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Crónicas del Futuro I : Lazos de sangre
Gabriel dark
Siempre me gustaron las historias de ciencia ficción, pero particularmente
prefiero las historias que te hacen alucinar sin dar demasiada explicación, sin
buscar cinco patas al gato, se que existe ciencia ficción científica o dura, que es
donde los escritores suelen brindar detalles minuciosos sobre acontecimientos de
ficción que entremezclan con la ciencia real, pero particularmente prefiero las
historias fáciles de digerir pero sin que sean aburridas, prefiero conocer una
historia fantástica sin y tener que analizar cada segundo los detalles científicos
que al final podrían hacer que te despisten y no puedas disfrutar de una buena
historia de ciencia-ficción.
Bueno esta es mi primera historia es simple y si alguien lo lee que deje volar su
imaginación fácilmente puesto que es una historia entretenida y poca densa
además de corta. Espero que les guste y lo disfruten y si no ni modo existe mucho
en la red para buscar.
Crónicas del Futuro I Prologo:
Informe Táctico L45.967.22
Restos de archivos de audio recuperados del crucero de batalla estrellado Furia del
Emperador (fue totalmente imposible restaurar los holo-archivos)
Asunto: Soldado Maren Ayers, médica, batallón 128, “Bufones de acero”
Oficial: Capitán Serl Gentry, doctor, Operaciones especiales de investigación
Capitán Gentry:
Siéntese, soldado. Me imagino que estará alterada después de lo que acaba de ocurrir.
Soldado Ayers:
¿Alterada? No sea tonto, capitán, esto no ha sido del todo una sorpresa. La naturaleza no
se limita a adaptarse. La naturaleza hace trampas, cambia las reglas y se escurre por la
puerta de atrás con tu cartera antes de que te hayas dado cuenta de lo que ha pasado.
Capitán Gentry:
Creo que no la sigo.
Soldado Ayers:
Disculpe, no son palabras mías. Lo decía mi padre, el venerable Dr. Talen Ayers. Es un
buen ejemplo de sus reflexiones: un tercio de renombrado investigador de genética, dos
de paleto de provincias. Siempre me avergonzaba.
Siempre soltaba ese proverbio cada vez que me quejaba de los resultados inesperados de
mi investigación. Por costumbre, supongo.
Capitán Gentry:
Soldado, ¿podríamos empezar por el principio…?
Soldado Ayers:
Es como aquella vez que un grupo de control entero de mis moscas de la fruta decidió
reproducirse en un tamaño lo bastante pequeño como para atravesar la red de su jaula y
extenderse por los demás hábitats. Arruinaron deliberadamente tres meses de modelado
de cadenas largas de proteínas. Al menos a mí me pareció deliberado.
Yo tenía doce años por aquel entonces y había estado trabajando en mi propia mutación
de la Drosophila melanogaster para un proyecto de la escuela. Papá se rió sin más y me
dijo que la próxima vez usara un tarro de mermelada. Cabrón. No se le ocurrió ninguna
máxima ingeniosa cuando dejé la universidad para unirme al ejército, ¿a qué no?
Capitán Gentry:
Soldado Ayers, ¿le importaría ceñirse al tema que nos concierne?
Soldado Ayers:
Disculpe. ¿Demasiado personal? Me ha dicho que empezara por el principio, pero al
parecer no le interesan los problemas entre padre e hija. Es que… Hace mucho tiempo
que no podía hablar de verdad con alguien que tuviera una educación más allá del
campamento de entrenamiento, y el vuelo de regreso al espacio civilizado va a ser muy
largo.
Capitán Gentry:
(Carraspea.)
Soldado Ayers:
Vale, iré al grano.
Capitán Gentry:
Se lo ruego.
Soldado Ayers:
Hace seis meses nuestro batallón se dirigía a una avanzada de vigilancia remota en el
lado helado de Anselm, para relevar a los pringados que habían estado destacados en
ese planeta el año anterior. Acabábamos de salir de distorsión en el sistema y estábamos
realizando cálculos para el último salto cuando nos llegó una llamada prioritaria desde
Korhal IV: todos los cruceros de batalla de clase Minotauro debían volver a la capital
para ser modificados para el combate interatmosférico.
Las instrucciones decían que se debían posponer todas las misiones no críticas,
descargar pasajeros y cargamento en el punto de control habitable más cercano y saltar
inmediatamente hasta el cuartel general. La recogida correría a cargo de naves militares
secundarias, a discreción del mando. Eso sí que nos despejó de golpe. Sabe tan bien
como yo que el Dominio puede llegar a usar el término “habitable” con demasiada
generosidad.
Capitán Gentry:
Los traslados inesperados son parte de la vida militar, soldado.
Soldado Ayers:
Ya, bueno, no creo que a nadie le gustara quedarse en la cuneta indefinidamente por una
simple mejora de vehículos.
Nuestro ordenador de orientación calculó que la roca que más se acercaba a esos
criterios era un planeta minero desolado en el extremo del sistema: Sorona. Ya lo ha
visto, un planeta color naranja óxido con un fino anillo de asteroides alrededor del
centro. Parece un niño gordo con un cinturón sucio.
Capitán Gentry:
(Se ríe, pero se recompone.)
Sí, ya he visto Sorona.
Soldado Ayers:
Bien. Para entonces había sido médica en el batallón 128 durante dos años. Nos
llamábamos los Bufones de Acero y nos dirigía el teniente Travis Orran. Solo un
puñado de compañeros habían estado en combate y de ellos la mayoría solo había visto
pequeñas operaciones de paz. Sí, no éramos los Demonios del Cielo, ya lo sé, pero a los
héroes de guerra no se les envía a esperar sentados en Anselm. En cualquier caso, no
creo que nadie se esperara que nuestro contratiempo temporal fuera a ser algo más que
temporal.
De eso hace seis meses. Seis meses, Doc.
Capitán Gentry:
“Capitán”…
Soldado Ayers:
En todo caso, no nos recibió ningún comité de bienvenida.
Capitán Gentry:
Eso no es infrecuente, soldado. Algunas colonias pequeñas no cuentan con personal
suficiente para operar un puerto estelar debidamente.
Soldado Ayers:
No es que llegáramos a la hora de la comida, Doc. Allí no había nadie. Desde hacía
mucho tiempo.
El plan del teniente era recoger tantos suministros como pudiéramos cargar y
trasladarnos veinticinco kilómetros hasta la avanzada colonial más cercana, un agujero
llamado Cask. Allí hablaríamos con el alcalde del lugar y trataríamos de encontrar un
buen sitio para acampar el tiempo que hiciera falta. El teniente Orran dijo de broma que
por lo menos podríamos tomar el sol antes de seguir hacia Anselm. Hubo algunas risas;
creo que todos queríamos ver el lado bueno de la situación.
Los zerg acabaron con eso.
(Sigue una larga pausa y el sonido del capitán Gentry removiéndose en su asiento)
Capitán Gentry:
Soldado, por favor…
Soldado Ayers:
Estábamos a unos ocho kilómetros de la colonia cuando el suelo… explotó a nuestro
alrededor. No recuerdo más que un mar de garras, dientes que mordían y sangre. Cuánta
sangre. Los zerg nadaban por nuestro batallón como peces en un océano rojo. El
soldado Braden estaba frente a mí; vi cómo le arrancaban el brazo de cuajo, con
armadura, hueso y todo, y luego desapareció bajo dos de esas bestias.
Usted y yo sabemos que hacía años que no había ninguna actividad zerg en el espacio
terran. Había oído hablar de los xenos, había visto los vídeos de entrenamiento, pero
nada te puede preparar para el puro terror animal que te atenaza cuando atacan esos
monstruos. La velocidad. El salvajismo. Desde entonces he visto cientos de zerg, pero
aquel primer ataque me sigue torturando. Siempre lo hará.
(Otra pausa larga.)
Capitán Gentry:
¿Y cómo sobrevivió a la emboscada, soldado?
Soldado Ayers:
Bueno, fue el teniente el que mantuvo la calma y consiguió sacarnos del pánico ciego.
Ordenó a los bufones que soltaran la carga, formaran un círculo y abrieran fuego. Me
acuerdo de su voz, firme y estable incluso en medio de semejante caos. Es un buen
líder, un buen hombre.
Cinco soldados ya habían sido reducidos a montones húmedos en la arena antes de que
sonara el primer disparo. Por instinto había enfundado mi A-13 y me dirigía a Braden
con un paquete médico cuando la soldado Delme me agarró y me gritó que me ahorrara
el esfuerzo. Tenía razón. Mis nanos no pueden hacer mucho por un soldado al que le
han arrancado las vísceras a través de la armadura de combate.
Seguramente no habrían pasado ni dos minutos cuando el teniente Orran ordenó un alto
el fuego. El humo se despejó y nos quedamos allí de pie, atónitos.
Capitán Gentry:
¿Atónitos? Por favor, soldado. Todos los soldados del Dominio están entrenados para la
posibilidad de un ataque zerg.
Soldado Ayers:
Nunca ha visto un combate contra los zerg, ¿verdad, Doc?
Nuestro grupo de sesenta soldados ya había perdido a doce y otros tres no tardarían en
unírseles. Los zerg nos pillaron desprevenidos y todo el entrenamiento del mundo no
sirvió para nada. ¿Y lo peor? Después de buscar y rebuscar solo pudimos recuperar diez
cadáveres alienígenas. Diez xenos. Un puñado de zergling se cargó a una cuarta parte de
nuestro batallón en cuestión de minutos.
No habríamos llegado al día siguiente si los colonos no hubieran oído los disparos y
venido a investigar. Vimos una nube de polvo en el horizonte, roja a la luz del
anochecer. El teniente nos colocó en formación y nos preparamos para otro ataque. Fue
entonces cuando oímos el maravilloso petardeo de un motor terran pesado. Vimos que
un vehículo minero ―un gran transportador de mineral, por el aspecto que tenía―
venía hacia nosotros y empezamos a gritar de alegría.
Paramos cuando pudimos ver mejor el vehículo.
Capitán Gentry:
¿No era lo que se esperaban?
Soldado Ayers:
Digamos que el camión había visto días mejores. En algunos sitios el chasis tenía cortes
profundos y parecía que las orugas de un lado estaban mordidas. En el morro del
transporte había dos calaveras de hidralisco, colocadas de forma que los faros de acero
plástico dieran una luz macabra a través de las cuencas vacías. No era el coche de
bienvenida que esperábamos, pero al menos había sitio de sobra para el batallón en el
remolque de mineral. Nos subimos y tratamos de pasar por alto el aspecto desesperado
de las caras de los civiles que manejaban el aparato. Saltaba a la vista que esperaban
algo más que un batallón sin experiencia.
Nos contaron la historia en el viaje de vuelta. Hacía unos ocho meses que los zerg
habían atacado los campamentos exteriores de Sorona; luego arrasaron los demás
asentamientos terran. Sí, ha oído bien, ocho meses. Los colonos afirmaron haber
enviado mensajes de emergencia al Dominio y a todos los puertos cercanos todos los
días desde entonces. No hubo respuesta. Habían empezado a pensar que su estación de
comunicaciones no funcionaba. Vaya momento para que se estropee el teléfono, ¿eh,
Doc?
Capitán Gentry:
Entonces, ¿cómo pudo una población civil de mineros desarmados sobrevivir a un
asedio de ocho meses por parte de uno de los enemigos más peligrosos de la
humanidad? Es algo que nos tiene desconcertados.
Soldado Ayers:
¿Ha podido ver los vídeos de reconocimiento de cuando se dignaron a venir? Si no lo ha
hecho ya, diga a sus científicos que le enseñen los planos de Cask.
La colonia está situada en una de las fortalezas naturales más perfectas que se podría
imaginar, es el sueño de un arquitecto militar hecho realidad. Cask se encuentra entre
las paredes de un profundo cañón que termina bajo un gigantesco arco de roca. Además
de aportar sombra bajo los dos soles del planeta, el arco también protege a la colonia de
la mayoría de los ataques aéreos. Un asalto por tierra tendría que pasar forzosamente
por un estrecho cuello de botella que los mineros han apodado cariñosamente como “la
cuña”. Incluso nuestro transporte raspaba las paredes mientras los mineros abrían las
puertas de pariacero para dejarnos entrar en una barricada improvisada.
Doc, los zerg llevaban ocho meses asaltando la cuña todos los días y no podían superar
a unos civiles armados con escopetas y láseres mineros. Era la primera vez que oía que
unos civiles pudieran contener un asalto zerg; creo que nos permitimos el lujo de
esperar que la estrategia de resistencia diera resultado. Los zerg no podían mantener este
tipo de actividad permanentemente en un planeta prácticamente estéril, ¿no?
Capitán Gentry:
No puedo aportar más información científica sobre los xenos que lo que ya tiene
autorización para ver en los vídeos de entrenamiento, soldado. Por favor, continúe con
su informe.
Soldado Ayers:
De acuerdo, lo siento.
Conseguimos establecer contacto con el líder del lugar, que parecía cada vez más
abatido a medida que le decíamos que no, que no formábamos parte de una fuerza
mayor y que no, que no teníamos ni idea de cuándo volvería nuestro medio de
transporte. El médico de la colonia se había suicidado hacía solo un mes, así que pronto
me vi rodeada de civiles enfermos y heridos.
La desnutrición brotó en cuanto empezaron a agotarse los suministros; los civiles
recogían todo lo que podían de maltrechos jardines hidropónicos y una especie
autóctona de moho que crecía por las paredes sombrías del cañón. Era ácido, sabía a
pegamento y tenía un extraño olor a pimienta, pero tenía las proteínas y los compuestos
carboxílicos necesarios para evitar que la gente se muriera de hambre. El ácido había
desgastado la mayor parte del esmalte de los dientes de los civiles, así que al final me
pasé mucho tiempo realizando extracciones dentales. Ya sé que no es lo que uno se
esperaría tras un ataque zerg.
La primera oleada de zerg atacó solo una hora después de nuestra llegada. Estábamos
descargando el poco equipo que habíamos conseguido traernos cuando sonó la sirena.
Entre una alarma y otra pude oír una agitación creciente, parecía que las paredes del
cañón empezaban a temblar. El teniente nos ordenó dejarlo todo y apostarnos a lo largo
de los muros improvisados que habían levantado los civiles.
Una cosa es que los zerg te tiendan una emboscada. Otra cosa muy distinta es estar
preparados, encerrados y armados para recibirlos. Los primeros zergling dieron la vuelta
a la esquina para encontrarse con el fuego cruzado de tres rifles C-14 y ocho láseres
mineros. Una lluvia de icor roció las paredes del cañón y la siguiente oleada de criaturas
se lanzó al ataque. Estos alienígenas, que estaban empapados de los restos de sus
parientes, cayeron igual de rápido.
Los siguientes veinte minutos estuvieron llenos de ráfagas de disparos regulares
interrumpidas por los siseos de los zerg moribundos. Cuando se hizo evidente que mis
habilidades médicas no iban a hacer falta, tomé un puesto en el muro y empecé a
disparar con un C-7 prestado.
Disparar. Hacer agujeros húmedos en los zergling. Verlos retorcerse, caer al suelo,
sufrir un espasmo antes de quedarse quietos. Juramento hipocrático aparte, me sentí
bien.
Capitán Gentry:
¿Mmm?
Soldado Ayers:
Sí. Me sentí muy bien. Meter clavos en esos malditos demonios. Después de que
hubieran matado a tantos de los nuestros… poder matar y matar y matar sin más…
(Suena un llanto suave.)
Capitán Gentry:
(A su solapa) Aquí Gentry. Creo que no voy a poder sacarle nada más, traedme un par
de médicos y una camilla preparada para…
Soldado Ayers:
¡No! No, estoy bien, solo… solo necesito un minuto.
Capitán Gentry:
(A su solapa) Esperad.
Soldado Ayers:
(Solloza, toma aire)
Le pido disculpas, capitán. Por un momento me he visto de vuelta en aquel lugar…
Capitán Gentry:
Serénese, soldado. El Dominio necesita esta información para salvar vidas. Recuérdelo.
Soldado Ayers:
¿Salvar vidas? Ja. Me alegro de que lo exprese así, Doc. Eso lo hace mucho más fácil.
Entonces mi batallón está perdido en este planeta y los zerg nos atacan a diario. Sin
descanso. Sostenemos la barrera. Pasan los días. Las semanas.
Aprendimos a conservar la munición y a usar los láseres mineros que los civiles habían
colocado en las plataformas por encima de los muros, para controlar a los xenos. La
cuña parecía anular toda ofensiva zerg: daba igual cuántas garras entraran por el cañón,
solo podían acercarse lo bastante para arañar las barricadas antes de caer. Casi nos
costaba más quemar los cadáveres con los láseres después del ataque.
Nos acostumbramos a la rutina. Los ataques venían a horas distintas del día, pero solo
una vez por ciclo de veinticuatro horas. Empezaba con unas pocas docenas de zergling y
luego crecía a un ejército: cientos de bichos atropellándose los unos a los otros en masas
tan grandes que todos los disparos atravesaban dos o tres cuerpos de una vez.
Capitán Gentry:
Vale, soldado, ahora estamos llegando a la información importante. ¿Qué forma
adoptaban los ataques? ¿Solo les atacaban zergling?
Soldado Ayers:
Sí. Les pregunté por los demás tipos de zerg de los que había oído hablar: hidraliscos,
ultraliscos, devoradores, ya sabe, todos esos bichos. Al parecer habían formado parte de
los primeros asaltos, pero habían disminuido en número a medida que se alargaba el
asedio.
Capitán Gentry:
¿Disminuido?
Soldado Ayers:
Al principio, luego desaparecieron del todo. Los colonos lo consideraron un cambio
importante en los meses que siguieron; supusimos que era señal de que la población
zerg estaba quedando reducida a sus armas más baratas.
Capitán Gentry:
¿Sigue pensando que ese era el caso?
Soldado Ayers:
No. Ojalá hubiera visto lo que era de verdad.
Capitán Gentry:
¿Le importaría darme más detalles?
Soldado Ayers:
Ya llegaremos. Tiene que oírlo todo para entenderlo.
Los civiles nos estaban agradecidos por estar con ellos y se aseguraban de darnos agua
del pozo de la colonia y munición que producían en una fábrica de herramientas
modificada. La comida y los suministros que nos habíamos traído fueron de ayuda y el
soldado Hughes, que sabía de ordenadores, revisó su equipo de comunicaciones. Todo
funcionaba bien. Por lo que pudo ver, los mensajes habían salido. Solo que nadie
respondía.
(Una pausa larga. El capitán Gentry se vuelve a despejar la garganta.)
Capitán Gentry:
Prosiga.
Soldado Ayers:
Solo empecé a abrigar sospechas unas pocas semanas después.
Capitán Gentry:
¿Sobre el sistema de comunicaciones?
Soldado Ayers:
No, sobre los zerg. ¿Por qué iba a sospechar de las comunicaciones? No soy
informática. Fueron los constantes y totalmente inútiles ataques de los zerg los que me
hicieron pensar.
Me acordé de una discusión que tuve con mi padre un día después de su clase. Nos
habíamos centrado en la teoría evolutiva y cometí el error de quejarme de una de sus
máximas, algo de que las mutaciones ocurren con mayor frecuencia en poblaciones
drásticamente diezmadas. Yo creía que era ridículo ver una población de organismos
como una especie de inconsciente colectivo que reacciona a las amenazas con un
razonamiento gestáltico separado del todo.
Capitán Gentry:
¿Razonamiento gestáltico? Soldado, tiene usted un vocabulario excelente, pero lo que
acaba de describir con palabras sofisticadas es el concepto universalmente aceptado del
cerebrado zerg. No es nada nuevo ni revolucionario.
Soldado Ayers:
Perdóneme, Doc, pero no lo entiende. No es eso lo que proponía mi padre. Afirmaba
que un sector concreto de individuos dentro de una especie podía sufrir un aumento
general en las mutaciones de sus descendientes debido a la merma de la población. Esto
presupone que existe algún tipo de comunicación bioquímica a nivel genético para todas
las especies. Hasta para mis moscas de la fruta.
Capitán Gentry:
Entonces, lo que está diciendo es que un grupo aislado puede mutar para afrontar
situaciones inesperadas. Es la naturaleza que se escurre por la puerta de atrás con tu
cartera, ¿no?
Soldado Ayers:
Bueno, nos estamos acercando.
La teoría me parecía estúpida. No seguía ni fórmulas, ni algoritmos, ni patrones
predecibles. En general la ciencia es como una pistola, ¿verdad? La cargas, aprietas el
gatillo y esta dispara. Cuando entiendes el mecanismo puedes predecirlo todas las veces.
¿Por qué cree que me uní al ejército? Aparte de los problemas con mi padre, quiero
decir. Disparar armas, tapar los agujeros que hacen, ganar la batalla. Sencillo, limpio,
fácil. Mi padre odiaba mi sed de simplicidad, un universo en blanco y negro poco
realista que llamaba “una insensata fantasía binaria”.
“Maren”, me decía, “a veces A más B no es igual a C. A veces es igual a M, a veces es
igual a 42, a veces la respuesta es todo un ensayo. Tienes que aceptar que las preguntas
más importantes tienen demasiadas facetas como para contarlas. Tienes que dar un paso
atrás y contentarte con la visión general menos precisa”.
Ese curso me suspendió, a pesar de tener unas notas perfectas. Me dijo que no había
entendido lo más importante.
Capitán Gentry:
¿Cask la impulsó a replantearse las teorías de su padre?
Soldado Ayers:
Sí. Me duele decirlo, pero sí. Tiene algo que ver con estar perdida en una roca desierta,
rodeada de cucarachas homicidas y comiendo moho alienígena. Empecé a percibir la
visión general. Mi padre habría estado tan orgulloso de su hija.
En primer lugar, ¿por qué unos alienígenas interplanetarios supuestamente inteligentes
iban a lanzar sus tropas sobre un objetivo inexpugnable deliberada y sistemáticamente?
¿Y por qué a un ritmo tan constante y metódico? Desde luego Cask no tenía ninguna
importancia estratégica. Ni Sorona, para el caso.
Mis estudios en xenobiología nunca habían avanzado mucho; cuando abandoné la
universidad y dejé de estudiar con mi padre todavía no se enseñaba fisiología zerg en la
educación superior. Por lo que pude colegir de los vídeos simplistas del campamento de
entrenamiento, la Supermente zerg usa una forma adaptativa de ADN para incorporar
fragmentos útiles de organismos distintos y no relacionados a su propia paleta genética.
Hace que mi modelado genético de las moscas de la fruta parezca un juego de niños.
¿Y si la conciencia que controlaba a esta población hubiera reconocido un dilema único
en la avanzada terran de Sorona? ¿Y si la teoría de mi padre era cierta? ¿Y si la relación
inversa entre el índice de supervivencia de una población y las mutaciones aleatorias
fuera un concepto que esta conciencia no solo entendía, sino que utilizaba para superar
obstáculos cuando no funcionaba ninguna otra táctica? ¿Era nuestra resistencia
desesperada un maldito campo de pruebas para el enemigo?
Capitán Gentry:
Estoy impresionado, soldado. No puedo explayarme, pero sus análisis de campo encajan
con gran parte de los datos que ha recopilado nuestro equipo táctico. ¿Cuál fue su
conclusión?
Soldado Ayers:
Tenía que saberlo. Tenía que saber si nos estaban utilizando, si estábamos ayudando a
los zerg al colaborar con una estrategia de mutación forzada. Teníamos que encontrar a
la colmena responsable de esta población de xenos. Teníamos que destruirla.
El teniente se rió de mí. Traté de explicárselo de nuevo y me interrumpió; esta vez con
expresión severa. Me dijo que no sabía cuánto tiempo íbamos a estar perdidos en
aquella roca y que, gracias al dios que protege a los soldados ateos, había dado con una
forma de mantener vivo a su batallón en mitad de un asalto zerg. Iba a quedarse donde
estaba y esperar a que llegara la caballería. “Deje la ciencia para los científicos,
soldado”.
Eso me dolió. Aunque no se lo crea, me dolió. Llevaba años intentando distanciarme de
mi padre y su mundo de ensoñaciones intelectuales, y ahora ansiaba esa comprensión.
Esa perspectiva. Estaba literalmente inmersa en el centro de lo que podía ser el siguiente
paso evolutivo de toda una especie y me faltaban las herramientas, la formación y el
apoyo para hacer nada de provecho.
Capitán Gentry:
¿Y qué hizo?
Soldado Ayers:
Hice lo que pude. Esperé hasta que terminó el siguiente ataque y salté al otro lado de la
barricada.
Capitán Gentry:
¿A por un poco de investigación de campo?
Soldado Ayers:
Exactamente.
Todos los demás soldados empezaron a gritar, pude oír que la soldado Delme llamaba al
teniente. Algo sobre “otra loca que se suicida”. Sonreí ante su preocupación. Si el
patrón se mantenía, el siguiente ataque no llegaría hasta la mañana siguiente como
pronto.
Para cuando mis pies tocaron la arena el teniente ya había alcanzado la parte superior
del muro y me estaba gritando. No le presté atención y me puse a trabajar, recogiendo
muestras de los cadáveres. Lo hice rápidamente con los láseres quirúrgicos atenuados de
mi armadura y tenía el C-7 a mano por si los zergling no estaban tan muertos como
parecían.
Cuando ya tenía una buena cantidad de muestras, el teniente Orran había levantado la
puerta y me esperaba dentro, furioso.
¿Qué iba a hacer? ¿Pegarle un tiro a la única médica del planeta? Me gritó una hora
entera y me puso en confinamiento. En cuanto se cerró la puerta me puse manos a la
obra y convertí mi habitación en un laboratorio improvisado. La mayor parte del equipo
que necesitaba se podía adaptar del instrumental de mi armadura, así que en cuestión de
una hora ya estaba realizando análisis comparativos con la carne de nuestros atacantes.
Capitán Gentry:
¿Construyó un laboratorio con su armadura? Una vez más, estoy impresionado, soldado.
Soldado Ayers:
Los mandamases como usted creen que los soldados como yo somos todos unos gorilas
descerebrados, ¿verdad? ¿No se esperaban que descubriéramos lo que estaba pasando?
Capitán Gentry:
¿“Lo que estaba pasando”? No sé qué insinúa, soldado, pero le sugiero que continúe con
su informe.
Soldado Ayers:
Claro. El laboratorio no era nada del otro mundo, solo lo justo para realizar algunos
experimentos básicos. No tardé mucho en localizar la mutación, incluso con mi poca
formación. Ya sabe que la cirugía de trasplantes en humanos se centra en combatir el
rechazo físico del cuerpo del anfitrión al órgano extraño. Pues imagínese cuando las
células nuevas son de una especie totalmente distinta.
El tejido conectivo de los zergling, esa sustancia dura y correosa que une el
exoesqueleto de los zerg al tejido muscular, estaba cubierto de ampollas. Todas las
muestras que recogí mostraban cierto nivel de hinchazón y agitación debido a las
pústulas bulbosas que se amontonaban sobre ellas.
Mi siguiente descubrimiento me pilló totalmente por sorpresa. La carne alterada tenía
un olor característico a pimienta. Un olor al que me había acostumbrado con cada
comida desde que llegamos a Sorona.
Capitán Gentry:
El mismo olor que…
Soldado Ayers:
No podía entender por qué los zerg querrían absorber moho local en su popurrí de
propiedades genéticas.
A lo mejor no era intencionado. Una infección alienígena… ¿causada por algas
malignas? Ja. Dudaba que nada pudiera atravesar las biodefensas de estos monstruos,
pero era una posibilidad. Decidí diseccionar una de las ampollas más pequeñas, un
espécimen horrible del tamaño de la yema de mi dedo. Cargué el láser médico y realicé
una pequeña incisión.
Capitán Gentry:
¿Y?
Soldado Ayers:
Y me desperté dos horas después en la bahía médica con la piel ardiendo. El teniente
Orran estaba al lado de mi camilla, muerto de preocupación. Me dijo que había venido
corriendo al oír la granada y que me había encontrado bajo una pared derrumbada en la
habitación de al lado. Entonces bajé la mirada y vi lo que quedaba de mi traje. Toda la
parte izquierda parecía una vela que se ha dejado al lado de una llama: las placas de la
armadura se habían fundido. El teniente me dijo que la próxima vez que quisiera
suicidarme antes me quitara la armadura. Sí, es un gracioso.
Le pedí que me llevara a mi habitación. O bien el teniente Orran sentía lástima o bien
había desistido de pelearse conmigo, porque me cogió del brazo y me arrastró o me
llevó en volandas desde la bahía médica. No quedaba nada de mi habitación: las paredes
habían estallado en todas direcciones. Tenía suerte de estar viva.
“Esto no ha sido una granada”, le dije al teniente. “Ha sido una ampolla”.
Se rió, convencido de que me había vuelto loca. Le pedí que me explicara cómo era
posible que hubiera encontrado una granada de ácido en mi habitación. Supuso que la
había construido con piezas de mi traje, habían encontrado trozos de mi laboratorio
improvisado repartidos por los escombros. No le culpo. ¿Quién se iba a creer mi historia
sobre las malvadas pústulas alienígenas?
Al final me confinaron a otra habitación con la vigilancia constante de la soldado
Delme. Primero me salieron ampollas, se me agrietó la piel y luego se me empezó a
pelar. Todavía puede verme marcas en la mano. Le conté mis preocupaciones a la
soldado, la necesidad de retransmitir lo que estaba pasando. Le dije que quizá la noticia
de una nueva mutación zerg convencería a alguien para que nos escuchara.
Asintió, sonrió y se concentró en limpiar su arma. Delme debió de limpiar esa estúpida
cosa una docena de veces los días siguientes.
Capitán Gentry:
Mientras tanto, sus tropas seguían sufriendo ataques diarios de los zerg, ¿es correcto?
Soldado Ayers:
¿Los zerg? Oh, no. Dejaron de venir.
Capitán Gentry:
¿Dejaron de venir?
Soldado Ayers:
Sí, señor. Un último asalto la mañana siguiente a mi accidente y luego nada. Delme me
dijo que todo el mundo abrigaba un precavido optimismo y yo también me atreví a tener
esperanza. Quizá sí era una especie de infección milagrosa que había acabado con los
zerg. ¿Le debíamos la vida al moho de Sorona?
El teniente Orran cedió después de unos días y me dejó salir del confinamiento. No sé
quién se sintió más aliviada, si la soldado Delme o yo. Pasó otra semana sin incidentes y
el teniente decidió a arriesgarse a enviar un equipo de exploración. Eligió a tres
soldados de entre un mar de manos alzadas. Todos sufríamos claustrofobia después de
tanto tiempo en esa maldita cuña.
Encontré algunas herramientas y me puse a reparar mi pobre traje derretido. Conseguí
liberar las juntas de las piernas lo bastante como para poder volver a ponerme ese trasto.
Con zerg o sin ellos, prefería andar en mi traje de combate modificado. Ya no era la
loca que se creía científica, era una médica del Dominio. Un moho infeccioso había
acabado con la visión que tenía mi padre de la naturaleza como una carterista astuta.
Capitán Gentry:
Ya, ya. ¿Qué encontró el equipo de exploración?
Soldado Ayers:
Todos sentíamos curiosidad, hasta los civiles se acercaron cuando volvió el equipo con
la esperanza de oír que ya no habría más ataques. El teniente Orran decidió romper el
protocolo y escuchar el informe delante de la gente.
Les preguntó si se habían encontrado con alguna hostilidad. Los tres soldados se
miraron y sonrieron. El soldado Godard hasta se echó a reír. Dijeron que se habían
encontrado con un valle entero lleno de zerg enfermos y moribundos. Afirmaron que las
bestias estaban hinchadas con alguna infección, que no se podían mover.
El soldado Evans dijo que se habían pasado la tarde vaciando sus cargadores sobre
“esos pobres cabrones”.
Los civiles estallaron en gritos de alegría y el teniente Orran lucía una gran sonrisa. Era
la primera vez en mucho tiempo que las paredes de aquel cañón reverberaban con algo
parecido a la esperanza. Pero algo que había dicho el soldado me sonó raro. A lo mejor
le había oído mal. Tuve que gritar para hacerme oír.
Le pregunté si de verdad habían vaciado todos sus cargadores. Le pregunté cuántos
zergling enfermos habían visto. Evans sonrió y se encogió de hombros. Dijo que no
estaba seguro, pero que el valle estaba lleno de ellos.
Me invadió una ola de frío. Algo iba mal. Muy mal. Una enfermedad infecciosa resulta
en una población con menos descendencia, no más. Los zerg no estaban muriendo.
Habían encontrado su mutación. Estaban produciendo una nueva cepa y la cuña estaba a
punto de estallar.
Me di la vuelta y eché a correr. El teniente Orran me llamó, confundido por mi reacción.
Tenía que llegar a la estación de comunicaciones, tenía que intentar enviar un mensaje.
No recuerdo cuánto corrí, pero llegué a la estación justo cuando las primeras
explosiones empezaron a resonar por Cask.
(Otra pausa larga.)
Capitán Gentry:
¿Soldado?
Soldado Ayers:
Ya sabe el resto, o al menos la mayor parte. Recibieron mi mensaje. Vinieron. Con la
motivación adecuada llegaron con toda una flota de cruceros de batalla en solo cuatro
días. ¡Cuatro putos días! ¡Llevabais meses escuchando cómo se moría esta colonia y no
movisteis un maldito dedo hasta que tuvimos una maravillosa información militar para
vosotros, monstruos!
Capitán Gentry:
Le pediré una vez más que termine su informe, soldado. Está en terreno pantanoso.
Soldado Ayers:
¿El resto de mi informe? ¿Quiere saber lo que pasó durante esos cuatro días? Vi cómo
un muro que defendimos durante seis meses se disolvía bajo una ola de ácido. Vi cómo
un batallón de soldados daban su vida uno a uno intentando detener una horda sin fin de
xenos verdes hinchados que se acercaba más y más con cada detonación. Vi cómo los
últimos rayos de esperanza desaparecían de los ojos de esos soldados cuando llegó la
siguiente generación de zerg explosivos: criaturas que habían adquirido la capacidad de
convertirse en bolas y rodar por el terreno más rápido de lo que puede correr un soldado
armado.
Y por último… Por último vi morir a toda una colonia de civiles, gritando lentamente
mientras esta nueva cepa de zerg destruía Cask centímetro a centímetro, con una serie
de explosiones que retumbaba por toda la cuña.
Capitán Gentry:
¿Ha terminado su informe?
Soldado Ayers:
He terminado mi informe, sí. Ya sé que he divagado y que no le he mostrado el respeto
que se le debe a un superior. También sé que no voy a ver el final de este vuelo y que
usted es solo el primero y el más amable de los interrogadores del Dominio que vendrán
a visitarme. Lo he sabido desde que me subió a bordo con el teniente Orran. Él tampoco
volverá a ver la luz del día, ¿verdad?
Capitán Gentry:
Si eso es todo, soldado, puedo escoltarla…
Soldado Ayers:
Desde luego que no es todo. A lo mejor me has estado escuchando con suficiente
atención como para saber lo que es esto.
(Se oye una exclamación y una silla que se echa atrás.)
Sí, he traído una muestra para tus laboratorios, Doc. Es bastante más grande que la
yema de mi dedo, ¿no te parece?
Siéntate. Siéntese, “señor”. Si vuelves a levantarte, pondré está habitación en órbita.
Apenas pude sobrevivir a una explosión con la armadura puesta y aquella pústula no era
ni la mitad de grande que esta. Eso es, estate quieto.
Qué ansioso estabas por recibir mi informe. A lo mejor deberías haberme sacado de esta
vieja armadura, ¿no? ¿O registrar mis tubos de almacenamiento en busca de sustancias
extrañas, o al menos desactivado mis láseres? Una estúpida médica de campo nunca se
volvería violenta, nunca sospecharía…
Capitán Gentry:
(Susurra a su solapa) Aquí Gentry, necesito seguridad en la sala de interrogatorios 7E de
inmediato.
Soldado Ayers:
Llama a seguridad todo lo que quieras. No tardaremos mucho.
Sé que oísteis nuestras súplicas, cabrones. Que llevabais escuchando todo el tiempo. Sé
que queríais averiguar cuánto podía resistir una población civil ante una incursión. Y sé
que queríais saber cómo gestionaría la conocida adaptabilidad de los zerg un problema
insuperable. He leído el entusiasmo en tus ojos cuando recibías estos datos, hijo de puta
enfermo y asesino. Bueno, pues tengo malas noticias para ti.
Vi algo más durante esos cuatro días. Vi a los zerg retirarse cuando habían dominado la
cuña y destruido la colonia. El teniente y yo vimos a las criaturas darse la vuelta y
marcharse de las ruinas humeantes de Cask, las vimos desde nuestro escondite en la
falda del acantilado, donde nos encontrasteis. Se fueron porque habían terminado con su
experimento. Había sido un éxito.
¿Creíais que vosotros experimentabais con ellos? Ellos estaban experimentando con
ellos mismos. Así crecen, así se hacen más fuertes.
Y durante las últimas veinticuatro horas antes de que llegara vuestra flota, escuchamos
los enormes cañones de esporas que habían colocado en las montañas de los
alrededores. Cañones que podían haber apuntado a Cask en cualquier momento, date
cuenta. Pero eso habría arruinado el experimento. No, los cañones disparaban esporas al
espacio, sin duda en dirección a otros planetas zerg. Estaban compartiendo lo que
habían aprendido con el resto del Enjambre. Sé que hacía años que no se registraba
actividad zerg en el espacio terran. Pero espero que estéis preparados para el siguiente
encuentro. Vienen los zerg. Son la naturaleza misma, con toda su furia.
¿Esto sigue grabando? Bien.
Papá tenía razón, doctor. La naturaleza no se limita a adaptarse. La naturaleza hace
trampas, cambia las reglas y se escurre por la puerta de atrás con tu cartera antes de que
te hayas dado cuenta de lo que pasa. Ahora apaga la grabación y levántate.
(La grabación reproduce una larga pausa, una exclamación y una explosión húmeda.
Luego pasa a estática).
--- 1---
Espejismo
Siempre eran los malditos idiotas de Kel-Morian. En esta ocasión, estaban
en medio en uno de los momentos más oscuros de la humanidad: dos
amenazas alienígenas estaban causando estragos en el Sector Koprulu y los
de Kel-Morian se dedicaban a amenazar los intereses mineros del Dominio.
Sí, los de KM eran el motivo por el que Walden Briggs se encontraba en esta
árida colonia lunar dedicada a la minería sobre la órbita de Roxara y, al
parecer, a años luz de Korhal IV o de cualquier otra cosa que se pareciera
por asomo a lo que él consideraba “civilización”. O al menos eso es lo que él
pensaba mientras caminaba hacia las cuevas repletas de minerales que
quedaban a unos ocho kilómetros junto con otros cuatro soldados del
escuadrón Zeta, engalanados con armaduras pesadas de potencia CMC-300.
La luna de Roxara era el lugar menos pintoresco de la galaxia,
no había más que polvo y rocas bajo un interminable lienzo de estrellas
parpadeantes. Bueno, nada más que polvo, rocas, estrellas y un montón de
codiciados recursos.
–Oye, Jenkins –dijo Hendrix con una voz que sonaba hueca a
través del sistema de comunicación de su casco–. Tengo uno para ti.
–Ya estamos otra vez –interrumpió Wynne con su oscura
carcajada como de costumbre.
–Más vale que este sea gracioso –dijo Jenkins mientras
observaba la enorme llanura que se extendía ante él. A lo lejos, podía ver
refinerías y otras estructuras en distintas fases de construcción. Parecía
una ciudad de esqueletos y andamios inacabados: la estructura ósea de lo
que podría haber sido.
–Basta de charla, chicos. Este es amarillo. Puede que esta vez
sea algo. –Walden sabía qué reacción iba a obtener incluso antes de decirlo.
Nada acerca de esta misión parecía tener sentido para ninguno de ellos y él
lo sabía.
–Oh, no, el Sargento dice que este puede ser un gritón. ¿Qué
vamos a hacer? –El sarcasmo era evidente en la voz de Hendrix.
–¡Cállate, Hendrix! –contestó Walden bruscamente.
–Vamos, Sargento, relájese. No ha habido ni un ataque zerg en
cuatro jodidos años, tampoco ha habido nadie que haya visto a los protoss y
los cabrones de Kel-Morian no son una amenaza real para nosotros después
de todo lo que hemos pasado. Vaya, de no ser así, habrían enviado algo más
que el escuadrón Zeta y la basura desfasada de la Confederación a la que
llamamos armas y armaduras –continuó Hendrix.
–Llamarlo basura desfasada es quedarse corto. Eso es un
cumplido para la bazofia que tenemos. Eso quiere decir que, en algún
momento, nuestros cacharros sirvieron para algo –añadió Jenkins mostrando
una de sus sonrisas de ganador.
–¿A qué te refieres con ’quedarse corto’? –preguntó Wynne,
riendo.
–Para empezar, no sé cómo os dejaron entrar en el puto
ejército –intervino Brody, la fuerza bruta del grupo–. Ahora, escuchad al
Sargento y cerrad el pico antes de que os pegue un tiro. –Brody siempre era
el hombre más intimidante de cualquier grupo del que formara parte y lo
sabía.
–Tampoco era un chiste tan bueno… –dijo Hendrix tímidamente.
A Walden le gustaba tener a Brody cerca.
–Esos sacos de escoria de Kel-Morian pueden no parecer mucho
comparados con los zerg, pero eso no quiere decir que sus agentes no
puedan sabotear nuestras operaciones mineras aquí –dijo Walden–. Además,
tenemos órdenes y vamos a seguirlas como buenos soldaditos obedientes,
¿me oís?
–Sí, sí, señor –respondió Jenkins con un destello de sarcasmo
brillando en sus oscuros ojos.
La misión era simple. Cinco miembros del escuadrón Zeta
debían dirigirse a la cueva minera del Cabo de Binion para asegurarse de que
no había ningún agente de Kel-Morian conectando dispositivos nucleares a
los procesadores en su interior. Bastante fácil, aunque un uso poco común
del personal militar. Para cuando los Zeta llegaron a la entrada de la cueva
se filtraban los últimos vestigios de luz del día. Las alargadas sombras de
los soldados se estiraban convirtiéndose en gigantes, aferrándose
desesperadamente a los últimos momentos de luz solar antes de
desvanecerse en la oscuridad que todo lo consume.
–¿No tenemos escáneres para esto, jefe? Quiero decir que no
tiene mucho sentido que nos enviaran hasta aquí para explorar una cueva. –
Hendrix se asomó a la cueva.
-Mira, si hay alguien de KM aquí abajo, enviaremos un mensaje a
Moria de que no estamos jugando. Es cierto que no es muy normal, pero yo le
veo la lógica –dijo Brody con severidad.
–No sé. Hendrix tiene razón, Brody, esto es raro –añadió
Jenkins.
Walden sabía que Hendrix y Jenkins tenían razón. Esta era una
tarea poco común para un escuadrón de soldados a los que habían sacado del
servicio desde otro planeta que se encontraba a un tiro de piedra. Pero, a
pesar de eso, la única cosa en la que Walden tenía fe era el Dominio. Era la
única cosa que defendía, la única en la que sabía que podía confiar. Claro que
estaba al tanto de la chusma que veía al emperador Arcturus Mengsk como a
un tirano. Sabía todo lo necesario acerca de la escoria terrorista como Jim
Raynor y sus “Asaltantes”. Pero nada de eso tenía sentido para él. Corrían
tiempos oscuros, temibles, tiempos que daban más miedo que cualquier
violación de la “libertad civil”. En estos tiempos era necesario un líder
severo como Mengsk.
Cuando Walden escuchó hablar de Chau Sara por primera vez,
tantos años atrás, tuvo la sensación de que el corazón se le salía por la boca.
Estaba en Tarsonis. El cielo era azul. Perfecto. Estaba en el parque Bennet,
sentado en un banco leyendo un artículo en su teléfono. Era un texto
insignificante sobre una DJ que había salido de los barrios bajos del oeste
de la ciudad de Tarsonis y se había convertido en uno de los reclamos para
los clubes más importantes del planeta. Hasta recordaba su nombre, DJ
Atmosphere, y aquella foto en la que le miraba; una belleza de pelo oscuro
con un rímel azul abrumador. Entonces apareció un texto rojo parpadeante
sobre su cara: “Chau Sara incinerado por una raza alienígena todavía
desconocida”. Recordaba lo surrealista que le había resultado incluso
mientras leía las palabras. ¿Raza alienígena? ¿Incinerar?
Y entonces se dio cuenta de la gravedad del asunto.
Literalmente. Sus rodillas se rindieron y cayó del banco del parque sobre la
húmeda hierba. Conocía a alguien que se había mudado a Chau Sara hacía
poco tiempo, Rudy Russell, un colega de la infancia que se había convertido
en mecánico de satélites… Un colega que había sido incinerado.
El miedo no tardó en filtrarse: la ansiedad de que cualquier
lugar podía ser el siguiente y nadie estaba a salvo. Ese miedo se convirtió en
ira que llenaba su cuerpo como si alguien hubiera vertido una taza de café
en sus venas. Años después se preguntaría si ese acaparador de titulares,
Jim Raynor, había sentido aquella ira. El desacuerdo con el gobierno era un
lujo que podrían permitirse cuando la gente ya no temiera las palabras
“zerg” y “protoss”.
Así que no importaba lo poco común que pareciera esta misión,
Walden no iba a cuestionar sus fundamentos.
–Jenkins, no te pagan por dudar. Te pagan por matar. ¿Lo
pillas? ¡Vamos! –dijo Walden caminando hacia delante
–Vaya, Sargento, ni siquiera sabía que la mísera cantidad de
dinero que me dan se consideraba una paga.
–Jenkins sonrió, encendiendo las luces incrustadas en su
armadura. Brody empujó a Jenkins desde atrás. Jenkins sabía que no era
inteligente devolvérselo.
Se habían separado en dos grupos de dos, y Hendrix, uno de los soldados
especialista en reconocimiento, solo. La cueva era húmeda, e incluso dentro
de sus CMC presurizados el aire se espesaba con el olor del musgo kladdical,
una planta acre que crecía en la luna y asfixiaba las paredes de sus
cavernas.
Llevaban cosa de una hora buscando, cada uno de ellos
siguiendo con cuidado el mapa digital que les guiaba por el cuadrante que les
habían asignado. Todos estaban a punto de llegar a la conclusión de que la
cueva estaba vacía.
–Bandai siete a Gallo… todo limpio por aquí, Sargento –dijo
Wynne mientras sus luces rastreaban la oscuridad ante él mostrando poco
más que un VCE sin estrenar–. Excepto por ese olor. Recuérdeme que no
vuelva a entrar en una cueva llena de esta basura.
–Ya me aseguraré yo de eso, cielo –dijo Brody golpeando el
hombro de Wynne–. Pero si yo pensaba que eras tú… Venga, vamos. Todo
despejado.
–Recibido –dijo Hendrix a través del comunicador–. Todo
despejado aquí también.
Walden y Jenkins continuaron por un lado distinto de la cueva.
Walden siempre tenía una asombrosa cara de póker, una con la que Jenkins
sabía que era mejor no meterse, pero en aquel momento Jenkins podía ver a
través de ella. Las pobladas cejas negras de Walden estaban fruncidas,
como si intentaran agarrarse una a la otra. . ¡Confusión! Sí, eso es lo que
transmitía esa mirada, pensó Jenkins. El Sargento está tan confundido como
el resto de nosotros sobre por qué estamos aquí.
Walden apretó la mandíbula y se dio cuenta de que Jenkins
estaba intentando analizarlo. –No me mires así. Alégrate de haber
conseguido unas vacaciones con todos los gastos pagados en la luna de… –
Pero el sonido de rocas cayendo sobre la tierra le interrumpió
repentinamente–. Quietos, chicos. Puede que haya uno vivo aquí.
–¡Señal térmica! –gritó Jenkins apuntando con su rifle gauss en
dirección al ruido–. A las doce, en ese agujero. Quizá tengamos a uno de KM
después de todo. Sal, chaval, porque, créeme, no quieres que vaya a por ti.
Lo que quiera que fuera que estaba desparramando las rocas se
movía deprisa. Los dos soldados continuaron hacia delante. –Zeta, reunión en
este punto a mi señal.
–Sí, señor –dijo Brody respirando fuertemente sobre el
comunicador.
El ritmo cardíaco de Walden estaba por las nubes. Había
escuchado que los espías de Kel-Morian a menudo se armaban con
detonadores nucleares y se volaban a sí mismos por los aires al ser
capturados, llevándose a todo el mundo por delante. Salvajes.
Los soldados permanecían callados debido a la expectación: en
sus oídos solo retumbaba el sonido de sus corazones. Walden respiró hondo
y dio un paso hacia delante.
Y ahí estaba: una sombra arqueada sobre la tierra. Sin previo
aviso, Jenkins disparó una ráfaga de espinas supersónicas. –Muere, hijo de…
–El resto quedó ahogado por el pesado sonido explosivo de los disparos.
–Alto el fuego… ¡Alto el fuego! –interrumpió Walden. Jenkins
soltó el gatillo.
–Alerta cancelada. –Walden apuntó con su luz a lo que estaba
disparando Jenkins: una gruesa babosa, grande, viscosa y autóctona de las
cuevas de las lunas de Roxara. Ahora no era más que picadillo de carne.
–Buen disparo, Jenkins –comentó Walden. Después dijo por su
comunicador–: No era más que una de esas babosas z. Creía que habían
acabado con todas las formas de vida antes de empezar a excavar… Nada de
qué preocuparse.
–Diablos. La pobre cosa se ha cruzado con los soldados
equivocados –dijo Jenkins intentando disimular su bochorno.
–Idiota. –Wynne se rio por el comunicador.
–Vale, chicos, reagruparos en alfa nueve tango. Parece que
podremos volver a casa pronto y cenar unas magníficas ratas del Dominio. El
Cabo de Binion está oficialmente limpio. –Ratas era el término cariñoso para
raciones, la comida envasada que todo el mundo en el cuerpo de soldados
estaba obligado a aceptar como “comida”.
–¿Por qué no freímos algunas de esas babosas z en su lugar…?
Esa jodida cosa tiene que saber mejor –añadió Wynne. Su risa, esta vez, fue
contagiosa.
Hendrix ya les estaba esperando fuera con su corpulenta figura deformada
por el brillo fantasmagórico de la luz planetaria de Roxara.
–Vaya, qué situación más extraña –dijo Brody con aspereza–. Se
me hace raro que no seas el último como de costumbre, arrastrando tu vago
trasero.
Hendrix tan solo le miró. Wynne rio socarronamente detrás de
Brody. –Joder, no ha llegado puntual ni una vez en su vida.
Al fin Hendrix sonrió y dijo: –Chistes –crípticamente, antes de
bajarse el visor y cubrir su cara.
–Quizás sí se pueda enseñar nuevos trucos a un perro viejo…
Vale, hemos terminado aquí. Jenkins, ¿tienes el informe de datos? –
preguntó Walden.
–Correcto, señor.
–Moveos. Nos espera un agradable paseo bajo las estrellas. –
Walden inició el regreso.
Los soldados formaron una única fila guiada por Walden como si
fuera la cabeza de una oruga de neoacero azul arrastrándose bajo la noche
desolada de la luna.
–Oye, Hendrix, ¿no tienes ningún chiste para nosotros? –
preguntó Wynne riendo como un colegial travieso esperando a ser regañado.
–Puto Wynne –dijo Brody.
–Vaya, perdóname por preguntar.
El centro de mando se alzaba en la distancia y, después de una
caminata de ocho kilómetros, a Walden le pareció una de las vistas más
bellas que jamás hubiera contemplado. Una vez dentro, el escuadrón Zeta
realizó la rutina habitual: comprobaciones de seguridad, quitarse la
armadura y sentirse aliviados.
–Vale, señoritas. Descansad. Nos vamos a las 2700. Enviaré los
datos a los mandos. –Todos bromearon como de costumbre antes de irse por
caminos separados. Eran una familia, disfuncional, pero una familia al fin y al
cabo.
–¿Crees que este centro de mando tendrá póker? –preguntó
Wynne.
–Apuesto a que sí. Si tú juegas, yo también… Me vendría bien un
aumento esta semana –contestó Jenkins.
Todo el mundo estaba de buen humor a pesar de la extraña
misión. Bueno, en realidad no. De hecho, Hendrix no había hablado mucho.
Ahora que se había marchado, empezó a ocupar los pensamientos de Walden
mientras caminaba por los corredores metálicos. No es habitual en él estar
tan callado. ¿Por qué no me he dado cuenta antes? Debería hablar con él por
la mañana. A lo mejor la misión le ha asustado. Un buen sargento necesita
conectar con sus hombres y estar dispuesto a ablandarse de vez en cuando.
Pero esa línea de pensamiento pronto se desvaneció cuando
abrió la puerta de su camarote. Le gustaba que, para variar, hubiera literas
dentro del centro de mando. No había nada como la sensación de la hora
después de haberse quitado el traje CMC-300 después de todo el día. Era
como renacer.
Walden estaba en calzoncillos y camiseta, tendido en algo que podría
considerarse una cama, viendo la UNN, la red de noticias del Dominio en una
holopantalla. Poder estirar las piernas sin la molestia del neoacero seguía
resultando agradable, pero no estaba tranquilo, ni mucho menos. La
reportera de la UNN, Kate Lockwell, estaba contando una noticia acerca del
acto terrorista más reciente de Jim Raynor en Halcyon. El muy cabrón había
volado un colegio, en nombre del desafío contra lo que él llamaba un
“gobierno imperial corrupto que explota a sus propios ciudadanos”. ¿Cómo
podía un hombre vivir consigo mismo después de hacer algo así? Yo elegiría
un régimen imperial antes que uno terrorista sin dudarlo… Y pensar que
algunos le llaman héroe. La cara de Raynor aparecía en la pantalla. Parecía
diferente del hombre que aparecía en los objetivos de los campos de tiro
del Dominio. Se había dejado el pelo largo y el peso de los años que había
pasado a la fuga había hecho mella en su rostro: parecía mayor, quizá más
triste.
Un fuerte grito obligó a Walden a incorporarse. No había oído
un grito como ese desde los últimos días de la Guerra de Razas. Días que
prefería olvidar. Saltó de su cama justo a tiempo para contestar a los golpes
contra su puerta.
Brody cayó sobre él en un charco rojo. Su estómago estaba
rajado y la sangre caía, sangre y tripas literalmente. Su cara estaba pálida y
se agarró desesperadamente a la camisa de Walden hasta que se rasgó.
–Oh, joder, joder, joder. ¡Aguanta, Brody! ¡Aguanta! –Walden se
arrodilló, abrazando al tembloroso cabo.
–Hendrix… –consiguió decir Brody –, Hendrix no es Hendrix.
Es… es…
–¿Qué es, Brody? ¿Qué?
–Zerg –susurró mirando hacia arriba sin moverse–. Zerg. –El
susurro se volvió más débil y su seca respiración se detuvo.
¿Zerg? ¿Hendrix es un zerg? Aquello no tenía sentido. Pero
entonces Wynne y Jenkins llegaron corriendo por el pasillo.
–Sargento… núcleo del reactor. Esa cosa está en el núcleo del
reactor. Vamos. –Ambos tenían fusiles de dardos y estaban totalmente
decididos a atrapar a su presa. Sin pensar, Walden salió corriendo,
olvidando su pistola.
–¡Tenemos que llevar a Brody a la enfermería! –ordenó Walden.
–Es demasiado tarde, Sargento, no sobrevivirá –dijo Jenkins –.
Tenemos que asegurarnos de que nadie más acabe así.
–¿Qué cojones estamos persiguiendo? –preguntó Walden,
jadeando y su ritmo cardíaco en aumento.
–Hendrix no es Hendrix. Acabábamos de terminar la partida de
póker cuando lo pillamos en la sala de operaciones buscando códigos de
seguridad. –Jenkins estaba farfullando mientras corría al ritmo de un atleta
profesional–. Cuando le pregunté qué coño estaba haciendo, se giró, me
sonrió y se fue. Le cogí por el brazo y me dio un puñetazo… como no me lo
habían dado nunca. –No mentía acerca de eso, la cara de Jenkins tenía la
parte superior de un ojo hinchada.
–Echó a correr. Brody… Brody le hizo un placaje –escupió
Wynne–. Entonces él… joder… él… Hendrix cambió. No era más que babas y
tripas, como una persona del revés. Él… eso… su mano se convirtió en un
hueso… como una cuchilla… y… la usó para apuñalar a Brody en el estómago.
–Pero Brody fue capaz de dispararle y le alcanzó. Le hirió antes
de que huyera –añadió Jenkins.
–¿Dónde cojones están los de seguridad? –consiguió decir
Walden.
–Poniéndose los trajes, Sargento. Escuchan la palabra zerg y de
repente todo son CMC y gauss –respondió Wynne. Esta vez su voz no
contenía ni el más leve indicio de risa.
La cabeza de Walden no paraba de dar vueltas. ¿Cómo podía
Hendrix ser un zerg? ¿Qué le iba a decir a la mujer de Brody? ¿De qué
diablos estaban hablando?
Estaban siguiendo un rastro de sangre esparcido por el suelo,
pero no era sangre terran, de ningún modo. Se coagulaba en espesos trozos
de caos protoplásmico que resultaban nauseabundos.
–Tenemos que atrapar a esa cosa antes de que escape –dijo
Jenkins mientras doblaban una esquina, siguiendo la biomateria a través del
corredor metálico hacia una puerta acorazada.
Wynne abrió la puerta rápidamente. Dentro, tirado en el suelo
en un charco de sangre se encontraba el cadáver reciente de un piloto de
VCE. Sus ojos sin vida les observaban. Su barba estaba empapada por su
propia sangre, y su expresión mostraba sorpresa y arrepentimiento.
–Se fue por aquí –dijo Wynne siguiendo el rastro de materia
hacia una trampilla.
–Sargento, quédese aquí y haga que los de seguridad vayan por
aquí en cuanto lleguen. Nosotros iremos a por esa cosa –insistió Jenkins.
–Lo siento, soldado. Eso no va a pasar –ordenó Walden, aunque
cada fibra de su ser no deseaba más que asentir–. Jenkins, esta es mi
responsabilidad. Tú te quedas atrás y te aseguras de que seguridad sepa
que Wynne y yo continuamos la persecución en los túneles de procesado.
Entrégame tu fusil de dardos.
–Sí, señor –respondió Jenkins entregando el arma.
Walden comenzó a bajar la escalera que llevaba a las oscuras y
vaporosas profundidades del núcleo del reactor liderando el camino.
Los chillidos que llegaban desde abajo eran insoportables. “¡SKRIIII,
SKRIIII, SKRIIII!” Era el sonido de un animal herido que buscaba un modo
de salir, fuera cual fuera. “¡SKRIIII!” Vale, eso era un zerg. Walden había
pasado tiempo suficiente en las trincheras luchando contra esos monstruos
como para saberlo.
Sus pies descalzos tocaron el metal caliente del suelo. Sus
dedos chisporrotearon como si estuviera caminando sobre carbón ardiendo.
Maldito proceso de fusión. Tosió, tragándose el vapor.
–Los zerg no están hibernando como dicen, Sargento. Parece
que ahora caminan entre nosotros. –Wynne se movió hacia delante, con el
fusil de dardos en alto esperando para reventar a la criatura en cuanto
tuviera oportunidad. Pero sus palabras permanecieron. Parece que caminan
entre nosotros. Por algún motivo aquello no parecía posible para Walden.
–¡SKRIIII! –¿Venía de la izquierda? No, derecha. ¡Espera!
¡DELANTE! La criatura estaba cargando concienzudamente contra Wynne.
Tenía forma de humanoide, todavía mantenía muchos de los rasgos de
Hendrix, pero incluso a través del vapor se podía ver claramente que su
cuerpo estaba mutando, cambiando, parte humano, parte zerg: parecía una
persona que hubiera pasado por una picadora de carne y hubiera salido
siendo medio insecto. Wynne disparó, pero solo consiguió que la criatura lo
tirara de espaldas antes de introducir su cuchilla de hueso en su tripa con
un fuerte grito animal. Lo apuñaló repetidas veces, retorciendo la cuchilla
de hueso una y otra vez.
–¡Sargento! Oh, joder, eso duele. ¡Dispare! ¡Dispare! Quita de
ahí… ¡Sargento! –Wynne gritó, el dolor era insoportable.
Walden estaba congelado, paralizado por lo que estaba viendo.
Esto no puede estar pasando. ¡Esto no puede estar pasando, joder! Le
ordené que viniera. Pude haberle ordenado que se quedara atrás.
–¡Ahhhhhhhhhh! –gritó Wynne.
Entonces una punzada de racionalidad golpeó a Walden y apretó
el gatillo. Pero no disparó al zerg, sino que disparó una aguja a la cabeza de
Wynne, acabando con su sufrimiento. No podía permitir que Wynne muriera
así. Apuntó el fusil de dardos hacia el zerg, que ahora se estaba alejando,
mezclándose con el vapor.
La cara del zerg le devolvió la mirada. Pero ya no era la cara
destrozada de Hendrix… era la de Wynne. La cara de Wynne le miró, sus
ojos quemaron el alma de Walden, acusándole. Walden no podía apretar el
gatillo y matar a Wynne dos veces. De ningún modo. Todo lo que podía
escuchar eran las atroces carcajadas de Wynne resonando en su mente. Y
entonces la criatura se fue, desapareció en la niebla.
Se sentía como si su corazón estuviera intentando patear sus
costillas. Shhh, pensó, haciendo todo lo que podía para detener los rápidos
jadeos que salían de su seca boca. Shhh. Tengo que mantener la calma. El
control. Walden se había hecho una bola, aferrándose al fusil de dardos
como si fuera un salvavidas, como si su vida dependiera de él. Y quizá así
fuera. Podía sentir el charco de sangre de Wynne, cálida y húmeda, fluyendo
hacia él.
Estaba sobre él. Lo sabía. Se estaba deslizando por las rejillas
y arrastrándose hacia él. ¿Dónde estaba el equipo de seguridad? El zerg
estaba volviendo a por él. Bang. Clang. ¡BANG! Podía ver desaparecer la
entrecortada luz a través de la rejilla y volver a aparecer cuando se movía
hacia delante. Se movía deprisa hacia él, como si supiera tan bien como él
que ambos estaban atrapados y que solo uno de ellos saldría con vida. Se
armó de valor cuando se acercó. Esto era para lo que se había unido al
cuerpo de soldados en primer lugar: para enfrentarse a aquello que le
asustaba.
Usó toda su energía para levantarse, girarse y disparar una
descarga con el fusil de dardos a través de las rejillas en el momento en que
estas cedieron y el zerg, con la mitad del aspecto de Wynne, cayó sobre él.
Había sangre por todas partes. La cara de Wynne le miró
directamente antes de mutar en materia protoplásmica carnosa. Walden se
lo quitó de encima y se levantó. Entonces…
–Sargento Briggs, ¿está ahí? –preguntó una voz desde arriba.
–Correcto… y soy lo único que queda vivo aquí abajo.
Para cuando Walden hubo subido la escalera hasta la bahía principal del
núcleo del reactor, estaba exhausto, emocional y físicamente. No estaba
exactamente preparado para afrontar lo que vio. Un equipo de científicos
del Dominio se encontraba allí, con los brazos cruzados, preparados para
saludarle como si hubieran estado esperando allí todo el rato. Junto a los
científicos había un escuadrón completo de soldados con blindaje de
potencia y grandes rifles gauss. En el suelo, en un océano de sangre, se
encontraba Jenkins, muerto.
–¿Qué cojones está pasando aquí? –dijo Walden, intentando
evaluar la situación–. ¿De dónde ha salido este escuadrón? No son de
seguridad: ¡son del cuerpo!
–Respire hondo, sargento Briggs. Acaba de prestar un gran
servicio al Dominio. Eso a lo que se ha enfrentado es los que llamamos un
’mudaling’ zerg. La Reina de Espadas ha estado ocupada refinando las
habilidades de su asquerosa especie.
–Usted… ¿usted conocía estas cosas? ¿Qué cojones le ha
pasado a Jenkins? –Walden había experimentado demasiado en las últimas
horas para dirigirse con el decoro apropiado al científico cuyo uniforme
señalaba que era un oficial, un capitán.
–Vigile esa lengua, Sargento –dijo uno de los soldados. Tenía la
feliz mirada de uno de los criminales resocializados que habían sido
redimidos para su uso en el servicio militar. Walden siempre había creído en
el programa de resocialización. El Dominio decía que era coger a criminales y
otorgarles el don de la esperanza, un nuevo comienzo. Pero los soldados de
aquí no parecían muy distintos de los criminales que se había encontrado en
el enfermizo barrio bajo de Tarsonis antes de que los zerg tomaran el
planeta y mucho menos ahora que le apuntaban con sus rifles a él, a un
sargento soldado que acababa de sobrevivir al infierno.
–Entregue su pistola, Sargento, solo queremos hacerle algunas
preguntas acerca de su experiencia –dijo el científico, tendiendo su mano–.
Necesitamos saber todo lo que podamos sobre estos mudaling. Pueden tomar
el aspecto de nuestros soldados e infiltrarse en nuestras instituciones. Han
enviado impresiones psiónicas que han llevado a nuestras tropas a creer que
todo iba bien. Este es un enemigo muy peligroso, ¿no cree? Uno acerca del
cual debemos saberlo todo para garantizar la seguridad del Dominio. Sus
registros indican una lealtad extrema… Fue uno de los motivos por los que
les elegimos a ustedes, al escuadrón Zeta. Ahora, por favor, la pistola.
–¿Qué le ha ocurrido a Jenkins? –Walden preguntó de nuevo,
apoyándose en la fría pared de metal tras él. Su cordura se estaba
escabullendo lentamente.
–El cabo Jenkins ha tenido que ser neutralizado. Se estaba
resistiendo ante un comandante. Voy a tener que pedirle una vez más,
Sargento, que entregue el fusil de dardos. –El Capitán extendió la mano
enérgicamente.
–No… oh, no. –Todo empezaba a tener sentido: la misión que
parecía totalmente equivocada, Hendrix, la cueva minera que no estaba en
funcionamiento durante la hora punta, todo. – Todo esto… era un
experimento. ¿Para poder ver cómo funcionan estas cosas?
–Bueno, no podíamos usar resocializados, ¿verdad? Teníamos
que ver lo adaptables que son los mudaling. Sargento, el Dominio tiene que
tomar decisiones difíciles para proteger a su gente. Corren tiempos oscuros
y hay que tomar medidas extremas. –Sus palabras hirieron a Walden–.
Ahora, entregue…
¡BAM!
Solo hizo falta un disparo para callarlo. Un disparo para
detener las palabras que sonaban como una risa kármica. Durante toda su
vida, Walden había visto el universo en blanco y negro, era más fácil así. El
mudaling tenía el aspecto de Hendrix. Como si fuera uno de nosotros. Este
pensamiento le hizo sonreír mientras su cuerpo era acribillado con agujas de
8 mm.
Su cuerpo se estaba desgarrando mientras los soldados
disparaban, pero, por algún motivo, la única cosa en la que podía pensar era
el reportaje de la UNN sobre Jim Raynor, que había estado protestando
contra las atrocidades del Dominio todo este tiempo. Fue ahora, cuando
todo el universo se estaba oscureciendo, cuando Walden se dio cuenta de
que las cosas no siempre son lo que parecen. El universo tenía zerg que
parecían hombres y hombres que eran mucho peores que los zerg.
–¡El cabrón ha matado al Capitán! –dijo uno de los soldados.
–Joder, es una pena –dijo uno de los científicos ignorando al
soldado–. Nos habrían venido bien unos cuantos datos más de ese.
–No pasa nada –dijo otro científico, limpiando las salpicaduras
de sangre de su bata de laboratorio–. Tenemos dos mudaling más en estasis.
El escuadrón Tau está a distancia de viaje.
–Que así sea –dijo el primer científico, girándose para
marcharse–. Y limpiad este desastre.
---2---
Sólo
Amos supremos, somos nosotros. A Kerrigan, escuchamos nosotros. Las palabras de Nosotros,
nos empujan.
Se ha ido, Kerrigan. Enloquecimos, Nosotros. Enloquecimos nosotros, nacidos después de la
Creación.
Recordamos, algunos de nosotros.
Los mundos ancestrales, recordamos nosotros. Las crías hambrientas, recordamos nosotros.
El miedo, recordamos nosotros.
A Nosotros, llamamos nosotros. Nos salvamos, Nosotros. Nos convertimos, nosotros.
Larga vida tenemos, nosotros. El idioma del color y la mente, recordamos nosotros. Contar,
pudimos nosotros.
Lloramos, nosotros. Asesinados por los no-Nosotros, muchos de nosotros. Pero...
No nos asesinaron, a Uno y Uno. uno, compañero de siglos atrás.
Mientras nuestras mentes dormían, servimos nosotros. Juntos, cuando nuestras mentes
regresaron, fuimos nosotros.
En la línea del horizonte, esperamos Uno y Uno.
En un lado, el abrazo calmo de Nosotros. Regresará, Kerrigan. Lo sabemos, nosotros.
Al otro lado, la locura.
Soledad.
Nos aferraremos a la línea del horizonte, nosotros. Muerta, está nuestra especie. Muertas,
están nuestras crías.
Los últimos de nuestra especie, somos nosotros.
Uno y Uno
* * *
Diez minutos antes de morir, Razek miró hacia el nuevo hogar de sus piratas escántidos con un
dejo de logro supremo.
Estaba de pie en la plataforma de observación de la antigua Academia de fantasmas de
Tarsonis, una estructura gigante de mármol oscuro y reflectante por fuera y de neoacero por
dentro. Los suelos resecos de la plaza de la ciudad enmarcaban la academia y el destrozado
monumento que estaba al frente. Solo quedaban dos pies de piedra rotos sobre un pedestal,
antaño tributo a algún héroe de la ya extinta Confederación.
Cinco años antes, los zerg habían llegado a Tarsonis, el mundo capital de la Confederación.
Miles de millones de personas habían muerto en pocos días a manos de los protoss y los zerg.
Ahora Tarsonis era un mundo fantasma, un canal para los vientos que ululaban en los
corredores de piedra fría y que corrían entre los restos oxidados de los rascacielos que
rodeaban la academia. La ciudad de Tarsonis era un lugar espeluznante, eso nadie lo dudaba,
pero desde que la tripulación salvaje del Dominio se había marchado, no quedaba ni un alma.
Razek sonrió, frotándose la red de cicatrices que le adornaba la garganta. Ni un alma excepto
por sus piratas, claro. Y unas pocas patrullas del Dominio. Muy pocas, dirían algunos.
Era evidente que la academia necesitaba refacciones. Los piratas solo tenían acceso al nivel A y
los niveles superiores, aun cuando los ascensores bajaban hasta el nivel Z. Razek encendió un
cigarrillo y expulsó el humo entre los dientes. ¿Qué secretos interesantes y valiosos habría
escondido la Confederación allí abajo?
Razek parpadeó. Una mancha blanca trazó una línea a través del cielo gris de Tarsonis; una
línea que giró y volvió directo a...
Tanteó su comunicador justo cuando el evamed del Dominio, con los motores a toda
velocidad, se detuvo abruptamente sobre los terrenos polvorientos de la academia. Ocho
marines abastecidos de poderosas armaduras de CMC saltaron de la rampa de carga central.
Los pies metálicos crujieron al contacto con la tierra.
Sera y Bourmus, que vigilaban la entrada del túnel debajo de la estatua destruida, quedaron
boquiabiertos. Solo Sera consiguió tomar su pistola antes de que los cuatro marines más
cercanos se arrodillaran y los ocho juntos empezaran a disparar sus rifles Gauss al mismo
tiempo. Las balas de los C-14 fulminaron a los dos guardias, que cayeron como una pila
enmarañada.
Habían pasado solo veinte segundos desde que Razek vio la nave de transporte. El
comunicador, casi sin uso, le temblaba en las manos.
Uno de los marines, con su armadura maltrecha y destrozada, rompió las filas y echó a correr
hacia el túnel. Miles salió corriendo del túnel, chillando y con su cuchillo en la mano, como
siempre. El marine le tomó la muñeca, la aplastó y le partió el cráneo de un revés. El cerebro
del idiota salió volando y regó la tierra.
—¡Razek! —gritó Lom por el comunicador—. ¡Los Marines! ¡Están matando a todos!
Todavía no, pensó Razek, mientras se dirigía al ascensor y desenvainaba su lanzaagujas Gauss.
Pero estoy seguro de que les vamos a dar una oportunidad.
* * *
Cuatro marines del Dominio avanzaron por el corredor oscuro de dos en dos, sus cuerpos
bloqueando la luz solar que entraba por la puerta frontal. Los iluminadores del pecho brillaron
y alumbraron la silueta de las puertas del ascensor que tenían delante con círculos de luz
superpuestos.
Un pirata plagado de cicatrices se abalanzó hacia las luces como un stripper sin experiencia y
disparó una ráfaga rápida de agujas. Una munición dio en los servos de la pierna izquierda del
marine. El soldado cayó de rodillas sin soltar su C-14, y contraatacó. Las púas empaladoras
trazaron una línea diagonal que cruzó el pecho del pirata y cayó, partido en pedazos.
Entonces llegó el resto de los piratas, o bien por esa falta de valor que muchos confunden
fatalmente con coraje, o bien por mera desesperanza. Un marine que estaba atrás arrojó una
granada que atravesó la última embestida heroica de los piratas en dirección hacia las puertas
del ascensor.
Llamas y fragmentos de acero segaron todo el recorrido del corredor. Los piratas no se
desintegraron. No precisamente.
El sargento Bayton levantó el visor de su casco. Gotas de sangre y otras cosas indescriptibles
resbalaban por su cuerpo.
—¿Soldado Berry? —dijo amablemente, mientras quitaba pedazos de pirata de las manos
mecánicas de su traje—. La táctica que ha usado es valiente y única.
—¡Gracias, sargento!
—Por nada. La mayoría de los marines diría que usar granadas fragmentadoras en combates
de corta distancia es... ¡una verdadera estupidez!
Cuatro marines del Dominio avanzaron por el corredor oscuro de dos en dos, sus cuerpos
bloqueando la luz solar que entraba por la puerta frontal. Los iluminadores del pecho brillaron
y alumbraron la silueta de las puertas del ascensor que tenían delante con círculos de luz
superpuestos.
Un pirata plagado de cicatrices se abalanzó hacia las luces como un stripper sin experiencia y
disparó una ráfaga rápida de agujas. Una munición dio en los servos de la pierna izquierda del
marine. El soldado cayó de rodillas sin soltar su C-14, y contraatacó. Las púas empaladoras
trazaron una línea diagonal que cruzó el pecho del pirata y cayó, partido en pedazos.
Entonces llegó el resto de los piratas, o bien por esa falta de valor que muchos confunden
fatalmente con coraje, o bien por mera desesperanza. Un marine que estaba atrás arrojó una
granada que atravesó la última embestida heroica de los piratas en dirección hacia las puertas
del ascensor.
Llamas y fragmentos de acero segaron todo el recorrido del corredor. Los piratas no se
desintegraron. No precisamente.
El sargento Bayton levantó el visor de su casco. Gotas de sangre y otras cosas indescriptibles
resbalaban por su cuerpo.
—¿Soldado Berry? —dijo amablemente, mientras quitaba pedazos de pirata de las manos
mecánicas de su traje—. La táctica que ha usado es valiente y única.
—¡Gracias, sargento!
—Por nada. La mayoría de los marines diría que usar granadas fragmentadoras en combates
de corta distancia es... ¡una verdadera estupidez!
El sargento Bayton estiró la mano y arrebató el C-14 de las manos del soldado Berry.
—No volverá a tocar esto hasta que aprenda a disparar como un hombre, soldado.
—Pero...
—Sin ofender, sargento —dijo el soldado Kell Daws, todavía arrodillado por el disparo que
había recibido en la pierna—. Berry tiene el mismo sentido de supervivencia que una polilla en
un incendio, y el estallido de esas granadas es una hermosura. No es su culpa.
—Me alegra que piense así, porque acaba de ofrecerse como voluntario para ayudarlo a
limpiar toda la porquería que quedó en este lugar.
—¡Uf, no, sargento!
El cuarto marine levantó una mano mecánica. Algo goteó de ella.
El soldado Caston Gage levantó su visor justo a tiempo, antes de abalanzarse contra un muro y
vomitar.
Berry levantó la mano.
—¿También tengo que limpiar eso, sargento?
—Atención, escuadrón —dijo Kell por el comunicador de su casco, fingiendo seriedad—.
Transmisión prioritaria. El soldado Gage ha expulsado talo, y es posible que esté infestado.
El sargento Bayton suspiró y elevó la mirada hacia los cielos impiadosos.
—Reclutas...
* * *
Después de limpiar el lugar, los marines abandonaron sus armaduras e iniciaron el largo
proceso de preparar los niveles superiores de la academia para que quedaran habitables.
Pasaron diez horas. Limpiaron el pasillo de entrada de acuerdo con los estándares injustos del
sargento. El gran comedor del segundo piso recibió un poco más de atención. Caston todavía
no había superado su momento de debilidad.
—Se comió un disparo en el neoacero —juró Kell—. Fue asqueroso. Tuve que cubrirme los ojos
con un páncreas...
—Porque eres un experto en anatomía, bruto —dijo el soldado Vallen Wolfe desde la cocina.
Vallen era el único en quien se podía confiar para cocinar.
—Tuve que taparme los ojos con algo que parecía un páncreas —dijo Kell, mostrándole a
Vallen su dedo favorito.
Los reclutas (a quienes el sargento Bayton llamaba afectuosamente el "Escuadrón Bolsa de
carne") habían sido enviados al planeta desierto para acuartelarse en la academia abandonada
y pasar algunas semanas jugando juegos de guerra en los rascacielos y en las fachadas
destrozadas de las tiendas. Bayton estaba feliz de tener una oportunidad real de participar en
la guerra.
Los marines eran reclutas novatos, pero sus trajes estaban fuertemente blindados y equipados
con monitores de alta gama capaces de focalizar, detectar amenazas y apuntar. Los piratas
jamás habían tenido la más mínima posibilidad de defenderse.
—Somos los reyes de la guerra —dijo la soldado Hanna Saul, dando algunas palmadas al
costado de la puerta mientras entraba.
—Reina, querrás decir —dijo Berry alegremente. Además de ser el más joven de todos, era un
estudioso de la xenobiología. Había entrado al Cuerpo para poder pagar el resto de su
educación.
—Gracias —dijo Hanna, y encendió un cigarro apestoso—. Si no me lo decías tú, no lo
recordaba.
—¡En el comedor no se fuma, carajo! —gritó Vallen, oculto tras el vapor de la olla.
—Un momento —dijo Kell. Hanna retrocedió sobre sus pasos y miraba a Vallen con los ojos
bien abiertos, sosteniendo el cigarro del lado de afuera de la puerta con insolencia—. Nos
estamos alejando del tema en cuestión.
Caston, aferrado al barril del rifle francotirador Bosun FN92, alzó la mirada hacia Kell.
—Hicimos mierda a esos piratas —dijo Kell con inocencia, y luego articuló un "¿Qué?" hacia
Caston.
—Los trajes hicieron todo el trabajo —dijo el soldado Dax Damen, mientras esquivaba el
cigarro de Hanna. La manipulación inexperta de los piratas y la granada de Berry habían
devastado dos de los tres ascensores. Dax se había pasado las últimas seis horas
restableciendo los generadores, reparando los sistemas eléctricos y tratando de desbloquear
la enmarañada red de seguridad de la academia.
—Estos trajes son una basura —dijo Vallen—. El Modelo 5-4 de Infantería Blindada que mi
familia modificó es...
—Espera un momento —interrumpió Kell—. ¿Tu familia son los Wolfe, de Industrias Wolfe?
¿Sabías eso, Hanna?
—Sí, claro —dijo Hanna—. Creo que recuerdo haberlo oído las otras quinientas veces que
habló sobre el tema.
—Ja —dijo Vallen, pero estaba sonriendo.
—Yo jamás lo oí —dijo Caston, aliviado porque había dejado de ser el blanco principal de las
burlas.
—Posiblemente porque estabas ocupado vomitando —dijo Kell.
—Vallen admira tanto a Mengsk... —comenzó Hanna.
—El Emperador Mengsk —corrigió Dex desde un rincón.
—Su Majestad, su Señoría, el Emperador Eterno Mengsk Primero —dijo Hanna, haciendo una
señal de reverencia—. Lo admira tanto que ha decidido abandonar su fortuna y unirse a los
hombres comunes...
—Y mujeres —dijo Berry amablemente.
—Gracias, Berry —replicó Hanna—. Lo olvidé otra vez. A los hombres y, por supuesto, a las
mujeres comunes, y hacerse famoso en el campo de batalla. Luego, si logra cumplir su tarea,
sacrificará un planeta entero para poder llegar a... ¡Hola, sargento!
—No deje que mi presencia le impida hablar sobre su traición, soldado Saul —dijo el sargento
Bayton mientras entraba al círculo de luz desde las sombras, en las profundidades del
comedor. Incluso
sin el traje puesto, el sargento era un hombre corpulento. Una cicatriz le dividía el poco pelo
que tenía en la cabeza.
—Solo estaba bromeando, sargento —dijo Kell, con una sonrisa dibujada en el rostro.
—¿No cree que ha defendido a demasiada gente hoy? —respondió Bayton, levantando una
ceja—. Además, ¿qué carajo me importa? Ella tiene que cumplir servicio toda la vida, como yo.
Eso le da algunos privilegios para quejarse, siempre que tenga cuidado con la forma en que los
usa.
El sargento sostuvo la mirada de Hanna durante un momento largo y sombrío. Ella asintió con
la cabeza, y Bayton olfateó el aire.
—Huele a gloria aquí. Soldado Wolfe, es usted un ángel de la piedad. ¿Dónde están nuestra
médica y el soldado Drumar? —Una expresión de horror le atravesó el rostro—. Espero que no
estén juntos.
—No —dijo Caston—. Vi al soldado Drumar yendo a la plataforma de observación. La cabo
Sawn está en su habitación.
—No me gusta esa mujer —dijo Dax, y los marines, sorprendidos, se dieron vuelta al unísono.
Era muy raro que Dax opinara. Había sido resocializado por un delito ignoto al finalizar su
conscripción, y se rumoreaba que después de eso no había quedado mucho del viejo Dax—.
Nos habla como si ya estuviéramos muertos.
—Si yo fuera ella, ustedes tampoco me agradarían —dijo Bayton, recuperándose primero—.
Tener que volar con reclutas, despertarse cada vez que uno de ustedes, margaritas delicadas,
se golpea el codo. Soldado Gage, vaya a ver a nuestro marine caprichoso. ¡Nadie se puede
saltear una comida en esta unidad!
Caston se marchó. Se colgó el FN92 a la espalda y reflexionó. Hablarle a Bayton sobre cualquier
cosa era la mejor manera de terminar como voluntario.
* * *
Caston cerró los ojos cuando el ascensor se elevaba, y apoyó una mano contra la pared
temblorosa. Había sonreído siempre que correspondía y había reaccionado siempre de la
forma correcta. Ninguno de ellos lo había visto.
Golpeó el muro una y otra vez, gritando dentro de la caja a prueba de sonido. Con cada golpe
que daba, rogaba que la debilidad que lo invadía abandonara su cuerpo.
* * *
Caston salió del ascensor, calmo y con una leve sonrisa. Pero podría haberse ahorrado el
esfuerzo. El soldado Marc Drumar estaba mirando por la ventana más próxima el oscuro
paisaje urbano, donde los rascacielos destruidos se erigían como tumbas a la luz pálida de la
Luna.
—Marc, dice el sargento que tienes que bajar a comer.
—No tengo hambre —respondió Marc.
—Bueno, dice que no importa —dijo Caston, efusivamente—. Ya sabes cómo es.
—No me gusta —replicó Marc rápidamente.
—No es tan malo —dijo Caston, desconcertado.
—No —respondió Marc, y se dio vuelta para mirarlo—. Estoy hablando de lo que pasó hoy. La
matanza. Pensé que estaba listo, pero le disparé a esa mujer... La vi caer en pedazos.
Un pozo gélido se abrió en el pecho de Caston. Sus manos comenzaron a temblar. Necesitaba
decir algo para interrumpir la conversación antes de que los llevara a un lugar peligroso.
—Era un parásito —dijo. Mierda.
—¿Qué? —respondió Marc frunciendo el ceño.
—Ella podría haberte matado. Intentó matarte, Marc —dijo Caston, tratando de llevar la charla
a un lugar seguro.
—Sí, ya sé... —dijo Marc, y Caston se relajó.
—Pero estaba observando la ciudad... —continuó Marc—. Y pensaba... Nos pasamos todo el
tiempo peleando contra rebeldes, piratas, zerg, protoss. Nuestros mundos están en ruinas y
nosotros seguimos peleando. ¿Para qué?
Caston respondió explosivamente. —¿Qué deberíamos hacer? ¿Hablar con ellos? Nos quieren
exterminar, idiota.
Marc parpadeó una vez. —Después de lo que te pasó hoy, pensé que entenderías.
—No soy un cobarde.
—Yo tampoco —dijo Marc, tratando de congraciarse con la ira de Caston con calma y con un
dejo de tristeza—. Es solo que no quiero hacerlo más.
Caston se volvió y caminó hacia la ventana sin cristal con el puño cerrado como una roca sin
sangre. El viento olía a óxido y descomposición, y Caston lo dejó entrar en sus pulmones.
Luego lo expulsó.
—Nuestros enemigos no son sensatos —dijo—. Mira este lugar, Marc. Tú quieres bajar el
arma, pero ellos te matarán, estés armado o no. Incinerarán tu casa y la dejarán reducida a
cenizas. No les importa si peleas o no.
—Caston —dijo Marc, después de un largo silencio—. ¿De dónde eres?
—¿No lo entiendes? —dijo Caston, volviendo al tema—. ¡No interesa! ¡Elige un planeta! Están
destruyendo, arrasando, exterminando nuestras ciudades de la órbita. No puedes quedarte al
margen de todo, mierda. Marc, si no peleamos, nos vamos a extinguir.
Detrás de Marc algo flotaba entre los pilares oscuros de dos rascacielos. Eran dos formas
oscuras y gigantes con apéndices colgantes. El pozo de agua helada se derramó y alcanzó los
brazos y los hombros de Caston.
Durante los últimos días de Mar Sara, había visto amos supremos surcando los cielos por
encima del horizonte, como tumores. En ese entonces no se sabía mucho sobre los zerg, y él y
solía sentarse en la terraza de la casa de sus padres para verlos venir y oscurecer la luz del día.
Eran buenos tiempos para él y sus hermanos.
Solo recordaba fragmentos de lo que ocurrió el día siguiente. Nubes oscuras de mutaliscos
inundaron el horizonte en grandes bandadas. Escondido junto a sus dos hermanos debajo de la
puerta del sótano, su madre los protegía del lado de afuera y gritaba aterradoramente
mientras que los tres hermanos lloraban asustados.
—¡Caston Salva a tus hermanos, Castooonnnn!
Unas garras sangrientas atravesaron su carne y la puerta de madera. Las manos ásperas de su
padre rodearon las cinturas de los niños de uno en uno empujándolos hacia el último
transporte, el hombre miro hacia arriba sonriendo y llorando al mismo tiempo y vio como las
naves de evacuación partían como palomas libres saliendo del fuego hacia la estratosfera.
— ¡Cuida de tus hermanos Caston! Le dijo por última vez, mientras los zergueznos se
amontonaban en la rampa y los amos supremos volaban y observaban...
Una promesa,
Caston tomó el rifle FN92 de su espalda y se adelantó a Marc.
—Caston, qué...
A través de la mira telescópica, los dos amos supremos se veían a la perfección a pesar de la
oscuridad de la noche. Eran masas de carne rojiza, bulbosas, latientes, atravesadas por trozos
de caparazón y huesos afilados. Sus patas de araña se crispaban debajo, justo detrás de las
oscuras cabezas colgantes. Cada uno tenía racimos de ojos tenuemente iluminados: los del
amo supremo más grande eran púrpura; los del otro, verdes.
Se habían detenido y se volvieron para mirarse. De no haber sido monstruos, Caston habría
jurado que estaban hablando.
Centró la mira en la cabeza del que estaba más cerca. La debilidad, el tembloroso miedo que
se había apoderado de él en los corredores de la academia, se había ido.
—Caston —dijo Marc—. He oído algo sobre esto. Todos los zerg se han vuelto salvajes. Nadie
los controla. Son inofensivos.
—Bien —respondió Caston y presionó el gatillo.
La cabeza del amo supremo se sacudió con fuerza hacia un lado. Se hundió en la pared lateral
de una edificación cercana, cayó suavemente contra el suelo y se abolló como un saco
desechado. Los ojos púrpura se apagaron uno a uno.
Con una lentitud glacial, el amo supremo restante se volvió para ver a Caston a través de la
mira telescópica. Sus ojos color esmeralda, que iluminaban la noche, se posaron sobre los del
marine. La criatura lo estaba mirando.
Caston disparó otra vez, pero falló. El amo supremo dejó salir parte de los gases que lo
mantenían a flote, dobló a la izquierda y se posó detrás del edificio más cercano.
—No pienso ver esto —dijo Marc. Caston no le prestó atención y apuntó su rifle sobre la línea
del rascacielos y de lado a lado. Mientras esperaba, las puertas del ascensor se cerraron tras él
con un ruido metálico.
Una hora más tarde, Ojos verdes no había vuelto a aparecer. Con una mueca de disgusto,
Caston se colgó el rifle otra vez a la espalda y bajó.
* * *
Ya no más Uno y Uno somos nosotros.
Uno, somos nosotros. Solos, estamos nosotros. El último de nuestra especie, somos nosotros.
Con dolor y furia, nos arrojamos nosotros desde la línea del horizonte. Del abrazo, huimos
nosotros.
Hacia la locura.
Hacia la soledad.
nosotros... nosotros...
...estamos solos. nosotros somos los últimos de nuestra especie.
nosotros, que nacimos ahora, no recordaremos los tiempos que antecedieron a la Creación.
nuestro mundo será olvidado.
Tienen que pagar por esto. Tienen que haber un castigo.
nosotros los castigaremos.
¿nosotros?
Yo.
Yo los castigaré.
Y yo traerá a Nosotros.
* * *
Caston, Kell y Marc avanzaban por una calle estrecha rodeada de ruinas encumbradas. Las
ventanas sin cristal dejaban entrever una oscuridad circular, como la de las cavidades oculares
vacías.
Desde un techo se disparó un rifle. El disparo cayó como una flecha, explotó en la pierna
acorazada de Kell y tiñó el suelo de rojo. Caston y Drumar se cubrieron rápidamente detrás del
armazón oxidado de un vehículo de lujo.
—¡Otra vez en la pierna! —gritó Kell. Gimió, cayó obedientemente sobre la rodilla manchada
de rojo y se arrastró hasta el resto del equipo.
—¿A eso llama un disparo letal, soldado Berry? —gruñó el sargento Bayton por el canal
abierto.
—Perdón, sargento —respondió Berry desde el techo. Se oyó nuevamente el rifle, y la bala
pasó a poco más de un metro de Kell. Caston rastreó el disparo y vio cómo la boca de un rifle
desaparecía detrás de un techo. El HUD de su traje detectó la silueta blindada de Berry a través
del concreto.
—Marcado y bloqueado —dijo Caston con una sonrisa burlona—. Lo siento, Berry.
—Bien hecho, soldado Gage —dijo el sargento Bayton. Se oyó el sonido de carga de un rifle—.
Tiene libertad para ponerse de pie y recibir mis felicitaciones.
—Mierda, Gage —dijo Kell cuando se volvió a encontrar con el grupo—. Ya van catorce
muertes hoy. Deja algo para el resto.
Detrás de él, Marc se dio vuelta y se fue. La placa frontal del traje ocultaba la expresión de su
rostro.
Habían pasado dos días desde la llegada del equipo. Caston había esperado que Marc lo
acusara de peligroso y desequilibrado, pero eso nunca sucedió y Caston se recuperó del
bochorno inicial. Habían hecho una decena de juegos de guerra desde el día anterior, y Caston
casi siempre lograba quedar en los primeros puestos de la tabla.
Matar al amo supremo lo había salvado. Finalmente se había encontrado frente a frente con el
enemigo y había tenido su oportunidad. Lo que sucedió en el corredor había sido mala suerte.
Nunca volvería a dudar. Nunca volvería a ser débil. El universo estaba infestado de enemigos y
traidores de la humanidad, y él era un marine. Le pagaban para exterminar a esa plaga.
La vida le sonreía.
—Sargento, hay algo que no entiendo —dijo Kell—. ¿Por qué tenemos que simular que
estamos cazando rebeldes falsos cuando hay zerg reales por todo el planeta?
—Porque son salvajes, soldado —dijo Bayton en su rol de comandante rebelde temporario—.
Son peligrosos pero desorganizados. No son una verdadera amenaza.
—¿Y esto sí? —dijo Kell, mirando sobre el borde de su lugar de cober...
El disparo del sargento estalló contra la placa frontal, y Kell cayó al suelo. El sargento tenía el
sol detrás de él, y Caston no podía ver absolutamente nada.
—Ah... —gimió Kell desde el suelo—. Asesinado por rebeldes novatos. Mi vergüenza es
infinita.
—¡Novatos! —dijo Vallen por el canal desde su escondite—. ¿Cómo te atreves?
—Es cierto —dijo Hanna—. Somos rebeldes de élite con experiencia, gracias.
—Exactamente —continuó Vallen—. No nos bañamos, no nos afeitamos. "Liberamos"
asentamientos civiles prendiéndolos fuego.
—Según la propaganda, eso es lo que hacemos —gruñó Hanna—. Pero, en realidad, somos
colonos desplazados con inquietudes patrióticas legítimas...
—Acabo de terminar un escaneo —interrumpió Dax. Se había quedado atrás para restablecer y
poner en marcha los sistemas de la base. La estática de la radio hacía que su voz monótona
fuese aun más plana—. Nada de qué preocuparse.
—No hable con tanta desilusión, soldado —dijo el sargento Bayton.
—Habla así desde que los reclutas le dejaron el cerebro chato, sargento —dijo Hanna.
—Entonces tenemos que estar agradecidos de que tiene a alguien a punto de pasar por el
tribunal de guerra por sabelotodo para que hable por él.
—Estaba tratando de hablar como un rebelde —dijo Hanna alegremente.
—Entonces deberías decir más palabrotas —dijo Vallen.
—Un momento —interrumpió Kell—. Si soy rebelde, ¿puedo decir palabrotas, incendiar cosas
y dejar de bañarme? Creo que estoy en el bando equivocado.
—Los rebeldes no te dejan casarte con tu hermana —dijo Vallen.
—¡Rebeldes de mierda!
—Soldados Saul y Wolfe —interrumpió Bayton—. ¿Pueden dejar de decir estupideces y
moverse hacia mi posición al sur?
Caston entornó los ojos y miró a través del metal oxidado y quemado. El sargento era un tipo
muy astuto. Cualquier pista sobre su ubicación tenía que ser una trampa...
Caston refunfuñó. —Se ha movido detrás de nosotros, ¿no es cierto, sargento?
—Puta madre —dijo el sargento Bayton, mientras se asomaba desde el borde de un techo,
apuntando con su rifle—. El soldado ha descubierto mi inteligente estrategia. Me retiraré con
deshonra. ¿Algún lugar predilecto para sus disparos letales?
—Se aproximan zerg —dijo Dax desde la base, como si estuviera hablando del clima.
La estática del canal surcó el silencio del escuadrón.
—¿Esto es parte del ejercicio, sargento? —preguntó Berry.
—No —respondió el sargento Bayton con calma—. Retrocedan rápidamente a la academia,
marines. ¿En qué posición, soldado Damen?
—Los sensores informan de un zerg grande hacia el sur. Estoy intentando...
Los marines se ayudaron unos a otros y comenzaron a moverse deprisa. Dax exhaló
directamente sobre el micrófono de su casco, y todos los soldados se sobresaltaron al unísono.
—Lo encontré. Perdón, sargento, no es una amenaza. Es solo un amo supremo.
* * *
Encontré un trabajador y lo llamé. No escuchó. La locura Nos infecta. La locura me infecta. Con
la individualidad llega la locura.
Yo reuní mi voluntad. Luchó. Obedeció. Se convirtió en un nido para Nosotros.
Mi Nosotros.
Yo no soy la Mente suprema. Yo no soy Kerrigan. Yo no soy una mente entendida. Mi voluntad
es limitada.
Controlar a uno es dolor. Controlar a más es agonía. Controlar a muchos es imposible.
Para castigar a los no-Nosotros, tengo que tener cuidado.
De las larvas, yo llamé a los volátiles. Les dije que durmieran, y durmieron.
Yo junté sus cuerpos en el mío.
De las larvas, yo llamé a los alados. Yo los controlé con mi voluntad. Agonía.
Esperarán.
Deben esperar.
Yo llamaré la atención de los no-Nosotros. Yo no escucharé la locura, la...
Estás solo y eres débil. Tu mundo está muerto. Tú estás muerto. Todo está muerto.
¡No escucharé la locura!
...
Los alados esperarán.
Deben esperar.
* * *
—Es increíble —dijo el sargento Bayton, mientras dejaba los guanteletes de su armadura sobre
el enrejado con un suave tintineo—. Inténtalo otra vez.
Caston lo intentó. Apuntar el rifle no era fácil con todos mirando, pero el amo supremo, con su
tamaño, podía eclipsar los rascacielos detrás de él. Una vez le había acertado a un decípedo
sobre una cerca durante una tormenta de arena.
Le disparó al amo supremo. Y falló.
—Mierda —dijo Keel—. Lo vi. Esquivó la puta bala. ¿Cómo lo hizo?
—Debe de saber cuando estamos por disparar y...
—Eso es una idiotez —dijo Hanna—. Los amos supremos no son tan inteligentes.
La gran plataforma de observación se estaba abarrotando, especialmente porque todos los
marines todavía llevaban puestas sus armaduras. La cabo Sawn, médica y piloto del grupo,
también estaba allí. Era extremadamente delgada. Estaba de pie en un rincón alejado, mirando
al amo supremo con sus ojos grises, sombríos.
—¿Siempre son así de grandes, sargento? —preguntó Kell.
—Casi siempre. Este también ha tenido experiencia en batallas. Miren esas cicatrices.
Todos se inclinaron hacia adelante. La noche estaba llegando a Tarsonis. De la plaza de la
ciudad se escabullían dedos de luz puntiagudos que inundaban la plataforma de observación
con largas sombras.
—Ninguno de los estudios que leí decía que podían esquivar balas —dijo Berry. La alegría que
lo caracterizaba ya no acompañaba a su voz. Caston fue el único en notarlo. Que Berry hablara
con preocupación era tan inusual como que Dax pronunciara siquiera una palabra. No era
natural.
—Esto —dijo Hanna mientras encendía otro de los cigarros favoritos de Vallen— es una mierda
ultra secreta. Estoy segura. Un fugitivo de una celda de mantenimiento confederada.
—Sí —dijo Vallen. Estiró el brazo con indiferencia y sus dedos mecánicos tomaron el cigarro
que Hanna tenía en la boca y lo arrojaron por la ventana—. Una máquina de guerra
inteligente. Se aproxima a los enemigos y flota a su alrededor.
—Sí, es muy extraño... —dijo Kell—. De todas las cosas interesantes que hay para ver aquí,
¿por qué nosotros?
Caston miró a Marc involuntariamente. El marine ya lo estaba mirando, haciéndole una
pregunta silenciosa. Caston se alejó. La presión de los dientes cerrados le hacía doler la
mandíbula. No, no se lo iba a decir al escuadrón. No había nada que decir. Decir que el amo
supremo de ojos verdes había venido porque él había matado al de ojos púrpura era como
decir que el amo supremo lo recordaba. Era como decir que esa bestia descerebrada tenía una
mente.
El amo supremo bajó a una posición relativamente segura detrás de un muro de cascos
quemados. Caston dejó su FN92 apoyado contra un muro y sacó su C-14.
La cabo Sawn pareció haber tomado una decisión y se acercó a Bayton, susurrando palabras
que Caston apenas podía oír.
—...irnos... serán más... ya mismo.
Bayton bajó la mirada, pensativo, y respondió casi con el mismo tono de voz. —O esa cosa no
es una amenaza o ya es muy tarde para correr. Estamos más seguros aquí.
Sawn no protestó. Se encogió de hombros y volvió a su rincón.
Caston se aferró a su C-14 con tanta fuerza que los dedos le dolían dentro de los guanteletes
del traje. Tomó una decisión.
—Tenemos que ir. Tenemos que cazarlo y matarlo.
Todos lo miraron como si hubiese propuesto salir a correr desnudos por la ciudad.
—Está oscuro —dijo Kell, como si Caston fuera ciego.
—No importa. Los amos supremos pueden llevar obreros. Los obreros pueden crear colmenas.
Tenemos que matarlo antes de que ataque.
La tensión atravesó la sala como una red tensa que se movía trémulamente.
—Tienes razón —dijo Kell con seriedad—. Vamos a hacer una salida de práctica.
Se inclinó hacia delante, dejó caer los brazos de la armadura debajo del cuerpo y comenzó a
moverse con lentitud. Paso a paso, se acercó a Caston pesadamente.
—Ahhh. Flotar, flotar. Dispárame antes de que aterrice sobre ti. Pellizcar, pellizcar.
La risita socarrona de Hanna resonó fuerte en los oídos de Caston. Caston empujó a Kell al
suelo con fuerza y señaló la ventana.
—¡Idiota! ¿No lo ves? ¡No es una broma! ¡Hay zerg reales ahí fuera!
—En realidad no puedo ver nada desde el suelo.
Todos los marines comenzaron a reír. Con excepción de Bayton, cuyo rostro parecía una nube
de tormenta sobre una montaña oscura, y de la cabo Sawn, que parecía no haber reído jamás
en toda su vida.
—Los zerg no son individuos, Caston —dijo Berry, sonriendo—. Los amos supremos cumplen
órdenes; no las dan. Si no tienen un líder, se vuelven locos. Este probablemente vino viajando
desde una de las colmenas menores de Ewen Park.
—Es posible —insistió Caston—. ¡Esa cosa nos está acechando!
Las risas se diluyeron cuando los marines vieron que Caston no estaba bromeando. El sargento
Bayton dejó caer su mano sobre el hombro de Caston.
—Cálmese ya, soldado —murmuró—. Está armando un escándalo.
Berry no lo había advertido. Probablemente pensó que estaba ayudando. —En realidad, los
amos supremos no cazan. Ni siquiera sus predecesores cazaban. Los gargantis proximae eran
herbívoros semiinteligentes antes de que su raza fuera infectada por los zerg. Seres
comunitarios, con un idioma basado en impulsos psiónicos, manipulación de tentáculos y
color. Ah, y un dato curioso y poco conocido... —dijo Berry, sonriendo—. Sentían tristeza ante
la muerte.
—Sentían tristeza —dijo Caston torpemente, mientras alternaba la mirada entre la amenaza
zerg y el soldado demente.
—Claro —dijo Berry alegremente—. Podían vivir cientos de años, pero cuando uno de ellos
moría, todos se teñían del color azul del cielo. Siempre y cuando el cielo tuviera la cantidad
adecuada de oxígeno y nitrógeno, claro. En fin... Ahora que este está libre del Enjambre, es
salvaje, pero inofensivo.
Caston miró al sargento. En el rostro de Bayton se podía leer una frase implícita que decía:
"Cierre la boca, soldado Gage".
Se volvió para ver cómo el amo supremo continuaba el circuito de los terrenos externos de la
academia y parpadeó. Se estaba acercando hacia ellos, elevándose sobre los fragmentos de la
torre de un hotel como una luna color púrpura. Los marines se rieron, y algunos alzaron sus C-
14 para practicar tiro. El humor volvió agradecido al círculo de burla afable habitual en el
Escuadrón Bolsa de carne.
Algo atravesó el lugar. Algo invisible, intangible y focalizado. Caston quedó perplejo. También
Berry y Vallen, aunque se recuperaron uno a uno, sacudiendo las cabezas. Nadie más había
notado nada.
No había sido la palabra ahora. Había sido la esencia de la palabra ahora, arrojada con toda la
fuerza de una orden. Y había venido desde la dirección del amo supremo.
La criatura alzó la cabeza y miró a Caston fijamente con sus luminosos ojos verdes. Lo conocía.
Caston silbó entre dientes. Imaginó que no se había equivocado. Que Ojos verdes había
soltado un obrero por ahí y que ese obrero había creado una colmena. ¿Y si el amo supremo
sabía que todos iban a subir para observarlo... mientras giraba alrededor de la academia?
¿Y por qué se acercaría ahora sino para intentar llamar la atención?
Caston giró justo antes de que un cúmulo de mutaliscos aullantes se precipitara con sus
cuerpos de insecto moviéndose ansiosamente bajo las alas coriáceas. Batiendo las colas hacia
adelante, descargaron una oleada de parásitos famélicos exactamente en el mismo momento.
Fragmentos de neoacero y manojos de gusanos gladia rebotaron por toda la plataforma de
observación.
Caston gritó. Fragmentos afiladísimos de metal salieron volando de su coraza y una gran parte
de la armadura que cubría su espalda había desaparecido. Tambaleó hacia atrás en busca de
aire, sin dejar de observar la carnicería que lo rodeaba. Marc había caído de rodillas. Arañaba
su casco con dedos de metal mientras brotaban chorros de sangre del lugar donde alguna vez
había estado su rostro. Berry ya ni siquiera tenía cabeza. Ninguno de ellos había bajado su...
—¡Baje ya mismo su placa frontal! ¡Y dispare! ¡Ahora, soldado! —gritó el sargento Bayton
mientras sacudía a Caston por el cuello del traje.
Caston obedeció las órdenes, agradecido. Cerró la placa frontal y miró sobre el hombro
buscando al amo supremo, que ya se había ido.
* * *
Yo ya no controlo a los alados con mi voluntad.
Yo me elevo a las nubes. Yo estoy pesado con el peso de los volátiles muertos.
La curva del mundo está abajo. El lugar frío está arriba. Yo quiero flotar hacia arriba.
Yo no quiero hacer esto.
Yo quiero hacer esto.
Yo soy solo Uno. Los no-Nosotros deben conocer el miedo temer. Deben conocer la locura. Él
debe conocer el miedo y la locura.
Tiene que haber castigo.
* * *
El ruido ensordecedor de los C-14 sacudió el suelo de la plataforma de observación y rebotó
hacia los rascacielos circundantes. Una enorme herida explotó en el pecho de un mutalisco, y
se esfumó. Otro se zambulló en la ráfaga de balas del rifle de Caston y cayó girando a gran
velocidad sobre el suelo lejano.
Los dos restantes se estremecieron de repente y comenzaron a dispararse proyectiles ácidos
uno contra otro, chillando y gritando. Los sobrevivientes del Escuadrón Bolsa de carne
concentraron sus disparos sobre los mutaliscos salvajes. Las criaturas se desmoronaron en una
lluvia de carne húmeda.
El rifle de Caston se quedó sin balas. El número cero que proyectaba el HUD de su traje
parpadeó durante varios segundos antes de que Caston se diera cuenta de lo que significaba, y
recargó el arma.
El suelo de neoacero era una ruina fundida de cicatrices de ácido y gusanos moribundos. Marc
había caído hacia adelante, con la cabeza mirando hacia un costado. No quedaba nada dentro
más que huesos y sangre, pero Caston internamente todavía sentía el peso de esa mirada
calma, triste.
Guardó su C-14 y fue a buscar a Kell con el puño preparado.
El sargento Bayton corrió a toda marcha hacia Caston, lo empujó y lo puso de espalda contra la
pared.
—¡Ni se le ocurra, soldado!
—Traté de advertirles, y él empezó a hacer bromas. ¡Y ahora están todos muertos!
—Sí, están muertos —dijo Bayton, con el visor de su traje levantado. Los músculos del cuello y
de la mandíbula se movían intensamente—. Mírelo. ¿Cómo cree que se siente ahora?
Caston miró a Kell, que observaba silenciosamente los cuerpos de Marc y Berry. Desvió la
mirada.
—Muy bien, marines, esto es lo que va a suceder. Vamos a ir hacia la nave de transporte de la
cabo Sawn. Nos vamos a ir de aquí. Y vamos a hacer todo con mucha velocidad.
—A la mierda con eso, sargento —dijo Hanna, mientras subía el visor de su traje y escupía—.
Vamos a ir a cazar a ese amo supremo.
—Totalmente —dijo Vallen.
—Mmm, lo siento —dijo el sargento —. Supongo que son nuevos. Lo que acabo de decir es lo
que en el Cuerpo de marines se conoce como una orden, mierda. Ahora...
A treinta metros al oeste de la academia, algo verde atravesó a gran velocidad el interior vacío
del esqueleto de un rascacielos y explotó. Las bases de la estructura desaparecieron, el
rascacielos golpeó contra el asfalto con un estruendo hueco y ensordecedor, y se desintegró.
La explosión convirtió a un sinfín de estructuras abandonadas en un surco de humo gris espeso
y escombros afilados.
Con la boca seca, los marines se alejaron de la devastación y elevaron la mirada hacia el cielo
oculto.
El segundo uetzi que soltó el amo supremo cayó sobre la plataforma de aterrizaje. La nave de
transporte y el crucero de los desafortunados piratas se convirtieron en una torre de fuego
verde.
—¡Al ascensor! ¡Ya mismo! —gritó Bayton, y golpeó el panel de la máquina con el puño. Con
un sonido gentil, las puertas del único ascensor que funcionaba en la academia se abrieron.
Sawn fue la primera en entrar, casi por instinto. Caston la siguió y empezó a entender por qué
esta médica había vivido el tiempo suficiente para tener esa mirada tan profunda.
Vallen, Hanna y Dax fueron los siguientes. Kell todavía no se había movido. Refunfuñando,
Bayton tomó al aturdido marine, lo metió a la fuerza en el ascensor repleto y presionó uno de
los botones.
—Dax.
—¿Sargento?
—Necesito que deje de hacer estupideces y que baje a todos sus compañeros hasta el nivel
inferior. ¿Entendido?
—Sí, sargento. ¿Cómo lo supo?
—Por favor... He visto miles de Daxes. Soy un sargento, soldado.
—¿Va a... va a subir al ascensor, sargento? —preguntó Hanna.
Bayton sonrió. —Use los ojos, soldado Saul. No hay espacio.
La puerta se cerró, y los marines descendieron.
Por la manera en que tembló el ascensor, el cuerpo del siguiente uetzi golpeó la plataforma de
observación justo en el centro.
* * *
Yo desciendo. Fuego y humo se alzan para recibirme.
Yo oigo el silencio de los muertos. Yo oigo los pensamientos de los vivos.
Su castigo todavía no ha terminado.
De las larvas, yo llamo a un excavador y a un portador de espina. De las larvas, yo llamo a los
numerosos.
Yo los controlo con mi voluntad, y yo los envío. Agonía.
* * *
Las puertas del ascensor se abrieron frente a los corredores del cuartel en el nivel A. Estaban
bajo tierra, pero no tanto como habrían querido.
—Todos afuera —dijo Dex—. Necesito espacio para trabajar.
—¿A qué se refería el sargento Bayton? —preguntó Vallen mientras salían del ascensor. Kell se
adelantó por el pasillo y se agazapó contra el muro.
—¿La resocialización que me hicieron?
—Sí.
—En realidad nunca sucedió. Me atraparon hackeando los registros del Ministerio de
Economía. Estaba tratando de arreglar algo para un amigo —dijo, mientras sacaba un panel de
la pared.
Desde un hueco de su armadura, el marine sacó un dispositivo de mano totalmente
desconocido para los marines, y lo conectó al cableado.
—Querían resocializarme y enlistarme como un castigo. Me dijeron eso y me dejaron solo en
un cuarto con una consola de resocialización durante diez minutos.
—¿Quieres decir que...?
—Hackeé la consola, sí. Me sacudí bastante dentro del tanque para que pareciera algo serio.
—A ver si nos entendemos... —dijo Hanna—. Me pasé todos estos años sintiendo lástima por
ti, ¿y en realidad nunca te retorcieron el cerebro? ¿Cómo mierda esperas que volvamos a
confiar en ti?
—Da igual —dijo Dax, y se encogió de hombros—. ¿Les importa si les salvo el trasero a todos?
—Adelante. Las mujeres de todo el mundo te lo van a agradecer —dijo Vallen, y se dio vuelta
en dirección a la médica—. Tú no vas a decir nada, ¿no?
—Si nos puede salvar, lo propondré como emperador —dijo Sawn con indiferencia.
Caston caminó hacia Kell. Estaba listo para golpear al hombre por algo que no había sido su
culpa, pero necesitaba...
—Lo sé —dijo Kell, y alzó la cabeza. Tenía los ojos rojos. —Siempre hacía bromas cuando
entrenábamos, también cuando intentaste advertirnos. Están muertos por mi culpa. Lo sé.
—Eso no era lo que quería decirte. El amo supremo vino porque yo...
—Niñas, ¿por qué no cierran la boca un momento? —dijo Hanna, y continuó su marcha por el
oscuro corredor. Las luces parpadeaban. Los reclutas se habían quedado en los cuartos
próximos al ascensor, pero el cuartel había sido creado para albergar a cientos de fantasmas y
reclutas. Los pasillos eran largos y oscuros, y estaban llenos de ecos. Y ahora...
... se oían arañazos.
—Yo también los oigo —dijo Kell mientras se ponía de pie—. ¿Qué crees que puede ser?
—Espero que sean ratas —dijo Hanna.
En el recodo más cercano, algo gritó.
—Pero probablemente no sean ratas —continuó Hanna, sin mover el rifle—. ¡Apúrate, Dax!
—Si sabes cómo desarmar el bloqueo de un complejo clase Omega, te invito a que me ayudes.
Dos zergueznos se golpeaban y se desgarraban uno a otro en la esquina más alejada. Al ver a
los marines, las criaturas gritaron nuevamente y se lanzaron hacia ellos.
Vallen, Caston, Kell y Hanna abrieron fuego. Las municiones de los rifles Gauss hicieron saltar
sangre de los lomos de las criaturas y destruyeron sus alas. Sin embargo, los monstruos
continuaban abalanzándose, indiferentes al dolor. Un disparo afortunado partió el cráneo del
bicho más cercano, que se deslizó hasta quedar inmóvil. El rifle de Caston se quedó sin balas, y
esta vez el marine no tenía más municiones. El zerguezno restante saltó entre los marines
contra Dax y la indefensa Sawn.
Sawn apoyó el rifle de Dax contra la pared del ascensor, preparó las piernas para resistir el
empuje del arma y disparó una sola bala.
El zerguezno estalló en pedazos.
Los marines se quedaron mirando.
Kell se rió primero, y luego Caston y Hanna se unieron a él cuando vieron a Vallen encogerse
ante el inesperado sonido y dejar caer su rifle. Vallen rió disimuladamente al tiempo que se
arrodillaba con nerviosismo para recuperar el arma. Incluso Sawn mostró rastros de diversión
mientras se masajeaba la espalda dolorida.
Dax miró sobre su hombro, disgustado por la interrupción, y fue el único que vio a los otros
seis zergueznos doblar la esquina.
Agitando rápidamente sus alas insectoides, se abalanzaron todos juntos sobre Vallen, chillando
y azotándolo. Brotaron chorros de sangre disparados contra los muros y el techo. Vallen cayó
sin emitir sonido.
Con un poco de ventaja, Kell alejó a tres de los zergueznos que estaban encima de Vallen de
una patada y disparó, gritando sin palabras. Detrás de la ráfaga, las criaturas se evaporaron en
nubes de sangre y garras. Hanna intentó rescatar a Vallen, pero retrocedió cuando un
zerguezno chilló y le arrancó la mano mecánica a la altura de la muñeca. Maldijo, aplastó al
zerguezno con la pierna contra el acero junto al charco de sangre de Vallen y disparó una
ráfaga de balas al cráneo de la criatura con la única mano que le quedaba.
El rifle se vació justo cuando el zerguezno dejó de moverse.
Caston quedó de pie, inmóvil. Estaba fallando otra vez. Uno a uno, estaba fallando.
Tomó de la cola al zerguezno más cercano y lo azotó contra el muro una y otra vez hasta que
solo quedó una pila de carne amorfa.
A lo lejos, Kell disparó una larga ráfaga de tiros hasta que se quedó sin municiones. Cuando
Caston giró la mirada, vio a Kell sacando a patadas al último zerguezno que estaba sobre
Vallen.
Las garras de los zergueznos traspasaron la armadura de Vallen decenas de veces. A través del
cuerpo del marine se podía ver el piso de neoacero. Sawn silbó y sacudió la cabeza.
—Dax —dijo Hanna, caminando impacientemente hacia el ascensor.
—Lo sé —dijo Dax—. Ya casi termino.
—Nosotros no —dijo Kell, mirando hacia el corredor.
La cresta de la cabeza del hidralisco casi llegaba al cielorraso. Con un sonido serpenteante y
metálico, se abalanzó, retorciéndose y temblando como si millones de insectos invisibles lo
hubieran estado picando.
—¡Cabo! —dijo Hanna, corriendo hacia el ascensor—. ¡El rifle!
—Guarden las municiones —dijo Kell, y se lanzó a la carga.
Caston tendría que haber gritado, tendría que haberle dicho que no hacía falta que se
redimiera. No era su culpa.
Pero las palabras se congelaron en su garganta, y no pudo moverse.
—¡Caston! ¡A un lado, la puta madre! —gritó Hanna detrás de él, pero Kell ya había saltado y
había tomado la cresta de la criatura. Tiraba la cabeza de la criatura hacia abajo mientras el
hidralisco le acuchillaba la armadura. El hidralisco se concentró en Caston. Las mandíbulas
repletas de colmillos babeaban con hambre y reconocimiento. Se arqueó, exhibió la oscuridad
reluciente entre la carne y el caparazón, y lanzó espinas para atravesar su armadura.
Si le apuntaba, no podía fallar a tan corta distancia. Pero Caston no era su objetivo. Las espinas
pasaron muy cerca del soldado y arañaron la armadura que lo protegía. Detrás de él, la cabo
Sawn gritó. Su carne se escurrió por el suelo.
El hidralisco se inclinó hacia atrás moviendo su cola serpenteante y asestó la garganta de Kell
con las garras a través de la armadura una y otra vez. Kell, con las manos temblorosas, se
aferró a la mandíbula superior e inferior del hidralisco y las partió con un sonido húmedo y
violento.
Cayeron juntos.
La placa frontal de Kell se abrió. La boca del marine todavía se movía, pero solo brotaba
sangre. Kell sonrió.
—No fue tu culpa —dijo Caston, mientras se dejaba caer a su lado—. Fue mi culpa. ¿Me oyes?
Mi culpa.
Pero la sonrisa de Kell estaba tiesa, y los ojos, vacíos.
Caston se puso de pie lentamente y se dio vuelta. Tenía miedo de todo lo que podría encontrar
detrás de él.
Probablemente Sawn vio las espinas y giró instintivamente. Una espina la golpeó de costado y
casi la partió en dos. Las otras clavaron a Dax contra el muro del ascensor. El marine yacía en
un charco rojo.
—El ascensor está listo —dijo Caston, y exhaló una vez. Pero no inhaló.
—¿Por qué no te moviste, Caston? —dijo Hanna, empujándolo—. ¿Por qué no te moviste?
—Es mi culpa —dijo Caston débilmente.
Hanna quedó inmóvil. Luego abrió la placa frontal de su traje. Aun exhausta y con el dolor
recorriéndole el rostro, Hanna tenía una mirada magnífica. —Somos los últimos dos, y no voy a
permitir que te quedes catatónico, Gage —dijo Hanna—. Así que escúchame.
—Tú no eres el culpable de que los zerg sean unos hambrientos hijos de puta. Tú no
empezaste la guerra. Ellos la empezaron. No tienes nada de qué disculparte.
Pero Caston sí tenía que disculparse de algo. Hanna tenía razón a medias. Él no había
disparado el primer tiro; había disparado el siguiente.
Hanna lo arrastró de nuevo hacia el ascensor con la única mano que le quedaba mientras
maldecía contra él y contra el mundo. Decía algo sobre esconderse y salir a cazar al amo
supremo cuando llegaran los refuerzos. Caston estaba seguro de que le había respondido.
Las puertas se cerraron. Caston bajó la mirada. Pequeñas oleadas de sangre los rodeaban.
El ascensor bajó a su antojo hacia las profundidades de la academia. Se detenía y se sacudía
piso tras piso. Mientras Hanna delineaba el plan de venganza, Caston miraba pasar los pisos
como imágenes en un proyector y se estremecía cada vez que las puertas se abrían y se
cerraban.
Esqueletos apilados vestidos con uniformes de la Confederación, atrapados en los tiempos de
la caída de Tarsonis.
Ssssssh... bum...
Al final de un pasillo corto, un muro de cristal cubierto de carne roja y venosa.
Ssssssh... bum...
Un corredor largo con luces cálidas, débiles. La que estaba más lejos, fallaba. Luego la próxima.
Y la próxima. Después, la oscuridad corría hacia ellos como un derrumbe.
Ssssssh... bum...
El ascensor se desplomó en caída libre por unos segundos y se detuvo abruptamente en un
lugar con hedor a plástico quemado y metal. Las puertas abiertas les llegaban casi a la cintura.
En la pantalla parpadeante podía leerse la letra Z.
—...con un lanzallamas y luego los pisas. ¿Me oyes, Caston?
—Te oigo —dijo Caston, mientras se estiraba para alcanzar las puertas abiertas del nivel Z.
Hanna y Caston llevaron el ascensor hasta el último piso, bajaron los visores de los trajes y
entraron.
El lugar estaba dominado por el silencio. Luces intermitentes y cubiertas de suciedad le daban
al neoacero un tinte amarillo. Un cartel con la leyenda "Control de seguridad" señalaba un
corredor bifurcado.
—Tiene que haber una consola que funcione —dijo Hanna—. Pediremos ayuda y luego
buscaremos las escaleras de emergencia.
Caston dejó que ella tomara el control porque era la que tenía el único rifle con municiones.
Hanna dobló en una esquina. Caston tenía el presentimiento de que buscar las escaleras no
sería un buen plan. Esos soldados confederados no se habrían muerto de hambre de haber
habido una esca...
Un momento.
Si no había escaleras, ¿cómo los habían atacado los zergueznos y el hidralisco?
Un ligero rasguño en el muro detrás de ellos fue la única advertencia.
La cucaracha zerg se abalanzó sobre el neoacero, resbaló e hizo saltar chispas con sus seis
garras. La criatura gimió triunfalmente desde la seguridad de su grueso caparazón con espinas.
Hanna giró y acomodó el C-14 con torpeza sobre el antebrazo sin mano de su traje.
—¡Caston! ¡Al suelo!
Caston no tenía intenciones de dejarla pelear sola. A decir verdad, no tenía intenciones de
sobrevivir en ese planeta. Corrió hacia la cucaracha y trató de sostenerla con las dos manos
para que Hanna pudiera dispararle mejor...
El voluminoso cuerpo de la cucaracha se sacudió desafiante y lo lanzó contra el muro. Se oyó
un golpe de acero contra acero. Hanna disparó, y las municiones Gauss resbalaron y rebotaron
sobre la armadura de la cucaracha...
La criatura retrocedió con las fauces abiertas. El tiempo se hizo lento. Hanna le lanzó el rifle a
Caston...
La cucaracha soltó una catarata de ácido.
Asfixiada, Hanna tropezó hacia atrás. Todo el frente del traje estaba cubierto con el fluido
verde y burbujeante. Se sentó pesadamente en el suelo con las piernas separadas, y cayó hacia
atrás.
La cucaracha, con las garras danzantes, se volvió hacia a Caston. Abrió la boca nuevamente, y
comenzó a brotar bilis desde el fondo de su garganta...
Un misil de raciocinio cayó del cielo hacia el oscuro corredor subterráneo. La cucaracha,
babeando, se sacudió y miró a Caston.
Luego corrió, golpeó la cabeza contra el neoacero y quedó reducida a pulpa.
Inefablemente agotado, Caston volvió a ponerse de pie con la ayuda del muro que tenía
detrás. Esquivó torpemente a la cucaracha y corrió hacia Hanna. El ácido había derretido toda
la armadura y el piso debajo de ella. No había ningún resto humano reconocible.
Con el rifle de Hanna colgándole de la mano, Caston corrió en dirección hacia el agujero que la
cucaracha había usado para emboscarlos. El tamaño era suficiente para que él pasara.
Los iluminadores de su pecho atravesaron la oscuridad estrecha. El hueco llevaba hacia un
ángulo alejado de la academia, hasta que el neoacero se volvía tierra endurecida en forma de
corteza por las secreciones de la cucaracha. El túnel comenzó a moverse hacia arriba, y Caston
lo siguió durante media hora. En un punto, el camino se bifurcaba horizontalmente hacia la
academia, y Caston sabía que si lo seguía encontraría los cuerpos de Kell y Vallen en el lugar
donde habían quedado.
Continuó trepando hasta que llegó nuevamente a la superficie, fuera de la academia.
El amo supremo lo estaba esperando.
Los ojos verdes teñidos de rojo lo miraban, lo juzgaban, sin pestañear. El cuerpo lleno de
cicatrices de la criatura expelía un odio salvaje como el calor ardiente de un incinerador.
Detrás del amo supremo, las ruinas derretidas de la ciudad rastrillaban el cielo.
Con un esfuerzo abrumador y sin perder el contacto visual, el amo supremo desplegó una
garra y dibujó una línea larga y fluctuante sobre el suelo debajo de los pies de Caston.
El marine la miró. Y comprendió.
Uno. El amo supremo lo había dejado vivo a propósito. Ahora estaban los dos solos.
La criatura sostuvo su mirada por unos momentos más. Luego expandió el costado de su
cuerpo, se elevó y se alejó.
Caston alzó su rifle. Pero vaciló.
Lo había dejado vivo a propósito. La criatura quería que él la matara. Caston había matado al
otro amo supremo, y Ojos verdes quería morir por esa razón. ¿Por qué podría importarle a un
zerg...?
Recordó cuando los había visto juntos, como si estuvieran hablando. Contra su voluntad,
pensó en la extraña inteligencia de la criatura, y en que Berry había dicho que la especie
original de los amos
supremos era capaz de vivir durante cientos de años. Se preguntó si era posible que una
criatura infestada pudiera recuperar la memoria y la conciencia si la separaban del Enjambre.
Y pensó en lo hermoso que sería reencontrarse con alguien conocido después de siglos llenos
de horrores...
Con un grito de indignación, Caston se deshizo del rifle.
* * *
Yo me alzo nuevamente hacia el horizonte dividido. Mi muerte no llega. Yo desearía que
llegara.
Yo no quiero recordar. Yo no quiero ser Uno nunca más.
Yo no quiero ser yo nunca más.
Yo no quiero sentir la tristeza del luto.
Yo cruzo la línea del horizonte. Yo regreso al abrazo. Yo...
Dolor.
Yo...
¿Yo?
nosotros.
En el abrazo tranquilo de Nosotros, estamos nosotros. Regresará, Kerrigan. Eso, lo sabemos
nosotros.
No hay nada más.
nosotros no queremos recordar.
Amos supremos, somos nosotros.
* * *
Al amanecer, Caston ya había cavado y llenado las ocho tumbas. Dejó su armadura vacía a un
costado y caminó hacia la fantasmal capital confederada. Tarde o temprano llegaría un equipo
de rescate, pero él no quería que lo rescataran. El rescate significaba resocialización. La
resocialización significaba olvido, y él no quería olvidar nada.
Un movimiento le llamó la atención, y alzó la mirada.
Muy por encima del mundo en ruinas, el amo supremo se elevó hacia el alba, brillando, teñido
de un color azul cielo.
---3 ---
Graduación
—Todos y cada uno de estos hombres y mujeres se ofrecieron como voluntarios —afirmó el
Emperador Arcturus Mengsk—, y después de meses de sacrificios y un duro entrenamiento se
han ganado un lugar entre los nobles Marines del Dominio. Ahora son parte de la vanguardia
de la humanidad. Han elegido hacer frente a un universo implacable.
Los murmullos de aprobación resonaron entre la multitud que se había congregado en el gran
salón. La luz del sol, que entraba por los altísimos ventanales del lado este, resaltaba la figura
del líder del Dominio e iluminaba las cinco hileras de reclutas uniformados que lo escuchaban
de pie.
Uno de esos reclutas era Caston que aún era un muchacho de diecinueve años pero estaba a
punto de convertirse nada más y nada menos que en el soldado de Primera Clase Caston. Sin
embargo, en su propia batalla personal llevaba las de perder. El esfuerzo que hacía por no
sonreír le hacía arder la cabeza, y las comisuras de los labios se le seguían estirando contra su
voluntad.
El emperador está hablando en mi iniciación. El mismísimo héroe de Korhal, en carne y hueso.
Parecía irreal. Quería pellizcarse, pero no se animaba por miedo a romper la formación.
Semejante comportamiento era impropio de un marine del Dominio.
—Aún enfrentamos amenazas muy graves. Dos razas alienígenas, salvajes y sedientas de
sangre, nos observan con recelo —explicó Mengsk—. Y los marginados, los criminales y los
disidentes siguen actuando en contra de los intereses humanos para rebelarse contra el
Dominio.
El Emperador Mengsk escrutó las filas de reclutas nuevos. —Pero hoy nos hemos reunido para
honrar a estos reclutas, para celebrar sus logros. La instrucción militar ya terminó. Ahora,
inician la senda que los llevará a derrotar a nuestros enemigos.
La mirada del emperador se posó sobre Caston que, sin pensarlo, giró la cabeza para mirar a
Mengsk. Al instante, una sonrisa comenzó a dibujársele en la cara... Recordó demasiado tarde
que debía mantener la vista al frente.
Volvió a girar la cabeza hacia adelante rápidamente. El Emperador Mengsk soltó una risa
ahogada.
—Estoy seguro de que estos jóvenes héroes están listos y ansiosos por enfrentar cualquier
desafío del universo, aunque quizás algunos necesiten un poco más de instrucción.
Las risas se multiplicaron en la multitud. Caston fijó los ojos en la enorme insignia de acero del
Dominio que colgaba del techo detrás del púlpito de Mengsk, y la miró detenidamente
mientras la cara se le encendía. A su pesar, la sonrisa volvió a aparecer. Sentía que nunca
olvidaría ese momento.
Caston esperaba que el emperador continuase con su discurso. La multitud permanecía en
silencio.
El tiempo transcurría lentamente, y el silencio aumentaba. El Emperador Mengsk seguía mudo.
A Caston le desapareció la sonrisa nerviosa. ¿Había pasado algo? No se atrevía a mirar.
Mantuvo las manos cruzadas en la espalda y apretó los puños. Nada interrumpía el silencio. La
ausencia total de sonidos causaba una sensación cada vez mayor de ensordecimiento.
Sintió que se le erizaba la piel. El salón no solo permanecía en silencio, sino que parecía vacío.
Completamente vacío.
No se oían susurros, ni toses sofocadas, ni niños inquietos. No se oía ni siquiera una
respiración. Nada que indicase la presencia de cientos de personas sentadas detrás de él, a
escasos metros.
Caston sentía cómo le latía la sangre en los oídos y la frente se le llenaba de gotitas de sudor.
Le empezó a doler la cabeza y el estómago se le estrujó de miedo. Siguió con la vista clavada
en la insignia, con un temor irracional a mirar hacia el podio.
Imaginaba que el Emperador Mengsk, toda la multitud y todos los reclutas lo estaban mirando,
esperando un nuevo error impropio de un marine del Dominio.
Solo una mirada, se dijo. Los minutos seguían pasando pero Caston no podía hacerlo. Apenas
un movimiento de ojos, solo un segundo. Al emperador le pareció divertido antes. No le
importará.
Caston seguía sin poder moverse. Quería que el discurso continuase. Quería oír las risas de la
multitud. Cualquier cosa que hiciese desaparecer el dolor de cabeza y esa incómoda presión en
el cráneo.
Finalmente, echó una rápida mirada. No lo podía creer. Giró la cabeza y miró en dirección al
podio.
Mengsk se había ido.
También habían desaparecido los reclutas. Caston giró sobre los talones, aterrorizado.
No había nadie. Estaba completamente solo en el enorme salón vacío.
Quedó paralizado por la confusión. No era posible. Una persona podía irse sin hacer ruido
pero, ¿cientos de personas? ¿Todos? ¿En un instante?
No, no todos. Una figura permanecía sentada en la última fila del salón, fuera del alcance de
los rayos de sol que entraban por los ventanales. Era una figura grande y maciza, demasiado
grande para caber con comodidad en los asientos.
Caston reconoció su aspecto. Era un marine. Un marine del Dominio con su armadura de
combate.
—¡Ey! — Caston se sorprendió al notar el pánico en su propia voz—. ¡Ey!
No hubo ninguna reacción. El marine parecía tener la vista clavada en el suelo.
—¡Ey, tú! —gritó con fuerza Caston. Nada. Ninguna respuesta. Un súbito ataque de furia
invadió los pensamientos de Caston. Lo supo instintivamente. Fue él. Ese marine. La
desaparición de toda la gente era culpa de ese marine. Tenía que ser culpa de él. Caston nunca
había estado tan seguro de algo.
Se suponía que sería un día especial para Caston. Su graduación de la instrucción básica. El
comienzo de una gloriosa carrera al servicio del Dominio. La furia estalló en su cabeza. Si era
necesario, le arrancaría la armadura con los dientes a ese marine.
Caston respiró profundamente y gritó: —¿Qué hiciste?
No hubo respuesta. Fue demasiado para Caston.
Avanzó a toda marcha por el pasillo central entre las filas de asientos vacíos, con los ojos fijos
en el marine solitario. Ese marine.
Llegó a su lado en pocos segundos y se lanzó sobre la figura con un rugido que dejaba ver sus
dientes y estirando los brazos para agarrarlo.
El marine no había hecho un solo movimiento, y no se movió hasta que Caston saltó en el aire.
En ese momento, miró hacia arriba.
La furia ardiente que quemaba a Caston se congeló en un segundo. El tiempo pareció
detenerse. La presión en su cabeza aumentó hasta la agonía.
La cara que contemplaba al soldado de diecinueve años Caston era la cara desgastada por la
guerra de Geoff Caston. Un Geoff Caston de más edad, con ojos inhumanos, que no reflejaban
ninguna emoción.
Por el impulso, Caston cayó sobre el marine. Sobre sí mismo. Tocó la armadura con las manos
extendidas. Estaba muy fría. Helada.
Caston parpadeó.
—Todos y cada uno de estos hombres y mujeres se ofrecieron como voluntarios —afirmó la
imagen del Emperador Arcturus Mengsk—, y después de meses de sacrificios y un duro
entrenamiento se han ganado un lugar entre los nobles Marines del Dominio. Ahora son parte
de la vanguardia de la humanidad. Han elegido hacer frente a un universo implacable.
Se oyeron murmullos de aprobación en la multitud que se había congregado en el gran salón.
La luz del sol entraba por los amplios ventanales que llegaban hasta el techo del lado este y
resaltaba el holograma del líder del Dominio proyectado en el escenario.
A la luz del día, el holovideo de tamaño natural parecía brillar y resplandecer con fuerza. El
carisma del Emperador Mengsk podía percibirse incluso a través de la imagen transparente, y
dominaba el podio y las cinco hileras de reclutas que estaban formados enfrente.
El muchacho de diecinueve años llamado Geoff Caston, que estaba a punto de convertirse en
el soldado de Primera Clase Geoff Caston, se mantuvo rígido y desbordado por el terror.
¿Qué era lo que acababa de suceder?
Un homicidio. Caston había intentado asesinar a alguien. Intentaste matarte a ti mismo, le
susurró su mente. No. Había sido un sueño. Eso no podía haber sido real, de ninguna manera.
Se lo había imaginado todo. Había soñado que el Emperador Arcturus Mengsk visitaba en
persona el acto de graduación de la instrucción básica, eso era todo. Pasan cosas irracionales
en los sueños. Caston pensó que debía alegrarse de que, en su sueño, sus pantalones no
hubiesen desaparecido también, junto con todas las personas.
¿Suele sucederte esto de quedarte dormido mientras estás de pie frente a cientos de
personas? lo desafió su mente. Caston se impacientó.
—Aún enfrentamos amenazas muy graves. Dos razas alienígenas, salvajes y sedientas de
sangre, nos observan con recelo —dijo Mengsk. Caston supuso que el discurso había sido
grabado con anterioridad. ¿Cómo era posible que el líder del Dominio tuviese tiempo para ir a
la ceremonia de graduación de instrucción básica?
A Caston le volvió a doler la cabeza. La presión le crecía en el cráneo como si su mente
estuviese conteniendo la respiración y sintiese las primeras punzadas por la falta de aire. Ya
era el dolor de cabeza más fuerte de su vida, y no disminuía.
Tragó saliva con dificultad y trató de concentrarse en el discurso del Emperador Mengsk.
Después de unos minutos, se dio cuenta de que el emperador había hecho silencio. Otra vez.
No. No era posible. Caston se arriesgó a mirar el podio. El holograma había desparecido.
No de nuevo, pensó. Volvieron a desaparecer todos, estoy seguro…
Giró sobre los talones muerto de pánico, listo para salir corriendo. Las caras de casi mil
ciudadanos del Dominio lo contemplaban.
Se quedó paralizado en el lugar. Le dolía mucho la cabeza. Los ojos se le movían de un lado a
otro. ¿Los demás reclutas también lo estaban mirando?
No. Se habían ido. Todos los ojos de la multitud estaban fijos en él. Observó las expresiones en
las caras: repulsión, temor, horror, ira, curiosidad. Lo miraban como si fuese un monstruo.
¿Y qué hice exactamente para merecer esto? La ira estalló en su interior. Otra vez. —¿Qué
están mirando? —preguntó con tranquilidad. No dejaban de observarlo.
Una catarata de impulsos oscuros y horribles le desbordó la mente. Una tras otra aparecían
imágenes de muerte. Sintió que su furia era purificadora, maravillosa, natural y justa.
Alcanzó a ver una silueta que se recortaba contra el fondo del salón. ¿Alguien se había puesto
de pie? No. Simplemente era una figura grande y maciza sentada en un lugar demasiado
pequeño para contenerla.
Era un marine vestido con su armadura de combate.
Shane corrió a toda velocidad por el pasillo. Le hervía la cabeza de furia y dolor, y sus palabras
quebraron el silencio mientras se acercaba.
—Te voy a matar, te voy a quemar vivo...
En su explosión de furia, no se dio cuenta de que las expresiones en las caras que lo
observaban no habían cambiado. Los ojos de la multitud lo seguían a todas partes. Parecían no
advertir su arrebato.
Caston se acercaba al hombre de uniforme de combate que permanecía inmóvil. Quería
saltarle encima, destrozar la armadura y destruirlo.
—Déjanos ayudar. —El marine pronunció las palabras suavemente, pero parecieron repercutir
profundamente en el acceso de furia y delirio de Caston.
Éste se detuvo a pocos pasos de distancia y lo observó sin poder creerlo. La voz del marine era
su propia voz.
El hombre con uniforme de combate no se había movido. Siguió mirando hacia el suelo. —
Déjanos ayudar —repitió.
Caston no sabía qué responder. La frase no tenía ningún sentido. ¿Ayudar con qué? —¿Quién
eres?
El marine levantó la cabeza y miró a Caston a través de la placa transparente de su traje de
combate. No respondió. No hacía falta. Caston miró al interior del traje y observó su propia
cara, marcada por las cicatrices de la guerra.
Una verdad horrible comenzó a tomar forma en los pensamientos de Caston. Sabía la
respuesta a la pregunta, pero algo le impedía darse cuenta. Algo la había mantenido apartada
de su mente. La multitud silenciosa seguía contemplándolo. Solo a él. Todos los ojos estaban
fijos en Caston. Le dolía cada vez más la cabeza.
—Es solo un sueño —dijo Caston. En su mente se mezclaban imágenes de algún video con
médicos muy circunspectos hablando sobre los sueños. —Representas toda esa basura oculta
en mi mente de la que nunca hablo. Mi subconsciente, ¿verdad?
El marine negó con la cabeza. —Nosotros no somos tú. Aún.
—¿Nosotros? —Dijo Caston con voz tranquila, aunque por dentro sentía todo lo contrario. —
¿Nosotros, quiénes?
El marine levantó un brazo y señaló el ventanal de la pared este. Caston miró en esa dirección
pero solo entraba la luz del sol. Miró con desconfianza al marine y caminó hacia los ventanales.
Los ojos de la multitud lo seguían.
Se detuvo poco antes de llegar. —¿Qué es lo que estoy buscando?
—A nosotros.
—¿Y eso qué significa?
No hubo respuesta. Caston contuvo un nuevo arrebato de furia y miró por las ventanas.
Todo era una masa en ebullición. Caston creía que ese terreno era una llanura, una especie de
prado con algunos árboles dispersos, pero en lugar de eso, cuando miró por la ventana,
contempló un caos total, una escena salvaje de colinas y valles vivientes que formaban un solo
organismo.
Caston sintió que se le aflojaba el cuerpo. Tambaleó, y solo la voluntad hizo que se mantuviese
en pie.
Pequeñas criaturas de cuatro patas se desplazaban inquietas de un lugar a otro, zigzagueando
entre otros organismos más grandes que se deslizaban por el suelo. Unas bestias gigantescas,
de decenas de metros de altura, vagaban con pesadez. Montones de carne latiente se agitaban
como brazos sin huesos, y unos enormes montículos de masa viva parecían engendrar aun más
criaturas, cientos de ellas, a cada instante.
La vista se extendía más allá del horizonte. Caston podía ver que había planetas enteros
plagados de estas criaturas. Muchas más recorrían el cosmos buscando nuevos hogares. La
magnitud de la escena era espeluznante, sobrepasaba su imaginación, pero además su
conciencia percibía la presencia de miles de millones de otras criaturas, todas trabajando en
terrible armonía.
Esto eran los zerg. Todos los zerg. El Enjambre mismo. Le permitían verlo. Lo obligaban a verlo.
¿Nosotros, quiénes? había preguntado Caston. Esta era la respuesta. Eran una legión.
Caston se dio vuelta. El salón nuevamente estaba vacío, salvo por el marine en uniforme de
combate. Caston no se detuvo a pensar en la multitud que había desaparecido. Se sentía
tranquilo. Perfectamente sereno. Incluso sonrió.
—Nada de esto es real —dijo—. Es todo un sueño.
—No. —El marine volvió a negar con la cabeza—. Nosotros creemos que una parte de esto es
verdad.
—¿Qué parte? ¿La parte en que una multitud se desvanece en el aire? ¿La parte en la que me
habla un marine con mi propia cara? —La sonrisa de Caston se ensanchó.
—¿Reconoces este lugar? —El marine hizo un gesto para señalar el frente del salón vacío.
—Es el lugar en el que me gradué —respondió Caston.
—De la instrucción militar —dijo la otra criatura.
—Sí.
—¿Estás seguro?
De pronto, Caston no estaba seguro. —Sí —mintió. Volvió a mirar todo el lugar. Había estado
aquí, de eso estaba seguro, pero las cálidas sensaciones de orgullo y honor con las que siempre
había relacionado el lugar ahora parecían diferentes, corrompidas. Perversas.
Sintió un gusto amargo en la boca mientras la leve sombra de otro recuerdo aparecía en su
mente. Podía sentir un dulce olor a humo.
—Este hombre, Mengsk —susurró el marine—, ¿te habló ese día?
—Él… Sí —dijo Caston. ¿Realmente le había hablado? Recordaba haber creído que el
Emperador Arcturus Mengsk en persona le había tomado juramento, pero era imposible,
¿verdad? Quizás el discurso solo se había transmitido a través de un holovideo o había sido
enviado como un mensaje pregrabado. Caston no podía recordar con precisión.
—¿En persona?
—Ey —dijo Caston, enojado—. ¿Cómo es que estás en mi sueño? ¿Por qué me haces estas
preguntas?
La presión en su cabeza latía aceleradamente al ritmo de su corazón. El dolor era insoportable.
El marine tardó un poco en contestar. —Te dijimos que esto no es un sueño.
Ya basta. Caston pateó una de las sillas vacías con todas sus fuerzas y la lanzó por los aires. Se
estrelló contra otras sillas varias filas más lejos, con un ruido estrepitoso. El sonido le produjo
una enorme satisfacción.
Se lastimó el pie por la patada. Los dedos también le latían al compás de la cabeza. ¿Cómo era
posible que aún estuviese soñando? ¿El dolor físico no debería hacerlo despertar?
Caston alzó el dedo índice de la mano y apuntó al marine. —Sácame de aquí. —El instinto le
decía que el personaje de la armadura era responsable de esto. De toda la situación—. Si no
todo esto real, nada es real. Eso significa que es un sueño. Sácame de aquí.
—No es un sueño —dijo el Caston más viejo—. Es un recuerdo.
El silencio reinó en el lugar durante un momento que pareció eterno. —¿Un recuerdo?
—Sí.
—¿Un recuerdo que cambia?
—Sí.
—¿Cómo es posible que un recuerdo cambie?
—Es algo que estás recordando.
—Ah, eso sí lo explica todo. — Caston e estaba enojado y mareado. Cada vez estaba más
convencido de que este extraño Geoff Caston e con ojos inexpresivos decía la verdad de la
mejor forma que podía.
El dolor de cabeza era implacable. Sentía que su mente estaba por explotar. Se apoyó las
manos en las sienes. El dolor lo enceguecía.
El marine se levantó lentamente. El piso crujió bajo el peso de su armadura. —Recuerdas que
Mengsk —volvió a pronunciar el nombre en un susurro— te habló, ¿verdad?
—No estaba ahí, no en persona —respondió Caston con los dientes apretados. Ahora estaba
seguro.
—Pero así es como lo recuerdas. —No era una pregunta. Caston no tuvo que contestar. El
marine se incorporó por completo, dominando la vista de Caston. —¿Eso realmente sucedió?
—Está bien —gruñó Caston. Apretó las manos contra las sienes. Luchaba para no cerrar los
ojos por el dolor. —Está bien, no era real, ¿y qué?
—Ese recuerdo es falso. ¿Qué otra cosa es falsa?
Era una pregunta simple. Apenas un poco más de presión en medio de la agonía de Caston.
Pero fue suficiente.
Sintió que algo se rasgaba en su mente, apenas un poco. Era como si dos manos estuviesen
tirando de un grueso lienzo y la tela se abriese un poco en los lugares más débiles. Se
estremeció, y la realidad pareció estremecerse con él.
Caston podía ver pequeños puntos negros flotando por el salón. Pequeñas ventanitas en el
vacío profundo de la locura. Danzaban alrededor de su vista y cuando chocaban, se unían.
Algunos de los puntitos crecían hasta formar enormes agujeros.
No había a dónde escapar. La oscuridad lo aplastaría. ¿Qué otra cosa es falsa? Si la respuesta
era todo, Caston sabía que se perdería en la locura sin remedio. Se concentró con
desesperación en la pregunta opuesta: ¿Qué cosas son verdaderas?
El salón, eso era verdadero. Eso era algo firme, un cimiento sólido. Caston se aferró a eso. La
sensación de ruptura despareció. La presión no disminuyó pero tampoco aumentó. Los
agujeros quedaron suspendidos en el lugar, apenas temblando.
—Ya hemos visto esto antes con los de tu tipo —dijo el otro Caston vestido con armadura—,
muchas veces. Es lógico que tengan miedo. No se regresa de… eso. Señaló uno de los agujeros
negros más grandes, que temblaba como un perro enloquecido sujeto por una soga. Quería
crecer. Quería tragarse la mente de Caston. Por completo.
No se regresa. Caston le creyó. Había algo definitivo y final allí. Solo pudo susurrar: —¿Cómo
hago para detenerlo?
La respuesta fue rápida y precisa: —Déjanos ayudar.
Caston tenía ganas de gritar ¡Sí, ayúdenme! La presión aumentó un poco más. La oscuridad
palpitó expectante.
—¿Cómo?
—Nosotros extirparemos las mentiras. Pero debes dejarnos entrar.
Los ojos de Caston se dilataron como platos. Nosotros. Ellos. Los zerg.
El Enjambre.
Ya estaban en contacto con su mente. Los zerg estaban aquí y le hablaban con su propia cara.
Todo encajaba. Podía sentir la conexión entre el marine que estaba parado frente a él y las
masas de zerg que pululaban al otro lado de la ventana. Eran una misma cosa.
—Hijo de puta. —El dolor de cabeza se hizo más agudo pero a Caston no le importó. Los
agujeros negros de la realidad se agrandaron—. Fuera de mi cabeza. ¡FUERA! Caston se
concentró y atacó sin pensar de una forma que ni él mismo podía comprender. El marine en
uniforme de combate desapareció al instante. Sus ojos dejaron un rastro ardiente de color
púrpura en la mirada de Caston. Miró a través de los ventanales y vio que los zerg también
habían desaparecido.
Sin embargo, la presión seguía allí. Incluso era peor. Caston ahora estaba realmente solo en
medio del gran salón.
Cayó sobre sus rodillas, presionando las manos contra la cabeza. Se arañó el cuero cabelludo, y
sintió la tibieza de las gotas de sangre que le corrían por la cara.
Voy a morir.
Un silencio atronador y punzante le taladraba los tímpanos. Caston gritó. Su propia voz le
parecía débil y distante. Algunos de los agujeros negros de la realidad se agrandaron hasta
llegar al techo, y siguieron fusionándose y multiplicando su tamaño con cada latido. La
oscuridad final amenazaba con aplastar su visión.
Caston estaba seguro de que la presión que latía dentro de la cabeza acabaría por despedazar
su mente, pero le temía más a la otra alternativa. No los voy a dejar entrar. No.
Se quedó expectante, con los ojos bien abiertos. En unos minutos, el salón se derrumbaría
junto con los restos de cordura que le quedaban. Y eso sería lo último que vería en su vida.
Sus pensamientos giraban enloquecidos, intentando con desesperación encontrar una salida.
El salón es verdadero. Eso lo sabía. Todo lo demás relacionado con su ceremonia de iniciación
parecía borroso e insustancial. Se concentró en el salón, solo en eso. Eso sería su cimiento.
La presión se liberó y se convirtió en un río furioso que amenazaba con arrastrarlo hacia la
oscuridad. Caston dejó que todo fluyese y se aferró solo a esos cimientos. La locura se abría
frente ante sus ojos.
La corriente le talló canales en la mente. Caston aguantaba ese caos que levantaba capas y
exponía una superficie cruda, primitiva y tersa.
Los recuerdos de la ceremonia de iniciación se hicieron jirones. Solo quedó una niebla y luego,
la nada misma.
El discurso del Emperador Mengsk había desaparecido y, junto con él, los reclutas y los
espectadores.
La presión se había desvanecido. Las mentiras, también.
Solo quedaba el salón.
Caston parpadeó.
—A continuación se dictará el veredicto del Dominio —dijo el juez desde el estrado—. Por el
cargo de homicidio premeditado: culpable. Por el cargo de tortura y acciones sádicas seguidas
de muerte de la víctima: culpable. Por el cargo de incendio intencional seguido de muerte de la
víctima: culpable.
Con cada veredicto, los murmullos de aprobación crecían entre la multitud reunida en el salón.
La luz del sol que entraba por los altísimos ventanales del lado este resaltaba la figura del
criminal recién condenado e iluminaba a los oficiales del tribunal que lo escoltaban,
sosteniéndolo ante el juez.
El muchacho de diecinueve años Geoff Caston, que estaba a punto de convertirse en el
convicto Geoff Caston, apenas prestaba atención al juez que leía el veredicto. Secuestro:
culpable. Violación post mortem de la víctima: culpable.
Cuando su abogado le dijo que lo acusarían de más de veinte delitos diferentes, Caston se rió.
¿Tantos? ¿Por esa basura? —¿Acaso tienen que cumplir con un cupo o algo así? —le había
preguntado.
Con el ceño fruncido, miró al oficial que tenía a la izquierda. Éste le apretaba el codo y le hacía
una presión constante en el hombro.
—Mutilación: culpable. Agresiones físicas agravadas por el uso de drogas seguidas de muerte
de la víctima: culpable.
—Te voy a matar —le susurró Caston al oficial—. Te voy a quemar vivo. ¿Te gustaría?
El oficial se limitó a mirarlo y aumentar la presión en el hombro de Caston. No parecía
precisamente asustado. Caston sintió que lo invadía la misma ira de siempre. Una bruma rojiza
le nubló la visión. En su imaginación, se proyectó la película de cómo chillaría ese cerdo al
quemarse vivo.
Caston podía sentir los ojos de la multitud sobre él: lo contemplaban y lo juzgaban. Como si
nunca hubiesen hecho algo malo. —¡¿Qué están mirando?! —gritó Caston, y recibió una
terrible cachetada del oficial que estaba a su derecha. Caston le gruñó.
—El acusado permanecerá en silencio —dijo el juez y prosiguió—. Por el cargo de incendio
intencional con intención de destrucción de evidencia de un delito de máxima gravedad:
culpable.
En el fondo de su mente, lejos de su aparente desdén y su creciente inquietud por la larga lista
de cargos, una leve chispa de conciencia observaba el proceso judicial con un horror profundo.
Esto no puede ser verdad. Esto no puede ser lo que pasó realmente.
Mientras el juez seguía recitando cada uno de los veredictos de culpabilidad, esa misma parte
pequeña de la mente de Caston intentaba negarlo todo y eliminarlo por tratarse de otra
mentira o un recuerdo falso. Pero no era posible. Estos eran sus cimientos, la verdad cruda a la
que se había aferrado.
Ya liberado de las mentiras, una palabra finalmente subió a la superficie: resocialización. El
Dominio le había ocultado los crímenes y los había reemplazado por una y otra capa de
recuerdos positivos fuertemente arraigados. Incluso el concepto de resocialización, y la
palabra misma, habían sido guardados y enterrados hasta que el escrutinio de su mente
terminó por sacarlos a la luz junto con todo el resto.
Podía ver la forma en que las mentiras habían sido grabadas encima de sus propios recuerdos,
ancladas a algo firme y real. En lugar de escuchar la sentencia por asesinato, estaba parado
frente al líder supremo del Dominio para prestar juramento como marine. En lugar de
enfrentar a una multitud que clamaba venganza, había hecho la promesa de servicio y había
recibido aplausos. Esa bonita ficción había sido cuidadosamente modelada para no dejar
prácticamente nada verdadero.
Caston necesitaba creer desesperadamente que este juicio también era mentira. El juicio no, la
condena, porque el juicio ya había terminado. Sin embargo, todo transmitía la misma
sensación de solidez y verdad que su cimiento. Todo esto era real.
Las mentiras habían desaparecido. Se habían derrumbado.
Las habían derrumbado los zerg. En la parte más consciente de su mente sonó una alarma de
advertencia.
El juez finalmente terminó de leer el veredicto: culpable de los 23 cargos. Le preguntó a Shane
si tenía algo para decir que pudiese mitigar la terrible naturaleza de sus crímenes, pero el
muchacho de solo diecinueve años sonrió de costado y comenzó a escupir e insultar a los
gritos, hasta que los oficiales del tribunal lo arrojaron al piso y le colocaron un dispositivo de
metal en la mandíbula que le inmovilizó la boca.
Eso solo hizo que Caston se enfureciese aún más. Mientras seguía farfullando insultos desde el
suelo, el juez dictó la sentencia y dispuso el castigo que todos pedían: pena de muerte.
Estalló un aplauso espontáneo, y el alguacil tuvo que pedir orden. Los oficiales arrastraron al
condenado Geoff Caston fuera del salón para proceder a una ejecución rápida, sin apelaciones.
La sentencia se cumpliría al atardecer.
Caston sabía lo que le esperaba. La parte consciente de su mente le gritaba a la memoria que
se detuviese. No quería pasar por esto otra vez. Otra vez, no.
Lo sacaron a rastras del transporte y lo llevaron a un edificio de aspecto común. Luego, lo
encerraron en una especie de elevador que comenzó a bajar a lo más profundo de la tierra.
Ya basta, por favor.
Lo obligaron a entrar en una habitación blanca, aún con las esposas puestas. Lo dejaron ahí
durante horas, sin hacer caso de sus insultos, amenazas, gritos y su pánico que aumentaba a
medida que se acercaba la hora de marchar a la cámara de ejecución.
La parte que se mantenía alerta en su mente sabía que no sería ejecutado. Sabía que el
Dominio le había encontrado un uso mejor. Sabía que pronto entrarían los soldados y lo
arrastrarían a una habitación oscura con insignias del Dominio. Lo meterían en uno de esos
horribles tubos. Y luego comenzaría el dolor, y sus recuerdos cambiarían.
Esa sería su verdadera graduación. Su verdadera iniciación en el servicio del Dominio. Gritó en
su mente pidiendo ayuda. Cualquier tipo de ayuda.
Y esa ayuda llegó.
Un marine con armadura de combate estaba en la habitación con él, observándolo con ojos
inexpresivos. La luz era extraña. Sus ojos parecían brillar.
Los dos Caston se miraron durante un largo rato en silencio.
—Déjanos ayudar —dijo el marine que tenía la cara de Geoff Caston.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Caston con voz entrecortada.
—Somos lo que tú podrías ser.
Caston recordó el paisaje del otro lado de los ventanales del salón. Recordó los campos
interminables plagados de zerg. —¿Cómo? ¿Cómo hago para ser como ustedes?
—Pídelo.
—No.
—Déjanos ayudar —repitió el marine.
—No necesito esa clase de ayuda —dijo Caston.
—Sí la necesitas. Ya hemos visto individuos con un dolor como el tuyo antes, en otros de tu
tipo —respondió el marine—, muchas veces. Parece que tus líderes lo prefieren.
Caston se sintió indefenso. La mirada inhumana del marine describía todos sus crímenes como
dolor. —Lo que yo hice no tiene perdón.
—Nosotros aceptamos.
La respuesta lo sorprendió con la guardia baja. —¿Qué?
—Nosotros aceptamos.
—¿Ustedes quieren tipos como yo? —Eso parecía ser un buen motivo para decir que no.
—Nosotros aceptamos, como hicieron ellos.
Caston escupió. Intentó mover las manos esposadas inútilmente. —Los del Dominio no me
aceptaron. Me cambiaron.
—Sí.
Caston comprendió los dos significados encerrados en la palabra: sí, el Dominio te cambió, y sí,
te aceptaron.
Cerró los ojos con fuerza. Otro concepto enterrado bajo la capa de la resocialización salió a la
superficie. Recordó las figuras de marines deformados moviéndose pesadamente junto con los
zerg, con armas y tentáculos, y sin ningún resto de humanidad. Esclavizados.
Infestados.
Una nueva ola de terror le invadió el estómago. El soldado de Primera Clase Geoff Caston los
había visto con sus propios ojos. Había peleado contra ellos. Había observado con envidia
cómo los camazotes los quemaban vivos. Los infestados no eran de temer, eran simplemente
zerg. Un objetivo más para la artillería del Dominio. La resocialización no le había permitido
pensar en ellos de otra forma.
Shane había combatido a los infestados en más batallas de las que podía recordar; y en todas
había vencido.
No veía ningún motivo para cambiar de bando.
—Nosotros aceptamos —repitió el marine.
—No los aceptaron, los mataron —respondió Caston.
—Ustedes los mataron —dijo el marine. Hablaba literalmente. El propio Caston les había
disparado a muchas de esas abominaciones.
—Estaban muertos antes de que me los cruzase.
—No.
—Ustedes los convirtieron en… ustedes —dijo Caston.
—Sí. Nosotros aceptamos.
—Hijos de puta, ustedes… — Caston dejó de hablar. Las palabras que acababa de pronunciar le
resonaban en la mente. Ellos los convirtieron. —No cambiaron de bando, no eligieron. Ustedes
los capturaron y los cambiaron. —El estómago se le estrujaba de ira.
—Ellos eligieron, como también eligió tu amada hermana Ayers y tu querido hermano Walden.
Ambos al servicio del dominio imperial, o es que acaso creíste que tu hermana se volvió loca al
matar a un oficial y algunos soldados que se encontraban cerca a ella cuando decidió explotar
con nuestras armas bioquímicas, ¿Qué crees que la impulso a cometer semejante acto de
rebeldía al imperio al que juro servir?
La respuesta es tan obvia, ella miro el verdadero rostro del imperio y si ves eso no tienes otra
alternativa que morir o ser resocializado en el mejor de los casos,
Vamos chico despierta de tu espejismo, para que servir a un imperio que usa a su propia gente
como ratas de laboratorio y solo sirve a sus intereses. Nosotros prosperaremos juntos, jamás
te olvidaremos porque tu conciencia se unirá a la nuestra y seremos uno solo con el enjambre,
solo toma la decisión, recuerda que naces vives mueres, pero con el enjambre serás eterno
aunque mueras porque reencarnaras en nuevas crías. Nosotros nunca envejecemos solo
evolucionamos nos adaptamos y reencarnamos creciendo en un número cada vez mayor, es la
voluntad del enjambre, era la voluntad de la Supermente y ahora la de Kerrigan el mejor
ejemplo de simbiosis perfecta.
— ¡Cierra la maldita boca abominación! No te atrevas a profanar la memoria de mis hermanos.
Ellos eran héroes de guerra que cayeron en acción, yo merezco lo que me hiso el imperio,
ahora entiendo que fue necesario mi resocialización pero ellos no, nunca lo habrían aceptado y
el imperio jamás los hubiera obligado.
—Precisamente por ello murieron chico, eso es lo que te hicieron creer, a él también lo
utilizaron pero cuando vieron que era prescindible lo desecharon, nosotros no somos desleales
a nuestros guerreros, eres un mal necesario para tu especie y para nosotros, pero la diferencia
está en que nosotros dejaremos fluir tu personalidad asesina como algo inherente a tu
naturaleza.
Tu hermano era buen guerrero sin duda, pero tu potencial es superior, tienes lo que
queremos acepta tu destino y ríndete a la voluntad eterna del enjambre.
Caston casi no oyó al marine. Finalmente, su mente había encontrado la conexión. —Así que
deben haberme capturado a mí también —dijo. Su voz tembló un poco.
El marine zerg que tenía la cara del soldado Caston no respondió.
—¿Dónde estoy ahora, realmente? —preguntó Caston. No hubo respuesta—. ¿Me
capturaron? Despiértame, quiero ver.
—No.
Sí, fui capturado. Caston mantuvo la calma. Los humanos infestados que había visto eran
deformes. Irreconocibles como seres humanos, excepto por sus dos brazos y sus dos piernas.
De alguna forma, los zerg le estaban manteniendo la mente ocupada, atrapada en sus
recuerdos, mientras le hacían quién sabe qué atrocidades en el cuerpo.
Quizás ya era uno de ellos. Pero quizás no. Caston se aferró a este último pensamiento. Quizás
no era demasiado tarde. Necesitaba escapar. Si lo mantenían enterrado en sus recuerdos,
dormido, sería imposible. Necesitaba convencerlos de que lo despertasen. —Quiero ver —dijo
Caston.
—No.
—Sí.
—No hasta que nos dejes ayudar.
—No —dijo Caston.
El marine se mantuvo en silencio un momento, y luego la presión de antes volvió a la mente de
Caston. Solo tenía un leve rastro del dolor de cabeza, nada parecido a la terrible agonía que
había sentido. La presión parecía sacudirse y girar, sin poder encontrar un lugar donde
aferrarse, deslizándose por su mente con dedos débiles.
Caston sonrió. Eso no era nada. Podía resistir eso por siempre. —Ah, ya no funciona, eh. Qué
raro. Parece que no puedes usar nada más para lastimarme.
El marine no contestó, y Caston sonrió satisfecho. —¿No pueden atrapar mi mente sin algo de
resocialización de dónde agarrarse? Me pueden mantener acá abajo pero no pueden
quebrarme, ¿verdad?
—Déjanos ayudar —dijo el marine zerg.
—Malditos hijos de puta. Con eso ya no me van a convencer. ¿Así es como quiebran a los
marines? ¿Los llevan al borde de la locura y esperan a que entren en pánico? — Caston
contempló con desprecio a su doble—. Me imagino que todo ese sufrimiento para escapar de
la resocialización debe ser un buen motivador. Y ahí aparecen ustedes, ofreciendo su amistad.
"Déjanos ayudar". Váyanse a la mierda.
El marine se mantuvo en silencio. A Caston no le molestaba en absoluto. Solo estaba entrando
en calor. —Casi me destrozan el cerebro. Casi me matan, pero los saqué a patadas y me ocupé
yo mismo de mi propio desastre. —Y agregó un poco de sarcasmo—. ¿Es muy raro que pase
esto? ¿Eso me convierte en alguien especial?
El marine finalmente respondió: —No. Otros también actúan así.
—Necesitan que cooperemos, ¿verdad? ¿No pueden simplemente aplastarnos? Eso causa
demasiado daño, ¿no? Necesitan que yo los deje entrar. — Caston se rio. Se sentía bien. Al fin,
le sacaba ventaja—. ¿Sabes qué? No voy a colaborar con esto. Perdiste la oportunidad y ahora
no puedes atraparme. Mátame o deja que me despierte y entonces podremos hablar. No me
importa.
El marine miró hacia abajo. Parecía (parecían) estar pensando. Transcurrió un rato. Luego, el
marine levantó la vista y sus ojos brillantes enfocaron los de Caston.
—No hay escapatoria. Podríamos obligarte si quisiéramos.
—Si pudiesen obligarme, ya lo habrían hecho —dijo Caston.
—Aún podemos. Los ojos inhumanos se clavaron en los de Caston, que oyó cómo la voz del
marine, que era su propia voz, se convertía en una fría voz alienígena. Toda pretensión de
humanidad se había evaporado. —Pero no necesitamos hacerlo. Puedes quedarte todo el
tiempo que quieras.
El marine desapareció y dejó a Caston completamente solo en la habitación blanca.
Permaneció allí durante horas. La presencia zerg nunca volvió. Los oficiales del Dominio
vinieron a buscarlo y lo arrastraron en dirección a los tanques de resocialización mientras
gritaba y pataleaba.
Los científicos trabajaban con aburrimiento.
Las puertas del tubo transparente se cerraron sobre la cabeza de Caston que empezó a gritar
cuando el dolor finalmente comenzó, pero ni a los oficiales ni a los científicos les importaba en
absoluto. Era un asesino, y algo peor. Pura escoria.
La agonía latía en su cabeza. Espontáneamente, se le aparecieron recuerdos que de la misma
forma se evaporaron.
Caston no podía controlarlo. No comprendía lo que pasaba. Era su vida la que pasaba de largo
mientras se retorcía y maldecía.
Ahora comprendía. Los científicos habían examinado sus recuerdos. Los habían catalogado,
habían encontrado los más dolorosos y los habían revivido. Solo después de eso los habían
modificado.
Parpadeó. Habían empezado por el principio, que era muy doloroso.
El niño de ocho años llamado Geoff Caston cayó de espaldas en el piso, aturdido y con sangre
en la nariz.
Su padre le gritaba, exigiendo una disculpa, con el puño aún cerrado. Geoff se disculpó una y
otra vez. Era algo relacionado con una silla que había roto sin querer. La cabeza le latía por el
dolor.
El soldado de Primera Clase Caston no solo lo estaba recordando, lo estaba reviviendo. Los
pensamientos le giraban en la cabeza. Sentía la lengua hinchada y entumecida. Algunos de los
dientes le bailaban en el lado izquierdo de la mandíbula. Podía oler el punzante hedor del
whisky en el aliento de su padre. Se oyó a sí mismo balbucear otra disculpa, y sintió la
cachetada que recibió como respuesta.
Su padre esperaba una disculpa más sincera. —Dile que lo lamentas como si de verdad lo
sintieras —le reprochó a gritos.
—No te rías —gimió el soldado Caston. El niño no podía oírlo. En medio de su aturdimiento, el
pequeño Geoff de tan solo ocho años se rio sin temor. —Mamá está muerta, y habría odiado
esa silla —dijo el niño con una risita.
El puñetazo de su padre cortó el aire zumbando, y los recuerdos se hicieron borrosos. El
soldado Caston oyó el crujido de dos costillas rotas y sintió más dolor en la cabeza. Cuando el
niño finalmente despertó, sus pensamientos estaban desordenados. El miedo se había alejado
por completo y, en su lugar, lo inundaban el enojo y el dolor. Los latidos del corazón le
resonaban en los oídos y tenía la frente bañada en sudor.
Sentía la cabeza a punto de explotar.
Su padre se había quedado dormido o se había desmayado. Daba igual. Geoff estaba parado
en la puerta del dormitorio contemplando un momento el pecho de su padre, que subía y
bajaba al ritmo de la respiración. Había pensado en agarrar un cuchillo de la cocina o buscar el
revólver "Koprulu Especial" de su padre con culata cromada.
Su padre eructó e inundó la habitación con olor a alcohol.
El niño de ocho años se dirigió con pasos tambaleantes a la cocina y notó por primera vez la
botella de whisky a la mitad sobre la mesa. Olió el líquido de color ámbar. Ya estaba decidido.
El soldado Caston permanecía en silencio, anonadado.
Después de tomar la decisión, el pequeño Geoff volvió al dormitorio de su padre y vació lo que
quedaba de la bebida sobre el pecho del hombre que dormía.
No. El soldado Caston intentó escapar a este recuerdo y pensar en otro, cualquier otro. Hasta
trató de volver a concentrarse en su resocialización o en su condena. Con gusto habría
soportado ese dolor nuevamente. Pero nada funcionó. Lo obligaban a revivir cada horrible
momento.
Su padre resopló y se pasó la lengua por los labios mientras el alcohol se derramaba sobre su
cuerpo, pero no despertó. El pequeño Geoff encontró el encendedor de su padre junto con los
cigarros baratos de Umoja y lo encendió. Sostuvo la titilante llama anaranjada sobre su padre
con la mirada fija. Luego, la dejó caer.
El pequeño Geoff se sorprendió por la lentitud con la que crecían las llamas. También se
asombró de que su padre no despertase. La habitación estaba llena de humo, y el olor de las
telas y la carne quemándose le causó náuseas. Salió a los tumbos y observó la escena mientras
las llamas se propagaban por toda la casa, y recordó demasiado tarde que su hermanita de
tres meses de edad aún dormía en su habitación.
Nunca intentó salvarla. Se sentó en silencio con la cabeza entre las manos espiando a través de
los dedos, viendo cómo las llamas se retorcían.
Caston parpadeó. Estaba otra vez en el tanque de resocialización, gritando de dolor. Y de
pronto, la realidad se alejó nuevamente.
Por favor, basta.
Los recuerdos avanzaron una década. El muchacho de dieciocho años Geoff Caston había
conseguido llevar a una muchacha a su apartamento de mala muerte, con la promesa de
regalarle un poco de snoke. La muchacha estaba bastante perdida y no hizo falta demasiado
para convencerla. Después de unos minutos comenzó a dormitarse, vagando en un sueño
estimulado por la droga. Eso era lo que el muchacho había estado esperando.
Caston no solo lo estaba recordando: lo estaba reviviendo. La expectativa del muchacho era su
propia expectativa. El placer del muchacho era su propio placer. Era más horripilante de lo que
nunca hubiera imaginado.
Ya basta. Caston sabía lo que estaba por suceder. Intentó irse de allí. Intentó dejar de mirar.
Gritó en su mente pidiendo ayuda. Nada de eso sirvió. No podía parpadear si el Caston de
dieciocho años no parpadeaba. No podía darse vuelta ni escaparse si el muchacho no lo hacía.
—Déjanos ayudar —dijo una voz.
El muchacho contempló la respiración pesada de la joven durante un largo rato. Le levantó un
párpado y observó la pupila dilatada. La muchacha no se movió, y él la miraba fascinado. Luego
encendió el fuego. Finalmente, ella se despertó. En sus ojos, abiertos como dos platos, se veían
círculos pálidos que resaltaban contra la súbita luz anaranjada.
El muchacho se quedó cerca mientras las llamas se propagaban. Los gritos de la joven le
canturreaban en los oídos, y los ojos de él bailaban al compás del cuerpo que se retorcía en
llamas.
Caston trató de despertarse. Luchó para salir a la superficie pero sintió que su mente chocaba
contra un techo. Los zerg lo mantenían abajo.
—Déjanos ayudar —repitió la voz.
La piel del muchacho se ampolló y se agrietó cuando se inclinó para acercarse a la joven.
Respiró profundamente. Quería sentir el aroma. No había nada tan placentero en todo el
universo. Ese olor era siempre tan agradable... era el olor de una criatura viva y jadeante
ardiendo en sus propios jugos.
Absorbió esa dulce y maravillosa esencia, y obligó Caston a absorberla también. Era realmente
dulce. Era el aroma del azúcar convirtiéndose en caramelo. Siempre un poco diferente, y a la
vez igual.
Caston rebotó contra la tapa del tubo una y otra vez. Cada intento le causaba dolor, pero ya no
le importaba.
—Déjanos ayudar —repitió la voz.
Los gritos de la muchacha se ahogaron, pero sus débiles esfuerzos continuaron. Un olor nuevo
y punzante llenaba la habitación. Las llamas crecieron con renovado vigor, y el joven Caston
sonrió. El gozo y la alegría invadieron la mente del soldado Caston. Trató de apartar todo eso
de la mente. Trató de odiarlo.
Se estaba mintiendo a sí mismo y lo sabía. Le encantaba. Siempre le gustaría.
—Déjanos ayudar —repitió la voz.
Ya no soy ese muchacho indefenso y patético, tampoco ese novato inexperto. Todo eso
sucedió hace mucho tiempo, ese maldito viejo no era mi verdadero padre, el malnacido solo
me adopto en una época en la que las cosas le iban bien, luego todo fue golpes tras golpes
para mí, yo no tuve la culpa de sus fracasos, yo no quería ser un psicópata, solo quería
proteger a mis hermanos y cumplir con la voluntad de mi padre, pero nos separaron y llegue a
ese enfermizo hogar.
¡YO SOY CASTON EL MARINE!
Un marine vestido con armadura de combate apareció ante el muchacho de dieciocho años
Geoff Caston, iluminado desde atrás por las llamas del incendio, cada vez más grandes. Caston
miró en lo profundo de esos ojos brillantes. Y parpadeó.
* * *
Dos estructuras seguían ardiendo a medio kilómetro de distancia, pero los últimos gritos ya se
habían apagado. En el cielo y en la tierra, el Enjambre se movía a través de los restos del
puesto de avanzada terran. La masa compacta de talo se expandía implacablemente y ya lamía
los cuerpos de los enemigos caídos, con ansias de envolverlos y reclamarlos para sí.
Sobre las sombras flotantes de los Amos Supremos, un miembro del Enjambre se apoyó en sus
rodillas. La criatura llevaba puesta la armadura típica de los marines del Dominio. Las placas de
acero apenas se ajustaban a la figura humanoide deformada. Los bultos enormes de carne y
los tentáculos salían por los huecos que quedaban entre las placas.
Dos ojos brillantes observaron el exterior a través del casco de la criatura. Su respiración,
pesada y tranquila, se mezclaba con el humo que la rodeaba. La criatura olfateó y resopló. El
aroma no era tan dulce.
Cerca, un zerguezno pasó saltando por encima de los restos calientes de un ánima del Dominio
y se detuvo. La criatura más pequeña de cuatro patas miró al otro ser mientras sus mandíbulas
en forma de guadaña repiqueteaban alegremente frente a la amplia sonrisa llena de colmillos.
La criatura más grande, de dos patas, miró hacia abajo y resopló profundamente con
satisfacción. El Enjambre había vencido. La tarea había terminado.
Sus ojos brillantes parpadearon.
FIN