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i M O S B E M O S O T M S M I S M O S
i i l i ti
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i siglo veintiuno
A L E J A N D R O G R I M S O NEs doctor en Antropologa porla Universidad de Brasilia. Realiz
estudios de comunicacin en la
Universidad de Buenos Aires,
y desde entonces ha investigado
procesos migratorios, zonas de
frontera, movimientos sociales,
culturas polticas, identidades e
interculturalidad. Su primer libro,Relatos de la diferencia y la igualdad,
gan el premio FELAFACS a la mejor
tesis de comunicacin de Amrica
Latina. Despus de publicar La nacin
en sus lmites, Interculturalidad
y comunicaciny compilaciones como
La cultura en las crisis
latinoamericanas,obtuvo el Premio
Bernardo Houssay otorgado por
el Estado argentino. Los lmites
de la cultura. Crtica de las teoras
de la identidadmereci el Premio
Iberoamericano que otorga la
Asociacin de Estudios
Latinoamericanos (LASA). Ha dictado
conferencias y cursos en numerosas
universidades del pas y del
extranjero. Actualmente es
investigador del CONICET y decano
del Instituto de Altos Estudios
Sociales de la Universidad
Nacional de San Martn.
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M IT O M A N IA SA R G E N T IN A SCMO HABLAMOS DE NOSOTROS MISMOS
ALEJANDRO GRIMSON
v v / i siglo veint iunoj^ S J editores
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grupo editorialsiglo veintiuno
siglo xxi editores, mxicoCERRO DEL AGUA 2 4 8 , ROMERO DE TERREROS
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Grimson, AlejandroMitomanas argentinas: Cmo hablamos de nosotros mismos.-Iaed.- 2a reimpr.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2013.256 p.; 23x16 cm.- (Singular)
ISBN 978-987-629-238-2
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2012, Siglo Veintiuno Editores S.A.
Diseo de portada: Juan Pablo Cam bariere
ISBN 978-987-629-238-2
Impreso en Artes Grficas Delsur // Alte. Solier 2450, Avellanedaen el mes de (ero de 2013
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ndice
Acerca de la argentinid ad 13
El colmo: decir por decir, 20. Nota sobre los mitos, 23.
Mitos patrioteros 27
La Argentina es un pas europeo, 31. La unidad nacional
se basa en el territorio, 33. La Argentina debera tener
la extensin del Virreinato del Ro de la Plata, 35. Bolivia
y Paraguay son pases de indios, 36. Brasil, pas de
negros, playas y carnaval, 37. Uruguay es una provincia
argentina, 39. All, en Amrica Latina..., 40. La hermandadlatinoamericana, 41. Amrica Latina es Macondo, 42. Vamos
ganando!, 44. La argentinidad al palo, 46.
Mitos decadentistas 49
Todo tiempo pasado fue mejor, 53. La Argentina estaba
predestinada a la grandeza; debera haber sido Canad
o Australia, 55. Debemos seguir el modelo chileno, 56.
Mir Brasil: ellos s tienen polticas de Estado, 58. Estamoscondenados al desastre, 60. Hay que refundar el pas
sobre nuevas bases, 61. Los polticos argentinos deberan
hacer un pacto de la Moncloa, 62. "Qu pas de mierda y
La Argentina slo tiene una salida: Ezeiza, 64. Argentina
no puede desarrollarse debido a la idiosincrasia de los
argentinos, 66. El que no se enoja pierde, 68.
Mito s de lo nazional 71
Lo nacional es nazional, 75. Somos ciudadanos del
mundo; debemos superar el parroquial amor por lo
local, 79. En el mundo global, las naciones estn en proceso
d d i i 81
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de desaparicin 81
8 Mitomanas argentinas
Mitos racistas
En la Argentina no hay racismo (porque no hay negros), 89.
Un pas sin negros donde la mitad es cabecita
negra, 90. Un pas sin indios, 92. La nueva inmigracines boliviana y paraguaya, 93. En la poca de la Argentina
integrada los inmigrantes se argentinizaban, 96. Los
argentinos descendemos de los barcos, 100. Somos un
crisol de razas, 101. La sangre determina la cultura, 103.
Mitos de la unidad cultural de la Argentina
La Argentina tiene una madre patria: Espaa, 111. La
Argentina es un pas catlico, 112. El tango es la msica
nacional, 114. Los argentinos somos un pueblo
politizado, 116.
Mitos sobre la Capital versusel Interio r
Dios est en todas partes, pero atiende en Buenos
Aires, 123. Los porteos gobiernan el pas, 124. Hay dos
Argentinas, 126.
Mitos de la sociedad inocente
Me afanaron, o la fbula del fueron ellos, 133. El corrupto
es el otro, 134. La sociedad argentina es una vctima inocente
del Estado, 136. El golpe y la dictadura fueron obra exclusiva
de los militares, 138.
Mitos sob re el Estado boboEl Estado est en proceso de desaparicin, 147. El Estado
no puede administrar empresas eficientemente, 149.
Lo privado funciona, lo pblico est descuidado, 153.
Tendramos que imitar a los pases a los que les va bien, 155.
Necesitamos reglas claras si queremos que las empresas
prosperen, 156.
Mitos sobre los impuestosEn este pas, el nico gil que paga los impuestos soy yo, 165.
Lo que pagamos de impuestos se lo lleva la corrupcin, 166.
Que los impuestos los paguen los ricos, 169. El telfono es
uno de los impuestos ms caros 170
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uno de los impuestos ms caros 170
Mitos sob re el peronismo
Pern fue un tirano, 175. Slo los peronistas entienden el
peronismo, 179. Asado con parquet,181. Marchan por un
choripn, 182. Los pobres votan por clientelismo, 184. Todacrtica al Partido Justicialista o a un sindicato es gorila, 185.
Mitos so bre los sindicatos y las luchas sociales
Ya no hay clases sociales ni modos de organizacin
tradicional, 191. Los pobres y los trabajadores hacen paros
por cualquier cosa, 193. Los sindicatos son el obstculo para
el desarrollo argentino, 195. En democracia hay libertades
polticas para todos, 197.
Mitos del granero del m undo
El campo produce la mayor parte de la riqueza nacional, 203.
Los del campo la tienen asegurada, 204. Con el crecimiento
sostenido de la economa se resolvern los problemas
sociales del pas, 205.
Mitos so bre el po der de los mediosLos medios reflejan la realidad, 211. Los medios construyen
la realidad, 212. Los medios no tienen influencia, los
consumidores interpretan los mensajes como quieren, 214.
Las nuevas tecnologas democratizan la comunicacin, 215.
Todos los medios tienen un signo poltico definido, 217. La
poltica slo sucede en los medios, 218.
Mitos del falso igualitarismoTodos somos clase media, 225. Todos los hombres nacen
iguales, 226. Los pobres y los ricos tienen igualdad de
oportunidades, 228. Todos somos el gran DT, 230. Hay que
igualar hacia arriba, 232.
Eplogo: Mitolandia
Agradecimientos
ndice 9
171
187
199
207
221
235
245
Lecturas para profundizar 247
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En nuestro lenguaje est depositada toda una mitologa.
Ludwig Wittgenstein, Observaciones aLa rama dorada de Frazer
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Acerca de la argentinidad
Usted tuvo alguna vez la oportunidad de salir de la Argen-
tina? De conocer a la gente de otro pas, ms all de los atractivos
naturales o tursticos del lugar (como las playas, la nieve, las vidrie-ras o los parques de diversiones)? Para m, una de las cosas ms
sorprendentes de conocer otras sociedades fue que no encontr
ninguna en la cual las personas hablaran tan mal de su propio pas
como en la Argentina. Y tan cotidianamente. Tampoco es frecuente
el pnico que se percibe aqu entre los sectores medios progresistas
a sentirse parte de una nacin, la Argentina. Estos dos aspectos me
impulsaron a pensar en diversas direcciones, y este libro es una sn-
tesis de esas reflexiones, que podran resumirse en una frase: cun
profundamente argentino es insultar diariamente a la Argentina.
En otras palabras, me propongo explorar en qu sentido gran parte
de nuestra cultura nacional, gran parte de los rituales cotidianos
que llevamos a cabo, involucra escuchar o enunciar la expresin
qu pas de mierda . A veces la trocamos por nuestra argentinidad
al palo y somos los mejores del mundo. Pero entre la soberbia y el
desprecio, casi no encontramos matices.
As como no es fcil encontrar culturas que se caractericen por el
hbito de autodenostarse, tampoco es sencillo encontrar pases cuyo
ritual cotidiano sea sostener que la maldad se encuentra encarnada
en sus propios gobiernos. Los argentinos que no votaron a un de-
terminado gobierno y, adems, una buena parte de los que s lo vo-
taron, presuponen que si alguien ocupa el silln de Rivadavia nece-
sariamente tiene malas intenciones. Por algo ser:sospechar que los
gobernantes tienen intenciones ocultas es caracterstico del anlisis
poltico nacional. Y no me refiero slo al ms elemental que hace-
mos los ignorantes en cualquier esquina o caf. Periodistas sagaces,iulclectuales lcidos e integrantes de la fila en el supermercado a
incluido insultan por igual a sus gobernantes de modos muy extra-
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14 Mitomanas argentinas
os. La intencin ms frecuente y democrticamente distribuida que
se les atribuye sera la de robarse el pas. Otra acusacin, tambin
muy habitual, es que quieren terminar con el capitalismo o con la
democracia, segn alguna vaga definicin de esas palabras. Esto lessucedi a Yrigoyen, a Alfonsn y a Pern tanto como a los Kirchner.
Este tipo de presunciones hace que la discusin de ideas sea uno
de los captulos menos transitados del debate poltico. Recordemos
cuando los periodistas progresistas hacan hincapi en la tonada del
noroeste de Carlos Sal I, o en su afirmacin errnea de haber ledo
a Scrates y las novelas de Borges, en la presunta avispa o tonte-
ras por el estilo (la peor y ms patritica de las cuales es el acento
riojano: la intolerancia progre puede ser muy potente!). Sobre losKirchner se dijo otro tanto: el doble comando, la habitacin matri-
monial, cmo se vesta l, cmo se viste ella.
Analizar un gobierno es considerar un listado extenso de medidas
y procesos. En este pas tan apasionado o enceguecido, son muy po-
cos los que pueden tomar ese listado y ponerles colores diferentes
a las medidas que les gustan mucho, poco o nada. Si detestan al go-
bierno, las buenas medidas dejan de serlo automticamente, ya que
son consideradas siempre bajo el signo del oportunismo, el negocio
o la venganza, el robo de banderas de otro, o lo que fuera. Si los
malos gobiernos jams hacen algo bueno, los buenos jams hacen
algo malo. Aunque la segunda sentencia sera difcil de aceptar, sal-
vo por los fanticos, la primera est muy extendida entre nosotros.
Somos fanticos del todo mal. Ese fanatismo es parte crucial de
nuestra cultura poltica y nos impide analizar con mayor objetividad
los aspectos positivos o negativos de diferentes gobiernos naciona-
les, provinciales, municipales. Y nos impide, por eso, entender a las
personas que votan a esos gobiernos.
Este libro no busca analizar las cosas buenas o malas de un go-
bierno determinado. Busca proponer un debate acerca de si no de-
beramos cambiar esa particularidad de nuestra cultura. Y esto por
un motivo: es imposible construir un pas sin que podamos analizar
aquello que es positivo yaquello que es negativo. Invito al lector a
realizar el siguiente ejercicio: coloque al kirchnerista menos fanti-co al lado del antikirchnerista menos fantico. Despus de un buen
rato percibir que en realidad hay muchos aspectos en los que estn
de acuerdo, aunque no estn dispuestos a admitirlo ni siquiera en
su fuero interno.
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Acerca de la argentinidad 15
Alguna vez ha pisado un estadio de ftbol? Es una pregunta irre-
levante, porque alcanza con haber reparado en cmo miramos un
partido de ftbol. O con haber entrado a YouTube para espiar al
Tao Pasman. Cuando miramos un partido, en diversos momentosnos encontramos de pie moviendo una o las dos manos a los gri-
tos, reclamando una falta, un penal, una taijeta. Salvo que vayamos
ganando por goleada, mirar un partido es siempre esperar ms de
los propios jugadores y tambin del rbitro, que debera fallar con
ms justicia (entindase bien: ms a nuestro favor ). Excepto que
el rbitro cometa un escandaloso error a nuestro favor, es difcil
que reciba una ovacin. Todo aquello que detestamos en el equipo
adversario sus faltas, su negativa al juego limpio, sus trampas loamamos en el nuestro. Somos fanticos; o sea, psimos jueces. Pero,
claro: es un juego. Ciertamente, se juegan millones y millones. Pero
no se juega un pas. A veces, al mirar nuestro pas como si fuera
un partido de ftbol, la sensacin es que arriesgamos mucho: so-
mos muy ofensivos y escasamente defensivos. Podemos terminar
perdindolo.
No debe entenderse esto como una crtica al ftbol. Las culturas
habitualmente construyen espacios rituales en los cuales se permi-ten prcticas que seran dainas fuera de ese mbito particular. Es
comprensible y hasta podra ser positivo que seamos tan poco obje-
tivos en el espacio ldico del ftbol. Lo realmente grave es que no
estemos dispuestos a iniciar una reflexin que nos conduzca a mirar
y analizar al pas de un modo no futbolstico.
En una de esas conversaciones desopilantes que uno mantiene
con los hijos pequeos, surgi una pregunta decisiva. Mi esposa le
explicaba a nuestro hijo las imposiciones cotidianas que las mujeressufren en ciertas sociedades. El, atnito ante un listado de prohibi-
ciones y desigualdades, interrog: Y por qu las mujeres se aguan-
tan todo eso?. Alguna ciencia debera poder responder esa pre-
gunta. Por supuesto, no sern las ciencias exactas. Una pregunta
anloga a la de mi hijo surgira si hiciramos el listado de las vejacio-
nes propias de la esclavitud: y por qu los esclavos soportaban todo
eso? No habra diferencias formales si planteramos la cuestin en
relacin con los colonizadores y colonizados.Hay una respuesta general que se aplica a todos los casos, al me-
nos segn las teoras sociales actuales. Los dominados se aguantan
la humillacin (no la enfrentan) solamente si creen que los domina-
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16 Mitomanas argentinas
dores son seres humanos superiores en algn aspecto. Sin embargo,
como se trata de cuestiones sociales y culturales, las respuestas ade-
cuadas en cada caso presentan variaciones muy significativas.
Incluso no habra consenso sobre las propias preguntas. Mientrasque la pregunta sobre la esclavitud sera aceptable para todos, los in-
tegrantes de sociedades con una desigualdad de gnero brutalmente
naturalizada tendran una menor tolerancia a la que formul mi hijo.
De modo anlogo, an hoy encontraremos a muchos que consideran
que la pregunta sobre los colonizados tiene otras implicancias, ya que
si uno fuera un brbaro debera rendirse placenteramente a ser tras-
ladado a la civilizacin. As sera al menos si se tratara de un brbaro
civilizado, espcimen que lamentablemente no abunda.
Pero toda sociedad tiene preguntas que recortaran inclusive esos
frgiles consensos. En la democracia neoliberal, una de esas pregun-
tas es: por qu, si cada ciudadano tiene un voto idntico al de to-
dos los dems, aumentan las brechas entre ricos y pobres? Es decir,
cmo es posible que en una democracia haya indigencia y sobren
alimentos?
Nadie intentara responder desde la matemtica o las ciencias
naturales preguntas como esta, excepto aquellos anacrnicos que
desean entender la sociedad desde un darwinismo social que cree
en la seleccin natural. En todos los casos sealados, las respues-
tas a las preguntas involucran los componentes ms complejos de
las ciencias sociales: el poder y sus modos de funcionamiento. Ni
la conquista de Tenochtitln, ni las desigualdades de gnero ni la
indigencia pueden explicarse sin comprender algo acerca de la ca-
pacidad de ciertas minoras o sectores para naturalizar ideas en unasociedad determinada. Desarmar esos mitos es condicin necesaria
para potenciar cambios sociales y culturales.
En primer lugar, es necesario abordar los mitos acerca de cmo
se conforma la propia sociedad. Un pas no puede desarrollarse, ni
crecer, ni tener nociones fuertes de justicia social si no construye
una identidad. Suele decirse que no se puede tener futuro sin me-
moria. Este libro busca poner en evidencia que no podemos aspi-
rar a un futuro ms igualitario y democrtico sin comprender antesquines somos. Quines somos nosotros, los que participamos en las
decisiones, quines somos los argentinos y los habitantes del pas.
Para poder responder quines somos sin apelar a frases huecas
que hablen de msicas o comidas o dioses o hroes, es necesario ex-
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que hablen de msicas o comidas o dioses o hroes, es necesario ex
Acerca de la argentinidad 17
plicar primero por qu no somos como muchas veces creemos que
somos. Para eso es preciso derribar unas cuantas creencias falsas que
tenemos sobre nosotros mismos. Intentar hacerlo apelando ora a
los estudios de las ciencias sociales, ora a obviedades muchas vecesdesplazadas por frases hechas y, cuando no quede ms remedio, a
una posicin explcitamente ideolgica. S que habr quien se sien-
ta molesto con la palabra falsas, ya que implica su reverso: que
hay verdades. Las teoras sociales han dado muchas vueltas sobre la
cuestin de la verdad (y esperemos que el debate contine), pero
hay algunos aspectos simples: no es cierto que la Argentina sea el
peor pas del mundo, ni el mejor, ni que no haya indios o racismo.
Son creencias vigentes, muy repetidas y poderosas. Y son falsas. Aveces, lo contrario de esas afirmaciones es verdadero: hay racismo
en la Argentina. A veces, el asunto es bastante ms complejo que la
negacin del enunciado.
He seleccionado poco ms de setenta de esas creencias, no porque
en ellas se agote la lista, sino porque hay que empezar por alguna par-
te, y porque despus de recorrer unas cincuenta surge la necesidad
a l menos as me sucedi a m de compartirlas con otros. (Como sos-
pechamos que la lectura despertar en el lector la misma necesidad,hemos diseado una pgina web para que cada uno pueda sumar
mitos argentinos de su propia cosecha: .)
En qu casos pienso que una creencia merece ser abordada? Me
guiaron al menos tres criterios. Primero, que haya sido en el pasado
o sea en el presente parte de las frases que escuchamos todos los
das. Segundo, que sea uno de esos escudos conocidos, esas mu-
letillas para situaciones de crisis. En estas dos situaciones, se trata
de creencias no necesariamente compartidas por todos, pero queson culturalmente hegemnicas. En el tercero de los casos se trata
de ideas que slo plantean algunos conciudadanos poderosos, y lo
hacen con tanta potencia que merecen ser abordadas, independien-
temente de cunta adhesin generen. Si lo que usted busca es una
investigacin acadmica acerca de quin afirma cada creencia, con
qu frecuencia, cul es su origen, puede cerrar el libro ahora mismo.
Porque este libro intenta apenas vincular algunas propuestas de las
ciencias sociales y algunas cuestiones del buen sentido comn con
esas creencias populares. Y, cuando es posible, tambin divertirse.
Los 111i los que construimos acerca de nosotros mismos son una
calamidad que debemos enl'renlar y desmantelar. Son las mentiras
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18 Mitomanas argentinas
sobre las cuales se sostiene la cultura argentina, una de cuyas dimen-
siones es nuestra cultura poltica. A los mitos naturalizados se opo-
nen datos y hechos, pero tambin posiciones ticas e ideaslgicas.
Para construir otra cultura poltica necesitamos desmitificar.Cuando pensamos en nuestro propio pas y, expurgando el pesi-
mismo que nos parece lo nico razonable, intentamos preguntar-
nos qu caminos podran recorrerse para que todos los argentinos
logremos salir del berenjenal, aparecen varias respuestas, a veces
compatibles entre s y otras veces no tanto: educacin pblica, jus-
ticia, instituciones, derechos, innovacin tecnolgica, y la lista si-
gue. Pero cualquiera de esas propuestas pasa por alto una cuestin
fundamental: cmo podra un pas saber qu desea ser si no sabe
qu es. O si tiene una imagen distorsionada de s mismo. En este
aspecto, el caso argentino es excepcionalmente agudo: la distancia
entre el pas que tenemos y el que creemos tener es abismal. Y esto
no slo alude a los delirios de grandeza, sino tambin a las imge-
nes exageradas de la decadencia, tan ruinosas como las primeras.
Estas imgenes constituyen obstculos para intentar aproximarnos a
una imagen ms adecuada de quienes somos, que exige un balance
realista de dos siglos de historia, as como una reflexin en torno a
cules fueron los motivos de nuestros fracasos y cules son los capi-
tales econmicos o culturales de que disponemos para conformar
proyectos de futuro.
Hay hechos elocuentes: en Amrica Latina (y ms all) el estereo-
tipo del argentino se asocia a la soberbia y la pedantera. Ciertamen-
te, esto se refiere no slo a cierto tipo de vegetacin nativa, sino a
que tambin sobre nosotros se aplican los procedimientos clsicosde estigmatizacin que usamos con otros pases y grupos: se toman
ciertos rasgos entre muchos otros, quizs un rasgo que est presente
slo en un grupo, y se lo considera el rasgo por antonomasia, el que
define a toda una nacin. Ahora, me permito sealar que en esa dis-
torsin hay algo de cierto: la elite argentina pretendi construir el
pas edificando una mitologa soberbia, y es posible que algo de eso
se proyecte en algunos de nuestros compatriotas cuando viajan al
exterior. El enclave europeo de Amrica Latina, cuya poblacin estconformada por los descendientes de los barcos, la imagen del pas
como granero del mundo, la Argentina Potencia son slo algunos
ejemplos de todo lo que es imprescindible desarmar para construir
otra figura con el rompecabezas argentino.
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g p g
Acerca de la argentinidad 19
De aquella distorsin emerge un malestar constante entre lo que
deberamos ser y lo que hemos conseguido ser. Supuestamente est-
bamos destinados a ser Europa: pero no la Grecia ahora perifrica
o la Espaa de la crisis o los barrios marginados de los suburbiosparisinos actuales. Porque esa Europa tambin fue fabricada a par-
tir de un recorte muy pequeo; as, se supona que la Argentina
sera como los barrios centrales de Pars. Eso posiblemente era lo
que deseaban tambin los otros barrios de Pars y las otras ciudades
francesas. Una aspiracin bastante vanidosa y vana, incluso para va-
rios pases europeos. Esa ilusin tan desmesurada se combin con
caminos polticos que llevaban a rumbos bastante discordantes con
el objetivo. Con el paso del tiempo se fue instalando la idea de quelos argentinos tenamos un destino magnfico que no habamos po-
dido alcanzar, por alguna razn misteriosa o por culpa de tal o cual
grupo. Cada dcada estbamos ms lejos de aquella ilusin.
De all deriv una obsesin por saber quines somos y cmo expli-
car este fracaso. Esa obsesin queda al descubierto si se observa que
una de las industrias que ms se ha desarrollado es la que fabrica
mitos acerca de nuestra autntica naturaleza, nuestro ADN, nuestra
esencia inmutable: europeos, genios, campeones, corruptos, imb-ciles, vctimas, y as hasta el infinito. La Autodenigracin Nacional,
pero tambin la Desazn o los Delirios de Grandeza. Cada mito pue-
de decir que somos de esta u otra forma, pero todos coinciden en
un punto: seamos fantsticos o calamitosos, estamos condenados a
serlo. Lo nico que podemos hacer es descubrir cul es nuestra na-
turaleza, y as viviremos en este pas con plena conciencia de que se
trata de una porquera irremediable, porque esto ya no lo arregla
nadie. Y, si alguien pudiera hacerlo, merecera, qu duda cabe, quelo nombrramos nuestro Salvador.
Florecieron as libros completos que explican disparates como
cules seran nuestros genes o el atroz desgarramiento del ser na-
cional. De este modo, muchos mitos han conseguido ser popula-
rizados y encuadernados de forma que su lomo se ubique en los
anaqueles de las libreras junto a excelentes investigaciones sobre
situaciones sociales, polticas, histricas, culturales. Investigaciones
que no siempre, quiz por obra del prejuicio, logran hacerse escu-char. Y que cuando en efecto son escuchadas no se contrastan con
las creencias sociales ms expandidas. Menos an son incorporadas
al trabajo cultural, cotidiano, que un pas hace sobre s mismo a
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20 Mitomanas argentinas
travs de la educacin, el periodismo, la poltica, la justicia, las orga-
nizaciones sociales y el Estado en sus mltiples facetas.
Aquellos libros sobre la Autodenigracin Nacional alimentaron
una mitologa localista y basada en la ignorancia que postula que la
Argentina es el peor de los pases del planeta o al menos de aquellos
con los que merece comparacin; que es un pas donde todo lo que
existe hoy es peor que lo que hubo en el pasado. Estas y otras afir-
maciones genticas acerca de la nacin conforman un fenmeno
cultural peculiar: miles de pginas de consumo masivo para explicar
por qu somos un fracaso irreversible. Estas afirmaciones aparentan
ser cosmopolitas, modernas, autocrticas, antinacionalistas, pero en
realidad constituyen una variante del nacionalismo cultural, porque
son deudoras de una forma clsica del pensamiento argentino: ya
que no podemos ser el mejor de todos los pases (lo cual es bastan-
te obvio), entonces somos el peor (lo cual es ridculo yfalso). No
se sustentan en un conocimiento construido a partir de la compa-
racin con otras sociedades, sino en la supina ignorancia del pas
perifrico. No son en absoluto modernas; son una variacin del de-
cadentismo que tom posesin del imaginario de diversas culturas y
sociedades a lo largo de la historia de la humanidad.
Sin embargo, la pregunta por la identidad es legtima. En efec-
to, saber quines somos es una condicinimprescindible para po-
der imaginar y proyectar futuros para el pas. Pero esta pregunta
no encuentra una respuesta nica ni simple. Este libro expone y
propone algunos datos e interpretaciones con los que ya contamos,
en muchos casos gracias a esas investigaciones menos difundidas, y
que pueden servir como apoyo para formular nuevos interrogan-tes. Promueve el debate, no lo cierra. Intenta reflexionar a partir
de una determinada informacin, con la conviccin de que ignorar
esos conocimientos sera renunciar a conocer nuestra multiplicidad
y nuestra complejidad.
El colmo: decir por decir
Hay mitos que funcionan como los dichos. Es sabido que hay dichos
para cada situacin, incluso si afirman exactamente lo contrario
como no hay dos sin tres y la tercera es la vencida , o no por mu-
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y y , p
Acerca de la argentinidad 21
cho madrugar se amanece ms temprano contra al que madruga,
Dios lo ayuda. En la cultura coexisten todos estos lugares comunes;
son frases que estn disponibles y que pueden ser usadas indistin-
tamente por una misma persona, aun cuando sean contradictorias.Entonces, ya no es tan relevante el contenido de lo que se dice, sino
que lo importante es el acto mismo de decir. Por qu? Porque hay
un placer al enunciar un mito: el placer de afirmar de manera cate-
grica una supuesta verdad que no puede ser refutada. No porque,
en rigor, sea irrefutable. L o que sucede es que en nuestra cultura se
considera de buena educacin no confrontar directamente con un
mito. Y quienes eventualmente estaran dispuestos a poner en riesgo
su buena educacin, posiblemente consideren intil hacerlo en lacabina de un taxi, en la fila de un banco, en un vagn repleto o en la
sobremesa del domingo. Al compartir un mito, y ms an al partici-
par de una conversacin donde los interlocutores enuncian un mito
tras otro, se vive el placer de confirmar que hay una pertenencia en
comn, de experimentar la complicidad de quien guia un ojo y
recibe una sonrisa, de que en medio del trajn de la vida diaria y el
estrs urbano, puede haber un suspiro.
As, una sociedad polticamente ardorosa, ideolgicamente ca-liente, es una sociedad en la cual pueden emerger mitos de derecha
y de izquierda, religiosos y laicos. Una sociedad enla cual el debate
se enfra no tiende a borronear los mitos de unos y de otros. Tiende
a adoptarlos todos juntos sin distincin de origen y funcin.
Por qu? Porque esos mitos ya no cumplen con su rol original.
Es habitual que se proclame que lamentablemente los polticos
nunca se ponen de acuerdo. Eso se afirma cuando quiere impo-
nerse circunstancialmente un arreglo. Tambin se denuncianmuchos acuerdos como si fueran pactos ilegtimos cuando quiere
forzarse su ruptura. Ya no existen quienes creen por principiosque
los polticos deberan acordar y quienes creen que todo acuerdo
ser un pacto espurio. Lo que abundan son personas que enun-
cian cualquiera de estas dos cosas u otras diez simplemente para
disfrutar de la afirmacin de que todos son una porquera y sentir
que sus dichos son indiscutibles. Y que alguien se atreva a discutir-
los: ya ver cmo se lo descalifica. Adivine cmo se descalifica alque cuestiona. Otra vez: apelando a nuestra mitomana.
(mi ese seor debemos discutir. Nada bueno puede salir de dis
rutar egocntricamente de la propia voz diciendo cosas en apa-
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riencia irrebatibles que, bajo una mirada un poco ms exigente,
son completas boberas. Y menos si quienes quieren escuchar su
propia voz tienen altavoces, grandes medios o mucho poder. Que
quede claro: si no los tuvieran, tambin se tratara de una posicinque debe cuestionarse. Atacar ese dispositivo de enunciacin es
parte de un debate cultural necesario, un debate sobre los valores
y las creencias de la sociedad argentina que se apoye en datos, en
argumentos, y no en afirmaciones huecas. Ahora bien, si los fabri-
cantes y reproductores de mitos tienen el poder de decir por decir
frmulas idnticas con resonante petulancia, entonces el esfuerzo
ser ms arduo. Un conflicto de convicciones es tambin una lu-
cha de poder.
Hace varias dcadas sola hablarse de la lucha ideolgica como un
debate de contenidos. Por ejemplo, si la libertad estaba por encima
de todos los valores o si la igualdad deba ser al menos tan importan-
te como la libertad. Esas discusiones son cruciales, pero para poder
desarrollarlas necesitamos enfrentar el problema del mtodo. N o se
puede discutir mitolgicamente; no se puede confrontar democrti-
camente sobre valores recurriendo sobre todo a frases hechas y fr-
mulas vacas. Para deshacernos de ellas, lo primero que necesitamos
hacer es analizarlas. Tratarlas como bombas de tiempo que deben
ser desarmadas. Esa es la tarea en este momento.
El punto es que, parafraseando a Atahualpa Yupanqui, los mitos
son de nosotros, las vaquitas son ajenas. Las penas a las que aluda
el cantor seguramente tenan su origen en la relacin con otro, ms
poderoso. Pero las penas, como los mitos, son de nosotros porque
todos vivimos dentro de ellos. El que los enuncia no es ni un mal-vado ni un gil, aunque giles y malvados nunca falten. Los mitos son
de nosotros porque los decimos todos. Porque los creemos. O los
decimos por decir.
Estoy convencido de que hay valores ticos irrenunciables. Y que
los valores no se defienden slo con datos, claro est. Pero se ver
en estas pginas que para avanzar hay que despejar el camino, y
para eso hay que salir a machetear por la selva argentina de los
mitos, para abrirnos una picada. No todos los que emprendamoseste recorrido querremos llevar el barco al mismo puerto; algunos,
incluso, se preguntarn si hay destinos finales o simples arribos
parciales. Pero es necesario que ese barco se desprenda de las ama-
rras mitolgicas y, al mismo tiempo, que tome conciencia de que
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g y, p , q q
Acerca de la argentinidad 23
no podr deshacerse de algunas creencias, de algunos mitos, pero
podr, al menos, mantener una relacin ms reflexiva con ellos en
el futuro. Un barco consciente de los metales pesados que carga
en su bodega.
Nota sobre los mitos
Si usted quiere ir directo al grano y contrastar mi lista de mitoma-
nas argentinas con la suya propia, vaya sin escalas al primer grupo
de mitos, en la pgina 27. Por vicio profesional, necesito hacer to-dava algunas aclaraciones. En relacin con los mitos, se han de-
sarrollado distintas concepciones tericas. La primera de ellas ha
enfatizado la manera en que, a travs del relato sagrado, una co-
munidad determinada ofrece explicaciones acerca de cmo es el
mundo o cmo ha tenido origen una sociedad, una institucin o un
objeto. La segunda ha enfatizado el carcter tergiversador del mito:
el relato popular como falsificacin de una determinada realidad.
La tercera vertiente ha sealado el carcter movilizador e interpelador de la mitologa, su funcin creadora. Este libro concibe al mito
simultneamente como una explicacin de la realidad (una suerte
de teora popular), como una incitacin a la accin y como una fal-
sificacin. Cuando una sociedad o alguno de sus sectores poderosos
persiste en el intento de vivir en lajaula de la mitologa nacional, no
tenemos por qu permanecer neutrales.
No se trata de que podramos vivir sin mitos, algo as como te-
ner ideologas cientficas. Esa puede ser una forma especialmentepoderosa de la poltica y de la fabricacin cultural. Se trata de que
las mistificaciones que se han edificado a lo largo de dcadas en
nuestra sociedad manipulan de manera burda los datos de la reali-
dad, generando explicaciones errneas que luego se trasladan acti-
vamente a prcticas econmicas, institucionales, cvicas y polticas.
Por eso, es importante buscar y comprender los mitos argentinos.
Mi intencin en este libro ha sido sistematizar y poner en discusin
mito por mito, conformando una lista provisoria que ojal puedaampliarse en el futuro. Deshacer algunos de estos mitos es una con-
dicin necesaria, aunque no suficiente, para poder imaginar otros
luimos para la Argentina.
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24 Mitomanas argentinas
La experiencia social sedimenta en sentidos comunes, en miles
de pequeos y grandes mitos que muchas veces operan como ba-
rreras culturales, como obstculos para los procesos de cambio so-
cial. Este libro, al describir algunos de los ms importantes, preten-de promover el debate acerca de quines somos y cmo podemos
proyectarnos.
Imaginemos a una persona a la que le gusta jugar al ftbol, pero
que no tiene una habilidad especial para ese deporte. Si desea ser
aceptada, cmo le conviene comportarse? Evidentemente, no debe
intentar lucirse, eludiendo y haciendo jugadas de lujo, puesto que
por ese camino caer en el ridculo. Le conviene ser consciente de
sus capacidades y limitaciones, tal como son percibidas por s misma
y por los dems. Cumplir su rol de acuerdo a sus cualidades. Imagi-
nemos a una mujer o un hombre que desean presentarse del mejor
modo posible en una fiesta. Podrn escoger su ropa, sus accesorios y
su maquillaje hasta un lmite, por debajo del cual no habrn sabido
utilizar sus potencialidades y por encima del cual se acercarn al
absurdo.
Por qu un pas funcionara de manera diferente, si cotidiana-
mente se presenta en la sociedad mundial y si participa al mismo
tiempo de muchos y diferentes juegos internacionales? Soy cons-
ciente de que el argumento global ha sido muy usado en aos re-
cientes para intervenir en favor de que la Argentina se adapte al
neoliberalismo y al Consenso de Washington. Pero aqu no se trata
de comportarse como este o aquel poder mundial espera que lo
hagamos, ya que ello responde a sus intereses y no a los nuestros.
Se trata de saber no slo cules son nuestros intereses, sino culesson nuestras capacidades y limitaciones. Este libro pretende colabo-
rar para que podamos empezar a distinguir la paja (por ejemplo, el
Consenso de Washington) del trigo. No creernos ms, ni menos, de
lo que somos. N o hacer el ridculo y no subordinarnos.
Uno de los grandes desafos para la Argentina es poder construir
una lgica distinta del debate pblico. Necesitamos nuevas formas
de argumentacin, que no renuncien a las tribunas del estadio, a
las banderas o las marchas, pero que sepan que las elecciones nose ganan ni los pases se gobiernan slo con liturgias, narraciones
o mitos. Sabemos, sin embargo, que oponerse a los relatos popula-
res sobre grandes hombres y mujeres o sobre momentos picos de
nuestra historia es, en cierto sentido, oponerse al aire. No hay socie-
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p y
Acerca de la argentinidad 25
dades sin narraciones de uno u otro tipo. La efervescencia colectiva
es parte de la construccin de una sociedad democrtica.
Es por eso que este libro apunta en otra direccin. Busca atacar
con fundamentos provenientes de la investigacin social algunascreencias que resultan especialmente dainas para nuestra socie-
dad. Esto hace posible y as lo proponemos que quienes disientan
con la posicin que aqu se despliega puedan utilizar formas anlo-
gas de argumentacin.
Hay muchas teoras acerca de por qu a los argentinos nos pasa
lo que nos pasa. Teoras econmicas, teoras polticas, de uno y otro
tipo. Aqu no queremos ofrecer otra teora, aunque s otro enfoque.
Queremos observar desde la cultura nuestras propias creencias, in-cluyendo algunas de esas teoras. Creencias sobre la poblacin, so-
bre el territorio, sobre la economa y la poltica. Nuestra crtica a las
falsas creencias que aqu revisamos se sustenta en saberes surgidos
en las ciencias sociales. Necesitamos ms investigacin en ciencias
sociales si, adems de agregar conocimiento a la cadena producti-
va para posicionarnos mejor con las exportaciones, aceptamos que
es imprescindible agregar conocimiento al debate pblico y a las
polticas pblicas. Por eso, el lector encontrar en estas pginas va-rias voces, distintas referencias a investigaciones histricas, sociol-
gicas o antropolgicas de la Argentina. Muchos ms autores pueden
y deben ser incorporados a esta tarea.
La mayora de estos mitos tiene varias dcadas de vida, historias
culturales muy extensas. Algunos de ellos cobraron mayor potencia
en la actualidad, otros en los noventa, otros estn all esperando ser
ms utilizados. Son importantes en todas las coyunturas polticas, y
datan de mucho tiempo antes del surgimiento del kirchnerismo, e
incluso del menemismo. Dira que fenmenos polticos como esos
han sido muchas veces ledos a travs de estas falsas creencias. No
resulta sencillo escribir un libro sobre estos temas en la Argentina,
donde la pregunta de coyuntura se impone: muy bien, pero usted
est a favor o en contra? Resulta difcil explicar que uno est a favor
de ms democracia, de ms igualdad, de ms justicia, y por lo tanto a
favor de todas las medidas que ayuden a alcanzar esos objetivos y en
contra de las que nos alejen de ellos. En cuntos dilogos de sordos
hemos participado? Bueno, despus de las numerosas frustraciones
que el odo nos ha deparado en los bares (quin no escuch char-
las do cal ('ii las que se detecta que alguno de los interlocutores
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26 Mitomanas argentinas
salta de un mito a su contrario sin muchas dificultades?), aposta-
mos a un libro, lo que significa apostar a la mirada reflexiva del
lector. En el taxi y el colectivo, a las palabras se las lleva el viento.
El artefacto libro, en cambio, permite al lector hacerfast forwardy rewind,es decir, adelantarse en el recorrido o volver atrs cuando
quiera revisar algo, porque las palabras impresas estarn all, o aqu,
para contribuir a cada bsqueda, para impulsar el debate y para ser
debatidas.
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M I T O S P A T R I O T E R O S
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Famosos globalmente por nuestra soberbia, as como no-
sotros tenemos nuestros chistes de gallegos hay muchos ms chistessobre argentinos dando vueltas por el mundo que lo que podemos
referir aqu. No los voy a contar, porque a mis amigos generalmen-
te no les hacen mucha gracia. Pero es importante registrar que so-
mos burlados y a veces detestados por nuestra pedantera, aunque
esta, en realidad, no se encuentre equitativamente distribuida entre
nuestros compatriotas. Hay algunos muy humildes y otros que se
la han credo: ms penas entre los primeros, ms vaquitas entre los
engredos. Ser que entre los que viajan al exterior hay ms de lossegundos que de los primeros, o ser que son ms notorios. O acaso
simplemente que aquellos argentinos que se comportan tal como
lo indica el estereotipo del soberbio son considerados autnticos
representantes de su nacionalidad y el resto, raras excepciones. Por-
que, a decir verdad, cuando los extranjeros vienen a estas tierras
muchos de esos estereotipos se desarman.
Lo cierto es que la Argentina se construy creyndose muy distin-
ta y superior a sus vecinos. El percibirse como un pedazo de Europa
en zona equivocada, la facilidad para alardear o para creer que el
subdesarrollo es algo allende nuestras fronteras, son caractersticas
que han entrado en crisis hace varios aos, pero que a la vez han
revelado una persistencia sorprendente. Si pensamos que estamos
condenados al xito,cada vez que no ganamos un mundial de ftbol o
de algn otro deporte, cada vez que el pas no brilla en la cumbre de
las estadsticas del tema de la semana, surgen dos tipos de respuesta.Una, anudada a esa soberbia, es la de la injusticia de un mundo em-
peado en ponerse contra los argentinos, de rbitros que siempre
fallan contra nuestros intereses legtimos. La otra, que ocupar el
siguiente captulo, refiere a que si no somos los mejores es porque
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30 Mitomanas argentinas
Otro elemento, del que no podremos ocuparnos aqu, se refie-
re a los malentendidos surgidos de situaciones interculturales. Ha-
bitualmente, comparados con ciudadanos de pases cercanos, los
argentinos utilizamos un tono de voz ms alto, ms contundente;
nos importan menos las jerarquas, reclamamos incluso frente a una
azafata por nuestros derechos, no somos muy esquivos al conflicto
ante cualquier percepcin razonable o no de injusticia. Y esos h-
bitos, profundamente incorporados, son interpretados muchas ve-
ces como parte de esa soberbia que genera fuerte irritacin: Qui-
nes se creen que son ?
Ms all de las percepciones de los de afuera, creemos que esnecesario preguntarnos qu hay en nuestra cultura y en nuestras
creencias que alimenta ese lugar comn. Estas creencias tienen
origen en un ncleo muy firme vinculado a cmo se proyect, se
imagin y se despleg la idea de nacin. En efecto, la Argentina
fue concebida por algunos de sus padres fundadores en la segunda
mitad del siglo X IX como un enclave europeo en Amrica Latina.
Es decir, un pas que por su cultura, su poblacin y sus posibilida-
des era comparable a los ubicados del otro lado del Atlntico (alnorte de Africa y no en Africa misma, claro est). Por lo tanto, con-
trastaba (y se la haca contrastar en los relatos sobre la nacin) con
los vecinos tan diferentes de Brasil, Bolivia o Paraguay. La soberbia
de los argentinos es un estereotipo, pero esta idea, de profundo
desprecio hacia el resto de Am rica Latina, existi y se percibe an
en nuestra cultura.
Hay algunos mitos patrioteros, antiguos y contundentes, que ne-
cesitamos revisar desembozadamente para comenzar a desandar esecamino y a desarmar comportamientos que nos distancian, incons-
cientemente, de nuestros otrosms cercanos.
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La Argentina es un pas europeo
Gracias a la inmigracin, la educacin pblica, laindustrializacin y la integracin social, la Argentina
tiene un nivel de desarrollo que la distingue de todos susvecinos. \ \
Quizs este sea el mito padre de todos los mitos nacionales. Primero
fue una profeca. A mediados del siglo X IX , varios presidentes e
intelectuales argentinos soaron con promover la inmigracin parapoblar el desierto. La inmigracin deba llegar, de acuerdo con este
proyecto, desde los pases ms desarrollados de Europa. La llegada
de inmigrantes de zonas pobres de Espaa e Italia comenz a gene-
rar frustracin, por no mencionar que acrecent los niveles de con
flictividad social y poltica. Sin embargo, una vez finalizado ese pro-
ceso, cuando comenzaron a llegar a las ciudades los pobladores del
interior del pas, los llamados despectivamente cabecitas negras , la
figura del inmigrante europeo, trabajador, que enviaba a sus hijos aestudiar para el progreso del pas, comenz a ser idealizada.
En nuestro imaginario nacional, esas ideas se mezclan de modos
confusos con los grandes xitos argentinos: una poderosa educa-
cin pblica, una temprana reforma universitaria, un desarrollo
industrial y una legislacin social importantes hacia mediados del
siglo XX. Esos y otros logros no fueron generalmente analizados in-
troduciendo todos los matices que requieren, es decir, advirtiendo
los procesos de exclusin reales en los diferentes perodos, cons-tatando las dificultades institucionales y democrticas recurrentes,
planteando la persistencia de desigualdades brutales entre zonas del
pas. En el momento en que el mito de la soberbia monopoliz el
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32 Mitomanas argentinas
asunto, la Argentina fue considerada un pas extraordinario, y eso
se identific con Europa.
Hay tres procedimientos problemticos en ese mito. Uno, la idea-
lizacin (pasada o presente) del pas. Dos, y como consecuencia,la invisibilizacin de los problemas reales, tanto actuales como del
pasado. Y tres, quizs el ms importante, la identificacin del ideal
con Europa. Este ltimo punto se mantiene incluso cuando la so-
berbia cede el terreno a la idea de que hemos entrado en una de-
cadencia nacional porque ya no somos como fuimos: europeos. Es
importante registrar lo siguiente: si el debate se reduce a si somos
europeos o si lamentablemente ya no lo somos, se parte de la idea
comn de que eso es lo que deberamos ser.
En qu lugar de Europa, del pasado o del presente, existe esa
Europa idealizada? Ciertamente, cuando en el siglo XIX generaba
frustracin que la inmigracin no viniera de las zonas industriales
de Inglaterra o Francia sino del sur empobrecido, era porque el
viejo continente no se perciba como un ente homogneo. Europa
no era Galicia o Npoles, sino Londres, Mnchester o Pars. Pero si
uno pudiera observar cmo era realmentela vida de la mayora de los
obreros reales, incluso en las ciudades idealizadas, se dara cuenta
de que aquellas sociedades del viejo continente distaban mucho de
ser una maravilla. No es casual que los movimientos obreros hayan
tenido all tanta fuerza a fines del siglo XIX e inicios del XX.
Exactamente el mismo razonamiento debera hacerse hoy en
da. La Europa idealizada no es Grecia ni Portugal, ya ni siquiera
Espaa. Europa, como lugar perfecto, como destino por alcanzar,
va empequeecindose poco a poco. Por supuesto, si uno toma lasmejores dos dcadas de cualquier pas puede construir una buena
imagen de muchas sociedades. Este procedimiento, para cualquier
mirada medianamente crtica, resulta inaceptable.
En el fondo, el problema radica en que necesitamos buscar una
imagen afuera. No est mal observar al resto del mundo y sentimos
impulsados a lograr lo que hayan logrado otros pases en tal o cual
aspecto. Renunciar a hacerlo sera otra forma de la soberbia. Pero es
sospechoso que, si hay algo para aprender de cada uno, en la lista depases a considerar no figuren Brasil, Uruguay, China u otros. Salir
del mito de que somos un pas europeo (o lamentarse porque no lo
somos, que es casi lo mismo) es una condicin necesaria para, al mis-
mo tiempo pensar desde otra perspectiva nuestro lugar en el mundo
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mo tiempo, pensar desde otra perspectiva nuestro lugar en el mundo.
Mitos patrioteros 33
Uno imagina su lugar en el mundo en gran medida por las imgenes
que tiene de su dudad o de su pas. Y en la formacin de estas im-
genes, el trabajo de la escuela es fundamental. De hecho, nuestra
idea acerca del territorio se explica en gran medida a partir de variasexperiencias que los argentinos hemos tenido en la escuela. Para
cualquiera de nosotros es difcil tener una representacin mental
de nuestro pas que eluda la imagen identificada con esa forma de
bife de chorizo estirado. Me atrevera a sugerir que, en la idea que
los argentinos tenemos del territorio, la accin de los mapas escola-
res n 3 o n 5 ha sido muy eficiente. En esos mapas, en particular
los de divisin poltica, la Argentina aparece blanca con los lmites
interprovinciales punteados, el mar aparece celeste y todo el resto,los pases vecinos, aparece grisado de manera homognea, cuando
en realidad son pases muy diferentes y con nombre propio. En esas
imgenes escolares hay un recuadro en la parte inferior derecha
que indica Antrtida Argentina en lugar de Antrtida solicitada
por la Argentina. En los mapas chilenos tambin se presupone que
una parte notable de lo que, segn se nos informa, es Antrtida
Argentina es, del otro lado de la cordillera, territorio chileno. To-
dos sabemos que no es, ya que no hay tratados al respecto. Peroseguimos imprimiendo mapas y distribuyndolos entre millones de
argentinos. Creamos as la idea de que eso es la Argentina cuando,
si bien la Argentina propone que eso sea as, hoy por hoy no tiene
soberana sobre ese territorio.
Otras imgenes territoriales circulan y producen efectos podero-
sos acerca de cmo imaginamos nuestro territorio. La imagen del
territorio nacional extrada del contexto continental, que suele
aparecer en los medios de comunicacin, me produjo a m mismouna confusin notable. Durante mucho tiempo cre que Tierra del
Fuego era una suerte de tringulo rectngulo. Eso es correcto si se
i ofici e a nuestra provincia de Tierra del Fuego, pero no a la isla de
La unidad nacional se basa en el territ or io
El fundamento de la identidad argentina es el territorio nacional,
tal como se observa en los mapas escolares: somos los dueosde la Antrtida Argentina y estamos rodeados por territorios
grises indiferenciados. ^
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34 Mitomanas argentinas
Tierra del Fuego, la mitad de la cual es chilena y se haba evaporado
de mi propia imagen territorial gracias a un exceso de consumo de
mapas que llevan a equvoco. La forma de la isla, como tal, es ms
bien la de un tringulo issceles; partida por la mitad parece formarun ngulo recto, pero esto responde a un lmite poltico, no natural.
Podr creerse que estos no son mitos territoriales, sino simples
malentendidos escolares. En ese caso, sugiero viajar a Ro Turbio
y buscar en las rutas los carteles que indican que Chile o Puerto
Natales se encuentran a tan slo 30 km en determinada direccin.
Esos carteles no existen porque los mapas, que nos abstraen del
contexto de nuestros vecinos, se hacen realidad en otros modos de
invisibilizar esas presencias. Tampoco se trata de una peculiaridadargentina. Del otro lado de la cordillera se verificar exactamente el
mismo problema. Poner el cartel, cambiar el mapa, es desmitificar.
La historia oficial tuvo dificultades para determinar una base de
pertenencia nacional en nuestro pas: en la medida en que criterios
como el de la unidad lingstica o religiosa eran demasiado ende-
bles, finalmente se opt por tomar como criterio de definicin la
unidad territorial. Como seala Luis Alberto Romero en La Argen-
tina en la escuela: Qu es la Argentina en el sentido comn? En
primer lugar, es una imagen caracterstica de la experiencia escolar:
un mapa, con los contornos fuertemente marcados, que correspon-
de a una porcin de territorio de fronteras definidas y categricas.
Y ms adelante: Se afirm, hasta convertirlo en idea natural, que
la nacionalidad argentina emana de un territorio que era previo a
todo, y que en un cierto sentido estaba ya dibujado antes de la lle-
gada de los espaoles, separando y diferenciando a los aborgenes
argentinos de los paraguayos, bolivianos o chilenos.
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Mitos patrioteros 35
La Argentina debera tener la extensin del Virreinato del Ro de la Plata
El territorio del Virreinato, que inclua Paraguay, Uruguay y unaparte de Bolivia, corresponda naturalmente a la Argentina.
Haberlo perdido es un desastre y un captulo de nuestra
decadencia.
Cuando uno observa el mapa actual de Amrica del Sur, por no
decir de Amrica Latina, resulta sorprendente cmo, a partir de dos
poderes coloniales (Espaa y Portugal), han surgido diez pases. Lasexplicaciones tradicionales sealan especialmente la existencia de
tres virreinatos o administraciones coloniales que estructuraron la
vida independentista. Pero en realidad hubo otros fenmenos his-
tricos que complicaron ms la situacin, generando procesos cen-
trfugos en los aos inmediatamente posteriores a 1810. La rpida
autonoma de Asuncin, las tensiones con la Banda Oriental, las
dismiles perspectivas respecto de Chile son interpretadas, desde la
historia y la geografa nacionalistas, como obstculos que imposibili-taron el cumplimiento de un destino. Ese destino era una Argentina
tan vasta como el Virreinato del R o de la Plata, que llegaba incluso
hasta el Alto Per. En realidad, esa concepcin teleolgica haba
un destino que alguna vez sustent visiones geopolticas se basa en
una presuncin inventada por los autores nacionalistas. Las ciuda-
des de aquel virreinato, creado poco ms de tres dcadas antes de
la Revolucin de Mayo, no estaban destinadas a formar una nacin.
En 1810 ningn sentimiento nacional las una (como seala Chia
ramonte en Ciudades, provincias, estados) y, por el contrario, fue la
organizacin muchas veces traumtica de un Estado lo que a poste
riori instituy un sentido de pertenencia que no fuese el americano
o el estrictamente local.
Ahora bien, el mito del Virreinato como destino incumplido pro-
duce mltiples daos: primero, la idea de una nacin frustrada o in-
completa; segundo, una concepcin desdeosa de nuestros vecinos,
que podra llevar a tensiones en el futuro. Ciertamente, hoy ese mito
ha perdido mucho de su viejo poder, que se articulaba con las pre-
tensiones hegemnicas de la Argentina sobre la regin, pero es mejor
cavar la losa y enterrarlo que dejar que se pudra a la intemperie.
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36 Mitomanas argentinas
De este mito de nacionalismo territorial surge la matriz de nues-
tro desprecio hacia los pases vecinos.
Bolivia y Paraguay son pases de indios
Esta porcin de Europa que es la Argentina est rodeada depases poblados por indios, de vecinos que representan el
A pesar de las similitudes tnicas y culturales a ambos lados de los
ros Bermejo, Pilcomayo y Paran, la Argentina era pensada como
Europa. Pero para ser concebida como un enclave europeo, necesi-
taba convertir a sus vecinos en otros . Para emblanquecerse imagi-
nariamente, necesitaba indigenizar o ennegrecer a quienes estaban
del otro lado de la frontera, convertir a sus vecinos en pases de in-
dios. En realidad, la poblacin del pas era mucho ms heterognea
que la soada por los civilizadores. Sin embargo, all donde dentro
de la Argentina terminaba la presencia de los descendientes de los
barcos y comenzaba la presencia indgena o mestiza, se edificaba
una frontera dentro del propio territorio. En trminos de ciuda-
dana, la Argentina terminaba all donde ya no haba argentinos
como crisol de las razas europeas. El atraso relativo de Paraguay o
Bolivia en cuanto a grado de industrializacin o educacin pblica
vena a confirmar la supuesta europeidad de la Argentina, en lugar
de suscitar reflexiones acerca de la historia poltica (lo que habra
sido ms atinado), por ejemplo en torno a las caractersticas de la
explotacin minera colonial en el Alto Per o la Guerra de la Triple
Alianza.
Esos verdaderos otros, tan distintos de nosotros, tornan ms
sencilla la idea de que la Argentina actual es una porcin de Euro-
pa. Adems, la imagen del territorio nacional como un gran desier-
to se simplifica al expulsar esas zonas, con poblaciones diferentes,
de nuestra propia historia. Como muchas de las ideas falsas que los
argentinos tenemos de la Argentina, esta tambin tiene dos caras.
Por un lado, un nacionalismo que ha perdido fuerza y que se encar-
na en la nostalgia por el autntico territorio virreinal como base
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Mitos patrioteros 37
del territorio nacional. Por otro, una historia oficial, que tambin
se debilita, sobre el olvido o decreto de inexistencia de los procesos
que llevaron de un territorio a otro. Sin embargo, ambos son an
potentes a la hora de estructurar nuestras percepciones e imagina-ciones acerca de los pases vecinos y, consecuentemente, acerca de
quines somos y dnde estamos.
Brasil, pas de negros, playas y carnaval
Brasil es una playa preciosa donde todo el ao es carnaval,generoso en mulatas, fiestas y caipirinha. Obrigado.
Muchos lectores de este libro habrn disfrutado de una playa brasi-
lea. El resto deseara conocer ese paraso de morrosy arena. Hasta
hace pocos aos Brasil estaba presente en la imaginacin de los ar-
gentinos como el pas de las playas, la fiesta, el carnaval, las mulatas y
(calculo tambin) los mulatos. El Imperio de Brasil, esclavista hasta
fines de la dcada de 1880, no ingres en el imaginario social como
una potencia militar sino como un pas de negros . Junto a los pa-
ses de indios, esta figuracin contribua mucho a que la Argentina
se imaginase a s misma como pas europeo.
En 1921, el presidente de Brasil recomend que la seleccin
nacional de ftbol que viajara a Buenos Aires no incluyera juga-
dores mulatos ni negros. El presidente quera ayudar a mejorar la
imagen de los jugadores brasileos, que cinco aos antes haban
sido llamados macaquitos por la prensa argentina. Quera que el
ftbol ayudase a desmentir el carcter negro de Brasil. As, como
estudi limar Mattos, se parta de la idea racista de que un pas
de negros era un problema y se trataba de desmentir el estereo-
tipo con el ftbol. Pero el prejuicio era muy poderoso, y no fue
en aquella poca cuando la imagen que Argentina tena de Brasil
cambi. Hacia mediados del siglo XX, en las ciudades fronterizas
entre ambos pases, argentinos y brasileos establecan relaciones
muy asimtricas: los primeros ocupaban el lugar de las clases me-
dias blancas, educadas, comerciantes, y los segundos ocupaban el
lugar de los mulatos, de los trabajadores a destajo.
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38 Mitomanas argentinas
Esta imagen de superioridad argentina se extenda a amplios y
diversos sectores de la sociedad. No se perciba la complejidad de
Brasil, que, ms all de sus serios problemas de exclusin social, iba
construyendo planes de industrializacin y fortaleciendo sus institu-
ciones y empresas pblicas. Cuando la Argentina fabricaba aviones
en Crdoba, el gobierno brasileo propuso una cooperacin entre
ambos pases. Era la poca no slo de la soberbia argentina, sino
tambin de las hiptesis de conflicto blico entre ambos pases. La
elite militar y diplomtica argentina crea que poda ser hegemni
ca en la regin y que eso implicaba evitar el desarrollo de Brasil. La
propuesta fue rechazada, quiz con cierta mofa: hacer aviones con
Brasil, un pas atrasado?
Mientras resonaban las carcajadas argentinas, el programa desa
rrollista se desplegaba con xito en Brasil desde Juscelino Kubits
chek en adelante, en tanto que la Argentina oscilaba entre la formu-
lacin de programas de desarrollo y las crisis recurrentes. Yaciret
fue una respuesta argentina, mucho menor en capacidad, a la ini-
ciativa de Brasil en Itaip. A fines del siglo XX, la Argentina haba
desarmado la produccin de aviones y Brasil, con Embraer, se eriga
en una potencia internacional en esa rea al convertirse en un pro-
veedor clave para la renovacin de la flota de Aerolneas Argentinas.
Ya no resonaban las carcajadas.
En la actualidad, tanto dentro de las elites militares como en las
relaciones sociales en las fronteras, las jerarquas se han invertido.
Petrobrs contra YPF y toda una lista de comparaciones dan cuen-
ta de los resultados. Eso no significa que el europesmo argentino
haga agua en las playas brasileas. Pero, como pas propenso a las
dicotomas, que va de un extremo a otro, conviven en nosotros dos
imgenes opuestas de Brasil. Por una parte, el pas del atraso y la ex-
clusin; por otra, la potencia industrial e internacional en que logr
convertirse a partir de sus polticas de Estado.
La primera de esas imgenes es sencillamente falsa y por comple-
to desinformada. Slo sobrevive entre quienes llegan ysalen de una
playa brasilea sin aprender a decir obrigado, que no son pocos.
La segunda tiene fuertes elementos de verdad, pero se trata de unaverdad parcial. En primer lugar, porque la Argentina no debera
pretender tener un poder equivalente al de un pas con una pobla-
cin cuatro veces ms numerosa y con un territorio mucho ms ex
len.so. Km segundo lugar, porque, a la hora de hacer comparaciones,
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Mitos patrioteros 39
es necesario comprender que Brasil es un pas que ha tenido mayor
continuidad econmica, poltica e institucional, y que eso conlleva
muchos elementos positivos y algunos negativos. La mayor continui-
dad de la esclavitud en el siglo X IX no parece ser un rasgo elogiable,
como tampoco lo es la continuidad de la clausura de los archivos de
la dictadura militar, que permanecieron cerrados hasta 2011. Si se
intentara una comparacin rigurosa, y a pesar de la escasez de pol-
ticas de Estado en la Argentina en la segunda mitad del siglo XX, las
imgenes de ambos pases seran ms complejas que lo que el e logio
acrtico que a veces se hace a la sociedad brasilea permite observar.
Los elogios y las crticas slo valen la pena si buscamos aprender,
ms que reproducir mitos. Para ello necesitamos abolir toda ilusin
de superioridad patritica, as como todo llanto de inferioridad, dos
rasgos dainos y constitutivos de nuestro pas.
En el imaginario nacional argentino, Uruguay ocupa un lugar curio-
so. Ms que una alteridad pasible de ser indigenizada o ennegreci-
da, su analoga racial imaginaria lo torna fagocitable, asimilndolo
a una provincia, figura de largo anclaje colonial. La idea de que
p or su historia, su lengua, su composicin poblacional y, lo que no
es menor, su cultura rioplatense sera una parte de la Argentina
constituye una negacin de un otro que existe jurdica e histrica-
mente. La combinacin de la matriz clasificatoria, donde el otro
slo se construye en trminos de oposicin, con la idea de que la
Argentina es Buenos Aires y con el pensamiento virreinal acerca del
territorio destinado a la Argentina, produce esa peculiaridad. La
circulacin de ideas y personas en el Ro de la Plata no puede ser
menospreciada, ciertamente, como tampoco los elementos compar
lidos surgidos de esas y otras interacciones. Sin embargo, Buenos
Aires se encuentra entrelazada con una formacin cultural nacional
Uruguay es una provincia argentina
Uruguay es tranquilo, la gente es cordial, sus playas son tan hermosas y sus edificios de gobierno tan pequeos... Es una denuestras provincias ms lindas.
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en extremo heterognea, que no se reduce a la cultura rioplatense
y que es muy diversa. En los ltimos aos, se ha hecho evidente que
existen diferencias no slo jurdicas, sino culturales, entre ambos
pases, y que esas diferencias no deberan, aun cuando esas dife-rencias sean comparativamente menores, ser negadas. El plano ms
evidente es la diferencia de culturas polticas; en este sentido, Uru-
guay constituye un caso de consensos y gradualismos peculiar en el
contexto latinoamericano.
El punto es que esa percepcin, heredera del perodo colonial,
pretende hacer como sino hubieran sucedido una multitud de pro-
cesos histricos que datan de la poca de Artigas y la guerra de
1826 y llegan hasta el siglo XX, involucrando cuestiones que vandesde el ftbol hasta las pasteras. Un porteo puede percibir tan
cercano culturalmente a un montevideano como a un rosarino. Eso
no niega que haya una diferencia no slo jurdica, sino tambin
histrica y cultural.
Es positivo que los uruguayos sean uno ms entre nosotros y vi-
ceversa. Pero me parece importante que eso sea consecuencia de
considerarlos un pas igual a cualquier otro y no un anexo.
Amrica Latina es una frmula extraa. En la Argentina es fre-
cuente escuchar hablar de Amrica Latina en tercera persona. Lo
que sucede en Amrica Latina sucede all. Sorprende cmo esa
frmula se extiende por el subcontinente, ya que en Brasil siempre
se alude a Amrica Latina como aquello que est fuera de la Ilha
Brasil,en Chile como lo que est del otro lado de la cordillera o alnorte, en Mxico como lo que comienza en Guatemala, en Uruguay
como una alteridad. Las clases polticas progresistas nunca cometen
este pecado, y mucho menos cuando les toca hablar de las inde
pendencias o los bicentenarios Pero pareciera que en los sistemas
All, en Amr ica Lat ina...
En Ro de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo o Santiago
de Chile Amrca Latina es unterritorio que est all
afuera.
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pendencias o los bicentenarios Pero pareciera que en los sistemas
Mitos patrioteros 41
educativos y mediticos en los cuales esas elites polticas deberan
tener alguna incidencia han permeado poco esos nobles concep-
tos bolivarianos, ya que el hombre de la calle tiende a pensar en su
lugar como un aparte del subcontinente.
As, por un lado todos conocen ese nosotros de las indepen-
dencias, de las expoliaciones y del sueo comn de tantos hroes, y
apelan a l cada vez que corresponde hacerlo. Pero en el habla coti-
diana de la calle o de los medios, Amrica Latina es afuera, es otro.
El mito de la hermandad es polticamente correcto. Convive con
el anterior, ya que en el mundo del mito sobra espacio para las
contradicciones. Segn el mito de la hermandad, somos todos des-
cendientes de la misma Madre Patria, frecuentemente equiparada
con la Pennsula Ibrica. Este mito siempre se apoya en un supues-
to de sangre, que conlleva una alianza inquebrantable y un destino
comn. T odo esto ha sido desmentido, ya que las alianzas y los des-
tinos son construidos por los gobiernos y los movimientos sociales,
cuando as lo desean, y en los casos en que lo consiguen. Lo han
deseado antes en las palabras que en los hechos, pero para lograr
una verdadera articulacin del colectivo habra que pensar qu eslo que cada uno estara dispuesto a ceder. Si las metforas de pa-
rentesco fueran imprescindibles, mejor que hablar de hermandad
sera pensar en trminos de matrimonio, ya que as se anulara la
nocin de lo inevitable y se impondra la idea de lo electivo.
El mito de la hermandad de los pueblos latinoamericanos, bienin-
tencionado contra los lastres de los nacionalismos que nos aislaron,
termina por convertirse en un verdadero obstculo. Cuando uno
quiere articularse e integrarse, en vez de hablar de una fraternidadinmemorial debera reconocer los problemas reales que tenemos
y pensar conjuntamente cmo abordarls. Si esto no ocurre, no se
lograr la tan mentada integracin. Si eso fracasa, de nada servirn
La hermandad latinoamericana
Somos todos hermanos, pases iguales, con la misma historia,
ocasionalmente desunidos por los poderosos.
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las palabras rimbombantes y las afirmaciones de que tenemos un
origen y un destino comunes. No tenemos un destino. Por el con-
trario, necesitamos construirlo.
Cien aos de soledad es una novela extraordinaria. Pero postularla
como metfora de Amrica Latina es cometer el mismo error que
las perspectivas folclorizantes o indigenistas. De modo positivo, el
mito reivindica para Amrica Latina una especificidad cultural que
es negada por ciertos imaginarios hegemnicos. De modo negati-
vo, en ese mismo acto se postula que esa especificidad condensa la
nica verdad del continente. Una peculiaridad mgica homognea-mente abarcadora. Si Amrica Latina es Macondo, se aplicara aqu
la tesis que postul Mario Vargas Llosa en la conferencia que dio en
la Feria del Libro de Buenos Aires en 2011:
Esa mentalidad llev a decidir que todo un gnero litera-
rio, la novela, fuera prohibido durante los tres siglos que
dur la colonia en todas las posesiones espaolas de Amri-
ca. Durante trescientos aos no se pudo editar ni importar
ficciones en las colonias americanas. [...] Una de las per-
versas o tal vez felices consecuencias de esa prohibicin fue
que en Amrica Latina, como la ficcin fue reprimida en el
gnero que la expresaba mejor, las novelas, y como los seres
humanos no podemos vivir sin ficciones, estas se la arregla-
rn para contaminarlo todo: la religin, desde luego, pero
tambin las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, lafilosofa y, por supuesto, la poltica. Con el previsible resul-
tado de que todava en nuestros das los latinoamericanos
tenemos grandes dificultades para discernir entre lo que es
la ficcin y lo que es la realidad.
Amr ica Latina es Macondo
Amrica Lat ina es un continente mgico e irracional, donde la
naturaleza y lo maravilloso se entrelazan en la vida cot idiana y
donde cualquier cosa inexplicable puede ocurrir.
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Se trata de una bella estrategia retrica. Primero, porque presenta
a la ficcin como un sujeto que puede poner en jaque al mal, y ese
mal es nada menos que la situacin colonial. Nos hemos independi-zado, pero no de las consecuencias paradjicas de la colonizacin:
la presencia de la ficcin en nuestra poltica, las dificultades para
comprender la realidad.
No deseo responder a estas afirmaciones postulando un supues-
to realismo no mgico de los latinoamericanos. Deseo sostener
que la interpretacin de la realidad a partir de ciertos parme-
tros mticos, narrativos, Accinales, es una caracterstica universal
de las sociedades conocidas y no tiene nada de especficamentelatinoamericano. Si quisiera demostrarse que el relato de Vargas
Llosa no se ajusta a los hechos histricos, bastara con recordar las
interpretaciones que Moctezuma haca de la llegada de Corts a
Mxico. La duda sobre el carcter divino de los recin llegados era
la consecuencia de situar esos hechos en el marco de otros relatos.
Los antroplogos han mostrado que eso sucedi tambin en otros
contextos; por ejemplo, la llegada del capitn Cooke tambin fue
significada en el marco de sus propios relatos mticos por los habi-tantes de Hawi.
Si observamos sin prejuicios, podremos advertir que, lejos de ser
un rasgo de las sociedades antiguas, esta particularidad permite en-
tender hasta qu punto muchos estadounidenses interpretan las
guerras de Irak, Afganistn u otras tambin a partir de relatos m-
ticos, como muestran muchas historias del cine o la televisin. As,
encontraremos que la poltica se entremezcla con la ficcin en mo-
mentos clave de la historia reciente de varios pases centrales: em-presarios televisivos convertidos en autoridades polticas, enemigos
internos que son acusados de colocar bombas que hacen estallar
terroristas extranjeros, entre tantos ejemplos.
La pregunta sobre el realismo mgico es interesante. La lati
noamericanizacin de la magia es una exotizacin y una esencializa-
cin mucho ms ficticia que real. No existen pueblos con una esen-
cia o una realidad ms mgica que otros. Lo que existe son ficciones
que intervienen tambin en las disputas acerca de cmo interpretar
esas realidades.
Volviendo a Amrica Latina, si todo fuera reductible a Macondo,
cabra preguntarse cmo surgieron las industrias en los municipios
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que integran el ABC de San Pablo, la produccin siderrgica, pe-
troqumica o de automviles, las medidas ejemplares de la Corte
Constitucional de Colombia o los juicios a los represores en la Ar-
gentina, diplomacias como la brasilea, universidades como las de
varios pases de la regin, y as sucesivamente. Se nos responder,
seguramente, que la tragedia latinoamericana es no haber dado ms
espacio a esos logros, avances de la civilizacin contra Macondo.
Pero responderemos que la narrativa civilizatoria es el relato mtico
dentro del cual seguimos sumergidos. Que sea un cuento acerca de
nuestro progreso no desmiente que sea un cuento.
El hecho de que Amrica Latina encabece el rankingcomo el con-
tinente ms desigual del planeta, la pobreza de los campesinos e in-
dgenas o los chicos de la calle, nada tienen de mgico. Ni tampoco
el narcotrfico o la corrupcin.
Las intenciones de convertir a la regin en un continente mgico
no podrn ocultar las propias ficciones que regulan sus pretensio-
nes polticas.
En torno a la cuestin Malvinas conviven muchos mitos de carc-
ter diferente y contradictorio. Los imperios construyen mitos sobre
pueblos coloniales que se autodeterminan. Las naciones constru-
yen mitos sobre sus territorios. Los ms iracundos antinacionalistas
argentinos podrn afirmar que la frase las Malvinas son argentinas
es en s misma un mito.
Nada me preocupa ms que la descontextualizacin. Para los ob-
jetivos de este libro, lo relevante es cmo el episodio inaugurado el2 de abril de 1982, con Galtieri, el apoyo de vastos sectores, la am-
plia movilizacin de sentimientos, de soldados y de solidaridades,
anud momentneamente, por escasas semanas, a los militares con
sus vctimas. Eso despert una ilusin de que algo, un smbolo, ha-
Hundimos un barco, derrotaremos al Imperio Britnico.Con coraje, le mostraremos al mundo quines somos losargentinos.
Vamos ganando!
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p q g , ,
Mitos patrioteros 45
ba permanecido por encima de las divisiones entre los argentinos:
las Malvinas podan unir a todos contra el enemigo exterior.
Un da, la madre del escritor Rodolfo Fogwill recibi a su hijo,
mientras miraba televisin, al grito de hundimos un barco!. Pue-de decirse que entonces efectivamente la sociedad viva dentro del
mito. Claro que no todos, porque las Madres de Plaza de Mayo de-
can las Malvinas son argentinas, los desparecidos tambin, hubo
polticos que no se subieron a la guerra y el hijo de la seora que
celebraba escribi Los pichiciegos.
Pero estar hundido en el mito y que todo estalle genera una expe-
riencia social fundante. Desde aquel momento, lo nacional en la Ar-
gentina ha quedado vaciado. Episdicamente puede ser asimilado ala soberbia. Pero 16 ms frecuente es que se lo identifique como el
mal, lo antidemocrtico, lo militar, autoritario y belicista.
Cuando creemos vivir sin el mito de la nacin, ya estamos habitan-
do plenamente un nuevo mito. La idea de que el nacionalismo ha
hechos estragos es una tpica verdad a medias. Es completamente
acertada para las dos guerras mundiales, as como para todas las
formas coloniales y autoritarias del nacionalismo. Pero es histri-
camente incorrecta, porque tanto el movimiento liderado por Mahatma Ghandi como otros movimientos anticoloniales fueron pro-
fundamente nacionalistas en un sentido democrtico. Como afirma
Tzvetan Todorov, el nacionalismo tiene varias caras y fue crucial
tanto en la Revolucin Francesa como en el nazismo. La idea de
que todo nacionalismo es autoritario, belicista y reaccionario es muy
particular de la Argentina. Y, ms especficamente, es una importa-
cin europea, ya que en el Tercer Mundo el nacionalismo siempre
ha sido ambivalente.La guerra marc el imaginario nacional sobre la nacin. Dej el
legado de que el nacionalismo es belicista, corrupto, irresponsable,
manipulador y antidemocrtico. Es decir, todos los desastres ticos,
polticos y militares que los dictadores cometieron en ella pasaron
a ser rasgos inherentes al nacionalismo en todos los lugares y las
pocas. Esa extrapolacin, que se traduce en la separacin entre
democracia y nacin, ha calado hondo en nuestra cultura poltica.
Hay argentinos que no pueden pensar la cuestin Malvinas sinrecordar a Galtieri. Hay argentinos que no pueden pensar en la idea
do nacin y soberana sin pensar en Malvinas. En los aos ochenta,
(oda referencia a la nacin se identificaba con el militarismo y era
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lo opuesto a la lucha por la democracia y los derechos humanos.
Esa profunda desnacionalizacin de la cultura poltica argentina fue
una condicin necesaria para que las polticas neoliberales pudie-
ran llegar tan lejos en este pas. En los aos noventa, en efecto, esaspolticas eran comunes a toda la regin, pero ningn pas concret
una medida semejante a entregar el petrleo.
En 1982, la guerra de Malvinas fue la expresin mxima de la so-
berbia y de sus peores consecuencias: creer que con fuerzas armadas
dirigidas por genocidas, corruptos, cobardes, y comandadas por un
alcohlico, era posible ganarle una guerra al Imperio Britnico. Al
mismo tiempo, la derrota inaugur el contexto cultural que llevara
a otra serie mtica, la del decadentismo, que abordaremos en lassiguientes pginas.
Puede afirmarse que todo reclamo anticolonial que tiene preg
nancia popular involucra una dimensin mtica, en el sentido de
que logra construir un relato que convence a las grandes mayoras.
Pero no todo relato que interpela al pueblo es falso, como suponen
los antipopulistas incurables. Quien crea semejante trivialidad de-
bera asumir la irresponsabilidad de decir que el nunca ms tam-
bin sera una creencia falsa. Es popular, ha movilizado y seguirmovilizando a sectores muy amplios, y da cuenta de un verdadero
sentimiento de repugnancia frente al pasado reciente y a la autn-
tica decisin de desear y luchar para que no se repita. Espero que
vaya quedando ms claro a lo largo del libro, pero mi crtica apunta
hacia los mitos que producen un dao profundo en el tejido social.
Se ha dicho que los argentinos somos soberbios. Tambin est arrai-
gada en nuestra cultura una crtica de esa soberbia. Esa crtica, a
veces directa, otras veces irnica, produce una distancia que invita a
pensar nuestros mitos. A desmontarlos. Tomemos un ejemplo elo-
Somos los campeones de la soberbia nacional: somos los
mejores de todos, tenemos el primer lugar en la competencia
por el ego.
La argentinidad al palo
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cuente del rock nacional, la cancin de Bersuit Vergarabat titulada
La argentinidad al palo. Comienza as: La calle ms larga, el ro
ms ancho, las minas ms lindas del mundo... el dulce de leche, el
gran colectivo, alpargatas, soda y alfajores... las huellas digitales, losdibujos animados, las jeringas descartables, la birome... la transfu-
sin sangunea, el seis a cero a Per, y muchas otras cosas ms... La
argentinidad al palo... la argentinidad al palo.... Se trata de un
listado fantstico de nuestros inventos, nuestras distinciones inter-
nacionales, que expresa de forma aguda la relacin entre soberbia
y masculinidad.
As, Bersuit Vergarabat revela una postura que muchos argen-
tinos han tenido o tienen sobre el pas. Al mismo tiempo, podrainterpretarse que se trata de un rasgo propio de la personalidad
nacional y que no puede modificarse. Si la soberbia nacional fuera
un rasgo uniforme y ahistrico, la cancin no habra sido posible, ya
que fue escrita, cantada, escuchada y celebrada por los argentinos.
En realidad, la denuncia de la soberbia ha ido aumentando en los
ltimos aos. La capacidad de los artistas, los intelectuales y el p-
blico de generar y disfrutar ironas sobre la Argentina es una seal
interesante. Uno puede preguntarse qu otras sociedades y culturasdespliegan alguna capacidad de realizar crticas sobre s mismas, de
utilizar la irona y el sarcasmo o, incluso, de poder rerse de algu-
no de sus rasgos reales o supuestos. En ese sentido, debemos decir
que la irona es una distancia, y una distancia implica siempre un
movimiento de desnaturalizacin. La argentinidad al palo, como
intervencin crtica, expresa un elemento muy positivo.
El riesgo comienza cuando la desnaturalizacin se clausura y apa-
recen otros mitos, aquellos relacionados con una esencia desastro-sa. Son los mitos de la decadencia y de la autodenigracin. Bersuit
alerta sobre ese riesgo hacia el final: Del xtasis a la agona/ oscila
nuestro historial./ Podemos ser lo mejor,/ o tambin lo peor,/ con
la misma facilidad.
En las ltimas dcadas, sobre todo despus de Malvinas y la desin-
dustrializacin neoliberal, nos ha resultado ms fcil ser lo peor. Por
ello, pasaremos ahora a los mitos de la decadencia.
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M I T O S D E C A D E N T I S T A S
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Las ironas artsticas sobre nuestra propia pedantera habi-
litan un horizonte de trabajo colectivo para erosionar esas imgenes
simplificadas. Comprender cun presente est esa soberbia es im-
prescindible para entender, tal como explicamos en este captulo,
por qu pasamos de all a la autodenigracin: de creernos los mejo-
res a creernos los peores. Al movernos de un extremo a otro, logra-
mos ahuyentar cualquier reflexin compleja sobre nuestra propia
situacin y permanecemos encer