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En junio de 1815, se dirimió en Waterloo el futuro de Europa. Durante casi 12 horas Napoleón, que salió al ataque, intentó doblegar sin éxito, a la coalición internacional que lideró el duque de Wellington. Hace doscientos años, el 18 de junio de 1815, se libró una de las batallas más decisivas en la historia de Europa: la que hoy conocemos como batalla de Waterloo. En ella se jugó el destino del continente, que en aquel momento pendía de un hilo. Todo se fiaba a quien resultara vencedor de la lucha que enfrentaba a Napoleón con las potencias de la denominada VII Coalición, integrada por Gran Bretaña, Prusia, Austria y Rusia y que había sido organizada a toda prisa, al tenerse noticia de que el emperador de los franceses se había hecho de nuevo con el poder en Francia, después haber escapado el 26 de febrero de su confinamiento en la isla de Elba. La nueva coalición antinapoleónica era la respuesta que daban las potencias europeas a las proclamas de paz lanzadas por Bonaparte. El rechazo lo obligó a actuar sin pérdida de tiempo. Napoleón era consciente de que podía vencer a las fuerzas de la coalición si lograba enfrentarse a ellas por separado, pero la victoria le resultaría imposible de alcanzar si tenía que pelear con todos a la vez. La rapidez de movimientos del ejército francés hizo que en los campos de Waterloo únicamente intervinieran tropas británicas y prusianas. Ni los austríacos ni los rusos, los otros integrantes de la coalición, llegaron a tiempo al campo de batalla.

Waterloo

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Page 1: Waterloo

En junio de 1815, se dirimió en Waterloo el futuro de Europa. Durante casi 12 horas Napoleón, que salió al ataque, intentó doblegar sin éxito, a la coalición internacional que lideró el duque de Wellington.

Hace doscientos años, el 18 de junio de 1815, se libró una de las

batallas más decisivas en la historia de Europa: la que hoy

conocemos como batalla de Waterloo. En ella se jugó el destino del

continente, que en aquel momento pendía de un hilo. Todo se fiaba a

quien resultara vencedor de la lucha que enfrentaba a Napoleón con

las potencias de la denominada VII Coalición, integrada por Gran

Bretaña, Prusia, Austria y Rusia y que había sido organizada a

toda prisa, al tenerse noticia de que el emperador de los franceses se

había hecho de nuevo con el poder en Francia, después haber

escapado el 26 de febrero de su confinamiento en la isla de Elba.

La nueva coalición antinapoleónica era la respuesta que daban las

potencias europeas a las proclamas de paz lanzadas por Bonaparte.

El rechazo lo obligó a actuar sin pérdida de tiempo. Napoleón era

consciente de que podía vencer a las fuerzas de la coalición si lograba

enfrentarse a ellas por separado, pero la victoria le resultaría

imposible de alcanzar si tenía que pelear con todos a la vez.

La rapidez de movimientos del ejército francés hizo que en los

campos de Waterloo únicamente intervinieran tropas británicas y

prusianas. Ni los austríacos ni los rusos, los otros integrantes de la

coalición, llegaron a tiempo al campo de batalla.

En muy pocas jornadas Napoleón pudo llevar a sus tropas hasta

la frontera belga gracias a que había logrado ilusionar de nuevo a

muchos compatriotas. Por toda Francia se había extendido durante

las semanas anteriores la gran noticia: el emperador ha vuelto. Había

avanzado hacia el norte desde el Midi, donde había desembarcado,

en olor de multitud y cuando entró en París, del que Luis XVIII había

huido a toda prisa, los parisinos le tributaron un recibimiento

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grandioso. Su carisma y el entusiasmo que despertó en los veteranos

que habían luchado a sus órdenes en anteriores campañas, le

permitieron tener dispuesto, en un tiempo muy corto, un ejército

numeroso. Resucitaban antiguas unidades, entre ellas la Vieja

Guardia, una infantería de élite que siempre había constituido la más

aguerrida del ejército napoleónico. También se incorporaron a su

nuevo ejército algunos de los mejores generales que habían luchado

anteriormente a sus órdenes, aunque también las ausencias eran

notables. Junto a él estaban mariscales como Ney, Grouchy o

Mortier, y generales como Kellermann, Milhaud o DErlon.

Entre los integrantes de la VII Coalición, que se encontraban en Viena

reorganizando el mapa de Europa y tratando de restaurar el orden

alterado por la revolución que había estallado en Francia un cuarto de

siglo antes, también se tomaron decisiones con mucha rapidez, pese

al desconcierto inicial que había provocado la noticia del retorno de

Napoleón a Francia. Tanto las tropas británicas, mandadas por Sir

Arthur Wellesley, duque de Wellington como las prusianas a las

órdenes del anciano mariscal Gebhard Leberecht Blücher, habían

acudido al sur de Bélgica para oponerse al avance francés. La guerra

estaba planteada y Napoleón partía de la idea de que la pieza clave

de la coalición eran los británicos. En consecuencia, resultaba

imprescindible vencerlos. Si lograba la victoria sobre las tropas

mandadas por Wellington, el resto de los ejércitos de la coalición no

supondría un problema serio.

En Bélgica Wellington contaría con el apoyo del ejército prusiano que

se había movido con rapidez. Por lo tanto, la estrategia de Napoleón

pasaba por separarlos. Para ello su ataque trataría de obligarles a

replegarse en direcciones opuestas que estarían marcadas por sus

bases de aprovisionamiento. Los planes de Bonaparte preveían que

los británicos lo hicieran hacia Bruselas y los prusianos en dirección

Lieja. Ese ataque inicial con el propósito de dividirlos era algo que los

enemigos de Napoleón no esperaban porque suponía un suicidio,

dada la diferencia de hombres y medios con que contaban ambos

bandos.

Un orden de batalla favorable a la Coalición

Page 3: Waterloo

Número de soldados Francia, (Napoleón): 124.000

Gran Bretaña y Holanda (Wellington): 100.000

Prusia (Blücher): 117.000

Total de la Alianza: 217.000

Total del Imperio: 124.000

Las tropas mandadas por Napoleón sumaban, aunque las cifras

difieren ligeramente de unas fuentes a otras, en torno a los 124.000

hombres y disponían de unas 350 piezas de artillería. Los británicos

de Wellington más sus aliados holandeses se acercaban a los 100.000

y los prusianos de Blücher eran 117.000; el número cañones que

sumaban las artillerías británica y prusiana superaba las quinientas

bocas de fuego. Ese considerable desequilibrio de fuerzas hacía

que los aliados no esperasen que Napoleón tomara la iniciativa, pero

fue lo que hizo, utilizando en su favor el factor sorpresa. Había

planificado dos acciones simultáneas para atacar a británicos y a los

prusianos por separado.

Los primeros contactos entre unidades de ambos ejércitos se

produjeron el 15 de junio, pero los verdaderos combates, preliminares

a lo que sería la batalla de Waterloo, se libraron el día 16. Una de las

alas del ejército francés, bajo el mando del propio Napoleón se

enfrentó a los prusianos de Blücher en la zona de Ligny. La

otra, mandada por el mariscal Ney, se enfrentaría en Quatre Bas a

las tropas del duque de Wellington. El objetivo era abrir la

distancia que había entre ellos para poder batirlos por separado.

Primero a las tropas de Blücher y después a las de Wellington. La

misión inicial de Ney era contener a los británicos, mientras que

Napoleón combatía con los prusianos.

Dividir a prusianos y angloholandeses

La separación de los ejércitos de la coalición se produjo, tal y como

Bonaparte había previsto. Sin embargo, no fue posible la derrota total

de los prusianos. Las tropas de Blücher sufrieron un serio revés, pero

Page 4: Waterloo

no fueron aniquiladas como pretendía Napoleón para poder

enfrentarse al duque de Wellington con las espaldas cubiertas, dado

que ni austríacos ni rusos, los otros integrantes de la alianza,

suponían una amenaza en aquellos momentos por encontrarse a

muchas jornadas del campo de batalla. La causa que había impedido

una completa derrota de los prusianos estaba en que el cuerpo de

ejército que, al mando del general DErlon, había de llegar al campo

de batalla de Ligny con tiempo para rematar la victoria francesa, se

retrasó demasiado, lo que permitió a los prusianos replegarse. Al

parecer, Derlón había recibido órdenes contradictorias de

Napoleón y de Ney. Este último, hombre muy vehemente, una vez

que había obligado a los británicos a replegarse, quiso saborear el

éxito y lanzó innecesarias cargas de caballería al mando de Derlón.

Esa circunstancia fue la que impidió colaborar con el emperador y

convertir la acción de Ligny en un desastre total para el ejército de

Blücher.

Los prusianos habían sido derrotados, se habían visto obligados a

replegarse en dirección opuesta a las líneas de retirada seguidas por

los británicos, pero no habían sido aplastados y conservaron buena

parte de su capacidad de lucha. A ello se añadió otro factor que, a la

postre, será decisivo. La retirada de las tropas de Blücher no se

produjo hacia Lieja como había previsto Napoleón, sino que lo hizo

hacia Wavre, aprovechando la oscuridad de la noche.

Las voces de Waterloo

J. M. A.

Page 5: Waterloo

Tras los preliminares de Ligny y Quatre Bas, El principal objetivo de

Napoleón de separar a británicos y prusianos se había conseguido. En

esa situación, Napoleón empleará el día 17 en preparar el ataque a

Wellington. Algún historiador militar han considerado que ese fue su

mayor error: dejar pasar veinticuatro horas antes de cargar

contra Wellington. Es lo que sostuvo Archibald F. Becke en su ya

clásica obra, Napoleón y Waterloo, donde considera que la inactividad

de Napoleón en las doce horas que van de las 9 de la tarde del día 16

a las 9 de la mañana del 17 le hicieron perder la batalla.

El 17 de junio de 1815 fue un día gris y lluvioso. Napoleón pasó la

mayor parte de la jornada en una posada, llamada la Belle Alliance,

donde el mismo posadero que había atendido la víspera al duque de

Wellington era quien ahora le servía a él. El emperador estaba

aquejado de una cistitis, aunque otras fuentes señalan que su

dolencia era un fuerte ataque de hemorroides. La enfermedad lo

tenía de muy malhumor, pero quienes estuvieron aquel día a su

lado señalan, sin embargo, que se mostraba optimista considerando

que su plan de la víspera no había sido perfecto, pero le había

permitido alcanzar el primer paso de su plan estratégico. Confiaba en

que la batalla que estaba a punto de librarse iba a depararle una gran

victoria. Por la tarde de aquella víspera de la batalla arreció la lluvia y

sobre los campos de Waterloo descargó una fuerte tormenta que dejó

empapado el terreno.

Los soldados, 67.000 a las órdenes de Wellington y 74.000 a las

órdenes de Napoleón no eran conscientes de que iban a ser

protagonistas de uno de esos momentos de la historia de Stefan

Zweig consideraba como estelares. Cuando amaneció el día 18

había dejado de llover, pero los efectos del agua caída, en algunos

momentos de forma torrencial, eran patentes: el campo de batalla

estaba embarrado. La caballería tendría muchas dificultades para

maniobrar y la artillería sería mucho menos eficaz con el suelo

embarrado; si en el curso de la batalla era necesario cambiar el

emplazamiento de los pasados cañones, resultaría prácticamente

imposible.

Page 6: Waterloo

Napoleón, consciente de no haber aniquilado a los prusianos y, a

pesar de que no se les veía por ninguna parte, encargó al mariscal

Grouchy la misión de bloquear cualquier intento por parte de los

prusianos de participar en la batalla. Si Blücher se acercaba a

Waterloo toda la ventaja conseguida el día anterior se habría

esfumado. Pese a que perder tiempo podía ser peligroso, Bonaparte

decidió retrasar el ataque unas horas buscando poder hacerlo en un

terreno menos blando.

La batalla se inició a las 11;30 con un amago de ataque

inicial sobre el ala derecha del enemigo, pero donde se descargaría

el ataque principal sería sobre el centro de las tropas de Wellington.

Para tomar esa decisión Napoleón no escuchó los consejos de sus

generales que habían peleado en España contra Wellington,

señalando la habilidad con que el británico se movía a la defensiva y

la enorme potencia de fuego que podía desplegar su infantería.

El ataque de la infantería francesa se inició, tras una fuerte

preparación artillera que tuvo más impacto psicológico que efectivo,

dado que los cañones franceses disparaban a ciegas, al no ver los

objetivos.Las tropas británicas, habían adoptado sus típicas

formaciones defensivas -los llamados cuadros wellingtonianos-,

que habían empleado en España siempre con éxito. Se habían

encuadrado en tres formaciones. Sus alas izquierda y derecha se

resguardaban en sendas granjas, las de Hougoumont y la de La

Haye, mientras que el centro aprovechaba las ondulaciones del

terreno para protegerse. En un primer momento el ataque frontal

causó un considerable impacto en las filas británicas. Pero el daño, al

igual que el de la artillería, era mucho más psicológico que

real. Estaba provocado por el rugido de los cañones y las acciones de

la caballería francesa, integrada por batallones de coraceros

mandados por Ney, que entraban entre los cuadros de la infantería de

Wellington. Lo que en realidad estaba ocurriendo en la primera línea

de combate, era que los franceses no lograban romper las filas

enemigas y su empuje decrecía poco a poco, tampoco las cargas de

la caballería lograban abrir brecha. Conforme avanzaba la jornada la

infantería británica superó el mal momento inicial.

Page 7: Waterloo

Los errores tácticos de Napoleón

Se ha especulado mucho acerca de que ese ataque al centro del ejército de Wellington fue un error táctico de Napoleón, que si hubiera atacado el ala izquierda del enemigo habría cambiado el curso de la batalla, ya que una maniobra como esa habría aislado definitivamente a las tropas de Wellington de los prusianos. Hemos de señalar, sin embargo, que en los inicios de los combates en Waterloo nadie consideraba la presencia de las tropas de Blücher en la batalla, después del varapalo recibido la víspera. Máxime cuando a Grouchy, al frente de una parte importante de la caballería francesa, se le había encomendado su aniquilación definitiva. Los errores de Grouchy, que los cometió, se unieron con la existencia de una espesa niebla que permitió a los prusianos camuflarse. Posiblemente también influyó el hecho de que, a diferencia de lo ocurrido en ocasiones anteriores, en que Bonaparte estaba presente en el lugar donde se libraba la batalla aún a riesgo de resultar herido o muerto, en Waterloo se mantuvo apartado de la zona de combate. Eso era algo que le había permitido, en más de una ocasión, tomar decisiones en función del curso de los acontecimientos. Ahora dirigió la batalla desde retaguardia, posiblemente a causa de las dolencias que lo aquejaban.

Hacia las 13;30 el alto mando francés recibió las primeras

noticias de que el ejército prusiano, a las órdenes del mariscal

Gneisenau -Blücher estaba indispuesto-, avanzaba desde Wavre y

atacaba a los franceses por su flanco derecho. Grouchy se había

mostrado incapaz de cerrarles el paso, al parecer de nuevo por un

error en las órdenes recibidas. La presencia de los prusianos en el

campo de batalla cambiaba curso de los acontecimientos. Napoleón,

que estaba instalado en la Belle Alliance, ordenó entrar en combate a

la Vieja Guardia, que constituían la parte principal de sus reservas.

Una parte se dirigió hacia el ala derecha para hacer frente a los

prusianos. Los viejos granaderos de la Guardia Imperial logran, en un

primer momento, desalojarlos de sus posiciones y hacerse con la

localidad de Plancenoit, pero la aplastante superioridad numérica de

los prusianos no les permite mantener la posición y se ven obligados

a replegarse. Las otras tropas de esa infantería de élite, que habían

Page 8: Waterloo

atacado el centro de las defensas de Wellington, tampoco

consiguieron su objetivo y fueron diezmadas por las reservas

británicas que también habían sido lanzadas al combate.

El repliegue de aquellos veteranos con fama de invencibles al haber

intervenido con éxito en numerosas campañas, hizo que cundiera el

desconcierto entre las filas de las tropas napoleónicas. La situación

del combate se había invertido. Ahora eran los enemigos de Napoleón

quienes tomaban la iniciativa, al tiempo que las filas francesas se

descomponían. Napoleón sin recursos que oponer para hacer frente

a la contraofensiva de Wellington, apoyada ahora por los prusianos,

se vio obligado a abandonar precipitadamente la Belle Alliance.

Waterloo se había convertido en muy poco rato en un desastre para

los nuevos sueños de Bonaparte.

Si Napoleón hubiera... por GORDON CORRIGAN

Se ha insinuado que, si lo primero que hubiera hecho Napoleón en aquella mañana hubiera sido lanzar a la Guardia Imperial directamente carretera adelante contra el centro aliado, podrían haber roto el frente, haber dispersado el ejército de Wellington y haber estado en Bruselas para la hora del té. Aparte de la dificultad de abrirse paso a través de una línea de infantería británica en un terreno de su propia elección, la Guardia Imperial no estaba disponible a primera hora de la mañana porque más bien seguía combatiendo todavía cuesta arriba en Quatre Bras, calados sus hombres hasta los huesos, hundidos en el barro hasta los tobillos y hambrientos....Napoleón no podría haber vencido en Waterloo pero, aun en el supuesto de que por algún milagro hubiera ganado la batalla, incluso así habría perdido la guerra. Con 100.000 prusianos en el campo y un enorme ejército austríaco y otro ruso todavía más grande interponiéndose en su camino, habría caído derrotado de todas formas porque los británicos habrían seguido financiando la coalición, como lo habían hecho con las seis coaliciones anteriores que se habían formado para enfrentarse a la Francia revolucionaria y napoleónica. Incluso si por alguna intervención divina hubiera ganado la guerra, Napoleón iba a morir de todos modos ocho años más tarde; su hijo, todavía menor de edad, no podría haberle sucedido y en todo caso murió joven, y es mucho más probable que los mariscales hubieran terminado peleándose entre ellos y que la Unión Europea bonapartista no hubiera llegado a prosperar

Page 9: Waterloo

En abril 1814, Napoleón abdicó y se exilió en Elba. Las cuatro potencias que lo habían derrotado empezaron a configurar el nuevo mapa de Europa

A última hora de la tarde del 18 de junio de 1815, los generales

Arthur Wellesley, duque de Wellington (1769-1852), británico,

y Gebhard Leberecht von Blücher (1742-1819), prusiano, pudieron

dar por terminada la batalla que conocemos con el nombre de

Waterloo. Su victoria era incontestable. El emperador de Francia,

Napoleón I (1769-1821), derrotado, había escapado hacia París y las

tropas aliadas podían volver a adentrarse en Francia. El 8 de julio, dos

días antes de que el emperador se rindiera formalmente por segunda

vez, los aliados volvían a restaurar la monarquía francesa en la

persona del heredero de la casa de Borbón que había empezado a

reinar en 1814 con el nombre de Luis XVIII (1755-1824).

Se ponía fin así al intento de Napoleón de rectificar, tanto su primera

abdicación de 11 de abril de 1814, con su regreso a Francia el 1

de marzo de 1815, como las consecuencias de la paz que estaban

diseñando los vencedores desde que, en noviembre de 1813, el

emperador rechazase el último acuerdo de paz que le ofrecieron. En

realidad, el diseño de la paz ya estaba establecido; nueve días

antes de la culminación de la batalla de Waterloo, el Congreso de

Viena había sido clausurado con la firma de su Acta Final el 9 de junio

de 1815.

Evidentemente, la aventura de los "Cien Días" sería castigada poco

después y el Segundo Tratado de París, de 20 de noviembre de

1815, sería más duro con Francia de lo que había sido el Primero de

30 de mayo de 1814, pero lo fundamental no cambiaría: Francia

Page 10: Waterloo

sería contenida para que no pudiera volver a amenazar a sus

vecinos y en Europa se establecería un nuevo equilibrio de poder.

Los augurios de 1812

Pero, retrocedamos un poco en el tiempo para poder entender el

proceso de la formación de sistema internacional post-napoleónico.

Sin duda, el desastre de la Grande Armée napoleónica durante la

retirada de Rusia y la fecha del 14 de diciembre de 1812, cuando los

últimos franceses fueron expulsados de Rusia, podría ser un buen

punto de partida. Sin embargo, Napoleón no fue completamente

derrotado en Rusia.

En los primeros meses de 1813, el emperador fue capaz de reclutar

un ejército de 400.000 franceses apoyados por 250.000 aliados para

disputar el control del mundo germánico a rusos, prusianos,

austriacos y británicos, que fueron reconstruyendo una nueva

coalición capaz de derrotar definitivamente a Napoleón en la "Batalla

de las Naciones" que se desarrolló del 16 al 19 de octubre de 1813 en

Leipzig.

En ese momento, cuando Napoleón ya había perdido el control del

mundo germánico y cuando, tras la victoria anglo-hispano-portuguesa

de Vitoria de 21 de junio de 1813, Wellington, con un ejército anglo-

portugués, estaba a punto de cruzar el Bidasoa para atacar a

Napoleón en el mediodía de Francia, los aliados le ofrecieron el 9

de noviembre de 1813 una paz por la que, a cambio de renunciar

a todas sus conquistas, pudiera mantener su poder en Francia. El

emperador no lo aceptó convencido de que no tenía otra legitimidad

que la de haber dado a Francia la gloria de un Imperio.

Pero, más allá de algunas maniobras de corto recorrido por parte de

Napoleón, y, sobre todo, más allá de su firme decisión de seguir

peleando hasta diez días después de que los aliados entrasen en

París, la suerte estaba echada. Los aliados, tan divididos por intereses

contrapuestos durante tanto tiempo, iban a ser capaces ahora, en

Page 11: Waterloo

enero de 1814, de ponerse de acuerdo sobre lo que querían hacer

con Europa en general y con Francia en particular. El principal mérito

por el logro de la unidad de los aliados le corresponde a Robert

Stewart, vizconde de Castlereagh (1769-1822), secretario de Estado

para Asuntos Exteriores del Reino Unido desde 1812.

En enero de 1814 Castlereagh fue enviado al Continente, al Cuartel

General de los aliados, por el gobierno tory del conde de Liverpool

para coordinarse con rusos, austriacos y prusianos; es decir con elzar

Alejandro I de Rusia (1777-1825), el emperador Francisco I de

Austria (1792-1806) y el rey Federico Guillermo III de

Prusia (1770-1840), así como con sus respectivos ministros Karl

Robert Nesselrode (1780-1862), Klemens von Metternich (1773-

1859) y Karl August von Hardenberg (1750-1822). La excelente

relación personal que Castlereagh y Metternich establecieron desde

su primer encuentro, así como la perfecta compatibilidad entre

los intereses del Imperio Británico y del Imperio Austriaco,

ayudarían a que los acontecimientos siguieran el rumbo que

siguieron.

Bajo la férrea dirección de Castlereagh, Metternich, Alejandro y

Federico Guillermo, las cuatro grandes potencias: formularon juntas

sus propuestas de paz el 29 de enero; se reunieron con el

representante de Napoleón en la fracasada Conferencia de Châtillon

el 5 de febrero; y se volvieron a reunir en el Congreso de Chaumont el

1 de marzo para establecer una Cuádruple Alianza con el decidido

objetivo terminar la guerra, imponer la paz y mantenerla. La clave de

lo que sucedería a lo largo de las negociaciones que se celebraron

más adelante en París y Viena se encuentra en las decisiones

tomadas en los inicios de 1814 en torno al planteamiento del

Congreso de Chaumont.

En el tratado que puso fin a la reunión, y que lleva fecha de 9 de

marzo de 1814, Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia se

comprometían formalmente a continuar la guerra contra Francia

hasta cumplir unos determinados objetivos:

Las condiciones de la Alianza

Page 12: Waterloo

1. Una Alemania confederada

2. Una Suiza independiente

3. Una Italia formada por Estados independientes

4. Una España libre bajo la casa de los Borbón

5. Una Holanda ampliada bajo la casa de Orange

El tratado incluía también una contribución económica británica que

doblaba a la ofrecida con anterioridad, el compromiso de mantener

esa Cuádruple Alianza durante los veinte años que siguieran a la

derrota de Francia y en el artículo XVI el objetivo de establecer y

conservar "el equilibrio de poder" en Europa.

Cuando los Grandes empezaron a pensar en la organización de la paz, pensaron en un congreso y un tratado en el que participaran no sólo Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña, sino también España, Portugal, Suecia y Holanda. Sin embargo, a la altura de la reunión de Châumont, el convencimiento de que ni España, ni Portugal, ni Suecia, ni Holanda podían asumir las obligaciones militares que implicaban los objetivos que se querían alcanzar, llevó a los cuatro más poderosos a asumir todos los compromisos, a reservarse todas las decisiones futuras y a monopolizar los principales beneficios

La participación posterior de las potencias secundarias en el Tratado

de París que estableció la paz con Francia, al que sólo se les permitió

"acceder" a lo previamente firmado por los Cuatro, no cambió

evidentemente la dimensión de la alianza de Chaumont; tampoco lo

haría el Congreso de Viena.

Los dirigentes de las cuatro grandes potencias vencedoras, hombres

formados en la cultura aristocrática del siglo XVIII, entendieron que

debían buscar un equilibrio de poder entre sus Estados que evitase

tanto la lucha incesante por la hegemonía como la hegemonía de uno

en una Europa que entendían multipolar. Esta idea, piedra angular de

todo el edificio que conocemos como Sistema de Viena, determinó

la respuesta que dieron a la gran pregunta que se hacen los

vencedores al terminar una guerra: ¿Qué se debe hacer con el "gran

vencido" al que ha costado tanto derrotar? ¿Desmembrarlo o

Page 13: Waterloo

contenerlo? La respuesta fue contenerlo para evitar el vacío de poder

y el desequilibrio que se produciría con su desmembración; y no

humillarlo para evitar la respuesta airada de los franceses.

Una vez decidido qué hacer con el "gran vencido", el problema sería

establecer hasta dónde se permitiría avanzar al "gran vencedor

continental", es decir, a Rusia. Entre una Francia contenida en sus

antiguas fronteras y una Rusia que ya había avanzado sobre Finlandia

y Besarabia, y que deseaba seguir avanzando sobre tierras polacas,

Castlereagh y Metternich defenderían una nueva configuración

territorial de la Europa Central que asegurase el equilibrio de poder

continental que necesitaba el Imperio Británico para concentrarse en

sus intereses marítimos, y el Imperio Austriaco para mantener su

vieja hegemonía sobre el mundo germánico.

Page 14: Waterloo

En este marco, los Cuatro Grandes entendieron que la negociación de

la paz debería pasar por dos fases. Primero, en París, negociarían un

tratado de paz con el rey Luis XVIII (1755-1824) y su ministro Charles

Maurice de Talleyrand (1754-1838) por el que Francia debería

aceptar, no sólo volver a sus antiguas fronteras, sino, sobre todo, el

establecimiento en sus fronteras orientales de una serie de Estados-

tapón que evitarían que cualquier futuro revisionismo francés pudiera

modificarlas. Después, en Viena, pondrían broche final a sus

negociaciones en un gran congreso internacional al que Castlereagh y

Metternich confiaban llegar habiendo resuelto con anterioridad todas

las cuestiones conflictivas.

El Congreso de Viena, que se abriría el 23 de septiembre de 1814, no pudo cerrarse hasta el 9 de junio de 1815 con la firma de su Acta Final. La negociación se complicaría hasta extremos no imaginados con el añadido de la amenaza que supuso, el 1 de marzo de 1815, el regreso a Francia de Napoleón y su capacidad para volver a entusiasmar a muchos franceses y para volver a organizar un ejército con el que tratar de llegar a los Países Bajos para obligar a los aliados a replantear los términos de la paz.

El Congreso de Viena, que se abriría el 23 de septiembre de 1814, no

pudo cerrarse hasta el 9 de junio de 1815 con la firma de su Acta

Final. La negociación se complicaría hasta extremos no imaginados

con el añadido de la amenaza que supuso, el 1 de marzo de 1815, el

regreso a Francia de Napoleón y su capacidad para volver a

entusiasmar a muchos franceses y para volver a organizar un ejército

con el que tratar de llegar a los Países Bajos para obligar a los aliados

a replantear los términos de la paz.

Tras Waterloo, Napoleón tuvo que firmar una segunda

abdicación y Luis XVIII y Talleyrand tuvieron que aceptar

un Segundo Tratado de Paz de París que, firmado el 20 de

noviembre de 1815, rectificaría, endureciéndolos, algunos aspectos

del Primer Tratado de Paz de París firmado el 30 de mayo de 1814.

Francia perdía algún pequeño territorio, aunque no retrocediese de

sus fronteras de 1789 y quedaba obligada a pagar indemnizaciones

económicas y a devolver obras de arte robadas por sus ejércitos

Page 15: Waterloo

mientras una parte de su territorio nororiental quedaba bajo la

ocupación del ejército prusiano.

Lo que no cambiaría era la contención que se había impuesto a

Francia con el establecimiento de una barrera de Estados-tapón que

impedirían que se volviera a "escapar" por el valle del Rin o por el

norte de Italia: un reino de los Países Bajos bajo la casa de Orange al

que se añaden los antiguos Países Bajos austriacos y en el que se

colocan instalaciones militares británicas; una Renania prusiana, una

Confederación Helvética neutral, un reino del Piamonte-Cerdeña

ampliado con Génova y una amplísima Italia austriaca en la que el

gobierno de Viena controlaría el reino Lombardo-Véneto de manera

directa.

El Primer Tratado de Paz de París de 30 de mayo de 1814, que había

establecido que el congreso se celebrase en Viena, decía también

muy imprudentemente que se dirigirían invitaciones "a todas las

potencias comprometidas en una u otra parte en la presente guerra".

Sin embargo, por un artículo secreto de ese mismo tratado, Francia se

había obligado a aceptar que tanto las disposiciones sobre los

territorios conquistados por ella, como "las relaciones mediante las

que se estableciera un sistema real y permanente de equilibrio de

poderes en Europa", serían decididas estricta y exclusivamente por

las cuatro grandes potencias de la Cuádruple Alianza. El hecho

insólito de que ese artículo secreto no se comunicara, ni a las

llamadas "pequeñas potencias", ni a las potencias que pasaron a

llamarse "sub-aliadas" (España, Portugal y Suecia), que habían

"accedido" al Tratado de Paz, pero que no estaban obligadas a

respetar un artículo que formalmente desconocían, creó, desde el

principio, un océano de incomprensión y de malentendidos.

Cada país, beligerante o neutral, enemigo o aliado, grande o

pequeño, aceptó la invitación y envió costosas delegaciones a Viena

bajo la impresión de que se les concedería la oportunidad de exponer

sus respectivas reclamaciones y aportar sus ideas al nuevo orden

europeo. El origen del malentendido se encuentra, como ya se ha

señalado, en que, cuando los Cuatro redactaron el Tratado de París,

Page 16: Waterloo

esperaban que el Congreso de Viena tuviese un carácter

eminentemente simbólico: una reunión de todos para solemnizar el

respeto recíproco de los Estados soberanos europeos hacia la

soberanía de los demás después de tantos años de guerra.

El zar, exultante, sintiéndose el único gran vencedor de Napoleón, se había anexionado Finlandia y BesarabiaEl problema que impidió el cumplimiento del programa tuvo mucho

que ver con las indecisiones del zar Alejandro sobre el futuro de la

Polonia repartida definitivamente entre sus tres vecinos en 1795 y

recreada en 1807 por Napoleón, con el nombre de gran-ducado de

Varsovia, sólo con las partes que habían correspondido a Austria y

Prusia. El zar, exultante, sintiéndose el único gran vencedor de

Napoleón, se había anexionado Finlandia y Besarabia sobre la

marcha, mantenía unos 600.000 hombres en el centro del Continente,

y tenía "grandes planes para Polonia" la "suya", y "la de Napoleón",

pero no había sido capaz de concretarlos ante sus aliados,

posiblemente porque si se cumplían, Prusia y Austria deberían ser

compensadas con territorios alemanes e italianos, y eso era abrir un

avispero. En cualquier caso, cuando los Cuatro empezaron a reunirse

en Viena, pensaron que el arreglo sería rápido, que Francia sólo sería

un espectador y que el resto de Europa sólo tendría que firmar un

instrumento redactado en relativa armonía. Pero Rusia lucharía por

Polonia; Prusia por Sajonia; Austria por el equilibrio alemán;

Castlereagh por el equilibrio de Europa; y Talleyrand por la

participación de Francia en los asuntos europeos. Nadie parecía haber

pensado que estas posiciones pudieran resultar incompatibles. El

desarrollo de las negociaciones de las grandes potencias durante el

Congreso sería especialmente conflictivo aunque, finalmente,

pudieran llegar a un compromiso satisfactorio para todas ellas.

El desafío del regreso del emperador

Page 17: Waterloo

No se permitió que el zar y los prusianos obtuvieran lo que desearon:

Posnania quedó en Prusia y se mantuvo una Sajonia independiente.

En el espacio alemán se creó una Confederación Germánica con 39

soberanías, presidida por Austria, con una Dieta de sus gobiernos en

Frankfurt y con un muy reforzado poder de Prusia. En el Báltico,

Suecia, que había perdido Finlandia a manos de Rusia, fue

compensada con la entrega de Noruega, que había sido previamente

danesa; y Dinamarca, que perdía Noruega, recibió en compensación

los ducados alemanes de Schleswig y Holstein así como un asiento en

la Dieta de Frankfurt. Finalmente, la Península Italiana quedó dividida

entre cuatro soberanías: (1) el reino del Piamonte-Cerdeña bajo la

casa de Saboya; (2) el reino Lombardo-Véneto incorporado al Imperio

Austriaco que, además, controlaría indirectamente los principados de

Parma, Módena y Toscana; (3) los Estados Pontificios; y (4) el reino de

las Dos Sicilias bajo una rama menor de la casa de Borbón.

Firmada su Acta Final el 9 de junio de 1815, el Congreso de Viena fue

formalmente clausurado mientras soberanos, políticos y diplomáticos

quedaron a la espera de que el desafío de Napoleón se resolviera de

manera realmente definitiva. Como hemos visto, tras Waterloo (18 de

junio) y la segunda abdicación (22 de junio), las grandes potencias

abordarían la negociación del Segundo Tratado de Paz con Francia

que, finalmente, se firmaría el 20 de noviembre. Pues bien, en ese

momento en que el diseño de la paz estaba a punto de completarse,

el zar Alejandro puso encima de la mesa de negociación un

documento extraño que, supuestamente, buscaba garantizar la paz.

Conocido como Tratado de la Santa Alianza, el documento parecía

afirmar, no sólo la solidaridad cristiana entre los soberanos firmantes,

sino también un hipotético derecho de intervención de unos Estados

en los asuntos internos de otros.

El Tratado fue firmado-ratificado en París el 26 de septiembre por el

zar Alejandro de Rusia, el emperador Francisco de Austria y el rey

Federico Guillermo de Prusia, y quedó abierto a la "accesión" de todos

los soberanos que quisieran unirse a ellos. No lo firmó Gran Bretaña

invocando el hecho cierto de que su monarca no podía firmar tratados

sin la ratificación de su Parlamento.

Page 18: Waterloo

En cualquier caso, Castlereagh, que no olvidaba que los compromisos

asumidos el 1 de marzo de 1814 en el Congreso de Chaumont por

Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia incluían el de mantener la paz

establecida tras la derrota de Francia, planteó con éxito la renovación

del compromiso concreto de mantenerse unidos frente a cualquier

intento hegemónico de Francia durante los veinte años que siguieran

a su derrota. Es muy significativo que la renovación de la Cuádruple

Alianza se firmase el 20 de noviembre de 1815, el mismo día en que

se firmaba el Segundo Tratado de Paz con Francia.