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ZAPATA
UNA REVOLUCION INTELECTUAL
Zucarelli, Romina Abigail
“Zapata”, de Pedro Ángel Palou, propone a los lectores un modo peculiar de
mirar la revolución, presentando el lugar que las letras y las armas ocuparon,
su relación, su importancia y sus logros desde la perspectiva de quien lideró las
campañas del sur.
Se ha tomado un personaje del campo de batalla, líder de una de las grandes
facciones pero no sólo asociado al universo de las balas y la sangre sino
también al de las decisiones políticas, la conducción nacional, las leyes y el
papeleo, dos caras diferentes dentro de un mismo proceso.
En Zapata encontramos un pensamiento inculcado por la familia, un deseo
verdadero, personal de cumplir un ideal que conoce y al que aspira.
Al igual que Villa, representa al pueblo directamente, desde sus orígenes, pero
los diferencia el modo en que llevan a cabo su accionar.
En Villa hemos podido reconocer un tornado violento, que azotó por impulso,
que se auto describió como inculto, que dentro de la alianza forjada para
despojar a Carranza de su sitio político se consideró a sí mismo como la parte
militarmente eficaz en el combate.
Villa reconoce en su aliado un hombre con gran repercusión, respeto y
admiración, una herramienta poderosa para llevar a cabo sus planes, lo
imagina como un individuo de palabras, ideas, conocimientos pero incapaz
tanto él como sus revolucionarios letrados, de vencer en una guerra más
cruenta que las confrontadas anteriormente:
“Es un revolucionario pero no sabe nada de guerra”
Zapata, por su parte es presentado como el ideal revolucionario guiado por un
fuerte sentimiento hacia el pueblo, el cumplimiento de las leyes y la disminución
de la sangre derramada.
El autor lejos de despojar a este líder de sus defectos, vicios y puntos oscuros,
nos lo presenta en su complejidad, en sus múltiples facetas, en su evolución
como persona, ciudadano y general.
La novela comenzará planteando desde sus primeros párrafos el valor de la
palabra y al mismo tiempo las dudas que se plantean a esta importancia en la
situación en la que se encuentran y en el contexto, tanto político como
revolucionario en general:
“¿Qué peso puede tener una palabra, dignidad, cuando la vida se derrumba y
nada existe?”(pág. 13)
“Toma las escrituras, los títulos de propiedad de las tierras porque sabe que allí
se encuentra cifrado el futuro, en un oscuro pasado que por ahora le es
inescrutable. Dará la vida por ellas, las guardará con recelo. No tienen nada, ni
siquiera son dueños del polvo. Casi sagradas, las escrituras. ¡Bien valen la
vida!”(pág. 13)
En esta primera parte encontramos elementos que caracterizarán al
protagonista de la novela en su accionar a lo largo de la historia:
La interrogación con la que comienza el relato se repetirá en otras ocasiones,
la palabra elegida será la que se modifique, pero se mantendrá la duda sobre el
valor de las palabras en una situación en que todo se derrumba y no quedan
valores ni seguridades
“Hay que proteger los títulos, lograr que se haga justicia.”(pág. 14)
Es la primera novela, dentro de la literatura de revolución analizada a lo largo
de este año dedicado exclusivamente a la lectura de este proceso
latinoamericano en la que se mencionan las escrituras de las tierras, porque
será la primera en la que se muestre también la idea de una lucha “digna”,
inspirada en las leyes, en devolver el poder a los pactos, las firmas, los
documentos que comenzaban a significar, para la mayoría, elementos
mencionados y respaldados sólo si implicaban una utilidad a las causas
personales.
“Es tiempo de descifrar, de leer, de apoderarse de las cosas por los papeles que
las nombran” (pág. 15)
Desde sus primeros pasos en el mundo político, pese a ser elegido por
considerárselo un “bravucón” con fuerte participación en protestas y seguido
por la juventud del lugar, no se rodea de guerrilleros, sino de letrados, pues su
lucha comienza no con la imposición de ideales y derechos por medio de la
fuerza sino con el descubrimiento de claves legales en las escrituras de las
tierras disputadas.
En su entorno encontramos curas, traductores, abogados, maestros,
ingenieros.
“Curiosa manera de poseer ésta, vicaria forma de estar sin estar nunca, de no
tener sino un montón de palabras. Pero, en esos días no piensa así, las palabras
son sinónimo de esperanza de futuro”. (pág. 16)
En la cita anterior se da al lector un indicio clave del cambio que surgirá en el
ánimo y en la estrategia de este general.
Su confianza en las palabras no es constante, pues lejos de ser un héroe de
mármol en el imaginario de Pedro Ángel Palou, Zapata se dibuja como un ser
humano con temores, desconfianzas, flaquezas, que se distinguirá sólo por las
fuertes convicciones que lo sostienen hasta las últimas consecuencias.
Este es uno de los momentos del relato en que adquiere mayor fuerza su fe en
los escritos, sin embargo, al enfrentarse con la corrupción, con palabras que
lejos de contribuir a su causa se ven alteradas, entregadas a mecanismos que
atentan contra el bienestar nacional y que, sin embargo, son bien recibidas por
la opinión pública, con una guerra armada que se instaura como la medida más
eficaz la duda, la practica militar, sangrienta, el “sabor a hierro en las encías”
intentarán ocupar el lugar que estos poseen en su lucha.
“Otra guerra, una de verdad. Ya han terminado de nuevo las palabras” (pag.145)
Su esperanza en las palabras decae en muchas ocasiones, siempre
reapareciendo de diversas maneras, al emitir una carta, un telegrama, dictar un
Acta, defender la legitimidad de un plan, trazar mapas para repartir terrenos en
lugar de simplemente apropiarse, combatir o imponer decisiones arbitrarias.
“Con esos papeles han ido los importantes, presidentes y gobernadores y todos
han prometido hacerles justicia. Feroces soldados que han combatido a todos
los enemigos de afuera” (pág. 16)
El gran peligro de apelar a la defensa de los papeles para presentarse ante el
pueblo son los antecedentes históricos.
Los papeles no son ajenos al resto de los gobernantes, los conocen, los
emplearon como estrategia de campaña, hayan o no sido leídos, descifrados o
investigados.
Avanzada la historia esta idea de la construcción de Zapata como un ser de
palabras y promesas, una mitad inconclusa, terminará de cerrar la afirmación
citada, el temor de caer en este círculo, pero en su caso, no por propia
voluntad.
Zapata, sin embargo, junto con Palafox y el resto de sus hombres son la
imagen utópica, ya que lograron trasladar las palabras a la acción, volvieron
reales promesas que parecían imposibles y resultaron no serlo, que parecían
exigir grandes cantidades de sangre para alcanzarse y bastaron muchos
menos al recurrirse a las leyes, a las palabras y contratos, a la organización
eficaz y equilibrada de fuerzas e ingenios:
“En tres meses de revolución del sur ha cumplido un reclamo de siglos” (pág.
163)
“Le harán falta hombres, ingenieros, pero no fuerzas” (pág. 159)
Pero frente a estas imágenes utópicas nos encontramos con otras más
generalizas y comunes. Tal como se plantea a lo largo de la literatura de
revolución, en esta obra también se ilustran individuos con ideales, propuestas
que se extinguen al ascender, Carranza, Madero serán ejemplos cercanos al
protagonista, de discursos que se desdoblan y no llegan a convertirse en
realidad:
“He notado que todos los que en ella se han sentado, no sé por qué extraño
maleficio que posee se olvidan de las promesas que hicieron y su único sueño
dorado es el de permanecer por el tiempo que les fuera posible sentados en esa
silla” (pág. 149)
“En todas las ocasiones la cosa ha acabado mal, con las armas.
Eso no lo dicen los papeles, pero ellos lo saben. Sin embargo están dispuestos a
jugársela de nuevo” (pág. 18)
En todos los enunciados citados hasta el momento se contruye un perfil de
Zapata que lo posiciona por encima de los otros mediante este juego constante
de oposiciones.
Frente a la corrupción, a hombres políticos, el es un hombre puramente
revolucionario, dispuesto a comenzar su participación en esta lucha de la
manera correcta, con una base legal, un verdadero conocimiento de los ideales
que la revolución debe defender, sin tomar las armas como primera medida,
intentado convertir este combate sin sentido, sin organización, en un organismo
planificado y encaminado a resolver el problema de manera que se obtenga
finalmente la paz.
No interesa ascender, no se plantea este deseo, tampoco imponer intereses
personales, simplemente velar por el pueblo, no como se ha hecho
anteriormente, por vías incorrectas desconociendo o desviándose del camino,
sino planificando, estudiando, leyendo la nación.
“Yo no peleé para esto. Peleé para obtener las tierras de regreso, las que nos
pertenecen por derecho. No me importa la política. Dejemos que otros se sienten
en ella, o mejor habría que quemarla para poner fin a tantas ambiciones” (pág.
155)
Es en esta contestación a Villa donde Zapata, si en alguna ocasión fue
considerado como otro de los líderes que esgrimían la bandera de la lucha
popular para acceder a una silla presidencial queda expiado de acusación
alguna.
Desde una lectura personal, este enunciado permite afirmar que nos
encontramos quizás ante la única revolución verdadera, o por decirlo de otro
modo, la única que mantuvo hasta el final las causas que le dieron origen, que
luchó por las razones correctas y merece ser apreciada como la “verdadera
revolución por el pueblo y para el pueblo”, liberada de intereses políticos y
personales, encabezada por un hombre cuyo nombre no lo representó a él sino
a las masas, a las voces acalladas por el poder, por el temor.
Esta batalla no fue realizada por un sólo hombre, participaron activamente, en
el campo de batalla e influyeron en el pensamiento e ideología personajes con
múltiples capacidades y conocimientos.
dentro de los letrados con quienes entabló relación Zapata encontramos a
Magaña, estudioso que se unió a la revolución y Pablo Torres Burgos,
vendedor de libros que organizaba reuniones y discusiones con otros
intelectuales
Con ellos aparecerá por primera vez la segunda cara de la escritura, en los
medios de comunicación.
“El zapatismo amenaza con destruir lo que en más alto llevamos, nuestra
nacionalidad, escribía un periodista de El País, aquel diario de guacamayos al
que vanamente había querido convencer el general de la seriedad de sus miras”
(pág. 88)
Mientras Zapata considera los papeles, los documentos escritos como la
salvación del pueblo, de los sectores desprotegidos, el resto de los políticos y
poderosos los manejarán desde las sombras, van a valerse de publicaciones
para fomentar sus verdades, para satisfacer intereses particulares, sin embargo
existen periódicos, a los que acude el personaje, que dan a conocer estas
injusticias, estos son parte de la idea esperanzadora de un cambio que no se
vale de las armas.
“Allí en Regeneración muchos de sus pensamientos tuvieron palabras para
decirse” (pág. 25)
La lectura y escritura adquieren un poder trascendental: la cultura, las letras
son sinónimos de luz, claridad, valor y poder.
Cuando Zapata queda en silencio se debe al temor, cuando comienza a
introducirse en el mundo de las armas se habla de un ingreso a la oscuridad y
al silencio.
Es cuando no sabe que decir que las armas se empuñan, pues implican el
modo de poder de quienes no pueden adquirirlo de otra manera.
Antes de iniciar el capítulo III comienza el segundo momento en la actitud de
Zapata:
“Ya era hora de empezar a hacer algo serio, algo de verdad por el pueblo”
Las palabras dejan de significar para Zapata si no implican el comienzo de una
acción efectiva, sin embargo serán el fundamento de la revolución que
encabezará.
“¿Y si después de tanta palabra no sobrevive la palabra?
Nadie puede expresarse en trozos de paloma” (pág. 74)
El Plan de Ayala es un nuevo documento que representa la necesidad de un
testimonio legal que asegure la legitimidad de su lucha, que otorgue confianza,
que organice este proceso.
Zapata representa en cada una de sus actitudes y expresiones al ideal letrado,
son sus conocimientos, su esencia intelectual entrelazada al sentimiento de
pertenencia al pueblo que defiende lo que lo constituye como el modelo que el
país necesita para cambiar, para convertir las promesas en hechos y la guerra
armada en una herramienta empleada adecuadamente y no en el medio
principal de reclamo y .acceso al poder.
En esta obra el autor devuelve a través de su personaje central, la existencia
de una esperanza, de un atisbo de legalidad en este conflicto presentado
siempre como un todo corrompido.
Nos encontramos frente a la mirada de la historia desde una perspectiva
distinta, si bien las batallas aparecen relatadas, se encuentran en segundo
plano, aquí se muestra una revolución escrita.
“Con esa declaración Zapata empieza a librar otra guerra, una de palabras” (pág.
68)
Por medio de actas, cartas, periódicos, los bandos de esta contienda se
rebatirán, y si bien Zapata luego de las primeras reuniones y discusiones
relatadas abandona esta lucha pacífica según menciona el autor, jamás se
dará por vencido, intentará continuamente legalizar su lucha por medio de la
escritura.
“Desde este día huirá siempre de las discusiones, del castigo por la traición de
los otros, del enfrentamiento con las palabras. Las palabras que no arreglan
nada, se necesita la carabina”
“Pone en duda la disposición de los federales a respetar un gobierno
revolucionario desarmado”
Quizás en esta afirmación no sólo se refleje su pensamiento sino el de muchos
individuos anteriores a él, intelectuales que pese a sus conocimientos, a la
posibilidad de realizar un cambio empleando la pluma, se sumaron a los frentes
de combate, viendo inútiles sus recursos y capacidades en una ciudad de gran
nivel de analfabetismo, donde no era necesario saber sino combatir para
ascender, y donde una vez que se asimilaba esto resultaba difícil no abandonar
las raíces que los guiaban, no corromperse, primero para sobrevivir en esta
maquinaria y luego para asegurarse la permanencia y el bienestar dentro de
ella.
Entonces no solo nos enfrentamos a la dicotomía: revolución armada-
desarmada (letrada) sino también revolución desarmada- revolución política
(como sinónimo de armada, ilegitima y des-idealizada)
“La ley no estaba más que escrita y sobre ella el capricho brutal de la turba de
sátrapas de Porfirio Díaz, siendo la justicia un aparato gangrenado, dúctil,
elástico que tomaba la forma que se le daba en las manos de jueces venales y
sujeto al molde morboso de los señores de horca y cuchillo
Él pueblo mexicano pidió, como piden los pueblos cultos, en la prensa y en la
tribuna, el derrocamiento de la dictadura, pero no se le escuchó; se le contestó a
balazos, a culetazos y caballazos, y sólo cuando repelió la fuerza con la fuerza
fue cuando se oyeron sus quejas (…)” (pág. 76)
Lo que se presenta es una justificación a la revolución, al levantamiento del
pueblo. Ante las constantes sentencias a esta decisión de insertar al país en un
conflicto cruento, largo y sin resultados claros, se brindan los argumentos que
limpian de culpa a los campesinos, a los verdaderos revolucionarios y señalan
a los poderosos como únicos causantes del curso que tomó la nación.
Muchos conceptos son reelaborados en el transcurso de la historia, uno de
ellos será, en esta ocasión el de “pueblo culto”
Se sabe que no abundaban los letrados, los estudiosos, dado que era un país
que se dedicó a la tierra, al cuidado de los campos o a las industrias, pero no
es a este aspecto al que se alude al hablar de cultura, sino a algo mucho más
esencial.
Hay dos conceptos que resultan útiles para explicar mejor esto: “civilización y
barbarie”
No son civilizados o cultos aquellos que dominan las letras, que asumen cargos
políticos o viajan alrededor del mundo vinculándose con el resto de las culturas
del mundo, sino los que saben comportarse adecuadamente, actuar según la
ocasión lo amerite, que acatan las leyes, las respetan y buscan una mejora
acudiendo a las herramientas apropiadas y legales que conocen, sabiendo que
de este modo contribuyen a la nación, al bienestar propio sin afectar al resto de
los individuos.
Es culto quien encuentra el camino correcto al gobernar, al dirigir, quien lleva al
progreso, a la evolución y desarrollo general, quien fomenta la educación, el
comercio, el trabajo logrando un crecimiento que perdure, que no sea fugaz y
limitado.
Barbarie: Si se desconocen las normas de convivencia, de organización, de
planificación y desenvolvimiento político y público es posible ingresar en el
caos, llevar aquello que se maneja a una situación de barbarie, descontrol que
no aporta soluciones sino que por el contrario empeora aún más la situación
del país.
Recurrir a las armas y no a las leyes, dominar la fuerza por desconocer o ser
incapaz de emplear las vías legítimas es ingresar en una barbarie de la que
difícilmente se puede salir sin una guía que restablezca los valores y los
medios adecuados.
Describiendo al personaje de esta historia en base a esta dicotomía planteada
podemos afirmar que si bien Zapata fue un hombre de caballos, mujeres y
conflictos, al asumir el liderazgo supo asumir el lugar que le correspondía, y en
el ascenso, si bien por necesidad empleó estrategias a las que hubiese
deseado no recurrir, no se dejó cegar por el poder y regresó a los valores y
planes con los cuales inició su carrera.
Esto adquiere un peso aún mayor debido a que no queda relegado a un
segundo lugar en su construcción sino que es reconocido por los sectores
populares, donde no sólo se estima su rol frente a tropas armadas, sino detrás
de los escritorios y los papeles:
“Fue en la Villa de Ayala
que el ejército del sur
puso en letras y en papeles
lo que en pólvora escribió”
En este corrido, vemos como este héroe revolucionario asumirá el manejo de
las palabras como armas, y de estas como pluma con las que dejará su huella
en la historia, empleando cada una cuando resulte conveniente y no cuando el
impulso, como ocurre en el caso de su aliado, Villa, lo lleve a hacerlo sin
considerar las consecuencias, los saldos de victimas y la ineficacia de tal
atropello.
Frente a este equilibrio encontramos a personajes que si bien dominan del
mismo modo el manejo de estos instrumentos son perjudicados por el uso
inadecuado o las lecturas incorrectas.
Otros también emplearon sus múltiples lecturas como armas de combate, sin
embargo fue consecuencia de gustos, lecturas particulares que el resultado de
su aplicación fuera diferente:
“Embriaguez de la bola, sobriedad etílica de los oradores, borrachos de citas,
embrutecidos de historia y de retorica” (pág. 143)
Del lado de los federales Juvencio Robles se basó, para sus estrategias de
diversos libros sobre las guerras africanas, el incendio de pueblos y las
recolonizaciones o exilios masivos y forzados.
Por parte de los zapatistas, en la reunión a la cual el líder no asistió sino que
fue representado por intelectuales de su facción considerados aptos para
hablar en su nombre, podemos percatarnos de que no es la lectura en sí lo que
capacita.
Pese a su amplia cultura, Soto y Gama no fue útil a la tarea encomendada, no
expresó los verdaderos ideales, se desvirtuó al sentirse poseedor de la palabra,
de la autoridad.
Es en estas situaciones donde se enaltece la figura de Zapata, donde se
demuestra que su carácter no es superior por contener instrumentos que a
otros les fueron negados sino por poseer el equilibrio, el dominio de los
diversos componentes que conforman su persona, y saber manejarlos
correctamente, sin dejarse afectar por factores externos, por opciones y
propuestas negativas.
Llegarán los momentos finales, cuando la cantidad de hombres en su ejército y
armas a su alcance resulten insuficientes pero este personaje no se rendirá, se
enaltecerá al continuar con su lucha escrita, con sus actas, sus cartas, su
búsqueda pacifica de reinsertarse en la batalla.
Muchos habrán considerado vanas las palabras, incluso el mismo Zapata que
nos presenta esta historia, pero es el pueblo al recibir con brazos abiertos,
proteger a estos perseguidos “hijos letrados de la revolución”, y los enemigos
imperiosos de acabar con una vida que es símbolo de la causa original, que
deja a la luz las oscuridades de sus gobiernos frente al mundo, donde podemos
comprobar que las palabras fueron quizás el arma más efectiva, pues
reduciendo el número de victimas lograron importantes cambios y se insertaron
en la historia como modelo de lucha que lejos de morir continuó haciéndose
escuchar.
Es importante el mensaje y el homenaje que esta novela hace a la historia, no
sólo al reivindicar la imagen de Zapata frente a las acusaciones que se puedan
haber hecho, sino a México en su totalidad, al pueblo rescatado de la acusante
pintura que lo inscribió como inculto y desorientado.
Zapata y su pueblo serán las víctimas, los grandes mártires, se los recordará
en esta obra como aquellos que lucharon primero por medio de los reclamos,
de las palabras y escritos, cada uno de acuerdo a las posibilidades culturales
de las que disponían y que tomaron las armas o siguieron facciones guiados no
por la sed de conflicto, sino por la desesperación y la esperanza, por la
confianza en las buenas ideas, en las propuestas y en los sueños de una
nación digna y justa.
Zapata es relatado hasta su muerte, se conserva incluso esta imagen de una
derrota que no fue tal, pues cayó el hombre, pero gracias a su perseverancia e
influencia se conservó el ideal y la lucha.
“No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la
nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la
tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder”
(Manifiesto zapatista en náhuatl)
Zucarelli, Romina Abigail