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El Ladrón De La Vida
Anoche entró en casa de mi vecino un ladrón. Era muy tarde y no pude ver cómo era de alto.
Solo escuché ruidos y muchos golpes.
Cuando mi vecino abrió la puerta de la casa y encendió la luz del porche, pude distinguir
que aquel hombre llevaba un saco marrón, no muy lleno, solo un poco. Mi vecino volvió a
entrar a la casa y pasó la noche.
Desperté y me vestí, y salí corriendo a ver a mi vecino.
Llamé al timbre, y un hombre de mediana edad, sano y fuerte, alto y guapo salió a recibirme.
—Hola vecino, ¿qué ocurre? —me dijo amablemente.
—Eso te iba a preguntar yo. Anoche oí como un ladrón entraba en tu casa ¿Se llevó algo de
valor?
—No, nada. Solo se llevó algo de lo que puedo prescindir.
—Deberías llamar a la policía y poner una denuncia.
—No es necesario, gracias.
Educadamente se despidió de mí y cerró la puerta. Extrañado volví a mi casa, absorto en
mis pensamientos.
Ya por la tarde, me quedé mirando por la ventana hacia la casa de mi vecino, llevaba unas
horas en la misma posición, sin descanso. De repente sucedió lo que tanto llevaba esperando,
su salida de casa. Pero en cuanto se le cruzaron las escaleras en su camino, sin saber ni cómo
ni por qué, se tropezó con sus propios pies y cayó al suelo. Luego, vi que se volvía a levantar y
otra vez volvió a tropezarse y a caerse pero esta vez ya en el camino. Se metió en el coche y
no volví a verle hasta que llegó a su casa tarde, sobre media noche. Me quedé pensando en
cómo dejé que el ladrón se escapase, en cómo pude dejar que aquel hombre se marchara, quizá
pensé que mi vecino ya había llamado a la policía y yo estaba cansado.
Durante unas semanas estuve observando a mi vecino. Me asombraba cómo un hombre,
aparentemente joven, podía caer tantas veces.
Una noche, que yo me quedé leyendo en la cama, volví a oír un estruendo en casa de mi
vecino. Corriendo salí de la cama y me asomé por la ventana, aquel ladrón estaba otra vez en
la casa. Baje’ corriendo las escaleras y con manos temblorosas por los nervios llamé a la
policía, luego solo me quedó esperar. Cuando las sirenas de la policía se empezaron a acercar,
el ladrón salió por la puerta de atrás y corrió como una liebre. La policía llegó y llamaron ala
puerta, en seguida mi vecino abrió. Me callé y pude escuchar la conversación:
Buenas, su vecino nos ha llamado, dice que cree que un ladrón ha entrado en su casa ¿Todo
bien?
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—Sí, señor, todo bien por aquí.
—¿Está seguro?
—Sí.
—Vale, no le molestamos más, que pase una buena noche.
—Lo mismo digo señor.
«Mentira, mentira y más mentira, acabo de ver un ladrón. ¿Por qué no se lo habrá dicho? A
lo mejor soy yo que me estoy volviendo loco, no, imposible. Mejor le doy vueltas mañana,
puede que solo haya sido una visión por el efecto del cansancio.» Cuando desperté, me vino a
la mente el ladrón que, esta vez un poco más lleno, llevaba aquel saco marrón. Las preguntas
empezaron a rondarme la cabeza, así que, decidí ir a visitar a mis vecinos. Me puse la ropa,
desayuné y salí.
—Hola vecino, siento molestarte a estas horas de la mañana.
—No importa, ya estaba despierto. ¿Qué ocurre?
—Venía a preguntar si esta noche te apetecería cenar en mi casa, ya sabes, para charlar.
—Sí, claro.
—Está bien, te espero.
Salí de su porche y me encaminé a mi casa, por fin averiguaría que pasaba. Llegó la hora y
llamaron al timbre, abrí la puerta y allí estaba mi vecino.
—Pasa, pasa.
Mi vecino receló y comenzó a subir el pie para traspasar el escalón y de repente tropezó y
cayó al suelo.
—¿Estás bien?
—Sí, sí.
Se levantó y le acompañé a la mesa del comedor, nos sentamos. Hablamos durante horas.
Me fijé en que cada vez que cogía el tenedor, se le caía y que no parecía tener mucha fuerza.
Llegó la noche y mi vecino salió de casa. Pasaron los días y mi vecino se veía desganado y sin
fuerzas, iba a tirar la basura y se le caían las cosas de las manos, se tropezaba y se volvía a
levantar.
Un día que estaba caminando por la calle vi al ladrón a plena luz del día, estaba entrando en
la casa, por acto reflejo decidí entrar. Me adentré en la casa y me encontré que el ladrón
empujó a mi vecino que cayó al suelo, corrí detrás de él, llegamos al jardín y me abalancé
sobre él, en cuanto le toqué ante mis ojos desapareció. Me quedé desconcertado, pero en
cuanto reaccioné salí corriendo a ver a mi vecino.
—¿Está usted bien?
—Sí, si no pasa na...—de repente dejó de hablar.
— Oye, ¿estás bien?
Mi vecino no parecía escucharme ni verme, me puse detrás de él y di una palmada para ver
si respondía… no pasó nada. Cogí el teléfono y llamé a la ambulancia, la verdad es que
llegaron en seguida Se sentaron a su lado y con una linternita enfocaron a sus ojos, no pasó
nada; también probaron a hacer el truco de la palmada… nada.
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—Bien, ya tenemos los resultados, pero deberíamos llevárnoslo al hospital. ¿Y dice qué se
quedó así después de un atraco?
—Sí, así es.
—Traigan una camilla. Acompáñenos por favor.
Me llevaron al hospital, y me pidieron que me quedase. Estuve esperando unas tres horas y
media.
—Ya tenemos los resultados.
Me puso un papel en la cara.
—Per0 este hombre tendrá familia o algo.
—Hemos mirado y la única hermana que tenía murió.
—Está bien, las miraré en casa.
Salí por la puerta y me monté en un taxi, cuando ya estábamos llegando observé que el
ladrón estaba mirando por la ventana.
—Pare aquí, pare aquí. —Le lance’ un billete y unas monedas—. Quédese el cambio.
Bajé del coche todo lo rápido que pude.
—¡Oye, oye! —Me acerqué a él—. ¿Quién eres?
El ladrón metió la mano en mi bolsillo y sacó la hoja de las pruebas de mi vecino.
—Te he preguntado algo, ¿quién eres?
El ladrón abrió la hoja y cogió un lápiz que tenía en el bolsillo, escribió algo y desapareció.
Me agaché y abrí la hoja, en ella ponía:
Así me llaman
Me paré a pensar. Mi vecino moriría, en la soledad, sin que nadie le conociera excepto yo.
Aquel hombre alto, fuerte y aparentemente sano… morirá. Y así pasó, el “Ladrón de la vida”
robó la suya.
Ariadna Schmah Beret, 1ºA ESO
Primer Premio Prosa. Primer Ciclo ESO, 14-15
ELA
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El Juego De Las Maquetas
Este caso que os voy a relatar me marcó mucho a lo largo de mi carrera. Por aquel entonces,
yo ya estaba experimentada en el oficio, pero fue tan especial.
Hola, me llamo Rebecca Stone y soy capitana de la policía de Scotland Yard.
El lunes 6 de junio, recibimos una llamada por un homicidio en Baker Street. La víctima era
un gran empresario inglés, Jacob Defoe. Éste se dedicaba al negocio inmobiliario El cadáver
se encontraba tirado en el suelo con un disparo de un revolver en el pecho. Mis chicos, el
detective Hitchcock y el detective Holmes, vinieron a explicarme lo ocurrido.
—Buenos días Stone —me saludaron a la vez.
—Al parecer, los vecinos del barrio oyeron una discusión en la que la víctima participó.
»No llevaba cartera, pero los vecinos
no le conocen, así que no debe de ser de
este barrio.
»Los técnicos están buscando huellas
pero no parece que haya ninguna
aparte de las de Defoe —me contó el
detective Holmes.
A continuación, nos dirigimos hacia
la comisaría, situada cerca de St.
James Park. Una vez allí, tomamos
declaración a los testigos y uno de
ellos nos dijo con quién discutió el
señor Defoe. Lo describió como alto,
castaño y nos comentó que, al parecer,
era un cliente de la víctima.
—Buscad todos los inmuebles que
Jacob vendió en el último año.
Después, si hay un piso o
apartamento cerca del escenario del
crimen, investigad al dueño —dije yo.
El día iba acabando y ya era hora de
irse. Yo me fui a mi casa situada en
Chelsea, y una vez allí, me di una
ducha rápida y me fui a la cama. Desde mi cama podía verse todo el dormitorio. Era una
habitación rectangular con las paredes color crema; en la pared paralela a donde se
encontraba la cama, había un escritorio con un ordenador y distintos papeles de mi trabajo.
En su perpendicular derecha había un gran ventanal con un soporte para sostener una
pequeña televisión. Al frente de ésta, una pared con distintos cuadros de acciones
londinenses. Y pensando en el nuevo caso, me quedé dormida.
Sonó el despertador, y me levanté directa a la ducha. Una vez duchada y cambiada, fui a
desayunar unos huevos revueltos con café.
El detective Hitchcock pasó a recogerme. Cuando bajé y monté en el coche, me saludó y me
dijo:
—Buenos días, Rebecca.
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—¿Qué tal James? —contesté.
—Bien, gracias. Bueno, hay novedades en el caso de Defoe. El inspector McCarthy ha
encontrado, en la mano de la víctima, un paquete envuelto. El asesino lo colocó en su mano
después de matarle —relató Hitchcock.
—¿Lo habéis abierto? —pregunté.
—Sí, había una plaza en miniatura del A. Trafalgar Square.
—¡RÁPIDO, A COMISARÍA! —grité.
Cuando llegamos, vimos a Holmes con una taza de café y hablando con McCarthy.
Después este me relató los hechos y pensamos lo mismo, podía ser el próximo escenario del
crimen. Holmes se quedó allí buscando pistas o sospechosos, mientras que Hitchcock y yo
íbamos en dirección a la plaza de Trafalgar. Cuando faltaba media milla, lo oímos... un
disparo de pistola. La víctima era Tim Christie.
Al llegar, vimos a la gente aterrorizada, huyendo, llorando y gritando. Llamamos a
Scotland Yard para que vinieran y en tres minutos ya estaban allí. Como dije antes, Holmes
estaba en la comisaría, con lo cual, McCarthy y yo fuimos a inspeccionar la plaza para ver si
algo resultaba sospechoso. Nos encontramos una antigua fábrica de yogures.
Parecía muy tétrica. Entramos y oímos unos ruidos, una discusión, mejor dicho, pero cuando
nos acercamos para mediar en la pelea, ¡ZASl Un golpe certero que nos dejó KO.
***
Ryan, así se llama McCarthy, me despertó. Cuando abrí los ojos supe que la discusión que
habíamos oído antes era una trampa. Nos encontrábamos en una habitación grande pero
vacía, Lo único que tenía era unas lámparas para iluminar y un gran baúl con un candado de
combinación (típico de cajas fuertes).
Como McCarthy fue formado en el ejército, sabía abrir cajas con ese tipo de candados. Lo
único que necesitaba era tiempo.
Tras dos horas y media me di cuenta de que no iba a ser capaz de abrirla, pero nada más
decirlo sonó un “clink” que indicaba que el candado había cedido. Nos cogimos de la mano
y… subimos la tapa. Casi nos caemos del susto.
Lo que había en la caja no era nada más ni nada menos que explosivos y detonadores, Ryan
y yo, nos miramos. A continuación nos dimos un fuerte abrazo que acabaría en un largo y
profundo beso. Aunque no lo sabíamos, nos gustábamos. Intentamos hablar del tema pero la
seguridad de la ciudad era más importante. Oímos las sirenas de los coches de la policía y
nos sentimos aliviados.
Holmes y Hitchcock nos ayudaron a salir de esa ratonera habitación. Les contamos lo de la
bomba y nos dijeron que en la mano de la última víctima, había otro paquete. Pero esta vez la
maqueta era de Victoria Station.
—Hay que impedirlo, es probable que coloquen ahí la bomba, ya que es el centro de Londres
—dije—. Colocad patrullas en los alrededores.
Nada más lo dije, se fueron, excepto McCarthy que se quedó conmigo, Nos miramos y
dijimos que ya tendríamos tiempo de hablar de lo ocurrido. Nosotros fuimos a la comisaría y
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durante el viaje, ninguno de los dos dijo nada. Una vez allí, hablamos con los testigos y uno
de ellos dijo que había oído hablar a dos encapuchados después del crimen,
Al parecer, tenían acento árabe.
—¿A qué se dedicaba la última víctima?—pregunté.
—Era profesor en la Universidad de Cambridge —dijo Hitchcock.
—Buscad todos los alumnos árabes de sus clases, alguno tiene que ser el asesino o los
asesinos.
Los tres se fueron, McCarthy, Hitchcock y Holmes. Yo me quedé repasando posibles
relaciones entre las víctimas. Y al final no encontré ninguna coincidencia.
Entonces, los tres se acercaron y me contaron lo que habían descubierto.
—En la clase del señor Christie, había cuatro árabes —dijo Holmes.
—Preguntad a los alumnos si alguno tenía problemas con el profesor. McCarthy, irás tú.
Ten cuidado —le dije.
—Vale.
Mientras, nosotros tres estuvimos repasando las cámaras de seguridad y a la media hora
larga, encontré un Mercedes gris escapando del escenario del crimen. Lo más curioso era que
aparecía el copiloto con la cara tapada. Pero en los siguientes segundos se la destapaba.
¡EUREKA!
—¡Chicos lo tenemos! —dije. A continuación les enseñé la grabación. Nada más acabar de
ver el vídeo, se lo llevaron a los técnicos para que pasaran el reconocimiento facial. No hizo
falta ya que McCarthy llegó con noticias. Nos reunirnos todos en torno a él.
—He hablado con una alumna de la clase y un tal Youssif Mastour, tuvo distintos
altercados con el profe —nos relató.
—Y aquí pone que Defoe es su casero. Es nuestro hombre —dijo Holmes.
En ese momento me sentí orgullosa de mi gran equipo, pero no había tiempo para halagos.
¡UNA BOMBA ESTABA A PUNTO
DE EXPLOTAR! McCarthy y yo fuimos a
Victoria, mientras que los otros dos detectives
se quedaron en la comisaría de Scotland Yard
para difundir la imagen del joven terrorista.
Llegamos allí, y estuvimos atentos a todo tipo
de Mercedes grises. En la grabación aparecía
la matricula, así que teníamos un punto a
favor. La matrícula era “Y900 MAL”. De
repente, un policía que estaba de patrulla me
avisó de que llegaba un Mercedes plateado.
Comprobé la matrícula y era la misma que la
del video. Avisé a mí compañero y lo
detuvimos. Finalmente nuestras sospechas se
confirmaban, era Youssif Mastour. Fui en
busca de la bomba y la encontré en el
maletero.
Un sudor frío me atravesó la espalda. Me quedé sin palabras. Al verme con esa cara de
susto, McCarthy se acercó a mí y él también lo vio.
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La bomba tenía un temporizador, faltaban nueve minutos, cincuenta y cuatro segundos.
Fuimos a hablar con Youssif pero se negó a colaborar. Llamamos a los artificieros pero
estaban a media hora. El tiempo se iba agotando y con él nuestras ideas. Faltaban dos
minutos y medio y las patrullas ya habían evacuado a todo el mundo. Un minuto, nosotros
inmóviles por el miedo, teníamos ahí delante la bomba. Treinta segundos, las confesiones
entre nosotros iban cayendo. Ambos admitimos que nos gustábamos y que si salíamos de
esta, entablaríamos una relación más íntima.
Quince segundos, nuestra vida pasaba por nuestros ojos. Nos agarramos de la mano.
Cinco segundos. McCarthy arrancó los cables de un tirón y ¡BOMBA DESACTIVADA!
Nos fundimos en un tierno abrazo que acabaría en un largo beso. Eso significó algo para los
dos. Era como si el mundo se hubiera parado a nuestros pies, parecía una ilusión. Era como si
el agua y el fuego se hubieran juntado, como si Tom y Jerry estuvieran de acuerdo. Tras el
largo y agradable beso, otro abrazo nos acercó. Él se acercó a mí y me dijo:
—Capitana Stone, ¿se acuerda usted de lo que me ha prometido? —dijo él.
—Lo prometido es deuda, inspector McCarthy.
Una patrulla había evacuado al terrorista, ya estaría en la comisaría pensé, Holmes y
Hitchcock acababan de llegar. Nos abrazamos los cuatro y fuimos camino Scotland Yard,
Íbamos todos en el mismo coche y durante el camino les contamos la gran aventura, no
entera, ya que no les relatamos nuestros besos. Al llegar a comisaría, Holmes y yo entramos
a interrogar a Youssif, pero no hicieron falta más de cinco minutos para que confesara. Por el
buen trabajo de mi equipo les invité a un “fish and chips” en Portobello Road. Lo pasamos
genial.
Lucía Grande González, 1ºD ESO
Segundo Premio Prosa. Primer Ciclo ESO, 14-15
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El Orador De Las Flores
Aquel brillo enigmático que venía volando del cielo, sin que a James le diera tiempo a abrir
la boca para posiblemente preguntar qué era lo que tenía delante de sus narices, empezó a
decirle:
—Desde tiempos remotos, los seres vivos siguen un gran círculo, El Circulo de la Vida.
Este trata de que todo ser vivo acaba por morir y desaparecer del reino de los mortales.
La humanidad desde siempre ha estado preguntándose si al morir hay algo más, es decir, la
siguiente fase que hay después de una vida, la fase en la que muchas religiones creen de
diferentes formas. Todas estas cuestiones giran alrededor de una persona: El Orador.
El Orador es un elegido por el Poder de la Vida. Cada Orador debe entregarse a fondo a la
labor que hace. Esa labor es hacer que cada persona al fallecer pase a la Fase Final.
Los elegidos deben cumplir dos requisitos: El primero es que tengan un corazón puro, que
nunca haya cometido un pecado. El segundo es que sea una persona que desee de todo
corazón el bien para las personas. El trabajo del Orador consiste en crear una flor muy
especial que representa el alma del fallecido. Esa flor se llama “Flor del Alma”.
Cada Flor del Alma es única, ya que cada alma es diferente. Cuando un Orador crea una
de estas flores para el fallecido en misión de que encuentre la siguiente fase, se celebra un
ritual muy espiritual: el Orador observa si la Vida que ha llevado el fallecido ha sido buena o
no. Si es mala, llena de pecados y odio, el Orador no le concederá la Flor del Alma. Por otra
parte, si ha llevado una buena vida, el Orador le crea al fallecido la mencionada flor. Cuando
la flor es creada, esta se posa sobra la tumba y se diluye en ella y tras esto el alma del
fallecido pasa al “Reino de Dos Puntos“. En este lugar, el fallecido es llevado ante dos
grandes puertas. Una le lleva al Descanso Eterno. Lugar que desconocen lo que hay hasta
los Oradores, y otra puerta que conduce hacia una nueva vida. En ese lugar, el fallecido debe
elegir. Sin embargo, el Orador, aunque puede, no debe saber la decisión del fallecido, ya que
cada uno elige su destino como quiere y como elige, así dice el Poder de la Vida.
Los elegidos como Oradores dedican toda su Vida a ir de tumba en tumba creando Flores
del Alma a aquellas personas que lo merezcan. Además, deben guardar en silencio y no decir
a nadie sobre la existencia ni de los poderes ni de los oradores.
Como es obvio, los oradores no son inmortales. Por esa razón, cuando un Orador muere, se
elige al siguiente y así sucesivamente para garantizar que todos puedan pasar a la siguiente
fase.
James, que era un señor de 78 años y que en su día se convirtió en uno de los mejores
abogados del país. Vivía en una pequeña pero acogedora casa en la zona de Santander.
James era viudo ya que su mujer murió de un infarto al corazón. Aun así, él pensaba que ella
era su ángel, que le guiaba y le cuidaba desde el más allá.
El caso es que James se sobresaltó al oír la historia que le contó aquel brillo, pero sin
pensárselo dos veces le dijo amablemente:
—Ven a mi casa, y lo hablamos tranquilamente.
Mientras que James iba andando, se dio cuenta de que aquel brillo era el Poder de la Vida.
«Si no lo fuera —pensaba mientras andaba—, ¿cómo si no podría saber tanto sobre aquellos
poderes y sobre El Orador?»
Cuando James y la esencia brillante llegaron a su casa, la esencia le reveló:
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—Como habrás descubierto ya, yo soy el Poder de la Vida, y tú, sí tú, James eres el nuevo
Orador, y ya por adelantado te digo que no me preguntes por qué, ya que tú sabes que
siempre, desde pequeño, has ayudado a quien has podido y te hiciste abogado únicamente
para defender la justicia. No veo a otra persona para ser el Orador que no seas tú. Ahora
debes aceptar tu destino.
Antes de contestar, James pensó unos momentos y después dijo:
—No te decepcionaré ni a ti, ni a mi destino. Haré lo que pueda para ser un buen Orador.
¿Hay algo más que deba saber?
El Poder de la Vida contestó:
—No, todo el poder de los Oradores te lo entrego a ti. Florus Florus, Almus Almus, James
James. Ahora, me despido de ti. Con el poder que te he dado no deberás tener problemas en
nada.
El Poder de la Vida se fue diluyendo y en pocos segundos la luminosidad que había creado,
desapareció junto a él.
James, entusiasmado, pensó:
—Posiblemente, los anteriores Oradores hacían su trabajo por obligación, es decir, lo hacían
porque se les había entregado ese poder. Yo intentaré hacerlo lo mejor que pueda, pero sobre
todo hacerlo por esas personas que ya han fallecido, para desearles un mejor destino.
Las palabras de James se hicieron realidad. James poco a poco fue Visitando muchos
cementerios y analizando las Vidas de aquellos que ya no estaban en el reino de los mortales.
Cuando James, ante la primera tumba, vio que el fallecido era digno de la Flor del Alma,
empezó con el ritual que consistía en recitar una oración de rodillas. La oración decía así:
“Oh, tú pequeño guerrero mortal caído, yo te concedo a ti la armadura que llevaste el primer
día, yo te concedo el valor que un día usaste, yo te devuelvo las cenizas del Fénix de tu
corazón”
Y dicha la última palabra, de las manos de James brotó una pequeña flor muy bonita y
ciertamente, según lo que había visto James, esa
flor representaba perfectamente el alma de aquel
difunto.
James, haciendo esfuerzo de que no se le cayera
la flor de las manos, avanzó a la tumba y la posó
en ésta. A continuación pudo ver cómo la flor que
había creado se iba diluyendo. Hecho esto, James
sintió cómo alguien le daba las gracias, no
oralmente, sino espiritualmente.
James cumplía con su tarea pero tan sólo llevaba
una semana de Orador, así que decidió que antes
de crear la flor y decir la oración, le daría las
gracias al difunto. ¿Por qué?
Pues porque James pensaba que todo el mundo
moría una vez que había hecho su papel en el
mundo.
Así que le daría las gracias al difunto, ya que tal vez su cometido haya colaborado a que la
gente pueda progresar.
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Cada vez que James iba a una tumba se quedaba pensando en que todos tenemos un papel
en la vida, destinados a cumplir algo, a contribuir a algo pequeño, pero que forma parte de
algo más grande.
James no tenía horarios para ejercer de Orador. Iba a las tumbas cuando se sentía en paz,
cuando se sentía con ganas de ayudar. Año tras año, James iba visitando los cementerios de
alrededor de donde vivía. Por suerte, no le costaba moverse para ir a los cementerios de los
pueblos, así que el desplazarse no le supuso un problema.
James había visto todo tipo de Flores del Alma, pero ni una sola igual. Tristemente, James
por primera vez tuvo que abandonar a alguien de la Fase Final. Se encontró una persona de
corazón impuro que había cometido muchos pecados.
James, decaído, dijo en voz baja:
—Es una pena, porque, ¿qué somos si no las marionetas del destino, pendientes de hilos que
tal vez nunca tengan fin?
En ese momento hizo algo impensable: se preparaba para hacer una Flor del Alma pero se la
hizo a sí mismo. James vio como era su flor, celeste y blanca rodeada de una capa de
luminosidad. Entonces, arrancó un trozo de la flor y la puso sobre la tumba. Cuando James
se arrancó ese fragmento, le dolió, y bastante, pero pensó que ese pequeño trozo, podía ser un
rayo de esperanza para aquellos que lo perdieron todo y James se dijo a sí mismo:
—Un pequeño dolor para una gran esperanza. —Y posándole la flor en la tumba le dijo—:
Que este pequeño presente te haga llegar a un mundo de sueños, de segundas oportunidades
y de ilusión, mucha ilusión...
Ya a la edad de 88 años, seguía ejerciendo de Orador. Había tenido que pasar por algunos
momentos tristes, ya que tuvo que ver cómo sus amigos iban muriendo para luego tener que ir
a sus respectivos cementerios. Eso realmente le dolía, las personas con las que había crecido,
jugado, que ocupaban un sitio en su corazón se iban yendo poco a poco. James lloraba mucho
durante esos días llenos de recuerdos, de infancia, pero sobre todo de pena...
Cuando James cumplió 90 años, en soledad, ya había ido a todos los cementerios de su zona
y alrededores, y como el pobre ya estaba muy viejo y no podía ir andando a zonas más
lejanas, lo único que hacía era ir a las tumbas de sus amigos, y aunque pareciera una locura,
hablaba con ellos. James pensaba que ellos le escuchaban.
Transcurrieron los meses y una mañana que despertaba con el canto de los pájaros y con el
cielo azul como el mar. James nada más levantarse vio que el Poder de la Vida estaba en su
habitación. James, como no sabía que decirle, aguardó en silencio hasta que éste le dijo:
—James, te he estado observando y veo que no me equivoqué al elegirte. Sin embargo, ya
estás muy agotado y veo que te queda poca vida así que he venido a comunicarte que te
quedan veinticuatro horas para morir. Pero no temas, recuerda que la muerte es por un
momento y que luego la vida sigue así que, como has cumplido con tu deber, hoy estaré
contigo y cualquier cosa que quieras te la concederé.
James al oír eso le contestó rápidamente:
—De acuerdo, lo que quiero es ir a un lugar: a la tumba de mis padres. Pero antes de irme,
quiero despedirme de mi casa porque es la última vez que la veré.
Una vez que James miró su casa por última vez se le escapó una lagrima y antes de empezar
a llorar, se teletransportaron a la tumba de los padres de James.
Llegaron a un cementerio que estaba desierto, pero aun así James avanzó hasta las tumbas
de los que un día fueron algo más que unos padres, unos amigos únicos.
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James estuvo de pie en frente de las dos tumbas sin decir nada. Estaba teniendo una visión
de recuerdos con ellos. Tras unos minutos, alzó la voz, miró al Poder de la Vida y dijo:
—Quiero que mi tumba esté entre mis padres, por favor, es lo único que quiero.
Entonces, el Poder de la Vida hizo un espacio entre esas dos tumbas. Estaba ya puesto
todo, menos la lápida.
Entonces James le dijo al poder de la vida:
—Espera un momento...
James se concentró y creó su Flor del Alma que, ahora en vez de ser celeste y blanca era roja
como un rubí y brillante como el oro. Entonces James partió la flor en tres trozos, posó uno
sobre la tumba de su padre y otro sobre la tumba de su madre y el restante, lo guardó en su
mano. En ese momento el Poder de la Vida le dijo seriamente:
—James si compartes tu Flor del Alma no podrás pasar a la Fase Final, ¿estás seguro de lo
que haces?
En ese momento James contestó con una sonrisa:
—No, te equivocas. Para mí, mi Fase Final es reencontrarme con mis padres. De esta
manera lo conseguiré... Poder de la Vida, te doy gracias por el don como Orador que me has
dado, sin embargo ahora que voy a morir he de pedirte un último favor.
James se metió en la tumba y dijo:
—Pon fin a mi vida, aquí y ahora, no
quiero retrasar el reencuentro con mis
padres. Muchas gracias por todo...
Ahora puedo descansar en paz.
El Poder de la Vida, antes de que James
cerrara el ataúd le dijo alegremente:
—Gracias a ti, James. Créeme cuando
te digo que en todos los corazones hay
una esperanza, hay una ilusión, hay un
milagro... hay un James. Me alegro de
haberte conocido. Te deseo lo mejor. Adiós, amigo mío.
Entonces James cerró la tapa de la tumba y el Poder de la Vida hizo que éste falleciera.
En ese momento, los tres fragmentos de flor que había en cada tumba se diluyeron al
unísono y con él, el recuerdo de un Orador que latía en cada corazón.
Javier Pérez Olivares, 1ºA ESO
Accésit Prosa. Primer Ciclo ESO, 14-15
180
Hoy estoy un poco triste…
Hoy estoy un poco triste
porque no te puedo ver.
Ayer estaba feliz
porque te vi reír.
Ayer noté que te tenía ahí,
pero solo fue un sueño en el que pensé en
ti.
Yo siempre te amaré porque siempre te
querré
tú a mí no sé, porque te olvidaste de mí.
Yo creo que te hice feliz
aunque tú siempre me querías con un fin.
No sé por qué no ves ahí
si tú no tienes fin de verme a mí.
Como no te di ese fin
te alejaste de mí,
y ahí me enteré
que me dejaste de querer.
No sé lo que pasa
porque vives sin mí
yo también estoy mal
porque no te volveré a ver más.
Tú eres mi corazón
como la brisa de un ruiseñor
aunque no te puedo ver
nunca te olvidaré.
Sé que tú a mí sí
porque siempre estaré ahí.
Yo soy tu pajarillo hundido
tú eres mi corazón perdido
no te he querido como ahora
porque sé que te he perdido.
No sé cómo estarás tú
pero yo estoy hundido
porque sé que ya no eres mío.
Siempre te echaré de menos
porque siempre te veo ahí,
tú a mí no me ves
porque tu codicia no te permite verme a
mí.
Sé que soy la mejor
aunque tú pienses que no
porque tu corazón nunca lo reveló.
Esteban Márquez, 1ºD ESO
Segundo Premio de Poesía, Primer Ciclo de ESO, 14-15
181
El viento de la noche…
I
El viento de la noche, esa noche, no cantaba. No había estrellas, ni tiritaban los astros
azules, a lo lejos.
Tal vez no fuera la noche idónea que hubiera elegido un poeta para ser triste. Pero la noche
era inmensa, y en el callejón, tumbado en el suelo, desgarrando la oscuridad, había una piel
blanquecina teñida de ríos de sangre. Y unos ojos infinitos, ya sin vida y sin inocencia.
Volvió a casa, perseguida por las sombras, y los blancos ojos del niño muerto. En el largo
camino, en las colinas y en las largas carreteras, en el paseo junto al mar, se seguía
preguntando quién era ese niño. Extrañada por lo familiar que le resultaba.
Al llegar a su pequeña cabaña en los acantilados, su madre la recibió entre gritos y
reprimendas. Pero ella permaneció quieta, impasible. En realidad, no estaba ella en su casa.
Sino junto a aquella silueta resplandeciente entre la oscuridad.
Su madre, en la cocina, estaba recitando otra vez a Neruda. Muy bajito.
Desde que su padre se fue un día a coger los vinilos de Chavela Vargas al coche, y nunca
más volvió, recitaba en voz más baja. Algún día, terminaría apagándose.
Cuando su madre le sirvió la sopa, el calor le humedecía los tímidos mechones que
escapaban a su pelo trenzado. Observaba a su madre mientras comía. Se fijaba en sus
curvas, de las que había oído a su padre hablar toda la vida. Parece que el límite de los
acantilados recorre tu cuerpo, Linda. Ella antes sonreía a todo aquello.
A la quinta cucharada de aquella sopa, la hizo
volcar por toda la mesa de madera, con el humo
todavía ascendiendo.
— ¡Jimena niña, mira lo que hiciste!
Sin darse cuenta había gritado horrorizada, y
con las facciones de su cara todavía paralizadas
observaba cómo rodaba por la mesa un ojo tan
blanco como el de aquel niño.
Su madre reparó en él cuando cayó al suelo, y le
golpeó el pie descalzo. Abrió tanto los ojos por el
asombro que Jimena creyó que lo suyos también
se caerían.
— ¡Vete de la cocina, aprisa! ¡Demonios!
Jimena, sin apartar la mirada de aquel ojo que
había estado dentro de su sopa, corrió fuera de la
casa, tropezándose con el saliente de la puerta
cayó al suelo de piedras, raspándose las manos y
las rodillas. Empezó a gimotear y se incorporó
para mirarse la piel.
Su cuerpo estaba salpicado por la sangre, la cual resaltaba más sobre su ropa blanca.
182
II
En casa de Jimena no se volvió a mencionar el ojo que encontraron en la sopa.
El silencio parecía haber cambiado con aquella aparición. Más pesado, confuso e incómodo.
Como si la madre de Jimena supiera quién lo había dejado allí, o conociera la relación con
aquel niño muerto que su hija se había encontrado. Evitaba el tema como si lo hubiera estado
esperando desde hace tiempo.
Las visitas a la iglesia se hicieron más frecuentes. Así como las charlas con el Padre Julián,
quien atendía a Linda durante horas, al finalizar las misas.
Durante ese tiempo Jimena se quedaba quieta, esperando sola, en el banco más cercano al
altar. Observaba las pinturas y
grabados, todo lo que le permitía la
escasa luz que entraba por las
pequeñas ventanas, que como ojos,
dejaban de emitir luz cuando de noche,
salía su madre de la salita en la que
hablaba con el Padre Julián.
Un día consiguió ver en las pinturas
un niño desnudo, con la piel blanca y el
pelo con rizos de oro. Era exacto al
niño muerto que Jimena había visto
unas semanas atrás. Habría jurado, de no saber que aquellos frescos tenían cientos de años
de antigüedad, que era un retrato de aquel niño.
Cogió rápidamente al Padre Julián del brazo, cuando salieron de la salita. Bajo la mirada
desaprobadora de su madre.
—Padre, ¿podría decirme quién es aquel niño tan blanquito?
—¿Aquel? —respondió el Padre Julián con una sonrisa—. Aquel niño es un ángel, Jimena.
—Imposible —negó Jimena, con el cuerpo tenso, pasados unos minutos—, porque yo he
visto un niño igual que ese.
El Padre Julián miró a Linda, que movía la pierna frenéticamente. Sonrió a la niña, un poco
extrañado.
—Dios dice que todos tenemos un ángel de la guarda que nos acompaña.
—Pues espero que no fuese ese niño el mío, Padre —respondió Jimena a media voz, mirando
al suelo.
— ¿Por qué, Jimena? —rio. Jimena le miró a los ojos.
—Porque estaba muerto.
Jimena volvió una tarde de recoger flores. Día sí, día no, visitaba al niño muerto. Él seguía
en la misma postura todos los días. Igual de muerto y tan en paz.
Jimena le colocaba margaritas en las trazadas rojas que cubrían su piel blanca.
Su padre decía que había que obsequiar a los muertos con flores. Pero Jimena dudaba de la
situación de aquel niño, que le hacía más compañía que estando ella en su casa.
Su madre no le había preguntado nada sobre el niño muerto, el ojo, ni el silencio, pese a
haberlo mencionado en su presencia. Parecía más distante de lo habitual, ya no recitaba en la
cocina. Jimena creía que su voz se había apagado por fin.
183
III
Un día llegó a su casa. Escuchó a su madre gritar.
Cerró el puño con fuerza, aplastando el ramillete de flores, impresionada de cómo resonaba
su voz. Se acercó a la habitación, que desprendía oscuridad. Pudo distinguir la silueta de su
madre, siendo envuelta por otra mucho más grande.
Jimena gritó su nombre desde la puerta, y las sombras se detuvieron.
Pasado un instante, y escuchando dos respiraciones cansadas, la madre de Jimena se acercó
a ella. Estaba desnuda, y todo su cuerpo estaba perlado por el sudor.
Linda miró a su hija desde arriba, y dejó caer la mano sobre su mejilla. Haciendo que mirase
hacia otro lado: el vacío. El bofetón resonó y una lágrima descendió por la mejilla rojiza de
Jimena.
Su madre volvió a la habitación, y Jimena pudo ver que el Padre Julián la esperaba dentro.
También desnudo.
Pasaron varias horas en aquella habitación. Jimena estaba fuera y miraba al mar, dándole la
espalda a su casa. Fue la primera vez que recordó a su padre con nostalgia.
Permaneció allí hasta que se hizo de noche y su madre hubo preparado la cena.
Comieron los tres en silencio.
Jimena continuaba mirando al mar, tan lejos de aquella mesa, que se tragó sin darse cuenta
un nuevo ojo que se escondía en su sopa.
Julia Sánchez-Arévalo Gallardo, 4ºC ESO
Primer Premio Prosa, Segundo Ciclo de ESO, 14-15
184
La Rosa Del Tiempo
Hoy os vengo a contar un pequeño cuento.
¿Que cómo comenzaré la trama? Muy fácil, mi querido lector, dando nombre e historia a
una chica. Y no, no te pienses que esta chica era rica o venía de una buena familia, nada de
eso lector. Esta señorita vivía en un barrio junto a sus padres a quienes ayudaba a pagar las
facturas con un ínfimo comercio ambulante; un puesto, en el que vendía flores en la plaza de
la ciudad. Mientras ella estaba trabajando en la plaza, su padre trabajaba como panadero y
su madre, bueno, ella yacía en una cama enferma a la espera del regreso de su hija para que le
contase una nueva historia. Y la llamaremos... Jane... así ha de llamarse...
Comenzaré en una mañana cualquiera en la que Jane se encontraba en la plaza, con su
puesto. Aquella mañana se presentaba fría, se notaba la reciente salida del invierno, ya que
todavía la primavera se presentaba perezosa para hacer su aparición. En esta ocasión Jane
paseaba con su puesto a cuestas, parecía ser que las rosas eran bastante demandadas.
Empezó a escuchar los pequeños susurros de una madre a su hija instándole a que comprara
flores. Sonrió al recordar aquella vez que su madre le hizo comprar un par de bollos a una
chica y como se le coloreó por completo la cara.
—Vamos, cielo, no te va a comer —insistió una vez más la madre sonriente.
—Vale, mamá —suspiró con resignación.
La pequeña, armada con el valor que cabía en su pequeño cuerpecillo, cogió las monedas que
le dio su madre y se acercó a Jane patosamente.
—BBuenos días, señorita… —comenzó ya colorada — ¿mme podría dar un par de violetas
azules para mi papá?
—Hola, pequeña —habló Jane con una sonrisa. Meditó la manera de hacer que se soltara
un poco—. Umm...has perdido esto.
Jane extendió la mano. La niña la miró extrañada. Por mucho que miraba y miraba la mano
ella no veía más que la palma de una mano.
—¿Qué me estás enseñando?
—Las palabras mágicas, no las ves porque son diminutas. Debes recordarlas siempre.
—¿Cuáles son las que tienes en la mano? —dijo la niña inocentemente.
—Vamos a ver... —Se concentró Jane—. “Por favor”, “Gracias” y “Perdón”, ¿me haces un
favor?
—¿Cuál? —dijo aún más curiosa.
Jane acarició la frente de la niña como si las pegara en ella con suavidad. No le tomaba el
pelo, sólo mantenía una pequeña ilusión en ella.
—Guárdalas, distribúyelas y haz lo que sea porque se hagan famosas, ¿vale?
La niña sonrió y se tocó la frente como si tratara de notar algún bulto o algo parecido. Jane
cogió dos violetas azules como la niña había pedido anteriormente y las puso en sus manos.
La pequeña se lo agradeció y le dio el dinero a cambio de las flores y se fue feliz hacia su
madre contándole lo que había hecho Jane y como había metido en su mente las famosas
“palabras mágicas”.
185
A Jane le encantaba hacer feliz a la gente, pensaba que la vida era demasiado dura como
para estar deprimido todo el tiempo. Pero ella siempre esperaba la llegada de alguien especial
a la plaza. Ella ansiaba la llegada de Audrey, una bella chica de familia de la alta sociedad.
No entendía mucho que veía en ella, pero le encantaba su delgada y alta estatura, su nívea
piel, su cara de porcelana...su risa, sus labios levemente rosados...podría ser amor.
—Oiga, ¿me escucha? ¡Qué falta de educación, por Dios bendito! exclamó un señor bajito
de unos sesenta y muchos o setenta y pocos.
—PPerdone, ¿qué me decía?
—Deme unos lirios y dese prisa.
¿Qué grosería era aquella? Para
Jane era normal. En este mundo de
locos pocos conocían los buenos
modales. Le entregó un ramo de
lirios los cuales, en un descuido,
cayeron al suelo.
—¡Maldita patosa, te enseñaré
buenos modales!—. Jane vio como el
anciano levantaba su cayado y se
protegió la cabeza con sus brazos.
Pero no recibió ningún golpe, ¿qué
había ocurrido? Para cuando se
quiso dar cuenta, Audrey sujetaba
el bastón con una de sus manos.
—Padre, sólo ha sido un accidente intentó razonar Audrey —puede pasarle a cualquiera.
En ese momento Jane se sintió diminuta... en su mente, estaba recibiendo uno de los besos
más deseados. Pues era la chica de sus sueños quien la estaba defendiendo.
—Jane... ¿me escuchas? —dijo Audrey pasando su mano por delante de la cara de Jane.
—¿Eh? —sacudió la cabeza —no, perdóname, ¿qué decías?
—Mañana organizamos una fiesta, ¿querrías venir y hacerme compañía?
—Audrey... No encajaría, sabes demasiado que tu padre no acepta nuestra amistad...
—¡Venga, Jane! No tengo nadie más que me anime... Por favor, por mí… —sus ojos se
iluminaron, sus preciosos ojos.
—Está bien, pero yo no tengo vestidos, ¿qué me pondré?
—Yo te presto uno, ¿de acuerdo?
***
Jane
Era la noche de la fiesta. Me encontraba en un carruaje con Audrey y su padre. El anciano
hombre no dejaba de refunfuñar por mi presencia. Me cansaba su actitud, aunque no dijese
palabra. Mi madre siempre dice: «Si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada».
—¿Emocionada por tu primera fiesta, Jane? —Audrey me brindó una de esas sonrisas a las
que no me podía resistir. Se encontraba tan emocionada...
186
—Un poco sí. —Sonreí nerviosamente jugando con los dedos de mi mano.
Al llegar vi una casa —si es que entraba en los parámetros para llamarse así— bastante más
grande de lo que me esperaba. Había fantaseado más de una vez con esa casa, pero jamás
hubiera imaginado una casa tan grande. Al entrar, la decoración era reluciente, una leve
combinación de culturas de las que no sabría distinguir, pero que conozco por lo mucho que
me aficiona leer.
Seguí a Audrey hasta un gran salón en el que mucha gente charlaba o bailaba. Me
resultaban curiosas las personas que había allí, las mismas que se insultaban entre ellas y a
la espalda en la plaza. Qué hipócrita puede llegar a ser una persona.
Pasé la noche conociendo a personas de las que no recuerdo el nombre, sólo sé las veces que
flirteaban los “caballeros” con nosotras.
Pasaban las horas bailando con ella o con un chico que se llamaba Josh bastante simpático.
Aunque no me gustaba lo pegado que se ponía junto a ella. Hubo un momento en el que le
pedí a Audrey que saliéramos al jardín y así lo hicimos. Creo que era el momento. Estaba
preparada para ser rechazada, no era la primera vez. Necesitaba decírselo.
—¿Qué pasa, Jane? Estás bastante seria.
Era verdad, aunque yo no lo notara sabía que ella era muy observadora.
—Tengo algo que contarte y no sé cómo... —Temblaba como un perrillo sin hogar.
—Dilo con el corazón— dijo mirándome atenta.
—Hace tiempo que siento que estoy teniendo
sentimientos más allá de lo normal por ti... Si pudiera
explicarlo de alguna manera comprensible... Con sólo
verte siento que todo va a ir bien, que aunque no esté a
la altura lo intento, aunque nunca llegaré a ser más que
una simple florista. Y mientras, tú, te casarás, tendrás
unos hermosos hijos y no volverás a la vista atrás ni
pensarás en las rosas que te regalé aquella vez cuando
me ayudaste a recoger los narcisos que se me habían
caído. Quiero que recuerdes al menos que te amo.
Un silencio invadió el jardín. Se oían unos grillos de
fondo y nada más. Lo que siguió fue el beso más
apasionado que me han dado nunca.
Lo que nadie me contó es la terrible verdad que
fulminaría como un rayo mi existencia... Ella murió un
mes después de todo esto...
Pero recuerdo que entre sus pertenencias encontré un
libro dentro del cual se encontraba conservada una rosa... una de las dos que le di... una rosa
atemporal...
Lucía Álvarez Pérez, 4ºC ESO
Segundo Premio de Prosa, Segundo Ciclo de ESO, 14-15
187
Tras La Guerra…
Qué hermoso su rostro; esos ojos grises, tan profundos y sabios; el pelo, azul, largo y
espeso; sus labios, curvados en una constante mueca de tristeza y humedecidos con la sangre
procedente de las llagas que allí tenía, y una oscura sombra bajo sus ojos entristecía aun más
su expresión.
Una lágrima, lenta, salada e imparable, resbalaba por su mejilla, antes pálida, cubierta de
polvo y repleta de heridas. Sus ropas, dadas de sí y hechas jirones, apenas protegían del frío
ni del viento, que agitaba su pelo; sus rodillas, hincadas en el suelo estaban despellejadas y
heridas.
Aquella hermosa joven, sola y destrozada, contemplaba el fin de la guerra que ella misma
había iniciado y sí, tal vez habían ganado, pero ¿a qué precio?
La muchacha lo había perdido todo, la casa, la familia, los amigos… los había perdido para
conseguir una libertad que
jamás podría disfrutar. Había
apostado muy alto y, a pesar de
haber ganado, la recompensa no
valía la pena. No era justo. A
pesar de haber hecho lo correcto
no le quedaba nada.
La gente a su alrededor corría
alterada, removiendo los
escombros, recuperando los
cadáveres de aquellos que
habían perecido en la última
batalla y buscando a aquellos
heridos a los que todavía
pudieran salvar la vida.
Los rascacielos destruidos, las calles en llamas, los gritos de auxilio, las sirenas de las
ambulancias… Todo esto vino a la mente de la joven allí arrodillada.
El sol se ocultaba tras las ruinas de la ciudad, tiñendo el cielo de rojo, como si la sangre
derramada en aquella guerra hubiera empapado el cielo; sin embargo la joven no se movía.
Se quedó allí lamentándose y pensando en cómo habrían sido las cosas si no hubiera
iniciado la guerra, en cómo sería todo si nunca hubiera elegido esa maldita carta.
Se quedó allí culpándose a sí misma y disculpándose en silencio por todos los muertos que
había causado su orgullo.
Blanca Jiménez Gómez, 4ºC ESO
Accésit Prosa, Segundo Ciclo de ESO, 14-15
188
Encuentro Helado
El viento helado rozaba la escarcha de las hojas
entre el ambiente gélido estabas tú de pie sin decir palabra
levantas la cabeza, te miro, te sonrojas
sin mayor gesto que aquel nuestras miradas solas hablan
es extraño que lo que antes era normal ahora sea enfermizo
solo por un detalle todo esto es imposible y me limito
a ver a través de mi ventana caer sobre ti el granizo
te noto tan cerca que parece real pero lo sé
sé que todo esto es mentira desde aquel día
sé que vivo un sueño frío y ya perdí la fe
para encontrarte tendré que cruzar un duro camino
pasar de mi mundo al tuyo ojala tú, del tuyo al mío
tengo miedo, no sé cómo funciona
el ver tu calor, tu sonrisa, me apasiona
pero no puedo, tendrás que esperar
esperar a que el tiempo haga su trabajo y soñar
soñar con el pasado en el que podíamos tocarnos
deseo con todas mis fuerzas que podamos encontrarnos
solo nos separa un hilo, la vida
solo nos separa una vida, la historia
solo nos separa la historia, de lo que por desgracia, ocurrió aquel día.
Miguel Teso Ortiz, 4ºESO
Primer Premio de Poesía, Segundo Ciclo de ESO, 14-15
189
Yo Quiero Ser Mayor
En el mundo de los sueños
Todo es posible
Dinero, trabajo y alegría…
Pero al despertar
Y con los años,
Mucha cuenta me voy dando
Que tan solo todo esto
Es una gran mentira.
Cuando desperté
Me encontré con muertes
Con enfermedades
Con pobreza
Y entonces me di cuenta
De que el mundo de la realidad
Es una gran mier…
¡Espera!
Que estás despierto
Porque el país de la realidad
No es libre
Prefiero irme a soñar
A un mundo sin defectos,
Sin racismo,
Con respeto.
En el mundo de los sueños
Nadie es discriminado por su religión
Ni por una raza
Ni por su sexualidad
Si este barco se hunde
En el mar de la realidad
Al mundo de los sueños vayamos.
Adryan Pérez Suárez, 3ºC ESO
Segundo Premio de Poesía, Segundo Ciclo de ESO, 14-15
190
ねこのにゃく頃に(Cuando los Gatos “Miaúllen”)
La noche estaba sorprendentemente tranquila. No parecía que se fuese a presentar nadie
esta noche. Ni siquiera Nezu, que venía religiosamente a este puente en Shibuya quería
aparecerse hoy. Estoy yo solo, con la luna acompañándome. Tsuki, creo que la llaman los
nativos de esta zona. ¿Cuánto ha pasado ya desde que vine aquí con el viejo? Creo que han
sido tres, no, cuatro meses. No se me da bien recordar fechas. Ni notar el paso del tiempo.
¿Cuánto llevo aquí? Creo que solo unos minutos, pero las farolas me dicen que han pasado
un par de horas.
No parece que vaya a venir nadie de verdad... Bueno, darse una vuelta solo dicen que es
bueno para el corazón. Así tal vez me aprenda un poco esta parte de la ciudad. Tengo un
buen mapa mental de las calles donde vivo con el viejo, pero la parte comercial no la conozco
bien. Tampoco me interesa mucho, no parece muy amigable, hay muchos coches y gente, y
siempre tengo que ir por las callejuelas. Tampoco me puedo subir a los tejados, esto está
lleno de rascacielos.
Con lo bien que se vivía en aquel pueblo... Aunque el cambio es para mejor, se estaba
llenando de gentuza, y aquí el viejo se ha conseguido un chalet muy majo en uno de los
barrios bonitos de Tokyo... Perdón, Tookyo. Si no lo digo bien esta gente se mete conmigo.
La noche acompañada de una leve brisa acompaña mis pasos. Por esa alcantarilla de ahí es
por donde Fuku se metió y estuvo unos tres días encerrado. Dice que desde entonces tiene
Síndrome de Estrés Post-Traumático. El resto le decimos que tiene mucho cuento.
Vaya, parece que sin darme cuenta estoy yendo hacia la casa del viejo... ¡Oh, mira! ¡Ese es
el Chouki Kouen! A Sora y Leo les gusta mucho ese parque, aunque a la gata de los Oshino
no lo miraba con buena cara. “Muchos niños”, siempre se quejaba. Todos esos gritos...
“¡Kyawaiii! ¡Kawaii neko! ¡Nyaaa tte! ¡Nyaaaaa tte!”. ¿Qué habrá sido de ella? Hace una o
dos semanas que no la veo. Creo que se llamaba Ku. Ku, escrito como “cielo”, me decía. Se
ve que el padre de los Oshiro estaba pasando por una fase un tanto literaria, y en vez de
llamarla Sora, cogió otra forma de leer el kanji.
—Miaaau—Oh, espera, eso no les gustaría al grupillo—Nyaaaa—Eso está mejor, dirían.
Cuando estés en Roma, haz como los romanos, supongo. Aunque, pensándolo bien, estoy
solo. Qué demonios, esta noche es mía, y haré lo que me parezca oportuno. Y a quien le
moleste, que se vaya a freír espárragos. ¡Miau!
¿Qué hora será ya?... Qué raro que no haya visto a nadie ya. La luna está ya muy alta... No
sé si debería preocuparme o no. Bueno, lo que sea. Mejor distraerse... ¿Cómo decía ese libro
del que me hablaron? … Wahagai wa neko de aru, creo. Soy un gato. ¿Cómo lo podría poner
de forma más pomposa? No estoy seguro. Lo cierto es que lo mío nunca fueron las palabras.
¿Lo sabría el viejo? Tal vez si le pudiera preguntar... ¿Qué tonterías estoy diciendo? Mejor
voy volviendo a casa ya, tanta soledad nocturna no me está sentando bien...
¿Era por aquí? Esa señal me suena... Hmmm.... Creo que esta calle no era... Tal vez aquí a
la derecha... No, parece que no... ¿Desde cuándo aquí hay un callejón sin salida? Creo que
por los tejados será mejor... ¡Ajá! ¡Por ahí! Esa chimenea es inconfundible. La chimenea del
viejo.
El viejo. Es un buen hombre, y vive bien, pero está muy solo. Yo soy su única compañía
duradera. Me da un poco de pena, la verdad. El cambio no le sentó del todo bien. Tampoco es
que allí le fuera mejor, pero al menos conocía las calles. Ahora de vez en cuando me cuenta
alguna historia de cómo se ha perdido de camino a la tienda, o algo por el estilo. Y sonríe
191
poco. Antes sonreía más, o eso parecía. Creo que los años le pesan más que a mí. No es que
yo sea especialmente viejo, pero he estado ya bastante a su lado. Tal vez algún día empiece a
sonreír más.
Al viejo le gustan los gatos, o al menos le gusto yo. Quizás si le llevo algo de compañía
sonría otra vez. Fuku seguro que se apunta, le gustan mucho las casas grandes. Y Sora si hay
comida se tira de cabeza. Si se vienen ellos dos se apuntarán más. Cuantos más, mejor, que
dicen.
Ya he llegado a mi tejado. Un firme tejado japonés. Encima de un bonito chalet de estilo
occidental. El viejo siempre deja la ventana de su habitación abierta. Sabe que me gusta salir
por las noches. Hoy no parece que la haya cerrado. No suele hacerlo.
Hoy traía mala cara. Tampoco me hizo mucho caso. Parecía algo enfermo. La verdad es que
últimamente está trabajando mucho, y así, normal que se ponga enfermo.
Dentro está todo muy callado. Demasiado. El viejo parece que está dormido
profundamente. Tumbarme a su lado parece apetecible, pero prefiero tumbarme en el sillón de
su lado. Ahí tengo mi cojín. Me lo trajo el viejo de un viaje, a Turquía creo. Es muy cómodo,
bastante colorido. No creo que lo cambiaría por nada.
El viejo se está moviendo poco. Ha pasado ya mucho tiempo. Va a amanecer pronto. Parece
que se ha dejado en el salón la alfombrilla de los pies. Qué descuidado es. Voy a traérsela, no
sé qué haría sin mí, de verdad.
Qué raro. Aún no se ha movido. Normalmente se despierta antes que la alarma, pero aún
no hace intento de moverse. ¿A qué espera? ¿Tal vez, cuando los gatos maúllen, o miaúllen,
como me harían decir, se despierte? Quizás, cuando los gatos maúllen, el viejo se despertará.
Mateo García Neves, 2º Bachillerato C
Primer Premio Prosa, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15
192
Ana/Ana
Me llamo Ana y tenía 20 años. Antes del accidente
Arrastrando mi equipaje, he regresado a casa. Solo recogeré unas cosas y desapareceré.
Más allá del pasillo, que se va encendiendo a mi paso, se encuentra mi sala de estar, repleta
de estanterías con libros. Los que necesito no puedo meterlos en la maleta, así que voy a por
una bolsa de basura. Al irme, las luces vuelven a apagarse.
Las calles son más luminosas que nunca. Ahora veo todo más nítido que antes. Sin
embargo, no puedo ir muy lejos con este equipaje. Pesa mucho. Y yo tengo siempre hambre.
Un hambre que no recuerdo haber experimentado antes, un hambre que no cede ante los
alimentos que estando viva requería. Esta ansia solo me da tregua cuando leo mis libros. Los
devoro uno tras otro. Cuando pasan unas horas, vuelvo a sentir esa ansiedad que revuelve mi
centro. Siempre me provoca ganas de llorar. Alguna vez he probado a hacerlo, nadie me oiría.
Pero entonces no encuentro razones para quejarme: no guardo ningún recuerdo que diese pie a
ello.
Entre las cosas que arrastro por las calles está la bolsa de libros, de los que me alimento, y
mi maleta con ruedas, donde cargo con mi pasado. A veces es muy ligera, y otras veces
parece pegarse al asfalto. Cuando sucede, suelo comer un poco, y reanudo la marcha en la
dirección en la que me sea posible mover la maleta. Así que siempre acabo dando vueltas por
los mismos sitios.
Semana tras semana, empiezo a reconocer ciertas calles. Hay casas que veo nítidamente,
pero no me interesan. Otras tan brillantes que tengo que apartar la vista y alejarme, hasta
que olvido dónde estoy. Hasta que encuentro una que me llama la atención por oscura. Es
como si la luz no pudiera pasar, y dentro del recinto fuera siempre de noche. Pienso en entrar.
No es que dentro de la casa sea de noche. Es que es de noche. Hasta que no he encontrado
este sitio no he recuperado mi visión terrenal, imperfecta, pero familiar, pero familiar a mis
percepciones. Decido abrir la maleta. Toda la luz que me cegaba y me envolvía desaparece
dentro, como en un remolino. Me quedo en la oscuridad. La ansiedad nunca había sido tan
cruda.
Siento el hambre más acuciante que nunca, palpita. He intentado calmarle con más libros,
pero ahora duele tanto que apenas puedo respirar. Dejo la maleta. Ya no la necesito.
Traspaso la puerta. Dentro, las luces no se encienden para mí. Camino lentamente por el
pasillo. No reconozco la casa, pero su olor me retrae a sensaciones. Hay una habitación de la
que proviene mucho calor. Es un dormitorio abierto, donde una pareja duerme. Son las
primeras personas que veo en mucho tiempo. Mi ansiedad cesa, y mi corazón se llena del
calor que ambienta la sala.
Se le ve mayor, pero es él. El chico al que nunca osé declararme. Pensaba: ‹‹Hoy no, que
tengo que concentrarme en el examen de mañana y si le digo algo estaré toda la tarde
comiéndome la cabeza; hoy no, que es San Valentín y se pensaría lo que sí es.›› Luego
sucedió aquello y olvidé todo. Hasta hoy. La mujer con la que duerme está embarazada de
pocas semanas. No la reconozco, ni siento rencor porque esté con él. Son felices.
Ya voy a desaparecer. Para despedirme, doy a la mujer un beso entre las piernas.
193
***
Me llamo Ana y tengo cinco años.
Quiero a mi papá más que a nadie en el mundo.
Víctor Pérez Pintado, 2ºBachillerato Humanidades CIDEAD
Segundo Premio Prosa, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15
Carmen Hernaci Mancilla 1ºC ESO
194
Una Pluma Revoloteaba…
Una pluma revoloteaba sorteando charcos embarrados. Tan ligera, tan efímera, como un
sueño, una vida, o un relato.
Mis pies seguían de cerca a esa peculiar guía. La acera estaba empezando a helarse y
patinaban, tentando a la suerte de una estrepitosa caída. Yo simplemente me dejaba hacer,
como alguien caminando hacia el vacío de un precipicio. Desconocía el destino de mi ruta.
Encerrado en mi prisión —aquel inhóspito lugar denominado mente—, dejaba al tiempo
resbalar entre los resquicios de mis esperanzas marchitas.
Un paso seguía a otro sin cesar
desvaneciéndose en la lejanía, intentando
despejar la bruma aglutinada en mi pecho. El
viento helado bailaba al compás con el vacío,
formando una agónica danza en mi interior;
mientras, yo tan sólo ansiaba un respiro.
Mi súplica pareció ser escuchada. La pluma
cayó finalmente sobre agua encharcada,
marcando el final del viaje.
Levanté la vista, para encontrarme con la fachada oscura de un pequeño local.
"Mein Seele" —rezaba.
El frío invernal me invitaba a pasar, y así lo hice. Un ambiente surrealista y gótico me dio la
bienvenida. Cada rincón formaba parte de la pesadilla real que mis ojos veían. Las paredes
arañadas de manera salvaje, las mesas polvorientas y astilladas, el suelo de piedra
irreversiblemente manchado por algo oscuro y viscoso: todo ello parecía dar consistencia a un
sucio infierno, a excepción de un solo matiz.
Un cuadro resaltaba sobre la pared grisácea. En él, el fuerte oleaje del mar presumía de
belleza y bravía, cautivador, fundiéndose con el cielo de tormenta. La silueta de un hombre
entre las aguas oscuras, apenas una mota imperceptible en el lienzo, captó mi atención.
Oí un portazo y, acto seguido, una mano se posó en mi hombro. Ahogué un grito a la par
que me giraba, para ver a un hombre de sonrisa maliciosa y el semblante de un viejo demonio.
Una orden no formulada se percibía en sus ojos. Le seguí —no por propia voluntad, sino por
terror— hasta una mesa junto a la ventana de cristal frágil y traslúcido, desacorde
totalmente con el resto del local.
El hombre me dejó allí, sintiendo cómo dos miradas se clavaban en mí; dos pares de ojos
inertes y sin fondo, como abismos de tonalidad gris en los que poder caer pero nunca escapar,
tan irreales y horripilantes como sus dueñas: una mujer de porcelana con larga cabellera
azabache y una pequeña chiquilla pelirroja.
Antes de que en mi mente cruzara la idea de huir lejos de aquel siniestro lugar, el hombre
diabólico regresó y dejó algo sobre la mesa.
195
Un libro. Observé la cubierta,
totalmente vacía y carmesí, a
excepción de una sola palabra escrita
a tinta oscura y manualmente, al
parecer.
“Weck”
No hubo réplica posible. Una voz
rota y dominante, que se colaba en
las entrañas de mi mente
desgarrando cada fibra de cordura,
susurró:
—Ayudará a disipar la sombra que cubre tu ser.
Con el miedo palpitando con cada latido, ninguna palabra se atrevió a salir de mis labios.
Me perdí en una vida que no era la mía, pero sintiendo cada detalle como si así fuera.
Pasaron los minutos entre los capítulos, las horas entre las páginas, y la tarde entre las
cubiertas de aquella novela que cada vez más parecía mi diario.
»La culpa me perseguía. Ellas me perseguían. Me acompañaban en el camino de mi propia
perdición…
»Me encontré temblando en una esquina de mi habitación. Tenía la fría certeza de que mi
agonía no había hecho más que empezar…
»Sus voces agudas resonaban en mi mente. Volviéndome loco. Una y otra vez…
»Se reían de mí, susurrándome realidades sangrantes y recuerdos borrosos que nunca fui
capaz de enterrar…
»Mis gritos quedaban sepultados bajo sollozos heridos, incapaces de hacerse oír…
»Corrí por las calles, intentando dejarlas atrás; pero sus ojos grises estaban en todos los
rincones. No había escapatoria
alguna…
»Debía que resurgir de ese abismo
al que mi propia alma me había
empujado, a pesar de que a cada
momento me hundiera más y más en
la demencia…
El libro sé cerró en mis manos. Una
vela encendida se encontraba sobre
la mesa, agonizando, derritiéndose
en cera; no sabía cómo había llegado
ahí. La luz del día había sido
reemplazada por el tenue resplandor de una farola. Me faltaban unas páginas para terminar,
pero mis ojos se negaban a continuar la lectura. Brillaban, humedecidos.
196
Una fuerza indescriptible me sacó de allí, dejando a la novela rezumando vida; mi vida.
Pasé la noche en vela, viendo sombras
retorciéndose entre los rincones oscuros de
mi habitación. Los sueños fueron
reemplazados por paranoias: una melena en
llamas se perdía entre las olas espumosas, y
yo intentaba salvarla estirando mi brazo
derecho, pero lo único que lograba era
quemarme con su fuego; al mismo tiempo,
una risa estridente retumbaba en mis oídos. Notaba ese sonido haciendo eco en las paredes,
burlándose de mí, de mi poca cordura. A veces me parecía divisar el destello de una sonrisa
con colmillos afilados dispuestos a desgarrar mi conciencia; pero al instante se escondían
tras una cortina de pelo negro. Las horas se sucedieron tranquilas mientras una pesadilla
viviente se recreaba en mi interior, maltratando a un subconsciente incapaz de conciliar el
sueño.
Tras mi desvelo de locura, vi al resplandor púrpura del amanecer penetrar en la habitación,
aliviando al poco sentido común que me quedaba. Me levanté y logré arrastrar mi cuerpo
hasta el cuarto de baño; en el espejo, un rostro pálido de ojos inertes me miraba sin ver.
La suave brisa matinal azotó mis mejillas al salir a la calle. Corrí entre los edificios grises y
las miradas tras los postigos, como un fugitivo escapando de su prisión en una ciudad
abandonada. Huí de la oscuridad y sus sombras, de los gritos y sus lágrimas, del dolor y sus
afiladas dagas; huí de mí. Sin saber muy bien cómo, me encontré recobrando el aliento frente
al lugar donde, horas antes, había perdido la cordura.
El fuego tan sólo había dejado escombros calcinados como recuerdo de su crimen. Caminé
entre las ruinas carbonizadas, buscando esperanzas entre sus cenizas. Mi mente vagaba
imaginando páginas flameantes de libros,
luchando por alzar el vuelo en medio del
incendio, negándose a quedar sepultadas
en el pasado. Sorteando los destrozos,
encontré mi libro manchado de hollín, sin
quemar; soberano y único superviviente de
aquel caos. Lo tomé entre mis manos,
provocando un escozor inminente en mi
palma derecha. Entre sus páginas había un
trozo de papel sucio, con caligrafía descuidada y una fecha de años atrás.
“Tan sólo deseo que el remordimiento se pasee a sus anchas por tu alma, pudriéndola poco a
poco; que, el día que logre vencerte, te postres ante mi presencia arrepentido. Porque te dejé
ver lo más oscuro de ti, y tú me asesinaste; porque te mostré el infierno, y tú me abrasaste en
él. Tu única condena fue quemarte una mano intentando salvar este libro maldito, pero mi
pena para ti es que vivas perseguido por tu pensamiento, por tu culpa, por las tinieblas de tu
propio averno; por ti mismo.”
197
Pasé las hojas hasta el final del libro. Lo que la noche anterior había valorado como páginas
por leer, se trataba de sólo una frase, que rezaba:
“Mis demonios, las voces de mi mente, las pesadillas vivientes, salieron de las penumbras.
Dispuestos a atacar, me defendí como pude. Los maté de la única forma que era capaz. Me
desperté.”
Mis pies comenzaron a alejarse del lugar sin permiso. En mi interior se libraban varias
batallas, conformando la guerra: sorpresa y ansiedad, miedo y rebeldía, locura y realidad;
pero los vencedores, sin duda, eran el dolor y la culpa. Hundí las manos en mis bolsillos,
dejándome llevar sin rumbo alguno. Al llegar a una curva cerré los ojos, sabiendo con certeza
abrumadora lo que iba a ocurrir al sentir el asfalto a mis pies.
Aún absorto, lo último que logré oír fue la estridente bocina del coche, amonestando a aquel
suicida que se había conducido a la muerte de forma apenas consciente. Mis oídos no
captaron ningún estrépito, ningún grito. No existía el dolor, sólo silencio y oscuridad.
Entonces me desperté. Abrí los ojos; vi mi habitación vacía en la penumbra y los rayos de
sol colándose por la persiana. Me incorporé temblando. Aún con el corazón en la garganta
miré por la ventana; todo estaba en su sitio, excepto un leve movimiento que captó mi
atención.
Una pluma bailaba sobre la repisa de la ventana, hasta que un soplo de viento se la llevó. Y
volando se alejó, ligera y efímera como un sueño, una vida, o un relato.
Marina Moro López, 1ºD Bachillerato
Accésit Prosa, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15
198
Pregunta
No me pidas perdón a mí
pide perdón al tiempo,
que pone en su lugar
a cada uno en su momento
Pregunta a mi almohada
por mis sueños.
Pregunta por cada noche de insomnio.
Pregunta por las guerrillas
en las que luchamos.
Por las batallas contra el fascismo
en las que morimos.
Pregunta por la victoria,
por el día en el que alcanzamos la gloria.
Pregunta por la derrota
de quien con opresión, nos quiso tapar la boca.
Pregunta al inconsciente,
al antisistema radical,
que la casa del dirigente
quiere llenar de amonal.
Pregunta a los teóricos y a los filósofos,
quienes comprobaron poco a poco
cómo acabar con el capitalismo
y su negocio.
Pregunta al obrero,
al profesor, al minero,
pregunta al jornalero,
cúanto debe trabajar
por un poco de dinero.
Pregunta a Lorca, a Machado, a Neruda,
pregunta a quienes pese a todo,
lucharon codo a codo,
contra esta dictadura.
199
Pregunta al antisistema con capucha,
a la mujer que lucha,
al soñador que cree en una sociedad justa.
Pregunta a cada hombre,
mujer o niño,
si daría la vida
por el comunismo.
Alicia Spörck Rubio, 2ºG Bachillerato
Primer Premio de Poesía, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15
200
Demonio
Como un susurro
Llegaste a mí.
Un susurro fuerte y conciso,
Que entró
Y acampó en mi cabeza,
Para gritar
En el momento preciso.
El momento en el que te abriste
De par en par ante mis ojos
Perfecta como te veía
Imperfecta como te sentía.
Pretendías aparentar
La mayor dureza,
La imparable fuerza
De la naturaleza.
Y así te has mantenido
Y te mantendrás siempre
Ante los ojos de la gente.
Pero hay más,
Mucho más.
Hay abrazos,
Hay gestos y palabras,
Precisas y preciosas,
Tantas como buenos movimientos.
Hay sentimientos,
Fuertes,
Comprensibles y decentes,
Que cualquier conocedor
Sabrá que nada,
Absolutamente nada,
En esta vida,
Es mejor.
Cuando el susurro
Se hizo grito,
Me dejaste el mundo
Oscuro.
Peleas y discusiones,
Todo ello de golpe,
Pero todo ello sincero,
Es lo que quiero.
Prefiero mil gritos tuyos
Que me lleguen
Como balas
Y me atraviesen
En la cama,
A una mentira
Que me parta el alma.
Prefieres que te regale
Mil sangrados
De tinta mía
Hacia ti,
Que una máquina
Para sangrar
Tú a alguien.
Pero mi tinta
No te sangra
Nada malo,
No podría,
Terminaría muerto,
O colgado.
Ciento noventa y dos
Palabras para describirte,
Bien o mal,
No sé qué más decirte,
Solo añadir,
Que hasta aquí,
Puedo sentirte.
Pero todo eso
Se esfuma
201
Porque todo
En esta vida
Es en vano.
Con esos ojos
Me traspasas,
Y miras mi cabeza
Buscando mi entereza,
Sin saber que fracasas.
Mientras te veo a mi lado,
Te sueño de la mano,
Para dejarte ir,
Fluir entre la gente,
Mientras siempre
Recordaré
Que me hiciste sentir
Algo diferente.
Guillermo Pozuelo Calvet, 2ºG Bachillerato
Segundo Premio Proesía, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15
202
Atisbos de Terror…
Atisbos de terror a lo desconocido,
Inversamente eres paz extrema,
La mayoría de la gente cuenta lo que ha oído,
Sin embargo es tu llegada que nos quema,
Tan necesaria como inoportuna,
Te narran siempre oscura,
Siendo la única verdad desde la cuna,
Es tu ausencia la que cura,
Yo te conocí aquel veintisiete de noviembre,
Y además no por sorpresa sino avisando,
Y de vez en cuando lo pienso duele el vientre,
Tu presencia con el tiempo se fue amainando,
Pero él ya no está y cuesta nombrarlo,
Yo no preguntaba por qué y nadie respondía,
Y ahí entendí que solo tú eres real,
La gran mujer de manos frías,
De rostro gris y sueño eterno,
Y como todos más tarde que temprano espero vernos,
Conocernos, ¿Qué hay detrás de esa luz final?
Ya es curiosidad de si hay algo más,
O si es verdad que no eres nada,
Un hada lúgubre totalmente vacía,
Que solo ansía una amistad diferenciada,
En cuerpos vivos llenos de metas
Y solo por su egoísmo acaba desquiciada,
Cuando te tenga enfrente y pueda verte
Será un placer conversar contigo, odiada muerte.
Brayan Andrés Becerra Vallejo, 1ºH Bachillerato
Accésit Poesía, Bachilleratos y Ciclos Formativos, 14-15