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1 MARIA GUIA Y MODELO EN LA PASTORAL DE LA ORACIÓN Sumario: Presentación 1. Oración cristiana, oración mariana en la pastoral de la Iglesia 2. La pastoral de formar personas y comunidades de oración con impronta mariana 3. El itinerario formativo de la oración en su dimensión mariana Conclusión PRESENTACIÓN Mi estudio queda enmarcado dentro del tema más conocido de la oración cristiana en perspectiva mariana. Pero intento situarme en el campo pastoral o de acción evangelizadora: María guía y modelo en la pastoral de la oración. La pastoral cristiana, en su profundidad y sin olvidar sus ingredientes sociológicos y culturales, se centra en el Misterio de Cristo: anunciado (pastoral profética), celebrado (pastoral litúrgica) y comunicado (pastoral diaconal o hodegética). Estas perspectivas pastorales presuponen la colaboración de las diversas vocaciones (personas llamadas: laicado, vida consagrada, sacerdotes ministros) y una abundancia de “carismas” que el Espíritu Santo comunica a su Iglesia en cada situación sociocultural e histórica. Ahora bien, tanto los diversos “servicios” o ministerios (proféticos, litúrgicos y diaconales o hodegéticos), como las diversas vocaciones (laicado, vida consagrada, sacerdocio ministerial) y los carismas particulares, necesitan el enfoque de una actitud “relacional” que llamamos “oración”. Sin pastoral de la oración, no existiría pastoral cristiana. La pastoral de la oración indica el aspecto relacional del Misterio cristiano, anunciado, vivido, celebrado y

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MARIA GUIA Y MODELO EN LA PASTORAL DE LA ORACIÓN

Sumario:

Presentación1. Oración cristiana, oración mariana en la pastoral de la Iglesia2. La pastoral de formar personas y comunidades de oración con impronta mariana3. El itinerario formativo de la oración en su dimensión marianaConclusión

PRESENTACIÓN

Mi estudio queda enmarcado dentro del tema más conocido de la oración cristiana en perspectiva mariana. Pero intento situarme en el campo pastoral o de acción evangelizadora: María guía y modelo en la pastoral de la oración.

La pastoral cristiana, en su profundidad y sin olvidar sus ingredientes sociológicos y culturales, se centra en el Misterio de Cristo: anunciado (pastoral profética), celebrado (pastoral litúrgica) y comunicado (pastoral diaconal o hodegética). Estas perspectivas pastorales presuponen la colaboración de las diversas vocaciones (personas llamadas: laicado, vida consagrada, sacerdotes ministros) y una abundancia de “carismas” que el Espíritu Santo comunica a su Iglesia en cada situación sociocultural e histórica.

Ahora bien, tanto los diversos “servicios” o ministerios (proféticos, litúrgicos y diaconales o hodegéticos), como las diversas vocaciones (laicado, vida consagrada, sacerdocio ministerial) y los carismas particulares, necesitan el enfoque de una actitud “relacional” que llamamos “oración”. Sin pastoral de la oración, no existiría pastoral cristiana.

La pastoral de la oración indica el aspecto relacional del Misterio cristiano, anunciado, vivido, celebrado y comunicado. Está en el contexto de la “pastoral de la santidad” (tema básico, pero frecuentemente ausente en los planes de pastoral). Se enmarca, pues, en un camino de contemplación, perfección, comunión y misión.

María está siempre asociada al Misterio de Cristo, anunciado, celebrado y comunicado (que es el fundamento de toda pastoral cristiana). Cuando el cristiano (como persona y miembro de una comunidad) asume su propia responsabilidad pastoral en esta triple dimensión que podríamos llamar “ministerial” o de servicios, se encuentra espontáneamente con la figura de María, presente, guía, modelo, maestra, discípula, intercesora y Madre.

La “pastoral de la oración” (también y especialmente en su dimensión mariana) incluye un proceso o itinerario de formación. Conviene no olvidar que la oración puede ser de estilo más personal o comunitario, pero siempre está profundamente relacionada con la celebración del Misterio Pascual de Cristo en la liturgia.

El campo de la llamada “devoción” o “piedad” popular mariana (como es el tema del Rosario y de los santuarios marianos) debe encajar armónicamente en todos estos aspectos. La actualidad de nuestro tema radica también en la necesidad de una

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verdadera pastoral vocacional, precisamente en un momento que reclama una “Nueva Evangelización”. Son temas explicados en otros estudios de la presente Semana Mariológica.

Tanto en el campo vocacional como en el de la Nueva Evangelización, surge la necesidad de personas y comunidades formadas en el itinerario de la oración, que es itinerario de experiencia de Dios y de encuentro con Cristo, para ser testigos auténticos del Evangelio.

En este reto de formar personas y comunidades de oración, encaja nuestro tema de la pastoral de la oración en su dimensión mariana. Se necesita trazar los objetivos, las etapas, las motivaciones y los medios de este itinerario formativo de personas y comunidades, para quienes, como auténticos creyentes en Cristo, María es la garantía de que se anuncia, celebra, vive y comunica, no una abstracción, sino a “alguien” que ha nacido de María y que la continúa asociando a su obra salvífica como figura de la Iglesia.1

1. ORACIÓN CRISTIANA, ORACIÓN MARIANA EN LA PASTORAL DE LA IGLESIA

La oración cristiana, en sí misma, es eminentemente mariana. En todo el decurso de la historia eclesial, las palabras del saludo del ángel (el “Ave María”) han sido una fuente de inspiración para elaborar oraciones a la Madre de Jesús, especialmente pidiendo su intercesión. Al mismo tiempo, el “Magníficat” (cfr. Lc 1,46-55), la actitud contemplativa de María (cfr. Lc 2,19.51) y la oración en el cenáculo antes de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), han sido un punto de referencia permanente para orar con ella y como ella.

Esta dimensión mariana de la oración cristiana se ha evidenciado en los momentos litúrgicos (cfr. Formularios de Misas marianas, himnos, etc.), en los momentos contemplativos o meditativos (como en la “Lectio Divina”) y en las expresiones de piedad popular (a veces en relación con los santuarios marianos).2

1 Además de los estudios particulares que citaremos en su lugar respectivo, ver algunos más generales realizados en colaboración: AA.VV., La Vergine Maria nel cammino orante della Chiesa (Roma, Centro di Cultura Mariana, 2003); AA.VV., Come pregare con Maria (Roma, Centro Cultura Mariana, 1991); AA.VV., Marie dans la prière de l'Église: Études Mariales 39 (1982).

2 “El restaurado libro de La liturgia de las Horas, contiene preclaros testimonios de piedad hacia la Madre del Señor: … en las antífonas que cierran el Oficio divino de cada día, imploraciones líricas, a las que se ha añadido el célebre tropario «sub tuum praesidium», venerable por su antigüedad y admirable por su contenido; en las intercesiones de Laudes y Vísperas, en las que no es infrecuente el confiado recurso a la Madre de

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El itinerario sacramental de la Iglesia está marcado por una continua referencia oracional a María: “La Iglesia la invoca como Madre de la gracia antes de la inmersión de los candidatos en las aguas regeneradoras del bautismo; implora su intercesión sobre las madres que, agradecidas por el don de la maternidad, se presentan gozosas en el templo; la ofrece como ejemplo a sus miembros que abrazan el seguimiento de Cristo en la vida religiosa o reciben la consagración virginal, y pide para ellos su maternal ayuda; a Ella dirige súplicas insistentes en favor de los hijos que han llegado a la hora del tránsito; pide su intercesión para aquellos que, cerrados sus ojos a la luz temporal se han presentado delante de Cristo, Luz eterna; e invoca, por su intercesión, el consuelo para aquellos que, inmersos en el dolor, lloran con fe la separación de sus seres queridos” (MC n.14).

Las directrices conciliares del Vaticano II han ayudado a presentar la oración a María y de María, en estrecha relación con el misterio redentor de Cristo: “La instauración postconciliar, como estaba ya en el espíritu del Movimiento Litúrgico, ha considerado con adecuada perspectiva a la Virgen en el misterio de Cristo y, en armonía con la tradición, le ha reconocido el puesto singular que le corresponde dentro del culto cristiano, como Madre Santa de Dios, íntimamente asociada al Redentor… Recorriendo la historia del culto cristiano se nota que en Oriente como en Occidente las más altas y las más límpidas expresiones de la piedad hacia la bienaventurada Virgen han florecido en el  ámbito de la Liturgia o han sido incorporadas a ella” (MC 15)

Esta oración mariana de la Iglesia es una constante de todos los tiempos, especialmente en los momentos litúrgicos: “El culto que la Iglesia universal rinde hoy a la Santísima Virgen es una derivación, una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los tiempos le ha tributado con escrupuloso estudio de la verdad y con siempre prudente nobleza de formas. De la tradición perenne, viva por la presencia ininterrumpida del Espíritu y por la escucha continuada de la Palabra, la Iglesia de nuestro tiempo saca motivaciones, argumentos y estímulo para el culto que rinde a la bienaventurada Virgen. Y de esta viva tradición es expresión altísima y prueba fehaciente la liturgia, que recibe del Magisterio garantía y fuerza” (MC n.15). Existen, pues, relaciones estrechas entre María y la Liturgia, porque se la considera como “ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios” (MC n.16).3

El Catecismo de la Iglesia Católica explica ampliamente la oración de María en relación con la oración de Jesús: práctica de la oración en común y presencia de María durante la oración de Jesús en el Calvario (CEC 2599). Luego dedica dos amplios apartados, respectivamente a la oración de la Iglesia con María (Magníficat: nn.2617-2619, 2622) y a la oración a María también pidiendo su intercesión (Ave María:

misericordia” (MC n.13). Marialis cultus explica ampliamente la oración y culto mariano: El culto a la Virgen en la Liturgia (parte primera, nn.1ss); por una renovación de la piedad mariana (parte segunda, nn.24ss); indicaciones sobre el Ángelus y Rosario (parte tercera, nn.40ss).

3 Marialis cultus explica ampliamente esta actitud eclesial del culto mariano en los nn.17-19.

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nn.2673-2679).4

Jesús mismo, que ahora está presente en la Iglesia, durante su vida mortal aprendió de María actitudes de oración: “El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las «maravillas» del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cfr. Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51)” (CEC n.2599).

El Catecismo de la Iglesia Católica describe este aprendizaje de Jesús que fue compartido con su misma Madre como buenos observadores de la Ley: “Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: «Yo debo estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos” (CEC n.2599).

María fue testigo privilegiado de la oración de Jesús en el Calvario. Cuando la comunidad cristiana reflexiona sobre las últimas palabras de Jesús, no deja de recordar el encargo mariano: “He aquí a tu madre” (Jn 19,26). Las últimas palabras de Señor son expresión explícita de su actitud de oración, compartida con su Madre y nuestra. “Cuando llega la hora de cumplir el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no sólo antes de entregarse libremente («Abbá ... no mi voluntad, sino la tuya»: Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34)… «¡Dios mío, Dios mío! Por qué me has abandonado? » (Mc 15, 34; cfr. Sal 22, 2)… «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23, 46)” (CEC 2605).

Esta oración mariana de la Iglesia hay que encuadrarla en el contexto de la fe sobre María. Porque su actitud oracional corresponde a las gracias recibidas para una misión peculiar de asociarse a Cristo.5

4 Algunos estudios sobre la oración y el culto mariano en el Catecismo de la Iglesia Católica: J. CASTELLANO, La preghiera a Maria, en: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica (Roma, Centro Cultura Mariana, 1993) 185-210; M. GARRIDO, El culto a la Virgen María en el Catecismo de la Iglesia Católica: Estudios Marianos 59 (1994) 197-212; G. HELEWA, Maria "l'Orante perfetta”, en: Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, o.c., 168-184. Ver otros estudios en notas posteriores.5 El Catecismo de la Iglesia Católica resume la doctrina mariana distribuyéndola en sus cuatro partes: María, la creyente (nn.144, 148-149, 273, 494), la predestinada (nn.488-489), María en el Misterio de Cristo (nn.484-511, 964-65: asociada), en el Misterio del Espíritu Santo (nn. 721-726), en el Misterio de la Iglesia (nn.963-975). Ver: AA.VV, María en el Catecismo de la Iglesia y la nueva evangelización: Estudios Marianos 59

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En el decurso de la historia eclesial, los momentos en que la oración va recuperando su dimensión mariana, parecen ser una expresión del deseo explícito de la Iglesia porque se cumpla la intuición profética de María (cfr. Lc 1,48).6

Los mismos textos marianos del N.T. pueden reflejar la fe de la comunidad eclesial primitiva, que también experimenta la actitud del discípulo amado, de recibir a María “entre sus cosas” o “en su casa” (Jn 19,27), a modo de “comunión de vida”.7

Por esto se puede afirmar con Pablo VI, que hay una "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).

(1994); AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, (Roma, Centro Cultura Mariana 1993); I. BENGOECHEA, María, Madre de la Iglesia, en el Nuevo Catecismo: Estudios Marianos 59 (1994) 149-169; L. DÍEZ MERINO, Fundamentación bíblica de la mariología según el Catecismo de la Iglesia Católica: Estudios Marianos 59 (1994) 27-58; J. IBÁÑEZ, F. MENDOZA, La Santísima Virgen en el Catecismo Romano y en el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: Estudios Marianos 59 (1994) 213-228; A. MARTÍNEZ SIERRA, Los dogmas marianos en el Catecismo de la Iglesia Católica: Estudios Marianos 59 (1994) 137-147; J. ORDÓÑEZ MÁRQUEZ, María y la Santísima Trinidad en el Nuevo Catecismo: Estudios Marianos 59 (1994) 59-87; C. POZO, Las claves del Nuevo Catecismo y el tema mariano: Estudios Marianos 59 (1994) 13-26); J.A. RIESTRA, El Espíritu Santo y Santa María en el Catecismo de la Iglesia Católica: Estudios Marianos 59 (1994) 115-136; E.M., TONIOLO, Testi mariani del Catechismo della Chiesa Cattolica: Marianum 56 (1994)392-434. Ver otros estudios en nota anterior.

6 "Principalmente a partir del concilio de Éfeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso» (Lc 1,48-49)” (LG 66). La Lumen Gentium explica el culto mariano en el apartado cuarto del capítulo octavo (nn.66ss). H. BARRÉ, Prières de l'Occident à la Mère du Sauveur (Paris 1963); Idem, Antiennes et répons de la Vierge: Marianum 29 (1967) 153-254 ; C. BERSELLI, G. CHARIB, Lodi alla Madonna nel primo millennio (Roma, 1979).

7 Redemptoris Mater n.45, nota 130: "La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura" (SAN AGUSTIN, In Ioan. Envag. Tract.. 119,3: CCL 36,659).

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La oración mariana de la Iglesia es una imitación de la fidelidad contemplativa de María a la Palabra de Dios (cfr.Lc 2,19.51). La presencia de María “Asunta” en la comunidad eclesial, corresponde a “la mujer" fiel a la Alianza, que invita a la Iglesia a vivir en sintonía con las palabras de Jesús (cfr. Jn 2,5-11).

La oración mariana de la Iglesia es una "confiada invocación" a la Santísima Virgen, porque los creyentes tienen "experiencia de su intercesión" (MC 22). Es una consecuencia relacional del encargo recibido de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). Entonces, "como el discípulo amado, acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes" (CEC 2679).

A partir de esta oración eclesial mariana, han ido surgiendo diversas fórmulas como el himno "Akathistos", las estrofas llamadas "Theotokia" (una de ellas es el "sub tuum praesidium" del siglo III), himnos populares, antífonas, letanías, rosario, "Ángelus", etc. Son oraciones que se insertan en la perspectiva trinitaria y, por tanto, cristológica y pneumatológica, de toda oración cristiana. Cuando la Iglesia “venera con especial amor a María Santísima Madre de Dios” (SC 103), lo hace porque, con ella y como ella, “adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” (MC, introducción).8

Las oraciones marianas de la Iglesia están en armonía con las verdades de la fe, especialmente respecto al misterio de la encarnación del Verbo y a la redención. "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Único, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial nos pone en comunión en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).

Cuando la Iglesia invita a orar con María o como Ella, ofrece una ayuda para vivir todos los contenidos de la fe: “Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial” (MC 25).

Las diversas oraciones a María o con María, se inspiran en el texto bíblico del “Ave María” y en el himno del “Magníficat”, pero también, desde los primeros siglos,, se hace “memoria” de María en la oración eucarística.

La inserción del nombre de María en la oración eucarística ("En comunión con la Bienaventurada Virgen María") ratifica el significado cristológico de toda oración mariana: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella, contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" (LG 65).9

8 Cfr. D.M. MONTAGNA, La lode alla Theotokos nei testi greci dei secoli IV-VII: Marianum 24 (1952) 453-543; Idem, La lode della Theotokos: Marianum 24 (1962) 453-543; G. GIAMBERARDINI, Il sub tuum praesidium e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana: Marianum 31 (1969) 321-362; A. VALENTINI, Lc 1,39-45, primi indizi di venerazione della Madre del Signore: Marianum 58 (1996) 329-352.

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“Recordar” a María en la celebración litúrgica y en las devociones de piedad mariana, equivale a invitar a imitarla en sus actitudes de alabanza, gratitud, confianza, humildad, fidelidad, contemplación y asociación.

Toda oración cristiana está centrada en Jesús; pero incluye también armónicamente la “memoria” de “la singular cooperación de María a la acción del Espíritu Santo" (CEC 2675). Esta dimensión mariana de la oración se expresa en agradecimiento por las gracias recibidas del Señor, en sintonía con el “Magníficat”.

La confianza queda reforzada por el ejemplo de María en Caná y por su presencia intercesora. "Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella a la voluntad de Dios" (CEC 2677). "En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas" (CEC 2682).

En el rezo del “Ave María”, pedimos a María “que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la Madre de la Misericordia, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos «ahora», en el hoy de nuestras vidas" (CEC 2677).

El itinerario de la oración es, a veces, camino de fe oscura. Entonces no sólo se imita a María, sino que, orando con ella y como ella, se vive en “comunión” eclesial. Es, pues, oración mariana y eclesial de escucha contemplativa de la Palabra: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38); "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Así la comunidad eclesial forma parte de la familia de Jesús con María: "Mi madre y mis hermanos son quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21).

Esta escucha de la Palabra incluye la fidelidad al Espíritu Santo, como respuesta al anuncio del ángel ("el Espíritu Santo vendrá sobre ti": Lc 1,35) y como “memoria” de Pentecostés: "perseverando en oración con María... fueron llenos del Espíritu Santo": Hech 1,14; 2,24). Es, pues dimensión cristológica y pneumatológica de Iglesia orante y peregrina hacia el encuentro definitivo: "el Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!... Amén ¡Ven, Señor Jesús!»": Apoc 22,17-20).

Las oraciones que la Iglesia ha dirigido y sigue dirigiendo a María indican la "lex credendi" como "lex orandi" y “lex vivendi”. "La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar... constituye un sólido testimonio de su «lex orandi» y una invitación a reavivar en las conciencias su «lex credendi». Y viceversa: la

9 M. AUGÉ, Linee di una rinnovata pietà mariana nella riforma dell'anno liturgico: Marianum 41 (1979) 267-286; J.G. GALDEANO, Santa María de nuestros caminos. Celebraciones marianas (Madrid, 1974); M. GARRIDO, La Virgen María en los himnos litúrgicos de sus fiestas, en: De cultu mariano saeculis VI-XI (Roma, PAMI, 1983) 157-202; Idem, Impulso mariológico en la renovación litúrgica postconciliar, en: Enciclopedia mariana postconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 123-130; C. POZO, Orientación bíblica, litúrgica y ecuménica de la renovación del culto mariano: Estudios Marianos 43 (1978) 215-288.

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«lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su «lex credendi» en relación con la Madre de Cristo" (MC 56). 10

De hecho, las fórmulas de las oraciones marianas reflejan el Misterio de Cristo en todas sus facetas. Allí la “lex orandi” se hace “lex credendi”. Se alaba a Dios uno y Trino (por quien es hija del Padre, madre del Hijo, Esposa-Templo del Espíritu Santo). Son oraciones dirigidas a quien o con quien está asociada a Cristo en su obra salvífica. Y entonces la Iglesia, con ella, se siente misterio de comunión para la misión, viendo en ella a su modelo (figura, icono, Tipo) y Madre. Más concretamente, estas oraciones reflejan una actitud de imitación y de confianza especialmente en los momentos de dificultad.11

Las fórmulas de oración mariana encuentran un punto de referencia en el “Rosario” o en el himno “akathistos” de las Iglesias orientales. El Rosario es una “oración de corazón cristológico” (RVM 1) o de “comunión vital con Jesús” (RVM 2). De este modo, los misterios del Señor se meditan “a través del Corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12).

El Cenáculo antes de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), desde los primeros siglos, ha sido un punto de referencia para todo momento de oración eclesial. La “sintonía” con la oración de “la Madre de Jesús” se ha ido expresando con la recitación del “Magníficat” (cfr. Lc 1,46ss), como uniéndose a su misma oración, mientras, al mismo tiempo la Iglesia hacía propia la alabanza de Isabel (cfr. Lc 1,42-45).

Es importante observar una constante en la historia de la Iglesia: la referencia al momento en que la comunidad eclesial primitiva se prepara para Pentecostés, “orando

10 Ver textos de las oraciones marianas desde los primeros siglos (síntesis doctrinal, oración de María, oración a María, fórmulas de diversas épocas, lugares, ritos, liturgia, piedad popular, devociones, etc.): B. CAPELLE, Formes et formules de la liturgie mariale, en: Maria, Maria, (Paris, Beauchesne 1961), I, 234-245 ; R.Mª LÓPEZ MELÚS, Orar con María y orar a María (Onda, 1984); Idem, María de Nazareth, la verdadera discípula (Madrid, PPC, 1991).

11 J. ESQUERDA BIFET, La gran señal, María en la misión de la Iglesia (Barcelona, Balmes, 1983) cap. VI, n.5: Actitud mariana de oración. También en: Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (Valencia, EDICEP, 2009), cap.VII,2 (oración mariana de la Iglesia). El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (Congregación para el culto divino, 2002) invita a valorar a las imágenes como expresión y “memoria” del mensaje evangélico, instando a orar y a santificarse (imitación de María), a modo de catequesis plástica (estética) para un encuentro con Cristo (n.243).

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en sintonía con la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Esta constante aparece en algunos documentos actuales, conciliares y postconciliares.

La Lumen Gentium explica el significado de este acontecimiento mariano y eclesial: “Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés «perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de Este» (Hech, 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación” (LG 59).

El decreto conciliar Ad Gentes alude al hecho del Cenáculo como inicio de la misión eclesial: “Fue en Pentecostés cuando empezaron «los hechos de los Apóstoles», como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre El mientras oraba” (AG 4).

La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi subraya el significado evangelizador importante para nuestra época: “En la mañana de Pentecostés ella presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Sea ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza” (EN 82).

La encíclica Redemptoris Mater recoge y amplía todos estos matices de la oración de la Iglesia en el Cenáculo con María, subrayando su significado de presencia materna y relacionando la Encarnación con Pentecostés en su dimensión pneumatológica y mariana: “Ya el momento mismo del nacimiento de la Iglesia y de su plena manifestación al mundo, según el Concilio, deja entrever esta continuidad de la maternidad de María: « Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés ‘perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María la Madre de Jesús y los hermanos de Éste’; y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación » (LG 59). Por consiguiente, en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María de Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del « nacimiento del Espíritu». Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabras pronunciadas en la Cruz: « Mujer, ahí tienes a tu hijo», « Ahí tienes a tu madre»" (RMa 24).12

12La encíclica Redemptoris Mater, después de presentar a María en el Misterio de Cristo (parte primera, nn.7ss), la coloca al frente de la Iglesia peregrina (parte segunda, nn.25ss), para luego explicar su mediación materna (parte tercera, nn.38ss)

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Le encíclica Redemptoris Missio presenta también este hecho eclesial como inspirador de una evangelización renovada: “Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con « María, la madre de Jesús » (Hech 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu. En vísperas del tercer milenio, toda la Iglesia es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su madre y modelo: es ella, María, el ejemplo de aquel amor maternal que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres” (RMi 92) La encíclica sobre la Eucaristía, Ecclesia de Eucharistia, relaciona la presencia de María en el Cenáculo de Pentecostés, con su presencia en las celebraciones eucarísticas de la Iglesia primitiva: “En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cfr. Hech 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hech 2, 42). Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio” (EdeEu 53).

La encíclica eucarística de Juan Pablo II llega a la conclusión de que María nos acompaña ahora en nuestra oración durante nuestras celebraciones eucarísticas, como expresión de su maternidad y de nuestra filiación: “Igualmente dice también a todos nosotros: «¡He aquí a tu madre!» (cfr. Jn 19, 26.27). Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente” (EdeEuc 57).

2. LA PASTORAL DE FORMAR PERSONAS Y COMUNIDADES DE ORACIÓN CON IMPRONTA MARIANA

Toda vocación cristiana (laical, sacerdotal, vida consagrada) tiene una dimensión relacional de encuentro personal y comunitario con Cristo. Sin esta experiencia relacional de “oración”, la vocación cristiana se reduciría a una profesión humana como todas las demás. Es una relación personal y comunitaria que se traduce consecuentemente en seguimiento de comunión para la misión.

El itinerario formativo de personas (vocaciones) y comunidades tiene una dimensión mariana esencial. María es guía, ayuda y modelo de respuesta fiel y generosa a la

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vocación. "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36).

La presencia activa y materna de María en el itinerario de toda comunidad cristiana, se concreta especialmente en la respuesta vocacional. María "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82). Ella ayuda en todo el proceso de la vocación, para "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34).

El inicio de una vocación tiene siempre algún signo de la presencia mariana, como ocurre en la santificación del Precursor (cfr. Lc 1,15.41) y en el seguimiento apostólico (cfr. Jn 2,11-12). La perseverancia en los momentos de dificultad encuentra un apoyo en su fortaleza junto a la cruz (cfr. Jn 19,25-27). Las nuevas gracias del Espíritu Santo, en todo período de renovación, señalan a María como figura de la Iglesia, siempre fiel a la Palabra (Hech 1,14; Lc 11,28; Mt 12,46).

No hay que olvidar que la vocación cristiana (todavía sin los matices de laical, religiosa o sacerdotal) es la base de todas las demás vocaciones específicas. Éstas no se realizarían en plenitud, si la persona llamada no se decidiera a vivir las exigencias bautismales: santidad sin rebajas y misión sin fronteras. Por esto, “todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

La presencia activa y materna de María en el proceso vocacional es eminentemente relacional y sólo se puede captar con una actitud de oración, como quien vive en familia con ella. María "es nuestra Madre en el orden de la gracia" porque "cooperó... a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61). Ella sigue cooperando "con amor materno" a nuestra "generación y educación" como hermanos en Cristo (LG 63) e "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5; GS 22).

La vida de oración, en unión con María, ayuda a discernir y vivir la propia identidad cristiana (en cualquier vocación específica): saberse amado por Dios, quererle amar y hacerle amar. La actitud mariana de respuesta generosa a la vocación ayuda a descubrir y vivir que "el hombre, por ser la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24).

En toda vocación cristiana María es modelo y ayuda materna, por ser “la más perfecta discípula de Cristo” (MC 35). La vocación cristiana se vive en comunión y misión eclesial, como expresión de la actitud relacional del “Padre nuestro”.

En cada una de las vocaciones específicas (laicado, vida consagrada y sacerdocio ministerial), el itinerario contemplativo de la oración cristiana es una prioridad pastoral que se realiza en dimensión mariana.

La pastoral de la oración mariana necesita poner de relieve la aportación de los laicos, como fermento evangélico en las estructuras humanas (cfr. LG 31). Su oración aportará la inserción en las realidades de la sociedad y en el núcleo familiar. “El modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María", puesto que, "mientras vivió en

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este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador" (AA 4). La oración de los laicos imita la oración de María, mientras, al mismo tiempo, "encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna" (ibídem).13

La oración de la familia cristiana encuentra como modelo la vida de la Sagrada Familia en Nazaret: "Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas" (FC 86).14

La pastoral vocacional necesita el cultivo de la vida familiar como fuente de vocaciones: "El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos" (FC 16).

13Los fragmentos marianos de los documentos postconciliares sobre los laicos, indican líneas parecidas: ChL 64; CT 73; FC 86; MD 2ss. Los laicos son "llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con Él y a estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a irradiar la luz de Cristo y a comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo" (ChL 64). A. AMATO, Maria nella spiritualità dei laici: Ecclesia Mater 29 (1991) 91-96.

14 Familiaris consortio continúa: "Que san José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados, los guarde, proteja e ilumine siempre. Que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias" (FC 86). Cfr. AA.VV., La Sagrada Familia en el siglo XX (Barcelona, Hijos de la Sagrada Familia, 2003); AA.VV., María y la Familia en el “V Encuentro Mundial de las Familias” (Valencia, julio 2006): Estudios Marianos 73 (2007); G. MEDICA, Alla scuola di Nazaret, Maria Maestra di vita (Leumann, LDC, 1983).

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Juan Pablo II, en la conclusión de la exhortación apostólica Christi fideles laici resumía los trazos básicos de la vocación laical en forma de oración a María, encomendando a su “corazón de Madre”, la fidelidad a la vocación (ChL 64).15

La pastoral de la oración aplicada al laicado no puede olvidar un aspecto fundamental de esta vocación: su realidad “sacerdotal”, puesto que forma parte, desde el bautismo, de un “Pueblo sacerdotal”, del que María es Tipo y Madre. La oblación sacerdotal de Cristo desde el seno de María se expresa en forma de oración según la carta a los Hebreos (cfr. Heb 10,5-7). La oblación sacerdotal del laicado necesita insertarse en esta oración de Cristo Sacerdote desde el seno de María.

La vida consagrada ocupa un lugar peculiar en la pastoral de la oración mariana. Ya en sus comunidades se vive esta realidad de gracia, pero también están llamados a “animar” las comunidades cristianas con su testimonio de radicalismo evangélico profesado y su dedicación plena a los campos de caridad. La oración cristiana, con su presencia, recuerda la oración de la Santísima Virgen María.

Las personas consagradas en estos momentos de oración son signo y estímulo de la caridad imitando la vida virginal de la Madre de Dios. “A las almas vírgenes corresponde continuar, en cierta manera, la misión de María, de acoger a Dios, de concebir en ellas espiritualmente a Cristo, de dar siempre a luz para el mundo un espíritu de salvación, de colaborar en la redención”.16

La vida consagrada se inspira en “el modelo de la consagración de la Madre de Dios" (RD 17), puesto que "ella es la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto; su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo" (ibídem). Esta consagración, a imitación de María, es "manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo" (LG 42). En María y en la Iglesia, "la maternidad es fruto de la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39); "la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu" (RMi 70).

La presencia activa y materna de María en la comunidad eclesial, tiene un momento que podríamos llamar privilegiado en la vida consagrada. La presencia participativa de las 15 Encomienda luego el laicado a María, resumiendo sus líneas fundamentales: "Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios" (ChL 64).

16 SAN GREGORIO DE NISA, De virginitate, S.Ch. m.119. San Ambrosio tiene una afirmación semejante, aunque de sentido más amplio: “Es verdad que hay una sola Madre de Cristo según la carne, pero, según la fe, Cristo es el fruto de todos, puesto que toda alma recibe al Verbo de Dios, a condición de que sea santa e inmune de vicios, y que custodie la castidad con pureza inviolada” (SAN AMBROSIO, Comentario a San Lucas 2,26: PL 15,1642).

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personas consagradas en la oración de la Iglesia recuerda la presencia de María: “En todos (los Institutos de vida consagrada) existe la convicción de que la presencia de María tiene una importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada, como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad” (VC 28).

La oración cristiana es escucha, acogida y respuesta a la Palabra de Dios. En la vida consagrada esta acogida de la Palabra reviste carácter esponsal en relación con María: “En María está particularmente viva la dimensión de la acogida esponsal, con la que la Iglesia hace fructificar en sí misma la vida divina a través de su amor total de virgen. La vida consagrada ha sido siempre vista prevalentemente en María, la Virgen esposa. De ese amor virginal procede una fecundidad particular, que contribuye al nacimiento y crecimiento de la vida divina en los corazones” (VC 34). La oración mariana de la vida consagrada garantiza la existencia y perseverancia generosa en todos los aspectos de esta misma vida, de la que María es modelo y Madre: el seguimiento evangélico en fraternidad para la misión. María acompaña en el camino de la contemplación, de la perfección, de la comunión fraterna y de la misión.17

Sería interesante constatar en los textos de la liturgia mariana las huellas de una historia de gracia en las diversas familias religiosas (cfr. Formularios de misas marianas). Ahí aparece "un reflejo de la presencia de María en el mundo".18

La actitud personal y comunitaria de la oración eclesial y mariana es la de un "corazón indiviso" (cfr. 1Cor 7,32-35). La oración de las personas y comunidades consagradas manifiesta proféticamente la opción fundamental de "no anteponer absolutamente nada al amor de Cristo".19

17 Desde tiempo patrísticos se presenta la vida consagrada de las vírgenes, según el modelo de María: SAN ATANASIO, De Virginibus, CSCO, t. 151, 58-64; SAN AMBROSIO, De Virginibus, 1,1-6: PL 16,208-211.

18 Carta de Juan Pablo II a todas las personas consagradas... con ocasión del año mariano (1988). Respecto a la vocación, afirma: "Esta elección nos apremia, así como ha sucedido a María en la Anunciación, a situarnos en lo más profundo del misterio eterno de Dios que es amor... Con la Virgen, en el hecho de la Anunciación en Nazaret, meditemos el misterio de la vocación, que ha llegado a ser nuestra «parte» en Cristo y en la Iglesia". La acción apostólica de la Iglesia y especialmente de la vida consagrada, es maternidad eclesial a imitación de la Virgen: "María lleva al Cenáculo de Pentecostés la nueva maternidad... esta maternidad, como figura, debe pasar a toda la Iglesia... Quienes se dedican a la vida apostólica..., con María, sabrán compartir la suerte de sus hermanos y ayudar a la Iglesia en la disponibilidad de un servicio para la salvación del hombre".

19 SAN BENITO, Regla, c. 4,21 y c. 72,11. La expresión se encuentran ya en San Cipriano (siglo III). Entonces se vive la unidad del corazón: "un solo corazón dirigido hacia Dios" (SAN AGUSTÍN, Regula ad Servos Dei, 1,1:

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En estos momentos de oración, la vida consagrada reaviva la consagración del seguimiento evangélico "según el modelo de la consagración de la misma Madre de Dios" (RD 17) y recupera así "la vitalidad espiritual" como "rejuvenecimiento" de las instituciones.20

La pastoral de la oración mariana encuentra en la presencia de la vida consagrada una referencia especial a la presencia de presencia de María en el “cenáculo” de la Iglesia inicial y de toda comunidad eclesial (cfr. Hech 1,14). La vida consagrada se muestra entonces, en el seno de María y de la Iglesia, como “memoria viviente… de Jesús como Verbo Encarnado” (VC 22). Se convierte también en garantía de que se ora como respuesta a la Palabra predicada por los Apóstoles, para crear comunidades enraizadas en la “comunión” de “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). Se puede decir que entonces la comunidad eclesial actualiza su maternidad, que encuentra en María su máxima expresión (cfr. Gal 4,4-7.19.26; LG 65).

La oración mariana de la Iglesia puede convertirse en un momento privilegiado para suscitar vocaciones a todas las formas de vida consagrada. Ello es responsabilidad común de toda la comunidad eclesial. Suscitar las vocaciones a la vida consagrada es una tarea inherente y esencial de todo proyecto de pastoral evangelizadora; la pastoral de la oración mariana forma parte de este proyecto de pastoral.21

El ministerio sacerdotal se actualiza en dirigir y formar comunidades de oración, de perfección cristiana y de misión, a la luz de la Palabra, en torno a la Eucaristía y hacia la perfección de la caridad. El hecho de prolongar la oración de Cristo incluye el compromiso de la propia vida para que los fieles y las comunidades expresen su oración

PL 32,1378). "María es modelo de vida evangélica; de ella nosotros aprendemos, con su inspiración nos enseña a amarte sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar tu Palabra, y con su corazón nos mueve a servir a los hermanos" (Prefacio del formulario de la Misa sobre la Virgen: María Madre y Maestra de vida espiritual).

20 Carta de Juan Pablo II a todas las personas consagradas... con ocasión del año mariano (1988), conclusión.

21 AA.VV., María en la vida religiosa. Compromiso y fidelidad (Madrid, Inst. Teológico Vida Religiosa, 1986). I. CALABUIG, R. BARBIERI, Vida consagrada en la Iglesia, en: Nuevo Dic. de Liturgia (Madrid, San Pablo, 1987) 2061-2801; D. FERNÁNDEZ, María modelo de consagración y seguimiento de Jesús para las personas consagradas: Ephemerides Mariologicae 47 (1997) 57-78; J. GALOT, Vivre avec Marie, Présence de Marie dans la vie consacrée (Louvain, Sintal, 1988); T.P. ITURRIAGA, María y la vida consagrada: Vida Religiosa 56 (1984) 110-121; A. PARDILLA, Vida consagrada. IV: María modelo de vida consagrada, en: Nuevo Dic. Mariol. (Madrid, Paulinas 1988) 1956-1977.

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en unión con María e imitando su ejemplo. La pastoral de la oración en su dimensión mariana necesita el testimonio y el servicio peculiar del sacerdote. El sacerdote ministro en cuanto tal no ora en “privado”, sino que siempre en nombre de Critso y en nombre de la Iglesia.

Los planes de pastoral deben, pues, tener en cuenta la peculiaridad del servicio ministerial del sacerdote. En la oración mariana debe hacerse patente que es oración unida a la de Cristo Sacerdote. María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). Si todo el Pueblo de Dios es sacerdotal, el sacerdote ministro participa de modo especial de la consagración sacerdotal de Cristo que tuvo lugar en el seno de María por obra del Espíritu Santo. La oración de Cristo Sacerdote ya el “entrar en este mundo” (Heb 10,5), es oración participada por todos los creyentes y servida de modo especial por el sacerdote ministro.

En la celebración de las plegarias marianas se muestra que María "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27). Pero en la misma celebración (litúrgica o popular) de la oración mariana, el sacerdote se debe sentir especialmente llamado a participar en el hecho de que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).

Juan Pablo II al explicar que es Madre de los sacerdotes de modo especial, recordó que por ser Madre de Cristo (Sacerdote), "en cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre"; por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios".22

Cuando María está presente en todas nuestras celebraciones de oración, de algún modo se actualiza el hecho de asociarse “con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). En esta relación de María con la inmolación sacerdotal de Cristo, los sacerdotes ministros

22 JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1988. Cfr. AA.VV., De beata Virgine Maria in sacerdotali formatione: Seminarium (1975) n.3; F.M. ÁLVAREZ, María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal: Seminarios 33 (1987) 465-475; G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana, Estudios Marianos 34 (1970) 134-181; Idem, María y la iglesia en la espiritualidad sacerdotal: Estudios marianos 40 (1976) 169-182; Idem, María en la espiritualidad sacredotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; L.M. HERRÁN, Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria: Teología del Sacerdocio 7 (1975) 517-542; Idem, María en la espiritualidad sacerdotal según la doctrina del Vaticano II: Annales Theologici 3 (1989) 347-370; A. HUERGA, La devoción sacerdotal a la Santisima Virgen: Teo-logía Espiritual 13 (1969) 229-253; B. JIMÉNEZ DUQUE, Maria en la espiritualidad del sacerdote: Teología Espiritual 19 (1975) 45-59; C. RODRÍGUEZ, María en la vida espiritual del sacerdote: Revista espiritual n.57 (1977) 50-56.

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la sienten muy cercana. Por esto, "la reverenciarán y amarán con filial devoción y culto", como "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18).

La imagen o referencia de Cenáculo indica que si la comunidad eclesial, guiada por sus sacerdotes ministros, vive la sintonía de oración con la Madre de Jesús, entonces tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (PDV 82). La renovación de los sacerdotes y de toda la comunidad eclesial tendrá lugar cuando los ministros ordenados sean conscientes de estar “llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente" (ibídem).

La formación sacerdotal, como proceso de contemplación, seguimiento, comunión y misión, necesita la presencia materna e intercesora de María: "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad”.23

La identidad sacerdotal enraíza en la consagración participada de Cristo Sacerdote, pero se concreta “ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). La oración sacerdotal es parte de estos ministerios, como prolongación de la oración sacerdotal de Cristo. Tener tiempo para orar y para guiar a personas y comunidades en la oración, es “prioridad pastoral”. La docilidad a los ministerios reclama una actitud relacional contemplativa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

“Formar a Cristo” en los hermanos (Gal 4,19) sintetiza la acción pastoral de Pablo. El contexto de la afirmación paulina indica una maternidad (con “dolores de parto”) imitada de “la mujer” (Gal 4,4, la Madre de Jesús), en la perspectiva de la Iglesia “madre” (Gal 4,26). La caridad pastoral consistirá, pues, en imitar el “amor maternal” de María: “La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65). La oración sacerdotal, suscitada por el Espíritu Santo, consistirá, pues, en “gemidos” de intercesión a imitación de la oración mariana.24

23 Continúa Pastores dabo vobis: “Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82). Ver también Pastores dabo vobis, nn.36, 38, 45, 82. En la exhortación apostólica Pastores gregis: nn.3,13, 14-15, 36, 74.

24 Redemptoris Mater n.43 aplica el texto paulino de Gal 4,4-19 a todo apóstol en su vivencia mariana.

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Por esto, el sacerdote necesita dejar entrar en su vida ministerial a quien es intercesora por el hecho de participar de modo peculiar en la mediación de Cristo: “Que cada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida".25

Como hemos indicado más arriba, María acompaña con su mediación materna todo el proceso de formación vocacional, inicial y permanente: en el inicio, en la perseverancia y en la renovación bajo la acción del Espíritu Santo.

El corazón sacerdotal debe ser eminentemente contemplativo de la Palabra predicada, celebrada y vivida. “Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio 68).26

Para toda vocación (laical, religiosa, sacerdotal) las actitudes cristianas de oración no se identifican necesariamente con un proceso de interioridad o de concentración, ni tampoco con una metodología específica. Son actitudes de filiación divina participada, expresada en humildad, confianza y entrega, que lógicamente reclaman un proceso de purificación (conversión), iluminación (especialmente por la Palabra meditada) y unión (contemplación guiada por el Espíritu de Amor). Estas actitudes cristianas son eminentemente marianas y se reflejan en la “contemplación” de María (Lc 2,19.51) y en su “Magníficat”.27

En la acción pastoral (que puede observarse en tantos proyectos de pastoral orgánica) debe entrar necesariamente una pastoral de la “santidad” como itinerario de la

25 JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo, 1988). Ver estudios sobre el tema sacerdotal mariano en notas anteriores.

26 El inicio de la formación sacerdotal necesita la presencia de María como modelo de contemplación con vistas a la misión; “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano” (BENEDICTO XVI, Discurso a los seminaristas en Colonia durante la XX jornada mundial de la juventud (19 agosto 2005). El Papa comenta el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describe el itinerario formativo sacerdotal.

27 Ver el apartado 3 (contenidos del “Magníficat”)

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“perfección de la caridad” (LG 40). Debe ser, pues, pastoral de educar en las actitudes personales y comunitarias de relación con Dios (oración) y de caridad fraterna.

María es la Virgen oyente de la Palabra, orante y oferente (cfr. MC 17-19). Esta “trilogía” (oyente, orante, oferente) puede ser una pauta para formar personas y comunidades de oración a ejemplo de la Madre de Jesús, en todas las vocaciones cristianas. A imitación de la “Virgen oyente”, toda persona y comunidad cristiana acoge la Palabra tal como es, para dejarse cuestionar por ella y para asumir compromisos concretos. “María es la "Virgen oyente", que acoge con fe la palabra de Dios… concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno… Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2, 19, 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia” (MC 17).28

A imitación de la “Virgen orante”, la vida de personas y comunidades se hace sensible a las necesidades de los demás y se prepara para recibir las nuevas gracias del Espíritu Santo: “María, asimismo, la «Virgen orante». Así aparece Ella en la visita a la Madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el «Magníficat» (cfr. Lc. 1, 46-55), la oración por excelencia de María… El cántico de la Virgen, al difundirse, se ha convertido en oración de toda la Iglesia en todos los tiempos. «Virgen orante» aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus «signos», confirme a sus discípulos en la fe en El (cfr. Jn. 2, 1- 12). También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: los Apóstoles «perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos » (Hech 1, 14): presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación . «Virgen orante» es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, alaba incesantemente al Señor e intercede por la salvación del mundo" (MC 18).29

28 E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra: Rev. Esp. de Teología 50 (1990) 435-467.

29 J. ESQUERDA BIFET, La palabra de Dios en el corazón de María y de la Iglesia, Scripta de Maria (2011) 235-262; Idem, El Corazón de María, memoria contemplativa de la Iglesia: Marianum 66 (2004) 659-698; Idem, El Corazón materno de María, memoria de la Iglesia misionera (México, OMPE, 2004); ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación (Madrid, Edit. Espiritualidad, 1973); J. LAFRANCE, La oración del corazón (Madrid, Narcea, 1981); I. LARRAÑAGA, El silencio de María (Madrid, Paulinas, 1986.); E. LLAMAS, La Virgen María en la experiencia de los místicos: Scripta de Maria 1 (2004) 473-486; S. MATELLÁN, Presencia de María en la experiencia mística (Madrid,

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La oración eclesial imita la actitud oblativa y oferente, que puede calificarse de “sacerdotal”: “María es la «Virgen oferente». En el episodio de la Presentación de Jesús en el Templo (cfr. Lc. 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá  del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (cfr. Ex. 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (cfr. Heb. 10, 5-7)… Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cfr. Lc. 2, 22), una voluntad de oblación que transcendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición encontramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de S. Bernardo: «Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios»" (MC 20)

María, por ser “Virgen orante”, es "figura de orante" (RMa 33). "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres... Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (CEC 2679).

La comunidad eclesial se hace misionera principalmente por un proceso de oración contemplativa, a imitación de María: recibir al Verbo en el corazón para transmitirlo al mundo. “María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios… (cfr. Lc 8,21; 11,28)… Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica ” (Verbum Domini n.124).30

Coculsa, 1962); S.M. RAGAZZINI, María vida del alma. Itinerario mariano a la Santísima Trinidad (Barcelona, Balmes, 1986); A. SERRA, Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51 (Roma, Marianum, 1982).

30 Las afirmaciones marianas de la Exhortación Apostólica Verbum Domini tienen este significado contemplativo y apostólico de recibir y transmitir el Verbo: nn.12, 15, 19, 27, 29, 87-88, 124. Ver, por ejemplo: “Es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre Palabra de Dios y fe se ha cumplido plenamente, o sea, en María Virgen, «que con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, cumple perfectamente la vocación divina de la humanidad»… Su fe obediente plasma cada instante de su existencia según la iniciativa de Dios. Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la Palabra divina; conserva en su corazón los acontecimientos de su Hijo, componiéndolos como en un único mosaico (cfr. Lc 2,19.51)… Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida" (VDo 27). "Al recordar la relación inseparable entre la

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La naturaleza misionera de la Iglesia enraíza en esta realidad materna cuya figura es María, Virgen orante por ser Virgen oyente, para ser Virgen madre y oferente (cfr. MC 17-20). Por esto, “nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas « escuelas de oración », donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios” (NMi 33).31

Las comunidades como “escuelas de oración” (NMi 33)) están llamadas a tener una “experiencia” de encuentro con Cristo Resucitado. El “domingo” actualiza esta realidad eclesial y mariana que tuvo inicio en el Cenáculo, primero con las apariciones del Señor “el primer día de la semana” (Lc 24,2; Jn 20,1) y luego en la preparación de la venida de Espíritu Santo en Pentecostés (cfr. Hech 1,14). María es siempre icono o figura de la Iglesia naciente, que escucha, ora y se ofrece.

3. EL ITINERARIO FORMATIVO DE LA ORACIÓN EN SU DIMENSIÓN MARIANA

La formación de personas y comunidades de oración en su dimensión mariana supone un itinerario con sus etapas, motivaciones y medios adecuados. Propiamente es el itinerario formativo de toda vocación cristiana, que recorre simultáneamente las etapas de la contemplación, perfección, comunión y misión. Es, pues, un itinerario de santidad en todos sus aspectos de relación (oración o contemplación), imitación y configuración con Cristo.

Se trata de un itinerario para formar personas y comunidades de experiencia de encuentro con Cristo, es decir, de experiencia peculiar de Dios que se ha manifestado en su Hijo.

María está presente en todo el itinerario con una presencia activa y materna, como guía, intercesora, discípula y modelo. La actitud relacional de la oración cristiana se concreta también en imitación de María y de convivencia con ella.

Palabra de Dios y María de Nazaret, junto con los Padres sinodales, invito a promover entre los fieles, sobre todo en la vida familiar, las plegarias marianas, como una ayuda para meditar los santos misterios narrados por la Escritura" (VDo 88; cfr. n.89: Rosario, Ángelus, himno Akathistos)

31 NMi cita en nota 18 el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Orationis formas, sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989: AAS 82 (1990), 362-379.

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Este itinerario podría delinearse con los contenidos del “Magníficat”, como hemos indicado en el apartado anterior, al hablar de María “Virgen orante”, figura de la “Iglesia orante”.

Las actitudes marianas del “Magníficat” son la pauta de toda oración cristiana, que es también eminentemente eucarística. La oración cristiana (personal y comunitaria, más privada o más litúrgica) está siempre centrada en la Eucaristía, como actualización de la actitud oblativa y oracional de Cristo que sigue asociando a María: “En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magníficat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama «mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador», lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística». Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cfr. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la «pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se «derriba del trono a los poderosos» y se «enaltece a los humildes» (cfr. Lc 1, 52). María canta el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su «diseño» programático. Puesto que el Magníficat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!” (EdEuc 58).

El "Magníficat" está n el alma de la Iglesia (San Ambrosio), como pauta para la pastoral de la oración: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios".32

El “Magníficat” esconde y deja entrever el estilo mariano de contemplar la Palabra de Dios. Allí está “todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios... El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (DCe 41).

El itinerario formativo de personas y comunidades de oración sigue la pauta de los sentimientos y actitudes más profundas que María expresa en su “Magníficat” (Lc 1,46-55): alabanza a Dios (“gloria” de Dios), gratitud y admiración, fe inquebrantable, confianza filial, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento agradecido de la misericordia

32 SAN AMBROSIO, Expositio sec. Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55; citado en MC 21).

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divina, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación. En este cántico evangélico aparece de manifiesto que "adorar a Dios es alabarlo, exaltarlo y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097).

La “Iglesia orante” imita a la “Virgen orante”: "El Magníficat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). Es una medicación bíblica sapiencial: "En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36).

Es una especie de paralelismo de los momentos de la Anunciación, recapitulando las antiguas profecías que ahora llegan a su cumplimiento en Cristo. En un momento histórico, como el nuestro, que necesita levantar el tono de esperanza, el “Magníficat” es el resumen de las esperanzas mesiánicas, cantadas con el gozo de verlas convertidas en realidad. El camino de la Iglesia peregrina, también y especialmente en estos momentos de la sociedad actual, necesita ser recorrido con el “canto” de la esperanza cristiana.

María ha estado siempre presente en el camino histórico de la Iglesia peregrina y ha dejado sentir esta presencia gracias al canto del “Magníficat” desde los primeras comunidades cristianas: "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).

Por esto, el “Magníficat” es "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los «pobres» cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).

La acción del Espíritu Santo, que formó a Jesús en el seno de María, es la del mismo Espíritu que inspiró el texto evangélico y que ahora guía el caminar histórico de la Iglesia. El himno mariano sigue siendo una invitación a la Iglesia a vivir en la misma sintonía de sentimientos que la Madre del Señor, porque "María resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos" (LG 65).

En el “Magníficat” subyace todo un programa de vida cristiana, en el camino de la contemplación, de la perfección y de la misión. Propiamente es “el programa de su vida” (de María), porque la oración auténtica hace que la persona no se ponga en el centro, sino que “deja espacio a Dios” (DCe 41).

La comunidad eclesial que se forma en la pauta del “Magníficat” se adentra en la fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo. Se imita la actitud mariana de “sí" a la Palabra (Lc 1,38), por una fe auténtica (Lc 1,45), que se concreta en un servicio de caridad (Lc 1,39) y que, por ello mismo, se hace instrumento de la gracia del Espíritu (Lc 1,41). Es, pues, una pauta de “Lectio Divina”.

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La formación siguiendo la pauta del “Magníficat” unifica el corazón y la comunidad, desterrando toda dualidad (o vida paralela), para hacerse instrumento de paz en la misma comunidad eclesial y en la sociedad.

La fuerza del Espíritu Santo, que ahora canta María con la Iglesia en su “Magníficat” (cfr. Lc 1,49.51), recuerda los textos paulinos del "kerigma" como anuncio evangélico "por la fuerza de Dios" (2Cor 13,4), que indican la debilidad del instrumento humano levantado por la fuerza de la resurrección de Cristo. El programa pastoral de una “nueva evangelización”, para anunciar el “kerigma” de Cristo muerto y resucitado, necesita un proceso de formación por el camino de la humildad, pobreza y amor del mismo Cristo. La acción del Espíritu Santo, en todo período histórico de evangelización, requiere la actitud humilde y confiada de instrumentos dóciles. La Iglesia apoya su confianza en la "humillación" o "anonadamiento" de Cristo (Fil 2,7) y de María (cfr. Lc 1,48). El itinerario formativo para la oración mariana tiene estas características: humildad, confianza, entrega.

Una Iglesia que camina en el “gozo de la esperanza” (Rom 12,12), aprende este gozo pascual (evangelizador) participando en la misma “espada” (Lc 2,35) o corriendo la misma suerte de Cristo como María. Dios "ha hecho cosas grandes" en ella (Lc 1,49), porque ha mostrado en ella que los "pobres" son "bienaventurados". Lo que Dios ha hecho en María, es para el bien de todas las generaciones.33

La fuerza de la resurrección de Cristo es la fuerza de la nueva acción del Espíritu Santo, anticipada en María como personificación de la Iglesia también asociada a Cristo Redentor.

El “Magníficat” es una escuela para adentrarse en los contenidos “mesiánicos” de los salmos: la historia de salvación tiene su centro en Cristo, “luz de las gentes” (Lc 2,32); con María reconocemos la salvación misericordiosa de Dios para “todas las generaciones" (Lc 2,48). Cuando la Iglesia ora los salmos, se siente inmersa en el espíritu del “Magníficat”. Se puede afirmar que en él están todos los contenidos básicos de los salmos, iluminados con el Misterio de la Encarnación.

La Iglesia se llena de gozo salvífico al cantar con María que en Cristo (el Emmanuel, Dios con nosotros) ya se han cumplido todas las promesa. Él es el único Salvador (Lc 1,47) porque es el santo (Lc 1,49), el poderoso (Lc 1,49.51), el misericordioso (Lc 1,54), amante y cercano a los pobres (Lc 1,52-53), siempre fiel a sus promesas (Lc 1,55).34

33 J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica: Estudios Marianos 19 (1945) 31-43.

34 Además del cántico de Ana (1Sam 2,1-10), hay que recordar otros himnos del Antiguo Testamento que tienen expresiones parecidas a las del “Magníficat”: Hab 3,18-19 (Lc 1,46); Gen 30,13 y Cant 6,9 (Lc 1,48); Deut 26,7; Is 41,8 y Sal 98, 3 (Lc 1,54); Miq 7,20 y Gen 17,7 (Lc 1,55), etc. Ver: A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testamet, en: Maria, (Paris, Beauchesne 1961) VI, 38-39.

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No se acertaría a plasmar la propia vida y toda la acción pastoral en el “Magníficat”, sin adoptar la actitud contemplativa de María, recibiendo las palabras del Señor en lo más hondo del corazón (cfr. Lc 2,19.51). La capacidad contemplativa de María, imitada por la Iglesia, se convierte en capacidad de anuncio y de misión.

El hecho de “gracia”, de que el “Magníficat” ha sido y sigue siendo “orado” por todas las generaciones, hace que la fe de la Iglesia se actualice como “conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). Con María, la Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación.35

La Iglesia “orante” se hace solidaria de los gozos y esperanzas de toda la humanidad (cfr. GS 1) como "sacramento universal de salvación" (LG 48). En este caminar, encuentra a María que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza" (LG 68).

Una Iglesia “orante” y contemplativa, viviendo la realidad de la presencia e intercesión de María, contempla a la “Virgen orante”, "a la luz del Verbo hecho hombre" y "llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja más a su Esposo" (LG 65).

El itinerario formativo de la oración mariana hace a la iglesia misionera y madre: "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la Palabra de Dios aceptada con fidelidad... Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).

CONCLUSIÓN

La pastoral mariana de la oración se concreta en una pastoral comprometida en el campo de la vocación, perfección, comunión y misión. Las circunstancias eclesiales en las coordenadas de geografía y de historia, indican la urgencia de una Nueva Evangelización, donde el evangelio se viva, celebre y anuncie con autenticidad, siguiendo las expresiones culturales y las necesidades sociológicas del momento.

La presencia activa y materna de María en una comunidad que ora, hará posible la construcción de comunidades que sean auténticas "escuelas de oración" (NMi 33).

Hemos expuesto en el presente estudio la oración mariana como nota esencial de la oración cristiana en su dimensión pastoral. Como consecuencia, se ha indicado la necesidad de formar personas y comunidades de oración con impronta mariana. Nos ha servido de pauta la nota constate en la historia de la Iglesia, de hacer referencia a la

35 Cfr. H. LECLERQ, Magnificat, en: Dict. Arch. Chrét. et Lit., X, 1, 1125-1129. Al menos desde el siglo IV, la salmodia recitada por la Iglesia incluye el “Magníficat”.

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oración con María y a María, aludiendo especialmente al hecho de la primera comunidad cristiana reunida “en sintonía de oración con María la Madre de Jesús” (Hech 1,14).

En el itinerario de formación que hemos propuesto, destacan los contenidos del “Magníficat”. Un paso muy concreto sería la programación de este itinerario formativo de personas y comunidades, según el proceso de la “Lectio Divina”, cuyo contenido es profundamente mariano (cfr. Lc 2,19.51) y se relaciona con la actitud del “discípulo amado” de reclinar su cabeza sobre el pecho de Jesús y de recibir a María como Madre.36

36 Esta dimensión contemplativa y mariana es la que ya señalaba Orígenes (+254): “Posar la cabeza sobre el pecho de Jesús y recibir a María como Madre" (Comentario al evangelio de Juan, 1,6: PG 14, 31). Citado en Redemptoris Mater n.23, n.47. He estudiado y propuesto un itinerario de “Lectio Divina” en dimensión mariana: La palabra de Dios en el corazón de María y de la Iglesia, Scripta de Maria (2011) 235-262. Ese estudio una invitación a profundizar en este tema de gran importancia para la “Nueva Evangelización”: formar personas y comunidades que presenten la peculiaridad cristiana de la experiencia de Dios y del encuentro con Cristo Resucitado (con María, figura de la Iglesia).