1 Club Náutico Buchardo, San Isidro, Pcia. de Buenos Aires
El historiador Felipe Pigna, publico en la revista Viva del diario Clarín
del domingo 6 de diciembre de 2015, el siguiente artículo referido a
una acción conjunta llevada a cabo por los dos padres de la marina
nacional: el Almirante Guillermo Brown y nuestro Hipólito Buchardo.
En 1815, comenzó la campaña de guerra de corso, dirigida por Guillermo
Brown. El marino irlandés armó por su cuenta la fragata Hércules y el go-
bierno aportó el bergantín Santísima Trinidad, a cargo de Luis Brown. Com-
pletaba la flotilla la corbeta Halcón. Al mando de Hipólito Buchardo. La
Halcón escoltaba a la fragata Constitución que transportaba a un grupo de
patriotas chilenos trasladados clandestinamente para agitar contra los re-
alistas del otro lado de la cordillera.
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Brown y Buchardo acordaron reunirse en la isla de
Mocha, en el Pacífico Sur, frente a costas chile-
nas. La isla era famosa por ser el encuentro de pi-
ratas ingleses, franceses, holandeses y portugue-
ses desde el siglo XVIII.
Para llegar a la cita, las tres naves debieron atra-
vesar el Estrecho de Magallanes. La reunión cum-
bre se produjo a tiempo y en octubre de 1815
apresaron varias fragatas españolas y atacaron el
centro del poder español en América del Sur: el
puerto del Callao. Y hacia allí fueron las dos naves
contra la flota española anclada en las cercanías
de Lima. A pesar de la encarnizada defensa de los
españoles, Brown y Buchardo lograron bloquear el
puerto por tres semanas y capturar nueve barcos.
En el Callao cundió el pánico y los explotadores
propietarios de minas y haciendas comenzaron a
trasladarse a sus fincas del interior con sus teso-
ros ante el miedo de perderlo todo a manos de los
corsarios argentinos.
Con la flota engrosada con el gobernador de Gua-
yaquil, el duque de Florida-Blanca y su sobrina, la
condesa de Camargo de rehenes, siguieron viaje
hacia el Ecuador y atacaron fortificaciones cerca-
nas a Guayaquil. La nave de Brown, la Santísima
Trinidad, quedó varada y fue atacada desde tierra.
El irlandés intentó una acción desesperada,
arriando la bandera nacional. Rodeado de caima-
nes y en medio del tiroteo, volvió al arco, donde
pudo comprobar que los españoles estaban fusi-
lando a los sobrevivientes. Brown, de pocas pul-
gas, encendió una antorcha y amenazó con arro-
jarla a su barco. Los españoles suspendieron los
asesinatos. Solo cuando se le garantizó el fin de
la matanza y el respeto por la vida de los sobrevi-
vientes, Brown, con la bandera argentina por todo
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Buchardo, permanecía con la Halcón a la entrada del puerto de Guayaquil.
Al enterarse de la captura de su compañero comenzó a preparar su rescate.
Allí pensaban que los argentinos no se atreverían a atacar por temor a las
represalias contra Brown y sus compañeros que acababan de ser condena-
dos a la horca.
Esa noche el teniente de gobernador daba una fiesta en su residencia para
festejar el triunfo sobre los corsarios argentinos. Pero pronto se le iba atra-
gantar la paella. Buchardo formó a sus hombres en dos columnas que fue-
ron guiadas por indios que adherían a la causa patriota. El palacio fue ro-
deado y Buchardo intimó a las autoridades a rendirse. El teniente le con-
testó que tenían pólvora para resistir. Fue la señal que esperaban para en-
trar en acción. En pocos minutos los balazos pasaban cada vez más cerca
de las señoras y señores de Guayaquil, que optaron por rendirse. Los mari-
nos argentinos festejaban la toma a cuenta de la Corona española. Bouchar-
do exigió la libertad de Brown, sus hombres y de los patriotas ecuatorianos
detenidos. Todos fueron liberados. Pero, faltaba la última imposición del cor-
sario: el pago de un “impuesto revolucionario” de 50.000 onzas de oro para
respetar sus vidas y haciendas. Buchardo y sus hombres tenían garantizada
la retirada porque aún seguían de rehenes el gobernador y su sobrina, que
fueron liberados a poco de llegar los argentinos a posiciones seguras.
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Hipólito Buchardo
15 de enero de 1780, Bornes, Francia
4 de enero 1837, Nazca, Perú