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XX PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Manuel Franzón Romero pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 23 de marzo de 2002 Sábado de Pasión

XX PREGÓN DEL CARGADOR

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 23 de marzo de 2002 Sábado de Pasión a cargo de D. Manuel Franzón Romero

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XX PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Manuel Franzón Romero

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

23 de marzo de 2002 Sábado de Pasión

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XX PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

Manuel Franzón Romero

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. José Jiménez Fernández Excelentísimo Sr. Alcalde, Autoridades Municipales, Sr. Presidente y miembros de la mesa del Consejo Local de Hermandades, Hermanos Mayores, Sr. Pregonero de nuestra Semana Santa, representantes de las asociaciones culturales locales, Sr. Presidente y Junta Rectora de la J.C.C., cargadores, cofrades, músicos, Sres. y Sras., amigos todos.

Presentar a un pregonero es un honor, presentar a un cargador de la Isla es

un privilegio, presentar a un amigo, es un orgullo. Pero en mi caso, se trata de presentarles a un amigo que es como un hermano. Por ello, las palabras honor, privilegio y orgullo se me quedan cortas para definir la satisfacción y el agradecimiento que siento por ser el elegido para cumplir la misión de que, en breves palabras, conozcan algo más del currículum del que hoy es pregonero, y desde siempre, ha sido cargador y cofrade: Manuel Franzón Romero.

Mi amistad con Manolo Franzón tiene ya 25 años, ya ambos éramos cofrades,

ambos andábamos detrás de dos niñas de las Carmelitas, amigas también desde pequeñas, y que hoy son nuestras respectivas esposas. Sus tres hijos son para mí, mis sobrinos, los estoy viendo crecer desde que nacieron, los quiero, y me consta que él quiere a los míos como tales. Manolo y Tere son de mi familia.

La primera vez que cargamos juntos fue en una cuaresma, allá por el año

1979, portando una mesa del instituto en la que subimos al más pequeño de la clase para hacer un recorrido por el pasillo. Él en cabeza, yo en cola. La recogida fue un poco apresurada, porque empezaba la clase y había que dejar el “paso” libre.

Eran los días del nacimiento de la Junta Auxiliar de la Hermandad del

Nazareno, de la que Manolo fue uno de sus fundadores. Sus inicios como cofrade, aprendiendo de los antiguos del lugar, impregnándose de ese ambiente y adquiriendo ese carácter tan peculiar que daban los almacenes de nuestras cofradías.

Porque Manolo siempre ha sido cofrade de almacén, de limpieza de pasos, de

candelería, de los trabajos típicos de mayordomía, rodeado de atributos, túnicas, ceras y bayetas. Aprendiendo de nuestros mayores, a los que aún recuerda y respeta, añorando ese ambiente en el que en cierto modo se crió como cristiano, como cofrade y como persona. Adquiriendo formación en todos estos aspectos, aprendiendo valores religiosos, humanos y cívicos.

Porque en las hermandades se aprende mucho más que a ser cofrade, se

aprende, y él aprobó con sobresaliente, a ser buena persona y buen cristiano. Fue el complemento a la educación que Manolo y Ana, sus padres, le

inculcaron. Orgullosos deben estar ahora desde el cielo viendo en su hijo el fruto de sus esfuerzos.

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También en su trabajo como ATS aplica esos valores cristianos que aprendió, pues no solo ofrece curas, las aplica con cariño, sobre todo a esos abuelos y abuelas que necesitan algo más que una cura.

Manolo es ante todo, cofrade, pero un cofrade sencillo, no es un gran

entendido en algún aspecto en particular, no tiene cátedra en “cofradiología”, pero su vida gira tanto en torno al mundo cofrade que nos podrá hablar con gran conocimiento desde temas de liturgia hasta el mejor método para apretar un perno.

Ya por aquellos tiempos de Junta Auxiliar empezó a tomar contacto con el

mundo de la carga. Eran los tiempos en los que la JCC ensayaba en el patio del quijote, justo al lado del almacén del Nazareno. Y le entró el veneno. Empezó a mirar los pasos por dentro, probó la madera en el cuello, y ya rechazó cualquier antídoto. Cargador y cofrade para toda la vida, y joven en aquellos tiempos.

El espíritu inicial de la JCC le caló muy hondo, éramos un grupo de jóvenes

cofrades que cargábamos en las hermandades. “Yo te cargo la tuya, y tu me cargas la mía”. Era una frase que Manolo y los más antiguos de esta asociación recordarán con cariño. Teníamos muy claro que bajo cualquier advocación, portábamos a Nuestro Señor y a su Bendita Madre en diferentes momentos de su Pasión y Muerte.

Año tras año, fue adquiriendo experiencia bajo los palos, hasta convertirse en

el gran patero que hoy es. Todo ello sin abandonar su faceta de cofrade, pues tras unos años en la Junta Auxiliar, pasó a la Junta de Gobierno de Nazareno, siendo de los primeros que perteneció a la actual cuadrilla de la hermandad. Con ellos cargaba a su Cristo Jesús Nazareno, y con la JCC a su Virgen, pero bajo otra advocación, la Caridad, la Niña, como él la llama. Demasiada confianza, podemos pensar, pero es que lleva más de 20 años cargándola, y claro, el cariño que le tiene le hace tomársela.

Con esa cuadrilla fue formándose como cargador, muchas vivencias, muchos

recuerdos, … y mucha papa conserva de esos años. Además, ha tenido el honor de cargar, y lo digo por que me consta que para

él es un honor, a las imágenes de Nuestro Señor Jesucristo bajo las siguientes advocaciones:

Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia. Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna. Nuestro Señor Jesucristo orando en el Huerto Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Nuestro Padre Jesús de la Misericordia. Santísimo Cristo de la Expiración. Santísimo Cristo de la Redención. Nuestro Señor Jesucristo Resucitado.

Y por supuesto, Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado.

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Medinaceli, su otra hermandad, con la que ha colaborado, y sigue colaborando. Es uno de esos hermanos que está para todo lo que se le pide.

Son muchos años los que Manolo lleva cargando a Jesús de Medinaceli,

tantos, que ya echa de menos a muchos compañeros bajo los palos. Siempre tiene un recuerdo grato para aquellos que por diferentes motivos no pueden acompañarle. Pero él sigue ahí, orgulloso y feliz cada vez que tiene el honor de, un año más, colaborar con la hermandad portando a su excelencia por las calles de la Isla. Y colaborar con la Iglesia, difundiendo el mensaje de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor.

Cuando se descubre al cargador que es, es cuando lleva la “voz” del paso, a

todos los cargadores conoce por su nombre, para todos tiene una palabra de ánimo y de cariño, cuida de su gente, luce el paso cuando hay que lucirse, y sabe cuando hay que calmar los ánimos y obedecer ciegamente al capataz. Su frase favorita “Ole mis niños”, se convierte en la cantinela entre marcha y marcha.

Yo, como cargador de cola, sólo le veo dos defectos: Uno, que es de cabeza, algo incomprensible e imperdonable para un cargador

de cola. Los enanos no entendemos como alguien se puede sentir orgulloso de ser de cabeza.

El otro defecto, motivo incluso de originarle algún trauma como cargador, es

que no entra en un paso de palio. Se está temiendo acabar su carrera como cargador sin saber que se siente portando un palio con todos sus “avíos”.

De todas formas, Manolo, la cola está contigo. Y el resto de la cuadrilla

también. Es tu turno, todos estamos expectantes por saber como vas a llevar la voz en

esta trepá, que servirá para mayor gloria de esta asociación y de la carga de la Isla, tan atacada en estos tiempos, y tan defendida por tu parte. Porque sé, y así lo proclamo, que defenderás nuestro estilo de carga, el que aprendiste de nuestros predecesores, hasta que tus hijos te tomen el relevo.

Por ellos, por nuestros hijos que son los que seguirán defendiéndolo. Con esta dedicatoria, este humilde cargador de cola, al que has dado la voz

en esta trepá, a tu pregunta de ¿cola, estamos? te contesta: ¡CUÁNDO QUIERAS, PREGONERO! Señoras y Señores, con ustedes, Manuel Franzón.

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XX PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. Manuel Franzón Romero El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los

aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite.” Y ellas recordaron sus palabras. (Lc 24, 1-8)

Y nosotros, más de dos milenios después, recordamos aquellas palabras que

pronunció Jesús en Galilea, y creemos en Él y en su Resurrección y es lo que muchas veces nos lleva a seguir adelante. Pero además de recordar aquellas palabras que dijo el Maestro nos permitimos darle forma y mostrárselo públicamente a nuestra gente, como viene haciéndose en nuestra tierra desde hace siglos. Unos cumplirán con el sacramento de la penitencia vistiendo su túnica o tras un paso a cara descubierta y otros los haremos bajo los palos.

Excelentísimo Señor Alcalde de la ciudad, autoridades municipales, Sr.

Presidente y miembros de la Mesa del Consejo Local de Hermandades, Sr. Pregonero de la Semana Santa 2.002, hermanos mayores, miembros de las juntas de gobierno de nuestras cofradías, representantes de las asociaciones culturales de la ciudad, Sr. Presidente de la Asociación Jóvenes Cargadores Cofrades, cargadores, cofrades, músicos, señoras, señores, amigos todos.

Ante todo quisiera solicitar la venia a nuestra Madre, la Virgen, como cañaílla

bajo su advocación de Carmen, y como cargador, bajo la de Rosario, para acometer la tarea de contar de alguna manera como vivimos aquí la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo y ese infierno de dolor que le tocó contemplar.

Agradecerte Pepe, ante todo y públicamente tu amistad de tantos años, que

es mucho más que una amistad, y este acto de generosidad que has tenido conmigo, en el que has dejado entrever tantísimas cosas que nos unen. Bastante trepás hemos dado juntos bajo los pasos. Pero en la vida hemos tenido la fortuna de dar muchas más. De las buenas, incontables, de trámite, bastantes y de fuego, por desgracia, unas pocas. Por eso te iba a pedir que pasado mañana, cuando desde ese sitio de distinción en el que tienes la dicha de cargar, bajo la protección del rojo manto de nuestra Madre Trinidad, le pidieras nos de siempre a todos trepás de las primeras y nos libre de las últimas. Quizás el Cristo del Huerto se ha sentido celoso y no ha querido que ocupes ese lugar este año. Pero ellos saben que debajo de ese último palo estará Pepín, como está hoy aquí conmigo ¡a muerte!.

Permítanme expresar mi más profundo agradecimiento a esta nuestra

Asociación por otorgarme el privilegio de tomar su voz esta tarde.

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Pero sobre todo gracias a la JCC, a vosotros cargadores cofrades, por enseñarme a creer y a querer a Jesús y a María desde debajo de los pasos, sin distinguir advocaciones y sin falsas idolatrías. Siempre mi Jesús y mi María, desde cualquier barrio, bajo cualquier paso. Siempre con el mismo cariño.

Y sobre todo gracias a todos los jóvenes que habéis querido continuar esta

bendita locura que es la JCC. Gracias de corazón por hacerlo y porque creo profundamente en vuestra capacidad para mejorarla.

Quisiera dedicar este pregón a Tere, mi mujer, mi compañera para lo bueno y

para lo malo, mi amiga y madre de mis hijos, por todo lo que me ha entregado y por demostrarme cómo es un cofrade de verdad. Y a mis hijos, Manuel, Pablo y Jesús, que son la razón de tantas cosas, y a los que pido a Dios nos guíe para hacerlos personas de bien. Y a mis padres, que desde allí arriba siguen guiándome y enseñándome cada día, pese a su dolorosa ausencia. A mi madre por inculcarme la fe en la Santísima Virgen y a mi padre por enseñarme a ver la realidad de las cosas.

Hasta fácil podría resultar contar a un público ajeno a nuestra Semana Santa

cómo es y cómo entre un innumerable grupo de personas se hace posible un año tras otro.

Entrañaría cierta dificultad hacerlo ante una concurrencia con conocimiento de

lo que al inicio de cada primavera sucede por las calles de esta nuestra Isla. Pero es una auténtica osadía tratar de exaltarles a ustedes las bondades de

la Semana Mayor de los cañaíllas, cuando todos ustedes, de una manera u otra, orando, tocando, cargando, organizando, exornando, vistiendo la túnica, colaborando... hacen ese milagro de oración pública y masiva que es una cofradía en la calle.

Y para este pregonero ese testimonio de fe, esa forma de gritar a los cuatro

vientos que creemos en Jesús y en sus enseñanzas y en su Santa Madre, a la que brindamos toda nuestra devoción de hijos rendidos a sus pies, sigue siendo el camino para llegar a los corazones de todos aquellos que la contemplan.

Este que les habla, como muchos de ustedes, no nació en barrio cofrade

alguno, ni falta que le hizo. Tampoco ha heredado por tradición familiar esa condición. Fue una cofradía en la calle, de niño, la que me conquistó el corazón y me hizo cofrade. Y el andar de un paso de cristo haciendo un quieto el que me llevó el alma bajo los palos.

Pero la Semana Santa es algo más que la celebración. Muchas veces es su

simple evocación. Para alguno de ustedes Semana Santa es una póstula clavada en una puntilla, a la entrada de una casa, es un niño pidiendo cera a un penitente o una estampita en un besamanos, es un almacén vacío, es una muchacha que va con su capirote nuevo de cartón bajo el brazo, o un joven con una almohada un sábado por la tarde bajando una calle; es el olor de un clavel o de las bolas de alcanfor; es una túnica colgada de una puerta; ...

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La Semana Santa es algo más que una manifestación. Es algo vivo, con alma, con muchas almas. Con las almas de no sólo los que hoy las hacen posible, sino con toda la carga de memoria que en sí conlleva. Esa memoria que está escrita con letras de oro de las grandes fechas, los autores de imágenes, orfebrería, tallas, bordados, etc, pero está también llena de letras menos brillantes, pero más valiosas, escritas con los esfuerzos, que son trozos de vida, de una multitud de personas que hasta aquí nos han traído toda esta maravillosa manera de hacer algo tan bello.

Todos nosotros, cargadores y cofrades, somos tan sólo depositarios de unos

valores que estamos obligados a conservar, proteger y engrandecer, para así perpetuarlos a lo largo de los años.

Esta noche comenzará otra vez el rito. Un cofrade se ha quedado solo en la

iglesia. Ya no queda nadie allí dentro. Antes de cruzar el umbral de la puerta que ha de cerrar por tan sólo unas horas ha dado media vuelta. Casi sin mover la cabeza, con un lento recorrido con la mirada a lo largo de aquel espacio va haciendo un repaso, como siempre durante... ¿cuántos años? ¡Ni se acuerda ya!...viendo que todo está ya preparado: las imágenes perfectamente afianzadas sobre el paso. Las velas en perfecta formación. Las flores parecen haber brotado allí mismo, de la madera y de la alpaca. Los atributos preparados por orden para que cada uno que los porte no tenga problema alguno a la hora de recogerlo. Los cirios de los penitentes en cajas a los lados de las puertas para irles siendo entregados a medida que vayan saliendo. El carbón y el incienso, y las herramientas debajo del paso y las baterías cargadas y conectadas y las luces comprobadas y tantas y tantas puntadas. Pero todo parece que está listo. Todo listo y en silencio absoluto ¡ Qué estampa más bella!. Dentro de unas horas empezarán a llegar los miembros de la junta, el grupo joven y los colaboradores, luego los hermanos penitentes, las listas de cada sección, el que trae los calcetines marrones, el que se le han olvidado los guantes, las personas que van de penitencia detrás del paso, los monaguillos con sus madres y las naturales disputas por el incensario o por la naveta, los cargadores alborotando, leerle la cartilla al capataz y a ese del primer palo que lleva ahí tantos años recomendarle que le recuerde a la cuadrilla que cuidado con las levantás, que si cae cera en el terciopelo, que si la imagen tiene una grieta, que si el farol aquel cimbrea mucho, que si... ¡yo qué sé!...las cosas de los mayordomos. Y el cargador del primer palo, que sabe latín de grietas, cirios y cimbreos de faroles y al que le dará la noche con la misma cantinela, le hará el mismo caso que le hace todos los años por el mismo motivo. Y las levantás se harán como deben hacerse y ni caerá cera, ni habrá grieta ni el farol cimbreará.

Se ha sentado para recrearse, aunque sólo sea un minuto, en todo aquello

que se ha organizado para honrar a Jesús y a María. ¡Cuánta gente comprometida! ¡Cuántas semanas de preparativos en el almacén! ¡Cuántas horas de montaje en la Iglesia! ¡Qué paciencia para alinear una candelería! ¡Qué esmero y que gusto más exquisito para hacer con las flores lo que esas manos son capaces de hacer! ¡Cuántos esfuerzos por mejorar año tras año, poco a poco!.

Aún recuerda cuando él entró, después de salir varios años en la fila, en la

Junta Auxiliar, que se le llamó entonces. ¡Cuánto hay que agradecerle a aquellos veteranos cofrades que supieron canalizar la inquietud de esos jóvenes que se

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interesaban por el mundillo de las cofradías! Fueron tiempos duros para las hermandades, tiempos grises dónde no eran pocas las dificultades. Tiempos en los que los viejos cofrades supieron ganarse el respeto y admiración de aquella juventud predicando con su ejemplar comportamiento. Tiempos dónde la auténtica escuela de formación cofrade eran los almacenes. Almacenes que se convertían en templos del saber, del estar y del vivir. Allí, mientras en un barreño de zinc lleno de agua hirviendo y en otro de serrín quitaban la cera de los platillos, se instruían en la historia de la hermandad; mientras con bayeta y aguarrás dejaban pértigas y faroles relucientes, aprendían un poco de liturgia; mientras se postulaba por las calles, los empapaban los cofrades veteranos de anécdotas y batallitas a veces difíciles de creer. Allí empezaban, bajo los palos de aquellos pasos, jugando a cargadores, o recogiendo pan duro o papeles, y bajo la protección de los titulares, a establecer unos lazos de amistad y respeto que, está seguro, los han marcado para el resto de sus vidas.

Entonces, al igual que ahora, preparaban con mimo la salida. Descubrían todo

el entramado que requiere una cofradía para salir a la calle. Tantas y tantas horas de trabajo y tanto esfuerzo para unas horas hacía que la salida penitencial se quisiera beber a sorbos, sin prisas, disfrutando de los titulares en la calle junto a un público fervoroso. Aquellos maestros les inculcaron el amor a la hermandad y ellos le devolvieron la ilusión por disfrutar de la procesión.

Siente añoranza al recordar aquellos viejos almacenes: las auténticas

escuelas de formación cofrade, donde cientos de jóvenes de la Isla se han formado como cofrades, como cristianos, como personas, con auténticos maestros, sin título académico, pero con la mayor de las pasiones por enseñar a los demás a hacer nuestras hermandades algo mejores y algo más grandes.

Maestros que empezaron a preocuparse por mejorar la estética de nuestras

cofradías en la calle. Cofrades ejemplares. Mayordomos con mayúsculas, que eran capaces de aglutinar a su alrededor a jóvenes y no tan jóvenes, mayordomos que crearon escuela. Emilio, su maestro, con Joaquín y Fernando Ponce, en Nazareno, Manolo Fraga en Columna, Antonio Outón en Medinaceli, Mamé, Quijano en el Silencio, Rafalito en la Soledad, Salvador en el Ecce-homo, Juanini, Antonio Jiménez en la Caridad, Leopoldo en el Huerto, y tantos otros.... gente que hicieron posible todos los cambios que vinieron a dar forma a lo que mañana empezaremos a ver por las calles de la Isla.

Pero además de aquella preocupación por mejorar la estética en la calle,

enaltecer hasta donde se merecen los cultos internos, crear interés por conocer la historia de nuestras hermandades y la Semana Santa de otras ciudades, supieron inculcar que el hecho de salir con los titulares a la calle suponía un día de fiesta con mayúsculas, donde se deseaba parar el reloj y seguir viviendo aquello durante horas y horas.

Después vendrían otras luchas. Llegaría el momento de asumir

responsabilidades, de ir dando relevo a aquellos que tanto entregaron a la Semana Santa de la Isla, y lo que era peor, intentar, al menos, igualar su nivel. Luego vino otro frente de batalla: la integración de la mujer. Aquellas chicas que, casi al mismo

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tiempo que ellos, y con las mismas inquietudes, habían entregado tantos esfuerzos e ilusiones a su cofradía. Pero, claro, a ellas se les exigía demostrar lo evidente, cuando a ellos simplemente se les suponía, pero también se fue ganando.

El simple hecho de mantener, cuidar y mejorar un patrimonio y una devoción

a unos titulares es una constante de trabajo y perseverancia en los buenos tiempos, cuanto más en los momentos difíciles, que no son pocos.

Por eso se le eriza el pelo solo pensar en todos esos cofrades que han

poseído la fe, la tenacidad y la fuerza de voluntad de levantar de cero una hermandad. Cristianos que cuentan con todo el respeto y la admiración de todo el mundo cofrade. Lo que han sido capaces de hacer en la Ardila, en el Parque, en la Bazán o en San José es la demostración de que las raíces de la religiosidad popular sigue asentada profundamente en nuestra Isla, por sus cuatro costados.

Y la gente. ¡Con lo que le gusta a la gente de la Isla una procesión!. Además

a los cañaíllas nos gusta verlas enteras: desde la cruz de guía al último músico. Siempre ha admirado el respeto que se le tiene a los cortejos, pese a lo que ha cambiado la calle en estos tiempos. Y no sólo en las actitudes de las personas sino hasta en la forma de vestir, porque en la Isla la gente se arregla para ver las procesiones, y eso es otra muestra del respeto que se le tiene a las cofradías.

Un cargador, de los más veteranos de la cuadrilla, ha llegado a la iglesia

antes de la hora fijada. Suele llegar pronto, aunque sea el último en amarrar. Le gusta ir al Sagrario cuando todavía se respira algo de tranquilidad en la Iglesia. Le agrada después ver como toda esa maraña de gente, de atributos, de cirios, de pasos,... va tomando forma poco a poco y se irá convirtiendo, a medida que vayan saliendo por la puerta del templo, en un ejemplar cortejo de cristianos dando testimonio de su fe. No puede ignorar sus principios cofrades.

Van llegando los penitentes de las primeras secciones y se van apostando a

ambos lados de la nave central. Entre ellos una chica del grupo joven va pasando lista de nuevo. Seguramente para muchos de ellos será la primera salida acompañando a sus titulares. Se acuerda de aquella primera madrugá, y del frío que calaba hasta los huesos cuando el alba quería despuntar. Años más tarde vendría el compromiso y tantas horas de trabajo y tantos buenos ratos. Y tanto aprendido en la escuela de la mayordomía. Es consciente de que tiene que volver a vestir la túnica de su hermandad cuando corte las cuerdas para siempre.

En un rincón de la iglesia se va reuniendo la penitencia que, a cara

descubierta, acompañará a los titulares detrás del paso. Es capaz de reconocer los rostros de algunas personas que ya iban allí cuando él, más de veinte años atrás, amarraba por vez primera debajo de aquel paso.

Apostado en un banco del templo, observa a los demás compañeros cómo

van llegando poco a poco. Le viene a la memoria aquella imagen de los viejos cargadores cuando llegaban, alborotando como estos mismos. Entonces era todavía casi un niño y vestía la túnica morada de su hermandad y aguardaba el momento de la salida. Llegaban con la ropa de la faena, aún sudorosos de haber recogido otra

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hermandad en otro barrio, con la almohá aún marcada por el palo y por las cuerdas. Algunos auténticos mitos de la carga de la Isla: la figura impresionante de Papalardi, Diana, el Pupo, Milupa, el Nono, Perico el Sordo, Mariano, Paco calzones, Manolo bigote, el Nano, el Capi, Miguel el Lapidario, y detrás Nicolás con sus hijos Nene, Rafael y Manolo, para ayudarle esa noche; Paco y el Nico, debajo que es lo que les gustaba.

¿Quién le iba a decir entonces que él iba a pasar a formar parte, pocos años

después, de ese mundo misterioso que se ocultaba bajo las caídas de los pasos en los que se perdían aquellos hombres recios?

Ahora, al cabo de tantos años, recuerda con admiración y respeto a aquellos

hombres que durante muchas generaciones, fueron los depositarios de la carga de la Isla. Y siente cierto sentimiento de desasosiego porque nunca se les supo reconocer públicamente esa labor. A Tinoco, a Nicolás, a Perico Sánchez y a todo ese ejército de hombres que se entregaron a un oficio que ha distinguido la Semana Santa de la Isla.

Le ha venido, como un flash, a la memoria el día que entró por primera vez a

mover un paso. Recuerda como si fuese hoy aquel día. Le llamaba poderosamente la atención desde siempre cómo aquellos hombres podían hacer que aquello se moviese de esa manera y el día de la maera de vuelta del paso de su Viejo (ahora de Prendimiento) le preguntó a un señor que parecía ser el que organizaba aquello si podía meterse y le dijo que sí, que claro, que se pusiese en el tercer palo. No llevaba ni almohá, ni un jersey doblado, como hacían algunos... ¿él que sabía?. Mas por vergüenza, y gracias a Dios, aguantó hasta el almacén. Aquello dolía y notaba como el cuello se le iba hinchando, pero era una sensación muy especial, estaba llevando los pies de su Viejo. Cuando aquello acabó, el que organizaba le dijo: ¡chaval, el año que viene, antes de Semana Santa, búscame en la Herrán si quieres cargar algún paso! Era Paco Carrillo, su buen amigo Paco el moro. Poco tiempo después se enteró que se estaba organizando una cuadrilla de chavales para cargar los pasos de algunas hermandades. Eran chavales que conocía de las juntas auxiliares de otras hermandades y del instituto. Ante el dilema optó por agregarse a aquel grupo de locos encabezados por un tal Mamé, mayordomo, creía recordar, del Silencio.

Le pidió a su madre que le hiciera una almohada con lana (todavía es la que

usa). Se la hizo cuadrada, la rellenó de borra y con los delanteros y espaldas de varios jerseys viejos para que no perdiera mucho la forma, poniéndole un forro de flores azules(un poco indecoroso) que es el que lleva a los traslados y ensayos, pero también le hizo su forro de salida, su traje de gala, de tela blanca. También le dijo su madre lo que dicen todas las madres: que estaba loco, que era tonto, porque si los que se pusieran a su lado fuesen más bajos, todo lo iba a llevar él, lógicamente. Su padre no hacía comentario alguno hasta el momento de irse para la iglesia: ¡Fulanito! ¿Ya vas a cargar al santo?.

Su padre era hortelano, pero no del Huerto, sino de las huertas de la Isla.

Aunque, en muchas ocasiones le contó haber tenido que cortar y llevar a la pastora una rama de olivo para el paso de la hermandad.

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Le hacía gracia entonces aquella frase: cargar al santo. Le parecía de cateto,

de pueblerino. Pero el tiempo le hizo comprender todo lo que esa simple frase encerraba. A su padre, como a toda la gente del campo, lo formó la universidad de la vida, la facultad de la necesidad y del trabajo de sol a sol. Y cuando se tiene ese diploma todo se simplifica. No se entiende de liturgia, de Biblia, de advocaciones,... se entiende que ahí arriba hay algo que nos guía en la vida, que nos gobierna, que nos ayuda unas veces y otras nos lo pone más difícil... ese es el santo. Algo tan simple y tan grande como Dios.

Siguen llegando los compañeros de oficio. Van viniendo en grupos pequeños

que se han ido encontrando por la calle. Alguno llega solo. A medida que aumenta el número, aumenta también el alboroto. Aparentemente llegan todos con el mismo talante, pero el cargador percibe que no es del todo cierto. Han sido ya tantas salidas, tantas las experiencias en los pasos y en la vida que ya es casi capaz de discernir por las distintas actitudes de los compañeros la historia que viene por dentro de cada uno.

Algunos llegan orgullosos y altaneros, mirando a ese Cristo o a esa Virgen

con ese brillo en los ojos que da la alegría de un hijo que te ha dado Dios. Dándole mil gracias por el bien recibido y dispuesto a hacer maravillas bajo la maera como muestra de agradecimiento. A la recogida tomará una flor del paso. Camino a casa la llevará con mimo en una mano. En la otra la bolsa con la almohá, la faja y las cuerdas. En el hogar la dejará a los pies de una blanca cuna, como queriéndola cubrir con la divina protección de la mismísima Madre de Dios.

Ha visto también el dolor de un cargador que ha perdido a un ser querido.

Llegará a la Iglesia, mirará a los ojos de la imagen, apretará la almohada contra el pecho y le dirá desde lo más hondo: te lo llevaste, aunque te supliqué que me los dejaras un año más a todos, pero aquí estoy otra vez, rendido a tus pies... y cargará como nunca y algún compañero le dedicará una levantá que le abrirá el alma en dos... y cuando se haya recogido quitará las cuerdas de la almohada más despacio que de costumbre, saldrá del paso y cruzará una breve mirada con Jesús o con su Madre y le dirá de nuevo: gracias por darme salud para sacarte y por que todo haya salido bien y otra vez te pido que el año que viene no falte nadie, ...

Los más nuevos no pueden ocultar su nerviosismo. Los veteranos no han

aprendido a eliminar esos nervios, sólo saben disimularlo. Algunos, los de siempre, serán los encargados de formar un poco de jarana, sin otra pretensión que la de relajar un poco al personal.

Todavía es capaz de evocar el miedo que sintió en la primera salida que hizo

como cargador, bajo el paso del Silencio, ¡qué mejor estreno podía pedir un cargador de la JCC!. Después vinieron otros pasos, otras cuadrillas. Pero como ese pocos. No hace mucho tuvo la dicha de meterse bajo el cristo del Silencio para dar unas trepaítas después de muchos años. Se le pone la carne de gallina sólo recordarlo. La carga en estado puro, Cristo arriba, madera, silencio y oscuridad. Y un buen amigo, Rafa Marín, como entonces allí, con su ronca voz que parece pintada para imprimirle más recogimiento a aquella divina carga.

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El capataz pronto empezará a nombrar a la gente para el amarre y hay que cumplir también con el otro rito, el de fajarse, aunque ahora con los neoprenos, los velcros, los cintos de cuero, la cosa es más sencilla, pero todavía la mayoría apuesta por la tradición de su faja de algodón de toda la vida. Algunas descoloridas, rajadas y remendadas siguen aguantando otro año más los tirones que le dan los compañeros.

En la penumbra del paso se afanan todos en amarrar a conciencia sus

almohadas y en buscar cualquier hueco, cualquier perno o tornillo dónde colocar la bolsa con la rebeca y el bocadillo. Alguno, avispado donde los halla, traerá hasta un cáncamo en el bolsillo y problema resuelto.

Desde dentro de la iglesia se oye llegar a la banda. Tampoco ha cambiado

nada la cosa musical. Recuerda con añoranza las bandas de cornetas y tambores que hacían andar los pasos de forma marcial a las bandas, de forma rotunda. Con ellas tuvo el inmenso honor de cargar el paso de Cristo más emblemático de la Isla: el de Columna, en el que muchos cargadores han aprendido a andar. El de Medinaceli, con su escalera colgada dentro, que era la que marcaba si se estaba yendo a las bandas como mandan los cánones. El del Huerto, hace ya un montón de años, cuando se recogieron andando p’atrás, sin cambiar los cuerpos, con la consiguiente indignación de la voz, Pepe del Solar, un maestro que aún sigue en la brecha.

Recuerda los repertorios que entonces tenían las bandas de música, las

cuatro clásicas y poco más. Por entonces la Cruz Roja de Música, nuestra cuadrilla honoraria, era la única que teníamos. Tampoco las cofradías se preocupaban mucho por lo que tocase la banda, exceptuando la prohibición de tocar “campanilleros”, por aquello de la leyenda negra de romper los varales cuando sonaba. Ahora no, gracias a Dios. Ahora se escogen con esmero las marchas para la procesión. Ahora hay un auténtico patrimonio musical, repleto de obras que definen claramente a nuestras cofradías en la calle y debemos agradecerle a esos artistas el legado con que han engrandecido la Semana Santa de la Isla. Especialmente a los iniciaron ese proceso creativo: a Agripino por Huerto o Misericordia y a esa pareja de maestros Huertas y Puntas por Jesús Nazareno o Cristo Rey; a la nueva hornada: a Belizón por Santa Vera Cruz; a Raúl por Penas; y, por supuesto, a Pepe Ribera por Nazareno de Pasión o Caridad para mi hijo; a Pepe el Mellao por Afligidos o por ese himno A mi capataz...

Se han abierto las puertas de la iglesia y la Cruz de guía cruza el umbral

comenzando así el rito de la procesión en la calle. El capataz da unos golpes con el martillo para que la cuadrilla vaya entrando. El cargador ve como se va llenando el paso y observa caras nuevas y sobre todo echa en falta a mucha gente. Eso es algo que le empuja a veces a cortar las cuerdas para siempre. Son ya muchos años y aunque se encuentra físicamente en condiciones de continuar algunos más, echa de menos a mucha gente. Echa en falta a todos esos que por cuestiones de salud no han podido seguir en el oficio: Enrique, Angelito, Petralanda, Domingo Azogue, Manolo Rodway, José Mari Pérez, el Cuqui, Jesús Barón, Pepín Cordero, Manolo el Gato,...¡Con lo bien que se entendía con el Gato debajo del Medinaceli! Cada uno en una pata y allí no había nada que corregir.

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Después vienen los que se han ido retirando: Juan Calviño, el Piera, el Mangüi, el Pilili, Pascual, el Zaragoza, Juan Tirado, el Astro, Manolo Cano, el Tato, Emilio, Perico Martínez, el Cerrojo, Chiqui,... Ahora que cae ¡qué forma más cariñosa y familiar la de nombrarse por los motes! ¡Cómo siempre han hecho los cargadores!.

A pesar de tantas ausencias se siente a gusto con la savia nueva. Son

chavales mucho más preparados que cuando empezó en este mundillo y tienen muy claro dónde se están metiendo. Cualquiera de ellos le daría mil vueltas si pudiera ponerse con su misma edad: los conocimientos que se les han transmitido, saben amarrar, saben meterse, saben andar, se les ha formado. Él lo que dio con aquella gente eran muchas vueltas al patio del Quijote y más ilusiones que conocimientos.

Pronto vendrá la primera levantá del paso. Ya se dedican las levantás

precisas, menos mal que en eso también se ha mejorado. Pero la primera levantá sigue teniendo su miga. En los últimos años, por desgracia siempre falta alguien, si no es de la cofradía es alguno de los compañeros de oficio. Le han venido ahora a la memoria algunos de los que navegaron de la mano de la Virgen del Carmen hacia el regazo de la del Rosario, para formar parte de la cuadrilla eterna: Paco Macías, Manolo Marín, Justo Amores, León Manzorro, Adriano, Jaime, Guillermo y Juan Jesús, el niño del pendiente, y este año Paco Cruceira, un cofrade con mayúsculas al que le picó tarde la maera, pero le picó. Guillermo y los dos Pacos verán su Medinaceli reluciente este Lunes Santo desde su mismo refugio. Y el Cristo del Perdón llevará otra vez debajo a sus niños de la JCC, menos a uno, el del pendiente, que le irá diciendo a cada uno desde arriba flojito al oído lo bonito que va su Cristo, igual que le hacía cada Martes Santo debajo de la Caridad al que llevaba la voz. ¡Qué le gustaba un quieto en la calle Comedias! : ¡ole, manolito, así es!. ¡Cómo no va a darle manolito un quieto cuando pase por allí!.

El murmullo de la plaza, de la calle, se va notando a medida que el paso se

aproxima a la puerta para romper en un aplauso, unido al repique de las campanas y a las primeras notas del himno cuando ya la cabeza esté pisando la tarima. Le viene a la memoria el año que cargó la madrugá, en que ese murmullo no era tal sino un auténtico rugido ensordecedor y aún no se llega a explicar como era, y sigue siendo, posible que la salida se pudiese llevar a cabo sin que ocurriese percance alguno, era como si el mismísimo Viejo dirigiera la maniobra.

Una vez que se han dado un par de trepás el personal está ya más relajado,

ya ha pasado la tensión de la salida, todo el mundo va más o menos bien y quedan aún muchas trepás por dar. Algunos ya van empapados en sudor otros están empezando a romper. Los cargadores se van acomodando en los fondos como pueden. En los pasos de cristo, la mayoría de pie, los de las bandas sentados en la zambrana, cuando la hay. Los de los palios lo tienen peor, en cuclillas, o sentados en el suelo. En el paso del Gran Poder hasta había una silla de tijeras de uso exclusivo del Campito o del Caldelas.

En los fondos los más viejos empezarán a contar batallitas de cargadores.

Los más nuevos pondrán atención, los demás ya se las sabrán de memoria. Pero las contarán. Y contarán el encuentro del Gran Poder con la parihuela del Amor, la primera salida de rodillas de Afligidos y lo de la bomba; el chaparrón del último año

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de Columna, con el agua por las rodillas; y las dieciséis marchas de salida del Medinaceli; las trepás kilométricas de Humildad y Paciencia; cuando se le rompió el segundo palo al Silencio; las carreras oficiales en Rosario de Soledad en una trepá; las inmersiones del Cartero y del Pablito bajo la Misericordia con aquella cuadrilla de lujo; el max-mix de salida de las Lágrimas; las saetas que ponían en discos; ... y así una tras otra.

El del botijo pregunta si quieren agua en la cabeza. Alguien contesta

afirmativamente. Le viene a la mente mientras ve beber al compañero la costumbre que se cogió en la cuadrilla de la Caridad, arriba de Comedias, de romperle el botijo a Pepe Guerra, que era el aguaó oficial, y darle por debajo de la caída sólo el asa. ¡No era boca la de Pepe!. Y no era para menos. ¡Qué cuadrilla!. Con ellos al fin del mundo. Allí llevó por primera vez una pata, tendría 18 años, mucho miedo y más impotencia, un recorrido horroroso de largo y un montón de baterías que también había que mecer. Allí la costumbre que instauró la JCC de escuchar las marchas enteras se hacía un castigo. Por eso se pedía fondo antes de que empezaran a tocarlas. Fueron duros aquellos primeros años, pero más aprendió allí con aquella bodega de lujo; sobre todo de un amigo, el Guti, con su ejemplo callado de cómo trabaja un cargador cofrade bajo la maera.

Alguien ha comenzado a cantar una saeta. La cuadrilla, sin que nadie lo

mande, acortará el compás para escucharla. En cualquier calle, en cualquier esquina se cantan saetas en la Isla. En cualquier momento alguien va a rezar como sólo se sabe hacer en esta tierra. Recuerda cuando la JCC empezaba y Mari Carmen era el principal bastión de la saeta en la calle y además animando a aquellos chavales. Después vinieron muchos más: Antonio el niño del Parque, el niño de Medina, Jesús Moreno... Pero al cargador tres saetas fueron las que le llegaron más adentro: las de tres cargadores debajo del paso: la de Eloy, el pajarito, en la Caridad a la altura del Zaporito con una levantera como pocas, y el paso muy cortito, en la calle, nadie; la de Juanpe, bajo el Cristo de la Misericordia llegando a la plaza de la Pastora y la del Carlos, de recogida, debajo del Medinaceli.

Las trepás se van sucediendo, el tiempo y el peso van templando los andares

hasta su punto justo. La Carrera Oficial se ha pasado con arte y distinción, aunque se podría poner la Carrera oficial en cualquier calle y en cualquier momento porque en la Isla las cofradías llevan el mismo orden y disciplina por todo su recorrido y los cargadores le irán brindando lo mejor de su oficio a Jesús y a su Madre, imprimiéndole su carácter a cada paso, desde la primera levantá hasta el último fondo.

Pronto llegará la conviá o surtidor, algo tradicional y otra cosa que nos

distingue. El tiempo necesario para respirar un poco de aire fresco, engullir un bocadillo, o apurar un cigarrito, y realizar un breve paréntesis donde la cuadrilla haga balance de lo hecho hasta ese momento y establecer las directrices a seguir en adelante. El mayordomo aprovechará el momento para encender las velas de la candelería o de los faroles que estén apagados, incluso para echar una miradita a las fijaciones de las imágenes.

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Gloriosos surtidores que son ya historia: Arsenio, Gregorio, la Diana y la Herrán, que más que un surtidor, era toda una institución por donde pasaron generaciones enteras de cargadores de la Isla y toda la juventud cofrade de los 70, con sus ilusiones apoyadas en aquellas viejas mesas celestes de formica.

Recuerda las conviás más ilustres: las de Humildad y Paciencia, de recogida

por la plazoleta del Carmen, las de Gran Poder, mientras desmontaban los pasos, la de Paquiqui el Martes Santo, la de Medinaceli el Viernes de Dolores, la multitudinaria de la Soledad, donde iba casi toda la JCC...

La noche se va notando en los cuerpos, los cargadores se refugian en su

poco espacio, y aunque parezca imposible, son capaces de encontrar el momento de aislarse para meditar, para rezar, para repasar bajo la bendita imagen de Cristo o de su Santísima Madre todo lo acontecido desde la última salida que tuvo el honor de cargarlo, para pedirle por la familia, por el trabajo, por los amigos, por los que sufren y para darle gracias por todo.

El paso va empezando a hacerse sentir. Otra vez la banda izquierda. ¡Uno de

los misterios de la carga!. Prácticamente la misma cuadrilla, el paso, el mismo, las mismas imágenes, las flores no han cambiado ni de color. Y hace cuatro años que aquella banda izquierda no daba guerra. Ahora es cuando se demuestra el oficio, cuando cae fuego de los palos. La almohada se pega al cuello y cuando suena ese deseado tercer toque para hacer fondo, duele hasta retirarlo porque parece que te dejas la piel pegada. Llegarán las trepás largas, donde se unirá una maniobra con un cable, con una saeta y una marcha de esas que parecen nunca terminar. Pero hay algo, no se sabe que es, que hace en un momento dado que los cuerpos vengan arriba...

La cofradía va acercándose de vuelta a su barrio, en busca de su iglesia. La

gente no ha dejado de arropar a la hermandad en la calle. En la Isla la gente disfruta hasta el final de las cofradías, la mayoría no se irá mientras quede un Cristo o una Virgen por las calles, por los barrios. Ese sentimiento, esa compañía traspasa caídas y respiraderos e invade a la cuadrilla, contagia nuevas fuerzas y empuja a mejorar, si cabe, el oficio. La música se hará cómplice. Un rosario de quietos y vámonos surgirá de una garganta ya rota. Se hilvana de vez en cuando un pasito p’atrás (porque en la Isla los pasos también andan p’atrás). Y llegará ese momento casi mágico, casi divino que tanto se anhela en el que todo el que participe, de una manera o de otra, no querrá que se acabe. Ese momento que nunca se borrará de nuestra memoria y quedará para nuestro pregón particular.

El paso de Cristo ha llegado a la puerta de la Iglesia. La cuadrilla

permanecerá bajo él y esperará que el de la Virgen llegue para cumplir con el rito de las recogidas de las cofradías de la Isla, otro carácter que nos hace diferentes. Porque en la Isla, desde que él recuerda y desde que recordaran los más viejos, los pasos de Cristo han esperado a los de la Vírgenes, han hecho un encuentro y se ha recogido la Virgen primero, siempre de cara a los fieles.

Los cargadores del palio también vienen cansados. Se ve a través del

respiradero. Los cargadores, cuando ven un paso, parece como si no tuviera ni

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respiraderos, ni caídas. Es como si estuviesen viendo a los compañeros de oficio por un cristal. Cuerpos sudorosos y doloridos, rostros demacrados algunos, andar cansino...

Apenas si quedan un par trepás para acabar. Aparece un sentimiento

contradictorio. Por un lado se siente cansado. Por otro está la realidad: quedan un par de trepás para acabar, y esa carga con ese Cristo, no va a suceder más. Queda otro año de espera para cargarle de nuevo, pero será otra carga, otra Semana Santa, no esa de ahora mismo. Y recuerda los que ya al otro año, a la otra Semana Santa, a la siguiente carga no pudieron llegar a amarrar, por lo que fuera. Y se siente con todas las fuerzas para comenzar de nuevo, para cerrar los ojos y volver a escuchar otra vez los golpes de martillo del capataz para ir entrando en el paso.

Quizás sea por eso que la entrega sea total en esa marcha larga y sublime de

encuentro con la Virgen; y que la maniobra de encarar la puerta del templo se quiera eternizar para no recogerse nunca. Pero todo llega. Los cuerpos se han cambiado y tiene, por una vez, la ocasión de ver el paso desde el ángulo contrario. ¡Qué gozo poder ver todo el paso por dentro mientras el palo oprime! ¡Qué gozo poder ver, aunque sea desde abajo, mientras se le carga a Jesús o a su Madre!.

Con la última levantá se libera lo que queda dentro da cada uno. Tras ella

vendrá esa marcha exquisita y esos corazones latiendo al unísono para rezar con mecíos la última estación, para despedirlo de todos los que han seguido sus pasos desde la tarde. Fieles que ha llenado el aire de oraciones, gracias y promesas. El himno suena, y vuelve a fundirse con aplausos y redoble de campanas. Y de pronto se hace el silencio. Sólo lo rompe una oración bajo los palos.

Al final sólo queda eso, un palo, y a él una almohada amarrada. Arriba el

Cristo o la Virgen de cada uno. Debajo, un cargador de la Isla, un joven cargador con su oración hecha de andar corto y a las bandas, con una súplica que es un quieto.

Mañana comenzará la Pasión. Mañana entrará como Rey en la Isla iluminado

por la sonrisa de cientos de niños. Iluminado por la luz de su madre Estrella. Mañana, Domingo de luz y color, en la Ardila se hará paciente ante un cáliz y ante una madre llena de Pena. Y lo atarán y flagelado andará majestuoso, tras él un reguero de Lágrimas.

El Lunes, de tarde brillante, señalado y burlado ante Pilatos, Salud lo seguirá

Marconi arriba. La calle Ancha se hará de la Amargura, Afligidos dando consuelo a su madre. Maniatado y Cautivo en Capuchinas y viendo a su madre de la Trinidad subiendo majestuosa Real.

Martes de sol en almenas de barrio. Martes de oraciones al cielo. Pastora se

hace Huerto, Jesús de rodillas y Gracia y Esperanza enjugará su frente, y a las puertas de su casa, Ancha abajo, su gente la coronará de amor como hace cada año. El Parque se hará olivar y Cristo prendido buscará el consuelo de su madre del Buen Fin. El levante subirá por Comedias hasta San Francisco un grito de dolor de una madre de Caridad con la misma Vida inerte en su regazo.

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Un Cristo viejo, mujeres a sus pies, atravesando inalterable un barrio viejo.

Miércoles ocre y Mayor Dolor sin consuelo. Más desconsuelo en una virgen dolorosa tras un Cristo de Buena Muerte. Y la Bazán arropa a una madre de Amor que sigue a su hijo más poderoso cuanto más maltrecho...

La Casería se consumará como Calvario de un Cristo isleño y una virgen de

Paz quedará expectante con el mar en su mirada. Las curvas de Capitanía se harán camino para Jesús de la Misericordia y Piedad seguirá sus pasos cansinos... y cuando la tarde gris del jueves se haga noche un Cristo añejo expirará sobre jóvenes hombros, mientras un corazón lleno de Esperanza conquista corazones.

Y un Cristo andante, cruz a cuestas, un viejo Cristo Nazareno, romperá esa

noche interminable; y en la mañana clara dará consuelo a su madre dolorosa. Al caer la tarde de Viernes, Sangre en la Cruz y Desamparo. Redención

cruzando impasible la noche de luto, tras él Soledad. Campanas suenan a duelo. Jesús yace muerto, Mayor Dolor no puede caber. Mayor Soledad no puede haber. De madrugada, una cruz vacía y una madre que mira al cielo, escrutando en los misterios del dolor

Y ese Domingo luminoso y bello, el más bello para los cristianos, una multitud

nos agolparemos alrededor del más grande de los hombres, aquel que triunfó sobre la muerte. Delante tus cofrades, tras tu estela, tus cargadores.

Mañana querremos empezar a dilatar el tiempo. Mañana querremos ver salir

a todas las cofradías. Querremos verlas recoger, acompañar a Jesús y a María mientras recorran nuestras calles. Querremos vestir sus túnicas, querremos cargar sus pasos, querremos llevarnos dentro las sensaciones a puñados para luego irlos desgranando y saboreando.

Y cuando la sombra del desánimo y del cansancio nos alcance recordemos lo

que conmemoramos: la pasión. Tanto sufrimiento en Él, tanto dolor en su Santa Madre. O busquemos alrededor del paso. Miremos a través del respiradero. Quizás encontremos ojos emocionados y agradecidos de un padre en los que veamos los ojos de nuestro padre; tal vez veamos en la boca susurrante de una madre que reza la boca de nuestra madre. A lo mejor en la mirada embelesada de un niño boquiabierto encontremos la mirada de nuestros propios hijos. Entonces, cuando encontremos nuestra vida en otra vida, todo habrá merecido la pena. Y un rayo de esperanza dará luz a nuestro ánimo y fuerza a nuestro cuerpo cansado.

Este cofrade os pide a los cofrades que salgáis con ilusión y orgullo de dar

testimonio de fe y devoción hacia los titulares. Recordar que la salida penitencial es uno de los días más grandes de una hermandad. Que salgan dispuestos a conquistar almas y dar consuelo a quien lo necesita, llevando la iglesia a su lado.

Hay que ganarse almas y corazones en las calles, entre cierros y almenas,

con ejemplares cortejos, disciplinados penitentes, fieles devotos y sentimiento debajo de los pasos.

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Y este cargador le ruega a los cargadores de cristo oficio y abanicar con las caídas adoquines y bordillos para levantar al cielo una nube de incienso que perfume al más grande de los hombres.

Y a los de palio que hagan de los varales pinceles y dibujen en el aire una flor

que alivie la pena de una madre que sufre. Y, a partir de mañana, como me decía mi padre, entre todos, de una u otra

manera, vayamos a sacar al santo, y a su santa madre. Porque ese santo, Dios, os tiene que bendecir a todos por lo que sois capaces de hacer en su nombre.

¡Fondo por igual!.

Real Isla de León, 23 de marzo de 2.002, Sábado de Pasión Manuel Franzón Romero (Joven Cargador Cofrade)