Debo reconocer que no logro entender cuando ni como se vino abajo todo. De
repente todo estaba perdido. También debo reconocer que podía sentirse el olor a
podredumbre en el ambiente pero quién le da importancia a los olores en nuestro
país.
Ahora casi no logro recordar los síntomas de la enfermedad progresiva a la que
nos vimos sometidos, simplemente despertamos enfermos. Fue un contagio voraz,
epidémico y no lográbamos encontrar la cura y para ser más exactos no la
buscábamos.
Y así, como quien se resigna a su suerte nos vemos ahora perdidos. A veces
salía a flote algún débil profeta igualmente enfermo, que anunciaba la catástrofe
inminente. Sin embargo es de entender que poco efecto tenían sus palabras, ante una
audiencia cansada de palabras, a lo que se sumaba el sentimiento de desinterés
general por cualquier solución que exigiera serios cambios.
Cualquier discurso debió haber sido pronunciado mucho tiempo atrás, quizás
en nuestros comienzos, en los inicios cuando empezábamos a conocernos y
podíamos identificar quienes de nosotros eran los más propensos a la tragedia. Ahora,
en mi calidad de enfermo, en esta seguridad de haber perdido cualquier esperanza,
pienso que la muerte de alguno o algunos en el inicio podría haber salvado a una
muchedumbre ahora condenada.
Así nos encontramos ahora: perdidos, a la deriva buscando un no se que
indescifrable que nadie es capaz de identificar, definir, entender. La respuesta, de
estar en pleno uso de mis facultades, no sería tan difícil de ser encontrada, pero no
ahora. Así no es posible.
A veces me siento muy triste, como un enfermo que espera el desenlace fatal,
pero en mi caso tampoco puedo adivinar cual será dicho desenlace. Ahora ya no me
es posible llorar siquiera, esta situación en principio te hace invulnerable a los
sentimientos de quiebre que puedan conducirte a algún cambio serio.
El problema, si podría ser identificado con una enfermedad, ya creo
anticuerpos, ya sabe como defenderse. Por ejemplo, en determinados momentos,
cuando algún resabio de querer cambiar las cosas se hacía general, sentíamos que
de repente sanábamos. La típica señal de que la “enfermedad” (si puede –repito-, ser
llamado así este problema) aprendió a defenderse y tiene una lógica que yo podría
denominar demoníaca con todos los matices y formas que este adjetivo puede tener.
Actualmente somos tres, casi no nos vemos, casi no nos hablamos porque
estamos heridos. Hace algún tiempo me di cuenta de que al hablar las cosas parecen
mejorar pero el mal que nos aqueja se vale de las palabras para cubrir su avance y es
peor cuando uno despierta de su ensueño.
Ahora creo darme cuenta de que tal vez una alternativa sea separarnos
definitivamente, se que aún quedan algunos en algún lugar de las montañas de
occidente. Pero no estoy seguro. La información que poseo sólo me indica que existen
pero no que están sanos. Tal vez ellos estén peor.
Y ¿Qué hacer ahora? Resignarme a esta especie de fin. No lo sé y sufro por
ello.
Todo el tiempo quise identificar los síntomas y la cura pero mis conocimientos
de medicina son escasos. No tengo libros adecuados en la materia y por otro lado la
enfermedad me impide leerlos. Este es uno de los peores síntomas: no eres capaz de
entender lo que haces y si lo haces tu capacidad comprensiva se reduce a lo mínimo.
Esta especie de decadencia se extiende a todas las artes y capacidades técnicas en
las que uno podría sobresalir.
Por ejemplo el olvido me es otro síntoma. Actualmente gracias a los
documentos que guardo en mi habitación puedo darme cuenta que fui alguien que no
logro entender que era. Tengo una carpeta verde pero no entiendo el contenido
aunque un cierto afecto alimenta la falta de emociones vivas que poseo.
A la par de algunas fotos y otros objetos que no se como llegaron a mi no
puedo y no soy capaz de identificar el conjunto.
Ciertamente hay cosas que te hacen sentir mejor, como el caminar a primera
hora del día, esta es una buena terapia que te relaja bastante y parece devolverte
claridad de ideas. Sin embargo la indisposición te impide la constancia en los hábitos
que te hacen sentir mejor y se vale de tu alegría, para saber como doblegarte. Por
ejemplo el sinsentido de envuelve en la mañana, cuando despiertas y quieres hacer
algo para mejorar tu situación. De repente el sinsentido te invade, franquea tu actitud
positiva y sin saber por qué terminas derrotado en una especie de malestar, que en
otras circunstancias podría denominarse simplemente flojera, pero no en la presente
situación en la que todo incluso los conceptos más elementales simplemente carecen
de valor.
El jardín de la casa es hermoso, los tres que estamos dentro casi no nos
vemos y apenas cruzamos palabras. Algunas veces coincidimos en el almuerzo que el
alma de la casa nos regala.
Siempre están los platos puestos y unidos a la ropa limpia la situación se torna
extraña. Quién o qué nos tiene aquí juntos, qué o quien nos puso aquí, Qué hacemos
en la casa. En una ocasión busque respuestas serias a estas pregunta. Debo admitir
que no supe donde empezar a buscar pero mis esfuerzos se vieron premiados cuando
encontré los archivos de la casa a la par de algunas fotos y cosas viejas envueltas en
un olor a tabaco que el viejo de la casa fumaba.
El holandés de la pipa llego un día, construyo la casa, nos miró, rió para si y se
fue dejándonos tras las rejas de este hermoso y fatal lugar.
Allí en su oficina encontré algunas cosas suyas a la par de fotos mías con
algunos de los que ya no estan. Los rostros en las fotos indican ya los primeros signos
de la enfermedad, la tonta sonrisa confiada, la especie de fanatismo en la misión del
cuidado de la casa, los cuerpos desgarbados, flacos y jóvenes que en sus
expresiones parecen tan felices por que empezaban a morir en vida.
Me debatía en los recuerdos sin fondo a los que me conducían las fotografías
que se iban multiplicando en mi búsqueda. Algunas fotos muy antiguas mostraban al
holandés de la pipa en plena selva o altiplano, siempre seguro de si mismo y
buscando lo que había venido a buscar. Búsqueda, sin embargo, que no adivinaba.
Así encontré las cajas de zapato empolvadas y con olor a humedad que sumadas al
intenso aroma del tabaco parecían indicar el olor de un tesoro enterrado por alguien a
quien no le importaba guardar el secreto que buscaba.
Así encontré los documentos, sabía que existían, estaban simplemente al
principio a mi vista y después en mis manos. Eran estoy seguro la respuesta.