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INDICE Primera Parte ANTECEDENTES HISTÓRICOS I-1 De los orígenes de los partidos tradicionales a la Guerra de los Mil Días.................................................................................... 17 I-2 La Guerra de los Mil Días y la hegemonía conservadora ............ 22 I-3 La década liberal ................................................................................ 35 I-4 De Santos al Bogotazo ....................................................................... 42 I-5 Auge y fin de la violencia tradicional ............................................. 49 I-6 Origen y desarrollo de nuevas modalidades de violencia .......... 64 I-7 Los años terribles (1970-90) .............................................................. 82 Segunda parte LOS AÑOS NOVENTA I La Violencia Política .......................................................................... 121 I-1 Introducción ....................................................................................... 121 I-2 La reforma constitucional ................................................................. 125 I-3 La respuesta de las guerrillas........................................................... 129 I-4 La presidencia Samper ...................................................................... 138 I-5 La paz derrotada ................................................................................ 153 I-6 Perfil del guerrillero .......................................................................... 169 II La violencia económica ..................................................................... 179 II-1 La caída del cártel de Medellín ........................................................ 179 II-2 El cártel de Cali en los años Noventa ............................................. 189 III La violencia social .............................................................................. 203 Tercera Parte LAS IMPLICACIONES DE LA VIOLENCIA I Las implicaciones económicas ......................................................... 219 I-1 La incidencia del narcotráfico .......................................................... 219 • 5 •

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INDICE

Primera ParteANTECEDENTES HISTÓRICOS

I-1 De los orígenes de los partidos tradicionales a la Guerra de los Mil Días .................................................................................... 17I-2 La Guerra de los Mil Días y la hegemonía conservadora ............ 22I-3 La década liberal ................................................................................ 35I-4 De Santos al Bogotazo ....................................................................... 42I-5 Auge y fin de la violencia tradicional ............................................. 49I-6 Origen y desarrollo de nuevas modalidades de violencia .......... 64I-7 Los años terribles (1970-90) .............................................................. 82

Segunda parteLOS AÑOS NOVENTA

I La Violencia Política .......................................................................... 121I-1 Introducción ....................................................................................... 121I-2 La reforma constitucional ................................................................. 125I-3 La respuesta de las guerrillas ........................................................... 129I-4 La presidencia Samper ...................................................................... 138I-5 La paz derrotada ................................................................................ 153I-6 Perfil del guerrillero .......................................................................... 169

II La violencia económica ..................................................................... 179II-1 La caída del cártel de Medellín ........................................................ 179II-2 El cártel de Cali en los años Noventa ............................................. 189

III La violencia social .............................................................................. 203

Tercera ParteLAS IMPLICACIONES DE LA VIOLENCIA

I Las implicaciones económicas ......................................................... 219I-1 La incidencia del narcotráfico .......................................................... 219

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I-2 La intervención de los grupos guerrilleros .................................... 2241-3 El gasto en seguridad ........................................................................ 233II Las implicaciones internacionales ................................................... 239II-1 Venezuela ............................................................................................ 240II-2 Estados Unidos .................................................................................. 245II-3 El Plan Colombia y la internacionalización del conflicto ............ 254

III Las implicaciones institucionales .................................................... 263III-1 Las Fuerzas Armadas ........................................................................ 263III-2 La Iglesia Católica .............................................................................. 269III-3 Los partidos políticos ........................................................................ 280III-4 La Cultura ........................................................................................... 293

EPÍLOGO ................................................................................................ 305El conflicto colombiano en la prensa española. La visión de “El País”

BLIBLOGRAFÍA ..................................................................................... 427

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Un pueblo incapaz de darle la cara a los males se merece su postración y su angustia. Pero cuando uno se pregunta donde están

los que protestaron, los que se rebelaron, los que exigieron, los que se creyeron con derecho a reclamar un país más justo, más respetuoso, el pensamiento se ensombrece. Los héroes están en los cementerios,

nos dice una voz al oído. Y entonces recordamos aquella pieza teatral en la que un personaje exclama: “!Desgraciado el país que no tiene

héroes¡”, y otro le responde: “!No, desgraciado el país que los necesita¡”

WILLIAM OSPINA: ¿Dónde está la franja amarilla?,1997

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A todos los que murieron para que Colombia siguiera viva. A los que dieron su vida por la paz. A los que

murieron sin saber por qué y a los que murieron sabiéndolo. A todas las víctimas de la violencia, de la

sinrazón y del odio. A todas sin excepción

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Reflexión inicial

Entre el abundante caudal bibliográfico generado por la violencia

colombiana hay un libro que expresa muy gráficamente las sensaciones experimentadas por las gentes neogranadinas ante su propia realidad. Me refiero al ramillete de episodios, más o menos novelados, que aparecen reunidos por el escritor y periodista Germán Castro Caycedo bajo el título Con las manos en alto. Efectivamente, quien conoce Colombia, sabe que cuando se habla del problema de la(s) violencia(s) la o las personas con las que se charla muestran reacciones propias de quien se siente en un fuego cruzado y no sabe por dónde va a venir la balacera. El empeño por tratar de permanecer neutrales, de no implicarse, choca con la terrible realidad de que los que manejan el gatillo, bien porque lo aprietan o bien porque ordenan que otros lo aprieten, no preguntan antes de disparar a qué bando pertenece la potencial víctima. Simplemente el muerto había tenido la mala suerte de estar el día equivocado en el lugar erróneo. O no. O ese día, sencillamente, tocaba.

Esa pretendida neutralidad no convierte a los colombianos en víctimas inocentes. Siglo y medio de violencia continuada no deja espacios para la inocencia pero sí los abre a las más diversas complicidades. Sin embargo se ha creado la imagen de que el problema de Colombia lo han generado unos pocos que se han impuesto a los demás. Lo fue así en su inicio. A veces la sociedad, sin comerlo ni beberlo, se ve abocada a situaciones extremas en las que aflora lo peor de cada ser humano solo porque la ambición de un grupo de dirigentes necesita y provoca un conflicto que garantice su permanencia en el poder sin importar el coste, que, evidentemente, ellos no pagan. Pero ciento cincuenta años continuados de masacres y guerras civiles no han podido mantenerse en exclusiva por cuenta de un pequeño grupo de insensatos. Sostener el mito de la minoría “hijueputa” es una manera de no reconocer el propio fracaso del país en la tarea de crear instrumentos que permitan que el diálogo sustituya a las masacres. Al fin y al cabo muchos que han sido señalados como atizadores del conflicto, fueron elegidos con los votos de la ciudadanía o se convirtieron en héroes populares y modelos a seguir. Cuando a Fernando Botero le desfiguraron con dinamita cierta escultura

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monumental situada en un parque de Medellín, dijo lo siguiente: “Colombia son dos mundos: Un cuerpo inmenso poblado por gente maravillosa y un apéndice de terror”. Lo cuenta Caycedo en el libro antedicho. Pues no. En Colombia ese apéndice de terror hace mucho tiempo que ha crecido y se ha convertido en parte dominante del cuerpo inmenso. Botero tenía (tiene) en su propia familia elementos que integraban el apéndice. El museo creado en Bogotá con donaciones del artista guarda alguna relación con ello. Limitar a un “apéndice”, como si de un molesto grano más o menos purulento se tratara, a la masa electoral que ha entronizado en el sillón de Santander a políticos responsables de matanzas y asesinatos, no porque los cometieran directamente, pero si porque los alentaron y permitieron, es querer mirar para otro lado. No eran un “apéndice” las bandas de delincuentes juveniles al servicio del narcotráfico que han aterrorizado a ciudades y regiones enteras; ni lo eran las hordas paramilitares que han contado con el apoyo y la financiación de latifundistas, empresarios, militares y, cómo no, de ciertos políticos incluidos aquellos que han venido ocupando las más altas magistraturas; no lo eran tampoco los grupos financieros que se han beneficiado del dinero aportado por el comercio de drogas el cual llegó a contar, para su blanqueamiento, con ventanilla especial de ingreso en las propias oficinas del Banco de la República; ni menos aún los líderes que utilizaron tranquilamente aportaciones procedente de la cocaína para financiar sus campañas electorales, dinero que también fue recibido por jerarcas de la Iglesia Católica con el argumento de que, empleado en obras de beneficencia, ya no generaba problemas de conciencia por sus turbios orígenes; ni quienes fomentaron campañas de desprestigio contra líderes reformistas que culminaron en su asesinato, posteriormente justificado en algunos medios de comunicación, ni aquellos que embanderados de colores diversos decidieron arrasar a sus oponentes para crear una Colombia monocroma; ni los políticos y hacendados que armaron grupos terroristas para asesinar a campesinos. No. Eran un apéndice demasiado grande. Si una minoría fue capaz de imponerse sistemáticamente por la fuerza a una supuesta gran mayoría durante tanto tiempo es que algo estaba fallando. Parece aquella humorada que se cuenta de una numerosa partida de colonos que se dirige a California en busca de oro y a los pocos días regresan heridos y magullados y cuando le preguntan que les había ocurrido responden: “Fuimos atacados por los indios”,”¿Y cuántos eran los indios?”, “Pues media docena”, ¿Cómo es posible que media docena de indios os hubieran causado ese daño si vosotros sois más de cien?”,”Bueno -contesta el jefe del grupo- es que nos rodearon”

En Colombia el “apéndice” también ha rodeado al “cuerpo inmenso”. Lo

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ha rodeado, lo ha invadido, ha pasado a ser un cáncer de difícil curación hasta el punto de que, desesperados, los colombianos han puesto sus esperanzas solo en Dios o en una intervención extranjera, es decir, norteamericana, para poner orden. Se ha aprendido, a sobrevivir mirando para otro lado, y, cuando ha habido ocasión, a huir. En cierto modo el viejo dicho político de que cuando no puedas con el enemigo, llega a un acuerdo con él, se ha realizado en la historia del país. Y ese acuerdo ha generado tantas complicidades que, hoy, pocos en Colombia, pocos entre los que tienen capacidad para decidir, son inocentes. Volvemos a la pregunta de Ospina que abre este libro: “¿Dónde está la franja amarilla?”, ¿Dónde está el pueblo colombiano? Una parte en los cementerios, otra buena parte en la emigración-exilio, el resto callando, matando o muriendo. Colombia es una de las zonas más violentas del mundo y toda esta violencia se desarrolla, a su vez, sobre una de las comarcas más ricas del planeta, rica en aguas, rica en biodiversidad, rica en recursos naturales. Alguna relación hay entre todo ello. Colombia continúa desangrándose ante la mirada curiosa de las grandes potencias en cuya mano está, más que en las de nadie, ni siquiera, al punto en que se ha llegado, de los propios colombianos, poner fin a tal barbarie. Como dice Caycedo, si alguna vez se permite, una generación de gentes que deje de tener las manos en alto, devolverá la dignidad a ese tan bello como sufrido país. Pero, de momento, el silencio de las víctimas es demasiado sonoro como para dejar oír voces de esperanza.

Carlos Sixirei Paredes

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Primera Parte

LOS ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA

VIOLENCIA

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I-1 DEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS TRADICIONALES A LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS

Una de las características más acusadas de la Historia contemporánea de Colombia, sino la más, es el empleo sistemático de la violencia en las relacio-nes políticas. Esta violencia se ha interiorizado de tal manera que ha acabado por impregnar también otros aspectos de la vida económica y social del país con manifestaciones tan importantes como el narcotráfico y el altísimo nivel de delincuencia especialmente en los medios urbanos.

Las raíces vienen de lejos. Durante casi dos siglos, la lucha por el poder político se hizo con las armas en la mano. El oponente era, ante todo, un ene-migo al que había que derrotar y, a ser posible, destruir físicamente. Los de-bates parlamentarios fueron sustituidos por revoluciones, levantamientos, montoneras y guerrillas más o menos partidarias. En esos enfrentamientos armados no solo se dilucidaban cuestiones de hegemonía política sino tam-bién de carácter más personal o local. De este modo la lucha partidaria servía de disfraz para resolver viejos pleitos entre individuos, familias o comunida-des y extendía la práctica de la violencia a campos que ya no tenían nada que ver con la rivalidad política.

En consecuencia, la definición de ser liberal o conservador no se hacía tanto en base a una comunión con determinados principios doctrinarios es-tablecidos o con un programa político concreto, como a la rivalidad que se mantenía con el pariente, el vecino o la autoridad local ya fuera civil o ecle-siástica. Se era liberal o conservador, en el caso de la oligarquía, por tradición familiar; en el caso del pueblo llano, por las circunstancias o por la simple necesidad de sobrevivir.

Sin embargo esta violencia no procedía de una sistemática interrupción de los procesos políticos a manos de los militares. Colombia ha sido y sigue siendo uno de los países latinoamericanos menos afectados por el golpismo cuartelero. Conviene recordar que en los años sesenta y setenta del siglo pa-sado, en un momento en el que la mayor parte del subcontinente sufría dic-taduras protagonizadas por las Fuerzas Armadas, Colombia figuraba junto a Venezuela, Costa Rica y México en el muy reducido club de Estados política-

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mente estables cuando parecían darse todas las circunstancias alegadas para justificar el intervencionismo militar (amenazas subversivas, creciente con-flictividad social, crisis económica, descrédito de la clase dirigente etc.). De la violencia colombiana fueron principales responsables los diversos grupos políticos que durante casi doscientos años han sido incapaces de encontrar vías de diálogo y negociación para resolver sus diferencias y de poder llevar adelante los procesos de modernización que el país precisa. Pero la sociedad no ha sido del todo ajena a este proceso desempeñando el doble papel de víctima y cómplice.

En el s.XIX los dos grandes oponentes fueron el Partido Liberal y el Parti-do Conservador como en otros países de Latinoamérica. Sin embargo llamar “partido” a aquellas agrupaciones de caudillos tal vez resulte exagerado. Lo que entendemos hoy por partido e incluso lo que se entendía por tal en Eu-ropa en la segunda mitad del s.XIX, no se correspondía a lo que en Colombia se llamaba partido en los decenios que siguen a la independencia.

El bipartidismo colombiano se inicia en 18491.Con anterioridad el princi-pal motivo de disputa entre los políticos era la cuestión relativa a la forma que se le debería dar al nuevo Estado, tema que enfrentaba a federalistas con centralistas. A fines de los años cuarenta los antiguos federalistas y centralis-tas comenzaron a evolucionar hacia modelos organizativos distintos en los que el problema de la forma del Estado se mezcló con otras cuestiones que resultaban, como mínimo, igual de candentes tales como las relaciones con la Iglesia, el modelo educativo, la libertad de prensa etc.

Se da como fecha de nacimiento del partido liberal la publicación en el pe-riódico EL AVISO día 8 de julio de 1848 del artículo Razón de mi voto firmado por Ezequiel Ramírez en el que, además de pedir el apoyo de los electores para el candidato José Hilario López, quien resultaría elegido Presidente, se exponía el programa de lo que debería hacer el gobierno: Separación de po-deres, sufragio universal masculino para los mayores de 21 años que supie-sen leer y escribir, igualdad civil, elecciones directas a Presidente, diputados, senadores, gobernadores y alcaldes, libertad de enseñanza, de opinión, de pensamiento y económica, extinción de la Compañía de Jesús y supresión de los diezmos eclesiásticos entre otras medidas2. A su vez el pensamiento conservador quedó plasmado en el periódico LA CIVILIZACIÓN el día 4 de octubre de 1849 en un artículo firmado por Mariano Ospina y José Eusebio

1 David Bushnell: Colombia, una nación a pesar de si misma. Ed. Planeta, Bogotá,19962 Marco Palacios: Parábola del liberalismo. Ed. Norma, Bogotá, 1999.

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Caro en el que se leía:

El partido conservador no es el partido bolivariano de Colombia ni nin-guno de los viejos partidos de este país...El partido conservador es el que reconoce y sostiene el programa siguiente: El orden constitucional contra la dictadura, la legalidad contra las vías de hecho, la moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras contra la inmoralidad y las doctrinas corrup-toras del materialismo y del ateísmo, la libertad racional en todas sus dife-rentes aplicaciones contra la opresión y el despotismo monárquico, militar, demagógico, literario etc. El conservador condena todo acto contra la lega-lidad, contra la moral, contra la libertad, contra la igualdad, contra la to-lerancia, contra la propiedad, contra la seguridad y contra la civilización.3

Bien mirado, las diferencias programáticas no eran de tal envergadura como para no permitir acuerdos entre las dos fuerzas partidarias y menos para impedir una vida política normalizada. De hecho a lo largo del s.XIX tenemos ejemplos de líderes que circulan de una a otra formación sin mayo-res problemas de identidad, y de gobiernos de un signo u otro que se apo-yaban en fracciones del partido rival. Dejando aparte la espinosa cuestión eclesiástica (e incluso ésta no constituyó una verdadera lucha de principios4) los demás campos se prestaban a acuerdos o, en cualquier caso, a mantener las controversias en el terreno del debate parlamentario. Así que se deben buscar otras causas que expliquen la razón del por qué se llegó a tal grado de agresividad en la vida política. Una de estas causas fue el hecho de que a tra-vés de los acentuados regionalismos se produjo un déficit de legitimidad de los gobiernos nacionales que no fueron capaces de monopolizar la autoridad pública. Baste recordar a este respecto que entre 1830 y 1890 hubo 14 guerras civiles de ámbito provincial y entre 1850 y 1870, otras 20 revoluciones locales de las cuales 10 fracasaron y 10 culminaron con la deposición violenta de los gobernantes5.

Otro motivo importante emanó de las aspiraciones de las élites al presti-gio social y al ejercicio del mando en un contexto en el que las posibilidades

3 Mariano Ospina Rodríguez: Artículos escogidos. Imprenta Republicana, Medellín,1884.José Rafael Sa-ñudo apunta que, con anterioridad a 1845,conservadores como Cuervo y Ospina se llamaban a si mismos “liberales moderados”,lo que explicaría los términos en que se redactó el manifiesto conservador de 1849. Cfr. José Rafael Sañudo: Estudios sobre la vida de Bolívar. Ed.Planeta, Bogotá,1995 (la 1ª edición de esta obra es de 1925).

4 Sobre la importancia de la cuestión religiosa en la lucha partidaria durante el S.XIX V. David Bushnell: Política y Partidos en el S.XIX .Algunos antecedentes históricos. También Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (eds.): Pasado y presente de la violencia en Colombia. CEREC, Bogotá,1986

5 Para la violencia regional y local, Alvaro Tirado Mejía: Aspectos sociales de las guerras civiles en Colom-bia. Biblioteca de Autores Antioqueños, Vol. XCVI, Medellín,1996

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de enriquecerse eran más bien escasas pero en el que una buena situación política o administrativa ofrecía múltiples oportunidades, a través del sobor-no y de la corruptela, para hacer negocios pingües con las concesiones del Estado y los repartos de tierras nacionales6.

Finalmente los conflictos personales y grupales que derivaban en hechos violentos que, en una trágica espiral sin fin, generaban respuestas igualmen-te contundentes y marcaba a individuos y familias con odios africanos que pasaban de generación en generación7.

En la conciencia de los ciudadanos colombianos las revoluciones acaba-ron convirtiéndose en los puntos normales de referencia para datar los na-cimientos, matrimonios y defunciones de los individuos antes o después de una determinada algarada. Estos eventos resultaron mucho más significati-vos y más prácticos para la medida del tiempo que cualquier calendario.

La presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera, conservador reconverti-do en liberal, contempla la primera de la larga serie de guerras civiles entre las dos facciones. El conflicto de 1860-62 fue muy sangriento con miles de muertos de uno y otro bando. Las dos décadas que siguen son de predomi-nio liberal pero no sin contestación de los conservadores. La guerra de 1875-76 tuvo carácter de reacción religiosa contra la enseñanza laica y fue animada por los sectores más clericales de la sociedad caucana (del departamento del Cauca). La de 1885-86, con los conservadores en el poder, fue protagonizada por los liberales. Todas ellas fueron acompañadas de un largo corolario de conflictos regionales, más limitados en el espacio pero no menos sangrien-tos. La sociedad se implicó masivamente y todos los grupos acabaron toman-do partido, de grado o por fuerza, a favor de una facción u otra. Lo que no impedía que los líderes políticos transitaran alegremente del conservatismo al liberalismo o del catolicismo a la masonería en viajes de ida y vuelta y de varias idas y varias vueltas según las circunstancias o las veleidades lo acon-sejasen. Las modas intelectuales y literarias, mal recibidas y peor entendidas, inspiraban discursos fogosos pero de una gran frivolidad que no tendrían mayor trascendencia de no ser porque aquella gritería seudo-ideologizada,

6 Helen Delpar ha estudiado magistralmente el atractivo que sobre la juventud colombiana de clase media y alta ejercía la política en el S.XIX y las rivalidades de familias y grupos que se generaban en la lucha por obtener puestos lucrativos en la administración del Estado. Cfr: Red against Blue. The Liberal Party in Colombian Politics 1863-1899. Alabama University Press, 1981. En la misma línea: Marco Palacios: O. C. en Nota 2

7 Sobre este aspecto es muy ilustrativo el testimonio de Diógenes Arrieta: Memoria del Secretario del Gobier-no, Imp. Nacional,1885.Ver también: Eduardo Posada Carbó: Civilizar las urnas:Conflicto y control en las elecciones colombianas,1830-1930.Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Vol.XXXII, nº39, 1995

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cargada de tópicos y frases altisonantes, estaba causando miles de víctimas y dividía en dos mitades mutuamente enemigas a la sociedad colombiana.

La política anticlerical de los liberal-radicales, motivó a la Iglesia para echarse en brazos de los conservadores quienes, por su influencia, se olvi-daron de los planteamientos moderados de Ospina y José Eusebio Caro y pasaron a identificar religión y política como un todo. Varios obispos fueron expulsados del país por sus prédicas antiliberales8 lo que llevó a una mayor radicalización de los conservadores quienes, una vez en el poder, devolvie-ron a los eclesiásticos gran parte de sus privilegios. La Constitución con-servadora de 1886 comenzaba invocando a Dios “fuente suprema de toda autoridad”9. Se estableció la religión católica como la propia de la Nación; se le entregó a la Iglesia la organización y dirección de la educación pública, se le devolvió la administración de los cementerios y se le encargó el registro civil. En bastantes aspectos la Iglesia colombiana de la etapa llamada de la Regeneración, recuperó atribuciones propias de la época colonial.

Con todo, la Regeneración fue un fracasado intento de civilizar la vida política en Colombia. Las diversas medidas tomadas por el Presidente Rafael Núñez no pudieron enterrar el potencial del conflicto. A pesar del control sobre el Ejército y la Policía y del monopolio monetario del Banco Nacional, el gobierno de Bogotá no pasaba de ser más que una instancia de poder sobre el papel y no pudo imponer su autoridad sobre el territorio colombiano. Las regiones continuaron a su aire y los partidos políticos, que no eran otra cosa más que aglomerados de caciques regionales y locales, eran forzosamente sensibles a las pugnas por el control de los principales recursos que reven-taban continuamente en los niveles medio e inferior de la administración territorial.10

En 1895 estalló una nueva guerra civil inspirada por los liberales contra el gobierno conservador de Miguel Antonio Caro. El conflicto fue de corta

8 Durante la guerra civil de 1875-76, los obispos de Popayán, Pasto y Pamplona, diócesis todas ellas situadas en el Cauca, dieron a la lucha un tono de cruzada con sus soflamas a la vez que alentaron la formación de sociedades católicas de resistencia a la política liberal que muy pronto pasaron de la resistencia doctrinal a la resistencia armada. Cfr. Christopher Abel: Política, Iglesia y Partidos en Colombia. Universidad Nacio-nal, Bogotá,1987

9 La constitución liberal de 1863, llamada también Constitución de Rionegro, no hacía, obviamente, la menor referencia a la divinidad.

10 Sobre el fracaso de la Regeneración, Ver Frédéric Martínez: En busca del Estado: De los Radicales a la Re-generación,1867-1899. en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Universidad Nacional, Bogotá, Nº23,1996. En la misma línea de interpretación Fernando Guillén Martínez: El poder político en Colombia. Ed. Punta de Lanza, Bogotá,1979 y La Regeneración, primer Frente Nacional, Carlos Valencia Ed. Bogotá,1986

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duración y acabó con la derrota de los insurrectos. Este fracaso precipitó los acontecimientos en el seno del liberalismo dividido entre pacifistas y beli-cistas. Fue este sector el que acabó haciéndose con el control partidario y el que llevó a los liberales a la peor y más sangrienta guerra civil del siglo: La Guerra de los Mil Días (1899-1902) con la que Colombia despide el s.XIX y abre las puertas a un no menos conflictivo s.XX.

I-2 LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS Y LA HEGEMONÍA CONSERVADORA

Ciertamente los liberales tenían muchas razones para estar desconten-tos del gobierno conservador. Ni el Presidente Caro ni su entorno se habían distinguido por manejar limpiamente los dineros públicos en un contexto, además, de grave crisis económica y su sucesor Sanclemente no hizo nada para dar mayor juego político a la oposición. A los liberales no les quedó otro camino que el enfrentamiento armado ante el bloqueo de la situación, pero también es cierto que el liberalismo buscó feliz el conflicto. El ala belicista se había hecho con el control del partido y aguardaba la ayuda en dinero, armamentos y hasta hombres de los gobiernos ideológicamente afines de Ni-caragua, Venezuela, Ecuador y Honduras. Por múltiples motivos esta ayuda no llegó y el país tampoco se levantó masivamente contra Caro con lo cual los liberales colombianos quedaron reducidos a sus propias fuerzas.

Ni el gobierno ni los sublevados contaban con grandes ejércitos pero los conservadores tenían a su disposición todos los recursos del poder incluyen-do a las Fuerzas Armadas, el telégrafo y el tesoro público además del apoyo explícito de los gobiernos de Estados Unidos y Francia. Ni siquiera en aque-lla Colombia de caudillos y montoneras se podía ganar una guerra con gru-pos armados irregulares, y si bien los liberales llevaron inicialmente ventaja venciendo a sus rivales en Peralonso, la falta de recursos de los sublevados favoreció al campo gubernamental. Se llegaba al extremo de que medio ejér-cito liberal esperaba a que el otro medio se muriera para recoger sus armas y continuar luchando. Se peleó con piedras, con lanzas y con machetes pero éstos nada podían frente a las mejor armadas tropas gobiernistas, y los libe-rales sufrieron una humillante derrota en Palonegro. Se recurrió entonces a la guerra de guerrillas saqueando las propiedades de los conservadores y asesinándolos. El gobierno, que consideraba a sus oponentes una banda de forajidos, a su vez, decretó el fusilamiento de cuanto liberal fuese preso con armas.

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Después de cuarenta meses de guerra estaba claro que ni los conserva-dores eran capaces de vencer definitivamente a los liberales ni éstos podían derrocar el gobierno. Entre tanto el país se desangraba en un conflicto que afectaba a toda la geografía nacional en una amplitud que no se recordaba desde la Independencia y los odios y los deseos de venganza dividían a la so-ciedad colombiana. Los Estados Unidos, por su parte, habían situado tropas en el territorio de Panamá para salvaguardar la ruta terrestre interoceánica violando la integridad y la soberanía nacionales de Colombia.

El 21 de diciembre de 1902 liberales y conservadores firmaron un acuerdo de pacificación a bordo del acorazado norteamericano Wisconsin. Los libe-rales se comprometían a entregar las armas y los conservadores a liberar a los prisioneros y conceder una amplia amnistía. La Guerra de los Mil Días, la más destructora de los conflictos civiles colombianos conocidos hasta en-tonces, dejó tras sí un rastro de 100.000 muertos11, un estado de desolación que afectó a múltiples campos del quehacer productivo nacional y un país en bancarrota financiera sin contar la herencia de odios entre individuos y fami-lias mucho más evidente en el medio rural que en el urbano. La continuidad de la actividad guerrillera más allá de los acuerdos de paz, fue la evidencia de que el pacto entre las élites de ambos partidos no había llegado a las ba-ses. Pero lo peor estaba aún por venir.

La crisis colombiana animó a Estados Unidos a enviar tropas al territo-rio panameño. El control que los liberales ejercían sobre esta provincia y el temor a que la situación se fuera de las manos convenció al Presidente Ma-rroquín de llegar a un acuerdo con Washington. En enero de 1903 se firma-ba el acuerdo Herrán-Hay12 por el cual el gobierno colombiano transfería al gobierno norteamericano, a cambio de 10 millones de dólares, la concesión para construir un canal interoceánico que antes estaba en manos francesas. Este canal y una amplia franja de territorio a su alrededor pasaban a manos norteamericanas mediante el pago de una renta anual de 250.000 dólares durante 99 años.

Cuando el Tratado llegó al Parlamento, los senadores creyeron que se po-dían mejorar las condiciones del mismo y, alegando la defensa de los inte-reses de la patria, se negaron a ratificarlo. Muy poco después estallaba una

11 Es una cifra que se viene aceptando tradicionalmente por los estudiosos, pero no se puede cuantificar con exactitud cual fue el número real de bajas.

12 Tomás Herrán era el jefe de la delegación colombiana que negociaba con los norteamericanos. Su contra-parte fue Hay, Secretario de Estado de Theodore Roosevelt. Todo el proceso que llevó a la independencia de Panamá está historiado por lo menudo en Eduardo Lemaitre: Panamá y la separación de Colombia. Ed. Intermedio. Bogotá, 2003.Ver también: Carlos Sixirei: Panamá: Cen anos dun país inventado. Tempo Ex-terior, Nº7, Xul-Dec, 2003, IGADI, Baiona y, desde una perspectiva pro-panameña, Oscar Alarcón Núñez: Panamá siempre fue de Panamá. Ed .Planeta, Bogotá, 2003.

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revuelta separatista en Panamá que contó con la venalidad de los jefes milita-res que mandaban la guarnición y con el apoyo de la marina norteamericana la cual había recibido órdenes de impedir el desembarco de tropas colom-bianas. Se formó una Junta Provisional de Gobierno y la provincia se declaró independiente el 3 de noviembre de 1903.Tres días después, con inusual y descarada velocidad, el gobierno de Washington reconocía al nuevo Estado siguiéndolo muy pronto otros países latinoamericanos lo que demostraba que las cancillerías continentales estaban aceptando como inevitable el “fait accompli” del poder hegemónico de los Estados Unidos.

El desastre de la guerra civil enseñó algo a los líderes de ambos partidos: A los conservadores que no se podía mantener a sus oponentes en la exclusión perpetua, y a los liberales que la lucha armada, además de costosa, resultaba inútil para la conquista del poder. Sin embargo a estas conclusiones habían llegado solo las cúpulas partidarias porque las bases siguieron alentando en la vida local los mismos niveles de enfrentamiento violento anterior y que se mantendrían entre los dos partidos hasta mediados del s.XX. Pero en 1904, al menos para las cabezas pensantes, el país era un paria internacional en enorme desamparo e indefensión. La supervivencia de la Nación exigía un acercamiento entre los ensañados enemigos de la víspera.

En el terreno económico no hubo vencedores salvo en el muy minorita-rio sector de la industria. Las actividades agrícolas y ganaderas quedaron desorganizadas, el café resultó muy afectado por la caída de los precios en los mercados importadores y la inflación causó la quiebra de numerosas ha-ciendas. Entretanto el sector secundario avanzaba a buen ritmo apoyado en la disminución de las importaciones. Las industrias, en las primeras décadas del S.XX, eran pocas y ocupaban una reducida mano de obra, pero crecían en porcentajes apreciables. Este crecimiento se mantuvo entre 1905 y 1925 a un ritmo promedio de un 5% anual: cerveza, vidrios, textiles, cementos, comestibles, cigarrillos, grasas, alguna maquinaria etc… Bogotá y Antioquia fueron las zonas más beneficiadas por este pequeño florecimiento fabril.

La ruina de muchas haciendas de café consolidó a los pequeños producto-res, a su vez, las grandes plantaciones que sobrevivieron a la guerra y a la cri-sis financiera se expandieron en los años siguientes. Dentro de la geografía cafetera hubo un cambio en las zonas productoras desplazándose éstas hacia el occidente del país en perjuicio de los Santanderes y de Cundinamarca, re-giones de tradición liberal que habían sido muy castigadas por el conflicto13.

13 Para los cambios experimentados en el cultivo del café y las implicaciones sociales y políticas de tales cambios ver Marco Palacios: El café en Colombia,1850-1970.Una historia económica, social y política. Ed. Presencia.,Bogotá,1974

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A partir de 1908 los precios del café crecieron nuevamente lo que per-mitió la expansión del cultivo. Fueron los beneficios de esta expansión los que explican el crecimiento económico que dura hasta la Depresión de 1929.El café, junto a los fondos de indemnización por la pérdida de Panamá, el ascenso sostenido del banano y el prometedor despegue del petróleo, marca-ron los cambios en la geografía humana y económica del país: Se reanimaron los puertos de la costa atlántica por el incremento del comercio exterior, se consolidó el cinturón cafetero occidental, se inició el despegue económico del Valle del Cauca y Bogotá se afirmó como capital financiera, económica y política del país sin discusión.14

El desarrollo económico fue acompañado por una fase de relativa pacifi-cación.

En el decenio siguiente a la derrota liberal se intentaron dos métodos de normalización política: El quinquenio autoritario de Reyes y la etapa del re-publicanismo federalista representada por Carlos Restrepo. Hasta 1930 la hegemonía política de los conservadores fue completa pero determinados sectores del liberalismo moderado fueron llamados a colaborar en tareas de gobierno. Son las décadas doradas del librecambismo y de la influencia cle-rical en política.

En 1904 asume Rafael Reyes, un personaje atípico entre la clase dirigente colombiana: Ni hacía versos, afición muy común entre los líderes de los dos partidos, ni había estudiado leyes (lo que en la práctica significaba no haber pasado por la Facultad de Derecho de Popayán, vivero de presidentes con-servadores). Era un empresario, y como tal no estaba muy interesado en las sutilezas de los debates parlamentarios. En su primer gabinete incluyó a dos liberales en las muy importantes carteras de Relaciones Exteriores y Hacien-da ante el espanto y la desaprobación de los sectores más recalcitrantes del conservatismo que se preguntaban anonadados para qué se había ganado una sangrienta guerra que había durado mil días si al final los vencidos en-traban por la puerta grande a formar parte del gobierno.

Reyes procuró eliminar obstáculos a su política de reformas: Consiguió que el Congreso ampliara a diez años su mandato cuando constitucionalmen-te le correspondían cuatro, además se suprimió el cargo de Vicepresidente y se clausuró el Consejo de Estado. Al mismo tiempo se reconocían derechos a las minorías consagrándose por vez primera la representación proporcional en los cuerpos colegiados. Con Reyes se reforman y profesionalizan las Fuer-zas Armadas (fundación de la Escuela Militar, la Escuela Naval y la Escuela

14 Cfr.:Salomón Kalmanovitz: Economía y Nación. Ed. Norma, Bogotá, 2003.

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Superior de Guerra) se creó un nuevo Banco Nacional con el monopolio de la emisión de moneda y se mejoraron y ampliaron las infraestructuras de comunicaciones. Pero el conservatismo más cerril no le perdonaba las con-cesiones hechas a los liberales y todavía menos que hubiera clausurado el Congreso por la oposición de los diputados a las medidas reformistas. Reyes se había convertido en un semidictador por lo que, en nombre de la recupe-ración democrática comenzaron a multiplicarse las conspiraciones y los in-tentos de golpe de estado patrocinados por los propios conservadores y que culminan en el intento de asesinato del Presidente el 10 de febrero de 1906.

Algunos historiadores han calificado al periodo de Reyes como de “dic-tablanda” siguiendo la terminología con que en su momento se calificó al gobierno de Primo de Rivera en España15. Ciertamente en esta etapa el Pre-sidente se defendió de los intentos de deposición que protagonizaban, para-dójicamente, sus propios camaradas de partido16, pero no se puede hablar de una fuerte represión ni de un ejercicio despótico del poder. Desde luego Reyes cometió errores y uno de ellos fue intentar darle una salida negociada al diferendo de Panamá, lo que provocó de inmediato la protesta popular atizada por ambos partidos acusando al Presidente de querer embolsarse el dinero de las indemnizaciones. En 1909 Reyes se autoexiliaba sucediéndole para completar el periodo de gobierno el que había sido Vicepresidente Ra-món González Valencia que, de inmediato, convirtió al Banco Central en un banco privado.

En 1910 se reunió una Asamblea Constituyente para reformar la Carta de 1886 eliminando sus aspectos más sectarios, reforzando los poderes del le-gislativo y prohibiendo la reelección presidencial. Ese año era elegido como Presidente Carlos Restrepo que protagoniza la etapa del republicanismo fe-deralista, una alianza entre empresarios y los sectores más civilistas de am-bos partidos que tenía sus principales apoyos en Bogotá y Medellín.

Las reformas políticas consagradas en la Constituyente dieron nuevo im-pulso a los departamentos que pasaron a contar con mayores rentas y ello reforzó el papel de las élites regionales en la política nacional.

La presidencia Restrepo tropezó con la misma piedra que había tropeza-do Reyes: El conflicto diplomático de Panamá que continuaba sin encontrar

15 Por ejemplo Eduardo Lemaitre: Rafael Reyes, caudillo, aventurero y dictador. Ed.Intermedio, Bogotá, 2002

16 Se decía entonces que la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros tenían como lema “Con los nuestros con razón o sin ella” mientras que para los segundos el lema era “Contra los nues-tros con razón o sin ella”.Nunca fue más verdad este dicho que en el periodo de Reyes.

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salida y que comenzaba a envenenarse con un nuevo aditamento: las conce-siones de explotación petrolera a favor de empresas norteamericanas.

El mandatario norteamericano Wilson consideraba un imperativo llegar a un acuerdo con Colombia pero se enfrentaba a la oposición de amplios sectores del Senado estadounidense para quien el asunto de Panamá era una cuestión de honor nacional. A su vez, en Colombia se mezclaban la inca-pacidad diplomática, la lucha por la distribución de las indemnizaciones y las soflamas patrióticas que parecían desconocer que la independencia del Istmo era un hecho consumado e irreversible. Los intentos de Restrepo fraca-saron por los escándalos de las concesiones petroleras y por el comienzo de la Guerra Europea que desvió la atención de los gobernantes de Washington hacia otros horizontes.

En 1914 se realizó la primera elección directa de Presidente desde 1856 aunque el número de electores era reducido por los condicionantes que im-ponía la nueva Carta Magna al ejercicio del voto. El vencedor fue José Vi-cente Concha. Este Presidente y sus sucesores hasta las elecciones de 1930 representan la culminación del poder conservador.

En los 16 años que van de 1914 a 1930 se mantuvo una ficción de tranqui-lidad política en la capital y en las principales ciudades, pero en las pequeñas poblaciones y en las zonas rurales continuaba manifestándose la violencia interpartidaria animada por curas fanáticos y gamonales despóticos que pro-ducían un goteo continuado de asesinatos de liberales a manos de conserva-dores y la respuesta de los primeros organizando guerrillas que atacaban las grandes haciendas ganaderas del oriente del país. Incluso en las ciudades las autoridades no siempre eran capaces de evitar los atentados contra las prin-cipales figuras del liberalismo. En 1914 fue asesinado el general y caudillo Rafael Uribe Uribe, héroe de la guerra de los Mil Días, y entre 1922 y 1924 la violencia arreció de tal modo que se temió una nueva guerra civil ante el fraude electoral perpetrado por los conservadores en las elecciones de 1922 y el asesinato del líder liberal Justo Durán en 1924. Desde 1913 no habían cesado las persecuciones a liberales en los municipios rurales de Boyacá, To-lima, Cundinamarca, los Santanderes y Antioquia con la complicidad de las autoridades conservadoras que animaban estos crímenes justificados por el clero para quien el liberalismo debía ser arrancado de raíz por ateo. Los ase-sinatos sectarios continuarían en todos estos territorios durante 30 años más animando un clima de soterrada guerra civil que periódicamente afloraba en grandes explosiones de odio popular como ocurrió con el Bogotazo.

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La Iglesia tuvo una enorme responsabilidad en el mantenimiento de esta crispación. La íntima amistad entre el clero y el Partido Conservador (a quien se llamaba también el Partido Católico) condicionó la época. Desde el nun-cio papal hasta el párroco de la más recóndita feligresía colombiana, todos los tonsurados terciaban en la elección de candidatos ya fuera para Presi-dente de la República o para edil de olvidado municipio. Como la cúpula eclesiástica colombiana fue muy estable en todos estos años, se mantuvo du-rante decenios un discurso inamovible indiferente a los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad colombiana y en el propio seno de la Iglesia Cató-lica17. La jerarquía y el clero colombianos bebían doctrinalmente del Syllabus y del Concilio Plenario de Obispos Latinoamericanos convocado en 1898 por León XIII en Roma. Su posición antiliberal no admitía la menor discusión. El liberalismo era pecado y esta afirmación se extendía de las cátedras a los púlpitos, de las cartas pastorales a los confesionarios sin ninguna matiza-ción. El obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, probablemente el más enconado antiliberal del episcopado neogranadino, que ya había dirigido incendiarias arengas durante la Guerra de los Mil Días animando a los conservadores a acabar con la hidra del liberalismo por todos los medios como enemigo de Dios y de su Iglesia (y entre ellos incluía la eliminación física de los libera-les que llegó a justificar doctrinalmente) y que no tuvo reparos en provocar un conflicto internacional predicando la cruzada armada contra el régimen liberal de Eloy Alfaro en Ecuador, no se privó de afirmar sus ideas con toda rotundidad en su propio testamento datado en 1905:

El liberalismo ha ganado lo indecible, y esta espantosa realidad proclama con tristísima evidencia el más completo fracaso de la pretendida concor-dia entre los que aman el altar, entre los católicos,(es decir, conservadores) y liberales (es decir, ateos). Confieso una vez más que el liberalismo es pecado, enemigo fatal de la Iglesia y del reinado de Jesucristo y ruina de los pueblos y naciones y queriendo enseñar ésto, aún después de muerto, deseo que en el salón donde se exponga mi cadáver, y aún en el templo du-

17 Entre 1891 y 1950, la sede primada de Bogotá solo tuvo 2 Arzobispos (Herrera Restrepo de 1891 a 1928 e Ismael Perdomo de 1929 a 1950).El hecho de que mientras se cambiaban periodicamente presidentes, mi-nistros, nuncios, senadores o diputados el arzobispo bogotano seguía siendo el mismo, le daba una enorme fuerza pero al mismo tiempo impedía cualquier cambio de posiciones aferrados como estaban a principios inamovibles que no tenían nada que ver con el dogma y si con los privilegios como el control monopólico de la enseñanza y su derecho a intervenir en ella tanto si era pública como privada, universitaria o elemental. Ver Christopher Abel, O. C. en Nota 8.Para el papel de la Iglesia durante la Guerra de los Mil Días: Alvaro Ponce Muriel: De Clérigos y generales. Ed. Panamericana, Bogotá, 2000. Tambien Ricardo Arias: El episcopado colombiano. Intransigencia y laicidad (1850-2000). CESO-Uniandes, Bogotá. 2003.

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rante las exequias, se ponga a la vista de todos un cartel grande que diga: EL LIBERALISMO ES PECADO.18

No se crea que esos exabruptos eran producto de una febril y fanática mente sin correspondencia con el resto del clero. En los años 20 los maestros de todas las escuelas primarias y secundarias de Colombia estaban obliga-dos a jurar su rechazo a las doctrinas del liberalismo, naturalismo, socialismo y racionalismo además de acatar los principios del Concilio de Trento, del Concilio Vaticano I, del Concilio Plenario de Obispos Latinoamericanos y del Syllabus. Y sin tal requisito no podían ejercer. Si algún liberal renegaba de sus principios debía condenar en público “sin reserva alguna y de todo corazón todo tipo de liberalismo religioso o político y todas aquellas falsas libertades que amenazan y perjudican nuestra fe católica”19. La obsesión antiliberal lle-gaba a tal extremo que durante la campaña presidencial de 1922 el obispo de Medellín, Monseñor Crespo, hizo una gira político-propagandística por el territorio de su diócesis en la que negaba públicamente la absolución a los liberales que no abjurasen de sus ideas políticas o que no se comprometieran a votar contra el candidato de su propio partido.

De estos polvos vinieron, en gran parte, los siguientes lodos de la violen-cia que azota Colombia hasta hoy.

Entre los cambios que se estaban generando en la sociedad colombiana de la segunda década del s. XX destaca la aparición de una pequeña pero combativa clase trabajadora cuyas luchas reivindicativas tienen remotos an-tecedentes en los conflictos sociales del artesanado de Bogotá a mediados del s. XIX. La penetración del capital norteamericano en la explotación del petróleo y de las frutas tropicales dio pie a la organización de los primeros sindicatos de inspiración socialista. La protesta obrera por los bajos salarios

18 Cartas Pastorales, Circulares y Otros Escritos del Ilmo. y Rmo. Sr .Dr .Fray Ezequiel Moreno y Díaz. Imprenta de la Hija de Gómez Fuentenebro, Madrid, 1908. Cfr. Marco Palacios: Entre la legitimidad y la violencia, Colombia,1875-1994. Ed. Norma, Bogotá, 1995.Cosas parecidas había expresado el agustino recoleto convertido en Obispo en Instrucciones del Ilmo.Sr.Obispo de Pasto al clero de sus diócesis sobre la conducta que ha de observarse con los liberales en el púlpito y en algunas cuestiones de confesionario. Imp. de Subirana Hermanos, Barcelona, 1903.

19 Circular de los Obispos Colombianos, 1902. Obsérvese que este documento se emite el mismo año en que acaba la Guerra de los Mil Días en la que los liberales sufren una gran derrota de la que se esperaba una conversión de los supervivientes, entre otras razones, para poder seguir sobreviviendo, aunque no sin una humillación pública ante la Iglesia triunfante aliada con los conservadores. Un siglo después el periódico EL CATOLICISMO distribuido semanalmente junto al diario bogotano EL TIEMPO, escribía a propósito del Día Internacional de la Mujer del 2003 el siguiente titular: “Las feministas que son machistas. Beber, emborracharse, infidelidad, violencia física y verbal hacen parte del libreto contemporáneo de ser mujer”, 8-III-2003.Se puede consultar la página www.elcatolicismo.com.co Como se ve, las cosas no han cambia-do mucho.

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y las duras condiciones laborales llevaron a la represión estatal y al naci-miento de un nuevo tipo de violencia: La violencia social que, mezclada con la violencia política, daría cuatro décadas más tarde origen a las guerrillas de inspiración marxista20

El gobierno colombiano encaraba las cuestiones sociales con una mezcla de doctrina católica derivada de la encíclica Rerum Novarum, y de prácticas represivas que, al final, convertían las protestas obreras en un campo propio de la policía o incluso del Ejército cuando los recursos de la primera eran desbordados.

El principal líder sindicalista en estos años fue Raúl Mahecha Caicedo quien en 1904 y con 20 años, fundó en Cartagena la Sociedad Obrera de Cala-mar, primer sindicato de inspiración socialista que se organizó en Colombia. El discurso sindicalista de estos años era contrario a la instalación de empre-sas extranjeras en aquellos campos que se consideraban de vital importancia para el desarrollo nacional como el del petróleo. Sus reivindicaciones conta-ban con la simpatía de amplios sectores del liberalismo que coincidían en la exaltación nacionalista frente al capital foráneo.

En 1924 la opinión pública colombiana era bastante hostil a las activi-dades de la compañía norteamericana Tropical Oil Company, más conocida como la Troco, lo que obligó al gobierno colombiano a forzar un acuerdo entre la compañía y sus trabajadores que venían reivindicando desde hacía años la jornada de ocho horas, además de descanso remunerado los domin-gos y festivos, y mejores condiciones, de higiene, alimentación y vivienda. La compañía accedió a firmar un acuerdo que de inmediato incumplió lo que llevó a los trabajadores a declarar la primera huelga petrolera en octubre de ese año. El paro duró 10 días capitaneado por Mahecha La empresa aceptó algunas reivindicaciones pero Mahecha y otros dirigentes sindicales fueron acusados de sedición y condenados a prisión. Mahecha permaneció 17 me-ses en la cárcel.

Los años que siguen fueron de fuerte contestación obrera produciéndose 30 huelgas en diversos sectores productivos (minería, petróleos, transportes, industria etc.).

Mahecha, nuevamente en libertad, decidió preparar otra huelga petrole-ra que se concretó en enero de 1927. En Barrancabermeja, principal campo petrolífero del país, los obreros pararon toda actividad y consiguieron la so-

20 Sobre la historia del sindicalismo colombiano ver la obra de Ignacio Torres Giraldo Los inconformes. Historia de la rebeldía de las masas,5 Vol. Ed. Margen Izquierdo Bogotá,1972

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lidaridad de campesinos y pequeños comerciantes que les proporcionaron continuado apoyo durante todo el conflicto. A su vez los paros de solidari-dad se extendieron por las principales ciudades del país. El Gobierno declaró la ley marcial a lo largo del río Magdalena, donde el tráfico se había deteni-do. Ni el Gobierno ni la empresa estaban dispuestos a tolerar el desafío. El petróleo colombiano era ya muy importante para los norteamericanos y su producción se había incrementado extraordinariamente en muy poco tiem-po pasando de 318.000 barriles anuales en 1923 a 15 millones en 1927. Este aumento tenía un especial significado en un momento en que la producción de México se había reducido a la mitad y su lugar en el mercado estaba sien-do ocupado velozmente por Venezuela21. Se decretó el estado de sitio en la zona y la compañía pudo emplearse a fondo en la represión con el apoyo de las autoridades: Cuatro mil obreros fueron despedidos y obligados a aban-donar la zona petrolera y otros mil debieron aceptar las condiciones que la empresa quiso imponer.

Mucho más violento que el conflicto petrolero resultó el de las bananeras. Mahecha, después de sufrir seis meses de prisión, no cejó en su lucha y se trasladó hacia la zona bananera del Magdalena donde operaba la United Fruit, compañía que estaba presente en este territorio desde 1900 y en el que poseía más de 400 plantaciones y un ferrocarril que llevaba el producto hasta el puerto de Santa Marta. La producción de banana era, a estas alturas, muy importante y el país se había convertido en el tercer exportador continental. La población de la zona se había incrementado considerablemente gracias a las migraciones procedentes del área costera y de otras zonas del país atraí-das por la demanda de mano de obra para el ferrocarril, las plantaciones y el puerto. Había terreno fértil para la actividad apostolar de Mahecha refor-zada por la presencia de muchos obreros de Barrancabermeja que, una vez expulsados por la Troco, se habían trasladado a la zona bananera. Entre el 6 de noviembre y el 5 de diciembre estalló una huelga apoyada por los peque-ños comerciantes de la zona, muy afectados en sus intereses por el sistema de pago en bonos a los obreros que hacía la United Fruit y que solo eran admitidos como moneda en los propios almacenes de la compañía. Los tra-bajadores exigieron aumentos de salario y mejoras en las condiciones de tra-bajo. El Gobierno, a solicitud de la compañía, envió tropas comandadas por

21 Cfr. Jorge Villegas: Petróleo, oligarquía e imperio. Ed.E.S.E. Bogotá, 1969. Tambien Renán Vega Cantor: Gente muy rebelde: Protesta popular y modernización capitalista en Colombia (1909-1929),4 Vol. Ed. del Pensamiento Crítico, Bogotá,2002. Para los acuerdos diplomáticos que permitieron la explotación nor-teamericana del petróleo colombiana ver Teresa Morales de Gómez: Historia de un despojo. El Tratado Urrutia-Thomson, Panamá y el petróleo. Ed. Planeta, Bogotá, 2003, contiene abundante documentación original.

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el General Cortés Vargas, provocando una infame masacre que dejó más de mil muertos en la represión según informes del propio cónsul norteamerica-no en Santa Marta. La “Matanza de las Bananeras”, magistralmente descrita por García Márquez en Cien Años de Soledad, conmovió la conciencia política colombiana y marcó el principio del fin de la hegemonía conservadora. Un joven abogado liberal, que investigó in situ el alcance de la represión guber-nativa, Jorge Eliécer Gaitán, sería el principal acusador de la acción guber-namental y se acabaría convirtiendo en los años siguientes en una de las figuras más destacadas de la política colombiana llevando al Partido Liberal a un acercamiento con los sectores del sindicalismo nacional22.

Un tercer frente de lucha obrera fue la zona cafetera. Los trabajadores de las zonas cafeteras siempre habían tenido tendencia a encontrar refugio para sus pesares en la religión. Esto comenzó a cambiar con la llegada de inmigrantes hacia las regiones de cultivo más prósperas. Allí la población masculina era muy superior a la femenina lo que contribuyó a la extensión de la prostitución y las enfermedades venéreas23. La multiplicación de las re-laciones informales y el incremento considerable del número de violaciones generaba conflictos entre los parientes de las víctimas. Tras estas tensiones estaba otro factor: La lucha constante por el control de la tierra. La posesión absoluta de un terreno, cuanto más grande mejor, era el objetivo de todos los trabajadores. El sueño de pasar de temporero a agricultor. El problema estaba en que, salvo que mediara compra, lo que era bastante raro por la carencia de capital, los obreros sin tierra solo podían recurrir a los baldíos y ahí los latifundistas llevaban ventaja pues en la lucha planteada entre el hacha que devastaba montes y el papel sellado que concedía la propiedad, la victoria estaba siempre del lado del papel sellado oficial que beneficiaba a grandes propietarios, comerciantes y profesionales cultos que dominaban los entresijos (y las trampas) de la legislación y se hacían dueños de enormes extensiones.

22 Sobre la Matanza de las Bananeras ver Judith White: Historia de una ignominia: La United Fruit Company en Colombia. Ed .Presencia, Bogotá, 1978. Sobre el debate parlamentario que siguió a la intervención mi-litar, Jorge Eliécer Gaitán: La Masacre en las bananeras. Reedición de Ediciones Los Comuneros, Bogotá, 2002

23 La prensa conservadora y clerical pintaba a los obreros como seres abyectos hundidos en la holgazanería, la embriaguez y en toda clase de pecados. El clero, y especialmente los jesuitas, creían que el progreso económico solo acarreaba la extensión del vicio. La mujer obrera era sinónimo de perdida porque, como escribía el periódico católico de Medellín El SOCIAL, “La obrera es una mujer sacada del puesto a que estaba destinada, y desviada del camino por donde Dios la dirigía. No es la mujer para la fábrica sino para la casa” Citado por Catalina Reyes Cárdenas: La condición femenina y la prostitución en Medellín durante la primera mitad del S.XX. En Aída Martínez y Pablo Rodríguez (Ed.): Placer,Dinero y Pecado. Historia de la prostitución en Colombia. Ed. Aguilar, Bogotá, 2002

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En su lucha por sobrevivir y controlar suficiente tierra los temporeros, colonos y pequeños propietarios se veían mezclados en una competencia constante que derivaba en conflictos armados en los que el ansia de terrenos se mezclaba con los enfrentamientos políticos y los ajustes de cuentas perso-nales y familiares. A fines de los años veinte los trabajadores cafeteros de las grandes haciendas iniciaron un combate gradual para liberarse de las con-diciones laborales y de contratación precapitalistas a que estaban sometidos y para conseguir el acceso a la propiedad. Esta lucha colectiva se prolongó hasta mediados de los años treinta y resultó más peligrosa para las clases dominantes colombianas que la protagonizada por los trabajadores de los enclaves extranjeros pues no se trataba solo de reclamar mejoras salariales o de trabajo sino que entraba de lleno en el sensible tema de la reforma agraria.

El descenso de los precios del café, como consecuencia de la crisis de 1929, puso en peligro la viabilidad económica de las grandes haciendas cafete-ras abrumadas por hipotecas y deudas contraídas durante el esplendoro-so decenio anterior. La respuesta de los patrones fue actuar violentamente contra pequeños productores y colonos que trabajaban zonas marginales de los latifundios cultivando su propio café. Los colonos no solo actuaron organizadamente contra los grandes propietarios sino que impidieron que éstos contrataran a nuevos trabajadores con salarios más bajos. En los pri-meros años 30 eran constantes los enfrentamientos armados entre bandas de matones y policías al servicio de los hacendados, y arrendatarios. Grupos armados incendiaban las casas de los colonos y destruían sus cafetales ante la indiferencia de las autoridades. Cientos de pequeños productores fueron asesinados y a muchos miles más se les obligó a abandonar las tierras que trabajaban, pero esto no los derrotó. Se organizaron en grupos que invadían de noche las extensas haciendas, que por su tamaño, no siempre eran fáciles de controlar por los dueños, y volvían a cultivar afirmando su condición de colonos. El Estado envió tropas a las áreas cafeteras de Cundinamarca lo que a su vez provocó nuevas escenas de violencia al derivar la lucha en la orga-nización de grupos de guerrilla rural que asaltaban haciendas. Finalmente fue la propia debilidad económica de los grandes cafeícultores lo que acabó aportando soluciones. Los bancos aplicaron embargos sobre las hipotecas de muchas fincas y ello permitió una reparcelación de las mismas y su venta a los colonos. Una especie de reforma agraria “malgré lui” desactivó simultá-neamente a las gigantescas haciendas y al conflicto de los colonos dejando paso a un nuevo modelo de producción basado en la existencia de pequeños terratenientes en Cundinamarca y el Tolima24.

24 Marco Palacios:O.C. en Nota 13

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Paralelamente a los acontecimientos anteriores estalló el problema de las escogedoras. Estas mujeres trabajaban a destajo en las trilladoras de café. Su trabajo consistía en controlar el flujo de grano no seleccionado que iba hacia las máquinas. El salario más elevado de la más hábil de las escogedoras era inferior al salario promedio masculino industrial. A su vez estas mujeres, en general muy jóvenes, estaban sometidas a los caprichos de los capataces. A comienzos de 1935 una oleada de huelgas sacudió a las trilladoras de las principales ciudades de la zona cafetalera en reclamo de la jornada de ocho horas, de aumentos salariales y del amparo de la legislación nacional que re-gía la compensación por accidentes industriales. Obviamente las huelguistas se encontraron con la cerrada oposición de los propietarios de las trilladoras, pero también de los funcionarios oficiales. Los alcaldes enviaban a la policía para dispersar por la fuerza las asambleas de las trabajadoras y desmantelar las cocinas colectivas que se utilizaban para alimentar a las huelguistas. La prensa destacaba con grandes titulares las acciones de las huelguistas para condenarlas mientras silenciaba sistemáticamente la represión de que eran objeto25. A pesar de la gran resistencia ofrecida por las trabajadoras, a media-dos de 1935 la huelga había sido derrotada, no tanto por la actividad represo-ra de patronos y autoridades como por las propias características del trabajo del café. El café secado aguantaba muchos meses de almacenamiento, inclu-so sin descascarillar, y, en caso de necesidad, podía exportarse con cáscara. Además los molinos donde trabajaban las escogedoras estaban muy disper-sos por el eje cafetero lo que permitía trasladar parte del café a zonas donde no hubiera conflicto. El fracaso de la protesta repercutió en la izquierda que vio muy dificultada su penetración en el medio rural al mismo tiempo que se frustraron todos los intentos de sindicalizar a las obreras de las trilladoras26.

A fines de 1929, el liberalismo colombiano parecía condenado a una nueva derrota electoral. Pero dos circunstancias cambiaron la situación: En primer lugar el Partido Conservador estaba dividido y presentó dos candidatos dis-tintos, además, su principal apoyo, la Iglesia Católica, estaba igualmente di-vidida a pesar de una gestión del Vaticano para intentar concitar los apoyos a una sola candidatura; en segundo lugar las clases medias urbanas estaban hartas de la hegemonía conservadora y, si bien en términos demográficos no tenían un gran peso, en términos electorales sí lo tenían al exigir la Constitu-

25 Por ejemplo, los sindicalistas que apoyaban a las huelguistas eran conducidos para ser juzgados en jaulas de hierro y varios trabajadores murieron a manos de la policía por defender a las trilladoras.

26 Para los conflictos de los obreros del café es muy útil el trabajo de Charles Bergquist: Los trabajadores del sector cafetero y la suerte del movimiento obrero en Colombia,1920-1940. En Rafael Pardo (comp.) El Siglo Pasado. Colombia: Economía, política y sociedad. CEREC, Bogotá, 2001.

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ción que los electores debían saber leer y escribir lo que limitaba mucho su número. Por último, en Enero de 1930 se comenzaban a percibir los primeros coletazos de la gran crisis económica mundial que ya venían siendo anuncia-dos por un ciclo depresivo iniciado en 1927 con la paralización de las obras públicas y la caída continuada de los precios del café desde ese mismo año.

Los liberales propusieron como candidato al Embajador en Washington Enrique Olaya Herrera. El diplomático, en un primer momento, rechazó la candidatura pues, en su opinión, el país no ofrecía condiciones para que ninguno de los dos partidos gobernara en solitario. Se necesitaba una gran unión patriótica para encarar los problemas colombianos. La propuesta cua-jó inmediatamente entre los liberales que aceptaron formar una alianza con sectores conservadores, la Concentración Nacional, que llevaría a Olaya al triunfo en las elecciones de Febrero.

I-3 LA DÉCADA LIBERAL

Que el Partido Conservador aceptase ceder el poder y no se echara al monte en una nueva guerra civil fue un auténtico milagro. La alternancia política se hacía realidad después de más de medio siglo de hegemonía incontestable de la derecha católica. Pero una cosa era lo que ocurría en las ciudades y otra bastante diferente el escenario de las zonas rurales.

La luna de miel de la Concentración Nacional duró poco. Las bases conservadoras llevaban a mal la pérdida del monopolio político y los liberales consideraban imprescindible el completo control de los aparatos administrativos de las diferentes ramas del poder público porque pensaban que solo así podían desmontar la maquinaria conservadora, eliminar el fraude electoral y despolitizar el Ejército.

De este forcejeo emergió una nueva ola de violencia política en múltiples pequeñas poblaciones que avanzó progresivamente hasta llegar incluso a las ciudades como sucedió en Medellín en 1931. Los campesinos conservadores fueron coaccionados para registrarse como liberales lo que llevó a respuestas airadas en forma de matanzas, asesinatos y masacres por ambos lados. Los conflictos interpartidarios se superpusieron y entreveraron con los conflictos sociales y agrarios. Para el gobierno la violencia política no pasaba de ser una cuestión de bandidaje por lo que utilizaba la policía para resolverla sin con-siderar que la policía trabajaba al servicio ahora de las autoridades liberales; para la oposición conservadora se trataba, sin embargo de una persecución en toda regla contra el partido y sus militantes.

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El conflicto fronterizo con el Perú puso, en 1932, un paréntesis en la semi guerra civil que se estaba viviendo. Colombia reaccionó unánimemente en defensa de la integridad de su territorio cuando aventureros del país vecino se apoderaron de Leticia y el Gobierno del Dictador Sánchez Cerro reclamó una parte del espacio amazónico. La llamada “Guerra del Perú” no fue más allá de un pequeño choque en Tarapacá sin víctimas. Las presiones de Esta-dos Unidos, favorables a Colombia en el pleito, la mediación de la Sociedad de Naciones y el asesinato de Sánchez Cerro a manos de un joven aprista, permitieron llegar a un acuerdo, el Tratado de Río de 1934 por el que Perú se comprometía a respetar las fronteras amazónicas con Colombia, daba satis-facciones morales al país agredido y aceptaba someter a la justicia interna-cional cualquier diferendo fronterizo futuro.

Acabado el conflicto la violencia interpartidaria volvió a reverdecer. El conservador Max Grillo describía así la situación en el mismo año en que se firmaba la paz colombo-peruana:

Nadie se impresiona ante el atentado criminal. Asesinatos en que los ban-didos ultiman a familias enteras de ancianos y niños; actos de crueldad es-túpida, como degollar a las víctimas y mutilarlas en forma salvaje; asesina-to de sacerdotes octogenarios para robarles; el puñal y el revólver usados en reyertas por centavos; el atraco en pleno dia en las calles de la capital; la inseguridad en ciudades y campos. Tal es el cuadro.27

Aunque se intentó explicar esta ola de violencia desenfrenada, a la que se podrían añadir estupros, fusilamientos en masa, violaciones etc. alegando causas variopintas (carencia de educación pública, conflictos entre terrate-nientes y arrendatarios, crisis económica, consumo exagerado de alcohol...) conviene hacer énfasis en que el auge del terrorismo político estuvo muy di-rectamente relacionado con la práctica de liberalizar a la brava a poblaciones de mayoría conservadora utilizándose para ello de manera partidista a las fuerzas del orden público. En esto no había mucha diferencia entre el com-portamiento de los conservadores durante tres décadas y el de los liberales durante los años treinta con lo cual la espiral de ajustes de cuentas, vengan-zas y odios no hacía más que crecer especialmente en el medio rural.

En ciertos departamentos, como Boyacá y los Santanderes, se llegó a des-encadenar una cuasi guerra civil que solo se calmó en 1934 relativamente con el envío de miles de soldados para poner orden. El obispo de Pamplona

27 Publicado en la revista QUINCENA POLÍTICA, Vol. I, Nº XX, Bogotá, 15-V-1934.Sobre el tema de la vio-lencia en los años 30 se puede ver Daniel Pécaut: Orden y violencia. Evolución socio-política de Colombia entre 1930 y 1953. Ed. Norma, Bogotá,2001 (la primera edición en francés es de 1987).

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hablaba de “guerra de exterminio” denominación tal vez un poco exagerada pero en la que se debe reconocer cierto fondo de verdad cuando sabemos que poblaciones enteras fueron arrasadas y miles de conservadores debieron emigrar a áreas más tranquilas.

Los conservadores estaban convencidos de que en 1934 volverían a la Presidencia y que el gobierno semiliberal de Olaya no pasaría de un breve interregno. Razones para creérselo no le faltaban: Controlaban el 80% de los concejos municipales, todas las Asambleas Departamentales y el Congreso. En el poder judicial dominaban en la proporción de 2 a 1 y mantenían pre-sencia en el propio gabinete ministerial. En todas las gobernaciones donde ejercían liberales, el secretario del gobierno debería ser de signo contrario al del gobernador, esto suponía la mitad de dichos cargos para el Partido Conservador y la mitad para el Partido Liberal. La renovación del conflicto Estado-Iglesia echó más leña al fuego. La causa de la disputa era el con-trol de la educación. En bastantes departamentos los curas integraban los directorios conservadores e incluso aparecían en las listas de candidatos del partido lo que llevaba el problema al campo de las rivalidades partidarias. Sin embargo estos factores no ayudaron al triunfo conservador. El Partido mantenía fuertes tensiones internas y estaba dividido. Los sectores más ra-dicales se sentían próximos a soluciones autoritarias e incluso dictatoriales y grupos de jóvenes expresaban públicamente su simpatía por el fascismo y el nazismo. El conflicto con el Perú fortaleció las expectativas de los liberales y su candidato Alfonso López Pumarejo, un banquero con experiencia, cono-cimientos y contactos en las finanzas internacionales que se había formado en Gran Bretaña y Estados Unidos, venció fácilmente a un debilitado partido conservador con un programa que se resumía en el lema “La Revolución en Marcha”.

López basaba su proyecto político en dos ejes: La intervención estatal en la economía siguiendo el ejemplo del New Deal roosveltiano (y también con ciertos ecos del corporativismo fascista en su defensa de la alianza Es-tado-empresarios-trabajadores) y el desarrollo de la democracia con un alto contenido de participación social (inspirándose en la reforma educativa de Vasconcelos en México, en la II República Española y en las doctrinas indi-genistas de Mariátegui y Haya de la Torre). Durante su primer gobierno las principales realizaciones se concretaron en la reforma tributaria, la política agraria, la reforma constitucional, la política educativa y la política laboral.

En términos económicos la principal característica de este momento es el reforzamiento del débil proceso de industrialización entendido no solo como crecimiento del número de empresas y de trabajadores fabriles sino como el comienzo del dominio del sector secundario sobre los demás secto-

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res de la economía. La industria, que en 1929 representaba el 8,91% del PNB era ya el 14,39% en 1939.El crecimiento industrial de esta década fue de los más rápidos de la historia del país. Al comenzar 1940 había en Colombia 4.467 empresas manufactureras de las que 2.805 nacieron entre 1930 y 1939, lo que supone el 62,8% del total de las existentes siendo la época de mayor dinamismo la que corresponde al cuatrienio 1935-39 con 1.764 empresas.28 La nueva producción se dirigió en su mayor parte hacia los bienes de consumo final (grasas, vegetales, productos lácteos, tejidos y confecciones, medica-mentos etc.) y algunos pocos bienes intermedios. El tamaño de las empresas continuó siendo pequeño como lo sugiere la cantidad de capital invertido que creció solo en 134 millones de pesos en toda la década (1929=309,2 millo-nes/1939=443,5 millones). Es decir, que mientras el total de empresas manu-factureras creció un 168,7% en 10 años, el capital que representaban solo lo hizo en un 43,4% lo que nos permite afirmar que los nuevos establecimientos eran inferiores en su tamaño a los existentes antes de la crisis.29

Pero el ambiente favorable al crecimiento manufacturero no llevó a una aproximación automática del empresariado industrial hacia el gobierno. A pesar de que política cambiaria resultó muy beneficiosa para los empresa-rios, mucho más que los aranceles aduaneros proteccionistas de 1931, la hos-tilidad hacia el Presidente se había acrecentado como consecuencia de dos hechos: La nueva fiscalidad que reforzaba los impuestos directos, y el apoyo gubernamental a la sindicalización de los trabajadores.

Existía, además, un tercer componente que creaba problemas en las rela-ciones con las empresas extranjeras: El intervencionismo nacionalista guber-namental. López había denunciado el extremo nivel de dependencia a que se había llegado en su Mensaje al Congreso de 1935:

Los grandes yacimientos de oro, platino, etc. están controlados por el ca-pital extranjero. El banano es una industria que explota con exclusividad una compañía que maneja los transportes terrestres y marítimos. El café, en todo lo que se refiere a explotación, está en manos de negociantes nor-teamericanos...Son los caracteres de la industria colonial que no impiden que se nos considere como una República productora de materias primas.30

Lopez Pumarejo tenía muy presente la Masacre de las Bananeras y estaba dispuesto a hacerle pagar a la UFCO por ella. En 1934 actuó, en una huelga contra la United Fruit, a favor de los trabajadores y en 1936 aprovechó la

28 Mario Arrubla:Estudios sobre el subdesarrollo colombiano.Ed.La Carreta,Medellín,197729 CEPAL:Análisis y proyecciones del desarrollo económico en Colombia. México, s/f30 Alfonso López Pumarejo: Mensajes Presidenciales al Congreso 1934-38. Imprenta Nacional, Bogotá, s/f

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reforma constitucional para afirmar el derecho del Estado a intervenir en cuestiones económicas:

El Estado puede intervenir por medio de leyes en la explotación de in-dustrias o empresas públicas y privadas, con el fin de racionalizar la pro-ducción, distribución y consumo de la riqueza de dar al trabajo la justa protección a que tiene derecho.31

La reforma constitucional fue la piedra angular del programa de la Revo-lución en Marcha. La exclusión de la palabra “Dios” en el preámbulo provo-có la inmediata reacción del clero y de los conservadores. Para el Arzobispo de Bogotá afirmar que la autoridad emanaba del pueblo y no del Creador era una herejía absoluta que privaba de legitimidad al gobierno y se organizó una gigantesca campaña que calificaba a la reforma como pro bolchevique, que alentaba la persecución religiosa y le abría la puerta a Satanás y a los masones. Como la reforma fue aprobada en el Senado, cuando llegó a la Cá-mara de Diputados, los conservadores promovieron la desobediencia civil y la rebelión contra el gobierno lo que enardeció a los liberales que cerraron filas en torno al proyecto reformista y consiguieron sacarlo adelante.

Pero lo que realmente sacaba a Iglesia y conservadores de sus casillas era la reforma educativa que se incluía dentro de la reforma constitucional. En pleno debate parlamentario, la jerarquía católica emitió una pastoral en la que protestaba airadamente con la pérdida de prerrogativas en el campo educacional y la inclusión de “disposiciones odiosas y sanciones exorbitan-tes como la que obliga a recibir en los colegios privados (católicos) a los hijos naturales y sin distinción de raza y de religión”. La Pastoral acababa con una amenaza en toda regla:

Hacemos constar que nosotros y nuestro Clero no hemos provocado la lu-cha religiosa sino que hemos procurado mantener la paz de las conciencias aún a costa de grandes sacrificios; pero si el Congreso insiste en plantear-nos el problema religioso lo afrontaremos decididamente y defenderemos nuestra fe y la fe de nuestro pueblo a costa de toda clase de sacrificios, con la Gracia de Dios.32

La reforma educativa permitió a los sectores laicos competir con los reli-giosos en la formación de élites. Los Colegios Nacionales fueron potencia-dos y aunque en 1939 todavía 2 de cada 3 alumnos de secundaria estudiaba

31 Reforma Constitucional de 1936.32 Pastoral de los Arzobispos y Obispos de Colombia al pueblo católico. Anales del Senado, 1936

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en los centros privados religiosos, la reforma fue un paso decisivo en la di-rección de la igualdad democrática33. En la misma tónica López reorganizó la Universidad Nacional concediéndole autonomía y dotándola de un gran campus al mismo tiempo que, desde 1935, se admitía en ella a la mujer y se creaba la Escuela Normal Superior destinada a dotar de profesorado prepa-rado los centros públicos de enseñanza primaria.

La reforma tributaria fue otra causa de oposición violenta. Contra ella llegó a organizarse incluso un movimiento político, la Acción Patriótica Económica Nacional (APEN). Inicialmente López recurrió a los decretos ejecutivos reformando las disposiciones sobre el impuesto de la renta au-mentándolo y creando un impuesto adicional. Como, ante el recurso hecho por sectores empresariales, la Corte Suprema de Justicia decretó que la vía ejecutiva no podía emplearse por no encontrarse el país en estado de gue-rra, el Gobierno los convirtió en proyectos de ley y los envió al Parlamento junto con otras medidas siendo aprobadas por la mayoría liberal.

Los propietarios, principales afectados por las medidas, estaban acos-tumbrados a que los tributos, por la vía de la fiscalidad indirecta, recayeran sobre los pobres. De repente tenían que pagar y eso los soliviantó. López contraatacó recurriendo a periódicas charlas radiofónicas para explicarle al país en qué consistía la reforma tributaria dando a conocer públicamente la situación de personas y entidades que contando con enormes recursos no contribuían o lo hacían mínimamente.

A pesar de la durísima oposición conservadora que tildaba las medidas de “comunistas”, la batalla propagandística fue ganada por el gobierno y la hacienda pública colombiana entró en caminos de modernización aumen-tando sus ingresos a expensas de los grandes capitales.

En el primer gobierno de López Pumarejo se agudizaron los problemas de orden público en el agro. Los campesinos estaban en lucha abierta con los terratenientes y en muchas regiones se recrudecía la violencia. Si bien la economía cafetera había desempeñado el papel de amortiguador de las ten-siones sociales, la crisis de 1929 y la caída de los precios sacaron nuevamente las contradicciones de la agricultura colombiana al primer plano. Estas con-tradicciones se agudizaban por el hecho de que la economía industrial exigía

33 Téngase en cuenta que los centros de enseñanza secundaria católica permanecían cerrados para mulatos y negros y para hijos de uniones libres lo que ponía una barrera a los estudiantes de las zonas cálidas y de predominio étnico africano como ocurría en la costa donde las parejas no legitimadas eran la regla Los colegios católicos de secundaria formaban a los sectores de clase media y alta de raza blanca y solo muy excepcionalmente estaban abiertos a otros grupos étnicos. Esa tónica continuó en los decenios siguientes como se puede comprobar viendo las fotos de los grupos de bachilleres que se incluían en los anuarios editados por estos colegios.

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la abolición de las relaciones precapitalistas de trabajo en las haciendas cafe-teras y la liberación del mercado de tierras.

Se necesitaba romper el monopolio de la tierra pero el gobierno también era consciente de la necesidad de indemnizar a los propietarios por la pér-dida de rentas, pues en ningún momento los liberales se plantearon la des-aparición del latifundio, entre otras razones, porque en sus filas militaban muchos grandes hacendados. El principal objetivo de las reformas proyecta-das era hacer penetrar el capitalismo en el campo creando una amplia red de pequeños y medianos propietarios pero sin poner en cuestión el latifundio. Todo ello se concretó en la muy ambigua ley 2000 de 1936 que por una parte prescribía la distribución de fincas que no estuvieran explotadas y por otra se daba a los grandes propietarios un plazo de diez años para que trabajaran sus tierras sobre la base del trabajo asalariado. Para fomentar este último aspecto la ley prohibía las rentas del trabajo en especie así como el pequeño arriendo en dinero.

La reforma, aunque importante, fue de aplicación limitada porque ni se incentivó la organización sindical de los campesinos ni se crearon las infraes-tructuras políticas y administrativas de apoyo a la ley. Lo que sí se consiguió fue crear una sensación de inseguridad entre los latifundistas que comenza-ron a dividir sus posesiones entre los familiares y a sacar al mercado gran-des cantidades de tierra haciendo caer los precios de la propiedad. Al mismo tiempo se atenuó el malestar de los arrendatarios y pequeños propietarios y es significativo a este respecto que las Ligas y sindicatos campesinos que con anterioridad a 1936 tenían bastante fuerza, desaparecieron parcialmente o se debilitaron después de la promulgación de la Ley de Tierras al ver muchos de sus miembros colmadas sus aspiraciones de convertirse en dueños de fincas.

Los terratenientes, sin embargo, y como era de esperar dada su mentali-dad arcaica, no vieron en esta ley un gesto generoso del gobierno y un incen-tivo para modernizarse, sino un ataque a sus seculares privilegios conside-rados inviolables por lo que movilizaron todos los medios a su disposición para impedir que se aplicara. Para los hacendados no solo estaban en peligro sus ingresos de rentistas sino, lo que era peor, su poder político. A la con-quista de todo ello se lanzó el principal líder conservador, Laureano Gómez quien conseguiría revertir parcialmente la situación a favor de los grandes propietarios a partir de 194634

34 Sobre la política agraria de la primera presidencia López se pueden consultar Pierre Gilhodes: Luchas agrarias en Colombia. Ed. El Tigre de Papel, Bogotá, 1971; Salomón Kalmanovitz: El desarrollo de la agricultura en Colombia. Carlos Valencia Ed.,Bogotá, 1982 y Absalón Machado: El café: De la aparcería al capitalismo. Ed. Punta de Lanza, Bogotá, 1997.

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La “Revolución en Marcha” concitó demasiados enemigos y su ímpetu reformista comenzó a desinflarse a partir de 1936. Fue la llamada “Pausa” que continuó de manera más acentuada en el gobierno de su sucesor el tam-bién liberal Eduardo Santos. De hecho había una connivencia entre sectores conservadores y sectores liberales para evitar que las reformas fueran de-masiado lejos y alteraran de manera irreversible la estabilidad política tra-dicional basada en el clientelismo, los amaños electorales y la ausencia de participación popular. Pero en el Partido Liberal había surgido un ala radical que intentaba aproximarse a los sindicatos campesinos y de trabajadores ha-ciendo suya una parte de las reivindicaciones gremiales. Esta ala tenía como principal líder al joven abogado Jorge Eliécer Gaitán que se convertiría en figura axial de la política colombiana en la década siguiente.

I-4 DE SANTOS AL BOGOTAZO

Como afirma Salomón Kalmanovitz, las reformas lopistas apuntaban ha-cia una redefinición de la relación Estado-Sociedad Civil.

Se trataba de otorgarle al primero una autonomía mayor frente a los terratenientes y a los gremios económicos para poder absorber y canalizar institucionalmente los conflictos sociales y también para dar salida a algunas de las aspiraciones de la clase media35

Pero a este proyecto modernizador se oponía encarnizadamente la frac-ción más reaccionaria del Partido Conservador que era la mayoritaria, li-derada por Laureano Gómez. Para los conservadores, una movilización de inspiración populista añadida al voto tradicional del liberalismo hundiría electoralmente al conservatismo: Se planteaba, por lo tanto, una especie de “solución final” que envolviera a la totalidad del liberalismo y de sus poten-ciales aliados electorales antes de que fuera demasiado tarde y sin importar los medios utilizados.

Tal extremismo generó una nueva ola de violencia en la década de los cuarenta reflejada en dos niveles distintos: Por una parte la violencia parti-dista expresada fundamentalmente en el campo con matanzas habituales en aquellos municipios donde existía un empate entre liberales y conservadores o donde había una leve mayoría liberal, por otra parte la violencia clasista con la represión de las organizaciones sindicales.

35 Salomón Kalmanovitz:O.C. en Nota 14

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De hecho el giro político fue iniciado por los liberales.

El Gobierno de Eduardo Santos reforzó el freno a los proyectos reformis-tas que el propio López aplicara desde 1936. Disminuyó la inversión en edu-cación (a pesar de que el Ministro del ramo era el radical Gaitán) y la educa-ción femenina sufrió un bajón para suavizar las relaciones con la Iglesia. No mejoró la situación en la segunda presidencia López.

Para los conservadores, que el odiado López Pumarejo se presentara nue-vamente a las elecciones, era un “casus belli” y su portavoz en el Congreso, Laureano Gómez, había anunciado que la reelección de López legitimaría la resistencia armada de los conservadores. No se llegó a la guerra declarada pero la oposición sectaria del conservatismo hizo de esta etapa una de las más traumáticas, políticamente, del siglo. Apoyado en la Iglesia y los empre-sarios estaba decidido a impedir por todos los medios la vuelta al reformis-mo de 1936.

Gómez basó toda la campaña de deslegitimación del Gobierno en dos aspectos: El Concordato y la supuesta corrupción gubernamental.

El nuevo acuerdo con la Santa Sede, que había sido negociado por Santos, restringía las potestades eclesiásticas en educación, devolvía a la jurisdicción civil los cementerios, consagraba la nacionalidad colombiana de los obispos y ordenaba el registro civil de los matrimonios religiosos. Para Gómez de-trás de este proyecto estaba la demoníaca mano de la masonería, llegando al extremo de acusar al Nuncio de engañar al Papa con sus informes sobre la si-tuación colombiana. El Arzobispo de Bogotá protestó por semejantes embus-tes, pero al líder conservador le era indiferente la opinión de la jerarquía. Lo que Gómez quería (y consiguió), era conquistar las simpatías del bajo clero, importante agente electoral, que sintonizaba con las denuncias gomecistas.

En el debate llegó a calificar al Presidente de “símbolo de la antipatria y engendro bolchevique que personifica el peligro tártaro que se apresta a em-bestir sobre Colombia”36. Se había pasado de “el liberalismo es pecado”, que ya no encontraba eco entre los obispos, a “el liberalismo es bolchevismo” en línea con lo que había de ser el discurso de la postguerra fría y que encontra-ba oídos interesados entre los empresarios y también entre el bajo clero y el campesinado católico.

El otro campo de acción opositora fue la denuncia constante de la su-puesta corrupción gubernamental. Se manipularon eventos, se exageraron

36 Laureano Gómez: Discursos y Obras Selectas. Imprenta Nacional, Bogotá, 1980.

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noticias, se mintió descaradamente y se concatenaron hechos aislados que implicaron a los propios familiares directos del Presidente de tal manera que en la prensa conservadora y especialmente en EL SIGLO, diario de Gómez, Colombia aparecía regida por una familia presidencial insaciable que se en-riquecía a costa de la especulación con empresas nazis o con los capitalistas norteamericanos indistintamente.

El Presidente intentó reaccionar girando hacia la derecha pero se trataba de un gesto inútil que no le hizo recuperar la simpatía del empresariado mientras que ponía en peligro el apoyo electoral que los trabajadores daban al liberalismo.

La crisis política culminó el 10 de julio de 1944 cuando un grupo de ofi-ciales detuvo en Pasto por dos días a López quien ya no se recuperó de este golpe y, un año después, presentó su dimisión.

En agosto, el Congreso elegía Presidente al que había sido hasta entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Alberto Lleras Camargo.

Lleras representaba a la fracción más moderada del liberalismo y la más inclinada a llegar a acuerdos con los conservadores. Personalidades de este partido se integraron en su gobierno reforzando el giro a la derecha de los liberales. Mientras que se reconocían cuotas de poder a los empresarios y hacendados, se pasó a la represión de la actividad sindical. Cuando los tra-bajadores del transporte fueron a la huelga en noviembre de 1945, Lleras de-claró que el sindicalismo no podía ser un arma empleada para cambiar por la fuerza las políticas sociales y económicas del país calificando de subversivas a las organizaciones obreras.

Esta política no beneficiaba a los liberales, que carecían en aquel momen-to de una línea de actuación clara, sino a los conservadores. Se percibió de inmediato en las elecciones de 1946 en las que el candidato derechista Ma-riano Ospina Pérez arrasó en las urnas. Sin embargo, a pesar de la derrota, el candidato opositor, Jorge Eliécer Gaitán, se consolidó como nuevo líder del liberalismo y ello trastocaba el panorama político pues con lo que se tenía que enfrentar ahora el Partido Conservador era con un caudillo populista de gran aceptación entre las masas que amenazaba con derrotar estrepitosa-mente a la derecha en las siguientes elecciones.

La etapa de los gobiernos del Frente Nacional que se inicia en 1946 (y que contó con la participación de liberales a título particular) abre la época de la Violencia (así con mayúscula es como se la conoce) en los tiempos recientes y que dura hasta hoy. Obviamente durante 40 años esta Violencia se canalizó

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a través de diversos formatos. En los años que van de 1945 a 1949 se corres-ponde con el sectarismo tradicional que enfrentaba a ambos partidos y que se manifiesta con diversos matices según los escenarios geográficos. En las regiones con tradición de lucha campesina como el Huila o Tolima, la violen-cia fue la expresión de la revancha de los latifundistas contra las conquistas de los campesinos en los años 3037. En los Llanos del Arauca y Casanare, la guerrilla liberal canalizó las aspiraciones de los campesinos medios y ricos en demanda de una reforma agraria y una reforma política democrática que enlazaba con el discurso del gaitanismo38. En las regiones cafeteras la violen-cia se tradujo en el intenso enfrentamiento entre el campesinado conserva-dor fanatizado por el clero y el campesinado liberal, ambos con problemas económicos y sociales comunes39. En el Valle del Cauca, la violencia tuvo connotaciones de concentración y expansión del capital en el campo y se extendió tanto al llano como a la montaña cafetera. En todas partes las cédu-las “falsificadas” de los liberales eran confiscadas, sus dueños muertos, sus esposas e hijas violadas y sus propiedades arrasadas40.

No se sabe con exactitud el monto de asesinados, desposeídos y exiliados. Algunos autores hablan de 194.000 muertos para el periodo comprendido entre 1945 y 1953 afectando a 230 municipios de todo el país41. La opinión pública en este momento, acostumbrada como estaba a continuas noticias sobre matanzas en las zonas rurales desde hacía decenios, no veía aún la Violencia como expresión de una tragedia nacional, sino de una tragedia campesina. Probablemente el cambio de mentalidad comenzó a darse a par-tir de la gran Manifestación del Silencio en la que más de 100.000 personas recorrieron con banderas negras de luto y sin proferir palabras las calles de

37 Ver Darío Fajardo: Violencia y desarrollo. Ed. Suramericana, Bogotá,197938 Eduardo Francisco Isaza: Las guerrillas del Llano. Librería Mundial, Bogotá, 1959 y Reinaldo Barbosa

Estepa: Guadalupe y sus centauros. Memorias de la insurrección llanera. Bogotá, 199239 La obra clásica para el estudio de la violencia colombiana y que proporciona numerosos datos sobre lo ocu-

rrido en el eje cafetero es la de Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna: La Violencia en Colombia,2 Vol . Ed. Punta de Lanza, Bogotá,1977 (1ª edición de 1962-64)

40 Fue gravísima, a este respecto, la responsabilidad del líder conservador Laureano Gómez que organizó a través de la prensa adicta una campaña demoledora contra la legalidad de las cédulas electorales. Al parla-mento y a la prensa llevó la denuncia de que el liberalismo tenía en su poder 1.800.000 cédulas falsas y que el partido estaba dominado por el comunismo. Lo absurdo de la acusación estribaba en que ese número se correspondía con el total de cédulas en poder del cuerpo electoral lo que implicaba, entre otras cosas, que hasta la propia cédula de Gómez era falsa.(Ver Daniel Pécaut:O.C. en Nota 27) La campaña alcanzó ribetes de absoluta histeria cuando, a pesar de la represión ejercida por alcaldes conservadores y policía en Boyacá , los Santanderes y Nariño para garantizar la hegemonía de la derecha, los liberales volvieron a ganar en las elecciones parlamentarias de 1947. A partir de ese momento Gómez defendió públicamente el asesinato de líderes liberales para evitar un triunfo del “bolchevismo”.

41 Por ejemplo Paul Oquist: Violencia, conflicto y política en Colombia. I.E.C. Bogotá, 1978.

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Bogotá el 7 de Febrero de 1948 en protesta por las matanzas de liberales que tenían lugar en Boyacá y los Santanderes. Semejantes multitudes, nunca vis-tas previamente, enarbolando retratos de Gaitán, llenaron de temor a los sec-tores conservadores a los que espantaba una revolución en las ciudades. El éxito de la marcha decidió el asesinato del líder liberal, tres meses después, inspirado y financiado por el extremismo gomecista.

Jorge Eliécer Gaitán es la figura más emblemática de la Historia de Co-lombia desde los Libertadores. Político y abogado ejerciendo por igual y al mismo tiempo ambas profesiones, tenía ribetes de mito popular en vida: Era el ídolo de las floristas, los camareros, los limpiabotas o los obreros. Peque-ñas muchedumbres se juntaban en su torno cuando salía a pasear. Podría haber dicho de si mismo lo que José Eustasio Rivera escribió en las primeras líneas de La Vorágine cuando hace hablar a su protagonista:

Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocie-ron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.

La vida política de Gaitán se había iniciado en los años 30 pero el gaitanis-mo como movimiento y su liderazgo sobre la mayoría de los liberales dura tres años: De 1945 a 1948.

El gaitanismo, como proyecto político, estaba muy próximo al populismo y guardaba grandes semejanzas con el peronismo, el varguismo y las demás modalidades reformistas que estaban surgiendo en Latinoamérica en aque-llos años. Y, como estos movimientos, interpelaba al pueblo mediante con-signas democráticas y nacionalistas enfrentándose a la oligarquía, pero sin pretender una transformación radical de la sociedad y de sus relaciones de propiedad y de trabajo. El gaitanismo surge a partir del agotamiento del pro-yecto lopecista y su Revolución en Marcha en un escenario de derechización de la política colombiana y de endurecimiento de las relaciones de clase. De hecho ya en la década anterior Gaitán se había montado su propio partido, la UNIR (Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria) que, a pesar de su grandilocuencia onomástica no pasaba de ser una escisión del liberalismo con retóricas más incendiarias pero muy poco alejadas, en el fondo, del dis-curso lopecista. Como ni atrajo obreros ni la masa liberal se fue tras Gaitán, éste decidió reintegrarse en el liberalismo y hacerse con el partido lo que

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consigue en 1945 derrotando a la fracción santista moderada que mantenía una concepción elitista de la política opuesta a cualquier tipo de reformas que pudieran afectar su preeminencia económica y social.

La marcha hacia el poder comienza el 15 de septiembre de 1945 en la Plaza de Toros de Bogotá cuando decenas de miles de personas consagran a Gaitán como candidato liberal a la Presidencia de la República.

El eje del discurso gaitanista era la denuncia del divorcio existente entre lo que llamaba país político y país nacional. El primero representado por una oligarquía bipartidista que concentraba la riqueza, el poder y la cultura mientras que el país nacional, la gran masa de colombianos, se debatía en la miseria. La “Restauración Moral” defendida por el candidato consistía en conquistar el poder político en beneficio de la masa marginada. Ni que decir tiene que semejante proyecto ponía los pelos de punta a conservadores y liberales moderados que veían en él la amenaza de bolchevizar el país.

Y, sin embargo, aquella “bolchevización” no era otra cosa que un intento de modernizar el arcaico capitalismo nacional y de abrir la vida política a los ciudadanos sin los corsés asfixiantes a que estaba sometida.

Veamos brevemente en qué consistía el programa reformista que tantos temores despertaba entre los sectores dirigentes colombianos.

En lo tocante al problema agrario, cuya resolución se consideraba acu-ciante por ser uno de los principales motores de la Violencia, se subrayaba la necesidad de limitar la extensión de las tenencias a un máximo de 1.000 Ha. y de revertir al Estado las tierras tituladas pero no explotadas por los terrate-nientes con el objeto de liberalizar la colonización campesina. Se pretendía, con esta medida, desarrollar una robusta economía agraria que sirviera de base a una democracia política real. Se marcaba también un límite por lo bajo para la propiedad rural que no debería ser inferior a 4 ha. para evitar una excesiva atomización.

La política tributaria propuesta gravaba las tierras y las rentas dejando exentas las ganancias industriales y los salarios. Se prometía nacionalizar la industria cervecera más por motivos morales que económicos (el objetivo de esta medida era luchar contra el alcoholismo muy extendido entre los secto-res populares) además se hablaba de nacionalizar también los transportes y la industria petrolera pero no se decía una palabra de la banca.

Lo más radical del programa gaitanista era la propuesta de que el gobier-no tuviera representación en los consejos de administración de las empresas privadas, no tanto para intervenir en su marcha interna como para controlar

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el cumplimiento de las leyes sociales y fiscales. Además se hablaba de que en algunas empresas (sin especificar ni número ni tipo, aunque todo parece apuntar que se trataba de la industria petrolera una vez que fuera nacionali-zada), los trabajadores participaran en los beneficios.

Se trataba, como se ve, de un proyecto nacionalista e industrialista que se asemejaba mucho a lo que defendían Perón en Argentina o Cárdenas en México y que no amenazaba al capitalismo como sistema pero si al semifeu-dalismo instalado en Colombia y, lo más inadmisible para la oligarquía, al control político que sobre el Estado tenían las dirigencias partidarias.

En las elecciones para concejales de Octubre de 1947 el liberalismo fue el partido más votado, y dentro de éste, el gaitanismo, pero su líder se encontra-ba en una tesitura complicada. Tenía votos suficientes en las Cámaras para bloquear medidas políticas propiciadas por el gobierno, pero no le llegaban para sacar adelante sus propias iniciativas pues ahí se encontraba con el voto en contra de liberales moderados y conservadores.

Desde comienzos de 1948 Gaitán venía recibiendo amenazas de muerte alentadas por la tremenda campaña de la prensa conservadora y, en parti-cular, de los diarios adictos a Laureano Gómez, quienes pintaban un apo-calíptico escenario en Colombia si Gaitán ganaba: Iglesias arrasadas, reli-giosas violadas, saqueo de la propiedad privada, asesinato de sacerdotes y militantes de derecha, persecuciones religiosas etc. Era la implantación de un régimen comunista lo que se avecinaba con todos los horrores que, en la propaganda derechista, ello conllevaba.42

El 30 de Marzo de ese año se inauguraba en Bogotá la IX Conferencia Pa-namericana en la que la delegación colombiana estaba presidida por Laurea-no Gómez en su condición de Ministro de Relaciones Exteriores. Gaitán ha-bía sido expresamente excluido. El 9 de Abril, mientras la Conferencia sesio-naba, Gaitán era asesinado en plena calle por un sicario que murió linchado por una multitud antes de confesar quien le había ordenado el magnicidio43.

42 El 21 de Diciembre de 1947 el periódico conservador y católico de Montería, EL DEBER, pedía en un artículo expresamente, la muerte de Gaitán.

43 El agresor había sido en un primer momento trasladado al interior de un droguería por dos policías, mien-tras uno de ellos trataba de ponerse en contacto telefónico con la Jefatura encontrándose con la sorpresa de que nadie atendía el teléfono (para muchos liberales fue este hecho el mejor indicio de que tras el asesinato estaba el coronel Virgilio Barco, oscuro personaje de tendencias conservadoras, responsable por la policía política, la llamada POPOL) el otro, de nombre Carlos Alberto Jiménez Díaz, intentó sonsacarle al deteni-do el nombre de la persona o personas que lo habían enviado. Por toda respuesta el sicario dijo: “Ay, señor, cosas poderosas que no le puedo decir. Ay, Virgen del Carmen, sálvame”. Proceso Gaitán,Vol.IB,fol.36.Testimonio de Elías Quesada Anchique, empleado de la droguería.

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Casualmente aquel día Gaitán tenía una entrevista marcada para las tres de la tarde con un joven cubano, de nombre Fidel Castro, que se encontraba en Bogotá para asistir a un congreso de estudiantes latinoamericanos y al que había conocido unos días antes.44

La noticia se extendió rápidamente y de todos los lugares comenzaron a surgir liberales, en muchos casos armados, mezclados con sectores de la de-lincuencia local que aprovecharon los tumultos y el desorden que se implan-tó para lanzarse a saquear comercios, bancos, casas particulares, iglesias etc.

Los momentos más dramáticos de la Historia de Colombia se produjeron en los días siguientes al magnicidio. Francotiradores parapetados en cam-panarios y tejados causaron multitud de muertos y solo pudieron ser des-alojados por el ejército utilizando morteros. Se decretó la Ley Marcial y las Fuerzas Armadas fueron movilizadas utilizando tanques para restaurar el orden público lo que originó nuevas masacres. Cientos de presos comunes huyeron de las cárceles contribuyendo a extender la anarquía. La Radio Na-cional fue asaltada por jóvenes que instaban a tomar las armas y organizar juntas populares contra el gobierno mientras circulaban falsas noticias como la caída del gabinete y el fusilamiento del Presidente y los más odiados diri-gentes conservadores. Los aterrados diplomáticos presentes en la Conferen-cia Panamericana debieron ser trasladados con urgencia a un cuartel para garantizar su seguridad en medio del incendio de docenas de edificios.

El 9 de Abril se abría una nueva y más sangrienta etapa de la Violencia en Colombia que se prolongaría durante década y media y que causaría dece-nas de miles de muertos.

I-5 AUGE Y FIN DE LA VIOLENCIA TRADICIONAL

Diversos factores contribuyeron a que el país entrara en un proceso de guerra civil no declarada a la que no se veía final:

- La unanimidad religiosa en torno al catolicismo que negaba toda pluralidad y aún la perseguía lo que concedía un extraordinario po-der a la Iglesia por encima de las propias instituciones del Estado y que, en vez de ser utilizado para apaciguar los espíritus, fue un arma a favor de un partido, el Conservador, en quien el clero veía el instru-mento para garantizar y ampliar sus privilegios. La Violencia tuvo en Colombia, en algunas zonas, características de guerra de religión

44 Cfr.Arturo Alape: El Bogotazo. Memorias del olvido. Fundación Universitaria Central, Bogotá,1983

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atizada por los párrocos, y aún por algún obispo45.

- La guerra fría con su mensaje anticomunista que convertía a la re-presión sobre la izquierda en un combate justificado del bien contra el mal. Los sectores gomecistas alentaron el peligro bolchevique, la hidra roja, identificada con el gaitanismo, sus aliados y los sectores reformistas del liberalismo.

- El latifundio que provocaba continuas tensiones en las zonas rurales agravadas por el hecho de que los hacendados se aprovecharon del triunfo del ala más reaccionaria de los conservadores en las eleccio-nes de 1950, para expulsar a campesinos de sus tierras en una re-vancha patronal que incentivó la respuesta violenta de los pequeños agricultores quienes apoyaron a la guerrillas liberales hecho de ex-traordinaria importancia para el futuro pues la aparición de grupos guerrilleros como las FARC en las décadas siguientes se entronca di-rectamente con el movimiento de autodefensa campesino46

La Violencia no fue solo la expresión actualizada del tradicional conflicto interpartidario sino que se dirigió, en el modelo económico que se había im-plantado a mediados de los cuarenta, contra el sindicalismo y la izquierda en general. El Estado se había convertido en garante de un proyecto desarro-llista basado en altas tasas de acumulación de capital en beneficio del em-presariado. En estas condiciones un sindicalismo reivindicativo se convertía en una amenaza que no podía ser tolerada y que debía ser destruida, así que mientras el gobierno actuaba contra las organizaciones de trabajadores, se fortalecían las asociaciones patronales de industriales, banqueros, cafeteros y hacendados dándose la paradoja de que la economía iba viento en popa al mismo tiempo que, durante dos décadas y sin interrupción, los colombianos se dedicaban a matarse mutuamente. El país se desangraba lo que no impi-dió que en la década de los cincuenta la tasa del PIB creciera a un ritmo del 6,6% anual.

El asesinato de Gaitán había encendido todas las luces de alarma. La cú-

45 El de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, dos meses después del asesinato de Gaitán, en plena procesión del Sagrado Corazón, incitó a la revuelta y al aniquilamiento de los liberales a los que hizo responsables de los desmanes del Bogotazo e insistiendo en que no se podía ser al mismo tiempo liberal y católico. Esta actitud no fue excepcional y en el semanario católico EL DERECHO, el mismo Monseñor, en vísperas de las elecciones de 1949, publicó un artículo incendiario en primera página titulado: “Con-servadores de todo el país, a armarse”.Y no de razones, precisamente. Ver Benjamín Haddox: Sociedad y Religión en Colombia. Ed. Tercer Mundo, Bogotá,1965

46 Medófilo Medina: El Siglo XX colombiano: Las alternativas de la paz y de la guerra en Manuel Alcántara y Juan Manuel Ibeas (Eds.):Colombia ante los retos del Siglo XXI. Desarrollo, Democracia y Paz. Ed. de la Universidad de Salamanca, 2001.

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pula liberal, inicialmente inclinada a exigir la dimisión del Presidente Os-pina, temiendo que la situación se descontrolara totalmente, prefirió llegar a un acuerdo con los conservadores para integrar un gobierno bipartidista. Se trataba de mantener el status quo político a toda costa para evitar que el “inepto vulgo”, como denominaba a los sectores populares el oficialismo li-beral, tomara el poder47

Sin embargo el clima político estaba demasiado deteriorado como para establecer una coalición liberal-conservadora como si no hubiera pasado nada. En el Parlamento la mayoría estaba en manos de los liberales y no eran infrecuentes las balaceras con el resultado de diputados muertos y heridos. La Violencia se había trasladado a las Cámaras como reflejo de lo que ocurría en el país. La táctica empleada era la de la permanente provocación al go-bierno aprobando leyes inviables. La más desatinada de todas fue crear una policía a las órdenes del Congreso. A pupitrazo limpio, arrojándose unos y otros las curules a la cabeza, los liberales impusieron una reforma electoral en medio de una refriega espantosa, emitida en directo por las emisoras de radio, por la que se adelantaban los comicios presidenciales en siete meses. Ospina declaró inconstitucional la reforma. Las Cámaras volvieron a apro-barla y poco después el Presidente declaró el estado de sitio, disolvió el Par-lamento y dictó un drástico paquete de medidas sobre orden público. La quiebra definitiva de la Unión Nacional se produjo cuando la policía entro en la Casa Liberal de Cali y asesinó a sangre fría a 24 personas allí presentes en octubre de 1949. Ese mismo mes los conservadores proclamaron candi-dato a la presidencia al ultrarreaccionario Laureano Gómez, llamado por los liberales “El Monstruo” y que se encontraba refugiado en España a donde había huido después del asesinato de Gaitán.

Los liberales consideraron que en aquellas circunstancias no podían pre-sentar su propio candidato y se retiraron de las elecciones. Con el solitario voto conservador salió elegido en noviembre Gómez. Su primer gesto fue declarar la organización de un Estado Corporativo que nunca llegó a concre-tarse. Era una declaración de guerra abierta al liberalismo.

En ese año hubo en Colombia 18.500 víctimas de las luchas políticas. En 1950 su número ascendió a más de 50.000; en 1951 bajó la cifra a 10.300 muer-tos; 13.250 en 1952 y 8.600 en 1953.

47 El racismo de las clases dirigentes les llevaba a calificar a Colombia de “país de cafres” en donde era in-viable cualquier política civilista. Obviamente ningún miembro de estas clases estaba dispuesto a asumir ni en público ni en privado su responsabilidad por lo que estaba ocurriendo. La culpa era de la indiada, de los comunistas y de los campesinos ignorantes.

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Es necesario tener en cuenta la magnitud del fenómeno. En seis años, de 1948 a 1953, el balance es de 140.000 víctimas. Si tenemos en cuenta que en el último año la población de Colombia rozaba los 15 millones de habitantes significa que en ese periodo murió violentamente el 1% de la población lle-gando en regiones como Caldas y el eje cafetero al 4% de la población mien-tras que en Bogotá y el Cauca estuvo por debajo del 0,3%48.

Algunos investigadores distinguen tres subfases desde 1949 a 1953: En la primera (1949), la resistencia tomó la forma de una lucha interpartidaria por la hegemonía del poder político y repitió esquemas de las guerras civiles precedentes. Los campesinos no luchaban por sus propios intereses sino por los de sus jefes políticos, bien fueran locales, regionales o nacionales. La cé-lula de combate y organización fue la cuadrilla.49

En la segunda fase (1950-1952), los elementos puramente partidistas no desaparecieron pero aparecen algunos rasgos originales llamados a tener importancia en el futuro. Estos rasgos fueron el protagonismo que comenzó a tomar el Partido Comunista y la escisión de las guerrillas liberales de la Orinoquía (Los Llanos). En el sur del Tolima, con gran tradición de luchas campesinas por la propiedad de la tierra, el PC puso en práctica la llamada “autodefensa de masas” grupos armados que defendían las comunidades rurales de las incursiones de la policía conservadora y que poco después evolucionaron a guerrillas. Este hecho supuso un salto cualitativo muy im-portante para los comunistas que calificaban a las guerrillas liberales ante-riores de “tendencias anárquicas y conspirativas”. En Los Llanos, la guerrilla liberal impuso una especie de tributo de subsistencia que debían pagar los ganaderos ricos. Entre éstos se incluían muchos liberales que no estaban dis-puestos a tolerar tal despojo. Como los hacendados pasaron a considerar a los guerrilleros simples bandidos y éstos, a su vez, se apoyaban en los pe-queños campesinos perseguidos por la policía y el Ejército al servicio de los conservadores, se produjo la ruptura en el seno del liberalismo y la natura-leza del conflicto cambió: No se trataba ya de una guerra civil entre liberales y conservadores sino de una lucha de clases entre campesinos pobres y ricos hacendados fueran éstos conservadores o no.50

48 Paul Oquist: O.C. en Nota 4149 Entre otros defienden, con matices, esta división Gonzalo Sánchez, Steffen Schmidt y Pierre Gilhodés.50 Sobre la evolución del PC desde un infatigable pacifismo a la lucha armada ver Medófilo Medina: Historia

del Partido Comunista de Colombia. Editoral Suramericana, Bogotá, 1981. Para el caso concreto de las guerrillas del Tolima: James Henderson: Cuando Colombia se desangró. Historia de la Violencia en el To-lima . El Ancora Editores, Bogotá, 1984. Sobre los conflictos en Los Llanos la ya citada obra de Eduardo Francisco Isaza (Nota 38)

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La tercera fase (1953) representó el intento de una coordinación nacional de todos los grupos armados contra el gobierno de Gómez que en este mo-mento no llegó a cuajar porque el anuncio del Presidente de una reforma constitucional para crear el Estado Corporativo provocó un acercamiento de la fracción legalista del conservadurismo a los liberales y el golpe de estado del General Rojas Pinilla del 13 de junio de ese año.

La presidencia de Gómez, ignorada por sus contrincantes liberales y sos-tenida por un partido minoritario internamente dividido, resultó muy agita-da. El Presidente no pudo ejercer el cargo desde fines de 1951 al sufrir un sín-cope cardíaco que le obligó a delegar el cargo en Roberto Urdaneta Arbeláez. Que un abierto simpatizante del fascismo y del falangismo llegara al poder en Colombia en este momento solo se entiende porque para la Secretaría de Estado norteamericana, resultaba más fiable un ultraconservador que un re-formista de corte gaitanista. Gómez, por su parte, trató de lavar su imagen y de aproximarse a Estados Unidos, de cuya política con Latinoamérica había sido, años atrás, un ardoroso crítico, enviando tropas y navíos, el Escuadrón Colombia y la fragata Almirante Padilla, a participar en la guerra de Corea.

Colombia fue el único país latinoamericano que tomó parte en este con-flicto como Brasil había sido el único en participar en la Segunda Guerra Mundial. En ambos países el efecto de esta participación fue el mismo: Re-sultó una experiencia de combate técnicamente modernizadora aunque en Colombia se manifestó inadecuada para aplicarla a la guerra de guerrillas, pero marcó las tendencias futuras que se darían en las Fuerzas Armadas en materia ideológica. El argumento de “defender la civilización cristiana” em-pleado por Gómez para justificar el envío de tropas a Asia acabó siendo inte-riorizado por los militares que lo emplearon igualmente cuando se trató de reprimir a las guerrillas marxistas de los años sesenta.

El gobierno no envió a Corea una tropa de voluntarios sino más bien de semiforzosos que, en el caso de la oficialidad, afectó especialmente a los que simpatizaban con el liberalismo. De esta manera se pretendía mantener en Colombia un ejército con mandos de confianza que pudieran actuar sin es-crúpulos contra las guerrillas liberales y comunistas.

Los conservadores no estaban preocupados por la represión aunque ya no contaban con el apoyo incondicional de la Iglesia51, al menos de toda, pero

51 La máxima jerarquía eclesiástica de Colombia, el Arzobispo Primado de Bogotá, venía manifestándose a favor de una pacificación de la vida política. En esa línea contaba con el apoyo de los titulares de las archi-diócesis del país (Cali, Medellín, Popayán etc.) y de los jesuitas. El principal escollo estaba en los obispos de las pequeñas diócesis y en los párrocos rurales que vivían los conflictos interpartidarios con espíritu de cruzada.

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sí les alarmaba el proyecto, profundamente reaccionario, de reforma consti-tucional de Gómez que pretendía retrotraer la situación política a la época de Núñez. En 1952, un año antes de las elecciones presidenciales, Mariano Ospina, líder del ala legalista del conservatismo, se postuló para candidato a la Presidencia por su partido, Gómez lo vetó de inmediato porque lo consi-deraba demasiado proclive a llegar a acuerdos con sus rivales políticos. Los conservadores se escindieron. El sector ospinista comenzó a acercarse a los liberales cuyos principales líderes estaban en el exilio. Unos y otros pasaron a cortejar a los militares a los que veían como únicos capaces de pacificar el país. Pero esa pacificación pasaba, necesariamente, por el alejamiento de Gómez y la imposición temporal de un gobierno militar.

En este contexto aparece la figura del General Gustavo Rojas Pinilla, hom-bre enfrentado a Gómez y que, en los dos primeros años de su presidencia, estuvo destinado en Washington.

Cuando Gómez se lanzó a la reforma constitucional no se dio cuenta de los límites de su política. Podía hacer en la medida en que no chocara con los intereses de la oligarquía. Un Estado Corporativo no era deseado por los liberales ni por parte de los conservadores. La República Oligárquica, tal como venía funcionando, henchía las aspiraciones de unos y otros, espe-cialmente en lo que se refiere a las cúpulas dirigentes, y no veían razones de peso para hacer cambios en ningún sentido. De hecho, la mayor parte de los grupos dominantes prefería un breve y controlado periodo de poder militar que permitiera llegar a algún tipo de pacificación antes que un régimen que polarizara todavía más las posiciones e hiciera peligrar el status de privilegio de que gozaban. En este ambiente se fraguó un golpe de estado protagoni-zado por Rojas Pinilla que estalló el 13 de junio de 1953 y que expulsó del poder a Gómez quien solo contaba con el apoyo de sus partidarios en el seno del Partido Conservador. La propia Iglesia y las agrupaciones empresariales prefirieron avalar los hechos y abrir una nueva etapa, o lo que se creía como tal, en la Historia del país.

El programa del Gobierno rojista era sencillo:”No más sangre, no más de-predaciones, paz, justicia y libertad para todos”. Tales enunciados les sona-ban a los liberales a música celestial. Eran ellos los que más habían sufrido durante los años anteriores y los que habían visto caer a los principales líde-res reformistas. Las primeras disposiciones del nuevo Gobierno incluían in-dultos y amnistías para presos políticos y guerrilleros en armas y libertad de prensa, aunque dentro de un acuerdo con los directores de los diarios que se comprometían a rebajar la tensión política renunciando a publicar soflamas demagógicas e insultos. Pero mientras que los partidos tradicionales veían

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en Rojas a un general que ocupaba temporalmente el poder por razones de excepcionalidad política, éste pretendía consolidarse y desde el primer mo-mento comenzó a preparar la reelección al margen de liberales y conser-vadores al mismo tiempo que, con el argumento de la “responsabilidad de la prensa”, instituyó nuevas formas de censura a través de un organismo estatal creado al efecto: La ODIPE (Oficina de Información y Propaganda del Estado).

Rojas adaptó un vocabulario que haría fortuna decenios después en lati-tudes fronteras: Definía al Estado como “cristiano y bolivariano”, conceptos muy etéreos que no significaba demasiado. El aspecto cristiano venía dado por una estricta adhesión a los ideales de Jesucristo y el bolivariano por la aplicación del pensamiento de Simón Bolívar. Todo ello no sería más que retórica hueca combinada con una política populista al estilo de la vigente en otros lugares de Latinoamérica en aquella década de no ser porque tuvo consecuencias prácticas. El convencional catolicismo de Rojas le llevó a una estrecha colaboración con la Iglesia que no percibió en absoluto el cambio del gomecismo al rojismo52. En cuanto al bolivarianismo se reducía a una fór-mula muy vaga. Bolivariano significaba patriota, valiente, leal y sincero, a lo que nadie iba a oponerse, pero tenía otras connotaciones: El pensamiento de Bolívar superaba los estrechos límites de los partidos los cuales debían someterse a los intereses superiores de la unión nacional y la reconciliación. El propio Rojas interpretaba cuando la política partidaria no se atenía a esta subordinación y, por lo tanto, debía ser reprimida o neutralizada.

Las medidas pacificadoras de Rojas tuvieron un inicial éxito. Muchos grupos de la guerrilla liberal se desmovilizaron y entregaron sus armas, sin

52 Pero si lo percibieron los grupos protestantes que vieron frenado su proselitismo y sus actividades públicas y restringidas sus escuelas, además de perseguidos. Ver Silvia Galvis y Alberto Donadio: El Jefe Supremo. Rojas Pinilla en la Violencia y en el poder, Hombre Nuevo Editores, Medellín,2002. La Iglesia Católica colombiana venía manteniendo desde hacía muchos años una particular guerra contra las comunidades protestantes, que apoyaban a los liberales. Un conocido sacerdote bogotano Juan Jaramillo Arango, miem-bro del Comité Nacional de Defensa de la Fe, escribía en el órgano oficial de la Curia Metropolitana de Bogotá: “Los católicos que apoyen la libertad de culto son traidores a su fe y a su patria. Los católicos estamos en la absoluta obligación de luchar contra las sectas protestantes o caerá sobre nosotros el ana-tema de Cristo” (EL CATOLICISMO, 23-V-1952).Con tales doctrinas no era de extrañar que el clero bajo se considerara legitimado para organizar actos de violencia contra las instituciones de los protestantes. En más de una ocasión tuvo que expresar sus quejas el Embajador de Estados Unidos e incluso miembros de la jerarquía católica norteamericana como el Arzobispo de Washington Patrick O´Boyle exigieron en vano un cambio de política al Cardenal Crisanto Luque Primado de Colombia. O´Boyle ya se había manifestado anteriormente contra la inflamada oratoria de algunos obispos colombianos como el de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes quien invitó en carta pastoral “al exterminio de todos los anticatólicos de Colombia”.Informe del Embajador de Colombia en Washington, Cipriano Restrepo Jaramillo, al Ministro de Relacio-nes Exteriores Juan Uribe Holguin, 21-I-1952, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores

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embargo los liberales no fueron llamados a compartir el poder. No dejó de resultar sorprendente que el gobierno estuviera integrado, en lo referente a sus componentes civiles, por un 100% de políticos conservadores mientras que los liberales debieron conformarse con ocupar cargos diplomáticos con lo que algunos de sus más destacados líderes fueron enviados al exterior

En 1954 una Asamblea Nacional Constituyente elegida de manera poco democrática (la mayoría de sus integrantes eran conservadores) investía a Rojas como Presidente por un cuatrienio. Sin embargo a mediados de ese año se hacían ya evidentes los primeros síntomas de desencanto. La oposi-ción al régimen militar-conservador comenzó a percibirse en la universidad. El 9 de junio una manifestación estudiantil, que protestaba por la muerte a manos de la policía de un alumno de la Universidad Nacional, acabó disuel-ta a balazos con el resultado de 13 manifestantes muertos y un gran número de heridos de diversa consideración. Mientras que los estudiantes liberales pusieron en marcha, como respuesta, la FUC (Federación Universitaria Co-lombiana) de donde saldrían muchos de los futuros líderes políticos de los años sesenta y setenta, el directorio del Partido Liberal se solidarizaba con el Presidente en la esperanza de ser llamados a formar parte del gobierno. Pero era una vana esperanza, en 1955 estaba claro que Rojas no tenía el menor interés en llamar a los liberales, más aún, el Presidente, gran admirador de Perón, pretendía montar su propia fuerza política, el Movimiento de Acción Nacional, llamado Tercera Fuerza, y su propio sindicato, la CNT que adop-tó rápidamente el discurso de la tercera vía (ni capitalismo ni comunismo). Como la Iglesia controlaba el principal sindicato del país, la UTC (Unión de Trabajadores Católicos), la aparición de la nueva organización bajo el auspi-cio oficial, provocó las iras del clero que, en boca del Arzobispo de Bogotá, pasó a calificar a la CNT de “anticatólica y peronista” lo que para la mayor parte del episcopado latinoamericano de la época, eran sinónimos53. Para congraciarse con la Iglesia, Rojas recrudeció su persecución a protestantes y comunistas, pero el mal ya estaba hecho. Por su parte la prensa liberal, la más leída del país, pasó a la ofensiva lo que llevó al gobierno a cerrar tem-poralmente dos de los más importantes rotativos liberales de Bogotá: EL TIEMPO y EL ESPECTADOR si bien se les permitió luego salir de nuevo con otros nombres.

Lo que Gabriel García Márquez (que trabajaba en esos años como redactor de EL ESPECTADOR) llamó “dictadura militar y folklórica”54 estaba mos-

53 Ver Benjamín Haddox: O.C. en Nota 4554 Gabriel García Márquez: Prólogo a Relato de un Náufrago. Ed.La Oveja Negra, Bogotá, 1987.Fue la pu-

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trando su cara más siniestra debido al aumento de la oposición política. El 29 de enero de 1956 se celebraba en la Plaza de Toros de Bogotá una corrida a la que asistía la hija del Presidente, María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, popularmente conocida como “La Capitana” por su afición a vestir unifor-mes militares. En la misma corrida estaba el jefe de la oposición, el liberal Alberto Lleras Camargo. Mientras éste recibía una gran ovación del público asistente, María Eugenia fue abucheada clamorosamente cuando el torero le brindó la faena. El 7 de febrero hubo otra corrida para la que el gobierno adquirió un considerable número de entradas distribuidas entre agentes de policía quienes, vestidos de paisano y mezclados entre el público, debían provocar una contramanifestación favorable a Rojas. Lo que se organizó fue una monumental pelea entre los agentes y el público antirrojista que acabó con ocho muertos y cientos de heridos. Los incidentes de la Plaza de Toros hicieron crecer la soledad del régimen. A los liberales, comunistas y conser-vadores gomecistas se unieron la Iglesia y los empresarios. La política econó-mica de Rojas también había conseguido su cosecha de enemigos. En primer lugar los cafeteros experimentaron una subida de impuestos aprovechando el auge de los precios del café en 1954 (1US$/libra, el mayor obtenido hasta entonces), aunque la medida duró dos meses fue suficiente para extender la desconfianza entre los grandes productores. En segundo lugar la política liberalizadora del comercio exterior estaba produciendo un creciente défi-cit en la balanza de pagos que si en 1954 ascendía a 2,4 millones de US$ en 1957 era ya de 105,655. La economía en su conjunto entró en una fase recesiva que llevó a tomar medidas como la flotación del peso con respecto al dólar (en realidad una fortísima devaluación), la reducción del gasto público o un drástico (e inútil) control de precios para frenar la inflación que ya era de dos dígitos.

En 1956 liberales y conservadores gomecistas se habían unido contra Rojas en el llamado Pacto de Benidorm. Cómo los antiguos y encarnizados rivales protagonizaron un acercamiento que llevaría a la caída del rojismo es un he-cho que solo puede explicarse por el temor que en ambos grupos despertaba el discurso antioligárquico del Presidente, sus deseos de perpetuarse en el cargo y la sed de venganza del propio Gómez quien deseaba ajustar cuentas con el militar que lo había derrocado y con la fracción del conservatismo que apoyara el golpe. Ciertamente la retórica de Rojas no representaba una

blicación de este trabajo, de la autoría del Premio Nóbel, lo que provocó el cierre del periódico liberal a petición de la Marina.

55 Jesús A. Bejarano: La Economía en Jaime Jaramillo Uribe (Dir.): Manual de Historia de Colombia, T. III Ministerio de Cultura/Tercer Mundo Editores, Bogotá,1999

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amenaza real para los tradicionales dueños del poder, pero Gómez, que se creía su propia oratoria y que, por lo tanto, era capaz de creer en la de los demás, veía en Rojas el fantasma revivido de Gaitán y los liberales temían las medidas populistas de apoyo a los sectores más desfavorecidos las cua-les amenazaban con privarles de uno de sus feudos electorales56. Por otra parte la política de pacificación hacía aguas por todos lados. Gómez había alentado la resistencia armada de sus fieles a través de bandas armadas con-servadoras, pero las guerrillas liberales no habían desaparecido del todo por lo que el gobierno decretó una gigantesca operación militar en la región de Sumapaz y el Tolima en 1955 dirigida contra los campesinos en armas. La intervención del Ejército provocó un éxodo masivo que afectó a poblaciones enteras y la represión incentivó una reunificación de las temidas guerrillas del Llano, justo en la zona en la que el rojismo había obtenido aparentemente un mayor éxito en su política de desarme.

El 7 de mayo de 1957 la oposición oligárquica se sintió con fuerzas para de-safiar al régimen declarando una huelga general que fue más bien un lock-out empresarial, al que se unieron la Iglesia, la banca, la prensa y los industriales secundados por los estudiantes, especialmente los de las universidades ca-tólicas que habían sido movilizados por el clero. La lucha por la “libertad” unió a los más dispares protagonistas frente a un gobierno que no era ni más ni menos dictatorial de lo que había pretendido ser Gómez y su proyecto de Estado Corporativo. En realidad lo que había movido la reacción oligárquica fue el intento de Rojas de convocar una nueva Asamblea Constituyente que prorrogara su mandato otros cuatro años lo que llevó a la fracción ospinista del conservatismo, que hasta entonces había sostenido al Presidente, a rom-per amarras con el gobierno y entrar en el pacto de Benidorm. Probablemen-te Rojas hubiera acabado su mandato de no tener la ambición de continuar, pero ni conservadores ni liberales estaban dispuestos a otro cuatrienio aleja-dos del poder, ni la Iglesia estaba en disposición de ver como se consolidaban las bases de apoyo a Rojas, ni los empresarios deseaban el fortalecimiento de sindicatos no controlados por ellos. Demasiados enemigos para combatir. Y demasiado poderosos. La cúpula castrense, temiendo una reacción oligár-

56 Rojas tuvo ínfulas de dictador y en determinados momentos de su gobierno actuó como tal protagonizan-do sangrientas represiones pero también fue un hombre preocupado por mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos lo que se reflejó en sus inversiones en infraestructura social, vivienda popular, salud y educación, construcción de carreteras y caminos en áreas aisladas o entrega de tierras a los damnificados por la violencia partidaria. Además concedió a las mujeres el derecho al voto que no se ejercería durante su mandato al no convocar elecciones. Colombia fue el penúltimo país de Latinoamérica en el que se tomó tal medida. Con anterioridad ni conservadores ni liberales se preocuparon en exceso por el tema. Estas disposiciones resultaron importantes pero se manifestaron claramente insuficientes. Sin embargo bastaron para despertar el temor de sus rivales políticos al surgimiento de apoyo popular al régimen

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quica que afectara a las Fuerzas Armadas, recomendó discretamente a Rojas que dimitiera y éste, aceptado el consejo, renunció a la Presidencia el día 10 nombrando una Junta Militar para sustituirlo. El Segundo Libertador, como se le había llamado por los que lo encumbraran en 1953 (los mismos que lo echaron en 1957) se había convertido en la bestia negra sobre la que cargar la responsabilidad de todos los errores de la política colombiana lo que se verá más claramente en el juicio político que se le seguiría en el Senado de la República algún tiempo después.

La Junta Militar que llega al poder el 10 de mayo no tenía intenciones de perpetuarse en el poder. Las Fuerzas Armadas temían el desgaste del ejer-cicio político y solo aspiraban a mantener la paz ciudadana mientras no se celebraban las elecciones previstas para 1958. Entretanto, en España, conti-nuaban las conversaciones entre los líderes de los dos partidos tradicionales que culminaron el 20 de julio en el llamado Pacto de Sitges que dio nacimien-to al Frente Nacional.

Pocos temas se han debatido más en Colombia que este gran acuerdo de liberales y conservadores que a lo largo de 16 años estaría vigente en el país57. La historiografía colombiana se ha dividido entre los que consideran este pe-riodo como el primer y único intento serio de acabar con la violencia política endémica y los que defienden la idea de que, al cerrarse el campo político a la participación de otros grupos, se transfirió la violencia hacia el terreno del conflicto ideológico al mismo tiempo que la participación democrática se vio reducida y la propia democracia quedó limitada. No es baladí este debate porque el rechazo al Frente Nacional ha legitimado la insurrección armada al mismo tiempo que esta etapa pasó a convertirse en el comodín responsable de casi todos los males del país. No han sido pocos los méritos de esta expe-riencia (estabilidad económica y política) pero tampoco se careció de zonas sombrías y no fue la menor el monopolio del poder ejercido por los partidos tradicionales con exclusión explícita de los demás lo que llevó a los grupos extremistas a escoger, al margen del sistema, la vía de la violencia.

Efectivamente, el Pacto de Sitges, firmado entre Gómez y Lleras por un periodo de vigencia de 12 años, restablecía “el equilibrio de los (dos) parti-dos en los cuerpos colegiados”, es decir, conservadores y liberales se alter-

57 Recientemente han aparecido diversos trabajos sobre el Frente Nacional como los de Daniel Pécaut (Vio-lencia y Política en Colombia. Ensayos sobre el conflicto colombiano. Ed. Hombre Nuevo, Medellín, 2003),Arturo Sarabia (Reformas políticas en Colombia, Ed. Norma Bogotá, 2003),José Antonio Ocampo (Entre las reformas y el conflicto, Ed. Norma Bogotá, 2004), Andrés Dávila (Democracia pactada, Unian-des Bogotá, 2002) etc., pero la obra clásica para conocer el funcionamiento del sistema sigue siendo la de Mario Latorre (Elecciones y partidos políticos en Colombia, Uniandes, Bogotá,1974)

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narían en la presidencia de la República durante tres mandatos y los tres poderes públicos (Gobiernos, Asambleas y Magistraturas) se distribuían por mitades en todos los niveles territoriales. Si por una parte este sistema frena-ba la hegemonía de uno de los partidos sobre el otro, dejaba fuera de juego a los que no eran ni conservadores ni liberales. Además la recomposición del bloque de poder dejaba vencedores y vencidos dentro de los dos parti-dos: En el campo conservador la figura victoriosa será Gómez que aísla al ospinismo colaborador con Rojas; en el liberal se impuso la figura de Alberto Lleras Camargo, el otro negociador del Pacto, que margina lo que quedaba de gaitanismo y se convierte en el interlocutor de la Junta Militar, gracias a la división interna de los conservadores, con gran alivio de ésta que no sabía a quién dirigirse dentro de los partidos tradicionales para negociar la transi-ción democrática. De las conversaciones salió el acuerdo (Pacto de San Car-los) de convocar elecciones parlamentarias a comienzos de 1958 y celebrar posteriormente los comicios presidenciales.

Los colombianos acudieron masivamente a las urnas en la mayor afluen-cia electoral (era la primera vez que las mujeres ejercían su derecho al su-fragio) que recordaba la Historia del país el 1 de diciembre para ratificar el Acuerdo de Sitges que abría el camino al Frente Nacional. Hartos como es-taban de violencia, dieron un si aplastante (4.169.294 votos a favor y 206.864 en contra) a favor de un nuevo modelo que, a pesar de sus limitaciones democráticas, permitía una convivencia política pacífica o, al menos, eso se pensaba pues, en 1957, cuando se hablaba de la violencia interpartidaria se hablaba de la violencia entre conservadores y liberales. Nadie imaginaba la posibilidad de un conflicto violento protagonizada por otros grupos ideoló-gicos. Y, sin embargo, eso fue lo que ocurrió en muy poco tiempo. Y a ello contribuyó decisivamente el hecho de que, a fines de los cincuenta, las ban-das armadas campesinas se habían independizado del control político de las jefaturas partidistas y habían conseguido imponer su dominio en ciertas áreas del país al margen de las tradicionales estructuras de poder que repre-sentaban los gamonales y las élites agrarias. Esta pérdida del control sobre las zonas rurales fue otro factor importante que influyó en el acuerdo políti-co entre los “doctores” de ambos partidos.

Una vez definido el campo institucional se abría otra batalla política en dos frentes: Uno interno: La batalla por los distintos (y numerosos) cargos políticos y administrativos que se repartían paritariamente los dos partidos y cuyo resultaba indicaría a las claras que fracción controlaba la mayoría de cada una de las dos agrupaciones. Otro externo: La elección del Presi-dente de la República que no quedaba en exclusiva al albur del electorado

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pues, previamente, los candidatos oficiales debían pasar el filtro del común acuerdo de las cúpulas liberal y conservadora. Es decir, ningún candida-to podía ser considerado hostil por el otro partido. La división interna del conservatismo llevó a Gómez y a sus seguidores a prorrogar el Acuerdo de Sitges proponiendo la ampliación del mismo a 16 años en vez de los 12 ini-ciales (lo que fue aceptado por los liberales) y a adherirse al candidato del liberalismo para la Presidencia, Alberto Lleras Camargo, buen negociador, avezado político que mantenía un gran apoyo popular, con notable expe-riencia en las lides internacionales (había sido Secretario General de la OEA) y muy bien visto por los norteamericanos. En las elecciones celebradas el 4 de mayo, el candidato frentista venció por 2.482.948 votos frente a los algo más de 600.000 recibidos por su oponente el candidato conservador antigo-mecista Jorge Leyva58.

Como era de esperar, el Frente Nacional no colmó las aspiraciones de los colombianos pero algunos avances se le deben reconocer. La Violencia, tal como hasta entonces se había concebido, llegó a su fin. Para acabar con las partidas armadas se utilizó el palo y la zanahoria como en tiempos de Rojas: Se aplicó una amnistía a los que entregaran las armas y se empleó la fuerza militar para combatir los grupos más rebeldes. Al mismo tiempo se implicó a las Fuerzas Armadas en un programa de construcción de carreteras, escuelas y clínicas atendidas éstas por médicos militares. La pacificación no se consi-guió de la noche a la mañana pero la tasa de muertos por razones políticas se redujo muy notablemente y las cifras oficiales de víctimas (nunca superiores a los 3 dígitos) suministradas bajo el mandato de Lleras se atribuían a ban-das criminales que, responsables por atroces crímenes en la etapa anterior, se quedaron de pronto sin padrinos en las altas y medias esferas del poder y, te-merosos de posibles represalias si se entregaban, prefirieron continuar con su actividad de matar por matar solo que ahora sin el paraguas de los políticos.

El regreso de la libertad religiosa y la pérdida de influencia de la Iglesia fue otra de las consecuencias positivas de la restauración democrática. Aun-que el clero cedió terreno en la educación y se levantaron las restricciones a los grupos protestantes, los obispos prefirieron no entrar en colisión con los gobernantes ni oponerse tajantemente en asuntos como la planificación familiar que tocaba aspectos de la moral católica. Por primera vez desde la Independencia la cuestión religiosa dejaba de ser motivo de conflicto entre los colombianos.

58 Antes de las elecciones hubo un intento de golpe de Estado de inspiración rojista protagonizado por un grupo de oficiales que encabezaba el coronel Hernando Forero, un fanático con pretensiones mesiánicas, quien, tras su fracaso, acabó refugiado en la Embajada de El Salvador.

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Los gremios empresariales decidieron apoyar en los aspectos fundamen-tales a los diversos gobiernos del Frente y a los que vinieron después. No hubo un enfrentamiento como el ocurrido en la época de López Pumarejo y, tanto industriales como cafeteros, pasaron a desempeñar papeles más dis-cretos en el escenario político. El empresariado tomó conciencia de que en la nueva etapa que se abría al capitalismo local, la herramienta clave para el éxito de los negocios era la buena relación con el poder político. Como ha señalado Edgar Revéiz, muchas de las grandes fortunas colombianas no se crearon desde la sociedad civil sino desde el control del Estado. Y los gran-des conglomerados y las asociaciones empresariales hicieron de la negocia-ción política para obtener privilegios en el mercado, su fuente principal de riqueza.

También los conflictos laborales quedaron en un segundo plano. En parte debido a la rápida expansión urbana que se experimenta en Colombia desde los años sesenta, en parte a la autocensura de la prensa que no informa-ba sobre ellos, en parte a que el nivel de agremiación era bajísimo (aunque entre 1959 y 1965 el número de obreros sindicalizados pasó de 250.000 a 700.000 aumentando casi un 200%, en relación a la población ocupada, su proporción figuraba en los últimos lugares en Latinoamérica). Todavía debe-mos añadir la crisis de los sindicatos tradicionales, las disputas internas y la aparición de confederaciones independientes de base regional y controladas mayoritariamente por la izquierda. Pero pasar desapercibidos no significa ser inexistentes. De hecho en los primeros años del Frente Nacional se mul-tiplicaron las huelgas de la clase media, pequeños empresarios, trabajadores urbanos y, obviamente, estudiantes. Estos conflictos irán en aumento en los años siguientes conforme se incremente y radicalice la militancia ideológica de los trabajadores (por ejemplo los combativos gremios de los bancarios, de los empleados de los transportes públicos o de empresas como Avianca).

La política económica de estos años se caracterizó por un intervencionis-mo estatal sin precedentes debilitando considerablemente el laissez faire so-bre el cual se había apoyado hasta entonces el proceso de acumulación de ca-pital en el país. Los sucesivos gobiernos frentistas cooptaron a los dirigentes comunales poniéndolos en la nómina del Gobierno. También se hicieron a las masas concesiones económicas (ya que no políticas) en forma de servicios públicos subsidiados y control de precios sobre productos de primera nece-sidad además de fuertes inversiones en educación y salud. El giro interven-cionista recibió el apoyo del Gobierno Kennedy para quien Colombia pasó a ser en poco tiempo el escaparate oficial de la Alianza para el Progreso. La expansión del gasto público se apoyó sobre todo en la reforma del impuesto

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al consumo con lo que fueron los sectores menos privilegiados (la inmensa mayoría de la población) quienes acabaría por pagar tanto el crecimiento del presupuesto como los déficits fiscales y la creciente deuda externa a la que se acudió para llevar a cabo la ambiciosa política de infraestructuras y creación de empresas públicas. Al final de la década de los sesenta la deu-da externa acumulada representaba el 30% del PIB, triplicando los ingresos anuales por exportaciones59. Sin embargo, al depender del crédito externo (europeo y norteamericano) para financiar obras públicas, éstas, acababan por licitarse en beneficio de empresas de los países de donde venía el présta-mo con lo cual las empresas nacionales se beneficiaron poco de la inversión estatal y cuando la hacían era en posición de subsidiarias. A pesar de lo cual no hubo una actitud nacionalista por parte del empresariado tal vez porque era consciente de la necesidad de asociarse con grupos poderosos para ac-ceder a capital y a tecnología. Atraídos por los bajos costes de la mano de obra, importantes empresas norteamericanas y europeas se establecieron en Colombia (más bien como ensambladoras que como fabricantes) para aten-der tanto a las necesidades de un mercado interno en fase expansiva como para utilizar el país de plataforma desde donde exportar a los países vecinos.

El FMI presionó a Lleras para realizar una devaluación del peso y así combatir el déficit comercial bajando la moneda nacional de 6,65/US$ en 1960 a 9/US$ en 1963. Lleras se resistió a las presiones fondomonetaristas, atado como estaba a las estrechas limitaciones del pacto político bipartidista que impedían ajustes drásticos de la economía, pero debió devaluar final-mente en un marco de crisis económica que llevó a una suspensión temporal de las subvenciones a los productos de primera necesidad y a los transportes públicos con lo que la inflación se disparó llegando en 1963 al 27,2% (5,2% en 1960).

En política interna el principal acontecimiento del primer gobierno fren-tenacionalista fue el juicio político del ex dictador Rojas Pinilla.

En 1958 Rojas regresó del exilio y de inmediato fue convocado por el Se-nado de la República, como máximo órgano judicial para los ex Presidentes, acusado de manejos ilícitos durante su administración. La enorme documen-tación aportada para demostrarlos no consiguió impedir que el general sa-liera bien librado pues, aunque se le condenó exclusivamente a la pérdida de sus derechos políticos sin penas de cárcel o de multas pecuniarias, tal sentencia fue revocada por la Corte Suprema que le devolvió la plenitud de

59 Alberto Musalem: Dinero, inflación y balanza de pagos. La experiencia de Colombia en la posguerra. Banco de la República, Bogotá, 1971.

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sus derechos de ciudadano lo que le permitió en breve tiempo volver a la ac-tividad política fundando un partido, la Alianza Nacional Popular (ANAPO) especie de negativo del Frente Nacional pues en él se integraron, en primer lugar, liberales y conservadores disidentes. Ciertamente buena parte de las explosivas acusaciones que se le hicieron a Rojas eran infundadas o exage-radas, más hechas para ocupar titulares periodísticos que para pretender condenarlo, pero al margen del espectáculo mediático y de un cierto resenti-miento político, muchos altos cargos de la administración Lleras eran viejos colaboradores del régimen rojista y no tenían el menor interés en que hubiera mayores honduras en la investigación ante el temor de aparecer implicados, y lo que resultó definitiva mano de santo fue el anuncio hecho por Rojas de hacer públicos documentos de los servicios de información militar sobre el asesinato de Gaitán que obraban en su poder. El temor, nada injustificado, de que de repente aparecieran involucrados con pruebas tangibles persona-jes como Laureano Gómez y otros jerifaltes conservadores, y que los fiscales pasaran a la condición de reos, sirvió para darle una salida rápida al juicio.

I-6 ORIGEN Y DESARROLLO DE NUEVAS MODALIDADES DE VIOLENCIA

Como estaba previsto en los pactos interpartidarios firmados en Sitges, el sucesor de Lleras debía ser un conservador, El nombramiento recayó en Guillermo León Valencia un personaje que era en sí mismo el prototipo del político tradicional colombiano. Valencia nació y se educó en Popayán, una ciudad colonial que fue bastión del lealismo durante las guerras de indepen-dencia y cuya universidad se convirtió en vivero de políticos conservadores durante generaciones, era un ardiente católico, vinculado a las celebraciones de la Semana Santa de su ciudad a la que enriqueció regalándole una ta-lla, copia bastante fiel, del Cristo de la Expiración de Ruiz Gijón (el popular Cachorro de Triana) que desfila hoy en la procesión del Jueves Santo; era también hijo de un poeta de limitada calidad algunos de cuyos versos, dedi-cados a su ciudad natal, ornan las paredes del Aula Magna de la universidad payanesa. Sus despistes eran antológicos. Por ejemplo, cuando Charles De Gaulle llegó a Bogotá en visita oficial, el presidente Valencia lo recibió al pie de la escalerilla del avión con un estentóreo ¡Viva España!

Valencia fue el presidente más anodino de Colombia desde 1958, en rea-lidad llegó a la Presidencia porque había ciertas deudas con él dentro del partido ya que se vio privado de competir en su momento con Lleras y había protagonizado gestos de oposición a la dictadura de Rojas. Por otra parte en el seno del conservatismo, que seguía tan dividido en 1962 como lo estaba cuatro años antes, no había muchos candidatos que cumplieran los requisi-

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tos exigidos por el pacto interpartidario para escoger. En el poder se compor-tó como se esperaba de un conservador de su estirpe: Paralizó la aplicación de la tímida reforma agraria que había iniciado Lleras y que había concitado las iras de latifundistas y grandes cafeicultores. Sin embargo esta reforma es-taba apoyada por los Estados Unidos. En informe elaborado por la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano en 1969 se afirmaba lo siguiente.

El programa de ayuda externa de los Estados Unidos a Colombia (en el marco de la Alianza para el Progreso) ha conseguido su objetivo político básico pero ha estado lejos de cumplir los propósitos económicos y socia-les acordados por la Carta de Punta del Este.Desde el primer préstamo dentro del programa en abril de 1962, el princi-pal objetivo ha sido la estabilidad política y el mantenimiento de las insti-tuciones democráticas mediante el apoyo a la sucesión de los gobiernos del Frente Nacional. Esto se ha cumplido.Por otra parte, entre 1961 y 1967 el PIB per cápita creció a una tasa anual del 1,2% mientras que el objetivo de Punta del Este se había fijado en el 2,5%.En 1961 se aprobó una Ley de Reforma Agraria pero hasta 1967 solo ha entregado títulos de propiedad a 54.000 familias sin tierra de las 400.000 o 500.000 que hay y que crecen a una tasa anual del 10%.Aunque la re-forma agraria ha recibido algún apoyo de los Estados Unidos, el mayor énfasis de la política de ayuda norteamericana se ha dirigido a aumentar la producción para la exportación. Estos esfuerzos se han visto compensados por cierto éxito, pero hasta fechas muy recientes se han concentrado en otorgar créditos y otras subvenciones a los grandes agricultores comercia-les a expensas del progreso social rural… Prácticamente Colombia no ha comenzado a enfrentar el problema de una distribución más equitativa del ingreso y la estructura social del país permanece esencialmente sin cam-bio y cerca de dos tercios de la población no participan en los procesos de toma de decisiones en asuntos económicos y políticos”60.

En solo ocho años las esperanzas del pueblo colombiano en las posibili-dades del Frente Nacional se habían disipado casi completamente. La esta-bilidad institucional no había conseguido compensar, por si sola, la ausencia de una política de reformas en profundidad que gran parte del país estaba demandando. Este desencanto se tradujo en la enorme abstención (70%) en las elecciones presidenciales de 1966 y en la movilización en torno a la ANA-

60 Survey of the Alliance for Progress. Colombia: A case of Aid. U.S.Government Printing Office, Washing-ton, 1969.Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Bogotá

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PO de Rojas Pinilla en las de 1970. Al cerrarse los caminos de la reforma y al aparecer el Frente Nacional como un acuerdo entre políticos para repartirse cargos y prebendas, la oposición comenzó a dirigirse por otras vías.

La izquierda colombiana representada por el Partido Comunista había concentrado sus esfuerzos más en la lucha sindical que en el campo de las guerrillas partidarias. Si bien hay antecedentes del interés mostrado por los comunistas en lo referente a las guerrillas campesinas éstas se mantuvieron bajo control liberal o conservador hasta la instauración del Frente Nacional. Los acuerdos interpartidarios incluían la renuncia expresa a la práctica de la violencia lo que suponía la desmovilización de los grupos armados de resistencia. No fue tarea fácil porque, como ya indicamos con anterioridad, quedaron grupos residuales que habían hecho de la violencia un modo de vida y resultaba muy complicado integrarlos a la vida civil pacífica más aún cuando el Estado no tenía mucho que ofrecerles salvo una amnistía. Por otra parte una cosa era lo que acordaran los políticos en Bogotá y otra diferente la realidad que vivían los campesinos. El freno a la reforma agraria impuesto por el gobierno conservador de Valencia provocó el descontento del cam-pesinado con independencia de su adscripción política. Con anterioridad, la política de palo y zanahoria de Lleras había llevado a un florecimiento del bandolerismo al quedar los jefes de partidas sin cobertura partidaria. En 1964 existían por lo menos cien bandas activas compuestas por campesinos armados en lo que constituye el mayor movimiento guerrillero campesino del mundo occidental en la segunda mitad del s. XX61. Algunos de los líderes de las diversas bandas se convirtieron en héroes populares alrededor de los cuales se tejieron leyendas, canciones y consejas. Personajes como Sangre-negra, Chispas, Capitán Venganza etc. llenaron en su momento las crónicas policiales de los diarios y dejaron una larga memoria entre lo población rural como un par de decenios más tarde lo harían los antihéroes del narcotráfico aunque ahora entre la población urbana. Pero algo estaba cambiando en el escenario de las luchas campesinas. Ciertos jefes de banda intentaban dar el salto hacia la lucha revolucionaria siguiendo el ejemplo cubano, tenían con-tactos con los comunistas y estaban convirtiendo las cuadrillas en grupos de autodefensa más amplios en los que se integraba un mayor número de cam-pesinos que reclamaban la urgencia de una reforma agraria. Estos grupos to-maban el control de municipios que pasaban a funcionar como entidades in-

61 Así lo afirman Gonzalo Sánchez y Donny Meertens en Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la Violencia en Colombia. El Áncora Editores, Bogotá, 2000 (6ª Edición).Lo mismo había dicho Hobsbawn en un trabajo titulado The Anatomy of Violence publicado en 1963 en el nº 28 de la revista londinense NEW SOCIETY

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dependientes (“repúblicas”, les llamaban los políticos bogotanos) al margen de las autoridades. El gesto de rebeldía no podía ser tolerado por el gobierno en un momento en que se pretendía reforzar la presencia del Estado en todo el país y la centralización política. Una de estas “repúblicas”, Marquetalia, había pasado a ser todo un símbolo de la protesta campesina y el Presidente Valencia decidió acabar con ella de una vez por todas62. El 1º de Mayo de 1964 el Ejército recibió órdenes de tomar el municipio e imponer la autori-dad. No era una operación de rutina. 16.000 Soldados fueron enviados a la zona en una ofensiva enmarcada en el Plan LASO (Latin American Security Operation) elaborado por el Pentágono que implicaba una compleja acción cívico-militar apoyada en labores de inteligencia, propaganda y represión masiva y contundente. De hecho dos años antes se había intentado un ataque sorpresa del que el líder comunista de la zona, Pedro Antonio Marín Marín, alias Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo”, tuvo noticias lo que le permi-tió ponerse a salvo junto a 40 integrantes de su grupo guerrillero. Con estos antecedentes el gobierno conservador prefirió en esta ocasión una operación a gran escala en la esperanza no solo de aplastar la resistencia campesina sino también de capturar vivo o muerto a su jefe. Empleando aviación y artillería pesada se bombardearon los lugares donde supuestamente se ocul-taban los guerrilleros mientras que tropas de infantería asaltaban caseríos y aldeas en busca de Marulanda. Finalmente el territorio fue ocupado por las tropas con un gran número de bajas entre campesinos y combatientes pero si el objetivo principal era capturar a Tirofijo ciertamente la operación resultó un fracaso a pesar de su alto costo en vidas y dinero pues el jefe guerrillero, una vez más, se escabulló. Sin embargo el gobierno habló de un gran éxito y el propio Presidente Valencia acompañado de varios ministros visitó el territorio para poner en marcha un nuevo operativo también a cargo de los militares pero, en esta ocasión, consistente en un plan de obras públicas y vías de comunicación que permitieran romper con el aislamiento de la zona.

Entretanto, y mientras se desarrollaban los combates, los grupos insur-gentes aprobaron el Programa Agrario de las Guerrillas que con el tiempo

62 En realidad Marquetalia no era el nombre oficial de ningún territorio sino el topónimo con que Tirofijo, de-nominó a la zona que controlaba desde 1961. Tirofijo se inició en el grupo guerrillero de Charro Negro de ideología comunista y a la muerte del jefe en 1960 se convirtió en el líder de la guerrilla que operaba en el sur del Tolima. Al contrario que Charro Negro, más preocupado por luchar contra las bandas liberales que por hacer proselitismo, Tirofijo había seguido con atención la experiencia cubana y se había obsesionado con hacer de su territorio la plataforma que permitiera realizar una revolución a escala nacional. Tirofijo era asiduo lector de los libros de táctica guerrillera escritos por autores castristas especialmente el Ché. V. Alonso Moncada Abello: Un aspecto de la Violencia, Promotora Colombiana de Ediciones y Revistas, Bogotá, 1963

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pasaría a convertirse en el Programa Agrario de las FARC. Básicamente con-sistía en la exigencia de una reforma agraria radical que liquidara la pro-piedad latifundista y entregara la tierra a los campesinos garantizando las condiciones para su explotación económica63. Es conveniente señalar que este programa se aleja de cualquier reivindicación marxista-leninista sobre la propiedad colectiva o estatal de los medios de producción. De hecho los sucesivos programas económicos de las FARC se aproximan más a los de una socialdemocracia reformista que a los de un régimen comunista.

Después de la toma de Marquetalia y de las demás “Repúblicas indepen-dientes” de Riochiquito (Cauca) y El Pato (Caquetá), los núcleos campesinos más combativos se desplazaron en pequeños grupos de guerrillas móviles hacia territorios con tradición de lucha y organización agraria donde poder establecerse. A fines de 1965, cuando el panorama de la violencia en Colom-bia parecía aclararse con la derrota de la insurgencia comunista, se convocó la Primera Conferencia Guerrillera de la que nacería el llamado Bloque Sur el cual daría lugar al año siguiente, y después de la Segunda Conferencia, a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Como lo expre-só Jacobo Arenas “Ese fue el comienzo de esta pelea que se prolonga ya por casi veinte años”64.

La campaña de Marquetalia se convirtió en un punto de inflexión de la violencia política colombiana. Marca, por una parte, el final de los conflictos tradicionales de índole interpartidaria y abre una nueva época caracterizada por los conflictos de base ideológica en los que se pretende la toma revolu-cionaria del poder y la implantación de un régimen de inspiración socialista siguiendo el modelo cubano aunque con importantes matices diferenciado-res. Otro aspecto digno de tener en consideración es el hecho de que si los protagonistas de la violencia tradicional habían sido los campesinos ahora serán también gentes de clase media procedentes de las ciudades y, en mu-chos casos, con formación universitaria.

El nacimiento de las FARC fue punto de partida para otras organizacio-nes guerrilleras creadas por gentes salidas de su propio seno o relacionadas

63 Para los programa económicos y políticos de las FARC se puede consultar la página web http://burn.ucsd.edu//farc-ep/NuestraHistoria.htm. Están también contenidos en Comisión temática de las FARC-EP: FARC: El país que proponemos construir. Ed. Oveja Negra, Bogotá, 2001

64 Cuarenta, si nos referimos a la época actual. V. Jacobo Arenas: Diario de la resistencia de Marquetalia, Ed.Abejón Mono, Bogotá, 1972. Del mismo autor Cese el fuego. Una historia política de las FARC. Ed. Oveja Negra, Bogotá, 1985. Arenas, fallecido al parecer de un cáncer en 1990, ha sido uno de los más importantes ideólogos de este grupo guerrillero

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con la ideología marxista aunque no siempre vinculadas al PCC. Dirigentes del M19 como Iván Ospina o Carlos Pizarro se iniciaron como combatien-tes revolucionarios en las FARC; el movimiento armado “Ricardo Franco” fue resultado de una escisión en el grupo comandado por Marulanda y los fundadores del EPL (Ejército Popular de Liberación) también comenzaron siendo militantes farquistas.

El ELN (Ejército de Liberación Nacional) aparece un poco antes que las FARC, grupo con el que no tuvo relación. Se da a conocer públicamente el 7 de enero de 1965 con la toma de Simacota (Santander) pero sus orígenes son anteriores. Desde 1960 se había intentado articular una plataforma re-volucionaria inspirada en el modelo cubano en la que confluían militantes escindidos de las Juventudes del PCC, grupos radicales liberales (Movi-miento Revolucionario Liberal, de inspiración gaitanista) y algunos sectores campesinos. Esta plataforma tomó cuerpo en el MOEC (Movimiento Obrero, Estudiantil y Campesino) en el que debían confluir los tres sectores sociales potencialmente revolucionarios. El MOEC, sin embargo, fracasó en breve tiempo pero algunos de sus componentes darían muy pronto origen al ELN. En efecto, en 1962 un grupo de 60 jóvenes colombianos, miembros muchos de ellos del MOEC, se trasladaron a Cuba como becarios. Su llegada coincide con el inicio del bloqueo norteamericano a la isla. Las autoridades cubanas, ante la amenaza de una invasión, ofrecen repatriar de inmediato a los es-tudiantes, pero 22 de ellos optaron por quedarse en Cuba con la condición de que se les diera preparación militar para poder defenderse si se concre-taba un ataque estadounidense. Finalizada la crisis de los misiles y cuando el peligro de un desembarco de marines se fue diluyendo, la mitad de los estudiantes que habían recibido instrucción militar para combatir pidieron que se les diera una preparación específica en lucha guerrillera con la idea de sentar las bases de un movimiento insurgente a su regreso a Colombia. Después de 8 meses de intenso adiestramiento 7 de los 11 habían superado todas las pruebas y tras largas discusiones con dirigentes cubanos, crearon en la propia isla y antes de regresar a Colombia, la Brigada Proliberación José Antonio Galán65

La creación de la Brigada fue acompañada de la implementación de una serie de ritos y símbolos, presentes en todos los grupos que se fueron crean-do, (el mito fundacional, la imagen del héroe popular, la concepción me-siánica de la lucha revolucionaria, el juramento de lealtad, los himnos y las

65 V. Jaime Arenas. La guerrilla por dentro. Ed. Tercer Mundo, Bogotá,1971

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canciones etc.) que contribuyeron al reforzamiento de una mística revolu-cionaria, la cual, tuvo igualmente su contraparte: El dogmatismo doctrinal, los análisis sesgados e incompletos de la realidad que se pretendía trans-formar, el sectarismo y el oportunismo, la utilización de métodos de lucha impopulares (secuestros, ataques indiscriminados contra la población civil), el voluntarismo que llevaba a crear falsas expectativas, la lectura apresurada e incompleta del proceso cubano, las divisiones ideológicas ( a las que no fue ajeno el pleito chino-soviético) etc. Todo ello acabaría desembocando en la derrota de los grupos guerrilleros en la práctica totalidad de Latinoamérica con la excepción de Colombia pero en este caso por la existencia de otras dinámicas como tendremos ocasión de ver.

Pero en 1965 no había la menor sensación de derrota, el fervor revolucio-nario se extendía entre los grupos estudiantiles y algunos sectores obreros y campesinos y la construcción del hombre nuevo en un mundo nuevo parecía estar al alcance de la mano.

Ya en Colombia, los fundadores de la Brigada comenzaron a buscar un lugar en el que desplegar sus actuaciones con ciertas garantías de éxito. Des-pués de varios contactos se acabó eligiendo el municipio de San Vicente de Chucurí en Santander como zona de operaciones debido a la larga tradición de luchas campesinas en la zona y a la ausencia de bandidos que crearan confusión sobre la naturaleza del grupo guerrillero66. Simultáneamente al trabajo en las zonas rurales se desarrolló una labor de adoctrinamiento y proselitismo en los medios estudiantiles urbanos en donde había terreno fér-til debido a la oposición de los universitarios al gobierno conservador de Valencia. Estas actividades no eran del agrado del PCC para quien toda ex-periencia de lucha revolucionaria tenía que hacerse bajo su control pues los dirigentes del Comité Central tenían pocas simpatías por el foquismo autó-nomo, de modo que los jóvenes militantes que habían mostrado su apoyo a la naciente Brigada fueron expulsados bajo la acusación de “extremoizquier-distas” y “fraccionalistas”67.

Como quedó indicado, la toma de Simacota representó el punto de no retorno para aquel grupo de soñadores68 que se habían rebautizado unos

66 V.Marta Harnecker: Unidad que multiplica. Quimera Ediciones, Quito, 1988. En este libro se recogen entrevistas con varios de los fundadores del futuro ELN

67 Carlos Medina Gallego: ELN. Una historia contada a dos voces. Rodríguez Quito Editores, Bogotá, 199668 Nicolás Rodríguez, uno de los participantes en el asalto, justificará tiempo después (y cuando las cosas ya

habían cambiado sustancialmente, tanto en el ELN como en Colombia) la acción de Simacoa porque era

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meses antes adoptando el nombre de Ejército de Liberación Nacional (ELN). Fue también su bautismo de sangre. En la operación murieron 3 policías69, 3 soldados, 1 suboficial y un guerrillero. El botín fue pequeño, 6 fusiles y algu-nas armas cortas además de 60.000 pesos incautados en la sucursal de la Caja Agraria. La toma fue acompañada de la publicación del primer manifiesto en el que se retomaba la vieja doctrina del “País Nacional vs País Político” de Gaitán para convocar a liberales y conservadores a luchar contra las res-pectivas oligarquías partidarias y derrocar al gobierno. Salvo la utilización del término “antiimperialista” que era lo más radical que allí aparecía, el conjunto de breves propuestas que se hacían en los campos de la educa-ción, la propiedad agraria y las condiciones de vida de la clase trabajadora no diferían casi nada de los programas del liberalismo gaitanista y es que el ELN se consideraba un movimiento de liberación nacional y no un grupo de inspiración marxista por más que sus fundadores hubieran pasado por la Cuba revolucionaria. De hecho en el pensamiento “eleno” priman tanto ideas marxistas como otras que proceden más bien de la teología de la libe-ración. Sin embargo el documento ofrecía algunas novedades en otros aspec-tos. En primer lugar se definía la lucha emprendida como “revolucionaria” y “popular” y no como mera autodefensa o resistencia al estilo de lo que había sido la violencia tradicional, y en esta lucha el ELN se erigía en vanguardia; en segundo lugar se busca la toma revolucionaria del poder entendiendo por ésta la instauración por la fuerza de un gobierno que defendiera los intereses de las clases populares y, por último, se niega la vía electoral para cambiar la situación y se propone el abstencionismo beligerante como forma de comba-tir la farsa seudodemocrática de la oligarquía. Se descartaba así cualquier sa-lida política, tema de larga presencia en las discusiones internas del grupo70.

La acción de Simacota tuvo un precio añadido a los muertos causados y a la propaganda realizada: Dos desertores. Uno de ellos, Samuel Martínez, era un infiltrado en el ELN a las órdenes del PCC que lo encubrió y protegió posteriormente lo que no fue impedimento para que meses más tarde una célula urbana del grupo lo descubriera, lo secuestrara y lo asesinara. El otro, Manuel Muñoz, era un campesino que facilitó al Ejército importante infor-

una “lucha de todos unidos, liberales y conservadores, que éramos hermanos y no podía haber pasiones políticas pues la lucha era contra los ricos y por la igualdad”. Más que una guerrilla cuyos dirigentes ha-bían sido formados militar y doctrinalmente en Cuba, parecía un grupo de rebeldes milenaristas. V. Carlos Medina Gallego: ELN. Una historia de los orígenes. Vol. I Rodríguez Quito Editores, Bogotá, 2001

69 Jaime Arenas utiliza la frase eufemística “se les dio de baja”, ver O.C. en Nota 6570 Aunque el ELN, como todo grupo armado, es poco proclive a airear sus controversias internas, de vez en

cuando se perciben los ecos del debate en los artículos y editoriales publicados en las páginas web www.voces.org y www.patrialibre.org

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mación sobre la composición y líderes del grupo lo que llevó a la localización y encarcelamiento de algunos de ellos.

En marzo de 1965, la dirección del ELN encargó a Jaime Arenas la redac-ción de un documento que marcara las bases políticas de la organización y su programa oficial. Los puntos básicos, vigentes hasta hoy, eran los siguientes:

 1º La toma del poder por las clases populares como requisito básico para la formación de un gobierno democrático (no se habla para nada de la instauración de un régimen de inspiración marxista)

 2º Una revolución agraria que elimine el latifundio y el minifundio realizando una distribución justa de la tierra acompañada de ayu-das técnicas y crediticias (tampoco se habla de la colectivización de la propiedad agraria).

 3º Una política industrial y desarrollista basada en el proteccionismo de la industria nacional y en la confiscación de las empresas en manos de extranjeros y de la oligarquía colombiana. Ayuda a los pequeños industriales y diversificación de la industria.

 4º Nacionalización de los recursos del subsuelo. 5º Reforma urbana y plan de vivienda que garantice una residencia

higiénica y digna a todos los colombianos. 6º Creación de un sistema bancario nacionalizado para acabar con la

especulación del crédito. 7º Plan nacional de salud pública que haga posible la asistencia sani-

taria y farmacéutica a todos los sectores de la población. 8º Elaboración de un plan vial que saque de su aislamiento a extensas

áreas del país. Organización estatal del transporte. 9º Reforma educativa para erradicar el analfabetismo. Creación de

una Academia Nacional de Ciencias para promover la investiga-ción.

10º Defensa y desarrollo de la cultura nacional11º Libertad de pensamiento y culto pero separación de la Iglesia y el

Estado.12º Política exterior neutral y equidistante de los bloques.13º Formación de un Ejército Popular que defienda las conquistas de-

mocráticas y la soberanía nacional.

A pesar de la retórica grandilocuente y su insistencia continuada en la

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utilización de términos como “popular”, ”democrático”, ”revolucionario”, ”oligarquías”, ”imperialismo” etc. el programa era bastante moderado y no muy alejada del que reivindicaban los grupos populistas en Brasil, Argenti-na o Chile

Lo que sí había en las actitudes era una fuerte carga de mesianismo y de mística religiosa que no era ajena al tipo de educación recibida por los principales líderes formados en centros católicos. El perfil del “eleno” se fue diseñando sobre imaginarios míticos y legendarios que aportaban una carga mágica y, en cierto sentido, irracional, muy alejada de lo que debía ser un buen discurso marxista. Una de las más destacadas figuras de la organiza-ción, Manuel Pérez Martínez, que era un cura español, describió el proceso de compromiso con la guerrilla en unos términos que parecen sacados de alguna autobiografía espiritual:

Había algo de religioso en lo que uno hacía, como sacerdote revolucionario lo que uno buscaba era encarnarse en la revolución, eso era un poco lo que Cristo había hecho, se encarnó en el mundo con el compromiso de liberar-lo del pecado. Pues bien, nosotros seguíamos el ejemplo de Camilo que se encarnó en la revolución para liberar al pueblo pero en ambos casos era lo mismo, encarnarse quiere decir ser consecuente, meterse para no salirse, no tener esperanza de retroceso.71

La llegada al ELN de Camilo Torres, mártir revolucionario, acabó por darle al grupo guerrillero el icono del héroe que se necesitaba a efectos de propaganda

Camilo Torres Restrepo, cura católico, sociólogo, prestigioso profesor uni-versitario, hombre de acción y originario de una familia de la clase alta bogo-tana es una figura ineludible en el conflicto de los años sesenta Formado en la Universidad de Lovaina se convirtió en figura prominente del recién crea-do Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia a comienzos de esa década. De gran atractivo físico, se le descubrieron, post mortem, algunas aventuras sentimentales. La última de ellas fue con una ex-monja francesa que se unió, junto con Camilo Torres, al ELN, su nombre era Marguerite Marie Olivieri, también conocida como Guitemie quien, poco después de la muerte de Camilo, huyó a México.

71 Ver entrevista al cura Pérez en María López Vigil: Camilo camina en Colombia Ediciones Nuestro Tiempo, México, 1989. Este sacerdote aragonés de Alfamén llegó a Colombia en 1968 procedente de República Dominicana integrándose al año siguiente en el ELN. Jamás perdió la fe y jamás dejó de creer en la lucha armada como único camino que conduce a la liberación. La mejor biografía sobre el cura Pérez es la de Walter Broderick: El guerrillero invisible. Ed. Intermedio, Bogotá, 2000

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El cura Torres, además de prestigio intelectual por sus trabajos como investigador social, contaba con amplios apoyos económicos de la Rocke-feller Fund lo que le permitía tener un respaldo financiero que no era co-mún en otras áreas académicas. Se consideraba un socialista cristiano “no alineado”72, es decir, crítico con la situación del país pero no afiliado ni a los partidos tradicionales (incluido el comunista) ni a las guerrillas entonces en activo, singularmente ELN y FARC aunque pudiera sentir simpatías por es-tas últimas. Este posicionamiento le llevó a fundar un movimiento, el Frente Unido del Pueblo (FUP), expresión política de la tercera vía que propugna-ba. Para algunos que lo conocieron si Camilo hubiera seguido en esa línea podría haber llegado a la Presidencia de la República en la década siguiente aunque esta afirmación, además de especulativa, es arriesgada a la luz de lo ocurrido en las elecciones de 1970 con la candidatura de Rojas Pinilla73.

El 26-VIII-65 salía a la calle FRENTE UNIDO, vocero de la nueva orga-nización política con una tirada de 50.000 ejemplares. La propia madre de Camilo, una mujer de fuerte carácter y de la mejor sociedad bogotana, sor-prendió a propios y extraños saliendo a venderlo por las calles más céntricas de la capital.

Camilo nunca se presentó como líder de una facción partidaria ni como campeón revolucionario, si no como un servidor de los oprimidos en un vo-cabulario que debía más al Concilio Vaticano II que a los textos marxistas

Yo no me considero como un representante de las clases populares ni como un líder del Frente Unido ni un líder de la revolución colombiana porque no he sido elegido por la gente. Yo solo deseo ser aceptado por la gente como un servidor de la revolución74

EL FUP se ofrecía como una plataforma de acción común para todos los colombianos, al margen de sus ideas políticas, que estuvieran descontentos con la situación del país lo que obligaba a unas definiciones muy amplias y genéricas y, desde luego, nunca se explicaba que medios se iban a utilizar para conseguir los objetivos propuestos. Por ejemplo, se defendía una refor-ma agraria integral que entregaría la tierra de los latifundistas a los campe-sinos sin indemnización alguna a los antiguos propietarios. Si tenemos en

72 Definición de si mismo jamás aceptada por la jerarquía católica colombiana para quien era un cura comu-nista lo que venía a significar la propia negación del ser sacerdotal.

73 En Michael LaRosa: De la derecha a la izquierda.La Iglesia Católica en la Colombia contemporánea. Ed.Planeta, Bogotá, 2000

74 FRENTE UNIDO, nº1 Bogotá, 26-VIII-65. He utilizado la colección facsimilar completa de la revista editada en 2004 por la Universidad Nacional de Colombia

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cuenta que el 5% de la población de Colombia poseía aproximadamente el 70% de la tierra en esta época, resultaba poco realista creer que era suficiente un decreto del gobierno, de cualquier gobierno, para hacer la reforma agra-ria sin que hubiera enconadas resistencias y sin que se necesitara emplear la fuerza. Lo mismo ocurría con la promesa de convertir en propietarios de sus viviendas a los que en ellas vivían en caso de no serlo. Tampoco se especifi-caba que instrumentos se iban a utilizar para tal fin. A pesar del guiño hecho a los campesinos con las promesas de reforma agraria que en la Colombia de los años 60 era de obligada referencia en cualquier programa electoral incluido el de aquellos, como los conservadores, que le eran hostiles, el texto estaba dirigido sobre todo a los trabajadores y a los pobladores pobres de las ciudades y es que Camilo estaba más interesado en el mundo urbano que en el rural. No solo era un hijo de clase alta bogotana sino que, además, sus estudios se habían dirigido fundamentalmente al ámbito de las ciudades. Es decir, era un experto en sociología urbana no en sociología rural.

El pensamiento de Camilo expone una amalgama de principios y concep-tos que proceden a partes iguales de la Revolución Cubana y del Concilio Va-ticano II. Así, la revolución por él soñada se apoyaría en las bases cristianas de la caridad y la hermandad. El concepto de “hombre nuevo” no lo toma del discurso castrista sino del conciliar. Fue esa carga de cristianismo a la que nunca renunció (como nunca renunció a su condición de sacerdote que aireaba constantemente) la que se convirtió en el principal obstáculo para hacerse comunista. Se acercó al comunismo con el que compartía objetivos comunes en la lucha en defensa de los oprimidos, pero nunca se integró en el PCC por más que sus miembros, además de revolucionarios, estuvieran también llamados a la salvación sin que tuvieran que abjurar de sus ideas75:

Yo no soy anticomunista como sacerdote porque, aunque ellos no lo se-pan, hay muchos comunistas que son cristianos genuinos. Si son de buena fe tendrán gracia santa y si tienen esta gracia y aman al prójimo, entonces están salvados.76

75 Para los comunistas colombianos, que no estaban en absoluto interesados en alianzas en las que no fueran la fuerza hegemónica y directriz, Camilo Torres no pasaba de la categoría de compañero de viaje. La “ca-nonización” vendría después cuando explotar su figura de mártir de la lucha popular resultara muy rentable para conseguir adeptos y acabara, en el santoral del PC, integrando el panteón de los héroes revolucionarios junto a Camilo Cienfuegos y el Ché .

76 Semejante afirmación estaba lejos de entusiasmar al Arzobispo de Bogotá y a una gran parte del clero colom-biano, pero tampoco llenaba de ilusión a la dirigencia del PCC como el propio Eugenio Vieira, Secretario General del Partido le confesó al autor de este libro en una conversación mantenida en Bogotá y grabada en Febrero de 1978 y debo añadir que en esta época en el discurso oficial del PCC, Camilo ya estaba glorificado.

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En el fondo Camilo ofrecía perdón, es decir, reconciliación, a aquellos, los comunistas, que habían sustituido a los liberales en la demoniología del catolicismo colombiano. La idea era novedosa y tardó mucho tiempo en que calara tanto en los medios eclesiásticos como en los civiles, el perdón como condición previa a la pacificación del país no aparece en los discursos oficia-les (amnistía, para los políticos) antes de los años noventa.

Muy poco tiempo después de la fundación del FUP estaba claro que el movimiento era demasiado variopinto para poder sobrevivir y contaba ade-más con la hostilidad de comunistas, liberales, conservadores y de la Iglesia en general77. El fracaso de esta organización llevará a Camilo por otros de-rroteros. En octubre de 1965 Camilo se integraba en el ELN como guerrillero. Esta decisión sorprendió a muchos aunque no a quienes lo conocían más a fondo y que sabían que ya había mantenido contactos directos con el Estado Mayor del grupo insurgente en julio. En el cura Torres había una extraña y explosiva mezcla de soberbia intelectual, mesianismo y fe profundísima. Según llegó a escribir, la ciencia y la experiencia lo habían convencido de que la revolución era la condición necesaria para realizar el amor eficaz que su fe le pedía, por ello consideraba la revolución como un deber para todos los cristianos78. Camilo no sobrevivió en la guerrilla más de tres meses. Fue enviado a luchar, sabiendo que no tenía suficiente preparación militar, para ser muerto en combate (al parecer no llegó a disparar un solo tiro pues no sabía manejar un arma) por el Ejército en uno de los episodios más sórdidos y miserables de la historia del ELN79. En efecto, en el seno de la agrupación guerrillera, Jaime Arenas, quien culpa directamente a la dirección del ELN y más en concreto a su máximo dirigente Fabio Vázquez Castaño de la muerte

El texto citado se publicó en el editorial del Nº2 de la revista FRENTE UNIDO, septiembre, Bogotá, 196577 La posición del Cardenal Concha, Arzobispo de Bogotá, con respecto a las actividades del cura Torres que-

dó meridianamente clara en el COMUNICADO A LOS CATOLICOS hecho público el 18 de junio: “Las actividades del P. Camilo Torres son incompatibles con su carácter sacerdotal y con el hábito eclesiástico que viste. Puede suceder que estas dos circunstancias induzcan a algunos católicos a seguir las erróneas y perniciosas doctrinas que el P. Torres propone en su programa” Sin embargo el Cardenal nunca le cerró las puertas a Camilo, al que respetaba intelectualmente, ni llevó la declaración de incompatibilidad hasta sus últimas consecuencias. Por su parte Camilo solicitaría su reducción al estado laico antes de integrarse en el ELN.

78 Camilo Torres Restrepo: Solo mediante la revolución puede realizarse el amor al prójimo. Recogido en Escritos Políticos, Ancora Ed., Bogotá, 1991

79 Al mismo tiempo que Camilo Torres entraba a todo trapo en el olimpo de los héroes populares, la Iglesia procuró que cayera sobre el la exclusiva responsabilidad de lo ocurrido, incluida su muerte. Lo único que le faltaba al Cardenal Concha era que la jerarquía colombiana apareciera ante la opinión pública internacional como incapaz de controlar a sus propios sacerdotes.

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de Torres (desde muchas perspectivas fue un auténtico asesinato), escribió sobre esto:

En el momento del combate Camilo no poseía un entrenamiento suficiente, casi no podía caminar pues tenía una rodilla inflamada, tenía varias infec-ciones de cuidado en la piel y, para completar, el arma con que participó en la emboscada era una pistola calibre 45 y nada más. A Camilo se le arriesgó por parte del jefe del ELN de forma irresponsable.80

Es cierto que Camilo había exigido su participación en el combate pero la dirección elena aprovechó esta demanda para deshacerse de una persona que comenzaba a resultarle incómoda por su brillantez intelectual. No fue aprovechada su figura para poder negociar con el Gobierno una salida pací-fica y Camilo Torres hubiera sido el gran protagonista de la negociación sin lugar a dudas. Precisamente por ello fue eliminado. Lo que menos necesita-ba Fabio Vázquez era alguien que le hiciera sombra.

La noticia de la muerte de Camilo conmovió al país. Diversos sectores de la Iglesia colombiana se sintieron muy afectados por lo ocurrido. Los grupos de jóvenes militantes cristianos culparon a la jerarquía. Sin saberlo, después de muerto, Camilo Torres estaba ya condicionando la agenda de la Confe-rencia de Obispos Latinoamericanos que se celebraría en Medellín en 1968. En la izquierda, los comunicados eran explosivos. Los militantes del MOEC interpretaban su muerte como resultado de la “persecución por el ejército mercenario burgués bajo el comando de los imperialistas. Lo encontraron y lo asesinaron”. Y prometía “Ante la memoria de nuestro adorado Camilo quien continuó el trabajo de Galán y de los comuneros81y de todos los márti-res del pueblo, estamos comprometidos históricamente, hoy más que nunca, a vengar su muerte llevando las masas al combate hasta el entierro definitivo de los asesinos y explotadores de la población colombiana82”

Ciertamente la izquierda radical no sabía (o no quería saber) lo que estaba ocurriendo en el seno del ELN. Se había inaugurado una etapa de brutales purgas con anterioridad a la llegada de Camilo y que el ignoraba por com-pleto. Estas purgas siguieron en los años siguientes justificándose en las pre-suntas desviaciones ideológicas de algunos elenos. En 1968 la crisis interna del ELN llegó a su cénit con el asesinato de Víctor Medina, segundo jefe de la guerrilla, junto a otros compañeros. Solo un año después se harían públi-cas estas muertes en un boletín clandestino de la organización justificándo-

80 Jaime Arenas: O.C. en Nota 6581 Referencia al movimiento preindependentista del Socorro de 1781.82 Documento Comandante Padre Camilo Torres, MOEC, Febrero, 1966

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las por presuntas ambiciones personales de las víctimas aunque lo que en realidad había era una profunda divergencia ideológica y táctica dentro del grupo que acabó en la eliminación de los disidentes.

La crisis que estaba afectando al Frente Nacional por la aparición de gru-pos armados tenía reflejos políticos. El país comenzaba a sentirse ahogado por la democracia limitada que se había impuesto y porque muchos secto-res sociales creían de buena fe que era necesario reconducir la situación de manera que se estableciera algún tipo de diálogo con las guerrillas, o bien segarles la hierba bajo los pies aplicando una política social que les restara partidarios. Este descontento se acabó expresando en las elecciones de 1970 con el regreso de Rojas Pinilla al escenario político.

En 1966 había llegado a la Presidencia de la República un liberal refor-mista, Carlos Lleras Restrepo quien había sido el cerebro del proyecto de reforma agraria redactado en tiempos de Lleras Camargo pero que tenía el hándicap de haber ganado unas elecciones en las que la abstención llegó al 70% del censo electoral. Su interés por revitalizar el tema de la reforma tropezaba con una enmarañada legislación que tendía más a complicar que a facilitar las cosas y con una pesada e incompetente estructura burocrática atrincherada en el INCORA (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria). El nuevo mandatario optó por actuar desde las bases ya que no podía hacer-lo desde las altas instancias del Estado y propició la movilización campesina a través de una organización llamada ANUC (Asociación Nacional de Usua-rios Campesinos) fundada por el propio Presidente en 1968 con la intención de actuar como elemento controlado de presión, pero lo que iba para instru-mento oficialista animador de la reforma agraria acabó, por los conflictos in-ternos, dividido en dos fracciones: Una oficialista y otra radical. Esta última protagonizaría movilizaciones campesinas e invasiones de latifundios, espe-cialmente en la zona del Caribe, en 1971. Su activismo agrarista resultó tan brillante como efímero. Un año después desapareció completamente.

Lleras debió enfrentar una situación económica difícil. El FMI presionaba para que se devaluara el peso nuevamente (se había hecho en 1965 en un 50%) y de forma brusca. La obtención de créditos internacionales estaba condicio-nada a la liberalización de las importaciones con lo que el déficit de la balan-za exterior se incrementó de manera notable, A fines de 1966 las reservas del Banco de la República no llegaban para pagar las importaciones de un mes. Ante la situación planteada y dispuesto a no plegarse a las exigencias de las autoridades del Fondo, quienes no se privaban de afirmar que serían ellas las

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que ejercerían la soberanía sobre las decisiones económicas del país83, Lleras anunció la ruptura de conversaciones con los acreedores internacionales, la aplicación de una política proteccionista que imponía drásticos controles a las importaciones y la eliminación de la tasa de cambio libre para el mercado de capitales. Todo ello sin recurrir a la devaluación ganándose de este modo el apoyo de amplios sectores sociales. Estas medidas comenzaron a surtir efecto en 1968 cuando las nuevas exportaciones de productos industriales o semielaborados entraron en proceso de franca expansión contribuyendo al equilibro comercial en un marco de expansión económica de los grandes mercados consumidores de Europa y Japón quienes disminuyeron conside-rablemente las trabas arancelarias facilitando la penetración de los produc-tos colombianos. La propaganda oficial llegó a hablar incluso de “milagro colombiano” utilizando la terminología del “milagro alemán”. En la econo-mía interna, el Gobierno consiguió frenar la inflación manteniéndola, duran-te los años de mandato de Lleras, en torno al 7% gracias, entre otras cosas, a las buenas cosechas que permitieron contener los precios de los alimentos.

El desarrollismo de los años sesenta tenía su contracara: La progresiva pérdida de derechos de los trabajadores. El Gobierno hizo aprobar una ley en el Parlamento por la cual se limitaba la duración de una huelga a 43 días pasados los cuales el conflicto debía ser resuelto por un tribunal de arbitraje integrado por un representante de la patronal, otro del gobierno y otro de los sindicatos y en los cuales lo normal era que los dos primeros integrantes se aliaran contra el tercero. Otra disposición otorgaba facultades para que el gabinete declarara de interés público cualquier actividad en la que estallase una huelga lo que reducía el margen de días para que se reuniera el tribu-nal arbitral. Por último se negaba el derecho de huelga a los funcionarios públicos que pasaban a ser de libre nombramiento y remoción con lo cual el clientelismo se enseñoreó de la administración.

Estas medidas y el desgaste del sistema bipartidista alimentaron la apa-rición de agrupaciones que representaban lo que hoy llamaríamos la “anti-política”, es decir, líderes con formaciones al margen de y enfrentadas a los partidos tradicionales que mantenían discursos bastante incoherentes pero atractivos por las promesas populistas entre las que no podían faltar la de regeneración democrática, reformas económicas, nacionalismo y antiimpe-rialismo. Lo paradójico es que estos líderes surgían de un pasado muy poco democrático. El caso de Rojas Pinilla fue, en este contexto, el más emblemá-tico. Y el que mayores expectativas de cambio concitó.

83 Ver Alberto Musalem: O.C. en Nota 59 y Francisco Azuero: La política monetaria en Colombia 1950-1980. Universidad Nacional, Bogotá, 2003

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El juicio político que el Senado había realizado contra Rojas acabó sirvien-do exactamente para obtener lo contrario de lo que se pretendía: Convertir al general en un héroe popular. Su imagen de dictador cedió paso a la de víctima de la oligarquía y cualquier discurso antioligárquico tenía el terreno abonado en la Colombia de los años sesenta. En 1962 Rojas fundó un partido político propio, la ANAPO (Alianza Nacional Popular) que empezó a cobrar fuerza una vez que la Suprema Corte exoneró a Rojas de los cargos por los que había sido privado de sus derechos políticos. Sin embargo la ANAPO tenía un discurso muy contradictorio y, en el fondo, se trataba de una fuerza conservadora. Su definición como fuerza política de base socialista a la co-lombiana con inspiración cristiana pretendía atraer a gentes por la izquierda y por la derecha pero donde más éxito tuvo fue entre los inmigrantes a las ciudades que buscaban su propio patrón, los militares y los párrocos rura-les. Los cuadros directivos de la ANAPO estaban constituidos, en gran par-te, por oficiales retirados y en los cuarteles los simpatizantes de la Alianza abundaban. El clero sentía simpatías por un partido que en el debate natalis-ta que se desarrollaba en el país, manifestaba sin ambages su alineamiento con las tesis de la encíclica HUMANAE VITAE de Pablo VI. En cuanto a los habitantes de las barriadas pobres de las grandes ciudades, las promesas de atención médico-odontológica y educación gratuitas sonaban a música celes-tial. A su vez la clase media se vio cortejada con un discurso nacionalista y de apoyo a la pequeña empresa. Por último otro factor que llevó agua al molino rojista fue el enfado de los caciques locales con las reformas lleristas de 1968 que acentuaban la centralización del país y el control del Estado sobre los gobiernos provinciales y municipales.

El coup de force definitivo entre anapistas y frentistas llegó en las elecciones de 1970.Poco después de cerrarse las urnas las emisoras de radio comenza-ron a anunciar el triunfo del candidato de la ANAPO. De repente el gobierno decretó la suspensión de los informativos y prohibió hacer público cualquier resultado antes de que hubiera un comunicado oficial al respecto. Al día si-guiente Lleras anunció la victoria del candidato frentista, el conservador Mi-sael Pastrana Borrero, con el 40.6% de los sufragios emitidos mientras que Rojas obtenía el 39%, (la diferencia en votos entre uno y otro fue de 63.557) a continuación, y para evitar posibles disturbios, el Presidente declaraba el toque de queda en las ciudades donde la ANAPO había ganado sobrada-mente al candidato del FN. Algunos días después y, pese a las acusaciones de fraude electoral que se hicieron desde diversos medios, Rojas aceptó el resultado en privado aunque había recibido apoyos militares para desatar un golpe contra el gobierno.

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La elección presidencial de 1970 fue un hito en la Historia de Colombia. En primer lugar selló el final del FN (la presidencia de Pastrana fue la última del sistema), en segundo lugar quedó claro el peso del voto urbano y el de los pobres no campesinos. Mientras que en la capital y centros regionales de 1ª y 2ª categoría, el rojismo obtenía 857.042 votos contra 642.563 del FN, el voto rural fue claramente favorable al candidato gubernamental (709.326 votos para Rojas y 982.372 para Pastrana)84

Los resultados sacaron a la luz los cambios socioculturales que Colombia había experimentado durante la década y el crecimiento urbano como conse-cuencia de las migraciones rurales se estaba traduciendo igualmente en una migración del voto desde los partidos tradicionales a las nuevas formaciones de derecha e izquierda.

Simultáneamente al crecimiento de la guerrilla de inspiración marxista y guevarista comienza a desarrollarse en Colombia un nuevo foco de tensiones de enorme trascendencia para el futuro: El narcotráfico.

En los orígenes del comercio de drogas en Colombia estuvieron presentes los estadounidenses. El cultivo de coca y marihuana era conocido desde los tiempos prehispánicos pero se reducía a las comunidades indígenas, a al-gunos sectores de jornaleros rurales (que consumían más la marihuana que la coca) y a ciertos grupos marginales urbanos. Fueron los Cuerpos de Paz enviados por el gobierno de Washington en el marco de la Alianza para el Progreso y del que formaban parte estudiantes universitarios y jóvenes pro-fesionales, los que descubrieron los placeres de la marihuana a la que bauti-zaron con el nombre de Colombian Gold. Su consumo continuado convirtió a muchos de ellos en adictos y la necesidad de seguir consumiendo al regresar a Estados Unidos los hizo traficantes, al mismo tiempo que difundían su uso entre amigos y familiares iniciándose, de esta manera tan aparentemente inocente, las primeras redes de distribución de droga manejadas por grupos norteamericanos.85 Es ahora cuando el consumo en el mercado estadouni-dense se hace masivo pues la yerba era conocida desde decenios antes. En 1937 Roosvelt había sancionado un decreto contra su consumo pero la opi-nión pública no lo consideraba un problema de salud pública pues se perci-bía como un vicio de grupos étnicos (negros) minoritarios.

Los dos principales núcleos de producción fueron el área costero-caribeña y el área antioqueña. El primero es consecuencia de la crisis del cultivo de

84 V. Registraduría Nacional del Estado Civil, Organización y Estadística Electoral: Estadísticas Electorales, Bogotá,1970.

85 Germán Palacio (comp.): La irrupción del paraestado ILSA-Cerec, Bogotá, 1990

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algodón del litoral atlántico y el segundo de la crisis de la industria textil derivada de la introducción de fibras sintéticas. En los primeros años la im-portancia de los marimberos86 (traficantes de marihuana) del Caribe opacó a los de Antioquia. En su inmensa mayoría estos traficantes habían sido con anterioridad contrabandistas en la etapa de Lleras Restrepo debido a que las restrictivas medidas aplicadas a la importación alentó el florecimiento de un comercio ilegal de electrodomésticos, cigarrillos, bebidas alcohólicas (especialmente whisky) y textiles procedentes de Panamá y Venezuela lo que explica el futuro desarrollo de la marimbería en los territorios colombia-nos próximos o fronterizos con los países antedichos (Guajira, Barranquilla, Santa Marta, Cartagena etc.). Este grupo fue el primero en contactar con los compradores y distribuidores norteamericanos quienes a veces utilizaban como intermediarios a los comerciantes judíos y palestinos del puerto libre de Colón (Panamá) los cuales venían actuando como suministradores tanto de combustible para los barcos de los contrabandistas como de productos que entraban ilegalmente en el mercado colombiano. El insuperable conoci-miento que los contrabandistas tenían de toda la costa caribeña de Venezue-la, Colombia y Panamá facilitaba el establecimiento de redes de intercambio de todo tipo de mercancías que no podían ser interceptadas (entre otras co-sas, por falta de medios) ni por la policía ni por la propia marina de guerra de ninguno de los tres países involucrados. Las expectativas de consumo de marihuana generado por el cambio cultural y social que se estaba producien-do no solo en Estados Unidos sino en todo occidente (pacifistas, hippies, gru-pos contraculturales, revueltas estudiantiles del 68 etc.) alentaron el desarro-llo del cultivo y el comercio del alucinógeno aunque siempre bajo control de redes de compradores y distribuidores por lo general vinculados a la mafia norteamericana al contrario de lo que sucederá con el comercio de la cocaína. La década siguiente será la época dorada del marimberismo marihuanero.

I-7 LOS AÑOS TERRIBLES (1970-90)

El último Presidente bajo el sistema creado por el Frente Nacional fue Mi-sael Pastrana Borrero. El nuevo mandatario pasó a denominarlo como Frente Social lo que resultaba muy significativo tanto en lo referente a la crisis del sistema como en las lecciones aprendidas del desafío rojista. La preocupación

86 El nombre de marimbero fue utilizado en la costa caribeña para designar a todo aquel involucrado en el co-mercio marihuanero que se identificaba externamente por adoptar un tren de vida ostentoso y derrochador en el que no faltaba las extravagancias de toda clase (hay hasta una tipología estética del marimbero como en Galicia la hubo de la primera generación de narcotraficantes). V. Darío Betancourt y Martha García: Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992). Editorial Tercer Mundo, Bogotá, 1994

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por el desarrollismo, palabra mágica en los años setenta en los países latinoa-mericanos, llevó a redactar un plan estratégico, cuyo autor fue el economista Lauchlin Bernard Currie, y que se marcaba cuatro prioridades: Construcción de viviendas, apoyo a las exportaciones, incremento de la productividad del sector agrícola y redistribución del ingreso para, al menos, frenar la pobreza. De estas “Cuatro Estrategias” como se le denominó, la referida a la vivienda fue la que más inversiones recibió (era, también, la que podía dar mayores réditos electorales a corto plazo) pues cubría dos frentes: Creaba puestos de trabajo y daba soluciones a la creciente inmigración urbana procedente de las áreas rurales. La financiación se consiguió canalizando el ahorro privado a través de la llamada Unidad de Poder Adquisitivo Constante (UPAC). El ahorro privado, que había desertado de los bancos por la alta inflación an-terior y las tasas bajas de interés, volvió a acudir a ellos debido a la etapa de crecimiento económico que se vivió en estos años. La construcción repuntó ligeramente pasando de representar el 3,46% del PIB en 1970 al 3,79% en 1974. El crecimiento, sin embargo, era insuficiente para una actividad consi-derada puntera, en relación al que experimentaron las exportaciones.

En efecto, éstas atravesaban una fase expansiva y se estaban convirtiendo en el principal motor de la economía. Estas exportaciones se correspondían, además, con sectores no tradicionales. Si bien el café duplicó su presencia en los mercados internacionales (las ventas pasaron de 343,9 millones de US$ en 1969 a 624 millones en 1974), otros productos industriales y agrícolas tu-vieron un crecimiento mayor superando el valor del café (de 163,6 a 794,6 millones de US$ en el mismo periodo)87 .

Ciertamente este crecimiento no hubiera sido posible sin un aumento de la demanda externa y la apertura de los mercados de los países industrializa-dos, pero Colombia no se habría podido aprovechar de la coyuntura si no se hubiera afianzado un proceso de desarrollo capitalista, una mayor división del trabajo industrial y agrícola y un aumento de la productividad en las dos décadas anteriores. La política monetaria que propició un cambio favorable del peso con respecto al dólar, fortalecido por una permanente devaluación, convertía, por sus precios, a los productos colombianos en muy competitivos y además atraía inversiones hacia los sectores de exportación.

Otro cambio radical en la estructura económica del país a lo largo de los setenta fue la baja de los índices de crecimiento demográfico. Se combinaron varias circunstancias: Un mayor nivel cultural de la población, la creciente

87 Incomex: Comercio Exterior de Colombia, Bogotá, 1975

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participación de la mujer en el mercado de trabajo, la acelerada urbanización y las transformaciones del núcleo familiar debido a que los dos cónyuges trabajaban o pretendían trabajar fuera del hogar a lo que se deben añadir las disimuladas (para no enfrentarse a la Iglesia) pero efectivas campañas gubernamentales favorables al control de la natalidad. La tasa de fecundi-dad que era del 6,3 por mil en 1968 había caído al 3,7 diez años más tarde. El peligro de una explosión demográfica que hubiera amenazado seriamente la propia estabilidad del Estado y que parecía inevitable en los años cincuenta, quedaba neutralizado, al menos en apariencia, lo que no impidió, sin embar-go, que los porcentajes de paro se mantuvieran durante toda la década de los Setenta en torno al 9% de promedio88 .

Sin embargo el país no pudo aprovechar equilibradamente esta fase de crecimiento. El Gobierno de Pastrana carecía de legitimidad popular y el incremento de las protestas sociales, campesinas y obreras, acentuaron la represión. La ANUC se lanzó a una campaña de ocupación de tierras para forzar una reforma agraria. En 1971, por ejemplo, se registraron más de 2.000 invasiones de fincas. El gobierno aplicó inicialmente una política de palo y zanahoria: Aunque se hacía intervenir a la policía e incluso al Ejército para desalojar las fincas si la situación se agravaba por la resistencia de los in-vasores, se procuraba llegar a un acuerdo gracias a lo cual los campesinos recuperaron miles de hectáreas pero Pastrana garantizó a los latifundistas que no habría reforma agraria y después de 1972 el gobierno solo actuó en los conflictos entre campesinos y grandes propietarios para reprimir a los primeros. En el terreno laboral se deterioraron las condiciones legales de negociación de los sindicatos lo que benefició extraordinariamente a la pa-tronal que impuso bajas de salarios hasta el punto de que los trabajadores colombianos perdieron en el cuatrienio Pastrana casi un 20% de promedio de su capacidad adquisitiva agravada por la subida especulativa de los produc-tos básicos de alimentación, en parte debido a la tradicional incapacidad de la agricultura colombiana para asegurar el suministro nacional y en parte a la generación de excedentes exportables que se sustraían del mercado inter-no causando su escasez (por ejemplo, la carne).

Los años setenta contemplan una renovación generacional en la clase po-lítica. Los viejos caciques locales, que habían protagonizado la etapa de la Violencia, fueron sustituidos por nuevas camadas de políticos formados en la universidad para quienes era más útil el control de las maquinarias electo-rales que el de la policía. La clase política se acostumbró, además, a preferir

88 Aún así resultó un gran avance. En la década anterior se duplicaban estos porcentajes. Ver: DANE: Colom-bia Estadística, Bogotá, 1982

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altos índices de abstención en las elecciones al considerarse legitimada con la participación obtenida aunque ésta, globalmente, no representara, en el mejor de los casos, más del 40% del censo electoral dando por buena la des-politización del país en un momento de intenso cambio social. Esta actitud bloqueó los diversos intentos de democratización y regeneración de la vida pública. Como además estos intentos los protagonizaba la izquierda (mucha de ella “fuori muri” del sistema) los sectores dominantes no veían ninguna ventaja en reformar nada pues, o bien se verían obligados a repartir el poder o, si las cartas venían mal dadas, a perderlo.

En las elecciones de 1974, las primeras que ya no se celebraban en el mar-co del Frente Nacional, fue elegido el liberal Alfonso López Michelsen quien no se limitó a ser liberal en el sentido político sino, y sobre todo, en el eco-nómico.

La primera mitad de su mandato coincide con una recesión económica no muy profunda ya que no impidió la continuación del crecimiento económico, si bien a un ritmo menor. Desde 1976 la bonanza cafetera contribuyó a acabar con la crisis aumentando considerablemente la entrada de divisas proceden-tes no solo de los aportes del comercio legal sino, y muy especialmente, del ilegal, es decir, de los que procedían de la exportación de marihuana, lo que arrastró a sectores importantes de todas las clases sociales a dedicarse a esta actividad. El comercio de la “yerba” dio origen a una variopinta panoplia de nuevos empleos ya conocidos con anterioridad pero no con la amplitud de la oferta laboral en el mercado de trabajo que tenían ahora: Lavadores de dólares, guardaespaldas, correos y transportadores etc. La abundancia de dinero negro hizo imposible la lucha contra la inflación que se disparó por los crecientes superávits de divisas.

Con López la política económica de Colombia abandona los principios de la CEPAL, dominantes en la etapa anterior, y se hace francamente monetaris-ta bajo la influencia de los pensadores económicos de la Escuela de Chicago que encontraron entusiastas seguidores en el equipo de estudios del Banco de la República, en la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y en la Fundación Fedesarrollo de carácter privado. Entre las primeras me-didas del Presidente figura la de acabar con las ayudas a la industria con el argumento de que los subsidios solo contribuían a frenar la eficiencia y la productividad. El discurso oficial hablaba de convertir a Colombia en “el Japón de Sudamérica” siguiendo las directrices del Banco Mundial y eso pa-saba por medidas tales como la reducción de los salarios de los trabajadores públicos, la concentración del poder económico (especialmente el bancario)

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en manos de muy pocos grupos89 y la caída de los niveles de protección aran-celaria.

Si bien López legalizó la Confederación Sindical de Trabajadores de Co-lombia (CSTC) dominada por los comunistas, la política neoliberal enarde-ció a la clase trabajadora, que era su principal víctima, y el gobierno debió enfrentar una huelga general en septiembre de 1977 convocada por todas las centrales sindicales. El paro fue calificado por la prensa liberal como “ilegal y político”90 y López declaró el estado de sitio imponiendo toque de queda. Hubo varios muertos (aún hoy no se sabe cuántos) en los cortes de carreteras y tomas de fábricas. Sin embargo el gobierno rechazó la presión de los man-dos militares para aplicar en Colombia los principios de la Doctrina de la Seguridad Nacional en la versión que de ella hacía la Junta Militar argentina.

En este contexto de protestas sociales y crisis inflacionaria aparece en es-cena un nuevo grupo guerrillero, el M19 al mismo tiempo que se reorganiza-ban grupos paramilitares de extrema derecha, herederos de los “pájaros” al servicio del Partido Conservador de los años cincuenta y apoyándose en una norma legal de 1968 que permitía la creación de autodefensas campesinas para luchar contra los emergentes grupos de la guerrilla rural.

El movimiento (era así como se definía) M19 toma su nombre de la fecha en que se celebraron las elecciones presidenciales de 1970 (19 de abril) que, mediante un supuesto fraude, dieron la victoria a Pastrana Borrero sobre su contrincante el General Rojas Pinilla.

En la década de los setenta los grupos guerrilleros colombianos atravesa-ban graves crisis internas debido a su vocación casi exclusivamente militar. Las guerrillas se veían a sí mismas como “ejércitos revolucionarios” pero no como grupos políticos. La política estaba siempre subordinada a la estrategia militar y no al revés con lo que los apoyos con los que podían contar fuera del grupo armado eran reducidos. Por otra parte los movimientos estudian-tiles, sindicales y campesinos buscaban sus propios espacios de actuación y los grupos guerrilleros resultaban compañeros incómodos. También se debe añadir que, a medio plazo, la desaparición del Frente Nacional abría nuevas perspectivas de participación política.

Salvo el caso de las FARC que tenían otras fuentes de reclutamiento de carácter más “popular” debido a sus propios orígenes y sus antecedentes

89 El más importante en este momento era el Grupo Grancolombiano capitaneado por el banquero bogotano Jaime Michelsen

90 Así la tildaba en un gran titular de primera página el diario EL ESPECTADOR 14-IX-77

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históricos (la guerrilla liberal y los grupos comunistas de resistencia campe-sina), el ELN y el menos implantado EPL dependían extraordinariamente, para obtener nuevos militantes, de los sectores profesionales de clase media y de los estudiantes (de manera muy marginal campesinos, indígenas o sec-tores populares urbanos se integraban en ellos). Esta reducción del espacio de reclutamiento fue a peor al legalizarse los grupos políticos de izquierda definidos como trotskistas, maoístas o socialistas.

En este contexto aparece el M19 con una característica que lo diferenciaba de todos los demás grupos guerrilleros: Nacía y pretendía implantarse en escenarios urbanos llevando la lucha (más definida en términos de accio-nes espectaculares que contribuyeran a darle publicidad y a hacer llegar sus ideas a la mayor cantidad posible de gente) a las ciudades. Además aspiraba a unificar a todos los grupos guerrilleros, obviamente en su torno.

Si la guerrilla colombiana era deudora en el fondo y en la forma de la Revolución Cubana y de la teoría “foquista” del guevarismo, el M19 aparece mucho más emparentado con la segunda generación de grupos guerrilleros urbanos tipo Tupamaros o Montoneros que habían demostrado su eficacia desde mediados de los años sesenta en los países del Cono Sur. Ciertamente la experiencia uruguayo-argentina en este aspecto estaba condicionada por la carencia de lugares de refugio en el campo. Países de extensas llanuras cubiertas de pastizales o sembrados y sin grandes bosques o accidentes na-turales no eran el escenario adecuado para la implantación de guerrillas ru-rales. Pero en Colombia la naturaleza ofrecía espléndidos marcos para estas actividades así que la opción del M19 por las ciudades no se debía a las limi-taciones de la geografía sino a una vocación decidida por trasladar la lucha revolucionaria a donde más impacto podía tener. Una acción de combate, un secuestro o una invasión de tierras ocurrida en los infinitos horizontes de la Orinoquía, en la espesura de la selva o en los intrincados paisajes andinos podían ser silenciados por la prensa o reducir la noticia a la mínima expre-sión de un pequeño recuadro en páginas interiores. Pero una acción armada en plena ciudad era presenciada por demasiada gente y no podía ser silen-ciada por lo que se forzaba a la prensa a actuar de multiplicadora del efecto propaganda. Era una nueva visión de la actividad guerrillera que incluía, también, otros planteamientos políticos. Por ejemplo, el M19 se definía como movimiento socialista y nacionalista contrario a la presencia de los Estados Unidos, pero guardándose muy bien de anunciar estatalizaciones de los me-dios de producción en manos privadas; en realidad era un grupo que podía muy bien conectar con la izquierda liberal, que utilizaba el marxismo como instrumento de análisis pero no como evangelio y que aspiraba a ampliar el

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campo del juego político para democratizar el sistema colombiano. No en vano entre sus fundadores figuraban diversos integrantes de la ANAPO y jóvenes procedentes del liberalismo. Si de la ANAPO se había dicho que era una mezcla de vodka y agua bendita, el M19 se limitó a incrementar en el cóctel doctrinal la porción de vodka pero sin dejar de utilizar el agua bendita.

Su fundador fue Jaime Batemán Cayón (de lejanos ancestros gallegos por parte de madre), alias Pablo y antiguo militante de las FARC. Hasta 1974 no realizó la primera gran operación que le supondría una enorme publicidad: El 17 de enero de ese año un comando robó la espada de Simón Bolívar de-positada en la Quinta-Museo del Libertador. Cuatro días antes en la prensa bogotana habían aparecido unos extraños anuncios que decían así:

“M19… ¿falta de memoria?, ¿falta de energía? Espere, ya viene”. Los pe-riódicos que acogieron el anuncio y sus lectores se creyeron que publicitaban un nuevo reconstituyente. El mismo día de su aparición pública se editó el último mensaje: “M19. Hoy llega”

La acción tenía una profunda carga emotiva. En primer lugar se inscribía en el marco de una visión reivindicadora de la figura de Bolívar por parte de la izquierda latinoamericana91. El nuevo culto bolivariano magnificaba al héroe como liberador de los esclavos y defensor de la unidad continental contra los Estados Unidos, cuyo proyecto social y político había sido derro-tado por las élites locales vendidas a intereses foráneos. Por ello el robo de la espada no solo era un acto de propaganda, era toda una toma de postura po-lítica y de reivindicación del Libertador resumido en el texto que el comando dejó sobre la propia cama del prócer: “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”92. El arma sería guardada en Bogotá y, posteriormente trasladada a Cuba hasta su entrega nuevamente al gobierno colombiano.

Con las pocas armas del comando aquella misma noche se efectuaba una acción de propaganda en el Concejo de la Ciudad en cuyo interior realizaron diversas pintadas en las que se leía: “Con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al poder. Movimiento 19 de Abril, M19”. Era muy significativo este mensaje. El nuevo grupo apoyaba públicamente a la hija y heredera política del General Rojas Pinilla, María Eugenia Rojas. Este apoyo se explicitó to-

91 Hasta los años sesenta la izquierda en Latinoamérica juzgaba a los Libertadores a la luz de lo que sobre al-gunos de ellos había escrito, nada encomiasticamente, Karl Marx quien llamaba a Bolívar “Napoleón de las retiradas”. V. Bolívar y Ponte publicado en New American Cyclopedia, Vol.3, 1858, artículo reproducido en Kart Marx y F.Engels:Revolución en España. Ed.Ariel, Barcelona, 1973 (4ª ed.)

92 De este discurso elaborado a fines de los años sesenta y en consonancia con lo ocurrido en Cuba (el culto a Martí y Calixto García por los revolucionarios) procede una gran parte del que en los años noventa asumi-ría como propio el venezolano Hugo Chávez.

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davía más en abril cuando, durante una manifestación en la Plaza Bolívar, aparecieron banderas de la ANAPO que incluían la inscripción M19.

No era algo que el partido agradeciera especialmente. Verse identificado con un grupo armado que practicaba secuestros y no tardaría mucho en cau-sar muertes, no favorecía su imagen civilista (y al fin y al cabo su vinculación a sectores empresariales y eclesiásticos). Los dirigentes del M19 lo justifica-rían así años más tarde:

“Apoyamos a María Eugenia Rojas porque ella era, entonces, la candida-ta de un movimiento popular. Allí había pueblo que estaba contra la oli-garquía. Y lo único que uno no puede hacer es aislarse o separarse del pueblo”93

La originalidad de planteamientos del M19 atrajo enseguida no solo a jóvenes simpatizantes sino a guerrilleros y militantes de otros grupos de iz-quierda y de las bandas armadas que sobrevivían en el monte. Y es que la situación de los mismos era de casi derrota.

Tanto las FARC como el ELP y el ELN estaban al borde del aniquilamien-to. El núcleo guerrillero del Quindío (FARC) había sido detectado por el Ejér-cito que lo destruyó. Jacobo Arenas reconocería que aquella acción le había supuesto a las FARC la pérdida de la mitad de sus efectivos humanos y el 70% del armamento de que disponían94. En 1979 el Partido Comunista con-sideraba a las FARC como una simple reserva estratégica para hacer frente a una posible dictadura militar. Entonces el grupo solo era capaz de mantener 8 frentes activos (5 en el sur del país, 2 en el centro y 1 en el norte)95.

En cuanto al ELN estaba militarmente derrotado después de la Operación Anorí. Las divisiones internas y una creciente eficacia de las Fuerzas Arma-das en su lucha contra la insurgencia, dejaron a la organización casi en el colapso pues en 1979 solo podía contar con 80 militantes en armas. Lo mismo ocurrió con el EPL y con el Partido Comunista Marxista-Leninista que era la organización política que lo mantenía quedando reducido a un único frente activo con muy pocos miembros.

Con este desolador panorama el M19 aparecía como la única fuerza gue-rrillera capaz de aglutinar a los sectores partidarios de la violencia, de ahí

93 Declaración de Alvaro Fayad alias El Turco en Patricia Lara: Siembra vientos y recogerás tempestades. La historia del M19,sus protagonistas y sus destinos. Ed. Planeta, Bogotá, 2002.

94 Ver O.C. en Nota 6595 Ver O.C. en Nota 64 (1985)

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que en sus filas confluyan gentes procedentes de todas las guerrillas, cristia-nos revolucionarios y militantes de los diversos partidos de izquierda.

La estrategia de acciones de gran repercusión continuó en los años siguien-tes destacando el asesinato del líder sindical José Raquel Mercado (1976)96, el secuestro del embajador de Nicaragua (1978) y el asalto a la Embajada de la República Dominicana (1980) mientras se celebraba una recepción diplomá-tica y que tuvo como resultado la retención de 12 embajadores entre los que estaba el de Estados Unidos y el Nuncio. Todas estas acciones causaron un enorme impacto dentro y fuera de Colombia. Al mismo tiempo se realizaban asaltos a camiones de empresas alimentarias (industrias lácteas y mataderos, sobre todo) cuyos botines eran luego distribuidos en barrios populares con lo que el M19 estaba consiguiendo un gran apoyo entre los sectores desfavo-recidos de las ciudades.

Sin embargo, cuando el M19 se sintió tentado a crear una guerrilla rural buscando diversificar los frentes de combate, fracasó estrepitosamente. El discurso de los “doctorcitos” no calaba entre los campesinos. Un propagan-dista del grupo llego a afirmar años más tarde que, en los encuentros con la población rural, en vez de soltar soflamas revolucionarias comprensibles daban lecciones de sociología y de ciencia política.

En las elecciones de 1978 volvieron a triunfar los liberales con su candida-to Julio César Turbay Ayala, hombre de aparato y que se conocía al dedillo los entresijos de la vida política y partidaria. Turbay era todo él un anacronis-mo, lo era en su forma de vestir (lucía una permanente pajarita) y lo era en la manera de pensar sosteniendo una visión del conflicto civil más próximo a la de los conservadores de treinta años antes que a lo que exigían los tiempos. Fue esta actitud la que le llevó a complacer a los militares con el Estatuto de Seguridad de 1978 que concedía carta blanca a las Fuerzas Armadas para uti-lizar cualquier método que consideraran adecuado para acabar con las gue-rrillas. Esto fue meter la mano en el avispero pues en un momento en que, con la excepción del M19, los demás grupos estaban al borde del colapso, los abusos cometidos por los militares en la lucha contrainsurgente y la bene-volencia con que los políticos en el poder aceptaron estos abusos, llevó a un fortalecimiento de los semimoribundos grupos e incluso alentó la aparición

96 Esta acción posteriormente fue considerada un grave error. El cartagenero Mercado era el líder de la Con-federación de Trabajadores Colombianos, era el hombre de raza negra que había llegado más arriba en la Historia del país. El M19 lo consideraba un traidor a la clase trabajadora por sus amistades en el gobierno y por sus contactos con los norteamericanos. El propio Jaime Bateman, quien se justificaba por este asesinato con el argumento de que “la oligarquía no había dejado otra salida”, reconocía que “fue un episodio oscuro, doloroso, lamentable. De él preferimos no hablar” V. O.C. en Nota 93.

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de otros nuevos en la década de los ochenta. Hay que decir que el Estatuto fue visto también con complacencia por conservadores, altas jerarquías ecle-siásticas y grandes empresarios. Según el Ministro de Defensa, en el primer año de aplicación fueron detenidas 60.000 personas. Se suponía que las le-yes represivas iban también dirigidas contra el narcotráfico pero quien real-mente sufrió las consecuencias fueron los grupos de izquierda, armada o no, mientras que los narcotraficantes seguían contando con la benevolencia gu-bernamental y ésto en un momento en que los marimberos de la marihuana estaban siendo sustituidos velozmente por la mafia de la cocaína al mismo tiempo que, como consecuencia de tal cambio, crecía vertiginosamente la delincuencia urbana en forma de secuestros, asesinatos etc. protagonizada por bandas de sicarios al servicio de los grandes capos de la coca.

El grado de violencia que parecía contenida en límites tolerables desde 1957, comenzó a desbordar todas las previsiones. Amnesty International de-nunciaba en su Informe de 1980 al gobierno colombiano, y más concreta-mente a los militares, de violar los derechos humanos manteniendo centros secretos de detención en los que se practicaban hasta 50 tipos de tortura. El M19, a su vez, estaba ganando la batalla propagandística, la opinión pública veía al gobierno desacreditado y sin capacidad de maniobra y el golpe defi-nitivo vino cuando el escritor Gabriel García Márquez, con la protección de diplomáticos mexicanos, abandonaba el país al estar amenazado por grupos paramilitares de extrema derecha bajo la acusación de presuntas simpatías con el “M” (nombre popular del M19).

Los jóvenes de las barriadas pobres de las ciudades se sentían atraídos nuevamente por los grupos guerrilleros, pero también por el sicariato al ser-vicio de los narcos. En un momento de crisis económica, como la que se vive en Colombia a comienzos de los ochenta, los grupos armados de uno y otro signo ofrecían la seguridad de un salario y manutención al mismo tiempo que ponían en manos de jóvenes, en bastantes casos menores de edad, un arma de fuego que los hacía sentirse superiores al resto de los demás morta-les sobre cuya vida o muerte podían disponer a capricho.

En Medellín aparecía el primer grupo “contra” destinado a la lucha anti-guerrilla en las ciudades, el MAS (Muerte a Secuestradores) a raíz del rapto del que fue objeto una joven perteneciente a una conocida y poderosa familia de narcotraficantes y que protagonizó el M19. En medio del fuego cruzado en campos y ciudades, caían indígenas, campesinos, líderes sindicales, paci-fistas, defensores de los derechos humanos, periodistas, abogados, policías, jóvenes delincuentes, soldados, guerrilleros etc. era una guerra de todos con-tra todos pero en donde los muertos eran bastante más numerosos por la

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banda izquierda que por la derecha. Un ejemplo de esto fue lo acontecido con el Consejo Regional Indígena del Valle del Cauca cuyos líderes cayeron uno tras otro asesinados indistintamente por los latifundistas, que querían hacerse con sus tierras, y por las FARC, que pretendían incorporar por la fuerza a sus filas a las comunidades indias.

En el seno del Partido Liberal, muchos de cuyos integrantes estaban des-contentos con la gestión de Turbay, comenzaba a surgir una nueva (y fu-gaz) estrella política que parecía la reencarnación de Gaitán en versión años ochenta. Se trataba del senador Luis Carlos Galán que empleaba un lenguaje novedoso en la política colombiana: Hablaba de la mujer, de la ecología, de los derechos de los niños, de los indígenas, de la diversidad cultural. Ni la izquierda ni la derecha utilizaban tales términos, ni participaban de tales preocupaciones. Envueltos en los raídos ropajes de la vieja retórica aún no habían caído en la cuenta de que el mundo estaba cambiando a toda ve-locidad. Pero en aquella Colombia cainita la derecha y la izquierda se ne-cesitaban mutuamente tal y como siempre habían existido, sin cambiar ni el discurso ni el folklore. Sin un Palacio de Invierno para tomar gracias al heroico combate de la clase trabajadora, la izquierda no tenía razón de ser; sin un Palacio de Invierno a ser defendido, también de manera heroica, por los campeones de la civilización occidental que arriesgaban su vida contra la barbarie roja y atea, la derecha tendría que borrarse. Y mientras el Palacio de Invierno seguía en el mismo sitio indiferente a quien lo ocupaba, los muertos se amontonaban a lo largo y ancho del país.

El gobierno de Turbay se vio además afectado por los escándalos financie-ros que estallan en 1980 y que tienen como responsables al Banco Nacional y, sobre todo, al Grupo Grancolombiano, ejemplo este último de cómo la ingeniería financiera se derrumba como un castillo de naipes cuando la am-bición especuladora sobrepasa ciertos límites. Llovía sobre mojado. La crisis económica mundial de comienzos de los años ochenta y la crisis de la deuda latinoamericana provocaron una fuerte recesión que contribuyó a amplificar los efectos de los escándalos. La relaciones entre sindicatos y patronal ya venían siendo tensas y empeoraron notablemente con Turbay quien contra-rrestó la protesta social con represión mientras el gobierno hacía muy poco o, para ser exactos, nada, en lo referente a tomar medidas para atajar en lo posible los efectos de la recesión. El número de empleados en la industria disminuyó durante el cuatrienio turbayista pasando de 509.200 en 1979 (la mayor cifra hasta entonces en la historia de Colombia) a 481.100 en 198297. La

97 Departamento Nacional de Planeación: Coyuntura económica 1984 y bases del programa macroeconómico

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inflación, por su parte, mantuvo guarismos cercanos al 30%. Al incrementar-se los costos financieros y disminuir el mercado interno por su apertura a las importaciones, la respuesta de la patronal fue expulsar mano de obra con lo que el paro de la población activa se elevó, de promedio nacional, al 27,3% superándose el 30% en ciudades como Medellín o Pereira. He aquí uno de los factores que contribuye a explicar el rápido desarrollo de la delincuencia (especialmente la juvenil) en los años ochenta.

La recesión que se abatió sobre Colombia, con altibajos, se prolongó du-rante toda esa década y tuvo como principales expresiones las siguientes:

- Reducción de las exportaciones con el consiguiente déficit comercial (que pasó de 300 millones de US$ en 1980 a 2.100 millones en tan solo dos años, este déficit representaba por sí solo el 7% del PIB)

- La industria se debilitó al deteriorarse su productividad y reducirse la demanda.

- Como dice Salomón Kalmanovitz, “el capital financiero se convirtió en el Drácula del país”98 dado el enorme nivel de endeudamiento al que habían llegado las empresas con las entidades crediticias. La imposibilidad de pagar las deudas unida a las alegres operaciones de ingeniería que habían practicado ciertos grupos bancarios, llevaron al colapso de los conglomerados financieros más importantes cam-biando completamente el mapa del poder económico.

- El déficit fiscal obligará en su momento al Presidente Betancur a crear nuevos impuestos, aumentar los existentes y recurrir a la emi-sión de deuda pública lo que no hizo más que empeorar la situación sin que hubiera otra salida que recurrir a tales medidas por el incre-mento de los gastos gubernamentales.

La crisis económico-social perjudicó al liberalismo oficialista que pierde las elecciones de 1982 en beneficio del candidato conservador Belisario Be-tancur quien representaba el estereotipo del hombre antioqueño (tenaz, tra-bajador, con familia numerosa y muy católico) y que había hecho popular durante la campaña un eslogan muy ambiguo “Sí, se puede” que daba pie a todo tipo de interpretaciones, pues lo mismo se podía referir a la paz que a la recuperación económica… Betancur ganó las elecciones con la mayor cantidad de votos recibida hasta entonces por un candidato a la Presidencia, 3.168.592, gracias a la división del voto liberal repartido entre el candidato

1985-86, Bogotá,198598 O.C. en Nota 14

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oficial Alfonso López Michelsen y el “free lance” Luis Carlos Galán quien inicia en esta campaña su meteórica carrera hacia la fama y la muerte.

La etapa de Betancur coincide con la aparición de los primeros grupos de autodefensas, bandas armadas de extrema derecha organizadas, patrocina-das y financiadas por los narcotraficantes y los hacendados, y con el inicio de la imparable ascensión del tráfico de cocaína y también con la más espec-tacular acción de la guerrilla izquierdista, en este caso el M19, que consistió en la toma del Palacio de Justicia de Bogotá y que acabó en una completa tragedia.

Betancur era un hombre conservador pero con sensibilidad social en la línea de la doctrina oficial de la Iglesia. En este sentido impulsó acciones de gran dimensión como la Universidad a Distancia, para que pudieran estu-diar las gentes con pocos recursos, la construcción de viviendas que se entre-gaban sin pago de cuotas iniciales y una activa campaña de alfabetización. Además inició su mandato con una generosa amnistía que puso en la calle a 1.000 guerrilleros detenidos, casi todos pertenecientes al M19. Pero el go-bierno tenía un margen de maniobra reducido debido a la crisis industrial que se estaba viviendo y al descalabro de las finanzas nacionales. El escán-dalo del Grupo Grancolombiano culminó a comienzos de su presidencia y el gobierno se vio obligado a nacionalizar cinco bancos para socializar pérdi-das mientras que el principal responsable de aquel desastre huía a Panamá donde fue nombrado asesor financiero del General Noriega. Betancur tuvo que negociar el primer “ajuste voluntario” que se firmó entre Colombia y el FMI y que consistió, como cabía esperar y siguiendo la política tradicional de este organismo, en una drástica reducción del gasto público y en una sus-tancial devaluación del peso. La primera medida tuvo efectos inmediatos so-bre los salarios, que fueron congelados, y los programa sociales, que vieron mermados muy considerablemente sus recursos. La segunda benefició las exportaciones industriales pero resultó negativa para la gran masa de la po-blación. La situación empeoró con el terremoto que asoló Popayán en 1983 y con el agravamiento de la crisis política derivada de las actividades parami-litares. Según el Procurador General de la República, Carlos Jiménez Gómez, militares en activo (señaló en su informe con nombre y apellidos a más de 70) estaban involucrados directamente, bien por participación, bien por facilitar entrenamiento, en las actividades de los grupos violentos de extrema dere-cha y en concreto del MAS. El Ministro de Defensa, General Fernando Lan-dázabal, salió airadamente en defensa de sus subordinados provocando un conflicto en el seno del gobierno que fue acallado por el propio Presidente, pero ante la opinión pública se irguió el fantasma de unas Fuerzas Armadas

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que, transgrediendo el mandato constitucional, se involucraban en acciones políticas de carácter violento. En ese momento solo había sospechas, más tarde se demostró que había evidencias notorias de este envolvimiento.

Betancur tenía la intención de promover una reforma institucional para extender y fortalecer el sistema democrático en el país pero no contaba con mayoría en ninguna de las Cámaras del Congreso en las que estaban sobre-rrepresentados los terratenientes y los caciques regionales, ninguno de los cuales tenía el menor interés en mover las cosas si el movimiento no iba en su favor. El conjunto de medidas propuestas para su aprobación al Parlamento eran:

1ª Elección popular de alcaldes con financiación efectiva de la activi-dad local transfiriendo fondos desde el gobierno central y los go-biernos departamentales.

2ª Estatuto de los partidos, lo que incluiría su financiación por parte del Estado, y estatuto de la oposición.

3ª Reforma de la burocracia estatal desligándola del bipartidismo y haciéndola más profesional y operativa.

4ª Reforma del código penal para robustecer la justicia y hacerla creí-ble.

5ª Reglamentación de los medios de comunicación para garantizar su independencia frente al bipartidismo.

6ª Reforma laboral en beneficio del capital.

El Congreso de la República ha sido tradicionalmente ineficaz, corrup-to, ignorante y vago aunque ha sido también el marco adecuado para el lu-cimiento oratorio de la clase política, muy propensa al discurso pomposo, muy vacuo pero, en la mejor tradición del lirismo local, muy hermoso for-malmente. Este Congreso estaba formado por individuos que le debían muy poco a la opinión pública y que no eran, desde luego, los portavoces de las demandas de los trabajadores, de la clase media y, mucho menos, de los cam-pesinos o los indígenas. No veía en absoluto la necesidad de reformar nada, razón por la cual el proyecto presidencial naufragó a pesar del apoyo de la ciudadanía, consiguiéndose solo la aprobación de la primera medida y de una parte de la segunda. Una vez más quedaba en evidencia la incapacidad de las clases dominantes para elaborar una política de acuerdos nacionales incluyentes que fueran más allá del estrecho marco de un moribundo bipar-tidismo. Detrás del Congreso estaba la manifiesta hostilidad de los poderes fácticos: Los ex presidentes, para quien Betancur era un outsider; los empre-

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sarios y los consejos de administración de la gran prensa para quienes era un filocomunista por haber incluido a Colombia en el Movimiento de los No Alineados y por apoyar al Grupo de Contadora contra los intereses de la agresiva política de Washington en Centroamérica, y los directorios polí-ticos para los que cualquier reforma que afectara al equilibrio bipartidista se haría en su perjuicio. Los dueños del poder nacional eran contrarios a nego-ciar nada, ni reformas políticas, por las que clamaba el país, ni pacificación. Como escribiría años más tarde el periodista Antonio Caballero, aún debe correr mucha sangre entre las élites colombianas para que éstas se decidan a prescindir de cuotas de poder en beneficio de otros protagonistas sociales.

El fracaso de la política negociadora de Betancur vino a agravarse con la obsesión de la administración Reagan por la persecución del narcotráfico y las presiones que Washington ejercía sobre Bogotá para que se aprobase en el Congreso colombiano el Acuerdo de Extradición que se había negociado en la época de Turbay99 y que la Corte Suprema de Colombia había declarado anticonstitucional. De hecho cuando Reagan visitó Colombia en 1982 solo hizo alusión a este tema. Todo ello provocó el estallido de la guerra de las drogas que tanto sufrimiento le causaría al país.

A fines de los años sesenta algunas agrupaciones criminales, controladas por exiliados cubanos de Miami, iniciaron, a pequeña escala, el contrabando de cocaína desde Colombia con destino al mercado norteamericano. La coca se cultivaba en pequeñas parcelas en el Valle del Cauca y era trasladada a los Estados Unidos por correos individuales denominados “mulas” que trans-portaban dos o tres kilos viajando en compañías comerciales de aviación100. En 1970 los decomisos de cocaína procedente de Colombia en las aduanas norteamericanas ascendieron a 100 Kg.

Lo que funcionó inicialmente como un trasiego de limitada importancia pronto comenzó a evolucionar hacia un comercio de creciente amplitud ante la cada vez mayor demanda de los consumidores norteamericanos. Este he-cho fue fundamental: Si en Colombia se desarrolló el narcotráfico fue porque la cocaína encontraba rápida salida en los mercados del mundo occidental.

99 Turbay aceptó el Tratado de Extradición, literalmente impuesto por Estados Unidos, para lavar su imagen. Cuando se produjo su elección un informe secreto redactado por Peter Bourne, el consejero más importante del Presidente Carter, lo acusaba de estar involucrado con los narcotraficantes colombianos. El informe fue filtrado a la prensa y la administración norteamericana tuvo que negar que hubiese pruebas de la vincula-ción del mandatario colombiano con el negocio de estupefacientes. Ver Bruce Michael Bagley: Colombia y la guerra contra las drogas en Rafael Pardo (Comp.): El siglo pasado. Colombia: Economía, política y sociedad. Colpatria-CEREC, Bogotá, 2001.

100 Aunque hace referencia a una época posterior, la película colombiana María llena eres de gracia (2004) dirigida por Joshua Marston describe perfectamente el sórdido mundo de las “mulas”

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Como los cultivos colombianos no crecían al compás de la demanda, lo que se hizo fue importar pasta de coca desde Bolivia y Perú que luego era “cocinada” (refinada) en laboratorios clandestinos situados en Colombia. La proliferación de estos laboratorios debió mucho al golpe de Estado chile-no que obligó a técnicos especializados en la producción de estupefacientes, quienes trabajaban para las redes criminales chilenas, a exiliarse.

Un narcotraficante colombiano, Carlos Lehder, preso en los Estados Uni-dos por contrabando de marihuana, puso en marcha un nuevo sistema de transporte de droga para abastecer la demanda norteamericana cuando fue puesto en libertad en 1976. Al año siguiente consiguió crear una red de trá-fico aéreo en avionetas que podían transportar cantidades mucho mayores que las portadas por las “mulas” obteniendo, por ello, enormes ganancias. El negocio creció con tal rapidez que la DEA en un informe dirigido al Con-greso al año siguiente advertía:

El tráfico de cocaína se encuentra dominado por sindicatos disciplinados cuya estructura total es superior a la de cualquier otra organización en América del Sur. Algunos grupos funcionan como corporaciones multina-cionales del hampa, integradas verticalmente desde los laboratorios clan-destinos en Colombia hasta los distribuidores. Como resultado, Colombia ha desarrollado un hampa criminal extensa y agresiva que controla la tota-lidad de la organización del tráfico sudamericano101

Y lo peor estaba aún por venir.

Simultáneamente a la expansión del comercio de la coca, los marihuaneros estaban viviendo su Edad de Oro. El crecimiento del cultivo de la “yerba” en toda la Guajira y zonas limítrofes (se calculó entre 30.000 y 50.000 el número de pequeños campesinos dedicados a cultivar marihuana) fue acompañado de una convulsión muy profunda de la vida social y económica de la región. Aquel territorio, olvidado por casi todos los colombianos comenzado por las autoridades, saltó a las primeras páginas de los diarios durante los setenta. Y lo hizo continuamente. Los cultivadores se beneficiaban del aislamiento, de su condición de área fronteriza y del auge de los indocumentados en Vene-zuela (inmigrantes colombianos ilegales en ese país que eran deportados) lo que creó una masa de población flotante disponible como mano de obra102.

101 Citado por Bruce M. Bagley: Drug Trafficking in the Americas. University of Miami Press 1994102 Los mejores trabajos que se han hecho sobre esta cuestión son el de G. Daza Sierra: Marihuana, sociedad y

Estado en La Guajira”. Tesis de grado, Departamento de Sociología, Universidad Nacional, Bogotá, 1988, y el de José Cervantes Angulo: La noche de las Luciérnagas, Ed. Plaza & Janés, Bogotá, 1980. De ellos proceden los datos que exponemos.

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Al contrario que la coca en sus comienzos, la marihuana se transportó ma-yoritariamente en avión (el 70% del volumen total que llegaba a los Estados Unidos lo hacía a bordo de aviones y el 30% en barco). En el momento álgido del tráfico salían de esta zona 500 aviones anuales de diversos tamaños, des-de Pipers a DC6 que utilizaban, según datos del Ejército, unas 70 pistas clan-destinas construidas por todo el territorio. Los pilotos eran norteamericanos, en gran parte excombatientes de Vietnam, y también exiliados libaneses. Las rutas de entrada y salida atravesaban Panamá y los aviones iban dotados de equipos de radio con los que contactar con los puestos terrestres utilizan-do claves y nombres determinados para cada operación de embarque. Los pagos se hacían en dólares en la misma pista una vez cargada la “yerba”. Rematada la operación de carga y despegado el avión, los marimberos, que observaban desde cierta distancia las diversas fases del proceso, se dirigían a un lugar predeterminado para correrse una “parranda” de celebración en la que circulaban profusamente el whisky y la droga (en este caso la cocaína) junto a las más destacadas prostitutas de la zona y los ejércitos de amantes que los marimberos mantenían. Algunos de estos festejos fueron legendarios y quedaron marcados hasta hoy en el imaginario colectivo de la Guajira por el nivel de despilfarro a que se llegó103.

Si bien a los “capos” que controlaban el tráfico de marihuana se les ha identificado como “mafiosos” la realidad es que nunca se llegó a conformar una mafia en torno a la marihuana como sí en cambio sucedió con la coca. Esto se explica por varios factores.

En primer lugar el control de las rutas, el comercio al por mayor y las redes de distribución en el interior de Estados Unidos estaban en manos de norteamericanos y no de colombianos y en segundo lugar el gran volumen de la mercancía comercializada en relación al precio que se pagaba en origen (todo lo contrario de lo que ocurría con la coca) impidió que surgieran “free lances” dispuestos a establecer sus propias redes en competencia con la ma-fia norteamericana. Finalmente a fines de los setenta las mafias norteameri-canas comenzaron a producir marihuana en los estados de Hawai, California

103 Entre las muchas historias verídicas que se cuentan sobre estos desmadres podemos poner como ejemplo la siguiente: “Un famoso cantante de vallenato saludó a un marimbero guajiro en una de las canciones de su último disco. El hombre, para celebrar la dedicatoria, hizo una fiesta que duró cuatro días. Mandó por varias cajas de whisky importado y ordenó asar varios chivos. Durante la parranda no pusieron otra cosa que ese disco y repetían a cada rato la canción dedicada, hasta que uno de los invitados se cansó y gritó que “quitaran esa mierda que ya estoy mamado” Enojado, el marimbero le hizo el reclamo y el hombre, sin pensarlo dos veces, lo mató y se fue” Ver Oscar Escamillo: Narcoextravagancia. Historias insólitas del narcotráfico. Ed. Aguilar, Bogotá, 2002

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y Ohio compitiendo ventajosamente, por el menor costo de transporte, con la yerba colombiana y barriéndola, finalmente del mercado estadounidense.104

A comienzos de los ochenta el narcotráfico vinculado a la producción y venta de cocaína estaba evolucionando hacia la forma de poderosos oligopo-lios que ya reunían todas las características de las organizaciones mafiosas. En Colombia existían en esa década cuatro núcleos diferenciados de “fami-lias”:

A) El núcleo antioqueño configurado por antiguos contrabandistas de la década anterior que, en sus momentos iniciales, se dedicaron a comerciar con la marihuana sembrada en la zona de Urabá. Los di-versos grupos de este núcleo se fueron transformando a partir de sus contactos con las zonas productoras de pasta de coca en Perú y Bolivia, especializándose en su refinamiento y creando sus propias redes de distribución en Estados Unidos aprovechando la gran afluencia de antioqueños a Norteamérica desde 1965. Los grupos antioqueños estaban formados por individuos procedentes de la clase media y baja que tuvieron que entrar en conflicto violento con la alta sociedad local, racista y muy conservadora, que no es-taba dispuesta a perder su hegemonía. Sin embargo este foco ma-fioso, una vez que ascendió, se convirtió en tan conservador como sus oponentes y potenció los signos de identidad de la sociedad tradicional regional como la música carrilera (frente al vallenato de los marimberos), las mansiones señoriales, el uso del sombrero por parte de los hombres, el culto a la madre, el catolicismo y los caballos, entre otros iconos105

B) El núcleo valluno o caleño que se configura en torno al eje contra-bandístico Buenaventura-Panamá especializado también en em-barcar emigrantes ilegales hacia las costas del Pacífico norteame-ricano. Los componentes de este núcleo procedían de las clases

104 El fin del comercio marihuanero fue también el fin del marimbero tradicional que llegó a constituir un tipo de individuo fácilmente identificable por los rasgos externos que asumió: Ropas costosas de moda, pantalones vaqueros de marca, zapatos de charol, camisas deliberadamente desabrochadas hasta el ombligo que permitían ver un tórax cubierto de cadenas de oro de las que pendían cruces y amuletos, un Rolex en la muñeca y varios anillos y pulseras de oro y piedras finas. Completaban la indumentaria un sombrero tejano, gafas “rayban” y una pistola Magnun puesta en lugar bien visible. Este personaje que casi parece sacado de una caricatura pero que obedece en su descripción a su aspecto real, se bañaba literalmente en caros y penetrantes perfumes lo que unido a la música a todo volumen (vallenatos y cumbias) que sonaba en el radiocassette de su todoterreno (preferentemente de marca norteamericana) anunciaba su presencia a distancia. Ver G. Daza Sierra: O.C. en Nota 101.

105 Mario Arango Jaramillo: Impacto del narcotráfico en Antioquia, Editorial J.M., Medellín,1988

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media y alta pero también los había de origen mucho más modesto como los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, el pri-mero de los cuales llegaría a ser vicepresidente del First Interame-rican Bank de Panamá y el segundo propietario del Banco de los Trabajadores de Cali106.

C) Núcleo central. Tuvo desde el principio una fuerte connotación po-pular con base en los peones y campesinos minifundistas de los Departamentos de Boyacá y Cundinamarca que habían abandona-do su oficio para convertirse en rebuscadores y matones de las mi-nas de esmeraldas. Con una larga tradición de violencia vinculada a los conflictos civiles, los miembros de este grupo forjaron su po-sición literalmente a tiros. Vinculados a la tierra como estaban por su origen, invirtieron grandes cantidades de dinero en comprar fincas provocando en la zona una especie de narco-contrarreforma agraria. La figura más destacada de este grupo fue Gonzalo Rodrí-guez Gacha, más conocido por el apodo de “El Mexicano” por su desenfrenada afición a las rancheras. En 1988 la policía colombiana descubrió una oficina encubierta desde la que se controlaban las 77 empresas de las que era propietario que incluían equipos de fútbol, empresas agroindustriales, ganaderas y de construcción107.

D) Núcleo Oriental creado en torno al eje contrabandístico Cúcuta (Colombia)-San Antonio (Venezuela). Se caracteriza por su gran dinamismo económico y su gran discreción que raya en el secre-tismo. Está formado por gentes de la clase media de ambos países. Su crecimiento se vio favorecido por la guerra entre los núcleos de Cali y Medellín así como por la preferente atención del gobierno en su lucha contra el narcotráfico a los sectores central y occidental del país. El dinero negro se ha invertido en enormes centros co-merciales, polígonos de viviendas de lujo etc.

Bajo el gobierno de Betancur todos estos grupos se afianzan como núcleos de poder capaces de desafiar al propio Estado y con más capacidad para generar violencia, como se verá en los años siguientes, que cualquier grupo guerrillero e incluso, en estos años, que todos juntos. Sin embargo los emba-tes contra el Estado no vendrán, en este momento, del narcotráfico sino de la guerrilla y, singularmente, del M19.

Los líderes de esta agrupación habían interpretado como un gran éxito

106 Sobre la saga de los hermanos Orejuela ver Camilo Chaparro: Historia del cártel de Cali. El ajedrecista mueve sus ficha. Ed. Intermedio, Bogotá, 2005

107 F. Rincón; Leyenda y verdad de El Mexicano. Aquí y Ahora Editores, Bogotá, 1990

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publicitario la operación de toma de la Embajada de la República Domini-cana en 1980 lo que les llevó a la conclusión de que los actos de propaganda armada funcionaban bien y que ese camino era el correcto, equivocado razo-namiento que desembocará en el trágico error del asalto al Palacio de Justicia de Bogotá.

Ciertamente los errores de análisis del M19 no eran privativos de esta organización. En general la izquierda colombiana vivía en los ochenta en la euforia propia de quien ve la revolución a la vuelta de la esquina sin darse cuenta que comenzaba a haber signos que apuntaban más bien en otra direc-ción. La izquierda había quedado muy impactada por el éxito de la huelga general de 1977 que contribuyó a acelerar una cierta unidad interna entre los diversos grupos políticos, pero no se percató de que la huelga del 77, lejos de ser el inicio de la ansiada revolución, fue el inicio de la decadencia sindical. En 1984 se trató de repetir movilizando, en apoyo al nuevo paro general, a todos los activistas de la guerrilla pero, a decir verdad, poco más se movilizó. El entusiasmo desplegado por los organizadores no contagió a la población y lo mismo ocurrió, ya en la presidencia de Virgilio Barco, con las dos huel-gas generales del 21 de julio y el 21 de octubre de 1987 convertidas en “paros cívicos” que resultaron de efectos limitados, parciales y circunscritos a la izquierda sindical no vinculada a la CSTC por lo que no participó en ellos el grueso del movimiento obrero. Años más tarde un destacado miembro del PCC confesaría: “La cobertura de estos movimientos fue parcial, mino-ritaria y más agitacional. De hecho no fueron paros del proletariado y de las masas”108

En los últimos meses del gobierno Betancur la situación política estaba muy complicada con el programa de reformas paralizado y la comisión de la paz, creada para entablar el diálogo con los grupos armados, inoperante. En este contexto acontece el holocausto del Palacio de Justicia.

Las razones que llevaron al M19 a asaltar la sede de la Corte Suprema todavía hoy no están muy claras. El ex Presidente de Colombia Álvaro Uri-be, comentando el hecho, llegó a atribuírselo a los capos del narcotráfico, quienes habrían hecho el encargo al grupo guerrillero de secuestrar a los magistrados de la Sala Constitucional justo en el momento en que se iba a decidir sobre la constitucionalidad del Tratado de Extradición con Estados Unidos109. El historiador militar Luis Alfonso Plazas Vega apunta a un inten-

108 Recogido por Ricardo Sánchez en: Crítica y alternativa. Las izquierdas en Colombia. Ed. La Rosa Roja, Bogotá, 2001

109 Aunque no hubiera una relación directa con el grupo de narcos denominado “Los Extraditables” entre los

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to de golpe de Estado para juzgar al Presidente y a varios ministros, conde-narlos a muerte o a la cárcel y hacerse violentamente con el poder110. Por su parte, el ex líder del M19 Antonio Navarro afirma que la única intención era presionar al gobierno para que se hicieran públicas las actas de la Comisión de Verificación y los acuerdos de tregua y que el país supiera como el gobier-no había mentido en lo referente a las conversaciones de paz111.

A las 12,10h del mediodía del 6 de noviembre de 1985 un grupo de gue-rrilleros bien armados112 entraron en el Palacio de Justicia situado en el co-razón emblemático de la ciudad y del país, la Plaza Bolívar, cuyos tres lados restantes flanquean la Catedral Primada, el Capitolio y la Alcaldía Mayor y se encuentra a menos de 200 metros del Palacio Nariño, residencia ofi-cial del Presidente de la República. Mataron a dos porteros, inmovilizaron y desarmaron a los guardias de seguridad y a los escoltas de los magistrados, quienes solo tenían pistolas para defenderse, y se hicieron con el edificio manteniendo como rehenes a todos los que estaban allí dentro entre los que figuraban 12 magistrados de la Suprema Corte. Al parecer, y contando con la complicidad de empleados y algunos abogados, se habían ido introducien-do en los días previos alimentos, explosivos, medicinas y armas. Lo que iba para gesto propagandístico con el juicio del Presidente por traidor al proce-so de paz, se acabó convirtiendo en una tragedia nacional de proporciones descomunales. Treinta minutos después de que los guerrilleros se hubieran introducido en el edificio, una tanqueta del ejército despedazaba a cañona-zos la puerta principal y entraba en el patio del Palacio en el comienzo de un operativo militar de recuperación que duraría 27 horas, La foto del vehículo

que figuraba Pablo Escobar, hay dos hechos ciertos. El primero fue que el M19 hizo público un comunicado manifestando su oposición a la extradición a Estados Unidos de los mafiosos colombianos por razones de alegado patriotismo, y el segundo que el Archivo del Consejo de Estado en el que había documentación relacionada con el tratado de extradición fue de los primeros que ardió una vez que el M19 entró en la sede de la Corte Suprema si bien no se ha podido demostrar que fueran los guerrilleros quienes le pusieron intencionadamente fuego. Por lo demás varios líderes del M19 (Iván Mariano Ospina y Antonio Navarro entre otros), confesaron que el grupo tenía un pacto de no agresión con Pablo Escobar.

110 Plazas Vega participó muy activamente en la acción del Palacio de Justicia pues fue el comandante de los vehículos blindados que rodearon y entraron en la sede de la Suprema Corte. Ver de su autoría El Palacio de Justicia. Documento testimonial. Ed. Carrera 7ª, Bogotá, 2004. Otros trabajos de interés sobre el tema son: Germán C. Hernández: La Justicia en llamas, Carlos Valencia Ed., Bogotá, 1986, Ana Carrigan: The Palace of Justice: A Colombian Tragedy, Four Walls Eight Windows Ed. New York, 1993 y Ramón Jimé-nez: Noche de lobos. Siglo XXI, Bogotá,1989

111 Declaraciones a Patricia Lara O. C. en Nota 93112 El M19 siempre se declaró una guerrilla “pobre” por lo que había muchas dudas sobre como habían consegui-

do las armas que eran muy modernas (fusiles M16, Fal y Galil). Se ha sugerido que habían sido proporciona-das por Escobar aunque la versión oficial de los supervivientes del grupo es de que se trataba de un regalo de la guerrilla salvadoreña.

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blindado atravesando la enorme portada dio la vuelta al mundo. El Ministro de Defensa aseguró al Consejo de Ministros de que se estaban respetando las órdenes del Presidente de salvaguardar la vida de los rehenes, pero un pavo-roso incendio113 se extendió rápidamente ayudando a aumentar la confusión. Cuando por fin los soldados se apoderaron de la Suprema Corte el saldo era de 90 muertos, entre ellos 11 magistrados y los guerrilleros que estaban dentro, casi 40, de los que solo hubo un superviviente. Unas 9 personas, que fueron hechas prisioneras, pasaron a engrosar la lista de “desaparecidos”. El país asistió horrorizado e impotente a aquella tragedia en la que todos salían perdiendo como confiesa Antonio Navarro:”El M19 perdió a 35 de sus me-jores combatientes…Perdió el ejército, que tuvo que emplear veintiséis ho-ras, usando tanques, helicópteros, explosivos, cañones de retroceso, bazucas, rocketts, fuerzas especiales, todo, para aplastar, con la mayor brutalidad que el mundo ha visto por televisión, la resistencia de 35 combatientes. Perdió la Corte Suprema de Justicia porque murieron muchos de sus miembros y arra-saron el palacio, la sede de la institución. Perdió el país, al que le quedó un sentimiento de pesimismo sobre la posibilidad de cambio y perdió Belisario (Betancur) quien queriendo pasar a la historia como el presidente de la paz va a pasar a la historia como el presidente que produjo el genocidio dentro del Palacio de Justicia”114. El Presidente se había tenido que doblegar a las exigencias de los militares que reclamaban una acción contundente, contra las peticiones del Presidente de la Corte Suprema quien, desde el primer mo-mento, solicitó un cese el fuego y la apertura de negociaciones, y los militares y la policía demostraron su propia incompetencia al movilizar los recursos que se utilizaron y al emplear la estrategia de tierra arrasada cuando enfren-te solo había 36 combatientes que podían ser neutralizados uno a uno con otras técnicas de combate.

Todavía hoy, cuando han pasado más de veinte años, aún no se vislumbra con claridad todo el escenario que explica la hecatombe y la propia clase política procuró correr un tupido velo con una ley de punto final aprobada en 1991 a toda prisa para evitar que un juez reabriera la causa nuevamente. Sin embargo una de las posibles claves que todavía no ha sido explicada es el hecho de que la policía que vigilaba el Palacio y que habría podido enfren-tarse a los asaltantes había sido retirada la víspera. Esta circunstancia apunta a que las FFAA conocían con anterioridad el plan del M19 y prefirieron que éste se materializara para acabar de una vez por todas con la cúpula del grupo guerrillero lo que explicaría la rapidez y la dureza del contraataque protagonizado por el Ejército.

113 En realidad estallaron cuatro incendios en sitios distintos algunos provocados y alguno, al parecer, accidental.114 Declaraciones a Patricia Lara, O. C. en Nota 93

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Humeaban las ruinas del Palacio cuando un volcán, el Nevado del Ruiz, entraba en erupción provocando 30.000 muertos en la mayor catástrofe natu-ral de la historia de Colombia. El país entero, salvo los cárteles mafiosos, pa-recía precipitarse irremediablemente por el abismo de la autodestrucción115.

En las elecciones de 1986 triunfó el liberal Virgilio Barco quien obtuvo 4.214.510 votos, casi el doble que su oponente Álvaro Hurtado. El nuevo ga-binete quedó integrado exclusivamente por liberales con excepción del mi-litar nombrado Ministro de Defensa. Era la primera vez, desde 1945 que los conservadores, en alguna de sus múltiples fracciones, no formaban parte del gobierno.

La etapa Barco representa un momento culminante de la guerra sucia protagonizada por los narcotraficantes y los grupos paramilitares de extre-ma derecha, los primeros con la intención de poner de rodillas al país entero y convertir al gobierno en un mero organismo ejecutante de sus deseos, los segundos con el objetivo de arrasar a las organizaciones de izquierda que tu-vieran alguna posibilidad de ganar unas elecciones. Detrás de esta violencia indiscriminada que hizo revivir los años más trágicos de la Historia colom-biana estaba el cártel de Medellín encabezado por Pablo Escobar.

Pablo Emilio Escobar Rivilla nació el 2 de diciembre de 1949116 en la ha-cienda Fátima, municipio de Rionegro, departamento de Antioquia, de la que su padre Abel era cuidador. Fue un estudiante mediocre. A los 19 años inició sus negocios consistentes en robar lápidas funerarias y venderlas a contrabandistas procedentes de Panamá a cambio de tabaco, electrodomés-ticos y ropa norteamericana. Pronto montó un negocio de importación ilegal de repuestos de bicicletas en Medellín. Todo esto suponía transferir mercan-cía a largas distancias lo que le permitió adquirir desde muy joven una consi-derable experiencia de cómo movilizar grandes bultos entre zonas alejadas. A los 22 años participa en el secuestro de un famoso hacendado antioqueño, que sería asesinado por sus secuestradores. Esta acción, de la que no quedan huellas de su paso, le dio cancha para codearse con la élite del crimen de Medellín. En el negocio de la droga entró de lleno en 1975 acumulando rápi-damente una fortuna que fue invirtiendo en bienes raíces e inmuebles. Es en-tonces cuando diseña el envío directo de cocaína desde Colombia a Miami, Nueva York y Los Ángeles en vez de venderla a intermediarios en Bogotá o

115 Un largo relato de esta tragedia con numerosas fotografías es el libro de Javier Darío Restrepo: Avalancha sobre Armero: Crónicas, reportajes y documentos de una imprevisión trágica. Ed. Ancora, Bogotá, 1986.

116 Según otros autores nació el 1 de ese mes. Ver Luis Cañón: El Patrón: Vida y muerte de Pablo Escobar. Ed. Planeta. Bogotá, 1994

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Medellín. Téngase en cuenta que a mediados de los setenta un kilo de polvo blanco valía en Colombia 5.000 US$ mientras que en Estados Unidos su valor se elevaba a una cantidad entre 30.000 y 50.000 US$. La creciente demanda de cocaína en los mercados norteamericano y europeo117 hizo florecer di-versos grupos de narcotraficantes, como ya quedó indicado, entre los que destacaban los hermanos Ochoa Vázquez, los hermanos Rodríguez Orejuela, Carlos Lehder, “El Mexicano” etc. Todos ellos estarán, de un modo u otro, involucrados en la violencia desatada en los años ochenta.

En 1976 Escobar va por primera vez a la cárcel tras habérsele incautado un valioso alijo de droga en Ipiales, cerca de la frontera con Ecuador, y es allí donde planea los primeros atentados contra la juez que lo había condenado y el jefe de policía responsable por el operativo que culminó en su detención. Los atentados no se llevaron a cabo porque un informante avisó a las auto-ridades de lo que se estaba tramando, pero aquel primer gesto de eliminar obstáculos y pasar facturas a la brava sería el precedente de lo que vendría después. Escobar pudo salir gracias a una argucia jurídica y muy pronto reconstruyó su red de distribución de droga. En 1977 había ganado ya su primer millón de dólares. El negocio estaba en sus comienzos pues para entonces el consumo anual estadounidense de cocaína se calculaba en 23 toneladas. Hacia 1979, y gracias a la colaboración, lógicamente muy bien re-tribuida, del Primer Ministro de las Bahamas, Sir Lynden Pindling, se había organizado un puente aéreo para introducir desde Colombia droga en los Estados Unidos a través de estas islas. El mecanismo era el siguiente: Avione-tas cargadas de coca llegaban hasta las Bahamas de noche. Allí descargaban toda la mercancía que se trasladaba al día siguiente en otros aviones hasta la zona de Everglades en Florida. La droga, envuelta en papel impermeable y empacada al vacío, se dejaba caer sobre zonas indicadas donde las recogían lanchas de motores muy potentes que, a continuación, la llevaban a Miami. Mediante el soborno de agentes aduaneros se pudo abrir otra ruta por Puer-to Rico para llevarla directamente a Nueva York y al mercado urbano de Nueva Inglaterra. En Estados Unidos la cocaína era entregada a la red distri-buidora de colombianos y latinoamericanos118 que la pasaban a los mayoris-tas y de ahí a los vendedores al detal. A cada paso el precio aumentaba y la

117 Solo en Estados Unidos la Home National Inquiry realizada en 1974 reconocía que cinco millones y medio de ciudadanos de ese país afirmaban haber consumido cocaína al menos una vez en su vida.

118 Además de los colombianos, en Miami estaban en el negocio dominicanos y cubanos, en Nueva York los puertorriqueños y en California los mexicanos y los centroamericanos. Pero también había grupos de otras procedencias como venezolanos, jamaicanos, bolivianos, peruanos, ecuatorianos, argentinos y paraguayos.

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droga iba siendo, en parte, mezclada con otros aditivos119 para incrementar el volumen hasta el punto que un kilo llegado a Estados Unidos de cocaína en estado puro se había convertido en dos kilos y medio cuando llegaba a la calle. El dinero de las transacciones era depositado por Carlos Lehder, quien actuaba de intermediario financiero además de narcotraficante e intérprete para otros traficantes, en cuentas abiertas en bancos de las Bahamas. Esco-bar prefería transferir este dinero a nombre de su mujer y sus hermanos a cuentas domiciliadas en Panamá. Para controlar la distribución mayorista de la droga en Estados Unidos, los narcotraficantes colombianos debieron eliminar competidores. Las llamadas “guerras de la cocaína”, que tuvieron como marco Miami y alcanzaron su punto álgido en 1981, produjeron, solo en el sur de Florida, 101 muertos. Las bandas distribuidoras cubano-norte-americanas fueron exterminadas ocupando su lugar los colombianos quie-nes, además, se hicieron con los servicios de múltiples informantes cubanos que tenían lazos con la CIA y la DEA lo que disminuyó considerablemente los riesgos de ser desmantelados, al menos mientras las agencias norteame-ricanas no descubrieron a los responsables de las periódicas filtraciones que se producían en beneficio de los traficantes de Colombia. Todo ello permitió, según reconocía la DEA, la penetración creciente de cocaína en el mercado colombiano que pasó de 17 t. en 1976 a 45 en 1982.

En 1979 Escobar participaba en competiciones de automovilismo, a las que era muy aficionado (especialmente por la ocasión que le daban para con-ducir autos muy caros de gran cilindrada y marcas exclusivas). Una revista especializada en el tema lo entrevistó en aquella época. Después de definirse como hombre afortunado, se declaró defensor de los derechos humanos y opuesto a cualquier dictadura además de amigo de sus amigos. Faltó por añadir que también era enemigo de sus enemigos como no tardaría en de-mostrarse. En efecto, mientras Escobar retomaba sus estudios, sus sicarios ajustaban cuentas con todos los que podían representar algún obstáculo. En 1981 era asesinado de tres disparos Carlos Gustavo Monroy Arenas, jefe del DAS de Antioquia y responsable por la detención del narco años antes. Poco después, y como consecuencia del secuestro por parte del M19 de una her-mana de los Ochoa, nacía el MAS (Muerte a Secuestradores). Escobar estaba entre sus fundadores. En breve tiempo aparecían muertos los primeros sos-pechosos de vínculos con la guerrilla. El grupo de narcotraficantes justifica-ba, incluso públicamente, sus acciones en base a que se estaba atacando al sector (ellos) que generaba más riqueza para el país, aunque el país se ente-raba poco de esta riqueza. El MAS evolucionó muy pronto a peligroso grupo

119 Preferentemente acetona, aunque no solo.

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de extrema derecha financiado por narcos, terratenientes y militares que fue responsable por el asesinato de 500 militantes de izquierda, sindicalistas y campesinos pertenecientes a la Unión Patriótica, partido formado en 1985 con el apoyo del PCC y de las FARC.

En 1981 Escobar decidió entrar en política eligiendo el partido creado por Luis Carlos Galán, Nuevo Liberalismo, como plataforma de lanzamiento. Escobar se había inscrito como ganadero pero militantes antioqueños aler-taron a la dirección del partido sobre las actividades reales del personaje. Galán tomo la decisión de expulsarlo y lo anunció públicamente en un mitin. Escobar pasó a considerarlo su enemigo con todo lo que ello implicaba. En-tretanto, y contando con el apoyo de algunos sacerdotes120 de las barriadas marginales de Medellín en las que financiaba obras sociales, creó su propio partido, Civismo en Marcha, lo que le permitió salir elegido para la Cámara de Representantes como suplente de la lista liberal de Jairo Ortega Ramí-rez, otro expulsado del partido de Galán. No fue el único que eligió esa vía. Carlos Lehder también se montó una organización partidaria propia (Mo-vimiento Latino Nacional) que profesaba una ideología híbrida de nacio-nalismo colombiano, latinoamericanismo y un toque de fascismo y que se expresaba a través del periódico QUINDÍO LIBRE, cabecera reconvertida en INDIO LIBRE una vez que se hizo con su propiedad.

El Patrón, como ya se le llamaba a Escobar, no tuvo una brillante carrera parlamentaria. Ni frecuentaba el congreso ni participaba en los debates. En cambio se ganó una merecida fama de generoso huésped. Por su hacienda Nápoles desfiló una buena parte de lo más granado de la clase política co-lombiana con sus familias, que recibían un trato fastuoso, al mismo tiempo que se diseñaban estrategias políticas. Todo ello acabó convirtiendo a una considerable porción de los políticos en rehén de los narcotraficantes a quie-nes les debían favores y votos. En ese momento, que representa la cima de la gloria de Escobar, cuando era entrevistado en la televisión como si fuese una gran estrella del show-business (incluyendo reales o supuestos roman-ces con famosas presentadoras de los canales públicos y privados), el nar-cotraficante había conseguido una cierta respetabilidad incluso en algunos

120 La escandalosa colaboración de algunos sacerdotes y jerarcas de la iglesia colombiana con los narcotrafican-tes (prefiero no hablar de narcotráfico, aunque también se podría) llenó de confusión a buena parte del clero y produjo en su seno una honda división a la que no fue ajena el propio episcopado. Mientras que el obispo de Pereira y futuro cardenal Prefecto para la Congregación del Clero, Darío Castrillón, justificaba aceptar dinero procedente del narcotráfico para sufragar obras de caridad con el argumento de que se dedicaba al bien común y por lo tanto no debía suscitar problemas de conciencia (declaraciones al diario EL HERALDO, 27-VII-84), el Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, Arzobispo Hernán Rueda, condenaba tajantemente esta actitud con el argumento de que el fin nunca puede justificar los medios (Declaraciones a EL COLOMBIANO,28-VII-84). Sobre esta cuestión se puede ver Ricardo Arias: O.C. en Nota 17

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medios internacionales. Por ejemplo, en 1982, en la fiesta organizada por el PSOE en el Hotel Palace de Madrid para celebrar su victoria electoral, estaba Pablo Escobar de invitado121.

El viaje a España resultó además muy productivo en términos comercia-les. Luis Cañón lo cuenta así:

Al parecer se reunió con Antonio Cebollero, un español que pasaba mu-cho tiempo en Bogotá y quien fue el enlace inicial, antes de la llegada del hondureño Ramón Matta Ballesteros a España entre los narcos de Galicia y la organización de traficantes de Medellín. También hizo contactos con miembros de la Camorra, la mafia italiana que empezaba a interesarse en el negocio de la cocaína. Pero su contacto más importante fue con los her-manos asturianos Celso Luis, César, y Manuel Celestino Fernández Es-pina, dedicados al blanqueo de dólares a través de una sólida cadena de empresas en Panamá y España. Celso Luis estuvo sindicado en 1978 de tráfico de cocaína en Argentina, pero no pudo ser detenido pues se marchó a Bolivia. Después de 1981 él y sus dos hermanos visitaron Medellín y en-tablaron una sólida relación con los hermanos Ochoa Vázquez y con Pablo Escobar y su primo Gustavo de Jesús. Los unía un interés común: Lavar dólares a través de la industria hotelera.

En la primera mitad de los años ochenta los Fernández Espina recibieron cerca de doce millones de dólares enviados a través de cuentas panameñas del Banco de Santander a cuentas del Banco de Santander en Gijón. Uno de los remitentes era un hombre llamado Jesús María Rivero García, una falsa identidad de Gustavo de Jesús Gaviria Rivero. El otro era Juan Ramón Matta Ballesteros, un narco de Honduras, amigo del cártel de Medellín y hombre clave en la apertura del mercado de España y de la relación entre los mafio-sos colombianos y mexicanos.122

Su condición de diputado le permitió entrar en Estados Unidos con pasa-porte diplomático para poder supervisar el negocio de la distribución de la cocaína. Sin embargo en Panamá entraba con nombre supuesto y pasaporte falso de ese país123 .

121 Al parecer Escobar iba como acompañante del político Alberto Santofimio en cuyo grupo militaba después de haber sido expulsado de la organización que lideraba Galán. Santofimio era amigo del empresario espa-ñol Sarasola quien, a su vez, lo era de Felipe González.. V.: Luis Cañón: O.C. en Nota 115. Otros contactos internacionales eran Fidel Castro a través de su hermano Raúl, cuyo hijo viajaba a Medellín con sospechosa frecuencia, y el General Noriega de Panamá. Cfr.: Alonso Salazar: La parábola de Pablo. Auge y caída de un gran capo del narcotráfico. Ed.Planeta, Bogotá, 2001.

122 O.C. en Nota 115.123 Utilizaba el nombre de Pedro Pablo Caballero Carrera, nacido el 7 de septiembre de 1953 en la provincia

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Escobar no entendía que sus actividades pudieran ser criticadas y menos legalmente perseguidas pues estaba convencido de que su trabajo impulsaba el desarrollo nacional124, opinión que era compartida por el resto de los nar-cotraficantes colombianos. El negocio de la cocaína beneficiaba a los bancos, a la construcción, a algunos sectores campesinos, a la industria química, a ciertos eclesiásticos y, desde luego, a una buena parte de la clase política. Por ello sentaron tan mal las actividades represoras del Ministro de Justicia Lara Bonilla hacia el que Escobar enfiló las baterías. Primero trató de desacredi-tarlo con una acusación hecha en el Parlamento de haber recibido dinero del narcotráfico, y como Lara reaccionó acusando por primera vez en público a Escobar de dedicarse a actividades ilícitas que incluían la financiación de grupos terroristas (el MAS), su suerte quedó echada pues el escándalo saltó de inmediato a la prensa nacional e internacional. El diario EL ESPECTA-DOR publicó entre los días 6 y 9 de septiembre de 1983 cuatro amplios re-portajes sobre los antecedentes delictivos de Escobar que llegaban hasta su prehistoria personal de ladrón de coches. Por si fuera poco, un juez, Gustavo Zuluaga Serna, desempolvó la causa de 1976 que todavía no prescribiera, y dictó auto de detención contra El Patrón.

Era más de lo que Escobar pudo soportar. La mujer del juez fue amena-zada de muerte, al juez lo separaron de la causa y su sucesor, curándose en salud, afirmó que no había motivos para detener a Escobar. Entretanto Lara Bonilla recibía un amplio dossier de la DEA, facilitado por la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, sobre las propiedades y negocios de Escobar y comenzó a actuar deteniendo en los hangares a los aviones del cártel de Medellín. Por su parte Escobar consiguió interceptar el teléfono del Ministro gracias a la complicidad de un empleado de la compañía telefónica y sus secuaces dejaban grabados mensajes amenazadores de este tipo: “Ministro hijueputa, te vas a morir por sapo”.

Los narcos llevaban, al mismo tiempo, una intensa campaña contra el Tra-tado de Extradición a Estados Unidos pretextando que era un ataque a la soberanía nacional contando con el apoyo de grupos guerrilleros como el M19, entre otros. El cártel decidió forzar una negociación con el gobierno por las buenas o por las malas. La destrucción del gigantesco complejo cocalero del Yarí, que incluía siete pistas de aterrizaje y diez laboratorios capaces de producir cinco toneladas semanales de droga, operación que fue posible gra-cias a la colaboración directa de la DEA, fue la gota que colmó la paciencia

de Chiriquí.124 Si nos atenemos a los muy variados sectores que se beneficiaban de su dinero, no le faltaba razón.

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de Escobar. El propio Presidente Betancur era consciente de que la vida de su ministro valía muy poco, por lo que decidió enviarlo como embajador al extranjero para salvarlo. Pero era demasiado tarde. El 30 de abril de 1984 un sicario a sueldo de Escobar, Iván Darío Guizado, lo asesinó desde una moto conducida por Byron Velázquez, con una ráfaga de ametralladora. El pro-pio asesino moriría muy poco después tratando de escapar de los escoltas del Ministro. Tenía 20 años y pesaba 45 kilos, era fumador empedernido de bazuko125 y cargaba con 15 detenciones. Su compinche tenía 16 años. Ambos representaban el perfecto modelo del sicario a sueldo de los narcos.

Este sicariato, que se nutría de los jóvenes de los barrios marginales de Medellín y Cali, había recibido cursos de prácticas terroristas ante las mis-mas narices de las autoridades, impartidos por técnicos británicos e israelíes contratados por el cártel. De esos cursos salieron los asesinos del MAS, los criminales homicidas encargados de matar a cuantos se cruzaran en el cami-no de los narcos y algunos destacados miembros de las AUC. El promedio de edad era de 18 años y buena parte de ellos morían antes de los 20. Los sicarios ejercían el matonismo en Medellín en sus ratos libres sabiéndose protegidos por sus jefes y prácticamente impunes ya que no era rara la com-plicidad policial. Alonso Salazar describe así su comportamiento:

Lo de Pablo no era un ejército, ni una guerrilla, sino un grupo de hombres con las vísceras blindadas que por encargo y, generalmente, buen billete, cumplían sus encargos. Esos guerreros cobraron tanta fuerza que a lo largo del tiempo se pasó del reinado de los traquetos, al reinado de los bandidos. Consolidaron su fama en las calles y en las discotecas de la ciudad donde armaban tropeles “porque quiero a su hembra”, “porque me caíste mal” o “porque si”. Si el negocio era de un conocido retiraban a las víctimas y las enterraban en un lote vecino después de borrarles las huellas digitales con quimicos; si era de un extraño, las dejaban donde cayeran. Ese poder guerrero se extendió por la ciudad. Influido por la química del bazuco que acalambra el espíritu y alienta los demonios de adentro126.

125 El bazuko es una droga que comenzó a fabricarse en 1980 cuando los técnicos que obtenían la cocaína se dieron cuenta de que los residuos de la cristalización de la coca podían ser utilizados. Desde 1985 este subproducto, que ya circulaba en el mercado colombiano, se vendía adulterado al añadírsele otras sustan-cias utilizadas como excipientes y que iban desde jarabes hasta harina o polvo de ladrillo. El bazuko se fuma y crea dependencia desde la primera toma. Entre sus efectos cabe destacar el estado de ansiedad y alucinaciones. Este estado recibe, en el argot de las calles de Medellín y Bogotá, el término de “panikeo”. Se dice que una persona “panikeó” o que se “está panikeando” cuando la consume. El bazuko recibe otros nombres como zuco, banano o pecoso utilizados en diversos lugares de Colombia.

126 V. Alonso Salazar, O.C. en Nota 120

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El asesinato de Lara Bonilla era un aviso a navegantes y un desafío en toda regla al Estado a quien se quería poner de rodillas y obligar a una ne-gociación. Veinte años de guerrilla izquierdista no había conseguido dar un golpe de efecto como el protagonizado por Escobar. Los narcos pasaban a ser un poder real con una capacidad de acción muy por encima de la que tenían las guerrillas por junto o por separado. Y ante ese poder solo quedaba pactar o luchar.

Contando con la complicidad del General Noriega, a quien pagaron entre 4 y 5 millones de US$, los miembros del cártel de Medellín se refugiaron en Panamá donde contaban con otro enorme complejo de producción de coca en las selvas del Darién que, sin embargo, sería destruido por orden del pro-pio Noriega quien necesitaba hacer guiños de complicidad a Washington en un momento en que comenzaba a tener serias dificultades políticas tanto en el plano interior como en el exterior.

Estados Unidos comenzó en 1984 un gran proceso contra Escobar y los Ochoa por sus conexiones con los sandinistas (las mantenía también con los “contra”) con quienes realizaba negocios relacionados con la droga. Estados Unidos eran un enemigo demasiado peligroso por lo que Escobar intentó ne-gociar con las autoridades colombianas (actuó de intermediario el ex presi-dente López Michelsen127) comprometiéndose a repatriar su fortuna y acabar con la producción de coca en el país a cambio de no ser extraditado.

Escobar consolidó su poder sobre la mafia colombiana después de que Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela fuesen detenidos en Ma-drid128. Al mismo tiempo se inició una guerra contra el cártel de Cali para obligarlo a someterse al dictado del capo de Medellín. Este conflicto, a la larga, sería la causa de su caída.

También comenzó a involucrarse en la lucha contra la guerrilla. Escobar era poco sensible al discurso anticomunista pero muy celoso del control de sus feudos y en sus proyectos estaba apoderarse del Magdalena Medio, tan-to para hacer inversiones en fincas ganaderas como para convertir la zona en el corazón de sus negocios. Ahí entraba en conflicto con las FARC que ejercían el dominio en la zona. La punta de lanza utilizada para combatir al

127 Michelsen se autodefinió en este proceso como mero buzón de las propuestas de Escobar.V. Alfonso López Michelsen: Palabras pendientes. Conversaciones con Enrique Santos Calderón. Ed. El Ancora. Bogotá, 2001

128 Ninguno de los dos fue extraditado a Estados Unidos por decisión del tribunal que los juzgó. Sus abogados fueron Joan Garcés, Joaquín Ruiz Giménez y Miguel Bajo Fernández. El prestigio de estos letrados como defensores creció enormemente entre los mafiosos colombianos.

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grupo guerrillero fue el MAS, ya reconvertido en cuerpo especializado en la represión contrainsurgente e integrado en las autodefensas. A balazos se asesinaron campesinos, drogadictos, homosexuales, delincuentes comunes, gentes de izquierdas y todos los que representaran algo que estaba en contra de las creencias y valores de los capos y de los terratenientes de la zona. En poco tiempo la región pasó a convertirse en el refugio preferido de los nar-cotraficantes.

En el momento en que Barco llega a la Presidencia el grupo de Medellín se había autobautizado como “Los Extraditables” iniciándose una campaña de asesinatos contra políticos, policías, periodistas y jueces con el fin de obligar al Estado a una negociación. Sus comunicados iban precedidos de la frase, que se hizo famosa, “Preferimos una tumba en Colombia a un calabozo en los Estados Unidos”. El 22 de noviembre de 1987, ante la amenaza de extra-dición que pesaba sobre el narco Jorge Luis Ochoa, quien estaba detenido, los Extraditables dirigían una carta al director del diario EL COLOMBIANO de Medellín en el que figuraba el siguiente párrafo:

Por su intermedio queremos hacer saber al Gobierno que en el caso de que el ciudadano Jorge Luis Ochoa sea extraditado a los Estados Unidos, decla-raremos una guerra total y absoluta contra toda la clase política dirigente del país129.

No amenazaban en balde.

Ningún juez de Colombia se atrevió a firmar la extradición y Ochoa salió libre. Entretanto la prensa norteamericana presentaba a Colombia como el santuario natural del terrorismo, la delincuencia y el narcotráfico. El contra-ataque de Washington no se hizo esperar. Aprovechando un viejo tratado internacional firmado, entre otros por Colombia, en 1934, pasó a reclamar a los Ochoa, a Escobar y a Rodríguez Gacha.

Pero Escobar se estaba ganando peligrosos enemigos en el interior y pro-cedentes de su propio campo. El cártel de Cali, que se mantenía en un discre-to segundo plano y no quería involucrarse en los planes belicistas del cártel de Medellín, organizó un primer atentado contra el Patrón. El 13 de enero de 1988 un coche bomba explotó ante el Edificio Mónaco de la capital antio-queña en el que se suponía que estaba Escobar. Salió ileso junto a su familia. Inicialmente se culpó a la DEA del ataque pero Escobar sabía muy bien que el cerebro inspirador estaba en otro lado. Sin embargo este aviso no impidió

129 El comunicado aparecía el día 23 en toda la prensa colombiana.

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que el capo continuara su particular guerra contra el Estado. Secuestró a Andrés Pastrana, futuro Presidente, y asesinó al Procurador General. A esas alturas el gobierno ya había movilizado al ejército contra Escobar aunque el operativo fracasó gracias a la información facilitada por un oficial a sueldo del capo.130 Escobar huyó a Ecuador donde se refugió con nombre supuesto. Allí fue detenido en la cárcel de Tena siendo vigilado por dos policías. Am-bos serían asesinados por un comando de las FARC que penetró en territorio ecuatoriano y liberó a Escobar131.

Por estas fechas la guerra sucia contra el Estado colombiano estaba en su apogeo. La ola de crímenes políticos se había iniciado en septiembre de 1986 con los asesinatos del senador Pedro Nel Jiménez y del diputado Leonardo Posada, ambos miembros de la Unión Patriótica (UP), grupo político creado durante la administración Betancur y que incluía a militantes de izquierda y gentes procedentes de los grupos armados que habían firmado acuerdos de paz y desmovilización. La ofensiva apuntaba en primer lugar a la izquierda pero el abanico de víctimas se abrió para incluir a todas las personas hostiles a los narcotraficantes (periodistas, jueces, militares, policías, políticos de cual-quier procedencia etc.) como el magistrado Héctor Baquero, el director del diario EL ESPECTADOR Guillermo Cano y el Procurador General de la Re-pública Carlos Mauro Hoyos. El gobierno intentó frenar la ofensiva iniciando un acercamiento al grupo de extraditables a través de la Iglesia, pero Estados Unidos, obsesionados con las extradiciones, vetaron cualquier diálogo lo que obligó al Presidente Barco a dar marcha atrás e incluso a presentar la iniciati-va como un proyecto personal del secretario privado de la Presidencia sin que ésta tuviera nada que ver. El fracaso de la operación llevó a una nueva esca-lada siendo asesinados el Gobernador de Antioquia Antonio Roldán, el jefe de la policía de Medellín Valdemar Franklin Quintero y el magistrado de la Corte Suprema Carlos Ernesto Valencia. La irresponsable política de Reagan con respecto a la represión del comercio de drogas, chantajeando al gobier-no colombiano para obligar a la extradición de los narcotraficantes, fue uno

130 Era el coronel Lino Correal, del Servicio de Inteligencia de la IV Brigada del Ejército.131 Las FARC percibieron 500.000 US$ por la operación. El grupo guerrillero tenía intereses comunes con los

narcos de la zona del Putumayo pues recibían jugosos beneficios por vigilar las plantaciones de coca. Esa actividad ha llevado a las FARC a enfrentase con las comunidades indígenas opuestas a que en sus territo-rios se cultivara coca. Varios dirigentes indios han sido asesinados por el grupo guerrillero. En 2004 en la zona del Chocó obligaron a los indígenas a aceptar, bajo amenazas de muerte, la instalación de laboratorios volantes que producen una terrible contaminación en los ríos de la vertiente del Pacífico. Además de los intereses comunes, la liberación de Escobar obligaba al Ejército a emplear nuevos medios en su captura con lo que disminuía la presión militar contra los frentes guerrilleros. Aún se debe añadir que éstos gozaban y gozan de una considerable autonomía por lo que en un lugar de Colombia se puede establecer una guerra a muerte con los narcos y en otro una cordial colaboración.

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de los motivos fundamentales de la oleada terrorista. Como decía Francisco Bernal, jefe de la Oficina de Estupefacientes de Colombia: “Nos están aban-donando para luchar esta guerra solos. Nosotros ponemos los muertos, el país se está desestabilizando y ¿qué ayuda recibimos?”

Nunca, como en la etapa Barco, la delincuencia organizada había plantea-do tal desafío al Estado. En la llamada narcoguerra fueron asesinados cuatro candidatos a la Presidencia: Jaime Pardo Leal, de la UP, en 12 de octubre de 1987; Luis Carlos Galán de Nuevo Liberalismo el 18 de agosto de 1989: Ber-nardo Jaramillo Ossa de la UP y Carlos Pizarro León-Gómez del M19 ambos en 1990.

El asesinato de estos líderes no era accidental. No solo eran enemigos del narcotráfico sino que, además, representaban proyectos políticos que moles-taban a los grupos dirigentes. El hecho de ser izquierdistas o meros reformis-tas era considerado motivo suficiente para matarlos. Téngase en cuenta que tras el grupo de los extraditables había un amplio complejo de intereses que envolvía a ciertos sectores militares, a empresarios agrarios y a los grupos guerrilleros de extrema derecha financiados tanto por los narcos como por los hacendados. La izquierda fue literalmente barrida del mapa. No solo fueron asesinados tres destacados líderes de la misma sino que senadores, diputa-dos, alcaldes, concejales, sindicalistas, militantes y simples simpatizantes es-taban en la lista de candidatos a cadáveres Los muertos se contaron por miles.

Pero el asesinato de Galán fue todavía peor por las consecuencias polí-ticas que tuvo. El líder liberal representaba lo que Gaitán representó en su momento, el ansia desesperada del país por una reforma del sistema político y de la economía. Galán fue avisado repetidas veces de que se preparaba un atentado contra él. No serían simples sicarios, se trataba de un comando especializado con entrenamiento de técnicos israelíes. El candidato con más posibilidades de triunfo estaba tan convencido de que iba a morir asesinado que ni siquiera tomó medidas de precaución. En cierto modo Galán, en la senda de otros grandes colombianos, se ofreció en sacrificio por el bien del país, lo dijo claramente durante un viaje a Venezuela realizado poco antes del magnicidio:

A los hombres los pueden matar pero a las ideas no. Y al contrario, cuando matan a los hombres las ideas se fortalecen. Solo espero que Colombia sea consciente del cambio antes de que sea tarde. Hemos trabajado intensa-mente para cambiar el sistema, para crear un nuevo espacio, y si mi muerte logra conseguir ese cambio, entonces mi misión está cumplida132.

132 En Alonso Salazar: Profeta en el desierto. Vida y muerte de Luis Carlos Galán. Ed. Planeta, Bogotá, 2003

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La muerte lo alcanzó la noche del 18 de agosto. Un millón de personas acompañó su cadáver por las calles de Bogotá. Con Galán se enterraba la esperanza del cambio. El hijo de la víctima, un muchacho de 17 años, leyó el discurso de despedida en el Cementerio Central y le entregó a César Gavi-ria la responsabilidad de continuar con el proyecto reformista. Pero Gaviria no era Galán. Como fracasó Gaitán, fracasó Galán en el sentido de que sus muertes no sirvieron para nada. Sus ideas y sus proyectos murieron con ellos para alegría de una corrupta clase política que no fue ajena al éxito del ope-rativo criminal133. Muy pocos días después Barco aparecía en televisión para anunciar la detención de los asesinos. Los jueces los pusieron en libertad. No eran los responsables, ni los autores del crimen. El Presidente trató de cerrar el caso velozmente para evitar implicaciones en el mismo (eran so-bradamente conocidas las relaciones entre Escobar y determinados políticos vinculados al gobierno). La verdad no se sabría hasta años después, no por el empeño de la policía, sino por una venganza de la mafia esmeraldera contra la mafia de la cocaína.134

Los extraditables siguieron atacando al país en sus puntos más sensibles: Fueron destruidos con coches bomba el Hotel Hilton de Cartagena de Indias, las sedes de los diarios EL ESPECTADOR de Bogotá y la VANGUARDIA LIBERAL de Bucaramanga y la propia sede del DAS con cientos de muertos y heridos. En diversas ciudades del país reventaron 18 coches bomba cau-sando 93 muertos y 500 heridos. Los ataques eran completamente indiscri-minados. Barco intentó negociar una tregua nombrando una comisión en la que estaba el Cardenal Revollo para pactar con Escobar la modalidad de su entrega a las autoridades. El Patrón aceptó negociar e incluso liberó a la ma-yoría de los secuestrados que estaban en su poder, pero la comisión no llegó a instalarse nunca y nuevamente se reanudaron los atentados. Un avión de Avianca explotó en pleno vuelo causando más de cien víctimas. Se trataba de un atentado contra el candidato César Gaviria, sucesor de Galán al frente

133 Una de las cosas que más convencieron a Galán de la inevitabilidad de su muerte a manos de asesinos fue la escasa solidaridad mostrada por los partidos políticos tradicionales ante los frustrados atentados que se habían sucedido contra su persona y la despreocupación del propio gobierno.

134 El operativo del asesinato fue diseñado por especialistas hasta el más mínimo detalle. En él participaron tres escuadrones de sicarios muy bien entrenados y divididos en seis comandos de cinco miembros cada uno. Uno de ellos, con un integrante debajo de la tarima desde la que hablaría Galán, perpetraría el crimen. El segundo conformaba la retaguardia y debía responder con fuego contra escoltas y policías si éstos re-accionaban. Al tercero le correspondía vigilar la fuga atacando a quien la obstaculizara. El cuarto coman-do, mezclado entre los asistentes, dispararía al aire para crear caos. El quinto tenía la misión de matar a cualquier sicario que fuera detenido por la policía. El último haría salir a los comandos por alguna de las diversas rutas de escape diseñadas. Toda la operación fue supervisada y aprobada por Escobar y Rodríguez Gacha. Ver Luis Cañón, O. C. en Nota 115

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del Nuevo Liberalismo, que se salvó de milagro al no tomar el avión en el último minuto.

En el Parlamento se debatía un proyecto de cambio constitucional que debería ser aprobado en referéndum nacional. Los diputados a sueldo de Escobar introdujeron una propuesta por el que se eliminaba la extradición y se concedía un indulto a los capos maquillando un artículo que en realidad tenía como objetivo a la guerrilla. La conversación telefónica que sobre este tema mantuvieron uno de estos diputados (Carlos Náder) y Escobar y que fue interceptada por el DAS es una de las páginas más ignominiosas de la Historia de Colombia135 y un ejemplo de hasta donde llegaba el cáncer de la corrupción política. El escándalo fue tal que Barco prefirió “in extremis” retirar el proyecto de reforma constitucional para evitar que se acabara im-poniendo el artículo136.

Rodríguez Gacha, el Mexicano, moriría, lo mismo que su hijo, en Diciem-bre de 1989, durante un operativo de las Fuerzas Armadas que lo había loca-lizado gracias a la información facilitada por los hermanos Rodríguez Ore-juela y otros capos del cártel de Cali, enfrentado a muerte con el de Medellín y mucho más discreto en sus actividades.

La década de los Ochenta en Colombia se cerraba en medio de un mar de sangre, de una semiguerra civil de inaudita crueldad que hacía retroceder

135 La conversación está reproducida en la obra de Alonso Salazar citado en Nota 130. En un momento del diálogo, cuando Náder le propone a Escobar que le dé un toque al senador Santofimio, su aliado político, el narco le responde: Yo a los de la Cámara (Alta) los trabajo fácil, hermano”. No mucho después, en otra conversación con Escobar, Náder calificaría a Galán de “hijueputa” confirmando que los narcos habían atentado contra el candidato liberal no solo por propia iniciativa sino a petición de determinados sectores políticos que veían peligrar sus privilegios. El principal inductor fue el ex ministro Alberto Santofimio, exi-mio representante del liberalismo más corrupto. Al parecer Santofimio abrigaba la esperanza de candida-tarse a la Presidencia de la República por su partido y Galán representaba un obstáculo insuperable. Según declaraciones posteriores del jefe de sicarios de Escobar, John Jairo Vázquez, alias Popeye, Santofimio le dijo en Medellín a Escobar durante uno de sus numerosos encuentros y refiriéndose a Galán: “Pablo, má-talo” (EL PAÍS, Madrid, 23-XII-05). El hecho sería confirmado por Virginia Vallejo, popular presentadora de la televisión colombiana y amante sucesiva de Pablo Escobar y de Gilberto Rodríguez Orejuela. Según la Sra. Vallejo, Santofimio le dijo a Escobar:”Si eliminas a Galán, al otro día tenemos al país de rodillas” También afirma que le oyó a Santofimio pedir la muerte del ministro Rodrigo Lara Bonilla (EL PAÍS, Ma-drid, 30-VII-06) Una vez más en Colombia se confirmaba que los asesinatos políticos no se programaban desde las afueras del poder sino desde dentro del propio poder por aquellos que temían perderlo.

136 Escobar actuaba con la doble estrategia del palo y la zanahoria. Al mismo tiempo que muchos diputados andaban por los pasillos del Congreso con los bolsillos atestados de dólares (en los propios pasillos se en-tregaban los abultados sobres a la vista de todos), los miembros de las mesas de las Cámaras eran llamados personalmente por los capos para amenazarles con matar a toda su familia si el artículo no se aprobaba. Un ministro del gobierno advertía a la bancada liberal de que había indicios de que un coche cargado con 500 kilos de explosivos iba a destrozar el Congreso si no salía adelante el texto de los corruptos.

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la memoria de los colombianos a los peores tiempos de la Violencia desata-da tras el asesinato de Gaitán. En esos años el país se situó a la vanguardia mundial por sus tasas de homicidio con índices de impunidad que alcanza-rían niveles superiores al 95%. En 1989 el asesinato era la principal causa de muerte entre los varones colombianos con edades de 15 a 44 años y la segun-da entre todos los grupos etarios. Casi el 90% de estas muertes eran provo-cadas por la delincuencia común a lo que ayudaba la ineficacia y corrupción de la judicatura y las fuerzas policiales así como la ausencia o semiausencia del Estado en vastas regiones del territorio nacional.

El epitafio de tan terrible periodo podía escribirse con palabras de Fernan-do Vallejo resumiendo en uno de sus personajes a todas las víctimas:

Oscar Echeverri murió en Risaralda: De muerte natural, como se muere en Colombia, asesinado. Le aplicaron el control de población por cuestiones políticas. A quien se le ocurre ser conservador o liberal, rico o pobre, bruto o inteligente, culto o ignorante…Por una o por otra hay que apresurarse a morir137

137 Fernando Vallejo: El fuego secreto. Alfaguara, Bogotá, 2004

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