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Un documento sobre como se dieron los viajes al espacio.
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Viajes en el espacio
Historia
La idea de viajar fuera de nuestro planeta se remonta a la antigüedad:
ya en tiempos romanos el filósofo griego Plutarco (46 - 120 d. C.)
relataba en De Facie in Orbe Lunae la leyenda de un pueblo que
conocía un camino hacia la Luna, y también Luciano de Samosata (125
- 181 d. C.) escribió Historia verdadera; un relato sobre un viaje a la
Luna con selenitas incluidos, aunque advirtiendo al lector de que todo
era fantasía.3 El predominio posterior de la filosofía cristiana, que
negaba la posibilidad de otros mundos, produjo el abandono de estas
ideas durante los siguientes 14 siglos,3 hasta la revolución astronómica iniciada en el siglo
XVI con Copérnico y continuada después por Kepler y Galileo, y la invención del telescopio.
Pero es especialmente tras el estallido de la II GM cuando se
acelera la investigación en este campo, en busca de sus
posibles aplicaciones militares.7 Tras la guerra, los
norteamericanos se apropian de la tecnología de cohetes
alemana, liderada por el ingeniero Wernher von Braun, y
entre 1946 y 1952 consiguen lanzar los cohetes V-2 hasta
una altitud de 200 km, convirtiéndose así en los primeros
objetos humanos en abandonar la atmósfera.12 Paralelamente, en mayo de 1946 el
Proyecto RAND presenta un informe sobre el diseño preliminar de una nave espacial
experimental en órbita.
Viaje a la Luna
Los soviéticos también toman la delantera en las salidas tripuladas
al espacio: el 12 de abril de 1961 el cosmonauta ruso Yuri Gagarin
se convierte en el primer humano en abandonar la atmósfera. Casi
un año después, el 20 de febrero de 1962 le sigue el
norteamericano John Glenn.
Sin embargo el mayor éxito lo obtendrán finalmente los
americanos, cuando el Apolo 11 consigue poner un hombre en la
Luna el 20 de julio de 1969. El programa Apolo conseguirá un total
de 6 misiones tripuladas a la Luna hasta ser cancelado en 1972.
Desde entonces ningún humano ha vuelto a abandonar la órbita terrestre.
Hasta la fecha han conseguido alunizar con éxito cerca de una veintena de naves, y muchas
más se han estrellado contra su superficie, calculándose que en la actualidad hay entre 150 y
200 toneladas de objetos humanos en el satélite.
Viajes no tripulados.
La era espacial se inicia con el lanzamiento del Sputnik 1 el 4 de octubre de 1957. Este
satélite llegó a alejarse casi mil kilómetros del planeta antes de incinerarse durante su
reentrada a la atmósfera, tres meses después. También fue soviética la primera sonda en
circunvalar la Luna y regresar; logro conseguido por la Zond 5, lanzada el 14 de septiembre
de 1968.
Los seres humanos nunca se han aventurado más allá de nuestro satélite, pero se han
enviado numerosas sondas para explorar el resto del sistema solar. La primera sonda
interplanetaria fue la soviética Venera 1, que aunque averiada, sobrepasó Venus a una
distancia estimada de 100 000 km en mayo de 1961.16 La norteamericana Mariner 2 igualó
esa hazaña en diciembre del año siguiente. Tres años después, el 16 de noviembre de 1965
se lanza la sonda soviética Venera 3, que tras impactar contra Venus el 1 de marzo de 1966
se convierte en el primer artefacto humano en hacer contacto con otro planeta. El primer
aterrizaje controlado se produce en 1970 con la Venera 7, también sobre Venus.
Tecnología
Los viajes espaciales constan de tres etapas bien diferenciadas: una primera
fase de lanzamiento, hasta que se abandona la atmósfera, una segunda
fase en el espacio exterior, que sería propiamente el "viaje espacial" y una
tercera fase de reentrada o aterrizaje, en los casos de viajes con retorno a
la Tierra o con destino final en otro cuerpo celeste.
Fase de lanzamiento
Es con diferencia la fase más cara del viaje. Todas las naves necesitan de un "vector" o
sistema propulsor inicial de gran potencia para abandonar la atmósfera. Para ello se recurre
a cohetes espaciales de un solo uso, si bien existen algunos modelos parcialmente
reutilizables, como las lanzaderas espaciales o el cohete Falcon 1.
Economía de los lanzamientos
El abrumador coste económico de los
lanzamientos limita enormemente la
viabilidad de gran parte de los viajes
espaciales. A fecha de 2010, el precio
de cada kg subido a una órbita baja
supera los 10 000 US$, mientras que
para ascender a una órbita
geoestacionaria, el precio se eleva en
torno a los 20 000 US$.30 Estos
precios se han mantenido estables en
las últimas décadas, debido a la falta
de elasticidad del mercado,
monopolizado por agencias estatales,
y con una actividad relativamente escasa. Un estudio de 1997 estimó que el precio de los
lanzamientos debería descender en al menos un orden de magnitud para conseguir que los
lanzamientos orbitales entrasen en la dinámica de la economía de mercado.31 Otra forma
de reducir los costes se basa en la construcción de naves reutilizables, en lugar de naves de
propósito único. Sin embargo, el coste inicial de diseñar y mantener estas lanzaderas exige
igualmente un volumen de lanzamientos más elevado que el actual.30
Siguiendo este mismo razonamiento, se ha planteado el diseño de naves reutilizables para
los propios viajes espaciales, situadas permanentemente en el espacio.32 De esta manera el
coste de cada viaje se reduciría enormemente, pues en torno al 90% del combustible
empleado en un viaje espacial se utiliza para escapar de la atmósfera terrestre.32
También se ha especulado con la construcción de un ascensor espacial como alternativa
para reducir el prohibitivo coste de abandonar la atmósfera, si bien se trata de una iniciativa
con desafíos tecnológicos no resueltos todavía.
Fase espacial
El prohibitivo coste de poner peso en órbita, superior a los 10 000 US$ por kg,30 limita
severamente el peso de las naves. Estas restricciones de peso afectan también a la cantidad
de propelente disponible para el viaje, lo que a su vez repercute en la máxima velocidad
alcanzable. Dadas las enormes distancias a recorrer, la viabilidad de los viajes espaciales
interplanetarios dependerá del desarrollo de tecnologías más eficientes tanto para la puesta
en órbita como para propulsión (a corto plazo, mediante propelentes capaces de generar un
impulso específico mayor).