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Wáshington Delgado / Historia de Artidoro (1994)http://logriscontralogris.blogspot.com/
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WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
1
Wáshington Delgado
HISTORIA DE ARTIDORO
Colección dirigida por Jorge Eslava
Correción de Alonso Rabí do Carmo SEGLUSA EDITORES & EDITORIAL COLMILLO BLANCO
Av. José Leal 980, Lince. Teléfono 703098
Lima, mayo de 1994
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
2
Explicaciones acerca de Artidoro
Hace quince años, acaso veinte, Artidoro nació simplemente
como un nombre cuya sonoridad me atraía, no sé por qué. Pasado
un tiempo intuí una nebulosa historia detrás de ese nombre.
Lentamente se fue perfilando el dibujo plano, todavía sin color ni
relieve, de una persona en cierto modo viva. Entonces escribí tres
poemas que son el núcleo de su historia. Y me detuve hasta que,
gracias a mi paciente espera al pie de un nombre cuyo misterio no
alcanzaba a develar, al cabo de varios años, sentí que en algún
remoto punto de mi desvelo o mis ensueños, Artidoro empezaba a
vivir con carne y huesos propios, con recuerdos suyos, con
esperanzas suyas. Llegó un momento en el cual, como al genio
salido de una botella, no lo podía dominar. Si antes de descubrirlo
yo lo perseguía, ahora me perseguía él. Iba detrás de mí por toda
la casa y aun por la calle. Se asomaba a mis sueños cuando yo
dormía. Enderezaba mi pluma y corregía mis textos cuando me
ponía a trabajar. Poco a poco, a medida que nuestra colaboración
se acentuaba, fui percibiendo que la historia de Artidoro se
confundía con la historia peruana o la historia del mundo. Al
final, me di cuenta de que los latidos de su sangre eran solo una
parte del fragor de los tiempos, de los tiempos oscuros que nos
tocó vivir.
Una explicación más, los tres primeros poemas que escribí acerca
de Artidoro los publiqué en no recuerdo qué periódico o revista.
Después los corregí escrupulosamente para incluirlos en mi
volumen antológico Reunión elegida, cuando Artidoro aún no
había tomado definitivo cuerpo. En una nota introductoria de esa
antología, declaré que todos los poemas allí recogidos eran
versiones consumadas y que no volvería a tocarlos. Sin embargo,
para esta edición, he vuelto a corregir esos tres poemas. Tal vez
me equivoqué al hacerlo: los escritores no suelen ser críticos
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
3
acertados de sus propias obras. En todo caso, esta vez no prometo
abstenerme de futuras enmiendas.
Lima, 26 de mayo de 1994.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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PRÓLOGO:
EL TIEMPO, EL AMOR, LAS PALABRAS
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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El amor de las palabras
El tiempo, el tiempo. El tiempo donde caen
flores, frutos, imperios
y no se salvan. El oscuro tiempo
donde los nombres brillan.
Entre el tiempo y los hombres
se levanta el poema.
Los nombres de los vientos y las aguas,
los nombres de animales: la serpiente
cuyo reino es el sueño,
el amor y la muerte.
El tigre de rugido interminable.
La fría salamandra, vencedora del fuego.
El unicornio, amado de las vírgenes.
La ardilla, el gerifalte,
el murciélago, el grifo, la quimera.
Los nombres de animales irreales
o reales, fugaz soplo del aire
o esculpida memoria
de sueños, de esperanzas, de temores.
Columnas en la tierra,
mástiles en el mar,
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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estrellas en el cielo,
otros nombres erguidos:
San Francisco, San Jorge,
Ulises, Abelardo, Pedro Rojas,
Sakia Muni, Epicuro,
Caupolicán, Mariátegui, Martí.
Nombres de gentes muertas
o soñadas: los mártires, los héroes,
los dulces soñadores.
Nombres labrados en terrestre barro,
nombres amados con sombrío amor
en los tiempos oscuros,
en siglos de opresión. Los amo y canto
esa materia dulce que penetra en el pecho
de un mar amargo, el mar
de la historia del mundo. Amo esos nombres,
¿alguna otra pasión podrá brillar
con semejante luz sobre la tierra?
Amo, Artidoro, tu soñado nombre
y esa historia que de tu nombre brota:
fugaz soplo del aire o el recuerdo
de antiguas esperanzas.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Antiguos entusiasmos
Años de juventud que uno recuerda
cuando ya se acabó la juventud.
El entusiasmo puro se deshizo en el aire,
el aire de la historia.
La garúa limeña difumina
el recuerdo del sol enamorado
en las norteñas tierras.
Sol de justicia, sol de la hermandad
con su canción de amor
para todos los hombres.
Esa canción ha muerto.
Muerta está esa esperanza.
Todos han muerto, yacen enterrados
bajo una tierra leve,
la tierra del olvido.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Río del olvido
Se detiene Artidoro
para escuchar la voz
de los tiempos pasados.
Vocaliza el pasado con voz pura
una canción fugaz,
río que viene del profundo olvido
y regresa al olvido.
Viejas calles de terciopelo y sombra,
árboles melodiosos,
celajes incendiados del otoño
y la pesada nube
donde la vida acaba,
río cordial que viene del olvido
y parte hacia el olvido.
Mínima luz apenas ilumina
las sonrisas del tiempo
¿De qué se nutre el tiempo?
De fuentes, de muchachas,
de volutas de yeso,
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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de duros azulejos.
Río tenaz que viene del olvido
y corre hacia el olvido.
En estas viejas calles silenciosas
abiertas de repente
al viento del recuerdo,
se percibe la queja
de un débil clavicordio,
un distante galope de caballos,
el rumor apagado
de unos besos furtivos.
Dulce río que viene del olvido
y se va hacia el olvido.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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IMPOSIBLES RECUERDOS
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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El encanto de Lima
Así es la vieja Lima:
ciertas calles encierran un misterio,
otras tienen encanto,
quien por ellas se pierde rememora
algún rumbo secreto.
Rumbos de aquí o allá, de esta ciudad
o de un sueño oxidado en la memoria.
Por azar o por cálculo,
Artidoro se adentra en estas calles,
de este modo retorna
a la pampa infinita donde halló,
una tarde violenta
y en la cúpula misma del estruendo,
su ser resucitado.
Lo cercaban los muertos, lo cubrían
la tierra y el silencio,
sólo fue dueño de un pequeño sitio
en la comarca oscura
donde el mejor linaje nada vale.
Pero llegó la vida,
desde el profundo reino de la muerte,
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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a levantar su cuerpo.
Su cuerpo que hoy pasea lentamente
por las calles de Lima,
por jirones y plazas y plazuelas
donde encuentra de nuevo
el misterioso azar por el que vive.
Así es la vieja Lima:
ella también se acaba, también muere.
Bien sabes Artidoro,
que el azar, el misterio y el encanto,
como todas las cosas,
son el pasto sabroso de la muerte.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Calle de Mercaderes
Aprisionado por la ceniza turbia
de las seis de la tarde,
se debate Artidoro
en una vieja calle
de la ruinosa Lima.
Es domingo y no hay gente en las aceras
ni en las pistas circulan automóviles,
las jaranas del sábado acabaron
en devoción o sueño.
Artidoro camina sin premura
por la ciudad, en sus recuerdos rotos
se unen sombra y silencio.
Revolución o fiesta
todo acabó igualmente: los rebeldes
fueron ajusticiados
al pie de los palacios
o en las pampas lejanas.
Callaron las canciones,
se apagó el sol, murieron
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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todos los compañeros.
Artidoro ha extraviado su destino,
una sutil neblina inunda su alma.
Calle de Mercaderes cuyas tiendas
se cierran los domingos.
No se rinde Artidoro,
su vida significa
persistencia y olvido.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Vitrina de Baquíjano
En la muelle neblina se despliega
el engaño invernal de tiempos idos
que un aturdido dios junta al acaso
con desesperaciones del presente
mientras uno camina
sobre húmedas veredas
por la tenue garúa abrillantadas.
Uno se llama creo que Artidoro
y en lugar del espejo de la historia
con pesadumbre observa
las vistosas vitrinas
en la elegante calle de Baquíjano.
¿En qué piensa Artidoro
ante un escaparate
con vajillas de plata,
porcelana y cristal?
¿Rememora entusiasmos,
enconadas heridas?
¿Se acuerda de los muertos?
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Tal vez si, nada más, piensa en mujeres.
Después de una jornada tormentosa,
naufragadas las grandes esperanzas,
nos queda todavía
un turbio afán de femeninos besos.
Así nos defendemos y olvidamos
penurias y trajines.
Olvidamos los muertos
que yacen enterrados
allá, en los arenales.
Olvidamos las calles
de una Lima marchita y tan lejana
de todo gran amor.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Matavilela y San Francisco
Entre Matavilela y San Francisco,
bajo borroso escudo
de carcomida piedra,
se abre un negro tenducho
sobado, polvoriento,
con moscas y vituallas económicas
y unos embrutecidos parroquianos
sin más norte y amparo que un licor
áspero y ponzoñoso.
Entra Artidoro en pos de cigarrillos.
No los encuentra. Solamente encuentra
la ruina de los tiempos,
el agusanamiento de la historia,
el temblor de su sombra, entreverada
con suciedades y papeles rotos,
a la luz de una vela centenaria.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Fosa Común
En la fosa común yacen los muertos.
Más allá de las pampas y arenales,
su canción, su esperanza, sus amores
¿dónde yacerán?
El alma de Artidoro está cercada
por eterno crepúsculo.
Esos muertos murieron
para sólo morir.
¡Cómo pudo diluirse
tanta luz cenital!
Ancho Perú de muerte
y de melancolía,
muertos todos están
bajo la tierra cálida.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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CANCIÓN Y ELEGÍAS
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Canción para Artidoro
Mi querido Artidoro,
los rosales de la Avenida Grau
nunca existieron. Todo lo ha teñido
el humo de los viejos autobuses
y no hay jardín para el amor que ronda
tus esperanzas, ronda tu memoria
y tu melancolía.
¡Qué lejana, qué triste, qué nonata
rosa primaveral! ¿Dónde su aroma,
su llovizna de pétalos, la verde
dureza de su espina?
Hay quien ama la rosa que es así
y no se ve o la rosa
que se huele y se toca
o sólo el nombre de mentales rosas.
En el aire viciado
de esta calle inhumana se hace humana
la rosa inexistente, enajenada
por el humo y la bulla
de un río interminable de tristeza.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Y tiembla la canción, acaso en vano,
breve, lizne, Artidoro, sobre tu alma
que no será salvada
por recuerdos de amor
ni por género alguno de ventura
o desventura humana.
Como humo o desamor
u olvido, sin memoria ni desdén,
ni rabia ni ternura cae el tiempo,
quiebra la luz, las piedras, los periódicos,
las promesas de buen comportamiento,
los inocentes vicios (pobre Alberto,
dijo que dejaría el cigarrillo
y lo dejó, como también la vida).
Cae el tiempo, desgarra tus corbatas,
viejo Artidoro, y no hay en tu solapa
ni rosal ni clavel.
Definitivamente,
el hollín es un asco, la ciudad
es un asco y también
tu oficina y tu casa son un asco,
la tierra y hasta el cielo son un asco.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Así pasa la vida y así dejo
que caiga esta canción
junto a tu sueño, lejos
de tus ojos abiertos.
De esta canción no quedará enseñanza:
mi canto no es verdad
ni engaño sino apenas
un temblor en el aire y allí queda.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Artidoro camina hacia la muerte (Elegía Limeña)
Sobre la blanda brea
del jirón de la Unión,
a la muerte camina y ni siquiera
se le ha mojado la corbata. En vano
lo circundan los ángeles. La cruda
luz estival del mediodía aleja
silenciosos amores. A la vera
del callejero coro de automóviles
y el pregón quejumbroso
del suertero que grita la de a mil,
Artidoro camina hacia la muerte,
serio, formal, bien arreglado, hijo único.
Y se oye una guitarra: última flor
de un amargo verano
que antes de marchitarse clama y pide,
yo te pido, guardián, que cuando muera
borres los rastros de mi humilde fosa.
Inútil ángel del estío, mosca
perdida en el calor de la deshecha
tarde. Canción abandonada en una
mecánica memoria. Viejo aliento
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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de una historia extraviada,
Artidoro camina hacia la muerte
como todos los días
y ni siquiera esconde en los bolsillos
las afiebradas manos
porque su madre le pidió hace tiempo
que guardara adecuada compostura
en la casa y en la calle y en la iglesia,
en cualquier sitio donde
asentara sus pies o su desdicha:
no permitas que crezca enredadera
ni que coloquen funeraria losa.
Si ha de venir la muerte por sus pasos,
no hay por qué apresurarse ni seguirla
aunque hoy sonría con sensuales labios,
desordene su rubia cabellera
y se muestre incitante entre las ruinas
del Jirón de la Unión, clavel marchito
de un Perú de metal y de melancolía.
Inútil amor, cielo abandonado
en una tarde inexistente. Inútiles
besos perdidos. Soledad tan inútil
como flor sobre el polvo
de un camino. Camina hacia la muerte,
Artidoro camina hacia la muerte:
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Y si viene a llorar la amada mía,
hazla salir del cementerio y cierra.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Vuelve Artidoro a contemplar la muerte
Los estudiantes jóvenes discuten
acerca del país,
en los problemas del país meditan
los viejos profesores,
las nubes pertinaces
de la ciudad de Lima
no regarán jamás
un árbol de monedas.
Las palabras y el tiempo se deslizan
sobre la tierra estéril, las hermosas
muchachas de pasadas primaveras
han muerto. No dejaron
ni lágrimas ni amores:
en el país de las mercaderías
no es necesario amar, absurdo fuera
repetir el sermón de la montaña.
Así Artidoro recordó amoríos,
su prisión, sus andanzas, sus penurias
y estaba entretenido
una abrileña tarde
en admirar las llamas
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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de un ocaso otoñal,
cuando de nuevo contempló la muerte.
No la suya, esta vez,
ni la de sus amigos o parientes
ni la muerte del mundo
en el incendio verde
de la tarde otoñal.
Sencillamente, contempló la muerte,
su antiguo y frío rostro,
ni odioso ni terrible.
La gente caminaba por las calles,
iban los automóviles
a citas imprevistas,
Artidoro seguía contemplando
el rostro de la muerte.
¿Qué fin tiene la vida?
¿Para qué pelear? ¿Por qué morir?
Desdeñoso semejante a los dioses
yo seguiré luchando con mi suerte.
Artidoro ingresó sin pesadumbre
en las enmarañadas callejuelas
de la vieja ciudad de los negocios,
caminó a la deriva
con grave continente
y engrameó la testa
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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sin escuchar las espantadas voces
de los envenenados por la muerte.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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LA VIDA ÍNTIMA
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Dulce desvelo
Con un oscuro aroma húmedo, intenso,
las gotas de café caen en el poema
mientras lee Artidoro
hasta que llega el alba.
El gato ronronea, gruñe el fuego
en el hogar, se desvanece el agua,
Artidoro de nada se da cuenta
absorbido por sustancias más hondas.
Intangible sendero lo ha llevado
hasta un plato de setas,
Artidoro se embarca en el sabor
que sus dientes trituran.
Por otras rutas, un paisaje se abre:
Artidoro respira el aire puro
de las anchas praderas.
Inacabable viaje, en otros ámbitos
Artidoro se dobla
al empuje del viento en alta mar.
Pasa el tiempo, también la vida pasa,
las palabras persisten a la espera
de que puedan los ojos de Artidoro
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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hacer brotar una secreta historia
de sus tenues entrañas,
una historia que ha de pasar lo mismo
que todo lo terrestre y el aroma
del café con su insomnio
húmedo, oscuro, intenso.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Tarde de copas
Los recuerdos se posan en la mesa
como aturdidas moscas
en torno a un cuerpo muerto,
tropiezan con los vasos
de oro líquido y frío, con los platos
de lacias aceitunas y comprueban
que en la mesa no hay sitio
para ese cuerpo intruso.
A media voz lo discute Artidoro
con la obstinada sombra de su padre:
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
¿Para qué discutir con quien nos ama
y está muerto? ¿Con quién amó en nosotros
no unos ojos, ni un alma, ni unos gestos
sino su propio amor?
En el ápice gris del infortunio
y de la tarde, cuando
las sombras aparentan levantarse
del aire polvoriento del pasado,
Artidoro se yergue
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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con difícil destreza,
ignora buenamente
que se enredan sus pies mientras enfila
hacia el lugar privado
donde ante el chorro de oro ha de sentir
el placer puro y libre
de no ser otra cosa
que una paciente obstinación sagrada
en el húmedo encierro donde mueren
los amores perdidos.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Defensa del tabaco y la lectura
Lee y sueña Artidoro en su sillón de cuero.
Una pipa de brezo el ambiente perfuma.
Sin dejar de leer, Artidoro la fuma.
El humo impregna el aire de un tinte milagrero.
La lectura le infunde gozos de fumadero:
el humo lo rodea, más leve que una pluma
parece deshacerse en pétalos de bruma
y a su alma llueven letras en un dulce aguacero.
Que su tiempo ha pasado, bien lo sabe Artidoro:
las batallas perdidas, el implacable asedio
de ambición y egoísmo, el mundo sin remedio.
Su pipa y la lectura son todo su tesoro:
un poema y el humo le muestran que está vivo,
restaura su esperanza un párrafo furtivo...
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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Sobre un poema perdido de Artidoro
Ciertos versos se perdieron en viajes y carcelerías,
muchos fueron desechados con demasiada prisa,
algunos se corrompieron antes de ser escritos,
otros sufrieron implacables correcciones
y perdieron su juvenil frescura,
único encanto que en la oquedad de la memoria
pudo sostenerlos. La mayor parte
no logró subir al aire de la armonía
y así su verdad se marchitó.
Tal vez, Artidoro comenzó el poema
en sus años de infancia, a escondidas
de un padre adusto y una madre
vencida, cuando la injusticia
entró en su casa y nadie
pudo desterrarla, ni el domingo
ni los días de fiesta.
¿Qué relación secreta, qué puente nebuloso
se tiende entre belleza e injusticia?
Naufraga la niñez de los domingos muertos
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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en el mar de la belleza, más profundo
que cualquier otro mar sobre la tierra.
Artidoro retorna a la luz de su infancia
cuya virtud se esfumó con los años.
Su magia es ilusión: unas palabras
demasiado delgadas, apenas si se escuchan
en el nivel del sueño,
de un sueño que ha de durar toda la vida,
aunque los versos se pierdan.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
37
Prado de la amargura
Artidoro se encuentra despistado
en solitario prado de amargura
y su viejo reloj
se detiene vencido por estólido,
impenetrable sueño.
No quisiera Artidoro lamentarse
por tanto desamparo,
ni acrecentar los llantos
derramados ya en prados semejantes,
en soledades tales y tamañas.
Le apetece más bien aproximarse
a la azorada y joven prostituta
que lo provoca con insistentes mieles,
con resplandores mortecinos, mientras,
suelta sus perfumados cigarrillos
sobre la verde hierba
y al aire sus cabellos de esparcida dulzura.
Pero esta prostituta no es tan joven
sino una avejentada cantonera
de ruinosos arreos,
afeites y sonrisas.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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No se atreve Artidoro
tampoco a lamentarlo
ni a llorar la miseria
de tantas mujerzuelas olvidadas
en prados de amargura cuyo encanto
no apreciaron jamás, aprisionadas
por el opaco tedio
de una noche infinita.
Joven o vieja o pasadera, ha sido
invención de un instante esta buscona
limpiamente esfumada
en el aire ni dulce
ni amargo o melancólico.
De nada valen máquinas de tiempo
entrecortado, ni empedrados sueños
subcelestes, florales, extraviados
en prados de amargura,
ni antiguas y rugosas
bocas por el amor desbaratadas
y que la noche en vano
engalana con apagadas luces
de aventura secreta.
A tanta soledad
no le opone Artidoro
sino el brillo ensoñado de las aguas
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
39
en el cercano estanque.
El deseable brillo de las aguas
en el estanque seco.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
40
Un Caballo en casa
Guardo un caballo en mi casa.
De día patea el suelo
Junto a la cocina.
De noche duerme al pie de mi cama.
Con su boñiga y sus relinchos
hace incómoda la vida
en una casa pequeña.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
mientras camino hacia la muerte
en un mundo al borde del abismo?
¿Qué otra cosa sino guardar este caballo
como pálida sombra de los prados abiertos
bajo el aire libre?
En la ciudad muerta y anónima,
entre los muertos sin nombre, yo camino
como un muerto más.
Las gentes me miran o no me miran,
tropiezan conmigo y se disculpan
o me maldicen y no saben
que guardo un caballo en mi casa.
En la noche, acaricio sus crines
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
41
y le doy un trozo de azúcar,
como en las películas.
El me mira blandamente, unas lágrimas
parecen a punto de caer de sus ojos redondos.
Es el humo de la cocina o tal vez
le desespera vivir en un patio
de veinte metros cuadrados
o dormir en una alcoba
con piso de madera.
A veces pienso
que debería dejarlo irse libremente
en busca de su propia muerte.
¿Y los prados lejanos
sin los cuales yo no podría vivir?
Guardo un caballo en mi casa
desesperadamente encadenado
a mi sueño de libertad.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
42
EPÍLOGO:
ENTRADA EN LA NOCHE
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
43
Última conversación sobre Artidoro
Dúctil melancolía se disuelve en la tarde
y suavemente cae en la fresca cerveza,
el viejo se remoja la garganta y el alma:
"Es verdad, hubo mucha confusión, muchos muertos,
las balas que silbaban en las calles abiertas,
la angustia que oprimía las casas, es verdad.
Y los muertos".
El viejo entrecierra los párpados,
su mirada se pierde en el mar del pasado,
sus palabras apenas pueden salir a flote:
"A ese Artidoro nunca lo conocí, por cierto,
pero no sé, algún relumbre suyo se me trasluce,
alguien me habló de un hombre muerto y resucitado,
o lo leí en un libro, periódico o revista.
Se me van los espíritus, acaso fuera un cuento
oído en mi niñez, un relato o novela
que más tarde leí. O también, usted sabe,
ocurre alguna cosa no del todo corriente
y un escriba avisado juzga el caso hazañoso
y digno de memoria o comento. Otras veces,
puras fabulaciones, ciegamente esparcidas
en papeles o el aire, resulta que a la larga
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
44
suceden".
Por antiguos caminos literarios
se desorienta el viejo, su boca desparrama
unas flores ajadas como para llenar
el café melancólico, en este turbio instante
desolado, con una romántica hojarasca.
"Sí - le dije-, sí. Ocurre algunas raras veces
de una manera u otra. Sin embargo, Artidoro...
Yo lo traté, tuvimos alguna intimidad
y algo me dijo y algo dejó también escrito
en papeles perdidos que por dónde andarán
y acaba de morir, de morir nuevamente,
si así puede decirse, y yo sólo quisiera..."
Lo que tan sólo quise se quedó sin palabras,
detenido en el aire, sobre el polvo clorado
por un rayo de sol. ¿Para qué decir más?
Mi pregunta callada, como un leve velero
navegaba en la luz horizontal y muerta.
Con el rostro azorado de un viajero sin rumbo
a orilla de las aguas, el viejo soslayó
mi barca interrogante, la apartó con la mano
y habló como si nada se hubiera deslizado
por el aire dormido y él volviera de pronto
a sus propias palabras, después de contemplar,
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
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sólo por un momento, el paisaje marino:
"Es verdad, hubo muchos muertos. Muchas historias,
además, y el desorden. Los desaparecidos
eran innumerables. Por siempre se perdieron
tantos, muertos en calles, pampas, o prisiones,
según juicio marcial o en abierto combate
o a traición, por la espalda, según la ley de fuga
o así no más, sin causa ni registro ni informe.
Años corridos, otros volvieron al terruño,
cuando llegó el olvido de las persecuciones.
No faltaban las viejas asombradas: "¿Pero éste
no es Guarniz? ¿El muchacho de la camisa roja
que a empellones llevaron al cuartel y decían
que murió fusilado y la madre lloraba
interminablemente y se murió también?"
Era Guarniz a veces, a veces algún otro
sin ningún parecido con aquel fusilado".
Como para empujar otro velero náufrago,
esbocé un ademán y solté tres palabras:
"Sí, pero Artidoro..."
Sin bajar de sus propias
nostalgias melodiosas, mi viejo confidente,
salvado de penurias y de revoluciones
por azar del destino o para mi tormento,
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
46
sacudió la cabeza y mi respiración se detuvo un instante:
"De algún mozo avispado
supe que aprovechó esas horas confusas
y se marchó a la inglesa con ajena mujer
o una arruga tremenda y que durante mucho,
mucho tiempo pasó por abnegado mártir
de la revolución. En ciertas ocasiones
se descubrió el pastel y en ocasiones, nó.
Así se hace la historia. En cuanto a ese Artidoro..."
Se oscurece la tarde lo mismo que el relato
de vidas hazañosas y de granujerías.
En la sombra que cubre las edades heroicas,
el nombre de Artidoro prende una lucecita
distante que persigo con tenaz esperanza,
con placer, con ahínco:
"¿Decía usted? ¿Recuerda
la historia de Artidoro?"
Se apaga la distante
lucecita anhelada bajo la húmeda voz
del viejo catador de cervezas dormidas:
"Nó, en verdad, nó. Pero hubo muchos casos de muertos
y de resucitados, de presos que fugaron,
de aparecidos súbitos y desaparecidos.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
47
Déjeme recordar. ¡He visto tantas cosas!
¡Hubo cada suceso! Ahora rememoro
al que pudo escapar de una muerte segura
disfrazado de muerto".
Se encienden y se apagan
las luces, yo no sé si en el café nostálgico
o en mis íntimos sueños:
"¿Habla usted de Artidoro?"
Con la palabra niega el viejo y con la mano:
"Nó, de él yo no sé nada. A este otro lo conozco
de tiempos y aún vive. Vea usted, no sé cómo
convenció a la familia de un recién fallecido
para ocupar el sitio del muerto en el cajón.
Era el finado un hombre de bien, adinerado,
sin trastienda política, oriundo de Motupe
y en Motupe debía ocurrir el entierro.
El joven perseguido pagó crecida suma
o era tal vez pariente, buen amigo o el novio
de una hija del difunto o qué vainas haría,
lo cierto es que partió de Trujillo a Motupe
como el joven cadáver de un viejo caballero
y escapó en el camino. Nadie llegó a saberlo
hasta que a su retorno, años y años corridos,
él mismo hizo el relato de los muertos cambiados
y de su salvación. Al muerto de verdad
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debieron sepultarlo en terreno baldío
o en la huerta trasera de su casa, abonada
por asnos y caballos. Lo que puede el dinero,
el amor o la pura misericordia humana"
Por extraños caminos discurría la tarde
y la conversación se iba descarrilando
de los heroicos tiempos. Esos tiempos heroicos
se prestan buenamente a viejas arterías
y a travesuras nuevas. Quise, a pesar de todo,
enderezar el rumbo:
"Es un cuento asombroso,
una comedia fúnebre o danza de los muertos.
Sin embargo, yo vine por algo más bien trágico,
la historia de Artidoro, fusilado una vez
en solitaria pampa, muerto ahora de veras,
sin familia llorosa ni antiguos compañeros,
ni himno o canción alguna con las manos alzadas.
La tarde estaba a punto de morir y el buen viejo
se moría también. Barrió el aire cansino
con la mano siniestra, como para espantar
las moscas, los fantasmas o solamente el polvo
o para recobrar el aliento perdido y luego murmuró:
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"¿Qué podría decirle?
Simplemente que nunca la vi, que no recuerdo
ni siquiera su nombre. Además, son tan frágiles
las memorias humanas... En fin, yo buscaré
en mi casa papeles viejos, cartas, periódicos.
Si hay algo de Artidoro, yo se lo he de mostrar".
El viejo se recobra como si le encendiera
la fatigada sangre, el último fulgor
de la tarde en derrota. Con fingido entusiasmo
quiero avivar sus llamas sabiendo que es inútil,
que su recuerdo esquivo no habrá de retornar,
lo que nunca existió no retorna jamás:
"¡Ojalá! No se olvide del caso, un fusilado
junto a cien compañeros, maravillosamente
salvado de las balas, enterrado en la zanja
con otros fusilados y que logró salir
de la tumba común, huyó del arenal,
se refugió en la sierra, vivió a salto de mata,
en un pueblo y en otro, y cuando cesó todo
el odio y el terror, pudo llevar en Lima
una vida apacible sin nocturnos temores,
una oscura existencia levemente alumbrada
por una extraña luz que a veces irisaba
sus gestos, sus palabras breves como relámpagos,
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palabras que escuché, que él acaso escribiera
en papeles perdidos. No se le olvide el nombre:
Artidoro, Artidoro".
Lo repetí en voz baja,
dos o tres veces más. Me contemplaba el viejo
desconsoladamente, sólo atinó a decirme:
"¿Y dice usted que ha muerto? ¡Qué verdadera lástima,
salvarse de la muerte para morir después!"
Enronqueció su voz, sus ojos parecían
a punto de volar, con el borde afilado
de una débil sonrisa, cogió el último cabo
de tan sabio exabrupto:
"Quiero decir, morirse
solo y en una cama de hospital. Es muy triste".
Se derrumbó la tarde sobre este agrio lamento
por una invalidada muerte heroica. A la calle
salimos y era noche. Era noche y silencio.
Una apacible noche muda para Artidoro.
Una noche de donde no saldría jamás.
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LA HISTORIA SE REPITE
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Elegía en 1965
Después de tanta sangre, no derramada
en vano, sólo quedó la nieve teñida de carmín.
(Chocano)
Después de la batalla, los combatientes muertos
parecen esperar, con el oído en tierra,
una última llamada o la mano benévola
y amiga de la historia, no el silencio tenaz
que los cubre y oculta sobre un cálido suelo
vanamente poblado de hierbas y guijarros,
árboles y alimañas.
Se diluyó el escándalo de la fusilería,
cesaron los fragores de obuses y metralla,
el sol brilla en la paz de un cielo irreprochable.
Los boquetes abiertos en la tierra parecen
tan naturales como las aguas del riachuelo,
el vuelo del halcón o esa nube sin sueño,
sin prisa, sin memoria.
Sobre la tierra esperan muy tranquilos los muertos.
La historia indiferente los dejó abandonados
bajo un cielo vacío. Pobres muertos inermes,
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no los abriga el sol ni molesta la lluvia.
Sobre sus cuerpos rígidos discurren las hormigas
en callado desfile.
Los muertos apacibles yacen de cara al cielo
con los ojos abiertos. Parece que quisieran
llenar de sol sus almas tempranamente muertas.
La tierra los acoge, los escuda la sombra
de los árboles quietos y las cambiantes nubes,
en tanto huye la historia. ¿Qué les dicen la inmóvil
tierra, el distante cielo? Solamente les dicen
que ya no hay esperanza.
Los muertos extraviados en el mar de la historia
encuentran en la tierra una morada estable
mientras la primavera pasa con sus amores,
pasa el brillante estío, pasa el otoño lánguido
de las guerras perdidas y, al final, el invierno
llega pausadamente para cubrirlo todo
con desamor y olvido.
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
54
ÍNDICE
Explicaciones de Artidoro / 2
PRÓLOGO:
EL TIEMPO, EL AMOR, LAS PALABRAS / 4
El amor de las palabras / 5
Antiguos entusiasmos / 7
Ríos del olvido / 8
IMPOSIBLES RECUERDOS / 10
El encanto de Lima / 11
Calle de Mercaderes / 13
Vitrina de Baquíjano / 15
Matavilela y San Francisco / 17
Fosa Común / 18
CANCIÓN Y ELEGÍAS / 19
Canción para Artidoro / 20
Artidoro camina hacia la muerte / 23
Vuelve Artidoro a contemplar la muerte / 26
LA VIDA ÍNTIMA / 29
Dulce desvelo / 30
Tarde de copas / 32
Defensa del tabaco y la lectura / 34
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
55
Sobre un poema perdido de Artidoro / 35
Prado de la amargura / 37
Un caballo en casa / 40
EPÍLOGO:
ENTRADA EN LA NOCHE / 42
Última conversación sobre Artidoro / 43
LA HISTORIA SE REPITE / 51
Elegía en 1965 / 52
WÁSHINGTON DELGADO / HISTORIA DE ARTIDORO
56
En el pórtico del libro, el autor escribe: "Hace quince años,
acaso veinte, Artidoro nació simplemente como un
nombre cuya sonoridad me atraía, no sé por qué. Pasado
un tiempo intuí una nebulosa historia detrás de ese
nombre..."
Los dones de esa vida -y de sus muertes- están de manera
admirable en la gris balanza de estas páginas que se leen
como a los grandes trágicos: estremecidos por un gesto,
una palabra que condensan una plenitud de razones y
belleza.
Un libro desgarrado y deliberadamente prosaico donde
tiemblan las sombras de una flor sobre el polvo.
Wáshington Delgado (Cusco 1927), ha desarrollado una
fecunda labor docente e intelectual, y es autor de los
siguientes libros de poesía: Formas de la ausencia (1955),
Días del corazón (1957), Para vivir mañana (1969), Parque
(1965), Tierra extranjera (1968), Destierro por vida (1969)
y Un mundo dividido (1970). En 1988 apareció Reunión
elegida, una antología poética personal que honró esta
misma colección.1
http://malebolge8.blogspot.com/
1 Contratapa del libro.