral bajo una denominación social propia. Estima

que no debía incluirse, aunque al final sembrara cierta duda al respecto. Seguir ese

razonamiento conlleva que ninguna sociedad civil que no se haya inscrito en el Registro

mercantil pueda inscribir esa titularidad, sobre todo teniendo en cuenta la regulación del

artículo 383 RH, que señala en su primer párrafo que “no podrá practicarse a favor de la

Sociedad mercantil ninguna inscripción de aportación o adquisición por cualquier título

de bienes inmuebles o derechos reales, sin que previamente conste haberse extendido la

que corresponda en el Registro Mercantil”. Este artículo, señala PANTALEÓN

Civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, pp. 1481-1484. 449 PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica...”, AAMN, cit., núm. 3, pp. 18-20.

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PRIETO colateralmente, es extensible por analogía a las sociedades civiles, aunque

después apunte que pueda entenderse derogado450.

Desde nuestro punto de vista, debemos tener siempre presente que estamos aludiendo

a una persona jurídica, con lo que cualquier restricción a los atributos que parecen

consustanciales a la misma debe establecerse expresamente (restricción relativa a

patrimonio, capacidad, etc.). Y si esa persona jurídica tiene capacidad para ser titular

extrarregistral de un inmueble, en principio parece que puede serlo también registral,

siempre que se haya acreditado la existencia de esa sociedad personificada451 y el

contrato de compraventa o negocio de que se trate se haya elevado a escritura pública.

Además ya se habrá podido comprobar la existencia de la persona jurídica, pues al

elevar a escritura pública la sociedad se habrá mostrado como ente ante el Notario. Es

no sólo lógico sino deseable que la realidad registral refleje la realidad extrarregistral.

Cualquier restricción a esta posibilidad debiera haberse previsto expresamente, ya

que parece conforme a la naturaleza de una persona jurídica ser titular, como ente que

es, de bienes y, en su caso, inscribir dicha titularidad en registro público, para que la

realidad registral se amolde a la realidad extrarregistral, de cuya corrección nadie duda.

Y no sólo no encontramos restricción, sino que del artículo 51.9.b) RH cabe deducir

explícitamente lo contrario, cuando indica que en el supuesto de inscripción a nombre

de personas jurídicas “se consignarán su clase; su denominación; el número de

450 PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las soc. civiles..”, AAMN, cit., 3, pp. 19-20. 451 En este sentido, RUIZ-RICO señala que se debe justificar su constitución, “presentando el documento

en que se haya constituido (si es en documento privado deberá tener lógicamente la legitimación notarial

de sus firmas) y si se aportaran al constituirse inmuebles o derechos reales deberá constar en escritura

pública” (RUIZ-RICO, J. A.: “Las sociedades y el Registro de la Propiedad” Boletín del Colegio

Nacional de Registradores, núm. 268, junio de 1990, p. 1237). Totalmente contrario se muestra GARCÍA

MÁS, que realiza una crítica bastante importante a esta opinión y manifiesta su discrepancia de una

manera radical (GARCÍA MÁS, F. J.: “La sociedad civil: su problemática en el tráfico jurídico (Un

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identificación fiscal; la inscripción, en su caso, en el Registro correspondiente; la

nacionalidad, si fuere una entidad extranjera, y el domicilio con las circunstancias que

lo concreten”. Esa mención a que los datos de inscripción registral serán

imprescindibles únicamente en el caso de que ésta sea necesaria permite pensar que no

siempre es necesario que lo sea, por lo que cabe la sociedad civil en este apartado452.

Sin embargo, nos podemos encontrar con el ya citado obstáculo del artículo 383 RH.

Estamos ante un artículo que no puede aplicarse directamente a la sociedad civil por

motivos obvios, ya que alude a sociedades mercantiles. Tampoco estimamos aceptable

su aplicación analógica, por diversos motivos. En primer lugar, porque la inscripción

registral de la sociedad civil no es un paso necesario para la adquisición del mayor

grado de personalidad jurídica que ésta puede ostentar, algo que la ley fija como

necesario para la plena adquisición en el caso de la sociedad mercantil. La regulación

del RH es coherente con ello. Por eso, pese a que se camina a la unificación en derecho

privado en tantas cuestiones, no es fácil encontrar esa identidad de razón para aplicar

analógicamente, hoy, esta regulación pensada para sociedades mercantiles a las

sociedades civiles, debido al distinto valor en cada caso de la inscripción registral453. En

segundo lugar, es una norma que restringe la posibilidad de aprovechar las ventajas del

Registro de la Propiedad, por lo que no es correcta su aplicación analógica.

Por lo tanto, el artículo 383 RH no debe aplicarse a las sociedades civiles, que podrán

ser titulares registrales de un inmueble siempre que gocen de personalidad, se acredite la

análisis jurisprudencial)”, Boletín de Información del Ilustre Colegio Notarial de Granada, núm. 170,

febrero de 1995, pp. 606-607). 452 En este sentido, CABANAS TREJO, R. y BONARDELL LENZANO, R.: “Reflexiones en torno a la

personalidad jurídica de las sociedades civiles...” cit., p. 361. 453 Pese a que la personalidad jurídica básica de ambas surge como consecuencia de la voluntad de las

partes, es evidente que en las sociedades mercantiles la regulación va más allá, para adquirir la plena

personalidad jurídica, y no se puede obviar la importancia del registro en dicho caso.

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celebración del negocio que causa esa adquisición y se haya elevado el mismo a

escritura pública para que su contenido pueda acceder al Registro de la Propiedad454. La

DGRN se expresa en esos términos, como hemos comprobado.

Por otra parte, también puede la sociedad civil personificada ser titular registral de

cualquier otro derecho inscribible (por ejemplo, usufructuaria de una finca rústica).

3. La excepción a la sociedad personificada: el supuesto del artículo 1669 CC

Hemos estudiado cómo la regla general en nuestro ordenamiento es la

personificación de la sociedad civil y cómo es esa sociedad personificada. Para conocer

la excepción, la sociedad civil que no goza de personalidad, es imprescindible acudir al

artículo 1669 CC. Iniciamos ahora el estudio del precepto para saber cómo se redactó.

3.1. Antecedentes de una regulación: el artículo 55 del Anteproyecto de 1882-1888

Anteriormente hemos conocido la existencia e inspiración del Anteproyecto de 1882-

1888, esencial para entender nuestro CC, y cómo la sociedad civil se definía en él como

un contrato meramente interno entre las partes y al que no se dotaba de personalidad

jurídica como norma general. Era el título segundo el que regulaba las sociedades con

personalidad jurídica, de modo restrictivo y excepcional, y dentro de dicho título se

reservaba el último artículo, el 55, a la regulación de las sociedades que no disfrutarían

454 Ya lo comentamos antes: el Notario otorgante ya habrá valorado positivamente la existencia de esa

personalidad jurídica, pues la sociedad actuó como persona. Habrán actuado todos los socios en nombre

de la sociedad civil, o alguno de ellos apoderado por el ente para ello o en calidad de administrador y

legitimado para ello. Argumentación parecida a la nuestra, a la hora de resolver esta cuestión, utiliza

ARIAS VARONA, F. J.: “Noticia de una rectificación: la DGRN y la personalidad jurídica de las

sociedades civiles (RDGRN de 14 de febrero de 2001)”, CDC, núm. 34, abril 2001, pp. 365-366.

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de personalidad jurídica. Dado que era la primera vez que se personificaba en nuestro

ordenamiento a la sociedad civil, era también la primera regulación existente relativa a

sociedades desprovistas de personalidad cuando ésta era posible. Por ello, el

antecedente del artículo 1669 CC es el artículo 55 citado.

Estamos ante el último artículo del título dedicado a las sociedades con personalidad

jurídica. Integrado dentro de la regulación de las mismas, su redacción se orienta a

regular a las sociedades a las que no se concederá personalidad jurídica, y pretenderá

establecer su régimen jurídico. Literalmente, señala que “Las asociaciones que no

constituyen una sociedad civil en conformidad al artículo 1º, y las que no adquieran el

concepto de persona jurídica según el artículo 46 (realmente, artículo 47), se regirán por

las disposiciones relativas a la comunidad de bienes. / En este caso serán considerados

los socios, en los contratos con relación a terceros, como personas particulares”.

Debemos recapitular diversas ideas generales acerca de este Anteproyecto para

ubicar mejor el precepto. En primer lugar, la sociedad no se verá en él dotada de

personalidad jurídica como criterio general. En segundo lugar, en ciertos casos

concretos puede reconocerse esa personalidad, siempre de modo excepcional y por parte

del poder público. En tercer lugar, es posible que a ciertas sociedades civiles, por el

motivo que sea, no se les permita adquirir personalidad jurídica. En cuarto lugar, en

dicho caso las sociedades a las que se refiere este precepto se regirán por las

disposiciones relativas a la comunidad de bienes, no por las del título primero dedicado

a sociedades. Por último los socios de esa sociedad sin personalidad serán considerados

en los contratos, con relación a terceros, como personas particulares.

Es el momento, por tanto, de profundizar en el precepto, para extraer su sentido. Para

ello, es útil atender a su inspiración y encontrar sus fuentes, valorar la configuración

pretendida y estudiar el sentido de la remisión al régimen de la comunidad de bienes.

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a) Origen e inspiración del artículo: la influencia de LAURENT

La fuente de inspiración de este artículo 55 está claramente determinada y, como en

bastantes de los otros artículos que le rodean, la encontramos en el Anteproyecto de

LAURENT. En su trabajo sobre el Anteproyecto de 1888, señala PEÑA que la

inspiración directa está en los artículos 1881 a 1884 del texto de LAURENT, dedicados

a las sociedades d’agrément, sociedades recreativo-culturales455 (no a sociedades

civiles, que tampoco gozan de personalidad jurídica conforme al artículo 1879456).

Estos artículos se expresan en los siguientes términos, según el texto de PEÑA: el

artículo 1881 indica que “Las sociedades recreativo-culturales no son sociedades

civiles”457. El artículo 1882 señala que “Pueden contratar como las sociedades, es decir,

de modo que los miembros figuren en los contratos como propietarios, acreedores o

deudores”458. En el artículo 1883 la redacción era la que sigue: “Si hay muebles

455 Dicha inspiración, puesta de manifiesto anteriormente, también la señala DÁNVILA, “Diario de

Sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados”, 1889, número 75, p. 2004, y la recuerda tanto PEÑA

BERNALDO DE QUIRÓS, M. (“El Anteproyecto del Código civil en 30 de abril de 1888”, cit., p. 1180,

nota 41, y “El anteproyecto del Código civil español...”, cit., pp. 659-660), como PANTALEÓN

PRIETO, F. (“Asociación y sociedad...”, cit., p. 27). 456 Literalmente indica que “La société civile ne forme pas une individualité juridique distincte de celle

des associés”. En su comentario al artículo, indica LAURENT que se consagra la decisión de la ley de 18

de mayo de 1873, en su artículo 2, que ha puesto fin a las controversias en derecho belga, mientras que en

derecho francés ello no ha sido así. Sin embargo, indica que la corte de casación belga ha excepcionado

de a les sociétés charbonnières, que LAURENT recoge en los artículos 1940 a 1942. Se personifican en

el artículo 1940, pues se asimilan a las sociedades comerciales. 457 “Les sociétés d’agrément ne sont point des sociétés civiles”. Señala LAURENT en su comentario al

artículo que ninguna sociedad forma una persona jurídica, a menos que se haya incorporado por la ley. 458 “Elles peuvent contracter comme les sociétés, en ce sens que les membres figurent dans les

conventions comme propiétaires, créanciers ou débiteurs”. Esta regulación, totalmente lógica, está en el

origen del comentario final del artículo 55, al aludir a los socios teniéndolos como personas particulares.

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comunes, se aplican los principios que rigen la comunidad de hecho”459. Por último, el

artículo 1884 puntualizaba que “Los miembros sólo son propietarios si figuraron en los

contratos personalmente o por mandatario; el presidente no los representa, aunque los

estatutos le asignen el derecho de representar a la sociedad”460.

LAURENT dedicó cierta atención a dichas sociedades en su más clásica obra461, y

destaca que no son sociedades civiles, pues no tienen finalidad lucrativa, como exige el

artículo 1832 del Code462 (aunque en su estudio incide en el dato de que las sociedades

civiles tampoco gozarán de personalidad jurídica, que se reserva para las

comerciales463). Es curioso que se acuda a una regulación no estrictamente societaria,

sino asociativa, para inspirar la regulación de nuestras sociedades civiles

despersonificadas. Pero sus reglas, entiende el legislador español, son útiles: remisión al

régimen de la comunidad y gestión del socio en su propio nombre en el mercado.

Una vez repasados los artículos belgas de inspiración es relativamente fácil encontrar

ciertas influencias concretas y directas de dichos preceptos en el texto del artículo 55: en

primer lugar, la influencia del artículo 1883 está en la base de la remisión al régimen de

la comunidad de bienes. Cierta lógica parece aconsejar al legislador acudir al régimen

citado: si existen cosas en común y ninguna persona jurídica que aglutine la titularidad

de las mismas, obviamente, parece que estamos ante un patrimonio en común de los

aportantes. Eso lo entiende como una comunidad de bienes, como repasaremos después.

459 “S’il existe un mobilier commun, on applique les principes qui régissent la communauté de fait”.

Nuevamente, encontramos esta influencia en la regulación del artículo 55: si hay mobiliario común, el

régimen será el de la comunidad de bienes. 460 “Les membres ne sont propiétaires que s’ils ont figuré dans les conventions, personnellement ou par

mandataire; ils ne sont pas représentés par le president, quand même le règlement lui donnerait le droit de

représenter la société”. 461 “Principes de Droit civil”, cit., núms. 186-192, pp. 189-199. 462 LAURENT, F.: “Principes de Droit civil”, cit., núm. 187, p. 191. 463 LAURENT, F.: “Principes de Droit civil”, cit., núms. 181-185, pp. 184-189.

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En segundo lugar, la influencia de los artículos 1882 y 1884 es apreciable en el dato

de que se considere a los socios, en los contratos con relación a terceros, como personas

particulares respecto del grupo asociativo al que pertenecen y que deben concurrir

personalmente para sentirse vinculados por el pacto, pues no hay ente y de ahí se deriva

que no se pueda representar a nadie. Es lógico que así sea, y esto acabará pasando por

lógica al artículo 1669 CC, debido a que al tercero que contrata con la sociedad se le

aparece, sin más, un particular, y parece lógico mantener esa apariencia frente a él.

Debe destacarse en todo momento esa visión restrictiva de la personalidad jurídica de

la sociedad civil que inspira a LAURENT, y que se transmitirá a nuestro Anteproyecto.

b) Ámbito de aplicación del artículo 55: configuración

El siguiente paso será el de la configuración de estas sociedades. A este efecto,

señalaba que “Las asociaciones que no constituyen una sociedad civil en conformidad al

artículo 1º, y las que no adquieran el concepto de persona jurídica según el artículo 46

(artículo 47), se regirán por las disposiciones relativas a la comunidad de bienes”.

Debemos determinar qué sociedades se regirán por este régimen. Literalmente, el

artículo alude a las asociaciones que no constituyen una sociedad civil en conformidad

al artículo 1, y a las que no adquieran el concepto de persona jurídica según el artículo

46 (en realidad, 47). De entrada, el régimen será el de la comunidad de bienes para

aquellas asociaciones que no constituyan una sociedad civil conforme al artículo 1 del

título dedicado a las sociedades. Interesante dato, pues demuestra que estos títulos, pese

a que se orientan fundamentalmente hacia las sociedades civiles, con y sin personalidad

jurídica, exceden del ámbito de las mismas. Se pensaba recoger bajo su órbita a todas

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las asociaciones en general464. Por tanto, las asociaciones que no sean sociedades civiles

se regirán por las normas de la comunidad de bienes, según se deduce del artículo 55465.

Sin embargo, la referencia a las sociedades que no adquirieran su personalidad

jurídica conforme al segundo título es más polémica. Las sociedades civiles con

personalidad jurídica son excepción, y la adquieren cuando una ley lo establezca o si lo

apruebe la autoridad pública. En el caso del artículo 55 las partes han pretendido dicho

reconocimiento, pero la autoridad pública no lo estimó oportuno y no se ha concedido.

Por ello, lo primero que pensaría un intérprete de la norma, en abstracto, es que toda

sociedad civil que lo sea realmente, y no goce de personalidad jurídica se regirá por las

normas que regulan las sociedades civiles sin personalidad, y no por las de la

comunidad de bienes. Esta argumentación lógica, sin embargo, vaciaría de contenido la

segunda remisión que realiza el artículo 55, y únicamente se regirían por las normas de

la comunidad de bienes las asociaciones que no fuesen sociedades civiles.

Por otra parte, una remisión al régimen de la comunidad de bienes en todo caso en

que una sociedad civil no gozara de personalidad jurídica, como parece proponer

literalmente el artículo 55, llevaría al absurdo de que dejaría sin contenido todo el título

primero del anteproyecto, el que establece la regulación general relativa a las sociedades

civiles, precisamente. El panorama sería francamente absurdo: nos encontraríamos con

que las sociedades civiles sin personalidad jurídica serían la regla general, aunque se

regirían por las normas de la comunidad de bienes, y no por sus normas propias, las del

464 Vid. CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1669, cit., p. 42. 465 El dato es importante, teniendo en cuenta que durante bastante tiempo, en el proceso de elaboración

del Anteproyecto, no hubo texto regulador de las asociaciones en general. En 1887 se promulgará la Ley

de Asociaciones, y dicha referencia desaparecerá en el texto del artículo 1669 CC, ya que dejará de ser

necesaria. El artículo 18 de dicha Ley, sin embargo, mantendrá el mismo criterio e indicará que “Las

Asociaciones quedan sujetas en cuanto á la adquisición, posesión y disposición de sus bienes, para el caso

de disolución, á lo que dispongan las leyes civiles respecto á la propiedad colectiva”.

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Título Primero, que contienen la regulación general y más detallada para las sociedades,

esto es, la de las sociedades sin personalidad jurídica, salvo en el caso excepcional de

que gozasen de personalidad jurídica y se regularan por el segundo título. La

consecuencia es técnicamente defectuosa: no es acertado dejar sin contenido el Título I.

Otra posible opción interpretativa residiría en obviar, sin más, la remisión del

artículo 55, y defender que toda sociedad dotada de personalidad se regula por el Título

segundo indicado, y toda sociedad sin personalidad jurídica por el Título primero. No es

acertado: no es riguroso eliminar un artículo que tiene que tener un sentido, pues de lo

contrario no se habría incluido o se habría remitido sin más a la regulación del título

anterior. Sin embargo, no ha despertado interés doctrinal como para ser estudiado.

Por ello, debemos realizar una interpretación más lógica de la cuestión, con base en

el propio texto del artículo 55 y del Anteproyecto, destacando la existencia de dos tipos

de sociedad estructuralmente diversos, debido a que las partes contratantes no pretenden

lo mismo en ambos casos. Tal y como se formula en el Anteproyecto, desde el punto de

vista estructural son diferentes las sociedades sin personalidad jurídica y las sociedades

en las que se pretende el reconocimiento de su personalidad jurídica por la ley o la

autoridad pública competente, pues si se pretende dicho reconocimiento, la intención de

las partes será operar en el mercado como ente, mientras que si no se pretende, la

voluntad de las partes reside en poner en común una serie de bienes o aportar un trabajo,

con la intención de obtener un lucro, sin más.

Por consiguiente, no en todo caso los socios de una sociedad pretenderán que a ésta

se le reconozca personalidad jurídica: la sociedad es ante todo un contrato, no

necesariamente un ente, y para los casos, mayoritarios, en los que las partes no

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pretenden configurar un ente que actúe como tal en el mercado, está el régimen general

de la sociedad sin personalidad diseñado en el Título I dedicado a las sociedades466.

Pero en ciertos supuestos los contratantes pueden tener la intención de disfrutar de

personalidad jurídica, de crear un ente que actúe como tal en el mercado, y si lo

pretenden, esa sociedad es estructuralmente diferente de las sociedades del título

primero. Debido a que se pretende que del contrato surja una persona jurídica y esto

exige necesariamente intervención extraña a las partes, intervención pública, con lo que

estamos ante dos tipos bastante diferentes de voluntad de los contratantes467.

La voluntad de las partes es diferente en cada caso: en uno se pretende una puesta en

común para obtener un beneficio, y en el otro dicha puesta en común, pero creando un

ente que actúe como persona jurídica en el mercado. Si se reconoce esa personalidad,

estaremos ante una sociedad con personalidad jurídica y se regulará por el segundo

título citado. Si, por el contrario, pese a pretender dicho reconocimiento no lo consigue,

al ser estructuralmente diversa de la sociedad sin personalidad jurídica, el legislador no

remite su regulación a las normas sobre las sociedades sin personalidad jurídica, y

entonces el artículo 55, al entender que existe esa cotitularidad respecto de las

aportaciones, remite a las normas reguladoras de la comunidad de bienes para

configurar su régimen jurídico. Con el defecto, además, de que sólo sería posible en el

caso de autorización concedida por la autoridad pública, no por medio de ley, porque la

ley establecerá en cada caso las sociedades civiles a las que concede personalidad

466 Realmente, el legislador diseñaba lo que después algunos autores denominarán sociedad interna: no se

pretende crear un nuevo ente, sino únicamente poner ciertas cosas o servicios en común para obtener un

beneficio, sin más. La sociedad conocida desde los tiempos del Derecho romano como norma general. 467 Es lo que se denominará en el futuro por algunos autores una sociedad externa, aunque tendrá sus

peculiaridades respecto de la sociedad externa del CC, pues en el Anteproyecto la intervención pública, el

reconocimiento, es imprescindible para adquirir esa personalidad jurídica, algo que no ocurrirá en el CC.

No depende únicamente de los particulares contratantes que surja ese nuevo ente: depende de

intervención pública, que puede reconocer esa personalidad o denegar dicho reconocimiento.

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jurídica, sin más, sin denegar a otras, salvo que fuese una ley concreta la que

reconociese la personalidad jurídica en un caso concreto, situación en que operaríamos

como en el supuesto de la aprobación por la autoridad pública.

Por lo tanto, estas sociedades externas se rigen por las normas del Título Segundo,

pero si no se les reconoce su personalidad jurídica, no pueden regularse por el Título

primero, dedicado a las sociedades sin personalidad, sino por las normas de la

comunidad de bienes, pues estructuralmente son sociedades diferentes (sin perjuicio de

que los pactos celebrados por las partes puedan ser útiles en el plano obligatorio en lo

que no supongan personificación del ente). Expresamente el artículo 55 alude a

“aquellas sociedades que no adquieran el concepto de persona jurídica según el artículo

46 (realmente, artículo 47)”. No son, por tanto, sociedades sin personalidad sin más,

sino sociedades que pretendieron el reconocimiento de personalidad y no se produjo.

El régimen de la comunidad será el aplicable, pero ante todo es de interés también el

pacto entre los socios, pues estamos ante una sociedad a la que se ha negado

personalidad jurídica. De cualquier forma, en ningún momento ha planteado problemas

doctrinales, dada la nula atención dedicada a este precepto. Sí se han planteado en

idéntica cuestión pero a la hora de estudiar el artículo 1669 CC, donde lo estudiaremos.

No existe una presunta intención sancionadora en esta remisión, debida a la lógica de

que no exista persona jurídica que aglutine la titularidad de un patrimonio común a los

partícipes. Por ello, la lógica induce a regular la cuestión conforme a las normas de la

comunidad de bienes, que será lo que realmente exista respecto de ese patrimonio, una

comunidad en la que los aportantes son cotitulares de ese patrimonio. Pese a todo, debe

destacarse que no es ésa la pretensión de los contratantes, claro está, pues esas partes no

pretenden constituir una comunidad de bienes en ningún momento.

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En conclusión, la interpretación descrita subyace en la regulación y, además, da un

sentido armónico a la regulación, pese a que no se han previsto todas las consecuencias

de la regulación. Por tanto, no toda sociedad que no goce de personalidad jurídica es

idéntica. No es igual una sociedad configurada sin personalidad jurídica que una

sociedad a la que no se le concedió: la primera se rige por el título primero mientras la

segunda lo hace por las normas sobre comunidad de bienes.

c) Remisión al régimen de la comunidad de bienes

Una de las cuestiones más relevantes del artículo 55 es su remisión al régimen de la

comunidad de bienes para organizar la normativa aplicable al caso que acota468, con lo

que conlleva de diferente régimen. Parece que al particular que pretendiese agruparse se

le ofrecían diversas posibilidades: agruparse en una sociedad civil, o bien en una

comunidad, o también en una asociación dotada de personalidad jurídica.

La base para acudir a esta regulación reside en una idea que, en principio, parece

lógica: prácticamente en todos los casos en que exista alguna de estas agrupaciones,

fruto de las aportaciones de los socios existirá un patrimonio común destinado a

conseguir la finalidad social de que se trate. Si no hay persona jurídica titular de dichos

bienes, lo que existe es una cotitularidad respecto del patrimonio total aportado, que no

puede corresponder a una persona jurídica inexistente469. En el Anteproyecto de

468 Comunidad de bienes que aparecía regulada en los artículos 394 a 409 del Anteproyecto y no

presentaba novedades esenciales respecto de la regulación hoy vigente. 469 Señalaba MANRESA que en este caso (sociedad sin personalidad jurídica) “no existe más que la

comunidad de intereses de los socios y de las cosas aportadas por los mismos. Por eso se han de regir por

las disposiciones relativas a la comunidad de bienes” (MANRESA Y NAVARRO, J. M.: “Comentarios al

Código Civil español”, cit., p. 408).

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LAURENT esta idea se plasmó en el ya citado artículo 1883. Por tanto, siempre que

existiese ese patrimonio común, debemos acudir al régimen de la comunidad de bienes.

Esto entronca con la idea, arraigada en algunos autores, de que la comunidad es el

régimen jurídico básico de las agrupaciones de personas, de las situaciones de

cotitularidad, de los estados de indivisión en general. Una sociedad civil es una especie

de comunidad de bienes peculiar, una comunidad contractual personificada470. Esta

concepción, afirmada en el derecho intermedio471 aunque podamos encontrar incluso

ciertos antecedentes romanos472, ha tenido gran predicamento entre ciertos autores,

alguno ya citado, como MANRESA y DONDERIS, alguno todavía no, como BONET

RAMÓN473, OYUELOS474 o GIRÓN TENA475, e incluso se puede encontrar en alguna

sentencia de nuestro TS476. Pero de entre ellos debemos destacar a alguien fundamental

para nosotros, que es LAURENT. De las reflexiones de LAURENT, inspiradoras del

artículo 1883 de su Anteproyecto, se deduce que la comunidad es el género y la

470 Expresión literal de DONDERIS TATAY, L.: “La copropiedad. Teorías. Derecho español”, Ed. Reus,

Madrid, 1933, p. 20. 471 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, dentro de “Comentarios...”, cit., p. 1306. 472 Basta acudir a D. 17.2.31, cuyo texto señala lo siguiente (las cursivas son nuestras): “Para que tenga

lugar la acción de socio debe mediar una sociedad pues no basta que la cosa sea común si no existe una

sociedad y puede haber una gestión común también sin mediar sociedad, por ejemplo, cuando nos

encontramos en comunidad sin intención de contraer una sociedad...” (“El Digesto de Justiniano”, cit., p.

644). Incidió en ello, como sabemos, DELHAY, F. (“La nature ujridique de l’indivision”, cit., núms. 78-

82, pp. 130-136). De modo crítico, ARANGIO-RUIZ, V.: “La società in Diritto romano”, cit., pp. 32-62. 473 BONET RAMÓN, F.: comentario a la STS 15-10-1940, RDP, 1941, pp. 34-37. 474 Vid. OYUELOS, R.: comentario al artículo 1669, en “Digesto. Principios, doctrina y jurisprudencia

referentes al Código civil español concordados con los códigos americanos y portugués”, tomo VII,

Cuerpo del Derecho español, Madrid, 1932, p. 75. Allí comenta que si la entidad creada no tiene

personalidad, “resulta así una simple comunidad –lo es el fondo o subsistencia de toda sociedad-”. 475 Indicaba GIRÓN TENA que “...En el Código civil hay una Comunidad romana para las sociedades no

publicadas...” (GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 174). 476 En este sentido, por ejemplo, la STS 21-3-1988 (M. A. 2221) indica expresamente que “no es

concebible sociedad sin algún género de comunidad”.

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sociedad la especie477, idea que puede parecer acertada o no (para nosotros no lo es,

como argumentaremos en su momento) pero que es la que inspira a este autor, así como

a otros478, y, por él, a la regulación del artículo 55. Por tanto, comunidad con ánimo de

lucro y personificada es sociedad, y sin ánimo de lucro, mera comunidad: “communauté

resultat d’un hasard, d’une succession”. Y en coherencia con ello, la vemos plasmada en

el citado artículo 1883 del Anteproyecto belga, desde donde pasará a nuestro texto479.

Incluso autores actuales de gran peso a la hora de estudiar esta cuestión, como

MIQUEL GONZÁLEZ, han incidido expresamente en esta idea: “... Toda sociedad en

la que se hayan puesto bienes en común, si carece de personalidad, lleva consigo una

comunidad de bienes”480. BADÍA SALILLAS indicó que el párrafo segundo del

artículo 1669, que realiza idéntica remisión al régimen de la comunidad de bienes (por

lo que la reflexión es trasladable a este lugar), “es inevitable”481, y también NUÑEZ

477 LAURENT, F.: “Principes de Droit Civile”, t. XXVI, cit., núm. 433, pp. 438-439. Allí alude a la

diferencia esencial: la comunidad resultante de una sociedad está formada por la voluntad y el acuerdo de

las partes, mientras que la comunidad en general se forma sin dicho acuerdo. Y critica a POTHIER por,

según él, no diferenciar ambas situaciones. 478 Así, BENITO GUTIÉRREZ señala que “la sociedad supone una comunidad, pero no toda comunidad

es sociedad; la comunidad es el género, la sociedad es la especie y una especie aparte” (GUTIÉRREZ

FERNÁNDEZ, B.: “Códigos o Estudios Fundamentales sobre el Derecho Civil español....”, cit., p. 485),

y PONSÁ GIL indica que “toda sociedad supone una comunidad, pero no toda comunidad es una

sociedad” (PONSÁ GIL, J.: “Sociedades civiles, mercantiles, cooperativas y de seguros”, tomo I, Librería

Bosch, Barcelona, 1923, núm. 56). 479 Esta idea ha sido, sin embargo, criticada por algún otro autor, como ha sido el caso de GITRAMA

GONZÁLEZ, quien señalaba que este sometimiento al régimen de la comunidad de bienes, “no obstante

hallarse en congruencia con lo dispuesto en el artículo 18 de la ley de Asociaciones de 1887, no deja de

ser a todas luces inadecuado, dada la fundamental diversidad entre copropiedad y asociación”

(GITRAMA GONZÁLEZ, M.: prólogo a RUBINO, D.: “Las asociaciones no reconocidas”, Editorial

Revista de Derecho Privado, Madrid, s. f., p. 8). 480 MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentarios del Código

Civil”, Tomo I, Ministerio de Justicia, Madrid, 1993, p. 1070. 481 BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la personalidad jurídica de la sociedad civil en

el Derecho español”, cit., p. 329. RUBINO indicaba, en el caso análogo italiano, que o estábamos ante un

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IGLESIAS ha incidido en que “la sociedad, aunque sea una realidad jurídica distinta de

la comunidad, es también, ella misma, una comunidad de intereses”, comenzando su

reflexión con el recuerdo del brocardo “Non est societas sine communione”482.

PAZ-ARES se acercó al tema de modo crítico483, interpretando la “puesta en común”

de la que habla el artículo 1665 en sentido económico, no jurídico, aunque defiende la

existencia de una comunidad de bienes (“en el sustrato patrimonial, la sociedad interna

se estructura como comunidad de bienes”484). BLANQUER UBEROS fija la crisis de

esta concepción con la aparición de los estudios de SÁNCHEZ ROMÁN485.

Por lo tanto, se parte de la idea de que si existe una sociedad con un patrimonio

común, ésta no es más que un supuesto especial de comunidad de bienes, y para el caso

de que no goce de personalidad jurídica, conforme al artículo 55, se regirá por el

régimen de la comunidad de bienes. Tiene lógica dicha remisión desde esa concepción,

porque se toma a la comunidad de bienes como el régimen básico de las agrupaciones

de personas, de los estados de indivisión, régimen al que hay que volver en estos casos,

pero además, existe apariencia de colectividad: no existe secretismo al respecto ni

intención de reserva, sino que existen grupos asociativos que no alcanzan dicha

personalidad, sin más, porque no les ha sido reconocida. Al no existir personificación,

queda la comunidad entre los aportantes (y el artículo 18 de la Ley de Asociaciones de

1887 también incidía en dicha idea, como hemos visto). La intención de las partes no

patrimonio sin sujeto, o “bien es una comunidad entre los asociados”, opción por la que se decanta y a

partir de lo cual se dedica a reflexionar acerca de si estamos ante una comunidad de tipo romano o

germánico (RUBINO, D.: “Las asociaciones no reconocidas”, cit., núm. 49, pp. 173-182). 482 NUÑEZ IGLESIAS, A.: “Comunidad e indivisibilidad”, Ed. McGraw-Hill, 1995, pp. 152-153. 483 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, dentro de “Comentarios al CC”, cit., pp. 1305-1306. 484 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit., núms. IV y V, pp. 1366-1374, así como voz

“sociedad interna”, cit., núm. III.4, pp. 6333-6334. 485 BLANQUER UBEROS, R.: “Acerca de la sociedad de gananciales, la responsabilidad patrimonial y la

relación obligatoria”, AAMN, t. XIX, Madrid, p. 203.

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excluye operar como ente en el mercado, por lo que la apariencia de cotitularidad puede

existir, algo que no ocurrirá en el artículo 1669.

Además, aunque no está en la mente del redactor del Anteproyecto de esa forma, se

entenderá posteriormente por el legislador que con esta regulación se puede también

proteger al tercero, a un tercero que no sabe, en principio, que contrata con un grupo y,

sin embargo, comprueba cómo el artículo remite a un régimen de colectividad básico (el

TS así lo ha expuesto desde tempranas sentencias486). Es una intención protectora

plasmada de modo desenfocado, pues parece entenderse que con la remisión al régimen

de la comunidad de bienes, de alguna forma, se obliga también a responder al resto de

socios de la sociedad civil y no sólo al socio contratante (si se hubiese querido lo

contrario bastaba con establecer una regulación idéntica a la de la cuenta en

participación, que repasaremos en su momento). Parece pensarse que, en algún

momento posterior, ese tercero al grupo podría saber que está ante un colectivo, no ante

una única persona individual, y entonces se aplicaría el régimen básico de las

cotitularidades, que se entiende que es el de la comunidad de bienes. Sin embargo, ese

desenfocado interés protector al que luego se ha aludido no está presente en el

Anteproyecto a la hora de redactar el artículo 55.

Si se tuviese en mente, preferentemente y ante todo, proteger de modo eficaz al

tercero, seguramente se optaría por alguna otra regulación que incidiese expresamente

en la protección de la apariencia o en la exigencia solidaria de responsabilidad a los

socios, antes que por aplicar al grupo un régimen que ese tercero nunca habría podido

imaginar, pues nunca pudo prever la existencia de un grupo asociativo de ningún tipo.

486 En este sentido, SSTS 2-12-1902, 18-11-1927 y 11-2-1967, bastante influyentes en la doctrina

inmediatamente posterior.

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Pese a ello, parece que ese interés en proteger al tercero no estará ausente de la mente

del codificador, lo que ocurre es que la medida, obviamente, no es la ideal para ello487.

Sin embargo, la concepción citada resulta discutible. De entrada, la ecuación “masa

aportada e inexistencia de titular de la misma es igual a copropiedad de lo aportado por

los aportantes” no es exacta. Realmente, en ese caso lo que existe es una masa destinada

obligacionalmente a un fin, pues la voluntad de las partes no es en ningún momento

constituir una comunidad de bienes, sino constituir una sociedad, y a ese régimen se

llega por esa remisión un tanto curiosa: unas personas pretenden constituir una

sociedad, realizan las aportaciones oportunas para ello y, sin que exista la más mínima

voluntad por su parte de constituir una comunidad de bienes, parece constituirse

legalmente por causa de dicha remisión, basada en cuestiones de configuración que se

estiman acertadas. No toda sociedad encierra una comunidad de bienes en su seno: en

casi toda sociedad existe una masa aportada, pero es otra cuestión diferente, como

veremos. Además, esta remisión presenta una serie de problemas que no se planteó el

codificador ni en 1882-1888, ni en 1889, y es si realmente el régimen de la comunidad

sintoniza realmente con la sociedad sin personalidad, problemas de responsabilidad

frente a terceros, actuación en el mercado, etc. Algo que estudiaremos en su momento.

487 No estará ausente porque se tiene en mente la necesidad de demandar a los copropietarios para

ejercitar derechos frente a una comunidad de propietarios de una cosa, y ello en este caso implica poder

dirigirse contra los otros socios también. Además, en caso de que se pretendiese exactamente lo contrario,

bastaba con conducirse como lo había hecho el codificador mercantil en el caso de la cuenta en

participación, obligando al tercero a dirigirse únicamente frente a su contratante, aunque tuviera

conocimiento de la existencia del contrato de cuenta en participación.

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3.2. Inserción en el CC del artículo 1669

Una vez que, teniendo como base el Anteproyecto de 1882-1888 se redacta el texto

definitivo de Código Civil, de modo atropellado se desecha todo lo que constituía el

citado segundo título del Anteproyecto, se sustituye todo él por los actuales artículos

1669 y 1670, propuestos por GAMAZO488, y los artículos destinados a regular a las

sociedades sin personalidad jurídica pasan automáticamente a regular, como criterio

general, sociedades personificadas. No sólo se elimina dicho articulado sino que se

siguen principios radicalmente opuestos: en primer lugar, se pasa del criterio de

concesión excepcional de la personalidad jurídica existente en el Anteproyecto al

criterio de reconocimiento general del CC (fruto, entre otras cuestiones, de un “general

entusiasmo por la persona jurídica”489); en segundo lugar, en ese reconocimiento no

interviene actuación pública que conceda y revoque la misma, como en el Anteproyecto,

y en tercer lugar, la persona es imperfecta según el artículo 1698 CC, no como en el

Anteproyecto, donde cuando existía era perfecta, según se desprendía del artículo 51.

Pese a este reconocimiento, la regulación codificada seguirá en el resto de cuestiones

los cánones romanos que se habían conocido en otros países y que había provocado que

las sociedades civiles nacieran sin personalidad jurídica en todos ellos.

Ya sabemos cómo se expresa el artículo 1669, precepto que ha mantenido el mismo

número y el mismo texto en las dos ediciones de nuestro CC, tanto en la primera490

488 Tal y como explica PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M.: “El anteproyecto del Código civil

español...”, cit., nota 114, p. 38. 489 DE CASTRO, F.: “Formación y deformación del concepto de persona jurídica (notas preliminares para

el estudio de la persona jurídica)”, en “La persona jurídica”, cit., pp. 191-201. 490 R. D. 6 octubre 1888. En concreto, el artículo en G. de Madrid núm. 340, 5 diciembre 1888, p. 721.

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como en la segunda491, pese a su atropellada inclusión492. El artículo 1670 permite las

sociedades mixtas: “las sociedades civiles, por el objeto a que se consagren, pueden

revestir todas las formas reconocidas por el Código de comercio. En tal caso, les serán

aplicables sus disposiciones en cuanto no se opongan a las del presente Código”493.

La premura descrita conlleva que si el trabajo de inserción realizado no es riguroso,

es relativamente fácil que surjan problemas de coordinación con el resto de artículos: se

incorporan dos artículos orientados hacia sociedades personificadas a una regulación

destinada a sociedades no personificadas, para sustituir toda la regulación dedicada a las

primeras por la regulación sobre sociedades sin personalidad. Y se mantiene la remisión

al régimen de la comunidad de bienes, sin haber meditado sus implicaciones.

491 R. D. 24 julio 1889. En concreto, el artículo en G. de Madrid núm. 208, 27 julio 1889, p. 307. 492 El día 18 de noviembre de 1888 (PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M.: “El anteproyecto del Código

civil español...”, cit., nota 128, p. 45). Destacado con cierto detalle por SANTOS MORÓN, M. J.: “La

forma de los contratos...”, cit., p. 300. 493 El legislador pretende consentir que, para desempeñar ciertas actividades consideradas no mercantiles,

se autorizara a los particulares a adoptar alguna de las formas mercantiles, por sus ventajas prácticas. “En

particular, se planteaba la cuestión de consentir la adopción del tipo de las sociedades anónimas, para

acometer actividades no mercantiles, cuya envergadura excedía en mucho a las posibilidades de pocas

personas, siendo conveniente para recabar los fondos necesarios autorizar la división del capital en

acciones y otorgar el privilegio de la limitación de responsabilidad” (CAPILLA RONCERO, F.:

comentario al artículo 1670 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”,

Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p. 62).

Esta cuestión se planteó en los países de nuestro entorno, especialmente en aquellos donde el criterio de

distinción era estrictamente el objetivo, y con esta regulación, señala CAPILLA RONCERO, “el

legislador quiso modificar el sistema consagrado en el Código de comercio, en el sentido de atraer al

ámbito civil, parcialmente, las sociedades que tuvieran por objeto actividades no mercantiles, mas no con

la pretensión, entiendo, de alterar los criterios de definición del ámbito mercantil, sino para autorizar

expresamente estas sociedades mixtas” (CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1670 CC,

dentro de “Comentarios al Código Civil...”, cit., p. 63).

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Las críticas a la precipitación con que se realizó la labor no se hicieron esperar,

indicio de que esta integración sería problemática494. Baste recordar que entre el 6 de

octubre y el 29 de noviembre de 1888, la Comisión General de Codificación celebró

veinte sesiones495 en las que, en algunas ocasiones, sólo participaron tres de sus treinta

miembros y en las que se modificaron y suprimieron artículos del Anteproyecto que

había comenzado ya a publicarse como Código, lo que ocasionó las lógicas protestas496.

El artículo 1669 alude a las sociedades cuyos pactos se mantengan secretos entre las

partes y en las que los socios contraten en su propio nombre con terceros. El que a los

socios se les considere como particulares a la hora de celebrar contratos con terceros

parece lógico, ya que esa sociedad no estará dotada de personalidad jurídica y se acude

a la normativa de la comunidad de bienes como regulación básica en el caso de grupos

de personas con patrimonio común (lo encontramos ya en el texto de LAURENT). Sin

embargo, algo parece no encajar totalmente: a ese tercero a la sociedad no se le presenta

la sociedad como persona jurídica, sino que se le presenta una persona individual, sin

más, que contrata con él (tengamos presente el secreto). Acudir al régimen de la

comunidad de bienes parece indicio de que se pretende no tanto beneficiar al tercero que

contrata con la sociedad interna (que también existe algo de ello, pero de modo

desenfocado: pensemos que se le aplica un régimen básico de una cotitularidad de la

que nunca pudo tener conocimiento, aunque el TS ha explotado esta sensibilidad),

como, sobre todo, actuar con rigor jurídico, y remitir a las normas de la comunidad de

494 Se manifiestan durante la propia tramitación parlamentaria. Vid., por ejemplo, DANVILA, en “Diario

de Sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados”, 1889, núm. 75, de 21 de marzo de 1889, p. 2004. 495 PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS apunta la duda de si fueron veinte o veinticuatro las sesiones,

siempre basándose en las palabras de DÁNVILA (vid. PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, M.: “El

anteproyecto del Código civil español...”, cit., nota 128, p. 44). 496 SANTOS MORÓN, M. J.: “La forma de los contratos en el Código Civil”, cit., nota 26, p. 300.

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bienes como régimen básico de cotitularidad en nuestro ordenamiento, pese a que por

propia configuración nunca pudiera el tercero conocer esa cotitularidad497.

Ésa es, junto con la concepción teórica que inspira la relación comunidad-sociedad,

la intención del legislador, según defenderá el TS y repetirá la doctrina de principios de

siglo XX sin meditar que no es correcto: ni el artículo 1669 es un precepto protector de

terceros ni el legislador tuvo en mente el absoluto alcance de la remisión. Simplemente

consideró a la comunidad de bienes como régimen básico de cotitularidades.

Estamos ante un precepto cuya integración en el Código no es fruto de una sosegada

labor de reflexión donde exista la pretensión de solucionar muchos y variados

problemas, sino que es un precepto que pretende ocuparse de la cuestión de la falta de

personalidad jurídica de las sociedades civiles, planteado de modo apresurado y que

sigue aquella idea de toda sociedad civil encerraba en su seno una comunidad. Y no se

redacta en clave de responsabilidad frente a terceros o de defensa de alternativas

meditadas, pues se introdujo de modo demasiado veloz para ello.

Se encuadrará este precepto entre los integrantes de las disposiciones generales

dedicadas al contrato de sociedad civil: tras los preceptos dedicados a definir la

sociedad civil (artículo 1665), las peculiaridades sobre el objeto (1666), la forma (1667

y 1668), las sociedades mixtas (1670), y las clases de sociedades civiles (1671 a 1678).

497 Esa remisión proviene del artículo 55 antes expuesto y se basaba en el rigor jurídico ya expuesto a la

hora de configurar las sociedades. Pero el legislador parece encontrar también una baza para proteger a

ese tercero, pudiendo hacer responsable, en su caso, a los otros socios de alguna forma, frente a él, o así lo

ha entendido el TS, que en las sentencias citadas anteriormente configuraba este artículo como una

garantía para terceros: el tercero deberá dirigirse a la persona con la que contrató para satisfacer su

interés, pero si en algún momento tiene conocimiento de la existencia del grupo, parece que puede dirigir

su pretensión frente a los otros socios, y la remisión al régimen de la comunidad se entiende como

legitimadora para dicha extensión (pues para ejercitar derechos frente a una comunidad de bienes debe

dirigirse la pretensión contra todos los socios). En un caso relativamente parecido, el de la cuenta en

participación, el legislador mercantil pretendía que actuara uno solo de los intervinientes contractuales

frente a terceros, y establece expresamente que sólo frente a ése existirá acción por parte del tercero.

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En conclusión, no puede entenderse estrictamente este artículo sin atender a la

desaparición de toda la regulación dedicada a las sociedades con personalidad en el

Anteproyecto, además de que, ya que se decide atribuir personalidad a la sociedad civil

como norma general, debe alterarse su sentido (lo que provoca su oscurecimiento)498.

Por otra parte, en ese “camino” hacia la regulación codificada del contrato de

sociedad civil también se elimina la necesidad de intervención pública para reconocer la

personalidad jurídica a la sociedad civil, facilitándose todavía más la misma.

El artículo 1669 es, por tanto, un precepto bastante singular. CASTÁN TOBEÑAS

cree encontrar su equivalente y señala que se corresponde con los artículos 119 y 120

del Código de Comercio (de 1885)499. No es exacto, ya que los pactos a los que alude el

artículo 119 no pueden equipararse a los del artículo 1669 CC500: en el caso del artículo

119 C de c se alude a pactos al margen de la escritura constitutiva que accede al

Registro (por tanto, hay una sociedad perfectamente constituida que se inscribe en el

Registro y aparece como ente frente a terceros, aunque existan pactos al margen de esa

imagen “oficial”), mientras que en el caso del artículo 1669 CC la sociedad no aparece

como tal frente a terceros, porque, en primer lugar, los pactos se mantienen reservados

entre las partes, y segundo, éstas contratan con terceros en su propio nombre501.

498 CAPILLA RONCERO interpreta que la contraposición existente no es entre el régimen de la sociedad

y el régimen de la comunidad de bienes, sino entre el régimen de las sociedades con personalidad y la

comunidad de bienes, con el hueco correspondiente a las sociedades sin personalidad (CAPILLA

RONCERO, F.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, cit., p. 43). 499 CASTÁN TOBEÑAS, J.: comentario dentro de SCAEVOLA, Q. M., cit., p. 777. 500 Indica este precepto que “Toda Compañía de comercio, antes de dar principio a sus operaciones,

deberá hacer constar su constitución, pactos y condiciones, en escritura pública que se presentará para su

inscripción en el Registro Mercantil, conforme a lo dispuesto en el artículo 17. (...). Los socios no podrán

hacer pactos reservados, sino que todos deberán constar en la escritura social”. 501 Por otra parte, indicaba el mismo autor en el año 1933, en el trabajo citado, que, dentro de la órbita del

Derecho comparado, este artículo 1669 concuerda, literalmente, con el artículo 1360 del Código

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Nos ocuparemos de cuestiones introductorias respecto de este artículo, como el

tránsito desde el Anteproyecto al CC, y la posible intención sancionadora del mismo.

a) Cambio de inspiración y súbita inserción del precepto

El antecedente del artículo 1669 CC es el artículo 55 del Anteproyecto, en líneas

generales502. Sin embargo, entre el texto del CC y el del Anteproyecto se ha producido

una radical modificación de la concepción inspiradora respecto de la concesión de

personalidad jurídica a la sociedad civil, pasándose de la regulación restrictiva del

Anteproyecto a la regulación generosa del Código, y de la necesaria intervención

pública para reconocer a la persona jurídica (que legitimaba incluso para privar de la

misma al ente) a la desaparición de dicha regulación. Se elimina el artículo 5 y los otros

artículos restrictivos de la personalidad jurídica de la sociedad civil y se reconoce a la

sociedad civil una personalidad jurídica que “...ni es tradicional en nuestro derecho

histórico (ni en el Derecho Romano ni en las Partidas constituye la sociedad civil una

persona jurídica), ni fue criterio asumido indubitadamente en la etapa codificadora”503.

El porqué de dicho cambio no aparece de modo claro y definitivo en nuestras fuentes

ni la doctrina se ha ocupado del tema con detenimiento. CAPILLA RONCERO alude

acertadamente a la existencia de un “movimiento de reacción a favor de la promoción

panameño, el 1689 hondureño y 696 del Código de Obligaciones y contratos de la Zona hispanomarroquí,

y en esencia, con los artículos 1274 del anterior Código portugués, el 1656 del peruano, 1780 del

guatemalteco y 565 del Proyecto de Código de Obligaciones común para Francia e Italia. 502 La parte dedicada a la personalidad jurídica no se encuentra expresamente en dicho artículo, pero es

lógico, pues era la autoridad la que determinaba qué sociedad, de entre las que lo pretendían, disfrutaba

de personalidad jurídica y qué sociedad no. El problema no se planteaba antes: la agrupación de personas

o es comunidad, o es sociedad, o es asociación. Además, la negativa a reconocer personalidad se troca en

secreto de la sociedad por las partes y contratos de los socios en el mercado en su propio nombre.

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de grupos sociales que, en general, evitaran la indefensión de los singulares ciudadanos

ante el omnipotente Estado y en lo económico canalizaran el desarrollo industrial de la

España de la época, todo ello enmarcado en el nuevo aire de libertad –efímera- que se

respira a partir del estallido de la Gloriosa revolución del año 68”. A continuación,

entronca con DE CASTRO para aludir a un “general entusiasmo por la persona

jurídica”, que anima a personificar también a las sociedades civiles, una vez que se

logró con las mercantiles en 1885504. Pese a su visión crítica sobre la cuestión de la

persona jurídica en la sociedad civil, no le falta razón a la hora de encuadrar esa

intención por personificar a la sociedad civil dentro de un clima proclive a ello, tanto

que el cambio de orientación será total, como hemos comprobado. Dicho clima es

fundamental, y si ya sirvió para personificar a las sociedades mercantiles en 1885, ahora

en 1889 fundamentaba la personificación de la sociedad civil505.

PANTALEÓN PRIETO, por su parte, indicaba que la desaparición del segundo título

del Anteproyecto se debía a una razón política y a una razón técnico-sistemática. La

primera era que su disciplina era mucho menos liberal que la entonces reciente Ley de

Asociaciones de 1887, y la segunda, que tras la incorporación de los artículos 1669 y

1670, no existía motivo para tratar en esta sede el contenido de los artículos 49 a 52506.

En otro sentido, es bastante posible también que se haya tenido muy presente el

ejemplo francés a la hora de establecer la regulación del CC, y se haya pretendido no

503 HERNÁNDEZ MANCHA, M.: “Las sociedades civiles particulares ante el Registro de la Propiedad”,

Boletín del Colegio Nacional de Registradores, núm. 280, julio-agosto 1991, p. 1601. 504 CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 383-386. 505 Por otra parte, también hay que aludir a otro dato que conlleva la necesidad de modificar el sentido de

los artículos respecto del texto del Anteproyecto, y es la existencia desde 1887 de una Ley de

Asociaciones, que implica extraer de la órbita del texto codificado su regulación. Esto, si bien no explica

el cambio radical operado, sí que inserta dicha modificación en una necesidad de cambio clara.

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sólo recoger el articulado del Code, que también se realizó, sino superar la disfunción

que planteaba la regulación napoleónica, regulación que provocó un debate acerca de la

personalidad jurídica de la sociedad civil que duraba ya más de ochenta años507. Por

tanto, pese a que es clara la influencia francesa en nuestro texto a la hora de seguir las

pautas romanas, parece pretenderse la superación de los problemas allí suscitados y

evitar ese intenso debate sufrido en Francia508 (también, aunque menos, en Italia y

Portugal, donde la influencia francesa era evidente509), acerca del reconocimiento o no

reconocimiento de personalidad jurídica por la sociedad civil y causado por el silencio

506 PANTALÉON PRIETO, F.: “Asociación y sociedad...”, cit., pp. 33-34. Sobre esta motivación, vid. el

repaso realizado por CABANAS TREJO, R. y BONARDELL LENZANO, R.: “Reflexiones en torno a la

personalidad jurídica de las sociedades civiles...” cit., p. 377. 507 Los puntos clave de la polémica eran los siguientes: en primer lugar, el Code no reconoció

personalidad jurídica a la sociedad civil, fruto, de una parte, de la inspiración romana existente en el

mismo e introducida gracias al Tratado sobre el contrato de sociedad civil de POTHIER y, de otra, de los

escrúpulos revolucionarios hacia las personas jurídicas privadas; en segundo lugar, la realidad social

parecía exigir esa personificación de la sociedad, pese al silencio legal, para facilitar la intervención en el

mercado de la misma; en tercer lugar, la jurisprudencia y la doctrina deben realizar constantes

interpretaciones extensivas de la ley que permitan admitir esa personalidad jurídica para esta sociedad. 508 El viejo Derecho francés siguió la tradición romana y continuó sin reconocer la personalidad jurídica

de la sociedad civil, opinión que defendieron los grandes juristas de la época del Code (MERLIN,

TOULLIER o ZACHARIAE), así como posteriores comentaristas de la talla de VAREILLES.

En la redacción original del vigente Code de 1804 ningún artículo reconoce expresamente la personalidad

jurídica a las sociedades civiles. Esta regulación codificada, “en lo que concierne a la sociedad civil, no

ha sufrido ninguna modificación esencial y directa” respecto del Derecho anterior (vid. PETRUSCA, J.:

“Les sociétés civiles en Droit Comparé”, Librairie de Jurisprudence Ancienne & Moderne, Paris, 1931,

pp. 188). En ello influye el importante ascendiente de POTHIER y su Traité du Contrat du Société sobre

la regulación codificada y que el ilustre jurista nunca pensase en una persona jurídica al tratar el contrato

de sociedad (vid. núms.. 1 y 2 del Traité). Ello generó problemas prácticos que la jurisprudencia

solucionó cada vez que se le planteaban los concretos supuestos, y que acabaron por justificar la reforma

de la Ley de 4 de enero de 1978, precedida de una importante crítica doctrinal y una labor jurisprudencial

relevante: el texto modificado del Code parte ahora de la base de que toda société goza de personalidad

jurídica (artículo 1842). Era necesario ofrecer una ley general unificadora, y evitar así la solución

casuística por parte de los tribunales, sin una base legal sólida que ofreciera cobertura a dichas decisiones. 509 Del Codice de 1865 no se puede deducir que la societá civile goce de personalidad jurídica, ni siquiera

de autonomía patrimonial, como sabemos. En el mismo sentido, el texto portugués de 1867.

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legal de dichas regulaciones. El legislador español no era ajeno a esta situación y en

1886 personificó a las sociedades mercantiles. La regulación civil también personifica y

la claridad de nuestra regulación es evidente, pese a que surge un nuevo debate, que es

el modo y momento de reconocimiento de dicha personalidad.

La personificación facilita la labor de la sociedad en el tráfico, pues actúa como ente

y esto beneficia a una economía desarrollada por la agilidad que imprime (actúa como

grupo, no debe demandarse a los socios como personas físicas sino al grupo, responderá

generalmente con patrimonio propio, etc.). Es otra pretensión al personificar.

Sin embargo, alguna de las grandes cuestiones a resolver con la personalidad jurídica

ya estaban resueltas, y posiblemente no era tan dramática la situación existente (la

cuestión de la autonomía patrimonial estaba clara en los textos). Pero tampoco es cierta

la opinión, citada en su momento, de GUAL DALMAU y de CAPILLA RONCERO,

cuando indicaban que la personalidad “no producía ningún efecto nuevo en el régimen

legal de la misma”510: si bien la cuestión de la responsabilidad patrimonial parecía

resuelta, otros aspectos se verán muy modificados, como la existencia de una capacidad

para actuar de modo unitario en el tráfico, judicial y extrajudicialmente.

En conclusión, a ese espíritu favorable a la personificación de las sociedades se une

la intención de solucionar problemas planteados en otros países, como Francia, y se

desemboca en la veloz personificación de la sociedad civil. De ahí que no quepa aludir a

una intención del legislador de regular totalmente con este precepto el régimen jurídico

de estas sociedades: se introdujo de modo veloz y sin meditar demasiado, pues el

objetivo era reconocer personalidad jurídica de modo general, sin más.

510 GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en participación”, cit., p. 160.

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b) ¿Intención sancionadora en este artículo?

Otro tema en el que debemos detenernos es en una cuestión bastante peculiar en el

artículo 1669, y que en el artículo 55 del Anteproyecto, si existe, se manifiesta de otra

forma, y es la posible intención sancionadora que pudiera apreciarse latente. En el

Anteproyecto no se determinan los criterios para reconocer personalidad jurídica a las

sociedades, pese a que es necesario ese reconocimiento público, aunque la

interpretación restrictiva es apreciable sobre todo en el artículo 53, donde se aprecia

intención sancionadora al regular la revocación de la personificación concedida.

Sin embargo, como no se nos ofrecen los criterios para atender a la concesión y

revocación en su caso, no podemos conocerlos, pero la autoridad concedería dicha

personalidad únicamente a aquellos grupos en los que no observara indicio de

utilización de dicha persona con fines de alguna forma considerados como negativos

para la colectividad (excedía de lo relativo a sociedades civiles). Por ello, aunque no

exista intención sancionadora en la remisión al régimen de la comunidad de bienes, sí

existe en el no reconocimiento de personalidad jurídica a una sociedad.

En el caso del artículo 1669, esa intención sancionadora está presente o no

dependiendo de la interpretación que sigamos respecto del precepto, ideas que

repasaremos con posterioridad. Parece estarlo en la tesis que configura la inscripción en

el registro como constitutiva de la personalidad jurídica511, así como en la que defiende

511 La falta de inscripción se castiga negando la personalidad jurídica y remitiendo al régimen de la

comunidad de bienes.

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la necesidad de publicidad de hecho para que nazca la persona jurídica512, mientras que

en la tesis estructuralista está ausente, pues la cuestión fundamental es la voluntad de las

partes, y de ella dependerá que se dote o no de personalidad jurídica a la sociedad civil.

En su momento expondremos la idea que nos parece defendible, pero con

independencia de ella, desde nuestro punto de vista no parece existir realmente una

intención sancionadora en la remisión, sino que obedece a criterios de presunta lógica

dogmática: no existe ente propietario del patrimonio, pero sí patrimonio del que son

copropietarios diversas personas. Parece lógico, por tanto, acudir a estas normas.

Sin embargo, es totalmente diferente el hecho que provoca la falta de personalidad

respecto del que la provocaba en el Anteproyecto: en éste no hay una causa que dependa

directamente de las partes, pues es la no concesión de personalidad por los mecanismos

previstos, pero en el artículo 1669 siempre dependerá de la actuación de las partes, pues

no se inscribirá en el Registro oportuno, no se cubrirá la publicidad de hecho necesaria,

o se configurará como sociedad interna esa sociedad, según la teoría que se siga513.

3.3. Regulación del precepto: primera aproximación a su texto

El artículo 1669 CC se redacta en clave de personalidad jurídica, no de regulación de

cuestiones de responsabilidad o de titularidad. Por ello, el régimen de la sociedad

interna parece el diseñado en los artículos 1665 y siguientes, salvo que se hiciera

incompatible con el no disfrute de personalidad (por ejemplo, caso del artículo 1699).

512 Para que la sociedad sea un ente debe actuar como tal y mostrarse como tal: si no lo hace, esto es, si no

ha cumplido ese requisito de publicidad de hecho, esa sociedad se deberá regir por la regulación dedicada

a la comunidad de bienes del modo expuesto en el artículo 1669. 513 Además, el que influya la existencia de esa reserva, en todo caso, es novedoso como idea inspiradora:

la sociedad que no se muestre como tal no debe regirse por normas societarias frente a los terceros (con

todos los matices que esto encierra), sino que se regirá por las normas de la comunidad de bienes.

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Se expresa en estos términos: “No tendrán personalidad jurídica las sociedades cuyos

pactos se mantengan secretos entre los socios, y en que cada uno de éstos contrate en su

propio nombre con los terceros. / Esta clase de sociedades se regirá por las

disposiciones relativas a la comunidad de bienes”. Indicaremos ciertas ideas de interés.

De entrada, es evidente la clara división del mismo en dos párrafos perfectamente

diferenciables: un primer párrafo donde describe lo que entiende por sociedad sin

personalidad jurídica (serán aquellas sociedades cuyos pactos se mantienen secretos

entre los socios y los socios contratan en su propio nombre con terceros), y configura,

por tanto, el supuesto de hecho, y un segundo párrafo donde se remite al régimen que

será de aplicación a las mismas, el régimen de la comunidad de bienes. A sensu

contrario es perfectamente deducible el interés del legislador en dotar de personalidad a

la sociedad civil en general: el único caso en que no sea así será el del artículo 1669.

Respecto de la configuración de la sociedad sin personalidad jurídica, tema al que

dedicaremos el próximo capítulo, comprobaremos que no está clara e indubitadamente

plasmada en la redacción citada, y la doctrina ha discutido bastante sobre la misma,

pues no ha sido pacífica la explicación aportada acerca de qué es exactamente una

sociedad civil sin personalidad jurídica. En todo caso, da la impresión de que se

describen dos presupuestos de necesaria concurrencia, la reserva de los pactos y la

conducta concreta de los socios, y de que el primero parece de mayor relevancia que el

segundo. La alusión al secreto de los pactos, en el CC, es novedosa: en ningún texto

anterior se había aludido al posible secreto de la sociedad civil o de sus pactos

reguladores. Tiene un sentido importante: toda sociedad civil está dotada de

personalidad como criterio general, salvo la que se encuadra dentro de la órbita del

artículo 1669, porque en ella se observan las características citadas en el precepto.

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Da la impresión de que la voluntad de las partes para que la sociedad no se muestre

en el tráfico será fundamental: toda sociedad civil gozará de personalidad salvo que se

observe ese “secretismo”, que de alguna forma debe ser consecuencia de la intención de

las partes de no aparecer como ente. Obviamente esto es nuevo, pues en ningún caso se

podía gozar de personalidad jurídica en los textos previos, y cuando fue posible, era

algo excepcional y necesitado de reconocimiento público, externo a dichas partes.

Por otra parte, el párrafo segundo se dedica a la cuestión del régimen jurídico

regulador de estas sociedades, tema al que destinaremos el siguiente capítulo de nuestra

investigación. Se piensa en todo caso en una sociedad civil donde existe un patrimonio

común, pues de lo contrario no tendría un sentido total remitir a dicho régimen. Las

partes no pretenden constituir una comunidad, sino más bien un patrimonio colectivo

para hacer frente a la vida de esta sociedad sin personalidad jurídica. Esta cuestión del

régimen jurídico de estas sociedades no ha sido estudiada adecuadamente por la

doctrina, y ello se plasma en las escasas referencias al mismo, meramente colaterales.

En conclusión, es un precepto introducido rápidamente en el CC, donde el legislador

no ha previsto adecuadamente la regulación y sus consecuencias. Hemos comprobado

que en los antecedentes del precepto no existe un ánimo de protección de terceros como

intención fundamental. Aunque subyace en el imaginario que la remisión al régimen de

la comunidad permite demandar también a los otros socios, y esto beneficia los

intereses del tercero. Esta idea es difundida por el TS, que presenta al artículo 1669

como protector de los terceros, aunque ello no es cierto, como hemos comprobado.

Existen, además, dudas que no se previeron por el legislador a causa de la velocidad

con que se insertó el precepto, que debemos responder posteriormente: regirán la

sociedad con personalidad jurídica una serie de preceptos redactados para regular

sociedades sin personalidad jurídica, debido al cambio de orientación citado. Por otra

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parte, no parece pensarse en que las sociedades pudiesen no disponer de un patrimonio

común, pues en todo momento se remite, como vimos, al régimen de la comunidad de

bienes. Además, no se determina hasta dónde se llega en dicha remisión a este régimen,

algo que deberemos estudiar con sosiego.

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CAPÍTULO IV. LA SOCIEDAD CIVIL SIN PERSONALIDAD

JURÍDICA (I): SUPUESTO DE HECHO DEL ARTÍCULO 1669 CC

1. Introducción: la regulación del artículo 1669 CC

Nos hemos encuadrado ya en el contrato de sociedad civil y somos conscientes de

que para entender la cuestión de la personalidad jurídica de la sociedad civil debemos

acudir al artículo 1669. Hemos conocido cómo se alcanzó esa redacción, y parece

llegado el momento de aclarar exactamente cuáles son las circunstancias necesarias para

que una sociedad civil no goce de personalidad jurídica. Qué consecuencias, además,

puede tener ese dato desde la óptica del contrato y desde la óptica de la organización.

El artículo 1669, que se presentaba por el TS como verdadera garantía de

terceros514, plantea importantes problemas de interpretación, debido tanto a su peculiar

redacción como a su proceso de inserción en el CC, tal y como hemos estudiado. Las

circunstancias necesarias para su aplicación son dos, y parece que deben concurrir

ambas515: en primer lugar, los pactos deben mantenerse secretos entre los socios, y en

514 En este sentido, SSTS 2-12-1902, 18-11-1927 y 11-2-1967. Hay quien señala que estamos ante un

precepto que mira sobre todo a las relaciones externas (TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad

civil irregular......”, cit., p. 288). A continuación comprobaremos si es realmente así. 515 No es correcta la idea de que el artículo 1669 CC es de aplicación a las llamadas sociedades secretas

entendidas como aquellas que mantienen ocultos sus pactos sin más, término que, por ejemplo, utiliza ya

el propio DÁNVILA en los debates parlamentarios, cuando señalaba literalmente: “Confieso que es

difícil comprender este artículo, acaso por la insuficiencia del que lo ha estudiado, no lo niego; pero

resolver la personalidad jurídica de las personas colectivas solo por el precepto de que las sociedades

secretas no pueden tener capacidad civil, francamente, no hace mucho honor a los autores del Código, ni

puede justificarse en modo alguno ante la ciencia ni ante el buen sentido” (DANVILA, en “Diario de

Sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados”, 1889, número 75, 21 de marzo de 1889, p. 2004).

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segundo lugar, cada uno de esos socios debe contratar en su propio nombre con los

terceros. Las consecuencias son claras: esa sociedad descrita no tendrá personalidad

jurídica, y se regirá por las disposiciones relativas a la comunidad de bienes.

Tal y como opera la publicidad en el ámbito de las sociedades civiles, tan diferente

del ámbito mercantil, el caso general en el tráfico jurídico es la existencia de una

sociedad civil que opere como tal sociedad externa en el mercado y los terceros a la

misma sepan que es una sociedad civil, pero no tengan conocimiento de su regulación

contractual. No es posible aplicar el artículo 1669 CC, aunque a los terceros al contrato

de sociedad sólo les será oponible la regulación codificada, no el pacto social.

Nos puede surgir una importante duda: ¿qué situación pretende contrarrestar este

artículo?. Existió cierta tendencia jurisprudencial516 que entendía que el artículo 1669

pretende proteger a todo tercero al contrato de sociedad civil que, operando en el

mercado y teniendo relación con la sociedad misma entendida como ente, no tiene

conocimiento de que contrata con una sociedad civil, tendencia seguida por algunos

autores que han recogido literalmente esta idea517. Y no tiene ese conocimiento porque

Que se exija la concurrencia de ambos factores es algo que se refleja en otras partes de la propia

regulación codificada: así, el artículo 1698 CC, en su párrafo segundo, fija las consecuencias que tendrá

para la sociedad que un socio celebre contratos en su propio nombre con terceros, y esas consecuencias

no son la falta de personalidad jurídica, sino la no obligación de la sociedad por dicho pacto, según señala

el precepto expresamente, esto es, la no vinculación del patrimonio social. 516 En este sentido las ya citadas SSTS 2-12-1902, 18-11-1927 y 11-2-1967. 517 Por citar un ejemplo, vid. MANRESA Y NAVARRO, J. M.: comentario al artículo 1669, dentro de

“Comentarios...”, cit., p. 408. Sin embargo, un análisis algo más detallado del precepto induce a pensar

que no es así, que el fundamento no puede ser esa protección de los terceros: de entrada, porque remite al

régimen de la comunidad de bienes, algo que no es claro que beneficie de modo claro al tercero, aunque

desenfocadamente parece tenerse en mente lo contrario, además de que dicho régimen se determina con

independencia del tercero, que nunca podrá apreciar la apariencia de cotitularidad que está en la base de

dicha remisión. ¿Cómo se pretende proteger a ese tercero? Evitando que se le aplique el régimen de la

sociedad, que no era conocida por él, dado que se había ocultado dicha existencia, y acudiendo al régimen

de la comunidad de bienes. Sin embargo, dicha protección podía haberse producido incidiendo en la

cuestión de la apariencia presentada a ese tercero, pese a que no era estrictamente necesario, por ser

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se dan dos circunstancias que posibilitan dicha situación, y hay quien alude a la

existencia de una sociedad secreta: los socios mantienen reservados entre ellos los

pactos y contratan con esos terceros en su propio nombre, por lo que al tercero le resulta

imposible saber que está contratando con alguien socio de una sociedad.

El artículo 1669 es fruto, realmente, de un ejercicio de dogmatismo jurídico, que

pretende solucionar el problema basando su solución en la concepción de que la

comunidad es un género, y la sociedad una especie del mismo: si no hay ente jurídico

que aglutine la titularidad de un patrimonio, no existe más que una cotitularidad del

mismo por parte de los aportantes. No existe otra intención principal que tratar la falta

de personalidad jurídica, sin entrar realmente a regular cuestiones de régimen jurídico.

Es verdad que cierta intención protectora de terceros está de modo difuso en la mente

del legislador, pues la remisión al régimen de la comunidad permite dirigirse contra el

resto de comuneros, evitando que responda únicamente el contratante518.

En el capítulo que iniciamos estudiaremos la configuración de la sociedad civil sin

personalidad jurídica, o cómo una sociedad civil cae en la órbita del artículo 1669 CC.

conducta de normal tráfico jurídico y conforme a la más elemental lógica. En el artículo 55 del

Anteproyecto esta remisión tenía más sentido: existía o podía existir cierta apariencia de cotitularidad

frente a los terceros, pues eran sociedades que no habían alcanzado la personalidad jurídica, pero no eran

sociedades sin apariencia de tales, sino que los socios pretendían actuar como ente en el mercado. No

gozan de personalidad jurídica porque no les fue concedida. 518 Es evidente que, al tener contacto con una comunidad de bienes, a la hora de ejercitar acciones contra

la misma se debe uno dirigir contra todos los copropietarios, y ello se tiene presente también aquí aunque

no resulte de inspiración directa (pues el legislador no intenta realmente regular cuestiones de régimen

jurídico, sino meramente aludir a la personalidad jurídica). Parece garantizarse así que el tercero se pueda

dirigir no sólo contra el socio contratante, sino contra los otros socios, y así ve reforzado su interés. Es un

sentimiento vago que está, de alguna forma, presente, pero que si se medita adecuadamente no es

necesario para que el tercero pueda dirigirse contra los socios no contratantes, como veremos. Pero ya

hemos comentado que el legislador no tenía exactamente claro lo que realizaba al insertar este precepto,

por qué lo hacía ni las consecuencias de su redacción. No era el interés que veremos presente

expresamente en el caso mercantil de la cuenta en participación, donde se pretende que no se pueda

dirigir más que al contratante.

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Comenzaremos distinguiendo la personalidad jurídica de la sociedad civil de la

publicidad de la misma. Repasaremos, después, las distintas concepciones que se han

expuesto acerca de la adquisición de personalidad jurídica por la sociedad civil en

nuestro ordenamiento, la reforma producida por el Real Decreto 1867/1998, de 4 de

septiembre, y cómo el TS puso fin a la misma y, por último, expondremos la

configuración acertada acerca de la sociedad civil sin personalidad jurídica.

2. La posible eficacia frente a terceros del vínculo social en las sociedades civiles

Antes de estudiar adecuadamente el artículo 1669, hay que deslindar el tema de la

personalidad jurídica de la sociedad civil de la cuestión de la publicidad de la misma y

la posible eficacia de sus pactos respecto de terceros, cuestión que no siempre ha sido

correctamente tratada y que ha inducido a importantes errores519.

Ya sabemos que la sociedad civil es un contrato, pero también un instrumento de

intervención en el mercado frente a terceros. La sociedad civil, como contrato, se

encuentra bajo la órbita del artículo 1257 CC, y los terceros a la misma no tienen por

qué conocer, en principio, esos pactos que regularán una relación contractual a la que

son ajenos. Pero, por otra parte, la sociedad como tal también suele ser un ente que tiene

contacto con terceros a la misma, y en ese sentido, puede resultar de interés a los

terceros conocer los pactos que la regulan, para garantizar la seguridad de su posición.

Por ello, los terceros a la sociedad pueden poseer un interés legítimo en conocer

dichos pactos reguladores y en poder actuar teniendo en cuenta dichos pactos. Y esta

519 En este sentido, el propio CAPILLA RONCERO se plantea si el problema del artículo 1669 CC no

será realmente el de la oponibilidad del contrato social. Señala literalmente: “¿No será equiparable la

personificación a la eficacia frente a terceros de los vínculos sociales? Parece que sí” (CAPILLA

RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 394).

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cuestión como tal no tiene por qué influir en la adquisición o no de personalidad

jurídica, pues no necesariamente debe vincularse lo uno con lo otro. La sociedad goza

de personalidad jurídica y actúa frente a terceros como tal persona jurídica, o bien no

goza de ella, y cuestión diferente es si esos terceros pueden ampararse en la regulación

contractual pactada o no, además de en la existencia de la sociedad en sí, al actuar en el

mercado. Una cuestión es que la sociedad exista como ente y otra distinta que sus

pactos reguladores puedan ser opuestos a terceros o utilizados por los mismos.

A la hora de meditar sobre esta posible influencia en terceros de esta regulación

contractual, debemos aludir a dos concretas cuestiones que pueden resultar de interés520:

en primer lugar, la utilizabilidad por los terceros de los pactos sociales, y en segundo

lugar, la oponibilidad frente a terceros de dichos pactos sociales521.

En primer lugar, merece nuestra atención la utilizabilidad por los terceros de los

pactos sociales, algo que finalmente se reduce a una cuestión de conocimiento por ese

tercero de aquello que invoca (por cuestiones prácticas: no para que se pueda apoyar en

520 El acertado esquema aparece ya propuesto por PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit.,

pp. 1362-1364, que ha estudiado la cuestión con cierto detenimiento. 521 Antes, sin embargo, debemos tener bien clara la diferencia entre eficacia directa del contrato,

extensión de dicha eficacia directa y eficacia indirecta del mismo. La eficacia directa de un contrato

conlleva que el pacto vincule a las partes contratantes y a sus herederos, en los términos del artículo 1257

CC. La extensión de dicha eficacia directa es un fenómeno jurídico anómalo conforme al cual personas

distintas a las contratantes se ven vinculadas por dicho pacto, de modo excepcional y por imperativo

legal. Caso, por ejemplo, del artículo 480 CC: pese a que se extingue el usufructo, el propietario está

obligado a respetar el arrendamiento concertado por el usufructuario durante el año agrícola, un contrato

en el que no es parte. La eficacia indirecta es el influjo que la actuación jurídica ajena puede tener sobre

los legítimos intereses de los terceros, que deben contar con dicho pacto, aunque no estén obligados por el

mismo, apartado donde se inserta la oponibilidad. Para profundizar en estas cuestiones en general, vid.

RAGEL SÁNCHEZ, L. F.: “Protección del tercero frente a la actuación jurídica ajena: la inoponibilidad”,

Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 1994, pp. 49-69, donde sigue algunas de las acertadas ideas de DÍEZ-

PICAZO, L.: “Fundamentos de Derecho civil patrimonial”, Tomo I, Introducción. Teoría del contrato”,

Ed. Civitas, Madrid, 1993, pp. 398-403. Aplicada al caso de la sociedad civil, vid. el análisis de TORRES

PEREA, J. M. DE: “Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil externa”, cit., pp. 79-88.

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ella, sino para poder sustentar su argumentación sobre dicha regulación contractual)522 y

de prueba, para obtener el reconocimiento de su pretensión. Para esta utilizabilidad, la

“publicidad de hecho” resultará necesaria, ya que se trata de que ese tercero tenga

conocimiento de esa regulación concreta que ahora puede ser utilizable por él.

Si se prueba esa existencia, los terceros podrían llegar a valerse de esa realidad, que

no puede ser negada por quien la constituyó, utilizándola si lo estiman oportuno, salvo

que exista una norma que establezca expresamente otro régimen, como podría pasar en

el artículo 1669 CC, cuestión ésta que estudiaremos en su momento.

En segundo lugar, más problemas producirá la oponibilidad frente a terceros de los

pactos sociales, terceros no contractuales o contractuales. En el primer caso (por

ejemplo, acreedores particulares de los socios o acreedores extracontractuales de la

sociedad), el pacto contractual se les puede oponer si tenían conocimiento del mismo

(en algún caso, además, aceptación, como en los supuestos en los que, de alguna forma,

se empeora la situación del tercero diseñada por la ley). Por ejemplo, alguien recibe un

daño extracontractual por parte de otra persona que actúa adecuadamente en nombre de

una sociedad civil que en este caso está personificada, y el dañado dirige su reclamación

contra ese socio concreto: éste puede oponerle el contrato de sociedad, para que reclame

a la misma. O bien, un acreedor de un socio pretende embargar algo que éste hubiese

aportado a la sociedad, o algo adquirido de ese socio por un tercero adquirente, después

del contrato social: a dicho acreedor se le puede oponer, por la sociedad, la existencia

522 Señala PAZ-ARES un ejemplo donde se comprueba lo que señalamos. Alguien sufre un daño de una

sociedad, y dicho acreedor extracontractual quiere que se le repare. Le bastará con probar que existía una

sociedad para que se le pague. Si un acreedor contractual reclamar de un socio el pago íntegro de una

deuda social, le bastará con probar que el contrato había previsto la responsabilidad solidaria de todos los

socios. No conocer el hecho no impide utilizar en su favor la cláusula (vid. PAZ-ARES, C.: comentario al

artículo 1669 CC, cit., p. 1363).

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del contrato social, en concreto las cláusulas que prevean la aportación en litigio.

Aunque dependerá de la naturaleza del objeto la posible respuesta de la sociedad.

En el caso de terceros contractuales, la oponibilidad frente a ellos no se vincula a la

realidad jurídica que no hayan conocido al celebrar el contrato, sino a aquello que hayan

conocido expresamente de modo previo, así como la apariencia tipificada por el

ordenamiento en la que hayan podido confiar. Es decir, a un tercero que contrata con

una sociedad civil y sabe que lo es, se le puede oponer aquello establecido en el CC

respecto de las sociedades civiles, pero también aquellas cláusulas que haya conocido,

bien porque el pacto contractual hubiera accedido al Registro mercantil (posible durante

la vigencia del artículo 81.3 RRM) y publicado en el BORME523, o bien porque se le

hubiese comunicado expresamente, y en ese caso, estamos protegiendo realmente la

confianza suscitada por la información proporcionada, que induce al tercero a pensar

que los pactos sociales son aquellos que se le han manifestado524.

En conclusión, estamos ante unas cuestiones que debemos diferenciar de la

adquisición de personalidad jurídica por parte de la sociedad civil. Deben quedar

523 El artículo 21.1 C de c indica que “Los actos sujetos a inscripción sólo serán oponibles a terceros de

buena fe desde su publicación en el Boletín Oficial del Registro mercantil. Quedan a salvo los efectos

propios de la inscripción”. En este caso, se gozaría de oponibilidad absoluta, y el sujeto inscrito tiene la

posibilidad de hacer valer sus circunstancias de responsabilidad y representación ante terceros (vid. el

análisis de FARIAS BATLLE, M.: “Realidad del tráfico y Registro Mercantil (algunas reflexiones sobre

el principio de inoponibilidad)”, RCDI, núm. 646, 1998, pp. 911-920, en concreto, la cita, en p. 912). 524 La STS 22-10-1973 (M. A. 3655) se ocupó de un caso en el que los socios de una sociedad calificada

de “irregular” fueron demandados nominalmente por un tercero, y opusieron su falta de legitimidad

pasiva. El TS señaló que “existiendo entre los demandados vínculos societarios (...) con la denominación

“Almacenes Mimae”, en cuyo nombre se lleva a cabo toda la contratación, no resulta correcta la llamada

individual al proceso de los demandados por parte del actor, primer reconociente de la existencia de

semejante situación social”. De ahí deriva que el actor debía “dirigirse procesalmente contra la misma”.

Si no conocía ni podía conocer el pacto (esta cuestión de la diligencia la estudiaremos en su momento),

obviamente, no puede serle opuesto, pues resultaría contrario a la más elemental exigencia de buena fe en

el tráfico jurídico (en este sentido, PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las

sociedades civiles...”, AAMN, cit., núm. 11, p. 31).

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técnicamente separadas, están en planos diferentes, sin perjuicio de que estudiemos su

posible unión posterior. En lo que ahora nos ocupa, el conocimiento de los pactos por el

tercero, o bien la diligencia, en el caso de que debiera haberse conocido si se hubiese

actuado diligentemente, será el dato a valorar, así como en todo caso debe protegerse la

confianza en la apariencia presentada al tercero, que haya confiado en la misma de

buena fe (buena fe diligente, obviamente).

El efecto de ese conocimiento será, de entrada, la posible oponibilidad o

utilizabilidad descrita, y posteriormente estudiaremos si también la concesión de la

personalidad jurídica al grupo. Ambos pueden ir unidos, pero técnicamente estamos

ante dos cuestiones diferentes, que pueden entrelazarse en algún momento, pero será

algo que debemos comprobar y que no necesariamente debe ocurrir525.

Y es vital diferenciarlas cuando hay un dato que necesariamente debe ser diferente:

mientras un mismo acto puede ser oponible para algunos terceros e inoponible para

otros, ya que ello depende del conocimiento del mismo que se tenga526, sea cual sea la

configuración de hecho que escojamos sobre la sociedad sin personalidad no es correcto

defender que ésta pueda gozar de personalidad frente a unos terceros y no frente a otros.

La personalidad existe o no existe, pero no puede existir en algunos casos y no en otros.

525 Incluso autores de la talla de PLANIOL y RIPERT han confundido ambas cuestiones: así, indicaban

en su argumentación un medio ingenioso que consistía en “admitir que en las sociedades mercantiles lo

que determina la personalidad jurídica no es la publicación de los estatutos, sino la celebración misma del

contrato de sociedad, contrato que, por su propia naturaleza, debe surtir efectos respecto a tercero”

(PLANIOL, M. y RIPERT, J.: “Tratado Práctico de Derecho Civil Francés”, T. XI. Los contratos civiles,

2ª parte, 1946, núm. 1017 bis, p. 281). 526 Esto lo ha explicado RAGEL SÁNCHEZ, L. F.: “Protección del tercero...”, cit., pp. 198-199.

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3. La personalidad jurídica de la sociedad civil: teorías explicativas sobre su modo de

adquisición

En el capítulo anterior partimos de la base de que la sociedad civil era una persona

jurídica como norma general, y hemos repasado la cuestión de la adquisición de la

personalidad jurídica por parte de grupos asociativos como la asociación en sentido

estricto, la fundación o las sociedades mercantiles. Ha llegado el momento de estudiar

esta adquisición en el caso de la sociedad civil, para determinar posteriormente qué

concretas sociedades civiles no gozan de personalidad jurídica. En este apartado

dedicaremos nuestra atención a exponer las diferentes teorías que se han ofrecido

respecto de la adquisición de la personalidad jurídica por la sociedad civil.

Si repasamos el articulado que nuestro CC dedica a la sociedad civil, ningún artículo

le concede de modo expreso y positivo personalidad jurídica (aunque de alguna forma

pueda ser deducible de otros artículos, según algún autor527), pero sí hay un artículo que

niega esa personalidad en ciertas circunstancias muy concretas: el artículo 1669 CC, que

va a convertirse en objeto relevante de nuestro estudio. Por consiguiente, pese a que no

parece estar claramente definido el momento de adquisición de la personalidad jurídica

(eso conlleva divergencias doctrinales al respecto), ya hemos comprobado que la

adquisición de la personalidad es el criterio general predicable de las sociedades

civiles, mientras que su no disfrute es una excepción en un supuesto muy concreto (el

527 En ese sentido se expresaba ya SCAEVOLA (SCAEVOLA, Q. M.: “Código civil”, Tomo XXV, Ed.

Reus, Madrid, 1933, p. 459) citando los artículos 1681 y siguientes (derechos y responsabilidad de la

sociedad frente a los socios), 1697 y 1698 (obligaciones de la sociedad como distintas de las de los

socios), así como el artículo 1699 (que reconoce la existencia de un patrimonio social separado).

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descrito expresamente en el artículo 1669, ese supuesto y ningún otro más528). Esta

situación un tanto extraña deriva del peculiar proceso de redacción y definitiva inclusión

de estos artículos en el CC, proceso ya analizado con anterioridad. Y ciertos artículos

posteriores de otras normas han venido a confirmar esta idea, presuponiendo esa

personificación de la sociedad civil, preceptos tanto de índole mercantil529 como

tributaria530. Si bien es claro que las sociedades civiles gozan de personalidad, algo que

528 En este sentido, por ejemplo, la STS 31-5-1994 (M. A 3768). 529 En concreto, el artículo 91.1 de la Ley 2/1995, de 23 de marzo, por la que se aprueba la Ley de

Sociedades de Responsabilidad Limitada (LSRL). El artículo 3 LSRL señala que “la sociedad de

responsabilidad limitada, cualquiera que sea su objeto, tendrá carácter mercantil”, pero el artículo 87.2

LSRL permite que “cuando el objeto de la sociedad de responsabilidad limitada no sea mercantil, pueda

transformarse (...) en sociedad civil”. Y el artículo que nos interesa, el artículo 91.1 establece que “la

transformación efectuada con arreglo a lo prevenido en esta Ley no cambiará la personalidad jurídica de

la sociedad, que continuará subsistiendo bajo la forma nueva”. Sin ser un argumento excesivamente

determinante, es claro que sobreentiende expresamente el goce por la sociedad civil de personalidad

jurídica. Y lo sobreentiende de modo acertado, pues es así, algo que se confirma en el artículo 92.1 del

mismo texto, al señalar que “la transformación de sociedades civiles (...) en sociedades de responsabilidad

limitada no afectará a la personalidad jurídica de la sociedad transformada”. 530 Ya aludimos en su momento a esta cuestión: el artículo 7.1. a) de la Ley 43/1995, de 27 de diciembre,

por la que se regula el Impuesto de Sociedades, establece que serán sujetos pasivos del Impuesto las

personas jurídicas, excepto, en el caso del citado apartado, las sociedades civiles. Y será el artículo 10 de

la Ley 40/1998, de 9 de diciembre, reguladora del IRPF, el que establezca expresamente que las rentas

correspondientes a las sociedades civiles, tengan o no personalidad jurídica, se atribuirán a los socios

según las normas o pactos aplicables y si éstos no constaran a la Administración Tributaria

fehacientemente, se atribuirán por partes iguales. Por ello, pese a que el régimen de aplicación sea

idéntico, se reconoce expresamente esa personalidad y así se manifiesta en el artículo. La causa de que se

trate de esta forma a una persona jurídica como la sociedad civil personificada está en la desconfianza

ante la misma: se entiende que más que conformar un auténtico centro autónomo e independiente de

imputación jurídica y económica, puede constituir un expediente para alejar la tributación de ciertas

rentas del IRPF (en este sentido, CAZORLA PRIETO, L. M. y PEÑA ALONSO, J. L.: “El Impuesto

sobre la Renta de las Personas Físicas (Ley 40/1998 y su Reglamento)”, Ed. Aranzadi, 1999, p. 53). Para

evitarlo, se considera que las rentas obtenidas lo son directamente por los socios, sin que la entidad esté

sometida a tributar por el Impuesto de Sociedades, como hemos comprobado (sobre ello, vid. LÓPEZ

MESA, A. B.: comentario al artículo 10, dentro de VV.AA., “Comentarios a la Ley del Impuesto sobre la

Renta de las Personas Físicas y a la Ley del Impuesto sobre la Renta de no residentes”, Ed. Lex Nova,

Valladolid, 2001, pp. 73-76).

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no en todos los ordenamientos ocurre, debemos reflexionar acerca del modo y

momento en que se produce su adquisición, pues aquí ya no está el tema claro en

nuestra regulación. Sobre la cuestión se han ofrecido diferentes teorías explicativas,

teniendo como base, necesariamente, el artículo 1669 CC. Procederemos a repasarlas.

3.1. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como aquella sociedad que no

accede al Registro Mercantil o registro oportuno

Esta primera opinión que exponemos, que asume la necesidad de inscripción de la

sociedad civil en el Registro mercantil para reconocer su personalidad jurídica, es una

de las primeras configuraciones apuntadas. Sugerida por DE CASTRO, pretende una

presunta interpretación conjunta del CC con la legislación mercantil.

La sociedad sin personalidad jurídica es la sociedad civil que no accedió al Registro

Mercantil. Se señala que ya el Código de comercio había descrito lo que debía

entenderse por pacto secreto como aquel que no había accedido al Registro mercantil. A

esta idea se llega habiendo superado otra idea ligeramente sugerida, que aludía a que las

sociedades civiles que no constasen en escritura pública carecían de personalidad

jurídica por mantenerse ocultos los pactos sociales, pues la escritura pública per se no

proporciona publicidad al negocio que contenga: pese a ser presupuesto para que se

pueda proceder a la publicación, no implica realmente publicidad, y entender lo

En este sentido, PÉREZ ROYO aludía como base inspiradora de dicha inclusión “... la desconfianza del

legislador hacia unas entidades en las que no hay criterios claros sobre cuándo alcanzan la personalidad y

en las que la publicidad registral –que es lo que, en definitiva, otorga mayores garantías- no aparece con

la misma intensidad que en las sociedades mercantiles. Y es precisamente por ello que algunas sociedades

civiles que, por su régimen jurídico propio, no presentan estos inconvenientes (las sociedades agrarias de

transformación) quedan excluidas de la regla general tributaria por el Impuesto de Sociedades” (PÉREZ

ROYO, I.: “Manual del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas”, Marcial Pons, Ediciones

Jurídicas y Sociales, S. A., Madrid-Barcelona, 1999, p. 60).

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contrario conlleva confundir documento público y publicidad, algo que incluso al TS ha

ocurrido alguna vez531.

Esta configuración fue apuntada levemente, más que defendida de modo abierto, por

DE CASTRO532, auténtico inspirador de la misma, y que ya aludía de entrada a la

desgraciada redacción del artículo 1669, que “permite toda duda”, aunque no sea su

único defensor533 (incluso algún autor ha defendido la bondad de esta opción como

opción de lege ferenda, pues no encuentra soporte legal para sostenerla534).

531 Así, en la STS 19-1-1976 se puede leer la alusión a ...”un contrato de sociedad, justo porque sus pactos

son secretos, al no constar en forma pública...”. Además, SSTS 30-12-1931, 10-3-1949 y 24-1-1962. 532 DE CASTRO, F.: “La persona jurídica”, dentro de “La persona jurídica”, cit., pp. 281-283, así como

“Temas de Derecho civil”, cit., pp. 83-85 (tal y como recuerda BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, R.:

“Personalidad jurídica y registros públicos”, cit., p. 13). 533 Así, pese a que aluda al Registro civil, se puede leer a PEDREGAL Y CAÑEDO que “no siendo las

compañías civiles una personalidad jurídica, como lo demuestra el hecho de que no estén sujetas a la

solemnidad del registro civil, ....” (PEDREGAL Y CAÑEDO, M.: “Texto y comentarios al Código civil

español”, II, Imprenta de Enrique Maroto y hermano, Madrid, 1889, p. 705). FALCÓN, por su parte,

señalaba que “además, para que la sociedad que se establece tenga personalidad jurídica, es indispensable

que se dé publicidad a sus pactos constitutivos. No prescribe la ley (artículo 1669) la manera de hacer

públicos esos pactos; y en su silencio debe entenderse aplicable lo dispuesto para el código de comercio

para las sociedades mercantiles, es a saber, su inscripción en los Registros públicos” (FALCÓN, M.:

“Exposición doctrinal del Derecho Civil español, común y foral”, tomo IV, Tipografía Industrial-

Económica, 1889, p. 383, núm. 2). Y DÍAZ-ARIAS, pese a rectificar parcialmente con posterioridad,

señala como primer requisito “para que tenga personalidad jurídica, el Código de comercio y el propio

Código civil exigen: 1º Que se inscriban en el Registro Mercantil, lo cual determina que los pactos no se

mantengan secretos entre los socios” (DÍAZ-ARIAS Abogados: “La sociedad civil particular,

comunidades de bienes y otros entes sin personalidad jurídica. Su tratamiento fiscal”, Tapia. Publicación

para el mundo del Derecho, Abril, 1984, núm. 16, p. 27). 534 BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la personalidad jurídica...”, cit., p. 317-332, y

SÁNCHEZ CID, I.: “La personalidad jurídica de la Sociedad Civil (A propósito del Real Decreto

1867/1998, de 4 de septiembre y de la Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de febrero de 2000)”,

Aranzadi Civil, 2001-II, especialmente pp. 2289, 2294, 2305, 2306 y 2310-2312). Además, es algo que

reivindica desde hace tiempo GARCÍA MÁS en distintos trabajos (“La sociedad civil y su conexión

registral (Conferencia dada en el centro de Estudios Hipotecarios de Granada, febrero de 1990)”, RCDI,

núm. 599, julio-agosto 1990, pp. 155-169, “La Sociedad Civil: su problemática en tráfico jurídico (Un

análisis jurisprudencial)”, RCDI, núm. 633, marzo-abril de 1996, p. 512, y “La Sociedad Civil: una crisis

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Su actualidad hoy día se deriva más de sus repercusiones en ciertas decisiones de la

DGRN que de su propia virtualidad en sí: esta opinión inspiró, entre otras, a la polémica

Resolución DGRN 31-3-1997 (seguida por la de 11-12-1997), y ha sido

inteligentemente rebatida en nuestra doctrina por una serie de autores (especialmente

interesantes las críticas de PANTALEÓN PRIETO al respecto535), opiniones que hemos

tratado en otro lugar con cierto detenimiento536 y que repasaremos posteriormente. La

RDGRN 14-2-2001, por su parte, rebatió enérgicamente dicha fundamentación.

Asimilaba, por tanto, DE CASTRO, el pacto secreto del artículo 1669 al pacto no

inscrito en el Registro Mercantil, en presunta sintonía con la legislación mercantil: es

necesaria publicidad de la persona jurídica, dada su eficacia erga omnes, indica DE

CASTRO, y será secreta la sociedad no inscrita en el Registro Mercantil, pues los

terceros no tendrán acceso a su pacto constitutivo. Se encuadra dentro del artículo 1669.

El argumento que exponemos tiene, pese a todo lo que se pueda indicar en su contra,

cierta lógica: los artículos 1669 y 1670 CC se introdujeron conjuntamente en el CC,

después del problemático proceso de inserción descrito en su momento, y no es

descabellado que el legislador pudiese haber optado, en abstracto, por exigir este

requisito para que la sociedad civil adquiriese su personalidad jurídica, como ocurrió en

Francia en 1978, y siguiendo la idea que había plasmado en el Código de comercio

según la opinión más clásica. Sin embargo, si ésa hubiese sido la pretensión del

legislador, se plasmó muy defectuosamente, tanto que resulta irreconocible.

provocada. Comentario crítico a la Resolución de 31 de marzo de 1997 de la DGRN”, RCDI, núm. 647,

julio-agosto 1998, pp. 1165-1190). Después de la STS 24-2-2000, lo ha defendido en una Breve Addenda

a su trabajo “La Sociedad Civil en el marco de la reforma del Reglamento del Registro Mercantil en

virtud del Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre”, RCDI, núm. 657, 2000, pp. 1107-1111. 535 PANTALEÓN, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles....”, cit., pp. 1376-1384. 536 Vid. nuestro trabajo “Sobre la personalidad jurídica de la sociedad civil”, cit., pp. 1-5.

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Si el pacto secreto era el no inscrito en el Registro mercantil, la consecuencia es

clara: las sociedades civiles que gozan de personalidad jurídica son las que no

mantienen secretos sus pactos, y estas sociedades que no mantienen secretos sus pactos

son únicamente las que han sido inscritas en el Registro Mercantil. Esto equivalía a

defender que si una sociedad civil quería dotarse de personalidad jurídica debía revestir

alguna de las formas reconocidas por el Código de Comercio, y, por ello, ser inscrita en

el Registro mercantil. Vacía de contenido el artículo 1669 a favor del artículo 1670:

toda sociedad civil que no adoptase forma mercantil, no adquiriría personalidad.

Además, esta teoría debe asumir la necesidad de un cambio de régimen: de sociedad

desprovista de personalidad jurídica pasará a ser sociedad personificada, con todo lo que

implica dicho cambio en el modo de ser de la sociedad a cualquier efecto537. El

momento que marca ese cambio será el de la inscripción en el Registro mercantil.

A esta tesis, la doctrina que se ocupó de ella ha opuesto severas críticas. La propia

Resolución DGRN 14-2-2001 no es, realmente, más que una gran crítica a la misma: la

presente tesis no es admisible, pese a que las razones que motivasen dicha decisión y las

de la DGRN fuesen comprensiblemente dignas de atención538. No resulta admisible esta

visión, que el propio PANTALEÓN ha calificado como insostenible539, porque implica

negar la personalidad jurídica a las sociedades civiles que no se constituyan bajo forma

537 Modo de operar en el mercado, legitimación activa y pasiva para operar judicial y extrajudicialmente,

nacimiento del patrimonio propio, nacimiento de las necesidades de gozar de domicilio, nacionalidad, etc. 538 Dichas razones han sido expuestas de modo breve por GARCÍA GARCÍA. Señalaba que se pretendía

cortar con los abusos que se producían con las sociedades civiles, que proliferaban con la intención

fraudulenta de obviar la legislación de las sociedades mercantiles o de ocultar la persona física frente a los

acreedores (GARCÍA GARCÍA, J. M.: “La titularidad registral en las sociedades civiles” Boletín del

Colegio de Registradores, núm. 39, julio 1998, p. 1519). También AGUIRRE FERNÁNDEZ ha incidido

en ellas (AGUIRRE FERNÁNDEZ, B. J.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles. A propósito

de la Resolución de la DGRN de 31 de marzo de 1997”, RCDI, 1998, núm. 647, pp. 1202-1203). 539 PANTALEÓN, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles....”, cit., p. 1377.

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mercantil (la sociedad civil “con forma civil carecería de personalidad jurídica”540) o

que no se inscriban en el Registro Mercantil. Esta idea es errónea conforme a la

regulación del CC, donde de modo expreso aunque a sensu contrario, se reconoce en

principio la personalidad jurídica de toda sociedad civil, y se pretendió dicho

reconocimiento de modo claro, como se deduce del cambio de orientación sufrido

respecto del Anteproyecto de 1888. La intención del legislador no parece ser la de negar

la personalidad jurídica a las sociedades civiles, pese a que los artículos 1669 y 1670 se

incluyesen de modo conjunto y apresurado en el Código y ello pueda dar pie para

pensar algo parecido. Y del argumento del profesor DE CASTRO se deduce que sólo

aquella sociedad civil que acceda al Registro puede evitar que su pacto no sea secreto.

Además, es gravemente erróneo asimilar los pactos secretos civiles a los pactos

reservados en sociedades mercantiles, aunque DE CASTRO los mencione unidos, a la

vista del diverso papel que juega el Registro en cada caso, tal y como repasamos en su

momento. Y teniendo en cuenta la inspiración y la propia regulación del artículo 22.3

CE, parece que una regulación opuesta al mismo debe ser establecida de modo expreso.

Por todo lo expuesto, la doctrina ha rechazado unánimemente esta configuración

citada, destacando las consecuencias tan perjudiciales que produciría, aunque es cierto

que la única manera de que no exista la más mínima reserva en los pactos es que exista

inscripción registral541, e incluso influyó en cierta apresurada reforma legal realizada en

1998, defectuosa reforma a la que aludiremos en su momento.

540 Palabras textuales de MARTÍNEZ BALMASEDA, A.: “La personalidad jurídica de la sociedad civil

según la nueva doctrina de la Dirección General de los Registros y del Notariado”, Diario La Ley, núm.

5507, 21 de marzo de 2002, p. 2. 541 En este sentido, por ejemplo, GARCÍA GARCÍA, a quien leemos, por ejemplo, que “el artículo 1669

CC prevé la posibilidad de que los pactos de la sociedad civil no queden reservados entre los socios. Pues

bien, la única manera de que no queden reservados entre los socios, sino abiertos a todos los terceros, es a

través de la inscripción en el Registro Mercantil, que es el único Registro existente para sociedades y

entidades” (GARCÍA GARCÍA, J. M.: “La titularidad registral en las sociedades civiles”, cit., p. 1523).

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225

Otra concepción diferente que también parte de la necesidad de publicidad registral

se basa en la utilización del Registro de la Propiedad a estos efectos. Esta visión es

fruto del deseo de ofrecer una solución que logre que la publicidad requerida sea

registral: al no poder utilizar al registro mercantil, se acude al Registro de la propiedad.

Ante el problema de que no existiera una publicidad registral para las sociedades

civiles, se plantearon algunas dudas respecto de aquellas sociedades civiles que querían

inscribir la titularidad propia de un inmueble en el Registro de la Propiedad, casos que

llegarían a resolverse en Resoluciones de la DGRN como la polémica de 31-3-1997.

Para intentar evitar ciertos fraudes que se apreciaban en la práctica y a los que tenían

que hacer frente los registradores de la propiedad, dos Registradores propusieron una

solución que de alguna forma hiciera frente a dicha situación, y que implicaba que la

publicidad se obtuviera registralmente: HERNÁNDEZ MANCHA, primero, la apuntó

(en un apartado de cierto trabajo, bajo el inequívoco epígrafe de el Registro de la

Propiedad como instrumento de publicidad de las sociedades civiles)542 y GARCÍA

GARCÍA543, después la desarrolló, exponiendo ideas pintorescas también en otro

sitio544.

Posteriormente, señala en la tercera de las conclusiones del mismo trabajo, que “las sociedades civiles con

objeto civil, constituidas en escritura pública o elevado el documento privado de su constitución a

escritura pública, deberían inscribirse en el Registro Mercantil como prueba de que sus pactos no se

mantienen reservados y tienen personalidad jurídica “erga omnes”, ya adopten la forma mercantil o la

forma civil” (GARCÍA GARCÍA, J. M.: “La titularidad registral en las sociedades civiles”, cit., p. 1525). 542 HERNÁNDEZ MANCHA, M.: “Las sociedades civiles particulares...”, cit., pp. 1609-1610. 543 GARCÍA GARCÍA, J. M.: “Las sociedades civiles y el Registro de la Propiedad: apunte sobre la

forma de practicar la inscripción”, Boletín Colegio N. Registradores, núm. 283, nov. 1991, pp. 2336-

2338. 544 Apuntó en otro sitio que las sociedades civiles constituidas en documento privado, salvo que tuvieran

un reconocimiento judicial de su personalidad, “hay que entender que en el tráfico jurídico carecen de

ella” (GARCÍA GARCÍA, J. M.: “La titularidad registral en las sociedades civiles”, cit., p. 1524).

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Se proponía, ante la falta de publicidad derivada de la inscripción en el Registro

mercantil (a falta de mejor sede según HERNÁNDEZ MANCHA), dar publicidad a la

sociedad a través del Registro de la Propiedad. La intención es clara: “sería oportuno

“aprovechar la oportunidad” -valga la expresión- y mediante la publicidad registral

arbitrar un mecanismo de seguridad jurídica de los terceros frente a esos socios y esa

sociedad”. Si en algún momento se llega a ser titular de un inmueble, el Registro de la

Propiedad publicaría no sólo la adquisición de la titularidad del mismo por parte de la

sociedad, sino que se completaría con la inclusión de los “extremos básicos de su

organización y funcionamiento” para, en palabras de CHICO ORTIZ citadas por

HERNÁNDEZ MANCHA, “conseguir la correcta e inequívoca individualización de la

misma”. Así, se logra que, pese a que nuestro ordenamiento no ha previsto un sistema

de publicidad de las sociedades civiles, “se consigan efectos análogos mediante una

publicidad frente a terceros que queda perfectamente garantizada”, aunque se amplíe el

ámbito objetivo del Registro de la Propiedad para lograrlo.

GARCÍA GARCÍA perfila mejor la idea. Tras recordar que el otorgamiento de la

escritura pública no determina publicidad y que la publicidad a través del Registro

Mercantil no es factible en estos momentos, entiende que cabe llegar a una “solución

intermedia: practicar la inscripción de los bienes en el Registro de la Propiedad a

nombre de la persona jurídica sociedad civil, pero como requisito simultáneo, se harían

constar en el cuerpo de la inscripción los Estatutos de la sociedad civil y los nombres de

los socios”545. Es más preciso que HERNÁNDEZ MANCHA: no alude ya a la

inscripción de los más abstractos extremos básicos de la organización y funcionamiento

de la sociedad, sino a la más concreta y técnica inscripción de los Estatutos de la

sociedad civil. Y añade que “en la persona física, no se concibe una titularidad registral

545 GARCÍA GARCÍA, J. M.: “Las sociedades civiles y el Registro de la Propiedad...”, cit., p. 2336.

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sin expresión de sus nombres y apellidos, estado civil, edad, vecindad, régimen

económico matrimonial, etc. Pues bien, tratándose de persona jurídica sociedad civil, no

se puede concebir una inscripción de los bienes a nombre de la misma, ni ser por tanto,

titular registral, sin constar todos los datos relativos a los pactos entre los socios”546.

Es ésta una construcción que no ha tenido mayor resonancia doctrinal, determinada

por la resolución de un problema que se le plantea al Registrador de la Propiedad y base

de la polémica posterior de las Resoluciones de la DGRN a partir de 1997: se presenta

al registrador la inscripción de la adquisición de un bien inmueble por parte de una

sociedad civil constituida en documento privado y que pretende existir y actuar como

ente en el tráfico. Esta forma de constitución despierta inquietud entre los registradores

de la propiedad cuando se les presenta el caso de tener que inscribir esta titularidad.

La base de estas teorías es, por tanto, que exista constancia registral de que la

sociedad es un ente, y los terceros puedan conocerlo accediendo al Registro oportuno.

3.2. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como aquella sociedad de la que no

existe publicidad de hecho

Estamos, al adentrarnos en esta teoría, ante la tesis mayoritariamente seguida hasta

ahora en nuestra doctrina a la hora de configurar el modo de adquisición de la

personalidad jurídica por parte de la sociedad civil, tanto en nuestros manuales

generales como en algunos de nuestros trabajos más clásicos o más relevantes que se

ocupan del artículo 1669 CC547. Esto, sin embargo, está cambiando conforme los

546 GARCÍA GARCÍA, J. M.: “Las sociedades civiles y el Registro de la Propiedad...”, cit., p. 2337. 547 Merecen ser destacados los importantes trabajos de CAPILLA RONCERO al respecto. Vid.,

especialmente, “La sociedad civil”, cit., pp. 395-398, además de “La persona jurídica...”, cit., pp. 125-

126, el comentario al artículo 1669, cit., p. 51-56 y la voz “Sociedad”, en Enciclopedia Jurídica Básica,

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autores se detienen a reflexionar con más profundidad y asumen los problemas de la

cuestión.

Ha sido tradicionalmente defendida, además de por CAPILLA RONCERO, por los

primeros comentaristas del CC, así como por otros autores que se han acercado al

artículo 1669 CC sin profundizar excesivamente en el mismo, porque se han ocupado de

él de modo colateral o porque lo han tratado en manuales generales y no le han dedicado

una atención más pormenorizada. Además, ya la apuntaba THALLER a la hora de

alabar nuestro artículo 1669 CC, pues señalaba que “no habiendo publicidad organizada

por la ley, es la publicidad de hecho la que se aplicará”548.

La argumentación es clara: el artículo 1669 CC exige en su tenor literal la publicidad

de la sociedad para que no caiga bajo su órbita, ya que alude a sociedades cuyos pactos

se mantengan secretos entre los socios. Esa publicidad que se exige podría ser, en

primer lugar, la denominada publicidad de derecho, publicidad derivada de la

inscripción en el Registro oportuno. Sin embargo, dicha necesidad de publicidad de

derecho no se recoge expresamente en nuestro CC, por lo que, pese a tener cierta lógica,

no puede defenderse su admisibilidad. De esa falta de regulación, dado que debe

exigirse algún tipo de publicidad y que la elevación a escritura pública no facilita el

conocimiento, se deduce que dicha publicidad debe ser de hecho, derivada no de la

inscripción registral de la sociedad sino del conocimiento de la misma en el mercado.

vol. IV, Ed. Civitas, Madrid, 1995, pp. 6264-6265. Vid. también MORENO CATENA, V. y CAPILLA

RONCERO, F.: comentario a la STS 12-11-1985, CCJC, Nº 9, núm. 248, p. 3082. A esto debemos añadir

bastantes manuales generales, que soslayan la cuestión incidiendo de modo colateral en esta opinión (en

este sentido, ALBALADEJO, M.: “Derecho Civil”, Tomo II, “Derecho de Obligaciones”, Volumen II,

Barcelona, 1994, pp. 288-289, SCAEVOLA (ob. cit., p. 469), DÍEZ-PICAZO y GULLÓN, ESPÍN

CANOVAS, etc.), más otros que han tratado tangencialmente el tema (por ejemplo, VENTURA-

TRAVESET HERNÁNDEZ, A.: “El papel del Notario...”, cit., pp. 251-255). 548 Vid. SCAEVOLA, Q. M.: “Código civil”, cit., p. 469.

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Tal y como señala CAPILLA RONCERO, parece que hay que concluir que la

publicidad requerida por el artículo 1669 es la publicidad de hecho549. La publicidad

de hecho, no definida legal ni jurisprudencialmente, es aquella derivada del

conocimiento de la existencia de tal sociedad en el tráfico en que se inserte, algo que se

conseguirá, generalmente, a través de la constante reiteración por parte de los socios de

que contratan por cuenta de la sociedad, cuando entablen relaciones con terceros a la

misma, esto es, a través de la actividad de la sociedad en el mercado operando como tal

grupo independiente de los socios, así como también se puede obtener por medios de

publicidad útiles en el mercado en que opere esa sociedad, medios que concedan

difusión a la existencia de la sociedad (inserción de anuncios en medios de

comunicación, en la prensa especializada del sector, en vallas publicitarias, etc.).

Ante la falta de registro oportuno para inscribir a la sociedad y aprovechar así las

ventajas de la publicidad registral, se recurre a la publicidad de hecho derivada de la

mera manifestación de la existencia de esa sociedad en el mercado en que opere. Sin

embargo, no se define en precepto alguno dicha publicidad, y existe cierta duda sobre lo

que se quiere decir exactamente con ello, sobre cómo se salva el obstáculo del requisito

publicitario. Se piensa que se salva manifestando al tercero con el que se contrata que

estamos ante una sociedad, y parece lógico que así sea. También se salvará si esa

sociedad es conocida como tal en el ámbito en que opera, algo que ya es más etéreo.

Hay quien alude a “publicidad suficiente”, entendiendo por ésta “cualquier medio por el

que se comunique a los terceros la existencia de la sociedad y su contenido”550.

549 CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 396 550 En concreto, PÉREZ GONZÁLEZ, B. y ALGUER, J.: comentarios en ENNECCERUS, L., “Derecho

de Obligaciones”, vol. II, dentro de “Tratado de Derecho Civil”, de ENNECCERUS, L., KIPP, T. y

WOLFF, M., Tomo II, Ed. Bosch, Barcelona, 1966, p. 689.

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Por lo tanto, señala esta corriente doctrinal, existen mecanismos extrarregistrales

para que la sociedad sea conocida como tal, y a ellos debe estarse para que esa sociedad

reúna los requisitos de publicidad necesarios. CAPILLA RONCERO indica que esta

publicidad se extiende, de una parte, a los pactos integrantes del contrato constitutivo de

la sociedad, y de otra, a la existencia del propio vínculo social, que posiblemente sea lo

esencial551. Como en la teoría de DE CASTRO, se debe asumir la necesidad de un

cambio de régimen en la sociedad, con todo lo que implica, aunque el momento en que

se produce el cambio aquí es menos claro, y según cómo se defienda esta teoría puede

haber más de un cambio de régimen a lo largo de la operatividad de la sociedad.

En conclusión, la publicidad que implica la presentación de la sociedad civil como

ente frente a terceros en el mercado se entiende como el dato definitivo para la

adquisición de la personalidad jurídica por parte de la misma: aquella sociedad donde

exista la publicidad citada adquirirá la personalidad, mientras que aquélla donde no

exista dicho conocimiento de hecho no la adquirirá y será una sociedad sin personalidad

que, por tanto, se ve sometida al régimen que para ella establece el artículo 1669 CC.

3.3. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como sociedad irregular

La presente concepción, tal y como se ha planteado, está parcialmente vinculada a la

tesis anterior, pero califica expresamente a las sociedades sin personalidad jurídica

como sociedades irregulares, y vincula esa irregularidad a cuestiones fundamentalmente

formales ligadas a la apariencia frente a terceros. Es congruente con la idea, por ella

defendida, de que los artículos 1667 a 1669 CC forman un bloque conceptual único.

551 CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 396.

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La denominación que preside esta visión está muy extendida, sobre todo

jurisprudencialmente, aunque en el fondo el TS llegue a idéntico planteamiento que la

visión anterior. Esta configuración que ahora comenzamos a estudiar entiende que la

sociedad encuadrable dentro del artículo 1669 CC es la llamada “sociedad irregular”,

que es aquella sociedad que no tiene trascendencia frente a terceros como tal sociedad.

Esa falta de trascendencia frente a terceros se debe a que permanece oculta, pues no

goza de publicidad de hecho si no le es necesario cubrir forma alguna, o bien si no ha

cubierto los requisitos formales exigidos en los artículos 1667 y 1668 CC en el caso de

que fuesen necesarios552. Cualquiera de dichas situaciones determina que sea oculta.

Pese a que el artículo 1667 CC no exige como criterio general forma concreta para la

válida constitución de una sociedad civil, tanto él como el artículo 1668 la exigen en

ciertos casos concretos descritos. Si falta esa forma siendo necesaria, se considera que

esa sociedad es irregular porque no se manifiesta al exterior como tal, y cabe

encuadrarla dentro de la órbita del artículo 1669. Y en el caso de que no se exigiera

forma alguna, se acude a la publicidad de hecho de la sociedad para que se manifieste

frente a terceros. Hay una graduación en la publicidad que precisan las sociedades: para

unas es de hecho, para el caso de que no se requieran formalidades de ningún tipo, y

para otras legal, derivada de los requisitos señalados en los artículos 1667 y 1668 CC.

El artículo 1669, se señala, no puede entenderse aislado, sino que forma una

secuencia única con los artículos 1667 y 1668, se refieren a una misma realidad, pues

tienen lazos comunes553: en primer lugar, van referidos al mismo ámbito de relaciones

552 Se puede encontrar un resumen de su postura en TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil

irregular...”, cit., nota 37, p. 212. Esa postura se ve plenamente desarrollada a lo largo de dicha obra,

especialmente pp. 195-284. 553 Lo explica TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 213-214.

Aunque no lo defiende abiertamente, parece estar subyacente en SÁNCHEZ CID, I.: “La personalidad

jurídica de la Sociedad Civil...”, cit., especialmente pp. 2288 y 2315.

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de la sociedad, el externo, relativo al contacto con terceros a la misma; en segundo

lugar, parten de la consideración de que la sociedad referida carece de personalidad

jurídica.

Esta denominación ha sido muy utilizada por el TS, aunque no de modo unívoco554:

así, se pueden encontrar sentencias para las que la sociedad irregular es una sociedad

carente de publicidad555. Para otras, sin embargo, es aquella a la que se aportan bienes

inmuebles sin observar la forma de los artículos 1667 y 1668 CC556. Por último, otras

aluden a la sociedad irregular como a la sociedad mercantil no constituida conforme al

formalismo del artículo 119 C de c557, y si esta sociedad tiene por objeto actos de

comercio, es sociedad mercantil irregular y no civil, según otras sentencias558.

El profesor TENA PIAZUELO ha fundamentado en diversos trabajos la idea de que

la sociedad descrita en el artículo 1669 es una sociedad irregular559, en el sentido de que

“se aparta de una regla, y tiene respecto de ésta un carácter excepcional o especial”560.

554 Tal y como ha explicado MARÍN LÓPEZ, J. J.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de

“Comentarios al Código Civil”, coordinados por R. BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Ed. Aranzadi,

Navarra, 2001, pp. 1889-1890. 555 En este sentido, SSTS 30-12-1931 (M. A. 2331), 10-3-1949 (M. A. 421), 22-12-1962 (M. A. 5065),

28-6-1975 (M. A. 2616), 11-10-1990 (M. A. 7857), 22-7-1993 (M. A. 6274) y 10-7-1995 (M. A. 5555). 556 En este sentido, SSTS 15-10-1940 (M. A. 886), 29-5-1943 (M. A. 578), 12-6-1950 (M. A. 1163), 28-

6-1950 (M. A. 1178), 24-4-1953 (M. A. 1958), 13-11-1953 (M. A. 3126), 7-10-1961 (M. A. 3593), 23-5-

1962 (M. A. 2521), 10-11-1978 (M. A. 4061), 30-4-1986 (M. A. 2068), 22-11-1986 (M. A. 7792), 27-5-

1993 (M. A. 4080), y 2-12-1993 (M. A. 9487). 557 En este sentido, SSTS 16-4-1942 (M. A. 468 bis), 14-2-1945 (M. A. 136), 4-4-1959 (M. A. 2956), 26-

6-1959 (M. A. 2936), 3-3-1960 (M. A. 944) y 3-7-1995 (M. A. 5459). 558 En este sentido, SSTS 29-11-1958 (M. A. 3810), 21-6-1983 (M. A.3647), 1-10-1986 (M. A. 5230), 30-

5-1992 (M. A. 4831), 29-9-1992 (M. A. 7331) y 8-7-1993 (M. A. 6326). 559 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 87-95 y 195-284, y “El

contrato de sociedad civil y las sociedades irregulares en los derechos español, francés e italiano”, ADC,

1999, fasc. IV, pp. 1435-1489. 560 Antes que él ya otros autores habían aludido a los defectos formales como causa de inexistencia de

personalidad jurídica (vid. la relación que hace BOTANA GARCÍA, G. A.: “¿Hacia un nuevo enfoque

jurídico de la comunidad de bienes?”, Derecho de los negocios, año 9, núm. 96, septiembre 1998, nota 52,

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La regla es la de la publicidad y forma exigida para cada tipo de sociedad civil: es

irregular la sociedad que no cubre la forma necesaria exigida por los artículos 1667 y

1668 CC, así como la publicidad de hecho, si no necesitase de dichas formas citadas. En

ambos casos la sociedad no se manifiesta frente a terceros como ente. Por ello, estamos

ante una sociedad dotada de una publicación deficiente, y su consecuencia principal es

la aplicación del régimen de la comunidad de bienes a las relaciones internas561.

Esta idea conlleva, necesariamente, que es diferente la sociedad irregular en el plano

mercantil de la sociedad irregular en el plano civil562: en ambos supuestos será una

sociedad que no se constituyó conforme a las exigencias formales establecidas, pero

mientras en el ámbito mercantil la irregularidad debe vincularse a la falta de inscripción

registral, en el plano civil debe conectarse a la falta de publicidad general, sin más, lo

que provoca que no se dote de personalidad jurídica. Y para ello descarta términos

como los de sociedad interna, de hecho, particular, tácita, aparente, secreta u oculta563.

Sin embargo, en su construcción no critica la necesidad de publicidad de hecho para

que la sociedad sea regular si no debe cubrir ningún requisito formal, sino que lo

integra. Lo que se requiere para que se cubra en ese caso la necesidad de trascendencia

frente a terceros es el cumplimiento de la publicidad de hecho por su parte.

p. 22). Además, cabe recordar cómo CAPILLA RONCERO citaba esta configuración vinculada a la

forma, para después desmarcarse de ella (CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1667 y

1668 CC, cit., pp. 34-37 y comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 54). 561 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., p. 238. 562 Doctrinalmente, sin embargo, está bastante extendida la opinión de que la sociedad irregular debe

reservarse para la órbita mercantil, pues la irregularidad se vincula a no inscripción en el Registro

mercantil. Por todos, vid. las explicaciones en este sentido de FARIAS BATLLE (FARIAS BATLLE,

M.: “La sociedad irregular en la jurisprudencia del Tribunal Supremo (1970-1992)”, Servicio de

Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, 1993, pp. 3-7 y 30-

32), VALPUESTA GASTAMINZA (VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La Sociedad Irregular”,

Ed. Aranzadi, Pamplona, 1995, p. 20, nota 1, donde cita gran bibliografía) y PAZ-ARES (PAZ-ARES, C.:

voz “Sociedad irregular”, Enciclopedia Jurídica Básica, Tomo IV, Ed. Civitas, 1995, p. 6335).

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Entendiendo la sociedad irregular de ese modo se supera un argumento muy

consolidado, pero incorrecto desde nuestro punto de vista, que vincula la sociedad

irregular exclusivamente a la no inscrita en el Registro mercantil564. Esto provoca que, o

bien se reserve el concepto para el ámbito mercantil, resultando imposible que una

sociedad civil sea considerada irregular, o bien la sociedad civil sea irregular en todo

caso, salvo que acceda al Registro mercantil (porque se constituya bajo forma

mercantil565 o se inscribiera sin más, durante la vigencia de la reforma de 1998). Es

interesante que TENA PIAZUELO extraiga el concepto de irregularidad societaria del

estricto ámbito mercantil al que se veía relegado566, ya que si lo irregular es aquello que

se aparta de la regla general, y que vinculamos a cuestiones formales, tanto lo puede ser

en el plano mercantil como en el plano civil, cada uno de una concreta manera.

Y en esa argumentación que realiza, dedica importantes críticas a PAZ-ARES,

debido a que estima que su visión, que estudiaremos a continuación, es demasiado

reducida, al exigir determinados pactos contractuales expresos para que la sociedad en

cuestión caiga en la órbita del artículo 1669 CC: la sociedad que se incluye dentro de

esa órbita de acción es pretendida, no es una consecuencia de una situación de hecho de

563 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 95-114. 564 La mayor parte de la doctrina mercantil. En este sentido, y por citar algunos de los trabajos más

interesantes o completos, GIRÓN TENA, J. (“Las sociedades irregulares”, cit., pp. 1291 y ss., trabajo

corregido en “Derecho de Sociedades”, cit., pp. 226 y ss.), PAZ-ARES, C. (voz “Sociedad irregular”,

Enciclopedia Jurídica Básica, Tomo IV, pp. 6335-6336), FARIAS BATLLE, M. (“La sociedad irregular

en la jurisprudencia del Tribunal Supremo (1970-1992)”, Servicio de Publicaciones de la Facultad de

Derecho de la Universidad Complutense de Madrid-Centro de Estudios Judiciales del Ministerio de

Justicia, Madrid, 1993, especialmente pp. 3, 6 y 30) o, haciendo balance de todo ello, VALPUESTA

GASTAMINZA, E. M. (“La Sociedad Irregular”, cit., pp. 20 y 91-93). 565 CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 105-106. 566 En 1951 ORTEGA PARDO ya había aludido a la sociedad civil irregular, pero no tuvo la resonancia

doctrinal necesaria, sin perjuicio de que incidiera en cuestiones reguladoras bastante discutibles

(ORTEGA PARDO, G. J.: “Sociedad civil irregular”, ADC, 1951, pp. 311-321).

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falta de publicidad567. Además, estima que dicha concepción es cuando menos algo

confusa, al defender primero, después aparentemente negar y, para concluir, defender

finalmente la existencia de sociedades internas568.

Estas ideas que exponemos tienen una cierta lógica, y el TS las ha seguido569, aunque

no se ha ceñido fielmente a lo aquí explicado: según se defiende, la sociedad regular es

la constituida conforme a los cánones generales expuestos en los artículos 1665 a 1668

CC, e irregular es aquella que no cumple los requisitos formales oportunos para tener

trascendencia frente a terceros, y por ello queda encuadrada dentro de la regulación del

artículo 1669 CC. Sin embargo, se puede inducir a pensar, si calificamos como sociedad

irregular a la insertable en el artículo 1669 CC, que existe algún tipo de “defecto” en

dicha sociedad, y que éste es meramente formal, argumento que resulta discutible.

Cabe señalar que hay quien ha criticado la mera existencia de este tipo de sociedades

entendidas como sociedades irregulares, aunque con escaso eco570.

567 Entiende que es demasiado artificiosa, y, sobre todo desconectada en algunos aspectos de la propia

sociedad civil (TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., p. 83). 568 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 95-100. 569 Tal y como describe CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., p. 101. 570 En concreto, CANO MARTÍNEZ DE VELASCO, quien señala que, rigurosamente, la sociedad

irregular no existe, basándose en que, señala, si algún día llega a constituirse válidamente, los efectos de

la nueva sociedad regular deben retroceder al momento de creación de la irregular, borrando las

consecuencias de la anterior sociedad, y la sociedad misma, y en segundo lugar, si no se llegara a

constituir, no tiene entidad como tal, y los contratos celebrados serían nulos (CANO MARTÍNEZ DE

VELASCO, J. I.: “La exteriorización de los actos jurídicos: su forma y la protección de su apariencia”,

Ed. Bosch, Barcelona, 1990, pp. 121-150).

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3.4. La sociedad sin personalidad jurídica entendida como sociedad interna

Debido a los abundantes problemas planteados con las anteriores explicaciones, la

visión estructuralista que comenzamos a tratar pretende ofrecer una respuesta correcta a

los mismos (cambios de régimen, modo de presentación en el mercado, etc.).

El gran giro al tema de la configuración de la sociedad sin personalidad jurídica ha

sido efectuado por una serie de autores que ha entendido que había que solucionar el

seguidismo que había provocado que se aceptaran teorías sin meditarlas adecuadamente

ni, por supuesto, medir totalmente las consecuencias que se derivaban de su aceptación.

De entre estos autores, son destacables las completas reflexiones de PAZ-ARES571 y de

PANTALEÓN PRIETO572, así como de algún otro autor que ha tratado el tema de

forma más colateral573, y que han sabido imprimir a la cuestión una visión estructural

desconocida hasta el momento.

Esta teoría parte en su argumentación de una idea que fue apuntada levemente por

COSSÍO y que hemos hecho nuestra a la hora de entender la personalidad jurídica de la

sociedad civil: siempre dentro del marco diseñado por el legislador, la personalidad

571 Especialmente PAZ-ARES, C.: voz “Sociedad interna”, cit., pp. 6331-6335, comentario al artículo

1669 CC, cit., pp. 1352-1376 y Capítulo 19: “La sociedad...”, en URÍA-MENÉNDEZ, cit., pp. 446-452. 572 Trabajos citados ya anteriormente. Por ejemplo, “La personalidad jurídica de la sociedad civil...”, cit.,

núms. 5 y 6, pp. 21-24. 573 Por ejemplo, GARRIDO PALMA, V. M.: “Hacia un nuevo enfoque jurídico de la sociedad civil”,

RDP, 1972, pp. 770-773, DE LA CUESTA RUTE, J. M.: “La sociedad interna y la suspensión de pagos”,

La Ley, 1983-1, p. 833, o EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación de las sociedades de personas”,

cit., especialmente pp. 85-94, y “Derecho de Sociedades”, cit., trabajo éste donde defiende más

sosegadamente esta teoría, acogiendo primordialmente las ideas de PAZ-ARES (vid. especialmente pp.

67-85 y 132-133). También sigue la opinión de PAZ-ARES, LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de

medio entre profesionales”, cit., pp. 69-86.

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jurídica de la sociedad depende en último término de la voluntad de las partes574. No es

necesaria publicidad alguna para que una sociedad aparezca dotada de personalidad

jurídica, ya que el dato realmente importante a estos efectos es el estructural. Goza de

personalidad jurídica la sociedad estructurada contractualmente por las partes como

organización, configurada para tener operaciones con terceros (sociedad externa),

mientras que la sociedad interna, configurada al modo de la societas romana, es

simplemente una relación inter partes, estructurada como mero vínculo y que no goza

de personalidad jurídica575. El criterio de distinción no está en la publicidad o falta de

publicidad de la sociedad en el tráfico, sino en la estructura con que las partes diseñen a

dicha sociedad, con independencia de la forma. Como señalaba expresamente

GARRIDO PALMA, “la sociedad civil no pretende tener personalidad jurídica: todas

las relaciones entre los socios, entre ellos se traban, no necesitan exteriorizarse por ello.

(...). Falta la personificación jurídica del mismo, la creación de un ente personificado,

pero ello no por defecto sancionable, sino por innecesidad”576. En las otras teorías, de

una forma o de otra se incidía en que la sociedad se mostrase como ente frente a

574 Idea expuesta por primera vez por COSSÍO, A. DE: “Instituciones de Derecho Civil, 1. Parte general.

Derecho de Obligaciones”, cit., pp. 431-432. Señala literalmente, tras recordar el tenor del artículo 1669

CC: “En cierto modo, por tanto, depende de la voluntad de los socios el dotar a la entidad de una

personalidad independiente y unitaria, y decimos en cierto modo porque tal actividad creadora se halla

sometida a determinados límites, de una parte, porque si la finalidad perseguida es inmoral o ilícita, o el

contrato celebrado adolece de nulidad, por cualquier causa, la sociedad carecerá de personalidad jurídica,

aunque pudiera tenerla <<aparente>> frente a los terceros de buena fe que desconocieren la existencia del

defecto y contrataren con ella, y de otra, que cuando se persigue una finalidad que no es de carácter

lucrativo, no bastará el contrato para dar nacimiento a la persona jurídica, sino que será preciso, además,

dar cumplimiento a los requisitos a tal efecto exigidos por la Ley de Asociaciones”. Posteriormente

reiteraría esta idea en la segunda edición de dicha obra, así como en su comentario al artículo 35 CC, en

“Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”, Tomo I, EDERSA, 1978, pp. 835-837: “...la

personalidad jurídica no nace más que en el caso en que así lo deseen los socios” (p. 837). 575 La posibilidad de pactar este tipo de sociedad parece fuera de duda conforme al artículo 1255 CC. 576 GARRIDO PALMA, V. M.: “Hacia un nuevo enfoque jurídico de la sociedad civil”, cit., p. 771.

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terceros para adquirir la personalidad jurídica, mientras que ahora en lo que se incide es

en que las partes quisieran esa creación del ente (después actuarán en consecuencia).

Deben diferenciarse, por consiguiente, dos tipos estructurales de sociedades577, que

son la sociedad interna y la sociedad externa, y el criterio de distinción entre ambas no

se encuentra en la publicidad de la sociedad en el tráfico, mera consecuencia de la

configuración, sino en la propia estructura de dicha sociedad, tal y como se define por

los socios en el contrato configurador de la sociedad. La sociedad interna, ubicable en el

artículo 1669 CC, se estructura como vínculo y no deja de ser una relación obligatoria,

de modo similar a la societas romana, ya que las partes renuncian a la vertiente

organizativa externa (afectará a terceros en la misma medida en que les puede afectar

cualquier otro contrato), y la voluntad de las partes consiste en poner en común dinero,

bienes o industria con ánimo de partir entre sí las ganancias, pero sin operar como ente

en el mercado. Mientras, la sociedad externa, que es el caso general, se estructura como

organización y es un sujeto de derecho con la intención de participar en el tráfico con

terceros. Y no influye el tema de la publicidad en la adquisición de la personalidad

jurídica, sino que ésta es un atributo natural de la sociedad externa. La cuestión de la

publicidad es útil a efectos de distinguir la sociedad oculta de la sociedad manifiesta,

pero es otro tema que no influye, según PAZ-ARES, para la concesión o falta de

personalidad jurídica: simplemente afectará a la cuestión de la posible oponibilidad, que

es tema bastante diferente (debe, por tanto, deslindarse la personalidad jurídica de la

excesiva relevancia cara a terceros de la misma)578.

577 PAZ-ARES, C.: voz “Sociedad interna”, cit., p. 6331, así como comentario al artículo 1669 CC, dentro

de “Comentario del CC”, cit., pp. 1352-1376. Extenso el estudio que le ha dedicado, EIZAGUIRRE, J. M.

DE: “Derecho de Sociedades”, cit., pp. 67-76. 578 Si en una sociedad interna el socio gestor hace trascender la sociedad, no por ello adquirirá

personalidad jurídica, conforme a este criterio, pero sí que hay incumplimiento por parte del gestor y una

apariencia que debe respetarse. Lo estudiaremos en su momento desde nuestra óptica.

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En principio, todas las sociedades civiles son externas y, por tanto, dotadas de

personalidad jurídica, pues eso pretende el CC: para que sea interna, la voluntad

negocial debe manifestarse de modo claro en ese sentido, generalmente mediante el

establecimiento de alguna cláusula de ocultación579 o de representación indirecta. La

personalidad es atributo natural de toda sociedad externa, existe desde la perfección del

contrato y no se deriva del cumplimiento de requisito alguno de publicidad.

Su lógica es impecable, sobre todo desde el punto de vista de la utilidad jurídica,

pues se dota de personalidad jurídica a aquella sociedad que la necesita, porque operará

en el tráfico jurídico como tal ente frente a terceros, y ello no ocurrirá cuando, por no

existir dicha intención en las partes, intención de operar como ente en el tráfico jurídico,

la sociedad regula solamente relaciones internas entre ellas (al más puro estilo romano).

En último término, a ello se llega por inspiración de la concepción de que la

personalidad jurídica es un atributo que se orienta más a las propias partes que a

proteger presuntos intereses de terceros. La sociedad interna no pretende operar en el

tráfico jurídico como tal, y precisamente, como consecuencia de dicha configuración, se

dan los requisitos descritos en el artículo 1669 CC: la sociedad no se muestra como tal

en el tráfico jurídico y los socios actúan en su propio nombre frente a terceros.

En otro sentido, cabe señalar que la seguridad que aporta esta visión estructuralista es

innegable: desde el primer momento se fija la presencia o ausencia de personalidad

jurídica, pues el dato determinante es estructural, y no hay que dejar dicha presencia o

ausencia al dato incierto de la conducta posterior de los interesados, con la inseguridad

que ello provoca (a efectos de patrimonio social, de propiedad de las aportaciones, de

legitimación activa y pasiva, etc). Además, es coherente con la visión que sostenemos

579 Propuesta por PAZ-ARES principalmente, alude a aquella cláusula contractual por la que se acuerda

que los pactos sociales carecen de trascendencia frente a terceros o, mejor dicho, que los pactos sociales

no modifican la posición de los socios frente a terceros.

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de la personalidad como emanación natural de la autonomía de la voluntad de los

contratantes, pues sólo nacerá cuando las partes lo hayan decidido así.

La cuestión realmente relevante se centra en la interpretación del contrato social,

aunque se plasmará en el modo de operar, claro está: en principio se entiende que las

sociedades son externas como criterio general, esto es, la voluntad de las partes al

constituir la sociedad es la de participar en el tráfico como ente, pero dicha intención

puede ser establecida en dirección opuesta, y ser precisamente la de no participar

conjuntamente en dicho tráfico. En conclusión, lo definitivo no es la efectiva

participación en el tráfico, sino la estructuración de la sociedad para participar en él,

algo que influirá en la conducta de las partes y les llevará a actuar frente a terceros en su

propio nombre, como indica el artículo 1669 CC, sin proyectar imagen social.

Por ello, la sociedad que describe el artículo 1669 CC es lo que denomina PAZ-

ARES sociedad interna, con todo lo que implica, y que el TS indicará en algunas de sus

sentencias580. Estamos ante un contrato meramente interno entre las partes, una sociedad

concebida para no tener relaciones con terceros como tal sociedad, y en la que las partes

mantienen sus pactos ocultos y contratan en su propio nombre con terceros,

precisamente porque no existe la intención de actuar como sociedad581.

580 Como la STS 22-3-1993, pese a que aluda nominalmente a sociedad irregular, pues alude a una

“sociedad que simplemente funcionará entre ellos (los socios), como vínculo obligacional y, por tanto,

con efectos exclusivamente internos”. 581 PAZ-ARE alude como ejemplos de sociedades internas a los consorcios, las sociedades de ganancias,

las sociedades de medios, las subparticipaciones, frecuentemente las sociedades de cónyuges, la cuenta en

participación mercantil, etc. (PAZ-ARES, C.: com. art. 1669 CC, “Comentario del CC”, cit., p. 1366).

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3.5. Utilización jurisprudencial del artículo 1669 CC: configuración de la sociedad sin

personalidad jurídica por el TS

Nuestro TS ha tenido ocasión de acudir al artículo 1669 en bastantes ocasiones, y no

siempre ha interpretado de modo uniforme ni correcto el mismo, sino que, a la hora de

aludir a las sociedades encuadradas dentro de dicha órbita de acción, ha recurrido a

distintas denominaciones e, incluso, diferentes configuraciones, dependiendo de cada

una de las denominaciones utilizadas582. De entrada, es desacertado que se considere

que su inspiración reside en “la necesidad de que sean conocidos todos los pactos de las

sociedades civiles”, como defendió la STS 13-3-1930. Dicha inspiración es

desmesurada teniendo en cuenta la situación registral observable. Además, también

resulta criticable esa pretendida intención protectora de los terceros que alguna

sentencia apreció en su día y que ha seguido mecánicamente comentada en sentencias

posteriores, como hemos comprobado en su momento.

Pero pasemos a ver las distintas configuraciones que el TS ha utilizado a la hora de

aludir a las sociedades civiles recogidas en el artículo 1669 CC. Así, el grupo más

abundante de sentencias califica a estas sociedades como sociedades irregulares. Es

una denominación bastante extendida: el grupo de sentencias en que se utiliza es

bastante importante, el más numeroso, aunque no siempre se entienda por sociedad

irregular el mismo tipo de sociedad583. Por otra parte, los ponentes que redactan estas

582 Este tema ha sido cuidadosamente estudiado por TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil

irregular...”, cit., pp. 85-114. 583 Recordemos cómo el TS utilizaba el término para calificar, a veces, a sociedades carentes de

publicidad, otras veces a las que no seguían las reglas formales de los artículos 1667 y 1668 CC cuando

dicha forma era exigida, mientras que en otras ocasiones la sociedad irregular era la sociedad mercantil no

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sentencias son distintos, por lo que esta configuración no es minoritaria, patrimonio de

un reducido grupo de juristas, sino que está bastante extendida584.

Se puede citar un buen número de sentencias en este sentido: a modo de ejemplo,

citaremos las SSTS 24-1-1964585, 11-2-1967586, 9-6-1969587, 30-4-1986, 22-12-1986588,

21-6-1990, 6-11-1991, 3-1-1992, 8-7-1993, 24-7-1993, 6-10-1994, o, más actuales,

SSTS 12-7-1996589 y 17-7-1996590. La sociedad encuadrable dentro del artículo 1669

CC es aquélla falta de la oportuna publicidad necesaria en cada caso. Esa falta de

publicidad determina que no tenga personalidad jurídica, y debe vincularse al

incumplimiento de los requisitos formales que fijan los artículos 1667 y 1668 CC. No se

puede entender adecuadamente el artículo 1669 desvinculándolo de los preceptos que le

preceden. Alguna sentencia va algo más allá en este tema y llega hasta los extremos de

considerar que el no constar los pactos en escritura pública implica la necesidad de

acudir al artículo 1669 (como hace la STS 19-1-1976), algo que es gravemente erróneo,

pues la escritura pública no aporta publicidad a los mismos. En conclusión, estamos

ante la denominación más repetida por nuestro TS, que configura la sociedad del

constituida conforme a las exigencias formales descritas en el artículo 119 C de c (vid. MARÍN LÓPEZ,

J. J.: comentario al artículo 1669 CC, cit., pp. 1889-1890). 584 No deja de ser curioso que el TS utilice esta denominación cuando doctrinalmente se reserva la misma

para el ámbito mercantil, de modo erróneo, ciertamente, pero generalizado y prácticamente unánime. 585 M. A. 353. No explica por qué es irregular la sociedad, aunque alude a su defectuosa constitución. El

contrato de arrendamiento que celebra la sociedad lo celebra realmente un socio en su propio nombre. 586 M. A. 658. Nuevamente, otra sentencia que alude a la sociedad irregular sin configurarla. Presenta,

además, al artículo 1669 CC como garantía de terceros, no de los socios. 587 M. A. 3357. Califica como irregular a una sociedad donde se aportan inmuebles, pero que se

constituye sin sujeción a formalidad alguna. 588 M. A. 7792. Habla de constitución irregular de la “presunta” sociedad civil. Incide en que el problema

de estas sociedades es frente a terceros, pero que entre las partes debe estarse a lo pactado. 589 M. A. 5885. Recuerda que el artículo 1669 CC está sometido a múltiples interpretaciones. Obliga a

aplicar las normas de la comunidad de bienes sin restricción alguna, señala. 590 M. A. 5724. Incide en la necesidad del animus societas para la existencia de la sociedad, sin necesidad

de formalidad de ningún tipo.

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artículo 1669 como sociedad irregular, vinculando el “vicio” que la aqueja a defectos

formales o también a falta de publicidad de hecho.

Otras sentencias, aunque bastantes menos, mantienen la denominación de sociedad

irregular para designar a estas sociedades pero realmente abren la puerta a la

configuración de las sociedades como internas, siguiendo las ideas que desarrollaran

los defensores de teorías estructuralistas. No desarrollan estas ideas, pero están

presentes de alguna forma, incluso en la denominación en algún caso, y resulta un paso

adelante respecto de la mera irregularidad civil antes citada. En este sentido, cabe

destacar las SSTS 24-9-1987591, 22-3-1993592, 29-7-1995593, 13-11-1995594 y 17-7-

1996595.

Por otra parte, algunas sentencias asemejan la sociedad irregular a la sociedad de

hecho, configuración de origen alemán que nos llega con inevitable influencia

francesa596 y, realmente, errónea si la aplicamos al artículo 1669, ya que los significados

591 M. A. 6193. Únicamente se utiliza la denominación de sociedad interna como referencia doctrinal, sin

adentrarse en disquisiciones más profundas. 592 M. A. 2542. Pese a que alude a la sociedad irregular, está realmente apuntando a la sociedad interna:

es una “sociedad que simplemente funcionará entre ellos (los socios), como vínculo obligacional y, por

tanto, con efectos exclusivamente internos”. 593 M. A. 6760. Alude a “la existencia de una sociedad irregular civil, que algunos denominan “interna”

de las previstas en el artículo 1669 CC”. 594 M. A. 8122. Menciona la existencia de una “relación societaria civil, sin personalidad jurídica propia,

válidamente concertada”, y basa su posible pacto en el artículo 1255 CC. 595 M. A. 5724. Se establece la existencia de una “relación societaria civil irregular”, que integra una

“sociedad interna” regida “por los pactos que hayan acordado los socios”. Por otra parte, señala que en

cuestiones formales, “el artículo 1667 ha de entenderse subordinado al 1278, también del Código Civil”. 596 SANTOS MORÓN alude a la distinción entre la société de fait y la société creé de fait. Esta última se

corresponde con lo que en el antiguo Derecho francés venía a ser la sociedad tácita, en la que la voluntad

se manifestaba por hechos concluyentes. “Sociedad de hecho” era aquélla en que el negocio constitutivo

adolecía de algún vicio que determinaba su nulidad, pero la sociedad producía efectos jurídicos

(SANTOS MORÓN, M. J.: “La forma de los contratos...”, cit., pp. 316-317).

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que se le atribuyen597 no concuerdan con su sentido598. Entre estas sentencias podemos

citar las SSTS 7-10-1961599, 24-1-1962600, ó 24-7-1993601, por señalar las sentencias

más representativas. Otras, también erróneamente, aluden a la sociedad particular,

pero no para distinguirlas de las sociedades universales conforme establece el CC (vid.

SSTS 16-2-1961602, 14-6-1962603, 2-5-1964604, 16-6-1975605, 28-6-1975606, 3-4-1982607,

22-12-1986608 y 30-10-1992609, 8-5-1995610 y 3-7-1995611).

Nuevo caso de interés es el de la sociedad aparente, producido cuando en la

formación de la sociedad se incurre en alguna causa de invalidez, pero pese a ello se

597 La sociedad de hecho viene a ser aquella sociedad en la que no se formula expresamente el pacto

constitutivo, sino que se hace de modo tácito o presunto, así como las sociedades afectadas por un vicio. 598 Pues no aluden a vicios de la voluntad en ningún momento, o bien a supuestos en los que no se

formula de forma expresa el pacto constitutivo, sino de modo tácito o presunto. 599 M. A. 3593. Alude a las sociedades irregulares o de hecho, que se desenvuelven en el ámbito de las

relaciones internas entre los socios. Esta denominación se puede encontrar en otras sentencias, como por

ejemplo las SSTS 11-5-1971 (M. A. 2780), 19-4-1972 (M. A. 2550), 10-11-1978 (M. A. 4061), 30-4-

1986 (M. A. 2068), 22-12-1986 (M. A. 7792), 12-5-1987 (M. A. 3435), 17-2-1993 (M. A. 1240), 25-5-

1993 (M. A. 3735), 27-5-1993 (M. A. 4080) y 9-2-1994 (M. A. 838). 600 M. A. 549. Contrapone sociedades de hecho, con efectos únicamente inter partes, a sociedades con

personalidad jurídica. Además de dicha incorrección, sigue las ideas de DE CASTRO, tan erróneas desde

nuestro punto de vista. 601 M. A. 6479. La sociedad de hecho es la formalmente defectuosa, y alude expresamente a la sociedad

irregular o de hecho para aludir a la sociedad encuadrada en el artículo 1669 CC. 602 M. A. 340. 603 M. A. 552. 604 M. A. 2186. La sociedad civil recogida en el artículo 1669 CC es una “sociedad civil particular”. 605 M. A. 242. Importante equivocación la que comete pues alude, para referirse a la sociedad del artículo

1669, simultáneamente, a sociedad de hecho, irregular y particular. 606 M. A. 2616. Bastante confusa, habla de “sociedad civil de naturaleza particular y carácter irregular”. 607 M. A. 1938. 608 M. A. 7792. La sociedad referida en la sentencia es calificada como sociedad particular e irregular,

además de mencionarla como sociedad de hecho, algo que entronca con el anterior grupo de casos. 609 M. A. 8356. La sociedad constituida en documento privado para explotar una sala de fiestas es una

sociedad particular. 610 M. A. 3937. 611 M. A. 5459.

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deja trascender que es válida. El concepto de sociedad aparente no aparece como

concepto autónomo, sino como fenómeno relacionado con las consecuencias que para

terceros tienen los contratos celebrados, y ello se puede comprobar en las SSTS 10-4-

1970612 y 13-6-1983613, a pesar de que aluden a sociedades mercantiles.

Pese a que es un término más utilizado en el ámbito del asociacionismo en sentido

amplio, alguna sentencia alude a la sociedad del artículo 1669 como sociedad secreta,

denominación normalmente sinónima de sociedad oculta. En este sentido, la STS 26-1-

1967614 califica como sociedad secreta y privada a la sociedad del artículo 1669. En

otros casos, por último, se alude a la sociedad oculta, vínculo reservado entre los socios

y sin trascendencia para terceros, como sinónimo de sociedad irregular, como en las

SSTS 26-1-1967, 29-6-1979615, 24-9-1987616, 29-10-1987617 y 25-6-1991618.

En conclusión, el TS se hace eco de las doctrinas indicadas, aunque de modo poco

riguroso y se decanta por la configuración como irregular, aunque de ese modo

heterodoxo descrito, no siguiendo la teoría tal y como se defendió doctrinalmente.

4. La reforma del Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre

Una de las mejores pruebas de que el tema de la configuración de la sociedad sin

personalidad no está claro es la reforma introducida por el RD 1867/1998, de 4 de

septiembre, que modificaba determinados artículos del Reglamento Hipotecario619. Con

612 M. A. 1945. 613 M. A. 3524. 614 M. A. 250. 615 M. A. 2912. Alude a una “sociedad de pactos ocultos o irregular”. 616 M. A. 6193. 617 M. A. 7486. 618 M. A. 4624. 619 BOE núm. 233, 29 de septiembre de 1998. M. A. 2381.

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ella se pretendió beneficiar la seguridad jurídica abriendo las puertas del Registro

Mercantil a las sociedades civiles no constituidas con forma mercantil.

El hecho que inspira la necesidad de esta reforma, realmente, parte de las

Resoluciones DGRN 31-3-1997620 y 11-12-1997621 y el estado de opinión que

produjeron622. En ambas se planteaba idéntico caso: si una concreta sociedad civil tenía

personalidad jurídica independiente, y, por tanto, podía adquirir un inmueble y figurar

como titular registral, teniendo en cuenta, en primer lugar, que se había constituido en

documento privado y, en segundo lugar, que en la adquisición es uno de los dos socios

el que contrata en nombre de la sociedad con el tercero invocando la certificación de la

autorización de la Junta General de la sociedad civil expedida por el Secretario.

La RDGRN 31-3-1997 basa su argumentación en la posición esbozada por DE

CASTRO: la sociedad que no ha accedido al Registro Mercantil es aquella cuyos pactos

permanecen secretos entre los socios, por una serie de razones que expone623. La

620 M. A. 2049. 621 M. A. 8822. 622 Aunque ya antes alguna Resolución había apuntado esta opinión para el caso de las sociedades

mercantiles: la RDGRN 28-6-1985 (M. .A. 3501) ya indicaba que “la sociedad mercantil constituida sólo

alcanza carácter regular y plenitud de personalidad jurídica frente a terceros cuando se cumple con los

requisitos de escritura e inscripción”, por lo que no se puede inscribir en el Registro bien a nombre de la

sociedad como tal. 623 De entrada, aduce un argumento sistemático, y defiende la presunta incoherencia de supeditar la

adquisición de la personalidad jurídica de las sociedades mercantiles a su inscripción en un Registro

público y prescindir de dicha exigencia para la personificación de las sociedades civiles sin forma

mercantil, cuando tan similares son las repercusiones que para el tráfico tiene la personificación de unas y

otras. A este argumento se une un argumento lógico: la publicidad de hecho, defendida mayoritariamente

por la doctrina, no asegura que la concesión de la personalidad jurídica se alcance en un momento preciso

y determinado, haciéndose necesaria una posibilidad legal de conocimiento por todos, y esto sólo se

garantiza mediante el acceso de los pactos sociales a un instrumento oficial de publicidad establecido al

efecto por la ley. Además, la DGRN añade un argumento histórico que conecta los artículos 1669 y 1670

CC: se introdujeron en el CC en el mismo momento y deben interpretarse conjuntamente, lo que

recomienda sostener que las sociedades civiles no contempladas en el artículo 1670 CC carecen de

personalidad jurídica. También con este argumento se beneficia a la seguridad en las relaciones jurídicas

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consecuencia que la DGRN extrae de todo ello es que la sociedad civil del caso no goza

de personalidad jurídica, y el bien inmueble debe inscribirse a favor de todos los socios,

y no de la sociedad como tal ente, que no existe. La RDGRN 11-12-1997 remite a la

anterior y a su argumentación para resolver idéntico caso en la misma dirección.

Estas Resoluciones fueron muy criticadas doctrinalmente, debido a que defendían

una tesis que, sin perjuicio de que pudiera parecer más o menos lógica en abstracto, no

tenía base legal, además de que los argumentos expuestos en su defensa eran bastante

discutibles624. Pero se consideró por algunos sectores que la solución era interesante, y

que debía concederse la base legal necesaria para que pudiese articularse legalmente.

En dicho clima se produce la reforma legal. Aparece el Real Decreto 1867/1998, de

4 de septiembre, por el que se producen ciertas modificaciones en el Reglamento

Hipotecario, y además, en el Reglamento del Registro Mercantil625. La intención de

dicha medida es clara: que las sociedades puedan gozar de las ventajas de la inscripción

registral para poder después inscribir sus adquisiciones en el Registro de la Propiedad

sin problemas como los observados en las RRDGRN citadas626.

civiles, y se camina a la unificación de criterio en la constitución de sociedades a la hora de obtener la

personalidad jurídica. A dichos argumentos se unió una especie de argumento sociológico, que señala que

esta solución responde a las necesidades de la realidad social y coordina con las tendencias de la nueva

legislación, pues da seguridad a las relaciones jurídicas mediante la publicidad registral. 624 A ello dedicamos nuestro trabajo “Sobre la personalidad jurídica de la sociedad civil”, cit., pp. 1-5. 625 Sobre esta reforma, de modo general, vid. GARCÍA VILLAVERDE, R.: “La inscripción de las

sociedades civiles en el Registro mercantil español”, Revista de Derecho de Sociedades, núm. 14, 2000,

pp. 47-84 y GARCÍA MAS, F. J.: “La Sociedad Civil en el marco de la reforma del Reglamento del

Registro Mercantil...”, cit., pp. 1067-1111. 626 Esta intención se recoge de modo directo en el Preámbulo del Real Decreto. En su párrafo veintidós

señala expresamente: “Asimismo, se ampara -a través de una disposición adicional que modifica el

Reglamento del Registro Mercantil- la posibilidad de que las sociedades civiles sean objeto de

inscripción en tal Registro, aunque no tengan forma mercantil, con la finalidad de que tales sociedades

también puedan gozar de las ventajas del reconocimiento a través de un instrumento de publicidad

<<erga omnes>>. De esta manera no sólo las sociedades civiles con forma mercantil sino también

aquellas que tengan una forma puramente civil podrán gozar de las ventajas de inscripción en el Registro

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La influencia de dichas Resoluciones es evidente627, y conlleva una opinión positiva

sobre dicha teoría aunque también un reconocimiento implícito de la imposibilidad de

concordar con la legislación existente en el momento en que se dicta: se pretende que la

sociedad civil pueda disfrutar de la publicidad del Registro Mercantil para poder

después inscribir los bienes a su nombre en el Registro de la Propiedad sin que exista el

más mínimo problema sobre la existencia plena de esa sociedad civil como persona

jurídica. No estamos de acuerdo con la forma de enfocar la cuestión: de la regulación

del CC se deduce que no es necesaria formalidad alguna para que la sociedad civil sea

una persona jurídica, así que este razonamiento nos parece equivocado, sin perjuicio de

las posibles bondades que pueda tener la publicidad en el Registro mercantil, que será

otro tema y no pacífico628.

La reforma citada, producida en la Disposición Adicional Única del Real Decreto,

incluye un apartado tercero en el artículo 81 RRM, y añade el artículo 269 bis al mismo

texto legal. Repasemos cada uno de ellos. Respecto del artículo 81.3 RRM, el mismo

señalaba que en el Registro mercantil “podrán también inscribirse las sociedades

civiles, cualquiera que sea su objeto, aunque no tengan forma mercantil”. De entrada,

sistemáticamente es defectuosa la inserción del párrafo en este artículo, por causa del

Mercantil, para poder después inscribir los bienes a su nombre en el Registro de la Propiedad. Se

resuelve así el problema de las sociedades que realmente quieren regirse como sociedades civiles, sin

adoptar una forma mercantil que las desvirtúe” (las cursivas son nuestras). 627 Tal y como ha explicado en su interesante trabajo GARCÍA VILLAVERDE, R.: “La inscripción de las

sociedades civiles en el Registro mercantil español”, cit., pp. 53-75. El título del epígrafe en que se ocupa

de ello es lo suficientemente significativo: Los antecedentes del problema en la RDGRN de 31 de marzo

de 1997. También en este sentido DÍAZ FRAILE, J. M.: “Comentario a la STS 24 de febrero de 2000 por

la que se anulan diversos artículos del Reglamento Hipotecario”, Boletín del Colegio de Registradores,

núm. 70 bis, pp. 1066-1072. 628 Tampoco estimamos que resulte necesaria ni especialmente beneficiosa dicha publicidad en el caso de

las sociedades civiles: su personalidad jurídica es básica, emanada de la autonomía de la voluntad.

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contenido del mismo629, y por otra parte, no se modifica la regulación del CC en ningún

momento aunque se permita esa inscripción630, y esto puede conllevar cierto discutible

beneficio para la sociedad civil, pero no afectar a la cuestión de su personalidad jurídica

(como ocurrió en Francia631). Al no ser obligatoria la inscripción, no se puede derivar de

la misma el nacimiento de la persona jurídica, pues ello conlleva estimar privada de ella

al resto de sociedades civiles, algo que sólo podría realizarse mediante la oportuna

reforma del CC, y no por esta norma reglamentaria632.

Pese a ello, ciertos Registradores de la propiedad han realizado desacertados

comentarios vinculando la concesión de la personalidad jurídica a la inscripción de la

sociedad civil en el Registro mercantil633. En este sentido, ÁVILA NAVARRO señalaba

629 El artículo 81 RRM es el primer artículo del Capítulo Primero, sobre Disposiciones Generales, del

Título II del RRM, titulado “De la inscripción de los empresarios y sus actos”. El rótulo de dicho artículo

es inequívoco, y deja lugar a pocas dudas: “sujetos y actos de inscripción obligatoria”. Pese a ello, se

incluye aquí ese apartado tercero, apartado que permite pero no obliga a las sociedades civiles que

quieran beneficiarse de dicha ventaja, a inscribirse en el Registro mercantil. Además, tampoco es acertada

la alusión a las sociedades civiles, cualquiera que sea su objeto (para profundizar en esta crítica, vid.

EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación de las sociedades de personas”, cit., pp. 101-104). Incluir un

caso de inscripción potestativa dentro de un precepto dedicado a la inscripción obligatoria no es

sistemáticamente acertado. 630 Algo relativamente parecido ocurrió en Italia en 1993, con la diferencia de que allí la società semplice

sí debe ya inscribirse, y la falta de modificación del texto codificado provoca que se entienda que no se

modificó la cuestión de la libertad de forma para la constitución de la sociedad. La ley supo preverlo así. 631 La reforma producida en 1978, que modificó el artículo 1842 del Code y la propia concepción en lo

que tocaba a la publicidad de las sociedades civiles, se realizó por ley y afectó a la regulación codificada. 632 Especialmente gráfico el comentario de DÍAZ MORENO, cuando indica que con esta reforma “no se

vinculó la personalidad jurídica a la inscripción registral -¡hubiera constituido un exceso reglamentario

aún más evidente que el efectivamente cometido!-. Pero se pretendió –también reglamentariamente y, por

tanto, con un obvio déficit de rango normativo- abrir la puerta del RM a las sociedades civiles” (DÍAZ

MORENO, A.: “Las Sociedades civiles vuelven a no ser inscribibles en el Registro Mercantil. Sobre la

reciente anulación del tercer apartado del artículo 81 y del artículo 269 bis del RRM”, La Toga, vol. 119,

julio-agosto 2000, p. 12). 633 Algo que también se deduce del trabajo de BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, R.: “Personalidad

jurídica y registros públicos”, cit., p. 14. En él indica que tras la reforma tenemos “dos tipos de sociedades

civiles a efectos del reconocimiento de su personalidad jurídica: las sociedades civiles sin forma

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que “tras la reforma del RRM y la apertura de este Registro a las sociedades civiles,

debe entenderse que la inscripción dota de personalidad jurídica a las sociedades civiles

que acceden a ella”634, y MÍNGUEZ SANZ aludía a que esta inscripción era “voluntaria

aunque necesaria para la publicidad, exigible para ganar personalidad jurídica”635.

Estos comentarios han sido adecuadamente rebatidos por PANTALEÓN PRIETO636:

la sociedad que se inscriba en el Registro mercantil al amparo del artículo 81.3 RRM,

que será externa637, gozará de personalidad jurídica como cualquier otra sociedad civil

externa, desde el momento de su constitución, previa a la elevación de la misma a

escritura pública, necesaria ahora para la inscripción oportuna. Pero como la reforma no

implica obligatoriedad de inscripción, no cabe deducir consecuencias sustantivas a la

hora de reconocer dicha personalidad. Sí tendría relevancia y operatividad dicha

inscripción a la hora de no poder considerar ocultos los pactos de esa concreta sociedad,

mercantil, que se inscriban voluntariamente en el Registro Mercantil (para lo que deberán constituirse

mediante escritura pública), y las sociedades civiles con forma mercantil, que deberán inscribirse en el

Registro Mercantil. Las demás sociedades civiles, secretas o no, carecerán de personalidad jurídica” (la

cursiva es nuestra). Sin embargo, después entiende que la solución es “práctica y puede acogerse

satisfactoriamente”, pero considera que la fórmula es “demasiado expeditiva y, por consiguiente, no

debería valer más que transitoriamente”. 634 ÁVILA NAVARRO, P.: “Titularidad registral y entidades sin personalidad jurídica. Artículo 1 del

RH”, dentro de VV.AA.: “La reforma de los Reglamentos Hipotecario y del Registro Mercantil por RD

1867/1998, de 4 de septiembre”, CER, Madrid, 1998, p. 57. 635 MÍNGUEZ SANZ, S.: “Intercambio entre Registros mercantiles. Inscripción de sociedades civiles.

Artículos 12, 81 y 269 bis del RRM”, en “La reforma de los Reglamentos Hipotecario...”, cit., p. 373. 636 Señala literalmente, tras repasar ambas ideas: “prefiero pensar que el abracadabrante error que

contienen ambas citas es fruto de una ignorancia inexcusable, dado que la otra posible alternativa es

considerarlas prueba ejemplar de cómo la defensa de los intereses corporativos puede llegar a asfixiar la

más elemental honestidad científica” (PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las

sociedades civiles...”, AAMN, cit., p. 40). En el mismo sentido GARCÍA MAS, F. J.: “La Sociedad Civil

en el marco de la reforma del Reglamento del Registro Mercantil...”, cit., pp. 1075-1077. 637 Toda sociedad civil que acceda al Registro mercantil al amparo de este precepto sería una sociedad

civil pactada por las partes como externa, ya que no se pacta una sociedad como interna, para no operar

en el mercado, y se inscribe como sociedad en el Registro mercantil. Es contrario a su configuración.

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ya que gozan de esa publicidad que le concede el Registro, además, posiblemente, de en

lo tocante a la oponibilidad o utilizabilidad de los mismos. La intención de las partes

parece ser, en este caso, la de configurar una sociedad externa y permitir al tercero que

contratase con la misma conocer su existencia y los pactos que hayan accedido al

Registro. De lo contrario no habría accedido al Registro, pues las partes no hubiesen

tenido ningún interés en ello. Pero no se puede vincular el nacimiento de la personalidad

a la inscripción en el Registro mercantil cuando no es obligatoria en todo caso638.

Por su parte, el otro artículo incluido en el RRM es el artículo 269 bis. Este precepto

se incluye dentro del Título II (“De la inscripción de los empresarios y sus actos”),

Capítulo IX (“De la inscripción de sociedades especiales”), creándose una Sección

Quinta dentro del mismo, titulada “De la inscripción de las sociedades civiles”. Este

precepto, bajo el rótulo “Inscripción de las sociedades civiles”, se divide en dos

apartados. El primero indica que “las sociedades civiles con forma mercantil serán

objeto de inscripción con arreglo a las reglas aplicables a la forma que hubieran

adoptado”. El apartado segundo señala que “las sociedades civiles que no tengan forma

mercantil podrán inscribirse con arreglo a las normas generales de este Reglamento en

cuanto le sean aplicables”, y alude a un contenido para la inscripción primera639.

638 La consecuencia de esta idea sería insertarnos en la teoría de DE CASTRO total y absolutamente: sólo

gozaría de personalidad jurídica aquella sociedad civil que haya sido inscrita en el Registro mercantil. No

es lo que pretendió el legislador en el CC, ni lo pretende ahora este Real Decreto. 639 En ella se harán constar las siguientes circunstancias: “1º. La identidad de los socios. / 2º. La

denominación de la sociedad en la que deberá constar la expresión <<Sociedad Civil>> / 3º. El objeto de

la sociedad. / 4º. El régimen de administración. / 5º. Plazo de duración si se hubiera pactado. / 6º. Los

demás pactos lícitos que se hubieren estipulado. / En la hoja abierta a la sociedad serán inscribibles el

nombramiento, cese y renuncia de los administradores, los poderes generales, su modificación o

revocación, la admisión de nuevos socios, así como la separación o exclusión de los existentes, la

transmisión de participaciones entre los socios, y las resoluciones judiciales o administrativas que afecten

al régimen de administración de la sociedad”.

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Ya hemos indicado cómo esta reforma estaba inspirada en la polémica originada por

las citadas Resoluciones DGRN, su eco y la pretensión de ofrecer algún tipo de asidero

legal a la solución adoptada en ellas. La reforma fue bien acogida entre los registradores

de la propiedad que escribieron sobre el tema, citados anteriormente, así como hubo

alguna que otra voz que la consideró interesante (los autores citados, así como VICENT

CHULIÁ y AURIOLES MARTÍN640, GARCÍA MÁS641, incluso DÍEZ-PICAZO y

GULLÓN BALLESTEROS le han dedicado palabras amables642), pero las críticas eran

importantes en el resto de la doctrina, como se puede comprobar acudiendo a los

trabajos de PAZ-ARES643 y PANTALEÓN PRIETO, EIZAGUIRRE o GARCÍA

VILLAVERDE644, por citar los de mayor profundidad crítica.

640 Describe las reacciones doctrinales a la reforma, sucintamente, TORRES PEREA, J. M. DE: “La

personalidad jurídica de la sociedad civil externa. Estudio comparativo de los ordenamientos español y

alemán”, cit., nota 15, p. 6. Algo más extenso en “Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil

externa”, cit., pp. 133-138. 641 Recordemos cómo defendía de lege ferenda la necesidad de exigir la inscripción registral de las

sociedades civiles en el Registro Mercantil, por razones de seguridad jurídica, aunque con carácter

potestativo. Celebró esta reforma que indicamos con las siguientes palabras (la cursiva es nuestra): “...La

Disposición Adicional Única permite, por fin, la inscripción de estas sociedades civiles en el Registro

Mercantil...” (GARCÍA MÁS. F. J.: “Breves notas al Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre, por el

que se modifican determinados artículos del Reglamento Hipotecario, con especial consideración a las

inmatriculaciones y a los excesos de cabida”, RCDI, núm. 655, noviembre-diciembre 1999, p. 2250). Más

reposadamente comenta que “Como punto de partida, me congratulo de que por fin el legislador haya

permitido la inscripción de las Sociedades Civiles en el concepto de Sociedad Civil que estamos dando en

el Registro Mercantil. Como reivindicación que hemos planteado ya desde el año 1990, ello supone un

motivo de alegría, y debemos ser congruentes con lo que hemos expuesto”, y posteriormente valora la

STS 24-2-2000, para seguir defendiendo el carácter potestativo de la inscripción (GARCÍA MÁS, F. J.:

“La Sociedad Civil en el marco de la reforma del Reglamento del Registro Mercantil...”, cit., p. 1074). 642 Literalmente señalaban que “la idea no era mala, pues se hubiera dotado a la sociedad de un

instrumento objetivo de publicidad” (DÍEZ-PICAZO, L. y GULLÓN BALLESTEROS, A.: “Sistema de

Derecho Civil”, vol. II, cit., p. 463). 643 Indicaba que el despropósito de la norma era doble: “abre el Registro Mercantil a quien debe

permanecer fuera de él y, además, propicia un nuevo malentendido, a saber: que a partir de ahora las

sociedades dedicadas a una explotación mercantil pueden revestir la forma de sociedad civil” (PAZ-

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La crítica a la reforma es natural, no ya sólo por la cuestión de fondo, que nos

parece muy criticable aunque no incidiremos todavía en ella645, sino por el hecho de que

ciertos preceptos legales son contradichos por esta reforma, realizada mediante una

norma de rango reglamentario. El artículo 16 C de c establece que el acceso al Registro

mercantil tiene por objeto la inscripción de, según su apartado quinto, cualquier

persona, natural o jurídica, cuando así lo disponga la Ley646. Por lo tanto, para que la

sociedad civil pueda inscribirse en el Registro mercantil, debido a que no aparece en

ninguno de los otros epígrafes del apartado 16, debe ser una ley la que lo establezca, y

no una norma de rango reglamentario. Por otra parte, del artículo 19.2 C de c se deduce,

además, que la inscripción será obligatoria como norma general en los supuestos del

artículo 16.1 C de c. Y si se considerase que la sociedad civil debe inscribirse

obligatoriamente en el Registro Mercantil, se estaría contradiciendo en la regulación del

CC. Por tanto, existen importantes defectos que hacen que esta reforma, con

independencia de su mayor o menor corrección en cuestiones sustanciales, sea ilegal.

Lógicamente, la declaración de nulidad por parte del TS era esperada por la doctrina, y

ARES, C.: Capítulo 21: “La sociedad mercantil: mercantilidad e irregularidad de las sociedades”, en

URÍA-MENÉNDEZ: “Curso de Derecho Mercantil”, I, Ed. Civitas, Madrid, 1999, pp. 498-500). 644 En concreto, PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles”, AAMN,

cit., pp. 40-43, EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación de las sociedades de personas”, cit., pp. 101-

104 y GARCÍA VILLAVERDE, R.: “La inscripción de las sociedades civiles en el Registro mercantil

español”, cit., pp. 47-84. 645 Quedémonos con la frase de PAZ-ARES, cuando indicaba que “No tiene sentido, en efecto, someter a

publicidad registral (en el Registro Mercantil) a sujetos que desempeñan actividades civiles,...” (PAZ-

ARES, C.: comentario al artículo 1670 CC, dentro de “Comentario del CC”, Tomo II, Secretaría General

Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1382). 646 La intención de este precepto es permitir la inscripción de supuestos donde pudiera no darse el

requisito de la habitualidad en el ejercicio del comercio, pero sí realizaran actos o poseyeran bienes

sujetos a inscripción según las leyes o reglamentos. Por tanto, la intención es generosa a estos efectos (en

este sentido, FERNÁNDEZ DEL POZO, quien ha descrito el proceso de redacción del precepto; vid.

FERNÁNDEZ DEL POZO, L.: “El nuevo Registro Mercantil: sujeto y función mercantil registral. Crítica

general sobre su ámbito institucional”, CER, Madrid, 1990, pp. 43-46).

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se produjo con la STS 24-2-2000647, cuyo Fundamento de Derecho Noveno acoge la

argumentación que aquí hemos descrito y considera nulos dichos preceptos648.

La reforma de 1998, por tanto, quedó en el recuerdo como una reacción a las

consecuencias de la Resolución DGRN 31-3-1997, un intento de ofrecer cobertura

legislativa a la opinión allí defendida. De modo incompleto, pues no se modificaba la

cuestión de la adquisición de la personalidad por la sociedad civil, sino que únicamente

se ponía a disposición de los socios el mecanismo registral. Y no sólo de modo

incompleto, sino atentatorio contra el principio de jerarquía normativa. Posteriormente,

la propia DGRN modificará su posición en la RDGRN 14-2-2001, y lleva a que doctrina

y jurisprudencia entierren definitivamente el interés por las ideas de DE CASTRO649.

El modo de plasmar la reforma, obviamente, fue tan defectuoso que acabó

declarándose nula. Pensemos que tanto en Francia como en Italia se produjeron

reformas encaminadas a ofrecer esa publicidad registral a las sociedades civiles y

simples, respectivamente y en ambos casos, con las dudas dogmáticas que se quieran

plantear, la cuestión se realizó de modo legalmente aceptable.

En Francia, la Ley de 4 de enero de 1978, ha modificado el Título IX del Libro III

del Code, dedicado a las sociedades civiles. El texto parte de la base de que toda société

goza de personalidad jurídica. Hasta 1966 se pensaba que esa personalidad, en

sociedades civiles y mercantiles, se derivaba de la mera constitución de la misma pese a

no regularse expresamente, pero la ley de 24 de julio de 1966 introduce en su artículo 5

una importante reforma en las sociedades comerciales: las sociedades mercantiles

647 M. A. 2888 (BOE núm. 98, de 24 de abril de 2000). 648 En palabras de ARRIBA FERNÁNDEZ, la STS “ha supuesto el reconocimiento para la comunidad

científica” (ARRIBA FERNÁNDEZ, M. L. DE: “La sociedad civil no puede inscribirse...”; cit., p. 1887). 649 En este sentido, es curioso el Auto de la AP Sevilla 26-1-2001. Basa su rechazo a la necesidad de que

conste la inscripción de la sociedad civil en el Registro Mercantil para que goce de personalidad jurídica

en la STS 24-2-2000, y defiende la tesis de la necesidad de publicidad de hecho.

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adquieren su personalidad tras su inscripción en el Registro oportuno650. La

personalidad de las sociedades comerciales no se derivará ya de la mera conclusión

definitiva del contrato de sociedad, sino del cumplimiento de una formalidad

administrativa bajo control judicial, como es la inscripción en el Registro de comercio.

Algo comienza a enturbiar esa claridad existente en las sociedades civiles hasta ese

momento, pese a que esta modificación expuesta es ajena a la sociedad civil por

cuestiones obvias de ámbito objetivo de la ley.

Y el cambio en el terreno que nos interesa se produjo, después de que existiera un

amplio movimiento a favor del mismo: la Ley de 4 de enero de 1978 extiende dicha

configuración a las sociedades civiles, indicando el retocado artículo 1842 que les

sociétés autres que les sociétés en participation visées au chapitre III jouissent de la

personnalité morale à compter de leur immatriculation. La falta de inscripción, por

tanto, conllevaba que la sociedad no adquiriese la personalidad jurídica, salvo en

sociedades constituidas antes de la entrada en vigor de la ley de reforma. Por

consiguiente, pese a que el Code originariamente no indicaba nada al respecto651, ahora

se reconoce expresamente personalidad jurídica a la société civile, y la misma se deriva

de la inscripción registral de la sociedad. Así se configura expresamente en la Ley, sin

perjuicio de que se haya dulcificado la interpretación del precepto para no perjudicar

intereses de terceros de buena fe y reconocer cierta personalidad previa652.

650 Idea que tampoco era nueva en el imaginario jurídico francés, pues ya se defendía esta idea en las

Ordonnances de Roussillon (1563), de Blois (1579) y en el Code Michaud (1629). 651 Lo que no impedía que la doctrina y la jurisprudencia admitieran la personificación de la sociedad

civil, a la vista de los problemas que planteaba su posible no personificación. 652 En este sentido, la Decisión del Consejo de Estado francés de 13 de mayo de 1992 acepta la tesis del

nacimiento anticipado y progresivo de la persona jurídica. Sobre ella, vid. TORRES PEREA, J. M.:

“Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil externa”, cit., pp. 138-141. Además, queda a

salvo la acción de regularización del artículo 1839 para subsanar, por medio de demanda judicial,

defectos formales en los estatutos.

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En Italia, por su parte, el Codice no ha previsto ningún régimen de publicidad para

las sociedades simples: el artículo 2251 del Codice no sujeta a forma alguna a la società

semplice para que quede válidamente constituida, por lo que estamos ante un contrato

no formal653. Sin embargo, la Ley 580/1993 sujeta a las società semplici a inscripción

en el registro de empresas, en una de las secciones especiales, a los solos fines de

certificazione anagrafica y de pubblicita noticia (hace reconocible, que no oponible, lo

inscrito: su eficacia es informativa), conforme establece el artículo 8, apartados 4 y 5 de

dicha Ley. Por primera vez se prevé un régimen de publicidad para las società semplici.

Sin embargo, ni siquiera esta reforma conlleva mayor formalismo para el contrato de

società semplice, ya que si el contrato se perfeccionó verbalmente, basta con que la

demanda de inscripción sea suscrita por todos los socios.

Pese a la intención, estamos ante una reforma con algunos puntos débiles654: de

entrada, se realiza sin modificar para nada el texto codificado, algo que puede resultar

sistemáticamente discutible si pretendemos realizar una reforma verdaderamente

importante (pensemos, por ejemplo, en el ejemplo francés). Por otra parte, resulta

criticable la diversidad de efectos que produce la inscripción en las secciones especiales,

respecto de la sección ordinaria, pues en nuestro caso el efecto es el de certificazione

anagrafica y de pubblicita noticia. Además, no se prevé expresamente sanción concreta

para el incumplimiento de esta obligación (debemos acudir a la que fija el artículo 2194,

653 Señala que “Nella società semplice il contratto non è soggetto a forme speciali, salve quelle richieste

dalla natura dei beni conferiti”. En este sentido, el artículo 1350, primero dedicado a la forma en los

contratos, alude a los actos que deben realizarse cubriendo una forma concreta, y en su apartado 9 alude a

“I contratti di società o di associazione con i quali si conferisce il godimento di beni immobili o di altri

diritti reali immobiliari per un tempo eccedente i nove anni o per un tempo indeterminato”. 654 Tal y como han explicado acertadamente MARASÀ, G. e IBBA, C.: “Il registro delle Imprese”, en “Il

Diritto Attuale”, 27, UTET, Torino, 1997, pp. 5-8.

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francamente modesta655, o a la del 2626,656 según otros autores, sanción pecuniaria en

cualquier caso657). Si estar inscrito o no estarlo no va a implicar un diferente régimen

sustantivo, al menos parcialmente, parece que ello no debe tener excesiva relevancia.

En conclusión, pese a que el beneficio de estas medidas sea una cuestión bastante

opinable, y reiteramos nuestra postura contraria a las mismas, distintos legisladores han

tenido inquietudes a la hora de vincular a la sociedad civil o sociedad de alguna forma

más próxima con su inscripción en algún tipo de registro, bien para afectar a la

adquisición de su personalidad jurídica o bien a efectos, meramente, de publicidad. Pero

se ha realizado de modo jurídicamente aceptable dentro de su propio marco normativo,

lo que provoca que no existan problemas de legalidad. En nuestro país no ocurrió así, y

a la crítica sustantiva por la intención de la reforma, pues estimamos que no aporta nada

sustancial a la configuración de la personalidad jurídica de la sociedad civil como

emanación de la autonomía de la voluntad de las partes, debemos unir la crítica por su

defectuosa realización, que supuso finalmente su nulidad.

655 En concreto, bajo el epígrafe Inosservanza dell’obbligo di iscrizione, indica que “Salvo quanto

disposto dagli articoli 2626 e 2634, chiunque omette di richiedere l’iscrizione nei modi e nel termine

stabilito dalla legge, è punito con la sanzione amministrativa da lire ventimila a un milione”. 656 Indica que “Agli amministratori, ai sindaci, ai liquidatorie ai preposti all’esercizio di sede secondaria

nel territorio dello Stato di società di sede costituite all’estero che omettono di fare, nel termine stabilito,

all’ufficio del registro delle imprese una denunzia, una comunicazione o un deposito, a cui sono dalla

legge obbligati, o il eseguono o li fanno eseguire in modo incompiuto, ovvero omettono di richiedere una

pubblicazione nel Bolletino ufficiale delle società per azioni e a responsabilità limitata, nei casi in cui

detta pubblicazione è prescritta dal codice, si aplica la sanzione amministrativa del pagamento di una

somma da lire centomila a lire due milioni. / La stessa sanzione si applica al notaio nei casi in cui

l’obbligo della denunzia, dellaa comunicazione, del deposito o della pubblicazione è posto dalla legge

anche a di lui carico”. 657 En este sentido, CAGNASSO, O.: “La società semplice”, “Trattato di Diritto Civile”, diretto da

Rodolfo Sacco, “I singoli contratti”, 6, UTET, Torino, 1998, p. 80.

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5. La sociedad civil sin personalidad jurídica: nuestra opinión acerca de su

configuración

Repasadas las distintas configuraciones que se han planteado doctrinalmente, es el

momento de aportar la visión correcta para configurar lo que deba entenderse

exactamente por sociedad civil sin personalidad jurídica en nuestro ordenamiento.

Para estudiar adecuadamente esta configuración, dividiremos nuestra exposición en

tres apartados: en primer lugar, aportaremos nuestra opinión crítica acerca de las

distintas teorías explicativas defendidas por la doctrina. En segundo lugar, con dicho

bagaje, estamos en condiciones ya de configurar la sociedad civil descrita en el artículo

1669. Por último, analizaremos cada uno de los presupuestos citados en dicho artículo

como necesarios para configurar esta sociedad, a la luz de la concepción que estimemos

más acertada, para comprobar si realmente se exigen del modo indicado o ello no es así.

5.1. Crítica a las distintas teorías configuradoras expuestas

Anteriormente hemos expuesto una serie de visiones doctrinales acerca de cómo

adquiere la sociedad civil su personalidad jurídica en nuestro ordenamiento. Parece

oportuno ofrecer una crítica de cada una de ellas, para ir desechando ideas desacertadas

en nuestra intención de interpretar adecuadamente el artículo 1669 y decantarnos por la

configuración correcta de la sociedad civil sin personalidad en nuestro ordenamiento.

En primer lugar, la configuración apuntada por DE CASTRO merece una

importante crítica. Esta configuración presenta a la sociedad civil sin personalidad

jurídica como la sociedad civil que no ha sido inscrita en el Registro mercantil.

Pretendió interpretar conjuntamente el artículo 1669 y el artículo 1670 CC, y hacerlo en

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sintonía con la legislación mercantil, pero no es correcta conforme al primero de dichos

artículos citados, que refleja la concepción que pretendía plasmar el legislador.

No es, en abstracto, ilógica, sin embargo: el legislador puede estimar aceptable que la

personalidad jurídica de la sociedad civil se derive de la inscripción registral de la

misma, y establecerlo expresamente, como ha ocurrido en derecho francés, o como vino

a indicar nuestra legislación mercantil según la teoría clásica al respecto. Podrá

discutirse su mayor o menor oportunidad, pero no su corrección legal si se adopta por el

legislador. Pero, lógicamente, debe plasmarse de modo expreso en la legislación

oportuna. En nuestro país esa plasmación no se ha producido, y no sólo eso, sino que

esta opinión es claramente contraria a la regulación vigente, pues la defensa de la tesis

citada conlleva la privación de personalidad para las sociedades civiles no inscritas en el

Registro mercantil, es decir, algo que nunca pretendió nuestro legislador.

Consecuencia de esta teoría sería que todas las sociedades civiles se ven desprovistas

de personalidad jurídica, salvo las que se inscriban en el Registro mercantil: la sociedad

civil con forma civil carecería de personalidad jurídica. Interpretación errónea, pues la

intención del legislador reside en dotar de personalidad a todas las sociedades civiles

como criterio general, modificando la orientación restrictiva seguida en el Anteproyecto

de 1882-1888658, y plasmándose así de modo expreso en la regulación codificada659.

El motivo fundamental de nuestro rechazo es que en ningún artículo consta esa

necesidad de inscripción registral de la sociedad civil para adquirir personalidad. Por

ello, pese a tener su lógica y a ser posible si se regulase expresamente (aunque no lo

658 No es realmente una discriminación respecto de las sociedades civiles con forma mercantil, como

señala GARCÍA GARCÍA (GARCÍA GARCÍA, J. M.: “La titularidad registral en las sociedades civiles”,

cit., p. 1520). Estamos ante una evidente incorrección, sin más. 659 Es más, esta razón llevó a que la Comisión Permanente del Consejo de Estado rechazase la reforma

plasmada en el Real Decreto 1867/1998, antes descrita. Sobre esto, vid. la explicación de PANTALEÓN

PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles”, AAMN, cit., addendum, 2. ii, pp. 41.

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estimemos acertado, porque la configuración de la personalidad como emanación de la

autonomía de la voluntad no se beneficia con ello660), no podemos decir que en nuestro

ordenamiento jurídico pueda defenderse esta concepción, pues es erróneo. Además,

dejaría sin sentido la necesidad de que los socios contratasen en su propio nombre frente

a terceros a que alude el artículo 1669 para que la sociedad no goce de personalidad,

pues la personalidad se reconocería únicamente gracias a la inscripción en el Registro

mercantil, con independencia de la actividad posterior de los socios661.

La doctrina ha rechazado mayoritariamente estas ideas desde hace bastante tiempo.

Será, sin embargo, la DGRN la que las ha revitalizado, pues se percibe su influencia en

las Resoluciones de 31-3-1997 y 11-12-1997. En ellas, para afrontar un problema

realmente existente, como es el de que se pueda dudar de la existencia del ente como tal,

ha defendido esta teoría apoyándose en argumentos acertadamente rebatidos

doctrinalmente, así como por la propia DGRN en la Resolución de 14-2-2001.

Es bastante claro que no compartimos esta visión de la cuestión porque no cabe en el

texto legal662. Pese a que, en abstracto, podría ser una opción jurídicamente posible si

fuese acogida de modo expreso por la ley, no nos resulta acertada, debido a nuestra

concepción sobre la personalidad de la sociedad civil. No nos parece que deba acogerse,

660 Pensemos que el mayor grado de personalidad que puede adquirir la sociedad civil lo adquiere al

margen del registro. Salvo que se pretendiera reconocer personalidad jurídica plena, no sería útil esa

inscripción a la hora de alcanzar el mayor grado de personalidad posible. 661 En este sentido, también, CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1669, cit., p. 53. 662 Incluso los autores que rinden homenaje a DE CASTRO reconocen que este punto de su teoría merece

una revisión. En este sentido, SOLÍS VILLA, tras recorrer los caracteres fundamentales comunes a las

personas jurídicas y detenerse en la publicidad, se expresa en estos términos: “En mi opinión, este es uno

de los puntos en los que cabría matizar la doctrina de D. Federico, a la vista de los cambios legislativos y

jurisprudenciales; baste indicar aquí que en materia de sociedades y asociaciones no veo inconveniente

alguno en restringir la necesidad de publicidad, a los supuestos de personalidad jurídica perfecta, con lo

que es posible, por ejemplo, la existencia de sociedades civiles y colectivas no inscritas” (SOLÍS VILLA,

I.: “La teoría de la persona jurídica en la obra de Don Federico de Castro”, cit., p. 104).

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como propusieron algunos autores citados, pues nada aporta a la acertada idea de que la

personalidad jurídica de la sociedad civil no es más que emanación de la autonomía de

la voluntad de los contratantes, y por ello, cuando exista, debe reconocerse sin

necesidad de inscripción registral alguna. Pese a todo, si se configurase legalmente no

quedaría más remedio que aceptar la fuerza de los hechos, aunque consideremos que es

una decisión desacertada663. Pero, conforme a la legislación vigente, no es el caso.

La doctrina propuesta por HERNÁNDEZ MANCHA y GARCÍA GARCÍA, que

defiende la idea de que se podría cubrir la necesidad de publicidad acudiendo a la

publicación de los Estatutos en el Registro de la Propiedad, junto a la inscripción de la

titularidad registral, tampoco es aceptable, pese a que pretende ofrecer respuesta

inmediata a un problema con los medios existentes. No es correcta por diversas razones.

De entrada, el Registro de la Propiedad no es técnicamente el más indicado para

lograr la publicidad de las sociedades, pues su función es otra bien distinta. No es el

más adecuado para satisfacer la necesidad de publicidad de los estatutos de las

sociedades civiles por la inseguridad y el caos que conllevaría este sistema: resulta

desconcertante que el tercero que quiera conocer la existencia de una sociedad deba

encontrar la existencia de un inmueble en cuestión adquirido por la misma, y comprobar

que se adjuntaron los Estatutos, para acceder a ellos. Por otra parte, esta teoría encierra

una grave contradicción dogmática en sí misma: si se considera que la publicidad a los

efectos del artículo 1669 se consigue mediante esta inscripción, y que así no se entra

663 Este argumento nos induce a defender que ni siquiera es interesante crear un registro ad hoc, como en

el caso de las asociaciones en general, aunque la inscripción se desposeyera de efectos sustantivos

respecto de la adquisición de personalidad jurídica por parte de la sociedad civil. Estimamos que la

personalidad jurídica de la sociedad civil es emanación natural de la autonomía de la voluntad de las

partes, y la existencia de un registro no aporta ninguna ventaja a dicha configuración. El mayor grado de

personalidad que puede ostentar la sociedad civil lo logra al margen de cualquier tipo de inscripción

registral, y estimamos que así debe seguir siendo.

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dentro de la órbita del artículo, parece poco correcto inscribir una propiedad a nombre

de una sociedad civil que todavía no existe como tal si entendemos que la publicidad

necesaria para que exista como tal persona jurídica se deriva de la propia inscripción.

Los problemas no cesan aquí. Otra duda será si deben inscribirse los Estatutos cada

vez que se pretenda inscribir la titularidad de un inmueble, o sólo la primera vez. Si

basta con la primera vez, ¿en la inscripción de las otras titularidades posteriores se debe

remitir a esta primera para acceder a esos estatutos?. Nada se aclara por estos autores.

Además, esta polémica idea, en el caso de aceptarla, ofrecería una solución

(insatisfactoria, ciertamente) para el problema de las sociedades civiles titulares de

inmuebles cuya titularidad sea inscrita en el Registro de la Propiedad, pero queda sin

solución todo el resto de casos, con lo que el abanico de opciones que cubre es

relativamente estrecho664. Sólo gozaría de publicidad aquella sociedad civil que, en

primer lugar, adquiriera algún inmueble como titular, y, en segundo lugar, decidiera

inscribir su titularidad en el Registro de la Propiedad, debiendo cumplirse ambos

requisitos. Por tanto, no sólo es técnicamente incorrecta esta postura, sino fruto de

graves problemas que quedan sin solución, pese a la buena intención de sus defensores.

A la tesis defensora de la necesidad de publicidad de hecho, se pueden oponer

severas críticas, lo suficientemente relevantes como para rechazarla también.

En primer lugar, en esta concepción parece latir la idea de que la personalidad

jurídica va unida siempre al cumplimiento de algún tipo de publicidad (recordemos

cómo CAPILLA RONCERO defendía esta opinión), idea que en este caso tiene cierta

base en la propia letra del artículo 1669 CC. Congruentemente con ello, ya que es

imposible vincular esa adquisición de personalidad jurídica a la inscripción en el

registro oportuno porque el legislador no lo ha previsto de ese modo, ante la necesidad

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de que exista algún otro tipo de publicidad que sirva a estos efectos, se acude a la

publicidad de hecho de la sociedad.

Sin embargo, pese a que en este caso pueda tener cierta base, como vimos, y pueda

resultar más o menos deseable (esta cuestión ya es opinable665), esta idea de vincular

publicidad con personalidad jurídica no es la única opción posible: el legislador puede

reconocer la personalidad jurídica a un grupo asociativo sin necesidad de que exista

ningún tipo de publicidad del mismo. Es perfectamente legítimo666 y sintoniza con la

concepción de la personalidad como emanación de la voluntad de los contratantes.

Es cierto que la seguridad jurídica puede no recomendarlo, opinión que nos parece

discutible aunque en principio sostenible, y así ocurre en algún sector de nuestro

ordenamiento. Y en el caso de las asociaciones en sentido estricto, las previsiones

adoptadas no generan inseguridad para los terceros, pues la fecha en que se adquiere

dicha personalidad queda perfectamente determinada y la responsabilidad con

patrimonio propio se deriva de la inscripción de la misma. De todas formas, esta idea se

deriva también de una concepción inexacta de lo que realmente es la personalidad

jurídica, desde nuestro punto de vista, ya que la misma no se dirige tanto hacia los

terceros como a las propias partes contratantes. Debemos corregir esa concepción de la

personalidad jurídica como orientada fundamentalmente a los terceros, que pudo ser útil

en otras épocas. La personalidad jurídica no es más que un nuevo efecto de los pactos

664 Pensemos en la cantidad de sociedades civiles que no son propietarias como tales entes de inmuebles,

o de las que sí lo son, pero dicha titularidad no consta registralmente. 665 Personalmente, entendemos que no lo es en el caso de la sociedad civil, pues su personalidad jurídica

es emanación de la autonomía de la voluntad de los contratantes, pero es cuestión que se presta a debate. 666 Y con sintonía constitucional en algún caso. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que nuestro artículo

22.3 CE no liga efectos sustantivos a la inscripción de las asociaciones. El ya citado artículo 5.1 LODA

desarrollando esta idea señala que “con el otorgamiento del acta adquirirá la asociación su personalidad

jurídica y la plena capacidad de obrar, sin perjuicio de la necesidad de su inscripción a los efectos del

artículo 10” (efectos meramente publicitarios).

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entre particulares, que ciertamente facilita la actuación respecto de terceras personas, al

actuar en el tráfico, pero que no pretende proteger o dirigirse a los terceros667.

Se sobrevalora, por tanto, la importancia de la publicidad en el reconocimiento de

personalidad jurídica. Nuestra realidad jurídica demuestra que no es imprescindible el

cumplimiento de requisitos publicitarios para adquirir la personalidad jurídica668.

Sintoniza con la idea de que la personalidad jurídica es un atributo que está más

vinculado a la autonomía contractual de las partes que a la protección de los intereses de

terceros, y confirma que la personalidad jurídica no es otra cosa que una consecuencia

especialmente cualificada de la autonomía contractual de dichas partes, que simplificará

la relación del grupo con terceros669, pero que se dirige más a autocomponer los

intereses de los contratantes que los de terceros. Entender la personalidad jurídica como

un expediente cara a terceros es un grave error.

En segundo lugar, esta teoría configura la necesidad de publicidad de hecho sin que

en ningún artículo del CC se establezca que es necesaria del modo expuesto por estos

autores, o al menos sin que se pueda deducir de alguna forma sin acabar realizando

interpretaciones cuestionables. Todo ello, en último término, se debe a que, retomando

el argumento señalado antes, parece vincularse la concesión de personalidad jurídica a

la necesidad de existencia de algún tipo de publicidad en todo caso. Ciertamente, el

artículo 1669 CC pretende que la existencia de la sociedad no quede reservada entre los

667 Es una idea que late en los autores que defienden posiciones estructuralistas, con base en el comentario

de COSSÍO citado en su momento. 668 Sin embargo, es cierto que en algún ámbito, como en el de las fundaciones, y en otros países de

nuestro entorno, suelen vincularse ambas. El legislador, en estos casos, “tranquiliza” su conciencia al

estimar que ello proporciona posibilidad de conocimiento por todos, con la publicidad consabida y la

seguridad consiguiente. Es cierto, pese a los problemas que también puede provocar, como sabemos. 669 No se puede decir que sus efectos sean únicamente inter partes sin incurrir en grave error. La

personalidad jurídica de una sociedad incide en los terceros a la misma, que deben asumir que actúan

frente a un sujeto de derecho.

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socios, pero no determina el modo de publicidad requerida para ello, y de ahí a

configurar todo un sistema basado en la publicidad de hecho que, además, no termina de

concretarse totalmente, puede implicar pasos excesivos. Además, tampoco sintoniza

demasiado con la regulación constitucional de las asociaciones, que no exige esa

publicidad para la adquisición de la personalidad, sino que ésta se configura como una

emanación de esa autonomía de la voluntad de las partes contratantes, sin más.

Por otra parte, esta teoría exige conceder la máxima importancia a la conducta de los

socios en el mercado, por lo que no es posible conocer el dato de si la sociedad goza o

no de personalidad jurídica en el momento de celebrar el contrato, con la inseguridad

que ello provoca. Además, puede que esa actividad publicitaria no se produzca desde el

primer momento, por lo que debe asumirse por el defensor de esta configuración la

posibilidad de que exista un cambio de régimen, y a ello debe ofrecerse respuesta.

Cambio de régimen que implica, entre otras cuestiones, la inexistencia de patrimonio

autónomo hasta la existencia de la persona jurídica. No sólo puede existir cambio de

régimen, sino que la sociedad, siendo coherente con esta visión, puede adquirir y perder

la personalidad jurídica según se conduzca en el mercado, dependiendo de su forma de

relacionarse con los terceros. La inseguridad, en este caso, es total.

A las críticas antes señaladas hay que unir otra que resulta muy relevante: estamos, al

hablar de publicidad de hecho, ante un requisito demasiado etéreo como para elevarlo a

la categoría de necesidad general para basar en ello la existencia de una persona

jurídica. Si la sociedad no se conoce en el mercado, en general, puede conocerse si los

socios manifiestan a las personas con las que tienen contacto que contratan en nombre

de una sociedad civil. La pretendida necesidad de que exista algún tipo de publicidad

para que se reconozca personalidad jurídica a una sociedad civil, y la falta de regulación

al respecto, provoca que cierta doctrina, que lo estima necesario, acuda a la publicidad

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derivada de la operatividad en el mercado de dicha sociedad, al conocimiento por parte

del resto de operadores de que existe. Pero esto puede ser verdaderamente problemático,

porque no se aclara cómo se satisface ese requisito publicitario y, sobre todo, ante

quién. Puede ser conocido por unos y no por otros operadores, y ello implicaría, dado

que no se objetivizan estas ideas, que ante unos terceros se goce de personalidad

jurídica pero no ante otros, dependiendo en último término de si existió dicha

publicidad en relación al mismo. Como señalara EIZAGUIRRE, se basa en un rasgo

puramente coyuntural670, y esto es defendible en el caso de la oponibilidad de los pactos

a terceros, pero no a la hora de aludir al disfrute de personalidad jurídica por la

sociedad, pues generaría una importante inseguridad.

Y surgen otras dudas, además, como la de qué es exactamente el mercado, el límite

territorial donde debe conocerse a esa sociedad, por ejemplo. Por ello, no podemos

menos que discrepar del profesor ALBIEZ DOHRMANN cuando indicaba que “en

cuanto la sociedad se da a conocer a los terceros que contratan con ella adquiere

personalidad jurídica”671. ¿A qué terceros hacemos mención?, podemos preguntarnos:

¿aludimos a los terceros en general, incluso a determinadas autoridades públicas672, o a

aquellos terceros con los que entre en contacto, como indicaba ALBIEZ DOHRMANN?

Tales consideraciones generan una inseguridad evidente: ¿conocerá el tercero la

existencia de esa sociedad civil? Parece lógico que entonces deba exigirse una

diligencia media al tercero a la hora de contratar y conocer que lo hace con una

sociedad. Puede darse el caso de que la sociedad contrate con un tercero que no conozca

que es tal sociedad, porque el socio con el que contrata lo haya hecho en su propio

670 EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La personalidad jurídica de la sociedad civil...”, cit., p. 1722. 671 ALBIEZ DOHRMANN, K.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de ALBÁCAR LÓPEZ, J. L. y

SANTOS BRIZ, J.: “Código Civil . Doctrina y Jurisprudencia”, Tomo VI, Ed. Trivium, 1991, p. 115.

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nombre y no haya manifestado su condición, pero siendo mínimamente diligente podría

haber sabido que era una sociedad debido a que se había manifestado como tal en el

mercado y era considerado como ente gracias a mecanismos publicitarios como, por

ejemplo, la existencia de anuncios en prensa especializada (la cuestión es probatoria).

Por tanto, si bien es lógico sostener la necesidad de esa publicidad de hecho para

atender a la posible oponibilidad o utilizabilidad de los pactos sociales, no lo es sembrar

esa inseguridad en lo que toca a la personalidad. Cabe que un pacto se pueda oponer a

unos terceros y no a otros, dependiendo del conocimiento que tengan del mismo, pero

no cabe que se goce de personalidad frente a unos terceros y no frente a otros.

Pese a los problemas que plantea, algún autor673 ha defendido esta necesidad de

publicidad de hecho incluso para el caso de la sociedad mercantil, al negar el valor que

se concedió históricamente a la inscripción en el Registro Mercantil a estos efectos.

Resultaría beneficiada la seguridad jurídica si se determinara que a partir de un cierto

momento la sociedad goza de personalidad jurídica frente a todos, pero tampoco se ha

configurado así doctrinalmente. No parece que la panorámica descrita sea la más

beneficiosa para asegurar algo de la importancia de la concesión de personalidad

jurídica: pese a que estemos ante un dato cuya mayor relevancia es entre la partes y no

frente a terceros, gozar de la misma frente a unos terceros pero no frente a otros

generaría una evidente inseguridad jurídica que no tenemos por qué asumir.

Además, puede indicarse que la sociedad debe ser conocida en el mercado en que

opera, pero ello conlleva también una serie de imprecisiones que sintonizan mal con la

seguridad que precisamos en algo tan necesitado de seguridad jurídica como el

672 Por ejemplo, la Administración tributaria, a la hora de rendir los impuestos, o las administraciones

concesionarias de licencias profesionales, en su caso. 673 En concreto, PINO ABAD, M.: “La discutida personalidad jurídica de las sociedades mercantiles no

inscritas”, cit., pp. 205-220, especialmente nota 98, p. 219.

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reconocimiento de personalidad a un grupo asociativo: se alude al conocimiento de su

existencia en el mercado, pero no se especifica el ámbito temporal y territorial de ese

mercado, ni los medios de publicidad (no se sabe si hablamos de publicidad en prensa o

en publicaciones especializadas del sector, por ejemplo). Estas opciones implicarían

también valorar la diligencia de esos terceros que operan en el sector respecto del

conocimiento de la sociedad, y ello aporta un grado de indeterminación importante.

Por último, cabe recordar que otras consecuencias a las que conduce esta teoría

también son muy perjudiciales para la seguridad jurídica: asumiendo estas ideas

debemos aceptar la existencia de un cambio de régimen en el seno de la sociedad, pues

debemos tener en cuenta la conducta de los socios posterior al pacto constitutivo (la

publicidad de hecho exige publicación en el tráfico de la sociedad). La seguridad

jurídica exige aclarar el momento en que ello se produce, pues no es lo mismo que

exista una persona jurídica a que deje de existir, a todos los efectos (y pensemos en los

efectos procesales, por ejemplo). ¿En qué momento se dejaría de gozar de la

personalidad jurídica? ¿Se puede comenzar la existencia sin personalidad jurídica, pues

no existe publicidad de hecho de la sociedad, después adquirirse, pues ésta se produce, y

con posterioridad perderse esa personalidad, porque se empiece a actuar del modo

descrito en el artículo 1669? Imaginemos que la sociedad celebra habitualmente

contratos como tal sociedad, pero a partir de un momento actúa del modo citado en el

artículo 1669: deja por ello de gozar de personalidad jurídica. Y, además, a partir de qué

momento: puede bastar con el primer contrato celebrado de ese modo, o bien deben ser

dos, tres o más (¿cuántos?). Y si se celebra algún contrato de la forma descrita en el

artículo 1669 CC, pero no es habitual, ¿qué ocurre?.

Estos problemas conllevan acudir al caso por caso para comprobar si existió esa

publicidad de hecho o no en cada supuesto concreto y actuar en consecuencia. Pero esta

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postura también debe ser desechada, dado que esta solución no está regulada en

precepto alguno, algo suficiente para rechazarla desde el punto de vista del Derecho

aplicable. Además, genera más inconvenientes que ventajas (inseguridad,

provisionalidad, etc.), junto a un inconveniente que hace que sea muy perjudicial: exige

que se declare en cada caso si existió la publicidad de hecho necesaria o no para que la

personalidad jurídica pudiese concederse, lo que provoca que será la sentencia la que lo

solucione, y resuelva el asunto conforme a las normas de la comunidad de bienes o a las

de la sociedad. Pero a priori será imposible saberlo. Debe la sentencia determinarlo.

Acabamos de rechazar la teoría que defiende la necesidad de publicidad de hecho

para que la sociedad disfrutara de personalidad jurídica. Junto a esta concepción

rechazamos también la tesis que, vinculándose en parte a la publicidad de hecho y en

parte al cumplimiento de ciertos requisitos formales, alude a las sociedades del artículo

1669 como sociedades irregulares, debido a que conectan el artículo 1669 CC con

cuestiones exclusivamente formales y vinculadas en todo momento a la trascendencia

de la sociedad frente a terceros. No es ésa la intención del legislador y la letra del

precepto aquí fijada. Debemos aproximarnos más a la configuración que las partes

impriman al grupo que a defectos de forma y de publicidad frente a terceros, como

comprobaremos. Esta tesis entiende la personalidad jurídica como un expediente de cara

a los terceros, y por ello exige esa manifestación frente a los mismos.

De entrada, es errónea esa consideración de los artículos 1667 a 1669 como parte de

una única serie lógica, ya que mientras los artículos 1667 y 1668 aluden a cuestiones

formales, el artículo 1669 hace mención a sociedades donde la configuración conlleva

falta de personalidad jurídica. Y la propia historia de cada precepto demuestra que no

forman una unidad: mientras los dos primeros provienen del texto del Anteproyecto de

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1888674 y hunden sus raíces ya en textos anteriores675, e iban dirigidos a ser de

aplicación a una sociedad sin personalidad jurídica, el 1669 se introdujo en el CC

posteriormente y con la intención ya expuesta, por lo que debemos señalar que nunca

fueron una única agrupación de preceptos, y la falta de personalidad jurídica no es en

ningún caso una sanción por algún tipo de proceder reprochable676.

No es acertado, por tanto, vincular la personalidad jurídica de la sociedad civil al

cumplimiento de requisitos publicitarios y formales, es un importante error que,

además, tal y como lo ha hecho TENA PIAZUELO677, se basa parcialmente en otro

importante desacierto: según expone, lo fundamental es que esta sociedad tenga

trascendencia frente a terceros, y ello se logra cumpliendo los requisitos formales

exigidos en los artículos 1667 y 1668 CC, y si no es necesario cumplir ninguno,

cubriendo la publicidad de hecho ya conocida. Esta segunda parte está suficientemente

criticada antes, y a dichos comentarios remitimos, pero no la primera reflexión. Por

tanto, en ella nos centramos, aunque tampoco es demasiado difícil la crítica:

simplemente debemos resaltar que los requisitos formales de los artículos 1667 y 1668

674 Recordemos los ya repasados artículos 3 y 4 de dicho texto. 675 El proyecto de 1836 recogía un artículo, el 1447, en el que indicaba que “Es nula cualquier sociedad

en que no se especifican los bienes o capitales que se ponen los socios, ni el negocio para que se contrae”.

El Proyecto de 1851 no incluye exigencia formal de ningún tipo, sintonizando con el criterio de los

artículos generales 1001 a 1004, y recuerda en su artículo 1565 que “es nula la sociedad siempre que se

aportan bienes, si no se hace un inventario ó estado firmado por las partes, que deberá unirse á la

escritura, cuando esta sea necesaria”. 676 En parecido sentido se expresaba CAPILLA RONCERO, cuando señalaba que “considero desacertado

que se afirme que el efecto dimanante de la ausencia de observancia de los requisitos formales prescritos

en los artículos comentados (1667 y 1668), estriba en que la sociedad carece de personalidad jurídica,

realizando una interpretación conjunta de los artículos 1667, 1668 y 1669 que, desde luego, no estuvo en

la mente del legislador y que tampoco resulta razonable” (CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los

artículos 1667 y 1668, dentro de “Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”, Tomo XXI,

vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 27-37). 677 Podemos encontrar un esquemático resumen de su teoría en “El concepto de sociedad civil

irregular...”, cit., nota 37, p. 212.

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CC no son realmente útiles para la trascendencia de la sociedad frente a terceros, pues ni

la escritura pública ni el posible inventario anejo sirven a estos efectos. Ello se debe a

que ninguno provoca esa publicidad del ente que exigiría esa trascendencia que se

pregona como imprescindible678, algo que incluso el propio defensor de la teoría ha

debido, de alguna forma, reconocer679. Incluso si fuesen útiles a esos efectos de

publicidad, no es correcto unir el artículo 1669 con los dos preceptos anteriores.

De todas formas, la tesis de la sociedad irregular tiene un importante mérito, pese a

no ser correcta esa vinculación con la personalidad jurídica. Dicho mérito reside en

extraer de la órbita mercantil ese concepto de irregularidad, teñido de relevancia

registral, algo que nos parece incorrecto por reduccionista. También en el ámbito civil

cabe que existan sociedades irregulares, no sólo en el mercantil, y esas sociedades

irregulares serán aquellas que no se hayan amoldado a las formas oportunas fijadas en

los artículos 1667 y 1668 CC. Por ello, para valorar la existencia de sociedades

irregulares habrá que acudir a los artículos 1667 y 1668 CC, no al 1669. Y es erróneo

encuadrar todos estos preceptos en una unidad material. Por tanto, es interesante que

hablemos de sociedades irregulares en la órbita civil, aunque debemos hacerlo de modo

riguroso, sin vincular esa irregularidad con la falta de personalidad jurídica de esa

sociedad. La sociedad irregular gozará de personalidad jurídica si se pactó como

externa, estamos ante dos planos diversos, pero la irregularidad se derivará únicamente

678 PANTALEÓN PRIETO ha dedicado cierta atención a la cuestión de la falta de efectos publicitarios de

la escritura pública, de modo breve pero acertadísimo y aportando bibliografía (vid. PANTALEÓN

PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles...”, AAMN, cit., núm. 2, p. 15, y “La

personalidad jurídica de las sociedades civiles...”, La Ley, cit., p. 1377, nota 3). 679 Señala TENA PIAZUELO que “no carecen de fundamento las objeciones sobre la eficacia de la

publicidad que el artículo 1667 con sus exigencias formales procura”, pero opone que “simplemente se

proporciona una publicidad legal”, y que lo verdaderamente importante no es “asegurar que dichos

terceros conocen, sino que pueden conocer el pacto social” (TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de

sociedad civil irregular...”, cit., p. 12).

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de esa inexistencia de forma concreta cuando ésta es exigible. Estudiaremos si a las

sociedades irregulares se les puede aplicar el régimen de las sociedades internas.

En otro sentido cabe destacar que si TENA PIAZUELO no cayera en valorar la idea

de la trascendencia frente a terceros, que suele reconducirse en la mayoría de los casos a

la exigencia de la publicidad de hecho para que la sociedad se considerase regular,

incluso sería una configuración con cierta sintonía con las ideas que parecen más

correctas, pese a la equivocación de incluir en el mismo bloque los artículos 1667 a

1669. Si la adquisición de personalidad jurídica se vinculase únicamente al

cumplimiento de ciertos requisitos formales en su caso, eso quiere decir que no es

necesaria inscripción registral para ello, ni cumplimiento de requisitos de publicidad en

ningún sentido, sólo cubrir esos requisitos formales. De ahí se deriva algo que no se ha

comentado, pero que es deducible lógicamente si argumentáramos de esa forma:

aquellas sociedades que no deban cubrir requisito formal alguno para su correcta

constitución (téngase en cuenta que ese cumplimiento de forma concreta es

excepcional) adquirirían su personalidad jurídica automáticamente, con la perfección

del pacto social. El argumento tiene cierto interés, pero no se planteó en estos términos

por TENA PIAZUELO, sino que se concede la mayor relevancia al tema de la

publicidad y trascendencia frente a terceros.

La teoría estructuralista nos parece, realmente, la acertada para ofrecer una

solución al problemático artículo 1669 CC. Cuando habla de sociedad cuyo pactos

permanecen secretos entre los socios y en la que dichos socios contratan en su propio

nombre con terceros, quiere aludir a sociedades configuradas como sociedades internas

entre los socios, que no operarán como tal ente frente a terceros en el mercado. Y de

dicha configuración se deriva que los pactos permanezcan secretos entre dichos socios

(la sociedad no quiere operar como tal en el mercado), y que los socios contraten en su

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propio nombre con terceros (es obvio: si la sociedad no actúa como tal, deben ser los

socios los que lo hagan del modo descrito). Este pacto es perfectamente posible,

conforme al artículo 1255 CC: es perfectamente válido que exista una sociedad

desprovista de personalidad jurídica, precisamente porque es interna680.

Sin embargo, algún aspecto nos parece criticable: los autores que defienden esta

postura aluden casi exclusivamente a que debe existir una cláusula de ocultamiento o de

representación indirecta para que exista una sociedad interna. De entrada, es erróneo

aludir a cláusulas de representación indirecta, pues, como veremos, ni existe un

representado claramente definido como ente (la sociedad no existe como persona

jurídica) ni el interés gestionado es ajeno al representante681, que suele ser un socio

(pues es el interés de todos los socios, incluido él), ni existe un poder de representación

como tal, sino una actuación conforme al pacto social concluido en su momento.

Recurren, por tanto, a pacto expreso en dicho sentido, pacto de modo claro y evidente.

Y, ciertamente, en el caso de que exista una cláusula de ocultamiento, tendremos un

claro ejemplo de sociedad interna, pero limitar a este caso los supuestos de sociedades

internas es realizar una lectura reduccionista de la cuestión, encorsetando demasiado el

supuesto de hecho del artículo 1669 CC. Las partes pueden configurar una sociedad

interna sin necesidad de pactar esta cláusula expresamente, por ejemplo, nombrando a

una persona que actúe en su propio nombre en el mercado institucionalizadamente, con

680 También estaba presente en otros países. Por ejemplo, en Derecho alemán se alude también a la

existencia de las sociedades internas, en general o en casos especiales como la wederlegginge o

contracolocación, cuya finalidad era muy concreta. El comerciante que iba a salir de viaje, con ocasión

del mismo, recibía dinero de un conciudadano suyo para que ejerciese el comercio “a provechos

comunes”, y frecuentemente el comerciante colocaba el dinero en la sociedad ésta a la que aludimos. Ésta

era sólo una sociedad interna (stille Gesellschaft), generalmente convertida en una sociedad industrial no

de larga duración (vid. PLANITZ, H.: “Principios de Derecho Privado Germánico”, cit., pp. 68-69). 681 Aunque este dato no es decisivo en la argumentación, es necesario que sea también tenido en cuenta.

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la intención de ayudar al cumplimiento del fin social de la sociedad sin personalidad

jurídica sin ofrecer la imagen de la sociedad como ente.

Sin perjuicio de que en su momento expondremos las ideas que nos inspiran, y que

desde luego deben insertarse en la tendencia estructuralista que repasamos, entendemos

que no se debe ser tan reduccionista, y que deben considerarse sociedades internas no

sólo aquellas en las que en el contrato social conste una de estas cláusulas citadas, sino

toda aquella sociedad en cuyo pacto constitutivo, a la hora de organizar la vida de la

sociedad, se haga de tal forma que sea deducible que la sociedad no operará como tal

ente en el mercado682. No cabe duda de que las que más claramente se insertarán dentro

de esta categoría serán aquellas en las que se haya incluido alguna de estas cláusulas

citadas por la doctrina que estudiamos, pero entendemos que debemos siempre

interpretar el contrato constitutivo de la sociedad (o el contrato estatutario, si aparecen

diferenciados ambos) para deducir las consecuencias oportunas y saber si es sociedad

interna o externa, con todo lo que implica a efectos de disfrute de personalidad jurídica.

Pero entra dentro de lo lógico que se organice esa sociedad para operar en el mercado

mediante personas (socios o no) que operen en su propio nombre en el mercado.

Por otra parte, se echa en falta en los autores que han defendido esta opinión un

estudio más sosegado del régimen jurídico de la sociedad interna, ya que ponen de tal

modo su acento en estructurar la adquisición de personalidad jurídica por parte de la

sociedad civil sin necesidad de que exista publicidad de ningún tipo, que no dedican la

atención que merece al régimen jurídico, y éste puede dar la clave para resolver

682 El hacer depender la existencia de la sociedad interna del pacto contractual requiere interpretarlo, pero

ello no genera necesariamente inseguridad jurídica, debido a que no operamos en el vacío: la

configuración pactada inspirará la forma de actuar de los socios y será observable la consecuencia de esa

configuración, que es el modo de operar de la sociedad en el mercado.

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bastantes problemas, incluso de configuración. Pretendemos solucionar esta cuestión,

propia de las configuraciones estructuralistas, en el próximo capítulo, al que remitimos.

Con independencia de que nos decantemos por la teoría estructuralista, por ser la

correcta desde nuestro punto de vista, debemos tener en cuenta que todas las teorías

inciden, de una forma o de otra, en destacar que la sociedad civil goza de personalidad

jurídica cuando se presenta como ente y actúa como tal: la tesis de DE CASTRO y la

propuesta por los registradores de la propiedad, porque aparece en el Registro mercantil

o de la propiedad como tal ente; la tesis que exige publicidad de hecho, porque se

presenta de hecho como ente en el mercado, la tesis de la sociedad irregular porque se

cubre la forma necesaria para aparecer como ente, y la estructuralista porque la sociedad

se configura como ente y actúa como tal. Pero comprobamos cómo la forma de

desarrollar esta idea es muy diferente y, lógicamente, no siempre correcta. Es cierto que

hay que conceder la importancia oportuna a la presentación de la sociedad en el

mercado, pero lo que algunos consideran causa de la configuración, para nosotros no es

más que la consecuencia de la misma.

5.2. La sociedad sin personalidad jurídica configurada como sociedad interna

Hemos repasado de modo crítico todas las configuraciones que se han planteado

doctrinalmente en nuestro país respecto de la adquisición de personalidad jurídica por

parte de las sociedades civiles, y no es posible aportar solución alguna acerca del tema

sin basar la misma en el artículo 1669 CC. También hemos destacado la corrección de la

visión estructuralista, y ha llegado el momento de desarrollar dicha configuración.

La mera existencia del artículo 1669 CC, en los términos en que se expresa, conlleva

que toda sociedad civil esté, en principio, dotada de personalidad jurídica como norma

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general, ya que aquella sociedad en que no sea así será la que caiga bajo la órbita del

artículo 1669 CC, algo que se configura como excepcional. Esto podemos verlo de

alguna forma confirmado por el artículo 1679 CC, que alude al comienzo de actividades

de la sociedad como ente desde el momento de la perfección del contrato de sociedad,

algo imposible si no se dotase de personalidad jurídica desde el primer momento683. Por

tanto, salvo pacto en contrario, desde la perfección del contrato comienza no sólo el

contrato de sociedad, sino la sociedad como ente. Desde que hay consentimiento

(artículo 1254 CC) existe contrato de sociedad, y desde ese momento produce sus

efectos (artículo 1258 CC), pero además surge esa persona jurídica como tal ente684.

Esta idea expuesta, de entrada, nos parece clara: así como en otros ordenamientos, a

la sociedad civil (o sociedad equivalente o, en su defecto, más parecida a ésta) no se le

reconoce expresamente personalidad jurídica, y ello motiva importantes debates

respecto de si es posible deducir la misma o no (en este sentido, por ejemplo, Francia

hasta 1978, Italia o Portugal), en nuestro país la sociedad civil goza de personalidad

jurídica, y ello se deduce del artículo 1669 CC. Contraviene así la concepción romana

pero se adapta mejor a una economía más desarrollada, aunque estemos ante una

683 Señala literalmente este precepto que “La sociedad comienza desde el momento mismo de la

celebración del contrato, si no se ha pactado otra cosa”. 684 Este artículo ya existía en el Proyecto de 1851 (artículo 1573), texto en el que GARCÍA GOYENA

pensaba en una sociedad civil con personalidad jurídica aunque no se determinase de modo expreso, así

como en el Anteproyecto de 1888, donde el artículo 16 gozaba de idéntica redacción, aunque se dirigiera

a las sociedades sin personalidad jurídica. Por lo que, si bien históricamente se ha insertado en el marco

de sociedades con y sin personalidad jurídica, si se incluye dentro de la regulación de sociedades con

personalidad jurídica debe interpretarse de la forma en que lo hacemos, pues su sentido, inserto dentro de

este marco, es evidente. Interpreta este artículo del modo aquí expuesto, PAZ-ARES, C.: comentario al

artículo 1679 CC, dentro de “Comentario del Código civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del

Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1408. En sentido contrario, sin embargo, CAPILLA RONCERO,

F.: comentario al artículo 1679 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”,

Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 172-173.

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sociedad personalista, y por ello la personalidad jurídica no sea tan perfecta como en

otros casos (recordemos la acertada opinión de DE CASTRO citada en su momento685).

Por tanto, toda sociedad civil que no caiga dentro de la órbita del artículo 1669

gozará de personalidad jurídica. Debemos repasar en qué caso se cae bajo su órbita. Y

para explicar dicha cuestión, ya lo hemos visto, se han propuesto una serie de teorías,

expuestas en su momento686, tras cuyo detalle hemos concluido que era la teoría

estructural la acertada a la hora de configurar a la sociedad diseñada en el artículo 1669.

Tanto por la lógica y corrección de su planteamiento como incluso por su armonía con

los antecedentes históricos del artículo 1669 CC, además de por la gran cantidad de

inconvenientes que evita al intérprete y la seguridad jurídica que aporta (aunque haya

que dar algún paso más que el ofrecido hasta ahora por los defensores de esta idea). Si a

ello unimos el desacierto de las otras visiones propuestas, tal y como hemos expuesto,

parece lógico nuestro interés en defender esta configuración.

Respecto de la sintonía con los antecedentes históricos, cabe señalar que la misma es

mayor de la que pueda parecer, aunque la doctrina no se ha ocupado de esta cuestión:

685 Es algo que debemos reconocer. Hay, sin embargo, quien incide con mayor dureza en el tema, como

ya comprobamos en los textos de CAPILLA RONCERO. Añadamos, por ejemplo, el comentario de

TORRENTE GARCÍA DE LA MATA, cuando calificaba la personalidad jurídica de la sociedad civil

como “una personalidad balbuciente, rudimentaria, poco diferenciada de las personas de los contratantes”

(TORRENTE GARCÍA DE LA MATA, J.: “Una extraña figura: las sociedades civiles con objeto

mercantil”, Boletín del Colegio Nacional de Registradores, núm. 259, septiembre de 1989, p. 1837). 686 En dicho recorrido dimos de lado a algunas ideas señaladas por cierta doctrina y que no parecían

relevantes para ser tenidas en cuenta, como el extraño comentario que puede encontrarse en la STS 2-12-

1902 recogido por ABELLÁ, que apuntaba que “no pueden estimarse secretos los pactos consignados en

el documento de constitución de la sociedad, por no tener el carácter de reservados” (ABELLÁ, J.:

“Código civil español”, Madrid, 1904, p. 593, nota 2. En el mismo sentido, OYUELOS, R.: “Digesto.

Principios, doctrina y jurisprudencia referentes al Código civil español concordados con los códigos

americanos y portugués”, tomo VII, Cuerpo del Derecho español, Madrid, 1932, p. 72), así como la

opinión de que de la escritura pública se derivaba la publicidad que necesitaba la sociedad para ser

conocida por terceros, pues es falsa.

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aunque se utilizara otra denominación, en el Anteproyecto de 1882-1888 parecía

plasmarse un modelo general de sociedades configuradas para no tener relaciones como

ente con terceros como norma general (la influencia romana es importante) y otro

modelo de sociedades que sí operaran frente a terceros como tal, aunque excepcionales.

Ya hemos indicado cómo el Título primero dedicado a la sociedad sin personalidad

jurídica parece diseñar realmente una especie de sociedad interna687, contrato entre las

partes sin que nazca ente que actúe como tal en el mercado, y el Título segundo una

especie de sociedad externa, pretendida por las partes como externa aunque necesitada

de reconocimiento público expreso para que naciera el ente688. La sintonía de esta tesis

estructuralista con el antecedente histórico más importante parece evidente, pese a que

en el Anteproyecto el diseño de ambas cuenta con importante participación extraña a las

partes (en las sociedades sin personalidad jurídica éstas se acogen a la forma diseñada

legalmente, y en las sociedades personificadas, pese a que la voluntad de las partes es

crear un ente, será la autoridad pública la que reconozca esa personalidad).

Además, en el Anteproyecto la sociedad interna es regla y la externa excepción,

mientras que en el CC la sociedad interna es excepción y la externa regla, fruto todo ello

de la diferente relación entre sociedad civil y personalidad jurídica. A su vez, el dato

estructural influye en algo tan relevante como que la sociedad sin personalidad jurídica

se rige por sus normas propias y la sociedad que no obtiene la personalidad, que es

estructuralmente diferente de la anterior, por las normas de la comunidad de bienes.

Por otra parte, sintoniza perfectamente esta teoría con la configuración de la sociedad

civil como asociación y, por tanto, con la base que ofrece el artículo 22.3 CE, que

687 Sociedad en la que los contratantes no pretenden actuar en el mercado como ente, pero que es el

supuesto general. 688 Se configuran como externas por las partes, obviamente, pues pretenden gozar de esa personalidad

jurídica, pero necesitan de la intervención pública para ello, algo que no ocurre ahora en el CC.

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diseña una inscripción registral de la asociación con efectos meramente publicitarios.

Por tanto, en caso de existir, desvinculada de efectos constitutivos de la personalidad,

que no debe interpretarse como medio de garantía de terceros sino como consecuencia

de la autonomía de la voluntad689. Y las sociedades civiles ni siquiera deben inscribirse

registralmente, porque no se prevé así en su legislación, pero ello sintoniza con esta

concepción de la inscripción indicada y con la CE. En cualquier caso, es necesario

destacar el entronque constitucional, por el respaldo que implica a nuestra concepción.

Conforme a las ideas que defendemos, debe concederse la máxima importancia a la

interpretación del contrato, y reservar la denominación de “sociedad interna” no sólo

para aquellas sociedades en las que las partes hayan incluido cláusulas de ocultación o

de “representación indirecta” (realmente, cláusula-legitimación del socio para actuar sin

implicar a la sociedad, aunque gestionando su interés), que serán las más claras

sociedades internas690, sino para toda aquella sociedad en la que las partes no pretendan

presentarse como ente frente a terceros y la hayan configurado, por tanto, como interna,

algo que resultará perfectamente deducible del pacto social (no por existir de modo

expreso alguna de las cláusulas citadas, sino por ejemplo, porque falta la organización y

la estructuración social para actuar en el mercado como ente, o bien se estructura para

operar de modo que la sociedad no aparezca como ente en el mercado y el actuante o los

actuantes, que gestionan el interés social, operen en su propio nombre).

Y ello puede ser así originariamente, porque desde el primer momento se pactase así,

o bien fruto de una modificación de la configuración societaria por parte de los

contratantes, por lo que en este caso la sociedad pasaría de ser externa a interna, pero en

689 Ni siquiera el conocimiento previo del estado patrimonial es una garantía necesaria para terceros que

resulte justificable, pues en las relaciones entre personas físicas el conocimiento de ese estado patrimonial

corre de cuenta del acreedor. 690 No es exactamente representación indirecta, pues la sociedad, como tal ente, no existe.

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todo caso fruto de la autonomía de la voluntad de las partes. Esto puede generar cierta

inseguridad, pero no existirán problemas de indeterminación, pues estará perfectamente

claro el momento en que se cambia la voluntad de las partes, con todo lo que implica,

por ser el del pacto: pensemos en la sociedad constituida para adquirir por los socios y

gestionar por todos ellos, para poner en común los beneficios, una serie de fincas

rústicas. La sociedad externa se extinguiría, con todo lo que conlleva y del modo

previsto para ello, y surgiría una sociedad interna, también con todo lo que implica.

Las partes celebran un contrato de sociedad interna porque pretenden una puesta en

común de bienes, dinero o industria con ánimo de partir entre sí las ganancias, sin para

ello operar como ente en el mercado. No pretenden crear un ente jurídico (ya que

habrían pactado una sociedad externa) o crear una comunidad de bienes, pues no se

habría acudido a esta vía tan indirecta para ello.

Estas sociedades internas deben pactarse expresamente: la regla general será que toda

sociedad sea, en principio, externa, y toda sociedad externa nace con personalidad

jurídica, atributo natural de la misma, tal y como cabe deducir del propio Código Civil

(artículos 1669 y 1679 CC)691. Esa personalidad será la personalidad básica con la que

nace la sociedad civil, definida en el artículo 38 CC, que alude a la “capacidad para

adquirir y poseer bienes de todas clases, así como contraer obligaciones y ejercitar

acciones civiles o criminales”. Estamos ante una persona imperfecta (pues la

personalidad perfecta conlleva separación patrimonial entre la sociedad y los socios).

691 El artículo 1669 está realmente describiendo a la sociedad configurada como interna, excepción a la

regla general de que toda sociedad civil es en principio externa. Estamos ante la sociedad que

estructuralmente no surge para tener relaciones con terceros como ente, y por ello mantiene reservados

sus pactos y los socios contratan en su propio nombre con terceros, con lo que no aparecerá como tal. En

Derecho alemán no ocurre así, obviamente, porque la sociedad civil no es personificada de modo expreso

(así lo explica KESSLER, E.: “Staudinger Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch mit

Einfürungsgesetz und Nebengesetzen”, cit., pp. 312-313).

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Será difícil que exista duda acerca de la voluntad de las partes respecto de si la

sociedad pactada es externa o interna, pues en cada caso dicha voluntad se plasmará de

modo bastante diferente en la configuración de la sociedad y, visiblemente, en el modo

de actuar en el mercado692. Pero pensemos que estamos realmente interpretando un

contrato, y son de aplicación, por tanto, los criterios de interpretación de los artículos

1281 a 1289 CC (es difícil que, después de haber acudido a dichos criterios, no

distingamos a una sociedad interna de una externa693).

692 Es claramente perceptible que la voluntad de las partes es actuar como ente en el mercado si

comienzan una campaña de publicidad para difundir la existencia de la sociedad civil dedicada a la

cuestión de que se trate, mientras que si las partes se limitan a poner en común unas cantidades de dinero

para realizar una fiesta de despedida de año y repartir las ganancias, actuando uno de los socios en el

mercado en su propio nombre, la voluntad es de creación de una sociedad interna. 693 En el hipotético caso de que ello ocurriera, hay que tener en cuenta que la voluntad del legislador es la

de que la regla general sea la sociedad externa y la excepción la sociedad interna, con lo que la sociedad

interna sólo nacerá si las partes la han deseado así y lo han expresado de modo que sea posible deducirlo

del contrato. Esta opinión no contraviene la gran importancia que concedemos a la autonomía de la

voluntad a la hora de configurar las sociedades, ya que ésta goza de dicha prevalencia, pero siempre

dentro del marco legal establecido y con la concreta inspiración que el legislador quiera imprimir, y si el

marco fuese diferente debe ello tenerse en cuenta a la hora de interpretar el contrato. Pensemos, por

ejemplo, que la voluntad del legislador fuese conceder ese amplio margen de actuación a la autonomía de

la voluntad, pero estableciese como regla la sociedad civil desprovista de personalidad jurídica y como

excepción la sociedad dotada de la misma, siendo necesaria para su existencia el pacto expreso de las

partes en dicho sentido. En este caso cabe señalar que sólo si del contrato social se puede deducir esa

intención de personificar a la sociedad, ésta será personificada, y no en caso contrario. Y no parece

atentarse a esa relevancia de la autonomía de la voluntad, sino simplemente se trata de encuadrarla en el

lugar que le corresponde. Pensemos, además, que si en último término somos incapaces de saber si la

sociedad es interna o externa, estamos ante un dato de vital importancia atinente al objeto del contrato,

pues afecta al nacimiento o no de un patrimonio social y a la propia vida de la sociedad, y en ese sentido,

el artículo 1289 CC asume, en último término, la nulidad del contrato, solución ésta que resulta

excesivamente traumática, teniendo en cuenta sus efectos, y que no tenemos por qué asumir si el

legislador ha optado por configurar la personalidad de la sociedad civil en un sentido concreto. Diferente

hubiera sido que el legislador hubiese dejado total libertad a las partes para configurar a la sociedad civil

con o sin personalidad jurídica, pero ninguna de esas situaciones fuese regla general ni excepción: en

dicho caso extremo sí que no tendríamos elemento alguno para decantarnos por la personificación de la

sociedad o por su falta de personalidad jurídica, con todo lo que ello conlleva.

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Por ejemplo, imaginemos que se celebra un contrato de sociedad civil, pero las partes

no tienen interés en que dicha sociedad actúe como ente frente a terceros y no se dota de

organización cara a mantener relaciones externas, sino que se autoriza a un socio, a

varios o a todos, a operar en su propio nombre cuando sea necesario tener contacto con

algún tercero. Los socios pretenden rentabilizar una explotación agrícola entre ellos,

repartiendo gastos, pérdidas y ganancias, pero sin operar como sociedad. Esta sociedad

será existente como tal contrato, pero existe interés en no aparecer como tal ente frente a

terceros, porque el interés lo satisfarán perfectamente sin dicho contacto como norma

general, por lo que mantendrán reservados sus pactos y su propia existencia y, para

evitar aparecer como ente en el mercado, si es necesario contratar, los socios contratarán

en su propio nombre con terceros. Todo ese proceder, se comprueba, se deriva de la

propia configuración que se imprimió al pacto. Configuración que excede de las meras

cláusulas de ocultación o de representación indirecta a las que aluden los autores

defensores de ideas estructuralistas: debemos interpretar el pacto constitutivo y de él

deducir el carácter interno o no de la sociedad pactada. Por ello, la regla general será

que toda sociedad es, en principio, externa, salvo que se configure como interna694. Y el

artículo 1679 CC completa el argumento: la sociedad comienza desde el momento

mismo de la celebración del contrato, si no se ha pactado otra cosa. Esto incluye, en

principio, la personalidad jurídica como regla general.

694 La importancia de la autonomía de la voluntad es vital. Ésta puede llegar hasta a provocar una

separación patrimonial en la sociedad personificada, derogando inter partes la responsabilidad que diseña

el artículo 1698 CC (incluso frente a terceros del modo que estudiaremos). Y si en algo la autonomía de la

voluntad no regula la cuestión oportuna, debemos integrar dicha falta con la regulación legal existente

(por ejemplo, que no se haya diseñado un órgano de administración por los socios).

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Por tanto, nos integramos plenamente dentro de esquemas estructuralistas695. Por otra

parte, debemos diferenciar la adquisición de la personalidad jurídica por parte de la

sociedad civil de la posible oponibilidad o utilizabilidad de sus pactos: son planos

diferentes, y para adquirir la personalidad jurídica no, pero para esta segunda situación

sí es imprescindible la existencia de esa publicidad de hecho de los pactos. Como ocurre

con cualquier clausulado contractual que se pretende oponer a un tercero basándonos en

criterios de buena fe, exige ese conocimiento o esa posibilidad de conocimiento si se

hubiese sido diligente, y en algún caso, incluso el consentimiento. Pero son dos

cuestiones diferentes: una sociedad interna cuya existencia termine siendo conocida por

el tercero al contratar puede oponerle algún pacto cuando manifieste su existencia. Pero

no por darse a conocer la sociedad civil adquiere personalidad jurídica.

La regulación del artículo 1669 CC sintoniza perfectamente con la concepción de la

personalidad jurídica como emanación de la autonomía de la voluntad de las partes,

pese a que su redacción es manifiestamente mejorable y a que la autonomía de la

695 Debemos reconocer que no en todo momento hemos defendido esta postura del modo exacto en que lo

hacemos ahora: en cierto trabajo anterior (“Sobre la personalidad jurídica de la sociedad civil”, cit., p. 5)

nos acercábamos a la posición estructuralista que ahora defendemos como la más acertada, pero además

dejábamos abierta la posible inclusión, dentro del artículo 1669, de otras sociedades en las que de alguna

forma se tuviera en cuenta no sólo la voluntad de los socios, sino su conducta posterior. Estudiando con

cierto detenimiento la cuestión estimamos que tener en cuenta la conducta posterior de los socios es

fuente de grave inseguridad y no resulta una interpretación armónica y congruente con la propia letra del

precepto, pues el celebrar contratos en su propio nombre con terceros, realmente, como estudiaremos, no

es más que una consecuencia de la configuración pretendida por las partes. Por ello, debe minimizarse su

importancia y no caer en argumentaciones que conduzcan a problemáticas consecuencias, como sería toda

argumentación que exigiese valorar la conducta posterior de las partes. Debemos, por tanto, criticar

aquella posición apuntada entonces y corregirla ahora, para que nuestro sistema sea totalmente acertado.

Ello no obsta para que pueda existir un pacto modificativo del carácter de la sociedad, incluso

manifestado primordialmente por medio de los actos de los socios, para que exista modificación del

carácter de la misma. Pero es otro tema.

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voluntad debe tener ciertos límites696. Además, con este artículo la intención principal

era ser riguroso desde el punto de vista técnico-jurídico y no proteger a esos terceros

que nunca tuvieron posibilidad de conocer esa apariencia de cotitularidad que puede ser

la base de la remisión posterior. Como se ha visto en su momento, se parte de esa idea

de que la comunidad de bienes es el género y la sociedad civil la especie, y se es

riguroso con esa configuración: un patrimonio en común que no tiene una sociedad

como propietaria no es más que una comunidad entre los aportantes. Y a esta sociedad

insertable en el artículo 1669 CC la denominaremos sociedad interna, debido a que se

pretende no tener relaciones como tal sociedad con terceros697. En cualquier caso,

consecuencia de ello es que la sociedad no operará como ente en el mercado y, por

tanto, los socios que gestionen el interés común celebrarán los contratos en su propio

696 Las partes configuran la sociedad civil como estiman oportuno, con o sin personalidad jurídica, y

pueden pactar “desnaturalizaciones” de ese carácter personalista que el CC reserva para la sociedad civil.

Por ejemplo, pactos que eviten la responsabilidad de los socios del artículo 1698 CC, o que modifiquen

las causas de extinción del artículo 1700 CC o eviten la aplicación de alguna de ellas. Pactos válidos entre

ellos y perfectamente vigentes. Sin embargo, para que pudieran ser operativos respecto de terceros en

general, debido a que no existe un registro donde inscribir estas sociedades y que dicha configuración

resultase cognoscible por todos, debe ponerse en conocimiento de cada tercero con el que operan y, en su

caso, que éste consienta dicha operatividad (caso de las limitaciones de responsabilidad). Por ello, pese a

que las partes pueden celebrar este tipo de pactos, no resultan operativos de modo general en el mercado y

la sociedad no puede operar como se ha pactado frente a todos salvo que lo manifieste sistemáticamente

cada vez que contrata. De lo contrario, sería necesaria la existencia de una inscripción registral para ello.

En general debe acudirse a la regulación del CC, que es la que “espera” el tercero que conoce que está

frente a una sociedad civil pero no tiene acceso a sus pactos configuradores y nadie le ha puesto en

conocimiento, ni pudo hacerlo él, de la existencia de ningún tipo de pacto que altere ese diseño. 697 Otras denominaciones nos parecen erróneas o de menor interés: así, por ejemplo, no es exactamente

una “sociedad secreta”, pues la cuestión relevante es de configuración y una sociedad puede ser

perfectamente interna sin ser secreta (como ocurre con la cuenta en participación mercantil), ni oculta, así

como tampoco irregular, que sugiere la presencia de defectos formales. Es interna porque las partes no

quieren que surja un ente moral del contrato, desean que éste se mantenga en un plano interno entre ellos,

y esa voluntad se manifiesta de modo expreso (pactando cláusula de secreto o de “representación

indirecta” o alguna otra expresa, o estableciendo una configuración oportuna) o bien de modo tácito.

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nombre (no podía ser de otra forma: no existe ente, no pueden sino contratar en su

propio nombre), aunque ello lo trataremos en el próximo apartado.

Por lo tanto, la sociedad encuadrable en el artículo 1669 CC no es la no inscrita en el

Registro mercantil u otro, la sociedad irregular ni la que no ha tenido una suficiente

publicidad de hecho, sino aquella configurada, expresa o tácitamente, para no tener

relaciones con terceros como tal ente, y de dicha configuración se deriva que sus pactos

se reserven entre los socios y éstos contraten con terceros en su propio nombre, con la

intención de que la sociedad no actúe como ente en el mercado. En Francia, desde 1978,

las sociedades civiles se personifican tras su inscripción registral, algo que permite dejar

a la autonomía de la voluntad de los contratantes la voluntad de que de la sociedad se

derive una persona jurídica o no. Pero a la hora de saber qué sociedades no se llevan al

registro, los redactores de la ley francesa tenían en mente aquellos supuestos en los que

no es necesario actuar como ente en el mercado, bien porque se iba a disolver la

sociedad, bien porque las partes no lo necesitan para satisfacer sus intereses, bien

porque eran sociedades anteriores a la reforma y siguen un régimen especial. Interesa

especialmente el caso segundo: como no es necesaria la personificación, no se pretende

ni reconoce, en argumento claramente estructural698.

En nuestro país no existe la sociedad sin personalidad jurídica que pretenda operar

como ente en el mercado, pues el reconocimiento general de personalidad hace diferente

nuestra situación respecto de otros países: en Alemania no se reconoce legalmente de

modo expreso la personalidad jurídica en el caso de la sociedad civil, aunque ahora

razones prácticas lo aconsejan, como vimos, ni en Portugal. Tampoco es nuestra

sociedad interna la sociedad oculta que se diseña en Derecho italiano, donde se piensa

698 En concreto, se tenían en mente los casos de gestión de ciertos bienes familiares y de los pequeños

negocios agrícolas, en los que la personificación no aporta nada sustancial para satisfacer los intereses de

las partes (sobre esto, vid. BEZARD, P.: “Sociétés civiles...”, cit., núm. 278, p. 125).

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más en la existencia de una sociedad perfectamente constituida y que actúa como tal,

aunque cuenta con la presencia de posibles socios ocultos, y la gran preocupación

doctrinal reside, principalmente, en atender a la responsabilidad del socio oculto en caso

de quiebra del grupo699 (recordemos que la sociedad simple no goza de personalidad

jurídica y ello no es dato excepcional).

5.3. Circunstancias a las que alude el artículo 1669 CC: la sociedad interna plasmada en

este precepto

Una vez repasada la concepción que estimamos más acertada, siempre basándonos

en el artículo 1669 CC, vamos a ocuparnos expresamente, por último, de los

presupuestos que destaca el precepto para aludir a estas sociedades. Éstos, como hemos

visto, no son más que consecuencia de la configuración que se ha imprimido a la

sociedad, sociedad interna. Procede, por tanto, detenerse en cada uno de ellos y ver si es

la suya la mejor redacción posible o sería interesante propugnar la reforma del precepto.

El primer factor al que alude expresamente este artículo es que los pactos

permanezcan secretos entre los socios. Exige, por tanto, una conducta por parte de

699 En este sentido, es perfectamente comprobable si se repasan los principales trabajos doctrinales al

respecto. Vid. BRACCO, B.: “Le società commerciali non manifeste”, Milano, Dott. A. Giuffrè Editore,

1938; BIGIAVI, W.: “L’imprenditore occulto”, Padova, CEDAM, 1954; BIGIAVI, W.: “La sentenza c.

d. di estensione del fallimento alla società oculta”, Rivista di Diritto Civile, 1956-I, pp. 336-371;

BIGIAVI, W.: “L’imprenditore occulto nella società di capitali e il suo fallimento “in estensione”, en

Scritti in ricordo di Ferdinando Salvi, Incola Zanichelli Editore, Bologna, 1960, pp. 51-83; BIGIAVI,

W.: “Difesa dell “imprenditore occulto””, Padova, CEDAM, 1962; PAVONE LA ROSA, A.: “La teoría

dell “imprenditore occulto” nell’opera di Walter Bigiavi”, Rivista di Diritto Civile, 1967-I, pp. 623-686;

BIGIAVI, W.: “Imprese di finanziamento come surrogati del “socio tirano” – Imprenditore occulto”, en

Scritti in memoria di Alessandro Graziani. Impresa e società, vol. I, Morano Editore, 1968, pp. 79-133. a

modo de resumen general, y aunque defienda posturas diferentes de las nuestras, vid. TENA PIAZUELO,

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todos los socios: la intención es la de que esos socios hayan decidido que no sólo el

contenido, sino la mera existencia de ese pacto social no sea conocida por terceros. “La

publicidad de los pactos de sociedad se halla terminantemente prescrita por el artículo

1669”, indicaba expresamente GONZALO DE LAS CASAS700. Maticemos esta

afirmación, pues, además, debemos determinar exactamente a qué tipos de pactos alude,

teniendo en cuenta, en primer lugar, que dependiendo de la visión que se tenga del

artículo 1669 la solución será diferente, sobre todo teniendo en cuenta que no se aclara

realmente nada de modo definitivo por parte del legislador701. En segundo lugar,

además, esos pactos constitutivos no son los únicos pactos que pueden existir en el seno

de la sociedad civil, sino que caben otro tipo de pactos, posteriores, entre los socios que,

igualmente, pueden pretender cierta reserva, incluso con cierta operatividad, que no

sean encuadrables dentro de la órbita del artículo 1669 CC, y deben ser diferenciados de

los pactos a los que alude el artículo 1669.

Lo que deba entenderse por pacto secreto dependerá de la concepción que se

defienda respecto de las sociedades que se encuadren dentro del artículo 1669 CC, y

I.: “El contrato de sociedad civil y las sociedades irregulares en los derechos español, francés e italiano”,

ADC, 1999-IV, pp. 1478-1480. 700 GONZALO DE LAS CASAS, J.: “Aplicación práctica del CC español a todos los actos y contratos

que comprende formulados según deben redactarse ó comentario teórico-práctico general del mismo”,

Oficina de la Gaceta del Notariado, Madrid, 1889, p. 601. 701 Así, señalaba FALCÓN que “Para su constitución (de la sociedad) sólo se requieren las personas

capacitadas para obligarse, y que den publicidad al pacto que forman libremente para que públicamente

conste el nacimiento de la nueva personalidad jurídica. Exige con tal rigor la ley esta publicidad, que

niega personalidad jurídica a toda asociación que mantenga secretos sus pactos; pero no determina el

modo de dar cumplimiento a esta publicidad. Ignórase que lo mismo, porque el código no lo ha resuelto,

si se entenderá bastante publicidad la de los anuncios, prospectos, carteles, rótulos y demás medios a que

ordinariamente se recurre para hacer notorio un hecho de esta naturaleza. Y la ley no ha prescrito una

forma general de publicidad, porque no podía imponer una misma a toda clase de sociedades. No podría

imponer, por ejemplo, la inscripción en los Registros o la publicación en la Gaceta de la escritura

constitutiva de la sociedad, porque no toda sociedad se constituye en Derecho civil por medio de una

escritura pública” (FALCÓN, M.: “Código civil español”, Tomo IV, Ed. Góngora, 1889, pp. 313-314).

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nosotros ya hemos expuesto la opción que estimamos acertada. No se refiere el artículo

1669 a los pactos de la sociedad que no se inscribió en el Registro Mercantil, pues se

habría señalado expresamente en la ley, a pactos que ni se elevaron a escritura pública,

pues no es correcto pretender de la misma la publicidad frente a terceros702, ni a los

pactos reguladores de una sociedad de la que no existe publicidad de hecho, sino a

aquellos que permanezcan reservados entre las partes de tal modo que la propia

existencia de la sociedad no sea conocida por terceros a ella al operar en el mercado.

Tampoco pueden ser, por otra parte, equiparados a los posibles pactos reservados en

el seno de las sociedades mercantiles citados en la legislación mercantil, pese a la

opinión de CASTÁN TOBEÑAS, debido a la importancia diferente de la inscripción en

cada caso: el pacto reservado al que alude la legislación mercantil es el pacto celebrado

por todos o algunos de los socios de una sociedad perfectamente constituida y que no se

plasma en la escritura social que accede al Registro. Pero la sociedad existe, disfruta de

su plena personalidad jurídica y tiene un contrato estatutario perfectamente delimitado y

susceptible de conocimiento por terceros, no como en el caso que nos ocupa.

El secreto, por tanto, es algo pretendido por las partes al no configurar a la sociedad

como ente que opera como tal en el mercado, e instrumental respecto de la

configuración de la sociedad: como es sociedad interna, los pactos se mantendrán

reservados entre los socios generalmente, pues la sociedad no operará como tal ente. Por

lo tanto, no cabe que el secreto del que habla el artículo 1669 afecte únicamente a

702 La escritura pública no garantiza la publicidad de los mismos. Ello se puede deducir de la lectura del

artículo 32 de la Ley Notarial, que prohíbe extraer del edificio en que se custodien ni la escritura matriz ni

el libro protocolo, ni siquiera por decreto judicial u orden superior, salvo para trasladarlo al archivo

correspondiente o en casos de fuerza mayor. El artículo 274 del Reglamento notarial, por su parte, es

claro: “los protocolos son secretos”. Sin embargo, alguna sentencia equiparó pacto secreto al no elevado

a escritura pública, como la STS 19-1-1976, que señalaba expresamente que los pactos sociales eran

secretos al no constar en forma pública.

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algunos de los pactos, como planteaba BLASCO GASCÓ703, ni siquiera a todos pero

exteriorizando la existencia del vínculo social, sino a la existencia de la sociedad en sí,

que no se presentará como tal al operar en el tráfico. Existirá sociedad como contrato

pero no como persona jurídica, que es lo que se deduce del artículo 1669 CC. Pese a que

no coincidimos con SCAEVOLA en su argumentación, nos parece muy acertado su

comentario al señalar que el artículo 1669 no exige una publicidad total y absoluta del

clausulado estatutario, pues si se pretendiese se habría hecho hincapié en ello, e incluso

se hubiese diseñado algún tipo de registro donde inscribir las sociedades civiles704.

Tampoco se refiere esta redacción a aquellos pactos que sean alcanzados por las

partes al margen del pacto constitutivo o de la imagen ofrecida a terceros, pero

existiendo la sociedad como ente externo705, donde la cuestión será de falta de posible

oponibilidad de los pactos frente a terceros, pero no de falta de personalidad jurídica.

Desde nuestro punto de vista debemos derivar el pretendido secreto de estos pactos

de la configuración como sociedad interna de la sociedad por parte de los contratantes

del mismo, configuración que se derivará de la existencia de pacto expreso en dicho

sentido (cláusula de ocultación o pacto que promueva esa reserva), o bien de la

predisposición de esa sociedad para no tener relaciones con terceros como tal sociedad.

Entendemos que deben encuadrarse aquí aquellos casos en los que a los terceros no

resulta posible conocer que contratan con una sociedad, precisamente porque la

703 BLASCO GASCÓ, F.: Los contratos societarios, cit., p. 808. 704 SCAEVOLA: comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 780. 705 Por ejemplo, existe una sociedad civil que opera como tal en el mercado, y las partes, o alguna de

ellas, alcanzan determinado pacto al margen del contrato constitutivo o estatutario. El matiz es

importante: la sociedad como ente existe y opera como tal, y al margen de ello, existe este pacto en

cuestión. Imaginemos que la sociedad X opera en el mercado como tal sociedad, e incluso ha sido inscrita

en el Registro mercantil bajo la vigencia de la reforma citada de 1998. Pero al margen de lo que se

disponga en dicha inscripción, las partes han acordado un reparto en las ganancias diferente del allí

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sociedad se ha configurado como interna. Por ello, se encuadran aquellos casos en los

que la sociedad permanece desconocida para terceros como tal, pero no aquellos donde

se sabe que existe sociedad aunque sus pactos permanezcan secretos total o

parcialmente, pues en dichos casos la sociedad se muestra como tal en el tráfico, aunque

parezca contradecir el tenor literal del artículo 1669, en el primero de los casos706. Es

más, éste será el caso general apreciable en la práctica707.

En el caso de que se conozca la existencia de la sociedad, pero se desconozcan sus

pactos o sólo alguno de ellos se mantengan reservados entre las partes, estamos

realmente ante otro problema, que es el de la falta de oponibilidad de los mismos, pero

no dentro de la órbita de acción del artículo 1669 CC. Aludimos a aquellos pactos

celebrados al margen de la vida social reglada, pero conectada con la misma, que

permanecen reservados entre los contratantes que los han celebrado y no llegan a

conocimiento de terceros al mismo. Dichos terceros pueden pretender ese conocimiento,

de modo específico o genérico, o no pretenderlo, pero en todo caso saben que existe una

sociedad civil, puede que incluso conozcan determinados pactos reguladores de la

expuesto, por ejemplo, pretendiendo que nadie lo conozca. Ese pacto estará al margen de la vida reglada

de la sociedad, y no será encuadrable dentro de los pactos a los que alude el artículo 1669 CC. 706 Así, la STS 13-3-1930 indicaba que las prescripciones del párrafo primero de este artículo (1669),

inspiradas en la necesidad de que sean conocidos todos los pactos de las sociedades civiles, se refieren

exclusivamente a los socios,...... Desde nuestro punto de vista, no es ésa la filosofía inspiradora del

artículo 1669 CC, que no debe pretender que los terceros conozcan todos los pactos reguladores de la

sociedad, sino que conozcan que se contrata con una sociedad que opera como tal. 707 En este sentido, SCAEVOLA indicaba que era necesaria la publicidad de los pactos constitutivos, pero

ello no quería decir que debieran conocerse con todo detalle, sino que era suficiente un conocimiento

superficial y bastando con que lo sean únicamente en lo que afecta a terceros, pues aquellos otros de

carácter adjetivo que afecten únicamente a los socios y no rocen los elementos esenciales del contrato,

no es necesario que sean públicos (SCAEVOLA: comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 780). Incluso si

nos moviésemos en parámetros no estructuralistas, debemos concluir que en este supuesto no estamos

ante una sociedad con pactos secretos, pues se manifiesta como tal frente a terceros. Como vimos, será la

situación más frecuente, que operen sociedades civiles conocidas como ente, pero de las que se

desconozcan sus pactos reguladores, por propia configuración de la publicidad en su regulación.

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misma, pero desconocen estos otros, incluso su propia existencia posiblemente. El

problema será de oponibilidad e utilizabilidad del mismo, no de personalidad jurídica708.

Por otra parte, debemos resaltar que estos pactos que pretendemos diferenciar de los

que menciona el artículo 1669, pese a conectarse con la actividad social709, se celebran

al margen de los pactos constitutivos. Sin embargo, esta idea que ofrecemos de pacto

secreto no es extrapolable al caso mercantil, donde la diferente operatividad del

Registro mercantil influye de modo determinante. En la órbita mercantil, con sociedad

inscrita en el Registro, los pactos reservados serán los que no consten registralmente

pero existen, según se deduce de artículos como el 119 del C de c, 7 LSA o 11.2 LSRL.

708 Por ejemplo, imaginemos que una sociedad civil opera como tal en el tráfico jurídico (no es sociedad

interna, lo que provoca que no sea afectada por el artículo 1669 CC), y entra en contacto con un tercero a

la misma, que solicita información sobre las normas reguladoras de dicha sociedad, con objeto de

conocer, al menos someramente, su situación antes de tener relación con la misma (por ejemplo, sobre

cuestiones patrimoniales, ya que no se conocen bienes inmuebles a su nombre, y el tercero que entra en

contacto está interesado en este dato, así como sobre pactos concretos en lo tocante a reparto de

beneficios, porque también es acreedor de un socio, y le interesa conocer dicho dato). En dicha sociedad

puede existir, por ejemplo, un pacto en el contrato constitutivo por el que se fijan las proporciones

necesarias para realizar el reparto de beneficios entre los socios. Sin embargo, de modo ajeno a dicho

pacto, las mismas partes fijaron otra proporción diferente sin modificar el pacto “oficial”, con la intención

de que nadie tuviese conocimiento del mismo. A la hora de exponer a ese tercero los pactos sociales que

se estiman de interés de esa sociedad, directamente, se le describe un análisis general que obvia dicho

dato, o, incluso el tercero, ante la falta del mismo, se interesa por él y se le hace partícipe del dato tal y

como consta en el contrato constitutivo, y no conforme a ese acuerdo al que han llegado las partes

posteriormente. Ese pacto debe considerarse secreto, sin que deba operar el artículo 1669 CC, sino que el

problema será de inoponibilidad frente al tercero de dicho pacto concreto (pensemos que la existencia de

este pacto no le dejaría indiferente, como acreedor que es). 709 Los pactos que nos interesan serán aquellos que puedan resultar relevantes para la actividad social

desempeñada por la sociedad civil, ya que si el pacto se celebra, pero nada tiene que ver con el objeto

social no nos interesa a la hora de valorar posibles influencias respecto de contrato constitutivo. Las

partes en una sociedad tienen su vida privada y profesional al margen de la misma, y nada impide que

lleven a cabo los pactos, totalmente ajenos a la actividad de la misma, que estimen oportunos al margen

de la sociedad, incluso entre socios. Por ejemplo, pensemos en la celebración de un contrato de

arrendamiento de una finca rústica entre dos socios de una sociedad civil que no está vinculada a la

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Y estos contratos no incluidos en el artículo 1669 pueden ser de diversas clases,

conforme a su relación con el pacto constitutivo de la sociedad, pues no es lo mismo

que contravengan dicho pacto constitutivo710, que no lo contravenga711 o que dicho

pacto, haya sido celebrado entre todos o sólo entre algunos de los socios712.

El segundo factor al que alude el artículo 1669 CC es el de que cada uno de los

socios “contrate en su propio nombre con los terceros”. Esto será consecuencia del

pacto contractual, bien expresa (porque exista pacto de ocultación, de “representación

indirecta” u otro, o bien configuración expresa en este sentido), bien tácita.

La clave, como venimos defendiendo, es de configuración: la sociedad no aparecerá

como ente en el mercado porque no existe, por lo que deben contratar los socios en su

propio nombre, no en el de un ente inexistente (así lo configuró ya en su día

LAURENT, como sabemos, en el antecedente de esta regulación). Estamos ante una

actividad de dicha sociedad. En ese caso, estamos ante un pacto que, realmente, no nos resulta de interés

para nuestro estudio, como fácilmente puede comprenderse, pues no se conecta con la actividad social. 710 Pactos que contravengan algún apartado del pacto estatutario. Si se celebraron entre todos los socios,

realmente estamos ante una modificación del pacto regulador, aunque será inoponible a los terceros a la

sociedad, en la medida en que se mantiene reservado entre los socios. Pero si se celebraron entre algunos

socios no es así, y choca la libertad contractual de los particulares con los límites dentro de los cuales

pueden éstos moverse, por haber pactado un contrato de sociedad o haberse integrado en ella. Su validez

dependerá de si esa contradicción es en un dato relevante o fundamental para la esencia o actividad social

o no es así, algo que debe valorarse caso por caso: en este último caso el pacto será válido entre dichas

partes (imaginemos, por ejemplo, que existe una proporción pactada sobre los beneficios y pérdidas y dos

contratantes fijan otra alternativa para que opere únicamente entre ellos). Si estamos ante un dato

esencial, sin embargo, las partes estarían faltando a su deber de fidelidad con la sociedad y contraviniendo

el pacto social existente (por ejemplo, esas partes pactan no cumplir alguna o todas las obligaciones

esenciales que les incumben respecto de la sociedad). Como los contratantes conocen dicha contradicción,

es evidente que los motivos que les inspiran al faltar a ese deber citado pueden elevarse a la categoría de

causa y podemos considerar nulo el pacto, ante la ilicitud causal existente (artículo 1275 CC). 711 En este caso parece perfectamente lógica la operatividad inter partes del pacto. 712 Obviamente, estos pactos también pueden celebrarse entre los socios de una sociedad personificada.

Imaginemos que varios socios de la sociedad se comprometen a distribuir entre ellos las ganancias del

modo en que decidan, diferente del pactado en el contrato social.

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sociedad en la que los pactos se mantienen reservados entre los socios en el sentido

expuesto anteriormente, y en la que el socio actúa en su propio nombre sin poner de

manifiesto al tercero que contrata con una sociedad.

Y nos movemos en un ámbito muy próximo al de la representación indirecta, aunque

no lo sea, pues no existe una persona representada como tal, cuestión en la que nos

detendremos en su momento713. La situación es parecida, aunque no se cita como

ejemplo cuando se estudia ésta pues realmente no lo es714: existe representación

indirecta “cuando el agente o gestor actúa en su propio nombre con el tercero con quien

contrata, de manera que es él y no el dominus quien queda directamente vinculado por

el contrato”715. Por lo tanto, la actuación es mediata: se actúa en nombre propio e interés

ajeno, y sólo de modo indirecto, a través de una actividad posterior del gestor, repercute

en la esfera jurídica del dominus la gestión realizada716.

713 La sociedad no goza de personalidad jurídica, por lo que no existe representado como tal. El socio

actúa gestionando los intereses de la sociedad interna, que es como decir el interés común de los socios,

entre ellos él mismo (pero común, no el interés particular de cada uno de ellos). Otra nota, además, viene

a enturbiar esa posible configuración de la situación dentro del ámbito de la representación, y es que el

socio presunto representante no gestiona intereses ajenos a los suyos, sino que estos intereses también son

sus intereses, él no es extraño a ellos. Por otra parte, tampoco es exacto que se produzcan en todo caso

efectos en el patrimonio del actuante, pues éste gestiona los intereses de la sociedad interna, y el supuesto

general será el de que la misma interiorice la operación directamente, aunque frente al tercero sea el

actuante, como particular, el que opera. 714 En nuestro país se suele aludir en todo caso como ejemplos al artículo 1717 CC, así como al artículo

246 C de c., supuestos ambos de representación indirecta stricto sensu. 715 DÍEZ-PICAZO, L.: “La representación en el Derecho Privado”, Ed. Civitas, Madrid, 1992, p. 45. 716 En este sentido, GASPAR ALFARO, J.: “La representación indirecta”, en “Estudios de Derecho

Privado” dirigidos por ANTONIO DE LA E. MARTÍNEZ-RADÍO, vol. I, Ed. Revista de Derecho

Privado, 1962, p. 313. La representación indirecta resulta perfectamente encuadrable dentro de la órbita

más general de la representación (DÍEZ-PICAZO, L.: “La representación....”, cit., pp. 46-48), pues, pese a

que no existirá relación jurídica entre representado y tercero, tiene en común con la representación directa

la base sustancial del fenómeno, esto es, “el interés por un interés ajeno, al que se une la ajeneidad del

negocio concluido por el representante” (PUGLIATTI, S.: “Studi sulla rappresentanza”, Milano, Dott. A.

Giuffrè Editore, 1965, p. 402).

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En el caso que nos ocupa se actúa por cuenta de una sociedad que no existe como

ente y que no tiene intención de hacerlo, y, además, el interés gestionado no es ajeno al

representante717. El gestor actúa en beneficio del interés de la sociedad interna. Por

tanto, no existe representación indirecta stricto sensu, aunque la estructura sea

parecida718: a ese grupo de socios no personificado le interesa tener contacto con

terceros, y como no actuará como ente, lo hará el socio, que para actuar en sintonía con

la filosofía de la sociedad interna, contratará en su propio nombre.

Esta forma de operar no debe confundirse con la citada en el párrafo segundo del

artículo 1698 CC719: éste señala que “la sociedad no queda obligada respecto a tercero

por actos que un socio haya realizado en su propio nombre o sin poder de la sociedad

para ejecutarlo; pero queda obligada para con el socio en cuanto dichos actos hayan

redundado en provecho de ella”. Piensa este precepto en relaciones que no se pueden

calificar de sociales, pero que se contraen por cuenta de los intereses de la sociedad720.

Puede, por tanto, darse el caso de que el socio celebre algún contrato en su propio

nombre, y que ese contrato produzca esos efectos que aquí se pretenden aclarar. Por

ello, cuando un socio celebra un contrato en su propio nombre con alguien ajeno a la

sociedad, no necesariamente entra ya la propia sociedad bajo la órbita del artículo 1669

CC, sino que para que ello ocurra dicha actuación en el mercado debe ser fruto de la

configuración como interna de la sociedad civil, que será la causa de que se contrate de

ese modo por los terceros en el caso del artículo 1669.

La diferencia entre ambos casos está en que, en el supuesto del artículo 1669, el

tercero que contrata con el socio no tiene la posibilidad de conocer que existe una

717 Salvo que no sea un socio el que actúe, sino un tercero que profesionalmente gestiona el interés social. 718 De hecho, hay quien ha defendido su presencia, como TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de

sociedad civil irregular......”, cit., pp. 329-340, expresamente p. 333. 719 En este sentido, GULLÓN BALLESTEROS, A.: “Curso de Derecho Civil...”, cit., p. 356.

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sociedad y que está contratando con ella, pues la sociedad es interna y se conducirá del

modo expuesto habitualmente, mientras que en este otro caso es conocida la existencia

de la sociedad en el mercado (aunque no por su contratante en este negocio concreto),

porque actúa como ente, sin perjuicio de que el socio haya celebrado el contrato de este

modo tan particular en este caso (para que la sociedad quede obligada por el contrato

celebrado por su socio, debe haberse conducido conforme al artículo 1697 CC721).

Dependiendo de la opinión sustentada por cada autor, el tratamiento que se ha

ofrecido a este segundo presupuesto ha sido muy diferente. Para los autores que

defienden posiciones estructuralistas, ideas que acogemos en nuestra exposición, este

segundo requisito no es más que otra consecuencia de la propia configuración de la

sociedad: las partes han establecido la reserva de los pactos sociales para evitar que la

sociedad se manifieste exteriormente y, como consecuencia de ello, los socios

contratarán en su propio nombre con los terceros722.

PAZ-ARES723, por ejemplo, estima que esta sociedad a la que alude el 1669 no es la

que desarrolla su actividad mediante la representación indirecta, sino que contiene una

cláusula contractual que impide la utilización del nombre del grupo –el expendere

720 CAPILLA RONCERO, F.: comentario a arts. 1697 y 1698 CC, en “Comentarios.....”, cit., p. 516. 721 Este artículo exige, para que la sociedad quede obligada con un tercero por los actos de uno de los

socios, en primer lugar, que el socio haya obrado en su carácter de tal, por cuenta de la sociedad; en

segundo lugar, que tenga poder para obligar a la sociedad en virtud de un mandato expreso o tácito; por

último, que haya obrado dentro de los límites que le señala el poder o mandato. 722 Repasando otras opiniones, quien ha vinculado la adquisición de personalidad jurídica a la inscripción

registral de la sociedad no ha estudiado esta cuestión, porque realmente, para ellos basta con la no

inscripción de la sociedad para considerar que no se adquiere la personalidad jurídica, sin que se deba

valorar conducta posterior alguna de los socios. La obvia, sin más. Los defensores de la doctrina de la

publicidad de hecho, sin embargo, han sobrevalorado esta actuación posterior de los contratantes: el

artículo 1669 no permite calificar a una sociedad en ningún sentido en el momento de formalización del

pacto constitutivo, sino que la actuación posterior de los socios es relevante para concluir la existencia o

inexistencia de personalidad jurídica en el grupo asociativo. 723 PAZ-ARES, C.: voz “Sociedad interna”, cit., p. 6332.

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nomen societatis- en el tráfico. Todo previamente pactado desde el primer momento,

por lo tanto. PANTALEÓN PRIETO, por su parte, se plantea la siguiente cuestión:

“¿No es obvio, por el contrario, que dicha frase (que cada socio contrate en su propio

nombre con terceros) describe con gran precisión la forma de contratar con los terceros

típica de los socios de una sociedad interna (cfr. art. 241 del Código de Comercio)?”724.

GARRIDO PALMA recuerda que si la sociedad se configura como interna, “si alguna

relación con extraños fuere necesaria, basta con las normas comunes del apoderamiento,

no es necesario acudir a un organismo propio de los entes sin personalidad jurídica”725.

Este segundo requisito de contratar el socio en su propio nombre está íntimamente

ligado al primero, es consecuencia de la configuración social, y ambos dan la

orientación de lo que pretende el artículo 1669: los socios celebran contratos con

terceros, pero para que sea aplicable, además, deben ser secretos entre los socios los

pactos sociales, con lo cual el tercero que contrata con la sociedad no sólo no sabe que

existe, sino que piensa que celebra contrato con un particular, persona que actúa en su

propio nombre. La ligazón se deriva de que la citada conducta se deriva del pacto.

Precisamente por ello no será un requisito independiente del primero y equiparable a

él como tal, sino una actuación consecuente con la configuración pretendida por los

socios. Es necesaria su existencia, pero ha despertado bastante menos interés doctrinal

que el primer presupuesto, el del secreto de los pactos, indicio de que su relevancia, de

alguna forma, es menor que la del otro dato a tener en cuenta, ya estudiado.

Además, estos contratos que celebra el actuante en su propio nombre no son

cualquier tipo de contratos, sino que deben ser, en primer lugar, relacionados con el

objeto social de la sociedad, y, en segundo lugar, celebrados con la intención de

contratar vinculando de alguna forma a la misma. Por ejemplo, no será pacto relevante a

724 PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de las sociedades civiles”, cit., núm. 7, p. 25.

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tener en cuenta a estos efectos aquel contrato que celebre algún socio de una sociedad

civil dedicada a reparar vehículos de motor, cuando intervenga en la redacción de un

contrato de agencia con una entidad aseguradora, ya que además de ser socio de la

sociedad es agente de seguros de una compañía determinada. El socio debe celebrar

pactos con terceros de aquellos que interesan al objeto social: por ejemplo, si repara

ciclomotores, que repare el ciclomotor del cliente sin exponer en ningún momento la

existencia de una sociedad y no de un mecánico individual, e incluso extienda una

factura a su nombre, porque así lo está el negocio, pese a existir el contrato de sociedad

civil con otras personas, contrato cuyo efecto será meramente interno entre las partes.

Repasado el texto del párrafo primero del artículo 1669 CC, debemos plantearnos si

es adecuada su redacción o sería necesaria una reforma. Del precepto se puede

hacer una lectura estructuralista clara, pues los presupuestos en él citados no son sino la

consecuencia de la configuración pactada por las partes726, pero se ganaría en claridad y

seguridad jurídica si se modificara su redacción y se incidiera más en la importancia de

la autonomía de la voluntad de las partes (que no pretenden crear un ente) antes que en

sus consecuencias, como ocurre727. Aún así, la lectura defendida es posible y correcta728.

725 GARRIDO PALMA, V. M.: “Hacia un nuevo enfoque jurídico de la sociedad civil”, cit., p. 771. 726 Y en el primero de los casos expresado de modo deficiente, además, porque esa alusión a los “pactos

(que se) mantengan secretos entre los socios” no va referida literalmente a dichos pactos, como hemos

comprobado, sino, en realidad, a la reserva de la existencia de la propia sociedad. 727 Por ejemplo, un precepto que indicara expresamente que no gozan de personalidad jurídica aquellas

sociedades en las que las partes no han querido constituir una persona jurídica. 728 Hasta tal punto es exacta esa plasmación del artículo 1669 (con su incorrección, citada en nota 213)

que cuando la doctrina alemana se refiere a la sociedad interna alude a que esta sociedad no participa en

el tráfico y actúa a través de un socio que opera en su propio nombre (en este sentido, ULMER, P.:

“Münchener Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch”. Band 3. Schuldrecht. Besonderer Teil. 2.

Halbband (&& 657-853), München, 1980, cit., p. 311, KESSLER, E.: “Staudinger Kommentar zum

Bürgerlichen Gesetzbuch mit Einfürungsgesetz und Nebengesetzen”, cit., p. 311).

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298

Por último, una vez repasada la sociedad interna descrita, cabe destacar que en algún

caso existirán sociedades que se pretenden configurar legalmente como externas en

todo caso. Tal es el supuesto de las sociedades de abogados stricto sensu reguladas en el

Estatuto General de la Abogacía aprobado por Real Decreto 658/2001, de 22 de junio.

En sus artículos 27 a 29 se ocupa del ejercicio individual, colectivo y multiprofesional

de la abogacía. El artículo 28 se ocupa de las sociedades de abogados, y en su párrafo

primero ya adelanta que pueden adoptar cualquiera de las formas lícitas en Derecho,

incluidas las sociedades mercantiles. Delimita su régimen en ocho apartados, y el

apartado cuarto da la clave para entender estas sociedades como sociedades externas, al

señalar que los abogados “en las intervenciones profesionales que realicen y en las

minutas que emitan deberán dejar constancia de su condición de miembros del referido

colectivo”. Ello impide que los clientes no conozcan que operan con una sociedad, pese

a que hayan decidido acudir a ella en atención a un abogado concreto, pues es otro tema

bastante diferente: la relación es con la sociedad en todo momento, y el cliente lo sabe.

En palabras de ALBIEZ DOHRMANN, la sociedad “debe identificarse en sus

relaciones externas como sociedad profesional, tanto con sus clientes como con el

Colegio de Abogados y las Administraciones, es titular de derechos y obligaciones, se

requiere –aunque sólo formalmente- la inscripción en el Registro especial...”729. Parece

que se pretende configurar esta sociedad como externa, según se desprende del tenor del

precepto citado (los socios no actuarán como los de las sociedades internas, sino como

socios de una sociedad externa que actúa como tal), aunque es bastante matizable que

no puedan existir sociedades internas en este sector del tráfico jurídico730.

729 ALBIEZ DOHRMANN, K. J.: “La sociedad de abogados stricto sensu en el Estatuto General de la

Abogacía”, Diario La Ley, núm. 5665, jueves, 28 de noviembre de 2002, p. 3. 730 Una norma de rango reglamentario no puede contravenir la regulación codificada civil, y el CC es

claro a la hora de permitir estos pactos en general.

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En otros casos la falta de interés por adquirir personalidad jurídica se plasma

legalmente, y nos encontramos con algún supuesto en el que no tenemos una sociedad

que pretenda operar como tal, sino a una unión de empresas meramente temporal y con

intención de colaborar entre ellas para realizar una obra, servicio o suministro concreto,

insertables dentro del grupo más general de las uniones consorciales: son las Uniones

Temporales de Empresas, reguladas en la Ley 28/1982, de 26 de mayo731, aunque de

modo defectuoso, pues la perspectiva es predominantemente tributaria. El artículo 7.1

de dicha ley da el concepto de las mismas, al señalar que “tendrán la consideración de

Unión Temporal de Empresas el sistema de colaboración entre empresarios por tiempo

cierto, determinado o indeterminado para el desarrollo o ejecución de una obra, servicio

o suministro”. El grupo de sociedades es, para algún autor, una “unidad empresarial

resultante de la articulación funcional de diversas sociedades independientes y

autónomas a través de su común sometimiento a una dirección económica ejercida por

otra sociedad”732, y se caracteriza por la carencia de personalidad y capacidad jurídica

de la unidad, la independencia y autonomía jurídica de las sociedades integrantes del

grupo y su vertebración por la dirección unitaria ejercida por la sociedad dominante.

El párrafo segundo de dicho artículo 7 no deja lugar a dudas: “La Unión Temporal de

Empresas no tendrá personalidad jurídica propia”. Y es consecuente con la idea que

defendemos en nuestra investigación, de que sólo las sociedades donde los socios lo

pretendan gozarán de personalidad jurídica: aquí, el legislador configura este tipo social

como sociedad en la que los socios no pretenden operar como ente en el mercado, sino

731 BOE núm. 137, de 9 de junio de 1982. 732 Definición aportada por MASSAGUER, J.: “La estructura interna de los grupos de sociedades

(Aspectos jurídico-societarios)”, RDM, núm. 192, abril-junio 1989, p. 281.

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únicamente colaborar temporalmente para ejecutar una obra, servicio o suministro

concreto733, y de ello se deriva ese desinterés por gozar de personalidad jurídica734.

Aunque podamos considerarlo un caso de sociedad interna (que no secreta, pues

pretende no operar como ente en el mercado, no ocultar su existencia, y normalmente no

lo hace)735, es un supuesto donde la naturaleza es “sumamente controvertida”736.

Fruto de esa posible intención de exteriorizar la existencia de esta colaboración, la

unión goza de ciertos atributos de la personalidad, como la denominación propia737, la

actuación de forma unificada mediante un gerente738, la posibilidad de existencia de un

fondo operativo común739, la imposición a los miembros de responsabilidad ilimitada y

733 Ejecutarlo no como ente, sino como consecuencia de una colaboración entre personas físicas y

jurídicas. Vid. artículo 8. b y 8. c de la Ley reguladora. El primero indica en su párrafo primero que “El

objeto de las Uniones Temporales de Empresas será desarrollar o ejecutar exclusivamente una obra,

servicio o suministro concreto, dentro o fuera de España”. El segundo indica que “La Unión Temporal de

Empresas tendrá una duración idéntica a la de la obra, servicio o suministro que constituya su objeto, pero

siempre con el límite máximo de diez años...”. 734 Algún otro supuesto de base consorcial, como la Agrupación de Interés Económico, sí que goza de

personalidad (artículo 1 de la Ley 12/1991, de 29 de abril, de Agrupaciones de Interés Económico). La

finalidad de los socios al constituirla, “facilitar el desarrollo o mejorar los resultados de la actividad de

sus socios”, no conlleva ese desinterés por presentarse como ente. 735 Que no se dote de personalidad jurídica debido a su temporalidad y a su actuación para un caso “ad

hoc” no es argumento que sirva para negar su naturaleza, pese a que no es falso lo que se señala: es cierto

que se crea para realizar un trabajo concreto y cuando éste termine se extingue la UTE, pero no es menos

cierto que estamos ante una puesta en común para realizar una actividad y obtener un lucro, y eso es una

sociedad. Como no pretende actuar como ente en el mercado, es una sociedad interna. Que sea temporal y

que se constituya para un caso concreto no es más que describir lo que existe, y que sirve para incidir en

su naturaleza societaria y en su condición de sociedad interna. 736 Palabras textuales de PAZ-ARES, que coincide con la consideración aquí defendida (PAZ-ARES, C.:

Capítulo 55: “Uniones de empresas y grupos de sociedades”, en URÍA-MENÉNDEZ, cit., pp.1324-1325). 737 El artículo 8.e) 1 de la Ley lo exige en la escritura pública que incluya los Estatutos, denominación que

será la de una o varias o todas las Empresas miembros, seguida de la expresión <<Unión Temporal de

Empresas, Ley .../..., número...>>. 738 El artículo 8.d) indica que existirá un gerente único de la UTE, con poderes suficientes de todos y cada

uno de sus miembros para ejercitar los derechos y contraer las obligaciones correspondientes. 739 El artículo 8.e) 5 de la Ley admite su posible existencia.

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solidaria frente a terceros por los actos y operaciones en beneficio común740, o el

reconocimiento judicial de su capacidad procesal741.

740 Tal y como establece el artículo 8.e) 8 de la Ley. 741 SSAP Madrid 27-6-1994, Albacete 21-3-1994 y Salamanca 6-5-1997. Sobre ello, vid. EIZAGUIRRE,

J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, cit., nota 75, p. 45.

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CAPÍTULO V. LA SOCIEDAD CIVIL SIN PERSONALIDAD

JURÍDICA (II): RÉGIMEN JURÍDICO

1. Introducción

Tras establecer la existencia de sociedades civiles sin personalidad jurídica en

nuestro ordenamiento, es el momento de estudiar su régimen jurídico. En primer lugar

debemos incidir en que la sociedad seguirá siendo sociedad, pese a que en su régimen

se remita a las normas de la comunidad de bienes742. Esto se confirma en la propia

redacción del artículo 1669, cuando las califica expresamente como sociedades (“... Esta

clase de sociedades se regirá por las disposiciones relativas a la comunidad de

bienes”743).

La naturaleza societaria se ha defendido también por el TS744, y doctrinalmente está

perfectamente asimilada (aunque no siempre lo estuvo745)746. En la parte obligacional

742 En su momento estudiaremos qué preceptos del régimen de la sociedad civil son de aplicación.

Pensemos que el artículo 1669 remite al régimen de la comunidad de bienes, por lo que hay que valorar la

operatividad de dicha remisión y el papel en que queda el régimen de las sociedades civiles. 743 Seguirá existiendo contrato, vinculante entre las partes, y seguirá siendo de sociedad, pues la

personalidad jurídica no es requisito esencial para la existencia de sociedad. 744 Vid., en este sentido, SSTS 12-11-1915, 23-11-1961 y 19-2-1982. 745 En este sentido, debemos recordar las opiniones contrarias de autores como BONEL Y SÁNCHEZ,

MANRESA, BELTRÁN DE HEREDIA o ALBALADEJO. Señalaba BONEL Y SÁNCHEZ que “...no

hay tal sociedad, habrá comunidad de bienes, habrá apoyo mutuo entre dos personas, habrá cualquier cosa

menos sociedad, porque para que ésta exista, (.........) se hace indispensable que de esa confluencia de

voluntades de varias personas naturales, nazca una persona civil, surta una entidad jurídica...” (BONEL Y

SÁNCHEZ, L.: “Código civil español”, Tomo IV, Libro IV, A. López Robert, Barcelona, 1891, p. 680).

MANRESA indicaba que la remisión era lógica, pues estas sociedades no tienen personalidad jurídica,

adolecen de “ese defecto”, y “no existen legalmente y no son eficaces por ser contrarias a la moral y a los

buenos principios” (MANRESA Y NAVARRO, J. M.: comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 408).

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que rige las relaciones entre los contratantes, a la hora de rellenar su contenido si fuera

necesario, debe acudirse a la regulación de la sociedad civil747.

No gozar de personalidad jurídica conlleva, por una parte, limitar los efectos de la

perfección del contrato de sociedad en su vertiente organizativa únicamente a la

existencia de contrato interno, sin personificación de dicho grupo y, por otra parte, no

disfrutar de las consecuencias que dicha personalidad separada de la de los socios lleva

aparejada. Así, al no existir persona, no puede predicarse de ella ni su derecho a gozar

de una denominación y nacionalidad, ni la necesidad de un domicilio o la capacidad

jurídica de que gozaría si estuviese personificada748. Para actuar de modo externo no

BELTRÁN DE HEREDIA, literalmente, señala: “si es la sociedad civil la que no cumple el último de los

requisitos exigidos en la ley para que se la pueda reconocer una personalidad jurídica, por estar sus pactos

secretos y contratar cada uno de los socios en su propio nombre, entonces, ciertamente, como dice el

legislador civil, no existirá una sociedad en el estricto sentido de la palabra, sino una comunidad de bienes

que, por las reglas relativas a ésta, deberá regularse (art. 1669 CC)” (BELTRÁN DE HEREDIA Y

CASTAÑO, J.: “La comunidad de bienes en el Derecho español”, cit., p. 75). Leyendo el precepto del CC

se comprueba que, en contra de esta opinión que exponemos, realmente no dice eso el legislador.

A su vez, ALBALADEJO indica que “la sociedad que carece de personalidad jurídica es sólo una

comunidad de bienes” (ALBALADEJO, M.: “Derecho Civil”, Tomo II, cit., pp. 289).

Otros autores son CANO MARTÍNEZ DE VELASCO, J. I. (“La exteriorización de los actos jurídicos...”,

cit., p. 126), o también PUIG PEÑA o PUIG BRUTAU (sobre ellos, vid. TENA PIAZUELO, I.: “El

concepto de sociedad civil irregular...”, cit., nota 3, pp. 197-198). Curiosa la total inexactitud que

demuestran en este sentido algunos autores de nuestra doctrina tributaria, cuando aluden a “La sociedad

civil, muchas veces llamada comunidad de bienes” (en concreto, TATO PLA, F., BENGOECHEA

SALA, J. M. y SIMÓN MARTÍNEZ, J.: “El IRPF de los empresarios y profesionales. Estudio especial de

la fiscalidad de los agentes comerciales”, Editorial de Derecho Financiero, EDERSA, 1997, p. 69). 746 Hay, sin embargo, quien ha pretendido asemejar la sociedad sin personalidad jurídica a la comunidad

en mano común (ESTÉVEZ, J. L.: “La distinción de condominio y sociedad”, RGLJ, 1947, pp. 681-709),

categoría que es defendida por ciertos autores para configurar las sociedades personalistas en general

(EIZAGUIRRE, J. M. DE: “La subjetivación de las sociedades de personas”, cit., pp. 90-94). 747 Algo que debería hacerse incluso analógicamente, tal y como explica PAZ-ARES, C.: comentario al

artículo 1669 CC, cit., pp. 1371-1372. 748 En este sentido, cabe recordar que el artículo 241 C de c, regulador de las cuenta en participación,

indica que “en las negociaciones (...) no se podrá adoptar una razón comercial común a todos los

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puede operar con órganos sociales inexistentes, sino que las partes deben apoderar

expresamente a alguno de los socios749, o a cualquier otra persona física, o bien

derivarse del pacto social esa legitimación para actuar en el mercado, pero actuando el

gestor en su propio nombre, no por cuenta de un ente inexistente, que será el supuesto

general750.

Procesalmente hablando, como criterio general no puede comparecer en juicio como

ente, pues no goza de capacidad procesal, y por naturaleza carece tanto de legitimación

activa como de legitimación pasiva, salvo que la norma procesal exponga lo

contrario751. Y así parece ocurrir en nuestro caso: la vigente LEC permite en su artículo

6.1.5 que puedan ser parte en los procesos ante los tribunales civiles “las entidades sin

personalidad jurídica a las que la ley reconozca capacidad para ser parte”752. Es lógico,

pues por naturaleza no gozan de la misma. En el caso que nos ocupa, esa ley de interés

es el artículo 6.2 LEC, que establece que se pueda demandar a aquellas entidades que no

hayan cumplido los requisitos legalmente establecidos para constituirse en personas

jurídicas (en nuestro caso, no se constituyó como sociedad externa) y están formadas

partícipes, ni usar de más crédito directo que el del comerciante que las hace y dirige en su nombre y bajo

su responsabilidad individual”. 749 En este sentido, STS 10-7-1995 (M. A. 5555). 750 No será lo más frecuente que se apodere a alguien para actuar en su propio nombre pero gestionando el

interés de los socios o de la sociedad interna, pues normalmente ello se derivará del pacto social

constitutivo. Pero los socios de la sociedad interna pueden entender adecuado que una persona concreta

realice una determinada gestión en beneficio de la sociedad interna, aunque actuando, obviamente, en su

propio nombre. Ello no implica que exista pretensión de actuar como persona jurídica, sino de operar en

el mercado del modo propio en una sociedad interna. 751 La demanda debe dirigirse contra todos los socios, tal y como expresa la STS 20-7-1994 (M. A. 6512). 752 Interesante es la crítica realizada a esta remisión legal por MONTERO AROCA, quien señalaba que

“no acaba de entenderse cómo una ley distinta de la LEC puede reconocerles capacidad para ser parte,

siendo aquélla la norma adecuada para el otorgamiento de ese tipo de capacidad” (MONTERO AROCA,

J. y otros: “Derecho jurisdiccional, II. Proceso Civil”. Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2002, p. 63).

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por una pluralidad de elementos personales y patrimoniales puestos al servicio de un fin

determinado, como en nuestro caso753, pese a que pueda surgir la duda754.

Por tanto, con dicha intención protectora755, se concede esta legitimación pasiva que

requiere para hacerla efectiva el conocimiento de la existencia de la sociedad interna por

parte del tercero, pues de lo contrario dirigirá sus pretensiones únicamente contra

aquella persona con la que contrató. Por último, debemos aclarar la general inexistencia

de un patrimonio social autónomo, aunque esto habrá que matizarlo posteriormente756.

753 Señala literalmente el artículo 6.2 LEC que “Sin perjuicio de la responsabilidad que, conforme a la ley,

pueda corresponder a los gestores o a los partícipes, podrán ser demandados, en todo caso, las entidades

que, no habiendo cumplido los requisitos legalmente establecidos para constituirse en personas jurídicas,

estén formados por una pluralidad de elementos personales y patrimoniales puestos al servicio de un fin

determinado”. Este artículo es bastante amplio y pretende solucionar el problema, que con la anterior

legislación se planteaba, de si estos entes tenían o no capacidad para ser parte en un proceso (en este

sentido, JIMÉNEZ FORTEA, F. J.: “La capacidad en los procesos para la tutela de los derechos e

intereses de los consumidores”, en BARONA VILAR, S.: “Tutela de los consumidores y usuarios en la

nueva Ley de Enjuiciamiento Civil”, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2002, p. 74). Aunque ya entonces

había opiniones más progresivas sobre el tema: así, SERRA DOMÍNGUEZ señalaba que el problema de

estos entes era “a nivel de representación. En cuanto dichas entidades contaran con un representante legal,

o, sin tenerlo, su representante voluntario hubiera sido reconocido por la otra parte extraprocesalmente,

podrían intervenir en el proceso, sin plantear problema alguno de capacidad procesal” (SERRA

DOMÍNGUEZ, M.: “Precisiones en torno a los conceptos de parte, capacidad procesal, representación y

legitimación”, Justicia, 1987, núm. II, p. 303). 754 Es cierto que el legislador parece tener en mente casos donde no siempre se ha tenido claro el disfrute

de personalidad jurídica, como las sociedades irregulares o en formación, más que las sociedades

pretendidas establemente sin personalidad, donde la voluntad de las partes es no actuar como persona.

Pero entendemos que esta legitimación procesal pretende beneficiar al tercero (aunque se piense en otro

supuesto, cierto: se piensa en el caso en que se actúa en el mercado como ente y no se es), y por ello,

sintoniza con esa idea de protección que la utilicemos en nuestro caso. Sobre todo, teniendo en cuenta que

es perfectamente insertable dentro de su regulación. No sería lógico que se reconociera legitimidad activa

a la sociedad interna, pero pasiva no creemos que sea erróneo ni nocivo. 755 En este sentido, SAMANES ARA, C.: “Las partes en el proceso civil”, La Ley, Madrid, 2000, p. 21.

Señala literalmente que “Es una exigencia de justicia no dejar desprotegidos los intereses de quien

contrató con una de estas entidades, lo que se resuelve otorgándoles capacidad pasiva”. 756 No se crea un centro de imputación de relaciones jurídicas diferente de los distintos centros que

conllevan cada uno de los socios, como ocurría con la sociedad personificada. Por ello, puede no ser

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En el presente capítulo dedicaremos nuestra atención al régimen jurídico de las

sociedades sin personalidad jurídica, ofreciendo una panorámica inicial interna de lo

que implica la existencia de una sociedad civil sin personalidad jurídica, para, a

continuación, resolver los problemas concretos de su operatividad en el mercado.

2. Posibles ideas de interés en otros regímenes jurídicos

Antes de estudiar el régimen jurídico de las sociedades civiles sin personalidad

jurídica debemos aludir a otros regímenes cuya conexión con nuestro caso puede ser de

interés, porque pueden aportarnos alguna que otra idea sugerente para entender (o

defender, si procede) el régimen jurídico de las sociedades civiles sin personalidad

jurídica, debido a la conexión que pueda observarse con dicho caso.

El primero de dichos regímenes a repasar es el de la sociedad de gananciales,

configurado como régimen económico conyugal general en nuestro Derecho común757.

acertado el comentario de MUÑOZ XANCÓ, al indicar que siempre que exista sociedad existirá

“concentración en una unidad jurídica y la eliminación de todo derecho inmediato de los bienes por parte

de los miembros que la componen” (MUÑOZ XANCÓ, J.: “El condominio español en su aspecto

distintivo de la sociedad”, RDP, 1985, p. 961). Empleaba este argumento para diferenciar a la sociedad de

la comunidad, que implicaba “pertenencia de derechos absolutos que otorga el derecho de propiedad a

unas personas físicas”. La falta de personalidad jurídica implica que parezca existir una copropiedad, ya

que no existe ente personificado diferente de los socios (en este sentido, STS 27-4-1973 (M. A. 1873)),

pese a existir la sociedad como contrato. Todo ello ocurrirá así salvo que expresamente la ley determine

una autonomía patrimonial, fijando expresamente la existencia de un patrimonio social pese a no existir

persona jurídica, como ocurrió en nuestro país en los textos de 1851 ó 1888, algo que no ocurre en el caso

de la sociedades sin personalidad jurídica (sobre ello, vid. DELHAY, F.: “La nature juridique de

l’indivision...”, cit., pp. 377-394). 757 Antes de insertarnos en el mismo, es de interés destacar que el artículo 1319 CC, aplicable a cualquier

régimen económico-matrimonial, indica que “cualquiera de los cónyuges podrá realizar los actos

encaminados a atender las necesidades ordinarias de la familia, encomendadas a su cuidado, conforme al

uso del lugar y a las circunstancias de la misma. / De las deudas contraídas en el ejercicio de esta potestad

responderán solidariamente los bienes comunes y los del cónyuge que contraiga la deuda y,

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Obviando la cuestión de su naturaleza jurídica758, en ningún momento se reconoce

personalidad jurídica a la misma, pero se la califica legalmente como “sociedad” en el

artículo 1344759. En cualquier caso, no existe persona jurídica pero sí divergencias

patrimoniales frente a las deudas, algo que puede ser muy interesante en nuestro caso.

Las deudas serán, en sentido estricto, particulares, pero en unos casos se responderá con

unos bienes y en otros casos con otros760. Debemos diferenciar en todo momento la

subsidiariamente, los del otro cónyuge”. Interesante resulta que a estos efectos se vincule, de modo

subsidiario, el propio patrimonio del cónyuge no contratante, además de los bienes particulares del

cónyuge contratante y los posibles bienes comunes que puedan existir. 758 Sobre los tres períodos históricos existentes en su regulación, vid. BENAVENTE MOREDA, P.:

“Naturaleza de la sociedad de gananciales. Legitimación individual de los cónyuges”, Centro de Estudios

Registrales, Madrid, 1993, pp. 29-206, LACRUZ BERDEJO, J. L.: “En torno a la naturaleza jurídica de

la comunidad de gananciales del Código civil”, RGLJ, 1950, I, pp. 8-18 y CANO TELLO, C. A.: “La

nueva regulación de la sociedad de gananciales”, Cuadernos Civitas, Ed. Civitas, Madrid, 1983, p. 11. 759 Esa configuración prosperó históricamente, sobre todo teniendo en cuenta la existencia de la sociedad

universal de ganancias (hoy recogida en el artículo 1675 CC, donde no parecería difícil encajar esta

comunidad). Vid. COSSÍO Y CORRAL, A.: “La Sociedad de Gananciales”, dentro de Tratado Práctico y

Crítico de Derecho Civil, Tomo 50, volumen I, Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, Madrid, 1963,

pp. 16-41, y MAGARIÑOS BLANCO, V.: “Sociedad de gananciales y sociedad civil”, Academia

Sevillana del Notariado, Homenaje a Francisco Manrique Romero”, 1989, pp. 301-331.

Tras la reforma de 1981 hay quien habla de que estamos ante una comunidad de tipo económico y no

jurídico (CASTILLO TAMARIT, V. J.: “Aspectos parciales de la reforma del Código civil en tema de

sociedad de gananciales”, RDN, núms. CXXI-CXXII, julio-diciembre 1983, pp. 10-12), quien admite que

estamos ante una comunidad, pero más, mucho más que una comunidad (BLANQUER UBEROS, R.: “La

idea de comunidad en la sociedad de gananciales. Alcance, modalidades y excepciones”, RDN, núm.

CXV, enero-marzo 1982, pp. 7-86), o bien ante una mancomunidad germánica (MARTÍNEZ VÁZQUEZ

DE CASTRO, L.: “Normativa supletoria de la sociedad irregular y de la sociedad legal de gananciales”,

ADC, 1985, p. 43), por citar varios ejemplos de opiniones de interés. Un detallado y sistemático recorrido

por esta cuestión ha sido llevado a cabo más recientemente por GUILARTE GUTIÉRREZ, quien

concluye aceptando la configuración de la sociedad de gananciales como una comunidad proindivisa.

Reacciona así frente a la ya citada configuración como comunidad de tipo germánico y frente a la

configuración societaria (vid. GUILARTE GUTIÉRREZ, V.: “La naturaleza de la actual sociedad de

gananciales”, ADC, 1992-III, pp. 925-928). 760 En los matrimonios donde rija el régimen de sociedad de gananciales, nos vamos a encontrar con tres

tipos de bienes: los bienes privativos de cada uno de los cónyuges, detallados en el artículo 1346 CC, por

una parte, y los bienes gananciales, descritos en el artículo 1347 CC, por otra. Cada cónyuge administra y

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deuda común de la deuda privativa, consideración de la que depende la masa

patrimonial concreta que deba asumirla, aunque tampoco sea rigurosamente exacto761.

La cuestión reside en determinar qué deudas debe asumir el “patrimonio ganancial”.

El artículo 1373 CC indica que cada cónyuge responde con su patrimonio personal de

las deudas propias, como criterio general. Sólo si esos bienes privativos no fuesen

suficientes se acudiría a los bienes gananciales del modo expuesto. Para saber qué

dispone libremente de sus bienes privativos conforme a su naturaleza, pero existirán esos bienes

gananciales que deben ser administrados y sobre los que se podrá disponer en su momento, si se estima

oportuno. En defecto de pacto, los artículos 1375 a 1391 CC diseñan un sistema de administración y

disposición conjunta de esos bienes, con las excepciones previstas en algún caso. El campo de actuación

de cada cónyuge individualmente, al margen del pacto expreso, está presente en la “potestad de las llaves

o doméstica” (artículos 1319 y 1362.1 CC), la ejecución de actos urgentes (artículo 1386 CC), la potestad

individual de cada cónyuge para el pleno ejercicio de titularidades fiduciarias que un cónyuge ostenta

para el consorcio (artículos 1384 in fine y 1385.1 CC), así como en el caso de los bienes reservados

(artículo 1384 CC, primer inciso). Y esa gestión individual puede ser disjunta o concurrente (cualquiera

de los cónyuges puede “endeudar” a la sociedad de bienes gananciales) o individual stricto sensu. 761 Es obvio que la sociedad de gananciales no puede ser deudora, al no estar personificada, sino que serán

los cónyuges los que sean deudores, como personas individuales en todo momento, pero debiendo acudir

a según qué bienes a la hora de responder, según sea el tipo de actuación por la que se endeuda. Por

utilizar palabras de MARTÍNEZ VÁZQUEZ DE CASTRO, “en la sociedad de gananciales hay sólo dos

eventuales deudores, pero tres patrimonios que pueden ser responsables: los patrimonios privativos de los

cónyuges (en virtud del art. 1911 CC) y el patrimonio ganancial, directamente responsable de las deudas

consorciales. En otros términos, la sociedad no debe, pero responde” (MARTÍNEZ VÁZQUEZ DE

CASTRO, L.: “Responsabilidad patrimonial de la sociedad de gananciales”, Cuadernos Civitas, Ed.

Civitas, Madrid, 1995, p. 14). Porque no debe ni responde, en sentido técnico estricto, RAGEL

SÁNCHEZ habla de que calificar a una deuda como consorcial o ganancial es una calificación imperfecta

(RAGEL SÁNCHEZ, L. F.: “Ejecución sobre bienes gananciales por deudas de un cónyuge”, Ed. Tecnos,

Madrid, 1987, p. 30). Por tanto, el cónyuge opera en el mercado, y en algún caso responderá de sus

deudas con su patrimonio privativo y en otros serán los bienes gananciales, el patrimonio ganancial, el

que responde de ciertas deudas, idea interesante para meditar en el caso de la sociedad sin personalidad

jurídica. La existencia o inexistencia de patrimonio ganancial en sentido real ha sido tratada por algunos

autores. No se diseña directamente como tal patrimonio, pero en caso de que existan bienes expresamente

separados del resto del patrimonio, adscritos a una finalidad concreta y con peculiaridades normas de

administración, disposición y responsabilidad, estamos hablando de un auténtico patrimonio separado (en

este sentido se ha expresado incluso la DGRN en algunas ocasiones, vid. VELA SÁNCHEZ, A. J.:

“Actuación individual de los cónyuges y responsabilidad ganancial”, Ed. Tecnos, Madrid, 1997, p. 10).

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obligaciones debe asumir el patrimonio ganancial, cabe acudir a las obligaciones que

contraigan los dos cónyuges conjuntamente, o uno con el consentimiento del otro

(artículo 1367 CC), las obligaciones contraídas por un cónyuge sin el consentimiento

del otro en ciertos casos762, así como el supuesto del artículo 1370 CC. Si dichos bienes

no son suficientes, es lógico que respondan los bienes privativos del cónyuge deudor.

Por tanto, en la sociedad de gananciales existen datos de posible interés: como en la

sociedad interna, estamos ante personas físicas que actúan en su propio nombre,

contrayendo deudas individuales, y ante la posible vinculación de más de un

“patrimonio” (inexistente desde el punto de vista real) para responder ante diferentes

tipos de deudas. Hay que atender al concepto en que se contrajo la deuda para saber si el

deudor responde con sus bienes privativos o con bienes gananciales y si no se puede

cubrir con los mismos, acudir a otros bienes. Pero tengamos presente un dato que

diferencia claramente a este caso del nuestro: en estos negocios existe imagen de la

situación matrimonial frente al tercero, mientras que en la sociedad interna no existirá

apariencia de colectividad alguna, como norma general.

Por otra parte, también la situación patrimonial en el ámbito de las uniones de hecho

puede resultarnos de interés. De entrada, nada parece impedir a los convivientes

alcanzar pactos destinados a reglamentar los aspectos patrimoniales de su

convivencia763 (perfectamente admisibles conforme al artículo 1255 CC764). Estos

pactos son recomendables, y las normas autonómicas que se van promulgando los

762 En situación normal del matrimonio, en los supuestos recogidos en el artículo 1365 CC, así como en

las obligaciones extracontractuales conforme al artículo 1366. En situación de separación de hecho,

conforme al artículo 1368 CC. 763 Vid. la interesante y temprana defensa al respecto de PANTALEÓN PRIETO, F.: “La autorregulación

de la unión libre”, Poder Judicial, núm. 4, 1986, pp. 119-125. 764 BAYOD LÓPEZ basa la justificación tanto en el artículo 1255 CC como en el artículo 1315 CC

(BAYOD LÓPEZ, M. C.: “Parejas no casadas, capítulos matrimoniales y normas de régimen económico

matrimonial”, RCDI, núm. 626, 1995, pp. 147-148).

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aceptan: los miembros pueden regular válidamente, en documento público o privado

como norma general (verbalmente en algún caso, y en documento público

exclusivamente en algún otro), las relaciones personales y patrimoniales derivadas de la

convivencia, así como los respectivos derechos y deberes765. Si no existiera pacto,

contribuirán a los gastos comunes generales en proporción a sus ingresos y, si éstos no

son suficientes, en proporción a sus patrimonios766, respondiendo solidariamente ante

terceras personas de las obligaciones contraídas por razón de los gastos comunes, en

algunos de los casos767.

Libremente, por tanto, pueden alcanzar el pacto que estimen oportuno, decidiendo,

por ejemplo, someter sus relaciones patrimoniales a alguno de los regímenes

económicos previstos legalmente para el matrimonio, aunque la remisión nunca sea

765 En este sentido, el artículo 3.1 de la Ley 10/1998, de 15 de julio, del Parlamento de Cataluña, de

uniones estables de pareja (BOE núm. 198, de 19 de agosto). También artículos 5.1 de la Ley 6/1999, de

26 de marzo, de las Cortes de Aragón, de parejas estables no casadas (BOA núm. 39, de 6 de abril), 5.1 de

la Ley Foral 6/2000, de 3 de julio, del Parlamento de Navarra, para la igualdad jurídica de las parejas

estables (BON núm. 82, de 7 de julio), 4.1 de la Ley 1/2001, de 6 de abril, de las Cortes Valencianas,

reguladora de las uniones de hecho (DO Generalitat Valenciana núm. 3978, de 11 de abril), 4.1 de la Ley

18/2001, de 19 de diciembre, del Parlamento de las Illes Balears, sobre normas reguladoras de las parejas

estables (BO Illes Balears núm. 156, de 29 de diciembre), 4.1 de la Ley 11/2001, de 19 de diciembre, de

la Asamblea de Madrid, reguladora de las uniones de hecho (BO Comunidad de Madrid, núm. 2, 3 de

enero de 2001), 10 de la Ley 5/2002, de 16 de diciembre, de parejas de hecho de Andalucía (BOJA núm.

153, de 28 de diciembre), 6.1 de la Ley 5/2003, de 20 de marzo, de Parejas de Hecho de la Comunidad

Autónoma de Extremadura (BOE núm. 111, de 9 de mayo), 7.1 y 7.2 de la Ley 5/2003, de 6 de marzo,

para la regulación de las Parejas de Hecho de la Comunidad Autónoma de Canarias (BOE núm. 89, de 14

de abril) y 5.1 de la Ley 2/2003, de 7 de mayo, reguladora de las parejas de hecho en el País Vasco

(BOPV de 23 de mayo). 766 En este sentido, los artículos 3.2 de la Ley 10/1998 catalana, 5.3 de la Ley 6/1999 aragonesa, 5.3 de la

Ley Foral 6/2000, 4.2 de la Ley 1/2001 valenciana, 5.1 de la Ley 18/2001 balear, 4.3 de la Ley 11/201

madrileña, 6.2 de la ley extremeña, 7.3 de la ley canaria y 6.1 de la vasca. 767 En este sentido, los artículos 5 de la Ley 10/1998 catalana, 5.4 de la Ley 6/1999 aragonesa, 7 de la Ley

Foral 6/2000 y 12.4 de la Ley 5/2002 andaluza.

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plena768. Sin embargo, si no existe pacto se entiende que no pueden aplicarse

analógicamente dichas normas, pues no son realidades equivalentes o donde exista la

oportuna identidad de razón necesaria para ello, así como tampoco existe una

comunidad por el simple hecho de constituir este tipo de pareja769. Pese a que

teóricamente el TS sigue esta opinión, suele resolver los conflictos inspirándose en las

normas que asegura no aplicar770.

A la hora de valorar ese pacto expreso de los convivientes, cabe indicar que, además

de acogerse a alguno de los regímenes matrimoniales, dicho pacto puede implicar la

constitución de una sociedad civil, pero no por existir, sin más, pacto regulador de

relaciones patrimoniales, sino que para ello deben concurrir los requisitos de la misma

deducibles del artículo 1665 CC, expresa o tácitamente771. Dicha sociedad nacería

seguramente sin personalidad, pues los convivientes no pretenden operar en el mercado

768 Admite esta posibilidad el TS en Sentencias como las de 18-5-1992 (M. A. 4907), 21-10-1992 (M. A.

8589), 23-7-1998 (M. A. 6131), así como jurisprudencia menor. Dentro de nuestra doctrina, por ejemplo,

MESA MARRERO, C.: “Las uniones de hecho. Análisis de las relaciones económicas y sus efectos”, Ed.

Aranzadi, Pamplona, 1999, pp. 123-126. Sin embargo, la remisión nunca será plena, pues el acuerdo no

tendrá trascendencia frente a terceros: ni los Registros de uniones de hecho ofrecen publicidad a terceros

ni en el Registro de la Propiedad tales bienes en común pueden calificarse como gananciales, sino como

una mera copropiedad. 769 En este sentido, STS 21-10-1992 (M. A. 8589). 770 En este sentido, encontramos que el TS ha aplicado analógicamente estas normas en algunos casos.

Así, en las SSTS 16-12-1996 (M. A. 9020), 27-3-2001 (M. A. 4770, que señalaba que algunos aspectos

del régimen matrimonial se hacían extensivos con moderación), 5-7-2001 (M. A. 4993) o 16-7-2002 (M.

A. 6246). La SAP Asturias 9-10-2001 indica que “es lo cierto que las normas relativas al régimen

económico matrimonial se hallan por hipótesis excluidas del supuesto, pero no las correspondientes a su

ruptura”. 771 Vid. MESA MARRERO, C.: “Las uniones de hecho....”, cit., pp. 128-145. El TS ha seguido esta

concepción. En concreto, SSTS 18-5-1992 (M. A. 4907), 21-10-1992 (M. A. 8589), 11-12-1992 (M. A.

9733), 18-2-1993 (M. A. 1246), 22-7-1993 (M. A. 6274) y 10-12-1993 (M. A. 9894). Más actualmente, la

STS 27-1-2001 (M. A. 1678) también señalaba que por el mero hecho de existir unión no nacía

automáticamente ni comunidad de bienes ni sociedad, sino que para que se pudiera admitir dicha

presencia debía existir pacto expreso, o derivarse de hechos concluyentes.

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como ente jurídico, sino poner en común una serie de cosas y obtener ganancia con ello,

para repartirla en su momento entre ellos: pactarán entonces la sociedad como

interna772.

También es posible la existencia de una situación de comunidad773 (aunque la

situación de convivencia, sin más, no genera el nacimiento de una comunidad),

comunidad que hay quien pretende no incidental, recogida en el CC, sino convencional,

fruto de la autonomía de la voluntad774 (aunque para ello debe admitirse esa posible

constitución convencional de la comunidad775, concepción que contradice

acertadamente MIQUEL GONZÁLEZ776). Además, en algún caso se ha acudido a

figuras híbridas para aludir a la naturaleza del pacto existente777 e, incluso, puede darse

772 En este sentido se expresó la STS 18-3-1995 (M. A. 1962), y en la doctrina alemana se encuentra en

SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht Besonderer Teil”, cit., p. 227. Sin embargo, no es totalmente

descartable que las partes hubieran querido operar como sociedad con personalidad. En dicho caso la

sociedad se habría pactado como externa, aunque este supuesto no será el más frecuente. 773 En este sentido, SSTS 2-9-1991 (M. A. 6042), 11-10-1994 (M. A. 7476), 29-10-1997 (M. A. 7341) y

23-7-1998 (M. A. 6131), así como numerosa jurisprudencia menor. 774 En este sentido, MORENO QUESADA, B.: “La comunidad de bienes surgida en la convivencia de

parejas de hecho”, en “Parejas de Hecho. Curso de Verano de la Universidad Complutense en Almería”,

dirigido por HERRERA CAMPOS, R., Academia Granadina del Notariado, Granada, 1996, pp. 70-76. 775 El gran defensor es, salvando los apuntes de ROCA SASTRE, MORENO QUESADA, B. (vid. “La

naturaleza jurídica de la comunidad contractual”, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de

Granada, número 10, 1986, 2º cuatrimestre, Homenaje al Profesor Miguel Motos Guirao, pp. 279-292),

así como TRUJILLO CALZADO, M. I.: “La constitución convencional de comunidades: el contrato de

comunicación de bienes”, Ed. Bosch, Barcelona, 1994. Sobre ello, vid. la detallada bibliografía aportada

por LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios entre profesionales”, cit., nota 62, pp. 41-42. 776 MIQUEL GONZÁLEZ reitera sus ideas en sus comentarios al artículo 392: comentario al artículo 392,

dentro de “Comentarios al CC y Compilaciones Forales”, Tomo V, vol. 2, EDERSA, Madrid, 1985, pp.

32-35, y comentario al mismo artículo, dentro de “Comentario del Código Civil”, Ministerio de Justicia,

tomo I, Madrid, 1993, pp. 1066-1072. 777 Figuras surgidas de la combinación de las normas del régimen de gananciales, comunidad de bienes y

sociedad, como ha ocurrido con las SSAP Granada 4-4-1990, La Rioja 3-4-1992, Córdoba 15-6-1992 y

Pontevedra 6-4-1998 (sobre ellas, vid. LÓPEZ AZCONA, A.: “La ruptura de las Parejas de Hecho.

Análisis Comparado Legislativo y Jurisprudencial”, Cuadernos de Aranzadi Civil, Ed. Aranzadi, Navarra,

2002, pp. 59-60, nota 72).

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el caso de que deba recurrirse finalmente a las normas del enriquecimiento injusto y

equidad para resarcir a un conviviente por causa del favorecimiento injustificado del

otro778.

Lógicamente, esta configuración de lo patrimonial en la unión de hecho exige

aportaciones, y desde nuestro punto de vista, la societaria no es la configuración que se

adapte mejor a las necesidades económicas de los convivientes, más interesados en

desarrollar su vida personal asumiendo los gastos que ello provoca, algunos comunes y

otros no779. Aunque las partes en algunos casos puedan tener otras intenciones que se

acerquen a la configuración societaria, también es cierto (por ejemplo, ahorrar

gastos780).

Debe solucionarse el problema de la responsabilidad por los gastos privados y los

considerados comunes de los convivientes. Algunas leyes autonómicas han optado por

recoger expresamente la solución que más beneficia al deudor y evitar problemas cara a

terceros recurriendo a la responsabilidad solidaria de los convivientes frente a las

obligaciones contraídas por razón de los gastos comunes existentes. Responden, por

tanto, con sus respectivos patrimonios personales, algo que puede interesarnos.

En conclusión, es una idea relevante que los interesados respondan solidariamente de

las deudas contraídas por uno de ellos para atender a gastos comunes, sin más

778 Aunque en este supuesto hay que recordar el valor residual de esta remisión y la necesidad de que

concurran los requisitos establecidos para ello. El TS se ha hecho eco de ello alguna vez, en concreto en

las SSTS 11-12-1992 (M. A. 9733) y 27-3-2001 (M. A. 4770), así como la SAP Guipúzcoa 25-10-1993,

para desestimar la petición. Cabe recordar que las leyes autonómicas se han hecho eco de ello en sus

articulados (a modo de ejemplo, vid. artículos 13 Ley catalana, 7 Ley aragonesa y 5.5 Ley navarra). Sobre

esta cuestión, en general, vid. CORRAL GIJÓN, M. C.: “Las uniones de hecho y sus efectos

patrimoniales (Parte Segunda: Efectos Patrimoniales)”, RCDI, núm. 664, 2000, pp. 577-580. 779 Gastos comunes son los derivados del mantenimiento de la pareja e hijos convivientes en cada caso

(especialmente gastos de alimentos, conservación o mejora de viviendas y otros bienes de la pareja,

asistencia sanitaria de los convivientes, etc.). 780 La intención de ahorrar costes es cada vez más frecuente al constituir sociedades.

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determinaciones patrimoniales, aunque, como en el caso del régimen económico

matrimonial, existe apariencia de familia frente al tercero, imagen de colectividad que

no existe en la sociedad interna781. Si las partes, además, pactaran una sociedad civil al

regular su régimen económico, ésta sería casi siempre una sociedad civil interna.

Por último, también puede presentar cierto interés el régimen de la aparcería. El

artículo 102 de la vigente Ley de Arrendamientos Rústicos indica que por este contrato

el titular de una finca rústica cede temporalmente para su explotación agraria el uso y

disfrute de aquélla o de alguno de sus aprovechamientos, aportando al mismo tiempo un

25 %, como mínimo, del valor total del ganado, maquinaria y capital circulante y

conviniendo con el cesionario en repartirse los productos por partes alícuotas, en

proporción a sus aportaciones782.

Las partes configuran un contrato por el que frente a la prestación de una de ellas, la

contraprestación debida está representada por una cuota de los frutos, productos o

rendimientos que se obtengan como consecuencia de la utilización de la citada

prestación. Es un contrato necesariamente bilateral pero asociativo, y aunque habrá que

estar en todo momento a la voluntad de las partes expresada en el pacto contractual,

parece aproximarse a la sociedad interna: estamos ante una actividad realizada con

intervención de las dos partes contratantes, que realizan distintas aportaciones, y

destinada a la obtención de un lucro para las mismas. Pero operará en el mercado uno de

781 Esa imagen no implica que si se pacta una sociedad sea externa, sino que simplemente queremos

destacar que eso no suele ocurrir en el caso de las sociedades internas. 782 Los debates acerca de su naturaleza jurídica han sido intensos, planteándose distintas posibles

configuraciones sobre la misma: contrato de arrendamiento, contrato de sociedad, contrato mixto de

ambos, uno u otro según la voluntad de las partes o la costumbre de la tierra, contrato atípico, contrato

asociativo (señala COBACHO GÓMEZ que no es un contrato de sociedad, sino un “contrato de tipo

asociativo en le que existe colaboración en el esfuerzo y en los resultados” (COBACHO GÓMEZ, J. A.:

“La aparcería agrícola”, RCDI núm. 550, 1982, p. 669), entre otras (un excelente resumen de las distintas

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los intervinientes, que actuará en su propio nombre. Además, de este contrato no nacerá

una persona jurídica, como ocurre en el caso de la sociedad interna, y ello se debe a que

no se pretende operar en el mercado como ente jurídico.

No se establece regulación expresa alguna sobre el modo de responder ante las

deudas del aparcero783, lo que ha inducido a pensar a la doctrina que el partícipe no

tiene que responder frente a terceros por las deudas que contraiga el aparcero

relacionadas con la actividad desarrollada784, pues el riesgo que él asume es de otro tipo.

Normalmente el tercero no tendrá conocimiento de la situación contractual existente,

con lo cual, por norma general, la duda sobre si puede dirigirse también contra el

partícipe para satisfacer sus pretensiones no surgirá, pero puede que conozca la

existencia del pacto, y entonces es cuando la doctrina citada ha señalado que no puede

exigírsele que responda por dichas operaciones. Y parece lógico que así sea a la luz de

la regulación existente, pues para contravenir el sentido del artículo 1257 CC debiera

preverse expresamente dicha regulación alternativa y no se hizo (no existe, por ejemplo,

un artículo equivalente al artículo 1698 CC, que permita que personas que no son partes

contractuales respondan de la obligación).

posturas en GÓMEZ LAPLAZA, M. C.: “La aparcería agrícola en la ley de arrendamientos rústicos.

Fuentes y concepto general”, Ed. Tecnos, Madrid, 1988, pp. 60-80). 783 Ni en el sentido de que sólo pueda dirigirse el tercero hacia su contratante (como sucede en la cuenta

en participación), ni en el sentido de vincular a la otra parte en el contrato de aparcería. Cualquier

regulación que pretendiera distorsionar el mandato del artículo 1257 debiera preverse expresamente. 784 Algo expuesto de modo claro por ALBIEZ DOHRMANN, K. J.: “La aparcería industrial...”, cit., pp.

40-46 y 74-76. En esta idea incide también LACRUZ BERDEJO, cuando indica que “El concedente no

viene afectado por las obligaciones asumidas por el aparcero frente a terceros en el ejercicio de la

aparcería, a no ser que le hubiera concedido poder o intervenga ratificación (LACRUZ BERDEJO, J. L.:

Contratos asociativos y parciarios..., cit., p. 305).

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Por tanto, la operatividad interna y de actuación en el mercado de este contrato

societario es relativamente parecida a la de la sociedad interna e interesa apuntarlo785,

aunque en lo que toca a la responsabilidad de los socios, la ley reguladora no ha previsto

mecanismos para dirigirse contra el socio no actuante.

3. La sociedad civil sin personalidad jurídica: aspectos internos de su régimen jurídico.

Una vez comprobado que existe una sociedad civil que no goza de personalidad

jurídica, y sugeridas ciertas ideas de posible interés extraídas de otros regímenes, hemos

de dar el primer paso y comenzar a estudiar el régimen general por el que se regulará la

misma, ya que no puede ser idéntico al de las sociedades personificadas.

Para ello debemos tener en cuenta, de entrada, dos cuestiones muy concretas: en

primer lugar, que esta sociedad no goza de personalidad jurídica debido a que ha caído

bajo la órbita del artículo 1669 CC, pero esos socios realizaron un pacto societario que

recoge un contenido obligacional bastante claro, y debe determinarse su concreto valor.

En segundo lugar, que el apartado segundo del artículo 1669 remite a una regulación

concreta para estas sociedades, e indica que “esta clase de sociedades se regirá por las

disposiciones relativas a la comunidad de bienes”. Es la única referencia al régimen

jurídico de estas sociedades que se realiza en el CC: habrá que conjugar, por tanto, esa

posible dualidad de regímenes, si dicha remisión pretende realmente acudir a ese

régimen. Podría pensarse que el régimen pactado entre las partes rija en el plano

785 Dos partes celebran un contrato por el que existe una colaboración en una gestión, ambos invierten en

la misma, pero frente a terceros operará uno de ellos únicamente, en su propio nombre, y responderá de su

gestión como contratante. Coincide con la sociedad interna tanto en el dato de que el régimen interesa

preferentemente a los socios y no a terceros, como en el modo individual de actuación en el mercado.

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obligacional mientras que el régimen de la comunidad de bienes rige en lo real786, y hay

incluso quien ha deducido esta consecuencia de la presunta hilazón entre los artículos

1669 CC y 392 CC, tal y como ha criticado acertadamente MIQUEL GONZÁLEZ.

Debemos realizar dos concretas aclaraciones iniciales. Por un lado, hay que

distinguir entre la situación existente entre las partes y la regulación frente a terceros

que gocen de un interés legítimo, mientras que por otro lado debemos atender a la

diferencia entre el régimen de la sociedad y el de la comunidad para asimilar que no es

indiferente la aplicación de uno u otro. Dedicaremos inmediatamente nuestra atención a

este segundo tema, pues al primero nos referiremos a lo largo del presente subepígrafe.

El régimen de la comunidad de bienes se recoge en los artículos 392 a 406 CC,

mientras que la sociedad civil se regula en los artículos 1665 a 1708 CC, régimen

esbozado con anterioridad a lo largo de nuestra investigación. Según defiende algún

autor de modo bastante fundado, las diferencias entre ambos regímenes no son grandes

en las relaciones sociales internas (sólo en lo referente a administración de las cosas

comunes y a la duración de la situación consorcial), aunque sí cuando nos referimos a

las relaciones externas, en la aplicación frente a terceros, donde las diferencias son

mayores (en lo que toca a representación de los socios787, la transmisibilidad de la parte

de socio o cuota de comunero788 o la preferencia de acreedores789)790.

786 En este sentido se expresa, por ejemplo, la STS 3-4-1982, cuando limita la aplicación de las normas

sobre comunidad de bienes al sustrato material o fondo común formado por los socios. Además, es

comentario habitual en los autores que no se adentran demasiado en la cuestión, como veremos. 787 El socio tiene facultades para representar a sus compañeros y vincularlos directamente frente a

terceros, mientras que en la comunidad esto no cabe, salvo que los comuneros se confieran dichas

facultades. 788 El comunero tiene la libre transmisibilidad de su cuota, por lo que puede enajenarla a un tercero que

ingresará en la comunidad. En la sociedad, sin embargo, no cabe, en principio, esa libre transmisibilidad

de la participación social. 789 Los acreedores sociales gozan de una preferencia de la que no gozan los acreedores de la comunidad

(o sea, de todos los comuneros).

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Parece interesante realizar un breve repaso del régimen de la comunidad de bienes,

para tener una idea general acerca del mismo que complete el estudio realizado sobre la

sociedad civil en su momento, y saber a qué régimen remite el artículo 1669. Así, el

artículo 392 indica cuándo existe comunidad de bienes y cómo se regula la misma,

concediéndose gran relevancia a la autonomía de la voluntad791. La participación en

cargas y beneficios se determina en el artículo 393 y debe conectarse con el artículo 395

también792, y en ella debe destacarse, nuevamente, la gran importancia del pacto de las

partes. El uso de la cosa común se regula en el artículo 394793, teniendo siempre

presente el límite del artículo 397794, y de la administración se ocupa el artículo 398795.

Respecto de la cuota en la copropiedad, el artículo 399 establece la propiedad de cada

790 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios

al Código Civil y Compilaciones Forales”, cit., pp. 48-50. 791 “Hay comunidad de bienes cuando la propiedad de una cosa o de un derecho pertenece pro indiviso a

varias personas. / A falta de contratos, o de disposiciones especiales, se regirá la comunidad por las

prescripciones de este título”. 792 Señala el primero que “El concurso de los partícipes tanto en los beneficios como en las cargas, será

proporcional a sus respectivas cuotas. / Se presumirán iguales, mientras no se pruebe lo contrario, las

porciones correspondientes a los partícipes en la comunidad”. El segundo indica que “Todo copropietario

tendrá derecho para obligar a los partícipes a contribuir a los gastos de conservación de la cosa o derecho

común. Sólo podrá eximirse de esta obligación el que renuncie a la parte que le pertenece en el dominio”. 793 “Cada partícipe podrá servirse de las cosas comunes, siempre que disponga de ellas conforme a su

destino y de manera que no perjudique el interés de la comunidad, ni impida a los copartícipes utilizarlas

según su derecho”. 794 “Ninguno de los condueños podrá, sin consentimiento de los demás, hacer alteraciones en la cosa

común, aunque de ella pudieran resultar ventajas para todos”. 795 “Para la administración y mejor disfrute de la cosa común serán obligatorios los acuerdos de la

mayoría de los partícipes. / No habrá mayoría sino cuando el acuerdo esté tomado por los partícipes que

representen la mayor cantidad de los intereses que constituyan el objeto de la comunidad. / Si no resultare

mayoría, o el acuerdo de ésta fuere gravemente perjudicial a los interesados en la cosa común, el Juez

proveerá, a instancia de parte, lo que corresponda, incluso nombrar a un Administrador. / Cuando parte de

la cosa perteneciere privadamente a un partícipe o a algunos de ellos, y otra fuere común, sólo a ésta será

aplicable la disposición anterior”.

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titular sobre ella796, mientras que el artículo 400 prevé la posibilidad de división de la

comunidad797, algo que se desarrolla en los artículos 401 a 406.

El artículo 1669 remite a ese régimen. La práctica totalidad de la doctrina entiende

que existe realmente una comunidad en el seno de la sociedad civil sin personalidad

jurídica798, pero que la remisión del artículo 1669 no se realiza a todo su régimen, sino

sólo a una parte concreta799. PAZ-ARES, autor del anterior comentario, divide este

régimen en torno a tres núcleos principales: el núcleo dedicado a la administración y

disposición de la cosa800, el dedicado a la configuración del derecho de cada

comunero801 y el que se ocupa de la división y extinción de la comunidad802. De ellos,

interpreta que sólo al segundo se entiende realizada la referencia del artículo 1669, pues

estructura la titularidad del patrimonio común atribuyendo a cada socio-comunero un

796 “Todo condueño tendrá la plena propiedad de su parte y la de los frutos y utilidades que le

correspondan, pudiendo en su consecuencia enajenarla, cederla o hipotecarla, y aun sustituir a otro en su

aprovechamiento, salvo si se tratare de derechos personales. Pero el efecto de la enajenación o de la

hipoteca con relación a los condueños estará limitado a la porción que se le adjudique en la división al

cesar la comunidad”. 797 “Ningún copropietario estará obligado a permanecer en la comunidad. Cada uno de ellos podrá pedir

en cualquier tiempo que se divida la cosa común. / Esto, no obstante, será válido el pacto de conservar la

cosa indivisa por tiempo determinado, que no exceda de diez años. Este plazo podrá prorrogarse por

nueva convención”. 798 “En el plano de la titularidad, hay comunidad. Esto no puede discutirse” (PAZ-ARES, C.: comentario

al artículo 1669 CC; cit., p. 1371). 799 En concreto, PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC; cit., p. 1373. 800 Artículos 393, 394, 395, 397 y 398 CC. 801 Artículos 399, 403 y 405 CC. 802 Artículos 400, 401, 402 y 404 CC.

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derecho real autónomo sobre una cuota del derecho común (no al primero803 ni al

tercero804).

Debemos tener en cuenta, por último, que las opiniones doctrinales generales y las

decisiones jurisprudenciales que existen respecto de estas cuestiones son bastante

escasas y no suelen ofrecer una solución acertada a los problemas necesitados de ella.

Así, por ejemplo, encontramos una serie de referencias colaterales o breves de autores

de la talla de SCAEVOLA805, MANRESA Y NAVARRO806, ALBIEZ

DOHRMANN807, HERNÁNDEZ GIL808, BADÍA SALILLAS809 o PUIG BRUTAU810,

803 En materia de gestión rigen las normas de la sociedad, a veces bastante diferentes de las de la

comunidad de bienes, sobre todo en lo tocante a la administración (por citar un ejemplo, vid. los artículos

395 y 1695.3 CC respecto del distinto valor del abandono en cada caso). 804 El socio no puede pedir la división. El contrato de sociedad obliga a continuar, salvo que concurra

causa que permita disolver el vínculo. 805 SCAEVOLA considera lógica esa remisión al régimen de la comunidad de bienes, aunque para ello

debía existir “base suficiente para demostrar la existencia de esa comunidad” (SCAEVOLA, Q. M.:

“Código civil...”, cit., núm. 365, p. 781). 806 “Claro y evidente –dice este autor- resulta que no pueden regirse (las sociedades sin personalidad

jurídica) por las prescripciones que regulan la sociedad civil, por no tener existencia válida, y en tal

concepto no existe más que la comunidad de intereses de los socios y de las cosas aportadas por los

mismos. Por eso se han de regir por las disposiciones relativas a la comunidad de bienes” (MANRESA Y

NAVARRO, J. M.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil”, cit., p.

408). Discutible esa no existencia válida: no existe persona jurídica, pero sí sociedad. 807 Recuerda al estudiar la cuestión que también “las partes puede optar directamente por la comunidad de

bienes”, remitiendo al párrafo segundo del artículo 392 CC (ALBIEZ DOHRMANN, K. J.: comentario al

artículo 1669 CC, dentro de “Código civil...”, cit., p. 116). 808 Distingue, pues “las disposiciones de la comunidad de bienes sólo se aplican frente a terceros, no a las

relaciones internas entre los socios, que se regirán por las estipulaciones contractuales o, en su defecto,

por las disposiciones que regulan el contrato de sociedad; entre los socios se aplican las normas del

contrato de sociedad concertado entre las partes en virtud de su fuerza vinculante; no así a las relaciones

con los terceros a las que se aplicará el régimen de la comunidad de bienes en virtud de lo dispuesto en el

art. 1669”(HERNÁNDEZ GIL, F.: comentario al artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios del Código

Civil”, Tomo 7, coordinados por SIERRA GIL DE LA CUESTA, I., Ed Bosch, Barcelona, 2000, pp. 805-

806). En esta idea incide O’CALLAGHAN, cuando señala que “en el aspecto interno, los pactos que

hayan celebrado los contratantes -estos pactos secretos- les obligan con preferencia a la normativa de la

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a las que no dedicaremos mayor atención como tales, pues no han aportado sugerencias

de gran calado al debate acerca del régimen jurídico de las sociedades sin personalidad

jurídica.

En este apartado que iniciamos pretendemos describir la configuración de la sociedad

sin personalidad jurídica desde un punto de vista interno, dejando para el próximo

apartado su análisis más externo, vinculado a su operatividad en el mercado.

3.1. Pretensión de las partes al constituir una sociedad interna

En su momento hemos destacado la importancia de que las partes decidieran no crear

un ente jurídico a la hora de pactar el contrato de sociedad como sociedad interna.

Ahora debemos incidir en qué es lo que han pretendido exactamente con ello, pues

puede influir bastante a la hora de regular la situación que se crea.

copropiedad (incluso el propio artículo 392, segundo párrafo, antepone los pactos a la normativa legal)”

(O’CALLAGHAN, X.: “Código civil comentado y con jurisprudencia”, Ed. La Ley, 2001, p. 1751). 809 Considera inevitable el párrafo segundo del artículo 1669, por pura lógica: “Al no existir un sujeto de

Derecho distinto de los socios, el patrimonio adquirido como consecuencia del contrato de sociedad, bien

en el momento en que éste despliegue eficacia interna, bien después pero en aplicación de lo acordado en

el pacto constitutivo, no puede atribuirse a la sociedad, que no existe, sino que debe serlo a los socios de

acuerdo con lo pactado, siempre que el contrato haya alcanzado eficacia interna, o sea, entre los socios. Y

esta situación de pertenencia de bienes a varias personas constituye una comunidad; por ello, es inevitable

el párrafo 2º del 1669” (BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la personalidad

jurídica...”, cit., pp. 328-329). Entiende que estas sociedades se regirán por las normas contenidas en el

contrato de sociedad y otros pactos que no infrinjan preceptos imperativos, por los artículos 1665 y

siguientes CC, en lo que puedan aplicarse a una sociedad sin personalidad jurídica, y por los artículos 393

y siguientes CC (BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la personalidad...”, cit., p. 329). 810 PUIG BRUTAU incide en el dato de que esa aplicación de las reglas de la comunidad a la sociedad

civil sin personalidad “seguramente no dará a los acreedores de los partícipes más derechos que los

propios de los acreedores de los socios en la sociedad civil”. Además, señala que posiblemente la

sociedad civil no pueda regirse plenamente por las normas de la comunidad de bienes (PUIG BRUTAU,

J.: comentario del traductor a SERICK, R.: “Apariencia y realidad....”. cit., pp. 311-312).

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Evidentemente es claro que no desean constituir una persona jurídica para operar en

el tráfico y satisfacer así sus intereses, ya que la sociedad se constituiría como externa, y

no se recurriría a celebrar un contrato de sociedad interna. Pensemos que la sociedad

interna, además, se prevé en nuestro ordenamiento como algo excepcional, y la regla

general será la sociedad civil dotada de personalidad jurídica. La sociedad interna es

pretendida expresamente por las partes, que conocen las consecuencias del negocio.

Nadie pretende constituir un ente y celebra para ello un pacto de sociedad civil interna.

Por otro lado, dichas partes tampoco pretenden constituir una comunidad de bienes

sobre esa masa aportada, ya que no se utilizaría para ello la celebración de un contrato

de sociedad interna, con la intención de obtener un lucro común derivado de la

realización de una actividad común. La intención de las partes no sintoniza con lo que

conlleva una comunidad de bienes, pues pretenden sostener la actividad económica de

una sociedad interna operando sobre el patrimonio social de modo instrumental y sin

que se pretenda actuar como comunidad de bienes, con lo que conllevaría811.

Puede que acabe existiendo una comunidad de bienes, en su momento

comprobaremos si realmente es así, pero no es directamente pretendida, sino que será

una posible consecuencia del régimen existente812. Es un dato a tener en cuenta a la hora

de valorar la posible transmisión de propiedades en su momento. Hay quien apunta que

los socios sí tienen voluntad de crear un patrimonio separado (voluntad coincidente a la

existente en las sociedades personificadas y opuesta a la existente en el caso de

811 Además, la comunidad de bienes es una situación de hecho, no se celebra un contrato como tal para

que nazca la misma, aunque se pueda derivar de él, tal y como expusimos en su momento (seguimos la

visión de MIQUEL GONZÁLEZ, frente a las ideas extensamente defendidas por MORENO QUESADA

y TRUJILLO CALZADO). 812 Ni se pretende constituir una comunidad pro indiviso, pues ello supondría una estructuración por

cuotas de cada bien aportado, algo que no se pretende por norma general, ni se pretende constituir una

comunidad de otro tipo, no regulada expresamente en nuestro ordenamiento y que exige una voluntad

clara a la hora de su posible creación.

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pretenderse la constitución de una comunidad de bienes), pero al no exteriorizar dicha

voluntad “habrán constituido una sociedad civil sin personalidad jurídica”813.

No tenemos, siquiera, que acudir a la existencia de una voluntad especial como la

affectio societatis para entender que no se pretende constituir una comunidad de bienes,

sino una sociedad. Ya apuntamos que no era necesaria para que existiera una sociedad

civil, y ahora reiteramos dicha idea, pues si bien será necesaria la existencia, en las

partes contratantes, de una voluntad de constituir una sociedad, no lo es ningún

elemento adicional distinto del consentimiento. Basta con interpretar la voluntad de las

partes y descubrir cuál es ésta para saber qué quieren al celebrar el contrato.

Las partes, realmente, desean aquello que señala el artículo 1665 CC en el sentido

más literal de la expresión: una puesta en común de bienes, dinero o industria con

ánimo de partir entre sí las ganancias, destinando el objeto de la aportación a la

obtención de la finalidad social, y, por consiguiente, separándolo del resto de su

patrimonio por causa de dicha afección. Y pretenden lograrlo, además, sin para ello

actuar como ente en el mercado, por algún tipo de causa. Una causa que puede ser

tenida en cuenta a estos efectos es la de que los socios pueden no tener intención de

aparecer en el mercado como ente para evitar ser responsables con sus patrimonios

particulares frente a ese tercero con el que contratan (pensemos en la regulación del

artículo 1698 CC), algo que se evitará si el actuante opera en su propio nombre y no

existen problemas de cumplimiento del contrato (si todo se desarrolla de modo normal,

el tercero no conocerá la existencia de la sociedad y, por ello, no se habrán puesto en

riesgo los patrimonios particulares de los socios, cuya mera existencia será desconocida

por el tercero). El interés por no aparecer como ente puede ser también puramente

económico, no ya jurídico (pensemos que aparecer como asociados, en algún sector

813 En este sentido, VÁZQUEZ LÉPINETTE, T.: “La cotitularidad de los bienes inmateriales”, Biblioteca

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económico, puede perjudicar la estrategia de empresa de algún comerciante o ser

abiertamente ilegal, por falsear la competencia, por ejemplo, caso en el que el pacto,

realmente, sería nulo por contravenir el artículo 1275 CC). O bien más sencillo: se

piensa que no es necesario tener contacto con terceros para satisfacer sus intereses (el

ánimo de lucro puede ser la intención de autoconsumo), por lo que la puesta en común

no tiene por qué ser conocida por extraños al pacto ni se tiene por qué operar en el

mercado como ente (ni siquiera se operará, en este caso)814.

Por tanto, con tan variadas intenciones últimas las partes se pueden valer de la figura

de la sociedad interna. PAZ-ARES indicaba que las partes contratantes estructuraban la

sociedad como vínculo, no como organización815, y ésa era su voluntad negocial.

Esto implica que, si bien no nace una persona jurídica, existen unas aportaciones

materiales o de actividad para cumplir un fin concreto. Las partes no pretenden

constituir una comunidad de bienes stricto sensu, pero sí asumen la necesidad de una

puesta en común en el sentido descrito, que permita soportar económicamente el

desarrollo de la actividad social y obtener unos beneficios que después se repartirán

entre ellas. Pretenden, como indicaba VÁZQUEZ LÉPINETTE, separar esos bienes

aportados del resto de su patrimonio y destinarlos al correcto sostenimiento de la

actividad social816. Habrá que determinar cómo se articula esto en el plano real, pero la

intención es clara, e idéntica a la existente en la sociedad personificada a la hora de

pretender destinar unos bienes, los aportados, a una finalidad concreta.

Jurídica Cuatrecasas, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 1996, p. 62. 814 Pensemos que, por ejemplo, en las sociedades recreativo-culturales que diseñó LAURENT, y en las

que está la inspiración directa del artículo 1669 CC, el contacto con terceros para satisfacer los intereses

sociales es escaso. O en pequeñas sociedades cuya intención es explotar fincas agrícolas de los socios. 815 PAZ-ARES, C.: voz “Sociedad interna”, cit, p. 6331, y comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 1353. 816 VÁZQUEZ LÉPINETTE, T.: “La cotitularidad de los bienes inmateriales”, cit., p. 62.

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Respecto de la relación de los socios entre sí, pese a la remisión del artículo 1669.II

CC es básico aplicar el régimen societario pactado por las partes817 (llenando posibles

lagunas, en el ámbito de lo pactado, con la regulación dedicada a la sociedad civil en el

CC), ya que estamos ante una sociedad civil (que puede coexistir con una comunidad de

bienes, comprobaremos si esto es cierto)818.

817 En este sentido, PANTALEÓN PRIETO, F.: “Asociación y sociedad...”, cit., p. 48. Realmente, las

necesidades de organización interna existentes son muy parecidas a las que se pueden presentar en una

sociedad externa (pensemos en derechos y deberes de los socios, reparto de gastos, pérdidas y ganancias,

administración de la sociedad, etc). Además, en el apartado interno los artículos vigentes, pese a aplicarse

a sociedades con personalidad jurídica, se redactaron teniendo en mente a sociedades sin personalidad

jurídica, y de ahí se deduce que no existan problemas de aplicación a las mismas de dichos preceptos.

Cuestión diferente es la de las relaciones externas de dicha sociedad, pues la organización es diferente, al

no estar predispuesta para operar como ente en el mercado. 818 Dejaremos fuera de nuestro estudio, pues nos ceñiremos al caso general en que piensa el artículo 1669

CC, ciertos supuestos especiales de sociedad interna donde las partes pretenden operar como sociedad

interna, pero pactan de modo expreso un concreto modo de configurar la relación entre ellas diferente del

genérico que tiene en mente el artículo 1669 CC. Por ejemplo, sería el caso en que las partes

expresamente quisieran que todas las aportaciones se mantuvieran, por los socios, en copropiedad, para

gestionar la labor social. En dicho supuesto, cada elemento aportado pasará a ser copropiedad de todos los

aportantes, pues así lo han querido expresamente, y si hubiese algún bien inmueble entre dichas

aportaciones también pasa a ser copropiedad de todos (siempre que se cubra la forma oportuna, claro

está), estando legitimados los otros copropietarios para modificar registralmente dicha titularidad en

virtud del negocio de aportación realizado en dicho sentido (para el que es necesaria escritura pública). En

este supuesto, por causa del pacto expreso, sí que tenemos auténticos bienes en comunidad, con todo lo

que ello implica (a efectos de cuotas y posible ejercicio de tercerías por los copropietarios). En cualquier

caso, es una configuración extraña, pues no sintoniza con el modo de operar de una sociedad interna.

Pensemos en algún otro posible modo de configurar la relación, y sería por ejemplo el caso de que las

partes pactaran expresamente transmitir todas las cosas aportadas a uno de los socios, que actuará como

gestor, y que obrará con dicho patrimonio gestionando los intereses de la sociedad interna (lo admite en

Derecho alemán, aunque desvinculando la transmisión de la propiedad de la transmisión de la

administración efectiva, KESSLER, E.: Staudinger Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch mit

Einfürungsgesetz und Nebengesetzen”, cit., pp. 312-313, así como SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht

Besonderer Tail.”, cit., p. 233). En dicho caso aparentemente el patrimonio será de ese socio, sin perjuicio

de que los otros socios le puedan exigir la oportuna responsabilidad en su caso. Pero realmente lo que se

pretende también es destinar esa masa al correcto desarrollo vital de la sociedad interna. Inserto en el

contrato configurador de la sociedad existirá, como veremos, un mandato irrevocable por parte de los

socios hacia el gestor, para poder operar con esas aportaciones. Por tanto, esa propiedad “formal” está en

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3.2. Falta de personalidad jurídica: la cuestión temporal

La regla general en nuestro ordenamiento jurídico es la de que las sociedades civiles

nacen con personalidad jurídica, salvo que las partes configuren expresamente la

sociedad como interna. En cualquier caso, debemos aclarar el momento de apreciación

de esa falta de personalidad jurídica y si resulta necesario determinar la existencia de un

momento concreto donde se modifique el régimen de la sociedad, pues el régimen de la

sociedad personificada no puede ser idéntico al de la sociedad interna.

Esta cuestión no ha sido estudiada doctrinalmente más que de modo colateral y no

por los autores que defendían ideas donde este tema era demasiado relevante como para

soslayarlo (justo es determinar que los autores que defendieron tesis estructuralistas,

consecuentes con dicha opinión, no incidían especialmente en el dato). Se puede

encontrar un esbozo de tratamiento por parte de SCAEVOLA819, pero no aclara la

dependencia de los pactos originadores (en este sentido, DE CASTRO, F.: “El negocio fiduciario”, dentro

de “El negocio jurídico”, Ed. Civitas, Madrid, 1997, pp. 422-423), que realmente disimulan un mandato

para gestionar los asuntos sociales con dichas aportaciones (alude a la existencia de un mandato para

administrar bienes como negocio disimulado, con lo que ello implica, FUENTESECA, C.: “El negocio

fiduciario en la jurisprudencia del Tribunal Supremo”, Ed. Bosch, Barcelona, 1997, especialmente pp.

209-227). Aunque sí deba protegerse la buena de los terceros que confiaron en la apariencia ofrecida (en

este sentido, ALBALADEJO, M.: “El llamado negocio fiduciario es simplemente un negocio simulado

relativamente”, Actualidad Civil Nº 36, 4 a 10 octubre 1993, Doctrina XXXVI, p. 675). Pasando a otro

tema, cabe incluso que las partes pacten alguna obligación de conducta parcial, como la de quien aporta el

uso de un inmueble, pero legitima al gestor para disponer del inmueble mediante el apoderamiento

oportuno, si estima necesario que ello beneficia el correcto funcionar de la sociedad interna.

En estos casos concretos expuestos, las partes han diseñado un modo de configurar la sociedad interna y a

él habrá que estar. Pero las dudas del artículo 1669 CC se plantean allí donde no existe pacto de este tipo,

que son los casos donde hay que interpretar este artículo correctamente. 819 SCAEVOLA, Q. M.: “Código Civil”, Tomo XXV, cit., pp. 783-785.

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cuestión: se plantea cuándo termina la personalidad jurídica de la sociedad, pero se

centra en el supuesto de liquidación de la sociedad, que es el que más le preocupa.

Sin embargo, es vital determinarlo, ya que si existe un momento en que la sociedad

“pierde” la personalidad jurídica, pues se ve desprovista de ella por aplicación del

artículo 1669 CC, o bien en el caso de que la sociedad actúe en el mercado y después

adquiera la personalidad jurídica, existirá un antes y un después en su trayectoria, con

relevancia a la hora de determinar las posibles pretensiones de terceros hacia la misma.

Pensemos que, por ejemplo, si la persona jurídica no nace hasta un determinado

momento posterior, puede darse el caso de que opere en el mercado y no haya nacido el

patrimonio propio del ente, y esto es fuente de problemas. Si no existe cambio todo es

menos problemático: no se gozó de personalidad y la seguridad jurídica sale fortalecida.

Nuestro TS, pese a aludir a sociedades irregulares con lo que eso implica, no se ha

detenido realmente en este tema: simplemente valoraba si debía aplicarse el artículo

1669 CC y, si concluía que sí, lo aplicaba sin mayor atención a cuestiones

temporales820.

Repasando las distintas concepciones comprobamos que, aunque no lo hayan

estudiado y nosotros hayamos rechazado sus planteamientos, los defensores de la

820 Es curioso que, siendo las ideas seguidas mayoritariamente por nuestro TS, nunca se haya detenido en

esta cuestión. En su momento estudiaremos cómo el TS aplica el artículo 1669 tras analizar la situación

del caso concreto y comprobar que se daban los requisitos que entiende necesarios, configurando el

objeto de regulación como la sociedad irregular. Y una vez catalogada como irregular esa sociedad, a la

misma se le debía aplicar el artículo, sin más, sin saber de modo exacto, ya que esa teoría debe asumir un

cambio de régimen, si realmente el caso controvertido era anterior o posterior a dicho cambio de régimen.

Este modo de operar sería posible si la concepción defendida por el TS fuese la estructuralista, pero no

puede serlo si la clave reside en la publicidad de hecho o en los defectos formales de la sociedad, porque

entonces hay que fijar un momento a partir del cual se cae bajo la órbita del precepto y deja de gozarse de

personalidad jurídica. En ningún momento se alude a dicho cambio de régimen, ni al momento en que

ello se produce, algo que sería fundamental si tenemos en cuenta que se defiende una postura que

conlleva como consecuencia necesaria esa modificación de régimen a que aludimos.

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necesidad de publicidad registral y de publicidad de hecho para que la sociedad civil

adquiera su personalidad jurídica debían asumir la necesidad de un cambio de régimen,

cuyo punto de inflexión sería el momento de cumplimiento del requisito publicitario821.

Y esa adquisición posterior de la personalidad jurídica implica la inexistencia de

patrimonio autónomo hasta que exista dicha persona, dato a tener en cuenta también.

Para los defensores de las ideas estructuralistas, ideas que acogemos del modo

defendido en el capítulo anterior, la seguridad jurídica es mayor: en ningún momento

existe cambio de régimen, sino que la existencia o ausencia de personalidad jurídica

estará definida desde el primer momento, desde que se perfecciona el contrato

821 En el caso de las ideas de DE CASTRO, la sociedad no adquirirá la personalidad jurídica hasta que se

inscriba en el Registro mercantil, por lo que existirá un antes de dicha adquisición (la sociedad civil no es

persona jurídica, con todo lo que eso implica) y un después (la sociedad civil pasa a ser persona jurídica).

Es cierto que ese momento está perfectamente determinado y claro, con lo que problemas de

indeterminación no existirían, aunque subsistirían los problemas de cambio de régimen en sí.

Los autores defensores de la necesidad de publicidad de hecho deben asumir idéntico problema que los

anteriores, pero, si antes el momento del cambio quedaba perfectamente determinado, ahora ya no es así,

y a los problemas que conlleva un cambio de régimen de aplicación hay que unir el dato de la inseguridad

que provoca el momento de inflexión citado. Debería determinarse claramente dicho momento en que la

sociedad no cubre ese requisito de publicidad de hecho, por operar en el mercado sin haber cubierto la

misma, con lo que quedaría bajo la órbita del artículo 1669 CC. Pero es algo que ni siquiera los

defensores de esta teoría han aclarado adecuadamente, como hemos estudiado en su momento. En este

sentido, BADÍA SALILLAS sí apunta la cuestión, aunque no aporte una solución concreta. Su

comentario resulta de lo más gráfico, pese a la inexactitud de dicha observación en lo que toca a la

conversión de la sociedad civil en comunidad de bienes: “Pero, ¿qué ocurre -dice- si luego ésta (la

sociedad que ab initio tiene personalidad jurídica) entra, con su actuación oculta, en el campo de

aplicación del párrafo primero del artículo 1669 ¿Se transformará, entonces, en una comunidad de bienes?

¿Y desde cuándo? Aquí la imprecisión es tremenda”. No le falta razón, como podemos comprobar,

aunque no aporta solución a la cuestión (BADÍA SALILLAS, A.: “En torno a la problemática de la

personalidad jurídica...”, cit., p. 328).

Dicha apreciación, por otra parte, se supone que debiera ser extrajudicial, ya que es un dato objetivo

perfectamente determinable, o debiera serlo, pero siguiendo una mínima lógica, en la práctica acabaría

siendo un dato que se determinaría judicialmente, dado que será difícil que las partes contractuales

societarias y el tercero coincidiesen en considerar que el momento concreto es el que establecen entre

ambos (si se fija en una sentencia debe acatarse, claro está).

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configurador de la sociedad. Ello se debe a que serán las partes las que determinen que

la sociedad se dote de personalidad jurídica ya en el pacto constitutivo, pues la

personalidad jurídica es una emanación de la autonomía de la voluntad. Interpretando el

pacto sabremos si estamos ante una sociedad externa, con personalidad jurídica, o

interna, sin personalidad jurídica, dependiendo de que las partes hayan pactado la

sociedad como sociedad externa, para tener relaciones con terceros como tal ente, o

como interna, sin que se pretenda actuar en el mercado como persona jurídica.

Una vez que se haya determinado qué tipo de sociedad nace de ese contrato, se

obrará en consecuencia, logrando evitar cambios de regímenes, como en los otros casos:

si la sociedad es externa nacerá con personalidad jurídica como atributo natural,

mientras que si la sociedad pactada es interna, en ningún momento gozará de una

personalidad jurídica que las partes nunca pretendieron y que no le será necesaria para

actuar en el mundo jurídico en ningún momento, debido al modo de actuar de los socios

en su propio nombre. La única posibilidad de que existiera cambio de régimen y la

sociedad pasara de ser interna a ser externa o viceversa, se debería a una modificación

en el pacto negocial, pues el problema es de configuración de la sociedad por las partes,

y dichas partes, que configuraron la sociedad como interna o externa, mediante un

nuevo pacto, expreso o tácito, modificaran la propia configuración negocial y

comenzaran a actuar después congruentemente.

Las consecuencias de esa situación expuesta son también relevantes, ya que si el

grupo goza de personalidad jurídica, ello hace que su acción se unifique bastante a la

hora de operar en el mercado, y si es necesario demandar al grupo se le demanda como

ente, pues se conocerá su existencia por haberse mostrado. Sin embargo, si no existe esa

persona jurídica, no se puede demandar a la sociedad como criterio general, sino a sus

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socios como personas individuales822, salvo que la legislación permita dicha

legitimación, como ocurre en nuestro caso con los citados artículos 6.1.5 y 6.2 LEC.

3.3. El acto de aportación: valor del mismo

Antes hemos indicado que las partes realizan un acto de aportación de bienes,

derechos o actividades a la sociedad interna. Sabemos que es una de las grandes

obligaciones de dichas partes contratantes, conforme establece el artículo 1665 CC: la

aportación es una obligación derivada del negocio causal823. Con dichas aportaciones

se pretende dotar a la sociedad de los medios oportunos para que desarrolle

adecuadamente la actividad que tiene por objeto y así se pueda obtener el lucro

pretendido que permita en su momento distribuir beneficios entre los socios. Estamos

ante una obligación generada por el contrato constitutivo o regulador de la sociedad.

En la sociedad civil dotada de personalidad jurídica esas aportaciones pasan a formar

el patrimonio de la sociedad como ente, ya lo comprobamos en su momento. Sin

embargo, en las sociedades desprovistas de personalidad jurídica esos bienes ni pueden

pertenecer a un ente que no existe ni parecen constituir, en principio, un patrimonio

autónomo en sentido estricto, pues no se configura legalmente de modo expreso como

tal. Así lo entendió el legislador, e históricamente se pensó que las aportaciones debían

seguir encuadradas dentro de los patrimonios de los socios, de ahí que se remitiera al

régimen de la comunidad de bienes: tenemos unos aportantes y un conjunto de bienes

destinados a cubrir un fin pero que no pueden formar un patrimonio desde el punto de

vista del derecho real. Después sabremos si existe una auténtica comunidad de bienes.

822 En el hipotético caso de que se conozca la situación, pues lo más frecuente en el caso que nos ocupa es

que no sea así y sólo se conozca a alguno de los socios que actúa en su propio nombre. 823 Términos de LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios entre profesionales”, cit., p. 93.

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Pero en cualquier caso debe tenerse en cuenta que ese acto de aportación tiene un

valor concreto, ya que los aportantes realizan el mismo con la intención de que el bien

deje de ser un bien más, integrado en sus concretos patrimonios, como hasta ahora824, y

se destine a que la actividad social diseñada por las partes pueda ser llevada a cabo,

siempre del modo en que se pacte. Esa intención debe reflejarse en el plano del régimen

de dicho bien. Debemos desentrañar exactamente qué implica, pues la doctrina no ha

dedicado la adecuada atención a esta cuestión825 y la propia jurisprudencia ha sido

contradictoria: mientras en algunas sentencias el TS entiende que, pese a la aportación

realizada, los socios conservan la propiedad de lo aportado826, en otras se ha sostenido el

criterio inverso y ha defendido que la situación respecto de los bienes ha cambiado827.

Desde nuestro punto de vista, los bienes que las partes aporten no pueden mantener

exactamente la misma situación que antes del acto de aportación, pues éste ha

modificado necesariamente su condición: inicialmente cada aportante es propietario del

bien que pretende aportar, con todo lo que ello implica, y pensemos que en el caso de

que la sociedad se dotara de personalidad jurídica, las aportaciones realizadas por los

socios pasarían a engrosar el patrimonio social del ente. Sin embargo, como no existe

persona jurídica en el caso que estudiamos, no tenemos sino una masa derivada de las

aportaciones, destinada a cubrir una serie de operaciones y una serie de aportantes

propietarios de las mismas, y así lo ha entendido el artículo 1669. La intención en

824 Y deje de ser único propietario del mismo, en el sentido de única persona legitimada para decidir sobre

el goce y destino del mismo. 825 En este sentido, cabe destacar el tratamiento otorgado a la aportación en general por CAPILLA

RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 25-166, y comentario a los artículos 1681 a 1683 CC, cit.,

pp. 191-275, así como el tratamiento más específico de LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de

medios entre profesionales”, cit., pp. 92-105, trabajos todos que asumen el bagaje previo de reflexiones

de autores como ROCA SASTRE, MARTÍNEZ ALMEIDA o LÓPEZ JACOÍSTE. 826 En este sentido, por ejemplo, SSTS 22-12-1962, 11-11-1966, 19-5-1978, 20-12-1980, 17-9-1984, 20-

2-1988, 11-10-1990 y 9-2-1994.

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ambos casos es idéntica: separar de los patrimonios particulares de los aportantes una

serie de bienes para que sostengan la actividad económica del grupo. Pero habrá que

valorar cómo se articula dicha intención, y si tiene efectos desde el punto de vista real:

en la sociedad personificada se transmite a ésta la propiedad del bien (o el derecho de

uso, si así se pacta en el caso concreto). En la sociedad interna habrá que aclarar si

dichos aportantes dejan o no de ser propietarios de los bienes (existe voluntad de

destinar los bienes a una finalidad común, voluntad de que exista un régimen especial

en lo que toca a su administración, gestión y disposición). Esto nos inserta ya en el

próximo apartado, pues habrá que determinar si el bien continúa en el patrimonio del

socio, se forma una comunidad o existe un auténtico patrimonio social. La solución por

la que nos decantemos afectará no sólo a las partes, sino también a los terceros.

En definitiva, la idea que debemos dejar clara en este apartado es que el acto de

aportación a la sociedad interna provoca un cambio de situación en los objetos de esas

aportaciones, que pasan de ser bienes concretos propiedad de cada aportante y

susceptibles de ser destinados por éste a la finalidad que estimara más oportuna (como

pleno propietario que es) a ser parte de una masa aportada por los socios y destinada a

cubrir las necesidades que conlleve el correcto desarrollo vital de la sociedad interna (si

existiera persona jurídica estaríamos ante su patrimonio propio).

La intención es la de separar lo aportado del resto del patrimonio personal y

destinarlo a cubrir la labor social, con todo lo que implica a efectos de su gestión,

administración y disposición, que pasa del propietario a la persona encargada para ello

(legitimada por el pacto societario para, en su caso, disponer del bien en el ejercicio de

827 En este sentido SSTS 11-12-1965, 22-11-1972, 30-3-1974, 3-4-1982, 30-9-1985 y 26-4-1988.

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su labor contractual societaria)828. Intentar dificultar esa labor es, realmente, faltar al

pacto societario concertado en su día. Por ello, la línea jurisprudencial que incidía en

que el acto de aportación no implicaba modificación de la situación patrimonial del bien

la consideramos desacertada: no puede ser correcto que exista un acto de aportación y

que no exista modificación alguna en el ámbito patrimonial. A continuación

estudiaremos cómo se plasma la modificación; ahora basta destacar el dato modificador.

Sí es cierto que si se aporta un bien inmueble hay que realizar alguna especificación.

Puede aportarse el uso del inmueble para la actividad social, caso en el que la exclusiva

propiedad seguirá en manos del aportante, como hasta ahora, aunque su utilización

quede a disposición de la sociedad interna. Sin embargo, si se pretende aportar la

propiedad como tal, y se quiere configurar como propiedad de la sociedad interna, no

queda más remedio que establecer una copropiedad sobre el mismo, formalizando en

escritura pública dicha aportación y convirtiendo jurídicamente en copropietarios a los

otros socios, cotitularidad que puede acceder en tal caso al Registro de la Propiedad.

El artículo 1669 CC remite al régimen de la comunidad de bienes. Si realmente

tenemos una comunidad de bienes en el seno de la sociedad interna, opinión que

doctrinalmente no se pone en duda829, será una copropiedad bastante especial, pues los

bienes deben destinarse a un fin concreto, el actuante gozará de total legitimación para

modificar el objeto de esa copropiedad y casa mal con ciertos aspectos de la sociedad

828 Esa persona puede ser el mismo aportante, pero que operará sobre ese bien de modo diferente a como

lo hacía hasta que lo aportó: ahora lo hará para satisfacer las necesidades sociales, y no las individuales

propias de todo propietario. 829 Nadie duda de que exista una comunidad de bienes en el seno de la sociedad interna o, cuando menos,

de que deben coordinarse ambas normativas, y la principal preocupación es intentar esa utilización

armónica de las normas societarias y sobre comunidad de bienes (CAPILLA RONCERO, PAZ-ARES,

PANTALEÓN PRIETO, MIQUEL GONZÁLEZ, TENA PIAZUELO, etc.). Por todos, el ya citado

comentario de PAZ-ARES: “En el plano de la titularidad, hay comunidad. Esto no puede discutirse”

(PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC; cit., p. 1371).

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interna (por ejemplo, resultaría extraño que un socio ejercitara una tercería de dominio

en caso de que el tercero que contrató con el actuante en nombre de la sociedad interna

pretendiera embargar un bien aportado por él a la sociedad interna).

3.4 Existencia o inexistencia de patrimonio social

El socio realiza un acto de aportación a la sociedad interna, ya lo hemos

comprobado, y ello debe producir alguna modificación en el bien aportado. El artículo

1669 remite al régimen de la comunidad de bienes, por entender que no existe un

patrimonio social del ente sin personalidad jurídica (de lo contrario no habría que acudir

a insertar las aportaciones en los patrimonios de los socios de esa forma).

Pese a que la doctrina ha incidido en ello de modo mayoritario, hay que destacar que

los autores que se han planteado esta cuestión no han puesto en duda en ningún

momento la inexistencia de un patrimonio autónomo y, por tanto, la existencia de una

comunidad en el seno de la sociedad interna, régimen al que remite el artículo 1669 y

que coexiste con el régimen societario (aunque en ningún momento la sociedad pierda

su naturaleza societaria)830. Así, MIQUEL GONZÁLEZ831 ha señalado que “una

interpretación adecuada del artículo 1669 nos debe llevar a la aplicación tanto de las

normas de la comunidad como de las normas de la sociedad. Si el artículo 1669 dispone

830 Con alguna tímida crítica, como la manifestada por GITRAMA GONZÁLEZ, a quien la remisión del

artículo 1669 CC y del artículo 18 de la Ley de Asociaciones al régimen de la comunidad de bienes para

aludir al régimen de los grupos no personificados le parecía “a todas luces desorbitante e inadecuado,

dada la fundamental diversidad entre copropiedad y asociación” (GITRAMA GONZÁLEZ, M.: prólogo a

“Las asociaciones no reconocidas”; cit., pp. 7-8). 831 Vid. MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentarios al CC y

Compilaciones Forales, Tomo V, vol. 2, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1985, pp. 39-40,

así como el comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentario del Código Civil”, Tomo I, Ministerio

de justicia, cit., pp. 1071-1072.

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que se apliquen las normas de la comunidad por razón de que los terceros no han tenido

conocimiento o posibilidad de conocimiento de la existencia de la sociedad, es evidente

que a las relaciones entre los socios que nada tengan que ver con ese tema se debe

aplicar la regulación de la sociedad”832. Por tanto, defiende la aplicación de las reglas de

la comunidad a las relaciones con terceros, a los que no les vincula la existencia de la

sociedad, mientras que entre los socios, las relaciones deben regularse por el contrato de

sociedad: “el hecho de que exista comunidad no obsta para que las obligaciones de las

partes se rijan por las normas del contrato de sociedad, si es que existe tal contrato”833.

Pero es terminante: “toda sociedad en la que se hayan puesto bienes en común, si carece

de personalidad jurídica, lleva consigo una comunidad de bienes”834.

CAPILLA RONCERO835, por su parte, alude a la remisión que realiza el artículo

1669 al régimen de la comunidad de bienes para las sociedades que actúan sin esa

publicidad necesaria. Tras reflexionar acerca del precepto y su origen, contradice la

originaria concepción que exigía personalidad jurídica como algo sustancial para la

sociedad, así como también la idea de que el artículo 1669 CC remite íntegramente a las

disposiciones reguladoras de la comunidad de bienes. No es exacto, señala, pues no es

oponible frente a terceros el régimen de la sociedad civil, ya que desconocen su

832 Respecto de la posible antinomia surgida entre los artículos 392 y 1669, señala que “tal antinomia

pudiera resolverse del modo más sugestivo aplicando a la comunidad convencional o sociedad-

comunidad las reglas acumuladas selectivamente; las reglas propias de la sociedad no se aplican a las

relaciones externas, sino que a éstas se aplican las reglas de la cotitularidad; al contrario, a las relaciones

internas no se aplican las reglas de la comunidad, sino las de la sociedad. Esto por lo siguiente: porque la

ratio del artículo 1669 impone la aplicación de las reglas de la comunidad en cuanto se trate de terceros”

(MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, “Comentarios...”, EDERSA, p. 54). 833 MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, “Comentarios...”, EDERSA, cit., p. 42. 834 MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: com. art. 392 CC, “Comentario...”, Minist. de Justicia, cit., p. 1070. 835 CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 391-393, y com. art. 1669 CC, cit., pp. 45-50.

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existencia por la falta de publicidad, por lo que se deben aplicar las disposiciones

comunes a los estados de indivisión, las normas relativas a la comunidad de bienes836.

PAZ-ARES parte de la naturaleza inequívocamente societaria de las sociedades

internas, y añade que el artículo 1669.II remite al régimen de la comunidad de bienes837.

El precepto correctamente interpretado implica, según PAZ-ARES, que “en el sustrato

patrimonial, la sociedad interna se estructura como comunidad de bienes (...). El

precepto, por tanto, no excluye la aplicación, en el plano obligatorio, del derecho de

sociedades (...). Ha de precisarse, sin embargo, que el derecho de sociedades se aplicará

muy selectivamente, de suerte que no serán de aplicación todas aquellas normas que de

una u otra manera presupongan una organización para actuar en el tráfico”. Entendía

que “el patrimonio de la sociedad interna no está unificado, sino disgregado: pertenece

pro quota a los socios. La afectación al fin social es meramente obligacional y, por

tanto, no puede oponerse a los acreedores particulares de los socios. Estos pueden

dirigirse contra el patrimonio del socio y, como parte integrante de él, contra las cuotas

de comunero en el patrimonio social”838.

836 Por tanto, según la interpretación que considera acertada, en las relaciones sociales internas se aplica

íntegramente el régimen de la sociedad existente, régimen convencional pactado, o régimen legal en su

defecto (artículos 1665 y siguientes CC), valorando que la relación existente que une a las partes es

auténticamente una sociedad. Frente a terceros el régimen a aplicar será ya el de la comunidad de bienes. 837 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit., núms. IV y V, pp. 1366-1374, así como voz

“sociedad interna”, cit., núm. III.4, pp. 6333-6334. 838 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1699 CC, dentro de “Comentarios del Código Civil”, Tomo II,

Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, núm. I.2, p. 1486. Debemos tener en

cuenta que existirán cuotas que puedan no ser computables a estos efectos, como las cuotas relativas a

inmuebles que no consten en el Registro de la Propiedad, y donde, como estudiaremos en su momento, la

gran cuestión es de protección de la apariencia que concede el Registro de la Propiedad frente a los

terceros, sin perjuicio de la reparación que pueda corresponder, en su caso, al copropietario. En Capítulo

19: “La sociedad en general...”, en URÍA-MENÉNDEZ: “Curso de Derecho Mercantil”, cit., p. 453, es

todavía más claro al aludir a la coexistencia de la sociedad y la comunidad en la sociedad interna.

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Y entre esas normas que serán de aplicación, según PAZ-ARES, cabe destacar las

referidas a la autonomía patrimonial y a la afección real de los bienes sociales, mientras

que no se puede invocar la preferencia sobre los acreedores individuales de los socios,

las normas sobre representación, liquidación (al menos las referidas a las garantías de

terceros) y nulidad de la sociedad, las referidas a nacionalidad, domicilio, concurso y

resto de reglas que presupongan la subjetivación social, las normas de derecho

internacional privado relativas a las sociedades y las normas constitucionales que

protegen el derecho de asociación, además de gozar de especial interés las

peculiaridades acerca de la responsabilidad de los socios y la administración del grupo.

Como vimos, dividió PAZ-ARES el régimen de la comunidad de bienes en tres

apartados839, de los que sólo cabe aplicar a la sociedad interna uno de ellos (artículos

839 Son los siguientes: en primer lugar, la parte dedicada a administración y disposición de la cosa

(artículos 393, 394, 395, 397 y 398 CC); en segundo lugar, la parte dedicada a la configuración del

derecho de cada comunero (artículos 399, 403 y 405 CC); por último, la parte dedicada a la división y

extinción de la comunidad de bienes (artículos 400, 401, 402 y 404 CC). De ellos, sólo el segundo parece

de aplicación a las sociedades sin personalidad jurídica. En lo que toca a administración y disposición del

patrimonio de la sociedad debe estarse a lo pactado por las partes: cuestiones como el concurso de los

socios en beneficios y cargas, o uso de cosas en común, alteraciones, y administración no son

equiparables a las que se observan en una comunidad de bienes, pues de entrada el objeto ha sido reunido

con una finalidad concreta: se destina a sostener la actividad de una sociedad interna (por ello, la

legitimación para actuar sobre ese patrimonio, incluso disponiendo el gestor de bienes, es bastante

importante). Existe pacto y a él debe estarse, no a la regulación de estos artículos citados. Pensemos en lo

importante que será la libre disposición de bienes de ese “patrimonio social” por parte del gestor citado,

algo que normalmente no suele sintonizar demasiado con la regulación codificada de la comunidad de

bienes, que no suele orientarse hacia esa actividad tan intensa por parte del actuante (Salvo que exista una

copropiedad seguida de un apoderamiento por parte de los otros comuneros, algo que parece poco viable

en una sociedad interna como tal. Pese a ello, la operatividad será parecida: estaremos ante una sociedad

interna, que conlleva una copropiedad donde alguien podrá gestionar los bienes aportados para obtener las

finalidades colectivas que se persiguen).

Sobre la división y extinción de la comunidad, tampoco debe acudirse a los preceptos del CC sobre

comunidades, sino al pacto o a las normas de la sociedad civil: la actividad social debe seguir y, para ello,

los socios deben acudir a los bienes aportados. Ante todo, estamos ante una sociedad, aunque encierre una

comunidad de bienes. Normalmente, además, no existirán terceros afectados por esta situación.

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399, 403 y 405)840. En el plano de la titularidad, existe comunidad, conforme señala el

artículo 1669 en su párrafo segundo, mientras que será el plano obligatorio en el que

surjan los problemas, consistentes realmente en determinar si la relación obligatoria

establecida entre los comuneros es una relación obligatoria contractual (sociedad) o una

relación obligatoria legal (comunidad). Por tanto, coexisten ambas figuras y son

efectivamente compatibles841.

Sin embargo, defiende que sí deban ser tenidos en cuenta los artículos 399, 403 y 405 CC a la hora de

ocuparnos de la configuración del derecho de cada comunero en esta comunidad de bienes tan especial. 840 El primero alude al derecho de cada comunero sobre la cosa común, derecho de propiedad sobre cada

cuota. Este precepto es útil a la hora de ser consciente de que sobre ese derecho puede tener que actuar,

llegado el caso, el acreedor del socio por operaciones extrasocietarias, pues estamos ante una parte de su

patrimonio. Posiblemente no sea conocida, pero debe tenerse en cuenta que estamos ante una parte del

patrimonio, y ello debe valorarse. Sin embargo, en las operaciones celebradas en interés de la sociedad,

se actuará de otra forma, como veremos, respecto de la exigencia de responsabilidad, y el dato relevante

está en responder actuando con la masa patrimonial, y no sobre cuotas en la misma.

El artículo 403 alude a la facultad de los acreedores y cesionarios de los partícipes de concurrir a la

división de la cosa común y oponerse a la que se verifique sin su concurso, algo que será de aplicación al

caso que nos ocupa a la hora de destacar esa relevancia de los derechos de los acreedores del socio

durante el proceso de desaparición de la sociedad interna, personas que no son parte en dicho proceso

(MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 403 CC, dentro de “Comentarios al CC y

Compilaciones Forales, Tomo V, vol. 2, Editorial Revista de Derecho Privado, p. 506). La aplicación de

este artículo es consecuencia de la existencia de una auténtica comunidad sobre esa masa aportada.

El artículo 405 completa esa protección de los terceros garantizando, frente al artículo 1068 CC, que la

división de la cosa común no perjudicará a tercero, que conservará los derechos de hipoteca,

servidumbres u otros reales que le pertenecieran antes de la partición, así como conservarán su fuerza los

derechos personales pertenecientes a un tercero contra los socios por razón de la comunidad. Esta

segunda parte es la que más nos interesa. Este precepto garantiza esa situación, pero no establece

preferencia alguna de los acreedores de la sociedad interna, y no puede aplicarse la solución del artículo

1699 CC (en este sentido, vid. MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 405 CC, dentro de

“Comentarios al CC y Compilaciones Forales, Tomo V, vol. 2, Editorial Revista de Derecho Privado,

Madrid, 1985, pp. 524-531 y comentario al artículo 405 CC, dentro de “Comentario del Código Civil”,

Tomo I, Ministerio de justicia, cit., pp. 1116-1117). 841 PAZ-ARES, C.: Capítulo 19: “La sociedad en general...”, en URÍA-MENÉNDEZ: “Curso de Derecho

Mercantil”, cit., pp. 452-456.

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PANTALEÓN PRIETO, a su vez, entendió que la remisión del artículo 1669.II CC

significaba que “no existen más patrimonios que los individuales de los socios,

copropietarios por cuotas de los bienes dedicados a la consecución del fin común. Lo

que es plenamente consecuente con el supuesto de hecho del referido artículo: una

sociedad interna, esto es, una sociedad en la que los socios han excluido las relaciones

externas nomine societatis, que los socios han estructurado como mero vínculo

obligatorio entre ellos, y no como una organización o grupo unificado”842. Y continúa

reservando la remisión citada para el ámbito de las relaciones jurídico-reales sobre los

bienes dedicados a la consecución del fin común, pues las relaciones obligatorias se

regirán por las normas del contrato de sociedad. Es más: diseña a las sociedades internas

del siguiente modo843: son aquéllas “en las que los bienes dedicados al cumplimiento

del fin común son propiedad por cuotas de los socios, y no hay otros acreedores que los

individuales de cada uno de ellos (que contratan en nombre propio con los terceros)”.

Algún otro autor apuntó la existencia de esa comunidad de bienes en el seno de la

sociedad interna844, la necesidad de regirse totalmente por la normativa de la comunidad

842 PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de la sociedad...”, AAMN, cit., núm. 5, p. 22. 843 PANTALEÓN PRIETO, F.: “La personalidad jurídica de la sociedad...”, AAMN, cit., núm. 6, p. 23. 844 En este sentido, COSSÍO Y CORRAL, A. DE: comentario al artículo 35 CC, cit., p. 837, donde indica

que en estas sociedades “rigen, en cuanto a la titularidad de los bienes, las reglas propias de la

copropiedad, atribuyéndose la misma a los socios, por cuotas partes,...”, TENA PIAZUELO, I.: “El

concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 285-340 y GULLÓN BALLESTEROS, A.: “Curso de

Derecho Civil...”, cit., p. 357 (“La situación de los socios se regula por las reglas de la comunidad de

bienes. Pero hay que tener ante todo en cuenta el contrato entre ellos, porque como determina el artículo

392, las prescripciones legales en materia de comunidad de bienes son supletorias de los contratos que

eventualmente hayan podido celebrar los comuneros”). También en este sentido LECIÑENA IBARRA A.

(“La sociedad de medio entre profesionales”, cit., p. 97: indica que en este caso “...La titularidad de todo

lo aportado pertenecerá a todos los socios por cuotas ideales, habida cuenta la correlación que el artículo

1669.2 CC establece entre ausencia de personalidad jurídica y existencia de indivisión”) y NÚÑEZ

IGLESIAS, A. (“Comunidad e indivisibilidad”, Ed. McGraw-Hill, Madrid, 1995, pp. 152-170; en p. 153,

expresamente, indica que “cuando ese contrato sea de sociedad, puede afirmarse que la comunidad

coexiste con la sociedad”). BONET RAMÓN incide en que se regirá esta sociedad por las normas de la

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de bienes, tanto inter partes como frente a terceros845, así como hay quien, como

ESTÉVEZ, ha apuntado la existencia de una copropiedad en mano común (pero no ha

explicado posteriormente dicha defensa846).

Es interesante recordar también qué ideas ha defendido el TS al aplicar este

artículo847. Ha sido opinión bastante generalizada el sostener que esa remisión a las

normas de la comunidad de bienes era absoluta y excluyente de las normas relativas a la

sociedad: estas normas reguladoras de la comunidad eran aplicables tanto en el ámbito

interno como en el externo848. Ello conlleva, obviamente, que la disolución y

liquidación de la sociedad se someta a las normas de la comunidad de bienes849, aunque

en otras ocasiones el TS es menos riguroso con esta cuestión850.

comunidad de bienes “cuando haya base suficiente para demostrar la existencia de esa comunidad”

(BONET RAMÓN, F.: comentario al artículo 1669, dentro de “Código Civil comentado con sus

apéndices forales”, Ed. Aguilar, Madrid, 1964, p. 1316). 845 En este sentido, ESTRUCH ESTRUCH, J.: “Venta de Cuota y Venta de Cosa Común por uno de los

Comuneros en la Comunidad de Bienes”, Ed. Aranzadi, 1998, pp. 47-58. 846 Únicamente indica que “el derecho de cada socio, que se actúa sobre la totalidad de la cosa, coexiste

con un derecho concurrente y de la misma extensión por parte de los demás” (ESTÉVEZ, J. L.: “La

distinción de condominio y sociedad”, RGLJ, 1947, t. 181, p. 706) 847 Resultan útiles tanto el trabajo de NUÑEZ IGLESIAS (NUÑEZ IGLESIAS, A.: comentario al artículo

1669 CC, dentro de “Jurisprudencia Civil Comentada, Código Civil”, dirigido por PASQUAU LIAÑO,

tomo II, 2000, pp. 2927-2928), como el de BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, R. (comentario al

artículo 1669 CC, dentro de “Comentarios al Código civil”, Ed. Aranzadi, Navarra, 2001, p. 1890-1891). 848 En este sentido, SSTS 20-12-1980 (M. A. 4753), 27-9-1985 (M. A. 4476), 10-12-1985 (M. A. 6431,

alude a “dividir esa comunidad de bienes”), 21-3-1988 (M. A. 2221), 18-3-1995 (M. A. 1962), 30-6-1995

(M. A. 5273) y 12-7-1996 (M. A. 5885, que indica que el artículo 1669 “obliga a la aplicación de las

normas de la comunidad de bienes sin ninguna restricción del articulado a ello dedicado”). 849 En este sentido, SSTS 27-2-1970 (M. A. 1018), 20-12-1980 (M. A. 4753), 27-9-1985 (M. A. 4476),

21-3-1988 (M. A. 2221), 3-1-1992 (M. A. 145), 8-3-1993 (M. A. 2051), 27-5-1993 (M. A. 4080), 24-2-

1995 (M. A. 1109),15-6-1995 (M. A. 5297), y 30-6-1995 (M. A. 5273). 850 Así, en ciertos casos remite a las reglas societarias para realizar esa liquidación (en este sentido, SSTS

24-3-1952 (M. A. 733), 26-6-1959 (M. A. 2936), 3-1-1992 (M. A. 145) y 12-7-1996 (M. A. 5885)). En

alguna otra sentencia, pese a asegurar que en la regulación interna debe regir la comunidad, considera que

no en todos las aspectos debe ser así (en este sentido, STS 5-7-1982 (M. A. 4216)), mientras que en otras,

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Pese a todo, está bastante extendida jurisprudencialmente la aplicación del régimen

de la sociedad a las relaciones internas de los socios, tal y como ha expuesto

detalladamente TENA PIAZUELO851. Es normal encontrar sentencias en este sentido:

así, la STS 3-3-1960852 considera aplicables entre las partes las normas de la comunidad

de bienes, pero declara la validez de lo pactado entre dichas partes, algo que también se

desprende de la SSTS 7-10-1961853, 19-4-1972854, 3-4-1982855, 5-7-1982856, 13-3-

1989857 y 6-11-1991858. De la STS 19-10-1962859 se deduce la equiparación de régimen

entre sociedad irregular y comunidad, pues las normas de interés en ambos casos son

las mismas. Y se aplica el régimen de la comunidad de bienes en las SSTS 8-5-1964860,

11-11-1966861, 11-5-1971862, 20-12-1980863 (trata de una sociedad irregular, como si de

pese a remitir a las normas de la comunidad de bienes, suaviza esa aplicación gracias al artículo 392.2 CC

(en este sentido, SSTS 19-1-1976 (M. A. 45) y 14-11-1997). 851 TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 300-319. 852 M. A. 944. 853 M. A. 3593. “Debe regirse generalmente por las reglas de la contratación y por las de la comunidad”. 854 M. A. 2550. Algo desenfocada en su argumentación, pero se expresa en dichos términos. 855 M. A. 1938. Las normas de la comunidad de bienes se reservan para el “sustrato material o fondo

común formado por los socios”. 856 M. A. 4216. Entre la “sociedad irregular” y la comunidad de bienes hay “ciertas semejanzas”, según

indica. Pero “sin que ello suponga necesariamente que, nacida por voluntad contractual una sociedad civil

(...) esté por ello sometida totalmente en su estructura y sobre todo en sus efectos económicos y

patrimoniales al régimen ordinario de la copropiedad...”. 857 M. A. 2041. Remite en primer lugar a la autonomía de la voluntad, pero después a las normas sobre la

comunidad de bienes., basándose en las ideas expuestas en las SSTS 21-11-1969 (M. A. 5504) y 30-4-

1986 (M. A. 2068). 858 M. A. 7937. Recuerda las sentencias anteriores en este sentido. La primera normativa a aplicar es el

pacto expreso. 859 M. A. 3669. 860 M. A. 2335. “... un patrimonio indiviso si la sociedad no tiene personalidad y se rige por las

disposiciones relativas a la comunidad de bienes”. 861 M. A. 4884. Fundamenta su argumentación en las SSTS 22-12-1956 y 24-3-1952. 862 M. A. 2780. 863 M. A. 4753.

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una comunidad de bienes se tratase), 21-3-1988864, 11-10-1990865 y 13-11-1991866,

además de que algún otro órgano también lo ha hecho867.

Conforme a otra orientación, el TS ha indicado que las normas de la comunidad de

bienes se aplican únicamente en el ámbito del sustrato material o fondo común formado

por los socios, mientras que en el resto regían las normas societarias868.

Sin embargo, el propio TS percibe que el que una sociedad no goce de personalidad

jurídica no implica que deje de ser sociedad, sino que no dispondrá de personalidad

jurídica, que es bien diferente, y consecuente con ello admite que en el plano interno

obligacional de los socios deben ser aplicables las reglas pactadas por ellos, el contrato

de sociedad, y las reglas codificadas relativas al mismo869. Pese a ello, también se ha

defendido, por ejemplo en la STS 11-12-1965870 que realmente en la sociedad interna

las aportaciones no redundan en el patrimonio de un ente nuevo, sino que, desde el

punto de vista del derecho real, no existe un patrimonio independiente del patrimonio de

864 M. A. 2221. Incide en la afinidad sociedad-comunidad de bienes, procedente del Derecho romano, y

señala que no es concebible una sociedad sin ningún género de comunidad. 865 M. A. 5948. Alude a la remisión y aplicación de las normas de la comunidad de bienes. 866 M. A. 8239. Una sociedad sin pactos escritos, absolutamente irregular, se rige también por las normas

de la comunidad de bienes. El concepto de sociedad desprovista de personalidad jurídica, irregular, es

claramente incorrecto. 867 En este sentido, STSJ Navarra 12-2-1998 (M. A. 1713). Se estudia el caso de una sociedad no

conocida en el tráfico que compraba fincas para beneficiarse de su explotación y posible recalificación, y

alude a que dichas adquisiciones, por realizarse por una sociedad interna, lo serán en condominio de los

socios. 868 En este sentido, SSTS 3-4-1982 (M. A. 1938), 5-7-1982 (M. A. 4216), 19-11-1982 (M. A. 6549), 17-

9-1984 (M. A. 4297), 30-4-1986 (M. A. 2068) y las que cita, 26-4-1988 (M. A. 3279), 24-7-1993 (M. A.

6479) y 2-12-1993 (M. A. 9487). 869 En este sentido, SSTS 14-6-1962 (M. A. 3170), 27-4-1973 (M. A. 1873), 3-4-1982 (M. A. 1938), 5-7-

1982 (M. A. 4216), 19-11-1982 (M. A. 6549), 17-9-1984 (M. A. 4297), 26-4-1988 (M. A. 3279), 30-4-

1986 (M. A. 2086), 24-7-1993 (M. A. 6479) y 2-12-1993 (M. A. 9487). 870 Y alguna otra posterior: por ejemplo, la STS 19-11-1982 (M. A. 6549) señalaba que no hay en la

sociedad desprovista de personalidad jurídica (aludía expresamente a la sociedad irregular) la

“insensibilidad recíproca de los patrimonios, típica de las sociedades con personalidad jurídica”.

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cada socio. Existe, tal y como lo entiende el artículo 1669, una masa, ahora en

copropiedad por los aportantes, destinada a sostener la actividad de la sociedad871.

Parece totalmente claro, por tanto, para estos autores, que sociedad y comunidad

coexisten872. Con independencia de lo que opinen, esa masa resultante existe porque se

ha producido un acto de aportación que implica que cada aportante deje de ser

propietario único de lo aportado por él y pase a ser copropietario de la masa resultante

de las aportaciones de todos, según se entiende. Copropiedad que, en caso de existir,

nace de modo un tanto original, pues su constitución no se deriva de la voluntad de las

partes, sino de la creación de la sociedad interna, al existir unas aportaciones sin que un

871 Los socios realizan las aportaciones a la sociedad interna sabiendo perfectamente que las mismas se

insertan en el proceso de constitución válido de una sociedad interna, que no operará como tal en el

mercado, y a la realización de dichas aportaciones, el artículo 1669 CC anuda la consecuencia de que

deben regirse por las normas de la comunidad de bienes, ex lege, sin que las partes hayan pretendido en

ningún momento constituir esa comunidad de bienes y pretendiendo operar de modo contradictorio al que

sería lógico en una comunidad de bienes. Desde el momento en que se aportan, ya lo repasamos

anteriormente, parecen expresar su voluntad de destinar las mismas a la realización del fin social, por lo

que su interés es que dejen de ser de su exclusiva propiedad para pasar a engrosar de hecho una suerte de

patrimonio de la sociedad sin personalidad. Algo que, como jurídicamente no es posible desde un punto

de vista real, la ley convierte en una copropiedad entre los socios, pues no queda más solución

jurídicamente aceptable, según entiende: la inexistencia de persona jurídica que aglutine la titularidad del

patrimonio aportado conlleva que los aportantes pasen, sin que exista voluntad expresa por su parte, de

ser únicos titulares de su bien aportado a convertirse en cotitulares de todos los bienes aportados.

Estudiaremos esta cuestión a continuación. Desde el punto de vista de los socios, se pretende ser fiel a esa

consideración del régimen de la comunidad de bienes como régimen general de las cotitularidades (desde

el punto de vista de los terceros se pretendía que también los socios no contratantes pudiesen verse

perseguidos, en su caso, algo que hoy resulta más fácil gracias a la legislación procesal vigente).

Por tanto, el conjunto de bienes aportados debe hacer frente a las vicisitudes de la vida social, haciendo

frente los socios a las obligaciones del modo pactado, así como repartiendo los beneficios en su momento

del modo pactado, directamente o nutriendo el patrimonio que haga frente a las cargas de la sociedad. 872 Esta idea está muy extendida en nuestra doctrina, presente en los autores ya citados, que son los que

más atención han dedicado al tema: PANTALEÓN, PAZ-ARES, MIQUEL GONZÁLEZ, CAPILLA

RONCERO, etc. Por todos, vid. la interesante síntesis, al respecto, de NUÑEZ IGLESIAS, A.:

“Comunidad e indivisibilidad”, cit., pp. 152-176. Es una situación un tanto especial, sobre todo teniendo

en cuenta la gran cantidad de reflexiones destinadas a diferenciar a la sociedad de la comunidad.

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sujeto pase a convertirse en titular de ello. Además, es instrumental respecto de dicha

sociedad, pues nace para sostener económicamente la actividad social. Por ello, parece

entender el artículo 1669 que lo único que tendremos en las sociedades internas, desde

un punto de vista real, serán los patrimonios individuales de los socios, y en ellos se

integran estos bienes aportados por todos ellos873.

Desde nuestro punto de vista, no nos parecen exactos estos comentarios realizados

por doctrina y jurisprudencia. Partimos de la base de que no existe persona jurídica ni

artículo expreso que configure un patrimonio autónomo como tal, esto es inequívoco874.

Es evidente, sin embargo, que existe una masa aportada por las partes con un objetivo

claro, que es la separación de lo aportado de su patrimonio particular y su destino a la

realización de la labor social. Esa masa se caracteriza por que la finalidad existente

individualiza a estos bienes del resto de los patrimonios de las partes, y ello implica la

existencia de un particular sistema de administración, de gestión y de disposición, pues

se pretende exactamente eso: separar del resto de patrimonio dicho bien y aportarlo para

el desarrollo de la labor de la sociedad interna, como en la sociedad personificada.

Así, es lógico que el socio contratante, que actúa en nombre propio pero gestionando

el interés de la sociedad interna, esté legitimado para hacer frente a las obligaciones que

873 No existe patrimonio social en sentido estricto debido, en primer lugar, a que no existe persona

jurídica titular del mismo como unidad, así como a la inexistencia de artículo que lo prevea expresamente,

única forma en que podría existir un patrimonio si no existe persona jurídica propietaria. Señala DE LOS

MOZOS como primero de los “caracteres generales de los patrimonios separados y autónomos”, el de

que “son creación del ordenamiento jurídico, conforme a un sistema de numerus clausus, sin que puedan

extenderse por analogía a otros supuestos (como el establecimiento o la empresa mercantil)” (DE LOS

MOZOS, J. L.: “Aproximación a una teoría general del patrimonio”, RDP, 1991, p. 609). Por otra parte,

el hecho de que existan varios bienes en copropiedad no supone problema alguno respecto de la misma,

pues es posible que se constituya con un objeto múltiple (en este sentido, ha estudiado la cuestión,

basándose en las reflexiones de MIQUEL GONZÁLEZ, MORENO DEL VALLE, M. A.: “La

organización de las comunidades de bienes...”, cit., pp. 15-21).

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contraiga, en dichas labores, con ese patrimonio aportado. Incluso disponiendo en su

caso de bienes, pues es la sociedad interna la que debe asumir las operaciones. Opera

internamente, por tanto, como lo haría su homólogo en una sociedad personificada, pero

sin actuar externamente en nombre de la sociedad. Y el régimen de la comunidad de

bienes no sintoniza con la dinámica de operatividad de la sociedad interna.

Por ejemplo, si una persona compra material de oficina en su propio nombre, pero

para la sociedad interna a la que pertenece, es lógico que para ello utilice dinero del

aportado por los socios, y no de su patrimonio particular stricto sensu. Esta peculiaridad

será lo más habitual, y la existencia de una comunidad de bienes no parece sintonizar

con esta operatividad. Además, la administración de dichos bienes corresponderá a

quien se ocupe de ello conforme al pacto social existente. Datos que individualizan a

esos bienes y los convierten en un conjunto a ser tenido en cuenta como bloque.

¿Cómo se configura, entonces, de modo general875, esa masa aportada por los

contratantes?876 Pensemos que en todo caso debemos tener claro quién es el

propietario de cada cosa aportada, por su lógica influencia respecto de todo tipo de

acreedores, y ya hemos indicado que el acto de aportación debe tener algún tipo de

consecuencia. De entrada, la sociedad interna no puede ser propietaria del conjunto de

las aportaciones. No hay que insistir demasiado en esta cuestión, pues un ente sin

personalidad jurídica no puede ser propietario de cosa alguna, a causa de su no

874 Aunque el artículo 6.2 LEC conllevará cierta personificación instrumental en el caso concreto de que

se demande al ente desprovisto de personalidad. 875 Pueden existir casos particulares especiales, como que se constituya expresamente una comunidad

sobre los bienes o que se transmitan todos los bienes al gestor. Pero debe existir el negocio constitutivo en

este sentido, pues es un modo especial de configurar la sociedad interna, no el genérico que estudiaremos. 876 Idéntica cuestión se planteó expresamente LECIÑENA IBARRA, y concluirá la existencia de una

comunidad de bienes (vid. LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios...”, cit., p. 97). También lo

hizo RUBINO, que terminará defendiendo la existencia de un “verdadero patrimonio autónomo dirigido a

un fin” (RUBINO, D.: “Las asociaciones no reconocidas”, cit., núms. 49 a 51, pp. 173-189).

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personificación, así como tampoco parece conveniente configurar un patrimonio sin

sujeto titular, ficción que tampoco se ha plasmado en nuestra regulación877.

Desechada dicha posibilidad, la segunda opción posible sería defender la existencia

de una comunidad de bienes romana en el seno de la sociedad interna, como ha hecho la

doctrina antes citada con mayor o menor intensidad. El apoyo, además, está en el propio

artículo 1669.II CC, que remite a su régimen, y en la argumentación lógica que inspiró

al legislador: se encontró con una masa de bienes, con unos aportantes y con la

inexistencia de un propietario, y con todos esos mimbres construyó una copropiedad de

los aportantes sobre la masa, partiendo de la base de que en toda sociedad existe una

comunidad. Sin profundizar en si era acertado el razonamiento y si la configuración era

armónica con la labor a desarrollar posteriormente.

Existen datos que perturban la seguridad de este modo de razonar878. De entrada, el

gran argumento contrario a su admisibilidad es que la voluntad de las partes no es crear

esa comunidad de bienes, aunque el legislador parezca asumir que haya que acudir a

ella ex lege. No resulta correcto que se constituya una comunidad sobre unos bienes sin

que los constituyentes lo pretendan, pues esa voluntad es necesaria a la hora de la

877 Configuración defendida por RUBINO para el caso de las asociaciones no reconocidas (RUBINO, D.:

“Las asociaciones no reconocidas”, cit., núms. 49 a 51, pp. 173-189), y que se ha plasmado, por ejemplo,

en el artículo 37 del Codice italiano con las asociaciones no reconocidas. En Alemania, vid.

SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht Besonderer Teil”, cit., p. 233. ULMER, por su parte, indica que la

falta de patrimonio social en estas sociedades no es algo conceptualmente necesario, sino que puede

existir, según él, si los socios ceden en propiedad sus participaciones a la sociedad o si se llevan la mismo

objetos adquiridos para su cómputo interno (ULMER, P.: “Münchener Kommentar zum Bürgerlichen

Gesetzbuch”, cit., p. 311). Es matizable, pues ese cómputo interno del que habla puede ser consecuencia

de una forma de configurar la sociedad, sin más valor que el que resulte de su aplicabilidad inter partes.

No es satisfactoria la solución, pues plantea, además de problemas de propia configuración (¿quién es

exactamente el propietario de lo aportado, el ente?) problemas de seguridad: ¿dejó de ser propietario el

aportante?. ¿Quién es titular de los bienes? 878 En esto sí coincidimos con RUBINO, cuando considera que el régimen de la comunidad de bienes no

es el más armónico respecto de la dinámica de operatividad del grupo.

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traditio, y no existe879. Comunidad que, si existiera, sería, además, bastante especial, ya

que de entrada sería accesoria e instrumental respecto de la sociedad: mientras en una

comunidad normal el objeto es más estático y una finalidad en sí mismo, en la

comunidad de bienes surgida de una sociedad interna dicho objeto, además de múltiple,

variaría con cierta frecuencia, pues las aportaciones sostienen la actividad de la sociedad

civil, que es lo que realmente importa (la masa aportada se ampliará o reducirá

conforme a los avatares de la actividad social, y lo fundamental en todo momento será

la existencia del pacto societario: la comunidad de bienes es instrumental, pretende ser

útil a la vida social, sin más). Ese destino de los bienes en copropiedad a una finalidad

concreta no sintoniza ni siquiera con la aplicación de los artículos 399, 403 y 405 CC,

únicos artículos cuya aplicación propugnaba PAZ-ARES880. Por decirlo de modo

resumido, mientras que la sociedad interna será una situación permanente, la comunidad

879 La tradición acompaña al contrato de que se trate, conforme establece el artículo 609 CC, con lo cual

no es algo aislado cuya existencia quepa defender, sino que se ve justificada por el pacto previo al que se

une para transmitir la propiedad o derecho de que se trate (sobre ello, vid. MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.:

comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentarios...”, EDERSA, cit., pp. 32-35). SANTOS

MORÓN apuntaba que “En el Derecho histórico español el contrato de sociedad (universal) tenía como

efecto inmediato, y sin necesidad de tradición, la constitución del condominio” (SANTOS MORÓN, M.

J.: “La forma de los contratos...”, cit., p. 324). No puede ser acertada esa idea hoy día, como vemos. 880 Respecto del artículo 399 CC cabe indicar que la existencia de cuotas en la masa de bienes aportada

contradiría la forma de operar de la sociedad interna en el mercado. Pensemos que los bienes son

aportados para sostener económicamente la labor social de la sociedad interna. Por tanto, sería contrario a

dicha misión poder interponer una tercería de dominio por parte de otro socio ante el posible embargo de

un bien de los aportados y del que, por tanto, fuese copropietario, pues contradiría el pacto social que

celebró en su día. Y si admitimos que existe comunidad de bienes, la misma debe ser oponible frente a

terceros, y cabe, por tanto, admitir la legitimidad para interponer esa tercería, sin perjuicio de que dicha

interposición implicase incumplir el pacto social existente entre las partes (esto tendría efectos

obligacionales y únicamente inter partes). Por tanto, la existencia de cuotas contradice la intención de las

partes, que desean al obligarse que con sus aportaciones pueda sostenerse la actividad social de interés.

En lo que toca a los artículos 403 y 405, en ellos realmente se plasma una regulación protectora de

terceros típica de todo régimen de liquidación donde se pretenda proteger los derechos de terceros

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de bienes que permite su correcta vida social se modificará en su objeto con cierta

habitualidad, debido a su instrumentalidad.

Además, habría un grave problema de sintonía con lo que pretenden las partes al

pactar, pues pretenden que con las aportaciones se sostenga la actividad del grupo,

disponiendo incluso de los bienes con tal fin si es necesario881. Por otra parte, tampoco

queda claro cómo se transmite la propiedad de cada bien aportado a todos los aportantes

sin más acto que el de aportación a la sociedad interna. ¿Ese acto de aportación implica

también traditio a estos efectos? Curioso, sin voluntad de constituir la comunidad882.

La existencia de una copropiedad implica la existencia de cuotas883, además de la

eficacia de la misma frente a terceros884 y, por tanto, la posibilidad de ejercitar una

tercería, por ejemplo, en el caso de que se pretenda embargar un bien de los aportados.

Esto, pese a que pudiese exigírsele la oportuna responsabilidad por su incumplimiento

contractual, iría contra la intención de las partes manifestada en el pacto societario.

El actuante o los actuantes de la sociedad interna en el mercado, por otra parte,

disponen de un margen de acción bastante amplio, ya que pueden actuar sobre el

patrimonio aportado como mejor estimen a efectos de administración y gestión e,

incluso si fuese necesario, pueden enajenar un bien del mismo sin que fuese necesaria la

intervención del resto de copropietarios (algo que, salvo que exista pacto expreso en

dicho sentido, no sintoniza demasiado con la filosofía inspiradora de la comunidad de

bienes). Por todo ello, la regulación de la comunidad de bienes, menos adaptada para la

interesados, pero para ello no debe acudirse a preceptos reguladores de la comunidad de bienes. Por tanto,

tampoco son aplicables como tales, sin perjuicio de la necesidad de proteger los derechos de los terceros. 881 Una copropiedad conllevaría, por ejemplo, la posibilidad de los otros copropietarios de ejercitar

tercerías, en su caso. Ello contradiría el pacto social celebrado en su día y la correcta labor social. 882 Salvo que exista dicha voluntad expresa, como hemos apuntado en su momento. 883 Todos son propietarios, con lo que ello implica de posible lentitud a la hora de operar en el mercado. 884 En este sentido, LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios...”, cit., pp. 100-105.

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actuación económica en el mercado, no sintoniza con la situación pactada por las partes.

No encontramos una comunidad de bienes en el seno de toda sociedad, debemos tener

clara esta idea. Existe una aportación de los socios, pero no una comunidad de bienes.

La opción correcta que nos queda, tras descartar las posibilidades expuestas, es la de

que esos bienes, que tienen en cualquier caso que tener un propietario determinado,

continúen dentro del patrimonio de sus aportantes, pero no del modo en que estaban

antes de que se realizara el acto de aportación885. El bien objeto de aportación sigue

siendo propiedad del aportante, pero con el acto de aportación está expresando una

voluntad clara de afectar el bien al correcto funcionamiento de la actividad social. Esta

voluntad de afectación es bastante importante, pues implica autorizar al legitimado

contractualmente en el pacto societario para que, en su labor, gestione, administre e

incluso disponga del bien que aporta sin que él, propietario, pueda disturbar dicha labor

sin incumplir su obligación contractual886. Por ello, entre las partes, renuncia a ejercitar

las acciones oportunas para recuperar la cosa si el legitimado para ello, en el ejercicio de

sus funciones, dispone de ella o cede la posesión a algún tercero887. Claro está que

885 Posibilidad admitida también por la doctrina alemana mayoritaria en este caso, que entiende que la

sociedad interna (Innengesellschaft) no dispone de patrimonio común (vid. FIKENTSCHER, W.:

“Schuldrecht”, 9. Auflage. Berlin-New York, 1997, p. 614, WESTERMAN, comentario a & 718, en

ERMANN: “Handkommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch”. 8. neubearbeitete Auflage. 1. Band.

Münster, 1989, p. 2143 y KESSLER, E.: “Staudinger Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch mit

Einfürungsgesetz und Nebengesetzen”, cit., pp. 311-312, donde comenta que esta idea es confirmada por

algunos tribunales superiores de los Länders, el Tribunal Federal y buena parte de la doctrina, y otra

configuración es excepcional). Incluso quien duda de que ello sea así en todo caso, como ULMER, no por

ello acude al régimen de la comunidad (ULMER, P.: “Münchener Kommentar zum Bürgerlichen

Gesetzbuch”, cit., pp. 223-224). 886 En caso de disposición de un inmueble debe legitimarse expresamente para celebrar el concreto

negocio, por cuestiones de seguridad jurídica. 887 Este legitimado está obligado por el pacto contractual a operar con ese patrimonio en interés de la

sociedad interna, en virtud de una cláusula de mandato. Mandato que será irrevocable, debido a que el

socio no puede posteriormente actuar de modo contrario a ese pacto, como estudiaremos.

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tendrá efectos entre las partes contratantes, por lo que frente al tercero estos bienes

pertenecen a su propietario a todos los efectos, aunque exista alguien legitimado para

operar sobre el bien888. Si la aportación es de un bien inmueble, sigue también inserto en

el patrimonio del aportante pese a estar afecto a la finalidad destinada, con lo que es

encuadrable dentro del pacto social que el propietario legitime al gestor de los intereses

sociales para que, si lo estima oportuno, disponga del bien.

Con las aportaciones, por lo tanto, se está formando una masa destinada

obligacionalmente al cumplimiento del fin social, de modo similar a como vimos que se

apuntaba que ocurría en Derecho romano. El acto de aportación es la manifestación de

la voluntad de cada parte de destinar esos bienes al sostenimiento de la actividad social

y, pese a que siga integrado dentro de su patrimonio, separarlo claramente del resto de

bienes del mismo (es una situación parecida a la de las obligaciones que debían soportar

los bienes gananciales en el régimen económico de sociedad de gananciales, con el

matiz de que en dicho caso sí hay imagen de la situación existente frente al tercero889).

Por tanto, además de subsistir el pacto societario entre las partes890, los bienes aportados

deben sostener la actividad económica en la medida de lo posible (habrá que ver de qué

modo se articula ello), funcionando obligacionalmente como si de un patrimonio

888 La legitimación proviene del contrato social constitutivo, o bien se legitima posteriormente para el

caso concreto, pero siempre teniendo en cuenta que la base legitimadora reside en el pacto social. 889 Se pretende “motivar la confianza del tercero, que contrata con una persona casada, para cubrir las

necesidades ordinarias de la familia de ésta. El acreedor queda protegido cuando existe una apariencia de

que la actuación de uno de los cónyuges se encuentra dentro del ámbito de la potestad doméstica”

(RAGEL SÁNCHEZ, L. F.: “Ejecución sobre bienes gananciales por deudas de un cónyuge”, cit., p. 58).

Pensemos que estamos aludiendo a “aquellas deudas que aparentemente se contraigan en interés de la

familia” (RUEDA PÉREZ, M. A. y RUEDA PÉREZ, J. M.: “Notas sobre la nueva regulación de las

cargas y obligaciones de la sociedad de gananciales tras la reforma del Código civil de 13 de mayo de

1981”, RDP, 1982, p. 557). Además, en el Registro Civil (y de la Propiedad) constará ese régimen, y el

tercero tiene acceso a esa información. 890 Sería un grave desatino jurídico contar con un pacto regulador de la relación y despreciarlo.

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autónomo se tratase891 (internamente lo relevante no es de quién procede tal o cual bien,

sino que la persona legitimada para ello puede actuar con el mismo para obtener la

finalidad social). De patrimonio colectivo como tipo de patrimonio separado hablaba

FAIRÉN en el caso de las sociedades irregulares, aunque después indicara que su

existencia era discutible892, mientras DE LOS MOZOS admitía la existencia de un

patrimonio separado o autónomo en el caso de los regímenes de comunidad893. No

podemos hablar de patrimonio desde un punto de vista real, pues no se configura como

tal en ningún momento. Existe, además, en el contrato configurador un auténtico pacto

de mandato irrevocable que estudiaremos en su momento adecuadamente.

La forma de operar de la comunidad de bienes, por tanto, no sintoniza con la

situación existente. La causa de la remisión, para el legislador, era partir de la

consideración del régimen de la comunidad de bienes como el régimen general de las

cotitularidades, y ante la falta de sociedad personificada no quedaba más que una

comunidad de bienes. No se planteó nuestro legislador las cuestiones de operatividad

interna que estamos describiendo, es innegable, pues habría evitado dicha remisión.

Sin embargo, no serán los aportados los únicos bienes destinados a soportar la

actividad de la sociedad interna, sino que las partes deben soportar las obligaciones

proporcionalmente, del modo pactado, en caso de que dicha masa aportada no cubra

para sostener la actividad social. Lo fundamental es que las partes sostengan

891 Pese a que no exista artículo que lo establezca expresamente, los bienes están afectos a un fin principal

y sometidos a pautas especiales de administración, disposición y responsabilidad, características

suficientes para hablar de un patrimonio particular según algún autor. En este sentido, aunque aplicado a

la sociedad de gananciales, vid. la explicación de VELA SÁNCHEZ, que basa su argumentación en las

ideas de DE CASTRO y FERRARA (VELA SÁNCHEZ, A. J.: “La sistematización del pasivo

ganancial”, Fundación El Monte, Sevilla, 1995, pp. 70-85; para ver su apoyo en las Resoluciones DGRN

vid. “Actuación individual de los cónyuges y responsabilidad ganancial”, cit., p. 10). 892 FAIRÉN, M.: “Patrimonio y responsabilidad patrimonial”, RDN, núm. XXXVI, 1962, pp. 302 y 307. 893 MOZOS, J. L. DE LOS: “Aproximación a una teoría general del patrimonio”, cit., pp. 607-609.

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proporcionalmente la actividad social, y para ello el contratante con terceros debe

valerse inicialmente de la masa aportada894, pero también puede necesitar posteriores

aportaciones de los socios, para que éstos sostengan la actividad social en la proporción

en que se obligaron. Y si se adquieren bienes posteriormente, como veremos, dependerá

de cómo se celebre el negocio para saber quién adquiere la propiedad, pero no

necesariamente se constituye una comunidad sobre ello (si lo adquiere, realmente, un

socio o varios, debe tenerse en cuenta que se integra en su patrimonio, pero que el

destino es social, con lo que ello implica y que veremos en su momento)895.

3.5. Remisión al régimen de la comunidad de bienes: sentido y propuesta de cambio

El artículo 1669 CC es claro al indicar que las sociedades sin personalidad jurídica se

regirán por las disposiciones de la comunidad de bienes. Ya expusimos cómo el acto de

aportación de los socios implica la modificación de la situación de lo aportado en el

plano patrimonial, pues el bien aportado, pese a seguir inserto en el patrimonio del

aportante, está afecto al cumplimiento de la correcta labor social. La duda reside en

interpretar, a la luz de esas certezas a las que hemos llegado, la remisión que realiza el

artículo 1669 al régimen de la comunidad de bienes. No existe esa comunidad de bienes,

por propia operatividad social, pero doctrinal y jurisprudencialmente no se ha dudado

acerca de su existencia. Por ello, habrá que valorar el sentido de la remisión legal, si

ésta es total, parcial o inexistente, y si el pacto entre las partes continúa vigente y de qué

894 Masa formada por una serie de bienes que no han salido del patrimonio de sus aportantes, pese a que

obligacionalmente se destinen a los fines pactados. 895 Insistimos en la idea de que la sociedad interna puede configurarse de otro modo (comunidad sobre los

bienes, o transmisión de los mismos a la propiedad del gestor, por ejemplo). En dichos casos debe

pactarse expresamente así: el supuesto general de sociedad interna será el descrito en el presente apartado.

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forma o si ello no es así, sobre todo tras concluir que realmente existe un patrimonio

obligacionalmente destinado a un fin.

De entrada, entre los socios debe regir el pacto societario, realmente existente,

basándose ante todo en que dichas partes pretenden celebrar y celebran un contrato de

sociedad civil896. Y esa argumentación debemos basarla bien en el artículo 1255 CC897,

bien en el artículo 1669 (incluso se ha apuntado la conjunción de los artículos 1669 y

392 CC898, argumento que también se puede encontrar expuesto por el TS en algún

caso899, pese a que no es correcto900). El régimen será el pactado por las partes, ante

todo, o en su defecto el establecido en los artículos 1665 y siguientes901. Sería absurdo

contar con la existencia del pacto y obviarlo: es voluntad de las partes su vigencia902.

896 Las partes están vinculadas por estos pactos en dichos términos (en este sentido, STS 24-7-1993, M.

A. 6479, y STS 8-3-1995, M. A. 2156). Incluso en el caso de que hayan establecido constituir una

verdadera copropiedad sobre lo aportado, supuesto en el que existiría, siempre que se den los pasos para

que se produjera la mutación jurídico-real (traditio e inscripción registral en el caso de inmuebles). 897 Las partes han celebrado un pacto y a él deben estar, cumpliendo fielmente aquello pactado, pues se

obligaron a ello. Y lo que las partes pactaron era una sociedad. 898 Se señala que si una sociedad cae en la órbita del artículo 1669 CC, su párrafo segundo remite a las

disposiciones de la comunidad de bienes. Por ellas deben regirse también las relaciones internas entre los

socios. Sin embargo, si acudimos a dichas normas (artículos 392 a 406 CC), encontramos que en el

artículo 392 se establece que las comunidades se regirán por dichos artículos sólo a falta de contratos, o

de disposiciones especiales, por lo que, habiendo en nuestro caso contrato (contrato de sociedad),

estaremos ante una comunidad de bienes que se regirá por ese contrato societario pactado entre las partes. 899 En concreto, STS 19-1-1970. 900 Coincidimos con la idea expuesta por MIQUEL GONZÁLEZ, quien señalaba que la aplicación de la

regulación pactada no se deriva del artículo 392.2, sino del propio artículo 1669 CC (MIQUEL

GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentarios...”, EDERSA, cit., p. 55). 901 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: com. art. 1669 CC, en “Comentarios al Código Civil y

Comp. Forales”, cit., p. 48. Esta idea de que entre las partes rigen estos pactos se puede encontrar también

expresamente en alguna sentencia del TS: así, la STS 24-7-1993 indica que el artículo 1669 “no significa

que las sociedades de hecho (las califica así) se identifiquen con la comunidad de bienes y la total

exclusión de las normas de la sociedad a efectos de regulación de las relaciones de los socios entre sí”. 902 Incluso si acudimos a la errónea conexión entre los artículos 1669.II y 392.II volveríamos a defender

esa obligatoriedad inter partes del contrato de sociedad, y en lo no regulado por las partes hay que acudir

a las normas reguladoras del contrato de sociedad civil, conforme a los artículos 1665 y siguientes (la

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Sin embargo, debemos hacer frente a cuestiones que la doctrina, realmente, no se ha

planteado y han quedado sin solución concreta. Así, doctrinalmente se ha distinguido

entre el plano obligatorio y el plano real, remitiendo para el obligatorio a lo pactado por

las partes (contrato de sociedad903) y frente a terceros al régimen de la comunidad de

bienes. No es el enfoque que debemos imprimir a esta situación: defender la

aplicabilidad del contrato en el plano obligacional y del régimen de comunidad de

bienes en lo real, sin más, es no sólo soslayar la cuestión, sino incurrir en un grave error,

pues, salvo pacto expreso, no existe comunidad de bienes en el seno de la sociedad

interna y su régimen contradice la dinámica societaria interna. Existen importantes

dudas que no son solucionadas por esta simplificación, cuestiones tales como, por

ejemplo, el valor de la apariencia, de la imagen ofrecida al tercero a la sociedad interna,

o de la remisión al régimen de la comunidad de bienes aunque realmente no exista.

La remisión al régimen de la comunidad de bienes deriva de la pretendida lógica

jurídica ya expuesta, asumida por el legislador y que no es correcta. Entendemos que no

existe, salvo constitución expresa, comunidad de bienes, pues no es cierto que toda

sociedad encierre una comunidad904, y tampoco implica esa remisión la aplicación de

sociedad sin personalidad jurídica sigue siendo sociedad). Es desechable, por tanto, la opinión que ha

sostenido el TS en algunas ocasiones, acerca de que la remisión del artículo 1669 CC al régimen de la

comunidad de bienes es absoluta y excluye la aplicación de los artículos dedicados al régimen jurídico de

la sociedad. Cabe señalar que en otras sentencias, el TS ha corregido dicha postura, expresándose de

modo correcto desde nuestro punto de vista. Así, la STS 30-4-1986 (M. A. 2086) indica que la

disposición del artículo 1669 CC no supone necesariamente que, nacida por voluntad negocial una

sociedad civil, irregular por falta de elementos formales, quede sometida totalmente en su estructura y

sobre todo en sus efectos económicos y patrimoniales al régimen de la comunidad, sino que habrá que

estarse a lo convenido. Estas ideas se encuentran reflejadas en bastantes otras Sentencias ya citadas. 903 PAZ-ARES lo estudió defendió esa remisión, por existir sociedad o por existir contrato innominado

análogo al de sociedad (PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit., pp. 1371-1372). 904 Con esto no queremos decir que en ningún caso puedan coexistir sociedad y comunidad. Ello es

posible en el condominio naval, pero no en el caso del artículo 1669, salvo pacto expreso de las partes.

Por ello, no estamos de acuerdo con MIQUEL GONZÁLEZ cuando señalaba que “el artículo 1669 nos

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algún aspecto de su régimen. Tenemos una masa de bienes destinada a un fin, y

caracterizada por su separación de los patrimonios particulares de los socios en el plano

obligacional, en el sentido de que su gestión, administración y disposición es autónoma.

El aportante, pese a seguir siendo propietario del bien aportado, deja de tener la

capacidad de actuación y disposición que sobre él tenía antes de realizar el acto de

aportación. Por ejemplo, un socio aporta una cosa o una cantidad de dinero a la sociedad

interna, y, desde ese momento, no puede operar como propietario sobre la misma

debido a que existe un mandato irrevocable por parte de cada aportante hacia el

legitimado para operar905. Pese a que el bien sigue dentro de su patrimonio, la capacidad

para su gestión y disposición pasa al legitimado socialmente para ello y no puede

revocarse la misma sin incumplir el contrato. Ocurrirá así salvo que se constituya

expresamente una copropiedad sobre el bien oportuno, algo que no ocurrirá

naturalmente, como se ha entendido alguna vez906.

Eso, por tanto, pese a que no exista persona jurídica titular ni patrimonio autónomo

diseñado de modo expreso, obligacionalmente no deja de ser un patrimonio separado

del patrimonio de los socios y destinado a un fin concreto, que es la realización de la

labor social. Y como tal hay que tratarlo desde un punto de vista funcional, por lo tanto,

extrayendo el objeto de la aportación del patrimonio del aportante y formando un

patrimonio propio al servicio de la sociedad interna, desde una óptica obligacional.

lleva a una importante consecuencia: comunidad y sociedad no son dos figuras incompatibles” (MIQUEL

GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, cit., p. 39). No lo son, pero el caso con el que

podemos ejemplificar en abstracto no es el del artículo 1669, sino el del condominio naval. 905 Sobre el mandato irrevocable, sistematizando la cuestión aceptablemente, RUIZ-RICO RUIZ, J. M.:

“La representación en interés del representante”, Santander, 1985, pp. 433-462. 906 En este sentido, la citada STSJ Navarra 12-2-1998 (M. A. 1713), que entendía que las adquisiciones de

fincas por parte de una sociedad sin personalidad jurídica generaba ya, de por sí, una copropiedad sobre

cada una de ellas. Ello será así si se adquieren las fincas por los socios conjuntamente, pero no por

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La remisión al régimen de la comunidad de bienes no es más que una forma de ser

riguroso dogmáticamente, según entiende el legislador, además de que exista en ella una

vaga intención protectora (que realmente no es necesaria, pues el artículo 1698 le sirve

de auténtica base para lo que pretende). Pero no se aplicará este régimen, pues ni existe

comunidad de bienes ni su regulación es armónica con la realidad existente en el seno

de la sociedad interna (ni siquiera en los preceptos que indicara PAZ-ARES). La

sociedad interna tiene su propia dinámica, en parte repasada y en parte por repasar, y no

sintoniza con la dinámica de operatividad de la comunidad de bienes.

Por ello, parece correcto defender la necesidad de modificación del artículo 1669

CC en el sentido de suprimir dicha remisión, pues no es útil. No sólo no es útil en

ningún sentido (pues ni existe auténtica comunidad ni su régimen es de aplicación a

nuestro caso), sino que confunde al intérprete a la hora de afrontar el estudio de las

sociedades internas: induce a pensar que pudiera existir una comunidad de bienes en su

seno o que, pese a no existir, debamos acudir a su articulado para fijar el régimen de

estas sociedades. Y no es así. Además, como sabemos, se parte de una premisa

incorrecta, y es la de que en el seno de toda sociedad exista una comunidad de bienes907.

Defendemos, en congruencia, la supresión del párrafo segundo del artículo 1669908.

El régimen por el que se regula la sociedad interna es, realmente, el existente para la

esencia de la sociedad desprovista de personalidad jurídica (puede adquirirse por uno de los socios, por

ejemplo, o por algunos, y destinar luego las fincas a la labor social oportuna). 907 En el seno de toda sociedad civil existirá una masa surgida de la puesta en común dirigida a sostener la

actividad social, surja persona jurídica o no. Pero eso no es una comunidad de bienes, eso no es otra cosa

que la formación del patrimonio del ente personificado, en el caso de que éste exista, o de una masa,

obligacionalmente considerada, destinada al fin social, si no existe persona jurídica. 908 Podría derogarse, sin más, o sustituirse por otra regulación que no hiciera más que elevar a rango de

ley las pautas generales de operatividad de la sociedad interna. En este sentido, lo principal sería destacar

que el régimen jurídico de aplicación sería el régimen de la sociedad civil, como veremos: el artículo

1669 no pretendió regular cuestiones de régimen jurídico, por lo que no aporta novedad alguna a este

respecto. Sin mayores profundidades, además, pues siempre contamos con la regulación dedicada a la

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sociedad civil en general, exceptuando del mismo aquellos preceptos que impliquen

personificación, modificación de titularidades patrimoniales (formación o existencia de

patrimonio autónomo) o actuación como ente frente a terceros, y teniendo en cuenta que

los socios siguen siendo propietarios de lo aportado pese a estar vinculados por el

contrato social a la hora de ponerlo a disposición del interés social. El artículo 1669 CC

no se redactó realmente en clave de régimen jurídico, sino de estricto tratamiento de la

falta de personalidad. Por tanto, repasando el articulado dedicado a las sociedades

civiles, comprobamos que no hay inconveniente en que la gran mayoría de preceptos

regulen tanto a las sociedades personificadas como a las internas909: los artículos 1665 a

1680, 1681 primer párrafo, 1682 a 1696 y 1700 a 1708 CC son perfectamente aplicables

a ambos tipos de sociedades, así como los artículos 1697 y 1698, modificando la

terminología necesaria para adaptarla al caso de la sociedad interna (ya que no estamos

ante el mismo caso: no hay representación de ente en ningún momento), mientras que

los únicos preceptos que no parecen aplicables al caso de las sociedades internas son el

párrafo segundo del artículo 1681 (que alude a evicción, algo conectado a modificación

de titularidad de lo aportado)910 y el artículo 1699 (que exige la existencia de un

patrimonio desde un punto de vista real, conocido en el mercado)911.

sociedad civil, como veremos. No nos parece oportuno fijar un régimen de solidaridad respecto de

terceros, pues la intención es la opuesta a la inspiración del artículo 1698 CC, de aplicación a estas

sociedades. Por tanto, ni siquiera debemos basarnos en argumentaciones que reserven la solidaridad para

la órbita mercantil frente a la mancomunidad de la órbita civil (en este sentido, CAPILLA RONCERO,

F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 340-350 y comentario a los artículos 1697 y 1698 CC, cit., pp. 556-559). 909 No debe sorprendernos: estos preceptos se redactaron pensando en sociedades sin personalidad. 910 Aunque ésta es la solución técnicamente correcta, en nuestra historia codificadora no se entendió así, y

podemos encontrar artículos que defienden esa obligación en el seno de sociedades no personificadas,

aunque sí dotadas de alguna forma de autonomía patrimonial. En concreto, son los artículos 1454.1 del

Proyecto de 1836, 1575.2 del Proyecto de 1851 y 18.2 del Anteproyecto de 1882-1888 (incluido

expresamente en la parte dedicada a las sociedades sin personalidad jurídica). Defendía GARCÍA

GOYENA su inclusión indicando que “su espíritu es que se preste en todos los contratos onerosos; (...) el

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En ese marco, hay que recordar que las aportaciones seguirán dentro del patrimonio

de cada aportante, pero se destinarán a cubrir la correcta labor social conforme al pacto

existente entre las partes del modo ya indicado. Creemos que no debe crearse un

patrimonio del ente no personificado, pues generaría problemas sobre titularidad de los

bienes, transmisión de propiedad, etc. Frente a terceros no es la solución más oportuna

sustituir la seguridad que aporta a todos los efectos la permanencia del bien en el

patrimonio del aportante por la incertidumbre de crear un patrimonio sin sujeto titular.

3.6 Sociedad interna y Registro de la Propiedad

En su momento hemos analizado cómo la titularidad de un bien inmueble por parte

de una sociedad civil dotada de personalidad jurídica podía acceder al Registro de la

Propiedad. Sin embargo, la cuestión cambia en el caso de las sociedades civiles sin

personalidad jurídica. Pensemos en que alguno de los socios puede aportar algún

inmueble, o bien puede adquirirse después para el correcto desarrollo de la vida social.

Debemos meditar si esa modificación de titularidad puede acceder al registro, y, antes,

si una sociedad interna puede ser titular extrarregistral.

Si el inmueble ha sido la aportación de uno de los socios, ya hemos indicado cómo

éste seguiría siendo propietario, sin perjuicio de que legitimara al gestor para operar con

el mismo912. En el caso de que un bien inmueble pertenezca a una sociedad civil sin

personalidad jurídica, realmente no pertenece a la misma como ente, que no existe, sino

artículo fija este punto sobre la base general de los contratos” (GARCÍA GOYENA, F.: comentario al

artículo 1575, en “Concordancias...”, cit., p. 823). 911 En parecidos términos, en la doctrina alemana, STÜRNER, quien indica que se aplicarán las normas

de la sociedad, salvo en lo tocante a representación y patrimonio propio (JAVERNIG-SCHLECHTRIEM-

STÜRNER-TEICHMANN-VOLKOMMER: “BGB Bürgelliches Gesetzbuch”, cit., p. 805). 912 Salvo que se pretenda expresamente constituir una copropiedad, del modo descrito en su momento.

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que habrá que ver cuál es su auténtica situación patrimonial: si existe una copropiedad

entre los socios, si pertenece a uno solo de los socios, o pertenece a algunos de ellos

(porque se haya adquirido por ellos únicamente, y no mediante actuación social, aunque

éste es tema que no nos interesa en este momento). En cualquier caso, un ente que no

existe no puede ser titular de derechos como tal ente, salvo que la ley expresamente le

reconozca o atribuya algún tipo de característica típica de personas jurídicas de modo

excepcional (patrimonio autónomo, legitimación procesal, etc.). Si el bien se adquirió

para la sociedad interna, se constituirá una copropiedad sobre el mismo, porque

expresamente se adquiera para la sociedad inexistente como persona jurídica.

Por lo tanto, una sociedad civil sin personalidad jurídica no puede ser propietaria de

un inmueble, porque no existe como ente. Dicho inmueble pertenece a los socios de

dicha sociedad, o a alguno de ellos, del modo ya citado (dependiendo de cómo se haya

constituido, pero no por ser sociedad interna se constituye una copropiedad913). Por

naturaleza es así. Sin perjuicio, claro está, de que en la escritura de compra pueda

constar la condición de socio de la sociedad interna X por parte de cada uno. Y si eso

ocurre en el plano extrarregistral, registralmente no estamos más que ante la traslación a

este campo de dicha solución: no puede ser propietaria registral una sociedad civil que

no goza de personalidad jurídica, sino que debe inscribirse esa titularidad a nombre de

los socios o de quien sea realmente propietario. El artículo 11 del Reglamento

Hipotecario es consecuente con esta máxima lógica e indica que “no serán inscribibles

los bienes inmuebles y derechos reales a favor de entidades sin personalidad jurídica”.

En esta cuestión la RDGRN 31-3-1997 sí es acertada, como lo serán las posteriores

de 11-12-1997 y 14-2-2001: no define correctamente qué tipo de sociedades civiles no

gozan de personalidad jurídica, pero acierta al indicar que la sociedad civil sin

913 Como defendía la citada STSJ Navarra 12-2-1998 (M. A. 1713).

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personalidad no puede ser titular registral, sino que el bien debe inscribirse a nombre de

todos los socios. La base para ello será la escritura pública de compraventa a nombre de

los socios914. Si los socios adquieren un inmueble para la sociedad interna lo adquieren,

realmente, dichos socios, conforme a la proporción pactada. Siempre que se decida

correctamente qué sociedad no goza de personalidad jurídica el argumento es acertado,

y la clave es estructural, no la inscripción de la sociedad en el Registro mercantil915, el

cumplimiento de requisitos de publicidad de hecho, etc.

Por tanto, cuando se adquiere un inmueble para una sociedad sin personalidad

jurídica, si se pretende que acceda al Registro dicha titularidad, ésta deberá plasmar la

realidad extrarregistral: si el inmueble se adquirió por un único socio, pero para el

disfrute de la sociedad, deberá inscribirse la titularidad de ese único comprador (con

independencia del uso posterior a que se destine, conforme al pacto social existente)916.

Si se adquirió por varios de los socios, existirá una cotitularidad por parte de los

mismos, que debe constar registralmente, mientras que si se adquirió para la sociedad

por todos sus socios (estamos ante el inmueble de la sociedad), registralmente debe

914 El contrato no debe celebrarse necesariamente en escritura pública, pero si se pretende que la

titularidad conste en el Registro de la Propiedad, debe ser así. Además, las partes pueden compelerse a

elevar el contrato a escritura pública, conforme a los artículos 1279 y 1280 CC. 915 Recordemos cómo en el Preámbulo del Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre, se recordaba su

intención al permitirse esa inscripción en el Registro mercantil: “Asimismo, se ampara -a través de una

disposición adicional que modifica el Reglamento del Registro Mercantil- la posibilidad de que las

sociedades civiles sean objeto de inscripción en tal Registro, aunque no tengan forma mercantil, con la

finalidad de que tales sociedades también puedan gozar de las ventajas del reconocimiento a través de un

instrumento de publicidad <<erga omnes>>. De esta manera no sólo las sociedades civiles con forma

mercantil sino también aquellas que tengan una forma puramente civil podrán gozar de las ventajas de

inscripción en el Registro Mercantil, para poder después inscribir los bienes a su nombre en el Registro

de la Propiedad. Se resuelve así el problema de las sociedades que realmente quieren regirse como

sociedades civiles, sin adoptar una forma mercantil que las desvirtúe” (las cursivas son nuestras). 916 El hecho de inscribir una titularidad exclusiva del comprador no implica que extrarregistralmente la

propiedad no pertenezca a los demás socios, con todo lo que conlleva a la hora de proteger esa propiedad.

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constar la cotitularidad de todos ellos, pues debe plasmarse en el registro la realidad

ajena a él. En ningún caso cabe que la titularidad corresponda a ese ente que no existe.

Si el inmueble es la aportación realizada por uno de los socios, sigue estando inserto

en su patrimonio, salvo que expresamente se pretenda constituir una copropiedad sobre

el mismo. Por ello, si el propietario o propietarios registrales disponen del mismo,

faltando al pacto social, los otros socios pueden exigirle la oportuna responsabilidad

derivada del incumplimiento contractual, pero ello no afectará al tercer adquirente,

incluso si conoce la existencia de la sociedad interna, pues eso no implica asumir que el

bien era común (no lo será salvo que exista pacto ad hoc en dicho sentido).

Pueden existir problemas en el caso de que la realidad registral no refleje fielmente la

realidad extrarregistral, y que exista una cotitularidad sobre un inmueble que no se

refleje en el Registro, bien porque conste la titularidad de una sola persona, bien porque

no consten todos los cotitulares existentes (existiendo voluntad de los socios de generar

una comunidad). En dicho caso, téngase presente que el tercero que contrata con la

sociedad amparándose en la publicidad registral (por ejemplo, adquiere el inmueble)

actuará, en principio, de buena fe, y si adquiere el inmueble e inscribe su titularidad, el

cotitular perjudicado no puede dirigirse a él para satisfacer su posible perjuicio, sino al

resto de cotitulares o al responsable de esa situación917. Antes de dicha inscripción sí

podría defender su situación, aunque no mediante la tercería de dominio918, sino

mediante el ejercicio de una acción reivindicatoria o bien declarativa de dominio, con la

intención de aclarar su posición.

917 En cualquier caso, estamos ante un supuesto en el que es bastante posible que ese cotitular no haya

sido diligente a la hora de defender sus derechos, ya que no parece diligente desconocer la realidad

registral de un inmueble de su propiedad, o lo que sería más importante, conocer la inexactitud y no instar

la oportuna modificación. Esto influirá a la hora de exigir alguna reparación ante la existencia del daño.

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362

3.7 Modo de operar de la persona legitimada con los bienes existentes: remisión al

modo de actuar en el mercado de la sociedad interna

Nueva cuestión a apuntar en este apartado, brevemente, es el modo de actuación del

socio o de la persona legitimada para operar tal y como se configura por las partes en el

contrato regulador, sin perjuicio de que dediquemos el apartado próximo a estudiar la

operatividad de la sociedad interna en el mercado.

Los socios actuantes, indica el artículo 1669 CC, operarán en su propio nombre con

los terceros. Aunque se está pensando en socios del pacto, cabe que pueda ser algún

tercero contratado para ello919. Y ocurrirá así porque las partes lo han pactado de ese

modo, legitimando a esa persona para que actúe gestionando el interés social y sin que

puedan perturbar dicha actividad. Las partes que legitiman están vinculadas realmente

por un pacto de mandato irrevocable con el actuante a la hora de permitirle actuar con el

objeto de su aportación: no pueden revocar dicho pacto, pues iría en contra de la

918 Vid. en artículos 593 a 604 LEC. 919 Es posible que en la sociedad interna se nombre a un administrador o se contrate a un tercero para que

actúe en todo momento en su propio nombre, en vez de ser los socios los que lo hagan, sin que por eso

deje de ser operativo dicho precepto. El artículo 1669 CC no lo incluye porque el legislador tiene en

mente a una sociedad civil de tal simpleza orgánica como para que no exista necesidad de un órgano de

administración y representación “profesional” dedicado a dicha labor. Pero si una sociedad se configura

como sociedad interna y los socios deciden que una persona ajena a los socios se dedique a la

administración, esa persona celebra los contratos oportunos en su propio nombre, pues la sociedad no

pretende operar como tal en el mercado, y cae perfectamente bajo la órbita del artículo 1669 CC. No

operar como ente frente a terceros no es necesariamente indicio de escasa actividad societaria.

Imaginemos una sociedad interna destinada a la gestión de una gran cantidad de fincas rústicas. Puede

ocurrir que las partes no quieran aparecer como ente, pero la complejidad de dicha gestión puede

recomendar la existencia de un administrador profesional, que a la hora de contratar lo hará en su propio

nombre, del modo descrito en el artículo 1669 para los socios.

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obtención de las finalidades sociales existentes920 y, por tanto, del cumplimiento del

contrato social en el que todos están interesados921. Y todo ello será así aunque no se

haya detallado expresamente en el pacto922. Además, legitimarán al actuante para operar

en el mercado con el bien que han aportado, apoderándole para ello.

El hecho de que se tenga relaciones con terceros, del modo expuesto, no prejuzga

que la sociedad sea externa, pues el propio artículo 1669 parte de esa base: que una

sociedad se pacte como interna no quiere decir que resulte autosuficiente para obtener la

finalidad perseguida, sino que para tener relaciones con terceros, el conjunto de socios

ha decidido que no operará como ente923. Por ello, al plantearnos si no resulta un tanto

contradictorio que una sociedad surja configurada para no tener relaciones jurídicas

como tal ente pero que sus socios, pese a que contraten en su propio nombre, celebren

los pactos teniendo en cuenta dicho interés social de ese grupo que no pretende tener

relaciones como grupo, nuestra respuesta es negativa. Realmente el comentario es

reduccionista: el grupo nace con la pretensión de no operar en el mercado como ente,

920 Existe lo que RUIZ-RICO RUIZ ha denominado un “interés lo suficientemente potente o cualificado

como para provocar la irrevocabilidad”, que será la realización de la actividad social de modo normal

(RUIZ-RICO RUIZ, J. M.: “La representación en interés del representante”, cit., p. 441). 921 En este sentido, GORDILLO CAÑAS, A.: comentario al artículo 1733 CC, dentro de “Comentarios

del Código Civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1585. 922 Está implícito en el pacto, como consecuencia del artículo 1258 CC (vid. en este sentido RUIZ-RICO

RUIZ, J. M.: “La representación en interés del representante”, cit., pp. 443 y 446). 923 Por tanto, incluso el nombrar a un “representante” o administrador, para actuar en su propio nombre,

no debe interpretarse como pretensión de constituir una persona jurídica, sino como un paso, sin más,

para satisfacer las necesidades sociales de una sociedad que no actúa como ente en el mercado. Por ello,

parece posible que el legitimado para actuar en su propio nombre gestionando el interés de la sociedad

interna sea no un socio, sino un profesional, un administrador ajeno a la misma por ejemplo. La clave

residirá en el contrato social regulador, sin que exista más límite que las necesidades sociales. Por ello, no

será frecuente que deba existir una especie de consejo de administración que actúe sin vincular a la

sociedad, pero sí puede ser necesario que actúen distintas personas, todas en su propio nombre.

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los socios lo pactan así y de ello se deriva que no nazca una persona jurídica. Pero eso

no conlleva necesariamente autosuficiencia o innecesariedad de relaciones con terceros

para satisfacer sus intereses: sólo que si para cumplir su interés social debe celebrarse

algún contrato con extraños al grupo, será el socio, o persona legitimada, el que lo

celebre en su propio nombre, y vinculando el conjunto de bienes aportado a la sociedad,

pues gestiona el interés social, entendido como el interés del conjunto de socios924.

La legitimación para actuar de esa forma descrita en el artículo 1669 (el gestor actúa

en su propio nombre y pudiendo operar con los bienes aportados) se deriva del propio

contrato social regulador, ya lo hemos comprobado (además de que esto se concrete en

cada caso específico). En él se diseña la sociedad como interna y se legitima a un socio,

a todos o se contrata a alguien extraño, para que gestione los intereses sociales,

realizando la oportuna administración y gestión de los bienes, y disponiendo de los

mismos en su caso, en legitimación que es una estipulación de mandato, irrevocable

para los otros socios, como hemos visto, inserta en el más amplio contrato de

Además, si actuar en nombre propio del modo pactado por la sociedad fuese ya signo de voluntad de

constitución de sociedad externa, el artículo 1669 CC no tendría sentido, sería un contrasentido, pues

prevé expresamente dicho modo de actuación dentro de lo que es una sociedad interna. 924 Imaginemos que tres personas pactan un contrato de sociedad por medio del cual explotarán una finca

de uno de ellos, aportada a la sociedad, pactándose que otro de ellos se dedicará a las labores agrícolas y

el tercero será el que procure la gestión oportuna para que dicha explotación se haga en circunstancias

óptimas. Esa sociedad no pretenderá tener contacto con terceros como tal ente y se pacta como sociedad

interna, pero eso no es óbice para que existan necesidades sociales y se deba tener contacto con terceros a

la sociedad, por ejemplo, para comprar abonos, aperos, o para vender el producto, operaciones todas ellas

que los terceros a la sociedad celebrarán sin que ésta opere como tal en ningún momento, sino que

contratarán con el socio determinado, que obrará en su propio nombre, pues estima que a nadie interesa la

existencia de una sociedad entre los tres para dicha gestión, sino operar con una persona individual sin

más. Todo ello sin perjuicio de que después deba rendir cuentas ante sus socios, repartir las ganancias y

pérdidas del modo establecido, o responder en caso de que haya lesionado los intereses de la sociedad o

de algún socio. Pero que una sociedad se pacte como interna no quiere decir que no tenga intereses

sociales, ni tampoco que no pueda interesar celebrar un contrato con terceros a la misma, sino que esas

relaciones con terceros se canalizarán de un modo especial, ya que la sociedad no actúa como ente.

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sociedad925. La oposición de las otras partes a estas operaciones de gestión y

disposición, si se desarrollan correctamente, es un incumplimiento del contrato social

existente, con lo que ello puede conllevar de exigencia de responsabilidad contractual.

Por tanto, por propia configuración social, los socios o actuantes se conducen como

si fuesen representantes indirectos de esa sociedad sin personalidad jurídica, algo que

estudiaremos en su momento adecuadamente. El actuante no puede obrar en nombre de

un grupo que no pretende aparecer como dicho grupo y que, precisamente por ello, no

se dota de una personalidad jurídica que no le es necesaria para realizar esta labor

adecuadamente. Representa realmente los intereses sociales, que es como decir los

intereses de los socios como grupo no personificado926.

3.8 La extinción de la sociedad interna

Llegará un momento en que la sociedad interna dejará de existir, por aplicación de

alguna de las causas establecidas en el artículo 1700 CC o pactada por las partes. En

dicho caso, debe procederse a la liquidación de la misma927. Para ello, deben distribuirse

las ganancias y las pérdidas entre los socios, siempre de acuerdo a las proporciones

925 En supuestos concretos posteriores sí que puede existir un contrato de mandato autónomo. Por

ejemplo, si el aportante de un inmueble legitima al actuante para que disponga del bien con objeto de

obtener fondos monetarios para la sociedad interna, apoderamiento para que celebre el negocio concreto.

O en el caso de que el actuante sea un tercero, no vinculado por el pacto social. 926 Imaginemos que tres personas aportan un dinero para gestionar entre los tres una finca rústica de uno

de ellos, y no pretenden operar en el mercado como sociedad, sólo gestionar participando en las ganancias

y asumiendo los gastos entre todos. Uno de ellos celebrará contratos para comprar abonos, semillas,

aperos, etc. Los celebra en su propio nombre, aunque dichos gastos, realmente, los asumirá la sociedad

civil, pues son operaciones que se realizan para que se cumpla su interés social. 927 PAZ-ARES entiende que en la sociedad interna “La extinción del vínculo determina la subsistencia

entre los socios de una mera situación de comunidad, cuya división procederá de acuerdo con sus reglas

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pactadas en el contrato social (conforme al artículo 1689 CC). Es la gran intención de

las partes al celebrar el contrato de sociedad, que ya tenían en mente esa puesta en

común para obtener un lucro y repartir entre sí las ganancias, aunque orientadas en este

caso hacia la liquidación final de la sociedad. Además, estamos ante un ámbito en el que

la autonomía de la voluntad es, por utilizar expresiones de CAPILLA RONCERO,

soberana, respetando ciertos mínimos fijados en los artículos 1690 y 1691928. Nos

encontramos ante el derecho del que goza cada socio de obtener una parte de los

beneficios o padecer la repercusión de las pérdidas habidas como consecuencia del

desenvolvimiento de las gestiones sociales929.

No debemos acudir a las normas sobre el régimen de comunidad para la extinción de

la sociedad interna, pues de lo que se trata es de repartir ganancias y pérdidas como en

cualquier otra sociedad. Si, además, queda patrimonio aportado, debe valorarse el

mismo e integrarse en el activo a la hora de realizar el reparto entre los contratantes. No

necesariamente el aportante recuperará de modo exacto lo que aportó, sino que, pese a

que pueda ser así (en la medida de lo posible es lo deseable, pues dicho bien nunca salió

de su patrimonio), al aportar se compromete a que pueda no recuperar plenamente el

bien a la hora de liquidar la sociedad930. Debemos operar con cuotas ideales que después

propias” (PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1700 CC, dentro de “Comentarios del Código Civil”,

Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1489). 928 CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1689 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, pp. 349-350. 929 CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1689 CC, cit., p. 351. 930 El aportante asume que durante la existencia de la sociedad interna, el objeto de su aportación pueda

ser enajenado, incluso, para sostener la actividad social. Imaginemos, además, que el bien aportado es de

más valor que la proporción que le corresponde en la liquidación: en tal caso no puede recuperarlo sin

más, salvo que abone la cantidad que exceda a quien corresponda. Sin embargo, en sentido contrario al

aquí expuesto, CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1689 CC, cit., pp. 355-356, así como

comentario al artículo 1708 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”,

Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p. 697, donde comenta que “los bienes (aportados)

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deben concretarse: las aportaciones serán valoradas al calcular la cuantía del patrimonio

a repartir931, y se unirán a las ganancias obtenidas para ello.

En caso de que sean pérdidas lo que se deba “repartir”, se distribuirán en la

proporción oportuna también, para que cada socio asuma la parte que le corresponda.

De todas formas, estamos diseñando la actuación en caso de que no exista exigencia de

responsabilidad, sino que se extingue la sociedad y se han hecho frente a las deudas, con

lo que toca ahora asumir por todos las operaciones. Puede que los acreedores, tanto por

deudas particulares como vinculadas a la sociedad, exijan satisfacer sus derechos, pero

para estudiar estos casos remitiremos al apartado posterior.

En cualquier caso, además, el gestor debe rendir cuentas de sus operaciones, y,

aunque no deba trabajar con los libros contables exigidos en el caso mercantil, es

evidente que debió llevar la contabilidad de las operaciones que se realizasen932. No se

presentan mayores especialidades respecto de la sociedad personificada.

4. La sociedad civil sin personalidad jurídica: su operatividad en el mercado

En el apartado anterior hemos realizado la configuración interna de las sociedades

sin personalidad jurídica. Es el momento ahora de estudiar los problemas puntuales

concretos que podemos encontrarnos cuando dicha sociedad desprovista de

personalidad jurídica opera en el mercado, teniendo siempre presente los datos

configuradores antes expuestos: qué desean las partes expresamente al constituir una

recuperables in natura, cesada la causa que justificaba su dedicación a las actividades sociales, debieran

retornar al patrimonio exclusivo del socio aportante”. Entendemos que no han salido del mismo y que no

necesariamente deben ser la parte que corresponda al socio en el reparto. 931 Conforme al valor que tengan en el momento de la liquidación, según defendió la STS 10-11-1978, y

parece lógico que así sea. 932 En este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: comentario al artículo 1689 CC, cit., p. 365.

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sociedad civil desprovista de personalidad jurídica y cómo realizan unas aportaciones

que no se convertirán en patrimonio de sujeto alguno, pero tampoco en comunidad de

bienes, sino en un conjunto de bienes afecto a un fin concreto. Una vez configurada,

veamos cómo opera en el mercado, cuando lo hace, la sociedad interna, pues su carácter

interno no implica necesariamente autosuficiencia.

4.1 “Representación” de la sociedad sin personalidad jurídica: relaciones externas

La sociedad civil pactada es configurada como sociedad interna. Debemos

plantearnos cómo influye dicha configuración a la hora de explicar la relación de la

misma con los terceros, y confirmar la idea, ya expuesta, de que la existencia de dicha

sociedad no implica, per se, renunciar a cualquier tipo de relación externa. Puede que

dichas relaciones no se prevean como necesarias, pero no en todo caso será así.

Estamos ante una cuestión relativamente sencilla si tenemos claro el concepto de

sociedad civil interna, pues la forma de actuación de los socios, tanto en la sociedad

interna como en la sociedad externa, no es más que la consecuencia de la configuración

que se haya impreso a la misma933. La sociedad es pactada por las partes con la

intención de que no intervenga como ente en el mercado, pero eso no tiene por qué

implicar autosuficiencia para la obtención de sus fines. Por tanto, si bien es cierto que se

puede pactar una sociedad como interna porque los socios intuyen la innecesariedad de

actuar en el mercado, también puede ocurrir que las partes asuman que sea necesario

tener contacto con terceros, pero para ello no puede actuar la sociedad como ente, pues

nunca nace, sino que debe actuar a través de alguien que contratará en su propio

nombre, como se encarga de destacar el artículo 1669 CC. La concreta configuración

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nos da la clave, pues no debemos salir del primer párrafo de dicho artículo para conocer

cómo operará esa sociedad en el mercado. PAZ-ARES alude a la necesidad de una

cláusula contractual que impida la utilización del nombre del grupo en el tráfico934, pero

basta con que se desprenda del contrato regulador que se actuará en el mercado sin

intervenir como sociedad (entendemos que es necesaria una interpretación menos

restrictiva que la defendida por PAZ-ARES).

Por propia configuración, los intereses de la sociedad se satisfarán sin que la

sociedad opere como tal ente en el mercado: de lo contrario no sería una sociedad

interna, sino que operaría como sociedad externa. Cuando resulte necesario operar con

terceros un socio concreto, todos o algún tercero contratado para ello, si así se acuerda

en cualquiera de los casos, podrá celebrar los contratos que sean necesarios, pero en su

propio nombre. A los terceros a la sociedad no se les aparecerá, a la hora de contratar,

una sociedad civil como tal grupo, pues iría contra su naturaleza de sociedad interna. A

ese tercero se le presentará alguien que contrata con él en su propio nombre, tal y como

describe el artículo 1669 CC: un particular, por consiguiente. Debido a que la sociedad

se pacta como interna, ese socio que contrata con terceros lo hace en su propio nombre,

para que la sociedad no se vea inserta en el tráfico jurídico935.

933 En este sentido ha sido especialmente claro PAZ-ARES, C., tanto en voz “Sociedad interna”, cit., p.

6332, como en comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 1360. 934 PAZ-ARES, C.: voz “Sociedad interna”, cit., p. 6332, y comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 1360. 935 Por tanto, el tercero que contrata con la sociedad tiene relación, según entiende él, con un particular, y

a éste debe exigir el cumplimiento del contrato y las responsabilidades oportunas en su caso, como

criterio general. Ese tercero que contrató con el socio de la sociedad interna no es consciente de tener

tratos con una sociedad civil, sino con un socio de la misma que, además, no se muestra como tal, lo que

provoca que sea a ese socio al que deba dirigirse en principio, sin ejercitar derechos frente a esa sociedad

que no existe, conforme a la apariencia que se le presentó a la hora de contratar y, por tanto, no la conoce.

Salvo, claro está, en situaciones excepcionales, que repasaremos a continuación, a la hora de estudiar el

cumplimiento del contrato y la exigencia de responsabilidad.

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Todo ello no es óbice para que ese socio actuante responda frente a sus socios de

posibles perjuicios derivados de su actuación, en su caso, si afectaron a los intereses del

conjunto de socios de alguna forma (ya que el socio actuaba en nombre propio pero

gestionando el interés de la sociedad interna, y debe rendir cuentas por ello). Obraba así

sin necesidad de acuerdo expreso previo de la sociedad para que lo hiciera, sólo

ejecutando el contrato social, configurado de esa forma.

Por propia configuración social, en cumplimiento del contrato, los socios actúan

como si fuesen representantes indirectos de esa sociedad sin personalidad jurídica, y si

adquieren un bien lo adquieren del modo en que se haya pactado por la sociedad interna.

Sin embargo, realmente no podemos estar ante un representante stricto sensu936, debido

a que ese contratante está realmente gestionando los intereses de una sociedad

desprovista de personalidad jurídica (que no exista persona jurídica no quiere decir que

no exista un interés social por cumplir, pero no podemos hablar de representación de

persona alguna). Además, si la actuación se desarrolla adecuadamente, la operación

realizada es asumida directamente por la masa aportada, no hay que acudir a la

existencia de efectos en el patrimonio del actuante y no es necesaria una actuación

posterior por su parte para transmitir los efectos al interesado937.

Aquí se nos puede plantear una duda que puede salvar la posible actividad

representativa: el actuante, ¿representa los intereses de la sociedad interna o de cada

uno de los socios, directamente? La respuesta tiene interesantes consecuencias

prácticas, pues en el primer caso no podremos hablar de representación en sentido

936 Pensemos que la representación indirecta es parte de lo que debe entenderse por representación (en

este sentido, DÍEZ-PICAZO, L.: “La representación en el Derecho Privado”, cit., pp. 45-48, así como

GASPAR ALFARO, J.: “La representación indirecta”, cit., pp. 313-337). Coincide con esta idea de que

no puede existir representación, en Derecho alemán, KESSLER, E.: “Staudinger Kommentar zum

Bürgerlichen Gesetzbuch mit Einfürungsgesetz und Nebengesetzen” cit., pp. 312-313. 937 Tal y como establece GASPAR ALFARO, J.: “La representación indirecta”, cit., p. 320.

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estricto, pero en el segundo caso sí podría ser posible. Si nos decantamos por los

intereses individuales de los socios, realmente nos insertamos de lleno en el seno de la

representación indirecta, mientras que en el otro supuesto no se puede hablar si no de

gestión del interés de un ente sin personalidad, no cabe representación como tal.

Pese a la facilidad que comportaría insertarnos en el ámbito de la representación, no

es la posición técnicamente correcta. Nos estamos ocupando de una sociedad, un

contrato asociativo, y pese a que esté desprovista de personalidad jurídica existe una

finalidad social común por cubrir, finalidad social de cuyo cumplimiento depende que

los intereses particulares propios de cada socio se vean satisfechos posteriormente. Por

ello, defender que quien actúa en el mercado lo hace representando a cada uno de los

socios de la sociedad en tanto que personas individuales no es correcto, pues el interés

gestionado no es ése, sino el de la sociedad interna, que es diferente de los intereses

particulares de los socios938. Pese a no gozar de personalidad jurídica sí se puede

predicar la existencia de ese interés social, diferente del interés particular de cada socio,

como se predica de todo contrato asociativo.

Y debemos tener siempre claro que el que la sociedad no actúe como ente en el

mercado no elimina en todo caso la necesidad de ese grupo de socios de tener relaciones

con terceros a ella. La necesidad seguirá existiendo generalmente, pero lo que se

modifica es el modo de satisfacerla, pues la sociedad no opera como ente, ya que

pretende no aparecer en el mercado. Por ello, estrictamente no existe una

“representación de la sociedad”, sino más bien una “representación” de todos los socios

en cuanto grupo sin personalidad o, técnicamente, una gestión de los intereses sociales

por parte de los socios, que actúan conforme al pacto concluido en su día. El socio que

938 A pesar de que el interés particular de cada socio sólo se vea beneficiado en la medida en que se

realice adecuadamente la labor social previa.

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contrataba en su nombre para comprar las semillas, aperos, etc., gestiona el interés de

esa sociedad existente (no personificada pero existente).

No existe ente social que representar, ni poder expreso para actuar, generalmente,

sino pacto social legitimador para ello (con mandato irrevocable incluido) o decisión

posterior en dicho sentido. Además, si el gestor es socio, los intereses que gestiona no

son realmente ajenos, sino de todos los socios (entre ellos, él), y que no debe existir

normalmente acto posterior para que se culmine la operación totalmente. Se indica

habitualmente que, en el caso de que exista esa eficacia indirecta, “se suele dibujar

diciendo que las consecuencias del acto de gestión representativa –todos los derechos y

todas las obligaciones derivadas de dicho acto- ingresan en el patrimonio o en la esfera

jurídica del representante que actuó y, viceversa, ningún efecto se produce de manera

inmediata en el patrimonio o en la esfera jurídica del representante o principal”939. Sin

embargo, en el caso que nos ocupa el actuante normalmente operará sobre la masa

aportada, pese a que se ofrezca la imagen de que opera con su patrimonio particular, por

lo que no incorporará la operación en él. Y si debe hacer frente a la misma,

posteriormente la repercutirá para que sea la sociedad interna la que la haga suya. Pero

no existe actividad social frente a terceros.

Por ello, para expresarnos con propiedad no debemos hablar de representación, sino

de gestión de los intereses de la sociedad interna. Pese a todo, la Ley 49 de la

Compilación Navarra en caso parecido sí alude a la existencia de una representación

expresa o tácita de un ente sin personalidad jurídica, algo técnicamente incorrecto.

El socio actuante o actuante, a secas, está legitimado para gestionar estos intereses

conforme al pacto social, y cada aportante se compromete de modo irrevocable a

permitir que para ello pueda disponer del bien aportado.

939 DÍEZ-PICAZO, L.: “Los efectos jurídicos de la gestión representativa”, ADC, 1978, p. 490.

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4.2. Inexistencia de deudas sociales

Anteriormente hemos comprobado cómo la sociedad actuaba en el mercado del

peculiar modo expuesto, sin operar como ente personificado. De ello debemos derivar la

inexistencia de deudas sociales entendidas como tales, en sentido técnico940. Por lógica

debe ser así. Si la sociedad no está personificada y no actúa como ente no puede

endeudarse como tal persona941. Por propia configuración no existirán deudas sociales

en la sociedad interna, sino únicamente deudas individuales del contratante, aunque

contraídas en su labor societaria. Indicaba PAZ-ARES, además, que “es claro que la

simple existencia de un lazo obligatorio entre los socios no autoriza al tercero para

proceder contra aquel o aquellos socios que no se hallen directamente obligados”942.

No existen deudas sociales porque la sociedad no actúa como tal y las deudas son

contraídas por un socio como individuales, aunque con la intención de satisfacer

intereses sociales y afrontándose del modo en que expondremos posteriormente

(acudiendo a las aportaciones realizadas, o bien repercutiendo en los otros socios los

gastos realizados, proporcionalmente conforme a su grado de participación en los

gastos, pese a que frente al tercero la imagen es la de que responde con su patrimonio

personal). Por tanto, ad externum la deuda social no existe, e internamente existen

obligaciones contraídas realizando la actividad social, de lo que se deriva que sean los

socios como sociedad interna, esto es, con el patrimonio aportado o en la proporción

oportuna, los que deban asumir la operación. Trataremos esta cuestión en su momento.

940 Esta cuestión fue apuntada por PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 1368. 941 En estos términos, FIKENTSCHER, W.: “Schuldrecht”, cit., p. 621. 942 Vid. PAZ-ARES, C., voz “Sociedad interna”, cit., p. 6334, y com. al artículo 1669 CC, cit., p. 1368.

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Es la expuesta una operatividad parecida a la de las deudas de la sociedad de

gananciales: las deudas serán individuales en todo momento, sin perjuicio de asumir las

mismas con determinados bienes, los aportados con dicha finalidad943, y de que se

pueda acudir en su caso contra el resto de socios, según repasaremos, que se harán cargo

de las mismas del modo en que estudiaremos. La duda principal es de índole

patrimonial, y consiste en determinar qué bienes se harán cargo de las obligaciones,

dentro de los patrimonios que pueden ser de interés. Por ello, pese a ser deudas

individuales se contraen en el ejercicio de la acción social, por lo que tienen un régimen

de responsabilidad propio a tener en cuenta, que repasaremos a continuación.

En conclusión, y respecto de lo que nos interesa, baste indicar que el socio o actuante

se obligará individualmente en todo caso, unas veces por razones vinculadas con la

sociedad interna, y otras por razones extrañas a la misma, en su labor ajena a la sociedad

interna, y en cada caso operará con diferentes bienes, como veremos.

4.3. Estructura general de las relaciones con terceros

Hemos indicado que, por propia configuración, los socios o actuantes operan como si

fuesen representantes indirectos de la sociedad, pese a que no sea correcto hablar en

sentido estricto de representación de la sociedad944, sino que sea más correcto aludir a la

gestión y representación de los intereses sociales de esa sociedad sin personalidad

943 Puede ocurrir que el operante tenga que operar con su propio patrimonio, pero inicialmente hay que

destacar la posibilidad de operar con el patrimonio aportado. Además, si asume la operación con su

patrimonio particular, puede repetir contra sus socios en la proporción oportuna con posterioridad, pues es

el conjunto el que debe interiorizar la operación. 944 Debido a que la sociedad no existe como tal ente. Además, el asunto que gestiona no es totalmente

ajeno a ese socio, como suele ocurrir con el representante (salvo que el autorizado no sea uno de los

socios, sino profesional) y tampoco existe un poder de representación como tal, sino que el actuante

cumple lo pactado en el contrato social, sin más.

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jurídica. Esto es fundamental a la hora de configurar las distintas relaciones que nacen y

las posibles exigencias de responsabilidades que se puedan producir.

Pasando ya a la cuestión que nos ocupa en este apartado, debemos atender a la

estructura de la relación con la que nos encontraremos cuando un socio de una sociedad

interna actúa en el mercado945. De entrada, tenemos a un tercero a la sociedad interna,

que es quien entra en contacto con la misma para celebrar el contrato de que se trate, o

con quien la misma contacta con dicha finalidad. A él no se le presenta dicha sociedad

como tal, sino que se encontrará con que tendrá contacto con un socio (o tercero) que

actúa en su propio nombre, esto es, desde su óptica, un particular sin más, que

responderá con su patrimonio de las obligaciones contraídas. Por ejemplo, pensemos en

el caso de la sociedad constituida para explotar una cadena de restaurantes y que se crea

como sociedad interna. Lógicamente, es necesario adquirir una maquinaria, un

mobiliario, etc., y la gestión la lleva a cabo un socio en su propio nombre (pues la

sociedad, por propia configuración, no opera como tal ente946). Se está actuando del

modo descrito: la sociedad no aparece, pues se pretende que no opere como tal, y

entonces aparecen dos particulares negociando, ambos en su propio nombre, pero uno

de ellos gestiona los intereses de una sociedad civil interna. Uno de los socios, actuando

como particular, se pone en contacto con el negocio de venta de mobiliario de

restaurantes, con la intención de adquirir material para comenzar el negocio que

pretende instalar. Y mantienen tratos, sin más, sin que conste la existencia de una

sociedad. De ahí que la relación quede constituida con las dos partes ya presentes.

Sin embargo, ese socio actúa en su propio nombre gestionando los intereses de la

sociedad interna, legitimado para actuar así por el contrato social. Esta sociedad,

945 Pues no necesariamente debe ocurrir, como sabemos. 946 Pues las partes ponen en común una serie de bienes para realizar una actividad económica y obtener

unos beneficios para repartir entre los socios. No pretenden otra cosa.

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entendida como el pacto celebrado por los socios que implica la aportación de un

conjunto de bienes con el que se opera en el mercado, existe y es su interés es el que

está en juego en todo momento, interés común de todos los socios947, pero que por

propia configuración se mantiene al margen del mercado como ente (recordemos cómo

poníamos en duda la exactitud de esa representación indirecta en sentido estricto). Por

ello, necesariamente debe actuar el socio en su propio nombre, por propia configuración

social. Sin embargo, a nadie escapa que el interés que está en juego es el de la sociedad

interna entendida como conjunto de socios, colectivo no dotado de personalidad

jurídica, pues por propia configuración se conducirá por medio de esos socios que

actúan como si fuesen representantes indirectos, pero el interés es realmente el descrito:

el socio actúa gestionando el interés de esa sociedad sin personalidad a la que pertenece,

de ese grupo de socios del que es parte, y seguramente no celebraría el contrato de no

ser ésta su situación (en el ejemplo de antes, el contratante no compraría máquina de

hacer café, espejos, botellas, etc., si no pensase instalar ese negocio, y ese negocio lo

instala gracias al pacto por el que no será la única persona que asuma su coste).

Por lo tanto, la configuración de la relación, extrajudicialmente, será la descrita: por

una parte, tenemos a una persona física o jurídica que actúa en su propio nombre (o

representando a alguien, tampoco nos interesa este dato en este momento), y, por otra, a

otra persona física que actúa en su propio nombre pero gestionando el interés de un

conjunto de socios que forman una sociedad interna, a la que está vinculado como socio

(algo que, en principio, no conocerá el otro contratante)948. Esto es básico a la hora de

947 Técnicamente no existe un interés particular predicable de un ente jurídico inexistente, pero

impropiamente hablando es claro que el interés del conjunto de socios es, realmente, el interés de la

sociedad interna como grupo no personificado. Estamos ante un contrato asociativo, y ello se percibe en

este dato: el interés personal de cada socio no es idéntico al del interés conjunto de todos. 948 El artículo 1669 CC piensa en un socio que actúa de esta forma, pero cabe admitir la posibilidad de

que el contratante no sea socio, sino que administre la sociedad interna y actúe frente a terceros como si

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atender a la exigencia de cumplimiento del contrato y, en su caso, de posible

responsabilidad, pues en principio únicamente las partes pueden exigirse, judicial o

extrajudicialmente, dicho cumplimiento, y solamente a ellas, por cuestiones obvias de

operatividad contractual. El contratante, según la imagen que tendrá el tercero,

responderá con su patrimonio personal (aunque esté legitimado para operar con lo

aportado por los socios). Repasaremos las peculiaridades que se pueden presentar.

4.4 Exigencias de cumplimiento del contrato y de responsabilidad

Una vez repasados los anteriores datos, es el momento de centrarnos en la relación

entre la sociedad interna y el tercero, a la hora de exigir el cumplimiento del contrato

uno al otro. Es importante detenernos en este punto, pues no puede ser idéntica a la

exigencia que se derivaría de la existencia de una sociedad personificada.

a) Supuesto general: el tercero no conoce la existencia de la sociedad interna

La situación general que se deriva de la existencia y operatividad de una sociedad

interna en el mercado conlleva, precisamente, que no se tenga conocimiento de dicha

existencia. Por ello, si todo se desarrolla adecuadamente de esa forma, el tercero sólo

conocerá la existencia del particular que con él contrata, con todo lo que ello implica a

la hora de exigencia de cumplimiento y responsabilidad.

Las partes se exigirán una a la otra el cumplimiento del contrato y, en su caso, la

responsabilidad oportuna, como partes contractuales que son, y el socio gestor no puede

oponer la existencia de una sociedad interna para evidenciar una posible falta de

fuese propio el negocio, o bien, haya sido contratado por la misma para realizar esta gestión concreta

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legitimación por su parte para responder. Ofreció una imagen al tercero, y éste tiene

derecho a ser protegido en la apariencia mostrada ante él949.

Parece congruente con la configuración de la sociedad interna imaginar que el socio

contratante, que cara al tercero debe hacer frente con su patrimonio conforme al artículo

1911 CC, esté legitimado, a la hora de hacer frente al cumplimiento de la obligación,

para acudir a los bienes o dinero aportados a la sociedad con la intención de que sea ésta

la que soporte la operación950. Es lógico aunque el tercero no llegará a conocerlo

generalmente: si una sociedad interna opera de este modo como norma general, lo

actuando en su propio nombre. 949 Esta cuestión ya había sido esbozada por LAURENT en su gran obra citada, y su influencia en los

temas que estudiamos ha sido suficientemente puesta de manifiesto (LAURENT, F.: “Principes de Droit

Civile”, cit., núm. 189, pp. 195-196). Y, en reflexión al hilo de una sentencia de la Corte de Bruselas,

sentencia de 8-8-1849, defendía que bastaba con demandar a aquél con el que contrató, o a los

administradores, en el caso de que se conozcan. Literalmente señala que “el acreedor no puede actuar más

que contra aquél que contrató con él”, y parece correcta esta postura. Incluso el TS ha tenido ocasión de

seguir esta forma de argumentar, aunque en otro supuesto: en concreto, cuando alude a que la

irregularidad no puede perjudicar a terceros, lo que DE LA OLIVA SANTOS traduce en la práctica, por

ejemplo, “en que los terceros pueden hacer valer sus derechos frente a quienes aparecieron formando

sociedad, aunque ésta no se constituyera regularmente e incluso aunque no hubiera verdaderamente

sociedad” (DE LA OLIVA SANTOS, A.: “La sociedad irregular mercantil en el proceso”, cit., p. 37).

Este argumento se sustenta sobre parecido fundamento al que empleamos, aunque en la sociedad interna

la decisión de no adquirir personalidad jurídica dependa exclusivamente de las partes contratantes y en la

irregular ello no sea así. Es útil para apoyar la idea que venimos sosteniendo en todo momento: el tercero

a la sociedad puede ampararse en la apariencia que se le ha presentado, y tiene derecho a ser protegido

por esta cuestión. No por ello verá perjudicados sus intereses, pues si conoce la existencia de la sociedad

no sólo puede reclamar al socio que contrató con él, sino que puede dirigirse contra los otros socios del

modo que estudiaremos. Queda en su mano ejercitar esa opción o no. No pudo conocer que mantenía

contacto con una sociedad porque, de acuerdo con la propia configuración de la misma, ello era lo

pretendido, y no puede exigírsele que ahora lo conozca, de repente, pues del modo en que se le haría ver

atentaría contra la buena fe en el tráfico jurídico. En el fondo, la base de la justificación es idéntica. 950 No estamos aludiendo a cuotas de copropiedad alguna, que no existen, sino expresamente a utilización

de ese patrimonio, por existir legitimación para ello. Comprobamos cómo estamos ante una serie de

bienes aportados, donde el dato relevante es la asunción con el mismo de una serie de cargas derivadas de

la correcta actividad social del ente sin personalidad jurídica. Ello implica que las partes asumen que el

gestor del interés de todos los socios pueda actuar sobre ese patrimonio aportado.

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frecuente es que haga frente a sus operaciones con las aportaciones que forman su

“patrimonio” (patrimonio que no existe como tal, ya lo hemos aclarado). Por tanto, que

el socio que contrata se sirva del capital aportado para ello, pues estará legitimado para

hacerlo, y así la sociedad, el conjunto de socios, interioriza la operación (los otros

socios no pueden oponerse a ello, pues estarían incumpliendo su contrato, en la medida

en que no colaboran en el correcto desarrollo de la labor social).

Aunque el tercero no tenga conciencia de esto, ese contratante hará frente a su

obligación con “patrimonio social”, y si ello no es posible, por las razones de que se

trate, puede solicitar a los demás socios las cantidades oportunas conforme a la

proporción pactada, así como también hacer frente con su propio patrimonio, pues es

parte contractual, sin perjuicio de instar posteriormente la repetición para que sea el

conjunto de socios el que asuma su coste conforme al pacto existente entre los mismos

(en todo caso debe ser la sociedad la que soporte la operación, directamente o después

del oportuno regreso)951.

Imaginemos que determinadas personas deciden organizar una fiesta de despedida de

año con la intención de obtener y repartir unos beneficios, y para hacer frente a los

gastos cada una de ellas aporta una cantidad concreta de dinero. Una de ellas será la

gestora de la finalidad común, y con ese dinero hace frente al pago de la adquisición del

derecho de celebrar dicha fiesta en algún bar o discoteca, así como al pago de las

bebidas oportunas, la música necesaria y los servicios conexos oportunos. Aunque el

tercero con el que tenga contacto entienda que su contratante acude a su patrimonio

particular para hacer frente a las cargas, es lógico que responda con este capital,

951 En todo momento nos referiremos al caso de que el actuante sea socio, pues es el más genérico y en el

que piensa el CC. Pero puede darse el caso de que se contrate a un tercero para tales menesteres: en dicho

caso, ese tercero está legitimado para operar con el patrimonio aportado por los socios, y asume que, en

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aportado precisamente con dicho objetivo. No parece extraño que esos capitales no

cubran completamente esas necesidades, y que ese gestor, que actúa representando sus

intereses y el de sus socios, aporte dinero de su patrimonio personal para ello, dinero

que después le será reembolsado por el resto de socios, proveniente de sus patrimonios

particulares o de las ganancias obtenidas, antes de repartir dichas ganancias entre todos

(ganancias obtenidas con las entradas vendidas, fundamentalmente).

Si el tercero con el que contrata pretendiera ejecutar su patrimonio personal, debe el

gestor poder ofrecer en el proceso publicidad de la existencia de la sociedad interna, y

poner de manifiesto la existencia de esta masa aportada por todos los socios, patrimonio

destinado a cubrir la actividad social de esas personas, para satisfacer al acreedor

preferentemente con los mismos y, en caso de que no sea suficiente, responder ya con

su patrimonio privativo sin más (o integrar, en su caso, a los otros socios, estudiaremos

si es posible). En dicha operación no cabe que los otros socios se opongan a ella, pues

implicaría un incumplimiento contractual por su parte952.

Y si es el socio contratante el que exige el cumplimiento del contrato a la otra parte,

al tercero a la sociedad, será la sociedad interna la que interiorice la operación cuando se

cumpla o se repare el daño causado, pues para eso es sociedad (aunque coexista la

citada copropiedad sobre las aportaciones, que soportan la actividad social), pese a ser

el contratante el que exija el cumplimiento de la obligación, por ser la parte contractual.

caso de que deba responder frente al tercero, puede que deba acudir a su patrimonio personal para hacerse

cargo de toda la deuda, sin perjuicio de la posterior repetición a los miembros de la sociedad interna. 952 Valórese la incoherencia de defender la existencia de una comunidad de bienes en este caso:

legitimaría al copropietario para ejercitar acciones que tiendan a evitar la salida de los bienes a estos

efectos, y, por tanto, perjudicar la correcta labor social.

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En conclusión, frente al acreedor responderá el socio con el que contrató,

aparentemente con su patrimonio particular953. Pero es el conjunto de socios, como

sociedad interna, el que realmente debe hacer frente a la operación, pues mediante la

actuación de este socio se gestionaban intereses de todos954. Si todo se desarrolla como

parece normal, el tercero no conocerá la existencia de la sociedad, y se dirigirá contra su

contratante (no será necesario acudir a la legitimación del artículo 6 LEC, pues no se

conocerá la situación real). Si es la sociedad la que debe exigir el cumplimiento del

contrato o responsabilidad, en su caso, será el contratante el que actúe frente al tercero,

pues para eso es la parte contractual.

b) La posible responsabilidad de los otros socios de la sociedad interna

Una duda que se nos puede plantear es la de si los socios de la sociedad interna, que

no operan en el mercado, son o pueden ser en algún caso responsables frente a terceros

de las deudas contraídas por el socio que contrata en su propio nombre. Sobre esta

cuestión se pueden aportar, en abstracto, argumentos tanto a favor de la posibilidad de

dirigirse también a esos otros socios955, como en contra de ello956. Sin embargo, no es

953 Aunque realmente pone en juego su patrimonio para responder, puede acudir para ello a la masa

aportada a la sociedad interna. 954 Tengamos siempre presente que la sociedad no actuará en ningún momento como ente en el mercado,

frente al tercero, y que cualquier actividad de los socios no actuantes tendentes a perjudicar dicha labor

implica atentar contra el contrato que en su día celebraron, con lo que ello implica. 955 Podemos defender la posibilidad de dirigirse a los otros socios señalando de entrada que, si bien el

artículo 242 C de c se expresa en términos opuestos para el caso de la cuenta en participación, en el

artículo 1669 no sólo no se incluye una regulación en dicho sentido sino que además la inspiración, al

remitir al régimen de la comunidad de bienes, parece diametralmente opuesta (el TS ha repetido, incluso,

que iba dirigida a proteger los intereses de terceros). Ya hemos indicado cómo el contratante se conducía

como si fuese representante indirecto de la sociedad, y en este sentido cabe indicar cómo DÍEZ-PICAZO

defendía la posibilidad de dirigirse frente al representado, en el caso de la representación indirecta en

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general. “Se supone que el tercero desconoce el carácter representativo de la gestión y que actúa en la

creencia de que la persona con quien él ha contratado obraba por sí y para sí. Como ya vimos más arriba,

ello no ocurre siempre necesariamente así, porque pueden darse además estas dos hipótesis: una que la

persona con quien él ha tratado no haya ocultado su carácter de gestor, sino simplemente la persona por

quien actuaba, y otra que haya revelado su carácter de gestor e incluso la persona por quien actúa, pero

por especial conveniencia se haya decidido celebrar el negocio como si lo hiciera el mandatario en su

propio nombre” (DÍEZ-PICAZO, L.: “La representación en el Derecho privado”, cit., pp. 282-283).

En el terreno que nos ocupa será difícil que esto ocurra al contratar, porque contradiría la esencia de lo

que debe considerarse por modo de obrar del socio de una sociedad interna (salvo que diera a entender

que contrata en interés de una pluralidad de sujetos y no de una sociedad: no contradiría el sentido del

artículo 1669, si tienen voluntad de constituir expresamente una cotitularidad), pero puede darse el caso

de que posteriormente al negocio, por cualquier circunstancia, el tercero tenga conocimiento de que ese

contratante obraba por cuenta de una sociedad (sociedad interna, realmente, no quiere decir sociedad

secreta, aunque ésta pueda encuadrarse en dicho concepto).

Es más: el TS ha defendido la existencia de esa intención protectora de terceros que entiende presente en

este artículo. ¿Qué podría pasar en este caso? En el supuesto que estudiaba DÍEZ-PICAZO, tenía pocas

dudas: “Aun cuando el tercero ignorara al contratar el carácter representativo de la actuación de la

persona que trató con él, es claro –nos dice- que este carácter puede ser revelado a posteriori e incluso

plenamente justificado, supuesto en el cual no es enteramente justo dejar al tercero desprovisto de toda

clase de acciones contra el mandante o al mandante frente al tercero. A nuestro juicio, las acciones se

deben dar pero debe tratarse de acciones y de procedimientos judiciales en los cuales intervenga siempre

el mandatario, puesto que él es el punto de sutura entre ambos”. Entiende que se deben reconocer esas

acciones, aunque después estima que se debe distinguir la situación que se deriva de diferentes contratos:

“Probablemente significa que hay de algún modo que distinguir, en las operaciones proprio nomine,

según que el negocio jurídico sea de ejecución inmediata (p. ej., compraventa y, en general, negocios

traslativos) y aquellos otros llamados a determinar una relación jurídica de carácter diferido, donde es

evidente que la revelación del carácter representativo de la actuación no basta para que se produzca una

modificación en los efectos de tales relaciones jurídicas”.

Por ello, si posteriormente a la celebración del contrato el tercero contratante con la sociedad interna

conoce dicha existencia, puede dirigirse al contratante con el que en todo momento contrató, como antes

de conocer esa existencia, así como frente a la sociedad interna en sí, pues el artículo 6 LEC le legitima

para ello, pero también puede exigir el cumplimiento del contrato o la reparación oportuna, junto al socio

contratante, al resto de socios miembros de la sociedad o a algunos de ellos. GUAL DALMAU, para el

caso de la cuenta en participación, entendía que si se revela al tercero la existencia del contrato, ello no

implica la posibilidad de que responda el partícipe de las deudas contraídas por el gestor, pese a que nada

se establezca expresamente para este caso en el C de c (GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en

participación”, cit., pp. 192-195). Pero realmente la inspiración es diferente, pues mientras en la cuenta en

participación se pretende que sólo responda el contratante, en el artículo 1669 se pretende que puedan

responder los otros socios no contratantes.

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necesario reflexionar demasiado, en abstracto, acerca del tema, pues el artículo 1698 CC

Pensemos que si ello es posible incluso en las sociedades personificadas, según establece el artículo 1698

CC (donde existe ente jurídico deudor), no es irracional pensar que si no hay persona jurídica los propios

socios deban responder en último término de las deudas contraídas.

Además, si defendiéramos que no se puede acudir contra los demás socios, sino únicamente contra los

bienes aportados, como mucho, ¿dónde residiría la aportación novedosa del artículo 1669? Pensemos que

el gestor contratante, por razones de lógica configuradora ya repasadas, puede responder con las

aportaciones existentes frente a los terceros, aunque éstos no conozcan la existencia de la sociedad

interna. Si indicamos que el beneficio del artículo 1669 reside en poder acudir a los bienes sociales,

realmente no aporta nada al anterior comentario y, sobre todo, a la regulación posterior del artículo 6

LEC. Debe existir algo más: ese algo más será la posibilidad de acudir contra los otros socios, que, si bien

pueden satisfacer las pretensiones del tercero con bienes aportados, pueden ver cómo deben responder

con su patrimonio “extrasocietario”, sin perjuicio de que después repitan lo oportuno para que cada uno

asuma la parte que le corresponde conforme al pacto social. Como ocurre en las sociedades civiles con

personalidad, los socios pueden ver comprometidos sus patrimonios particulares (incluso con mayor

razón, pues aquí no existe ente jurídico fruto del contrato), algo que sintoniza con el artículo 1689 CC,

cuando señala que las pérdidas se repartirán en conformidad a lo pactado y presupone, por ello, la

posibilidad de tener que acudir al patrimonio personal del socio para hacer frente a dicha obligación.

Algo que también ocurre en el caso de cargas de la comunidad de bienes, según se encuentra en el

artículo 393 CC. Aquí se plantea una duda, y es que nada se señala respecto de si dicha forma de

responder será solidaria o mancomunada, algo que debe inducir a pensar que debe presumirse la

mancomunidad. Pese a ello, la jurisprudencia tiende a imponer la solidaridad en caso de compra conjunta

(SSTS 22-3-1950, 7-1-1970, 30-3-1973 y 2-6-1980). En el sentido aquí defendido, vid. MIQUEL

GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 393 CC, dentro de “Comentarios al CC y Compilaciones

Forales, Tomo V, vol. 2, Editorial Revista de Derecho Privado, 1985, p. 65, y comentario al artículo 393

CC, dentro de “Comentarios del Código Civil”, Tomo I, Ministerio de Justicia, 1993, p. 1073. 956 Se puede basar la misma en que la pretensión de los contratantes, al celebrar un contrato de sociedad

interna, es la de no aparecer en el mercado como ente y, por tanto, intentar no vincularse más que con lo

aportado a la sociedad interna. En este sentido, cabe indicar que realmente los socios no han asumido,

desde el punto de vista de la responsabilidad, cada concreta operación realizada en cada momento por el

contratante en su propio nombre, modo en que pudiesen vincularse con su patrimonio ajeno a la

copropiedad destinada a cubrir la actividad social. El contrato social parece no bastar a esos efectos, y no

existe precepto alguno que extienda la responsabilidad de modo expreso.

PAZ-ARES, por su parte, ha defendido esta opinión de que los socios no actuantes no responden, pues no

existen deudas sociales, sino individuales, y el contrato social no basta para que el tercero pueda dirigirse

contra los socios no directamente obligados, ni siquiera cuando se manifiesta frente a los terceros (PAZ-

ARES, C.: voz “Sociedad interna”; cit., p. 6334 y comentario al artículo 1669 CC, cit., p. 1368). Sólo

podrá acudirse frente a ellos en los casos en que ello es posible conforme a las reglas del derecho común

(casos del artículo 1717.II CC, simulación subjetiva o confusión de patrimonios).

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es básico para solucionar esta cuestión, como ocurría en el caso de las sociedades

personificadas957, y fija una responsabilidad legal clara958. Señala su primer párrafo, que

“los socios no quedan obligados solidariamente respecto de las deudas de la sociedad; y

ninguno puede obligar a los otros por un acto personal, si no le han conferido poder para

ello”. De este artículo cabe recordar la existencia de una responsabilidad personal e

ilimitada de los socios, por deuda ajena, subsidiaria y mancomunada, respecto de las

deudas contraídas por la sociedad en el ejercicio de su actividad. Este precepto, como

hemos comprobado en su momento, es aplicable también a las sociedades internas959,

pues aunque no existan deudas sociales ni patrimonio social como tal, existen deudas

contraídas en el seno de la actividad social y bienes aportados para satisfacer

preferentemente las necesidades sociales, y entendemos que entre las partes la idea

957 No es necesario acudir a los artículos 1717 y 1727, como apuntaba LECIÑENA IBARRA: “La

sociedad de medios entre profesionales”, cit., p. 123. 958 Vid. PAZ-ARES, C.: “La responsabilidad del socio colectivo”, cit., p. 148. 959 Tengamos en cuenta, incluso, que se redactó pensando en su aplicación a sociedades que no gozaban

de personalidad jurídica. Su antecedente es el artículo 35 del Anteproyecto de 1882-1888, que estaba

inserto dentro del capítulo dedicado a las sociedades sin personalidad jurídica y señalaba que “Los socios

no quedan obligados solidariamente respecto de las deudas de la sociedad; y ninguno puede obligar a los

otros por un acto personal suyo, si no le han conferido poder expresamente para ello. / La sociedad no

queda obligada respecto a tercero por actos que el socio haya realizado en su propio nombre; pero queda

obligada para con el socio en cuanto dichos actos hayan redundado en provecho de ella. / Si el socio se ha

obligado en nombre de la sociedad, pero sin poder para hacerlo, la sociedad quedará obligada respecto a

tercero en cuanto se haya aprovechado de los actos del socio. / Lo dispuesto en este artículo se entiende

sin perjuicio de lo establecido en la regla 1ª del artículo 32”.

Este precepto tiene sus orígenes, según PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, en el artículo 1591 del

Proyecto de 1851, que se expresaba en idéntico sentido (recordemos que en este texto la sociedad

tampoco se configuraba expresamente como persona jurídica, aunque esa concepción “flotara en el

ambiente”), así como en los artículos 1926 y 1927 del Anteproyecto de LAURENT, que diseñaba a las

sociedades civiles sin personalidad jurídica. En concreto, el artículo 1927 señalaba lo siguiente, según la

traducción aportada por PEÑA: “En las sociedades distintas de las mercantiles, los socios no quedan

obligados solidariamente respecto de las deudas sociales;...”. Pensemos que las sociedades mercantiles sí

se configuraban dotadas de personalidad jurídica (sobre todo ello, vid. PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS,

M.: “El Anteproyecto del Código Civil español”, cit., pp. 650-651).

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inspiradora es idéntica tanto si existe persona jurídico como si no existe: existen deudas

contraídas en cumplimiento de los avatares sociales y existen bienes para cumplir

prioritariamente con esas obligaciones, pues para ello se aportan a la sociedad interna

del modo estudiado. En algún caso, incluso, alguna sentencia se ha pronunciado a favor

de la responsabilidad solidaria de los socios, de modo desacertado960.

Tengamos siempre en cuenta que el artículo 1669 se redacta exclusivamente en

términos de personalidad jurídica, sin pretender profundizar en mayores cuestiones

(aunque exista cierta sensibilidad hacia la posibilidad de dirección del tercero hacia los

otros socios). Por ello, establecíamos que los artículos dedicados a la sociedad

personificada se aplicarán también a la sociedad sin personalidad salvo que implicasen

personificación social. Gracias al artículo 1698 los socios de la sociedad interna

responderán por las deudas contraídas en la actividad social de idéntico modo a como la

harían en caso de que existiera persona jurídica: realmente, si responden en dicho caso,

cuando ésta no exista parece más lógico, incluso, que así sea. Los socios, en este caso,

responderán no sólo con lo aportado, sino con su propio patrimonio particular ajeno a la

aportación realizada, de modo subsidiario (antes se responderá con la masa aportada,

este dato debe tenerse muy en cuenta). Por tanto, no es que los socios de la sociedad

interna, al celebrar el pacto, asuman toda deuda que se contraiga durante la actividad

social, sino que, como ocurre con la sociedad externa, el CC anuda ex lege esa

responsabilidad a la celebración del pacto social y a la condición de socio. Aunque en el

caso de la sociedad interna la plena efectividad dependa de que se conozca la existencia

de la sociedad interna, obviamente (en caso contrario no puede accionarse la misma).

960 Por ejemplo, la STSJ Navarra 14-11-2001 (M. A. 1451) acude a la responsabilidad solidaria en este

caso. Pese a citar el artículo 1698 CC, sin ofrecer justificación alguna, exige solidariamente la

responsabilidad a los socios.

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Sin embargo, el artículo 1698 CC, en general, puede ser contradicho por pacto de los

socios961: respecto de la participación en ganancias y pérdidas, el artículo 1689 CC

961 La cuestión básica es, realmente, saber dónde existe margen para la autonomía de la voluntad y dónde

no, dentro del articulado dedicado a la sociedad civil por nuestro CC. Realizando un recorrido por dicho

articulado, los artículos 1665 a 1678, dedicados a las cuestiones generales configuradoras de la sociedad,

dejan escaso margen a la autonomía de la voluntad, pues las cuestiones que tratan son de configuración

básica del contrato: definición de dicho contrato (artículo 1665), objeto lícito del mismo (artículo 1666),

forma del pacto (artículos 1667 y 1668), personalidad jurídica (artículo 1669), sociedades civiles con

forma mercantil (artículo 1670) y distinción entre sociedad universal y particular (artículos 1671 a 1678).

En ninguno de estos casos la autonomía de la voluntad puede contravenir esencialmente la regulación

codificada: por ejemplo, la sociedad no puede pactar un objeto ilícito, o la no necesariedad de la forma

establecida como imprescindible en el artículo 1667 CC, por ejemplo. Sin embargo, cabría pactar la

necesidad de una forma expresa si ello no fuese necesario. No cabe, por lo tanto, desnaturalizar los pilares

esenciales de la sociedad diseñados por el legislador, aunque sí realizar pactos que no impliquen esa

desnaturalización, algo que debe valorarse en cada caso.

A las obligaciones de los socios se dedican los artículos 1679 a 1699, divididos en dos secciones: la

primera dedicada a las obligaciones de los socios entre sí, y la segunda dedicada a las obligaciones de los

socios frente a los terceros. Respecto de la primera, nos encontramos con preceptos donde no parece

permitirse margen para la autonomía de la voluntad (artículos 1681 a 1686, 1688, 1691, 1692 y 1696), así

como con otros que sí permiten expresamente cierto margen de juego a la misma (artículos 1679, 1680,

1687, 1689, 1690 y 1693 a 1695), pero que en todo momento marcan las líneas fundamentales de la

configuración, dentro de las cuales puede moverse la autonomía de la voluntad. Por ello, pese a que se

establezca margen de acción a dicha autonomía de la voluntad, el diseño de cómo debe ser la sociedad

civil siempre está en manos del legislador, que lo fija de modo imperativo.

En lo que toca a las obligaciones de los socios con terceros, artículos 1697 a 1699, pese a que tampoco

parece dejarse, en principio, margen literal a la autonomía de la voluntad, pues son cuestiones esenciales

de configuración de la propia sociedad civil, la doctrina sí ha admitido la posibilidad de admitir pactos

respecto de la responsabilidad de los socios que se expresen en otros términos que no sean los del artículo

1698 CC (vid. el resumen realizado de dichas opiniones por PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1698

CC, dentro de “Comentarios al Código Civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de

Justicia, Madrid, 1991, pp. 1484-1485): se admite abiertamente en nuestra doctrina la posibilidad de que

los socios estipulen un régimen de responsabilidad solidaria o de responsabilidad principal y no

subsidiaria, así como aquellos pactos que limiten la responsabilidad interna sin trascendencia externa (con

el límite de que no configuremos una sociedad leonina, conforme se señala en el artículo 1691 CC (en

este sentido, CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1697 y 1698 CC, dentro de

“Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p.

550, así como “La sociedad civil”, cit., pp. 328-340).

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permite el pacto expreso de las partes a la hora de fijar la proporción en que se

participará en ellas962, además de establecer la regulación aplicable a falta de pacto963

(también hay que atender a la prohibición del artículo 1691964). Doctrinalmente se

admite que ciertos aspectos del artículo 1698 CC puedan soslayarse por causa del pacto

de las partes y ser oponibles frente a terceros si se les ha dado publicidad expresa frente

a ellos, pues por naturaleza no puede ser así. Podrá pactarse que los socios responderán

de las deudas sociales sólo con lo aportado, y será oponible a terceros si lo conocen.

¿Cómo operará este pacto en el seno de la sociedad interna? De modo bastante

gráfico: si no existe pacto alguno, el artículo 1698 CC es plenamente aplicable a la

sociedad interna, y sus socios deben responder, del modo en que expondremos, por las

Existe mayor discusión en lo que toca a los pactos de limitación de la responsabilidad externa: así, admite

PAZ-ARES, de acuerdo con la doctrina mayoritaria, la validez de estos pactos si se insertan en los

contratos celebrados con tercero, aunque no de aquellos pactos entre los socios para ser opuestos a

terceros. Concluye de todo ello el carácter no imperativo del artículo 1698 CC. Admite su equivalente en

Derecho alemán la doctrina mayoritaria, entre otros, vid. SCHLECHTRIEM, P.: “Schuldrecht Besonderer

Teil”, cit., pp. 234-236 y FIKENTSCHER, W.: “Schuldrecht”, cit., p. 621, quien incide expresamente en

la necesidad de pacto con el acreedor o limitación recognoscible del poder de representación.

El capítulo tercero, dedicado a la extinción de la sociedad civil, también es fundamental a la hora de

diseñar la sociedad civil, en este caso a la hora de la extinción de la misma, y por eso coexisten artículos

aparentemente imperativos (artículos 1700, 1701 y 1705 a 1708) con otros que permiten a las partes

pactar dentro de los límites que fija (artículos 1702 a 1704). Pero no parece desacertado permitir el pacto

de alguna causa de extinción diferente de las del artículo 1700. Por consiguiente, este repaso realizado

nos deja una conclusión bastante evidente: los artículos dedicados por el CC a la sociedad civil, en su

mayoría, son artículos configuradores de lo que el legislador entiende que debe ser la sociedad civil, y allí

donde permite el juego de la autonomía de la voluntad previamente ha enmarcado la cuestión de tal forma

que esa autonomía de la voluntad no pueda desfigurar el diseño que se plasma en el CC. 962 Señala en su primer párrafo que “Las pérdidas y ganancias se repartirán en conformidad a lo pactado.

Si sólo se hubiera pactado la parte de cada uno en las ganancias, será igual su parte en las pérdidas”. 963 El párrafo segundo establece que “A falta de pacto, la parte de cada socio en las ganancias y pérdidas

debe ser proporcionada a lo que haya aportado. El socio que lo fuere sólo de industria tendrá una parte

igual a la del que menos haya aportado. Si además de su industria hubiere aportado capital, recibirá

también la parte proporcional que por él le corresponda”. 964 Indica que “Es nulo el pacto que excluye a uno o más socios de toda parte en las ganancias o en las

pérdidas. / Sólo el socio de industria puede ser eximido de toda responsabilidad en las pérdidas”.

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deudas contraídas en el ejercicio de la labor social. El socio asume que puede exigírsele

responsabilidad por las deudas contraídas por la actividad social en su caso, es decir,

que puede verse obligado a responder con su patrimonio ajeno a lo aportado. Si el

contratante puede verse obligado a responder con todo su patrimonio y de toda la deuda,

pues contrató con el tercero, los socios no contratantes pueden responder de la deuda

pero conforme al artículo 1698 CC, esto es, subsidiaria y mancomunadamente965.

Sin embargo, puede que los socios de la sociedad interna no quieran responder con

más de lo aportado, y así lo establezcan expresamente: dicho contrato, por tanto,

contradiría el tenor del artículo 1698 CC. Realmente lo que hacen los socios es

determinar con qué patrimonio responderán, como ocurría realmente en el caso anterior,

donde la falta de pacto expreso implicaba su determinación legal. Pero es un pacto

especial si se quiere hacer valer frente a terceros, claro está. Es cierto que en el caso

antes expuesto debe acudirse al contrato expreso, desconocido por los terceros, para

saber la proporción de la que responde cada socio, mas no es lo mismo que el tercero

desconozca esa proporción en la que responden a que desconozca que no responde, sin

más, como si estuviéramos ante el socio de una sociedad anónima o limitada. En este

sentido, PAZ-ARES y CAPILLA RONCERO han contrarrestado opiniones menos

fundamentadas y han aportado la idea que estimamos que debe estar en la base de

nuestro razonamiento: un pacto que limite la responsabilidad del socio a lo aportado

puede ser válido entre las partes, pero frente a terceros no puede serlo si éste lo

desconoce. Sin embargo, ambos autores van algo más lejos del mero conocimiento del

tercero: CAPILLA RONCERO indica que para que le sea oponible al tercero no basta

965 Entiende CAPILLA RONCERO que “con ello el legislador evita que se extienda a la sociedad civil un

carácter considerado propio solamente de las sociedades mercantiles, como es la solidaridad” (CAPILLA

RONCERO, F.: comentario a los artículos 1697 y 1698 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, Tomo XXI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1986, p. 556).

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con que el tercero conozca su existencia, sino que es necesaria su aceptación966, y PAZ-

ARES alude a la necesidad de acuerdos individuales limitativos de la responsabilidad

con el acreedor por parte de alguno de los socios, concluido por el contratante967. Es

lógico, pues se está limitando el régimen legal de responsabilidad frente a él como

acreedor, por lo que es lógico que deba aceptarlo y no baste con el mero conocimiento.

Pero en el caso que nos ocupa ni tendremos que plantearnos esta cuestión: por propia

dinámica de operatividad de la sociedad interna, el tercero no tendrá ni siquiera

conocimiento de la existencia de socios de su contratante, por lo que no debe

generalmente ni plantearse la cuestión de la posible limitación de la responsabilidad a lo

aportado968. Pese a que entre los socios rige plenamente dicho pacto de limitación,

frente al tercero deben responder de la deuda existente, y de modo proporcional al valor

de lo aportado respecto de la masa común. Dicho socio, si responde efectivamente,

puede repetir contra sus socios lo abonado si excede de lo que debiera asumir

personalmente, pues no está obligado a responder de dicho modo969.

c) Exigencia de cumplimiento del contrato y responsabilidad

Del modo explicado parece que la remisión al régimen de la comunidad de bienes

que realiza el artículo 1669 CC no resultase tan necesaria: si no existe realmente

comunidad de bienes ni remisión a su régimen jurídico, y si debe protegerse en todo

966 Vid. CAPILLA RONCERO, F.: comentario a los artículos 1697 y 1698 CC, cit., pp. 550-554.

Contrarresta la desenfocada opinión de AZURZA. 967 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1698 CC, cit., p. 1485. 968 Esto será así salvo en un posible supuesto que estudiaremos a continuación. 969 Sí gozaría de operatividad el artículo 1698 CC en el caso de que el socio operante, por haberse

constituido una comunidad sobre el objeto, actuara en nombre de los socios como representante de esos

comuneros. En ese caso tendría operatividad del modo descrito por PAZ-ARES y CAPILLA RONCERO.

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momento esa confianza suscitada en el tercero por la imagen ofrecida al contratar a la

hora de poder dirigir su demanda contra la parte contratante, sin que se le obligue a

dirigirse frente a todos los socios970 (pretensión que se plasma de modo extremo en un

caso bastante interesante de sociedad interna: la sociedad de cuenta en participación971),

970 Gracias a la protección que merece la buena de ese tercero y la confianza que suscita en él la imagen

que se le ofreció. Esta cuestión ha sido tratada en otro caso diferente al que nos ocupa, en concreto al hilo

de la representación aparente, por GORDILLO, A.: “La representación aparente (Una aplicación del

principio general de protección de la apariencia jurídica)”, Anales de la Universidad Hispalense,

Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Serie: Derecho, Sevilla, 1978, pp. 469-472. Esa protección se

basa en todo momento en razones de equidad y seguridad jurídica (GORDILLO, A.: “La representación

aparente”, cit., pp. 140-143).

Esto ha inspirado expresamente otras regulaciones societarias, en concreto los artículos 126 y 147 C de c.

El artículo 126 está inserto dentro de la regulación de las compañías colectivas, e indica en su párrafo

tercero que “los que, no perteneciendo a la compañía, incluyan su nombre en la razón social, quedarán

sujetos a responsabilidad solidaria, sin perjuicio de la penal, si a ella hubiere lugar”. El artículo 147, por

su parte, se encuadra dentro de la regulación de las compañías en comandita, y señala en su párrafo

segundo que “si algún comanditario incluyese su nombre o consintiese su inclusión en la razón social,

quedará sujeto, respecto a las personas extrañas a la compañía, a las mismas responsabilidades que los

gestores, sin adquirir más derechos que los correspondientes a su calidad de comanditario”. En ambos

artículos, por tanto, se aprecia esa pretensión de protección de la apariencia mostrada a los terceros a la

sociedad, basándonos en la necesidad de proteger esa buena fe diligente en el mismo y la confianza por él

mostrada en la imagen social que se le ofrece. 971 La cuenta en participación es una fórmula jurídica que permite a una persona participar en los

negocios realizados por otra ocultamente (terminología de SOLÁ DE CAÑIZARES, F.: “El contrato de

participación en el Derecho español y en el Derecho comparado”, Ed. Revista de Derecho Privado,

Madrid, 1954, núm. 1, p. 3). Su regulación se encuentra en el Título II del Libro II (“De los contratos

especiales del comercio”) del C de c, en los artículos 239 a 243. El artículo 239 señala que “podrán los

comerciantes interesarse los unos en las operaciones de los otros, contribuyendo para ellas con la parte del

capital que convinieren, y haciéndose partícipes de sus resultados prósperos o adversos en la proporción

que determinen”. El antiformalismo se plasma en el artículo 240.

El artículo 241 indica que “en las negociaciones de que tratan los dos artículos anteriores no se podrá

adoptar una razón comercial común a todos los partícipes, ni usar de más crédito directo que el del

comerciante que las hace y dirige en su nombre y bajo su responsabilidad individual”. Carácter reservado

de la sociedad, como se puede comprobar, con el que es congruente el artículo 242, cuando señala que

“los que contraten con el comerciante que lleve el nombre de la negociación, sólo tendrán acción contra

él, y no contra los demás interesados, quienes tampoco la tendrán contra el tercero que contrató con el

gestor, a no ser que éste les haga cesión formal de sus derechos”. Estamos ante un precepto que es

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¿dónde queda este precepto a estos efectos? ¿Es realmente útil?. Y, ¿en qué papel queda

entonces el artículo 1698, que, hemos visto, era de aplicación al supuesto?

Si el tercero a la sociedad conoce la existencia de la misma en algún momento, antes,

durante o después de celebrar el contrato, no resulta, quizá, justo que sólo pueda

dirigirse contra su contratante y su patrimonio del modo descrito en el anterior apartado.

Puede el tercero que contrata con la sociedad interna dirigirse, en virtud del artículo

1698 CC, contra los otros socios para satisfacer su interés.

La inquietud del legislador de poder reclamar a los otros socios, que se plantea

reiteradamente en la doctrina italiana a la hora de la quiebra972, por ejemplo, no está

presente en el artículo 242 C de c, relativo a la cuenta en participación: su pretensión es

opuesta a admitir esa posibilidad y así se configura expresamente en el artículo en

cuestión973. Sin embargo, pese a que ello es cierto, el artículo 1669 no ofrece una

solución a esta cuestión, pues no se redactó en clave de responsabilidad o de régimen

jurídico de estas sociedades, sino estrictamente de personalidad jurídica (aunque en el

fondo exista cierta sintonía con la idea de que se pueda demandar también a los socios:

pudiendo expresarse en los términos del ya existente artículo 242 C de c no sólo no lo

hace sino que remite a un régimen donde se debe dirigir las pretensiones contra todos

los integrantes del grupo, y el TS se ha encargado de defender esta idea al presentarlo

perfectamente interpretable como el criterio de actuación general para el caso de operaciones de

sociedades internas o en contrato asociativo como ocurre en el de aparcería. Pero en el caso de la sociedad

civil sin personalidad jurídica el artículo 1669 CC remite al régimen de la comunidad de bienes porque

pretende que se pueda acudir, en su caso, frente a los otros socios. 972 Ya hemos destacado el interés en atender a la responsabilidad del socio oculto en sociedades

constituidas que inspira a la doctrina italiana al estudiar esta cuestión. 973 El artículo 242 señala literalmente que “los que contraten con el comerciante que lleve el nombre de la

negociación, sólo tendrán acción contra él, y no contra los demás interesados, quienes tampoco la tendrán

contra el tercero que contrató con el gestor, a no ser que éste les haga cesión formal de sus derechos”.

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como precepto protector de terceros974). La solución la aportará, por tanto, el artículo

1698 CC, de modo procesalmente oportuno, no el artículo 1669 CC.

Desde nuestro punto de vista, de entrada las partes contractuales pueden exigirse el

cumplimiento del contrato una a la otra: el actuante en todo momento debe demandar al

gestor social para exigirle el cumplimiento del contrato o responsabilidad, en su caso,

pues con él contrató y es por ello el engarce adecuado (responde íntegramente de la

deuda como parte obligada que es). Es, en principio, la única persona a la que conoce, la

parte contractual, y a él debe dirigir sus pretensiones. Y será él solo el que puede exigir

el cumplimiento del contrato y la responsabilidad al tercero a la sociedad, no cualquiera

de los otros socios o la sociedad interna, que no está legitimada procesalmente para ello.

Sin embargo, si el tercero conoce la situación social existente, pese a que puede

mantener su demanda únicamente contra su contratante, también puede dirigir su

pretensión contra la propia sociedad interna (conforme a la legitimación que le reconoce

el artículo 6 LEC para acudir directamente al patrimonio aportado para cubrir esas

obligaciones, pues está legitimado por el pacto para ello, y los socios no pueden

oponerse sin incumplir el contrato vigente entre ellos)975, así como contra los propios

socios de la sociedad interna, la posibilidad más atractiva, haciendo posible el derecho

que le concede el artículo 1698 CC. Estas posibilidades, hasta entonces, también eran

existentes pero no ejercitables, por meras cuestiones de desconocimiento de la situación.

974 Además, el legislador no era consciente de la gran cantidad de problemas que podían existir con este

artículo. Pensemos que no será idéntica la voluntad de los socios que no pretenden constituir una persona

jurídica por la escasa entidad de su negocio, que la de aquellos que pretenden que bajo ningún concepto

se conozca la existencia de la sociedad interna, pues en éstos parece existir una voluntad expresa de no

responder de las deudas que no será tenida en cuenta a la hora de aplicar el artículo 1669. 975 Aunque en el caso de la sociedad interna el artículo 6 LEC no es tan relevante como en otros casos a

los que pretende dar cobertura legal, debido a que el socio que opera en el mercado puede acudir al

patrimonio aportado para responder. En cualquier caso, aporta mayor seguridad al tercero poder dirigirse

directamente contra esos bienes, y no estar a expensas de que el socio actuante acuda a esa masa.

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Esta posibilidad de dirigirse contra los otros socios debe entenderse como un beneficio

para sus pretensiones, nunca como una obligación o una necesidad, solución a la que

nos puede conducir una interpretación equivocada del artículo 1669 (aunque a estos

efectos no debiera ser relevante)976. Al tercero no puede exigírsele en todo caso el

976 Este artículo exige la aplicación a este caso de las normas relativas a la comunidad de bienes, aunque

ya hemos explicado la intención del legislador a este respecto. El TS entiende que cuando se ejercita un

derecho contra una comunidad hay que demandar a todos los partícipes (en este sentido, SSTS 5-6-1954

(M. A. 2005), 4-5-1971 y 17-11-1977 (M. A. 4224)). De lo contrario, el demandante se expone al éxito de

la oportuna excepción litisconsorcial. También la DGRN ha exigido en algún caso que para rectificar un

asiento en virtud de resolución judicial, dicha acción debía haber sido dirigida contra todos aquellos que,

según el asiento que se trate de rectificar, tengan algún derecho y, en el caso concreto de que se ocupa,

resultasen ser copropietarios del inmueble (en concreto, RDGRN 8-3-1950 (M. A. 537)).

Nos podemos encontrar en una situación un tanto peculiar, por lo tanto: si realizamos una interpretación

desenfocada del artículo 1669 en el caso que nos ocupa, pondría al tercero que contrata con la sociedad

interna en una tesitura que dificultaría bastante sus pretensiones, pues le exigiría que en todo caso

adivinara la existencia de ese grupo, cuando precisamente no sólo no le es posible de entrada dicho

conocimiento, sino que la base del precepto reside en que el grupo no actuará como tal grupo, por propia

configuración. Esto no deja de ser curioso en un artículo en el que es lugar común señalar que está

dirigido a proteger al tercero, según comentario jurisprudencial repetido en varias ocasiones y transcrito

literalmente por bastantes de los autores que se ocupan de la cuestión.

Por tanto, ese tercero resultaría perjudicado por dicho precepto si razonamos del modo expuesto, al

exigírsele algo que, realmente, le es imposible. Imposible resulta que conozca la existencia de ese grupo

cuando a él se le aparece una persona individual que contrata en su propio nombre, es decir, cuando en

ningún caso se le aparece como tal ente. Y contrario a la buena fe sería oponerle ahora una excepción

basada en este dato, pues en todo momento se mostró a ese tercero una persona individual: contradice los

propios actos de la misma alegar ahora la existencia de esa sociedad por quien no la había puesto de

manifiesto en ningún momento anterior.

La argumentación indicada, por tanto, no puede ser la correcta: debe ampararse el tercero en la confianza

suscitada en él por la otra parte, por lo que no es correcto exigir esfuerzos imposibles al tercero a la

sociedad y que, a la hora de ejercitar pretensiones procesales, “adivine” que existe un grupo que pretendía

no tener relaciones como tal grupo. Si el tercero no pudo conocer la existencia de la sociedad, no se le

puede pedir que conozca la existencia de más de una persona en dicho ente con el que tiene contacto, con

los efectos procesales que ello conlleva. No puede prosperar la excepción de litisconsorcio pasivo

necesario, pues no es posible que el tercero al grupo, que confió en la imagen que se le ofreció, conociera

esa existencia (si hubiese podido conocer esa existencia, como ocurre en los casos en que se tiene tratos

con un copropietario que actúa como tal; En los supuestos jurisprudenciales citados, el tercero conocía la

existencia de la comunidad, y por ello se le podía exigir que demandara a todos los socios.). Y debe

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conocimiento de la existencia de la sociedad, ya que sólo se le presenta una persona

física que contrata en su propio nombre y la existencia de la sociedad será desconocida.

Sin embargo, si conoce la existencia de la sociedad interna debe permitírsele la

posibilidad de dirigirse, además de contra el socio contratante, contra algún otro de los

socios, no contratantes, o frente a todos (que será lo que le interese, pues la

responsabilidad de los socios conforme al mismo, además de subsidiaria, es

mancomunada). Congruentemente, no debe poder prosperar frente a él la excepción de

litisconsorcio pasivo necesario, empleando la más elemental lógica. Atentaría contra la

buena fe exigible en el tráfico jurídico ampararse ahora en la existencia de esa sociedad

para pretender que esa relación procesal está mal constituida.

Sin embargo, no será idéntica toda situación en la que el tercero conoce la existencia

de la sociedad interna, pues puede conocerla antes de interponer la demanda exigiendo

el cumplimiento y la reparación, durante el proceso ya comenzado o, incluso después de

recaída ya sentencia. Y cada una de estas situaciones exige una solución individual.

En el primero de los casos el tercero conoce la existencia de la sociedad interna

antes de interponer la demanda. Pensemos en el caso de que un tercero tiene contacto

con una persona que contrata en su propio nombre, y celebra el negocio de que ese trate.

protegerse esa imagen mostrada y al tercero que confió de buena fe en ella (sobre esta cuestión, vid.

RAGEL SÁNCHEZ, L. F.: “Protección del tercero...”, cit., pp. 95-107).

Es la base para defender la postura que sostenemos. Iría, incluso, contra los propios actos de ese socio que

contrató con el tercero en su propio nombre ampararse ahora en la existencia de esa sociedad interna para

hacer fracasar la pretensión del tercero, pues atentaría contra la más elemental buena fe en el tráfico

jurídico. No sólo eso, sino que esa actuación de mala fe atenta contra la propia esencia de lo que es una

sociedad pactada como interna: una sociedad que, en ningún momento pretende aparecer como tal en el

tráfico, y ahora precisamente alega su condición de tal para que se la incluya dentro del supuesto de hecho

del artículo 1669 CC, con la intención de que resulte aplicable el régimen de la comunidad de bienes y

tenga éxito la excepción procesal oportuna. Puede ser de interés a otros efectos, es cierto: por ejemplo, se

puede dar noticia al tercero de la existencia de la sociedad por parte del contratante para evitar que sus

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Con posterioridad conoce la existencia de la sociedad interna, y después de ello, se ve

necesitado de exigir el cumplimiento del contrato. No existe ninguna duda acerca de que

en este caso puede dirigir sus pretensiones contra su contratante, que es la persona con

la que celebró el contrato y a la que debe dirigir su pretensión de modo lógico por ser la

parte contractual (exista o no conocimiento de la existencia de la sociedad interna esta

posibilidad está siempre presente), conforme al artículo 1257 CC. Además, el artículo 6

LEC le permite dirigirse contra la sociedad interna como tal, algo que, como hemos

indicado, le reconoce el derecho a satisfacer su crédito con la masa de bienes aportada.

Pero junto al socio contratante y a la sociedad interna, a los que conviene demandar

conjuntamente a efectos de la futura ejecución977, tiene la posibilidad de dirigir sus

pretensiones también contra los otros socios (o alguno de ellos), pues le legitima el

artículo 1698 CC, socios que responderán del modo allí expuesto (es una

responsabilidad ex lege personal e ilimitada, por deuda ajena, subsidiaria y

mancomunada). Se opera, a la hora de dirigir la demanda, también contra los otros

socios, de idéntico modo a como se haría si la sociedad estuviese personificada. Pese a

no ser partes en el contrato, se les puede demandar, gracias al artículo 14 LEC978: señala

este precepto en su apartado primero que “En caso de que la ley permita que el

bienes particulares sean embargados antes que los destinados a cubrir el fin social. Gozaría, en ese

sentido, de eficacia externa esa sociedad. 977 Se extiende sobre esta cuestión SAMANES ARA, C.: “Las partes en el proceso civil”, cit., p. 22. 978 Históricamente no existía precepto al que acudir, y ello provocaba la necesidad de ofrecer una

cobertura legal a cuestión tan lógica. Sobre dicha situación anterior, vid. LÓPEZ-FRAGOSO ÁLVAREZ,

T.: “La intervención de terceros a instancia de parte en el proceso civil español”, Ed. Marcial Pons,

Madrid, 1990, especialmente pp. 165-256, así como MONTERO AROCA, J.: “La intervención adhesiva

simple. Contribución al estudio de la pluralidad de partes en el proceso civil”, Ed. Hispano Europea,

Barcelona, 1972, pp. 33-43. Éste es especialmente clarificador, al indicar que “En España no sólo nuestra

legislación no contempla el supuesto (de intervención de terceros a instancia de parte) sino que, además,

es desconocido por nuestra doctrina; por ello, a riesgo de “inventar” hemos de acudir a las legislaciones y

doctrinas extranjeras, sobre todo a la italiana” (ob. cit., p. 41).

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demandante llame a un tercero para que intervenga en el proceso sin la cualidad de

demandado, la solicitud de intervención deberá realizarse en la demanda, salvo que la

ley disponga expresamente otra cosa. Admitida por el tribunal la entrada en el proceso

del tercero, éste dispondrá de las mismas facultades de actuación que la ley concede a

las partes”. Por tanto, debemos extraer dos presupuestos para la aplicación de este

precepto: en primer lugar, la ley debe permitir esta llamada por el demandante. La ley

previsora será sobre todo sustantiva (básicamente el Código civil979), aunque no estén

del todo claros los supuestos980, y nuestro ordenamiento no permita una interpretación

extensiva o analógica de los mismos. En segundo lugar, la solicitud se debe realizar en

la demanda salvo que la ley disponga expresamente otra cosa. En nuestro caso, el

artículo 1698 CC legitima al tercero para dirigirse también contra los otros socios a la

hora de reclamar el cumplimiento del contrato, aunque estos socios responderán del

modo diseñado en el artículo 1698 CC (con todo su patrimonio, pero de modo

subsidiario y mancomunado)981. El llamamiento se hará en la demanda, por lo que no

hay problema alguno, por tanto.

Lo más conveniente, pensando en la futura ejecución, es dirigir la demanda

conjuntamente contra la persona que contrató con él, los otros socios no contratantes y

la propia sociedad interna, para que pueda exigirse que respondan los bienes aportados y

979 En este sentido, JOVÉ PONS, M. A.: “El proceso civil con pluralidad de partes. Litisconsorcio e

intervención de terceros”, en ALONSO-CUEVILLAS SAYROL, J.: “Instituciones del Nuevo Proceso

Civil. Comentarios sistemáticos a la Ley 1/2000”, vol. I, Economist & Jurist, Barcelona, 2000, p. 144 980 Los posibles casos “están por determinar”, según MONTERO AROCA, J.: “Derecho Jurisdiccional,

II”, Proceso Civil, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, 2002, p. 91. 981 No presenta problema la aplicabilidad del artículo 1698: si concede el derecho a dirigirse contra estos

socios, cabe pensar que debe existir un mecanismo procedimental oportuno, como es el caso.

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el patrimonio personal del contratante y, subsidiariamente, los patrimonios de los socios

no contratantes en la proporción en que se obligaran contractualmente éstos982.

La segunda posible situación es aquella en la que el tercero conoce la existencia de

la sociedad interna durante la sustanciación del proceso, por las razones que sea (por

ejemplo, porque el operante ha dado a conocer la existencia de la sociedad interna para

que se acuda antes a los bienes aportados). En este caso, la relación procesal ya está

constituida, y aunque parece lógico que el tercero se pueda dirigir también contra los

demás socios, que no tienen que alegar un interés que les legitime para intervenir983,

para saber si ello es posible debemos interpretar el artículo 14 LEC, pues no estamos

ante una situación equiparable a la de la sociedad personificada (donde se conoce

perfectamente la posibilidad de utilizar el artículo 1698 CC desde el primer momento).

De este precepto, dedicado a la intervención provocada, nos interesa su apartado

primero, que es el que alude a la llamada por parte del demandante, y que ya se ha

expuesto. Este párrafo se completa con el párrafo cuarto, que señala que “Si

comparecido el tercero, el demandado considerare que su lugar en el proceso debe ser

ocupado por aquél, se procederá conforme a lo dispuesto en el artículo 18” (artículo

dedicado a la sucesión en los casos de intervención provocada)984.

982 Éste será el único supuesto en el que pueda tener operatividad un pacto limitativo de la

responsabilidad, pues el tercero conocerá la existencia de la sociedad antes de exigir sus pretensiones. 983 La decisión de intervenir no es de ese tercero, que debiera invocar para ello una legitimación

justificadora, sino de quien realiza la llamada (en este sentido, MONTERO AROCA, J.: “La legitimación

en el proceso civil”, Ed. Civitas, Madrid, 1994, pp. 76-77). 984 El tercero, según indica FONT SERRA, no está obligado a intervenir, sino que “habiendo sido llamado

en causa o garantía, litis denuntiatio, si no se persona en el proceso, deberá soportar las consecuencias

perjudiciales de su no personación” (FONT SERRA, E., dentro de CABAÑAS GARCÍA, J. C.:

“Comentarios prácticos a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil”, Ed. Trivium, Madrid, 2000, p. 79).

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Recordemos los dos presupuestos de aplicación del artículo 14.1 LEC: en primer

lugar, la ley debe permitir esta llamada por el demandante, y en segundo lugar, la

solicitud se debe realizar en la demanda salvo que la ley disponga otra cosa.

ORTELLS RAMOS ha diferenciado dos clases de intervención provocada985: por

una parte, los supuestos específicos del artículo 14 LEC, que se establecen en

disposiciones de Derecho material, “que no siempre son claras en referirse a la

existencia de un proceso y al llamamiento del tercero” (y entre los ejemplos que cita, no

recoge ORTELLS RAMOS el que nos ocupa), y por otra el supuesto general de

intervención provocada establecido en el artículo 150.2 LEC, que señala que “Por

disposición del tribunal, también se notificará la pendencia del proceso a las personas

que, según los mismos autos, puedan verse afectadas por la sentencia que en su

momento se dictare. Esta comunicación se llevará a cabo, con los mismos requisitos,

cuando el tribunal advierta indicios de que las partes están utilizando el proceso con

fines fraudulentos”. La iniciativa, en este caso, no es de las partes, sino del tribunal,

“aunque nada impide que esta potestad se utilice en supuestos en que las partes debieron

instar el llamamiento”986, y debe referirse a personas identificadas en autos.

Por tanto, para que se pudiese utilizar esta vía y, una vez iniciado un proceso en el

que no son partes, el tercero a la sociedad pudiese dirigirse también contra los socios no

contratantes, debe preverse legalmente esta posibilidad como primer requisito. Desde

nuestro punto de vista, pese a no ser inequívoco, existe asidero legal que puede ser

válido para cubrir este primer requisito, y es el artículo 1698 CC. Este precepto prevé

que los socios respondan también de las deudas contraídas en el ejercicio de las

actividades sociales. Del mismo cabe deducir que a los socios se les puede exigir

985 ORTELLS RAMOS, M.: “Derecho Procesal Civil”, Ed. Aranzadi & A. Thomson, 2002, pp. 201-203. 986 ORTELLS RAMOS, M.: “Derecho Procesal Civil”, cit., p. 203.

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responsabilidad también por las deudas de la sociedad interna (recordemos que este

argumento nos fue útil en el supuesto anterior).

Sin embargo, el artículo 14 LEC exige que el demandante se dirija contra estos

terceros en la propia demanda, salvo que legalmente se establezca otro momento, algo

que será imposible en el caso que nos ocupa, pues no es conocida esa existencia por

causa de la conducta de ese contratante. No existe regulación expresa en este sentido, y

esto impedirá al tercero a la sociedad dirigirse tanto al ente como a los otros socios.

¿Qué posibilidad le queda, entonces? Únicamente continuar el procedimiento tal y

como se constituyó procesalmente en su momento, aunque puede dirigirse al órgano

jurisdiccional para que utilice la vía del artículo 150.2 LEC987 y sean llamados al

proceso, tanto la sociedad sin personalidad como los socios, que será lo más lógico y lo

que se debe pretender en todo caso. Pero será algo que queda en manos del órgano

jurisdiccional988. Para el caso de que el órgano jurisdiccional no haya estimado oportuno

comunicar la existencia del proceso a los otros socios, sí parece legítimo exigir la

oportuna reparación al socio contratante, debido a que con su conducta ha impedido

finalmente que el tercero gozara de esa garantía legal que le reconoce el artículo 1698

CC989. Pero en un futuro proceso posterior, para poder valorar la existencia y cuantía del

daño, pues puede ocurrir que no exista (si el contratante cumple con la obligación no

existe daño alguno para ese tercero).

987 Motivando la petición, claro está, y justificando el interés en que concurran al proceso estos terceros al

mismo y la imposibilidad de que ello ocurra debido a la conducta de la otra parte, que al no ponerle en

conocimiento de la situación le ha privado de la operatividad del artículo 1698 CC. 988 Sin perjuicio de que el tercero pueda recurrir la providencia en la que no se acuerde notificar la

pendencia del proceso (pues del artículo 206.1.1º LEC se deduce que se resolverá mediante una

providencia), interponiendo el oportuno recurso de reposición conforme a los artículos 451 a 454 LEC: se

interpone ante el mismo órgano jurisdiccional en el plazo de cinco días y expresando la infracción, y se

resuelve mediante auto no recurrible.

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El último supuesto es aquel en el que el tercero conoce la existencia de la sociedad

interna después de la sustanciación del proceso, una vez que ya recayó sentencia

firme al respecto. En este caso, puede demandar a su contratante junto a los otros socios

de la sociedad interna y a ésta misma, teniendo ya la sentencia anterior en la que se le

reconoce el derecho a que se cumpla el contrato o se repare el daño oportuno. La duda

que se nos plantea es si esa sentencia firme anterior tiene fuerza de cosa juzgada y, por

tanto, excluye este nuevo proceso.

Pensemos que para que sea operativa han de existir una serie de identidades entre

ambos procesos, tanto entre las pretensiones como entre los elementos subjetivos (en

este sentido se expresa el artículo 222 LEC). La pretensión como tal es, obviamente,

idéntica, pues se pretende lo que en el primer proceso, esto es, ser satisfecho en su

interés y ser reparado por causa del incumplimiento de un concreto contrato, pero el

objeto del proceso no lo es, pues la causa de pedir es diferente: antes se demandaba a

alguien por un incumplimiento contractual propio, y ahora se demanda a ese mismo,

pero también a sus socios, en base a la responsabilidad que fija el artículo 1698 CC. La

conexión entre ambos objetos es evidente, pero no existe identidad.

Subjetivamente no se da esa identidad de modo total, pues ahora se tiene la

posibilidad de demandar no sólo a la otra parte contractual, parte en el primer proceso,

sino a los otros socios, a los que no se pudo demandar en su momento y a los que

interesa demandar ahora. No existen hechos nuevos en el sentido del párrafo segundo

del artículo 222.2 LEC, aunque sí han sucedido hechos que han modificado la óptica a

la hora de exigir la oportuna responsabilidad, y con esta cuestión trabajamos.

989 Aunque de modo inmediato sea el órgano jurisdiccional el que ha decidido que no sea llamado tercero

alguno al pleito.

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Por tanto, si bien no cabe que se alegue la función negativa de la cosa juzgada990, la

función positiva respecto del hecho en sí debe ser tenida en cuenta, gracias a la

conexión evidente entre los objetos de los dos procesos: el nuevo proceso no es

reproducción literal del primero, pero el derecho a ser reparado en función del hecho

dañoso ya ha sido decidido en la sentencia firme anterior. Por ello, sobre el derecho de

ser reparado en la cuantía en que deba serlo no debe entrarse en este nuevo proceso,

salvo que existan nuevos daños y se solicite su reparación en la demanda. Pero debe

tomarse el reconocimiento establecido en la primera sentencia como “indiscutible punto

de partida” en el nuevo proceso991, y partirse de ello para exigir el cumplimiento de los

otros socios en la medida oportuna, conforme al artículo 1698 CC.

d) Una peculiaridad concreta: la existencia de una cuenta corriente de la sociedad

Al margen de todo, puede planteársenos cierto problema con unas consecuencias

prácticas bastante relevantes. Imaginemos que el socio actuante sea titular de una cuenta

de modo conjunto con los otros socios (algo bastante típico en el caso de las sociedades

civiles en general992), cuenta exclusivamente abierta para gestionar la actividad de la

sociedad interna. Nos podemos preguntar si ese acreedor que contrató con el socio

actuante puede instar el embargo íntegro de la misma, o pueden los socios oponer

válidamente la excepción de litisconsorcio o alguna excepción sustantiva acerca de la

990 Si operase, la sentencia no debería entrar en el fondo del asunto, pues niega una segunda sentencia

sobre el fondo. Se impide, con ella, que vuelva a enjuiciarse y resolverse sobre una cuestión ya juzgada

(en este sentido, OLIVA SANTOS, A. DE LA: “Sobre la cosa juzgada (Civil, contencioso-administrativa

y penal, con examen de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional)”, Ed. Centro de Estudios Ramón

Areces, S. A., Madrid, 1991, p. 25). 991 OLIVA SANTOS, A. DE LA: “Sobre la cosa juzgada...”, cit., p. 25. 992 Tal y como describe SALINAS QUIJADA, F.: “Las cuentas corrientes indistintas”, Confederación

Española de Cajas de Ahorro, Madrid, 1977, p. 78.

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efectiva titularidad de ese dinero. En este sentido, SALINAS QUIJADA indicaba que,

en el caso de que el banquero conozca la parte que en la cuenta corriente pertenece al

deudor, está obligado a respetar el mandamiento en lo que afecta a esa parte y sólo en lo

concerniente a ella, pero si no es conocido, debe cumplirse sobre la cuenta entera,

aunque los otros titulares no deudores ejerciten las acciones de tercería oportunas y

soliciten el alzamiento del embargo en la parte que les pertenece, probándolo993.

El reformado artículo 120 del vigente Reglamento General de Recaudación,

aprobado por RD 1684/1990, de 20 de diciembre, relativo a embargos de dinero en

cuentas abiertas en entidades de depósito, señala en su apartado 4 que cuando el dinero

se encuentre depositado en cuentas a nombre de varios titulares, sólo se embargará la

parte correspondiente al titular deudor de la Hacienda Pública, del modo en ellos

expuesto, distinto según que la cuenta sea de titularidad indistinta994 o conjunta

mancomunada995, porque ambos tipos de cuentas deben diferenciarse: mientras en la

primera cada uno de los titulares puede disponer de la cuenta como si fuese el único

titular de la misma, quedando obligado el banco a atender todas las instrucciones que le

formule cada uno de los titulares, dentro del marco de la cuenta corriente996, en la

cuenta conjunta o mancomunada, si bien cada titular puede realizar los ingresos que

993 SALINAS QUIJADA, F.: “Las cuentas corrientes indistintas”, cit., pp. 155-157. En idéntico sentido,

aunque consciente de la dificultad de la prueba, MUÑOZ-PLANAS, J. M.: “Cuentas bancarias con varios

titulares”, Ed. Civitas, Madrid, 1993, p. 218. 994 “a) Si las cuentas son de titularidad indistinta con solidaridad activa frente al depositario.,

habitualmente denominadas cuentas indistintas, el embargo podrá alcanzar a la parte del saldo

correspondiente al deudor conforme a una regla de división del mismo en partes iguales entre los titulares

de la cuenta, salvo que de los términos del contrato se desprenda otra cosa o que se pruebe una titularidad

material de los fondos diferentes”. 995 “b) Si las cuentas son de titularidad conjunta mancomunada, el saldo se presumirá dividido a partes

iguales, salvo que de los términos del contrato se desprenda otra cosa o que se pruebe una titularidad

material de los fondos diferentes”.

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estime oportunos y en general todos los actos que supongan un incremento del Haber de

la cuenta, para realizar reintegros o cargos que incrementen el Debe es necesario el

concurso y firma de todos y cada uno de los titulares de la misma997.

En el caso de la sociedad interna, encontrar la solución parece resolver un

problema de configuración: dependiendo de cómo se constituya, si como cuenta

indistinta o mancomunada, la solución será diferente. Sin embargo, en sintonía con la

idea expuesta de que el patrimonio aportado debe servir para hacer frente a las

obligaciones contraídas en interés de la sociedad interna, y de que la cuenta en cuestión

sirve también a estos fines, pues nace con esta exclusiva finalidad998, parece lógico

entender que la pretensión debe poder ejercitarse sobre la cuenta en su totalidad, pues es

la finalidad pretendida, en último término, al constituirse. Y si algún socio pretende

obstaculizar de alguna forma dicha pretensión, está realmente incumpliendo con la

obligación que contrató. No estamos, por tanto, sino trasladando a este concreto campo

las ideas generales defendidas anteriormente. Será frecuente que el gestor actúe sobre

ese dinero para gestionar la labor social.

e) Otros posibles supuestos de interés

Ya hemos comprobado cómo responden los socios de la sociedad interna por las

deudas, como norma general. Sin embargo, parece oportuno dedicar cierta atención a un

996 MOXICA ROMÁN, J.: “La Cuenta Corriente Bancaria. Análisis de Doctrina y Jurisprudencia.

Formularios”, Ed. Aranzadi, Pamplona, 1997, p. 163. 997 MOXICA ROMÁN, J.: “La Cuenta Corriente Bancaria...”, cit., p. 164. 998 Cuenta en la que el dinero ha sido aportado a la sociedad interna o bien es fruto exclusivo de la

actividad “social”. Si sólo la parte aportada por alguno de los socios fuese aportada con dicha finalidad

ya cambia el panorama, pues entonces ya sí hay que deslindar las partes y proceder inicialmente sólo

contra lo aportado para cubrir la finalidad social.

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par de casos que presentan alguna especialidad observable, procedente de algún dato

que hace diferente al caso en cuestión, incidiendo en dicha especialidad.

La primera de estas situaciones un tanto especiales es aquella donde esa sociedad

interna haya obrado, por alguna razón extraña999 o quizás no tan extraña, como si

de una sociedad externa se tratase, esto es, mostrándose finalmente como ente en el

mercado por causa del modo de operar del socio encargado de ello. En este caso, por

una parte, parece esencial proteger al tercero a la sociedad a la hora de permitirle dirigir

sus pretensiones contra el ente inexistente, que contrata confiando en la apariencia que

se le presenta (buena fe unida a diligencia, como no puede ser de otra forma para que

resulte operativa), pero por otra no está claro que esos socios de la sociedad interna

deban asumir esa extralimitación (así lo defiende la doctrina alemana, que entiende que

al no estar cubiertos estos actos por el poder de representación no son actos válidos1000).

Imaginemos un ejemplo que ilustre nuestra explicación: tres personas constituyen

una sociedad civil para explotar un negocio de orfebrería, pero establecen que dicha

sociedad no opere en el mercado como tal ente. Sin embargo, al contratar, el socio que

celebra el contrato pone en conocimiento del tercero que obra por cuenta de una

sociedad civil, con lo que al tercero a la sociedad se le muestra, por tanto, como un ente

aunque no lo sea. ¿Qué ocurre en este caso? Intentaremos resolver esta cuestión,

teniendo presente como criterio orientador la importancia de proteger las legítimas

expectativas de los terceros que actúan diligentemente de buena fe a la hora de confiar

999 Extralimitación en las funciones del socio contratante, por ejemplo, o concurrencia de cualquier tipo

de circunstancia que produzca ese conocimiento en el tercero y la sociedad, entonces, obre ya como ente

(conocimiento por causa de comentarios confidenciales de terceros, etc.). 1000 En este sentido, defienden por ello la no vinculación de los socios por esos contratos celebrados y

sancionan la responsabilidad del actuante, por ejemplo, ULMER, P.: “Münchener Kommentar zum

Bürgerlichen Gesetzbuch”, cit., pp. 310 y 313 y FIKENTSCHER, W.: “Schuldrecht”, cit., p. 621 (vid.

también resumen en GORDILLO, A.: “La representación aparente”, cit., pp. 228-234).

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en aquello que se le induce a pensar por la otra parte contratante1001, y hasta dónde se

debe llegar para conseguirlo.

De entrada, es claro que en cualquier caso, esa sociedad interna no gozará ahora de

personalidad jurídica, debido a que, con independencia de cómo opere en el mercado

con posterioridad, se pactó como sociedad interna, configurándose de esa forma, y la

adquisición de personalidad jurídica se deriva de la configuración que se imprima al

grupo asociativo y no de la conducta posterior de los socios1002.

Sin embargo, debido a que no se ha amoldado al pacto oportuno, es posible a los

otros socios exigir la oportuna responsabilidad a dicho contratante por su forma de

actuar (es socio de una sociedad interna o tercero legitimado y ha actuado como si la

sociedad no fuese interna). Estamos, por tanto, ante un incumplimiento contractual, y de

él se deriva un perjuicio para el grupo, bien porque se haya producido un daño concreto,

bien por el mero hecho de haber aparecido como ente por causa del socio contratante,

algo que las partes no pretendían al pactar como interna la sociedad1003.

1001 Lógicamente, esa buena fe debe ir unida a una actuación diligente por su parte. Sobre esto, aunque

referente a otro ámbito, pero en argumentos universalizables, vid. GORDILLO, A.: “La representación

aparente...”, cit., pp. 255-316, comentario a la STS 26-11-1986, CCJC núm. 13, Nº 335, p. 4279 y

comentario a la STS 18-9-1987, CCJC núm. 15, Nº 387, pp. 5019-5020. 1002 Si siguiéramos la postura doctrinal defensora de la necesidad de publicidad de hecho, ya estaríamos

ante una persona jurídica. Eso no es correcto desde nuestro punto de vista: la configuración es la que

existe desde el primer momento, y tema diferente es que el socio contratante haya faltado a su deber

contractualmente impuesto y haya actuado manifestando la existencia de esa sociedad. 1003 Si el actuante opera habitualmente en el mercado destacando el carácter de sociedad interna existente,

incumple sus obligaciones como contratante de una sociedad interna. Este supuesto iría contra el enfoque

que hemos deducido del artículo 1669 CC, por lo que es previsible que los socios exigieran

responsabilidad a ese “reincidente” y evitasen que siguiera actuando de ese modo, apartándolo de esas

funciones o exigiéndole fidelidad al pacto. En ningún supuesto, sin embargo, esa sociedad puede dotarse

de personalidad jurídica por esta causa, ya que ello depende del pacto estatutario y no de la conducta

posterior de los socios o de la existencia de algún tipo de publicidad de la sociedad.

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El efecto de esta forma de obrar se plasma en nuestro ordenamiento en que el tercero

a la sociedad, si debe exigir el cumplimiento del contrato o demandar la oportuna

reparación, puede demandar a la sociedad como ente, pues le indujo a pensar que existía

tal ente, ya que debe ser protegido en la confianza que ha depositado en la imagen

ofrecida por el tercero1004 (la necesidad de amparar su buena fe y de proteger el correcto

funcionamiento del tráfico aconsejan esa solución1005). De hecho, la LEC, en su artículo

6, establece además la legitimación pasiva de este ente sin personalidad, pero incluso si

no existiera dicho artículo no se podría alegar excepción procesal alguna porque esa

sociedad no sea persona jurídica1006. Además, como conoce la existencia de la sociedad

interna, al tercero le cabe la posibilidad también de dirigirse contra los socios en tanto

que personas individuales, que responderán del modo expuesto anteriormente, pues el

artículo 1698 CC le legitima para ello1007.

Sin embargo, esa sociedad no puede actuar como si gozase de personalidad jurídica a

cualquier otro efecto: no podrá demandar como ente al tercero, en su caso, pues no goza

de personalidad jurídica, y se responderá como en el caso genérico expuesto, sin más.

El segundo supuesto a tener en cuenta es aquél en el que el tercero conoce la

existencia de la sociedad pero no por vía de su contratante, sino por causas ajenas.

1004 Recordemos las palabras de DE LA OLIVA, que ya indicaba que “...los terceros pueden hacer valer

sus derechos frente a quienes aparecieron formando sociedad, aunque ésta no se constituyera

regularmente e incluso aunque no hubiera verdaderamente sociedad” (DE LA OLIVA SANTOS, A.: “La

sociedad irregular mercantil en el proceso”, cit., p. 37). 1005 En este sentido, en otro plano, pues no nos movemos en el plano de la representación aparente (no

hay sujeto al que tomar como referencia de los asuntos gestionados), GORDILLO, A.: “La representación

aparente”, cit., pp. 469-475 y comentario a la STS 10-5-1984, CCJC núm. 5, Nº 138, p. 1668. 1006 Sería un atentado contra los propios actos hacer creer al tercero de buena fe que existe una persona

jurídica y después ampararse en su inexistencia para intentar que fracasen sus pretensiones. 1007 Evidentemente, las partes, al pactar la sociedad como interna, no pretendían la operatividad efectiva

de este precepto, pero existe y debe ser aplicado, salvo pacto expreso en contrario comunicado al tercero

y aceptado por éste.

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El tercero, al tener contacto con la sociedad interna, puede conocer también la

existencia de la misma por otros motivos que no sean la conducta de ese socio

contratante con el que tiene contacto, sino por motivos ajenos a ello. Tengamos presente

que la forma de conducirse expuesta en el anterior apartado no es ni puede ser la

conducta habitual del socio, pues atentaría contra la propia configuración social pactada

por todos los socios. Pero puede ocurrir que el tercero conozca por razones ajenas al

estricto contrato celebrado que realmente está teniendo contacto con una sociedad civil.

Por ejemplo, existe una sociedad civil que gestiona un hipódromo, pero las partes

desean no aparecer como ente frente a terceros, y cada vez que el interés social exige

contratar con terceros ajenos a la sociedad, los socios actúan en su propio nombre.

Imaginemos que uno de los socios, actuando siempre de ese modo, celebra un contrato

con cierto empresario del sector de la limpieza y el mantenimiento por el que éste se

compromete a mantener la higiene adecuada en el recinto. El socio en todo momento

contrata en su propio nombre y sin manifestar la existencia de esa sociedad, pero el

mundo en que se mueve la sociedad interna es, como todo sector profesional, un sector

en el que las noticias del mismo acaban conociéndose, y ese tercero termina sabiendo de

la existencia de esa sociedad, bien porque le es revelada por algún tercero de alguna

forma, bien porque al ser la labor social un trabajo continuado, acaba conociéndose. Y

tengamos presente en todo momento que una sociedad interna no es una sociedad

secreta, por lo que es perfectamente posible que se conozca esa existencia, aunque la

sociedad no opere como ente en el mercado.

En ese caso, si el tercero debe exigir el cumplimiento del contrato, la resolución del

mismo o algún tipo de reparación de daños, ¿ante quién debe dirigir esas demandas?

Desde nuestro punto de vista, debemos recordar las ideas expuestas anteriormente, y es

claro aunque suene tautológico, que la obligación incumbe a quien se vinculó: debe

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dirigirse hacia su contratante para realizar estas exigencias. Es el paso obligatorio si

quiere satisfacer su interés: dirigir sus pretensiones contra el contratante. Sin embargo,

ahora sabe que existe esa sociedad, con lo que debe permitírsele la posibilidad de

dirigirse no sólo contra su contratante, sino también contra él y alguno de los otros

socios o el resto, debido a que conoce la existencia de la sociedad. Es la filosofía del

artículo 1698 CC y debe inspirarnos en este caso también. Además, debemos recordar

que el artículo 6 LEC le legitima, en este caso, para dirigirse directamente contra la

sociedad sin personalidad, si lo estima oportuno. Estas dos posibilidades son

beneficiosas para sus pretensiones, pero no de obligatoria utilización. Y los socios no

podrán exigir responsabilidad al socio o gestor, debido a que se ha conducido en todo

momento conforme al pacto social.

En el supuesto inverso, esto es, que sea la sociedad interna la que pretenda realizar

cualquier tipo de petición o reclamación al tercero, lo hará el socio contratante, que para

ello es la parte contractual (el artículo 6 LEC no reconoce legitimación activa a la

sociedad sin personalidad jurídica).

Si el tercero conociera la existencia de la sociedad, y que la misma es interna, se

operaría de idéntico modo. En dicho supuesto, el tercero sigue sin estar obligado a

dirigir sus pretensiones a todos los socios o a la sociedad sin personalidad jurídica, pues

estamos ante un beneficio: puede dirigirse al socio con el que contrató únicamente,

único al que debe exigir esa reparación, o bien a éste y a todo el resto de socios o a

alguno, pero nunca de modo obligatorio.

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4.5 Satisfacción del interés del tercero: consecuencias posteriores en el grupo

Una vez que el tercero a la sociedad haya visto satisfecho su interés, bien porque se

haya cumplido aquello a lo que se había obligado su contratante (socio de una sociedad

interna), bien porque se debiera reparar cualquier tipo de daño y se haya reparado, es el

momento de comprobar qué efectos produce en el seno de la sociedad interna dicha

satisfacción. El principio que debe inspirarnos en todo momento es que es la sociedad

interna, entendida realmente como el conjunto de socios, la que debe asumir la

operación, directamente por medio de la respuesta con parte de los bienes aportados,

bien mediante la distribución entre los socios de la deuda en la proporción pactada.

En este sentido, debemos distinguir dos posibles situaciones: en primer lugar, que

haya respondido frente al tercero el socio que contrató con él, y, en segundo lugar, que

hayan debido responder alguno o algunos de los otros socios que no sea aquel que

contrató con dicho tercero. Debemos repasar cada una de las distintas opciones,

valorando si la satisfacción se debe al cumplimiento del contrato, sin más, o a la

adecuada reparación de algún posible daño causado, ya que en cada uno de estos casos

la forma de solucionar la cuestión tiene matices diferentes.

De entrada, haremos frente al supuesto general, que será aquel en el que es el socio

contratante el que satisface el interés del tercero con el que contrata. Será el

supuesto más general y sintoniza con la estructura de la relación: el tercero contrata con

una persona socia de una sociedad que actúa en su propio nombre y ésta responde frente

a él del contrato. Si ello sucede exclusivamente así, esto es, contrata y el socio cumple

con su obligación, sin más, la operación se inserta en la órbita de actuación de la

sociedad sin personalidad jurídica, se asume con el patrimonio aportado por los socios y

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no tiene una trascendencia especial. De cara al tercero, el gestor hace frente con su

patrimonio, pero es lógico, pues para ese tercero, en principio, sólo existe él como

contratante. Sin embargo, la legitimación contractual le permite acudir a los bienes

aportados para satisfacer esa obligación, y si no fuese suficiente, solicitar a los otros

socios que colaboren en la proporción oportuna o, bien puede asumir íntegramente el

gasto y repetir posteriormente a los otros socios, en la parte que corresponda (al ser el

contratante, asume íntegramente con su patrimonio la deuda, exigida judicial o

extrajudicialmente, sin perjuicio del derecho de repetición posterior hacia sus

compañeros socios en lo que corresponda). También puede ocurrir que responda el

socio contratante tras demandarle a él y al resto de socios, sin perjuicio de que

posteriormente repita a los otros en lo que respondiera en exceso.

Por ejemplo, imaginemos una sociedad sin personalidad jurídica dedicada a explotar

una finca rústica, donde uno de los socios contrata para satisfacer el interés social, y

pacta la compra de una cantidad de abonos químicos. Recibe los mismos y entrega el

precio con dinero proveniente del capital aportado por los socios. La operación se

integra en la actividad social de la sociedad sin personalidad jurídica y no tiene mayor

peculiaridad. El gasto se asume por el grupo del modo pactado en el contrato social,

haciendo uso el gestor de las aportaciones realizadas por los socios1008 o bien

directamente por el socio contratante1009, al que se reintegrará la parte que no debiera

soportar, y el objeto se utiliza para la finalidad perseguida por quien proceda. La

sociedad, que no existe como ente, ha actuado en el mercado por medio del socio

destinado a ello, y debe asumir el coste de la operación.

1008 Dichas aportaciones se realizan con la clara intención de sostener la actividad social, colaborando en

los gastos y esperando repartir los beneficios en su momento. 1009 Al ser parte contractual, responde frente al tercero íntegramente de la deuda, sin perjuicio de que

posteriormente pueda repetir contra los otros socios en la proporción oportuna.

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Sin embargo, si existiera algún tipo de daño o perjuicio causado a ese tercero y

debiera exigirse responsabilidad por parte del mismo, responderá en principio el socio

contratante que actúa en su propio nombre1010, que lo hará con bienes de los aportados o

con propios. En el caso de que lo haga con propios, podrá repercutir el coste en la

sociedad sin personalidad jurídica si se debió a la propia estrategia social, mientras que

si dicha lesión se debió únicamente a la actuación negligente o dolosa del propio

actuante, no podrá repercutirlo. No será igual, por ejemplo, que el socio que contacta

con el tercero lo haga porque la sociedad ha decidido entretener a ese tercero para que

no contrate, a su vez, con otro particular y retirarse de la negociación sin más en cuanto

se aleje esa posibilidad (es una decisión que asume la sociedad sin personalidad jurídica

como grupo), que el hecho de que el socio, por negligencia personal, dañe al tercero al

celebrar o ejecutar el contrato, caso en el que, al no ser una actividad decidida

socialmente, no debe ser asumida por el grupo (aunque el contratante dañante responda

por ello). Los gastos normales derivados de la celebración del contrato (pago del precio,

de gastos conexos, etc.), sí se asumen por el grupo, esto es, por el resto de socios

proporcionalmente del modo pactado.

Por último, puede ocurrir que la formalización de ese contrato haya provocado algún

tipo de perjuicio al interés social: por ejemplo, que la operación se haya realizado por un

coste mayor del que debiera haber sido por causa del socio contratante, que ha

encarecido la misma para la sociedad con la intención de obtener beneficios

particulares, o por cualquier otro motivo, caso en el que los otros socios pueden exigirle

responsabilidad por su labor, obviamente, y el socio debe responder del perjuicio frente

al resto de socios. Estamos ante un abuso de la legitimación que le concede el contrato

social, equivalente al abuso de poder en el ámbito de la representación: respetando el

1010 Salvo que también otros socios fuesen demandados, del modo estudiado.

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tenor de la cláusula contractual legitimadora, su actuación persigue un interés distinto al

de la sociedad sin personalidad jurídica y en colisión con el mismo1011. Por ello, debe

responder de dicho abuso frente a los socios de la sociedad interna por ese

incumplimiento del contrato, pues no actuó conforme al contrato que en su día celebró.

También puede haber respondido el socio contratante pese a que la demanda se haya

dirigido contra éste y sus socios.

La segunda gran opción posible está en el caso de que, por existir alguna de las

situaciones antes expuestas en que el tercero dirige sus pretensiones frente a todos o

algunos de los socios, respondan efectivamente también esos otros socios, y no el

que realizó la operación (o no él de modo único). Aquí podemos encontrarnos, a su

vez, con dos posibilidades. La primera es que se haga frente al cumplimiento del

contrato con “patrimonio social”, sin más, como hemos comprobado que era posible

antes de acudir al patrimonio del socio, conforme al artículo 1698 CC: la sociedad hace

suya la operación, y se asume por todos los socios como cualquier otro gasto realizado

en beneficio de la actividad común. En este caso todo socio debe poder acudir en primer

lugar al patrimonio aportado para responder de la obligación, y el impedimento de esto

por alguno de los otros socios debe considerarse un incumplimiento del contrato

pactado en su día, si todo se desarrolla del modo descrito1012. Si respondió con bienes

particulares, no responderá más allá de lo que le tocara proporcionalmente en la deuda,

pues ya comprobamos cómo los socios respondían mancomunadamente de las deudas

contraídas en interés de la sociedad, conforme al artículo 1698 CC. Es palpable la

1011 Esta cuestión ha sido estudiada, para el caso de la representación, por GORDILLO, A.: “La

representación aparente”, cit., pp. 95-101. 1012 Aunque normalmente no se dará el caso, pues si se debe acudir a los otros socios es porque el

patrimonio aportado no ha sido suficiente para satisfacer al tercero.

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diferencia con el socio contratante: no responde con su patrimonio particular de toda la

deuda, sino únicamente de la proporción pactada.

Sin embargo, si ese socio ha debido hacer frente a algún tipo de reparación de daño,

sólo lo hará en la proporción oportuna pactada, en armonía con la responsabilidad

mancomunada diseñada en el CC. Pero la sociedad, pese a asumir frente al socio dañado

esa reparación, no se hará cargo de los perjuicios causados por las extralimitaciones del

socio (como anteriormente hemos expuesto, debe asumirlos él, y en este caso lo asumen

por él), así que puede exigir al socio contratante la reparación que ha debido realizar al

socio dañado, salvo, claro está, que dicho daño sea insertable dentro de las operaciones

propias de la actividad social.

En cualquier caso, por tanto, debe ser la sociedad interna la que interiorice las

operaciones, y por ello, que sea el patrimonio aportado por los socios el que responda de

las mismas en primer lugar (junto con el patrimonio del actuante, pues es parte

contractual1013) y, en su defecto, los socios en la proporción oportuna (su

responsabilidad es mancomunada).

4.6. Posible preferencia de “acreedores sociales” respecto del “patrimonio social” y

aspectos concursales

Los acreedores de las sociedades dotadas de personalidad jurídica, los acreedores

sociales, son conscientes de que cuentan con la garantía que les reconoce el artículo

1699 CC. Es un precepto, éste, que se expresa en los siguientes términos: “Los

acreedores de la sociedad son preferentes a los acreedores de cada socio sobre los bienes

sociales. Sin perjuicio de este derecho, los acreedores de cada socio pueden pedir el

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embargo y remate de la parte de éste en el fondo social”. Más que una preferencia, lo

que establece es un doble orden de situaciones a la hora de responder: los bienes

sociales como tales se reservan a los acreedores sociales, mientras que los acreedores

particulares nunca podrán acudir a dichos bienes como tales, sino al patrimonio personal

de su deudor, en el que se encuentra su participación en la sociedad.

En la sociedad interna no puede regir directamente el artículo 1699 CC, lo hemos

indicado anteriormente y así lo ha defendido la doctrina que se ha ocupado de la

cuestión, aunque por distintas razones de las nuestras: ese acreedor del socio por deudas

vinculadas a la actividad social no goza de preferencia de ningún tipo sobre los bienes

aportados para ver satisfecho su interés1014. De entrada, no existen acreedores sociales

como tal, sino acreedores de los socios actuantes (o de los actuantes, sin más) en virtud

de los negocios que celebraron en beneficio de la sociedad interna. Pero, como punto de

partida, la sociedad no opera como ente, no hay imagen social en el mercado y de ahí se

deriva que no existan acreedores sociales. No existe dicha imagen como no existe

patrimonio separado oponible frente a terceros. Por tanto, no puede aplicarse, sin más,

1013 Que después podrá repercutir, aquello de lo que no debiera responder, sobre los otros socios, de modo

proporcional a sus respectivas obligaciones. 1014 Tal y como apunta PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1669, cit., pp. 1368 y 1374. En esta última

página es especialmente explícito. Indica que la existencia de la comunidad es determinante: “Frente a

terceros, el patrimonio social, fragmentado en derechos autónomos, corresponde individualmente a cada

uno de los socios. Esta situación determina la inestabilidad del patrimonio social: no se puede impedir a

los acreedores individuales de los socios que se reintegren con cargo al patrimonio social (art. 399

segundo inciso); no se puede impedir a los socios que transfieran a terceros el patrimonio social (art. 399

CC); y no se puede asegurar a los acreedores sociales un derecho de prelación frente a los acreedores

individuales de los socios sobre el patrimonio social”.

En parecido sentido, CAPILLA RONCERO, F.: “La sociedad civil”, cit., pp. 350-376. Recuerdan esta

idea también tanto GARCÍA MAS (GARCÍA MAS, F. J.: “La sociedad civil: su problemática en el

tráfico jurídico...”, cit., p. 602) como CABANAS Y BONARDELL (CABANAS TREJO, R. y

BONARDELL LENZANO, R.: “Reflexiones en torno a la personalidad jurídica de las sociedades

civiles...”, cit., pp. 372 y 385).

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el artículo 1699. Es un precepto que, hoy, al presuponer personificación y actuación

conjunta en el mercado, no es de aplicación a las sociedades sin personalidad jurídica.

Tampoco podría aplicarse analógicamente1015. Pensemos que en la sociedad interna

no existe un patrimonio social desde el punto de vista real, sino una acumulación de

aportaciones destinadas obligacionalmente a cubrir la actividad social. Es, por tanto,

algo inter partes, sin modificación en el plano real1016. De ahí que no quepa que los

terceros cuenten con esos bienes de modo prioritario, aunque la condición de bien

aportado tenga la importancia explicada a la hora de cobrar sus deudas. Por ello no

resulta aceptable la aplicación analógica de este precepto a las sociedades internas. Este

acreedor no gozará de preferencia de ningún tipo sobre esos bienes respecto de otros

acreedores de los socios1017.

Por otra parte, ya estudiamos cómo ese tercero podía demandar el cumplimiento del

contrato. La duda puede surgir en el caso de que exista necesidad de iniciar un

procedimiento concursal para ello, debido a que el actuante no pueda hacerse cargo de

las obligaciones contraídas (incluso puede que existan acreedores particulares y otros

por deudas vinculadas a la sociedad). La sociedad interna no puede someterse a un

procedimiento concursal como tal, pues no es persona jurídica (además, tampoco ha

1015 Pese a redactarse pensando en sociedades sin personalidad jurídica (recordemos cómo encontramos

una regulación parecida en el texto de 1882-1888, en el de 1851 e, incluso, en el de 1836). Sin embargo,

no se pensaba exactamente en sociedades internas. El legislador pensaba en una sociedad sin personalidad

jurídica, pero donde no tenía por qué desconocerse su existencia porque no se pretendiera actuar en el

mercado como ente, sino que seguramente ésta era conocida. Además, este precepto era la especialidad

dentro de dicha regulación, pues reconocía autonomía patrimonial a la sociedad no personificada. 1016 Salvo configuración expresa en dicho sentido, que no sería el supuesto general. 1017 En este sentido se expresa PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1699, cit., p. 1486. Recordemos que

la Ley 22/2003, de 9 de julio, Ley Concursal, en su artículo primero, no admite la declaración de

concurso respecto de la sociedad interna: en su apartado primero, como regla general, alude a que procede

respecto de cualquier deudor, sea persona física o jurídica. En los apartados segundo y tercero recoge las

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actuado en el mercado como tal), sino que será el actuante el que deba hacerlo, aunque

es un caso especial que no se tiene en mente ni en la regulación todavía vigente

(artículos 1130 a 1317 LEC 1881) ni en la que la sustituirá a partir del 1 de septiembre

de 2004, la Ley 22/2003, de 9 de julio, Concursal1018.

Al iniciar el procedimiento, se pondrá de manifiesto a los acreedores la existencia de

la sociedad interna (los socios de la sociedad interna lo sabrán, por cuestiones lógicas:

son las deudas “sociales” las que han provocado esta situación). A la hora de formar la

masa activa, debe realizarse la siguiente distinción: por una parte, están los bienes

propios del sometido a concurso, donde se debe incluir el objeto de su aportación a la

sociedad interna, que es parte de su patrimonio a cualquier efecto, y se debiera excluir

todo aquel bien que se haya adquirido o insertado en su patrimonio exclusivamente para

realizar la actividad social, aunque él sea formalmente propietario1019. Por otra parte,

tenemos la masa aportada por los otros socios a la sociedad (es decir, la masa total

aportada salvo la aportación del sometido a concurso), que no es de su propiedad y que

debe destinarse exclusivamente a saldar las deudas contraídas por el gestor en

actividades sociales (y los propietarios deben permitir esta situación1020), además de

excepciones: el concurso de la herencia podrá declararse mientras no haya sido aceptada pura y

simplemente, y no cabe dicha declaración respecto de entes públicos. 1018 No estamos ante una persona jurídica, pero tampoco estamos, en rigor, ante una persona física sin

más, pues las deudas que le han llevado a esa situación se contrajeron posiblemente en actividades

sociales, conjuntamente con otras personales. 1019 Los acreedores por deudas sociales (o el propietario originario) deben encargarse de ponerlo de

manifiesto y obtener dicha diferenciación, porque en principio estamos ante un bien inserto en dicho

patrimonio, sin más, y como tal debe tratarse (los socios del actuante por deudas ajenas a la sociedad no

tendrán interés en realizar dicha diferenciación, pues contradice sus intereses al disminuir el patrimonio

con el que respondería frente a ellos). Pero es lógico y justo que se haga, pues la única razón de que el

bien se integre en su patrimonio es la de sostener la actividad social, a la que está afecta. 1020 Además, puede ser de interés tener en cuenta los patrimonios de los socios, como observaremos a

continuación.

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aquellos bienes adquiridos por el gestor o transmitidos a éste pero para ser destinados

exclusivamente a la actividad social, que también deben destinarse a esa finalidad.

Los bienes del concursado salvo el adquirido expresamente para la actividad social,

servirán para hacer frente tanto a las deudas sociales como a las personales de él (sin

que haya más privilegio que el legalmente existente conforme a los artículos generales

reguladores), mientras que los bienes aportados por los otros socios se destinarán

exclusivamente a sostener las operaciones sociales (además, ya se debe tener en cuenta

que los socios de la sociedad interna existen y pueden ver afectado sus patrimonios

personales conforme al modo establecido en el artículo 1698 CC). Esta diferenciación

expuesta no significa introducir el artículo 1699 de otro modo, sino que es pura

operatividad lógica de la situación. En cualquier caso, no existe privilegio alguno en

relación a los créditos, más que los que sean insertables dentro de los supuestos

regulados legalmente de modo general. Dentro de la Junta, los acreedores propios del

actuante ajenos a la sociedad interna únicamente pueden cobrarse de la masa particular

del aportante (y conjuntamente, en su caso, con los acreedores por deudas vinculadas a

la sociedad, sin preferencia especial, como hemos visto), mientras que los acreedores

sociales pueden cobrar sus deudas tanto de los bienes del gestor como de la masa

aportada a la sociedad interna y, en último caso y de modo subsidiario, de los

patrimonios de los otros socios conforme al artículo 1698 CC. Estamos, por tanto, ante

un procedimiento bastante especial, en el que no piensa el legislador cuando regula el

procedimiento concursal reglado, pero que debe tener una cabida en él, pese a su

especialidad.

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4.7. El acreedor del socio por deudas ajenas a la sociedad: posición

El socio que contrata gestionando los intereses de una sociedad interna celebra los

contratos en su propio nombre. Pero tanto él como los otros socios de la sociedad

interna pueden tener acreedores por otro tipo de relaciones que tengan vigentes con

otras personas, es normal que así ocurra y así lo hemos comprobado. Por ejemplo, en el

caso de una sociedad interna donde los socios se dediquen a la gestión de un restaurante,

puede ocurrir que cualquiera de esos socios deba hacer frente a la devolución de un

préstamo de dinero solicitado, sin ir más lejos, para realizar una serie de obras en su

domicilio particular, o deba pagar unas cantidades periódicas derivadas de la compra a

plazos de un vehículo para su familia, por ejemplo. En ese supuesto, estamos ante un

socio que tiene algún acreedor por causas ajenas a la sociedad civil. La duda está en

dilucidar en qué posición queda ese acreedor, teniendo en cuenta que su deudor es socio

de una sociedad interna.

Si la sociedad está dotada de personalidad jurídica se reconoce un modo de operar

especial de los acreedores sociales respecto de los bienes del patrimonio social,

conforme establece el artículo 1699 CC, sin perjuicio de que los acreedores particulares,

como señala el último inciso de este precepto, “pueden pedir el embargo y remate de la

parte de éste en el fondo social”, mientras que el artículo 1700, dedicado a recoger las

causas de disolución de la sociedad civil, establece en su apartado tercero, entre otras, el

supuesto previsto en el artículo 1699. No puede acudir directamente a los bienes del

patrimonio social, pero sí a la cuota de su deudor, y cuenta con la garantía de que

cualquier acreedor social no se dirigirá contra el patrimonio de su deudor sino de modo

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subsidiario y sólo en la proporción en que éste se obligó. Y el socio no puede vincular

en sus actividades individuales al margen de la sociedad el patrimonio social del ente.

Sin embargo, en una sociedad sin personalidad jurídica la solución no puede ser la

explicada, como hemos visto, al existir diferencias importantes entre ambas situaciones:

recordemos cómo PAZ-ARES indicaba que “el patrimonio de la sociedad interna no

está unificado, sino disgregado: pertenece pro quota a los socios. La afectación al fin

social es meramente obligacional y, por tanto, no puede oponerse a los acreedores

particulares de los socios. Estos pueden dirigirse contra el patrimonio del socio y, como

parte integrante de él, contra las cuotas de comunero en el patrimonio social”1021.

Conforme a su construcción, es evidente que el acreedor debía poder acudir al

patrimonio del deudor para lograr que éste saldase su deuda, conforme establece el

artículo 1911 CC, y que dentro de dicho patrimonio se encontraba la cuota en

copropiedad de los bienes aportados para el correcto desarrollo de la actividad de la

sociedad desprovista de personalidad jurídica, sin que ello contraviniese el artículo 399

CC (que dicha cuota sea, en su momento, objeto de realización por el tercero para saldar

su deuda)1022. Ahora no se actuaría sobre bienes concretos, sino sobre la cuota de

cotitularidad en esa masa aportada1023.

1021 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1699 CC, cit., p. 1486. 1022 Sintoniza, obviamente, con el sentido del artículo 399 CC. En idéntico sentido, TORRES PEREA, J.

M. DE: “Alcance de la personalidad jurídica de la sociedad civil externa”, cit., p. 76. 1023 En este sentido, PAZ-ARES, quien ha defendido la bondad de dicha idea: comentario al artículo

1669, cit., p. 1361 (alude expresamente a la posibilidad de que las aportaciones puedan ser embargadas,

pro quota, por los acreedores particulares de los socios) y p. 1374 (recordemos el texto ya citado: “Frente

a terceros, el patrimonio social, fragmentado en derechos autónomos, corresponde individualmente a cada

uno de los socios. Esta situación determina la inestabilidad del patrimonio social: no se puede impedir a

los acreedores individuales de los socios que se reintegren con cargo al patrimonio social (art. 399

segundo inciso); no se puede impedir a los socios que transfieran a terceros el patrimonio social (art. 399

CC); y no se pueda asegurar a los acreedores sociales un derecho de prelación frente a los acreedores

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Desde nuestro punto de vista, sin embargo, el acreedor de un socio por deuda ajena a

la sociedad puede dirigirse contra el patrimonio de su deudor para satisfacer su crédito,

es conforme al artículo 1911 CC, y dentro del mismo se encuadra el bien aportado por

éste a la sociedad interna. Y en el caso de que deba iniciarse un proceso concursal, por

no ser capaz de hacer frente a sus obligaciones, se haga conforme a la regulación

todavía vigente o conforme a la Ley concursal cuando entre en vigor, concurrirá con los

acreedores por deudas sociales sin mayor especialidad, ya que no existe privilegio

alguno o aplicación del artículo 1699, directa o analógica1024.

Los acreedores por deudas particulares saben que dentro del patrimonio de este socio

están tanto sus bienes particulares stricto sensu (ajenos a la sociedad interna), como lo

aportado a la sociedad interna, que realmente no ha salido de su patrimonio aunque se

encuentre obligacionalmente destinado al cumplimiento de las tareas sociales (salvo

configuración de modo contrario, obviamente). No se puede oponer a ese tercero la

existencia de esa masa obligacional, pues desde el punto de vista real no existe siquiera

como tal, y el bien aportado se mantiene en el patrimonio de su deudor, por lo que a él

se puede acudir para satisfacer la deuda, sin perjuicio de que si existen otros bienes el

socio deudor debe tener en cuenta la existencia del pacto contractual que le vincula a la

hora de hacer frente al cumplimiento de su obligación con bienes que no sean esa

aportación. Si no queda más remedio que cumplir con dicho bien aportado, con él debe

hacerlo, pues es parte de su patrimonio, aunque los otros socios pueden exigirle la

oportuna reparación por dicha retirada y el incumplimiento contractual que supone.

individuales de los socios sobre el patrimonio social”). En idéntico sentido, CAPILLA RONCERO, F.:

“La sociedad civil”, cit., p. 356. 1024 Directamente no, porque sintoniza con la sociedad personificada, mientras que analógicamente

tampoco, pues para aplicarlo a sociedades no personificadas debería al menos existir actividad externa

frente a terceros por su parte.

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Pero en esa concurrencia de acreedores individuales con acreedores por deudas

relacionadas con la sociedad (recordemos su responsabilidad en la proporción oportuna

conforme al artículo 1698 CC) se producirá una concurrencia sin que ninguno goce de

más privilegio que los generales establecidos legalmente. Al acreedor particular, es

lógico, le beneficiará que su deudor no sea el actuante de la sociedad interna en el

mercado, pues éste sí pone en juego su patrimonio al responder de la labor social, por

propia operatividad de la sociedad interna, pero esto es algo que no depende de él.

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CAPÍTULO VI. POSIBLE APLICABILIDAD DEL RÉGIMEN

GENERAL A OTRAS SOCIEDADES DE INTERÉS

1. Introducción

Estudiado el régimen jurídico de las sociedades civiles sin personalidad jurídica,

debemos aclarar una última cuestión para tener una comprensión total de la situación.

Esta última duda es si este régimen estudiado puede resultar también aplicable a otros

casos de alguna forma próximos al de las sociedades civiles sin personalidad jurídica.

Estamos ante una serie de supuestos que de alguna forma están próximos a estas

sociedades civiles, bien porque sean equivalentes mercantiles, bien porque no se hayan

diferenciado adecuadamente por la doctrina y existan graves errores de calificación y

diferenciación. De hecho, por ejemplo, no es difícil encontrar sentencias del TS donde

se presenta a una sociedad mercantil como irregular y se aplica el artículo 1669 CC. Se

ofrece la impresión de que el artículo 1669 es un precepto utilizable para cualquier tipo

de sociedad donde exista algún tipo de irregularidad u ocultamiento.

Antes de pasar a realizar dicho recorrido, debemos tener presente, de entrada, que

no toda sociedad civil sin personalidad jurídica debe haberse constituido mediante la

citada puesta en común que parece tener en mente el artículo 1669 CC, aunque no es

frecuente el supuesto en el que no exista (como el caso, dogmáticamente posible, de la

constitución de una sociedad civil personificada sin dicho patrimonio común). Pero si

así fuera, no existiría en ningún momento esa masa de aportaciones en que piensa el

artículo 1669, aunque ya hemos estudiado cómo esa referencia a la comunidad de bienes

es peculiar, ya que ni existe realmente comunidad de bienes ni remisión a su régimen.

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Debido a ello1025, y a que la regulación del artículo 1669 es la única regulación existente

sobre sociedades sin personalidad jurídica, le será de aplicación. Por tanto, al ser

sociedad civil desprovista de personalidad jurídica debe acudirse a él para encuadrarla,

aunque el régimen será el propio de su operatividad interna, ya repasado.

Sin embargo, en el caso de las ya citadas Uniones Temporales de Empresas,

reguladas por la Ley 18/1982, de 26 de mayo1026, no será de aplicación este régimen.

Expusimos cómo el grupo de sociedades era una “unidad empresarial resultante de la

articulación funcional de diversas sociedades independientes y autónomas a través de su

común sometimiento a una dirección económica ejercida por otra sociedad”, y cómo del

artículo 7.I se derivaba su naturaleza societaria y civil1027, mientras que el artículo 7.II le

negaba expresamente personalidad jurídica, pese a gozar, conforme al artículo 8, de

ciertos atributos de la misma, como la denominación propia, la actuación de forma

unificada mediante un gerente, la posibilidad de existencia de un fondo operativo

común, reconocimiento judicial de su capacidad procesal, etc.

No tenemos una sociedad que pretenda operar como tal en el mercado (una

Sociedad de sociedades sería el revés de lo que se desea1028), sino una unión de

empresas meramente temporal y con intención de colaborar entre ellas para realizar una

obra, servicio o suministro concreto. El legislador da cobertura a esa necesidad,

aportando cierta unidad al contrato sin tener que acudir a la rigidez que implicaría la

personalidad jurídica cuando no parece deseada por las partes. Pensemos que no en todo

1025 Si existiera comunidad de bienes o, al menos se aplicara su regulación, existiría un problema, pero al

no ser así, no lo hay. La referencia a la misma era debida a razones meramente dogmáticas, como

sabemos. 1026 BOE núm. 137, de 9 de junio de 1982. 1027 Inciden en esta naturaleza civil tanto PAZ-ARES (comentario al artículo 1667, cit., p. 1349) como

EIZAGUIRRE (“Derecho de sociedades”, cit., p. 44). 1028 En este sentido, GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 121.

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caso debe acudirse sin más a la personalidad jurídica para actuar en el mercado1029: aquí

las partes no pretenden actuar como ente, y no lo hacen. Simplemente se pretende una

colaboración temporal con ánimo de realizar una obra, servicio o suministro concreto y

se lleva a cabo una puesta en común de dinero, bienes o industria con dicha intención y

la de partir entre sí las ganancias. Para ello no es necesario que surja una persona

jurídica, sino que se celebra el contrato de sociedad sin que se pretenda que de dicho

contrato surja. Por tanto, el artículo 7.II no hace otra cosa que plasmar legalmente la

intención de las partes de no ser persona jurídica ni actuar como persona jurídica. Sin

embargo, se considera de interés, para realizar dicha labor, el disfrute de ciertas

características predicables de las personas jurídicas, y se ha dotado a la Unión Temporal

de Empresas de ellas sin tener que reconocer una personalidad jurídica que excede de lo

que se pretende por las partes.

Ello no quiere decir que estemos ante un pacto secreto: normalmente suele existir

publicidad de la unión, precisamente porque lo que se pretende es realizar la labor

colaboradora, sin más, sin operar en el mercado como ente. Por ello, sin necesidad de

ocultar su existencia, estamos ante un contrato societario interno. Esto lo diferencia de

la sociedad civil interna stricto sensu, donde esa pretensión de no actuar como ente en el

mercado se acompaña de falta de conocimiento del pacto societario. En este caso existe

una colaboración empresarial plasmada en un contrato de sociedad interno, pero donde

no suele existir reserva a la hora de manifestar su existencia.

No es necesario, por tanto, acudir al régimen de la sociedad civil interna, debido a

que la ley citada regula expresamente los aspectos de interés de esta agrupación

temporal de empresas e incide sobre todo en la cuestión de la colaboración entre

1029 Inteligente desarrollo de esta idea en MOLINA NAVARRETE, C.: “Persona jurídica y disciplina de

los grupos de sociedades”, cit., especialmente pp. 154-174. La personificación disuelve más que que

resuelve los problemas planteados por este nuevo modelo organizativo de la empresa (ob. cit., p. 162).

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empresarios, así como es predicable, en general, la defensa de la apariencia jurídica del

modo expuesto anteriormente. Dado que las cuestiones que pretende resolver el artículo

1669 CC están ya previstas en la legislación oportuna, no debe acudirse al mismo, pese

a ser supletorio1030. Es más: en esta regulación se llega más lejos en la personificación

que en el régimen general, ya que estamos ante reconocimientos parciales que implican

cierta subjetividad funcional y procedimental, sin que el grupo llegue a ser plenamente

un sujeto jurídico, pues no se pretende por los contratantes (recordemos las

disposiciones del artículo 8 respecto de cuestiones como denominación propia1031,

actuación unificada mediante un gerente1032, posibilidad de existencia de un fondo

operativo común1033, imposición a los miembros de responsabilidad ilimitada y solidaria

frente a terceros por los actos y operaciones en beneficio común1034, o reconocimiento

judicial de su capacidad procesal1035). Por tanto, la situación no es idéntica a la de la

sociedad civil interna y existe una regulación propia, por lo que no será necesario acudir

al régimen civil general.

En el presente capítulo repasaremos las distintas sociedades donde puede ser de

interés la regulación del artículo 1669 CC: las sociedades irregulares, en primer lugar,

así como un par de sociedades internas mercantiles especiales, como son la surgida del

condominio naval o la cuenta en participación. Por último, repasaremos la regulación de

la Ley 49 navarra, para conocer su relación con el artículo 1669 CC.

1030 En este sentido, PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1678 CC, dentro de “Comentario del Código

civil”, Tomo II, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1991, p. 1398. 1031 Artículo 8.e) 1. 1032 Artículo 8.d). 1033 Artículo 8.e) 5. 1034 Artículo 8.e) 8. 1035 SSAP Madrid 27-6-1994, Albacete 21-3-1994 y Salamanca 6-5-1997. Sobre ello, vid. EIZAGUIRRE,

J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, cit., nota 75, p. 45.

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2. Sociedades irregulares

El primer gran capítulo de sociedades próximas a las sociedades internas son las

sociedades irregulares, aquellas donde no se cubren los requisitos formales exigidos,

mercantiles o civiles1036. No debemos confundir en ningún momento sociedad civil

irregular con sociedad falta de personalidad: ésta es la pactada por las partes como

interna, mientras que la sociedad irregular es aquella donde no se han cumplido los

requisitos formales necesarios para su total operatividad. Partiendo de ello, debemos

ocuparnos de las sociedades irregulares, tanto civiles como mercantiles.

2.1 Sociedades irregulares civiles

La primera clase de sociedades irregulares que debemos estudiar es la de las

sociedades civiles irregulares, que son aquellas sociedades en las que los artículos 1667

y 1668 exigían ciertos requisitos formales para su correcta formación y éstos no se han

cubierto. TENA PIAZUELO ha trabajado bastante esta cuestión, y sin perjuicio de que

estimemos desacertada su teoría sobre la irregularidad vinculada a la falta de

personalidad, como en su momento hemos argumentado, debe reconocérsele el mérito

de haber incidido en la virtualidad de la irregularidad en el ámbito civil, extrayéndola de

la órbita mercantil a la que se había relegado por la doctrina1037. Curiosamente, el TS no

1036 La doctrina no tenía tan clara esta inclusión, sobre todo la doctrina mercantilista, que se niega a hablar

de irregularidad civil, ya que vincula esa irregularidad a la falta de inscripción registral de la sociedad. En

su momento hemos criticado esta opinión tan firmemente arraigada. 1037 Ya que la opinión de ORTEGA PARDO, anterior en el tiempo, no había sido suficientemente

valorada a estos efectos. Vid. ORTEGA PARDO, G. J.: “Sociedad civil irregular”, cit. Sobre la

exposición de TENA PIAZUELO, vid. especialmente “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp.

71-73, donde argumenta claramente sus críticas a la reserva del concepto de sociedad irregular a la órbita

mercantil, así como pp. 195-284, donde se detiene a estudiar la cuestión con mayor profundidad.

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tiene reparo en hablar de sociedades civiles irregulares, aunque con no demasiado rigor,

como hemos comprobado: cuando existía algún tipo de defecto formal, ya fuera la

sociedad civil o mercantil, se acudía a la configuración como irregular y, por tanto,

acababa remitiendo al artículo 1669 CC1038.

La sociedad civil irregular, entiende TENA PIAZUELO, es aquélla donde no se han

cumplido los requisitos formales oportunos exigidos por los artículos 1667 y 1668 CC,

o bien aquélla de la que no se puede predicar su publicidad de hecho, en caso de que no

deba cubrir requisito publicitario alguno. No estamos de acuerdo con esa configuración,

debido a que estimamos acertado vincular la irregularidad únicamente con la falta de la

necesaria forma a cubrir en cada caso. Por ello, si al celebrar el contrato de sociedad

civil no era necesario cubrir una forma determinada, esa sociedad no puede ser

irregular. Sólo lo será aquella en la que debiera haberse cubierto una forma concreta y

no se cubrió. Por tanto, pese a ser acertado extraer la irregularidad de la órbita

mercantil, no lo es entender que la sociedad de la que no exista publicidad de hecho o la

derivada de la forma requerida es irregular. Mucho menos entender que la consecuencia

de la irregularidad es la falta de personalidad jurídica de la sociedad, vinculando estas

sociedades con el artículo 1669 CC, pese a que el TS lo haya entendido así

frecuentemente1039. Estamos ante dos planos diferentes: por un lado, el de la falta de

cumplimiento de requisitos formales y, por otro, el de la configuración de la sociedad

como sociedad interna y, por tanto, sin personalidad jurídica.

Ya hemos deslindado la publicidad de la sociedad de la adquisición de su

personalidad, y expusimos cómo la doctrina mayoritaria concedía validez inter partes a

la sociedad civil irregular. La sociedad civil puede, por tanto, ser irregular, y lo será

cuando no se cubra la forma necesaria exigida para el concreto caso en cuestión. Y no

1038 Vid. estas sentencias en TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil...”, cit., pp. 89-95.

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debe vincularse esto al disfrute o no de personalidad jurídica. Que una sociedad civil sea

irregular no prejuzga su goce o falta de goce de personalidad jurídica, ya que nuestra

visión estructuralista nos lleva a no vincular la adquisición de la personalidad jurídica al

cumplimiento de requisito de publicidad alguno. Son dos planos que no se afectan1040.

Puede darse el caso de que la falta de la forma requerida sea un nuevo paso en ese

iter consecuencia de la configuración como interna, pero no necesariamente. Así, si las

partes no quieren operar como ente en el mercado, de dicha intención puede derivarse

su escasa predisposición a la hora de cubrir la forma oportuna cuando ésta es necesaria.

Pero estamos ante dos planos diferentes: una sociedad puede ser interna pero no

irregular1041, irregular pero no interna1042, o bien irregular e interna1043.

Si la sociedad irregular es, además, interna, porque no se cubrieron esos requisitos

formales y pretende actuar del modo descrito en el artículo 1669 CC, no gozará de

personalidad jurídica, pero no por ser irregular, sino porque se pactó como interna1044.

Estaremos en ese caso ante una sociedad irregular e interna, pues ambas situaciones no

son incompatibles, y le será de aplicación el régimen de la sociedad interna en la medida

en que la sociedad se configura como interna, pero no por ser irregular.

1039 Vid el análisis de TENA PIAZUELO, I.: “El concepto de sociedad civil irregular...”, cit., pp. 244-284. 1040 En contra, ORTEGA PARDO, quien aludía a la forma como “condición legal” para el reconocimiento

de la personalidad jurídica (ORTEGA PARDO, G. J.: “Sociedad civil irregular”, cit., pp. 318-319). 1041 Las partes la configuran para no operar como ente en el mercado, pero cubren las formalidades

exigidas por los artículos 1667 y 1668, algo que no les otorga per se publicidad frente a terceros. En este

sentido se expresa LECIÑENA IBARRA, A.: “La sociedad de medios entre profesionales”, cit. p. 88. 1042 Una sociedad que opere en el mercado como ente, pero no haya cubierto las formalidades

publicitarias oportunas. 1043 Las partes contratantes no pretenden operar como ente en el mercado y, además, no han cubierto los

requisitos formales necesarios, quizá, incluso, por pretendida coherencia con su condición interna. 1044 Es imaginable en este caso que la sociedad pueda ser irregular porque los socios pretenden

configurarla como interna y, orientados por ello, deciden no cubrir la forma necesaria como una etapa

previa más.

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En el caso de que no se hayan cubierto esos requisitos formales pero la sociedad

pactada sea externa, esa sociedad gozará de personalidad jurídica con todo lo que

implica, pues no cae bajo la órbita del artículo 1669 y por tanto éste no será de

aplicación. Se aplicará la regulación dedicada a las sociedades civiles dotadas de

personalidad jurídica. Cuestión diferente será la inoponibilidad de los establecimientos

de dicho pacto, que resultarían oponibles frente a terceros en el caso de que éstos los

conocieran. Pero en todo momento gozará de personalidad jurídica, porque así lo han

pretendido las partes, pues como ya estudiamos, debemos diferenciar la adquisición de

personalidad de la posible oponibilidad de los pactos frente a terceros. El cumplimiento

de los requisitos formales oportunos es útil a los efectos de oponibilidad de lo pactado,

no a los de adquisición de la personalidad jurídica por parte del ente1045.

Problema diferente será el efecto que pueda tener la aportación si no se ha cubierto

la forma oportuna, pero ese problema interno ha sido solucionado por el TS en

numerosas sentencias aludiendo a que ese contrato es válido entre las partes. Pese a lo

erróneo del argumento considerado en su globalidad (pues aplica el artículo 1669), es

acertado ese mantenimiento entre las partes de esos efectos.

En conclusión, la adquisición o no de la personalidad jurídica depende únicamente

de la voluntad de los socios, no de la publicidad que se haya concedido a la sociedad ni

del cumplimiento de obligaciones formales de ningún tipo, y ello debe orientarnos en

todo momento. Por ello, una sociedad irregular, salvo que sea además interna, gozará de

personalidad jurídica, como sociedad externa que es, y se regirá por los pactos

establecidos y la regulación dedicada a las sociedades civiles dotadas de personalidad

1045 Tema que ha sido estudiado con profundidad por SANTOS MORÓN, M. J.: “La forma de los

contratos...”, cit., pp. 293-333, especialmente pp. 322-333. Allí alude a la necesidad de escritura pública

exigida en su caso como necesaria “únicamente para la eficacia real del contrato de sociedad” (p. 326).

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jurídica. Por ello no le resultará de aplicación la forma de operar de las sociedades

internas, salvo que se haya pactado como interna.

2.2 Sociedades mercantiles irregulares

Una vez repasadas las sociedades civiles irregulares, es el momento de ocuparnos de

las sociedades mercantiles irregulares, con mayor tradición de estudio doctrinal.

De estas sociedades debemos distinguir aquellas que están en formación todavía

(que también gozan de la personalidad descrita en el artículo 38 CC)1046, y que son un

período previo a las sociedades irregulares1047 (ambas categorías, por tanto, se excluyen

entre sí). Las sociedades mercantiles irregulares serán aquellas donde los socios no

tienen intención de inscribirse en el Registro mercantil, pero actúan en el mercado como

ente, en nombre de la sociedad1048. Es interesante este dato de que los socios pretenden

actuar como ente en el mercado, pues nos encontramos, por tanto, con sociedades

externas. Se caracterizan, según la doctrina más consolidada, por la existencia de un

1046 Pese a que doctrinalmente no se ha configurado de modo totalmente exacto esta categoría, para tener

una visión doctrinal y jurisprudencial adecuada, vid., especialmente, FARIAS BATLLE, M.: “La

sociedad irregular en la jurisprudencia del TS...”, cit., y VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La

Sociedad Irregular”, cit. 1047 FARIAS BATLLE, M.: “La irregularidad de la sociedad de capital. Aspectos societarios y

registrales”, Ed. Comares, Granada, 2001, pp. 10 y 29. 1048 Parecida definición recoge VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La Sociedad Irregular”, cit. p. 91,

cuando alude a aquella sociedad “que actúa en el tráfico sin voluntad de inscribirse desarrollando una

actividad mercantil”. Téngase en cuenta que el dato de que no pretenden inscribirse en el Registro es

imprescindible y uno de los más estudiados a la hora de aludir a los requisitos de las sociedades

irregulares (vid., por todos, FARIAS BATLLE, M.: “Breve perspectiva jurisprudencial de las sociedades

irregulares”, CDC, núm. 11, septiembre 1993, pp. 200-202, y “La irregularidad de la sociedad de

capital...”, cit., pp. 39, 46-49 y 95-101). Muy importante, por tanto, es esa operatividad como ente: por

utilizar palabras de EMBID IRUJO, es una sociedad donde no se observa publicidad legal, pero sí

“publicidad de hecho” (EMBID IRUJO, J. M.: “Calificación jurídica de la sociedad irregular. Comentario

a la STS (Sala 1ª) de 6 de octubre de 1990)”, La Ley, 1991-I, p. 295).

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vínculo societario, por su naturaleza o actividad social mercantil, por la omisión

voluntaria de la inscripción en el Registro mercantil, así como por la actuación ante

terceros bajo apariencia de sociedad regularmente constituida1049.

En su momento hemos comentado cómo existía una configuración clásica que

entendía que las sociedades irregulares no gozaban de personalidad jurídica, teoría cuyo

abanderado fue en su momento GARRIGUES, pero que tras las reflexiones de

LANGLE (que todavía no reconoce personalidad a la sociedad irregular, pero sí ciertos

efectos externos) y, sobre todo, de GIRÓN TENA, la concepción había cambiado

bastante1050. Doctrinalmente se comenzó a asimilar que desposeerlas de toda

personalidad jurídica era un grave error, ya que realmente acababa perjudicando a los

terceros a los que se decía proteger. A estas sociedades se aplicaría el régimen de las

sociedades colectivas o civiles, según se sostuvo doctrinalmente y se plasmará en la

única legislación existente al respecto1051. En ambos casos estamos ante sociedades

dotadas de personalidad jurídica, pues a ambas se les reconoce, por lo que la sociedad

no gozará de personalidad jurídica únicamente si se pactase como interna, además de

como irregular.

La sociedad irregular responde, por tanto, como colectiva, o civil en su caso, aunque

no puede oponer sus pactos frente a terceros1052. No entraremos en la cuestión del

1049 FARIAS BATLLE, M.: “Breve perspectiva jurisprudencial...”, cit., pp. 194-204. 1050 Sobre esta situación doctrinal, detalladamente, FARIAS BATLLE, M.: “La sociedad irregular en la

jurisprudencia del Tribunal Supremo”, cit., pp. 9-22. Las reflexiones de GIRÓN TENA, esenciales para

entender adecuadamente la cuestión, se pueden encontrar en “Las Sociedades irregulares”, cit., pp. 1291-

1347, así como “Derecho de Sociedades”, cit., pp. 226-255. Para encontrar un análisis riguroso de la

cuestión, vid. PAZ-ARES, C.: Capítulo 21: “La sociedad mercantil...:”, en URÍA-MENÉNDEZ: “Curso

de Derecho Mercantil”, cit., pp. 513-522. 1051 Vid. GARCÍA VILLAVERDE, R.: “Sociedades irregulares”, CDC, núm. 11, septiembre 1993, pp.

43-44, así como el análisis de PINO ABAD, M.: “La discutida personalidad jurídica...”, cit., pp. 205-234. 1052 Sobre su régimen general, vid. VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La sociedad irregular”, cit.,

pp. 89-103. Obviamente no compartimos su reserva de la irregularidad para el ámbito mercantil.

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régimen jurídico más que para saber si se aplicaría en algún momento el de las

sociedades internas, pero existen importantes dudas no estudiadas sobre dicho tema, que

exceden de nuestra investigación. Por ejemplo, no se conoce de antemano el régimen de

aplicación sino por esa alusión genérica a los regímenes de las sociedades civiles o

colectivas, pero ambos regímenes son lo suficientemente diferentes en aspectos

relevantes como para realizar tan genérica remisión, sin más1053. Por otra parte, no

resulta acertado, desde un punto de vista dogmático, que se remita al régimen de una

sociedad personalista (civil o mercantil) cuando esta sociedad ha sido pretendida por los

socios como capitalista1054. PAZ-ARES propuso la interesante diferenciación explicada

en su momento, sobre la sociedad y la asociación, al defender el concepto de sociedad

general como cabeza del sistema societario, como puente de unión entre los dos ejes

claramente observables1055, y por ella sabemos que es un error remitir a regímenes de

sociedades personalistas en este caso, pues las partes no pretenden una sociedad de este

tipo1056. Parece lógico conjugar la configuración capitalista que las partes pretenden

1053 En ambas los socios responden de las deudas de la sociedad, pero mientras la responsabilidad de los

socios por las deudas sociales en la sociedad colectiva es solidaria, en la sociedad civil es mancomunada.

Habrá que determinar si el objeto es civil o mercantil para que sepamos si los socios responden solidaria o

mancomunadamente de las deudas sociales. Es una indeterminación importante. En ambos supuestos, sin

embargo, los socios responden ilimitadamente de dichas deudas, que es lo que se pretende en este caso. 1054 VALPUESTA GASTAMINZA ha defendido, erróneamente, que existe esa remisión porque en las

partes “hay una voluntad inequívoca de creación de una sociedad personalista” (VALPUESTA

GASTAMINZA, E. M.: “La Sociedad Irregular”, cit. pp. 158-178). Es lo que vienen a defender los

partidarios de la teoría de la conversión. No es cierto, pues en ese caso se habría constituido como

personalista, sin más. Entendemos que existe una voluntad de creación de una sociedad capitalista, sólo

que no parece existir voluntad de cumplimentar todos los requisitos procedimentales para que ésta

adquiera su plena personalidad, y ello se “sanciona” con esta remisión, con la inequívoca intención de que

los socios respondan con su patrimonio personal de las deudas sociales. 1055 PAZ-ARES, C.: comentario al artículo 1665 CC, cit., p. 1300. 1056 Se habría solucionado la cuestión reconociendo la personalidad de estas sociedades e imponiendo, por

ejemplo, la responsabilidad solidaria de los operantes y de los otros socios. No hubiera existido necesidad

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imprimir con la responsabilidad de los socios frente a terceros como si fuese

personalista, a modo de sanción (es la intención del legislador en el caso regulado, como

veremos1057).

El TS ha seguido una línea algo vacilante respecto de las sociedades irregulares,

pues ha incluido bajo dicha denominación diferentes tipos de sociedades1058: en algunos

casos el TS ha calificado como “sociedad civil irregular” a las sociedades (civiles) en

las que no se han observado los requisitos de forma necesarios en el caso, remitiéndose

al régimen de la comunidad de bienes, por aplicación del artículo 16691059, o bien a

dicho régimen pero manteniendo el valor de lo pactado por las partes1060. En otras

ocasiones se ha utilizado el término para las sociedades mercantiles internas1061, aunque

de éstas se diferenciara la cuenta en participación1062. Alguna sentencia ha entendido

que la inexistencia de la forma e inscripción necesarias determinaba la inexistencia de la

sociedad mercantil en el ámbito externo1063, y en otros casos se interpretó que esa falta

de cumplimiento implicaba el nacimiento no del tipo mercantil, sino civil, insertable

dentro de la órbita del artículo 1669 CC (incluso, en algún caso, que es directamente

de remitir a un régimen no pretendido por las partes contratantes, como es el régimen de las sociedades

civiles o colectivas, personalistas en cualquier caso. 1057 En parecido sentido, aunque con argumentación bastante diferente, VALPUESTA GASTAMINZA,

E. M.: “La sociedad irregular”, cit., pp. 160-170. Incide expresamente en esa intención sancionatoria

EMBID IRUJO, J. M.: “La sociedad irregular”, en “X Seminario de Estudios sobre la Fe Pública

mercantil”, Consejo General de los Colegios Oficiales de Corredores de Comercio, Madrid, 1997, p. 139. 1058 Esto ha sido estudiado de modo sistemático por FARIAS BATLLE, M.: “La sociedad irregular en la

jurisprudencia del Tribunal Supremo (1970-1992)”, cit., pp. 23-78. 1059 SSTS 20-12-1980, 5-7-1982, 24-6-1988. 1060 SSTS 5-7-1982, 30-4-1986 y 29-10-1987. 1061 En este sentido, SSTS 12-6-1984, 17-9-1984 y 12-11-1985. 1062 SSTS 24-10-1975, 12-9-1985, 22-5-1987 y 24-9-1987. 1063 SSTS 6-3-1981 y 13-2-1985.

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una comunidad de bienes)1064. Otras sentencias insertan en el ámbito mercantil a las

sociedades que no tienen más que publicidad de hecho1065, mientras que otras reconocen

validez externa y personalidad para actuar a la sociedad irregular1066.

De hecho, en alguna ley especial se ha reconocido ya un régimen específico para las

sociedades irregulares, como es el caso de las sociedades anónimas (artículo 16

TRLSA) o las limitadas (artículo 11.3 LSRL, que remite al anterior), y al mismo debe

estarse, valorando que estamos ante personas jurídicas y que la pretensión es evitar

problemas que las posturas clásicas nunca solucionaron, sobre responsabilidad.

El artículo 16 citado se expresa en estos términos al configurar la sociedad irregular:

“Verificada la voluntad de no inscribir la sociedad y, en cualquier caso, transcurrido un

año desde el otorgamiento de la escritura sin que se haya solicitado su inscripción,

cualquier socio podrá instar la disolución de la sociedad en formación y exigir, previa

liquidación del patrimonio social, la restitución de sus aportaciones”. Existe, por tanto,

una voluntad expresa o tácita de operar como ente sin estar inscrita en el Registro.

Parece clara, por consiguiente, la intención de constituir una sociedad externa y no

parece lógico negarle personalidad jurídica a esta sociedad1067. Diferente es que esa

personalidad jurídica sea plena, como presupone el artículo 7 LSA, pues para ello es

necesaria la inscripción en el Registro mercantil y lograr así la plena separación

patrimonial. Pero la personalidad jurídica básica es una consecuencia de la constitución

como externa de esta sociedad, conforme a nuestra visión estructural de la cuestión.

1064 SSTS 29-11-1958, 26-1-1967, 21-12-1970, 5-5-1978, 2-6-1981, 19-11-1982, 24-3-1984, 10-10-1985,

27-9-1985, 18-7-1986, 19-9-1986, 11-6-1987, 21-3-1988, 13-3-1989, 18-10-1989, 2-12-1989, 8-2-1991,

6-11-1991 y 3-1-1992. 1065 SSTS 10-11-1975, 22-12-1976, 17-9-1984, 24-7-1985, 25-3-1987, 20-2-1988, 6-10-1990 y 9-2-1992. 1066 SSTS 10-5-1970, 26-5-1973, 16-4-1980, 25-5-1982, 12-11-1985, 30-4-1986. 1067 A este respecto, especialmente incisiva FARIAS BATLLE, M.: “La irregularidad de la sociedad de

capital...”, cit., pp. 67-103.

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Visión que soluciona algunos problemas importantes a ese tercero que contrató con ella,

en caso de incumplimiento1068.

El apartado segundo alude al régimen jurídico de esta sociedad, y, congruente con

todo lo expuesto, remite para ello al régimen de la sociedad colectiva o, en su caso, de la

sociedad civil: “En tales circunstancias, si la sociedad ha iniciado o continúa sus

operaciones se aplicarán las normas de la sociedad colectiva o, en su caso, las de la

sociedad civil. El apartado tercero del artículo anterior no será aplicable a la posterior

inscripción de la sociedad”. Se comprueba que existirá persona jurídica, pues las

sociedades citadas son personificadas, pero no plena separación patrimonial, cuestión

que se derivará únicamente de la inscripción registral de la sociedad. De todas formas,

este precepto, tan novedoso, merece nuestra crítica por un par de cuestiones que

estimamos discutibles: de entrada, por volver a incidir en la diferenciación entre

sociedades colectivas y civiles según la naturaleza del objeto, cuando debiera tenderse a

la unificación de estas figuras, como comentamos en su momento. Por otra parte, y es

nuestra crítica fundamental, ya expuesta, resulta bastante discutible remitir a regímenes

de sociedades personalistas para configurar el régimen de una sociedad pretendida como

capitalista, aunque irregular, pues no sintoniza con lo pretendido por las partes, que no

pretenden configurar una sociedad personalista (no pretenden, por ejemplo, que las

causas de extinción sean las de una sociedad personalista). Ya hemos indicado que no

nos parece correcta la teoría de la conversión, pues la voluntad de las partes no es

configurar una sociedad personalista, como ha defendido cierta doctrina1069: entendemos

que, a la luz de la regulación vigente, debe conjugarse la existencia de una sociedad

capitalista, como pretenden las partes, con la responsabilidad frente a terceros como si

1068 Puede dirigirse directamente a la sociedad para exigir el cumplimiento del contrato y, además, existe

patrimonio social para responder de las obligaciones. 1069 Por todos, VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La Sociedad Irregular”, cit., pp. 158-178.

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de una sociedad personalista se tratase, que es lo que realmente pretende el

legislador1070. Se deduce del artículo 16.2 la pretensión de que los socios respondan con

sus patrimonios particulares, sin perjuicio de la responsabilidad de los gestores

conforme al artículo 120 C de c1071, y por ello deben conjugarse ambas regulaciones:

basta con configurar una sociedad capitalista pero con personalidad jurídica básica,

como en su momento hemos expuesto.

De ahí que volvamos a la solución ya defendida en el caso de la sociedad irregular

interna: si la sociedad, además, se pactase como interna, junto al pacto expreso,

resultará de aplicación en último término el régimen de las sociedades civiles internas,

pero no por ser irregular, sino por pactarse como interna1072. Sin embargo, en el caso de

la sociedad irregular mercantil no será así, pues se configura legalmente como externa,

según hemos comprobado, por lo que la sociedad gozará de la personalidad jurídica

básica recogida en el artículo 38 CC, como sociedad externa que es (aunque sea

irregular)1073. Pese a que pueda resultar en su caso de aplicación el régimen de la

sociedad civil, debido a que esta sociedad goza de personalidad jurídica dicho régimen

1070 En este sentido, coincidimos en líneas generales (salvo en el aspecto que expondremos a

continuación) con la detallada argumentación realizada por GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ, J. A.:

“Irregularidad societaria y derecho de las sociedades de capital (Notas sobre el artículo 16 de la Ley de

Sociedades Anónimas”, RDP, 1996, pp. 661-680. 1071 Discrepamos de la opinión de GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ en este punto, que defiende la no

aplicabilidad del mismo con argumentos que no nos parecen correctos (GARCÍA-CRUCES

GONZÁLEZ, J. A.: “Irregularidad societaria y derecho de las sociedades de capital...”, cit., p. 670). 1072 En sentido contrario, ULMER quien, para el caso del Derecho alemán, y teniendo en cuenta la

rudimentaria estructura organizativa que observa en ambos casos, entiende que a la sociedad deficiente o

incompleta se debe aplicar el régimen de la sociedad interna (ULMER, P.: “Münchener Kommentar zum

Bürgerlichen Gesetzbuch”, cit., p. 310). 1073 Sobre ello, vid. VALPUESTA GASTAMINZA, E. M.: “La Sociedad Irregular”, cit., pp. 105-229.

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no incluirá la aplicación del artículo 1669 CC1074, aunque el TS en alguna ocasión

reciente se ha expresado en sentido contrario, incorrectamente1075.

Por tanto, sólo si la sociedad es pactada como interna no gozará de personalidad,

pero ello contradice la configuración que de las sociedades irregulares ha elaborado la

doctrina y ha terminado plasmándose en el artículo 16 LSA, pues si algo se predica de

las sociedades irregulares mercantiles es que, pese a no cubrir los requisitos formales

considerados oportunos, opera como ente en el mercado, signo palpable de cual es su

orientación. Por ello, la sociedad es externa y, debido a ello, no se aplicará el régimen

jurídico de las sociedades internas1076.

3. Otros contratos de interés con tintes societarios

Si se constituyera algún tipo de sociedad mercantil como sociedad interna, parece

lógico aplicar el régimen de la sociedad civil interna a ella también de modo subsidiario

(en lo no regulado por su régimen, si existe y no es contradictorio con éste, y el pacto de

las partes), pues estamos ante una regulación genérica de las sociedades sin

personalidad jurídica, y ya conocemos la misión de la regulación civil respecto de la

mercantil, plasmada en la remisión realizada por el artículo 51 C de c.

Sin embargo, en varios supuestos mercantiles parece existir esa sociedad interna de

la que hablamos y además se goza de un régimen jurídico que soluciona los problemas

1074 Sin perjuicio de ponderar si la aplicación de este régimen sea total o sólo frente a terceros, algo que

excede nuestro interés en este momento (sobre el debate al respecto, vid. VALPUESTA FERNÁNDEZ,

E. M.: “La Sociedad Irregular”, cit., pp. 160-170). 1075 En este sentido la STS 20-5-2002 (M. A. 4453), que concluye la existencia de una sociedad irregular

mercantil e indica que se rige por los pactos celebrados entre las partes y, en su defecto, por las normas de

la copropiedad. 1076 Puede darse el caso de que la sociedad no se inscriba en el Registro porque se pretenda configurar

como interna: en ese caso no gozará de personalidad, pero debido a su consideración de sociedad interna.

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que pretende solucionar el artículo 1669 CC. Un par de ejemplos de cierto interés en

este sentido que debemos tratar, que son los casos, ya citados colateralmente, del

condominio naval y de la cuenta en participación. En ambos existe una regulación

concreta y hay que determinar si puede resultarles de aplicación en algún momento el ya

estudiado régimen de las sociedades civiles sin personalidad jurídica.

3.1 El condominio naval

En primer lugar, dedicaremos cierta atención al condominio naval o sociedad de

armamento, regulada en nuestro C de c en sus artículos 589 a 608. Señala el artículo

589, en su primer párrafo, que “si dos o más personas fueren partícipes en la propiedad

de un buque mercante, se presumirá constituida una compañía por los copropietarios”, y

en su segundo párrafo, que “esta compañía se regirá por los acuerdos de la mayoría de

sus socios”. El resto no interesa para tener una idea sobre su configuración.

No estamos ante una reliquia del pasado: es relativamente frecuente que una persona

individual no quiera o no pueda asumir ella sola la propiedad de un buque entero, con

todo lo que implica, y se recurra a esta figura1077. Estamos ante la propiedad de un

buque por dos o más personas no ligadas en comunidad conyugal ni por una sociedad.

No surge, como ocurría con la comunidad de derecho común, como una situación

1077 “...El condominio satisfacía, principalmente, a las exigencias de la escasez de capitales y a la

gravedad, en la época, de los riesgos de la navegación” (GIRÓN TENA, J.: “El naviero: directrices

actuales de su régimen jurídico”, Patronato de la Universidad de Deusto, Bilbao, 1959, p. 139). Analiza

ese origen, breve pero detalladamente, NÚÑEZ IGLESIAS, A.: “Comunidad e indivisibilidad”, cit., pp.

164-167.

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transitoria, sino como un vínculo consorcial, de cara a una expedición que se prepara, o

bien con carácter permanente, y esto lo aleja de la comunidad genérica del CC1078.

Sin embargo, se plantearon dudas doctrinales acerca de su naturaleza jurídica1079.

Para EIZAGUIRRE, “pese a su denominación, presenta una estructura que corresponde,

de modo inequívoco, al concepto general de sociedad”1080, y su régimen supletorio será

el de la sociedad, no el de la comunidad de bienes. Estaremos, pese a sus peculiaridades,

ante una sociedad con objeto mercantil, con lo que ello conlleva de remisión a dicho

régimen. PAZ-ARES, por su parte, ha apuntado con acierto que “probablemente haya

de construirse como una sociedad interna con representante común”1081. GIRÓN TENA

indica que la terminología oculta su verdadera naturaleza: una cotitularidad sobre la

1078 Ha incidido en esta cuestión con cierto detenimiento, en el caso del Derecho italiano pero en

comentarios perfectamente trasladables a nuestro ordenamiento, DOMINEDÒ, F. M.: “Sulla disciplina

della compropietà navale”, “Saggi di Diritto della Navigazione”, Padova, CEDAM, 1951, pp. 425-427. 1079 En este sentido, existen diversas teorías explicativas, que inciden más en el aspecto comunitario o en

el aspecto societario. JORDANO BAREA recoge los comentarios doctrinales más relevantes hasta 1957 y

se decanta por la consideración societaria del condominio naval, latente en nuestro C de c, que alude a

una “compañía” (JORDANO BAREA, J. B.: “Comunidad y sociedad entre los propietarios del buque”,

ADC, 1957, pp. 455-458, citado todo ello también por GIRÓN TENA, J.: “El naviero: directrices

actuales...”, cit., pp. 186-188). MIQUEL GONZÁLEZ indica que el Código de Comercio “presume la

existencia de una compañía, lo que no excluye que exista también una comunidad, porque sociedad y

comunidad no son incompatibles. En todo caso se trata de una comunidad regida por reglas especiales...”

(MIQUEL GONZÁLEZ, J. M.: comentario al artículo 392 CC, dentro de “Comentarios al Código Civil y

Compilaciones Forales”, cit., p. 24). DÍEZ-PICAZO, por su parte, repasa las configuraciones que la

vinculan al condominio, a la sociedad o la presentan como un híbrido entre ambas, y propone distinguir

entre el condominio del buque, condominio especial, y la sociedad naval, posible si existe affectio

societatis y no se ha formalizado un contrato de sociedad mercantil típica (DÍEZ-PICAZO, L.: “El

condominio del buque”, RCDI, 1965, y en “Estudios de Derecho Privado”, Ed. Civitas, pp. 286-292). 1080 EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 41. 1081 PAZ-ARES, C.: coment. artículo 1669 CC, cit., p. 1358. El artículo 594 C de c sintonizará con esa

idea.

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cosa con una organización societaria de funcionamiento1082 (es la figura societaria

especial jurídico-marítima de la industria naviera de pequeño capital1083).

En conclusión, debemos destacar la coexistencia de una copropiedad sobre el buque

y de una explotación societaria del mismo por los copropietarios, sin pretender la

operatividad de la sociedad como tal en el mercado1084. PAZ-ARES, apuntó la acertada

configuración como sociedad interna con representante común, y se puede encontrar la

regulación de interés en el artículo 594 C de c, conforme al cual el naviero “representará

la propiedad del buque y podrá, en nombre propio y con tal carácter, gestionar judicial y

extrajudicialmente cuanto interese al comercio”. Pero la existencia de esa actividad

societaria conlleva que caigamos de lleno dentro de la órbita societaria mercantil, con lo

que ello implica a la hora de acudir a su regulación para regir cuestiones que no sean

tratadas en el articulado dedicado expresamente al condominio naval. Órbita societaria y

sociedad que no opera como ente nos insertan en el ámbito de las sociedades internas.

Una vez aclarada su naturaleza societaria, debemos repasar algunas cuestiones de

interés sobre su régimen jurídico, para saber si resulta necesario acudir en algún

momento a la regulación de las sociedades civiles internas. De entrada, en lo tocante a

la responsabilidad de esos copropietarios, el artículo 590 señala que, respecto de la

responsabilidad establecida en el artículo 587 (responsabilidad por actos del capitán en

la labor de custodia de los efectos cargados en el buque), responden en proporción de su

haber social. Antes, el artículo 586 establecía la responsabilidad civil del propietario y

del naviero respecto de los actos del capitán y de las obligaciones contraídas por éste

para reparar, habilitar y avituallar el buque, aunque no si excede de sus atribuciones,

conforme al artículo 588. GIRÓN TENA lo criticó y solicitaba reforzar la garantía de

1082 GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 86. 1083 GIRÓN TENA, J.: “El naviero: directrices actuales...”, cit., p. 139. 1084 Vid. REGLERO CAMPOS, L. F.: “El condominio naval”, ADC, 1991-I, pp. 191-201.

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los acreedores, indicando que “la responsabilidad proporcional a las partes, no solidaria

y con aplicación en su caso del régimen de Derecho marítimo de limitación deben

otorgarse a una copropiedad de la que se conozcan sus miembros. Si no, debe

establecerse una solidaridad de responsabilidad, hasta tanto se dé una publicidad

suficiente para que se conozca la composición personal del condominio”1085.

En lo que toca a la representación externa, sabemos por el artículo 594 que el

naviero escogido por los socios “representará la propiedad del buque y podrá, en

nombre propio y con tal carácter, gestionar judicial y extrajudicialmente cuanto interese

al comercio”. Disocia, por tanto, la responsabilidad por deudas y cargas, a la que hacen

frente los socios, de la labor de representación frente a terceros, encargada al naviero.

Por consiguiente, parece preverse que el naviero actúe de modo parecido al socio

gestor del artículo 1669 CC, aunque separando su labor gestora de la asunción de las

deudas por responsabilidad, que deben ser acometidas por los copropietarios del modo

descrito en la regulación existente: actúa en su propio nombre pero gestionando el

interés de la sociedad interna existente1086. Ello no impide que deba protegerse también

la apariencia frente al tercero, aunque será poco problemático esto debido a que se

conocerá la situación de estas copropiedades en el mundo empresarial en que se

mueven, y exista un régimen completo previsto sin necesidad de acudir al artículo 1669.

Las normas de la sociedad mercantil son de aplicación subsidiaria y, por tanto,

también en último término, las de la sociedad civil, pero el régimen ha previsto

expresamente la solución a los problemas que pretende resolver el artículo 1669, por lo

que no existe necesidad de acudir a él. Además, en el condominio naval coexisten

copropiedad y sociedad, algo que no ocurre en la sociedad civil interna, por lo que las

1085 GIRÓN TENA, J.: “El naviero: directrices actuales...”, cit., p. 207. 1086 Sociedad interna pero que el tercero conocerá en su momento, pues el gestor no responderá de las

deudas al operar en el mercado.

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situaciones no son idénticas: sin perjuicio de la actividad societaria, existe auténtica

copropiedad sobre el buque, algo importante a cualquier efecto.

3.2 La cuenta en participación

Debemos dedicar nuestra atención, a continuación, a la cuenta en participación, de

la que habla literalmente nuestro C de c con esa terminología y que en otros países se

denomina de otra forma. Estamos ante una fórmula jurídica que permite a una persona

participar en los negocios realizados por otra ocultamente1087: del artículo 241 se puede

inferir su carácter reservado, como comprobaremos, algo destacado por la

jurisprudencia del TS de modo constante1088.

Respecto de su naturaleza jurídica, sin adentrarnos en excesivas profundidades1089,

cabe indicar que, desde nuestro punto de vista, estamos ante una sociedad, pues la

1087 En expresión de SOLÁ DE CAÑIZARES, F.: “El contrato de participación en el Derecho español y

en el Derecho comparado”, cit., núm. 1, p. 3. 1088 FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA cita una serie de Sentencias del TS que se habían expresado en

estos términos. Entre otras, las SSTS 7-2-1905, 13-1-1919, 6-12-1926, 21-9-1929, 15-10-1940, 30-1-1941

(une secretismo y accidentalidad), 29-5-1943, 12-6-1950, 20-6-1950, 4-10-1952, 20-12-1954, 28-2-1955,

9-5-1955, 29-11-1955, 9-3-1956, 15-11-1956, 22-5-1959, 3-3-1960, 3-5-1960, 30-9-1960, 24-1-1964, 22-

5-1987 y 4-12-1992 (vid. FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA, L.: “Las cuentas en participación: Un

ensayo de caracterización dogmática y funcional”, en “Estudios de Derecho Mercantil Homenaje al

Profesor Justino Duque Domínguez”, vol. I, Universidad de Valladolid – CajaDuero, 1998, pp. 262-263). 1089 EIZAGUIRRE entiende que “(las cuentas en participación) corresponden también inequívocamente

al genero sociedad”, aunque no ejerzan como tal el comercio (EIZAGUIRRE, J. M. DE: “Derecho de

Sociedades”, cit., p. 43). Tradicionalmente han existido dudas en torno al tema. SOLÁ DE CAÑIZARES,

partidario de la opinión de que estamos ante una sociedad con características especiales, ha dedicado su

atención a la situación existente hasta 1954 (en “El contrato de participación en el Derecho español...”, ya

citada), e incide en el dato de que mientras algunas legislaciones configuraban la cuenta en participación

como una sociedad (por ejemplo, Francia, Alemania, Bélgica, Argentina, Brasil, Uruguay, Colombia,

Venezuela, o Ecuador), en otras no ocurría así (por ejemplo, Italia, México, Chile, Guatemala o Perú).

En nuestro país se dudaba de su calificación como tal (en el texto codificado no aparecía como tal

sociedad, aunque el Código de 1829 hablara de sociedad accidental o Cuentas en participación). De

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actividad es perfectamente encuadrable dentro del concepto codificado de sociedad

(existe una aportación por parte de cada socio, en un caso dinero, en otro actividad, con

la intención de obtener unas ganancias y partir las mismas). Pero de ella no nacerá una

persona jurídica en ningún caso, sino que dicha sociedad es interna, atendiendo a la

propia configuración diseñada en el artículo 239, además de a la conducta descrita en el

artículo 241, equivalente en este contrato del segundo presupuesto fijado en el artículo

1669 CC (los socios celebran contratos en su propio nombre con terceros), y a la

consecuencia lógica del artículo 242, artículos todos ellos que repasaremos a

continuación. Esto lo acerca a nuestro objeto de estudio, pues estamos, también aquí,

ante una sociedad interna, aunque mercantil.

La regulación, sin ser completa, atiende a los aspectos fundamentales a los que

pretendería ofrecer una solución el artículo 1669, y evita así el nacimiento de dudas

respecto de dicho régimen de aplicación. Habrá que estar, a la hora de resolver

problemas, a lo que establezcan estos artículos del C de c y, dentro de dicho marco, a lo

pactado por los contratantes. Y en su defecto, cabe acudir a los preceptos generales de la

hecho, FERNÁNDEZ-NOVOA niega dicha consideración en un documentado trabajo (FERNÁNDEZ-

NOVOA, C.: “Las notas distintivas de las cuentas en participación (Comentario a la sentencia de 3 de

mayo de 1960”, RDM, vol. XXXIII, núm. 84, 1962, especialmente pp. 443-447). Antes de él, es conocida

la resistencia a dicha consideración de LANGLE Y RUBIO, quien ha criticado todas las posibles

opciones y se decanta por considerar a la cuenta en participación un contrato sui generis (vid. “Problemas

jurídicos de las asociaciones en participación”, AAMN, t. II, 1950, pp. 212-217, donde repasa las

características de la sociedad para desvincularla de la cuenta en participación, así como “Las cuentas en

participación. Prevención contra sus peligros”, RGLJ, t. 178, 1945, pp. 405-421, donde repasa y descarta

las posibles configuraciones como mandato o comisión, mutuo, arrendamiento de obra y sociedad, para

incidir en su consideración de contrato sui generis).

La STS 24-9-1987 (M. A. 6193) ha llegado a señalar que “un importante sector de la doctrina afirma que

tal contrato es una “sociedad oculta o interna”, en el sentido de que no tiene existencia ante terceros”,

mientras que TENA PIAZUELO la diferencia de la sociedad irregular del artículo 1669 porque esta

última es civil y no mercantil (TENA PIAZUELO, I.: “El contrato de cuentas en participación y su

distinción con la sociedad civil irregular”, RGD, Año LIV, núm. 648, sept. 1998, pp. 10689-10690).

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sociedad en el C de c y en el CC, lógicamente, pero para lo que no se haya podido

resolver con todo el material anterior. Esa remisión al CC sería al régimen de las

sociedades civiles internas, pero comprobaremos que no es necesario.

En lo que toca a su régimen jurídico, la regulación de la cuenta en participación se

encuentra en el Título II (“De las cuentas en participación”) del Libro II (“De los

contratos especiales del comercio”) del C de c, en los artículos 239 a 2431090.

Sistemáticamente, su regulación está ubicada después de las sociedades con

personalidad jurídica y antes de las meras relaciones obligatorias entre las partes,

ubicación que nos induce a valorar la proximidad con las sociedades personificadas y su

consideración contractual. De dichos artículos, el artículo 239 señala que “podrán los

comerciantes interesarse los unos en las operaciones de los otros, contribuyendo para

ellas con la parte del capital que convinieren, y haciéndose partícipes de sus resultados

prósperos o adversos en la proporción que determinen”. El antiformalismo se plasma en

el artículo 2401091, y el artículo 241 es claro en otro tema de interés: “en las

negociaciones de que tratan los dos artículos anteriores no se podrá adoptar una razón

comercial común a todos los partícipes, ni usar de más crédito directo que el del

comerciante que las hace y dirige en su nombre y bajo su responsabilidad individual”.

Se comprueba que la forma de conducirse en el mercado es en principio idéntica a la

diseñada en el artículo 1669 CC: el socio contrata en su propio nombre y sin que la

sociedad aparezca en el mercado como tal ente. Es claro el carácter reservado

observable.

1090 Regulación un tanto escueta. LANGLE Y RUBIO alude a una figura desdibujada en su contorno,

carente de muchos perfiles esenciales (LANGLE Y RUBIO, E.: “Problemas jurídicos...”, cit., p. 201). 1091 SERRA MALLOL, sin embargo, recomienda “a efectos de prueba la forma escrita, e incluso su

constancia en documento público” (SERRA MALLOL, A. J.: “El contrato de cuentas en participación y

otras formas asociativas mercantiles”, Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 48).

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Carácter reservado con el que es congruente el artículo 242, cuando señala que “los

que contraten con el comerciante que lleve el nombre de la negociación, sólo tendrán

acción contra él, y no contra los demás interesados, quienes tampoco la tendrán contra

el tercero que contrató con el gestor, a no ser que éste les haga cesión formal de sus

derechos”. Esta precisión es deudora de la influencia del contrato de mandato y

diferente a la que de alguna forma inspira al artículo 1669 CC y a la regulación de la

sociedad interna, donde la intención residía en que se pudiese acudir no sólo frente al

contratante, sino también a los otros socios de la sociedad interna.

Existen, por tanto, diferencias importantes respecto del régimen genérico

repasado1092, tanto en la regulación como en los principios configuradores: en la cuenta

en participación no existe un patrimonio en común ni siquiera desde un punto de vista

obligacional (la aportación pasa al socio gestor, que deviene propietario de ella1093), ni

existe un régimen de colaboración en la gestión. Además, sólo responde el comerciante

que actúa en el mercado, cuestiones todas esenciales en su configuración y que no

sintonizan adecuadamente con la regulación general de la sociedad civil interna.

Por lo tanto, pese a que existe contrato de sociedad y de él no se deriva el

nacimiento de una persona jurídica, tal y como ocurre en el artículo 1669 CC, existen

importantes divergencias con el régimen general expuesto antes, expresamente resueltas

1092 Puestas de manifiesto claramente por GIRÓN TENA, J.: “Derecho de Sociedades”, cit., p. 79. 1093 Este dato no ha sido puesto en duda doctrinalmente (por todos, GIRÓN TENA, J.: “Derecho de

Sociedades”, cit., p. 79), y se deduce del artículo 239 C de c, aunque no lo establezca de modo expreso,

como ocurre en otros ordenamientos (sobre ello, vid. GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en

participación”, cit., pp. 208-209). Este precepto alude a aportación de dinero y como consecuencia de

mero “interés” de un comerciante en los negocios de otro, algo que sugiere cierto desapego hacia la labor

societaria, por lo que parece que el actuante en el mercado es el comerciante, que opera con su

patrimonio, pese a ese un “interés” colateral por parte de otro profesional que aporta una cantidad de

dinero y recibirá los beneficios oportunos en su caso. No existe un patrimonio común, sino el patrimonio

del actuante, en el que se integra una participación de otra persona, que tendrá el derecho obligacional que

se haya pactado. También GUAL DALMAU, M. A.: “Las cuentas en participación”, cit., pp. 208-212.

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por el C de c1094, y que impiden aplicar dicho régimen general a este caso. Pese a que la

regulación societaria mercantil y civil resulte de aplicación en último término, ello

ocurre así salvo en lo regulado por las propias normas del contrato, como ocurre con las

cuestiones que se plantea resolver el artículo 1669 CC.

4. La Ley 49 de la Compilación navarra

Por último, debemos dedicar nuestra atención a cierto precepto de Derecho navarro,

donde también se alude a sociedades y agrupaciones sin personalidad, para saber si

diseña un régimen propio o debemos acudir nuevamente al régimen general del CC.

De entrada, el supuesto de hecho parece idéntico al caso previsto en el artículo 1669

CC. Nos referimos a la Ley 49 de la Compilación o Fuero Nuevo de Navarra, que, bajo

el epígrafe “Sociedades y agrupaciones sin personalidad”, y con una redacción no muy

afortunada1095, señala lo siguiente: “Las sociedades u otras agrupaciones cuya

personalidad no haya sido reconocida pueden, sin embargo, actuar como sujetos de

derecho por mediación de quienes ostenten una representación expresa o tácitamente

conferida. / La titularidad de los derechos adquiridos por estos sujetos colectivos se

considerará conjunta de todos los miembros y será necesaria la unanimidad para

1094 Sin embargo, debemos poner en cuestión el argumento de FERNÁNDEZ-NOVOA por lo que

encierra de incorrecto, cuando diferencia a la cuenta en participación de la sociedad atendiendo a que no

poseen ni patrimonio común ni personalidad jurídica (FERNÁNDEZ-NOVOA, C.: “Las notas distintivas

de las cuentas en participación...”, cit., p. 443). Como sabemos, gozar de patrimonio común no es

requisito imprescindible de toda sociedad conforme al artículo 1665 CC, aunque lo más frecuente es que

exista, ni tampoco lo es gozar de personalidad jurídica. 1095 Textualmente, DE PABLO CONTRERAS, dentro de PABLO CONTRERAS, P. DE y MARTÍNEZ

DE AGUIRRE ALDAZ, C.: “Curso de Derecho Civil Navarro”, tomo I, Introducción. Parte general.

EUNSA, Pamplona, 1990, p. 500.

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disponer de esos derechos. De las obligaciones contraídas por dichos sujetos colectivos

responderán solidariamente todos los miembros”.

Pese a tener un precedente como sujeto de derecho sin personalidad jurídica en la

“Casa” navarra, regulada en la Ley 481096, con los problemas teóricos que ello ocasiona,

estamos ante un tema escasamente estudiado, que en general no ha suscitado excesiva

atención legal y doctrinal1097. En algún caso esta Ley ha sido aplicada por los

tribunales1098 y todo autor que ha debido ocuparse de la cuestión ha remitido

íntegramente al régimen de las sociedades irregulares, sin novedades destacables1099.

Se puede comprobar claramente la confusión de la irregularidad con la falta de

1096 Auténtica institución en Derecho navarro, que, incluso quienes no le reconocen personalidad jurídica,

señala SALINAS QUIJADA, “le reconocen su propio nombre, y ser sujeto de derechos y obligaciones

respecto a las relaciones de vecindad, prestaciones de servicios, aprovechamientos comunales,

identificación y deslinde de fincas, y otras relaciones establecidas por la costumbre y usos locales”

(SALINAS QUIJADA, F.: “Derecho Civil de Navarra”, Tomo I, Introducción, Ed. Aranzadi, Pamplona,

1971, pp. 268-272, en aproximación más sociológico-jurídica; para encontrar el análisis estrictamente

jurídico, vid. SALINAS QUIJADA, F.: “Derecho civil de Navarra”, Tomo II, Derecho de las personas.

Derecho de cosas, Ed. Gómez, Pamplona, 1972, pp. 237-248). 1097 Vid. SALINAS QUIJADA, F.: “Derecho civil de Navarra”, Tomo IV, Obligaciones y contratos, vol.

2, “De los contratos en particular”, Ed. Gómez, Pamplona, 1973, pp. 347-352. La propia Exposición de

Motivos de la Compilación de 1973, no derogada ni modificada por la Ley Foral 5/1987, de 1 de abril, va

todavía más lejos e indica expresamente que los sujetos colectivos sin personalidad jurídica son “una

realidad desatendida por la legislación, pero de insoslayable vigencia” (párrafo séptimo). 1098 Así, la SAT Pamplona 27-10-1973 remitía a ella en su argumentación, para aludir a una entidad con

denominación equívoca y una serie de problemas formales que acababa encontrando acomodo entre las

sociedades o agrupaciones sin personalidad aquí descritas. Idénticos argumentos se aprecian en la SAT

Navarra 7-12-1973 y STS 14-10-1974 (que resuelve el caso). Otras sentencias aplican directamente el

artículo, como la SAT Pamplona 19-5-1987. Se ha destacado, además, la posibilidad de actuar como

sujeto de derecho del modo descrito. En este sentido, SSTS 14-10-1974 (M. A. 3800), 28-2-1989 (M. A.

1408) y STSJ Navarra 27-12-1991 (M. A. 2583, Fundamento de Derecho Sexto). 1099 En este sentido, por ejemplo, GARCÍA-GRANERO FERNÁNDEZ, J.: comentario a la Ley 49 de la

Compilación o Fuero Nuevo de Navarra, dentro de “Comentarios al Código Civil y Compilaciones

Forales”, Tomo XXXVI, vol. 1, EDERSA, Madrid, 1990, pp. 109-119.

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personalidad, y es lógico, pues se remite al artículo 1669 CC con todos sus problemas e

inexactitudes.

Se ha destacado que, en la regulación, se ha pretendido ofrecer solución a los

problemas que se pudiesen plantear antes que atenerse a criterios formales1100, aunque el

modo de configurar el supuesto de hecho es más próximo al artículo 55 del

Anteproyecto que al artículo 1669, pues implica necesidad de reconocimiento por la

autoridad de la personalidad jurídica de la agrupación1101. Es una diferencia esencial con

respecto al artículo 1669 CC: mientras que la sociedad del artículo 1669 es una sociedad

interna, la sociedad de la Ley 49 navarra es una sociedad a la que no se le ha reconocido

personalidad jurídica, por lo que puede pretenderse por las partes como interna o como

externa. En cualquier caso, la “fatal ausencia de su reconocimiento por quien está

facultado para ello les priva de personalidad”1102, regulación por ello teñida también de

sanción1103. La sociedad que diseña la Ley 49, por tanto, no coincide con la del CC,

1100 Se expresa SALINAS QUIJADA en estos términos: “En relación con este problema, muy vivo en la

actualidad, el Derecho navarro nunca se atuvo a criterios formales, sino que siempre fue sensible al hecho

social, de manera que la falta de una personalidad jurídica declarada no fue inconveniente para reconocer

la entidad de Derecho” (SALINAS QUIJADA, F.: “Derecho civil de Navarra”, Tomo II, cit., p. 236). 1101 No basta con la conducta de las partes como fuente de origen de la personalidad. Pese a ello, no

establece cómo se otorga ese reconocimiento público. La Ley 42 indica que “La Diputación Foral de

Navarra, persona jurídica de Derecho público, plena y autónoma, puede otorgar o reconocer personalidad

jurídica como corporación, asociación o fundación a cualesquiera instituciones o servicios que radiquen

en Navarra, creados o reconocidos por la misma Diputación”, mientras que la Ley 43 hace una alusión

inicial, sin mayor profundidad, a “las instituciones cuya personalidad se halla reconocida por las Leyes”. 1102 Términos de SALINAS QUIJADA, F.: “Derecho civil de Navarra”, Tomo II, cit., p. 234. 1103 Algo que se comprueba en la STS 14-10-1974, cuando indica en su tercer Considerando, respecto de

la sociedad a la que alude, que “por los defectos que en su confrontación con la Ley pudieran destacarse y

consecuentemente desconocérsela, calificarla, conforme a la Ley 49 de la Compilación del Derecho Civil

Foral de Navarra, como sociedad o agrupación sin personalidad”.

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pues se pudo configurar por las partes como sociedad externa pero no conseguir la

personalidad jurídica debido a que el concedente no la ha reconocido1104.

Si pasamos a estudiar el régimen recogido en el precepto, de entrada, existe otro

dato de vital importancia que le diferencia del artículo 1669, y es que alude a que esta

sociedad sin personalidad jurídica que diseña actúa como sujeto de derecho por

mediación de quienes ostenten una representación. Por lo tanto, la forma de actuación

del grupo en el mercado parece diseñarse de modo opuesto a la descrita en el artículo

1669: mientras en este artículo la sociedad no actúa como ente, en la Ley navarra parece

que se pretende configurar esa actuación de modo contrario, algo que técnicamente es

incorrecto1105 (aunque de modo previo se haya defendido también en el citado supuesto

de la Casa). Pero puede tener cierta lógica: en el artículo 1669 son las partes las que

deciden que la sociedad no goce de personalidad jurídica y, por tanto, actuarán en el

mercado en consecuencia, mientras que en la ley navarra se acude al reconocimiento

externo, a algo que excede de la órbita de acción de los socios, por lo que la voluntad de

éstos puede no ser no actuar en el tráfico jurídico como ente, sino todo lo contrario1106.

En cualquier caso, no es técnicamente correcto que un ente sin personalidad actúe

como sujeto de derecho. Pero esto facilita la cuestión para demandar el cumplimiento

del contrato: como con el condominio naval, está claro quién contrata y a quién debe

dirigirse el contratante ajeno a la sociedad a efectos de responsabilidad. En el caso del

régimen general de las sociedades internas se va más allá, como hemos explicado.

1104 Será, además, lo más posible, pues se pretende el reconocimiento público y además la Ley 49, como

veremos, diseña una sociedad que actúa como tal en el mercado. 1105 No es correcto admitir la condición de sujeto de derecho de un ente que carece de personalidad

jurídica (en este sentido, también DE PABLO CONTRERAS, P.: “Curso de Derecho Civil Navarro”, cit.,

p. 500). 1106 La SAT Pamplona 17-11-1987 reconoce esa capacidad para actuar en un procedimiento por parte de

la sociedad desprovista de personalidad jurídica, basándose en la regulación de la Ley 49.

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Por tanto, habrá alguien que actúe externamente en representación de la sociedad,

aunque internamente los derechos sean de todos los socios y todos responden

solidariamente de las obligaciones. Da la impresión de que hay que diferenciar dos

planos: en el plano externo es de dudosa corrección indicar que existe algún

representante que hace actuar a la sociedad sin personalidad jurídica como sujeto de

derecho, pero así se establece expresamente, y los socios responden de modo solidario

frente a las deudas, aunque repartan del modo pactado su responsabilidad en derechos y

obligaciones. Esta referencia a la exigencia solidaria de responsabilidad, además de

inducir a pensar en apariencia de grupo frente a terceros1107, no existe en los artículos

1669 y 1698 CC (aunque no deja de ser una opción interesante1108), así como tampoco

la unanimidad para disponer de los derechos, algo que sintoniza poco con la explotación

económica de la sociedad. Parece ofrecerse esa imagen de existencia de la sociedad, y el

tercero sabrá que puede dirigirse tanto frente al representante como frente a los socios,

obligados solidariamente al cumplimiento.

En el plano interno se incide en el hecho de que es necesaria la unanimidad para

disponer de los derechos, aunque en el párrafo anterior se diseñaba para la operatividad

externa la legitimación del representante1109. Como no existe persona jurídica, la

legitimación para actuar debe proceder de todos, y entonces el representante puede

actuar plenamente, aunque parezca inducirse a pensar que es necesario el

1107 Debe ser así para que el tercero pueda exigir solidariamente esa responsabilidad. Pensemos que la

sociedad no debe pactarse como interna, así que no tiene por qué pretenderse no aparecer como ente en el

mercado. 1108 Es un paso protector de los terceros, ahora sí. Un modo más moderno de afrontar la responsabilidad

frente a terceros, en contraste con el régimen mancomunado que diseña el CC. 1109 En el fondo también late aquí la idea de que el régimen básico de las cotitularidades es el de la

comunidad de bienes, y se obra en consecuencia. Sin embargo, parece que también aquí los bienes

aportados deben seguir perteneciendo a cada aportante, por los mismos argumentos que expusimos en su

momento.

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consentimiento de todos para realizar cualquier operación (que sería necesaria si no

operara el representante, conforme a la inspiración de la Ley). La lógica de operatividad

recomienda que dicho consentimiento sea necesario para que se pueda disponer

plenamente de los derechos, lo haga el representante frente a terceros, lo hagan todos

actuando sin dicho representante, ya que lo contrario implicaría retardar la actuación en

el mercado de esta agrupación desprovista de personalidad jurídica (no tendría sentido

tener a un representante actuando en el mercado si pese a ello necesita del

consentimiento de todos los miembros de la agrupación para realizar cada operación).

Pese a ello, la esencia de dicha operatividad es, en esto, parecida a la existente en el

artículo 1669 CC, aunque se actúe de otra forma: se legitima por todos al actuante para

que opere, aunque mientras en el caso del CC lo hace en su propio nombre, en el caso

navarro no es así.

No debemos, por tanto, acudir al artículo 1669 CC para estudiar el régimen jurídico

de estas sociedades desprovistas de personalidad jurídica descritas en la Ley 49, ya que

en ella se les dota de una regulación escueta pero existente, idéntica en algún aspecto al

otro régimen, pero con intención diferente en algún otro. Y es que el propio supuesto de

hecho de la Ley 49 no es el del CC: mientras en aquella la sociedad puede ser interna o

externa, en todo caso no reconocida, en el artículo 1669 es una sociedad interna.

Pero el régimen de estas sociedades excede con mucho de la breve regulación del

artículo del CC, como ocurre con la presente Ley navarra. Por tanto, cuestiones como la

dinámica de operatividad interna, el fondo real, etc., son comunes a ambos tipos de

sociedades. En algún aspecto, sin embargo, la regulación será diferente, como, por

ejemplo, al actuar la sociedad en el mercado, al fijar la exigencia solidaria de

responsabilidad a los socios o cuando parece negarse esa legitimación para operar sobre

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lo aportado por parte del representante, al exigir esa unanimidad expuesta y ya

explicada.

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CONCLUSIONES

I. La sociedad civil es aquella agrupación de personas que, persiguiendo un fin lucrativo

común a los socios, desarrolla una actividad de carácter económico, y en la que existe

un ánimo de partir, con posterioridad, las ganancias obtenidas.

Al estudiar la sociedad civil, hay que destacar tanto su vertiente más estrictamente

contractual como la vertiente organizativa. Desde el punto de vista contractual, la

sociedad civil es un contrato, así la califica el artículo 1665 CC y parece recomendarlo

la lógica jurídica. La sociedad nace de un contrato aunque especial, por plurilateral

(admite estructuralmente la participación de más de dos partes) y asociativo (las partes

obtienen su beneficio particular si previamente han satisfecho el fin común social).

Distinto del contrato constitutivo de la sociedad es el contrato estatutario. Aunque

suelan ir ambos tan unidos que éste se integre generalmente dentro del pacto

constitutivo, su misión específica será organizar la vida social posterior.

Además, debemos destacar como características de ese contrato constitutivo, la

necesidad de una puesta en común de dinero, bienes o industria, la existencia de un

ánimo de lucro entre las partes y la innecesariedad de cubrir requisito alguno de forma,

salvo en las excepciones previstas en los artículos 1667 y 1668 CC. La naturaleza

contractual influirá tanto en el modo de configurar la sociedad como en las soluciones

necesarias para resolver los problemas o cuestiones que puedan surgir.

II. La otra vertiente de interés derivada del acto constitutivo es la vertiente organizativa.

Una vez perfeccionado el contrato constitutivo de sociedad civil existe una necesidad de

organizar el desarrollo vital del grupo que nace. Ello ocurrirá así con independencia de

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que del pacto nazca persona jurídica o no, pues siempre deben fijarse los derechos y

obligaciones de los socios, describirse la administración y estructuración interna, su

representación o actuación en el mercado o la responsabilidad por las deudas sociales.

En el caso de que exista persona jurídica, dicha organización será más compleja y

elaborada, debido a que la sociedad actuará también como ente en el mercado, y ello

exige una organización que desarrollará su labor no sólo entre los socios, sino frente a

terceros como ente jurídico. Aunque no debe pensarse que si no existe persona jurídica

no es necesario regular organización alguna: serán organizaciones diferentes, pues una

implicará que la sociedad actúe como ente y la otra no. En el caso de que exista persona

jurídica, además, habrá que determinar cómo es exactamente, ya que no todas son

idénticas (las hay perfectas e imperfectas, con personalidad básica o plena, sociedades

personalistas o capitalistas, cada una con sus características propias).

III. La sociedad civil en nuestro ordenamiento goza de personalidad jurídica como regla

general. Históricamente no se reconoció de modo expreso dicha personalidad hasta el

Anteproyecto de 1882-1888, aunque con carácter restrictivo. El CC sí la reconoce,

según se deduce directamente del artículo 1669 CC, que recoge la excepción: la

sociedad desprovista de personalidad. Esto diferencia a nuestro CC del resto de códigos

de la época, donde no ocurrió así, por influencia romana (ni en Francia, ni en Portugal,

ni en Italia ni en Alemania se personificó a la sociedad civil). Y se configura como una

clase de asociación cuya personalidad jurídica es básica, pues la personificación es

imperfecta, además de ser una sociedad personalista. Por tanto, como ocurre con otros

grupos (sociedades mercantiles, asociaciones en general o fundaciones), también la

sociedad civil será personificada, aunque con su configuración particular y propia.

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IV. La consideración general de la sociedad civil como persona jurídica tiene

importantes consecuencias. Esa sociedad, de entrada, se ve necesitada de gozar de una

capacidad concreta para desarrollar su actividad en el mercado, así como de disponer de

un domicilio, de una nacionalidad, de un patrimonio determinado, etc. Atributos todos

ellos predicables de un ente jurídico como es la sociedad civil personificada. La

sociedad actuará en el mercado como ente, será titular de derechos y obligaciones,

registralmente en su caso, y responderá con su patrimonio de las obligaciones que

contraiga (también los socios gracias al artículo 1698 CC, pero la deuda es social).

V. La sociedad civil desprovista de personalidad jurídica será la excepción en nuestro

sistema codificado, conforme establece el artículo 1669 CC (cuyo precedente está en el

artículo 55 del título oportuno del Anteproyecto de 1888). En el texto recogido en el CC

se modificó radicalmente la inspiración restrictiva sobre el reconocimiento de

personalidad existente en dicho Anteproyecto, y se insertaron los artículos 1669 y 1670,

cambiando la orientación del grueso de artículos reguladores de la sociedad civil. El

clima de “euforia personificadora” de grupos era evidente, así como se tuvieron en

cuenta también los problemas vividos en Francia por la falta de personificación de las

sociedades civiles y los medios de solución allí aplicados, no siempre satisfactorios.

Todo ello influyó en ese reconocimiento general de personalidad indicado, vigente hoy.

VI. A la hora de saber cómo una sociedad civil adquiere su personalidad jurídica en

nuestro país, se han propuesto distintas teorías configuradoras, que inciden

principalmente en la necesidad de inscripción de la sociedad en el Registro mercantil, en

la existencia de publicidad de hecho de la misma o en la exteriorización frente a

terceros, así como en su configuración por las partes como sociedad externa.

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Esta última teoría es la acertada, gracias tanto a su perfecta lógica y corrección legal

como a los errores de las otras visiones. Por tanto, la sociedad sin personalidad jurídica

es aquella constituida como interna por las partes, que pretenden poner en común una

serie de bienes, dinero o industria y obtener un lucro sin para ello tener relaciones como

ente con terceros y sin que sea necesario cubrir requisito alguno de publicidad para que

nazca dicho ente (sí para que sus pactos sean oponibles frente a terceros, pero ésta es

otra cuestión diferente). Al ser interna la sociedad, no se exterioriza como tal en el

mercado y los socios contratan en su propio nombre con terceros.

Es posible realizar una lectura estructuralista del primer párrafo del artículo 1669,

aunque se ganaría en claridad y seguridad jurídica si su redacción incidiera más en la

importancia de la autonomía de la voluntad de las partes al configurar la sociedad, antes

que en las consecuencias de la misma, como ocurre en el texto vigente.

VII. La polémica suscitada en nuestra doctrina por las RRDGRN 31-3-1997 y 11-12-

1997, que negaron personalidad jurídica a sociedades civiles por no estar inscritas en el

Registro mercantil, provocó que se pretendiera ofrecer cierta cobertura legal a dicha

opinión, y se produjo la reforma con el Real Decreto 1867/1998, de 4 de septiembre,

que permitía inscribir en el Registro mercantil a las sociedades civiles con forma civil.

Sin embargo, el choque con el principio de jerarquía normativa era evidente, por la

contradicción con nuestros códigos civil y mercantil, y así lo apreció la STS 24-2-2000,

que declaró nula la reforma. En otros países como Francia o Italia se produjeron

reformas que integraban al Registro oportuno en la vida de la sociedad civil o simple,

pero se hizo de modo armónico con las legalidades vigentes en cada país.

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VIII. Configurada la sociedad sin personalidad jurídica como sociedad interna,

debemos atender a su régimen jurídico. Éste ha sido poco tratado doctrinal y

jurisprudencialmente, y no se han resuelto los mayores problemas de interés.

La pretensión de las partes a la hora de celebrar el contrato de sociedad interna es

realizar una puesta en común de bienes, dinero o industria, separando dichos bienes del

resto de los patrimonios y destinándolos a la realización de la concreta actividad social.

Todo ello con ánimo de partir entre sí las ganancias, sin que para ello se deba actuar

como ente en el mercado. Por derivar de su configuración, la sociedad interna nace ya

desprovista de personalidad jurídica, desde el momento del pacto estatutario, como

nacería dotada de ella si se configurase por las partes como sociedad externa.

IX. Todo socio debe necesariamente realizar su aportación a la sociedad interna. Dicha

aportación será de bienes generalmente (aunque es posible también que sea de

actividad). Y ese acto de aportación implica una modificación en la situación de ese

bien: el aportante no desea seguir actuando como propietario sobre el bien, sino que éste

debe ser separado del resto de su patrimonio para ser destinado al correcto

funcionamiento de la sociedad interna. Ello implica un cambio en su situación

patrimonial, pues la administración, gestión y disposición excederá de su interés

particular y de todo ello se encargará alguien legitimado en el contrato social y no él (o

él, en su caso, pero gestionando el interés social y no el propio).

Con las aportaciones no se forma un patrimonio social, sino una masa destinada

obligacionalmente por sus aportantes al desarrollo de la actividad social. Dichos

aportantes, como regla general, siguen siendo propietarios de sus respectivos bienes

aportados pero ceden su administración, gestión y facultad de disposición al gestor

social.

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No existe comunidad de bienes salvo constitución expresa, pues es contraria a la forma

de operar de la sociedad interna. La remisión a dicho régimen es inútil, pues ni existe ni

es de aplicación, ya que la sociedad interna tiene su propia dinámica: se rige por el

pacto celebrado y la regulación de la sociedad civil salvo en los artículos 1681.2 y 1699,

que no sintonizan con la dinámica de la sociedad interna. Por tanto, defendemos la

supresión de dicha remisión en el artículo 1669.

Registralmente, la sociedad interna no puede ser titular de bien o derecho alguno, pues

no existe como ente. Los titulares serán los socios, de acuerdo con la realidad

extrarregistral en lo que toca a situación de titularidad, cuotas, etc.

Por último, la sociedad se extinguirá cuando exista alguna de las causas oportunas para

ello y se liquidará la misma, repartiéndose las ganancias o las pérdidas del modo

pactado. Sin necesidad de acudir a las normas de la comunidad de bienes y sin que el

aportante deba recibir en dicho reparto, necesariamente, el bien aportado.

X. Al estudiar las relaciones externas de la sociedad interna, cuando éstas existan, cabe

indicar que esa configuración implica que los socios gestionen los intereses sociales

contratando en su propio nombre, sin que la sociedad aparezca frente a esos terceros con

los que se tiene contacto. El actuante está legitimado contractualmente para obrar en el

mercado, pero no existirán relaciones sociales como tales. Por tanto, tampoco existirán

deudas sociales, sino deudas individuales del socio contratante, causadas por la

actividad dirigida a beneficiar el interés de la sociedad interna.

XI. La estructura de la relación que tenemos cuando un socio de la sociedad interna

actúa en el mercado es, en principio, clara: estamos ante dos personas particulares que

contratan en su propio nombre (o en el de otra persona, en el caso del tercero a la

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sociedad), aunque una de ellas, el socio actuante (o actuante sin más) de la sociedad

interna, lo hace gestionando el interés de una serie de personas que formaron una

sociedad interna y que, por tanto, no aparece en el mercado como ente. En principio

únicamente las partes pueden exigirse, judicial o extrajudicialmente, dicho

cumplimiento, y solamente a ellas. Parece lógico, pues posiblemente ni se conozca la

existencia de la sociedad interna. Y el gestor de la sociedad interna no puede ampararse

en la existencia de la misma para no responder. Sin embargo, la responsabilidad que fija

el artículo 1698 CC es de aplicación al caso de las sociedades internas, aunque sea

necesario conocer la existencia de la sociedad para poder hacer pleno uso de la misma.

Por ello, y pese a que se deba demandar, como parte, al contratante (que responde

íntegramente de la deuda, pues es la parte contractual), la reclamación puede también

hacerse extensiva a la propia sociedad interna (artículo 6 LEC) y a los socios de la

misma, aunque todo dependerá del momento en que se conoce la existencia de la

sociedad interna. Si se conoce dicha existencia antes de presentar la demanda, puede

presentarla contra su contratante, la sociedad (artículo 6 LEC) y los propios socios

(artículos 14 LEC y 1698 CC). Si conoce la existencia durante el proceso no está

cubierto por la órbita del artículo 14 LEC, así que debe seguir el proceso como se

constituyó, frente a la parte contractual, o instar al órgano jurisdiccional la llamada

conforme al artículo 150.2 LEC si la estima oportuna, así como la correspondiente

reparación, en su caso, al socio contratante, en proceso posterior. Si conoce la existencia

de la sociedad interna después, existiendo sentencia firme, puede iniciar otro proceso

dirigiéndose contra su contratante y sus socios, en virtud del artículo 1698 CC. La

sentencia firme sirve para, en el proceso que se abre, partir de la base del derecho a ser

reparado, y ahora cabe ya condenar a los socios a dicha reparación.

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XII. Satisfecho el interés del tercero, debemos atender al regreso en el seno de la

sociedad interna: es ésta, como conjunto de socios, la que debe asumir las operaciones,

bien de modo directo, respondiendo con el capital o bienes aportados, bien mediante la

distribución entre los socios de la deuda en la proporción pactada en su momento.

Si respondió el socio contratante, ello sintoniza con la estructura de la relación. Se hace

cargo de la reparación actuando con el patrimonio aportado a la sociedad interna

generalmente, para que ésta asuma la operación, aunque frente al tercero parezca

responder con su patrimonio personal. En el caso de que asumiera la obligación con su

patrimonio personal, puede repetir contra las aportaciones realizadas por el resto de

socios o contra ellos en la proporción establecida para cada uno, para que todos asuman

proporcionalmente la operación, interiorizándola la sociedad interna.

El segundo posible supuesto es aquel en el que también los otros socios responden de la

reparación, y la dinámica interna es parecida: si responden con patrimonio aportado,

será la sociedad interna la que asuma la operación, pero si responden con su propio

patrimonio, lo harán en la proporción en que estén obligados (artículo 1698 CC).

XIII. El artículo 1699 no puede ser de aplicación, ni siquiera analógica, a los acreedores

de los socios por deudas sociales en la sociedad interna. Éstos no gozan de ningún tipo

de preferencia patrimonial sobre los bienes aportados a la hora de cobrar sus deudas. Y

si debe seguirse un procedimiento concursal, será el gestor que opera en el mercado el

que lo sufra, separándose sus bienes concretos (que incluyen lo aportado a la sociedad

interna), con los que hará frente a todo tipo de deudas, de los aportados a la sociedad

por los otros socios, destinados a satisfacer exclusivamente las deudas de la sociedad

interna. No existirá más privilegio que los regulados en la legislación concursal general.

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XIV. Debemos determinar si el régimen repasado es de aplicación a otras sociedades de

algún modo próximas. De entrada, por ejemplo, a las sociedades civiles internas que no

tengan ese patrimonio común les es perfectamente de aplicación el artículo 1669, pues

la remisión al régimen de la comunidad de bienes no tiene reflejo en la realidad jurídica.

En el caso de la Unión Temporal de Empresas, sin embargo, no es necesario acudir al

régimen general de la sociedad civil interna, pues su regulación propia prevé soluciones,

y el caso no es idéntico al genérico, ya que no existe más que una colaboración para

realizar una concreta obra, servicio o suministro, y no suele existir falta de publicidad.

Diferente es el supuesto de las sociedades irregulares. Las sociedades irregulares civiles,

por ejemplo, están dotadas de personalidad jurídica como tales, pues la adquisición o no

de la personalidad jurídica depende únicamente de la voluntad de los socios, no de la

publicidad que se haya concedido a la sociedad ni del cumplimiento de obligaciones

formales de ningún tipo. Por ello, su régimen no será el de las sociedades internas salvo

que, además de irregulares, se hayan pactado expresamente como internas.

En el caso de las sociedades mercantiles irregulares, al configurarse doctrinal y

legalmente como externas y gozar de un grado de personalidad básica, no les es de

aplicación el régimen de las sociedades internas. Incluso si en algún momento se

debiera acudir al régimen de la sociedad civil, éste no sería el de las sociedades sin

personalidad. Destacable resulta el error de remitir su régimen al de sociedades

personalistas, debido a la voluntad de los contratantes de crear una sociedad capitalista.

XV. Sí terminará siendo de aplicación este régimen, en último término, a aquellas

sociedades mercantiles que se configuren como internas, salvo que exista un régimen

propio, caso en el que habrá que estudiar si dicha aplicación es defendible o no.

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Dos supuestos resultan de especial interés en este sentido. De entrada, cabe señalar

respecto del condominio naval que, pese a gozar de un régimen sólo relativamente

detallado en el C de c (artículos 589 a 608), soluciona las cuestiones que regularía el

artículo 1669 CC. Pese a que se deben aplicar subsidiariamente las normas de la

sociedad mercantil y, en último término, de la sociedad civil, la aplicación del régimen

de la sociedad civil interna no resultará necesaria, por la existencia de esa regulación

propia que soluciona los problemas que pretende resolver el artículo 1669. Además, la

situación no es idéntica, pues en este caso sí coexisten sociedad y copropiedad.

Algo parecido ocurre con la cuenta en participación, el otro supuesto: pese a que la

dinámica de operatividad sea idéntica a la genérica y a que no nazca persona jurídica del

contrato, los problemas que pretende solucionar el artículo 1669 los resuelve la

regulación propia y en sentido contrario al general de las sociedades civiles, como

ocurre con la falta de aportación patrimonial común de los socios o con la operatividad

de las acciones descrita en el artículo 242 C de c. Todo ello determina que tampoco

resulte de aplicación la regulación genérica sobre sociedades civiles internas.

Por último, respecto del supuesto previsto en la Ley 49 de la Compilación navarra, cabe

señalar que pese a que tiene elementos comunes con la sociedad interna general, pues

comparte normas de configuración y operatividad con el régimen general, la Ley citada

fija peculiaridades que la diferencian de la regulación codificada. Desde la necesidad de

reconocimiento público de la personalidad jurídica (estamos ante sociedades sin

personalidad, no pactadas necesariamente como interna, por lo que el propio supuesto

de hecho es diferente), hasta la actuación en el mercado mediante representante,

pasando por la exigencia solidaria de responsabilidad, inexistente en el CC, todo ello

provoca que no se deba acudir al régimen general común, aunque la operatividad interna

comparta aspectos con dicho régimen.

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