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REFLEXIONES GENERALES SOBRE LA VIOLENCIA Y LA PAZ EN COLOMBIA Por FernÆn E. GonzÆlez* Detrás de las opciones violentas para resolver los conflictos y de la creciente autonomía y difusión de las formas de violencia en el seno de nuestras sociedades urbanas y rurales, locales y regionales, se encuentran como telón de fondo una serie de condiciones históricamente creadas, las cuales tienen que ver con la construcción del Estado colombiano, la colo- nización urbana y rural, la dificultad para integrar los distintos «micropoderes» con la «sociedad mayor» y el Estado y finalmente, con la presencia del narcotráfico. 1 . Científico político e Historiador. Universidad de California, Berkeley. Investigador del CINEP. Profesor Universitario. Asesor externo del proyecto «Modernización, Identidad Nacional y Cultura Política», coordinado por el DIUC y cofinanciado por COLCIENCIAS.

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REFLEXIONESGENERALES

SOBRE LA VIOLENCIAY LA PAZ ENCOLOMBIA

Por Fernán E. González*

Detrás de las opciones violentas para resolver los conflictos y de la

creciente autonomía y difusión de las formas de violencia en el seno de

nuestras sociedades urbanas y rurales, locales y regionales, se encuentran

como telón de fondo una serie de condiciones históricamente creadas, las

cuales tienen que ver con la construcción del Estado colombiano, la colo-

nización urbana y rural, la dificultad para integrar los distintos

«micropoderes» con la «sociedad mayor» y el Estado y finalmente, con

la presencia del narcotráfico.

1. Científico político e Historiador. Universidad de California, Berkeley. Investigador del CINEP.Profesor Universitario. Asesor externo del proyecto «Modernización, Identidad Nacional y CulturaPolítica», coordinado por el DIUC y cofinanciado por COLCIENCIAS.

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as presentes reflexiones son fru-to de la investigación interdisciplinarrealizada por el equipo Conflicto So-cial y Violencia del CINEP, que trata-ba de combinar los enfoques estruc-turales y coyunturales de las violen-cias colombianas, en una mirada his-tórica de larga duración. Esta miradapretendía enmarcar esos enfoquesdentro del proceso de configuracióndel Estado y de la sociedad, a partir delos procesos de poblamiento, de con-figuración de las distintos tipos de co-hesión social y política, relacionadassiempre con los procesos de construc-ción de las instituciones nacionales yexpresadas en los imaginarios políti-cos, desde los cuales se perciben, juz-gan y valoran los acontecimientos dela vida política. A partir de estos pro-cesos, nuestra mirada trataba de acer-carse a las violencias colombianas dela manera menos ideológica ypolarizante posibles, buscando supe-rar las lecturas hechas desde los polosdel conflicto, para entenderlos desdeuna lógica que pudiera abarcarlos yentenderlos a todos, casi a la manerade un extraterrestre.

Esta mirada supone la supera-ción de los enfoques maniqueos ycomplotistas, de uno u otro lado, quetienen previamente identificados a losmalos y a los buenos dentro de unainterpretación estática y moralista delos sucesos, que lee loshechos violentos de manera totalizantee indiferenciada. Estos enfoques con-ciben la violencia como producto in-tencionado de un plan maligno, pen-sado y llevado a cabo por agentes casidemoníacos, a veces obedeciendo aconsignas de una oscura conjura deorigen internacional. Y omiten todaconsideración sobre el contexto social,económico, cultural y político dondese enmarcan los fenómenos violentos,lo mismo que cualquier acercamiento

a la lógica interna y subjetiva de lossujetos implicados en ellos. Además,se niegan a una lectura desagregada ydiferenciada de los hechos violentos,que se opone a su percepciónapocalíptica de la Violencia omnipre-sente como producto del caos total dela sociedad, que solo puede remediarsecon salidas autoritarias.

Para superar esta lecturacomplotista y apocalíptica, la miradade extraterrestre busca identificar lascondiciones sociales, políticas, econó-micas y culturales que hacen posibleel recurso a la violencia en Colombia,lo mismo que los factores coyuntura-les de los mismos órdenes que desen-cadenan la opción concreta de acto-res políticos por la solución violentade sus diversos conflictos. Estas con-diciones estructurales e históricas deposibilidad y estos factores coyuntu-rales desencadenantes deben analizar-se en los niveles macro, medio y microde la sociedad y del Estado. Lo mis-mo, las propuestas de solución debenapuntar a estos diversos niveles, lomismo que a elementos tanto estruc-turales como coyunturales.

Este marco general debe permi-tir la comprensión de las diversas ló-gicas de los polos opuestos para supe-rar la contraposición de imágenes ycontraimágenes, que producen la ex-clusión y demonización del otro. Cadauno de los contrincantes en una luchaviolenta tienen razones subjetivas yobjetivas, que, a su modo de ver, jus-tifican su opción, desde una utopía deorden soñado, a partir de una concep-ción totalizante de la realidad, comoha señalado varias veces EstanislaoZuleta1 .

I. Los trasfondos delas Violencias

En esta línea, las líneas centra-les de coincidencia del proceso denuestra investigación interdisciplinarseñalan que el conjunto de violenciasen Colombia tiene que ver con:

1. El proceso de colonizacióncampesina permanente, desde la se-gunda mitad del siglo XVIII hasta hoy,donde no se da ninguna regulación niacompañamiento por parte de la so-ciedad mayor ni del Estado, sino quela organización de la convivencia so-cial y ciudadana queda abandonada alarbitrio y libre juego de la iniciativade personas y grupos2 . Esta coloniza-ción permanente es producto de ten-siones estructurales de carácter secu-lar en el agro colombiano, que estáncontinuamente expulsando poblacióncampesina hacia la periferia del país,donde pronto se reproduce la mismaestructura de concentración de la pro-piedad rural que forzó a la migracióncampesina, que coexiste con la colo-nización de terratenientes,de caráctertradicional o empresarial. Esta coexis-tencia y competencia por la tierra y lamano de obra será frecuentementeconflictiva3 .

Además, esta colonización per-manente evidencia que no es tan om-nipotente el control que las haciendas,las estructuras de poder de los pueblosrurales y del clero católico ejercen so-bre la población rural4 . Muestra tam-bién que, desde la segunda mitad delsiglo XVIII, se han roto los vínculosde control y de solidaridad internas delas comunidades rurales, campesinaso indígenas, como lo evidencian losinformes de Moreno y Escandón5 , lomismo que otros informes de la épo-ca6 . Esta contraposición entre coloni-

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zación campesina, espontánea yaluvional, y estructura latifundista, tra-dicional o empresarial, se va a reflejaren dos tipos diferentes de adscripciónpolítica y de cohesión social, que vana tener consecuencias para las opcio-nes violentas7.

Una va a ser la cohesión y je-rarquía sociales en las zonas dondepredominó la hacienda colonial con suestructura complementaria de mini-fundio y mano de obra dependiente(aparceros y peones de zona dondefueron importantes las encomiendasy los resguardos indígenas) y los pue-blos organizados jerárquicamente,desde los primeros años de la Colo-nia. Otra muy distinta es la cohesiónsocial de zonas de colonización cam-pesina aluvional, proveniente de diver-sas regiones del país, con diversoscomponentes étnicos («los pueblosrevueltos»), que ocupan las vertientescordilleranas y los valles interandinos.Sobre estos diferentes estilos de cohe-sión social se van a construír formasdiversas de adscripción política: en lasareas de colonización marginal, la po-blación estará más disponible a nue-vos discursos y mensajes, políticos,culturales o religiosos. Hay que notarque en las regiones de la llamada co-lonización antioqueña, se dan formasde colonización que varían en el es-pacio y el tiempo: en las primeras eta-pas y regiones, se produce untransplante de las estructurasjerarquizadas y patriarcales de los pue-blos de origen (casi siempre del Orien-te antioqueño). Pero, en las etapasposteriores, en regiones más margina-les, se produce otro estilo de coloniza-ción más espontáneo, más libertario ycasi anarquista.

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Estos dos tipos de poblamientose reflejan en movilizaciones políticasde diversa índole: en las guerras civi-les del siglo XIX, como la de Los mildías (1899-1901) los ejércitos más re-gulares se van a reclutar en los altipla-nos, mientras que las guerras de gue-rrillas van a hacer mayor presencia enlas zonas de colonización de las ver-tientes cordilleranas. También las gue-rrillas de la Violencia de los años cin-cuenta y las actuales van a encontrarsu escenario privilegiado en ese tipode región.

2. La migración aluvional a las ciu-dades: un conjunto similar de proble-mas se presenta más recientemente,cuando las mismas condiciones es-tructurales del agro colombiano, refor-

zadas por las violencias rurales de losaños cincuenta y de las décadas recien-tes, producen un aceleramiento de lamigración campesina a las ciudadesgrandes e intermedias, cuya capacidadde infrastructura y servicios públicosqueda rebasada por la población cre-ciente.

Inicialmente, esta poblaciónmigrante reproduce los sistemas inter-nos de cohesión social y de relaciónclientelista con los partidos tradiciona-les y la burocracia del Estado. Pero lassiguientes generaciones, más sociali-zadas en la vida urbana y más debili-tados sus vínculos de cohesión inter-na y de relación con el sistemaclientelista de los partidos, se encuen-tran más disponibles a nuevos discur-

sos, políticos o religiosos8. Sobre todo,cuando la población de los barrios notiene homogeneidad social o regional,sino que es producto de olas diferen-tes de migración. Y, cuando las trans-formaciones de las ciudades y la crisiseconómica de algunos sectores produ-ce un deterioro constante de las con-diciones de vida de sus barrios y undebilitamiento de los lazos tradiciona-les o modernos, que constituían el lla-mado «tejido social».

En estos barrios, donde el tejido so-cial se está apenas construyendo o seestá debilitando, los diversos grupos opandillas juveniles (que expresan losprimeros pasos de una socializaciónincipiente) pueden servir de espaciosde reclutamiento para las guerrillas,

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rural o urbana, y para las bandas ar-madas del narcotráfico9 . O, para for-mas de delincuencia común, pequeñao mediana, y, de manera correspon-diente, para grupos de vigilantes omilicianos populares, que responden,desde la sociedad civil en formación,a los grupos anteriores. O, más sim-plemente, las nuevas formas socialesy culturales de estos grupos puedenresultar incomprendidas para las ge-neraciones más viejas.

Por todo esto, los grupos juveniles sonfácilmente criminalizados y señaladoscomo los otros, distintos y ajenos a lasociedad mayor, lo que los hace lasvíctimas principales de formas de«limpieza social», por parte de la poli-cía o de grupos privados deautodefensa barrial, muchas veces conla complicidad o apoyo de los gruposdominantes de los mismos barrios.También son frecuentemente víctimasde los enfrentamientos entre gruposde delincuencia común y de éstos conla policía10. Estos problemas se agra-van en el caso de la migración de cam-pesinos y pobladores desplazados porlas actuales violencias: estos poblado-res se refugian en ciudades interme-dias, cuyas condiciones no les permi-tan asimilarlos en términos de oportu-nidades de trabajo ni de prestación deservicios.

3. La manera como se construyó elEstado colombiano y como se arti-cularon estos grupos migrantes con lasociedad mayor: desde los tiemposcoloniales, las ciudades, haciendas,encomiendas y resguardos, integradasa la sociedad mayor y al Estado colo-nial, coexistieron con espacios vacíos,de tierras insalubres y aisladas, dondeel imperio español y el clero católicotenían una escasa presencia. Algunasde estas zonas, como las selvas delDarién o los desiertos de la Guajira,

estaban pobladas por indígenas bas-tante reacios a la soberanía española ypoco dispuestos a integrarse en la eco-nomía colonial. Otros territorios, enzonas selváticas y montañosas, sobretodo en las zonas de vertiente y en losvalles interandinos, eran de difícil ac-ceso y de condiciones poco saludables:se convirtieron en zonas de refugio deindios indómitos, de mestizos reaciosal control de la sociedad mayor, deblancos pobres, sin acceso a la propie-dad de la tierra, de negros mulatos ycimarrones, fugados de las minas yhaciendas.

Pero, además de esas regionesy sociedades donde el Estado hacía es-casa presencia, en las áreas y socieda-des más integradas, la presencia delEstado español se caracterizaba por serde dominio indirecto. A diferencia delos Estados plenamente consolidados,en la terminología de Charles Tilly11

el Estado español controlaba las so-ciedades coloniales a través de la es-tructura de poder local y regional: ca-bildos de notables locales, de hacen-dados, mineros y comerciantes, ejer-cían el poder local y administraban lajusticia en primera instancia. A mimodo de ver, esta situación fue here-dada por la república neogranadina ycolombiana, cuyo sistema políticobipartidista le permitió articular a lospoderes locales y regionales con lanación, al ir vinculando las solidari-dades y rupturas de la sociedad con lapertenencia a una u otra de estas es-pecies de subculturas políticas, que seconstituyeron en dos federaciones degrupos de poderes, respaldados por susrespectivas clientelas12.

En ese sentido, los partidos políticostradicionales se construyeron sobre labase social de las jerarquías y cohe-sión social previamente existentes enlas sociedades locales y regionales.Esto produjo un reforzamiento de lasidentidades locales y regionalaes des-de el nivel de las identidades políticasnacionales: así, la identificación bási-ca de la población con sus grupos pri-marios de referencia (parentesco nu-clear o extenso, vecindario, paisanaje)se hizo más fuerte por la adscripcióna las dos subculturas políticas del li-beralismo y conservatismo. El hechode haberse tomado la relación con lainstitución eclesiástica como fronteradivisoria entre los partidos reforzó elelemento pasional que ya tenían lasidentidades previas de carácter local.Además, estas identidades se fortale-

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cen más con las experiencias de luchascompartidas en las guerras civiles, conla vida común de campamentos y ba-tallas, junto con los correspondientesodios heredados» y «las venganzas desangre, pendientes de generación engeneración.

Todo esto confluye en sociali-zaciones políticas maniqueas yexcluyentes, que definen un nos-otros, los que están adentro de nues-tro grupo de referencia, frente a losotros, que están afuera de nuestromarco. En estas configuraciones sejuntan identidades y solidaridades pri-marias de tipo local y regional, frutode los procesos de colonización antesdescritos, con adhesiones más abstrac-tas y solidaridades secundarias. Peroel resultado es siempre la exclusión delotro, del diferente: el habitante delbarrio vecino, de la vereda de enfren-te, del pueblo cercano, de la regiónvecina, queda por fuera de mi univer-so simbólico, porque no pertenece ami comunidad homogénea. Pero laexclusión del otro en el nivel prima-rio se refuerza con la exclusión del otroen el nivel nacional. Todo lo cual ex-plica el carácter maniqueo y sectariode nuestras luchas políticas: matar li-berales no era pecado para los curasconservadores, porque el liberal«comecuras» era el otro, por fuera dela comunidad de fieles católicos. Yviceversa, los curas «godos»(«españolizantes», no-patriotas) eranenemigos del progreso y de las ideasdemocráticas. Pero, estas contraposi-ciones permitían articular la sociedadnacional con las solidaridades localesy regionales.

Esta articulación de la sociedadnacional, desde arriba hacia abajo, fun-cionó, aunque con problemas, duran-te todo el siglo XIX y la primera mi-tad del siglo XX13. Por eso, donde per-

siste la cohesión social interna de lospoderes locales y regionales y su con-trol sobre la sociedad, no se producenaltos niveles de violencia en los añoscincuenta, porque estos poderes su-plen al Estado.

Esta presencia indirecta permi-tía que este Estado fuera relativamen-te barato, y que respondiera bastantebien a la escasez de recursos fiscalesdel país, que nunca tuvo una gran ar-ticulación al mercado mundial, nigrandes booms de exportaciones, quepudieran configurarlo como un Esta-do rentista: nunca hubo demasiado oroni plata, ni guano, cobre, petróleo, tri-go o carne de exportación, así que ladebilidad del Estado respondía a su po-breza fiscal. Por otra parte, el Estadocolombiano tampoco tuvo que afron-tar las grandes movilizaciones de cor-te populista, ni grandes migracioneseuropeas, ni poderosos movimientossindicales de corte anarquista, ni laampliación de las capas medias, quecaracterizaron a otros países.

Por ello, no se produce unamasiva ampliación de la ciudadanía,ni grandes presiones de las masas po-pulares y de las clases medias sobre elgasto público, lo que permite un ma-nejo bastante ortodoxo de la econo-mía, sin grandes presionesinflacionarias. Además, la falta de unmovimiento populista de carácterinclusionario hizo innecesarias las in-tervenciones militares en la vida polí-tica: la vida política colombiana secaracteriza por la casi total ausenciade dictaduras militares (excepto uncorto período en el siglo XIX y la dic-tadura del general Rojas Pinilla (1953-1957), que fue, durante la mayor par-te de su período, instrumentalizada porsectores de los partidos tradicionales).

Consiguientemente, tampocose configura un Estadointervencionista e industrializador, nitampoco un Estado de bienestar deamplia cobertura: por lo tanto, tampo-co hay una gran ampliación de unaburocracia estatal que produjera unaumento de las capas medias. Además,la fragmentación existente del podery de la riqueza, la no aparición de unmercado nacional que integrara lasdiversas economías regionales y laescasez de recursos fiscales se reflejaen la inexistencia de un Ejército Na-cional que vehicule la unidad nacio-nal y sirva de elemento cohesionadorde la sociedad nacional. Esto incide enel no monopolio de la fuerza en ma-nos del Estado nacional, que coexis-te, durante el siglo XIX, con cuerposde milicias regionales y grupos arma-dos de carácter privado, al servicio dehacendados y personajes importantesen la vida local.

Tampoco se produce la apari-ción de una administración pública porencima de los intereses particulares ypartidistas, ni un aparato de justicia,objetivo e impersonal, por encima delos grupos de poderes privados ygrupales. El resultado de este procesose expresa en la imposibilidad de se-parar claramente los ámbitos públicoy privado, y en la dificultad para es-tructurar instituciones estatales de ca-rácter moderno, lo mismo que pararealizar las reformas necesarias pararesponder adecuadamente a los cam-bios de la sociedad colombiana.

Todo este proceso caracteriza laformación del Estado colombiano,que no se distancia suficientemente dela sociedad ni logra penetrarla por me-dio de una administración directa yautónoma, sino que se hace presenteen el territorio de manera indirecta, através de los mecanismos de poder ya

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existentes en la sociedad, dejando porfuera a las regiones y gruposperiféricos de la sociedad. Este domi-nio indirecto del Estado sobre la so-ciedad explica el papel que los parti-dos tradicionales, el liberalismo y elconservatismo, han venido jugando enla historia política y social de Colom-bia. Estos dos partidos, como dos fe-deraciones de grupos locales y regio-nales de poder, sirvieron dearticuladores de localidades y regionescon la nación, lo mismo que decanalizadores de las tensiones y rup-turas que se daban en esos niveles: la

pertenencia a uno u otro de los parti-dos pasaba así por la identidad local yregional, las contradicciones entre re-giones y localidades, los conflictosétnicos, las luchas entre generaciones,los enfrentamientos intra einterfamiliares, los conflictos entregrupos de interés, etc. Así se articula-ban los vínculos de solidaridad prima-ria y tradicional, basados en el paren-tesco, vecindario, compadrazgo, etc,con los vínculos más abstractos de laciudadanía y la nación.

El problema de este tipo de pre-sencia es que se basa, esencialmente,en la no distinción entre los ámbitosprivado y público, que se refleja en laproclividad de la sociedad colombia-na a la búsqueda de soluciones priva-das a los conflictos. La resistencia areconocer el espacio público se ve tam-bién en las dimensiones de la vida co-tidiana, desde la invasión de los ande-nes de las calles y el irrespeto sistemá-tico a los semáforos y señales de tráfi-co hasta la proliferación de conjuntoscerrados de viviendas y de agenciasprivadas de seguridad.

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4. Por esta carencia de la dimensiónpública y esta presencia indirecta delEstado, además del aspecto referenteal poblamiento, las violencias colom-bianas tienen que ver con un terceraspecto, en el que confluyen los trespuntos anteriores. Es la dificultadque existe en la vida política colom-biana para integrar y articular losmicropoderes y microsociedades -enproceso de formación- de las regio-nes de colonización, con la sociedadmayor y el Estado, dado que éstoshacen presencia en esas regiones in-directamente, a través de las jerarquíassociales existentes, articuladas en elbipartidismo. La misma dificultadexiste para expresar en el nivel sim-bólico, la pertenencia nacional de es-tas microsociedades, que se consoli-dan por fuera del sistema bipartidista:lo que esta afuera es criminalizado yreprimido. El macartismoanticomunista refuerza el sectarismoexcluyente, propio de la cultura polí-tica bipartidista.

Así, el final de las violencias del añocincuenta y el tránsito a otras formasmás ideologizadas de lucha guerrille-ra muestra la creciente incapacidad delsistema político bipartidista para co-existir con grupos locales de poder queescapan a su ámbito de poder. Lasautodefensas influenciadas por el par-tido comunista empiezan a evolucio-nar hacia formas de poder local porfuera del bipartidismo, que soncriminalizadas como repúblicas in-dependientes por políticos conserva-dores y las fuerzas armadas. La inca-pacidad del regimen político para asi-milar fuerzas políticas de carácter lo-cal, con una base social de colonoscampesinos de zonas periféricos, jun-to con el trabajo ideológico de activis-tas del partido comunista, da lugar alsurgimiento de las FARC14.

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Por otra parte, los aceleradoscambios de la sociedad colombianaproducen un debilitamiento del mono-polio que los partidos políticos tradi-cionales y la Iglesia católica teníansobre la vida cultural del país. Para ellose combinan factores internos comola rápida urbanización, la ampliaciónde las capas medias, el aumento de lacobertura educativa, el cambio del rolde la mujer en la sociedad y la acele-rada secularización de la sociedad confactores externos como el influjo delas revoluciones del Tercer Mundo (es-pecialmente la cubana), la mayor pre-sencia de las masas populares en la es-cena política, la mayor apertura delpaís a las corrientes del pensamientomundial, el influjo de las varias ten-dencias del marxismo y los cambiosinternos de la Iglesia católica.

Todos estos cambios fueron ha-ciendo obsoletos los marcosinstitucionales por medio de los cua-les el país solía expresar y canalizarlos conflictos y tensiones de la socie-dad15. Según Daniel Pecaut16 y JorgeOrlando Melo17, los cambios sociales,culturales y económicos de estos añoscontribuyeron a debilitar las redes desolidaridad tradicional y los correspon-dientes mecanismos de sujeción indi-vidual, pero sin construir nuevos me-canismos de convivencia, ni tampoconuevas formas de legitimidad social.

En este contexto de cambiosprofundos, se presenta laradicalización de los movimientosobrero, estudiantil y campesino. Elinflujo de la revolución cubana es muyfuerte en las capas medias urbanas yen la juventud estudiantil, cuyas pers-pectivas de integración al aparato pro-ductivo y al sistema político no sonmuy claras: surge allí una nuevaintelligentsia, influida por las variaslíneas del marxismo y de las ciencias

sociales, lo que muestra la pérdida delmonopolio que ejercían los partidostradicionales y la Iglesia católica so-bre la vida cultural e intelectual delpaís18.

Por otra parte, los problemassociales, tanto en las ciudades comoen el campo, seguían configurando un«caldo de cultivo» para las opcionesviolentas. En ese sentido, las limita-ciones de la reforma agraria oficial yla criminalización de la protesta cam-pesina acentuaron el divorcio entremovimientos sociales y partidos polí-ticos tradicionales. Además, este divor-cio fue profundizado por la presenciade variados movimientos de izquier-da, interesados en la radicalización delmovimiento campesino. Así, lainstrumentalización de los movimien-tos sociales (sindicalismo, movimien-to estudiantil, movimientos barriales,cívicos y populares), al servicio de laopción armada, también influyó en lacriminalización de la protesta social yen la lectura complotista de la movili-zación social.

Esa intrumentalización de losmovimientos sociales por la izquierdaarmada, junto con problemas internos,impidió la consolidación de una fuer-za democrática de izquierda, que ca-nalizara el descontento creciente tan-to de las masas populares de la ciudady del campo como de las capas me-dias urbanas y que articulara a los sec-tores descontentos con el bipartidismo,los cuales comenzaron a proliferar, enlos años sesenta, entre intelectuales,sectores medios y grupos populares.Por otra parte, la criminalización deldescontento social, leído desde el en-foque complotista, llevó a la respues-ta meramente represiva por parte delos organismos del Estado. Todo locual hace que los grupos radicalizadosperciban al sistema político como ce-

rrado y como agotadas las vías demo-cráticas de reforma del Estado, lo quecondujo a muchos de estos disidentesa la opción armada.

Esta opción se veía favorecidapor la escasa presencia estatal en vas-tos territorios del país (o, su estilo in-directo de presencia, a través de las es-tructuras locales de poder, todavía enformación) y por la existencia de unatradición de lucha guerrillera, presen-te en numerosos grupos sociales y an-tiguos jefes guerrilleros de los añoscincuenta, no plenamente insertos enel sistema bipartidista del Frente Na-cional. Esto era muy visible en las zo-nas de colonización, adonde seguíanllegando campesinos expulsados porlas tensiones del agro y la violenciaanterior. Sobre todo, cuando desapa-recen el MRL y la ANAPO, movi-mientos de oposición, que de algunamanera canalizaban y articulaban po-líticamente este descontento social.

Así surgen el ELN en 1965 yel EPL en 1967: en el ELN confluyennuevos actores sociales, salidos de losradicalizados movimientos estudiantily sindical, influidos por el foquismocastrista, con los viejos protagonistasde los conflictos rurales del Magdale-na medio santandereano, resultantesde un proceso aluvional y heterogé-neo de colonización campesina, dediverso origen étnico o regional19.

El proceso de surgimiento delEPL muestra algunas similitudes, conlas naturales diferencias regionales:surge en las regiones del Alto Sinú yAlto San Jorge, como brazo armadodel Partido Comunista Marxista Le-ninista, de inspiración maoísta, cuyoscuadros proceden de clases medias ur-banas, muchos de ellos de origenantioqueño20. Estos cuadros urbanosse encuentra con núcleos de

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exguerrilleros liberales de los años cin-cuenta, que habían sido liderados porJulio Guerra. Estos exguerrilleros nohabían logrado insertarse plenamenteen el sistema bipartidista y seguíanmotivados por el sentimiento deretaliación producido por la violenciaanterior: venían huyendo de la repre-sión de los gobiernos conservadoresde entonces y llegaron a colonizar lasselvas limítrofes entre los departamen-tos de Córdoba y Antioquia21. Otrosguerrilleros de este grupo proveníande una movilización social más recien-te, pues habían sido líderes de las lu-chas campesinas de esas regiones, enlos primeros años de la ANUC, entre1969 y 1973.

La existencia de estas bases so-ciales de la guerrilla, tanto en estaszonas como en las de colonizacióncampesina donde las FARC tienen pre-sencia, hace que la violencia guerri-llera no pueda reducirse a una dimen-sión exclusivamente militar. Y, muchomenos, a formas de delicuencia orga-nizada, así muchas de sus actividadesde financiamiento (secuestros, apoyoa narcocultivos, robo de ganado) ma-nifiesten tendencias hacia ella. En mu-chas zonas, los grupos guerrillerossuplen la ausencia manifiesta de lasautoridades estatales, delimitando lin-deros, protegiendo la posesión preca-ria de los colonos campesinos,

dirimiendo los conflictos familiares yvecinales, e imponiendo normas deconvivencia social. Por ello, tienencierto grado de poder en el ámbito lo-cal, que compite con los gamonales ycaciques locales, pero el hecho de quesu presencia sea tan dispersa yperiférica limita mucho su capacidadde expresarse políticamente.

5. Estos factores y tendencias a la vio-lencia se profundizan recientementecon la presencia del narcotráfico: laprecariedad del Estado y la crisis delos marcos institucionales que suplíana éste, evidencian una fragmentacióny difusión del poder en la sociedad,

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cuyo tejido social es un amasijo con-tradictorio de poderes privados. Estasfragmentación del poder y precariedadde la presencia estatal van a facilitarla inserción social y política de pode-res privados de nuevo cuño, como loscarteles de la droga y los paramilitaresde derecha, que distan mucho de sergrupos internamente homogéneos,pero que se mueven en la misma di-námica de poderes privados fragmen-tarios. La competencia por el poderlocal en zonas periféricas explica mu-chos enfrentamientos de estos gruposcon las guerrillas, lo mismo que laguerra sucia contra las supuestas oreales bases sociales de la guerrilla. Enestos enfrentamientos intervienentambién autoridades del orden local,formales o informales, lo mismo quealgunos de los mandos de la fuerzasde seguridad del mismo ámbito. Eneste espacio de poder local, aparecetambién la acción de las guerrillas so-bre las autoridades locales de sus zo-nas de influencia, donde tratan de ejer-cer una especie de veeduría sobre laadministración pública y el gasto so-cial.

Una situación semejante se pre-senta en los barrios periféricos de lasciudades, donde el narcotráficoreclutaba sicarios y agentes, lo queproducía un auge de la delincuenciacomún, la consiguiente formación degrupos de autodefensa barrial y la co-rrupción de los cuerpos policiales, queeran percibidos como otro grupoinvolucrado en esos conflictos, nuncacomo una fuerza legítima por encimade ellos.

El resultado de esta combina-ción de conflictos de tan diversa ín-dole, donde se combinan nuevos y vie-jos actores, es la creciente autono-mía y difusión de las formas violen-tas: la guerra pierde la racionalidad de

medio político para convertirse en unamezcla inextricable de protagonistasdeclarados y ejecutantes oficiosos, quecombinan objetivos políticos y milita-res con fines económicos y sociales,lo mismo que iniciativas individualescon acciones colectivas y luchas en elámbito nacional con enfrentamientosde carácter regional y local. Además,en una etapa ulterior, estas apelacio-nes a la violencia por motivos políti-cos, económicos y sociales se difun-den por todo el tejido de la sociedadcolombiana: la violencia se convierteasí en el mecanismo de solución deconflictos privados y grupales. Proble-mas de notas escolares,enfrentamientos en el tráficovehicular, problemas entre vecinos,peleas entre borrachos, tienden a re-solverse por la vía armada, porque noexiste la referencia común al Estadocomo espacio público de resolución delos conflictos.

II. Hacia la búsqueda desalidas

En esa línea, en el ámbito delas relaciones entre Estado y Sociedadcivil, la búsqueda de paz pasa necesa-riamente por la construcción y la con-solidación del Estado como espaciopúblico de resolución de conflictos yde la sociedad civil como arena dondese expresan y dirimen las tensiones delos diferentes sectores de la población.Esto se concreta en el fortalecimientodel aparato de justicia en lo civil, lopenal y lo laboral, que supere la ten-dencia a la solución privada, frecuen-temente violenta, de los conflictos.Este fortalecimiento de la justicia su-pone cierta distancia de los adminis-tradores de la justicia frente a las es-tructuras de poder regional y local: esteaparato impersonal de justicia, que

obedece a normas objetivas e igual-mente impersonales, debe estar porencima de los poderes e intereses quede hecho prevalecen en regiones ylocalidades.

Además, este fortalecimientodel Estado pasa por la construcción deuna administración pública, eficaz eimpersonal, independiente de los gru-pos privados de poder, especialmentede las maquinarias de los partidos po-líticos tanto en el nivel regional comoen los ámbitos locales y regionales,donde normalmente coinciden con lasestructuras de poder que se dan, tam-bién de hecho, en esos mismos nive-les.

También supone una consolida-ción del monopolio de la fuerza le-gítima en manos del Estado, que nocoincide con la simple militarizacióndel manejo del orden público, quesiempre debe permanecer bajo el con-trol civil. Pero sí supone un aumentode la eficacia militar, que debe siem-pre tener en cuenta las dimensionesno militares del conflicto. Por eso,debe construirse una política civil delorden público, con participación de lasociedad civil22: de lo contrario, lafuerza pública puede ser percibidacomo fuerza de ocupación en un te-rritorio, urbano o rural, que puede re-chazarla por no considerarla garantedel orden ni representante del ámbitopúblico de resolución de conflictossino como uno de los actoresparcializado de ellos. Para lograrlo, lafuerza pública debe actuar por enci-ma de los grupos contrapuestos depoder local o regional. Esta contrapo-sición de poderes fragmentados haceque no baste que el control de la polí-tica esté en manos de civiles, sino quees necesario que éstos funcionencomo representantes del ámbito públi-co y no como parte del conflicto local.

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Esto supone la superación de la tradi-cional dificultad que tiene el Estadocolombiano para controlar a sus pro-pios funcionarios, civiles o militares,sobre todo en el orden regional y lo-cal. Esta dificultad está reforzada porla tendencia generalizada del Estadocolombiano a delegar -de modo siem-pre informal- el manejo de los asun-tos regionales y locales en los poderespolíticos de ese mismo orden, tenden-cia que puede profundizarse aún máscon la elección popular de alcaldes ygobernadores.

Para que esto pueda darse, hayque procurar ir creando una culturapolítica, que insista en el fortaleci-miento de la sociedad civil y del Esta-do como espacios públicos para lasolución de los conflictos, que funcio-ne tanto en la vida local y regionalcomo en el ámbito de la nación. Poreso, es importante la consolidación deuna identidad nacional por encimade las diferencias regionales, locales,étnicas, ideológicas, económicas, so-ciales y políticas, que permita ir arti-culando esas identidades microlocalespara construir una patria común paratodos. Pero esa identidad no puedequedarse sólo en el imaginario políti-co sino que debe corresponder a unabase real de integración y participaciónen la vida ciudadana: para que la gen-te se identifique con la nación abstrac-ta tiene que sentir que su vida cotidia-na, sus intereses y necesidades, son ex-presados en la sociedad mayor y en elEstado.

Para la configuración de estaidentidad nacional por encima de lastensiones y conflictos entre esas iden-tidades microlocales, es muy impor-tante una intelección no polarizantede la historia pasada, sobre todo dela historia de las pasadas violencias,que generalmente ha conducido a la

exacerbación de los conflictos. Hayque ir creando una cultura política queno se base en la exclusión de los con-flictos sino que procure entender lospuntos de vista del contrario y superela tendencia a la criminalización y se-ñalamiento del diferente. La construc-ción de espacio público, estatal y noestatal, pasa por la construcción de esteimaginario político capaz de procesarlas diferencias por medio del diálogocivilizado, que no niega la naturalezaconflictiva de la sociedad sino queparte de esa conflictividad para la cons-trucción de una sociedad verdadera-mente nacional.

Pero este trabajo de fortaleci-miento del Estado como espacio pú-blico de solución de conflictos y decreación de este espacio dialógico pasatambién por la acción directa sobre losnichos o caldos de cultivo de las op-ciones violentas, los escenariosproclives a la violencia, que permitenla persistencia y reproducción de losgrupos guerrilleros, paramilitares dederecha, de autodefensa rural o barrial,y de «limpieza social». Por eso, la ac-ción del Estado y de la sociedad ma-yor debe hacerse presente de maneraeficaz en las zonas de colonizacióncampesina reciente, en las zonas denarcocultivo y en los barriosperiféricos de las ciudades, sobre todoen aquellos que son receptáculos deolas de migración aluvional. Muchomás, en las ciudades pequeñas e in-termedias que están continuamenterecibiendo desplazados de la violen-cia rural.

Para ello, deberían constituirsedos tipos de organizaciones estatales:una especie de instituto nacional de co-lonización y algo semejante a un ins-tituto de desarrollo social urbano, paraacompañar los procesos sociales quese generan en las zonas rurales de co-

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lonización y en los barrios periféricosde las grandes ciudades. Algunas desus eventuales funciones ya existenpero separadas en varias entidades ofi-ciales, y sujetas a requisitos legales dedifícil cumplimiento: el INCORA, laCaja Agraria, el DRI, el PNR, etc. Elproblema es que loscondicionamientos legales de estasinstituciones están concebidos parasituaciones donde la sociedad y el Es-tado están ya plenamente consolida-dos, y no en vías de construcción.Además, están pensados para situacio-nes de cierto equilibrio y no para si-tuaciones de emergencia.

Así, el eventual Instituto Nacio-nal de Colonización tendría a su car-go funciones de titulación de tierras,de defensa de la posesión precaria delos colonos, de crédito y asistencia téc-nica, pero se encaminaría primordial-mente a acompañar los procesos dereestructuración del tejido social en laszonas de colonización aluvional y aintroducir mecanismos económicosque impidan el despojo de los colonosen beneficio de una nuevo latifundio.Lo mismo que a organizar la convi-vencia ciudadana, crear formas de jus-ticia local para el manejo de los con-flictos y hacer presente al Estado comoespacio público de resolución de con-flictos: también debe impulsar la par-ticipación política y ciudadana en esasregiones, articulándolas con el Esta-do y la sociedad mayor. En las zonasmás conflictivas, este Instituto deberáimpulsar procesos integrales de refor-ma agraria en el ámbito local y pensaren proyectos más generales de desa-rrollo regional, especialmente en laszonas de narcocultivo. La falta de pre-sencia de las instituciones estatales enesos niveles es uno de los factores quedan cierta legitimidad local a los gru-pos guerrilleros, que suplen las caren-cias en lo que respecta a la precarie-

dad de la posesión de la tierra de loscolonos campesinos y la falta de se-guridad en las normas de convivenciaciudadana. En las zonas petroleras, sedebe buscar también una mayor parti-cipación de las comunidades en elmanejo de fondos sociales provenien-tes de las regalías, porque la necesi-dad de veeduría de las administracio-nes locales de esas regiones tambiénotorga poder a los alzados en armas.

Por su parte, el eventual Insti-tuto de Desarrollo Social Urbano ten-dría funciones similares pero adapta-das al medio urbano. Por lo general,el desarrollo urbano se ha centrado enel apoyo a soluciones de problemas deinfrastructura física, dejando la orga-nización de la sociabilidad y de la con-vivencia ciudadanas al libre juego delos intereses locales contrapuestos.Este permisivismo ha dejado a ampliossectores de las sociedades urbanas enconstrucción abandonados a su pro-pio impulso: esto hace que autorescomo Daniel Pecaut sostengan quebuena parte de las violencias colom-bianas no se deben tanto a los excesosde un Estado omnipotente y autorita-rio sino a los espacios vacíos que dejael Estado en la sociedad23. Probable-mente, estas carencias de regulaciónsocial por parte del Estado respondentambién a la falta de integración y or-ganización de la llamada SociedadCivil.

Por otra parte, pensando en ladimensión de la política local, cual-quier proceso de paz debe reconocerel poder local de los grupos guerrille-ros, donde exista, pero procurandoasegurar la articulación a la estructu-ra de poder del Estado, en sus dimen-siones local, regional y nacional. Lomismo que la integración con la so-ciedad mayor y la economía nacional.Esta articulación supone necesaria-

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mente el control y la articulación delos aparatos de fuerza de la guerrilla,de los grupos paramilitares de derecha,grupos de autodefensa y los aparatosprivados de seguridad por parte de lasfuerzas de seguridad de la Nación. Loque implica, además, un proceso dereeducación civil de todos estos cuer-pos.

Finalmente, esta dimensión lo-cal y regional de la paz y de lareinserción obliga a la aceptación deciertas formas de diálogos regionalesy locales, pero no de forma aislada yfragmentaria sino dirigidas y coordi-nados por el ejecutivo central, en cu-yas manos debe quedar la negociaciónpolítica global con los alzados en ar-mas. Pero los diálogos regionales pue-den servir para aclimatar un ambientefavorable a las negociaciones y parapreparar a la opinión pública, tantonacional como regional, para la acep-tación de la salida negociada a los con-flictos. Esta aceptación de la llamadaSociedad Civil es esencial para los pro-cesos ulteriores de reinserción y recon-ciliación, que pasa por un análisis de-tallado de las circunstancias regiona-les y locales de las zonas en conflicto,y, sobre todo, por una negociaciónmuy concreta entre los diferentes gru-pos, locales o regionales, de poder,para la aceptación de la nueva corre-lación de fuerzas en esos ámbitos. Delo contrario, el diálogo de paz se daríasólo en el nivel discursivo y desenca-denaría unos enfrentamientos violen-tos peores que los actuales.

    1 Estanislao Zuleta, «El elogio de la dificultad»,en el libro así titulado, publicado por la Funda-ción Estanislao Zuleta, 1994. 2 Cfr. Fernán González, «Espacios vacíos y con-trol social a fines de la Colonia», en Análisis.Conflicto Social y Violencia en Colombia.# 4,Documentos Ocasionales # 60, Bogotá, CINEP,1990. 3 Fabio Zambrano, «Ocupación del territorio yconflictos sociales en Colombia» y José JairoGonzález, «Caminos de Oriente: Aspectos de lacolonización contemporánea del Oriente colom-biano», en Un País en Construcción.Poblamiento, problema agrario y conflicto so-cial. CONTROVERSIA # 151-152, CINEP, Bo-gotá, 1989. 4 Cfr. Basilio de Oviedo, Cualidades y Rique-zas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Bi-blioteca de Historia Nacional, 1930, págs. 255-257, y Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familiaen Colombia. Trasfondo histórico, vol I, Bogo-tá, Universidad Nacional, 1963., págs.340-343. Lasconsecuencias políticas de estas tendencias hansido señaladas en mi artículo «Reflexiones sobrelas relaciones entre identidad nacional,bipartidismo e Iglesia católica», V Congreso de An-tropología, 1990. 5 Francisco Antonio Moreno y Escandón, Indiosy Mestizos de la Nueva Granada a finales delsiglo XVIII . Bogotá, Banco Popular, 1985. 6 La existencia de situaciones semejantes en otraszonas del país está corroborada por los informesde Mon y Velarde para Antioquia, De Mier para laregión del Bajo Magdalena y el franciscano Pala-cios de la Vega para las Sabanas de Sucre y Cór-doba. Lo mismo que por estudios más recientescomo los de Oscar Almario y Eduardo Mejía so-bre los orígenes del campesinado vallecaucano ylos de Francisco Zuluaga sobre clientelismo, gue-rrilla y bandolerismo social en el valle del Patía. 7 Cfr. Fernando Guillén Martínez. El poderpolítico en Colombia, Bogotá, Ed. Punta de Lan-za, 1979, y Fernán González, «Poblamiento y con-flicto social en la historia colombiana», en Terri-torios, Regiones, Sociedades, Bogotá, Univalle-CEREC, 1994. 8 Torres, Alfonso., La Ciudad en la Sombra.Barrios y luchas populares en Bogotá, 1950-1977.,Bogotá, CINEP,1993. 9 El caso de Medellín ha sido estudiado en va-rios trabajos por Alonso Salazar y Ana MaríaJaramillo, de la corporación REGION. El CINEPha publicado el libro de ambos,Las Subculturasdel Narcotráfico. Medellín, Bogotá, CINEP,1992. 10 Carlos Rojas, La Violencia llamada limpie-za social, Bogotá, CINEP,1994. 11 Charles Tilly, «Cambio Social y Revoluciónen Europa 1492-1992», en Historia Social, # 15,Invierno 1993. 12 Fernán González, «Claves de aproximación ala historia política colombiana» (mecanografiado,inédito). 13 Cfr, Fernán González, «Aproximación a la his-toria política colombiana», en Un País en Cons-trucción, vol II, Estado, Instituciones y CulturaPolítica, CONTROVERSIA # 153-154, Bogotá,

CINEP, 1989. 14 José Jairo González, El Estigma de las Repú-blicas Independientes. 1955-1965. Espacios deexclusión. Bogotá, CINEP, 1992 y Eduardo PizarroLeongómez, Las FARC (1949-1966). De laautodefensa a la combinación de todas las for-mas de lucha., Bogotá, Ed. Tercer Mundo e Insti-tuto de Estudios Políticos y Relaciones Interna-cionales, U.Nacional,1991. 15 Fernán González, «Tradición y Modernidad enla política colombiana», en Violencia en la Re-gión Andina.El caso Colombia., Bogotá, CINEPy APEP,1993. 16 Daniel Pecaut,»Modernidad, modernización ycultura», en GACETA , Instituto Colombiano deCultura, COLCULTURA, # 8, agosto-septiembrede 1990. 17 Jorge Orlando Melo,»Algunas consideracionesglobales sobre «modernidad» y «modernización»en el caso colombiano», en Análisis Político,#10, mayo-agosto 1990. 18 Fabio López de la Roche,Izquierdas y cultu-ra política.¿ Oposición alternativa?. Bogotá,CINEP, 1994. 19 Alejo Vargas, Colonización y Conflicto ar-mado. El Magdalena Medio Santandereano.Bogotá, CINEP, 1992. 20 Claudia Steiner y Gerard Martin, «El EPL:reinserción política y social», en Cuadernos parala democracia, # 3, julio de 1991, y María Victo-ria Urbe, «Apuntes para una sociología del proce-so de reinserción del EPL» en La Paz: más alláde la guerra, Documentos Ocasionales # 68, Bo-gotá, CINEP, septiembre de 1991 y Ni canto degloria ni canto fúnebre. El regreso del EPL a lavida civil , Colección Papeles de Paz, CINEP, 1994. 21 Mauricio Romero, «Poblamiento, ConflictoSocial y Violencia política en el Caribe colombia-no, 1950-1986. Estudio de caso sobre el departa-mento de Córdoba» (inédito, copia mecanografia-da). 22 Elsa Blair.,Las Fuerzas Armadas.Una mira-da civil. Bogotá, CINEP, 1993. 23 Daniel Pecaut. Crónicas de dos décadas depolítica colombiana, 1968-1988, Bogotá. Ed.Siglo XXI, 1988, págs.22-23.

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