Los niveles de lectura y la lectura verdadera
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Los niveles de lectura y la lectura verdadera
Por: Arias Vidales, Carlos Augusto
Estudiante
Universidad de Antioquia,
Seccional Magdalena Medio
Facultad de Ciencias Humanas y Sociales
Programa de Psicología
Nivel II, Grupo: 045
Asignatura: Análisis e Interpretación de
Textos
Docente: María Orfaley Ortiz medina
Puerto Berrío, 3 de marzo de 2014
¿Leer? Se puede leer muchas cosas: el universo entero es un texto en espera de ser leído;
de diversos modos: existen múltiples y variopintas técnicas de lectura; y a diversos niveles: así
como cada texto tiene su propia profundidad, cada lector tiene su capacidad y su disposición
propias para sumergirse en los textos. Pero no toda acción de leer es un acto lector… y por tanto,
no toda lectura es verdadera lectura. Entonces, ¿cuál es la verdadera lectura?
Hay que aclarar tres asuntos con respecto a lo anterior: 1º, de las cosas que se pueden leer,
este breve ensayo se referirá solo a ciertos textos escritos: los literarios y los académicos; 2º, si bien
el modo de leer puede afectar la calidad de la lectura, acá este asunto no será abordado puesto que
las técnicas son una ayuda dispensable (o, en todo caso, cuyo uso está supeditado al arbitrio de
cada quien) y porque los verdaderos lectores son libres, autónomos, creativos en su acto lector; 3º,
así pues, el objeto de este ensayo es repasar los distintos niveles de lectura para determinar
cuál de ellos es la verdadera lectura.
Como primera medida, se impone aclarar cómo se entienden dos expresiones a las que se
aludió al principio: acción de leer y acto lector. La acción de leer consiste en la actividad de
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«Pasar la vista por lo escrito o impreso entendiendo los signos» (WordReference.com, 2014.
Leer); es una actividad cuasi mecánica y superficial, en la que apenas sí se compromete la
atención lo suficiente para articular correctamente los signos que se ven en palabras, frases y
oraciones, y, acaso, para retener en la memoria un poco del contenido explícito e inmediato del
texto. El acto lector, en cambio, es una actividad por completo atenta y mucho más profunda en
la que, aparte de lo manifiesto e inmediato del texto, se capta, se comprende y se retiene su
contenido implícito y mediato. El acto lector es lo que podríamos denominar, haciendo eco a
Estanislao Zuleta, trabajar el texto:
Al poner el acento sobre la "interpretación" Nietzsche rechaza toda concepción naturalista
o instrumentalista de la lectura: leer no es recibir, consumir, adquirir, leer es trabajar.
Que leer es trabajar quiere decir ante todo que no hay un tal código común al que
hayan sido "traducidas" las significaciones que luego vamos a descifrar. El texto produce
su propio código por las relaciones que establece entre sus signos; genera, por decirlo así,
un lenguaje interior en relación de afinidad, contradicción y diferencia con otros
"lenguajes", el trabajo consiste pues en determinar el valor que el texto asigna a cada uno
de sus términos. (1982, pág. 4)
En torno a estas dos formas de leer, o a partir de ellas, se desarrollarán los niveles de
lectura que interesa analizar en este escrito.
En el primer nivel se tiene una lectura que se hace “porque toca”, que ha sido impuesta
desde fuera, generalmente por un profesor, en el caso de los estudiantes, o por un superior, en el
caso de los trabajadores, y en ocasiones por haberse comprometido a ello con alguien; no se lee
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porque se quiere sino porque quiere otro. He ahí la lectura por obligación. En este caso, la
acción de leer es una actividad tortuosa: no se quiere leer y, por ello, se retrasa el inicio de la
lectura todo lo que sea posible; cuando por fin se está leyendo, se hace de prisa, con afán por
acabar, mirando cada tanto, obsesivamente, cuántas páginas faltan para terminar o qué hora es;
ese mismo apresuramiento y esa misma obsesión llevan a interrumpir frecuentemente la lectura y
a dejar de lado el texto por unos minutos, unas horas, unos días… y se quisiera haber acabado ya,
pero “¡falta tanto!”; incluso, no es raro que, sin ningún asomo de escrúpulos éticos ni de pudor
moral, hasta se haga trampa saltándose unos párrafos o unas hojas; por lo mismo que se lee de
prisa, a trompicones, obsesionados por el final que no llega y haciendo trampa, no se presta
suficiente atención al contenido, cuesta trabajo comprenderlo y… faltan ganas para hacerlo. Una
acción de leer como esta, en la que hay escasez (o, incluso, ausencia) de gusto y completo
exceso de disgusto, en la que apenas sí se es consciente de lo que se lee, y en la que la capacidad
de comprender se ve obstaculizada por el afán de terminar, no se merece para nada el apelativo
de lectura.
En el segundo nivel, se tiene la lectura que se hace para pasar el tiempo mientras resulta
algo mejor qué hacer, para no aburrirse o para desaburrirse en esos pesados momentos de tediosa
desocupación. Esta es la lectura por entretenimiento. A diferencia del nivel anterior, en este
nivel uno tiene interés en leer, pero lo que le interesa es únicamente el elemento más superficial
de la lectura, aquel que tan solo exige el exiguo esfuerzo de “pasar la vista por las palabras
escritas” mientras transcurre el tiempo; se puede asemejar este nivel de lectura con el campesino
que sale por los senderos de la vereda porque se siente aburrido de estar en casa, con el único
objetivo de deambular: camina distraídamente, transitando de forma mecánica, sin rumbo
definido, sin fijarse en el paisaje, sin prestarle atención a los animales, sin percibir el trinar de las
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aves ni la caricia del viento en su rostro; solo se fija en el camino lo necesario para no perderse y
para no tropezar con nada. Del mismo modo, el que lee por entretenimiento, lee de forma
distraída y mecánica; aparte de dejar pasar el tiempo, su lectura no tiene ningún objetivo ni
propósito; no se fija en los detalles del texto: los personajes, las historias, los mensajes, los
conceptos, las ideas, pasan desapercibidos en su mayor parte; sólo capta los elementos
suficientes que le permitan no perder las conexiones de los mínimos elementos del texto que está
leyendo. Esta acción de leer, realizada de forma mecánica y desapercibida, en la que la atención
es mínima, casi ausente, tampoco puede ser llamada, como ha de comprenderse, lectura.
El tercer nivel es el de la lectura por diversión. La diferencia con los niveles anteriores es
que en este hay un disfrute de la lectura; es decir, no se lee porque se es obligado a ello, ni
porque no hay nada más qué hacer, sino porque el hacerlo produce gusto y contento. En este
nivel de lectura, la persona presta atención a los detalles; degusta cada palabra, cada frase, cada
oración, cada párrafo; recorre imaginariamente los mundos que los diversos textos le descubren.
Sin embargo, este nivel de lectura conlleva un gran riesgo: la escisión y contraposición cuasi
esquizofrénica entre los mundos imaginarios y abstractos que ofrecen los textos y el mundo real;
en no pocas ocasiones la persona que lee por di-versión, termina di-vidida entre una doble
realidad: la de sus textos y la de su vida cotidiana; y también en no pocos casos prefiere aquella
en vez de esta… se sumerge tanto en sus lecturas, que llega incluso a reemplazar la realidad
objetiva por su realidad subjetiva, y a transitar inadvertidamente entre una y otra… hasta que,
finalmente, termina por sustraerse a la vida social e, incluso, a la auténtica realidad; misántropo y
solitario, no tiene más amigos que sus textos escritos, ni más realidad que la que sus textos le
describen. Una acción de leer que nos separa, nos confunde o, incluso, aísla de la realidad del
diario vivir y del cotidiano compartir, tampoco puede ser considerada una genuina lectura.
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En el cuarto nivel, hay dos variedades de lectura. La primera es la lectura por placer. Es
una variedad de lectura en la que el disfrute del texto es más intenso que en la lectura por
diversión, llegando a la fruición de sus cualidades estéticas y estilísticas. Quien lee de este modo es
un lector que goza descubriendo y analizando las características particulares del estilo de cada
autor; paladea las figuras y los recursos literarios usados en el texto; compone, descompone y
recompone la estructura lógica del escrito; interpreta con avidez los significados y los sentidos de
los símbolos del lenguaje particular del autor; analiza, define y redefine los términos, conceptos,
procesos y fenómenos que se le presentan; explora con curiosa delectación los mensajes ocultos y
manifiestos del texto; en fin, no se queda en la llaneza de las palabras, sino que explora lleno de
excitado goce toda la topografía y la geología del texto en cuanto creación estilística. Es una
lectura que no atrapa en sus mundos imaginarios, sino que impulsa a construirlos, deconstruirlos y
reconstruirlos; lleva a crearlos y recrearlos con la mente siempre asentada en la realidad.
La segunda variedad es la lectura por erudición. Es prácticamente la misma que la
anterior, pero con dos diferencias esenciales: 1ª, mientras en la lectura por placer el motor es el
goce de lo estético del texto, en la lectura por erudición el motor es el deleite en el conocimiento
técnico (o, si se considera más adecuado, “especializado”); 2ª, como consecuencia de lo anterior,
la primera es una lectura cálida, elástica, creativa; la segunda es una lectura fría, rígida, analítico-
deductiva (todo lo cual no obsta para que sea placentera para quien lee). La primera es la lectura
de un esteta y la segunda la de un perito.
Aunque en ambos casos ya se puede dejar de hablar de una acción de leer y empezar a
hablar de un acto lector, todavía no se ha llegado a la legítima lectura. Ambas situaciones
pueden llevar al lector a menospreciar y a no disfrutar de los textos que no cuenten con las
elevadas características estéticas, estilísticas y/o técnicas que tanto aprecia y valora.
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Finalmente, en el quinto nivel, se llega a la lectura más profunda. Es el nivel de la
verdadera lectura. Implica todas las bondades de los niveles anteriores sin caer en sus
malignidades. En ella, el motor no es la obligación, ni el interés de di-vertirse, ni el gusto, ni el
placer, ni el deleite en los conocimientos… el auténtico lector lee porque sí, por una necesidad
interna, indescifrable e irrefrenable que lo mueve ineluctablemente a leer más, a leer todo, a leer
de todo, a leer siempre, tal como lo expresa Péguy, citado por Steiner:
No debiéramos nunca dejar de ser lectores: lectores puros, que leen por leer, no para
instruirse, no para trabajar... que por una parte sepan leer y por otra parte quieran leer,
que lean una obra simplemente por leerla y recibirla, para alimentarse de ella, para
nutrirse de ella como de un alimento inapreciable, para crecer, para hacerse valer
interiormente, orgánicamente, no para trabajar con ella, no para hacerse valer socialmente
en el siglo; y también hombres, hombres en fin que sepan leer, y ¿qué es leer?, es decir,
entrar en algo. (2001, pág. 28)
Es por esa necesidad de leer más, de leer todo, de leer de todo, de leer siempre, que el
auténtico lector entra y se sumerge en la lectura con temerario arrojo: cada libro, cada texto es
una aventura que lo reta a sondear los abismos más profundos de lo estético, de lo estilístico, de
lo técnico, de lo cognoscitivo, de lo semiótico, de lo semántico, de lo gramatical… en fin de la
plenitud y la completud de la expresión escrita, al estilo del lector buscado por Nietzsche:
El lector que Nietzsche reclama no es solamente cuidadoso, "rumiante", capaz de
interpretar. Es aquel que es capaz de permitir que el texto lo afecte en su ser mismo, habla
de aquello que pugna por hacerse reconocer aún a riesgo de transformarle, que teme
morir y nacer en su lectura; pero que se deja encantar por el gusto de esa aventura y de
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ese peligro. Pero ¿cómo puede el lector permitir que el texto lo afecte en su ser? y
además, ¿cuál ser? Es evidente que esas exigencias nos conducen hacia la lectura, pero no
sabemos nada aún de ese "Dejarse afectar" y ninguna apelación al "coraje" o al valor, es
suficiente aquí. (Zuleta, 1982, pág. 12)
De modo que el auténtico lector entra en el texto, se sumerge en él; pero no como el
estudiante de ciencias de secundaria que hace la disección de un batracio: rajando,
desmembrando, mutilando de forma indiferente y, acaso, con asco o con turbación, sino de forma
magistralmente integrada e integradora… podría decirse holista, gestáltica: capta en una sola
visión la complejidad de las relaciones de las partes que componen el texto y la profundidad de
ese todo que este es. Y también permite que el texto entre en él, que lo penetre al precio de
transformar su forma de pensar, de sentir, de actuar… en definitiva, la lectura del texto recrea el
ser y la vida del lector auténtico. No puede evitarlo: leer es su estilo de vida; pero no un estilo de
vida fragmentador ni reductor, sino integrador y expansor: vive para leer y lee para enriquecer su
vida; la lectura no di-vide su realidad cotidiana, sino que es el fundamento desde el que la crea y
la recrea; no atrapa su mente en una realidad libresca, sino que la dinamiza e ilumina para
transformar su realidad vital. Por supuesto, esto ocurre no sin esfuerzo, no sin trabajo. Pero el
lector lo hace así porque hay una fuerza mayor que él impulsándolo sin que pueda resistirla. Esta
es la lectura por pasión.
En conclusión, hay que reconocerlo, nos falta mucho para ser verdaderos lectores. La
buena noticia es que, como reza el adagio popular, “mientras haya vida, habrá esperanza”.
Todavía estamos a tiempo para permitir que la pasión por la lectura nos inunde y nos empuje a
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una lectura cada vez más profunda y auténtica, a una lectura en la que la misma vida sea leída y
en la que lo leído transforme la vida.
Referencias
Steiner, G. (2001). Texto y contexto. En G. Steiner, Sobre la dificultad (págs. 13-36). México:
Fondo de Cultura Económica.
WordReference.com. (2014). Leer. Recuperado el 1 de marzo de 2014, de WordReference.com:
http://www.wordreference.com/definicion/leer
Zuleta, E. (8 de junio de 1982). Sobre la lectura. Medellín.