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 Después de ser por un siglo uno de los baluartes del pensamiento liberal estadounidense, The New Republic   ha muerto. Seguirá apareciendo, pero sin vida. En su última colaboración, su ex editor literario explica por qué la discusión de ideas es más necesaria que nunca. La razón  y la Repú b l ica de la Opinión LETRAS LIBRES ENERO 2015 32 LEON WIESELTIER Ilustració n: LETRAS LIBRES / Vicente Martí 

Wieseltier La Razón y La República de La Opinión

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  • Despus de ser por un siglo uno de los baluartes del pensamiento liberal estadounidense, The New Republic

    ha muerto. Seguir apareciendo, pero sin vida. En su ltima colaboracin, su ex editor literario

    explica por qu la discusin de ideas es ms necesaria que nunca.

    La razn y la Repblica de la Opinin

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    LEON WIESELTIER

    Ilustracin: LETRAS LIBRES / Vicente Mart

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    en este periodo [...] de naufra-gio y ruina, la nica fuerza que puede salvar, curar y enrique-cer es la del pensamiento claro e inteligente, escribieron los editores de TheNewRepublicen 1915, dentro de una carta pro-mocional dirigida a sus prime-ros suscriptores para exponer

    de nuevo los propsitos generales de la publicacin. Hay personas que prefieren el pensamiento apasionado al claro y el pensamiento fiel al estricto, que desconfan del pensa-miento en general y prefieren la sinceridad irrefutable del corazn individual y colectivo. Hay personas que conside-ran el pensamiento segn la concepcin, al menos, de los editores antes mencionados y de la razn pblica de la que ahora hablan los filsofos como la actividad de una lite. Y aunque su recelo esconde cierta verdad sociolgica, el origen social de una idea no dice nada sobre su valor. (La adversidad puede hacernos prudentes, pero no listos.) Sin embargo, el ideal de un pensamiento claro e inteligente, despojado de su desdn e indiferencia hacia las dimensio-nes no racionales de la vida humana, merece ser defendi-do. No tenemos que ser una nacin de intelectuales, pero no debemos ser una nacin de idiotas.

    La tarea no consiste en intelectualizar a la humanidad, sino en humanizar a la intelectualidad. Para ello, debe revisarse el prestigio cultural de la razn. La razn es una bsque-da intensamente romntica, en especial si uno encuentra romntico el conflicto. Las victorias de la razn casi nunca son indiscutibles; est rodeada de insensatez, la cual siem-pre es ms popular. La razn es la resistencia tenaz, la lm-para que parpadea en la tiniebla, la que siempre lleva todas las de perder, la conocedora estoica del fracaso, la derrota-da que se limpia el polvo y pelea un da ms. Si, como afir-man sus enemigos, la razn anhela controlar, dicho anhelo es ftil. La mafia antirracionalista del pensamiento con-temporneo puede estar tranquila: la razn jams llegar a gobernar. Ni de lejos. Alguna vez Thomas Mann comen-t, oponindose a Nietzsche, que el mundo no ha padecido todava un exceso de razn. Y eso que nunca estuvo online!

    Si el mundo fuera racional, prescindiramos del racio- nalismo.

    Los sentimientos pueden ser un alivio a la razn, pero en dnde est el alivio a los sentimientos?

    Una de las acusaciones ms absurdas que se le han hecho a la razn es su autoritarismo. Los intelectuales marxistas de la posguerra, que vincularon la razn a la razn instru-mental y esta al autoritarismo, ayudaron a perpetuar dicho infundio. La tirana no tiene nada de racional: es estpida y rabiosa. Su racionalidad o sea, su coherencia interna y su capacidad de funcionamiento no equivale a la razn. Al contrario, la razn desenmascara a la racionalidad y mues-tra lo que realmente es. Ms importante an: la raciona-lidad, en esencia, es antiautoritaria porque una discusin

    racional nunca se termina. (Mientras que nada acaba una charla de manera ms brusca que una emocin.) Por eso los pensadores modernos siguen conversando con los anti-guos. Por eso la ciencia no tiene fin. Las nuevas objeciones y los nuevos descubrimientos siempre son bienvenidos. En la guerra que contra la razn lleva a cabo mucha de la filo-sofa moderna, uno de los trucos ms ingeniosos consiste en plantear el rigor racional, su insistencia sobre lo impor-tante que resulta indagar en la verdad y la mentira, como algo que desalienta el pensamiento. Pero lo que sucede es lo contrario. Qu puede ser ms alentador para el pen-samiento que creer en la posibilidad del progreso intelec-tual? Esta es una reunin a la que todas las mentes han sido invitadas. Tan solo deben estar de acuerdo en comportar-se como tales. Las mentes no deberan, en principio, com-portarse como los corazones.

    La razn aterra a algunos, pero nunca es tan terrorfica como su contrario.

    El Dios de mi corazn es el Dios de mi mente, escri-bi Hermann Cohen. Por ahora dejemos a Dios a un lado nunca he sabido bien cmo leer esa frase. La unin que ensalza parece eliminar los beneficios de nuestra multipli-cidad. Habr querido decir que la mente es como el cora-zn o que el corazn es como la mente? En cualquier caso, Cohen hizo una amputacin.

    El uso de la razn en asuntos pblicos se confunde, a veces, con la tecnocracia. Sin embargo, no existen tecncratas de los principios bsicos ni especialistas en lo que hay que creer. Algunos, claro est, se tienen a s mismos como tales expertos, pero se les concede demasiada autoridad. El buen juicio no puede prescribirse ni subcontratarse. No hay panel de especialistas en la verdad y el bien. La responsabilidad de una creencia recae de manera equitativa en todos noso-tros. La bsqueda de valores, y de lo que los sustenta, no tiene reglas escritas: puede llevar a un individuo sensible a los libros, las pelculas, los viajes, la participacin, la charla, la amistad y el amor, mientras en l se desarrolla un largo trabajo de dilucidacin mental. Un sentido de lo provisorio sobre nuestra visin del mundo es, generalmente, signo de honradez intelectual: la mayora de las convicciones tiene lugar en el vasto y fro espacio que hay entre la perfecta oscuridad y la perfecta certeza. Los individuos sensibles estn condenados a una existencia llena de correcciones y amplificaciones, ambas analticas y empricas, donde los saltos de fe a la William James son las indulgencias egos-tas de las mentalidades impacientes. Una mente abierta no es una mente vaca.

    Hay muchas preguntas que exigen expertos en la mate-ria, pero eso no soluciona nada; por el contrario, genera expertos en disputa. A veces, el desacuerdo es sincero; a veces, no. Discrepar de un consenso cientfico o acadmi-co no refleja, en ocasiones, ms que la duda que intereses poderosos siembran astutamente para su propio beneficio. (Donde hay expertos, tambin hay pseudoexpertos.) Pero

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    el trabajo de los cientficos naturales y sociales jams exi-mir al ciudadano comn de su obligacin de establecer las bases para un punto de vista. Nos corresponde a noso-tros, los que no somos economistas o bilogos o meteor-logos, tomar partido. Debemos hacerlo por aquello que no podemos verificar a solas.

    Con qu autoridad escogemos entre distintas autorida-des? Pese a ello, una sociedad abierta est cimentada en la fe que se tiene en esa misma eleccin. La confianza que una sociedad abierta deposita en los intelectos de sus ciu-dadanos es asombrosa. Alguna vez esa confianza ha sido justificada por completo?

    Morton Feldman sostuvo alguna vez una encendida discu-sin con Stefan Wolpe sobre los fines del arte. El vanguardista Feldman defenda una idea del arte centrado en la bsqueda de la belleza, mientras que el marxista Wolpe insista en que el arte era para el pueblo. Para el hombre de la calle, para el tipo que est ah, dijo Wolpe mientras sealaba desde la ventana de su austero estudio en Greenwich Village a un transente que esperaba cruzar la esquina. Cuando ambos miraron con ms detenimiento, se dieron cuenta de que esa figura al azar que representaba al pueblo era Jackson Pollock. Una historia divertida, salvo porque el sueo de un debate democrtico se le parece mucho.

    Aqu la versin que Mill tiene de ese sueo: permitir que el hombre comn alcance la estatura mental de la que es capaz. El igualitarismo del intelecto! El objetivo de la libertad de pensamiento, sostena Mill, no es solo, o en general, formar grandes pensadores, sino crear personas intelectualmente activas.

    Personas intelectualmente activas. Es esto idealismo o una alucinacin?

    Una democracia impone una responsabilidad intelectual extraordinaria sobre las personas comunes. Al final, nues-tro sistema est determinado por lo que piensa la ciudada-na. Este hecho es emocionante y, a un tiempo, aterrador.

    Un miembro irreflexivo de una democracia es un miembro que no cumple con su deber. El antiintelectualismo es una de las caractersticas habituales del populismo, pero en ese sentido constituye una ofensa contra las personas porque niega sus capacidades mentales y limita sus acciones men-tales. El antiintelectualismo siempre es pseudodemocrti-co. Al consagrar prejuicios y dogmas, priva al ciudadano de su rigurosa y pertinente labor.

    Cul fue el logro de la democracia? Entre otras cosas, el triunfo de la opinin. Nos regimos por lo que pensamos. Acaso est mal tener opiniones propias? La democracia cuenta con que existan opiniones propias. Pero el triun-fo de la opinin fue un arma de doble filo o, al menos, un riesgo enorme. Despus de todo, la opinin puede mani-pularse fcilmente. En 1920, Walter Lippmann escribi de manera elogiosa sobre la fabricacin del consenso frase

    que se volvi famosa dos aos despus gracias a su libro Laopininpblica, pero para nosotros la frase es infame y un tanto siniestra. Por este motivo, nada resulta ms importan-te para el funcionamiento de un orden democrtico que sus mtodos de formacin de opinin. De nuevo Lippmann: El problema bsico de la democracia consiste en proteger sus fuentes de opinin. Todo lo dems depende de ello. Sin una proteccin contra la propaganda, sin estndares de prueba ni criterios de jerarquizacin, la sustancia viva de toda decisin popular est expuesta a cualquier tipo de pre-juicios y a una explotacin sin fin.

    La veleidad de la opinin pblica, incluso en torno a los asuntos ms cruciales del momento y en tanto gua para hacer poltica, debera desesperar a los gobernantes. Pero, cmo podra desesperarlos aquello a lo que deben respon-der? Su error consiste en olvidar que pueden influir sobre dicha opinin. Ms que una volubilidad colectiva, el carc-ter dinmico de la opinin pblica es una oportunidad de persuadir. El liderazgo intelectual es un elemento determi-nante del liderazgo poltico.

    Cul es la diferencia entre una opinin y una conviccin? Podra decirse que una conviccin es una opinin razonada. Uno de los objetivos del debate pblico en una democracia debera ser el de transformar la opinin en conviccin. Hay que exigir razones, aunque muchos estadounidenses no se sientan cmodos con tal exigencia. Solo es mi opinin: esta extraa frase, que parece ofrecer una va de escape en una discusin acalorada, sugiere que insistir en la defensa de una tesis tiene algo de ilegtimo, incluso de irrespetuo-so. Sin embargo, una cosa es que las personas nos merezcan respeto y otra muy distinta que lo merezcan sus opiniones. El respeto poltico es axiomtico, pero el respeto intelec-tual debe ganarse.

    As fue como Scrates arrincon a Gorgias: Quieres, por consiguiente, que admitamos dos clases de persuasin: una que produce la conviccin sin la ciencia, y otra que pro-duce la ciencia? El sofista se viene abajo. Queda expues-to como alguien que no ofrece ms que la persuasin que hace creer. Yo no puedo dejarme persuadir por el solo hecho de que t ests convencido. Si buscas coincidir con-migo, tendrs que darme algo ms que la mera sensacin de estar en lo cierto. La intensidad de las convicciones es independiente del mrito que tengan. La gente ha dado su vida por falsas ilusiones. (Cuando se trata de nuestra gente y de nuestras ilusiones, los llamamos mrtires.)

    La pasin dice mucho sobre su materia pero poco sobre su objeto. No guarda relacin alguna con cmo se justifi-ca una conviccin.

    En aquella carta a sus suscriptores, fechada en 1915, los edi-tores de TheNewRepublic continuaban diciendo: La opi-nin dej de ser un juego de mesa, un asunto que tocar durante la comida; es una necesidad ineludible si quere-mos seguir enarbolando la bandera de la cordura en este mundo torturado. La necesidad no es menos ineludible

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    hoy, y el mundo no se encuentra menos torturado. El refi-namiento de la opinin sigue siendo una de las principa-les obligaciones de la vida intelectual estadounidense. En el nmero de TheNewRepublic que sali esa misma sema-na de noviembre, Philip Littell ahond en este propsito: Hemos intentado cultivar en nosotros y en nuestros lec-tores el hbito de analizar las opiniones, de adquirir con-ciencia sobre el pequesimo porcentaje de razonamiento y de conocimientos precisos que penetra en la mayora de ellos; en qu medida las convicciones, tal cual son alberga-das ahora mismo por sus partidarios, son un prejuicio... Esta labor especial exige una tcnica especial que estamos lejos de haber dominado, y que debemos inventar por ensayo y error a medida que avanzamos.

    No se puede alcanzar el refinamiento de la opinin sino a travs de un espritu crtico. Describir y explicar no son sufi-cientes (aunque ambos daran cuenta de gneros periods-ticos enteros). Debe llegar el momento de juzgar. Vaya da de luto para Estados Unidos cuando crtico se volvi un trmino de oprobio. En un universo sin juicio crtico, de qu sirve la admiracin?

    Viva la negatividad! Debemos aprender de nuevo a pensar negativamente. Las negativas pueden ser liberadoras y tra-bajar al servicio de cuanto se afirma. Pero la chchara tele-visiva, esa exaltacin de la simple y llana positividad, es la retrica del statu quo.

    Un temperamento polmico promueve mucho ms la agen-da de una sociedad honesta y decente que un temperamen-to propagandstico.

    Una aversin a la controversia es una aversin a la democra-cia. Ya que no todos los puntos de vista coinciden y que su validez supone grandes desafos, las personas libres debe-ran ser personas combativas. Las disputas en una sociedad abierta evidencian un extraordinario progreso filosfico y poltico. Son una prueba de nuestro progreso. Las dispu-tas no son el problema, sino la solucin.

    Nuestras peleas, son desagradables? Tal vez no tanto como no tenerlas.

    El momento ms luminoso de la historia de Estados Unidos, su verdadera fundacin, no consisti en la redaccin de su constitucin sino en el magnfico debate alrededor de su ratificacin. Las normas de la clase poltica estadouni-dense estn compuestas por los textos de los Federalistas y Antifederalistas la totalidad de la discusin. El conflicto

    sobre el carcter de la repblica fue lo que estableci su carcter: la repblica sera polmica. Fuimos diseados para el antagonismo. Jefferson detestaba la uniformidad y Madison las facciones. Las feroces controversias sobre lo que sera Estados Unidos fueron la prueba de que el pas ya era tal.

    La ferocidad es tan esencial para nuestro sistema como la civilidad. Resulta fcil ser tolerante a ideas que nos provo-can indiferencia. Toda imparcialidad constituye un triun-fo ah donde solo hay parcialidad; la objetividad conmueve porque se trata de una superacin. Aun as, esta no tiene por qu ser total. Una imparcialidad perfecta, si tal cosa es posi-ble, tiene un efecto deshumanizante. La inhumanidad no es una condicin de la responsabilidad intelectual. Aunque sea desagradable, no siempre debemos condenar la dureza de un debate amargo. La amargura puede indicar la adhe-sin a una causa, y la capacidad para tener causas debe ser siempre fomentada en la poblacin de una sociedad de consumo, que promueve satisfacciones menos diferidas y demandantes.

    Una mente lcida, un corazn comprometido, una piel dura: el equipamiento de la ciudadana. O de lo que Lippmann llamaba el ciudadano omnicompetente.

    La denuncia que Walter Lippmann hizo de nuestro inte-rs continuo se debe a la inconsistencia de su pensamiento sobre la mente en una sociedad abierta. Durante un breve periodo de intensa reflexin, enunci los estados de nimo de los demcratas: la euforia y la duda. Tena fe en el ciu-dadano omnicompetente, en cuyo poder de razonamien-to y madurez para la percepcin democrtica poda confiar. Luego anunci que abandonaba la teora del ciudadano omnicompetente, la ficcin inadmisible e inviable de que cada uno de nosotros debe formular una opinin autorizada sobre todos los asuntos pblicos, promoviendo, en cambio, la competencia de los expertos porque los datos esencia-les eludirn cada vez ms al votante y al administrador. Despus declar que, pese a todo, es necesario vivir como si la buena voluntad funcionara. No podemos demostrar que as sea en todos los casos, ni tampoco el por qu la inquina, la intolerancia, la sospecha, el fanatismo, el ocultamiento, el temor y la mentira son los siete pecados mortales come-tidos contra la opinin pblica. Solo podemos insistir en el hecho de que no tendrn cabida si apelamos a la razn y de que, a largo plazo, constituyen un veneno. Si tomamos pos-tura desde un punto de vista sobre el mundo que perdure ms all de nuestros propios dilemas y existencias, podemos cultivar un saludable prejuicio contra ambos. Quin que

    Si alguna vez la poltica fue un modelo a seguir para el comercio, ahora el comercio lo es para la poltica.

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    viva en nuestra democracia actual, en medio de sus subli-midades y estupideces, no ha experimentado estos altibajos?

    Un prejuicio contra la razn! O un prejuicio contra la revi-sin crtica de los prejuicios que, por supuesto, no puede quedar exenta de s misma. El rasgo ms atractivo de la razn es su tica de autognosis.

    La introspeccin es la anttesis de la introversin: respon-de a una autoridad ms alta que el ser o la tribu. Ms alta que yo, que nosotros.

    Los ciudadanos no son los nicos que se preguntan acer-ca de la opinin. Tambin lo hacen los mercadlogos. Aborrecemos la propaganda? Acaso no vivimos con ella y nos subyuga todo el tiempo? La llamamos publicidad, que es la propaganda del mercado. Solo a un idiota lo indig-nara un ardid publicitario. Las ventas funcionan porque encubren hechos y fallas, y ello se aplica tanto para polti-cos como para productos; se disparan gracias a nuestra cre-dulidad. (Pensar es lo opuesto a comprar.) La maleabilidad de la opinin pblica es una parte de su modelo de nego-cios. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre el estudio de opinin de un mercadlogo y el de un ciuda-dano. Para el mercado solo importa lo que funciona. En los asuntos pblicos, en cambio, rechazamos muchas cosas que podran funcionar porque tergiversan ciertos principios. Qu latosos pueden ser los escrpulos empricos y ticos! A diferencia del vendedor, el ciudadano necesita certificar no solo la eficacia de un punto de vista, sino su relacin con la verdad y la bondad. Nada menos.

    Unos aos despus de que Walter Lippmann planteara su escepticismo mandarn sobre la confianza que una sociedad progresista deposita en las mentes caprichosas de las masas, su admirador Edward Bernays escribi uno de los libros ms iluminadores y escalofriantes del siglo xx estadounidense. Su ttulo es Propaganda, a la que alab. La manipulacin cons-ciente e inteligente de los hbitos y opiniones organizados de las masas dice al comienzo es un elemento de impor-tancia en la sociedad democrtica. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro pas. Bernays escriba con admiracin hacia estos gobernantes invisibles. Y continuaba diciendo: En teora, cada ciudadano decide sobre cuestiones pblicas y asuntos que conciernen a su conducta privada. En la prctica, si todos los hombres tuvieran que estudiar por sus propios medios los intrincados datos econmicos, polticos y ticos presen-tes en cada asunto, les resultara imposible llegar a alguna conclusin sobre cualquier materia. Hemos permitido de buen grado que un gobierno invisible filtre los datos y resal-te los asuntos ms destacados de modo que nuestro campo de eleccin quede reducido a proporciones prcticas. Bernays prosigui con el diseo de diversas tcnicas para el funciona-miento del gobierno invisible y, como resultado de una larga y pintoresca trayectoria, lleg a ser conocido como el padre de las relaciones pblicas. No observ diferencias significa-tivas entre la poltica y el comercio, y urgi al comercio a ser

    tan astuto en sus estrategias egostas como la poltica. En la poca de Bernays, o al menos de eso se quejaba, las empresas iban a la zaga de los polticos en cuanto a corrupcin. Muy pronto los alcanzaron. (Propaganda ha sido redescubierto en la China contempornea, donde se ajusta a su deslumbrante y macabro experimento de capitalismo autoritario.)

    Si alguna vez la poltica fue un modelo a seguir para el comercio, ahora el comercio lo es para la poltica. Los votan-tes, por lo general, son vistos como consumidores. En efec-to: el consumidor se ha convertido en el actor decisivo por antonomasia de nuestro tiempo. Pero es la decisin del consumidor realmente igual que la de un votante? Votar por un presidente no es lo mismo que escoger unos panta-lones caquis. Es este un ejemplo ms del abuso economi-cista, de la anulacin de las diferencias en aras de vender.

    Bernays crea sinceramente que su gobierno invisible era compatible con un gobierno democrtico. No esta-mos en desacuerdo. Tan solo exigimos transparencia: el mecanismo oculto debera poder verse. Aborrecemos la

    invisibilidad, no la manipulacin. La economa conduc-tual es la nueva ciencia de la manipulacin sin ambages.

    El enfoque comercial sobre cosas no comerciales es una forma socialmente aceptada de cinismo.

    La ampliacin imperialista del concepto espritu empren-dedor en actividades y vocaciones que no pueden comprenderse cabalmente en trminos materiales o mone-tarios, es uno de los errores caractersticos de una sociedad que, como la nuestra, rinde culto a la riqueza. Un pensa-dor no es un emprendedor de ideas. Un escritor no es un emprendedor de palabras. Un pintor no es un emprende-dor de imgenes. Un repostero no es un emprendedor de postres. Traducir las expresiones humanas al vocabula-rio de los negocios restringe el conocimiento y daa la cultura.

    La confianza democrtica en la competencia intelectual de las personas comunes y corrientes se ve fcilmente

    El antiintelectualismo es pseudodemocrtico. Al consagrar prejuicios y dogmas, priva al ciudadano de su rigurosa y pertinente labor.

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    defraudada por los espectculos que protagonizan esas mismas personas. Actualmente muchas de esas personas parecen antologas andantes de influencias electrnicas. Estn hechas de referencias y marcas; felices se etique-tan a s mismas en una lamentable aplicacin de otra cate-gora mercantil en el terreno de la identidad personal. Es una ley de hierro de la historia meditica: cuanto mayor el alcance, mayor la conformidad. (En el discurso canni-co sobre internet, tales conformidades llevan el mote eufe-mstico de comunidades.) Esta, desde luego, es una vieja historia: nunca hubo ni habr una nacin de autnticos librepensadores. Antes describamos el problema como la tirana de la sociedad sobre el individuo. Los medios digi-tales aceleraron dicho problema, tal y como han hecho con todo lo dems. Tambin abrieron un enorme espacio sin precedentes para la discusin y la diseminacin informa-tivas. Si vivir online es una forma de participacin demo-crtica, nunca le ha ido mejor a la democracia como ahora. (Invntese la escritura y la democracia ser inevitable, proclam Carlyle.) Internet es, sin lugar a dudas, el ms grande experimento realizado en masa sobre la comuni-cacin significativa. Pero, como toda revolucin, la digital prefiere ignorar sus continuidades con respecto a aquello que la precedi. Por ejemplo: la pregunta por la calidad del pensamiento en las nuevas plataformas no es distinta a la de la calidad del pensamiento en las tradicionales. Las men-tiras y los errores deben seguir siendo admitidos y rebati-dos, en gran medida porque ahora viajan ms lejos. Nadie escapa del juicio individual.

    Est, por un lado, la teora de la razn pblica y, por otro, su prctica. Quiz el hecho ms notable de nuestro discurso poltico actual consista en el escaso parecido que la segunda guarda con la primera. Es la razn pblica lo que vemos por internet o televisin por cable? En algunos casos, s: hay islas rebeldes de enorme seriedad, donde nada se esta-blece sin previa discusin y la excelencia de los argumen-tos importa tanto como la de los chistes. En cualquier caso, es absurdo considerar los medios de comunicacin como el sueo cumplido del debate democrtico. Para efectos del pensamiento crtico, los medios de comunicacin deben ser combatidos e, incluso, despreciados.

    Baudelaire seal en alguna ocasin que se puede apren-der mucho de un peridico si se lee con suficiente desdn.

    Hoy en da el signo de un hombre honesto es que est harto de los medios de comunicacin.

    Para los escritores y pensadores, resulta indigno aceptar que su produccin sea descrita como contenido. Este es otro trmino que lleg a la cultura luego de cruzar ile-galmente la frontera del comercio. El contenido carece de contenido. Se trata solamente del nuevo nombre que los medios de comunicacin le han puesto a la mercan-ca. El extenuante trabajo de la persuasin pblica no se puede moldear de acuerdo a las necesidades del merca-do, sino del argumento. Si permitimos que la bsqueda de ganancias deforme los argumentos presentados ante el

    pblico para trivializarlos y por consiguiente venderlos con mayor facilidad, entonces la poltica se ver desfigu-rada por la economa.

    No todo lo que se vende se hizo nicamente para ser vendido.

    De la filosofa al periodismo, la vida de las ideas se vive, en parte, por las ideas mismas o sea, por el bien de com-prender las cosas. Hay ideas que son desarrolladas y apo-yadas por su impacto en las cosas, por sus consecuencias, porque traern cambios. Sin embargo, las ideas traen cam-bios? Son causas de una conducta individual o grupal? La tradicin materialista del pensamiento moderno, en par-ticular la doctrina marxista, rechaz que las ideas desempe-aran un papel tan formativo. El rechazo al planteamiento de que las ideas son causas histricas y deben tomarse al pie de la letra por poseer una sustancia abiertamente reco-nocida, antes que ser vistas como expresiones de fuerzas ms fundamentales que abstractas; ese rechazo, digo, tam-bin fue compartido por algunos opositores al marxismo, en particular el historiador ingls Lewis Namier, quien pint un srdido retrato de la poltica en donde sus lde-res ocultaban intereses venales bajo el vocabulario edifi-cante pero epifenomenal de los principios. En su versin de la poltica, detallada en sus famosos estudios sobre el Parlamento ingls durante el siglo xviii, las motivaciones para la accin fueron sueos de mandato y poder, y nada ms: los hombres entraban [a la poltica] para destacar-se y ya no soaban con una curul en el Parlamento para beneficiar a la humanidad, tal y como un nio suea con un pastel de cumpleaos que los dems puedan comer. (El propio Namier era un hombre de profundas convic-ciones, en nada parecido a los arribistas que retrat.) Otros estudiosos del pasado y el presente de la conducta poltica han sostenido, por el contrario, que los principios no solo son mscaras para las motivaciones y que realmente gene-ran acontecimientos. Por desgracia, la conducta de los pol-ticos actuales sienta las bases para ambos puntos de vista.

    La inviabilidad de una idea sobre poltica y sociedad puede, con toda razn, ser usada en su contra. Una teora de la jus-ticia debera desempear un papel, por lejano y eventual que sea, en la correccin de la injusticia. Sin embargo, la utilidad que exigimos debidamente a ciertas ideas no puede exigrsele a todas. Un poema puede transformar a un hom-bre sin demandarle la implementacin o traduccin de un determinado programa. Transformaciones que son reales sin ser prcticas: esas son las hazaas de las humanidades, donde las ideas no tienen un valor en efectivo segn la repulsiva frase de William James y, no obstante, se persi-guen a cualquier precio.

    Cuando las ideas alcanzan un altsimo nivel, pueden ser aceptadas fcilmente por personas ocupadas y prcticas, escribi Saul Bellow en 1963. Por qu no? Lo sublime nunca le hizo dao a nadie. Quiz lo dijera de un modo sumamente informal, pero estaba en lo cierto. Lo subli-me, a diferencia de la utilidad, nunca le hizo dao a nadie.

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    Hasta las personas que viven sin participar del medio inte-lectual viven en un clima intelectual. Nunca deja de haber ideas. Estas se encuentran por doquier. Todos las experi-mentan. Preocuparse por la condicin intelectual de una sociedad es tanto como hacerlo por el medio ambiente, como la inquietud que nos provoca la atmsfera y el dao que se le ha infligido.

    Y si las ideas no fueran el coto de una lite, sino la cosa ms comn y democrtica? Cmo podra ser de otra forma con seres capaces de interpretarse a s mismos? Las ideas son el derecho inalienable de estos seres.

    En los aos cincuenta del siglo pasado, un crtico brome diciendo que un intelectual es aquel que lleva un portafo-lio. Podramos actualizar el chiste y decir que un intelec-tual es aquel que lleva una computadora porttil. Tarde o temprano, los contenidos del portafolio y de la computa-dora porttil deben formar parte del anlisis. Nadie mutila tanto la vida intelectual como los intelectuales.

    Una sociedad abierta falsifica el antiintelectualismo de los materialistas histricos. Incluso si una accin se realiza sin escrpulos, deber justificarse como sea y buscar legitimi-dad ante los dems; tal justificacin puede llevarse a cabo, y esa legitimidad alcanzarse, solo mediante ideas y en tr-minos de valores. Todo aquello que, para su xito, necesi-te del apoyo de la sociedad y que dependa del beneplcito de la opinin pblica, deber validarse apelando a algn consenso de significados. Deber, tambin, demostrar su

    viabilidad moral y cultural, sobre todo si se presenta como una desviacin de las formas vigentes. El recurso de las ideas es inevitable y hasta estratgico. Una democracia con-vierte a los cnicos en hipcritas.

    Jams debemos abandonar una discusin sealando su cinismo. Aun si revelamos los motivos, debemos rebatir las razones.

    Quentin Skinner demostr hace algunos aos la inaliena-bilidad de las ideas que provienen de la vida pblica, en una glosa brillante de la tesis de Max Weber sobre cmo el capitalismo temprano adopt la teologa calvinista. Los nuevos capitalistas, ejemplo de lo que Skinner denomina idelogos innovadores, tuvieron que justificar sus nue-vas prcticas comerciales ante las acusaciones de que eran avariciosos y poco cristianos, utilizando, segn observa l mismo, el lenguaje de la moral vigente para legitimar un estilo discutible de vida. Ello les exigi recurrir a valores y palabras tradicionales, y reinterpretarlos. As fue como la palabra ambicin comenz a adquirir el prestigio cultu-ral de que ahora goza. Se ampli la palabra religiosamen-te para significar diligencia y meticulosidad. (Como en la frase: Leo religiosamente la edicin impresa de TheNewRepublic.) Skinner concluye diciendo que cualquier pro-cedimiento se ver limitado al punto de ya no ser legtimo. Cualquier principio que ayude a legitimar un determina-do procedimiento ser, por tanto, una de las condiciones propicias para llevarlo a cabo.

    Una reivindicacin social solo puede lograrse mediante las ideas, presentando o tergiversando los intereses propios como un bien social. Sin embargo, reivindicar un bien social implica tener un concepto de sociedad y otro de bienestar. En una sociedad que traza su rumbo por obra de la per-suasin, no hay otra forma de convencer a alguien de que mi beneficio tambin es el suyo si lo que busco, claro, es que alguien respalde dicho beneficio. Por eso, la avaricia y la hostilidad estn equipados con ideologa, y los odios engendran filosofas de la historia.

    Los dictadores utilizan a los intelectuales pero, a fin de cuentas, les tienen miedo. Viven aterrados de que sus men-tirosos a sueldo se atrevan, un buen da, a decir la verdad. Por consiguiente, tarde o temprano los destruyen.

    Un orden justo es un orden en el que la verdad no requie-re de valenta.

    No subestimemos al sinsentido: llega al poder y asesina a millones, progresa si somos lo demasiado exquisitos e intelectualmente respetables como para que nos inquiete.

    Ideas o intereses? Las ideas sonintereses, los de todos aque-llos que desean vivir como gente libre y desengaada. ~

    TraduccindeHernnBravoVarela.Publicadooriginalmenteenlaedicin

    deaniversariodeThe New Republic.