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XII PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Vicente Franco Rivero pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 26 de marzo de 1994 Sábado de Pasión

XII PREGÓN DEL CARGADOR

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 26 de marzo de 1994 Sábado de Pasión a cargo de D. Vicente Franco Rivero

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XII PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Vicente Franco Rivero

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

26 de marzo de 1994 Sábado de Pasión

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A la Semana Santa de San Fernando

Vicente Franco Rivero

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. Manuel Muñoz Rivero Ilustrísimo Señor Alcalde: Señor representante del Consejo Local de Hermandades y Cofradías: Señor presidente, Junta Rectora y Socios de la Asociación Jóvenes Cargadores Cofrades: Señores y Señores:

Con las Inquietudes propias de sábado de Pasión; a escasa horas de un nuevo domingo en que la ciudad derrame sobre sus calles la cera del Infinito amor a Cristo, y el perfume del incienso invada nuestros sentidos cerca de la noche de prometedores sueños de “levantás” igualadas con andares cortos y alas bandas al mando de capataces que mueven corazones, venimos hoy aquí a lo que ya parece una cita obligada, antes de amarrar y enfajarse para proclamar quien es el Camino, la Verdad y la Vida.

Y este año le ha tocado el honor de llevar la Voz, al que podríamos considerar

el más Joven Pregonero Cargador Cofrade de la corta historia de esta proclama.

Hace exactamente un año y seis días, el que os hablará en breves momentos, en este mismo escenario, presentaba a es humilde aprendiz de cofrade en el Pregón de la Juventud Cofrade, organizado por la Hermandad Sacramental de la Misericordia. Emocionante aquel día para mí, por su presentación al sentir el gran afecto que hacia mi persona dejaban ver sus palabras, a todas luces inmerecidas. Y desde que finalizó su intervención aquel día muchos de los que le escuchamos sabíamos que nuestro pregonero pronto iba a adquirir este titulo. ¡ Y fíjate Vicente lo poco que ha tardado en llegar este día!

Por este motivo cuando me propuso ser su presentador en esta XII Edición del Pregón del Cargador no dudé en aceptar, pues además de un honor y un placer, en cierto modo se lo debía, no podía negarme y vi en ello una oportunidad única para demostrarle mi amistad.

Y sobre todo, porque además de los lazos familiares, que nos unen hay otra unión mas fuerte, mantenida por “El que todo lo puede”: el amor a Nuestro Padre Jesús de los Afligidos y a María Santísima de la Amargura.

Esta unión hace que todos los Lunes Santos, él bajo los palos y yo bajo el antifaz, realicemos la Salida Penitencial en la Hermandad que de una u otra forma nos vio nacer, y que Vicente lleva siempre presente, ya que su tío-abuelo, el inolvidable Padre José María Franco, fue fundador de esta cofradía de los Estudiantes, semillero de cofrades que visten su túnica por primera vez.

Y en esta Hermandad comenzó nuestro pregonero su andadura cofrade ingresando en su Grupo Joven a la reglamentaría edad de 14 años, recuerdo su primera reunión en el almacén de la calle San Ignacio donde llegó, como llegan todos los jóvenes por primera vez, con la cara agachada, tímido, nervioso.

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Podríamos decir que Vicente empezó a derrochar alegría, humos y amistad, bajo las vigas del rectangular “guarda paso”, amén de subir y bajar escalera con lo brazos cargados de pan duro y periódicos. En la Hermandad, Vicente llegó a convertirse de alguna manera en un conocedor de la Liturgia, ya que acudió junto a unos cursos organizados por nuestra Diócesis. Estos tres día de convivencia en Cádiz le sirvieron al pregonero para aplicar lo aprendido a la Hermandad y, a su vez, ser llamado por otras Hermandades para dar unas charlas a los jóvenes sobre el significado y la puesta en practica de la difícil asignatura litúrgica.

Poco duró su estancia en el Grupo Joven de su Hermandad pues al finalizar los estudios de Orientación universitaria marchó a la hermosa ciudad de Granada, para comenzar los de Ciencias Políticas. Y los que le conocemos, sabemos que no podía venirle mejor esta especialidad.

Nuestro pregonero tiene un trozo de su corazón reservado a una persona que dedicó si vida a la enseñanza, su maestro de lecciones magistrales que nunca se olvidan. Su abuelo, Don Raimundo Rivero transmitió a Vicente su saber estar, la esperanza para los mas necesitados, el cariño para el que no lo tiene, el amor ala institución familiar, la afición por la música y la fe, la fe en el Santísimo Cristo de la Expiración y en María Santísima de la Esperanza, de la Que Don Raimundo fue Hermano Mayor. Por ello nuestro amigo Vicente cambió el cíngulo verde por la faja negra, el recogimiento de la fila de hermano por el silencio bajo el paso y el cirio por la almohada, para forma parte de la cuadrilla portadora de Cristo en el último halo de vida.

Pero no podía quedarse nuestro Pregonero sin vestir la túnica nazarena. Y si

acompaña a Jesús con la Cruz a Cuesta, si acompaña a Jesús clavado en la Cruz, acompaña el Viernes Santo a Jesús en su Santo Entierro.

Dejando a un lado su semblanza cofrade, de Vicente hay que destacar su alto

grado de humanidad, su gran corazón y su elevado sentido de la amistad, lo que le hace estar siempre dispuesto a ofrecer su tiempo y sus consejos al amigo que lo necesita. Porque si algo hay que hace notar en su personalidad es que es amigo de sus amigos, entre todo y sobre todo.

Estoy seguro, Vicente, que para realizar tu Pregón habrás sentido la

inspiración de los maravillosos jardines del Generalife, pero con el pensamiento en nuestras calles y nuestras plazas. Y todo ello teniendo siempre presente a tus dos patronas: la santísima Virgen de las Angustias, patrona de Granada y Nuestra Señora del Carmen, patrona de San Fernando.

Ansiosos de escuchar su Pregón, hoy señoras y señores, nuestro cargador se

hace pregonero. Con ustedes, Vicente Franco Rivero.

HE DICHO

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a cargo de D. Vicente Franco Rivero

A ti, Señora y mi Madre. A ti, Marinera bonita, Virgen del Carmen, Señora, Gloriosa y Bendita Patrona: Yo, que he nacido en tu tierra. Yo, que he nacido en tus brazos, cuando, con egoísmo, pido que nos salves del naufragio; que nos salves de las olas, que nos libres de los odios, de las envidias, del llanto, no estoy pidiendo “pa” mi. Todo lo pido “pa” ellos: “pa” mi gente de la Isla, “pa” la gente que yo quiero, para el hombre de la mar, para el cargador artista, para el isleño orgulloso de sus cosas y sus Cristos. Y si en la petición te queda algún tiempo para mí... ...acuérdate de mi valor. Pues con vergüenza y humildad comienzo ahora un pregón para adorarte, Señora, para rezarte a la voz: Dios te salve, Reina y Madre. Dios té Salve, Marinera. Dios te ampare y nos proteja. Dios me enseñe mi camino para alabarte con voz. Que no sé ya que decirte. Que mis palabras no bastan para expresar lo que siento del amor que llevo dentro. Y que convierte el pregón en una burda oración

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en el que le pido a Dios: Me convierta en delfín en este tu mar de amor; que sirva a mi salvación, que te pida, con amor, sólo el perdón, perdón... perdón.

Con mi agradecimiento a:

Lourdes, Mari Paz y Jesús, por su mecanografía y paciencia. Chiqui... y que Dios le perdone. Manolo, presentador y amigo... a pesar de todo Y a mi madre, por su apoyo.

Dedicado a la memoria de:

D. Raimundo Rivero Romero Dignísimas Autoridades Cargadores de la Isla Señores y Señoras: Amigos todos:

A la mayor gloria de Dios, bajo el amparo de la Divina Señora y Madre de las

Angustias Coronada, patrona de la ciudad de la Alhambra. Para alivio de mis penas y temores inicio hoy el pregón, desnudo de ambiciones y de orgullos; despedido de mis egoísmos y, sobre todo, de mis sueños.

Yo soñé con ser pregonero y gritar que es lo que quiero. Quise ser grande por

un día como lo fueron los que me han antecedido en esta tribuna,... Una mirada al espejo de los folios en blanco, una sonrisa velada de mi amigo y presentador, ha bastado para bajarme el mundo de la realidad.

No soy digno de subirme a este escenario, no soy un isleño orgulloso como lo

era antaño. El sufrir bajo los palos me ha enseñado que mi sitio es el del silencio. El de ocupar un puesto, y soñar que Cristo y María, me necesitan para catequizar a mi tierra. Ni siquiera mi fe -algo que no puedo separar des ser cargador y mucho menos de ser cofrade- me sostienen ahora en esta tribuna.

Mi pregón es de silencio, es de temor. A los que esperan un gran pregón voy

a defraudarlos. Un pregón que sea de ellos, va a ser transformado por mis torpes palabras, en un pregón de alguien que se reviste de orgullo para ocultar sus temores. Vengo, más que a pregonar, a desnudarme con sinceridad para gritar que: “No puede ser pregonero el que no se puede convertir en cargador”

Ahora sólo me queda silencio. Espero que el silencio de vuestro perdón, no el

de vuestro enfado. Nadie sabía. Todos dudaban. Y el que más dudé fui yo. No podía aparecer

ante vuestros ojos como un cargador dispuesto a dar su sudor, mi alegría y mi

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pasión por la carga. Yo no soy un cargador de ese tipo, ni siquiera sabría que decir, no podría ser la voz bajo un paso, y mucho menos la de un cargador.

No podría aparecer ante vuestros ojos como alguien irritado por ver como se

pierden las costumbres de mi tierra. Sería algo ridículo. Todo se orienta en mi vida lejos de aquí y mi visión de lo que aquí ocurre se ve marcada por la pasión de la distancia, que nubla en parte la realidad de mi pueblo.

Tampoco podría parecer aquí como cofrade que fui inscrito a la Hermandad en mi nacimiento. Cierto que fui miembro de una Junta Auxiliar. Pero pronto descubrí que ser cofrade, además de ser cristiano, implica sacrificios, estudios, trabajo y nunca he tenido la fuerza ni la capacidad de luchar así.

Estoy seguro de que mi primo aquí lo ha ignorado, (...tan bueno y mentiroso

como ha sido al presentarme) ¡Gracias, Manolo, por la pasión y por tu corazón, que me guían! Tampoco puedo aparecer aquí como un cristiano. Me guía Cristo, pero mi ser cae una y otra vez en mi ignorancia. Soy un mal cristiano que traiciona con vergüenza todo el trabajo que le costó a mi madre enseñarme. Y que conste que no son posturitas hipócritas -para que se levanten hacia mí corrientes de simpatía- es simplemente desnudez de intenciones.

Mi pregón. Mi pregón esta lleno de dos cosas: de parches, que son

necesarios para cubrir de amor y pasión mi Isla, mi Semana Santa, y mis costumbres. Y también de mi fe.

En Granada, y como ultimo recurso para recordar mi Semana Santa -el olor

de los Roscos de Ruiz no llega tan lejos- solo inspirarme podía en los evangelios. Evangelios que se representan en nuestros pasos y que tengo presentes en mi memoria.

Dicen que el Reino de los Cielos es como un grano de Mostaza. En el principio es pequeño. Para crecer y hacerse un árbol hermoso donde vengan a anidar las aves, es necesario que el árbol esté fuertemente enraizado. Los hombres, al igual que los árboles, necesitan fuertes raíces para crecer. Estas, tiene que ser muy firmes; si no, la más leve brisa les hace marchitarse. La tierra de uno, como la familia y los amigos, nos afirman y sostienen.

El cargador de la Isla es como los arbustos de salinas: sólo crecen entre los

esteros. No se enraízan en otras tierras, no lo hacen en albero. Están firmes en su tierra. Llevan arriba, en la oscuridad, la Gloria y, caminan firmes en el suelo. Conocen cada adoquín y no confunden nunca las lositas de la calle Rosario con las de la calle Sierpes.

San Fernando es puerto de mar. Está acostumbrado a verlos llegar y a

pasearse orgullosos. Si la Isla no los quiere y no los alienta con criticas destempladas olvidando sus propias costumbres. La Isla sabe que el mismo “poniente de las modas” que los trajo, se los llevará.

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Nuestro papel tiene que limitarse, por lo tanto, a luchar por lo que es nuestro. Con paciencia, haciendo nuestra labor cada año mejor que el anterior, defendiendo nuestras tradiciones y costumbres.

Nuestras asociaciones tienen el deber de renovarse y de adaptarse a los

tiempos para que no surjan en nuestro propio seno los criterios que acaben con ellas. Ya que por añadidura esto significaría el fin de la forma de carga de aquí. En la renovación quizás caigan estatutos, reglamentos y algunas personas; pero es la única forma de establecer la posición de defensa de lo nuestro. Con respeto pero con firmeza, porque:

Mi pueblo, Señores, se muere. Mis costumbres me las pisan. Dicen que mi pasado es “Casa Vacía”. Mis padres aquí nacieron y los padres de mis padres y los padres de mi abuelo. Y si hay personas que piensan que nacieron sin costumbres, que no sembraron lo nuestro porque todo lo bueno de aquí, siempre ha venido de fuera. Porque dicen que en la Isla todo, todo es nuevo, y todo lo hemos copiado. Porque no pueden apreciar las cosas buenas de aquí. Yo me dirijo con fuerza, para gritarles sincero: ¡Que se marchen! ¡Que aquí no los queremos! ¡Que se vayan a otra tierra! Que se vayan a otra tierra... ...o que luchen por lo nuestro. Porque es gente de la isla, -los amargados de siempre-, los que acaban con lo nuestro: Lo que mejor conocemos, la única tierra que hace florecer rosas en los Esteros. ¡Cargadores de la Isla!: Defender siempre lo nuestro. ¡Que nos dejen crecer fuertes! ¡Que nos dejen crecer buenos para defender lo que amamos! Cañaíllas de los buenos: ¡A luchar por lo que es nuestro! A defender nuestra tierra. A enseñar lo que sabemos.

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A conocer nuestro pueblo. A defender lo que tenemos. Cargadores de la Isla: ¡A luchar por lo que es nuestro!

Como todo joven soy por principio inconformista: si algo no me gusta lucho

por cambiarlo. Y señalo que este mundo no me gusta.

Como el viejo sabio, al principio oraba y esperaba que Dios revolucionase la sociedad. Luego trabajaba para revolucionar, con mis limitadas fuerzas, el mundillo que me rodeaba. Y, al final, he acabado pidiendo que el mundo no me cambiase.

En mi idealismo deseaba tener edad para mejorar el mundo -me dolían los gritos de los que sufrían y clamaba por la justicia-. Mi mundo, en verdad, era un mundo de ensueño: sencillo, que fuese directo al corazón, con ritmo y armonía. Donde se construyese una solidaridad sin limites, siendo el verdadero motor de la sociedad, el Amor sin limites.

Pedía, rogaba, exigía a Jesús una revolución. En mi imaginación, solitario inocente, veía la Semana Mayor como un momento ideal para que el Cielo nos ofreciese mi soñada revolución.

Cuando llegaba la mañana del Domingo de Ramos (entre olivos y campanas) explotaban mis ilusiones. Cristo, Rey del Universo, caminando entre niños, me obligaba a elevar una oración por los niños del mundo. Los que comparten desde la infancia la pasión de Jesús en sus propias carnes.

Luego, en Jesús de la Columna, veía al hombre que sufría la opresión y la tortura como Él. Como los hombres que claman al cielo en busca de amparo, ayuda y alivio.

Terminaba el día recreándome en la visión de un Jesús Cautivo. Un preso, como muchos otros, cautivo de las injusticias de una sociedad insolidaria que les da la espalda.

Visitar, ya el Lunes Santo por la mañana, a una Virgen que no recuerdo haber visto en la calle, para pedir la salud para el enfermo. Enfermo que no desespera. Tiene la ilusión de que la Madre, sobre todas la Madres, acabe con el quebranto de sus dolores.

En la tarde, recordar la Cofradía de los Estudiantes, la Hermandad de los míos que ya no están. La de aquellos que vistieron la túnica blanca y roja antes que yo. Rezar y recordar cuánto los he echado en falta y cuánto los he necesitado.

Al día siguiente, en la calle Ancha, contemplar a Cristo bajo los Olivos, que se sacrifica por todos. Recordar a todos los que trabajan por la paz y por aliviar a los que lloran. En general, a todos los que en su vida, dedican un poco de tiempo a los que sufren.

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Esa misma noche, desde un cierro de la calle Rosario, soñaba que María encontraba mi mirada cuando elevaba su mirada hacia el cielo. Cuando buscaba un porqué a tanto dolor del Mundo, a los ojos le pedía, en Caridad -Señora bonita del pueblo, reina de su barrio-, que iluminase a los hombres para que nunca les faltase tu Caridad para luchar, para entregarse y amar a los otros como su Hijo nos había amado.

Cuando llegaba el Miércoles, dos Hermandades catequizaban al pueblo. La primera venía enseñando con su seriedad, que el Cristo bueno de la Isla estaba sufriendo clavado por las faltas de los hombres. Clavado por sus traiciones cobardes, porque nadie quería luchar por desclavarlo. Como nosotros, cobardes, que nos alejamos de los peligros que en verdad tiene el ser cristiano.

Ya más tarde, capirotes negros de la Hermandad de Mater-Amabilis, enseñando y pidiendo a los hombres por una muerte tranquila. Muerte que significa nacer; nacer a un mundo mejor, nacer tranquilo. Nos llama a movernos, a mejorar y ha educarnos en una fe nueva que se renueva en cada Eucaristía.

En la tarde del Jueves, sólo en mi recuerdo queda una Virgen, una Virgen de Esperanza. La Virgen que nos llenaba de ilusiones:

¡Gloria a la Señora buena! ¡Gloria a la Virgen serena! El mundo tiene su arreglo... La Señora del Silencio ...es su prueba.

Nunca con Ella nos han de faltar las ilusiones serenas y las pasiones de

luchar para mejorarnos y mejorar. Al Cristo de la Misericordia pedía que me hiciera Cirineo del que sufre la

injusticia, del que sufre sin consuelo, sin esperanzas, sin gloria. Sólo el Silencio del reo. Hacerme sudario del que es discriminado por ser diferente, por ser él mismo en tierras lejanas.

Al final de la semana, una petición a Cristo: ¡Haz pronto tu revolución para

que la Virgen de la Soledad sea la última mujer solitaria!. Acuérdate de sus hijos, de los que pasan sus días muy solos, perdidos: ya sea en la inmensidad del abandono, ya sea en las desgracias de la vida. No querría yo, pobre iluso, gente sola y desvalida.

Del Carmen venía Cristo muerto, solo y abandonado de todos. El más solo.

Cristo Yacente venia siempre solo por la calle Real y en su recogida pocas veces había mas de veinte personas. Siempre frío y el Mayor Dolor en su Soledad de un Cristo esperando la Resurrección.

Con su “recogía” finalizaba otra Semana Santa de mi infancia y la revolución que yo esperaba se había cumplido.

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Esta es la Semana Mayor que yo vivía: ¿cómo saber que había otras imágenes por las calles? ¿Cómo conocer que había más en la Semana Santa, cuando no se me mostró? Pues yo vivía en aquel entonces por los ojos esperanzados de un hombre.

Este hombre, la persona a la que dedico de forma intima y muy personal mi

pregón, era mi abuelo. El que me enseñó a no conformarme con un mundo que en parte no le gustaba. Enumerar las cosas que me enseñó sería alargar en demasía el pregón. No acabaría nunca porque me educó en todo pero se le olvidó, a posta, decirme que existían la violencia, el desespero, las penas y las desilusiones.

El nunca me habló de odio, de que había gente intransigente. Sólo podía

sentirse liberal. Conocí así un mundo ideal que solamente existe en la realidad de los papeles y que espera a ser construido. Hizo lo que pudo pero no con gritos sino con educación y trabajo.

Me explicó que unas líneas en un papel son más poderosas que todas las

armas y la violencia del mundo. Del abuelo que ejerció de padre aprendí a amar a las gentes tal como son, y a

querer al mundo imperfecto y corregible. Apto para ser salvado, pero en silencio y con trabajo.

Con la misma paciencia con la que la cal construye estalactitas, él construyó mi persona, sin poderme trasmitir ese saber especial del hombre bueno por naturaleza –que sabe esperar sin premura pero con ilusión.

Yo estoy aquí porque él me dijo, después de trasmitirme la pasión por un mundo mejor, que las revoluciones se construyen desde abajo, donde cada uno debe cargar con la cruz que la ha tocado y, caminar siguiendo a Cristo.

Él puso en mi las virtudes y yo puse los defectos.

Cargando consigo mismo. Con la humildad, que tanto falta. Cuando él se fue a enseñar a los cielos, se llevó consigo un trozo de mi alma; y, mi alma, la salvó: Cristo muriendo, pues así me lo enseñó con su dolor. Que el trabajo y la lucha por un mundo mejor hace que se necesiten muchos Raimundo Rivero. Por ser algo mejor. algo más digno; Por una sociedad más llevadera,

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más sincera, por la defensa de lo que creemos y por lo que me enseñaste. Para y por la justicia. En publico y como deber de hijo, con sinceridad: Gracias, y, que mis gracias lleguen a lo más alto del Cielo. Gracias, abuelo. Gracias.

Pasé de soñar con la lucha por la humanidad entera, a luchar con fuerza por

lo más cercano. Era la forma de cambiar el mundo poco a poco, con los medios que estaban a mi alcance... Todo por un mundo nuevo y mejor.

Cambiar mi mundo suponía tanto trabajo que un hombre no tiene fuerzas para

hacerlo solo. Pronto estaba desilusionado, amargado de la vida, no había recompensas... Y yo las necesitaba. Perdí el norte y la guía, el consuelo y la paciencia. Todo envuelto en una capa de orgullo para sentirme protegido.

Comprendí que sin guía no hay lucha posible, que mi energía tendría que provenir de El. Y la encontré en una tarde maravillosa, brillante, luminosa, llena de esplendor; donde, hasta esas salinas de las que hablan los antiguos -que yo apenas he conocido-, se iluminaban con el blanco más deseado. Incluso el azahar era más oloroso que nunca.

En mi niñez eran tardes de capirotes y colas. En mi adolescencia eran capas

rojas inolvidables. Y ahora son tardes de faja y “almohá”. Así, de la risa nerviosa del niño, he pasado a la tensión de una “levantá” de rodillas.

Pero las tardes de Lunes Santo continúan igual de esplendorosas y brillantes. Mi alma entera continúa exultante de gozo, y un brillo especial ilumina el mundo.

Tanta luz no tiene limites. Uno se esfuerza y se enriquece con la pasión de

Cristo Glorioso, ya resucitado, en los ojos de los que como yo viven este prodigio de pasión que resulta de las hermosas tardes de mi Lunes.

Sólo hay un color que oscurece el brillo de la luz, de la sal y de la cal. Sólo hay un contraste al blanco luminoso: el ROJO. Rojo de Jesús, pasión, sangre devastada. Donde todo mi espíritu se renueva de esperanza e ilusión.

Rojo de pasión, para el consuelo, gloria a Dios en su sufrir y en la tierra paz y

fuerza a los hombres de buena voluntad. Para aquellos que caminan contigo por la calle mágica de la Amargura. Que a Jesús de los Afligidos se llega por tu Amargura.

Amargura del Amor: Por el consuelo a tu Madre a la gloria misma me llevas. Para la inocencia, el amor. Claveles para el dolor.

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Rojo de pasión. Estrella del alma mía. La pureza puesta en un paso. La Señora más bonita, más Señora. Majestuosa y redentora. Orgullosa y comprensiva. Amor de todo el amor. Madre sobre todas las madres eres tan bonita... Tan bonita, que tienes un lugar favorito dentro de mi corazón. Quien no haya visto tus ojos cuando bajan a la Isla no conocen la puerta ni el camino para llegar a los cielos. Porque tu tienes la llave del reino. Porque tienes la llave de todos los corazones. Como una Reina y Señora tu consolaste a tu hijo, Cristo, que viene del Cristo en tardes de Lunes Glorioso. Ahora quiero yo ser tu consuelo: Déjame ser tu pañuelo. Dame fuerzas para seguirte, para calmar tus dolores, para cambiar nuestro mundo. Porque quiero ser consuelo para llegar a la gloria. Amargura como Amor. Amargura de Pasión. Amargura como Norte. Amargura como Guía. Amargura: se mi Oriente. Eres mi estrella, Amargura. ¡Quiero ser ahora tu hijo! Amargura... Amargura... Amargura...

A pesar de que las fuerzas -con el apoyo de Nuestra Madre- nunca me

faltaron descubrí que, para realizar cualquier cambio, incluso en el mundillo que me rodea, no podía hacerlo yo solo. Esperé y me di cuenta que el único que vivía amargado del combate era yo. El cambio que se producía era sólo mío: pues me hacia intransigente, egoísta y amargado. Me vi solo y desesperado. Ni siquiera las energías y la fortaleza de la confianza en Maria me sacaban del desconsuelo.

Estaba solo, y si luchaba era derrotado.

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Pronto descubrí que mis metas eran pisadas. Abandoné el combate y perdí la capacidad de decirle a los demás lo que sentía. Para enseñar los nuevos caminos es necesario ser pionero en trabajo y sacrificio.

Ahora comencé a pedir a Dios que las circunstancias, la pasión y el abandono

en el consumismo no afectaran. No me hicieran desconocido a mí mismo. Este es mi pregón. Este es mi testimonio. Algunos hacen pregones didácticos.

Otros exponen sus ideas. Los que más critican o alaban. Pero solamente exponen al juicio sus opiniones.

En este pregón, soy yo el que se expone al juicio público. Esperando la

sentencia. Porque, me siento arrepentido de haber sido orgulloso. De haberme enfrentado con maldad a los que he juzgado con intransigencia y a los que ahora pido su perdón. Deseo que nunca se sientan tan derrotados. Que, así, alguien pueda aprender de mis errores.

No sé inventar un pregón nuevo. Todo se sabe ya de “quietos”, “banditas” y

“olés”. Es hora de aprender a juzgar y, espero que, a ser misericordiosos. A juzgar con tranquilidad, humildad y paciencia -la que pido para mí-.

¡Basta ya de destripar sin sentido, con ira y resentimiento! ¡Seamos abogados de lo nuestro y no fiscales de lo ajeno!.

No condenemos con ligereza, sino con el conocimiento de que se tiene la

razón y basta. En esta soledad y en este quebranto sólo me queda apoyarme en el hombre

solitario. En Cristo solo en la isla. Aquél al que no acompaña ni la luz. Un hombre solitario que se enfrenta a su propio destino y que mira al cielo esperando una salvación que sabe que no ha de venir. Que a pesar de eso, cree y confía.

Cristo, en silencio, muriendo. Una mirada de desesperación al cielo. Inquietud y sufrimiento. La antología de las banditas. Frío y silencio...

Y en el centro del tercer palo: el primer cargador de todos. Una imagen de la

Isla que todos los años, por unos instantes, viene a estar entre los cargadores. Parece como si Jesús antes de su muerte de Cruz quisiese compartir una “trepá” de silencio y humildad.

Casi es el único que se acerca para hacer una “trepá” a este Cristo. Porque

para cargarlo, o se está mal de la cabeza, o se ama mucho al que va arriba. Pocos lo aprecian, pocos conocen la magia de ser cargador de este paso.

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Yo me enamoré en la primera levantá del viejo paso que se “viene” mas veces de las que debe. Que agobia más que pesa; y, que incluso para el que no ha captado su espíritu, aburre.

En la Semana Mayor unos gozan cargando. Otros vivimos hermosos

momentos, aprendiendo el arte de ser humildes y respetuosos con la cruz del Cristo expirando.

Si explicara lo que se siente, nadie lo creería. Se comprende el tirón que la

carga ha producido cuando se recuerda que todo se inició cargando el Cristo del Silencio.

Es una carga para recordar la posición humilde del cargador y apreciar el

buen trato de la Hermandad hacia los que cargan. Da gusto acercarse a San Francisco en noche de Nazareno para vivir con

pasión el misterio del “cómo no se hace ni un quieto” en las más complicadas maniobras. Solamente “pa’lante” “pa’lante”, y basta para levantar pasiones. Pasiones como las que levantan las caídas en unas “banditas” suaves y dulces... pero con poder y majestad.

Nadie se siente utilizado por nadie. Lo que se quiere hacer bien se hace bien.

Sin mas historias. Cristo, en una imagen muy rota. Cristo que muere gritando. Cristo que muere sufriendo: Alcanzar tu Gloria quiero, Mirándote. Cristo, solo y abandonado. Sufriendo contigo en silencio. Avanza una sombra despacio. ¡Apagad todas las luces que viene Cristo expirando! Tambores de mi compás, tambores: ¡Qué yo la andaba buscando, y lo acabo de encontrar! Mirar a Cristo muriendo. Mirar al hombre luchando. El que estaba por encima, por encima de los hombres, por los hombres muerto está. En una calle en tinieblas te encontré, Cristo, expirando. Lleno estas de salvación. En una imagen muy rota, poniendo al hombre al alcance de la Majestad y la Gloria.

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Con su muerte, nos perdona. Con su vida, nos la da. Él clama por su abandono. Pero, aunque todos se alejen, los que vamos cargando contigo nunca, nunca, te abandonaremos. Yo le encontré con tambores. Con tambores de las tropas. De las tropas de Pilatos. Por eso, ya no los quiero, porque me están recordando a los hombres traicioneros; que, en una noche siniestra clavado a ti te dejaron. Yo, ya no quiero tambores. Yo solo quiero silencio. Pues te busqué, Cristo, sufriendo. Te busqué, Cristo, muriendo. Y te encontré, Cristo, salvando. Compañero, no te niegues: Haz conmigo la “trepá” de cargar hoy con la Cruz del Cristo, más bueno, bueno, que en la Isla está enseñando las lecciones de humildad. ¡Compañero, ven conmigo! ¡Vente conmigo a cargar!. MUCHAS GRACIAS.

Real Isla de León, 26 de marzo de 1.994, Sábado de Pasión

Vicente Franco Rivero (Joven Cargador Cofrade)