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EncuentroEncuentroEncuentroEncuentro Peñafiel Peñafiel Peñafiel Peñafiel 2011 2011 2011 2011 (IV) (IV) (IV) (IV) 29/10 a 01/11
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La mañana comenzó relajada. Javier, uno de los padres pasionistas, nos
invitó a realizar una visita por el claustro y la iglesia de San Pablo. “De San Pablo
y de San Juan, que también es nuestro patrón”, se quejó el padre Javier.
Descubrimos cómo las nuevas tecnologías no han de estar reñidas con el estilo
plateresco del siglo XVI: echando un euro por la ranura de una caja negra, caja
del tamaño de un armario, automáticamente descendía un estor ocultando la luz
que entraba por una vidriera a 10 metros de altura, y, a modo de fresco digital,
se proyectaba un video sobre la pared de la capilla del Infante Don Juan
Manuel; con estudiada sincronía, coincidiendo con las explicaciones del
narrador, un pequeño foco iba iluminando zonas de la capilla, como la tumba
marmórea del Infante, las inscripciones en castellano antiguo o los detalles
artísticos de los arcos donde una vez reposaron las verjas. Grandes y pequeños
nos quedamos boquiabiertos, más por la integración de los autómatas
programables con el arte religioso que por las hazañas del Infante.
Como la visita fue corta, se propuso una ruta a pie por la ribera de
Rábano, pueblo cercano a Peñafiel y cuyo escudo contiene el tubérculo que da
nombre al municipio, pero la necesidad de retirar las fotos de la exposición, nos
hizo cambiar de idea. El tercer paseo por el casco antiguo de Peñafiel nos acercó
a la playa fluvial, donde la tropilla invadió los columpios sobre la arena. Cuando
logramos arrancarlos de allí, el GPS del móvil de Paco nos dirigió, callejuela
arriba y abajo, hasta la sucursal de La Caixa. De esta manera, el dinero obtenido
del mercadillo podía iniciar su viaje hacia los proyectos más necesarios. Mientras
unos hacían el ingreso, otros encontraban una jarra de cristal más o menos
equivalente a la que rompimos el día anterior. Sin necesidad de GPS logramos
llegar hasta el Centro Cultural para retirar las fotos de “Etiopía sin fin”. “A la
gente le ha gustado mucho”, nos comentó Toñi, conserje del centro. Allí se nos
unieron Manuel, un precioso etiozamorano de 3 años, y Luna, guapa
vallisoletana de 5, junto con sus padres. Una visita al parque y regreso a casa
para comer pizza.
La tarde, repartida entre una nueva subida al submarino de piedra, para
aquellos que no lo conocían, y las artes gráficas pintando princesas en el
albergue, traía un ambiente cargado de humedad. La derrota del sol nos recordó
que era noche de Halloween. De colorear princesas en papel pasamos a
maquillar brujas y vampiros de carne y hueso. Unas tenían vestidos, otras,
sombreros picudos, y alguna hasta peluca. También apareció un monstruo verde
cortando orejas con un hacha de plástico y asustando a Ana, mientras los demás
chillaban y huían. Blanca repartió sombreros a diestro y siniestro (especialmente
a éste segundo) y despedimos el “Día de Todos Los Antros” como más nos
convenía: los niños en otra sesión golfa del CinemAbay y los mayores haciendo
cuentas y vendiendo a Cristo por treinta monedas (mientras “cuidaba” a los
peques en la sala de cine, fuera, a mis espaldas y con la nocturnidad del
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momento, me asignaban responsabilidades; al finalizar la película, Judas me besó
y entregó al Sanedrín para que escribiera esta crónica).
Charo, Arancha y Ana, comiendo dráculas y pintando palomitas de maíz.
Ana Margaret Astor maquilla a Marta para la Noche de Jajajaloween.